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19 de julio de 1824
Durante su paso por Inglaterra Agustín de Iturbide tuvo conocimiento que la santa alianza
pretendia recuperar México para España y decidió regresar a ayudar ofreciendo sus servicios a la
nueva nación que el mismo había ayudado a ser libre, así que el 15 de julio desembarcó en tierras
mexicanas y, ante su sorpresa, fue hecho prisionero. Ignoraba que el Congreso había expedido un
decreto hecho público el 18 de abril por el cual se le consideraba fuera de la ley y ordenaba que en
caso de presentarse en México se le ajusticiase sin contemplaciones.
Caminó, digno, hasta el lugar de la ejecución. Al sacerdote que lo confortaba le entregó, para que
lo hiciese llegar a manos de su esposa, su rosario, su reloj y una carta, que decía así:
AGUSTÍN
Le quedaban en los bolsillos tres onzas de oro y quiso que las repartieran entre los soldados que
iban a dispararle. De pie, cara a la muerte, habló a la multitud atónita y conmovida que
contemplaba la escena. Su voz sonó, según un testigo, como en las mejores arengas de sus días de
triunfo: «Mexicanos, muero con honor por haber venido a ayudaros y gustoso porque muero
entre vosotros». Después rezó el Credo y sonó la descarga. Su cuerpo quedó en el suelo, bañado
en sangre, durante largo rato. Luego lo enterraron en un hoyo frente a la iglesia del pueblo.
En 1838, rehabilitada su memoria, los restos del libertador fueron trasladados con gran pompa a la
catedral de México, donde reposan en una urna cubierta por la bandera que él creó. El epitafio
reza:
AGUSTÍN DE ITURBIDE
AUTOR DE LA INDEPENDENCIA MEXICANA COMPATRIOTA, LLÓRALO;
PASAJERO, ADMÍRALO.
ESTE MONUMENTO GUARDA LAS CENIZAS DE UN HÉROE. SU ALMA DESCANSA EN EL SENO DE
DIOS
La tumba se alza a unos cuantos pasos del lugar donde Agustín I fue coronado primer emperador
constitucional de México.