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Instituto Salesiano de Estudios Teoloó gicos

Carrera: Bachillerato en Teologíóa


Caó tedra: Seminario de Sagrada Escritura
Profesor: P. Horacio Lona sdb

AL PIE DE LA CRUZ
El mesianismo paciente en el Evangelio de Marcos

Alumno: Osvaldo Leonel Caó nepa


Fecha de Entrega: jueves, 02 de Agosto de 2018
Contenido
Introduccioó n.............................................................................................................................................................................. 3
1. “¿Quieó n es este?”................................................................................................................................................................. 4
2. “Tuó eres el Cristo”.................................................................................................................................................................. 7
3. “Y comenzoó a ensenñ arles”............................................................................................................................................... 9
4. “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”............................................................................................ 11
Conclusioó n............................................................................................................................................................................... 13
Bibliografíóa.............................................................................................................................................................................. 14

1
Introducción
El evangelio de san Marcos es, seguó n los especialistas, el primero de los relatos de la vida de
Jesuó s, ubicaó ndose alrededor del anñ o 70. El autor, muy probablemente, realizoó una primera tarea de
recopilacioó n de distintos materiales que en su comunidad de pertenencia y en el mundo cristiano
circulaban acerca de Jesuó s. Luego, tomando lo que seguramente tambieó n conocíóa y le fue
transmitido, se embarcoó en la tarea de redaccioó n. Sus destinatarios maó s probables eran los
miembros de su misma comunidad, y el objetivo perseguido ciertamente no era solo una
recopilacioó n maó s o menos ordenada de lo que se sabíóa de Jesuó s, sino uno mucho mayor: animar la
fe de la comunidad en Jesucristo.

Todo el relato evangeó lico busca responder quieó n es Jesuó s de Nazaret, quieó n es Aqueó l a quien
la comunidad cristiana sigue y profesa su fe. Tal vez atendiendo a ciertos desvíóos, tal vez para
anunciar maó s fielmente la fe en el Cristo crucificado y resucitado, es que Marcos se embarca en
escribir.

Marcos, muy probablemente de origen pagano y miembro de una comunidad cristiana


cercana al movimiento paulino, se acerca al misterio de la divinidad de Jesuó s a partir de su maó s
profunda humanidad. Tal vez teniendo en el horizonte las palabras de Pablo: “nosotros, en cambio,
predicamos a un Cristo crucificado, escaó ndalo para los judíóos y locura para los paganos, pero fuerza
y sabiduríóa de Dios para los que han sido llamados” (1Cor 1,23-24), Marcos narra la Buena Noticia
de un Mesíóas sufriente, del Hijo de Dios que manifiesta su poder en la cruz.

A partir de este trabajo, queremos recorrer el Evangelio y desandar el modo particular en


que Marcos entiende y presenta la figura de Jesuó s, Mesíóas sufriente. El mesianismo de Jesuó s no
puede comprenderse sin la cruz, y la misma cruz solo puede concebirse como redentora por portar
ella a Jesuó s, el Mesíóas, el Hijo de Dios.

2
1. “¿Quién es este?”
Los interrogantes acerca de Jesús

Es de notar que el evangelio de Marcos inicia con una afirmacioó n respecto a la identidad de
Jesuó s: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesuó s, Mesíóas, Hijo de Dios” (ἈἈρχὴὴ τοῦῦ εῦὐ αγγελίίοῦ ἸἈὴσοῦῦ
Χρίστοῦῦ [ῦίἱοῦῦ θεοῦῦ ]). Tal sentencia cabe entenderla como titulacioó n del contenido que se habraó
de desarrollar en el conjunto del texto. No hay una explicacioó n o continuidad fundamental entre
este versíóculo y el inmediatamente siguiente que introduce la figura de Juan Bautista (cfr. Mc 1
1,2ss). Es de allíó que este primer versíóculo, y en atencioó n al anaó lisis del desarrollo del texto
evangeó lico, es reconocido como un enunciado programaó tico centrado en la identidad de Jesuó s2.

