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módulo 14. El simbolismo en el Perú.

Curso de Literatura Peruana y Latinoamericana.


Universidad Peruana de las Américas.
Prof. Martín Cervetto.

Módulo 14. El simbolismo en el Perú.

José María Eguren.

Jose Maria Eguren (n. Lima, Perú; 7 de julio de 1874 – f. íb.; 19 de abril de 1942) fue
un poeta, exalumno del Colegio de la Inmaculada, periodista, escritor, pintor y fotógrafo
peruano.

Eguren por Jorge Eslava.

La poesía encantada de José María Eguren


Jorge Eslava
En medio de la vibración verbal y de la altanería del poeta peruano José Santos
Chocano, cuya figura predominaba a principios del siglo XX, la aparición de unos
versos mágicos escritos por un hombre tímido y de revoltosa cabellera, condujo a la
crítica literaria de entonces a arrojarlo al territorio de la incomprensión, cuando no al
desdén. José María Eguren fue llamado –en el colmo de los insultos–: “aterrador de
niños”, sepultando por mucho tiempo el raro tesoro de su obra bajo el epitafio de oscuro
y difícil.
Esta condición de poeta extraño, que creaba sin copiar modelos ni hacer alboroto, chocó
con la tradición artística del modernismo y anunció la conciencia solitaria de un gran
poeta; pues Eguren fue desde el comienzo el creador de una obra muy personal. Qué
otro estilo podía esperarse de un hombre que estaba en el mundo como se está en las
nubes: distraído del ajetreo mundano, contemplando el paisaje, sin hacer daño a nadie y
paseando casi sin tocar el suelo.
Mientras iba y venía a diario por el malecón –vivió en el distrito de Barranco–, con sus
bigotes inquietos y sus pasos cortitos, de seguro miraba hacia el mar y sostenía secretas
conversaciones con seres y objetos sin voz del despeñadero: botes abandonados,
gallinazos, perros vagabundos, sombras y árboles pelados. Simples siluetas para todo
paseante del balneario: ¿qué puede importar un pájaro espulgándose al sol o un trozo de
madera bamboleándose en las olas? Pero estos seres y objetos eran transformados, bajo
la mágica percepción de Eguren, en misteriosos personajes como ogros y delicadas
princesas, barcos venidos de tierras lejanas o reyes que combaten infatigables del
amanecer al anochecer.

De esta corte imaginaria de personajes nacieron sus poemas; los primeros se publicaron
en algunas revistas limeñas sin alcanzar notoriedad. Años más tarde publicó su primer
libro: Simbólicas (1911), que muy pocos lectores supieron valorar. Algunos artistas e
intelectuales como Manuel González Prada, José Carlos Mariátegui o Carlos Oquendo
de Amat elogiaron desde el comienzo la calidad y rareza de su poesía. Mariátegui no se
equivocó al afirmar que en Eguren subsistía un espíritu aristocrático, que se resumía en
su evasión de la realidad. Entiéndase como una fuga poética de la realidad, no del
hombre sino del artista que con su talento y esfuerzo cotidiano trasfigura la visión de
nuestra terrenalidad para crear un nuevo paisaje.
Eso es lo que ocurre con la poesía de Eguren, que con palabras conocidas y
desconocidas, llenas de asombro y color inventa un país fuera del tiempo y del espacio,
un país muy cercano al ensueño y que por momentos tiene los aires de la infancia. Aires
de cuentos y leyendas, de castillos y bosques hechizados que no rebajan el arte de
Eguren, sino que por el contrario lo ahondan y enriquecen. No es difícil percibir en la
mayoría de sus poemas cómo convergen los caminos de la imaginación lírica con los
caminos de alguna historia fabulosa, muchas veces terrible.
Tras el magnetismo de un lenguaje inusual, a pequeños y grandes lectores nos es dado
encontrar una historia fantástica –como si fuera una película de efectos especiales–, en
la que soñados personajes interpretan diversos papeles. Poco importa si son buenos,
malvados, oscuros o radiantes; porque todos son personajes profundos y misteriosos. En
poemas como "Los gigantones" o "Juan Volatín" nos sobrecoge la impresión de estar
escuchando antiguos cuentos de hadas y podemos sentir el escalofrío de una pesadilla
que nos desvela a media noche o la gracia de un muñeco revoloteando en la ventana. Es
conveniente leer los poemas en voz alta, con la mejor entonación posible para sentir ese
aire infantil de alegría, de incertidumbre o de miedo. Como ocurre con el viento que
provoca este caballo que, más allá de la muerte, aún sigue cabalgando:
El caballo
Viene por las calles,
a la luna parva,
un caballo muerto
en antigua batalla.
Sus cascos sombríos…
trepida, resbala;
da un hosco relincho,
con sus voces lejanas.
En la plúmbea esquina
de la barricada,
con ojos vacíos
y con horror, se para.
Más tarde se escuchan
sus lentas pisadas,
por vías desiertas,
y por ruinosas plazas.

