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CABELLO/CARCELLER: “Gender Issues”, en BALADRÁN, Zbyněk; HAVRÁNEK, Vít:

Atlas of Transformation, jrp/ringier, Zurich, Suiza, 2010, págs. 230-232. (Ver también
Archive/Archivo en págs. 48-51).
http://monumenttotransformation.org/atlas-of-transformation/html/g/gender-issues/gender-issues-cabello-carceller.html

cabello/carceller
GENDER ISSUES / GÉNERO

¿Cómo podemos explicarnos un término en sí mismo tan complejo, pero que la


mayoría de la sociedad se empeña en simplificar? ¿Cómo explicarnos que esa
mayoría prefiera aparentar no entenderlo en su diversidad? ¿Y cómo es posible ese
fingimiento? ¿Por qué siguen existiendo las diferencias de género como categorías
bipolarizadas e infranqueables? ¿A quién beneficia la continuidad de esta escisión
binaria? ¿Por qué es imprescindible patologizar a quienes transgreden la frontera de
los géneros?¿Por qué la mayoría de las representaciones transgénero presentes en el
imaginario colectivo terminan adquiriendo un carácter pantomímico y exagerado? ¿A
qué obedece tanto miedo? La división normativa de los géneros nos sitúa sin duda
frente a una frontera irrefutable, aquella cuya existencia no quiere reconocerse para
evitar ser cuestionada. Quien la traspasa, en el mejor de los casos enferma... en el
peor, puede ser asesinado por “motivos morales”; pero lo que sí es seguro es que el
mero hecho de cruzar esa aduana nos confiere un estatuto especial y nos transforma
en un problema político que exige la intervención de los poderes públicos. Lo que sí es
seguro es que, si la frontera no se atraviesa del todo y se decide vivir en la
indefinición, el problema se agudiza, entre otras cosas porque no existen espacios
sociales para estos nuevos mestizajes posibles. Y decimos nuevos, no porque se trate
de una cuestión que no hubiera existido con anterioridad, decimos nuevos porque,
como ya hemos avanzado, se trata de un asunto que no ha querido ser cuestionado
de manera real, de manera efectiva. Podemos afirmar que es un tema nuevo porque
no ha sido relevante, porque de un modo poco inocente se ha marginalizado su
existencia, porque se ha tratado insistentemente como un tema asociado con la
sexualidad, reduciendo así su magnitud política. Ha sido aplazado y convertido en la
última cuestión, en aquella que habría que plantearse únicamente cuando el resto de
los problemas que afectan a nuestras sociedades hayan sido resueltos; al fin y al
cabo, es un problema de minorías, dicen. Y tienen razón, porque la mayoría de los
ciudadanos no puede o no quiere enfrentarse al hecho de que una de las variables
principales que marcan sus vidas y conducen su manera de interactuar con los otros

1
haya sido impuesta, como tampoco pueden afrontar el hecho de que ellos mismos se
hayan transformado en lo que nosotras hemos venido denominando “policías del
género”, en fuerzas del orden que juzgan y consecuentemente actúan sobre los
demás, forzando el mantenimiento de las categorías vigentes. Y lo hacen
frecuentemente a lo largo de su vida cotidiana, a través de gestos aparentemente
insignificantes, de conversaciones aburridas y de actitudes tan asumidas que pasan
desapercibidas. Los policías del género actúan en las contrataciones laborales, en el
colegio y en el médico; a la hora de presentar nuestra declaración de la renta y en la
cola de los servicios públicos… ¿Cómo podemos entonces pensarnos libres si hemos
naturalizado el género y convertido nuestros cuerpos en cárceles identitarias?
Masculino o femenino. Aparentemente hemos de aceptar la simplicidad de la
opción. Según nuestros sistemas políticos, parecería que sólo los sujetos previsibles
deberían ser sujetos emancipados/emancipables, es decir, sólo los sujetos previsibles
podrían constituirse en seres sociales con derechos adquiridos. Los sujetos
imprevistos –empleando la terminología de Carla Lonzi1– no son sujetos políticamente
útiles, son más bien sujetos potencialmente peligrosos, por lo que deben ser relegados
y pasar a constituirse en la casta de los invisibles. En las sociedades de la
comunicación, la invisibilidad termina siendo la mayor condena, pues acaba teniendo
como consecuencia la ausencia de derechos políticos efectivos. Es por ello que para
los poderes fácticos se hace necesario dificultar las posibilidades representacionales
de aquellos a quienes no se desea conceder un papel activo en el entramado social y,
sobre todo, a quienes se desea privar, tal y como se está haciendo aún actualmente,
de sus derechos civiles. Hoy en día, la presencia en el imaginario colectivo resulta
imprescindible para acceder a la palabra en el entramado social, sin esa visibilidad no
es posible ni decirse ni ser comprendidos como parte del cuerpo político.
Si convenimos con Judith Butler que el género constituye una imitación carente
de original, que “imita al mito de la originalidad misma”2, construyendo la ilusión de
existencia de un género primario e interior o parodiando el mecanismo de dicha
construcción, podremos entender que son muchas las posibilidades de corrupción y
transgresión de unas divisiones de género binarias establecidas, unas divisiones
ficticiamente presentadas como “naturales” desde la perspectiva heterosexual
dominante. En el campo de la representación, y más específicamente en el de la
representación visual, los espacios para la construcción de posibles identidades que
dificultaran una asignación normativa de género son a priori múltiples; identidades que

1
Lonzi, Carla; Escupamos sobre Hegel, Editorial Anagrama, Barcelona, 1981. Publicado originalmente
como Sputiamo su Hegel e altri scritti, Rivolta Femminile, Milán, 1972.
2
Butler, Judith; Gender Trouble. Feminism and the Subversión of Identity, Routledge, Londres,1990, pág.
138.

