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Voltaire, Diccionario filosófico [1764] tomo 1

Sempere, Valencia 1901 páginas 84-89

Alma
I
Es un término vago, indeterminado, que expresa un principió desconocido, pero de efectos
conocidos que sentimos en nosotros mismos. La palabra alma corresponde a la frase anima de los
latinos, a la palabra que usan todas las naciones para expresar lo que no comprenden más que
nosotros. [85]

En el sentido propio y literal del latín y de las lenguas que se derivan de él, significa lo
que anima Por eso se dice: El alma de los hombres, de los animales y de las plantas, para significar
su principio de vegetación y de vida.

Al pronunciar esta palabra, sólo nos da una idea confusa, como cuando se dice en
el Génesis: «Dios sopló en el rostro del hombre un soplo de vida, y se convirtió en alma viviente, el
alma de los animales está en la sangre, no matéis, pues, su alma.»

De modo que el alma –en sentido general– se toma por el origen y por la causa de la vida, por la
vida misma. Por esto las naciones antiguas creyeron durante muchísimo tiempo que todo moría al
morir el cuerpo. Aunque es difícil desentrañar la verdad en el caso de las historias remotas, tiene
visos de probabilidad que los egipcios fuesen los primeros que distinguieron la inteligencia y el
alma, y los griegos aprendieron de ellos a distinguirla. Los latinos, siguiendo el ejemplo de los
griegos, distinguieron animus y anima; y nosotros distinguimos también alma e inteligencia. ¿Pero lo
que constituye el principio de nuestra vida, constituye el principio de nuestros pensamientos? ¿Son
dos cosas diferentes, o forman un mismo principio? ¿Lo que nos hace digerir, lo que nos produce
sensaciones y nos da memoria, se parece a lo que es causa en los animales de la digestión, de las
sensaciones y de la memoria?

He aquí el eterno objeto de las disputas de los hombres. Digo eterno objeto, porque careciendo de
la noción primitiva que nos guíe en este examen, tendremos que permanecer siempre encerrados
en un laberinto de dudas y de conjeturas.

No contamos ni con un solo escalón donde afirmar el pie para llegar al vago conocimiento de lo que
nos hace vivir y de lo que nos hace pensar. Para poseerlo sería preciso ver cómo la vida y el
pensamiento entran en un cuerpo, ¿Sabe un padre cómo produce a su hijo? ¿Sabe la madre cómo
lo concibe? ¿Puede alguien adivinar cómo se agita, cómo se despierta y cómo duerme? ¿Sabe
alguno cómo los miembros obedecen a su voluntad? ¿Ha descubierto el medio por el cual las ideas
se forman en su cerebro y salen de él cuando lo desea? Débiles autómatas, colocados por la mano
invisible que nos gobierna en el escenario del mundo, ¿quién de nosotros ha podido ver el hilo que
origina nuestros movimientos?

No nos atrevemos a cuestionar si el alma inteligente es espíritu o materia; si fue creada antes que
nosotros, si sale de la nada cuando nacemos; si después de habernos animado durante un día en el
mundo, vive, cuando nosotros morimos, en la eternidad. Esas cuestiones que parecen sublimes,
sólo son cuestiones de ciegos que preguntan a otros ciegos, ¿qué es la luz? [86]

Cuando tratamos de conocer los elementos que encierra un pedazo de metal, lo sometemos al
fuego en un crisol. ¿Poseemos crisol alguno para someter el alma? Unos dicen que
es espíritu; pero, ¿qué es espíritu? Nadie lo sabe, es una palabra tan vacía de sentido, que nos
vemos obligados a decir que el espíritu no se ve, porque no sabemos decir lo que es. El alma es
materia, dicen otros ¿Pero qué es materia? Sólo conocemos algunas de sus apariencias y algunas
de sus propiedades; y ninguna de estas propiedades y apariencias parece tener la menor relación
con el pensamiento.