En este primer versíóculo, Jesuó s es presentado por una parte como el objeto de la Buena
Noticia, como su contenido propio. La Buena Noticia trata acerca de Jesuó s en su condicioó n de
Mesíóas y de Hijo de Dios. Podemos afirmar que hay una identificacioó n de la Buena Noticia con Jesuó s
mismo, lo cual es atestiguado tambieó n por otros pasajes del evangelio (cfr. 8,35; 10,29) 3. En esto
podemos rastrear la influencia de la tradicioó n paulina en Marcos, en cuanto que esta
correspondencia de Jesuó s con la Buena Noticia es un contenido propio de la doctrina de Pablo. Asíó,
por ejemplo, 2Cor 4,4: “Si nuestro Evangelio todavíóa resulta impenetrable, lo es solo para aquellos
que se pierden, para los increó dulos… a fin de que no vean resplandecer el Evangelio de la gloria de
Cristo, que es la imagen de Dios”.

Ademaó s, Jesuó s no es solo el contenido, sino el mensajero de la Buena Noticia. Asíó lo expresa
1,14-15: “Allíó [en Galilea] proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha
cumplido: el Reino de Dios estaó cerca. Convieó rtanse y crean en la Buena Noticia»”. La Buena Noticia,
entonces, implica en su totalidad a Jesuó s: eó l es propiamente el objeto del evangelio en cuanto que
con sus palabras y obras lo ha proclamado de forma eminente.

Este primer versíóculo es la antesala de todo el contenido del texto de Marcos. En su


desarrollo nos adentramos en el verdadero drama que el evangelista nos presenta y oculta a la vez
en su enunciado: ¿de queó modo Jesuó s es Mesíóas e Hijo de Dios?, o bien, ¿coó mo propiamente Jesuó s
encarna el mesianismo? Los dos tíótulos cristoloó gicos enunciados son bien conocidos por Marcos y
la comunidad cristiana, aplicaó ndoselos a Jesuó s al releer en eó l el cumplimiento de las profecíóas del
Antiguo Testamento a la luz de la fe pascual. En el desarrollo narrativo-dramaó tico que Marcos

1 En adelante la citacioó n referente al evangelio de Marcos (Mc) no se explicitaraó .


2 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 11.
3 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 12-13.
3
presenta, podemos reconocer que el autor sagrado quiere ensenñ ar el modo propio en que Jesuó s es
Mesíóas–Hijo de Dios y purificar en cierto sentido alguó n modo de comprensioó n inadecuada que
estos tíótulos pudieron tener en el seno de la comunidad cristiana.

Es desde este punto de partida del cual observamos el desarrollo del texto evangeó lico. Y
desde aquíó nos acercamos a la persona y a la actividad de Jesuó s, a quienes lo rodean y a los
interrogantes que surgen alrededor suyo. El lector es conducido, de alguó n modo, a estar con Jesuó s y
en ese estar descubrir su mesianismo, interrogaó ndose con los discíópulos y la multitud: “¿Quieó n es
este?” (cfr. 4,41). Esta pregunta asume en el evangelio distintas tonalidades y es puesta en boca de
distintos personajes que rodean la vida puó blica de Jesuó s. Hasta en un cierto punto, podemos
corroborar que la incansable actividad del Jesuó s de Marcos solo tiene como finalidad llevar al lector
a interrogarse sobre quieó n es verdaderamente eó l, de queó forma la primera afirmacioó n de su
mesianismo y origen divino se realiza y es asumida (o no) por el pueblo. Veamos ahora algunas de
las preguntas que se forman alrededor de Jesuó s y su contexto narrativo antes de la profesioó n de fe
de Cesarea de Filipo:

