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EL REY DE LA RULETA

Por: Oscar Mendoza Camino

__ PREAMBULO by Zechnas.

Una tarde, poco tiempo después de salir al mercado mi libro “COMO


TRIUNFAR SOBRE TI MISMO” me encontraba caminando por una de las calles
más concurridas de la ciudad colonial de Santo Domingo. En esta se destacaba
una red de tiendas donde vendían desde ropa casual, hasta artesanías, que eran
exhibidas detrás de los cristales de suntuosos escaparates decorados para llamar
la atención de los transeúntes, muchos de los cuales eran turistas de diversas
nacionalidades que venían a disfrutar la belleza de nuestra isla y nuestro clima
tropical. Allí no faltaban los buhoneros, quienes ofertaban sus mercancías, ya
sea en un exhibidor, una mesa y hasta en el mismo suelo de la calzada. Lentes
para el sol, cassettes de música variadas, pirateados, prendas fabricadas en
conchas, ámbar y larimar, libros usados, revistas locales y extranjeras, dulces y
frutas criollas, eran algunas de las tantas cosas que se podían adquirir. Esta
calle a la cual me refiero, es La calle “El Conde”, convertida hace tiempo en
peatonal, engalanada en su comienzo por La Catedral y, en su final, coronada
por la Puerta del Conde que, custodiada por dos soldados siempre en atención,
da paso al parque Independencia, donde se encuentra situado el Altar de La
Patria rindiéndole tributo a los más grandes exponentes de la libertad que
registra nuestra historia, y que llevan por nombres: Juan Pablo Duarte,
Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella, a quienes les debemos
nuestra Independencia.

Esta zona ha sido protagonista de grandes momentos de la historia, y


ha dado paso a la inspiración de muchos escritores. Nunca pensé, que allí
precisamente, daría inicio a una de las etapas más desastrosa de mi existencia y,
a la vez, de tanta gloria. Desastrosa: porque me llevó a olvidar mis principios
fundamentales y abandonar mis metas, hasta descender al infierno de la
desesperación y la tormentosa angustia de ver como se iban consumiendo mis
ideales. Gloriosa: porque fruto del sufrimiento humano, un dolor que ya no
siento, me condujo a recobrar la noción de la realidad y en una lucha
desesperada conmigo mismo pude lograr abrir una ventana de la cárcel que me
mantenía prisionero.
Exhausto y casi muerto escapé de allí. Yo no estaba solo; entre la duda
de ser o no ser, alguien me acompañaba. Muchas veces pensé abandonarme a la
muerte, para escapar de aquella agobiante realidad; entonces, desde la
oscuridad silente, escuchaba su voz confortándome y dándome animo para
seguir. Mi vida quizás ya no tenía ningún valor, mas su presencia empezó a
darle significado a mi existencia. Desde mi encierro voluntario, él siempre me
acompañó, y por su motivación recobré mi libertad. Me gustaría que cada ser
humano, que lo desee, tuviera alguien como él; es único, original y quiere
seguir siempre conmigo. Ante esta circunstancia parecería que mi deseo no
podría ser realidad, según las observaciones de algún incrédulo, respecto a que
las clonaciones apenas están en su fase experimentar; sin embargo, fruto de
los adelantos tecnológicos, hace mucho tiempo que clonaciones de este tipo se
vienen realizando, gracias por lo cual; ustedes, también pueden tener, una copia
idéntica de este ejemplar de “El Rey de La Ruleta”.
EL ENCUENTRO

Allí, en la calle El Conde, me encontraba caminando aquella tarde sin


sospechar siquiera; que iba a marcar el inicio de un drama cruel y espantoso,
por el cual quedarían grabadas huellas imborrables en mi vida. No era un día
común; estaba en pleno apogeo una feria, ya tradicional, organizada por la
asociación de comerciantes de ese sector; que probablemente buscaban
revitalizar las ventas de un mercado deprimido por la baja demanda de aquellos
días.
Grandes carpas representando las diferentes tiendas se extendían a lo
largo de la calle y hacían relucir los rótulos de ofertas especiales. En una de
estas carpas me detuve a mirar unos zapatos; no pensaba comprarlos, pero
estaban muy bien representados por una sugestiva trigueña que, para lograr su
objetivo; sin dejar de mencionar que eran de una marca muy reconocida, me
explicaba todo lo concerniente a su fina piel, su rebajado precio y confortable
modelo. Ya casi me tenía convencido; cuando alguien se detuvo junto a mi, e
interrumpiendo mi casi romántico idilio con aquellos zapatos verdes que jamás
calzaría, me dijo: “Oscar, excúseme, no se si usted me recordará; pero estuve en
la puesta en circulación de su libro y adquirí uno, el cual usted me firmó. Lo he
leído, releído y estudiado, veo que es muy practico y las tablas de auto
evaluaciones son muy buenas. Se que este libro viene a llenar un vacío en
muchas personas carente de estímulos; mas en lo que a mi se refiere, soy un
caso perdido”.
Por alguna razón las palabras de aquel hombre me causaron un leve
estremecimiento, lo miré fijo a los ojos, y con un ligero movimiento de cabeza
lo conminé a continuar.
–Pues bien; en la parte que se refiere al camino del éxito, donde
aconseja eludir los vicios, entre ellos el juego, usted no presenta un argumento
suficientemente poderoso como para persuadir a alguien, que como yo, es
prisionero de una ruleta. He recibido asistencia de los mejores profesionales,
participado en seminarios, charlas y terapia de grupo, y una y otra vez caigo en
las garras de esta rueda estacionaria que no para de girar y, lo que es peor, las
pocas veces que gano o me dejan ganar; es para perder mucho más al día
siguiente.
En este momento intervine, aprovechando la pausa que hizo en su
exposición, y lo convidé a un refresco, lo cual él aceptó; sugiriéndome una
cafetería donde podríamos conversar con algo más de tranquilidad.
A pesar de que muy a menudo pasaba por ese lugar, concurrido por
pintores y poetas, era la primera vez que entraba; tenía la particularidad de que
muchas de las personas que asistían, como asiduos clientes, parecían tener
reservado su lugar. Una ves llegamos, uno de los camareros que era medio
bonachón se adelantó a nosotros y procedió a limpiar una mesa situada en un
rincón, nos saludó, esperó que yo ordenara y se marchó sin recibir la orden de
mi compañero, pues invariablemente este, a quien ya había catalogado como un
jugador frustrado, pedía siempre lo mismo.
Mientras esperábamos que nos sirvieran le hice la siguiente
observación:
− Fíjese señor...
–Me llaman J. Martínez. –Replicó.
–Pues bien señor Martínez; para ir por parte debo aclararle, que mi
libro “Cómo triunfar Sobre Ti Mismo” no pretende presentar fórmulas
infalibles, que de forma fácil solucionen las diferentes situaciones de las
personas que acudan a el; por el contrario, teniendo el conocimiento de que
todo éxito alcanzado está íntimamente relacionado con el esfuerzo realizado,
por la perseverancia puesta y el acondicionamiento de los valores positivos,
hago hincapié de que cada ser humano tiene el poder dentro de sí para hacer de
su vida lo que desea. Por eso en mi libro muestro o sugiero algunos caminos,
mas a cada cual le toca recorrer el suyo. Como ninguna persona es, ni piensa
igual a los demás, deberá adaptar a sus necesidades y propia realidad los
conocimientos adquiridos en este manual. Cada vez que nace una interrogante
en que se involucran los propios principios, hay una falta que se quiere corregir
o valores que se desean resaltar. Es una eminente necesidad de algo que nos
impulsa a luchar hasta contra nosotros mismos para alcanzar la meta que
anhelamos. A pesar de todo, son muy pocos los que asumen el reto y, de
hacerlo, la mayoría lo abandona.
–¿Y a que se debe que alguien como yo, que reconociendo su defecto,
quiere superarlo, y a pesar de eso no lo consigue?
¿Puede ser esto un masoquismo? –Preguntó, mientras en un gesto inconsciente
tamborileaba con los dedos sobre la mesa, siguiendo el contagioso ritmo de un
merengue que empezaba a sonar.
–En sus dedos tiene la respuesta. –Contesté.
– ¿Cómo en mis dedos? –Interrogó algo contrariado, dejando de tocar.
–Es muy sencillo; tú conscientemente quisiera no hacer algo, pero
dominado por el subconsciente, así como hace un momento tamborileabas
sobre la mesa, terminas haciéndolo. A esto los psicólogos lo llaman hábito, y
forma parte del patrón de conducta de cada ser humano. La mayoría de las
persona, sino todas, somos duales y tenemos posiciones encontradas; es como
decir que en un solo cuerpo físico existan dos seres conduciéndolo cada cual a
su manera. Si no hay acuerdo entre las dos partes, se desarrollará una lucha
antagónica que irá destruyendo la personalidad del individuo, hasta sobrevenir
el colapso. Imagínate, piloto y copiloto simultáneamente al mando de un avión
sin ningún acuerdo hacia donde dirigirse y cada quien queriendo hacer
prevalecer su fuerza y su criterio: resulta fácil adivinar lo que sucederá. Por eso
en mi libro hablo de: “Cómo triunfar sobre ti mismo”, pues tú mismo eres causa
y consecuencia. Donde no hay razón, no existe lo razonable, por tanto se debe
hacer un análisis sobre el inicio y la motivación del mal, para encontrar una
respuesta satisfactoria. De mi parte considero que en este caso es más factible
dividir, para debilitar que buscar imponerse a la fuerza.
–¿Explíqueme eso? –Inquirió, mostrando gran interés.
–Me refiero –le dije poniendo énfasis en mis palabras– a que en vez de
sostener una lucha mental de oposición, con el riesgo de que termines
mermando tus fuerzas y te desmoralices, es mejor compartir tus hábitos de
juego con alguna otra actividad que resulte de tu agrado, de esta forma,
haciendo renacer el entusiasmo por otras cosas que consideres importante, irás
creando un equilibrio emocional hasta alcanzar el control absoluto de tu vida.
–Si usted pudiera estar en mi mente, –me replicó haciendo una pausa,
para ordenar al camarero una cerveza y pedir la cuenta, luego de yo eludir la
invitación–. Si usted pudiera estar en mi mente –recalcó– podría experimentar
lo que yo siento y darse cuenta lo difícil que esto resulta para mí. Todo lo que
usted me sugiere, lo he intentado sin ningún resultado positivo, me parece como
si estuviera siendo manipulado a control remoto. No importa donde me
encuentre, siempre, como un autómata, mis pasos terminan conduciéndome al
casino. Cuando la noche se acerca la ansiedad se apodera de mí y se me hace
imposible mantenerme en cualquier otro lugar; al final termino sentado junto a
otras personas que se quejan del mismo mal, pero fieles a sus hábitos, ricos o
pobres, se encuentran en la misma encrucijada. Es algo que, como el placer
sexual, hay que experimentarlo para poder entenderlo; pues no se puede
explicar la alta sensación que estimula al cerebro por la incertidumbre que
causa el giro de la bola convirtiéndote cada vez en un triunfador o perdedor.
Cientos de veces me he dicho y hecho la promesa de que si perdía, esa noche
sería la última vez que jugaría. ¿Resultados?: si gano me siento motivado a
volver, y si pierdo regreso buscando la revancha. La única meta que existe en
mi mente es encontrar la forma de ganar siempre. – Concluyó.
Como yo no tenía, en realidad, demasiado conocimiento sobre la
patología que presentan los jugadores, decidí en ese momento investigar a
fondo las causas que los conllevan a ser esclavos de su malsano hábito.
Mientras pensaba esto rompí el silencio; para, en son de broma, referirle un
chiste que una vez escuché:
–Conozco una formula para entrar a un casino y salir con una pequeña
fortuna; pero solo hay una forma de hacerlo.
–¿Cuál es esa forma? –Me interrogó, abriendo los ojos
desmesuradamente.
–Pues la única forma de entrar a un casino y salir con una pequeña
fortuna es ...
–Hice una pausa para desesperarlo un poco y continué– entrar con una
gran fortuna y salir antes de que se agote.
–¿Es una broma? ¿Verdad? –Me cuestionó sonriendo, con aire de
desaliento.
–Efectivamente –le contesté–, lo hice para reducirte la tensión que te
ha producido esta conversación. Así, quince minutos después, ya casi cayendo
la noche, se despedía de mí aduciendo compromisos ineludibles. Me quedé
triste y pensativo mientras lo veía partir; pues tenía la plena convicción de saber
hacia donde lo dirigían sus pasos...
EL SUICIDIO

Tres meses después de aquel encuentro, todavía daba vuelta en mi


mente la imagen de aquel señor cuya edad, según me confesara, era de 45 años;
pero consumido en la ansiedad que produce el juego, lucia mayor de sesenta.

Era la mañana de un sábado y, por casualidad o destino, pasaba frente a


la cafetería donde sostuvimos aquel encuentro. A pesar de la impresión que el
me había causado, estaba tan ocupado en esos días, que se fue borrando de mi
memoria y terminé restándole importancia; mas ahora, todo el interés de aquel
momento renacía. La curiosidad me arrastró a través de la puerta y fui a parar a
la misma mesa que había ocupado con aquel extraño del que ni siquiera
recordaba su nombre. El camarero que me sirvió no era el mismo de aquella
ocasión, y al regresar con el café ordenado, le pregunté por él.
–No debe tardar –Me respondió, y se quedó mirándome fijamente, para
luego cuestionarme:
–¿No estuvo usted aquí hace unos meses con el señor Martínez? –
Suponiendo que se refería al jugador, le contesté:
–Sí, precisamente le iba a preguntar por él. –Con gesto de sorpresa me
replicó:
–¡Cómo! ¿Acaso no sabe que se suicidó la semana pasada? –Parte del
café caliente se derramó sobre mi camisa y pantalones, cuando, sorprendido por
la noticia, retiré rápidamente la taza que ya rozaba mis labios. No supe si me
había quemado o no, y sólo acerté a murmurar muy quedamente, como saliendo
de un trance: “no es posible, Cómo pudo suceder”. No podía creer lo que
escuchaba, me parecía insólito, pues a pesar del mal habito del pobre hombre,
no creía que en su desesperación por dejar el juego, eligiera una trágica
alternativa. No repuesto del todo de la noticia, escuché al camarero relatarme
detalladamente todo lo que él sabía:
–Estaba separado de su esposa desde hacia dos años, tenia tres hijos
que vivían con su madre a la que, según decían, seguía queriendo. Sus hijos, a
pesar de que el siempre se portó bien con ellos, parecían ignorarle; y para
colmo de males, las malas lenguas decían que el sufría de impotencia. Su
posición económica era muy buena hasta hace un año, cuando comenzó su
afición por los casinos. Se pasaba largas horas en su habitual mesa, la misma en
que estamos sentados, haciendo cálculos para ganar en la ruleta; mas nunca
tuvo éxito. Así fueron desapareciendo todos los bienes que poseía. –En ese
instante hizo un alto y se excusó para atender a unos clientes que llegaban. De
regreso me trajo un nuevo café, para reponer el que se había derramado, me
preguntó dónde se había quedado y, sin esperar a que le contestara, continuó:
¡Ah ya se!... nosotros lo aconsejábamos, le pedíamos, casi le
suplicábamos que dejara de jugar, y él sólo se limitaba a sonreír. La obsesión
por el juego era más fuerte que las ganas de vivir. Después de agotar todos sus
ahorros, concertó préstamos y fue vendiendo sus propiedades. Cuando por
ultimo negoció su apartamento, se fue a residir a una habitación del Hotel que
más frecuentaba para así estar más cerca del casino. Tuvo la precaución de
pagar dos meses adelantados y adquirió, entre otros equipos, una computadora,
para realizar los cálculos que lo llevarían a descubrir la formula de como ganar,
y así convertirse en “El Rey de la Ruleta”. 45 días después, había perdido todo
el dinero, se veía pálido y lucia treinta libras menos; sus manos temblaban
constantemente, sus ojos habían perdido el brillo de la esperanza y sin embargo,
con un dejo de locura, a todos pregonaba que al fin había encontrado un sistema
infalible de como ganar en la ruleta, pero como una ironía del destino, ya no
disponía de recursos para seguir jugando. Muchos lo tachaban de loco, y hasta
los que fueron sus más cercanos amigos y relacionados, le dieron la espalda...
El día anterior a su muerte estuvo sentado en la misma silla que usted ocupa
ahora. –Al escuchar la última frase pronunciada por el camarero, sentí como si
mi alma escapara un instante de mi cuerpo y, al retornar, me sentí poseído por
su presencia. Fue una extraña sensación que sumergió a mi mente en la más
notable confusión y me sentí culpable. Culpable de no haberlo buscado antes,
de no haber puesto el interés que realmente su caso requería. Me sentí único
culpable de su muerte. Se me ofreció la oportunidad de salvar una vida y que
hice, sino, evadir la responsabilidad.
Mientras mis pensamientos volaban cuestionando mi fatal descuido,
hizo acto de presencia el camarero bonachón que nos sirviera aquella vez. Tan
pronto me vio, me reconoció y se acercó a saludarme. Viéndome letárgico y
compungido, posó una de sus manos sobre mi hombre izquierdo y me dijo:
–Lo siento, pero la vida seguirá transcurriendo. Suceda lo que suceda
siempre habrá un después en el que ya todos estaremos muertos. –Sus palabras
no me sirvieron de consuelo, así lo manifestaron dos lágrimas que descendieron
por mis mejillas al ser exprimidas por mis párpados, cuando cerré los ojos
queriendo borrar de mi mente aquel circunstancial momento. Corté un profundo
suspiro, cuando escuché nuevamente sus palabras.
–Dejo un sobre para Usted.
– ¿Un sobre? –Interrogué, recobrando la compostura, sin ocultar la
emoción.
–Sí, fue la última vez que lo vi. Me dijo: “Si por casualidad pasa por
aquí el escritor, entrégale este sobre; si no lo ves en un tiempo prudente,
averigua su dirección y llévaselo” Nunca pensé que en ese momento él había
tomado la determinación de quitarse la vida.
–¡Consígame el sobre! –Interrumpí abruptamente sacudiéndolo por un
brazo; a lo que él respondió encaminándose hacia la cocina, para salir momento
después con un sobre color marrón claro de mediano tamaño.
–Aquí tienes. –Me respondió extendiendo la mano. Mas que tomarlo,
se lo arrebaté, y dándole las gracias salí apresuradamente de aquel lugar,
olvidando, con la prisa, pagar la cuenta.

