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Qé^sh G. P. G O O C H
P{.±.

Historia e Historiadores
en el Siglo XIX

Versión española de
E r n e s t in a d e C h a m p o u r c in
y
R a m ó n I g le s ia

Librería BOGOTA
C arrera 6 a . No. 14-38
BOGOTA

F O N D O D K C U L T U R A E C O N O M I C A
Panuco, (>3 - México
C A P IT U LO IV

JACOBO GRIM M

D uran te l a m i s m a década espléndida que vió nacer los primeros tra­

bajos de Niebuhr, Böckh, Savigny y Eichhorn, Jacobo Grimm fundó la


ciencia de los orígenes teutónicos.1 Bodmer había publicado parte de los
Nibelungos, y algunos poetas menores se interesaron por los Minnesinger;
pero el estudio de las >antigüedades era absolutamente incompatible con
la Aufklärung. Se inició una nueva época con Herder, que preparó el
camino para el estudio histórico de la literatura con su concepto de la
poesía de la naturaleza, del alma popular y del idioma como un tesoro al
que los siglos daban* su aportación. Amaba la infancia y la juventud de
la literatura, el mundo de Homero, los Eddas y los Volkslieder. “Yo no
creo”, escribía en 1793, “que los germanos sientan menos que otras naciones
los méritos de sus antepasados. Creo en la llegada de un tiempo en que
volveremos más seriamente a sus obras, aprendiendo a estimar nuestro oro
viejo.” El interés de Herder fué compartido por un número creciente de
compatriotas suyos a medida que aumentaba en volumen el movimiento
romántico. Johannes Müller calificó a los Nibelungos de Homero ger-
• manó, Bürger intentó reproducir en sus baladas los modelos primitivos,
y Musäus utilizó las sagas para sus Cuentos. La emotiva personalidad de
Ticck encontró estímulo en las canciones y romances de la Edad Media.
Las conferencias de Augusto Schlegel en Berlín declararon la guerra a los
ni nones de la Aufklärung, y Von der Hagen fué impulsado por ellas a
publicar la antigua poesía alemana. Fouqué inició una serie de romances
medievales. Arnim y Brentano publicaron su gran colección de canciones
populares conocida por el Wunderhorn, que pusieron de actualidad la
Edad Media e inspiraron a toda una generación de líricos alemanes. Los
románticos prestaron un servicio inestimable a los estudios históricos. En­
riquecieron la imaginación presentando la vida abigarrada de otras edades
y de otros países. Duplicaron el capital intelectual y ensancharon el hori­
zonte de su tiempo. Pero eran artistas, poetas, soñadores y no eruditos,

1 Los mejores estudios sobre la historia de esta ciencia son R aumkr , Geschichte d.
Germanischen Philologie, 1870, y P a u l , Grundriss d. Germanischen Philologie, vol. 1, 1891.
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historiadores, filólogos. A Jacobo Grim m 2 le corresponde la gloria, aun*


que se educó dentro de su círculo, de haber añadido, a sus mejores cuali­
dades la erudición crítica y el poder sintético que les faltaban.
Nacido en Hesse en 1785, Grimm entró en la universidad de Marbur-
go y, obedeciendo al deseo de su padre, se matriculó como estudiante de
derecho. Su interés intelectual fué despertado por Savigny, que se convir­
tió en su héroe y su modelo. “¿Qué puedo decir de sus conferencias” ,
escribió en su autobiografía medio siglo más tarde, “excepto que ejercieron
una influencia decisiva sobre toda mi vida?” Al él le dedicó la Grammatik,
declarando que ansiaba desde hacía tiempo rendir público homenaje a
su viejo maestro en cuanto fuera capaz de hacer algo digno de él. En su
biblioteca trabó conocimiento con la literatura primitiva alemana, y de
él heredó esa piedad histórica que distingue la vida del maestro y del
discípulo. Si esta amistad fué el primer acontecimiento importante de su
vida, el segundo fué la aparición de los Minnelieder, editados por Tieck.
Gracias a Savigny conoció a Arnim y a Brentano y su acervo enriqueció
el Wunderhorn. Un campo nuevo, apenas cultivado, declaró Grimm más
tarde, se abría ante nosotros. Goethe y Schiller se habían preocupado
poco de la Edad Media. Bodmer puso la llave en la cerradura, y los ro­
mánticos abrieron la puerta. Cuando Savigny lo llevó consigo a París
en 1805, para que le ayudase a reunir material para su historia del derecho
romano, Grimm empezó a investigar por su propia cuenta. “ He estado
pensando”, le había escrito Guillermo a su hermano, “ que podías buscar
entre los manuscritos antiguos poemas germánicos. Quizás encuentres algo
desconocido e importante.” Poco después de su regreso, se decidió por una
colección de sagas y cuentos de hadas germánicos. Pronto descubrió que
muchos de éstos eran internacionales, y se vió obligado a examinar todas
las literaturas teutónicas y romances, echando también un vistazo a las
del mundo eslavo y del Oriente. Bebió con fervor en el manantial de
Creuzer y Gorres, estudiando también derecho primitivo y gramática com­
parada. En esos primeros años de su despertar intelectual, delineó los
vastos territorios a cuyo cultivo dedicaría su larga y laboriosa existencia.
Empezando con críticas y ensayos, los hermanos atrajeron rápidamen­
te la atención de los eruditos; y los Marchen/ cuyo primer volumen fué
publicado en 1812, hicieron famoso en toda Alemania el nombre de Grimm.

■ Scnr.KF.R, Jacob Grimm, 2* ed., 1885, es una de las mejores monografías alemanas.
Huy muchos datos de valor relacionados con los hermanos en Scherer, Kleine Schriften,
1895, Wi.iNiioiJ), Rede auf Grimm, 1863, es fidedigna. Una breve autobiografía de
Grímm se encuentra en sus Kleine Schriften, vol. 1, 1864. Su correspondencia llena m u­
cho» volúmenes.
■ Véase el artículo de H. G r im m , “ Die Brüder Grimm u. die Márchen” , en sus
Beitrtigc z. deutschcn Culturgeschichtc, 1897.
JACOBO GRIMM 63

Los hermanos realizaron para el cuento de hadas lo que habían hecho Ar-
nirri y Brentano para la canción popular (Volkslied). Herder había observa­
do que una colección de cuentos infantiles sería un regalo de Navidad para
la juventud del futuro. Su pronóstico resultó cierto; pero el principal
objeto de la obra era revelar las riquezas nacionales. Los hermanos cen­
suraron severemanete las libertades que Arnim y Brentano se tomaban
ron su precioso material. “ No les interesa nada la investigación histórica
meticulosa’' escribía Jacobo a Guillermo en 1809; “ no se contentan con de­
jar lo antiguo como está, sino que insisten en adaptarlo a nuestro propio
tiempo, al cual no pertenece.” Con sus naturalezas infantiles y su amor
a la poesía popular, los Grimm eran ideales intérpretes del cuento de ha­
das para el mundo moderno. Los Márchen se asimilaron a la vida de
la nación alemana más que cualquier otra parte de la producción ro­
mántica. La colección de sagas germanas que les sucedió tuvo menos
éxito. La mayoría ya estaban impresas, aunque se añadieron algunas to­
madas de la tradición oral. Extraña mezcla de elementos cristianos y pa­
ganos, de magia y de historia, eran de un gran valor como revelación de
la mente popular. Grimm declaró que la historia más primitiva de todos
los pueblos estaba en la saga popular, que era siempre épica. Se hallaba
de acuerdo con Arnim, según el cual la épica se componía sola, y con la
paradoja de Novalis de que hay más verdad en los cuentos de los poetas
que en las crónicas. Los románticos comprendieron la verdad esencial
de que el historiador tenía que reconstruir la vida y los hechos de los
pueblos. La historia había postergado las sagas y las baladas porque no
contenían “hechos” . Estos puntos de vista fueron expresados vigorosa­
mente en el ensayo Pensamientos sobre el mito, la épica y la historia; pero
lttN enseñanzas de Grimm no carecían de graves faltas. Atribuía a las sagas
IXuU sustancia histórica de la que poseían. En su devoción por la poesía
popular era injusto con otros tipos posteriores. Considera lo consciente
como inferior a lo inconsciente, el trabajo individual como inferior a las
creaciones espontáneas de la comunidad. Le encantaba considerar la
literatura medieval, igual que las catedrales medievales, como la expre­
sión anónima del alma de un pueblo.
La repetición y el desarrollo de los puntos de vista románticos sobre
la literatura primitiva suscitaron una aguda crítica de Augusto Schlegel,
que ridiculizó la afirmación de que la épica y las canciones populares se
escriben solas.4 Que no sepamos el nombre del autor no es una prueba
de que nacieron solas. Las sagas y las baladas heroicas eran propiedad
común, no producto común de su época. “Cuando vemos que una ele-