Cita Contexto Narrativo Pregunta/reacción


1,23-28 Curacioó n de un endemoniado Del endemoniado (1,24): “¿Queó quieres
de nosotros, Jesuó s Nazareno? ¿Has venido
para acabar con nosotros? Ya seó quieó n
eres: el Santo de Dios”.
De la multitud (1,27-28): “¿Queó es esto?
¡Ensenñ a de una manera nueva, llena de
autoridad; da oó rdenes a los espíóritus
impuros, y estos le obedecen!”
2,1-12 Curacioó n de un paralíótico De los escribas (2,7): “¿Queó estaó diciendo
este hombre? ¡Estaó blasfemando! ¿Quieó n
puede perdonar los pecados, sino soó lo
Dios?”
De la multitud (2,12): “Nunca hemos visto
nada igual”.
2,15-17 Jesuó s come con pecadores De los escribas (2,16): “¿Por queó come
con publicanos y pecadores?”
2,18-22 Discusioó n sobre el ayuno De la multitud (¿?) (2,18): “¿Por queó tus
discíópulos no ayunan, como lo hacen los
discíópulos de Juan y los discíópulos de los
fasiseos?”
2,23-28 Discusioó n sobre el saó bado De los fariseos (2,24): “¿Por queó hacen en
saó bado lo que no estaó permitido?”
3,20-21 Jesuó s regresa a su casa De los familiares (3,21): “Es un exaltado”.
3,22-27 Jesuó s y Belzebul De los escribas (3,22): “Estaó poseíódo por
Belzebul y expulsa a los demonios por el
poder del príóncipe de los demonios”.
4,35-41 La tempestad calmada De los discíópulos (4,41). “¿Quieó n es este,
4
que hasta el viento y el mar le obedecen?”
6,1-6 Jesuó s visita Nazaret De la multitud (6,2-3): “¿De doó nde saca
todo esto? ¿Queó sabiduríóa es esa que le ha
sido dada y esos grandes milagros que se
realizan por sus manos? ¿No es acaso el
carpintero, el hijo de Maríóa, hermano de
Santiago, de Joseó , de Judas y de Simoó n? ¿Y
sus hermanas no bien aquíó entre
nosotros?”
6,14-16 Herodes se pregunta sobre De la corte y el rey (6,14-16): “Algunos
Jesuó s decíóan: «Juan el Bautista ha resucitado, y
por eso se manifiestan en eó l poderes
milagrosos. Otros afirmaban: «Es Elíóas». Y
otros: «Es un profeta como los antiguos».
Pero Herodes, al oíór todo esto, decíóa: «Este
hombre es Juan, a quien yo mandeó
decapitar y que ha resucitado»”.
6,30-52 Multiplicacioó n de los panes y De los discíópulos (6,51-52): “Asíó llegaron
Jesuó s caminando sobre las al colmo de su estupor, porque no habíóan
aguas comprendido el milagro de los panes y su
mente estaba enceguecida”.
7,31-37 Curacioó n de un sordomudo De la multitud (7,37): “En el colmo de la
admiracioó n, decíóan: «Todo lo ha hecho
bien: hace oíór a los sordos y hablar a los
mudos»”.

Podemos notar en esta primera parte del evangelio que la actividad incansable de Jesuó s,
llena de milagros, de viajes, de encuentros con enfermos y pecadores, de ensenñ anzas y discusiones,
presenta como teloó n de fondo la pregunta acerca de su identidad. Los demonios, que síó lo saben y lo
reconocen, son mandados callar (cfr. 1,24-25.34; 3,11-12; 5,6-7), mientras que la multitud, los
discíópulos y los escribas y fariseos son presentados sumidos en la confusioó n frente a los grandes
signos milagrosos de los cuales son testigos, mandados tambieó n por Jesuó s a guardar silencio de lo
que han visto (cfr. 5,43; 7,36).

