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Resumen: Preguntas, subrayado del ámbito de las opiniones y la diversidad de aspectos que
contienen la cuestión del arte como ámbito problemático y apropiable acaso de forma
difusa. La idea del arte que tenemos y expresamos en nuestros juicios sobre él se arma en el
territorio de la opinión de manera lo suficientemente completa y compleja como para
señalar ese campo_ la opinión_ como el mejor para el abordaje de la cuestión del arte.
Valores, juicios y prejuicios juegan entre sí como elementos de creencias dóxicas que sin
producir verdad epistémica alguna, se prestan a una experiencia compleja respecto de lo
que vemos, sentimos, escuchamos y pensamos del arte, despliegue que se produce, por
ejemplo, en una mera conversación.
Abstract: Questions, underline of the scope of the opinions and the diversity of issues that
contain the question of art as a problematic area and appropriable perhaps diffuse form. The
idea of art that we have and we express in our judgments about it, is built in the territory of
the opinion so complete and complex enough to point out that campo_ the opinion_ how
best to deal with the question of art. Values, judgments and prejudices play each other as
elements of beliefs doxicas without producing any epistemic truth, provided to a complex
experience of what we see, feel, hear and we think of art, unfold it occurs, for example, in a
mere conversation.
Keyword: art-cuestion-think-
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Introducción
Hay un supuesto en este escrito, surgido como espectador, como docente universitario y
como mero veedor de esas cosas o acciones llamadas artísticas. Es más que nada una
sospecha respecto a la mera enunciación de la palabra arte; lo primero que aparece es un
montón de posibilidades cansadas, tal vez a causa de que el nombre mismo se ha gastado de
tanto espejarse y retorcerse en el eco implosivo que diseminado y en diáspora se dibuja de
todos los modos posibles, en la multiplicidad radical de sus voceros, hacedores y
receptores. Sin embargo, cierto escepticismo desplegado acá no debería ser suficiente para
dejar de pensar junto con o partir de las voces del arte que no dejan de engendrar como si
realmente no pasara nada. Y es que en cierto punto nada funciona como ocasión para
balancear los altibajos de esa creación, al menos como para prever finales admonitorios a
una tarea que ya no necesita permisos de ningún tipo, y mucho menos parece necesitar
talentos, estilos, concentraciones o sensibilidades especiales. ¿Es esto así, o estamos ya
citando tendencias leídas pero quizás no tan plasmadas en la realidad de las hechuras? Será
pues ésta como una incursión en territorio de nadie, a excepción de las obras que naufragan
solas a merced de los infinitos ojos; tal vez eso es todo. ¿Qué decir entonces?
Es relativo…
Como espectador, ¿quién sería ese yo preciso que puedo ser, posicionado para ver y para
decir lo que veo, como un televisor invertido que contara su aprecio o su incertidumbre
cada vez que algo se le ofrece para la expectación? Espectar es como absorber y también
transformar en silencio, a puro ojo nomás, como sentir imaginar y comprender al mismo
tiempo. Podría ser un ver tranquilo y concentrado que sólo nos exige atención. El que mira
tiene que ser cualquiera de nosotros y cada uno de todos nosotros, casi por el mero hecho
de tener ojos y poder detenerlos de vez en cuando, cada vez que lo permita la curiosidad,
dejándonos lentos y propicios al comentario para compartir. ¿Cuál es ‘la incomodidad del
espectador’, cuál es el silencio involuntario, la voz no encontrada para ecualizar más o
menos lo que se ha bocetado en la simple experiencia de la opinión?
¿Son arte las acciones y las obras creativas que no se nombran como obras de arte? ¿No
será este un enredo, una trampa entre las palabras y sus referencias? ¿Qué es lo que
adquiere la cosa hecha por el hombre cuando pasa a ser obra de arte? o dicho de otro modo,
¿qué ha hecho el que ve para hacer de una cosa_ natural o artificial_ una obra artística? El
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supuesto de estas preguntas es que han dejado de lado todo lo que tiene que ver_ aunque no
de forma clara_ con el mundo del arte, su problema de legitimidad institucional o histórica;
su mero nombre se ha tornado problemático.