4 Sfim .ixiii, , U'crltc, xn,


64 HISTORIA E HISTORIADORES

vada torre se yergue por encima de las moradas de los hombres, sabemos
que muchas manos acarrearon las piedras para su construcción; pero las
piedras no son la torre. Esta es obra del arquitecto.” Sin naturaleza no
hay vida; pero sin arte no hay forma. Toda poesía es la combinación de
la naturaleza y el arte. Schlegel se burlaba de su devoción hacia lo in­
significante, de su entusiasmo por las viejas fábulas de comadres y las
canciones de cuna. En la última crítica brota algo de la arrogancia de la
Aufklärung; pero en conjunto el ensayo hizo el efecto de una viva y fresca
brisa. La acusación se extendía a la etimología de Grimm. Declaraba
que el estudio de la antigua literatura alemana sólo daría resultados ba­
sándose en un exacto conocimiento gramatical. Grimm comprendió la
justicia de esa crítica y empezó a dedicarse a los estudios gramaticales.
Rask, cuya gramática islandesa había elogiado cuando se publicó en 1811,
decía que la filología no debía decretar cómo deberían formarse Tas pala­
bras, sino describir cómo fueron formadas y alteradas. Este principio
encontró rápida respuesta en Grimm, que sentía igual devoción por el idio­
ma que por la poesía popular. El gramático debe ser discípulo y no maes­
tro del lenguaje. Escribiendo durante el auge de la Aufklärung, Adelung
desdeñaba los dialectos y frenaba el lenguaje con riendas y bocado. Otros
insistían en la prospripción de ciertas palabras y la alteración de muchas
más. El ataque a las antiguas formas repugnaba a Grimm tanto como un
ultraje a la moral. La producción de una desabrida uniformidad era como
el método de los terroristas en la Revolución Francesa, y la fabricación
de nuevas palabras era un pecdo. Las arrugas y los granos ponían un
sello de hogar intransferible, como sobre un rostro conocido. Para susti­
tuir la pedantería sapiente y la reforma niveladora ofrecía la gramática
histórica, que enseñaba el respeto a todo elemento vivo.
Las leyes del lenguaje habían sido delineadas por Guillermo Hum­
boldt en 1812 en su magistral ensayo sobre los vascos. Insistía en que se
combinara el estudio del lenguaje con el de la historia, recomendando la
investigación de las características de las naciones como el necesario acom­
pañamiento de la gramática. La estructura del lenguaje era orgánica;
pero su formación se veía alterada por préstamos y asimilaciones im­
perfectas. Así todo lenguaje estaba constituido por partes orgánicas y
añadidos inorgánicos. Estas ideas fueron adoptadas por Grimm en su Gra­
mática alemana, cuyo primer volumen apareció en 1819. El libro se pro­
ponía revelar la actuación de una ley en el lenguaje como en la historia;
y la clave sólo podía recuperarse mediante la cuidadosa comparación de
todos los idioms y dialectos teutónicos. Su tesis principal era que todas
las familias de habla germánica se hallaban estrechamente relacionadas y
JACOBO GRIMM 65

que las formas actuales eran ininteligibles si no se referían a las más


antiguas. Utilizó de lleno los trabajos de sus predecesores, sobre todo los
de Hickes y Rask, y, en otro terreno, los de Bopp; pero introdujo el mé­
todo comparativo en la filología teutónica. En el campo puramente ale­
mán él mismo puso los cimientos; y surgió un conjunto arquitectónica
allí donde sólo había habido hasta entonces detalles aislados. El libro
iba mucho más lejos de lo que su título prometía, pues era, en realidad,
una historia de los idiomas teutónicos. La obra maestra de Grimm es uno
de esos instrumentos mediante los cuales ha progresado desde entonces la
ciencia histórica. El más competente de los jueces, Benecke, declaró que
no sabía qué admirar más, si la penetración del autor o su sabiduría. Su
antiguo crítico, Schlegel, se apresuró a felicitarle. Siguiéndolo, el lector
disfruta de una luz siempre creciente hasta que sus ojos tropiezan con un
mundo ordenado.
La obra se agotó en un año, y en 1820 el autor empezó a escribirla de
nuevo. A medida que trabajaba hizo nuevos e importantes descubrimien­
tos, y las pruebas fueron revisadas por Lachmann. Fué mejorada la dis­
posición del material, y la segunda edición resultó en muchos aspectos
lina obra nueva. La aportación más importante era la exposición de la
“Ley de Grimm”, o sea la explicación del cambio de letras. Había tam­
bién leyes del sonido. No se podía retrotraer las palabras a un origen
común, a no ser que se explicara la diferencia de sus sonidos por una ley
de variación. De este modo se reconstruirían las relaciones entre los pue­
blos, obteniéndose algún conocimiento acerca de la vida primitiva de la
humanidad. Se publicaron tres volúmenes más de la Grammatik y el último
abordaba el problema de la sintaxis. Cuando el editor preguntó a Grimm
si prefería completar o revisar su obra, optó por lo último. Aunque in­
completa, es, sin punto de comparación, el trabajo más importante que
se ha consagrado a la filología alemana. Nadie había penetrado nunca
tan hondo en los últimos escondites del lenguaje, captando su íntima
relación con la vida. Al convertirse en filólogo, Grimm no dejó de ser
un poeta. Su visión creadora arroja luz de continuo sobre los puntos
oscuros. Adelung había preguntado qué sentido podía tener el asignar
un sexo a cosas inanimadas y a conceptos abstractos. Grimm contesta in­
tentando reconstituir los senderos por los cuales caminaba la fantasía
primitiva. En sus primeras formas el idioma es pictórico y concreto; en
las posteriores, abstracto e intelectual. El hallazgo de la transición de lo
sensible a lo racional constituyó una importante contribución a la historia
del género humano.
66 HISTORIA E HISTORIADORES

Entre los dos primeros y los dos últimos volúmenes de la Grammatik


Grimm publicó su maravilloso trabajo sobre las Antigüedades Jurídicas,
una descripción de la primitiva vida germánica desde un punto de vista
especial.5 Las diferencias que, según demostró, existían entre las primeras
y las más tardías fases de la literatura y del lenguaje, existían igualmente
en el campo del derecho y de la religión. Había adoptado con entusiasmo
el punto de vista de Savigny acerca de la naturaleza del derecho, y acogió
encantado la Vocación. Le interesaban especialmente la acción simbólica,
las formas en que se expresaban los conceptos. En un primer ensayo so­
bre la Poesía en el Derecho, declaró que ambos habían crecido juntos.
El poeta y el juez expresaban igualmente los pensamientos comunes. Se
le acusó con injusticia de no haber logrado tratar el, tema históricamente
y de no haber esbozado la transformación gradual de las instituciones.
Pero su tarea era completamente distinta de la de Eichhorn. Se limitó
al elemento sensible, visible, pictórico, a las costumbres y los usos, las
acciones y las formas exigidos por una edad iletrada. Sus fuentes princi­
pales eran las llamadas Weistümer o sentencias, la primitiva literatura y
las leyendas. Ningún jurista podría haber escrito el libro, pues ninguno
poseía el necesario conocimiento de las lenguas y las literaturas del mundo
teutónico medieval. Mientras Eichhorn deseaba discutir los fundamentos
del derecho y la práctica modernos, Grimm nunca se preocupó de las evo­
luciones posteriores. Cada uso tenía su importancia como una expresión
del espíritu popular.
El libro fué acogido con entusiasmo por los juristas de Alemania.
Savigny se alegró del brillante desarrollo dado a sus propias enseñanzas.
Eichhorn lo elogió calurosamente, sin comprender en toda su extensión
su carácter creador, Michelet dió una gran satisfacción al modesto autor
edificando sobre esa base sus Orígenes simbólicos del derecho francés.
Grimm declaró verazmente que su libro era una obra de sugestión. Esta
cualidad no está aún agotada casi un siglo después de su aparición, y su
influencia puede rastrearse en todos los escritores posteriores que se ocu­
pan del derecho teutónico primitivo. La edición de Weistümer o senten­
cias estaba estrechamente ligada a las Antigüedades Jurídicas, y de ella
aparecieron cuatro tomos durante su vida y otros tres después de su muer­
te. “A no ser que me ciegue el entusiasmo”, escribe, “esta colección enrique­
cerá enormemente y casi revolucionará nuestras antigüedades jurídicas,
traerá importantes aportaciones al conocimiento del derecho, la mitolo-

8 Sobre CJrirnm romo jimsla poseernos la admirable nionojpana de IIO bner, Jacob
Grimm u. das dcutschr lltrh l, 1895.
JACOBO GRIMM 67
gia y las costumbres, y dará calor y brillantez a nuestra historia primitiva.”
Desempeñaron el mismo papel en el derecho que las canciones populares y
ios cuentos de hadas en la mitología y la poesía. En ambos casos utilizó la
tradición popular para ilustrar y explicar los monumentos escritos. Pero
la más antigua data del siglo xm; y se equivocó al emplearlas para ilustrar
tiempos mucho más remotos.
En la Mitología alemana exploró otro aspecto de la vida teutónica
primitiva. Górres y Mone habían estudiado la supervivencia de la fe y
las prácticas paganas sin emplear métodos críticos. “En mis libros” de-
claraba Grimm en el prefacio, “he procurado demostrar que el lenguaje de
nuestros antepasados no era áspero y salvaje, sino fino y armonioso; que no
vivían en hordas, sino que eran libres, morales y que observaban la ley. Aho­
ra deseo mostrar sus corazones llenos de fe, recordar sus magníficas aunque
imperfectas concepciones de seres más elevados.” La literatura, las sagas, los
cuentos de hadas, las costumbres, el lenguaje, se vieron forzados a contribuir
y fué coleccionada una gran masa de material oral. El viejo mundo resucitó
con brillante colorido y fantásticas formas. La escena se cubrió de dioses,
ninfas, genios, gnomos, elfos, sílfides, enanos y gigantes. Siendo la mito­
logía una creación del espíritu poético, el talento de Grimm se adáptaba
especialmente a su estudio. La introducción despliega un vasto cuadro
<le la difusión del cristianismo en Europa, mientras el paganismo se re­
tira paso a paso. Empezando con los dioses, pasamos a los seres mitoló­
gicos menores, a los elementos y las estaciones en su relación con la vida
humana, a la personalidad de las plantas y los animales. El mundo de la
luz tiene paralelo en el mundo de las tinieblas, con los demonios, las
brujas y los magos. La Mitología alemana ocupó su lugar entre los d á ­
lleos de la erudición europea. Pero, aunque a menudo se la considera
como su obra más perfecta, y aunque su vitalidad y profundidad de visión
ion extraordinarias, no carece de graves faltas. El cuadro de la civiliza­
ción teutónica es demasiado color de rosa, y concede a los tiempos primi­
tivos muchas costumbres y creencias de desarrollo más tardío. Unos años
después las investigaciones de Adalberto Kuhn sobre la mitología indo
germánica y las de Mannhardt acerca de los cultos populares, hicie­
ron aparecer anticuadas considerables porciones del libro. Sin embargo,
no por eso dejó de ser la base sobre la cual se ha edificado la ciencia del
paganismo teutónico y conserva un honroso lugar junto a la Gramática
y las Antigüedades Jurídicas entre las obras que recrearon la antigua Ale­
mania.
La última época de la vida de Grimm estuvo casi por entero dedi­
cada a los estudios lingüísticos. Su Historia de la lengua alemana, pu-
68 HISTORIA E HISTORIADORES