Comprobamos el entrecruzamiento de dos situaciones: por un lado la confusioó n del pueblo


y de los seguidores de Jesuó s, y por otro el mandato de Jesuó s de guardar silencio. A partir de esto
comprendemos que tal “secreto” solicitado tiene una finalidad pedagoó gica y de revelacioó n
progresiva: el pueblo que se encuentra en la expectativa de un mesíóas triunfante puede identificarlo
con Jesuó s por los signos curativos que realiza, maó s Jesuó s encarna un mesianismo distinto al
esperado, signado por el horizonte de la cruz 4. En esta primera parte del evangelio las

4 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 32.
5
interrogantes quedan abiertas. Soó lo a partir de la confesioó n de Pedro, en Cesarea de Filipo, Jesuó s
ensenñ araó con claridad lo que atanñ e a su identidad mesiaó nica.

2. “Tú eres el Cristo”


La confesión de Pedro

La confesioó n que Pedro realiza en Cesarea de Filipo, al expresar ante la pregunta de Jesuó s,
“ustedes, ¿quieó nes dicen que soy yo?”, la respuesta “Tuó eres el Cristo” (8,29), es una primera e
importante cima del texto evangeó lico. En efecto, en esta escena culmina toda la primera parte del
evangelio (1,1-8,26), a la vez que es punto de partida de lo que seguiraó (8,31-16,8)5.

La primera parte, como veíóamos, se encuentra llena de dudas e incomprensiones sobre


Jesuó s, movieó ndose las opiniones entre el asombro y la desconfianza. Circulan fabulaciones sobre eó l:
que es Juan Bautista vuelto a la vida, Elíóas o un profeta similar a ellos (cfr. 6,14-16; 8,28). Los gestos,
milagros y palabras de Jesuó s, antes que aclarar su identidad para sus contemporaó neos, parecen ser
causa de obnubilacioó n. Y esta incomprensioó n no es solamente de las multitudes que se acercan a eó l,
de Herodes y de los escribas, sino que tambieó n se hallan sumidos en ella sus propios discíópulos.

La confesioó n de Pedro encuentra como antesala dos relatos sobre la ceguera. En el primero,
los discíópulos vienen discutiendo por el camino a causa del olvido de traer consigo pan, por lo que
Jesuó s los reprende y les senñ ala tener la mente enceguecida por no comprender aun a partir de los
signos que eó l realizoó quieó n es. En efecto, despueó s de recordar las sendas multiplicaciones de panes,
Jesuó s les pregunta: “¿Todavíóa no comprenden?” (cfr. 8,14-21). Es interesante notar aquíó que las
preguntas que antes eran realizadas desde fuera, ahora tienen como interrogador al mismo Jesuó s y
como destinatarios a sus discíópulos. Esta pregunta especíófica, “¿Todavíóa no comprenden?”,
faó cilmente puede reconocerse como dirigida al lector en su comprensioó n respecto a la identidad
mesiaó nica de Jesuó s.

El segundo relato de ceguera refiere a una curacioó n progresiva (8,22-26). Este milagro en
dos etapas es realmente singular; no hay ninguó n otro con esta caracteríóstica. El lugar que este
relato ocupa dentro de la redaccioó n, posterior al de la ceguera mental de los discíópulos y anterior a
la profesioó n de fe de Pedro, hace comprender su caraó cter simboó lico e ilustrativo. El poder de Jesuó s
no hace que el ciego vea con claridad a la primera, sino que se da en etapas. Esta graduacioó n de la
curacioó n ilustra en cierta forma la graduacioó n de la comprensioó n respecto a la identidad de Jesuó s
que los discíópulos (y el lector) tienen. Si relacionamos este relato con el inmediatamente anterior y
lo que continuó a, podemos decir que los discíópulos se identifican con el ciego, que Jesuó s obra como
5 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 7-8.
6
maestro sobre ellos para que puedan alcanzar una clara visioó n de su identidad, pero que esa visioó n
se iraó alcanzando progresivamente en las etapas sucesivas que presenta el relato evangeó lico.