Hay también quien opina que el alma está formada de algo distinto de la materia. ¿Pero qué
pruebas tenemos de esto? Se funda tal opinión en que la materia es divisible y puede tomar
diferentes aspectos, y el pensamiento no lo es. Pero ¿quién os ha dicho que los primeros principios
de la materia sean divisibles y figurables? Es muy verosímil que no lo sean; sectas enteras de
filósofos sostienen que los elementos de la materia no tienen figura ni extensión. Creéis
anonadarnos replicando. –El pensamiento no es madera, ni piedra, ni arena, ni metal, luego el
pensamiento no puede ser materia. Pero eso son débiles y atrevidos razonamientos. La gravitación
ni es metal, ni arena, ni piedra, ni madera; el movimiento, la vegetación, la vida, no son ninguna de
esas cosas; y sin embargo, la vida, la vegetación, el movimiento y la gravitación son cualidades de
la materia. Decir que Dios no puede conseguir que la materia piense, es decir el absurdo más
insolente que se haya proferido nunca en la escuela de la demencia. No estamos seguros que Dios
haya obrado así; pero sí que estamos seguros de que puede obrar de tal modo. ¿Qué importa todo
lo que se ha dicho y lo que se dirá sobre el alma? ¿Qué importa que la hayan llamado entelequia,
quinta esencia, llama o éter; que la hayan creído universal, increada, transmigrante, &c., &c ? ¿Qué
importan en cuestiones inaccesibles a la razón esas novelas creadas por nuestras inciertas
imaginaciones? ¿Qué importa que los padres de la Iglesia de los cuatro primeros siglos creyeran
que el alma era corporal? ¿Qué importa que Tertuliano, contradiciéndose, decidiese que el alma es
corporal, figurada y simple al mismo tiempo? Tenemos mil testimonios de nuestra ignorancia, pero
ni uno solo ofrece vislumbre de verosimilitud.

¿Cómo nos atrevemos a afirmar lo que es el alma? Sabemos con certidumbre que existimos, que
sentimos y que pensamos. Deseamos ir más allá y caemos en abismo de tinieblas. Sumergidos en
ese abismo, todavía se apodera de nosotros la loca temeridad de disputar si el alma, de la que no
tenemos la menor idea, se creó antes que nosotros o al mismo tiempo que nosotros, y si es
perecedera o inmortal. [87]

El alma y todos los artículos que son metafísicos, deben empezar sometiéndose sinceramente a los
dogmas de la Iglesia, por que indudablemente la revelación vale más que toda la filosofía. Los
sistemas ejercitan el espíritu, pero la fe le alumbra y le guía.

Con frecuencia pronunciamos palabras de las que tenemos una idea muy confusa, y algunas veces
ignoramos el significado. ¿No está en este caso la palabra alma? Cuando la lengüeta o la válvula
de un fuelle está descompuesta y el aire que entra en el vientre del fuelle sale por algunas de las
aberturas que tiene la válvula, y éste no está comprimido por las dos paletas, y no sale con la
violencia, que se necesita para encender el fuego, las criadas dicen: –Está descompuesta el alma
del fuelle. No saben más, y esa cuestión no turba su tranquilidad. El jardinero habla del alma de las
plantas, y las cultiva bien, sin saber lo que significa esta palabra. En muchas de nuestras
manufacturas, los obreros dan la calificación de alma a sus máquinas; y nunca disputan sobre el
significado de dicha palabra; no sucede así a los filósofos.

La palabra alma entre nosotros en su significado general, sirve para denotar lo que anima. Nuestros
antepasados los celtas, dieron al alma el nombre de seel, del que los ingleses formaron la
palabra soul, y los alemanes la palabra seel, y probablemente los antiguos teutones y los antiguos
bretones no disputarían sobre esa palabra.

Loa griegos distinguían tres clases de alma: el alma sensitiva o el alma de los sentidos (he aquí por
qué el Amor, hijo de Afrodita, sintió tan vehemente pasión por Psyquis, y por qué Psyquis le amó
tiernamente): el soplo que da vida y movimiento a toda máquina, y que nosotros traducimos por
espíritu; y la tercera clase de alma, que como nosotros, llamaron inteligencia. Poseemos, pues, tres
almas, sin tener la más ligera noción de ninguna de ellas. Santo Tomás de Aquino admite estas tres
almas, como buen peripatético, y distingue cada una de ellas en tres partes: una está en el pecho,
otra en todo el cuerpo y la tercera en la cabeza. En nuestras escuelas no se conoció otra filosofía
hasta el siglo XVIII... ¡Y desgraciado el hombre que hubiera tomado una de esas tres almas por la
otra!