blicada en 1848, era más una serie de disertaciones que un texto conti­
nuo, y puede calificarse como un apéndice a 'la Gramática. Una gran
parte de las conclusiones del primer trabajo fueron modificadas a conse­
cuencia de las obras de Bopp y de Pott. Las investigaciones de Zeuss le
habían interesado por la etnografía; y aunque ciertas partes del trabajo
son fantásticas y algunas de sus identificaciones de las tribus primitivas
incorrectas, el intento de proyectar la luz de la filología sobre la etnolo­
gía y la cultura no carece de importancia. El Diccionario Alemán, la úl­
tima gran tarea de su vida, fué sugerido a los hermanos por un editor, y
aceptado por ellos a cambio de un sueldo vitalicio. Incluiría todas las pa­
labras desde la época de Lutero hasta la de Goethe. La primera parte
apareció en 1852, y la letra ‘F’ estaba casi completa cuando murió Jacobo
Grimm en 1863, lleno de años y de honores. “Todas mis obras”, escribía
en uno de sus últimos ensayos, se relacionan con mi patria, de cuyo suela
derivan su fuerza.” Estas sencillas palabras pueden servir de epitafio al
que fué, a la vez, un gran patriota y un gran erudito, conservando toda
su vida un corazón de niño.
El primero y el más eficaz colaborador de Jacobo fué su hermana
Guillermo.6 Empezaron juntos sus estudios en Marburgo, y sus publica­
ciones fueron conjuntas hasta que el hermano mayor empezó a ocuparse
seriamente de gramática. Durante las décadas centrales de sus vidas, sus
caminos tomaron distintas direcciones; pero sus últimos años presenciaron
un retorno a la cooperación. El Diccionario es, como los Mahrchen, un
monumento de su colaboración. Además de los trabajos en que secundó
a su hermano, Guillermo tiene una producción independiente del más
alto valor. Su obra más importante es el estudio de la saga heroica ger­
mánica. Pero su alcance era mucho menor que el de su hermano. Ins­
tintivamente seleccionaba un terreno limitado y lo examinaba con amo­
rosa minucia en todos sus rincones, en lugar de recorrer grandes campos.
Le faltaba el genio creador de Jacobo; pero era el trabajador más cuida­
doso y exacto. Las relaciones de ambos hermanos constituyen uno de los
idilios de la historia de la erudición, y permanecen asociados en la me­
moria como en la portada del Diccionario. -Amaban al pueblo alemán
y éste se lo ha pagado con creces. Figuran inmediatamente después de
Goethe y Schiller entre las influencias espirituales que han hecho cons­
cientes de su unidad a los alemanes en todo el mundo.

e El mensaje de Jacobo a su hermano se halla en sus Kleine Schriften, vol. 1. Su


Briefwechsel aus der Jugendzeit se publicó en 1881. Les frères Grimm, de T on nelat ,
1Q12, da una buena información de sus primeras colaboraciones. Cf. el artículo de
Scherer en Allg. Deutsche Biog.
JACOBO GRIMM 69
Los Grimm surgieron del círculo romántico, pero debieron menos a
cualquiera de sus miembros que a Benecke,7 ex bibliotecario y profesor en
Gottinga, que fué el primero en incluir cursos sobre lengua y literatura
alemana primitiva en el cuadro de estudios ordinario. Ayudó a los her­
manos en sus primeras investigaciones, prestándoles libros de la biblioteca
\ estimulándolos con críticas elogiosas. Su primera publicación importante
fué una edición de las fábulas de Bonerius, que señala el comienzo de la
lexicografía científica. Su talento era filológico más que literario; pero
dentro de su esfera, su obra no tenía rival. Examinaba cada palabra en su
evolución histórica, señalando los más finos matices de su significado. Cada
monumento de la poesía primitiva estaba estudiado a la luz de su época y
lugar. Benecke era no sólo, según frase de Grimm, el iniciador del cono­
cimiento gramatical de la primitiva literatura alemana en las universida­
des, sino también el fundador del método estrictamente histórico para el
estudio de esta rama de la literatura, que hasta entonces había sido apre­
ciada según normas estéticas.
Mientras muchos filólogo* prestaron su valiosa aportación, Lach-
mann 8 comparte con Jacob o Grimm el honor de figurar como fundador
adjunto del estudio científico de la lengua y literatura alemanas primitivas.
Nacido ocho años después que Grimm, aprendió filología exacta con
Hermann en Leipzig, debiéndole a Benecke su iniciación en los estudios
teutónicos. “A medida que Benecke disertaba, un año tras otro, sobre la
poesía del siglo xm ”, dijo más tarde, “ me sentía estimulado a estudiar el
alemán antiguo/’ Al mismo tiempo continuó sus estudios clásicos, y el
anciano Heyne adivinó la grandeza de su discípulo. Su edición de Pro-
pcrcio contiene el germen de todas sus futuras realizaciones en los diversos
«actores de la filología. Su propósito era reconstruir el texto tal y como lo
había escrito el autor, basándose en los mejores manuscritos. Las enmien­
dan, con las que disfrutaban los filólogos, no habían de pensarse hasta
después de examinar los manuscritos. En 1816 se dedicó a los Nibelungos,
cuya forma actual atribuía al siglo xm; obtuvo gradualmente una pene­
tración incomparable en las características métricas y filológicas de la
poesía medieval, reconstruyendo textos a base de un completo estudio
de todos los manuscritos disponibles. La Grammatik fué calurosamente
acogida, y Lachmann declaró que los avergonzaba a todos por su ignoran­
cia. Entonces los dos hombres entablaron estrechas relaciones, y en su
prólogo a la segunda edición, Grimm declaró que le era imposible estimar

7 Su correspondencia con Benecke, publicada en 1889, revela una intimidad encan­


tadora. V. el artículo de Schkrfr en Allg. Deutsche Biog.
H Víase H krtz, Lachmann, 1851; Jacobo G rim m , Kleine Schrijten, vol. 1, y L e o ,
Rede zur Sacularfeier Lachrnanns, 1893.
7o HISTORIA E HISTORIADORES

debidamente la ayuda de Benecke y de Lachmann. “Es necesario haber


experimentado las completas y francas indicaciones que Lachmann me ha
hecho para comprender todo su valor.”
Cuando Lachmann fué nombrado. para desempeñar una cátedra en
Berlín en 1824, había ya adquirido un incomparable conocimiento de
las fuentes impresas y manuscritas de la literatura alemana primitiva, que
le capacitó para lanzar en rápida sucesión obras maestras de crítica. Su
primera obra fué el Iwein de Hartmann, para el cual Benecke le dió sus
colecciones y del que se atrevió a declarar que era la primera edición
crítica de un antiguo poema alemán. El Iwein fué seguido por una edi­
ción de Walther von der Vogelweide, que por primera vez hizo inteligible
al poeta, y por las obras de Wolfram. “ Mi propósito”, declaró, “era hacer
visible en todo su esplendor a uno de los más grandes poetas.” Volviendo
a los Nibelungos, publicó el texto en 1826, y sus investigaciones críticas
diez años más tarde. Sostenía que era posible descubrir veinte canciones
aisladas; pero su reconstrucción del poema fué muy atacada. En el campo
de la literatura alemana, como en los estudios homéricos, y en la crítica
del Nuevo 1 estamento, Lachmann introdujo ideas fecundas que, aunque
no fueron aceptadas en su totalidad, abrieron nuevos horizontes y actua­
ron como un fermento mucho después de su prematura muerte. En su
nota necrológica, Grimm declaró que había filólogos de dos clases, los
que estudiaban las palabras por amor a las cosas y los que estudiaban las
cosas por amor a las palabras. El pertenecía a los primeros, Lachmann a
los últimos. “Nacido para editor”, añadía, “Alemania no ha conocido nun­
ca a su igual.” El hizo posible la historia de la literatura alemana medieval.
Su verdadero maestro fué Bentley, al que calificó de “el crítico más
grande de los tiempos modernos” . Pero mientras Bentley llegaba a veces
mediante un chispazo genial a sus más brillantes resultados, Lachmann
ganó sus triunfos por su increíble laboriosidad y su visión de las varia­
ciones de metro y lenguaje. Mientras Grimm fracasó como profesor y no
fundó escuela, las conferencias de Lachmann fueron el punto de partida
de muchas vocaciones. Otto Jahn dedicó su primera obra importante a
su “ incomparable maestro” . Las versiones de los clásicos medievales he­
chas por Simrock fueron edificadas sobre sus bases. Moritz Haupt, su
sucesor y testamentario literario, lo veneraba como al supremo maestro.
Aunque no fué en ningún sentido un historiador, suministró a los histo­
riadores la clave de grandes sectores de la vida y el pensamiento de la
Alemania medieval.
C A P IT U LO X