En Cesarea de Filipo Jesuó s interroga una vez maó s a sus discíópulos respecto a su identidad.
Primero les pregunta sobre lo que la gente dice, para luego pedirles su propio parecer. Ante esto,
Pedro, muy probablemente en nombre de todos, le responde: “Tuó eres el Cristo”. Es notable que
este tíótulo (Χρίστοό ς) esteó sumamente oculto en toda la primera parte del evangelio. En efecto, luego
de estar incorporado en la titulacioó n, soó lo es utilizado una vez cuando el evangelista refiere que los
demonios sabíóan quieó n era eó l (cfr. 1,34). Aquíó los discíópulos en la boca de Pedro afirman a Jesuó s
como Cristo pero, ¿queó entenderaó n por ello?

En el pueblo judíóo por siglos fue alimentaó ndose la expectativa mesiaó nica de un hombre
enviado por Dios, descendiente de la dinastíóa davíódica, que seríóa ungido como rey de Israel y
conduciríóa al pueblo a la libertad frente al dominio extranjero y a un estado de gran prosperidad.
EÉ ste era el mesíóas esperado y era la misma esperanza que los discíópulos teníóan puesta sobre Jesuó s 6.
Por eso es entendible que, inmediatamente despueó s de la confesioó n de Pedro, Jesuó s mande a sus
discíópulos que no dijeran nada, es decir, que no lo anuncien al pueblo (8,30).

La comprensioó n de los discíópulos, de Jesuó s como mesíóas triunfante, la reconocemos en la


reprensioó n que Pedro le hace a Jesuó s en el primer anuncio de la pasioó n (8,31ss). Pedro, en efecto,
no acepta el final traó gico que Jesuó s anuncia 7. Los otros discíópulos, como veremos mejor adelante,
no pueden terminar tampoco de comprender el tipo de mesianismo sufriente que Jesuó s les ensenñ a.
Ante cada anuncio de la pasioó n, se presentan discusiones y pretensiones respecto a quieó n es el maó s
grande (cfr. 9,33ss; 10,35ss). Ello supone una falsa concepcioó n del mesianismo que encarna Jesuó s;
un mesianismo políótico y triunfalista8.

A partir de la confesioó n mesiaó nica, Jesuó s empezaraó a ensenñ ar a sus discíópulos queó tipo de
Mesíóas es. Aunque estas ensenñ anzas se encuentran resumidas en los tres anuncios de la pasioó n,
ciertamente toda la segunda parte del evangelio de Marcos buscaraó , como al ciego de Betsaida,
aclarar la visioó n del lector sobre el mesianismo sufriente de Jesuó s.

6 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 55.
7 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 21-22.
8 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 32.
7
3. “Y comenzó a enseñarles”
El Mesías sufriente

La segunda parte del evangelio puede bien dividirse en tres secciones: la primera, que
podemos llamar de los anuncios de la pasioó n (8,31-10,52); la segunda, de la actividad de Jesuó s en
Jerusaleó n (11,1-13,37); y la tercera, de la pasioó n, muerte y resurreccioó n de Jesuó s (14,1-16,8). Lo que
en estas distintas secciones vemos desarrollado es un proceso de develamiento respecto a la
identidad de Jesuó s que encuentra su culmen en la profesioó n de fe del centurioó n romano (15,39).

Luego de la respuesta de Pedro, Jesuó s primero les manda callar lo que refiere a eó l, para
luego empezar a ensenñ arles coó mo habríóa de cumplir su mesianismo: a partir del sufrimiento, del
rechazo por parte de las autoridades políóticas y religiosas, y de un cruento final (8,31). El texto
subraya que Jesuó s les hablaba de esto “con toda claridad” (8,32). Asíó, lo que en la primera parte era
mantenido en secreto (1,25.34.44; 3,12; 5,43; 7,24.36; 8,26)9, ahora es ensenñ ado a todas luces: que
el mesianismo de Jesuó s, lejos de ser triunfalista, es paciente, sufriente, sacrificial10.

