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1. ADVERTENCIA
¿Era necesario? preguntaba hace algún tiempo una revista femenina, al anunciar la
próxima aparición de este Diccionario de la Injuria. ¡Qué pregunta singular!
Porque parece no alcanzar con caminar por la calle, manejar algunos kilómetros por las
autopistas en hora pico, recibir “sin anestesia” una noticia del Ministerio de Finanzas,1
escuchar la radio, mirar la televisión… ni con hojear ciertas revistas femeninas, para
experimentar —dolorosa y profundamente— la indigencia calamitosa de nuestro
vocabulario en esta materia. ¿Acaso no somos conscientes cientos de veces por día de
nuestra imposibilidad de articular la palabra decisiva, sonora y certera que exprese nuestro
estado de ánimo? Una palabra justa y precisa —maliciosa o refinada— resulta liberadora,
a diferencia de los dos o tres términos ordinarios que nos vienen primero a la mente y que
usamos en forma automática: pobres insultos vacíos de toda substancia, repetidos con
frecuencia a lo largo del tiempo.
Ya no sabemos injuriar
Vivimos en una época donde, desorientados por un ritmo de vida aberrante, cada uno de
nosotros se siente atrapado entre los hilos de una trama de órdenes y prohibiciones a
menudo contradictorios; una época en que hasta las personas más pacíficas (y más
civilizadas) caen en la violencia más primitiva; en fin, una época donde la exhortación
ridícula “¡No nos enojemos!” no hace sonreír a los conductores de vehículos sino que, al
contrario, aumenta su irritación y agresividad.
¡Pero ésta es también la época en que los habitantes de nuestro país han perdido el gusto
por la hermosa injuria truculenta, colorida e ingenua, que durante tantos siglos contribuyó
a justificar la reputación de los franceses de ser los hombres más espirituales de la Tierra!
1
A pesar de nuestra fama, los argentinos no somos ingeniosos a la hora de injuriar. La emisión del bono a
cien años por parte del Ministerio de Luis Caputo es uno de tantos motivos contundentes para recuperar
este desprestigiado arte. Todavía estamos a tiempo: tenemos unos cien años para desarrollar nuestro
proyecto. Las nuevas generaciones estarán agradecidas. [N. de la T.]
Las tradiciones se pierden
2
En la traducción se pierde el juego entre bienséance (decoro) y malséance, palabra inventada a partir
de la primera [N. de la T.]
3
Ed. Livre de Poche.