La E scuela R o m á n t ic a . T h ie r r y y M ic h e l e t

U n m é t o d o n u e v o y más vivo de escribir la historia fué inaugurado por


Agustín Thierry,1 quien convenció a sus compatriotas de que el pasado no
estaba muerto y de que sus actores eran hombres con pasiones como las
nuestras. Pocos pasajes de la literatura francesa son más familiares que
aquél en que relata el origen de su vocación histórica cuando era un mo­
zalbete de quince años. “En 1810 estaba terminando mis clases en el co­
legio de Blois cuando cayó en mis manos un ejemplar de Los Mártires.
Nos peleamos por el libro y se acordó que lo leeríamos por turno. Cuanda
me llegó la vez no salí de casa en todo el día. A medida que se desarro­
llaba el dramático contraste entre el salvaje guerrero y el soldado civili­
zado, mi impresión aumentaba. El efecto que me produjo la canción de
guerra de los francos fué fulminante. Me levanté del asiento, recorriendo
de arriba abajo la habitación y gritando: “Pharamond, Pharamond, nous
avons combattu avec l’épée” Este momento de entusiasmo fué quizá de­
cisivo para mi vocación. No tuve conciencia de lo que acababa de ocurrir.
Incluso lo olvidé durante algunos años. Pero cuando, tras las inevitables
incertidumbres respecto a la elección de carrera, me consagré por entero
a la historia, recordé el incidente hasta en sus más nimios detalles. Esa
es mi deuda con el escritor genial que inició y domina el siglo.”
Esta famosa descripción, escrita en 1840, es quizá un poco recargada.
Pero relaciona fielmente el primer interés de Thierry por la historia con
la inspiración del más grande de los románticos. Sin embargo, durante
algunos años, no se ocupó tanto de historia como de política. Sucumbid
al hechizo de Saint-Simon, fué su secretario, e incluso se consideraba como
su hijo adoptivo; pero como tantos otros, pronto le pareció intolerable'
la excentricidad de su maestro, y se lanzó al periodismo. Su entusiasmo
por la libertad le condujo a buscar armas de lucha en la panoplia de
la historia. Sus artículos, reeditados en sus Dix Ans d’Étucles Hisloriqucs,
aunque rápidamente concebidos y realizados, revelan el talento de colo-
1 Véase el exquisito ensayo de R e n á n , Essais de Mórale et de Critique, 1857; la alo­
cución con motivo del centenario, por B runktiere , Revue des Deux Mondes, nov. 15, 1895;
y Revue de Synthése historique, vol. xm. A rbois de J ijiiainvii.i .k. Deux Manieres d*derive
rilistoire, Critique de Bossuet, Thierry et Fustel de Contantes, 18<)(>, contiene una se­
vera crítica.
LA ESCUELA ROMÁNTICA 177
rista y el amor a las fuentes originales que caracterizarían la obra de su
madurez. Su Histoire véritable de Jacques Bonhomme expuso su filosofía
de la historia de Francia. ‘‘Desde el día en que la servidumbre, hija de los
ejércitos invasores, puso su pie en Francia, parece estar escrito que no
la' abandonaría nunca. Expulsada en una forma ha reaparecido con otra.
Después de los romanos vinieron los francos, luego la monarquía abso­
luta, después el Imperio, ahora las leyes de excepción. ¿La naturaleza
entregó este hermoso país a semejante destino?” Estos pasajes se consi­
deraron demasiado atrevidos y la carrera periodística de Thierry dió fin.
Había ganado perspicacia en el mundo de la acción, y se llevó consigo
a su biblioteca una gran simpatía hacia las masas que había aprendido
de Saint-Simon.
En 1820, Thierry inició el estudio sistemático de las fuentes de la his­
toria francesa. “A medida que avanzaba en mi lectura, el vivo placer
producido por las descripciones contemporáneas de hombres y de cosas
se mezclaba con una rabia sorda contra nuestros escritores modernos que
han disfrazado los hechos, falseado los caracteres, y lo han revestido todo
de colores inciertos o engañosos. A medida que leía creí haber encontrado
mi verdadera vocación: no sólo arrojar luz sobre algunos rincones de la
Edad Media, sino plantar en Francia la bandera de la reforma histórica.”
Los benedictinos habían coleccionado hechos, pero sin entenderlos; su­
ministraron materiales para la historia, pero no la escribieron. Los estu­
pendos sucesos de los últimos cincuenta años dieron a cada uno su lección.
Con el suplemento de esta experiencia ya era posible comprender muchas
cosas de la Edad Media que habían permanecido ocultas, leer entre las
líneas de las crónicas, cubrir de carne y sangre a ciertos esqueletos. El
historiador necesitaba erudición, conocimiento de la vida e imaginación.
Si carecía de una o más de estas cualidades no podría realizar su obra.
Con este espíritu se compuso el famoso estudio sobre la Conquista
Normanda. Si de muchacho Chateaubriand había encendido su imagina­
ción, fué Walter Scott quien más impresionó su mente. ‘‘Mi admiración
por este gran escritor era profunda; creció a medida que comparé su ma­
ravillosa comprensión del pasado con la mezquina erudición de los más
célebres historiadores modernos. Saludé la aparición de Ivanhoe con trans­
portes de entusiasmo.” Aprendió en Hume que la^ instituciones inglesas
contenían más aristocracia que libertad. “ Me vino la idea de que eso
data de una conquista.” Continuando sus investigaciones, descubrió que los
estados ahora homogéneos revelaban trazas de primitivas diferencias racia­
les, que se hacían más fuertes al seguirlas en el pasado. En ciertos países
las clases representaban fielmente a las razas, y los conquistadores sobrevi-
178 HISTORIA E HISTORIADORES

vían como una casta privilegiada. Le pareció que esta clave descifraba la
historia inglesa hasta el acceso de Enrique VII. Inglaterra era ya una na­
ción, pero entre los hacendados del campo se encontraban más nombres
normandos que entre artesanos y mercaderes. El libro es, pues, la elabora­
ción de una teoría en forma de relato. Su éxito no tuvo precedentes. Por
primera vez una obra histórica tenía suprema distinción literaria. Lo veía *
todo en relieve y en colores. Había aprendido de Scott, “ese gran maestro
de la adivinación histórica“, que las escenas del pasado pueden ser resuci­
tadas gracias ai poder de lá imaginación. La Edad Media sólo era tediosa
porque nadie sabía cómo interpretar sus monumentos. En sus manos los
textos no sólo relataban hechos sino que revelaban un mundo. Ya viejo
y ciego le pedía con frecuencia a Renan, entonces un muchacho, que le
ayudase en sus investigaciones. “ Nunca contemplé sin asombro“, recuerda
Renán, “la rapidez con que cogía un documento y lo adoptaba para su
narración. El menor fragmento le revelaba un conjunto orgánico, el cual,
por una especie de poder regenerador, surgía completo ante su imagina­
ción.“ Donde otros descubrían a la Providencia o la actuación de cau­
sas generales, él veía las luchas de hombres y mujeres vivos. La historia
dejaba de ser una procesión de sombras sobre un escenario en tinieblas.
Termina un capítulo con estas significativas palabras: “Estos hombres
han estado muertos durante setecientos años. Pero eso ¿qué importa? No
hay pasado para la imaginación.“
La Conquête dfAngleterre fué la revelación de un nuevo arte. Su
ardiente simpatía hacia el pueblo le aseguró una calurosa acogida en el
momento en que los mejores espíritus de Frància se hallaban ocupados
en la lucha contra el último de los Borbones. Por otra parte, la expli­
cación de la historia de Inglaterra mediante una simple fórmula, im­
presionó profundamente a una generación que empezaba a sentir la ne­
cesidad de nuevas interpretaciones tanto como de ampliar su saber. Sin
embargo, la tesis de la obra era falsa. Los resultados políticos de la
conquista, a los que da poca importancia, fueron profundos; las conse­
cuencias sociales y morales, en las que insiste, fueron transitorias. Su
afirmación de que el antagonismo racial es la clave de los siglos que
siguieron a la batalla de Hastings no constituye una exageración sino
un error. La parte más brillante es, sin duda, la que describe la actua­
ción de Becket, al que exalta como paladín de los pisoteados anglosajo­
nes. Su teoría de la separación racial le impide ver que la carrera del
arzobispo fué simplemente un episodio de la lucha europea entre la
Iglesia y el Estado. En su prólogo observa ingenuamente: “Siento una
LA ESCUELA ROMANTICA *79