Los tres anuncios de la pasioó n, en clave de ensenñ anza (δίδαό σκω) a la comunidad de
discíópulos, presentan un contenido similar. Veaó moslos comparativamente:

Primer anuncio (8,31) Segundo anuncio (9,31) Tercer anuncio


(10,32-34)
Y comenzoó a ensenñ arles que Porque ensenñ aba y les Entonces reunioó
el Hijo del hombre debíóa decíóa: «El Hijo del hombre nuevamente a los Doce y
sufrir mucho y ser va a ser entregado en comenzoó a decirles lo que le
rechazado por los ancianos, manos de los hombres; lo iba a suceder: «Ahora
los sumos sacerdotes y los mataraó n y tres díóas despueó s subimos a Jerusaleó n; allíó el
escribas; que debíóa ser de su muerte, resucitaraó ». Hijo del hombre seraó
condenado a muerte y entregado a los sumos
resucitar despueó s de tres sacerdotes y a los escribas.
díóas. Lo condenaraó n a muerte y
lo entregaraó n a los paganos:
ellos se burlaraó n de eó l, lo
escupiraó n, lo azotaraó n y lo
mataraó n. Y tres díóas
despueó s, resucitaraó ».

Con claridad, en los tres anuncios aparece la secuencia: a) rechazo/entrega; b) muerte; c)


resurreccioó n. El sujeto que ha de pasar por esto es el “Hijo del hombre”, tíótulo con el cual Jesuó s se
identifica y que haya resonancias mesiaó nicas-divinas en la profecíóa de Daniel (cfr. Dn 7,13), pero

9 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 9.


10 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 33.
8
que aquíó parece estar maó s identificado con la imagen del “justo perseguido” de Isaíóas (cfr. Is 42,1ss;
49,1ss; 50,4ss; 51,13ss). En cualquier caso, “Hijo de hombre” como tíótulo mesiaó nico hace una
suerte de nexo entre la dimensioó n paciente y la glorificacioó n posterior. El sufrimiento y la muerte,
puestos en primer plano como cumplimiento de la voluntad de Dios y camino de salvacioó n para el
hombre, son al final asumidos y superados por el misterio de la resurreccioó n que colma de
contenido salvíófico al sacrificio del Mesíóas11.

El relato evangeó lico muestra con claridad el rechazo y la incomprensioó n de los discíópulos
respecto al tipo de mesianismo sufriente que Jesuó s les ensenñ a12. En el primer anuncio, Pedro
reprende a Jesuó s quieó n luego hace lo mismo por su parte, acusando a Pedro de no comprender la
voluntad de Dios (8,32-33). En el segundo, el texto expresa la incomprensioó n de los discíópulos
(9,32), y seguidamente refiere a una discusioó n que los discíópulos teníóan respecto a quieó n era el maó s
grande, lo que lleva a Jesuó s a ensenñ ar sobre el caraó cter servicial de la autoridad y el valor maó s
grande del maó s pequenñ o (9,33ss). El tercero, finalmente, continuó a con la peticioó n de Santiago y
Juan de los primeros puestos y la consecuente indignacioó n de los otros discíópulos, lo que hace que
Jesuó s nuevamente los instruya respecto al caraó cter servicial de la autoridad, afirmando al final que
“el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por
una multitud” (10,45).

A pesar de la claridad de la ensenñ anza de Jesuó s respecto al modo en que se realiza en eó l el


mesianismo, los discíópulos permanecen ciegos, obstinados en su interpretacioó n triunfalista. A
pesar de ello, como en la curacioó n progresiva a la que antes nos referíóamos, Jesuó s insiste en la
ensenñ anza no solamente de su pasioó n, sino tambieó n queó significa el seguimiento de un Mesíóas
sufriente. Aquíó, el lector del evangelio tiene que hallarse interpelado en su existencia cristiana, en
cuanto que seguir a Cristo significa cargar la cruz y perder la vida para poder salvarla (8,34ss);
aceptar el fracaso y sufrimiento como camino de salvacioó n13.