2
nos alejarían de la insistencia en la creación ilusoria de ese yo estable y sexuado que
Butler asocia a la gestión de una ficción reguladora heteronormativa. Pero se trata de
una regulación perfectamente vigente, y anclada muy profundamente en las distintas
sociedades y culturas. Si interpretamos la representación como una acción de “volver
a presentarse”, de re-presentarse, en un aplazamiento indefinido de la estabilidad y la
unidad de la presencia genéricamente regulada y ordenada, tendríamos en ella un
aparente aliado que nos permitiría jugar con sus posibilidades y aprovecharnos de su
importante repercusión en los espacios sociales contemporáneos. Sin embargo, las
imágenes creadas desde la resistencia a la mirada hegemónica y a las categorías
establecidas, son desplazadas e interpretadas en clave espectacular e histriónica,
ajenas a los espacios de construcción de un imaginario sinceramente plural y
ecuánime. El eco receptivo de estas imágenes posibles en el discurso crítico las sitúa
en compartimentos cerrados, reduciendo sus variables de interpretación y negándoles
la oportunidad de acceder a lecturas abiertas. Un orden de género redundante, cuya
estructura permanece oculta bajo el manto de una neutralidad -que es en realidad
imposible- se encargará de promover todas aquellas imágenes que encajen en dicho
orden sin mostrar cansancio alguno, mientras denuncia el agotamiento que le produce
cualquier insistencia en los imaginarios no convencionales.
Como artistas, ya en el año 2000 nos planteamos la posibilidad de trabajar con
lo que denominamos un “arte degenerado”. Por un lado, “Arte degenerado” (Entartete
Kunst) fue el calificativo elegido por el régimen nacionalsocialista alemán en 1937 para
clasificar e insultar a las producciones de arte moderno o vanguardista. En segundo
lugar, degenerada o degenerado significa también “individuo de condición mental y
moral anormal o depravada, acompañada por lo común de peculiares estigmas
físicos”3 y se ha utilizado ampliamente para referirse a los individuos con
“perversiones” sexuales (una clasificación que encierra en el mismo concepto desde
personas que ejercen la violencia, como puede ser un violador, hasta personas que
reciben la violencia del grupo dominante como los homosexuales). En tercer lugar, a
pesar de la oposición institucional, en la lengua castellana se ha terminando
imponiendo la palabra género como traducción literal del concepto inglés gender, lo
que nos decidió a utilizar el término degenerado también refiriéndonos, a partir de esta
nueva acepción, a una ausencia de adscripción a un género femenino o masculino
normativizado. Por último, también en castellano, género hace referencia a la
clasificación habitual de las diferentes disciplinas artísticas: fotografía, pintura,
escultura, vídeo,… (en inglés, el término en este caso se correspondería con la

3
Diccionario de la lengua española, Real Academia Española, Vigésima Edición, Espasa-Calpe, Madrid,
1984, pág. 447.

3
palabra genre). En todos estos sentidos, un arte degenerado4 podría practicar, al
menos, una cuádruple transgresión: política, sexual, social y de desestabilización de
los lenguajes artísticos conservadores.
¿Se puede verdaderamente saltar la barrera de los géneros? Lo cierto es que
apenas se ha probado este camino. De hecho, la revolución moral que tuvo lugar en
algunos países occidentales en la segunda mitad del siglo pasado sí se cuestionó la
necesidad de igualar las jerarquías entre lo femenino y lo masculino; pero no la
necesidad de trascender la permanencia de este orden simbólico, reduciendo las
posibilidades de desarticulación del género normativo al ámbito del espectáculo, la
patología o la marginalización obligada. Es cierto que los cambios apenas han
empezado y que, con una simple mirada a nuestro alrededor, una mirada que incluye,
por supuesto, al mundo del arte, nos damos cuenta de cuán lejos estamos de esa
igualdad jurídica, económica y política (si es que alguna de estas categorías puede ser
empleada por separado una de la otra) entre esos hombres biológicos forzosamente
masculinos y esas mujeres biológicas forzosamente femeninas que constituyen la
mayoría ideológica. Pero quizá nos estemos equivocando de pregunta porque la
respuesta es obvia, actualmente carecemos de esa libertad y en la esfera pública
debemos seguir siendo identificados como parte de uno u otro género. Es decir, no se
trata de una problemática que deba analizarse dentro del ámbito de lo privado, es una
cuestión pública y de relaciones de poder. Nuestra adscripción de género consta en
nuestros documentos identificativos, que son casi más importantes que nosotros
mismos, ya que su posesión condiciona nuestra movilidad por el mundo; de hecho su
ausencia pone en cuestión nuestra propia existencia. En ellos no consta la raza (al
menos en España); tampoco la clase económica (aunque para demostrar la solvencia
los documentos deben acompañarse de tarjetas de crédito). No consta nuestra
pertenencia a religión alguna…; pero la necesidad de conocer el género preceptivo al
que se te ha adscrito es casi obsesiva. ¿Por qué? Volvamos al principio: ¿a quién
beneficia la continuidad de esta escisión binaria?

4
En inglés, sería algo así como una mezcla entre Degenerated Art y Degenderated Art.

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