especie de parcialidad por los conquistados/’ Sus simpatías están con la


masa. Brunetiére le ha llamado el más democrático y el más socialista
de los historiadores. Hijo de los románticos, era más fuerte en la ima­
ginación que en la crítica. Aceptaba a los cronistas tal como los en­
contraba. Por eso utiliza el Roman de Rou para el desembarco del Con­
quistador, e incluso cita su discurso antes de la batalla de Hastings
—ejercicio tan retórico como los discursos en Tucídides y en Tito Livio.
Apenas había logrado su resonante triunfo cuando perdió la vista.
Chateaubriand observó con su estilo cortés: “La historia tendrá su Ho­
mero, y yo soy el primero de sus admiradores.” A pesar de esta terrible
desgracia sfguió trabajando. En ciertos aspectos sus últimas obras son
superiores a la que le valió la fama. Los Récits des temps mérovingiens
fueron casi tan populares como la Conquête. Declaró que era un error
dejar a un lado la época merovingia como la más árida y confusa de
la historia francesa. Un narrador de la talla de Gregorio de Tours no
volvía a aparecer hasta Froissart. La vida de la nación brotaba como
por arte de magia del polvo de las crónicas. Su teoría predilecta del
conflicto de razas encuentra amplio campo. Describe la civilización galo-
romana en lucha contra la barbarie de los francos. Los merovingios
que habían sido el terror de todos los lectores, resultaron ofrecer tanto
interés como los demás gobernantes. Su límpido estilo, sus fervientes
simpatías, su habilidad para convertir el polvo en oro, nunca fueron
empleados de modo más decisivo; pero a veces su instinto artístico lo
lleva demasiado lejos. No es totalmente inocente de añadir a su narra­
ción pinceladas que sus fuentes no autorizan. Reveló la época mero­
vingia; pero su investigación sistemática exigía una erudición más exacta.
Cuando Thierry publicó sus Relatos ya coleccionados en 1840, les aña­
dió unas Consideraciones sobre la Historia de Francia. “La masa na­
cional”, afirma rotundamente, “por su sangre y sus leyes, por su lenguaje
■ e ideas, es galo-romana” . Los francos sustituyeron el vasallaje por el
orden social romano que encontraron, y en el norte la influencia teu­
tónica casi anuló la cultura anterior. Pero en el sur, un movimiento
emancipador, iniciado en Italia, se hizo sentir en las ciudades, donde aún
existían restos de las municipalidades romanas. En las ciudades nacieron
la autonomía y la igualdad ante la ley. Ellas hicieron el tiers état y el
tercer estado hizo la nación. A medida que la civilización crece, el factor
racial pierde importancia y se confunden las diferencias originales.
Los últimos años de la vida del historiador estuvieron profunda­
mente influidos por la escuela que debía su fundación a Guizot. Cuando
i8 o HISTORIA E HISTORIADORES

en 1836 se le invitò a publicar documentos relacionados con el desarrollo


de los. municipios, aceptó sin vacilar esta tarea. Su larga introducción,
publicada después en un volumen separado, es la más madura de sus
obras. El investigador de las crónicas se convirtió en investigador de los
cartularios. Nos habla poco de conquistadores y conquistados, y reconoce
que las huellas evidentes de la conquista franca se habían borrado ya en
el siglo x. Describe la elevación gradual de la burguesía, reconstruye la
vieja Francia municipal, y prosigue la historia de los Estados Generales
hasta el triunfo del absolutismo. El libro no carece de errores. Comparte
la idea errónea de que los municipios romanos liabíán prolongado su
vida. Luchaire ha censurado su empleo de términos modernos como li­
bertad e igualdad, sosteniendo que hizo a las ciudades más democráticas
de lo que eran. Giry ha criticado su teoría de la relación de los gremios
con la ciudad. Pero el libro es algo más que un resumen de las institu­
ciones municipales; es también su interpretación definitiva de la historia
francesa. Su tema es la elevación gradual de todas las clases y la caída
de las barreras aristocráticas. Su principal realización consiste en haber
introducido una nueva figura, el pueblo, colocándola donde debía estar,
en el primer plano del cuadro.
La fama de Amédée T h ierry2 está oscurecida por la de su hermano
mayor; pero sus libros gozaron casi de igual popularidad en la época de
su publicación. La Historia de los galos antes de la Conquista Romana
intentaba construir con las fuentes fragmentarias una historia coherente.
Fiándose principalmente en la ayuda de la filología, buscó sus viajes y
sus establecimientos en Italia y España, Grecia, Asia Menor y Siria. De­
clara que los galos eran valientes y generosos, pero no poseían el instinto
de unión. Con sus virtudes y sus debilidades la sangre gala dominaba
aún en las venas de Francia· La viveza del estilo y la novedad del tema
le aseguraron una cálida acogida y lo animaron a continur su narración.
Su Galia bajo la administración romana brindaba menos novedades. El
libro es un canto al gobierno de Roma. Afirma que los romanos encon­
traron una Galia bárbara y la dejaron civilizada. Llevando el relato hasta
el punto donde empezaba el de su hermano en los Récits, Amédée se con­
sagró al estudio de los últimos siglos del Imperio romano. En su vida de
Atila describe la agonía mortal del Imperio; en sus estudios de San Jeró­
nimo y de San Juan Crisòstomo pinta con brillantes colores el alba del
poder que iba a sucederlc. Sus escritos no son críticos ni profundos; pero
hicieron mucho por despertar el interés hacia la historia.

Véase M icni.t , Nouvcaux í.logcs hhtoriques.


LA ESCUELA ROMANTICA 181
Un tercer miembro de la escuela romántica fué Barante,3 que como
Thierry, se sintió profundamente influido por el saber y la vitalidad de
Walter Scott. Con la convicción de que bastaba leer y comprender a los
viejos cronistas para amarlos, eligió la época ilustrada por Froissart, Mons-
trelet y Commines. Los dos primeros volúmenes de la Historia de los
duques de Borgoña aparecieron en 1824. De todas las novelas de Scott,
ninguna había despertado tanto interés en Francia como Quentin Dur-
ward, y Barante escogió el siglo que la obra había iluminado. Su éxito
superó a todas las suposiciones. La duquesa de Dino dijo al autor que
había devorado, más que leído, su obra, y que no tenía nada que criticar
ni nada que desear. Empezando con la batalla de Poitiers, en la que
tomó parte el primer duque de Borgoña, y terminando con la batalla
de Nancy, en la que cayó luchando Carlos el Temerario, el tema posee
unidad artística y dramática. Pero es mucho más que una historia de
Borgoña. Es también un escenario en que aparecen Du Guesclin y el
Príncipe Negro, Juana de Arco y Luis XI. Una segunda causa del éxito
fué la buena suerte del autor con sus fuentes. Tenía por objeto revelar
a sus compatriotas la riqueza que poseían en sus crónicas. Decidió no
intervenir entre ellas y sus lectores. A veces cita largos párrafos comple­
tos; otras, resume las fuentes con un leve toque de arcaísmo. “Ya no hay
historiador ni autor“, escribía; “los ojos del lector se encuentran con la
verdad misma.“ Un crítico que examinó los tres primeros tomos sólo des­
cubrió una reflexión, y ésta era de Froissart. Puede calificarse el prólogo
de disertación acerca de las palabras de Quintiliano que adornan la por­
tada, Historia scribitur ad narrandum, non ad probandum. Afirma que la
mayoría de los historiadores no consiguen transmitir el interés que
tienen sus fuentes porque se empeñan en mirar el pasado según las nor­
mas de su propio tiempo. Los personajes deben vivir ante nuestros ojos
y el lector deducir las conclusiones que desee. “He procurado devolver
a la historia el interés que la novela histórica ha tomado de ella. Ante
todo debe ser exacta; pero creo que también puede ser veraz y viva.“ Ha­
bía suprimido todo el andamiaje en su propia obra, sin áñadir juicios ni
reflexiqnes. Poco importaba lo que él pensase acerca de los hechos acae­
cidos cuatro siglos antes. El manifiesto suscitó muchas críticas, incluso
entre los que acogieron bien el libro. Su amigo y aliado político, Guizot,
después de felicitarle por su éxito, dijo: “Si hubierais presentado el sis­
tema de un modo menos absoluto, si hubierais dicho que el género debe
variar según el asunto, y que vuestro método le cuadraba especialmente
* Véase G uizot , M . d e B a r a n te , 1867, trac!. ingl.a, y Sain tc -B kuvk, P o rtra its c o n -
ta n p o r a in s , vol. iv. Los S o u v en irs de B arante , vol. m, 1893, contienen mucha corres­
pondencia relacionada con su obra principal.
l 82 * HISTORIA E HISTORIADORES

a la época que estabais tratando, no quedaría prácticamente nada que


discutir.” A otro amigo, Saint-Aulaire, le contestó que su prólogo hacía
una referencia particular, no general. “No deseaba establecer reglas abso­
lutas. Otros tiempos y otros asuntos no admitirían este método. Pera
no debemos mezclar cosas que se excluyen mutuamente. Un propósito
filosófico no puede combinarse con los encantos de la narración y la des­
cripción dramática de los acontecimientos. Quería hacer ver a la gente
el siglo xv, en vez de que escucharan su descripción.” Por otra parte*
aunque se abstenía de sugerir conclusiones, deseaba que sus lectores las
dedujeran por sí mismos, y expresaba la esperanza de que su libro fuera
útil a la eterna lucha entre el poder y la libertad, la fuerza y la justicia*
Pero hoy día la obra parece inanimada y artificial, y el estudiante mo­
derno pide algo más que una laboriosa paráfrasis de las crónicas.