Hay, sin embargo, motivo para este caos de ideas. Los hombres conocieron que cuando les
excitaban las pasiones del amor, de la cólera o del miedo, sentían ciertos movimientos en las
entrañas. El hígado y el corazón fueron asignados como asiendo de las pasiones. Cuando se
medita profundamente, sentimos cierta opresión en los órganos de la cabeza, luego el alma
intelectual está en el cerebro. Sin respirar no es posible la vegetación y la vida; luego el alma
vegetativa está en el pecho, que recibe el soplo del aire. [88]

Cuando los hombres vieron en sueños a sus padres o a sus amigos muertos, se dedicaron a
estudiar qué es lo que se les había aparecido. No era el cuerpo, porque lo había consumido una
hoguera, se lo había tragado el mar y había servido de pasto a los peces. Esto no obstante,
sostenía que algo se les había aparecido puesto que lo había visto; el muerto les había hablado, y
el que estaba soñando le dirigía preguntas. ¿Con quién habían conversado durmiendo? Se
imaginaron que era un fantasma, una figura aérea, una sombra, los manes, una pequeña alma de
aire y fuego extremadamente delicada, que vagaba por no sé dónde.

Andando el tiempo, cuando quisieron profundizar este estudio, convinieron en que dicha alma era
corporal, y esta fue la idea que de ella tuvo la antigüedad. Llegó después Platón, que sutilizó esa
alma de tal manera, que se llegó a sospechar que la separó casi completamente de la materia; pero
ese problema no se resolvió hasta que la fe vino a iluminarnos.

En vano los materialistas alegan que algunos padres de la Iglesia no se expresaron con exactitud.
San Ireneo dice que e alma es el soplo de la vida, que sólo es incorporal si se compara con el
cuerpo de los mortales, pero que conserva la figura de hombre con el objeto de que se la
reconozca.

En vano Tertuliano se expresa de este modo: «La corporalidad del alma resalta en el Evangelio;
porque si el alma no tuviera cuerpo, la imagen del alma no tendría imagen corpórea». En vano ese
mismo filósofo refiere la visión de una mujer santa que vio un alma muy brillante y del color del aire.

En vano alegan que San Hilario dijo en tiempos posteriores: «No hay nada de lo creado que no sea
corporal, ni en el cielo ni en la tierra, ni en lo visible ni en lo invisible; todo está formado de
elementos, y las almas, ya habiten en un cuerpo, ya salgan de él, tienen siempre una substancia
corporal.

En vano San Ambrosio, en el siglo VI, dijo: «No conocemos nada que no sea material, si
exceptuamos la venerable Trinidad.»

La Iglesia ha decidido por unanimidad, que el alma es inmaterial. Los indicados santos incurrieron
en un error que era entonces universal; eran hombres Pero no se equivocaron respecto a la
inmortalidad, porque los Evangelios evidentemente la anuncian.

Necesitamos conformarnos con la decisión de la Iglesia, porque no poseemos la noción suficiente


de lo que se llama espíritu puro y de lo que se llama materia. El espíritu puro ea una palabra que no
nos trasmite ninguna idea; y sólo conocemos la materia por alguno de sus fenómenos. La
conocemos tan poco, que la llamamos substancia, y la palabra substancia quiere decir [89] lo
que está debajo; pero este debajo está oculto eternamente para nosotros; es el secreto del Creador
en todas partes. No sabemos cómo recibimos la vida, ni cómo la damos, ni cómo crecemos ni cómo
digerimos, ni cómo dormimos, ni cómo pensamos, ni cómo sentimos. Es una incomprensible
dificultad conocer cómo cualquiera de los seres concibe sus pensamientos.

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