Este texto pertenece al segundo libro de Eguren, La canción de las figuras (1916) y nos
cuenta de un ser fantasmagórico que transita un escenario macabro, donde todo aparece
degradado por el acabamiento. La opacidad del lenguaje –"parva", "trepida",
"plúmbea"– da un sabor de leyenda remota y sin embargo de presente fascinación por el
horror, pues (todavía) "se escuchan / sus lentas pisadas". La brumosa historia de este
caballo sin jinete, que avanza a ritmo penoso –"trepida, resbala"– va borrando los
contornos de la realidad. Viene de lejos y en un punto sus ojos vacíos descubren algo
que lo paraliza. ¿Qué puede ser?, no lo sabemos. Prosigue luego su camino y se hunde
en una ciudad de sombras.
En una antigua entrevista, cuando el poeta tenía casi cincuenta años, a la pregunta
"¿Cuál es su lema?", él contestó: "Siempre a lo desconocido". Por eso no sorprende que
todos sus poemas oculten algo que difícilmente descubriremos. Pero es la emoción de la
búsqueda, como la curiosidad infantil, lo que anima continuar su lectura. Esa misma
curiosidad infantil que mantenía vivo al poeta; sus ojos vivaces y atentos a los detalles
del paisaje, a las costumbres de los insectos y a la flor que se abría en el jardín.
Minucias que aparecen en sus poemas desde el título y se filtran entre las líneas
formando un diminuto espectáculo. En una prosa reflexiva escribió: "El estado de
contento es la verdadera existencia porque el dolor destruye y es originario de muerte.
El niño es nueva vida; una ascensión. Su espíritu vuela para percibir el conocimiento,
con la curiosidad de lo ignoto, pues cada descubrimiento es para él una maravilla". (1)
El mundo de los juguetes, ese otro laberinto de recreación infantil, de aprendizaje por
representar la realidad en su escala minúscula, también fue motivo de muchos poemas
de Eguren. Ahí están regados títeres, muñecas, tambores, pelotas, flautas y caballitos de
carrusel. En ese ámbito de juguetes el niño, sumergido en la ensoñación, ocupa la
dignidad del hacedor; es decir, del poeta. En una nueva prosa meditativa nos dice: "Los
juguetes son una simulación liliputiense de la vida. Los niños los llevan a acciones
magnas. Lo pequeño implica vastedad. La metafísica de la miniatura es una síntesis, y
ésta puede mantener virtualmente fuerzas grandes. En el mundo de los juguetes el niño
es un gigante…". (2)
Una anécdota escrita por Rosa Alarco es muy reveladora, porque refiere los juegos
infantiles de un Eguren adulto con sus amigos escritores. Sólo menciono un pequeño
fragmento: "Él nos había dicho: “Y mírenme bien… ¡Yo soy un duende!… pero hay
otros duendes… cítenlos para formar una ronda… y una vida (…) porque yo sé que
existen muchos seres esperando… y yo he visto unas cuevas muy lindas y otras cosas…
No seremos muchos… pero eso sí, ¡bailaremos! ¡Cantaremos! ¡Jugaremos!… y luego,
¡ya verán! con el día… zas y zas,… desapareceremos todos". (3)
Dichas referencias no deberían incomodarnos: Eguren tenía familiaridad con los
juguetes, las travesuras y las rondas infantiles. Jugaba en el mundo real como en tantos
de sus poemas, formando comparsas palaciegas, danzando al ritmo de rondallas y
cantando tarantelas en fiestas que él mismo organizaba. Recordemos además que sus
primeras composiciones poéticas fueron escritas para sus pequeñas sobrinas; no
sabemos si luego continuó pensando en un público infantil, pero es bien conocido que
sus largas temporadas transcurridas de niño en las haciendas Chuquitanta y Pro, a causa
de su salud quebradiza, marcaron de manera imborrable su espíritu de amor por la
naturaleza y de pasión por la fresca fabulación infantil.
Un aspecto fundamental de aquellos años es la formación interior que recibió de niño.
Lo que él llamó su "educación privada" –realizada al margen de la escuela–, que fue su
afición temprana por la pintura y la música; y también por la lectura de escritores
clásicos inducida por su hermano Jorge. Esta rica experiencia espiritual lo dotó del
"profundo sentimiento de la Naturaleza, expresado en símbolos, como lo siente la gente
del campo que lo anima con fábulas y consejas y lo puebla de duendes y brujas,
monstruos y trasgos". (4)
Es por eso que los ambientes creados por Eguren son alucinados y sus personajes jamás
son decorativos, sino que insinúan ciertos dramas de la existencia humana. Aunque no
es fácil, leer su poesía es una experiencia cautivante. Procuremos repetir sus versos
entrecerrando los ojos y dejémonos llevar por la música de sus palabras, por las
primorosas pinceladas que van creando un cuadro lleno de símbolos. Sabemos que el
símbolo es una impresión profunda, una sensación difícil de explicar como tantas cosas
en la vida. Y es sobre todo en la inocente imaginación del niño donde germinan los
símbolos, de natural y continuo, que acaban por pintar un paisaje único como el que nos
deja esta poesía.

