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KANT Y LA ESTÉTICA DE LA CONVERSACIÓN.

Lic. Emilio Garbino Guerra


Universidad Nacional de Córdoba

La Crítica de la facultad de juzgar no trata principalmente sobre estética, ni sobre historia


del arte, ni sobre una mera crítica de arte. Aún cuando de alguna manera abarque estos
aspectos, esta Crítica, que Kant da a conocer en 1790, asume, entre otras cosas, un
problema que curiosamente se escucha aún hoy expresado exactamente igual a como se lo
hacía en el siglo XVIII. Me refiero a lo que Kant denomina “el lugar común del gusto”,
expresado en dos afirmaciones que se mantienen aún hoy y de manera exacta: “cada cual
tiene su propio gusto”, y “sobre gusto no se puede disputar”1. El ‘tercer lugar’ de esta
crítica es sólo cronológico ya que, sistemáticamente, su posición es la de mediadora entre
las otras dos pues no llega a pronunciarse en las jurisdicciones específicas ni de la de la
Razón pura ni la de la Razón práctica, aún cuando, sin embargo, no logre entera autonomía
respecto de ellas2. En ambas apoya sus codos y a ninguna sigue hasta el final, y quizás por
eso el “tan especial” lugar que le cabe la potencia y la condena a la vez, la hace un escrito
certero e indeciso pues aspira conciliar dos ámbitos según un ideal de armonía tan necesario
como imposible.

El acto de pensar podría ser como un estado de posibilidad abstracta y sin tiempo que sin
necesidad de antecedente alguno como materia prima de su acción, se dispone a obrar con
la variedad de un nombre más respecto de aquello que lo ocupa, sea esto el mundo, el
hombre o la transparencia dura de los cristales. Sería, pensar, como ver lo que no se ve
debido a cierta simultaneidad dada entre recordar, sentir y la inconsciencia respecto de
aquello que, se dice, es el transcurrir o la máquina que consume minutos. Me refiero a
1
KANT, Emmanuel, Critica de la Facultad de Juzgar (en adelante CFJ), traducido por Pablo Oyarzún, Monte
Ávila Editores, Caracas 1992, pág., 245. Ha y que señalar que estas citas pertenecen a la Dialéctica de la
facultad de Juzgar estética, espacio donde Kant responde a las antinomias de la razón. Nos permitimos
descontextualizarlas simplemente por el hecho sorprendente de cómo han viajado intactas en el tiempo.
2
Los conceptos del entendimiento no pueden dejar sola a la imaginación ni a la sensibilidad, pues en tal caso
no habría ley ni condiciones para que esos ámbitos_ sea lo que sea lo que en ellos suceda_ puedan aspirar a
algún tipo de comprensión humana general, dicho en sentido amplio. Respecto a la cercanía que mantiene la
Razón Práctica respecto de la CFJ, es más difícil de mostrarlo sin introducirnos en la segunda parte del texto,
La crítica de la Facultad de Juzgar Teleológica, en la que cierta ‘eticidad’ parece combinarse o mezclarse con
la estética en el concepto de finalidad o, como también lo refiere Kant, conformidad a fin. Cabe señalar aquí
simplemente lo que el mismo Kant nombra como “presencia suprasensible en el hombre”, o lo que se enuncia
en el §59, donde se llega a decir que “lo bello es símbolo del bien ético”, o que es lo inteligible hacia lo cual
se dirige el gusto. Pero esto merece más profundidad.
pensar como si fuera un darse ‘durante-en-vivo’, ahora, sólo plausible en un código aún
ajeno a la escritura, tal como se lo podría rescatar en el carácter hablado del diálogo
socrático. Una experiencia sin tiempo sería la que se dejara impregnar por el olvido de la
certeza más real, la adherida a los nombres ‘corrupción’, ‘repetición’, ‘impermanencia’;
como un olvido involuntario que eludiera lúdicamente el transcurso, aún cuando tal cosa
fuese ilusoria.

¿Cuál es la urgencia de una conversación, quiero decir, qué potencia vital podría alojarse
en el intercambio improvisado de unas voces que suenan y se escuchan, que avivan
pensamientos sin sustancia previa, sin base ni meta que guie? Sucede que quisiera referirme
al peculiar magnetismo latente en uno de los actos más coloquiales y comunes de la vida de
las personas, me refiero a eso que hacemos con las opiniones, las anécdotas, los
sentimientos y las ideas, algo que se reduce a un acto simple: ‘contárselo a otro’.