El trayecto hacia mi casa se hizo largo y el tiempo parecía no avanzar;


en mi cabeza se repetían los mismos pensamientos, motivados por la curiosidad
de saber el contenido de aquel sobre que tan dramáticamente había recibido.
Cuando al fin logré llegar; con manos temblorosas abrí la puerta y me
arrojé sobre un sillón, le di varias vueltas entre mis dedos y fijé la vista en mi
nombre escrito con tinta roja. Así pasé dos o tres minutos contemplándolo con
la mirada perdida, como si quisiera ver en su interior o adivinar su contenido;
pero en realidad retrocedía en el tiempo configurando su rostro, sus gestos y la
angustia que reflejaban sus palabras, al saberse dominado por una obsesión que
paso a paso lo conduciría a la muerte. Mis pensamientos fueron rotos como un
cristal ante el impacto de un proyectil, cuando el sonido de un papel rasgado me
trajo al presente y entonces pude ver el contenido del sobre, que
inconscientemente había abierto. Era una carta muy extensa y un CD de
computadora que dejé momentáneamente sobre una mesita, al lado del sillón,
donde terminé hundiendo mi cuerpo, para concentrarme en la misiva, cuyas
letras se desplazaban ante mis ojos como temblorosas bailarinas.

Sr. Oscar Mendoza Camino


Sto. Dgo. Ciudad

Apreciado Oscar:
Siento mucho que el inicio de nuestra amistad se viera
interrumpido tan repentinamente, y que no haya podido ir más allá de
nuestra primera entrevista. La admiración que sentí por ti, casi me
conduce a la envidia, pues veía que a ti te sobraba lo que yo había
perdido: Fuerza de voluntad y deseo de vivir. Como tú dices en tu libro,
cada cual es dueño de su destino; yo hago eco de tus palabras y me
responsabilizo por el mío. Voy a partir en un viaje que no conozco, no se
si es largo o es corto; pero te aseguro que donde quiera que yo esté, si
acaso estoy, mi espíritu, el que tu alega tiene existencia propia, estará
cerca, pero muy cerca de ti, esperando verte triunfar donde yo he
fracasado. Si tu puedes lograr esto, yo estaré muy feliz en el otro lado.

Te propongo seguir mis pasos y descubrir la realidad del juego.


Practica todo lo que te sugiero y economizaras fuerzas para el juego
final, donde con tu ayuda podrá manifestarse mi venganza. Se que tu
rechazas de plano todas las cosas que consideras negativas, pero también
dices que es posible utilizarlas de forma positivas. No se si esa es una
teoría que tu has probado; pero si no lo has hecho, aquí tienes la
oportunidad. Si acaso ya lo hiciste, por favor no rechaces mi propuesta,
es la ultima voluntad de alguien que verdaderamente te aprecia. Estudia
todo el material que te he dejado como herencia y descubrirá lo que
sucede en esa maldita rueda que me ha robado la vida.

Cuando esta carta llegue a tu poder ya habré terminado con


todo el sufrimiento que mis debilidades de ser humano me causaron.
Muchos se preguntarán, porque yo con todo lo necesario para vivir
cómodamente, tuve que recurrir al juego... quizás pensarán que todo fue
por ambición; mas esto está muy lejos de la realidad. Todo empezó como
un escape a la rutina; dos o trescientos pesos en juego, retribuido (según
creía) por bebidas y cigarros gratuitos.
En los primeros días las ganancias se alternaban con las
pérdidas, luego empecé a perder con más frecuencia, y tomé esto como un
desafío. Dinero no me faltaba para apostar, así que fui aumentando la
cantidad hasta perder el control de mis emociones. Yo sabía lo que estaba
sucediendo, y sin embargo no podía detenerme. Llegué a creer que algo
extraño le echaban a mi bebida, o que era hipnotizado por el giro de la
ruleta. Sucedían cosas sumamente extraordinarias y pensaba que solo a
mí me afectaban, mas pronto escuché a otros compañeros de infortunio
quejarse por lo mismo. Podía pasar toda la noche jugando varios
números, algunas de ellos especiales para mí. Solía apostarle mayor
suma a estos números y no salían, sino hasta que reducía al mínimo la
apuesta; o lo que era peor, si distraído por cualquier razón olvidaba jugar
a uno de estos, la bola de la ruleta, como si tuviese vida propia, hacia mil
piruetas para ir a caer precisamente allí. En diversas ocasiones llegué a
jugar 37 de los 38 números y salía el que dejaba vacío. Al principio
jugaba a seis u ocho números a los que fui agregando otros; al final
quería estar representado en cada hueco de la ruleta; en una palabra, no
quería perder nunca , y sin embargo, aun ganando perdía. Jugaba a
tantas posibilidades; mucho a unos y poco a otros, y siempre, salvo
contadas ocasiones, la bola se la arreglaba para caer donde no había
puesto fichas, o donde menos tenía. Llegué, inclusive, a ganar en 20 de
40 veces, y al sacar balance estaba perdiendo dinero. Muchas veces vi la
bola salirse de un número que tenía bien cargado, patinar en la orilla y
alejarse de la zona dominada por mí e ir a caer al lado de uno de mis
números, o en el medio de dos. Esto, emocionalmente, me causaba tal
grado de frustración que llegué a sentir humillada mi inteligencia y me
enfrasqué en una rabiosa lucha para derrotar a la ruleta y sus
manejadores. Hice cálculos basados en la lógica estudié las leyes de los
promedios, tracé esquemas e implanté sistemas que, por razonamiento,
no podían fallar ¿Que sucedió? Para que puedas entenderlo deberás
seguir mis pasos.

En el CD que acompaña esta misiva existe un archivo bajo el


nombre “El Rey de la Ruleta” allí encontrarás la primera formula,
deberás ir al casino y emplearla, para que te sirva de entrenamiento y
puedas descubrir a la vez, donde fallaban mis cálculos. Debo decirte que
sólo descubriendo la clave de cada formula podrás pasar a la siguiente,
hasta llegar al final; allí encontrarás la forma infalible de ser siempre un
ganador. Yo no pude utilizarla, por falta de alguien que creyera en mí.
Hice un gran descubrimiento que derrumbará el imperio de esta
máquina sobre el ser humano, pero es preciso que sigas las instrucciones,
para que fortalezca tu memoria y así puedas aplicar con éxito las reglas
que yo he creado, para que tu puedas triunfar donde yo he fallado.
Descifrar cada clave te hará saber que estás preparado para el siguiente
paso.

Quise dejarte la computadora que empleé para confirmar mi


descubrimiento, pero fue a parar a las manos del prestamista del casino,
así que si tienes $1,000.00 más los intereses, puedes ir a recuperarla. En
ella, lo mismo que en el CD, está todo lo concerniente a lo explicado.

Deseándote la mayor suerte del mundo se despide,

Tu amigo ausente,

J. Martínez
“El Rey de la Ruleta”

Releí la última página y luego de algunos minutos de razonamiento,


cerré los ojos y entré a una fase de meditación que siempre me daba resultado:
Hacía varias respiraciones profundas para oxigenar el cerebro y luego la iba
estabilizando, hasta alcanzar un ritmo suave y pausado. En ese estado me
imaginaba flotar en el mar, en un amanecer donde el sol, como una gigantesca
yema de huevo, emergía en el horizonte y empezaba a calentar mi cuerpo con la
calidez de sus fulgurantes rayos. Así concentro mi mente en visualizar el
momento, evitando todo pensamiento que pueda distraerme. Pasado diez a
quince minutos de este ejercicio, un instante de iluminación me indicaba, ante
cualquier circunstancia, cual camino debo seguir. En esta ocasión no pude
concentrarme lo suficiente, pues algo superior a mi me impulsaba a investigar
todo lo concerniente al extraño caso en el que me había involucrado,
influenciado tal vez, más por el sentido de culpabilidad mencionado, que por la
petición que desde el mas allá me hacia el difunto J. Martínez.

Luego de un baño que revitalizó mi cuerpo y refrescó mi cerebro casi


calcinado de tanto pensar; me dirigí al casino frecuentado por J. Martínez;
conmigo llevé la carta y un recibo que acompañaba a esta, como constancia de
los equipos empeñados por él. No tenía el nombre del prestamista; pero suponía
que sería fácil localizarlo. Ya en el hotel, el cual conocía bastante bien por
haber participado en diferentes eventos, dirigí mis pasos directamente a la sala
de juego.
PRIMERA EXPERIENCIA

Al momento de hacer mi entrada eran las 8:10 minuto. Un portero que


se encontraba distraído hablando con no se quien, corrió y me abrió la puerta al
mismo tiempo de yo empujarla, lo que provocó que perdiera el equilibrio y casi
me cayera. Algunas risas, ahogadas en su comienzo por las excusas del portero,
hizo que llamara la atención de varias personas que cruzaban el vestíbulo, cosa
que tendría su incidencia más adelante.

Ya anteriormente había visto estas salas de juego, pues en todos los


hoteles la colocan estratégicamente para que no pasen desapercibidas, ni a los
huéspedes, ni a los transeúntes, mas a pesar de haberla visto, nunca me había
fijado detenidamente en ellas.

Allí estaba yo algo indeciso, parado a la puerta del casino, y alguien


que luego supe era un supervisor, señalándome el camino me invitó a pasar. El
sonido causado por las maquinas traganíqueles, mezclado con la música de una
orquesta, la voz del cantante y el murmullo de la gente, creaban un ambiente
casi mágico. Marqué varios pasos más, y fui a detenerme detrás de una señora
que jugaba en una de las maquinas. En pocos minutos, mientras examinaba las
formaciones ganadoras comprendí por que le llamaban traganíqueles. Estas
maquinas estaban preparadas para comerse el dinero, mientras los jugadores se
distraen. Se traga tres y te devuelve uno, se traga siete y te devuelve tres. En
una palabra, te mantiene entretenido por una hora y te deja sin una peseta.
¡Claro! que, como en aquel momento sucedió, siempre hay excepciones: Vi que
la mujer introducía la ultima moneda y pulsaba un botón, concentré mi atención
en las tres ruedas que giraban y pensé que saldrían tres siete, cerré los ojos y al
instante escuche un sonido de monedas que caían, mientras la maquina con una
especial algarabía, como queriendo significar: “¡ganaste! ¡Ganaste!” llamaba la
atención de todos lo presente y los motivaba a seguir jugando, esperando que de
ellos seria el próximo golpe de suerte. Abrí, entonces los ojos, y efectivamente,
había tres siete. La señora, muy emocionada recogió el dinero y se mudó a la
maquina de al lado, que hacia un instante, un señor malhumorado había
abandonado. Esta vez introdujo tres monedas; me concentré nuevamente
cerrando los ojos y mientras la rueda giraba, vi reflejado en mi mente tres
“Royal”, el rutinario sonido señalando un ganador me hizo abrir los ojos, y para
sorpresa mía, había acertado de nuevo. Me alejé rápidamente en dirección de
las ruletas, con el corazón acelerado por la emoción, y convencido de que yo
tenía el poder para hacer que las cosas sucedieran. Me detuve frente a una de
las mesas abarrotada de jugadores. Yo nunca había jugado, pero tenía un alto
sentido de la lógica, y comprendí de inmediato el intríngulis del juego. En ese
momento un crupier soltaba la bola, fijé la vista en la rueda, un numero llamó
mi atención y pensando en voz alta dije: “¡saldrá el 25!” Todas las miradas
cayeron sobre mi. Una mujer tomo un paquete de fichas y se la puso al 25; un
señor quiso imitarla, pero se detuvo cuando una voz ordenó con autoridad:
“¡no más!” y le retiró la apuesta. La bola dio tres vuelta más, cayó sobre los
números que giraban en dirección contraria, dio dos o tres brincos y se detuvo.
–“¡el 25!”–. Anunció el mismo crupier. La mujer que al escucharme
puso las fichas, se paró alzando los brazos, tumbó la silla hacia atrás, la cual
ágilmente detuve antes de que llegara al suelo. En ese momento el hombre que
no tuvo tiempo para colocar su apuesta echó una maldición y se puso a discutir,
alegando que cuando gritaron “no más” todavía había mucho tiempo para él
apostar. Los que aparentemente estaban perdiendo le hicieron coro y lo
apoyaron, a la vez que miraban al crupier como si fuese un criminal, pero de
nada valió el esfuerzo. Yo me divertía con la situación que había creado,
cuando sentí una mano tomándome por un brazo y una voz ronca que me decía
entre dientes:
–Lo que usted ha hecho no está permitido –A lo que yo respondí,
tratando de eludirlo:
–Solo detuve la silla, para que no cayera al suelo.
–Me refiero a decir que número saldría. –Replicó, subiendo el tono.
–Eso fue una casualidad. –respondí, mientras retiraba su mano de mi
brazo; para, recurriendo a mi sentido del humor, interrogarlo con un signo de
jocosidad– ¿No pensará usted que yo soy adivino?
–No me importa si usted es adivino, o no lo es –Me contestó en tono
amenazador–, pero si vuelves a provocar otro desorden, será sacado del salón.