11 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 28-
29.
12 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 34.
13 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 19-
20.
9
4. “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”
La exaltación del Mesías sufriente

La entrada de Jesuó s a Jerusaleó n abre la etapa de realizacioó n de los anuncios de la pasioó n. Lo


que antes era ensenñ anza profeó tica ahora entra en la fase de cumplimiento. El ingreso de Jesuó s a
Jerusaleó n montado en un asno y con la gente aclamando “¡Hosanna!” (11,1ss) es una clara imagen
mesiaó nica y de realeza que parece estar en contrapunto con la ensenñ anza de un Mesíóas sufriente.
No obstante, como en la primera parte del evangelio donde Jesuó s se presenta como un gran
taumaturgo, aquíó tambieó n el evangelista inicia esta seccioó n con una imagen triunfal que se iraó
desarmando a lo largo del relato.

En efecto, al díóa siguiente de su ingreso triunfal Jesuó s va al Templo y expulsa a los


comerciantes y cambistas (11,15ss), lo que lleva a la determinacioó n de los Sumos Sacerdotes y
escribas de matarlo (11,18). Al díóa siguiente, se suceden distintas discusiones entre Jesuó s y
referentes del pueblo (Sumos Sacerdotes, escribas, ancianos, fariseos, herodianos y saduceos)
donde los uó ltimos buscan sorprenderlo en alguna afirmacioó n que les deó motivo de apresarlo (cfr.
12,12-13), mientras que Jesuó s claramente entra en poleó mica con estos sectores en sus discursos
ante el pueblo (cfr. 12,1-11; 12,38-40).

Este clima de conflicto, unido a la recurrente incomprensioó n de sus mismos discíópulos vista
anteriormente, ofrece el marco del apresamiento de Jesuó s. El evangelista narra coó mo se confabulan
los Sumos Sacerdotes y ancianos con Judas Iscariote para entregar a Jesuó s de un modo que no sea
escandaloso para el pueblo (cfr. 14,1-2.10-11). En este ambiente de conspiracioó n, Jesuó s ve
adelantado su desenlace fatal en la uncioó n en Betania (14,3-9) y sacramentaliza en la cena pascual
con el pan y el vino su propio cuerpo entregado y su propia sangre derramada (14,22-25). Este acto
simboó lico realizado por Jesuó s en la cena pascual ya no es anuncio profeó tico de lo que pasaraó , sino
maó s bien anticipo efectivo de la nueva Alianza que Dios, en la muerte cruenta de Jesuó s, sella con los
“muchos” (cfr. 14,24). Bien podemos decir que aquíó se da la cima simboó lica del mesianismo
paciente de Jesuó s.

En lo sucesivo, se narra el prendimiento (14,43-52) y el proceso de Jesuó s ante el Sanedríón


(14,53-65) y ante el procurador romano Poncio Pilato (15,1-15). De este segmento narrativo, en lo
que respecta a la identidad mesiaó nica de Jesuó s, es de destacar la respuesta que eó l da al Sumo
Sacerdote ante su pregunta: “¿Eres el Mesíóas, el Hijo del Dios bendito?” (14,61). A ella, Jesuó s
responde sin ambages: “Yo soy” (ἘἈγωό είὐμί), afirmando a continuacioó n: “y ustedes veraó n al Hijo del

10
hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo” (14,62) en clara
alusioó n a la figura del Hijo del Hombre de Dn 7,13.

La pregunta del Sumo Sacerdote posee dos teó rminos: “Mesíóas” e “Hijo del Dios bendito”.
Mientras que la denominacioó n “Mesíóas” a secas puede llegar a entenderse en el sentido políótico que
en tiempos de Jesuó s predominaba, al estar complementada con “Hijo del Dios bendito” estaó
aludiendo a una especial predileccioó n de Dios hacia quien es su elegido. Este es el sentido maó s
profundo hacia el cual Marcos apunta14.