Conversar puede querer decir no más que intercambiar, no más que comunicar o hacer
saber, o incluso salvar el silencio. No por esto, sin embargo, su necesidad se deja explicar
como mera ‘sociabilidad’, como movilidad que se despliega en refugio y abrazo entre
pares. No. La conversación, el placer de hablar en consonancia a escuchar, responder y
cavilar a la par, es algo que sucede, pero no muy seguido. Pienso por ejemplo en la pulsión
que nace espontáneamente por compartir la alegría_ o la felicidad, es lo mismo; ¿quién no
habrá alguna vez sentido la falta de otro ante el estado exultante de la alegría?

¿Sería la conversación, acaso, una exudación complementaria, aunque por cierto indirecta,
ante la falta de solvencia_ yo diría natural_ por permanecer en la quietud mental
autosuficiente, aún si se tratara de materia hecha escritura? La estabilidad argumentativa
suele seguir un orden gracias al cual las opiniones sobre gusto se acomodan; esto es,
primero siento (el placer) luego juzgo. Precisamente esto es anulado por Kant ya que
propone su inversión sin más. El §9 lo enuncia así: “Investigación de la pregunta de si en el
juicio (Urteil) de gusto el sentimiento de placer antecede al enjuiciamiento (Beurteilung)
del objeto o éste a aquél”. Antes de ingresar al contenido de este parágrafo, algo se señala
claramente en el título. Lo que se puede ver allí es que tenemos que reflexionar respecto a
qué es primero en cuestiones de gusto_ damos por sentado que toda vez que aquí se nombra
a ‘el gusto’ siempre se lo hace en cuanto ‘juicio del gusto’. Otra forma de enunciación
sería: pensar qué está antes, la sensibilidad o el entendimiento, el sentimiento o la razón, la
sensación o el pensamiento (el lenguaje). Pero en todos los casos lo decisivo es
precisamente ‘la precedencia’ que, por principio, alguno de estos dos polos ostentaría
respecto del otro. Tampoco es poco importante la diferencia entre ‘juicio’ (Urteil) y ‘acto de
juzgar’ o ‘enjuiciamiento’ (Beurteilung), ya que también esta distinción abona en el sentido
de marcar una diferencia_ por momentos sutil_ entre el juicio y la acción que lo lleva a
cabo3, por más que incluso se confundan ambas cosas en cierta simultaneidad funcional. De
todos modos, esta diferencia acentúa los dos niveles conectados por una relación que, por
principio, instala la necesidad de la precedencia de alguno de ellos. Se propone de entrada
como posibilidad que lo que produce el ‘sentimiento de placer’ es una consecuencia, esto
es, posterior, surgida a partir y sólo después del enjuiciamiento. Si esto fuera así, se estaría
celebrando la anterioridad del acto de juzgar en relación al sentimiento que surge a partir
del objeto del juicio de gusto. La palabra pública, podríamos decir, la mera doxa del me
parece a mí, puesta en la escena donde cada cual opina sin sujeción a concepto ni a
conocimiento algunos, pero con las pretensiones de una universalidad no estricta,
extensible por mera fraternidad, desinteresada y muy especial. Aún sin abandonar la
situación subjetiva de enfrentarnos a un hecho particular y subsumirlo a concepto general o
regla, nos queda sólo la ‘mera pretensión’ de necesidad y universalidad, algo así como una
exigencia subliminal de que lo que, acaso por simpatía deseada, gustándome a mí pretende
hacerse extensivo a otro/s. Es una forma de conocimiento_ general_ que no conoce ni
determina nada del objeto porque lo que importa es cómo repercute en el sujeto, cómo éste
ha sido afectado por la representación de un objeto al que juzga desde el gusto. La belleza
es un sentimiento indemostrable, inverificable. Sin embargo, necesita ser comunicada desde
cierta reflexión desinteresada. Es un tipo de necesidad distinta de la que rige en el
conocimiento por conceptos. Pero tampoco es el caso de que éstos, los conceptos, no
incidan de alguna manera (como ‘legislación’ aunque no como rigurosa ley) en dicho
juzgar, ya que si no fuera por ellos, la imaginación no podría frenar su tendencia a exceder
los límites de lo posible cognoscible, tal es su exceso productivo.