Yo no quería llamar la atención y, sin querer, ya era conocido por la


mita de los concurrentes. Unos me miraban como un entrometido y otros lo
hacían con simpatía. En ese embarazoso momento, recordando lo que había ido
a buscar, aproveché para preguntarle por el prestamista del casino. Esta
pregunta parece que lo desvío del asunto que se traía conmigo y contestándome
de mala gana; “no lo he visto llegar”, se retiró a otra área. En ese momento
caía nuevamente la bola, esta vez en el numero17. El hombre que se había
enfurecido perdió nuevamente, y garrapateando algunas palabras se paró para
retirarse; lo cual aproveché para sentarme en su lugar: un asiento junto a la
ruleta desde donde podía ver todos los movimientos de la bola y del crupier que
la manejaba. Desde ya, empecé a sentirme fascinado, y mientras compraba
$200 en fichas, alguien detrás de mí me recordó el incidente en la puerta de
entrada donde casi me caigo, y agregó:
–Creo que esta será su noche de suerte.
–No creo en la suerte–. comenté.
–¿y en que crees? –interrogó–. Di la vuelta para ver con quien hablaba,
y memorizando los resultados de mis pensamientos con la mujer en el
traganíquel, y más recientemente adivinando que saldría el 25, le repuse:
–Creo en el poder de la mente. En ese momento tiraban la bola,
coloqué rápidamente varias fichas a diferentes números, una de ellas se me
calló y rodó al numero 11 y en un impulso cabalístico, tomé dos fichas más y
se la puse. “¡No más!” gritó el crupier y la bola se introdujo en el once. El
corazón me dio un vuelco por la emoción. Era la primera apuesta que yo hacia
y acerté; sin embargo me preguntaba: ¿Por qué si de forma divina o misteriosa
se me indicó el numero que saldría, sólo coloqué tres fichas? hice un cálculo
rápido: Aposté en total 18 y me entregaron 105, me había ganado 87, pero no
me iba a dejar dominar por la ambición; así que mantuve una apuesta de
entretenimiento relativamente baja, esperando la llegada del prestamista que,
según Garibaldi, no tardaría en llegar. Garibaldi, hasta entonces un tipo extraño
para mi, fue quien me pronosticó una noche de suerte, aun seguía detrás de mí y
se dedicaba a realizar apuntes de los números que salían. De vez en cuando me
sugería algunos y yo los jugaba por cortesía. Calculé que acertaba una vez de
cada cinco, lo cual resultaba un buen promedio. Mis aciertos se habían
equilibrados y la frecuencia se fue reduciendo; de una ganancia de más de
$600.00 que llegué a tener, conservaba $240.00. Las bebidas eran gratis, y yo
iba por mi tercera piña colada más un Whisky que había pedido para Garibaldi,
quien en ese momento me decía que debía retirarme. Como el prestamista no
llegaba, era un poco tarde y el humo de los cigarrillos me estaba irritando los
ojos, opté por seguir su consejo; así que reservé $400.00 y aposté 40 fichas que
me quedaban a diversos números, pero no acerté. Conforme, fui a cambiar las
fichas; me había ganado $200 pesos y un nuevo amigo. Era una de esas
personas que por su simpatía, rápidamente captaba la confianza de todo el que
lo conocía, y yo no resulté una excepción. Cuando nos dirigíamos a la salida
nos detuvimos un momento a ver una muchacha que cantaba en el bar del
casino con un diminuto vestuario; pensé que detenerse allí era posiblemente el
último consuelo de los perdedores, pero más luego pude comprobar que los
perdedores salen disparados como alma que lleva el diablo. Mientras
escuchábamos algunas canciones pude enterarme que Garibaldi era un
empresario dueño y creador de una revista comercial y de un proyecto muy
ambicioso que pretendía lanzar un libro muy práctico para aprender italiano y
un manual turístico titulado “Eureka!!” Esto me interesó tanto, que esa misma
noche acepté una invitación a su oficina, a la cual nos dirigimos caminando,
pues solo quedaba a seis cuadras del lugar.
–Cuando la distancia no es muy larga prefiero dejar el auto y estirar las
piernas, paso demasiado tiempo sentado al frente de la computadora –me
informó, para en seguida interrogarme–: Y tú ¿No tienes vehículo?.
–Tengo y no tengo –le respondí–, mi hermano más pequeño me
convenció de que se lo vendiera, ya que yo pensaba comprar algo más
moderno; él no tenía el dinero en ese momento y me aseguró que me lo daría en
una semana; de esto hace seis meses, seiscientos cuarenta cuentos, ni un solo
centavo y yo aquí pagando taxis.
–Oye, no seas tonto –me aconsejó–, si yo fuera tu se lo quito
inmediatamente.
–Después de todo es mi hermano –repliqué; él es como es y yo soy
todo lo contrario, y aunque conozco bien su mundo de falsedades y engaños
siempre le ofrezco la oportunidad de cambiar. Como residimos en ciudades
distantes, se me hace un poco difícil verlo y esa deuda, al menos, mantiene
nuestras relaciones telefónicas, me brinda la oportunidad de aconsejarlo y a la
vez enterarme de los últimos acontecimientos de mi muy querido pueblo.
–Bueno allá tú –me repuso–, yo pienso que no se debe ser tan flexible,
ni siquiera con un hermano, pero tú sabrás lo que haces. Seguimos caminando
y hablando, como si nos conociéramos desde siempre, hasta llegar a su oficina.
Allí me obsequió una copia del manual de su autoría: “IDIOMA - Si tú quieres
tu puedes aprender Italiano”, para luego mostrarme el manual turístico. No
puedo negar que me sorprendió la capacidad creativa y espíritu de investigación
de Garibaldi quien, según me confesó, tenia dos años en este proyecto, y ya
estando en la fase de edición, había agotado todos sus recursos, por lo cual
buscaba un socio inversionista, y que mejor lugar para encontrarlo que en un
casino. Por lógica pensó que entre los ricos que noche tras noche perdían
enorme cantidades, estaría el socio que buscaba. Así conoció diversos
personajes, algunos de los cuales prometieron considerar su oferta.
Transcurrido un mes, todos preferían arriesgar su dinero en la ruleta y no en el
referido proyecto.
La mutua sinceridad me llevó a referirle la causa por la cual buscaba al
prestamista del casino, y él sin ninguna condición, puso a mi disposición su
computadora, con lo cual me evitaría un gasto innecesario. Así, después de
coordinar reunirnos al día siguiente para ver el contenido del CD, nos
despedimos.
Mientras me alejaba en el taxi, en dirección a mi casa, pensé en el
pronóstico de Garibaldi. Sí había sido una noche de suerte para mí, el tiempo se
encargaría de corroborarlo.

Era la mañana del día propuesto para la revisión del CD. A pesar de
que la noche anterior no tomé ninguna bebida alcohólica, me desperté con un
ligero mareo; posiblemente a causa de tanto mirar la ruleta dando vuelta y de
aspirar el humo de los cigarrillos, al cual no estoy acostumbrado. Debo hacer
referencia que las pocas horas que dormí fue una repetición en sueño de todo lo
acontecido en el casino.
Llegué a la oficina de Garibaldi a las 10:30 AM, me recibió con gran
entusiasmo, e inmediatamente pasamos a revisar el CD. Abrimos el archivo
“El Rey de La Ruleta”, donde J. Martínez empieza a mostrar los sistemas
empleados por él; pero antes, para los que no conocen bien este juego
supuestamente de azahar, debo explicar:
__ LA RULETA
Qué es y cómo funciona

La ruleta, técnicamente hablando, es una rueda colocada en una mesa,


circundada por números, separados entre si por una plaqueta y sumergidos en
un canal; más arriba hay otro canal donde se pone la bola a correr en sentido
inverso al giro de la rueda. La bola va perdiendo su velocidad, hasta que llega
el momento en que la fuerza centrifuga que la mantiene pegada al canal no es
suficiente, y entonces se precipita hacia los números donde puede rebotar y
realizar las maniobras más fantásticas, ante los ojos atónitos de los jugadores, o
quedarse sembrada en el numero que cae. Los números (aparentemente
desordenados) van desde el uno al treinta y seis, pero suman treinta y ocho,
contando el cero y al doble cero. La disposición de estos en el paño es
progresiva; mas la aparente desordenada distribución en la ruleta, es una
perfecta obra de ingeniería ordenada, no matemáticamente como pensé en un
principio; sino, geométricamente, según podrá verse más adelante.
Antes de analizar esto a fondo, debemos observar en la siguiente
gráfica, las posibilidades de apuestas que existen, y como se identifican en el
paño.

Figura no. 1

Además se puede apostar a:

PAR (EVEN) paga 1x1


(ODD) ‘‘ 1x1
ROJO (RED) ‘‘ 1x1
NEGRO (BLACK) ‘‘ 1x1
1 AL 18 ‘‘ 1x1
19 AL 36 ‘‘ 1x1
VENTAJAS DEL CASINO

En todas las apuestas que se realizan, el casino tiene dos números de


ventaja, ya que existen 38 números y ellos pagan 35X1, lo que significa, que si
se juegan todos los números de a una ficha, ellos siempre se ganarían dos; pero
esta es la ventaja que se ve claramente, mas en el transcurso del libro iremos
descubriendo otras ventajas encubiertas, o menos claras. Como ejemplo
podemos poner el caso de apostar a los colores. Cuando se juega a los colores,
prácticamente se juega al 50% en el promedio; mas cuando en las primeras
jugadas no sale el color que uno juega, entonces hay que arriesgar una suma
cada vez mayor para poder recuperar, y ganar algo que no se corresponde con
el riesgo, según podemos ver en la gráfica siguiente:

Tabla ‘‘A’’

Fichas jugadas
Rondas durante 6 rondas Gana Menos pérdidas acumuladas Ganancia neta

1 5 al rojo 5 0 5

2 10 ‘‘ ‘‘ 10 5 5

3 20 ‘‘ ‘‘ 20 15 5

4 40 ‘‘ ‘‘ 40 35 5

5 80 ‘‘ ‘‘ 80 75 5

6 160 ‘‘ ‘‘ 160 155 5

Con esta primera forma vemos que, doblando la apuesta, siempre se


gana la cantidad con que se comienza, y se arriesga mucho para ganar poco.
Debo comentar que es muy frecuente que un color se pase hasta diez veces sin
salir; yo soy testigo de ver como un joven que había terminado un contrato de
trabajo, se sentaba en la mesa que yo estaba, con $30,000.00 fruto de sus
prestaciones y empezó a jugar al rojo empecinadamente durante 14 veces, y en
cada una salía el negro; y si este no salía, lo hacía el cero o el doble cero.
Cuando le quedaban $2,000.00, con su rostro empapado en sudor y temblándole
la mano los puso al rojo, el crupier lanzó la bola y después de dar varias vueltas
¡Al fin cayó en el rojo! Y no se justificaría el estupor sembrado en el rostro del
joven, ni los improperios que arrojaron su boca, a no ser que segundos antes de
caer la bola, como diciendo “Esta vez no me van a joder” había cambiado las
fichas para el negro. En este caso este joven no duplicaba las apuestas, pero si
lo hubiese hecho no habría llegado tan lejos.
Mejor que duplicar, según la opinión de algunos jugadores: es triplicar.
Veamos la siguiente tabla:

Tabla “B”
Fichas jugadas durante 5 rondas Gana Menos pérdidas acumuladas Ganancia neta

5 5 0 5

15 15 5 10

45 45 20 25

135 135 65 70

405 405 200 205

Como se puede verificar, la cantidad apostada aumenta muy


rápidamente, y se puede hacer insostenible. Notemos, también, que las tres
primeras apuestas dejan muy poca ganancias y luego aumenta mucho el riesgo.
De no ganar en la última apuesta, a los $200.00 perdidos hay que sumarle
$405.00, lo que hace una perdida de $605.00, que sería muy difícil recuperar
con este sistema.
Ya sea que exista la manipulación a distancia de la bola (según
especulan muchos jugadores) o no, es muy dudosa la apuesta a los colores y a
todas las que se pagan 1x1; por esto quizás J. Martínez nunca hizo estas
apuestas. Pasemos ahora a ver el primer sistema que él aplicó, y que aparece en
el CD: Este sistema se basa en seleccionar 6 números sucesivos, jugarle pocas
fichas al principio e irle subiendo progresivamente en una constante, que al
momento de salir un numero del sector elegido, le permita al jugador recuperar
lo jugado y obtener la suficiente ganancias, para soportar las perdidas en otro
sector, (Esto, según he escuchado, no se permite en los casinos de algunos
países) y aun así mantenerse arriba. En este caso J. Martínez hizo el siguiente
calculo: Tomando como referencia a doble cero (00), seleccionó seis números
sucesivos “27-10-25-29-12-8”, de acuerdo al orden colocados en la ruleta; y
que representa una sexta parte (sin contar cero y doble cero), como podemos
ver en la parte destacada de la gráfica siguiente, y que se identifica como una de
las llamadas “zonas” de la ruleta.

Figura no. 2

Cuando este sector (o zona) saliera, él cambiaría para el que más


tiempo tuviera sin salir. Aquí el calculó que la frecuencia de salida era (en
promedio) una vez de cada seis, y que si además de tener esto en cuenta,
empezaba a jugar un sector cuando tenía varias veces sin salir, aumentaría sus
posibilidades de ganar, contando con la premisa, de que mientras más tiempo
pasa un numero (o sector) sin salir, más cerca está de que lo haga. Esto parece
muy cierto, pero estar más cerca cada vez, no implica que salga en la siguiente
jugada, pues podrían faltar cinco, diez o más veces para que suceda. La lógica
también nos dice, que según el sistema que ustedes van a ver, deberían ser más
las ganancias que las perdidas.

La primera formula se llama “6x6", que significa jugarle a seis


números de un sector determinado, durante seis jugadas.

Veámoslo a continuación:
Tabla “C”
A B C D E F
Cantidad de Total de fichas
Numero de Ganancia al Menos total Ganancia neta
fichas jugadas jugadas a los 6
ronda momento de salir jugado
a cada numero números
1 1 6 35 6 29
2 2 12 70 18 52
3 3 18 105 36 69
4 4 24 140 60 80
5 6 36 210 96 114
6 9 54 31 150 165

Esto se interpreta de la siguiente forma: Columna “A”: El numero


de la ronda. Columna “B”: La cantidad de fichas jugadas a cada numero; como
son seis (en este caso) la primera jugada será de seis fichas, y de acuerdo a los
recursos del jugador, estas fichas pueden ser de un valor de $1.00, $5.00 ó
$25.00. El total de fichas jugadas en cada ronda figura en la columna “C”. A la
ganancia bruta (Columna “D”) se le restará el total jugado (Columna “E”) para
quedar en la ganancia neta (Columna “F”). Hay que observar que, además de la
ganancia neta, quedan en la mesa las fichas de las apuestas ganadoras; estas se
pueden retirar y sumarlas a las ganancias netas, o dejarla en la mesa buscando
multiplicar las ganancias en caso de que el número se repita, como incontables
veces sucede.

Para el jugador que quiere más proporción a su favor, este sistema le


permite jugar, de forma paralela, otra serie de seis números. Esta segunda serie,
aunque disminuye las ganancias, aumenta la ventaja proporcional al doble. Al
restar la jugada de la segunda serie, la tabla se modifica de esta forma:

Tabla “D”

A B C D E F G H
Cantidad de
Total de Menos
fichas Ganancia al Menos el
Numero de fichas Ganancia fichas en Ganancia
jugadas a momento de total
jugada jugadas a los neta ronda residual
cada salir jugado
6 números paralela
numero
1 1 6 35 6 29 6 23
2 2 12 70 18 52 18 34
3 3 18 105 36 69 36 33
4 4 24 140 60 80 60 20
5 6 36 210 96 114 96 18
6 9 54 315 150 165 150 15

Como podemos observar; han sido agregadas dos columnas; (G y H) y


al restar lo jugado en la segunda serie (columna G) queda la ganancia de la
columna H, que por supuesto, se ve muy disminuida.