Notas:
1. "De estética infantil”. En: Obras completas. Lima: Mosca Azul Editores, 1974.
2. "Paisaje mínimo". En: Obras completas. Lima: Mosca Azul Editores, 1974.
3. En el libro de Rosa Alarco, Alfonso de Silva. La Habana: Casa de las Américas,
1981.
4. "Nota sobre José María Eguren", por Enrique Bustamante y Ballivián.
Jorge Eslava autor e investigador literario peruano. Estudió sociología y literatura en la
Universidad de San Marcos. Ha publicado numerosos libros para niños, entre ellos
Caballo de madera y otras canciones, Cuentos horribles, Cuenta bichos, Buenos días,
Sol, Los cascabeles mágicos, Historia con bigotes, Las torres del castillo y la serie
dedicada al Capitán Centella. El libro del capitán. Navegación por la literatura infantil
(Taurus, 2008) es una recopilación de ensayos, reseñas y entrevistas con escritores
sobresalientes.

La niña de la lámpara azul

En el pasadizo nebuloso
cual mágico sueño de Estambul,
su perfil presenta destelloso
la niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,


y su llama seductora brilla,
tiembla en su cabello la garúa
de la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa


en fresco aroma de abedul,
habla de una vida milagrosa
la niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura


y besos de amor matutino,
me ofrece la bella criatura
un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
hiende leda, vaporoso tul;
y me guía a través de la noche
la niña de la lámpara azul.

Los ángeles tranquilos


Pasó el vendaval; ahora,
con perlas y berilos,
cantan la soledad aurora
los ángeles tranquilos.

Modulan canciones santas


en dulces bandolines;
viendo caídas las hojosas plantas
de campos y jardines.

Mientras sol en la neblina


vibra sus oropeles,
besan la muerte blanquecina
en los Saharas crueles.

Se alejan de madrugada,
con perlas y berilos,
y con la luz del cielo en la mirada
los ángeles tranquilos.

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