3
A eso se refiere “el acto de juzgar lo bello_ es decir al evento de la reflexión y no al juicio como expresión”.
Así lo aclara El traductor Oyarzún en la nota 64 de la Analítica y en la nota 12 al Prefacio, Kant, CFJ, op., cit.,
pp., 266 y 109 respectivamente.
¿Qué es el gusto sino lo que se compromete en la afirmación: ‘a mí me gusta porque me lo
dicta la sensibilidad, y así es por lo menos para mí’_ como si este ‘por lo menos para mí’
fuese atenuante de cualquier tentación universalista_ esa especie de intuición afectivo-
sensitiva que conforma una espontaneidad que, sin pertenecer al intelecto, no se aleja de él
al menos como para tener sus emanaciones legitimantes? El gusto para Kant no es nada sin
el juicio que lo exhibe_ su cuerpo, podríamos decir_, que lo exterioriza para de esa manera
ofrendar su perspectiva subjetiva a aquello que la pondrá en condiciones para los demás, y
a los que ‘pretenderá’ persuadir, convencer o incluso imponer su juicio como sí tuviese
validez para todos. Y es precisamente esta parte de la universalidad, esto es, su efecto
propagador, su ambición de conformidad implícita para con los pares, lo único que podrá
sobrevivir en el ámbito del juicio de gusto. No se dice esto teniendo en miras a cuanto el
lenguaje tiene de obvio en tal situación, esto es, el mero sonar del habla como la voz a
través de la cual se ‘materializa’ la posibilidad de que la vida solitaria del alma se
desprivatice. Insiste Kant con que el sentimiento de placer o displacer tiene que ver con la
“receptividad de una determinación del sujeto”; no hay referencia a objeto alguno, ningún
objeto entra en consideración en estos juicios reflexionantes especiales. A tal punto esto es
así que, por momentos, las posibilidades de verosimilitud de un juicio de gusto quedan
sujetas a desentenderse del riesgo de ser una quimera solipsista o mera exclamación privada
que se multiplica según cuántos sujetos haya, a costa de adherirse a una necesidad y
universalidad de orden antropológico, esto es, por lo menos no epistémico en sentido
estricto.4 Se trata, apenas, de una ‘reflexión’ no determinante cuyo éxito intersubjetivo tiene
que ver con algo que nos compete a los hombres en cuanto seres sociales que por naturaleza
somos.

“Modo de representación estético” quiere decir que a él se adhiere “la forma de la


sensibilidad”, esto es, “cómo es afectado el sujeto”, su sentimiento como resultado de algo
que ha sucedido en el estricto ámbito de la inmanencia subjetiva, pero que además no
genera ni aspira a conocimiento alguno. ¿Qué es entonces juzgar estéticamente según el
gusto propio? ¿Para qué sirve haber puesto en funcionamiento a las facultades del
entendimiento y la imaginación como mero regocijo subjetivo de la voz, de la opinión, si lo

4
Este aspecto se contiene perfectamente en lo que se enuncia como sensus comunis en los parágrafos 21-22
y en el §40 más específicamente de la CFJ.
que ellas hacen es reflexionar a partir de un <caso>particular (siempre representado) lo cual
da como fruto un sentimiento, una afectación, si al final ni puedo afirmar de él
universalidad en sentido estricto, ni puedo quedarme con la satisfacción sensual y privada a
la que tanto tiendo espontáneamente?

La reflexión estética, que es el sentimiento mismo que se da si “la facultad de juzgar”...


“mantiene unida la imaginación (nada más que en la aprehensión del objeto) con el
entendimiento (en la presentación de un concepto en general), y percibe una relación de
ambas facultades de conocimiento, que constituye en general la condición subjetiva_
meramente susceptible de ser sentida_ del uso objetivo de la facultad de juzgar (a saber, la
5
concordancia de aquellas dos facultades de conocimiento entre sí).” Llama la atención
esto de constitución subjetiva y uso objetivo, y recuerda a lo que luego se dice respecto de
la belleza: que es una percepción subjetiva que hace de cuenta como si la belleza fuese del
objeto (‘ilusión objetivista’), o como si el juicio fuese objetivo. 6 La reflexión da el marco
para que surja el sentimiento del placer en tanto representación de la coincidencia entre las
facultades, y esto sólo según la forma. Cualquiera que frecuente el arte de alguna manera y
se permita opinar podría reclamar : ¡qué hemos hecho con los sentidos, con las emociones
y esos pareceres sensibles que surgen porque surgen y está bien que así sea, qué tienen que
ver ellos con el juzgar y con el juicio, ambos consecuencias de aquellos!