Nótese en el primer caso, (Tabla “C” columna “F”) que las ganancias
van en aumento, y que según los recursos del jugador, podría aguantar unas
cuantas jugadas más, en caso de no salir en la jugada numero 6, pero esto
pronto se hace insostenible; y en la que se juega otra serie adicional (Tabla
“D”), es mas insostenible todavía, por lo cual j. Martínez recomienda
abandonarla, si no sale en las primeras seis jugadas. El razonaba que jugando 5
series (una cada vez) debería ganar al menos tres.
Todo esto luce muy hermoso, pero a pesar de todo, a J. Martínez le falló; y la
primera prueba que me plantea, es descubrir por qué. Y descubrir por qué sin
pasar por la experiencia, no parece sencillo.

Ya pasado el medio día, luego de intercambiar opiniones con Garibaldi


sin llegar a ninguna conclusión, decidí partir, y me dirigí a casa de una tía,
donde frecuentemente almorzaba. Ya allí, comentándole sobre el extraño caso,
rebosante de emoción me sugirió escribir la historia referida y, aunque al
momento no lo contemplé, de regreso a casa sin saber hacia donde me
encaminaba, consideré que la idea no era mala; así que tomé un reposo de una
hora, hice mis ejercicios de relajamiento y meditación acostumbrado y me
dispuse a realizar una posible introducción. Al rato había consumido diez
paginas de un cuaderno y exaltado al máximo mi espíritu de escritor. Ya es
suficiente, me dije, dejando a un lado el cuaderno. En eso, cuando me disponía
a tomar un baño, sonó el teléfono; era Máximo Martínez, uno de mis mejores
amigos que me llamaba para invitarme a una exposición de pinturas en el
museo de arte moderno. Como ya tenía programado ir al casino, pensé
rechazar la invitación, mas al decirme que era a las 7:30 PM, acepté. Dos horas
más tarde nos reunimos donde previamente habíamos convenidos, y nos
dirigimos al lugar acordado donde se celebraba la Bienal del Caribe. Yo
también era un amante de la pintura, y pintar era unos de mis pasatiempos; no
era muy bueno, ni reconocido en esta área, sin embargo algunos de mis trabajos
surrealistas llegaron a impresionar, no por la calidad de la obra, sino por la
creatividad que estas presentaban. Muchos decían que si yo me dedicara a
pintar con seriedad, sería un gran pintor, y llegué a creérmelo, hasta que vi los
sorprendentes trabajos de los artistas que allí exponían. Aunque nunca he sido
pesimista me embargo el desaliento, cuando pensé que necesitaría mil años para
poder pintar como ellos. Total, hoy escribiendo un nuevo libro me resigno a
pensar que mi vocación es la de escritor, autor y compositor, y no la de pintor,
pues aunque los pintores pueden llegar a ser famosos (los menos) y recrean la
vista de las personas causando su admiración, no es menos cierto que el escritor
a través de su obra puede hacer un servicio social y compartir indirectamente
con lectores de todo el mundo, creando un vinculo a veces casi familiar. Como
autor y compositor, todavía se puede decir más, pues aunque los libros resultan
relativamente baratos, no todo el mundo compra libros, pero las canciones
cuando son buenas y la promueven, llegan gratuitamente a todo el mundo a
través de la radio y la televisión, y los que las escuchan hasta terminan
cantándola, eso sin dejar de mencionar como puede despertar la sensibilidad del
ser humano cuando este se identifica con el tema.

Durante este recorrido por los diferente salones del museo, entre
opiniones y comentarios ya había enterado a Máximo de mis planes de ir al
casino, y cual era la motivación que allí me conducía. El no tan sólo asedió a ir
conmigo, sino que me propuso intervenir, jugando una cantidad igual a la mía,
y si uno ganaba y el otro perdía, el ganador compensaría al perdedor. Llenos
de entusiasmo nos dirigimos al casino. Era una noche muy concurrida, pero
tuvimos la suerte de que al llegar estaban abriendo una nueva mesa. Yo le había
explicado el sistema que íbamos a experimentar y le indiqué lo sugerido por J.
Martínez, dos serie de 6 números que cada quien jugaría, cambiándola cada
vez que una saliera. La primera de él sería: 28-9-26-30-11-7. La segunda: 1-13-
36-24-3-15. Yo elegí para mi: 27-10-25-29-12-8 y 2-14-35-23-4-16. Cada uno
de nosotros compró $200.00 en fichas de a $1.00 y al cabo de dos horas de
juego nos retiramos; él con una ganancia de $150.00 y yo de $275.00; no era
mucho dinero, pero si las fichas hubiesen sido de $25.00 (para alguien que
puede y le gusta apostar mucho) y no de $1.00, las ganancias habría sido de
$6,875.00.
Existen otras fórmulas que, matemática en mano, proporcionarían (al
menos, teóricamente) mejores ganancias; pero antes de analizar esto, veamos lo
que sucedió en las siguientes dos semanas...
CAMBIO DE SUERTE

Me reuní nuevamente con Garibaldi buscando descifrar el siguiente


paso, pero no dimos con la clave. Como referencia, J. Martínez, a través de la
computadora, me pedía el control secreto de la serie 27-10-25-29-12-8 y 28-9-
26-30-11-7, que él mismo recomendaba jugar. Ensayamos algunas ideas, mas
no dieron resultado. Las próximas dos veces fui solo al casino, y siempre gané
con el método empleado. Todo el tiempo estaba pendiente de lo que sucedía
con las series señaladas, pero nada descubría; yo seguía ganando, no mucho,
pues apostaba poco y siempre andaba con $300.00, ó menos. Durante la
práctica, notaba como, uno tras otro, los demás jugadores se iban parando,
después de perder desde cien hasta miles de pesos.

La siguiente vez, casi finalizando ese mes, fui nuevamente


acompañado de Máximo. Esa noche perdí $200.00 y él $100.00, eso a pesar de
que entre los dos jugábamos 24 números cada vez. De ahí en adelante fui
diariamente durante cinco días, y siempre perdí. Al sexto día regresé con
Máximo y volvimos a perder, él le echó la culpa a la mala suerte, yo fui más
lejos y empecé a creer que verdaderamente, para que esto sucediera, tenía que
haber manipulación; Pero cómo sería esta manipulación ¿a través de algún
sistema magnético controlado por computadora de forma automática, o a base
de unos o varios expertos que observan los monitores que reciben las imágenes
de las cámara dispuestas en el techo enfocando cada mesa? ¿O a caso podían
los crupieres dirigir la bola (a base de prácticas) al sector que ellos quisieran,
acertando en la mayoría de los casos? Para que esto pudiera ser posible, habría
que tener un gran dominio de la zona y una forma fácil de identificarla, además
de conocer como apuesta cada jugador. También supuse que los jugadores
presentan diferente patrones de juego, y que los crupier lo identificarían por
este patrón y no por sus nombres, pensé también que la rotación frecuente de
los crupier no es casual, sino para relacionarlos con todos los jugadores. Llegué
a estas dos últimas conclusiones (que podrían ser fantasía de la mente de los
perdedores) después de acudir sin compañía, por tres veces más, al mismo
casino, y siempre irme perdiendo. Me preguntaba porqué había dado este giro,
ese concepto llamado suerte que ahora se había vuelto en contra mía.

Analizando la increíble maniobra de la bola, que a veces parecía


tener vida propia; viendo las secuencias que parecen imposible de repetirse por
el calculo de posibilidades, como esa de salir tres números sucesivos, ejemplo:
7-8-9, y ese otro de salir un numero, para luego salir el del otro extremo y
regresar nuevamente al primer numero (bautizado por mi como “efecto ping
pong”). Estas y otras diferentes sucesiones increíbles, a la que la mayoría de los
jugadores no apostarían, me llevaron a suponer que, además de todo lo
comentado anteriormente, puede existir, también, la forma de que la ruleta esté
preparada para realizar estas combinaciones por si misma, en una total ilógica
frecuencia que desconcertaría al más veterano jugador. Si esto llegara a ser
cierto, la única forma de poder ganar sería jugando de forma contradictoria, o
sea en contra de la lógica, pues es ilógico “como he visto en incontables
ocasiones” que los números nones salgan mas de diez veces corrido (yo lo he
visto salir 14 veces) y que uno de los cuadros conformado por 12 numero se
pase hasta 10 veces sin salir, o que salga uno de estos tres cuadros 7 veces
corrida. Eso realmente desorienta a cualquier jugador y lo lleva al pináculo de
la desesperación.

Es también lógico suponer, que el orden en que están colocados los


números en la ruleta, nos facilita jugar las diferentes zonas y, a mi modo de ver,
a la vez nos descubre ante el posible sistema de control que, como si fuera una
huella digital, marca el perfil de cada jugador.
FORMAS GEOMETRICAS

Como ya había experimentado por varia veces el sistema indicado por


J. Martínez, para someterme a prueba; terminé por memorizarlo, luego pude
darme cuenta que mi guía para saber donde estaban los números que yo jugaba,
aunque estos estuvieran cubiertos de fichas, era por las formaciones
geométricas. ¿Fue esto así desde que se inventó la ruleta? ¿O la fueron
modernizando con el tiempo?

Como ustedes saben (o Podrán notar) tanto el “0” como “00”, por ser
de mas fácil localización son utilizados por los jugadores, como referencias, y
juegan; después, o antes de cero; así como después o antes de doble cero.
Luego de mucha practica, ya se puede memorizar cualquier zona sin tener que
tomar referencias, mas es común ver como frecuentemente a los jugadores se le
pasan números que han estado jugando en una serie, y entonces salen.
Las formaciones geométricas más sencillas son las que se forman después de
“0” y después de “00”, en una serie de seis números.

Veamos a continuación para corroborar lo expresado:


Después de “00”, se crea la siguiente figura:

Figura no. 3

Y después de “0”, esta otra:


Figura no. 4

O sea, una inversión de la primera que, al verse juntas formarían dos rectángulos:

Figura no. 5

Esta formación parecía una clave, y en efecto lo era; mas no como yo


pensaba. Al llegar a este punto, sospeché que la clave sería “Rectángulo” o
“Dos Rectángulos”, según las formaciones geométricas comentadas, así que
nuevamente recurrí a Garibaldi con el CD, pero recibí la gran sorpresa de que le
habían robado todos los equipos de oficina, incluyendo las computadoras. Sentí
una inmensa pena y hasta se me aguaron los ojos, mas él, sin darle casi
importancia al hecho, me dijo: “No te preocupes Oscar, yo estoy vivo y no voy
a fastidiarme por lo pasado. Ya hice la denuncia; si se recuperan voy a seguir
adelante”.
–¿Y si no se recuperan ?–. Le pregunté con curiosidad.
–Si no se recuperan, amigo Oscar, también voy a seguir adelante; sólo
que tendré que poner mayor esfuerzo. –Cambiando el tema me refirió los
planes que se proponía ejecutar y por el entusiasmo y entereza de este hombre
que se había ganado mi admiración, pude comprender que nada lo detendría en
su marcha hacia las metas que él se había trazado.

Al salir de la desolada oficina de Garibaldi, recordé que uno de mis


grandes amigos “Roberto” quien había hecho las gráficas de mi libro “Como
triunfar sobre ti mismo”, también tenía una computadora. Inmediatamente me
puse en contacto con él, me pidió que fuera a su casa. Roberto, a mi
consideración, es uno de estos genios que no hacen mucho ruido, así que pensé,
sería de gran ayuda para mí. Cuando llegué a su casa me recibió con esa
extraordinaria sonrisa que lo caracteriza. Tanto él, como su esposa, son de las
personas más agradables que me ha tocado conocer. Momento después del
encuentro, luego de dos copas de vino y algunos cuentos, me condujo a la
habitación de su bebe: una hermosa computara que, por suerte, tenía el
programa en el que se realizó “El Rey de la Ruleta”. Le expliqué todo lo
relacionado a este, mientras sus dedos manejaban con gran prodigio el ratón de
la computadora, mostrándome lo que era capaz de hacer. Cuando entramos al
archivo le sugerí que escribiera la palabra “rectángulo”, pero no funcionó,
como tampoco resultó “Rectángulos”. Esto me desconcertó; pues yo tenía la
seguridad de que esta sería una de las claves. “No son rectángulos”, comenté; a
lo que el me repuso, mientras empezaba a escribir algo...
–¡No señor! son dos doble seis. –Al concluir la digitación, la palabra
“¡Correcto!” surgió desde el fondo, llenando la pantalla. Al ver esto, nos
miramos y chocamos con fuerza nuestras manos, riéndonos a todo dar...
–¡Angelita, trae mas vino!, que esto hay que... ce-le-brar-lo–. Exclamó,
al momento que la pantalla cambiaba mostrando el siguiente texto: “Apreciado
Oscar, si has pasado esta prueba, significa que has estado perdiendo, sino, ni
siquiera te habrías interesado por ella. Espero que tus conclusiones hallan sido
como las mías. Para el siguiente paso te recomiendo jugar series de ocho
números; Debes de comenzar con una, y si a las dos jugadas no ha salido,
empezarás una nueva serie, sin abandonar la otra; mas nunca deberás jugar más
de tres series al mismo tiempo. La nueva formula es “8x5”, o sea jugarás a ocho
números seguidos durante cinco veces; la que no salga en ese tiempo, debes
abandonarla e iniciar otra. Te recomiendo comenzar antes de “0” y “00”; esta
vez la pista será más clara.

La siguiente gráfica te muestra la secuencia, no debes abandonarla


hasta que no pasen cinco jugadas, tampoco debes salirte del patrón señalado
¡Hasta pronto! y recuerda que la desesperación es el preludio del fracaso.
Total de
Cantidad de fichas Ganancia bruta
Numero de fichas jugadas Menos total Ganancias
jugadas por al
jugadas a los ocho jugado neta
numero Momento de salir
números

1 1 8 35 8 27
2 3 24 105 32 73
3 4 32 140 64 76
4 6 48 210 112 98
5 9 72 310 184 131

Esta vez no tuve que ir al casino a experimentar el nuevo sistema, pues


luego de un ligero estudio dimos con la nueva clave, a partir de nuevas formas
geométricas con las combinaciones de ocho números.

Antes de “00”, podemos ver lo siguiente:


Figura no. 6

Se nota claramente que esta aparente distribución al azar, no es algo


escogido por antojo, sino una clara referencia; y no creo que sea para facilitar la
jugada, sino para saber la zona que juega cada jugador.