Lo que queda es lo que se pregunta, el acto básico pero particularmente rodeado de
significaciones elásticas o utópicas. Sin opulencia, también el arte encarna una verdad
existencial asumida muy especialmente por nuestras consideraciones consagradas
tradicionalmente, hechas valores. Es decir, el nombre histórico arte ha recibido claramente
una significación sostenida en las materializaciones de los objetos, hechos acciones o
gestos en los que se ha manifestado siempre. No importa aclarar esto ahora_ y acaso nunca
haga falta. El arte interpela, hace bien, es libre, muestra lo que no se ve, se adelanta a su
tiempo, combina sensibilidad e inteligencia como ninguna otra actividad humana… etc.
El zapato real, el zapato pintado y la idea de zapato. Y por más que ya hoy suene repetido y
vacío, la oposición útil/inútil. Si un objeto es usado, puesto y gastado hasta que no sirva
más porque no cumple material y prácticamente con aquello por lo cual fue hecho, deja de
ser útil. Acaso nunca se podría decir eso del arte, al menos hasta ahora. El arte es
intraducible al entretenimiento o al ya clásico ‘¿si esto es arte…? o el también popular
‘¿cuál es el chiste_ la ironía_ de hacer esto? Son como expresiones de los espectadores del
arte contemporáneo, siendo ésta no la época actual sino precisamente una forma estética de
vivir y experimentar a la que se puede ir señalando en su vasta personalidad valores y
gustos según los cuales funciona.
El arte puede ser adosable a cosas preexistentes no artísticas; una cosa del mundo del no-
arte puede adquirir el calificativo o transformarse en cosa del arte, así por pura decisión.
Cuando eso lleva bastante tiempo sucediendo se genera una hiper-producción de objetos
salidos de las manos de productores como objetos o gestos o instalaciones, como si fuesen
las huellas digitales del lenguaje privado de cada cual, lo que a su vez no habla
directamente del lugar que hace nacer lo propio que todos tenemos, sino que se parece, aún
si no lo fuera, a algo gestado en la afirmación: ‘¡y por qué no!’.
¿Cuál es tu sensibilidad, cómo se expresa, cómo recepta el lenguaje sin palabras, cuáles son
sus objetos o destinos preferidos, tiene un territorio más idóneo que otros para poder
ejercerse, para poder hablar de sí y dar de ese modo su esperada mirada especial? Sin leyes
de razón ni códigos exclusivos del cuerpo, quisiera mostrarse como tiento estirado entre
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aquellos dos mundos, que ante la menor brisa suena a tensión. Tantas veces considerado
demasiado propio, de cada cual y nada más, como para extenderse a otros en voz de algo
común; el sentimiento es un nombre dado a lo que sucede sin voluntad, pero a diferencia de
lo meramente involuntario se trata de un registro demasiado comprometido con la verdad
como para ponerlo en duda. ‘No lo sé ni me lo dijeron; simplemente lo siento así’
¿Qué quiere decir en arte todo vale? Tal vez, antes que enunciarse como una pregunta esto
se muestra como una constatación de hecho dóxico, es decir, algo que sucede y que se
escucha como opiniones habladas mezcladas con ideas y creencias, eso que se hace en las
meras conversaciones. Creo que hoy suena más a una forma de sobrevalorar lo relativo a
cada cual, como si fuese un valor en sí mismo, que como reivindicación de algo. La
opinión que dice en arte todo vale, o bien afirma algo que sucede de hecho pues se lo
escucha por todos lados, o es un lugar cómodo pero inocuo para cubrir la voz de las
diversidades, pues justamente ese es el problema: ya no explica algo, sino que más bien
expresa la adhesión a un derecho que de tan aceptado se erige estéril políticamente, como
lugar común de lo que hay que decir. Me parece que el eco de esta afirmación, tal vez
válida y justa para otro tiempo, suena como una repetición estandarizada y bien
intencionada que sin embargo poco enriquece. Su sentido no piensa, funciona como
protocolo correcto respecto a una diversidad, la del arte en el mundo, que anda sola y
autoafirmada en boca de todos como derecho adquirido con justicia. Pero hoy solo se
presenta, su sonido y su sentido, como un problema, como juicios que circulan o a veces
flotan alrededor del arte y se hacen cargo de cierta afirmación democrática, pero que en su
reverso murmura desorientación, desconcierto, silencio de lo que se está ofreciendo ante
nuestros ojos. ¿No es acaso curioso que el arte exponga en sus creaciones la pregunta por lo
que él mismo pueda o quiera ser, pero lejos de la efervescencia de las vanguardias, fuera de
la virulencia de las guerras mundiales, y acaso aún demasiado cerca de la epifanía del
capitalismo que nos entretiene?