II

Aunque M ichelet4 era demasiado personal para ser designado ^como


miembro de ningún grupo, se acercaba más a la escuela de Augustin
Thierry. Haciendo compatible su apasionado amor hacia el pueblo con
una grandeza y una poesía muy personales, sobresale como el mayor ar­
tista literario que se haya consagrado a la historia de Francia. Gracias a
su intenso interés por sí mismo, la vida interna y externa de Michelet se
conoce en todos sus detalles. Hijo único de un modesto impresor, sus
primeros recuerdos eran los de su terrible pobreza. Creció nervioso, irri­
table, mal nutrido, ignorando las alegrías comunes de la infancia. A l mo­
rir su madre decidió no separarse de su padre jamás. Este tenía una fe
inquebrantable en su hijo, y dentro de su pobreza hizo todos los sacrificios
posibles para mandarlo a un Liceo. Vivió lo suficiente para contemplar,
ya que no para comprender, su fama; y el historiador testimonió su
agradecimiento proporcionando un hogar confortable al viejo progenitor
que había hecho posible su carrera. El espíritu de Michelet se degarrolló
rápidamente, y recibió su más fuerte impresión del Museo Lenoir. “ Fuó
allí y no en ningún otro lado donde sentí la viva realización de la historia.
4 La literatura sobre Michelet es muy extensa. Las mejores críticas son de M onod ,
Renan, Taine, Michelet, 1894; Jules Sim o n , Mignet, Michelet, Henri Martin, 1899;
y F aguet , Le içièm e Siècle. Se encuentran muchos datos biográficos en Monod , Jules
Michelet, 1905; Mme. Q uinet , Cinquante Ans d’Amitié, Mich(JetA¿ninet, 1899; y
N OKI., Michelet et ses Enfants, 1878. Dos volúmenes póstumos, Ma Jeunesse, 1884,
y Mon Journal, 1888, hacen llegar el relato hasta 1823. Hay un buen artículo en la
Quarterly Revicw, enero 1901.
LA ESCUELA ROMÁNTICA 183

Recuerdo la emoción, siempre la misma y siempre actual, que hizo latir


mi corazón cuando, de niño, pasé bajo aquellos solemnes pórticos y con­
templé aquellos rostros pálidos. No estaba muy cierto de que no vivieran
aquellas figuras de mármol; y cuando me acerqué a la sala de los mero-
vingios no estaba seguro de no ver erguirse a Chilperico o Fredegunda.”
Mientras dudaba aún de su vocación, Coüsin le animó a que apren­
diera alemán y tradujese a. Vico. Había gozado con la piedad de la Imi­
tación aunque rechazaba su dogma, y abrazó la fe del Vicario Saboyano;
pero necesitaba alguna interpretación filosófica de la civilización, y hall6
en Vico la armonía de la ciencia y la fe. “Es el profeta del nuevo mundo.
Fué el primero en demostrar el papel de la Providencia, ejerciéndose, no
en los límites estrechos de una religión como Bossuét, sino en el hombre
que se humaniza a sí mismo, por medio de la sociedad/’ La insistencia
del maestro sobre la aportación de las masas a la civilización, su convic­
ción de que el estado social de un pueblo se reflejaba en sus leyes y en
su poesía, y su empleo de la etimología como clave de los orígenes hu­
manos, hallaron en él un eco feliz. La traducción de la Scienza Nuova,
que daba el espíritu más que la letra de la obra, hizo conocer el más
grande de sus libros no sólo en Francia sino en Europa. Michelet realizó
por Vico lo que Dumont había hecho por Bentham. *
En 1827, el mismo año en que apareció la traducción de Vico, fué
nombrado para enseñar historia y filosofía en la Escuela Normal y pu­
blicó su primera obra narrativa. El Précis d’Histoire Moderne desterraba
las tablas cronológicas y los áridos resúmenes entonces generalmente usa­
dos, y ofrecía una perspectiva del desarrollo de la civilización desde el
siglo xv hasta la Revolución francesa, que ponía fuertemente de relieve
los principales acontecimientos y los primeros actores. Su vivacidad se
debe en parte al hecho de estar basado ampliamente en las fuentes ori­
ginales. Por primera y última vez en su vida, Michelet escribió sencilla
y concisamente. El libro es un jardín bien cuidado, no un bosque tropical.
Hasta entonces ningún escritor sabio y genial había compuesto un libro
para las escuelas. Un año más tarde visitó Alemania. Antes de empren­
der su viaje, conoció a Quinet, que acababa de traducir las Ideas de
Herder, iniciándose entonces una amistad histórica que duró medio siglo.
Volvió con una devoción inquebrantable hacia la filosofía y la erudición
.alemanas, y le gustaba recordar su deuda. “Alemania es el pan de vida
para los espíritus fuertes. Me hizo más grande con Lutero y Beethoven,
Kant, Herder y Grimm/’
Guando Michelet cruzó el Rhin, el mundo del saber vibraba con
elogios para Nicbuhr, a quien su juvenil entusiasmo por Virgilio y sus
18 4 HISTORIA E HISTORIADORES

estudios de Vico le hicieron apreciar en todo su valer. Entonces surgió


ante su mente el plan de una historia de Roma· En 1830 visitó Italia
con objeto de preparar este libro, y al año siguiente aparecieron sus vo­
lúmenes sobre la República romana. Como Arnold, suprime la masa del
andamiaje permitiendo que la grandeza del designio aparezca en todo su
atrevido relieve. Pero su obra es mucho más que una reproducción de
Niebuhr. El factor raza se halla reducido al mínimo y la nación es re­
presentada como la imagen moral del lugar que habita. La pasión por
el simbolismo que adorna y desfigura sus obras posteriores, aparece ya
en ésta. Las guerras Samnítas no fueron la lucha de dos razas, sino el
conflicto entre la montaña y la llanura. Catón el Viejo es el “antiguo
genio italiano“. César, “el hombre de la humanidad“ . El libro acaba
con la muerte de César, y constituye el primer examen moderno completo
de la República. Sus afirmaciones acerca de la Roma primitiva son ex­
cesivamente positivas, y no intenta seriamente el análisis crítico de sus
fuentes, aunque rechaza la teoría de Niebuhr sobre las baladas. Pero la
obra se apoya en vastos cimientos. La topografía, el lenguaje, el derecho,
la literatura, las inscripciones y las medallas se utilizan para completar la
crónica y la leyenda. Aunque es sólo un boceto de un amplio tema,
está lleno de ideas y late colmado de vida. “ Una obra incomparable“,
declaró Monod medio siglo después, “llena de puntos de vista profundos
y originales, y que en ciertos aspectos no se ha superado aún.“
La Introducción a la Historia Universal, publicada en 1831, cuenta
entre las más brillantes producciones de su autor. De modo breve y elo­
cuente, tocando sólo las cumbres, señala la situación que ^ocuparon las
principales naciones. “Con el mundo empezó una guerra que sólo aca­
bará cuando el mundo acabe, la del hombre contra la naturaleza, el espí­
ritu contra la materia, la libertad contra la fatalidad. La historia no es
más que el relato de esta incesante pugna.“ Siguiendo el curso del sol,
que es el de la civilización, vemos cómo el dominio de la naturaleza
disminuye en cada fase. La India está a su merced, como una criatura
en el pecho de su madre. Persia introduce el principio de la luz, que
confundirá un día al principio de la oscuridad. Egipto acepta la inmor­
talidad del alma. Los judíos adoran a Jehovah por encima y aparte de
la naturaleza. Grecia y Roma desarrollan las ciencias y las artes; pero
caen porque no están edificadas sobre una base de libertad. El cristia­
nismo glorifica al espíritu. La Europa moderna es un organismo, una
parte del cual resulta ininteligible aislada del resto. Alemania es la tie­
rra de la renunciación, de la simpatía, del misticismo. Italia es individual
independiente, la heredera de Roma, la tierra de la política y del dere-
LA ESCUELA ROMÁNTICA 185
cho. Inglaterra es orgullosa, heroica, aristocrática, la primera de las na­
ciones modernas que lucha por su libertad aunque nada le importa la
igualdad. Francia, por otra parte, es constructiva, libre, democrática. La
Revolución de 1830 constituye la consumación de la historia de Francia,
y posee el hermoso destino, habiendo ganado la libertad para sí, de
iniciar la era de la democracia, que es la encarnación misma de la liber­
tad. La idea directriz de este estudio había sido éxpuesta en la introduc­
ción de Quinet a su traducción de Herder. “La historia es el drama
de la Hbertad, la protesta de la raza humana contra el mundo que la
encadena, la libertad del espíritu, el reinado del alma.” Su aplicación
es completamente anticientífica y arbitraria. Empieza con la India; pero
la China es más antigua y al mismo tiempo menos despótica y supersti­
ciosa. El paralelismo de la historia y el sol queda roto desde un prin­
cipio. Llega a Egipto antes que a Judea, aunque esta última se halla
al este del primero. Traza el progreso de la libertad, pero no logra de­
mostrar que la historia es sólo su realización.
La Introducción a la Historia Universal era un himno a las glorias
-de Francia como principal actor en el drama de la libertad. La tarea
inmediata de Michelet consistiría en tratar su historia en detalle, y bajo
su mano creadora la convierte en persona viva. Los seis primeros volú­
menes de la Historia de Francia constituyen su obra más duradera y
perfecta. Fueron escritos cuando su genio había alcanzado su plena ma­
durez y antes de que su imaginación enfermara. Su objeto es “la resu­
rrección de la vida del pasado como un todo”, de la tierra y el pueblo,
los hechos, las instituciones y las creencias. Aunque su obra- se funda
en fuentes originales, utiliza ampliamente a sus hermanos historiadores.
“ Debo mucho a la concienzuda historia de nuestro venerable Sismondi,
y las hermosas narraciones de los Thierry nunca me han abandonado.
Debo aún más a los escritos de Guizot y a su afectuoso interés.” A pesar
de todas estas deudas, el libro de Michelet es la obra más original que
se ha escrito sobre la historia de Francia. El primer volumen habla de
los siglos anteriores a Hugo Capeto, y caracteriza las razas de las cuales
surgiría una nación unificada. Concede a los celtas sociabilidad, amor
a la acción y a la retórica. Los germanos son impersonales y soñadores,
una vaga indecisión se trasluce en sus rasgos. El segundo volumen estu­
dia el escenario donde se desarrolla el drama. El Tablean de Trance es
no sólo una de las más extraordinarias realizaciones del genio del histo­
riador, sino la aplicación de un nuevo instrumento interpretativo. Miche­
let fué el primero que comprendió la importancia del factor geográfico
■ en el desarrollo de su país. Sostenía que las divisiones políticas respon­
i8 6 HISTORIA E HISTORIADORES