Antes de “0” se da lo que podemos ver en esta otra gráfica:

Figura no. 7
¿Y que sucede si juntamos las dos series anteriores? ...Veamos:
Figura no. 8

¡Que curioso! se ha formado 4 veces la letra “L”, dos de ellas


invertidas, o dos “L” y dos “7”, se podría leer: “LL 77” desde cualquier lado de
la mesa, y si esas zonas se muestran muy cargadas sería demasiado notable; por
tanto, si existe algún control para manipular la ruleta, esta es la forma que ellos
tienen para identificar la zona. Pero… ¿Puede existir algún mecanismo para
reconocer los valores jugados a cada número? Me pregunto esto, por que si la
referencia es por cantidades de fichas, se da el caso de que uno que tiene una
sola ficha, de $100.00 a un numero, tiene más valor apostado que otros que
tengan veinte de a $1.00; La de cien podría estar tapada con dos o tres de $1.00
y comparando el volumen se vería muy inferior a la otra columna, pudiendo así
engañar a los manipuladores; pero en la realidad no es así, y todo parece
resultar como ellos lo desean. Esto me condujo a pensar que puede existir
cooperación entre los medios, ya sea información física y manipulación
electrónica. Como todo esto cae en el terreno de la especulación; si esta no
resulta verdadera, toda la responsabilidad recae, entonces, sobre el (o la) crupier
que pone a girar la bola, de tal modo que estos serian como lanzadores en el
juego de pelota, buscando lanzar Strike para ponchar al bateador; así unos
serian mejores lanzadores para determinados bateadores, y los enviarían de
relevo cuando uno de estos está resultando difícil. En tal caso, una conversación
imaginaria entre un supervisor y los crupieres seria:
–Ese de la camisa blanca esta ganando mucho, ¿alguno de ustedes
(refiriéndose a los crupieres) lo conoce? ¿Saben como juega? A lo que alguien
contestaría: “yo conozco su forma” (o determinado crupier la conoce) y puedo
dominarlo fácilmente.
–Pues hagamos el cambio y mañana estudiaremos el vídeo para que
los demás lo conozcan–. Menciono aquí lo del vídeo, porque si tienen cámaras
apuntando a cada mesa, deben filmar todo para facilitar el estudio de los
jugadores más difíciles de pelar. En una ocasión pude comprobar el alcance y
precisión de las cámaras, cuando un crupier, barrió parte de las fichas
ganadoras. Ante la reclamación de un jugador, otros se le sumaron, y cada cual
alegaba la cantidad de fichas que tenía puesta al número ganador. Por la duda,
un inspector detuvo la jugada y subió al cuarto de controles; para bajar cinco
minutos después con la información exacta de cuantas fichas había de cada
color. ¿Cómo lo pudo ver la cámara, con tanta exactitud, si las fichas están una
encima de otra? De acuerdo a lo percibido, no se puede dudar que exista algún
control similar al código de barra empleado en cajas registradoras, pero algo
más sofisticado, como sería un rastreador láser a distancia. Si esto en realidad
está controlado de esta forma, en esta era de la electrónica, vale decir que no
siempre fue así, y que antes de que esto fuera posible se utilizaron otros
medios; ¿pero cuales? Ante estas incógnitas, muchas personas llegan a pensar
en pactos con seres sobrenaturales, magia y otras creencias, todas ligadas al
mundo de lo sobrenatural, y que favorece casi siempre al malo de la película.
Basado en estas creencias de superchería es que muchos jugadores consultan
horóscopos, adoptan amuletos y hasta realizan extraños rituales. Algunos no se
bañan cuando van a jugar, otros se ponen los calzoncillos al revés, cambian
constantemente de perfumes, o lo combinan. Cuando nada de esto resulta,
entonces le echan la culpa de su mala suerte a un fucú que se le sentó al lado, a
uno, o más, crupier; al jugador, que cuando llega no hay lugar y se le para
detrás, deseando que pierda rápido para tomar su lugar. ¡En fin!, incontables
son las causas a las cuales el jugador atribuye su mala suerte. Por otra parte,
equivocadamente pensaba, que al casino no le importaba mucho el jugador que
iba y se llevaba dos o trescientos pesos; pero ahora casi me atrevo a
asegurarles, que ellos pueden centrar su atención en alguien que a ido varias
veces a jugar con cien o doscientos pesos, y ocupa por largo tiempo un lugar
céntrico en la mesa, lugar que muy bien puede ser ocupado por alguien que le
brinde mayores beneficios. Ante esa situación, ellos se ocupan de ganarle a este
jugador, (un necio para ellos) aunque al hacerlo pierdan, momentáneamente,
varios miles con otro, que muy bien saben podrán recuperar más adelante. Una
cosa es segura; el interés de la banca es ganarle, tanto al que lleva $50,000.00,
como a el que va con $100.00; pelar al rico, pelar al pobre, pelar a todo el
mundo sin ninguna discriminación, es la consigna.

Dejando de lado este largo comentario y volviendo a la figura No. 8,


concluimos Roberto y yo, que la siguiente clave era “LL77” y efectivamente, al
introducirla en la computadora obtuvimos una respuesta inmediata. Yo
esperaba nuevas fórmulas de juegos, pero quedé sorprendido cuando leí en la
pantalla el siguiente texto:

“Si entraste a esta parte sin ejecutar la practica anterior, demuestras tu


impaciencia. Si ya la ejecutaste, habrás notado tres frases comunes en los
jugadores, si puedes dar con dos de estas, te darán paso al próximo nivel.
Recuerda que debes de vivir tu propia experiencia, pues sin esta de nada te
valdrán los conocimientos”.

No me costó más remedio que hacer lo que me decía.

ATRAPADO EN LA RED

Durante un mes estuve jugando casi a diario, ganaba y perdía; pero


después de los primeros 15 días no volví a ganar. ¡Increíble! decía cada vez que
la bola eludía con destreza mis números, y lo peor del caso era que había
olvidado por completo el motivo real de yo asistir a ese lugar; no fue sino, hasta
que alguien al unísono conmigo pronunció la palabra “increíble” que pude
notar lo común que era, y que esta podía ser una de las palabras buscadas. No
obstante, de ser cierto que había dado con una de ellas, no lo podría saber hasta
encontrar otra; así que, ejerciendo una fuerza de voluntad casi suprema, me
concentré en poner mas atención a lo que allí se decía, que a jugar. Estás
distracciones me costaron varios miles de pesos más. En diferentes ocasiones
fui donde Roberto y experimenté diferentes palabras combinadas entre si, pero
ninguna completaba la clave. De todo modo seguimos buscando formas
geométricas, y aquí le muestro otra.

En la zona 19-31-18-6-21-33-16-4 (Orden en que se encuentran en la


ruleta) se forma esta otra figura:
Figura no. 9

Mientras seguía investigando, volví a experimentar los sistemas


conocidos y otros creados por mí, pero todos fallaban y me dejaban anonadado.
A pesar de tener ya la seguridad de que no podría ganarle a la ruleta, esta se
había convertido en una terrible obsesión que estaba destrozando mi sistema
nervioso, ya no tenía control sobre mí, había rebajado más de 15 libras y
abandonado mi cuidado personal. En más de una ocasión desesperado grité ¡No
juego más! y siempre cumplí mis palabras, si se interpretaban como “No juego
más esa noche”. Aunque aun no colapsaba mi esperanza, me sentía enredado en
una tela de araña en la cual, yo era la víctima y la araña. Hubo momentos en
que yo mismo me insulté, tachándome de terco; pero una noche en que fui a
jugar $200.00 y perdí $1,800.00, llegué al colmo de darme yo mismo una
bofetada, esto me hizo reflexionar y me mantuve al rededor de un mes alejado
del casino. Ese tiempo lo aproveché para estudiar el comportamiento del juego
a través de los apuntes que realizaba cuando jugaba.
Con diversos ejemplos voy a mostrarle algunos de los sistemas que
practiqué y lo que sucedía más frecuentemente: jugué ocho números después
del doble cero. Estos eran: 27-10-25-29-12-8-19-31, que representan un sector
de menos de 1/5 del total. Comenzaba con poca cantidad y le iba subiendo
según las indicaciones de J. Martínez. El recomendaba abandonar el sector si a
las cinco veces no había salido, pero yo nunca pude hacerlo, pues pensaba que
si lo dejaba, y entonces salía, resultaría muy doloroso para mí; y aunque lo
hubiese hecho, llevándome de su consejo, tampoco habría funcionado. A
continuación les presento uno de los resultados de la estadísticas que yo
llevaba, de a cuerdo a la serie arriba señalada.

Orden en que cayo la bola en los números: 34-24-28-21-00-14-26-15-


6-(12), como pueden ver, para salir un numero de mi sector (el 12) tardó más
del doble de lo que el promedio indicaba, y probablemente tardó más, pues al
yo llegar había salido un numero de otra zona y quizás la que yo estaba jugando
tenía algún tiempo sin salir; no obstante la tardanza, recuperé parte de lo
perdido. No gané al salir mi numero porque ya había tenido que reducir la
apuesta. Luego de esto, cambié para la zona de la otra banda, o sea, después de
0. Ahí jugué los números 28-9-26-30-11-7-20-32; debo hacer la observación de
que esta zona tenía tres veces sin salir, así que asumí que no tardaría tanto como
lo hizo la otra. La secuencia fue la siguiente 16-35-23-6-19-34-21-14-31-(26), y
por coincidencia, también se pasó diez veces sin salir, más las tres anteriores,
cuando casualmente había salido el mismo numero (el 26). Esta vez a pesar de
volver a ganar, seguí perdiendo, ya que había tenido que bajar al mínimo la
apuesta. Me quedaba poco dinero y deduje que no se repetiría el mismo caso
tres veces seguida, y que ahora se tornaría a mi favor. Como durante toda la
segunda serie no salió ningún numero de la primera serie (10 veces sin salir)
opté por volverla a jugar, entonces resultó lo siguiente: 9-24-0-16-13-32, ya
aquí se me acabó el dinero; pero por curiosidad me quedé observando, y la
secuencia continuó de esta forma: 24-5-20-7-(27), o sea ¡que se pasó 21 veces
sin salir esa zona !Tomando en cuenta que si multiplicamos las veces sin salir,
por la cantidad de números jugados cada vez (21x8) que hace 168, y esto lo
dividimos por la cantidad de números en la ruleta (38) tenemos que el resultado
es 4.1, que según la ley de los promedios significa que en ese lapso esa zona
debe salir 4 veces, y sin embargo sólo salió una. Esto no es una casualidad,
(como podría estar pensando algún lector) pues sucede con una frecuencia que
hace pensar seriamente en la manipulación mencionada, sin dejar de lado la
opinión de un jugador frustrado que, al abandonar la sala, dijo que espíritus
burlones y hasta el mismo diablo andaban metidos en este juego, desesperando
a los adictos para conducirlos a su reino.

Con el correr del tiempo; "¡Estoy cagado!" se constituyó en una de mis


expresiones favoritas. Mi fino vocabulario, mi intelecto, mi control mental y
todo lo que decía en mi libro “Como triunfar sobre ti mismo” se había ido a la
mierda. Estaba casi en la misma situación, en la que aquel lejano día se
encontraba, quien se hacia llamar "EL REY DE LA RULETA" ya no asistía a los
conciertos, no iba a las exposiciones pictóricas, dejé de ir al cine; mi
inspiración, madre de tantas hermosas canciones, se fue al carajo, perdí el
apetito y empecé a sufrir, cuando no de diarrea, de estreñimiento, cosa que me
causó una hemorroide; y para colmo de males, hacia varios meses que no
trabajaba. Mis entradas se limitaban al derecho de autor de algunas canciones y
al remanente de los pocos libros de “Como triunfar sobre ti mismo” que
quedaban en el mercado. Mi situación se tornaba crítica y desesperada; y yo,
que siempre acepté las consecuencias de mis actos y me jactaba de decir que de
nada jamás tendría que arrepentirme, vi pasar muchas noches sin poder dormir
deseando que todo fuera un sueño...

...Pero no era un sueño, sino, una terrible pesadilla de la que no podía despertar.

En ocasiones, huyendo del presente, buscaba un aliciente en el pasado


haciendo un recorrido a través del tiempo, para terminar siempre, revalorizando
mi vida que, en algo más de cuarenta años, se resume de la siguiente manera:
En mis primeros veinte años fui muy enfermizo, me crié sin mi papá, a quien
dejé de ver a los tres años de edad, para verlo nuevamente a los diez y ocho,
cuando lo trajeron de Puerto Rico en un féretro. Estudie electricidad,
Refrigeración e instrumentación, y terminé ejerciendo esta última durante más
de veinte años en una empresa azucarera, a la cual renuncié por una crisis
asmática provocada por los gases tóxicos y el bagacillo de la caña. A la semana
de salir de la empresa e irme a residir a Santo Domingo, desaparecieron todos
los síntomas de la enfermedad, aunque mi capacidad pulmonar quedó muy
reducida.
Luego de descansar durante un mes intenté formar una compañía de
servicios y mantenimiento, como resultado me caí desde una segunda planta
mientras hacia una instalación eléctrica para un acondicionador de aire,
resultando con lesiones en el hígado, varias costillas levantadas y prácticamente
inhabilitado por ocho meses.
Me había casado y también divorciado en dos ocasiones, no procreé
hijos pero, en compensación, mis hermanos me habían dado muchos sobrinos.
Mi mamá murió cuando yo tenía treinta años, y así le siguieron los pasos casi
todos mis tíos y tías. Tuve un gran amor, mas las circunstancias adversas no
permitieron que se concretizara; hace poco tiempo me encontré con ella en un
restaurante vegetariano y al saludarla desfilaron por mi mente todos los poemas
de mi primer libro “vida y sentimiento” el cual estaba casi en su totalidad
inspirado en ella, al igual que muchas de mis más hermosas canciones.

Dice un dicho, que el que tiene buena suerte en el juego, tiene mala
suerte en el amor; mas tal parece que no se da lo contrario, pues yo he tenido
mala suerte en el juego y así mismo en el amor; al menos en lo que una vez
creí que era el amor verdadero, al cual renuncié pensando que no podría hacerla
todo lo feliz que ella merecía. “¡Gran estupidez!” diría el menos sensato, pero
el amor tímido se esconde cuando piensa que puede causar daño. Ella era
apenas una adolescente cuando ya yo estaba divorciado, y eso me causaba más
preocupación que, en ese entonces, tener el doble de su edad.

Sumido en estos pensamientos, sentado en el balcón del apartamento


de mi tía Zunilda, situado en una segunda planta, vi cruzar una estrella fugaz,
¡Brillante! ¡Hermosa!... y duró sólo un instante, pero quedaría para siempre
coloreando los versos de una canción que nació en aquel momento:

UNA MIRADA AL PASADO


(CANCIÓN)

Me detuve a mirar una estrella fugas, que pasaba


Me puse a pensar: “que corta es la vida
y cuantas cosas se quedan sin hacer”

Quise dar vueltas atrás al reloj


y retroceder... el tiempo
Quise dar vueltas atrás al reloj
para comenzar... de nuevo
UNA MIRADA AL PASADO
Y PARECE QUE FUE AYER
Cuantas cosas que hice mal,
tantas otras dejadas de hacer.

UNA MIRADA AL PASADO


Y PARECE QUE FUE AYER
La novia que tuve en mi mente
y ella sin nada saber.

No podemos en tan corto tiempo


ir al futuro y al pasado volver.
Ni debemos hacernos adultos
y luego niños otra vez.

UNA MIRADA AL PASADO


Y PARECE QUE FUE AYER
El juguete aquel que me prestaron
y nunca quise devolver.

UNA MIRADA AL PASADO


Y PARECE QUE FUE AYER
Peleando con los más pequeños,
y con los grandes correr.

UNA MIRADA AL PASADO


Y PARECE QUE FUE AYER
UNA MIRADA AL PASADO
Y PARECE QUE FUE AYER

A pesar de todos estos recuerdos, que me hicieron suspirar con


añoranzas, nuevamente regresé a mis andanzas.... Yo fui un gran estudioso del
juego de ajedrez, y ostenté por muchos años el titulo de campeón en mi región.
Basado en esos conocimientos empecé a crear tácticas y estrategia adaptándolas
al juego de la ruleta, pero nada dio el resultado que esperaba. La angustia
nuevamente me aferró entre sus garras, me zarandeo, estrujó y convirtió en un
guiñapo. Los ahorros que tenía, casi todos perdidos; entonces llego el 21 de
marzo: esa noche cambió totalmente mi suerte, gané muchísimo dinero, todo lo
que hacia resultaba bien, lo poco que me quedaba se multiplicó varias veces y
por primera vez no cedí a la tentación de seguir jugando y me retiré con una
considerable ganancia.