Ahora bien, siempre es posible levantar la mirada y ver las estrellas. Salir del encierro del
concepto arte será siempre posible, incluso si tal cosa sucede de la mano del arte.
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hipótesis posibles que son las pinturas rupestres nos podría estar diciendo precisamente
¿qué, eran artistas los que pintaron allí, vivían en una comunidad, si el bisonte de Lascaux
es arte tanto como el perro de cabeza chorreada, entonces son artistas los de ambos
extremos, y en tal caso, sin embargo, no es un supuesto demasiado ambicioso? Esto podría
continuar mucho más.
¿Qué sucedería si, a la hora de tratar ‘algo’ como artístico, no tuviésemos la necesidad de
“identificarlo” con algo ‘previo’, con otro ‘artefacto’ artístico, ni nos surgiera la necesidad
de considerar estilo alguno, ni tampoco nos abrazara la duda respecto de si lo que se nos
ofrece es arte o no, ni quien fue su autor ni si fue artista o no?
Pienso que esta conexión habla también de lo que podemos entender y desear respecto del
arte como acción y hecho humanos, así como también veo que queda sin definición, lo cual
acaso está bien. Entonces, ¿por dónde se sigue?
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Hegel, Estética, ed. Península, Madrid 1998, p.17
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habría que ver cuál es ese “lugar supremo”, que el arte ocupaba en la realidad. ¿Es lo
mismo decir ‘supremo’ y decir ‘clásico’? Por supuesto que esto pertenece a la visión
disciplinar con la que Hegel clasifica el arte entre la religión y la filosofía. Lo que sí se
puede considerar como un desacierto en el anuncio terminal de Hegel respecto del arte es el
que se señala como acabamiento de la producción de obras para dar lugar al conocimiento
de sí del arte; sin embargo, no podría ser más cierto que el arte está buscando_ con su
misma producción de obras pero también con el hecho de haber abierto el ingreso de
lenguajes distintos (la filosofía) para asistir su reflexión o autoconocimiento_ su nombre y
su cuerpo en el momento exacto en el que éste se ha abierto radical y absolutamente a todas
las posibilidades: tanto en los modos de crear, como en quienes pueden ser esos que crean,
como en la ‘forma’ de ese resultado, creo que lo común en todo esto es la ausencia de
parámetro, sea esto logro, carencia o algo que aún no se puede saber precisamente, ¿no?
La desertificación anunciada es, o sería, cara al mundo del arte porque el enroque de
aptitudes internas en este horizonte elastizado desemboca, o ha desembocado,
extemporáneo y próximo a hoy, según el vaticinio del filósofo. Nuestro campo de impactos
se consuma_ y aún lo sigue haciendo_ cada vez con las expectativas pensantes o
meramente perceptivas más ajustadas al vaticinio hegeliano, esto es, no que ahora le toca
pensar al espíritu más que mostrarse sensiblemente en obras para regocijo de la sensibilidad
sentida y armonizada con los otros pilares de sus epifanías_ religión y filosofía_, sino, más
bien, lo que ha sucedido es que el arte ha marcado_ tal vez ya ante los ojos de Hegel pero
más aún ante los nuestros_ con incesante producción de obras y proliferación de sus
hacedores, el acto fagocitante de sus idea, de su forma y de su sentido. Esta situación se
parecería a alguien_ el arte para el caso_ que estuviese ante un espejo hasta secar la
humedad del juego dado entre imagen y cuerpo, entre el que se mira y lo mirado que,
paulatinamente_ ritmo dado por la historia de este cuadro de situación_, va desdibujando
diferencias y ni siquiera lo va haciendo por unidad, pues lo que allí sucede tiene más que
ver con un experimento que aún no deja de ejecutarse que a una intención determinada. Me
refiero al nombre crítico el arte.