El juzgar según un concepto atenta contra la posibilidad de la representación de la belleza,


no le deja lugar, cambia de tal modo a ese juicio que le inhibe la predisposición a la belleza,
esa “voz universal”, la cual no es más que el postulado de una “posibilidad”, “sólo una
idea” o una mera pretensión, como dirá después. Pero, ¿dónde se apoya finalmente esta
peculiar universalidad que tiene que evitar tanto el extremo del relativismo sensualista, a
quien se le presenta como imposible poder afirmar más que su sensación ‘privada’,
intransferible y apenas comunicable, como el extremo del concepto racional determinante
que sirva como guía o regla?

Volviendo al parágrafo 9, aquí se define la problemática más importante en relación a la


crítica del gusto; lo que aquí se resuelva será la “clave” para esta Crítica. Estamos en el

5
KANT, Emmanuel, Op. Cit., “ Primera versión de la Introducción”, p., 45
6
Sobre todo en los §§32-33
último parágrafo del segundo momento o factor de la Analítica de lo bello, el referido a la
“cantidad”, donde lo que aparece como tema es la universalidad como posibilidad de
atributo del juicio del gusto. Más aún, estamos ante la posibilidad de sostener un juicio
capaz de valer más allá del origen de su promulgación, la subjetividad, y de esa forma estar
acorde al sentimiento de agrado sin que por ello se sucumba a la limitada, sensual y privada
esfera del sujeto. Lo que se pone en juego aquí es el tema de la comunicación del placer
surgido en una representación de un objeto, por lo tanto, la oposición se da entre sensación
y conocimiento, pero a su vez esto implica determinar la anterioridad de alguno de los dos a
fin de que podamos hablar, o no, de la “comunicabilidad universal” de esa experiencia que
el sujeto tiene como ‘placentera’.

El argumento mediante el cual Kant descarta la posibilidad de que sea el placer el que
anteceda al juicio se concentra casi excluyentemente en su poder de consistencia lógica, ya
que, dice, sería contradictorio querer comunicar universalmente un juicio que se desprenda
de un placer que lo anteceda, ya que en tal caso lo que se estaría comunicando sería un
placer fundado en “el mero agrado en la sensación de los sentidos, y, por consiguiente, sólo
podría tener validez privada, porque dependería inmediatamente de la representación por
medio de la cual el objeto es dado”. Es decir, si para reflexionar_ siempre nos movemos
dentro de ese ámbito_ ‘primero’ debo sentir placer, el resultado que tengo es un juicio con
validez ‘empírica’_ esto es, que ha nacido en mi cuerpo a partir de una experiencia
localizada en él y codificada según alguno de los sentidos_, por lo que su pretensión de
universalidad se ve, como es obvio, limitada a la persona que lo emite, lo cual es una
contradicción con el mismo juicio. El punto es que para que esa ‘comunicación’ pueda
aspirar a ser efectivamente ‘universal’ lo comunicado debe pertenecer de alguna manera al
conocimiento. Pero aunque no estemos, en sentido estricto, en condiciones propias de
conocer al referirnos a los juicios reflexionantes del gusto, debemos, sin embargo, poder
enmarcarlos aunque sea en lo que Kant llama el “conocimiento en general”, algo así como
el rasgo antropológico de esa facultad. Este reflexionar con aspiración de universalidad no
proporciona ningún tipo de conocimiento ni es determinado por concepto alguno, pero
debe mantener como propia y legítima dicha pretensión. Renunciar a ella sería caer
inmediatamente en la estrechez sensual y privada, lo cual impediría que ‘comuniquemos’
eso que ha nacido en la representación subjetiva referida a la belleza. Subjetiva, sí, pero no
por ello ni de los sentidos ni privada.

¿Es esto así? ¿Por qué no se puede comunicar una experiencia sensual privada si sucede
que lo hacemos todo el tiempo? El problema no está en la experiencia, sino en cómo
reflexiono sobre ella, es decir, qué puedo poner en palabras respecto de ella, cómo la
materializo en un juicio.