Al comenzar el día (antes de ese golpe de suerte) me sentía arruinado,


quería iniciar un negocio, distraerme y dejar el juego, más no veía la forma;
pero ahora mi fe había regresado, ya puedo rehacer mi vida, pensé
emocionado... entonces desperté, y la realidad era otra. Tomé este sueño como
un mensaje, y me dije: hoy será la última vez, “será ella o yo” expresé en voz
alta personificando la ruleta.
Esa noche dirigí mis pasos hacia el hotel donde quedaba el casino, al cual
usualmente asistía. En el camino tropecé y me fui de bruce, mas con agudo
reflejo, que no correspondían a mis condiciones físicas y mentales de ese
momento, pude meter las manos y evitar un mal golpe. Me levanté y
sacudiéndome el polvo hice la siguiente reflexión: “Me caí, pero me levanté de
nuevo”. También pensé que era Dios poniéndome obstáculos para que no
siguiera, mas yo, como todo buen aficionado, estaba decidido a jugarme el todo
por el todo. “Esta será una lucha a muerte” me dije. Llevaba conmigo todo el
dinero que me quedaba, menos doscientos pesos que antes de salir dejé en el
bolsillo de un traje, hacía tiempo sin uso, guardado en un rincón del armario
que había en la habitación que yo ocupaba en el apartamento de mi tía Zuna,
donde me había mudado hacía unos meses para acompañarla y complacer a mi
tío Cano (su hermano), pues una señora que desde hacía muchos años vivía
junto a ella se había ido a vivir con su hijo. ¡Pero dejemos estos pensamientos,
y veamos lo acontecido:

Una hora después de hacer mi entrada al casino, mi sueño se estaba


cumpliendo; jugaba sin ningún método, más bien de forma alocada, y a veces
por corazonadas. No se cuanto llevaba ganado, pero el bolsillo de mi camisa y
uno de los de mis pantalones estaban lleno de valores. A mi lado se levantó una
mujer después de perder todo, y ocupó su lugar un hombre de aspecto refinado,
encendió un cigarrillo, empezó a jugar y a buscarme conversación, mencionó su
mala suerte… Según él, había perdido más de dos millones en un año, cosa que
no le afectaba, pues era un reconocido y exitoso hombre de negocio. En un rato
perdía unos veinte mil, y no paraba de fumar. Siempre consideré un maleficio
que alguien fumara al lado mío, y en poco tiempo mi suerte cambió. De manera
casi inconsciente dejé mi juego desordenado y comencé a jugar los sistemas
que antes me habían fallado. ¿Porqué lo hice? no lo sé, pero supongo que al ver
que tenía suficiente dinero para aguantar una larga secuencia, pensé que si
lograba ganar dos o tres veces, sería suficiente para retirarme con una buena
cantidad. ¿Resultado?: Perdí lo que había ganado y tratando de recuperarlo,
también perdí lo que había llevado. En diversas ocasiones, durante la noche,
intenté retirarme ganando, mas una fuerza extraña me dominaba y me obligaba
a permanecer allí, hasta perder el dinero del taxi; de este modo, debí emprender
la marcha caminando hasta mi casa. En el camino tuve varias veces la intención
de abofetearme como lo había hecho anteriormente, y no se como pude
contenerme. En realidad mi situación, de por si era un castigo, y parecía más
que suficiente, no obstante, al llegar a la casa, rabiosamente tomé los doscientos
pesos que me quedaban y regresé al casino caminando ¿Pude ganar? ¡Ho noo!,
perdí lo único que me quedaba, me levanté lentamente para retirarme y
repentinamente estallé en una carcajada nerviosa. Todos me miraban
sorprendidos, y deben haber pensado que era un ataque de locura; pero no era
así, simplemente me reía de mi mismo, de lo idiota que había sido en volver.
Además, me reía de los que seguían allí, en la espera de que le tocara la suerte,
sin saber que al igual que yo estaban marcados por la fatalidad.

Al llegar aquí, este libro estaba casi al concluir, pero decidí volver
atrás; pues a pesar de que he dicho tantas cosas en tan pocas páginas, hay
muchas otras que deliberadamente he dejado de contar. Entre estas, debo
mencionar una muy significativa. Según dice el dicho “A quien Dios no le da
hijos”…

DE VIDA Y DE MUERTE

He comentado sobre mis sobrinos, pero no le he dicho cuantos son; en


verdad ni siquiera lo se, pero me gustaría que conozcan un poco más sobre
ellos:
El caso de mis sobrinos es bastante extraño... no se si son sobrinos por
entero, pues soy hijo único; hijo único de mi papá y mi mamá (ya difuntos)
fruto de una relaciones de juventud a lo Romeo y Julieta, con la diferencia de
que esta fue una historia moderna: ellos se enamoraron y a pesar de todas las
objeciones, libre de prejuicio me concibieron sin mi permiso, y sin el permiso
de los padres de mi madre, que meses antes de que yo diera mi primer grito de
frustrado cantante, vieron como se le iba abultando el vientre a la que con gran
arrojo y valentía, decía que sería mi madre. Para ese tiempo; yo, un embrión en
desarrollo, no podía saber como sucedieron las cosas, ni tampoco, luego de
nacer y crecer me interesé por saberlo; pero me imagino que mi padre –de
quien me contaban: ¡era muy valiente!– escapó corriendo, ante la insistentes
voces que a unísono exclamaban: ¡boooda!... ¡boooda!... ¡boooda!
Posiblemente, influenciado por ese coro de voces desafinadas, se caso mi
padre; pero no con mi madre. Unos años después, se casó mi madre; pero no
con mi padre. Esta situación me proporcionó varios privilegios: el primero, ser
hijo único (de ellos dos). El segundo, tener más hermanos que mis hermanos,
pues (con excepción mía) los hijos de mi madre, no son los de mi padre. Por
parte de mi madre tuve tres hermanos; el más pequeño, por si no lo recuerdan,
es el dueño de mi camioneta, mencionada al principio de esta historia. Debo
decir, que también fue dueño de mi caseta, una para expender empanadas, jugos
y otros comestibles y bebidas, que en cierta ocasión instalé sobre mi camioneta,
negocio que no me resultó, pues yo (aunque quizás me he dado cuenta un poco
tarde) no nací ni para ser comerciante, ni para ser empleado de nadie, tampoco
para ser un trabajador independiente, ni electricista, ni plomero, ni ebanista, ni
carpintero, ni mecánico, ni decorador, ni cantante, ni malabarista, ni bailarín, ni
ajedrecista; y aunque de todo esto he sido, no nací para nada de esto; ni
tampoco para ser un jugador profesional, sino para lo que ahora estoy haciendo,
oficio que comencé desde muy pequeño y que luego abandoné por un tiempo,
influenciado, posiblemente, por un viejo dicho en mi país, de que “aquí los
escritores se mueren de hambre”. Es muy probable que por este
acondicionamiento mental hoy yo no sea un escritor más prolifero; pero
también es factible suponer, que si no hubiese sido todas estas cosas, quizás no
tendría nada de que escribir. A todo esto, de algo estoy seguro: de que al
haberme dedicado a tantas actividades diferentes, me hacen hoy el mejor
escritor (del mundo, inclusive) que ha sido mecánico, electricista, plomero,
equilibrista, buzo, y hasta trapecista; sin dejar de mencionar, que también fui
pelotero, carrera que vi interrumpida cuando me enganché a luchador, y en un
cuerpo a cuerpo con uno más grande que yo me fracturé el brazo de lanzar.
Digo me fracturé, y no me fracturaron, porque yo fui que lo estrellé a él, pero
con la mala suerte de que me cayó encima. La fractura no era como para
retirarme, pero los compañeros de lucha decían que el brazo estaba zafado y, a
cada descuido mío, me lo halaban para, supuestamente, llevarlo a su lugar.
¡Además de un dolor que veía el diablo!, terminé, también con los músculos
desgarrados. Recuerdo que un doctor de apellido Camasta, en calidad de
préstamo, me puso un aparato (de su propiedad) llamado “Avión” pues la
fractura fue a la altura del hombro. Era algo muy incomodo y yo tenía que
dormir de lado. A nivel del codo había un tornillo para estirar el brazo. En ese
entonces yo dormía con mi abuela materna, e inconscientemente, cuando me
cansaba de estar de lado, procedía a colocarme boca arriba, y el tornillo iba
directo a clavarse entre las costillas de ella. A consecuencia de esto una noche
me dio un empujón tan grande que me sacó de la cama; fui a parar nuevamente
al hospital con el brazo derecho y el avión, enredado en mi cuello. Cuando el
Dr. Camasta me vio en ese estado, dos lágrimas rodaron por sus mejillas, a lo
que yo conmovido le repuse con mi voz infantil:
–“No llore Doctor, que a mí no me duele”. y él, golpeándose la cabeza
con la palma de la mano, sólo llegó a expresar melancólicamente, con un
quejido que le salía de su bolsillo: “¡Mi avión! ¡Mi avión!”. Todo se resolvió,
cuando Fernando (mi padre de crianza) arregló el susodicho avión, y yo no tuve
más accidentes; ¡claro!, hasta cierto tiempo después. Debo agregar, que por esta
fractura perdí la oportunidad de bailar la danza de los millones, que hoy bailan
los dominicanos, Pedro Martínez, Samuel Sosa y Alex Rodríguez, entre otros;
quizás no me hubiese dado tan bueno como ellos, y en caso de que ese hubiese
sido mi destino, no me arrepiento de no haberlo alcanzado, porque entonces
sería millonario, y no escritor.

Retomando el tema de los sobrinos, debo mencionar, que de parte de


mi hermano más pequeño, a quien le agradezco que hoy yo no esté vendiendo
empanadas y jugos naturales, tengo cinco. Estos cinco sobrinos (dos hembra y
tres barones) son todos “hijos de él” pero con dos mujeres diferentes, y
contarles sobre esto requeriría hacer otro libro.
Tengo tres sobrinos más, hijos de mi hermano Nandi como lo llamaba
desde pequeño y como aún lo sigo llamando, menos cuando estamos delante de
otras personas pues, aunque yo le llevo once años, el luce mayor que yo,
producto de una expresiva calva que le alfombra la cabeza. Este hermano sólo
me ha dado sobrinos barones; conclusión: los calvos no dan hembras.
Bueno...por lo menos este.
De parte de mi madre, también tengo una hermana, una hermana que
nació después de mí, y fue la “Perla” de la familia. Yo tendría nueve años
cuando ella nació, y recuerdo que era muy blanca, redondita y buchuita, quizás
por eso le pusieron “Perla Marina”, o tal vez fue, porque cuando ella nació
vivíamos a la orilla de la Ría Romana, donde entraba el mar.

El que, cierto día iba a rendir honor a su nombre era yo, cuando una
vez corrí con ella en brazo en dirección a la Ría Romana (llamada también Río
salado), y pensaron que iba a lanzarla por celos infantiles, para que se la
comieran de postre los tiburones que merodeaban en esas aguas atraídos por los
desechos de un matadero de reses situado más arriba. Todo quedó aclarado,
cuando expliqué que sólo pretendía darle un baño, pues se había ensuciado de
caca. Olvidado este incidente, ella siguió creciendo hasta convertirse en una
hermosa señorita, pretendida por decenas de enamorados. Tuvo algunos novios,
de los que muchas veces parecía burlarse. Todos le pedían matrimonio pero con
ninguno llegó a concretizar nada, y por cualquier motivo se deshacía de ellos. A
pesar de su rechazo, ellos seguían insistiendo. Cuando ella no tenía novio, me
sentía muy apenado, pues yo era el chaperón que la acompañaba al cine, a
comer helado y a bailar; todo, sin pagar un solo centavo.

Después de estos devaneos, propio de la juventud, se fue a residir a


Santo Domingo donde su tía Eloísa, quien también era mi tía y además, mi
madrina de bautizo.
Allí en Santo Domingo, conoció un señor llamado Osvaldo, un poco
mayor que ella, pero bastante simpático; que ¡por fin! sacó a la perla de la ostra
y la llevó al altar. Fruto de este matrimonio tuvo a Gilbertico, quien, al igual
que yo, se constituyó en hijo único, ya que dos años después mi hermana se
divorció, para luego (en otra historia digna de contarse), casarse con quien
había sido su primer novio, del cual seguía enamorada, según ella misma me
confesara. El, al igual que mi hermana, dio muchos brincos y rodeos, pero
jamás se casó, hasta que mi hermana se divorció y él cayó en el gancho de
pretenderla. Este segundo esposo, de nombre Carlos, con la cooperación
importante de mi hermana, aporto dos bellos sobrinos más a la causa de este
tío sin hijos: Una hembrita, (Elvirita) gordita como su madre en un principio,
y un baroncito llamado como su padre, y a la vez su vivo retrato: de pelo rubio
y ojos verdes. Al igual que a mi, le gusta el ajedrez, y a su corta edad ya es
campeón en su colegio. Sin querer darles celos a los demás sobrinos, debo
decir, que este niñito a quien cariñosamente llamamos “Titi” es mi sobrino
favorito. Dice su madre que tiene el mismo temperamento mío; pero no es tan
travieso como era yo, que a los seis años (luego de ver una película de
Superman) me arrojé desde el balcón de la casa con una toalla amarrada al
cuello, por lo cual terminé con una rodilla destrozada. Recuerdo que con voz
entre cortada, por el susto y el dolor, yo no paraba de repetir: “Los niños no
volan, los niños no volan”. Esto quedó bien claro en mi mente; así como el
concepto: “Aprender por tus propias experiencias” del cual hice gala más
adelante cuando vi una película de tarzan de la selva, y entonces amarré una
cuerda de la rama de una mata de almendra, me columpie para caer en otra
rama, pero fui a caer en una roca, y —crack— terminé otra vez en el hospital,
pero ahora con la cabeza rota.

De Carlos (Mi cuñado), quien precisamente vino al mundo para esa


época, y a quien hoy extraño notablemente. Hombre de gran corazón, medico
de profesión, desinteresado, trabajador, que a tantos pobres prestó sus servicios
gratuitamente, y muchas veces hasta regalándoles las medicinas. De este
hombre honesto a carta cabal, y que al igual que yo, ustedes van a admirar,
debo contarles algo; pero antes, voy a darle una nueva oportunidad a mi padre:
Mi padre, como todo lector debe saber (si no ha saltado paginas), murió en
Puerto Rico; pero antes de hacerlo, contribuyó a que yo tuviera cuatro
hermanos más que, ¡luego!, podrían darme algunos sobrinos para mi colección.
A estos hermanos los conocí en el velatorio de mi padre, y llevan por nombres:
Sheila, Marioli y Ricardito; mi papá se llamaba Bienvenido, y así era donde
quiera que él llegaba (Hasta que salía corriendo). Sheila y Ricardito vivían con
él en Puerto Rico, donde nuevamente se había casado, y Marioli vivía en New
york junto a su madre; donde, a raíz de la muerte de mi padre, todos se fueron
a residir.

Por largo tiempo, me mantuve en comunicación con Sheila, (la mayor)


pero después se casó y perdí contacto con ella. Años más tarde se presentó a mi
casa para presentarme a su esposo y una nueva sobrina. Cuando regresó a
estados unidos, donde residía, nuevamente perdimos la comunicación, aunque
años desùes, por terceros supe que me había dado otros sobrinos, no así Marioli
y Ricardito que, igual que yo al parecer, prefieren ser tíos.

Se que el lector debe sentirse extrañado, porque dije que mi padre tuvo
cuatro hijos después de mí, y sólo he mencionado tres; pues bien, la cuarta fue
una niña, fruto de otra de las aventuras de mi padre, cosa que dio al traste con
su matrimonio. A esta otra hermana mía, hija única de ellos dos, la conocí ya
siendo una joven, cuando ni siquiera sabía que existía. Hoy ella también
engruesa la lista de mis sobrinos, ya que ha procreado tres hijos; los cuales en
realidad serian medios sobrinos míos, pues estos como los demás, son hijos de
medios hermanos. De todas formas, medios o enteros para mi resulta lo mismo,
pues sumando dos hacen uno, y a todos los quiero por igual.