¿Se puede agotar un término, un nombre, como si su despliegue de tonos y colores,
significantes o no, o pensamiento hecho ejemplo, en un momento adquiriesen un desteñido
velo de indecisión, como si la figura sonora que pretende dar cuenta de lo que el nombre
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nombra ya no alcanzara a despegarse suficientemente, y se apoderara de él cierto cansancio
para referir, teniendo que valerse para señalar de mediaciones explicativas? Pero resulta que
precisamente esto último es lo que no se puede evitar. Su pronunciación: arte; ya nombre
acciones objetos o sujetos, ya sólo enuncie el gasto de una atmósfera peculiar en la que se
dibujan arcos posibles de sentido o sinsentido que por principio, y acaso por convicción, no
mostrarían de sí lo que son si el medio o móvil que las trasladase fuese concepto, aséptico,
de una cabeza que piensa. ¿Qué es eso de la ‘mostración sensible de una apariencia’ en
tanto vehículo, distinto del concepto, que transporta el nombre del arte, sea lo que fuere que
este sea?
Este agotamiento que no coincide con improductividad afecta sobre todo a eso que se suele
nombrar como obras de individuos cuyo gesto característico es ser mostrado a otros, y por
ahora nada más que eso.
El mundo no es nada, los otros son nada yo soy nada. No todas las palabras son del mundo;
por ejemplo árbol es más del mundo que mente. Las palabras entre ellas se simbiotizan en
sus usos creando un tipo de vínculo parecido a un cuerpo común de trama gelatinosa y con
vida propia, al punto que en él se multiplican en espejos de referencias dudosas los
nombres, las ideas, las palabras de las palabras. Después, inmediatamente después, viene la
otra forma de decirlo, que el mundo nos es accesible sólo gracias a la mente…. Qué
previsible se habría vuelto la filosofía,… ¿no? El privilegio de la mente somos, pues,
nosotros; la contundencia del árbol es, pues, el mundo allí afuera: la táctil sensación del
mundo material externo; la refleja pupila que da y recibe para afuera y para adentro,
transparente y en ambas direcciones vidente. ¿Por qué sino tendríamos necesidad, por
decirlo así, de disponer libre, inútil y ociosamente de más objetos que los que la naturaleza
nunca se cansa de producir y donar para que ocupen un lugar en el mundo nuestro, para qué
más artefactos, por qué no más artefactos aún?
Si hacer una obra de arte es una manera de superar la limitación del pensamiento en su
acción de poner conceptos o definir, sea lo que fuere, se podría pensar que lo que se logra
sin la influencia determinante del concepto, por ser libre y lúdico respecto precisamente de
tal influencia, es mostrar sin explicar, es decir: ….¿mostrar? …. ¿Qué se arrastra entonces
en esa acción peculiar de mostrar lo que se ha gestado íntimamente, qué es este gesto
proyectado hacia afuera y a los otros, gesto hecho objeto o artefacto donado a circular entre
las apreciaciones anónimas que juzgarán y opinarán, o acaso harán silencio?
“Pensar con una mentalidad amplia quiere decir que se entrena la propia imaginación para
ir de visita” (Kant) Mostrar algo en un objeto hecho libre y lúdicamente sin determinación
de concepto alguno es haber colocado ese objeto en el nivel general del género humano,
como si fuera una solidaridad desinteresada la cual, por eso mismo, puede ser placentera
con un tipo de placer que sólo se ejecuta en el polo opuesto de un hedonismo individual
sensualista, pues depende de desprenderse del egoísmo privado para ser: ser público,
expresado en perspectiva general, compartible gratuitamente.
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¿Cuál sería el sentido de la pregunta ¿podemos vivir sin arte?? ¿Es vital la existencia del
arte, desde dónde se podría responder a esto, si es que tiene sentido? ¿Quién o qué moriría
sin el arte? La pregunta nunca llega a tener sentido, es forzada y supone más de lo que
interroga. La urgencia vital que se involucra aquí tal vez fue en otro momento más
apropiable que ahora. No es que el arte se ha tornado suplementario y embellecedor
complaciente, como si sólo fuera agrado sin contenido. Creo que la idea del arte se ha
cansado en la exposición infinita de sus posibilidades. Sin embargo, no se trata de un
cansancio que agota las energías para producir; más bien parece un cansancio en el asiduo
ejercicio de saberse o querer saberse, práctica ésta que, contrariamente, nunca se debilita, a
pesar de la intemperie que prolíficamente cubre con su andar secular. La diáspora
contextualiza al sentido del arte afectándolo enteramente como fenómeno hecho obra_ no
importan por ahora las imposibilidades y dificultades que este concepto de ‘obra’ trae
consigo.
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