Sin embargo, insistimos; este parece ser un argumento más correcto que definitivo, pues se
podría pensar en una comunicabilidad de estados representacionales subjetivos ‘privados’
sin que por ello se destruya por principio_ como parece ser el caso para Kant_ la
posibilidad de dicha comunicabilidad. Creo que el arte contemporáneo sabe bastante de esa
posibilidad, la de la comunicabilidad de los mundos privados, sin notar_ he ahí lo que para
Kant es irreparable_ que estaríamos ante el aprieto_ siempre siguiendo a Kant_ de ni
siquiera poder hacer uso del concepto de ‘belleza’ si lo que se pretende es simplemente
poner en juicios sensaciones privadas. Lo que nos interesa es destacar, cosa de la que se
encarga explícitamente Kant en todo el parágrafo, el asunto de esta ‘prioridad’, dada en el
placer respecto del juicio, o bien dada en el juicio respecto del placer. De esto depende que
podamos resaltar lo que consideramos es el propósito de Kant, aún con los riesgos que
siempre estarán sorteando una argumentación como la suya, esto es, apoyar la base de su
argumentación en la ‘forma’_ en su sentido más amplio posible_ como la dimensión
‘adecuada’ y, por así decirlo, en comunidad de esencia con el conocer_ el particularísimo
tipo de conocimiento a que se refiere este juicio del gusto_, pero que al mismo tiempo
necesita expropiar cualquier atisbo de materialidad y de sensualidad remitida al mundo
privado del sujeto.

Es pues, dice Kant, “la universal aptitud de comunicación del estado del ánimo en la
representación dada” la que debe estar en el fundamento del juicio y_ esto es lo más
importante_ la que debe tener o protagonizar “el placer por el objeto”. De esta forma
escapamos a la contradicción anterior y nos ubicamos en el terreno idóneo del
conocimiento, si lo que queremos hacer es comunicar algo vía juicio.
Si nos concentramos en un parágrafo para mostrar cómo se despliega Kant en la
argumentación de la estética del juicio del gusto, es porque consideramos que en él se dice
algo lo suficientemente importante como para por lo menos delinear una base que marca
real diferencia para todo el resto del libro. Me refiero a la contundente afirmación de que no
hay placer estético por la belleza en el juicio del gusto que se dé independientemente del
juicio mismo; es éste el que de alguna manera funciona tanto como origen de dicho placer,
como también de su ‘vehículo’ o forma de hacerse comunicable. Que además dicho placer
no es_ y precisamente en este punto rompe Kant cierta tendencia natural a conectar los
sentidos con el placer_ nacido de ninguna sensibilidad individual, o que, de ser ese el caso,
nada se podría decir al respecto más que la voz privada que emiten los sentidos de cada
cual.

Pero antes que criticar a Kant por su supuestas dureza y frialdad formales, antes de
encasillarlo como un pensador moderno que profesa los valores de la razón ilustrada, lo que
quisiéramos hacer es más bien una celebración: antes de justificar la autenticidad solitaria
de las cuestiones del gusto, la propuesta de Kant nos insta al ejercicio de la conversación
pública, a hacernos entender con los otros mediante el esfuerzo de comunicarnos haciendo
de cuanta que nos ponemos en el lugar del otro cada vez que el juicio se hace voz. Con
rigurosidad aparente se nos dice que estamos en condiciones, de acuerdo a esta
comunicación universal, de exigir que todos “concuerden” con nosotros en nuestro juicio,
pero al mismo tiempo deberíamos darnos cuenta que se trata de una ‘mera idea’. Se trata de
un acuerdo formal respecto a cómo se han vinculado las fuerzas del conocimiento en
general_ entendimiento e imaginación_, de acuerdo a cómo logran fusionarse en tanto
elementos de los que se alimenta la reflexión, el ámbito propio del juicio. Reflexionar sobre
el sentir; ese particular sentimiento que nunca esta exclusivamente adherido a los sentidos
pero que tampoco se deja regir ‘enteramente’ por concepto o regla proveniente del
entendimiento. ‘Cómo me siento yo anímicamente’: eso es lo que llena, por así decir, el
juicio del gusto por lo bello, y esto a su vez tiene que ver con un acuerdo, con una armonía
o “coincidencia” de las fuerzas representacionales subjetivas con pretensiones de
universalidad, las que una vez puestas en el escenario judicativo, buscarán, cual anhelo de
complacencia respecto de sus pares juzgantes, un acuerdo del que nunca podrá ser efectivo.
Será sólo una idea pretendida sin poder de coerción más que en la tácita esperanza de la
aceptación de todos, pues no es una verdad conceptual sino un sentimiento conformado de
forma libre y según la legalidad del juego, el que la imaginación le propone al
entendimiento para combinarse y, de esa manera lograr el “modo de representación válido
para todos.” De alguna manera, este sentimiento debe poder viajar de un sujeto a otro sin
ser enteramente un concepto_ vehículo idóneo si de conocer se tratase_ y sin ser al mismo
tiempo una sensación o noticia de los sentidos.