Ahora la respuesta de Jesuó s es clara en cuanto no existe modo de malinterpretar su


mesianismo. Los tres anuncios de la pasioó n fueron preparando esta confesioó n que, al darse en el
momento de mayor humillacioó n y despojo, se encuentra en total coherencia con el mesianismo
paciente que ensenñ aba a sus discíópulos15. Jesuó s afirma ser el Mesíóas esperado por los judíóos, pero
no en el sentido triunfal sino sufriente; condenado por los suyos a una muerte ignominiosa. Y eó l,
Mesíóas sufriente, es el mismo Hijo del Hombre que viene de parte de Dios a juzgar al mundo.

La confesioó n mesiaó nica de Jesuó s, juzgada como blasfemia, es el motivo de la sentencia de


muerte (14,64). Ante Pilato, la acusacioó n esgrimida por el Sanedríón fue políótica: considerarse rey de
los judíóos (15,2). Esta doble condena, políótica y religiosa, es la que conduce a Jesuó s a la cruz. Y es en
la debilidad y despojo total de la cruz donde se revela la verdad maó s profunda de Jesuó s. Allíó, clavado
en la cruz, Jesuó s asume su verdadera realeza (cfr. 15,26) y se consuma su mesianismo sufriente
que, paradoó jicamente, es glorificacioó n y motivo de redencioó n para el hombre16.

La muerte de Jesuó s se da sin maó s, con un fuerte grito (15,37). Pero ante esta muerte, que en
apariencia no teníóa nada de diferente de otros tantos ajusticiados, el centurioó n que se hallaba al pie
de la cruz confiesa: “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!” (15,39). La profesioó n de fe
que el centurioó n realiza de Jesuó s como Hijo de Dios (Υίἱοῦῦ Θεοῦῦ ) es la segunda cima del relato
evangeó lico, que cierra la formulacioó n de los tíótulos mesiaó nicos que titulan el texto de Marcos 17. El
centurioó n (κεντῦρίόων), pagano romano, es síómbolo de la comunidad cristiana a la cual muy
probablemente Marcos dirige su evangelio. Allíó, al pie de la cruz, eó l pronuncia la primera profesioó n
de fe ya sin ninguna incomprensioó n. Y por eso es allíó, al pie de la cruz, donde la fe de la comunidad
cristiana nace y estaó llamada a arraigarse18.

14 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 18.
15 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 21.
16 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 21.
17 Cfr. CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977, 12.
18 Cfr. LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana, 2009, 23.
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Conclusión
Marcos, a traveó s de su narracioó n, nos pone ante el interrogante: ¿A queó Jesuó s seguimos?, ¿A
queó Jesuó s profesamos?

El relato de la curacioó n progresiva del ciego de Betsaida nos ilustra el camino espiritual que
cada uno de nosotros, creyentes, realizamos en el descubrimiento de Jesuó s. No hay linealidades ni
una revelacioó n abrupta, sino un conocimiento que pasa por compartir la intimidad con Cristo,
dejarnos ensenñ ar por eó l y contemplarlo despojado en el madero de la cruz.

El evangelista nos advierte de no dejarnos confundir por los posibles logros terrenos, por la
admiracioó n del pueblo y sus gritos de alabanza. Ciertamente Jesuó s manifestoó su mesianismo con
poder, pero su mayor grandeza se expresoó en el total despojo de la cruz. Tambieó n la comunidad de
seguidores de Jesuó s estaó llamada a beber del caó liz de la cruz, asociarse a los padecimientos de
Aqueó l que con su muerte da vida al mundo.

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Bibliografía
 El Libro del Pueblo de Dios (La Biblia), Buenos Aires, Ed. San Pablo, 200227.
 CABA, Joseó . El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC, 1977.
 LONA, Horacio. Jesús, según el anuncio de los cuatro evangelios, Buenos Aires, Ed. Claretiana,
2009.

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