Retornando a Carlos, quiero referir, que de nada sirvió toda su nobleza:


Hace al rededor de un año, en el cenit de su carrera, siendo director de salud
pública en La Romana, y después de realizar una gran labor proselitista a favor
de los pobres, dejó viuda a mi hermana. ¿Cómo sucedió? Su muerte es una
triste historia:
Una mañana, mientras se bañaba, descubrió en su cuello un ganglio
alterado, y debido a su percepción de medico con experiencias clínica, él
mismo dispuso su internamiento, para hacerse una biopsia, que resultó ser
cancerosa. Se le extrajo el ganglio, y exámenes posteriores dieron como
diagnostico varios tumores malignos en el estomago. Fue operado en los
Estados Unidos; pero uno de los tumores no se le extrajo, y aunque él me
explico la causa de forma técnica, no recuerdo el porqué. Si sé que fue
sometido a un riguroso bombardeo de quimioterapia que le tumbaba el pelo, y
le volvía a crecer cuando le suspendían el tratamiento, para caérsele
nuevamente, al reanudarlo. Al principio él mismo se encargaba de inyectarse.
Cuando ya no pudo más, entonces lo hacía mi hermana. A pesar de todo,
siempre se le veía con ánimo, o acaso en su bondad lo fingía para no hacer
sentir mal a los que tanto lo queríamos. Sufría una perdida de peso constante,
mas por un tiempo pareció superar la terrible enfermedad, su rostro se iluminó
por la esperanza y su piel rejuveneció, el monstruo que se desarrollaba en su
cuerpo dejó de crecer, y hasta llegó a retroceder; pero su alicaída defensa y su
cuerpo debilitado no podían seguir luchando por lo que muy pronto el mal
dormido despertó y reanudó su actividad destructora. En todo ese tiempo, él
jamás abandonó su responsabilidad, ni con su familia, ni con su trabajo. Sus
padres, hermanos, esposa, hijos, familiares cercanos y sus amigos, siempre lo
apoyaron y estuvieron presente dándole aliento. Así se fue desmejorando hasta
convertirse en un anciano, teniendo apenas 43 años. ¡Nunca lo vi acobardarse
ante la muerte! Le hizo frente sin vacilar un sólo instante, en un esfuerzo
titánico por vencerla. Al final el cáncer, con su poder maléfico, pudo más,
evadió las pocas defensas que le quedaban e hizo metástasis afectándole
también el hígado. Sus días estaban contados...Su cuerpo casi cadavérico se fue
llenando de llagas que le causaban un dolor insoportable. Ya no aguantaba ni la
cama, ni el sillón reclinable, y el millonario tratamiento que seguía, con el
apoyo de sus padres, fue suspendido a su propia solicitud. Sólo los fuertes
calmantes para mitigar un poco su dolor le seguían siendo suministrados.
Vomitaba frecuentemente un líquido sanguinolento. Irreconocible, en su estado,
se le veía, más humillado, por no poder valerse por si mismo, que derrotado.
Su orgullo de luchador incansable, detrás de su lánguida mirada, seguía
resplandeciendo, mientras su vida se apagaba poco a poco. Fue internado por
última vez, en la clínica Oriental. Cuando fui a verlo, ya en sus últimos
momentos, en vez de preocuparse por si mismo, se interesó en mi salud,
recordándome el accidente en que casi pierdo la vida. A pesar de su estado,
quiso ver la zona donde me había golpeado, y examinándome al tacto me dijo
que no corría peligro. Mi hermana que estaba allí se retiró por un momento, y
me quedé solo con él por varios minutos. El no era muy religioso, y aunque
respetaba a los curas, estos no eran santos de su devoción. Por su forma de
hablar parecía que renegaba de Dios, mas sin embargo, sus acciones decían lo
contrario. Hubo un instante en que nos quedamos mirando fijo a los ojos,
mientras yo le daba masajes a sus pies y piernas enflaquecidas. Así lloramos
juntos, mientras nuestras mentes enlazadas sostenían una larga conversación:
Yo le decía que Dios existía, que lo amaba y le tenía reservado un mundo
mejor. Le expresaba todas estas cosas, mas sin embargo, una sombra de duda
cruzaba por mi mente... Hubo, entonces, un instante como para fortalecer mi fe,
en que dejaron de ser mis pensamientos, para pasar a ser receptor de unas
prosas de arrepentimiento y aceptación a Dios. No sé si sería él, o yo, pero se
quedaron en mi mente, hasta que tiempo después se la mostré a un amigo, quien
la grabó para el grupo cristiano “ALFAREROS”, en su segunda producción
titulada: “HAGAN LO QUE EL LES DICE”.

Muestro a continuación las letras de esta canción:

TOMA MIS MANOS


(CANCIÓN)

Jesús sé que soy un pecador,


me arrepiento y vengo a ti
a pedirte perdón.

Yo sé, que para la eternidad


borrarás la oscuridad
que hay aquí en mi corazón.

Mis ojos necesitan de tu luz,


mi alma no resiste esta soledad,
mi vida nada vale si no estás tú,
tan sólo oscuridad hay a mi alrededor
sin ti.

Toma mis manos, bendícelas.


Mis ojos, son tuyos.
Mis pasos, que me lleven a Dios.

Porque nadie llega a él sino es por ti.


Porque nada tengo yo sino estás tú.
Porque a la oscuridad de mi vida diste luz,
ahora en mi vida mandas tú.

Toma mis manos, bendícelas.


Mis ojos, son tuyos.
Mis pasos, que me lleven a Dios.

La muerte de mi inolvidable cuñado se produjo dos días más tarde.


Antes de morir dijo que lo llevaran a la casa donde residía. Refirió, luego de
solicitar la presencia de un cura, que había hablado y hecho las paces con Dios,
que escuchaba música celestial y veía luces maravillosas; manifestó su deseo de
morir en la casa que había nacido, propiedad de sus padres, y donde
actualmente residía. Quería asegurarse, según lo expresara, que al llegar el
desenlace que tarde o temprano llegaría, él estaría rodeado de sus hijos, esposa,
padres, familiares y sus fieles amigos, y no en aquel hospital. En ese mismo
hospital, por coincidencia, calló en coma mi madre, culpa de un derrame
cerebral, para morir un día después de su traslado a una clínica de Santo
Domingo.

Para saber como era mi mamá, basta leer el poema que escribí un día
de las madres, casi un año después de su muerte, y que a continuación
reproduzco:
¿QUE ES LA VIDA?
(POEMA)
A la memoria de mi Madre “Yolanda Camino Velásquez”

Señores... ¿Qué es la vida?


La vida, podría decirse, que es el brote prodigioso
conque la semilla germina.
Que es el soplo divino, que motiva del ser el nacimiento
y luego lo destruye con la muerte.

Pero... ¿Qué es la muerte?


Es acaso al paso transitorio
a lo que está sometido el nacimiento?
O es el comienzo de un final que, sin principio,
se proyecta al infinito desconociendo el tiempo?

Señores... no se muy bien lo que es la vida.


Sí se que, con ella, paso a paso me encamino hacía la muerte.
Que en vez de vivir, voy muriendo cada día, mientras mi alma
se expande en el espacio, buscando alcanzar la eternidad.

Señores... tampoco se muy bien lo que es la muerte.


¡Dicen que mi Madre ha muerto!
porque ya sus pasos no la conducen a mi aposento
a darme un beso, mientras finjo estar dormido.
Porque ya no vela mi sueño, como antes,
ni me arropa al encontrarme descubierto.
Dicen que mi Madre ha muerto:
porque ya no me despierta en la mañana,
después de levantarse temprano, a colar el café
y a rezar sus oraciones,
porque ya no me prepara el desayuno
que de pequeño llevaba al colegio
y luego de crecer, llevé al trabajo.

Dicen que mi Madre ha muerto,


porque ya no me espera cuando llego tarde a casa,
porque ya no se preocupa por mis penas
ni me cuenta su tristeza.
Dicen que mi Madre ha muerto,
porque ya no la oyen cantar mientras cocina,
ni la ven los domingos en la Iglesia,
porque ya no visita los vecinos,
ni la ven regar las flores al caer la tarde.
Dicen que mi Madre ha muerto,
porque una noche entre mis brazos se quedó dormida,
para no volver a despertar...
Porque nadie la ha vuelto a ver,
después que aquella tarde gris la bajaron al sepulcro
y yo, con el tallo de un clavel, escribí su nombre
en el cemento fresco.

¡Señores!... y porque no puedo en este día


tenerla aquí presente ¡y abrazarla!
¡Dicen que mi madre ha muerto!
¡Pero no! ¡todo falso! ¡todo mentira!
ella no ha muerto, ni morirá ¡jamás!
mientras exista una sola Madre buena
¡porque hoy! todas la Madres como ella
son, también, mi Madre, ¡y yo soy su regalo!

Retornando al lecho del hospital donde se encontraba mi cuñado


Carlos, hubo un momento en que cuestioné a Dios sobre el estado en que se
encontraba el moribundo, un hombre bueno que víctima de ese desgarrador
flagelo, sólo sentía no poder criar a sus hijos, ni verlos crecer. Allí, en un
momento de onda emoción, le pedí fervientemente a Dios por su salud. Le dije
que Carlito no merecía esto, y que si él era todo poderoso y omnipotente, que
hiciera un milagro y lo curara, que si hacia falta una víctima me eligiera a mí y
traspasara a mi cuerpo su enfermedad; pues contrario a él, yo no tenía hijos que
me motivaran a vivir, y aparte de eso, me sentía atrapado en una encrucijada,
por las causas que dieron origen a este libro, ¡en fin!, que mi vida no valía más
de un tiro a la ruleta. En ese instante, acompañado de un ardor, sentí algo
contraerse en mi estomago. No niego que entonces tuve miedo, pero a la vez
me sentí feliz. Momento después me despedí y me marché a Santo Domingo,
donde a la mañana siguiente recibí una llamada de mi hermana, que
sorprendida me comentaba que Carlito había amanecido hablando y hasta
haciendo chistes como si no estuviera enfermo. Le comenté, entonces, lo que
yo había hecho, a lo que ella me respondió con expresión de tristeza: “Como se
te ocurre eso, Oscar; tú no sabes que Dios sabe lo que hace”.
Mientras... yo seguía cuestionando a Dios, cuando pensaba que él debería
estar necesitando buenos médicos en el Cielo.
Después de todo, el milagro que esperaba no sucedió, sin embargo, yo
me mantenía con frecuentes dolores en el estomago, perdía peso y en el único
examen que me hice, tenía la defensa baja. También sentía algunos ganglios
inflamados, y una pelotita creciendo en uno de ellos, ubicado en la ingle.
Llegué a pensar que Dios me estaba castigando por desconocer su voluntad, o
por la canción que una vez estando en el casino escribí inspirado por una mujer
que, sin brasiere puestos y unos senos muy sugerentes, llevaba un crucifijo
colgando de su cuello. Cuando le mostré esta canción a un amigo que era cura,
me dijo: “por esa canción te van a excomulgar ¡es un sacrilegio!” A mi no me
lo parecía; más bien la sentía romántica y sutil. La había titulado “El crucifijo”,
pero cuando escuché la palabra “Sacrilegio”, le cambié el titulo por este y
readapté las letras, incluyendo al cura, y de paso al sacristán; luego se la llevé
otra vez y le dije: “Mira, ahora si es un sacrilegio“. Creí que se enojaría; pero,
con una sonrisa de aparente satisfacción, expresó: “No está mal, como canción
la veo bastante creativa. No se si Dios pensará lo mismo, pero te deseo suerte”.
Le di las gracias, pues quería saber la opinión de un entendido en la materia, y
cuando me marchaba le escuché decir en voz muy baja y con grabe acento:
“Que Dios te perdone si blasfema”.

SACRILEGIO
(CANCIÓN)

El crucifijo cuelga de tu cuello


y se refugia entre tus senos.
Quisiera estar entre esos dos ladrones
que se han robado mi sueño.

Si es un sacrilegio pensar lo que yo pienso,


mayor pecado es que calle lo que siento.
Yo quisiera estar clavado en esa cruz,
por solo un instante como estuviste tú.

Aunque no pueda juntar las manos en oración,


podría sentir latir tu corazón,
y en mi estado aparente de materia inerte
cada átomo mío desearía tenerte.
¡ES UN SACRILEGIO! Diría un cura al oírme,
pero si te viera tendría que bendecirte.
¡ES UN SACRILEGIO! Repetirá el sacristán
queriendo con un dedo sus dos ojos tapar.

CORO
¡ES UN SACRILEGIO! ¡ES UN SACRILEGIO!
¡ES UN SACRILEGIO! ¡ES UN SACRILEGIO!

La gente comenta que yo estoy en pecado,


y es una vergüenza caminar a mi lado,
que yo merezco una cruel condena:
¡debo ir al infierno!, cuando me muera.

No hay pecado mayor que ocultar la belleza


de una mujer hecha para la historia,
si yo estuviera en esa cruz clavado
con un beso tuyo subiría a la gloria
bis CORO

Debo hacer referencia de que también, en mi conversación con el cura,


le hice mención sobre lo acontecido en la clínica, y él me aclaró, con poderoso
argumento, que Dios no actuaba de esa forma. Ante tal razonamiento pensé,
que si yo tenía algo malo en mi organismo, sería por el golpe recibido en la
caída, o por los más de veinte años trabajados en la empresa azucarera (ya
mencionada), principalmente en la planta química donde fabricaban un
solvente a partir del bagazo de caña mezclado con ácido sulfúrico, donde estaba
expuesto a gases tóxicos, altas temperaturas y al mercurio (ya en desuso) que
contenían algunos de los instrumentos, con los que trabajábamos los
instrumentista. Estas mismas causas, según mencioné anteriormente, afectaron
mis bronquios y pulmones, y me provocaron una crisis asmática. A causa de
esto y durante más de dos años, estuve solicitando terminar mi contrato de
trabajo para dedicarme a otras actividades, mas nunca se me prestó la atención
debida, y me impulsaron a renunciar, ya agobiado, tres meses después de que
en la misma empresa sufriera una fractura en la cabeza. En esa ocasión, luego
de encontrarme inconsciente y bañado en sangre, el mismo jefe de mi
departamento, junto a otros compañeros, me llevó a la emergencia del hospital
de la citada empresa (como era su deber), pero allí me mantuvieron por más de
una hora sin atención, pues los médicos de turno estaban ocupados, y mi jefe no
se atrevía a llamar a ninguno de los que tenían beeper para casos de
emergencias (De forma paradójica; a mi me llamaban hasta a las tres de la
mañana, para que fuera a revisar un aparato que no funcionaba bien; pero que
podía trabajar de forma manual hasta el día siguiente), y no fue sino hasta que
por casualidad entró mi ex suegra que trabajaba como secretaria, quien al
verme y preguntarme lo sucedido, se quejó con los presentes, para ella misma
proceder a llamar a un médico. Me tomaron una radiografía y vieron una fisura
en la parte superior del cráneo. Al yo escucharlos comentando en voz baja, les
pregunté: “¿Es grave?” a lo que uno de ellos respondió contrariado, tratando de
disimular: “No, no,...es una tontería”. Ante esa respuesta, les dije que me
marchaba, entonces alarmados me decían que debía quedarme en observación
durante 24 horas. En ese momento alguien comento que había muerto; no yo,
sino otro de los que atendían, y pensé para mi adentro: “aquí no me muero yo”
Ellos decían que no serian responsable si yo me iba, y yo les respondí que me
marchaba bajo mi responsabilidad. Mi hermano pequeño (tantas veces
mencionado), quien había llegado hacía un rato y escuchaba sin opinar,
intervino preguntándome en son de broma: “¿tu tienes seguro?”
–¡Claro!. Le contesté.
–¿De cuanto? Siguió insistiendo.
–De medio millón. –Le respondí– A lo que él cuestionó, con una
sonrisa a flor de labios:
–¿y se puede saber, a nombre de quién está ese seguro?
–De quien va a ser... ¡de ustedes mis hermanos!
–A, no, ¡si es así vámonos!–. Expresó, con emoción exagerada,
mientras me halaba por un brazo, haciendo que los presentes estallaran en
carcajadas; risas que dejamos de escuchar, sólo cuando traspasamos la puerta
de cristal para dirigirnos hacia mi apartamento.