dían a divisiones físicas, y que cada provincia tenía su papel peculiar,


como en el cuerpo humano cada órgano tiene su función. Describe una
tras1 otra las provincias, sus rasgos, su clima, sus habitantes, su carácter,
su aportación a la vida nacional. Descansando así en un generoso reco­
nocimiento de los complejos elementos de que Francia estaba compuesta,
el libro es, de todas las historias de Francia, la menos dinástica y la más
auténticamente nacional.
El relato es más bien una serie de escenas que una enumeración de
sucesos. Cruza precipitadamente grandes trechos de territorio, y se detiene
con individuos y acontecimientos que impresionan su imaginación. De
estos suntuosos cuadros el primero es la caída de los Templarios, cuyos
documentos editó para la colección de Papeles de Estado de Guizot. El
más famoso retrata a Juana de Arco, y constituye la coronación de toda
su obra y una de las glorias inmortales de la literatura francesa. Su mo­
vido relato reproduce el ambiente de la Edad Media, su vida ardiente,
su mezcla de .religión y de patriotismo, su exaltación y su degradación.
La radiante figura de la Doncella se yergue contrastando con la oscuridad
de la Francia de Carlos VI. Casi tan exquisitas son las páginas dedicadas
al arte medieval y a la Imitación, “ el más hermoso de los libios cristianos
después de los Evangelios” . El sexto volumen, que contiene un vigoroso
retrato de Luis XI, encierra mayor cantidad de material nuevo que nin­
guno de los anteriores. Como resultado de sus investigaciones, declaraba
con orgullo el autor, las figuras convencionales de Scott y de Barante
habían desaparecido por completo. En conjunto sus juicios son extra­
ordinariamente justos. Se ocupa poco de los reyes, pero no es enemigo
suyo, y San Luis no tuvo jamás un admirador más devoto. Trata a la
Iglesia con evidente simpatía, y ciertas partes del libro parecen un eco
del Genio del Cristianismo. Nunca olvida que escribe la historia de toda
la nación. El alma de Francia se había desarrollado mediante las mis­
mas complejas influencias que transforman a los individuos. “ ¿Quién ha
modificado, fundido, transmutado estos elementos, integrándolos en un
solo cuerpo? La misma Francia, por un trabajo interno, un misterioso
parto, mezcla de necesidad y libertad.” Rechaza irónicamente las doctrinas
de raza, de la influencia de la conquista, del papel providencial de los
grandes hombres. La vida orgánica no puede explicarse porque es un
misterio.
De todos los dones de Michelet el más grande era su imaginación
simpatizante. Ningún escritor se ha acercado nunca a la historia de
Francia con un amor tan personal y apasionado. “Si soy superior a otros
historiadores es porque he amado más que ellos.” El actor supremo su-
LA ESCUELA ROMANTICA 187

merge su propia personalidad en los papeles que representa. Su poder


de expresión iguala al de su imaginación. Puede hacer ver a otros lo
que él ve. La nota más trivial de sus cuadernos es tan personal como
el párrafo más trabajado de sus escritos. El microscopio transforma el
grano de arena en una visión de gloria. Sus páginas irradian color.
Taine lo ha comparada a Doré y Delacroix; Monod, a un gran músico.
Es el Víctor Hugo de la historia. Pero estos dones únicos implican la
carencia de ciertas virtudes que el historiador debe poseer. Tenía el co­
razón demasiado lleno, sus emociones eran demasiado intensas, para ver
la vida serenamente y en conjunto. Como Carlyle, salta al escenario,
censura y anima a los actores, e interpela en apartes al público. Su vista
carece de precisión, y no nos atrevemos a aceptarlo como guía. Su pasión
por el simbolismo ayuda al lector a visualizar el pasado; pero a menudo
el símbolo devora la realidad. La imaginación crea al mismo tiempo que
revela. Su obra tiene algo de la atmósfera oriental. “ Me recuerda”, es­
cribía Heine, “las grandes flores y los fuertes perfumes del Mahabharata”
Nos hallamos aún en pleno movimiento romántico, en el mundo del color
y de la pasión, de la exageración y de la poesía.
El libro fué acogido de diversos modos.5 Su novedad y su fuerza, su
saber y su belleza, fueron reconocidos por todos; pero su misticismo pro­
dujo una especie de sacudida frente al escéptico liberalismo de la mo­
narquía burguesa. Nisard, el oráculo de la crítica clásica durante medio
siglo, señaló la falta de orden y de método, y censuró sus arranques de
exaltación lírica. Sainte-Beuve, que se había quitado recientemente su
piel romántica, se negó a reseñarlo pretextando que se hallaba demasiado
lejos de su punto de vista. Sismondi, al recibir el ejemplar que le envió
el autor, contestó que estaba lleno de admiración y de asombro. “ Me
ofrece usted en cada página nuevos descubrimientos en el terreno donde
yo mismo he trabajado tanto; pero no puedo aceptar en los pueblos una
personalidad que hace desaparecer la de los individuos. Su interpreta­
ción es completamente nueva. Que me convierta o no, ése es otro asunto.”
En los círculos católicos encontró más cálida alabanza. A l recibir un
ejemplar del autor, Chateaubriand contestó que siempre había sentido
que era necesario volver a escribir la historia de Francia, y que Michelet
lo había hecho. Montalembert, un antiguo discípulo, declaró que se
sentía estupefacto ante su colosal erudición y su fluidez incomparable, y
elogiaba su imparcialidad frente al catolicismo. “ Me encanta”, escribió
Foisset, “ porque su libro entierra definitivamente la árida compilación

8 Las críticas se hallan resumidas en el artículo de M onod , “Les Debuts d’Alphonse


Peyrat dans la Critique historique", R e v u e 1H is to r iq u e , vol. xcvii.
1 88 HISTORIA E HISTORIADORES

de Sismondi. Su único defecto reside en que no es enteramente, íntima­


mente, verdaderamente cristiano.,,
Cuando Michelet llegó a los comienzos de la historia moderna inte­
rrumpió su trabajo con objeto de estudiar la Revolución francesa. Mani­
festó que no podía comprender el período monárquico sin resucitar en sí
mismo la fe y el alma del pueblo; pero la verdadera razón era otra muy
distinta. Luis Veuillot y sus colegas habían iniciado un ataque decidido
contra la enseñanza universitaria; y Michelet y Quinet, que eran a la sa-
2Ón los profesores más populares de Francia, entráron acaloradamente
en la liza, pronunciando al mismo tiempo una serie de conferencias so­
bre los jesuítas. Cada alocución era un grito de guerra, y París resonaba
con los ecos del conflicto. Los profesores creían que la libertad intelec­
tual y política se hallaban en peligro, y pelearon vigorosamente. El curso
sobre “Sacerdotes, Mujeres y Familias”, reprobába al confesor como des­
tructor del hogar. La cruzada contra los jesuítas se convirtió en un ataque
contra el cristianismo, y no puede censurarse a Guizot por haber suspen­
dido los cursos de ambos profesores. El encumbramiento de Michelet
como jefe de los anticlericales, tan próximo a su glorificación de la
Iglesia medieval, suscitó amargos reproches de apostasía. Contestó que
había pedido el bautismo a los dieciocho años como medio de entrar en
comunión con una augusta institución histórica; pero que en ningún pe­
ríodo de su vida aceptó sus dogmas. Jules Simón nos asegura que ya se
mostraba rebelde en sus conferencias de la Escuela Normal en 1834. Pero
aunque no hay motivo para acusarle de apostasía, su actitud frente a la
Iglesia sufrió continuos cambios. Confesó que su descripción de la cris­
tiandad medieval era un ideal, no una realidad. Por otra parte, empezó
entonces a encaminarse hacia nuevos principios políticos; la monarquía
de julio llegó en el auge del entusiasmo liberal; pero desde 1840, cuando
la supremacía de Guizot, aquélla se dedicó a combatir las aspiraciones
democráticas. Así como Thiers y Mignet habían utilizado la Revolución
Francesa para derrocar a Carlos X, Michelet y Lamartine la aprovecharon
para minar la posición de su sucesor. Soñaba con una Francia regenerada,
igualmente libre de la Iglesia y de la monarquía, sólo apoyada en prin­
cipios de justicia; una Francia en que el humilde y el pobre tuvieran al
fin sus derechos. Esta visión se hallaba encarnada en la Historia de la
Revolución Francesa.
La segunda gran obra de Michelet difiere mucho por su fin y su espí­
ritu de la primera. Su tarea ya no consiste simplemente en resucitar el
pasado. Ya es menos pintor que profeta. En ninguno de sus libros volcó
tanto de su propio espíritu. “La Revolución está en nosotros, en núes-
LA ESCUELA ROMANTICA 189
tras almas. En principio era el triunfo del derecho, la resurrección de
la justicia, la reacción de las ideas contra la fuerza bruta. Empezó amando
todas las cosas. En su período de benevolencia todo el pueblo fué actor;
en el período de crueldad, sólo unos cuantos individuos.” Sus primeros
días fueron sagrados. Desde Juana de Arco no se había sentido nunca
tal rayo de luz. Tras siglos de opresión el pueblo surgió, reorganizó la
sociedad, y dio un ejemplo al mundo. A través del humo y de las llamas
percibe el surgimiento de una nueva Francia, de una nueva Europa. Em­
pieza por discutir el nuevo concepto de justicia que engendró la Revo­
lución. Voltaire había contestado a la pregunta: ¿Puede haber religión
sin justicia ni humanidad? Rousseau había fundado el derecho social so­
bre una base inexpugnable. “ Que se yergan para siempre sobre el mismo
pedestal, apóstoles gemelos de la humanidad. Cuando desaparecieron, la
Revolución ya se había realizado en la mente de Francia.” Describe el
estallido con los vivos colores de su admiración y de su simpatía, y hace
inteligibles aquellos días de crédulo entusiasmo y de infinitas esperanzas.
Su “Fiesta de la Federación” es, con “Juana de Arco”, una de las más
grandes realizaciones de la literatura francesa. En 1789, declara, Francia
adquirió conciencia de su libertad; en 1790, de su unidad. Su corazón
estaba lleno de magnanimidad, de clemencia y perdón. Las artificiales
barreras entre clases, partidos y naciones cayeron, y el alma del puebla
se reveló en su inmaculado esplendor. Ninguna gran revolución costó
menos sangre ni menos lágrimas. Se le apareció al mundo bajo la forma
del ángel de la libertad. “Desde el Rhin, los Países Bajos, log Alpes, la
voz de los suplicantes llega hasta ella. Bastaba que cruzase sus fronteras
para que se arrodillaran a sus pies. Llegaba no como una nación sino
como la Justicia, la Razón eterna, exigiendo solamente a los hombres que
realizaran sus propias y más altas aspiraciones. ¡Días felices de nuestra
inocencia! Francia no había penetrado en la senda de violencia, ni Eu­
ropa en la de la envidia y el odio.” Mirabeau y los primeros líderes
cometieron el error de creer en la monarquía, y su obra necesitaba com­
pletarse; pero sus sucesores no estuvieron a la altura de su misión. Fran­
cia fué salvada a pesar del Terror, que aplazó durante medio siglo el
triunfo de la Revolución. Marat era el imitador de Rousseau, Robes-
pierre un pedante despreciable,6 las matanzas de septiembre una mancha
indeleble en el honor nacional. Pero los enemigos de la revolución su­
fren la misma censura que sus falsos amigos. La reina era culpable por
haber llamado al extranjero. El rey no jugó limpio con sus promesas,•