La resolución del problema planteado al principio, esto es, si el placer antecede al juicio o si
éste antecede a aquél, tiene primero un sentido meramente negativo y ciertamente lógico: si
el placer antecede al juicio estamos pues ante el mero “agrado de las sensaciones”, lo cual
plantea el problema definitivo de la imposibilidad de su comunicabilidad. Si de alguna
manera debemos respetar la “universal aptitud de comunicación del estado de ánimo”, esto
no podría hacerse con la sola asistencia de las sensaciones privadas. Es por ello que el
juicio de gusto subjetivo antecede al placer, fundándose en la armonía de las facultades
gracias a las cuales el objeto es representado como bello. Pero ¿por qué sumar entonces la
“comunicación” del “propio estado de ánimo” si acaso sería suficiente con que cada cual lo
sienta en silencio, consigo mismo, y nada más? Se podría pensar que lo que le agrega el
acto de la comunicación no es mucho si se tiene en cuenta que ya se ha resuelto de alguna
manera lo que es importante, esto es, el arreglo entre las facultades en la correspondiente
reflexión. Pero no es el caso. Precisamente en este punto es donde aparece Kant con su
particular sensibilidad al acertar en una cuestión que aún hoy sigue ostentando los mismos
matices que se le presentaron a él. No propone él una tesis conceptualista o de
predominancia intelectual, según la cual los sentidos son reducidos al mínimo bajo la
presión legitimante de las categorías; no se deja espacio para que unos u otras, conceptos o
sensaciones, sea el que domine las posibilidades estéticas de las opiniones reflexivas
respecto a los objetos_ sus representaciones. Kant nos dice, más bien, que se trata como de
un combinado entre ambos componentes, desdibujándose éstos en cuanto a sus propios
pesos específicos en el exacto momento en el que se pronuncia el juicio_ ¿sugerimos con
esto a la ‘oralidad’ como el escenario de la estética?_, como si se tratara en definitiva de
eso, sólo de intercambiar juicios, pues el placer se concentra precisamente en ese acto al
que Kant describe así: “Que el poder de comunicar el propio estado de ánimo, aún sólo en
vistas de las facultades del conocimiento, conlleva un placer, es fácil de probar por la
proclividad natural del hombre a la sociabilidad (empírica y psicológicamente).” Pero, y
como si esto no alcanzara, lo que dice a continuación Kant significará, al menos, la
aceptación explícita en su argumentación de un aspecto que podría llegar a estropear las
posibilidades de que lo subjetivo evite caer en el relativismo sensualista y alcanzar su
carácter trascendental. Nos dice: “El placer que sentimos se lo atribuimos como necesario
a cada uno en el juicio del gusto, tal como si (itálica nuestra) cuando llamamos a algo bello
hubiese esto de ser considerado como una propiedad del objeto que en él fuese determinada
según conceptos, mientras que la belleza no es en sí nada sin referencia al sentimiento del
sujeto.7”

¿Qué propuesta es esta de hacer de cuenta “como si” lo que se dice que es eminentemente
subjetivo fuese, por el contrario, objetivo, como si fuese una “una propiedad del objeto”,
sino la de haber constatado la imposibilidad analítica por resolver esta pretensión de
universalidad pero, y al mismo tiempo_ y esa es la grandeza kantiana_ constatar una
situación fáctica antropológica, a la que podríamos llamar la de la conversación, como la
única que en última instancia está determinando las posibilidades del juicio del gusto?

La palabra compartida en una conversación, en la que van y vienen juicios y opiniones,


encarna el valor estético de la siempre latente simpatía (o, podría decirse, empatía), esto es,
sentir igual con otro. Como la epifanía real de que hay otro aquí y ahora, de que ese otro
vive en el mismo mundo que yo, y que tal situación existencial es en principio la
posibilidad de un flujo judicativo estético que da voz al gusto, por así decir, el gusto de
conversar. Ese placer es el propio sentir estético, la universalidad viva en la única manera
ajustable a la experiencia libre del gusto de cada cual. Sucede por pura coincidencia, sin
otra coerción que la el juego, sin otro mandato que el de cierta curiosidad que va saciando
su ímpetu a medida que, en entrelazamiento oral con otro, se llega a sentir esa
“agradabilidad” de la que habla Kant, cuando desde la empatía, ya en el disenso o en la
coincidencia, se llega a ‘sentir’ en comunidad, sentir fraterno con ese que, de alguna
manera, siente igual siendo otro, como un otro desdibujado por mera simpatía, y sin que
para nada tenga que haber_ a no ser como simulacro_ una coincidencia ‘objetiva’.

7
Kant, op. cit., pp. 134-35

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