Al día siguiente, todos quedaron sorprendidos al llegar a la oficina,


pues ya yo estaba allí cumpliendo con mi deber de revisar la parte que me
correspondía, próximo al inicio de una nueva zafra azucarera que dejaría mucho
cansancio e igual de pobres a los obreros que allí trabajaban pero, en
compensación, daría múltiples beneficios a los ejecutivos y dueños de la
empresa.
Tres días después (ya comenzada la zafra), con fuertes dolores de
cabeza, acudí a la clínica Dr. Abel González, donde un reconocido cirujano me
indicó un tratamiento y recomendó una licencia médica por 15 días. Durante mi
convalecencia, verdaderos amigos que me llamaban por teléfono y me
visitaban a mi apartamento coincidieron en comentar sobre los rumores que
corrían en determinados círculos, los cuales indicaban que yo estaba loco.
Posteriormente: dos meses y algunos días después de mi regreso, me
solicitaron que renunciara del trabajo, y me ofrecieron, como una dádiva,
aproximadamente el 25% de lo que me tocaría, en caso de darme las
prestaciones que me correspondían por más de veinte años de servicios. Yo en
mi desesperación (y en mi locura –dijeron algunos–) la acepté, y a pesar de
todas las consecuencias no me arrepiento; pero lo hago de conocimiento
público para que las personas que se sientan aludidas en casos como este creen
conciencia y no cometan estos abusos que de seguro a ellos no les agradaría
cometiesen con ellos. Debo aclarar, sin embargo, que el más alto ejecutivo de
esa empresa, la cual me reservo el nombre, es un hombre que se ha
caracterizado por un alto grado de humanismo; no así muchos de los que lo
rodean, que tienen habilidad para hacer creer que son, lo que no son; y de forma
egoísta sólo responden a sus propios intereses. Como uno de ellos que
menosprecia lo que hacen los demás, no sale de la Iglesia, y camina cinco
kilómetros diario. La gente cree que lo hace por su salud, pero en realidad está
entrenándose, pues “aunque se cree un superdotado y hasta semi Dios” tendrá
que caminar mucho para llegar al Cielo.

Hoy más que nunca tengo la plena seguridad de que, luego de tantos
años trabajando con eficiencia y honradez en todas las áreas técnicas de ese
gran consorcio, si no recibí (al retirarme) una justa recompensa, fue por que, el
que podía valorar con honestidad estos casos, no le llegaban las informaciones
pertinentes, y si llegaba a recibirlas, seguro que de alguna forma alguien las
distorsionaba.

Se que algunas cosas de las que narro no serán del interés de muchos
de mis lectores que tal vez se interesaron en este libro por la parte del juego; a
estos les pido excusa, pero les digo que yo no concluyo hasta que no
“termine”, pues esta narrativa me sirve de desahogo ante el recuerdo casi
traumático de noches en vela casi asfixiado por el asma en la soledad de un
apartamento que me había prestado la compañía, al cual, para desgracia mía,
entraban los gases tóxicos, pues estaba situada a la orilla del ingenio.

Todas estas cosas que en mi vida han sucedido, pueden haberme


empobrecido moralmente, y desgastado físicamente, pero espiritualmente me
han enriquecido. Por eso pido perdón, si alguien al leer estas páginas,
sintiéndose aludido, se ofende. Yo a la vez, desde este tribunal, donde soy juez,
abogado y parte, perdono también a los que me ofendieron.
__ UN VERDADERO AMIGO

A pesar de todo lo malo, este mundo no es solo de personas


egoístas. Recientemente conocí a Franklin García, Dominicano educado en
los Estados Unidos: Llegó aquí con un cargamento de computadoras para
instalar un centro de alquiler y estudio a precio muy asequible, buscando
cooperar con los sectores menos favorecidos; pero después que le hicieron
la vida imposible, razones que obvio mencionar, decidió regresar a
Washington, donde tiene su residencia. Ante esto, procedió a vender sus
equipos, y antes de su partida, sabiendo que mi situación no era muy
buena, me dejó dos computadoras, dos impresoras, un scanner y otros
útiles para que, con una secretaria, hiciera trabajos de tesis, monográficos y
otros, en un local que mi adorable tía Zunilda me había prestado, el cual
esta ubicado en la primera planta de la casa que habitamos. Yo, a cambio,
le prometí que le retribuiría parte de las ganancias que se obtuvieran del
negocio. Gracias a este gesto de mi ¡gran amigo! Franklin (no porque me
dejara estos equipos, sino por la reciprocidad de nuestra amistad). Por él,
en gran parte, he logrado distraer mi atención y dedicarme a cosas que me
dan más satisfacción que jugarme la vida en la ruleta.

Gracias a él, en una de estas computadoras he podido desarrollar


este libro en todas sus partes. Hace apenas unos meses, aparte de lo leído
en periódicos y revistas, no sabía nada de este mágico mundo; ahora he
aprendido tanto sobre computadoras, que yo mismo he realizado las
gráficas y la diagramación de esta obra, de la cual también diseñé la
portada, la cual fue mejorada con la colaboración técnica de un amigo
llamado Michel.

_ COINCIDENCIA SOSPECHOSA

Retornando a la historia, que dio origen a este libro, debo agregar;


que esta a sido la experiencia más horrorosa que he tenido en toda mi
existencia. He sufrido enfermedades y accidentes en el que he estado al
borde de la muerte, pero nada tan desmoralizador como esta que me ha
tocado vivir. No es solo perder dinero, sino también el tiempo, la salud, las
aspiraciones y el objetivo mismo de la vida. En comparación: La existencia
de un vegetal luce ser más interesante que la vida de un jugador.
A pesar de que estaba completamente arruinado, no pensaba
suicidarme como lo hizo J. Martínez; Sabía que debía comenzar desde
cero...o desde doble cero (JE - JE - JE, menos mal que en el casino no
perdí mi sentido del humor), pero esto no entorpecería mi determinación.

Transcurrieron dos meses desde aquella fatídica ocasión y sentía la


urgente necesidad de producir dinero, así que ocasionalmente ejecuté
diversos trabajos, pinté algunos cuadros y tuve que venderlos a muy bajo
precio. Muy pronto abandoné todo para concentrarme nuevamente en
escribir la historia que por frustración había abandonado. Ya me
encontraba más animado y hasta recobré un poco la inspiración, de modo
que también hice algunas canciones. Una de estas canciones (la última al
momento de escribir esto) fue inspirada en El Rey de La Ruleta, y se titula:
“Mi vida es un Ruleta” De esta canción, un amigo, (¡más que un
hermano!) y que modestamente no quiso que se mencionara su nombre,
como una cooperación a mi causa y la de este libro, me realizó un demo
para ver si la graba alguna orquesta. A continuación pueden ver las letras
de esta canción:

MI VIDA ES UNA RULETA


(CANCIÓN)

Yo pensaba hacer fortuna, jugando a la ruleta


y al que me aconsejaba, le decía: “no se meta”
Suerte de principiante, yo comencé ganando
Pero al final de cuenta, me terminaron pelando
Y a pesar de todo, él sigue jugando (Bis)

Amigo mío, ¡No se meta!


Con mi vida, ¡No se meta!
Amigo mío, ¡No se meta!
Mi vida es una ruleta

Con el giro de la bola, acecha la muerte


mas yo sigo esperando cambie mi suerte
BIS

¡Sale el numero tres! Ese, no lo jugué


¡Sale el número cinco! Con ese me cantan Bingo
¡Sale el numero ocho! No me tocó del bizcocho
¡Sale el numero dos! ¡ay...! se me olvidó

Fui Perdiendo mis ahorros, perdí mi apartamento,


también perdí mi carrito, todo lo fui perdiendo.
Luego me dejó mi esposa, mis hijos ya ni me hablan.
Se alejaron mis amigos, pues me quedé sin nada
Y a pesar de todo, el sigue jugando (Bis)

Amigo mío, ¡No se meta!


Con mi vida, ¡No se meta!
Amigo mío, ¡No se meta!
Mi vida es una ruleta

Con el giro de la bola, acecha la muerte


mas yo sigo esperando cambie mi suerte
BIS
¡Sale el numero tres! Ese, no lo jugué
¡Sale el número cinco! Con ese me cantan Bingo
¡Sale el numero ocho! No me tocó del bizcocho
¡Sale el numero dos! ¡ay...! se me olvidó

Todos dicen que yo tengo buena suerte en el amor,


Pero en el juego señores, vivo de mal en peor
Fui a tomar una terapia, ya sin nada que perder,
y a jugar a la ruleta fue el psicólogo también.

Amigo mío, ¡No se meta!


Con mi vida, ¡No se meta!
Amigo mío, ¡No se meta!
Mi vida es una ruleta

Con el giro de la bola, acecha la muerte


mas yo sigo esperando cambie mi suerte
BIS

¡Sale el numero tres! Ese, no lo jugué


¡Sale el número cinco! Con ese me cantan Bingo
¡Sale el numero ocho! No me tocó del bizcocho
¡Sale el numero dos! ¡ay...! se me olvidó

_____ EL 666

Trasladándome al tiempo en el que ya suponía superada mi situación;


debo referir que muchas veces, con algo de dinero en el bolsillo, el gusanillo de
la tentación me incitaba a volver a los casinos, entonces, no con poco esfuerzo
hacía acopio de mi voluntad y me iba a un cine a disfrutar, como en los
buenos tiempos, de una buena película. Estaba recobrando mis viejas
costumbres y más en contacto con la realidad. La alegría de vivir inundaba mis
sentidos nuevamente.

No obstante este renacer, hubo un momento en que me sentí flaquear y


vi en peligro todo el esfuerzo realizado para vencer esta obsesión fatal: Fue una
tarde mientras realizaba un trabajo de fotografía (otro de mis oficios),
recomendado por Máximo, el amigo antes mencionado que en diversas
ocasiones me tendió su mano amiga. Esta labor era precisamente en el hotel
donde yo frecuentaba más a menudo cuando solía jugar. Luego de concluir con
mi trabajo me dirigí como un autómata al salón de juego. Llevaba varios
cientos de pesos y un cheque de mil pesos que me habían avanzado. Me detuve
frente a la mesa número 13, y me sentí dominado por la ansiedad;
probablemente porque todas las sillas estaban ocupadas, o por lo cabalístico que
resultaba este numero asociado con la mala suerte. Todas las crupieres me
saludaban con simpatía al ver que estaba de vuelta; quizás eran saludos
sinceros, o tal vez de reconocimiento porque había regresado a cooperar con el
pago de sus sueldos. Una de ellas, además de saludarme, hizo la observación de
lo bien que me veía. No se si fue un halago para atraer alguna futura propina,
pero este cumplido, como una bola de ping pong, rebotó varias veces en mi
cerebro y me hizo descifrar que antes, cuando yo jugaba, debía de lucir muy
mal. En realidad, aunque el dolor y el problema glandular persistían, había
recuperado algunas libras. Terminé razonando, lógicamente, que nadie después
de recuperarse de una gravedad querría padecerla de nuevo. En ese instante de
reflexión quité la venda de mis ojos y observé con sentido crítico a las personas
que estaban allí en aquel ambiente tenso, bullicioso y lleno de humo. Noté que
todos a mi alrededor lucían enfermos y actuaban como títeres controlados por
hilos invisibles. Ninguno de ellos era dueño de su vida, pues la jugaban en una
ruleta, y a cada lanzamiento de la bola la iban perdiendo, pues se estaban
convirtiendo en simples engranajes, colaborando con el funcionamiento de una
empresa que producía zombis. Nadando en estos pensamientos, vi como la bola
caía en uno de los números que yo estaría jugando, y no sentí ninguna emoción;
entonces comenté en voz alta algo que había escuchado antes: “Este es un juego
realmente diabólico”. En eso un señor que oyó mi comentario, y que también
estaba mirando, me dijo:
–Verdaderamente que sí, para que lo compruebes, tome un bolígrafo
–me indicó– y sume todos los números de la ruleta. Extrañado hice lo que me
indicaba y al terminar, con los bellos erizados y preso por el asombro, volví a
sumar de nuevo. No había ninguna duda, todo encajaba en el plano diabólico,
pues la suma había dado el numero “666”.
En ese instante supe que había roto las cadenas que por tanto tiempo
me ataron a la columna de los suplicios. Con una sonrisa di la vuelta hacia el
hombre que me dio la información para darle las gracias, pero había
desaparecido. Me encogí de hombros y marché triunfalmente hacía la salida.
Por primera vez me sentía un ganador, y comprendí entonces el porqué de mi
presencia ese día en aquel lugar: bastaron cinco minutos, unas palabras de
elogio, la intervención de ese misterioso señor; y en una sola jugada recobré mí
libertad, ¡al fin pude descubrir como ganar!

Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, iba a poder dormir en paz con mi
conciencia.

ROMPIENDO CON EL PASADO

Haciendo un recuento de los últimos dos años de mi existencia: perdí


tanto dinero, que perdí hasta la cuenta. Sucedieron cosas ¡tan extrañas! y tan
difíciles de explicar, que tal vez resultaría mejor callar y dejarlo todo
depositado en el banco del olvido. Se que tendrá que pasar algún tiempo, para
poder recobrar el control de mis nervios y mi tranquilidad espiritual, pues
todavía con frecuencia sueño con la ruleta girando sobre mi cabeza, mientras un
crupier lanza la bola que, paradójicamente, siempre va a parar a mi numero
favorito. Esto es para mi un mensaje de mi subconsciente, producto de la mala
programación que le estuve dando, y que todavía, percibiendo la influencia de
este habito infernal, me incita a volver; mas cuando despierto recobro mi
voluntad y me siento seguro de mi mismo. Se que nada me hará regresar; al
menos, ¡esa es mi determinación! Pero... ¿que hará usted? amigo aficionado.
¿Le seguirá los pasos al Rey de la ruleta?...
En su mente dejo la respuesta.

Bajo la presión de los recuerdos, y la imperante necesidad de publicar


este libro, que no sabía como terminar, la única curiosidad que aun se mantenía
dando vuelta en mi mente era que nunca pude conocer por completo el
contenido de aquel CD, el cual aun esporádicamente sacaba de la gaveta de mi
escritorio, para pensativo darle vueltas entre mis dedos. Me cuestionaba, si
realmente J. Martínez logró encontrar la misteriosa formula, o si acaso fue una
broma cruel que decidió jugarme antes de partir hacia lo desconocido.

Allí en aquel CD estaba encerrada toda la verdad; y si era cierto que J.


Martínez dio con el secreto, sólo a él le pertenecía. Así que una tarde me dirigí
al farallón cercano al hotel donde pasó sus últimos días. Ya allí, de pie sobre
una roca, contemplé un atardecer rojizo que rompía la línea del horizonte.
Cinco metros más abajo el mar rugía golpeando las rocas, para brotar con
bramido de toro enfurecido en forma de géiser a través de los huecos que
bordeaban la orilla de la costa. Gotas de agua pulverizadas por el impacto
salpicaban mi rostro bautizándome y depositando en mis labios diminutos
cristales de sal. Lleno de éxtasis, hice un recorrido en círculo con la punta de mi
lengua, humedeciendo aún más mis labios resecos por la brisa, respiré muy
hondamente y perdí la noción del tiempo. No había ninguna otra alma al
rededor, que pudiera ver lo que yo pretendía hacer, a no ser el espíritu inquieto
de J. Martínez. ¡De pronto!, me sentí algo mareado y, sin llegar la noche, todo
se fue oscureciendo ante mis ojos. Sentía que mi cuerpo se balanceaba como un
péndulo al borde del abismo, los músculos flácidos y la razón perdida en otros
universos. Sumido en el sopor de la inconsciencia escuché vagamente una voz
que me llamaba desde la profundidad del mar y una fuerza humano-magnética a
la vez me atraía. Parecía que en cualquier momento caería en las aguas
embravecidas; en eso un destello de luz surgió de una nube lejana, seguida del
estruendo de un trueno ahogado por la distancia. Sacudiendo la cabeza desperté
de mi letargo y, luego de reponer el equilibrio, introduje los dedos en el bolsillo
de mi camisa, tomé el CD que hacía un instante me oprimía el corazón y lo
arrojé al mismo lugar donde la gente comentaba se había lanzado el que se
hacía llamar "El Rey de la Ruleta". En ese instante, como saliendo de un
hechizo, había roto el vinculo que me mantenía unido a “J. Martínez”. Ahora,
en compañía de los peces, algas y corales, el misterioso y ¡mortífero! secreto
del CD descansa junto a él, ya que –olvidaba decirles– nunca fue recobrado su
cadáver.

¿FIN?

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