• El biógrafo de Robespierrc, atacó sobre todo su punto de vista acerca


de este personaje en Michelet Historien, 18G9.
*9° HISTORIA E HISTORIADORES

y su muerte fué un disparate, pero no un crimen. La sublevación de la


Vendée representa una increíble ingratitud. Pero hay poca amargura
en el libro. “Todos hallan su reconciliación en el corazón de Francia.“
Con la excepción de Carlyle, el libro de Michelet presenta la más
brillante descripción conocida del más grande acontecimiento de la histo­
ria moderna, y Aulard la ha calificado como la más verdadera, aunque
no la más exacta historia de la Revolución. “Desde la primera página
hasta la última“ , escribió al terminar su obra, “hay un solo héroe, el
pueblo.” Ama a Danton porque ve en él la más auténtica encarnación
del alma del pueblo. Así la obra gana en unidad artística e histórica.
La destrucción y la reconstrucción son vistas como partes de un mismo
proceso. El libro representaba una aportación al saber, tanto como a la
interpretación. Utilizó los registros de la Commune de París, que pere­
cieron en la destrucción del Ayuntamiento en 1871. Durante su residencia
en Nantes, después del “golpe de Estado”, examinó los archivos para la
historia de las sublevaciones de la Vendée. Sobre todo, había sabido por
su padre innumerables detalles, así como por otros testigos presenciales
de todos los episodios de la Revolución. Pero aunque el libro posee méri­
tos incomparables, no puede aceptarse su iuicio acerca de la Revolución. La
voz del pueblo es la voz de Dios. Todo lo bueno de la Revolución
fué obra del “pueblo” ; todo lo malo, obra de los demás. La existencia
de la canaille, las feroces pasiones de la chusma, el odio y la envidia que
acompañaron el gran cataclismo apenas existen para él. Es demasiado in­
dulgente con las masas, demasiado duro con la Iglesia. Considera la Revo­
lución como una pugna entre dos concepciones de la vida, la lucha entre
la democracia racionalista y la monarquía cristiana. Los hombres son con­
quistados por la Revolución, pero las mujeres siguen en manos de los sacer­
dotes, a quienes se debió sobre todo la represión del movimiento. La reali­
zación del trabajo no es menos defectuosá que su concepción general. Des­
cribe algunos hechos con infinitos detalles, y otros no menos importantes
apenas son tenidos en cuenta. El libro está lleno de errores, y adolece de
exageración y efervescencia. Es el poema épico de la democracia, la más
elocuente defensa de los ideales de la Revolución que jamás se haya escrito.7
Tras una interrupción de diez años, Michelet reanudó la tarca inte­
rrumpida por la lucha contra el clericalismo. Luis Napoleón ocupaba en­
tonces el trono, la Iglesia era poderosa, la democracia estaba desacreditada.
Su situación personal era precaria. Su negativa a prestar juramento le hizo
perder la cátedra para la que había vuelto a ser nombrado a la caída de

7 Acerca de la gratitud de los republicanos anticlericales véase Spuller , F ig u res


D isp a ru es, vol. 1, 1886.
LA ESCUELA ROMANTICA 1 9l
Luis Felipe, y compartió igual suerte su puesto en los archivos. Halló
-consuelo en la compañía de su leal segunda esposa 8 y en la observación
y el estudio de las maravillas de pájaros e insectos, el mar y la montaña.
Pero su espíritu se hallaba herido. Mientras la Edad Media estaba des­
crita por un hombre feliz, los últimos tomos respiraban odio y desencanto.
Aunque la realización es mucho más minuciosa, se advierte menos inves­
tigación, menos cuidado y menos reflexión. Sus defectos aumentan. Gene­
raliza partiendo de hechos aislados. Sus prejuicios personales se hacen más
estridentes. Relaciona grandes acontecimientos con causas triviales. Oímos *
en demasiadas páginas los desahogos de un panfletista insolente.
Cada uno de los once volúmenes de la nueva serie lleva un título es­
pecial. El del Renacimiento no deja atrás a sus predecesores por la fuerza
y la brillantez del estilo, aunque el prólogo da una nota francamente anti­
cristiana. La Reforma, como el Renacimiento, está glorificada como una
rebelión contra la Edad Media y como precursora de 1789.9 A medida
que la obra avanzaba sus defectos crecían. Asimila ávidamente el chismo­
rreo de los autores de memorias, y no hay ningún escándalo de la corte
demasiado repugnante e inverosímil para su credulidad. Especula con la
legitimidad de Luis X III y de Luis XIV, y a propósito de la Regencia y
de Luis X V nos presenta el incesto. Los diarios manuscritos de los médi­
cos de Luis XIV son llamados a resolver los problemas de la alta política.
La vida del rey se divide en dos partes, una de éxitos, la otra de fracaso
—antes y después de operarle la fístula—. Cada vez olvida más la política
externa. De historia de una nación la obra degenera en una serie de
charlas sobre la corte. Un crítico lo calificó de “mal libro y mala acción”, y
Montalembert escribió tristemente sobre su viejo maestro, tachándolo de
ídolo caído. Por otra parte, abundan las descripciones brillantes y las ideas
notables. Muchas de sus páginas son bellas y preciosas, y su simpatía hacia
los pobres y los que sufren es profunda y real. Los capítulos sobre la revo­
cación del Edicto de Nantes vibran con una noble indignación. Se mues­
tra incomparable al hablar de la corrupción de los Valois, del orgullo del
Grand Monarque, de la locura de Law. Tampoco le faltan sus momentos
de generosidad. Siente algo de la grandeza de Enrique IV y de Sully, y
llora sobre la tumba del duque de Borgoña.10
La Biblia de la Humanidad revela hasta qué punto siguen viviendo los
8 Véanse las L e ttr e s à M lle . M ia la ret, 1847-9, un volumen de las O eu vres C o m p lètes.
* Estos dos volúmenes son el texto de la brillante crítica de T aine en sus Essais
d€ C r itiq u e et d ’H isto ire.
w Una de las críticas más sanas acerca de los últimos volúmenes es la de Sa in te -
B e u v e , N o u v e a u x L u n d is , vol. 11. La natural indignación de los católicos realistas se
manifiesta en de Broglie , Q u e stio n s d e R e lig io n e t d ’H isto ir e , vol. I, i860, y en
D’H aussonville , E tu d e s b io g ra p h iq u es e t littéra ires , 1879.
1Q2 HISTORIA E HISTORIADORES

elementos místicos y románticos bajo el reciente racionalismo. Cada civi­


lización es un verso escrito en el eterno y siempre creciente libro. India*
Persia, Egipto, Judea, Grecia, Roma, el cristianismo, son fases en esta reve­
lación de la razón y de la justicia. El poder de la evocación mágica per­
dura, pero la facultad crítica, nunca muy fuerte, desaparece. La guerra
de 1870 y la Comuna lo destrozaron, y los tres volúmenes sobre Napoleón
que siguieron revelan una decadencia incurable. Su genio y su método
eran demasiado individuales para fundar escuela; pero sus escritos y sus
conferencias ejercieron un profundo influjo, y eruditos tan admirables
como Chéruel y Duruy lo reconocen como maestro. Muchos más aún pue­
den hace>r suyas las palabras de Monod: “Le debo mi vocación por la
historia. No soy su discípulo, pero me inspira un sentimiento más hondo*
el de la gratitud filial.” Ningún historiador hizo tanto por convertir en
realidad la historia de Francia. Ningún historiador amó a Francia tan
tiernamente. A l que amó, mucho le será perdonado.

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