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Así son los ‘solosexuales’, los que solo tienen sexo consigo mismos

Abogan por el bricolaje sexual, es decir, por el háztelo tu mismo, al mismo tiempo que
empiezan a organizarse como colectivo.

RITA ABUNDANCIA | 20 OCT 2015 07:15

Reconozcámoslo, a veces no hay nada como hacer las cosas uno mismo para conseguir
determinados resultados, y la sexualidad no escapa a esta regla. Elvis Presley, el sex symbol de
toda una época, que hubiera tenido a media humanidad dispuesta a complacer sus demandas
eróticas, reconocía que, en el fondo, lo que más le gustaba, sexualmente hablando, era
masturbarse. Uno se conoce a sí mismo mejor que nadie y sabe que atajos tomar para llegar
antes a su destino. Uno no siempre tiene ganas de seducir a alguien, de hablarle de sus gustos,
de familiarizarse con cuerpos extraños, o de tratar de buscar la extrañeza en los que hace ya
tiempo que nos resultan excesivamente familiares. Uno puede tener días en los que no le
apetezca el papel de explorador o viajero, y prefiera el de turista. De esos que va a un resort
con todo incluido y que solo lo abandonan para coger un taxi que los lleve al aeropuerto más
cercano y los devuelva a casa.

El sexo en solitario hace tiempo que dejó su connotación más negra, triste y fracasada para
pasar a convertirse en una actividad lúdica y, estrictamente necesaria para conocerse a uno
mismo. Las citas con los propios genitales jamás nos defraudan: son puntuales, nunca llegan
tarde, y, aunque también tienen sus días bajos, son como esas viejas amigas a las que se les
perdona todo porque su presencia siempre nos deja buen sabor de boca. La naturaleza es
sabía y, fíjense si no será importante el sexo, que nos proveyó de un kit de supervivencia para
poder tener vida sexual hasta en las condiciones más extremas y cruzar los desiertos o las
tundras de la soledad sin renunciar a la dimensión erótica.

Claro que hay algunos que llevan esta filosofía hasta sus últimas consecuencias y deciden tener
sexo solo consigo mismos. Son los solosexuales que cuentan ya con su signo –el masculino con
la flecha dentro del círculo– y numerosas páginas web, además de foros y hasta música para
llegar al éxtasis sin compañía. Dentro de este colectivo caben todas las orientaciones
sexuales: homosexuales, heteros o bisexuales, siempre y cuando se observe la máxima de que
dos son, aquí, multitud. Echando una ojeada a la red, uno puede pensar que la solosexualidad
es terreno exclusivo de los hombres, puesto que ellos son los que más portales tienen en
Internet y, además, son los que celebran sus particulares “orgías”, que no son otra cosa que
reuniones en las que un montón de tíos se masturban mientras se miran unos a otros. Pero
también hay mujeres, solo que son más silenciosas y no están organizadas.

Llevar la independencia hasta sus últimas consecuencias y renunciar a la dimensión social del
sexo, puede tener muchas lecturas. Según la sexóloga y psicóloga Ana Sierra, con consulta en
la Fundación Sauce, en Madrid, “en la sexualidad nada es anormal, el problema es cuando algo
se hace exclusivo y anula a todo lo demás, cuando se buscan siempre los mismos estímulos. En
el caso de los solosexuales, en los que se han suprimido las relaciones con otros, puede que
exista en el fondo una causa que evite el contacto, puede ser una mala experiencia o
frustración de una relación anterior, el miedo al compromiso, al fracaso o a no estar a la altura
e, incluso, el temor al contagio, a contraer enfermedades venéreas. Es, en cierta manera, una
vuelta a la etapa más infantil del sexo y cuando leo que muchos solosexuales se masturban en
grupo, me recuerda a las practicas adolescentes, en las que los chicos hacen quedadas
masturbatorias, que tienen también su lado didáctico, de aprendizaje”.
En la web sobran argumentos de solosexuales, que tratan de explicar su postura frente al sexo
de diversas maneras. Como la revista Vice apuntaba en un artículo titulado Two’s a crowd:
solosexuality and its discontents, en el videoblog The Joys of Being solosexual, un nerd asiático
y veinteañero cuenta como abrazó esta orientación sexual en julio del 2010, tras una relación
fallida. Su lógica no puede ser más aplastante y relata que estando en el metro de Nueva York
descubrió un portal en Internet sobre este colectivo. Cuando llegó a su parada decidió seguir
en el vagón y apearse más adelante, aunque luego tuviera que retroceder para llegar a su casa.
“El problema es que si hubiera estado con una chica, probablemente hubiera armado un
escándalo, me habría hecho bajar del vagón y luego hubiéramos tenido una pelea. De esta
manera no tengo que justificarme nada a mi mismo”. Jason Amstrong, sin embargo, utiliza un
argumento más introspectivo para explicar al mundo su vida sexual, en el post How I learned
to love myself as a solosexual, publicado dentro del portal The Bator blog, from Bateworld.
“No estamos hablando de la paja rápida en la ducha antes de ir al trabajo por la mañana. Se
trata de hombres que se masturban durante horas”, afirma Amstrong, quien continúa, “el acto
de masturbarme, lleva implícito muchos otros como bailar frente al espejo, fumar, beber mi
adorado Jack Daniels, ver porno o jugar con una serie de cosas o ideas que yo he recopilado
durante toda la semana. Lo que ocurre es que llego a un estado trascendental en el que mi
cuerpo se identifica con mi pene y mi cerebro es solo sexo (…) No tengo intención de
compartir el sexo con otros y la intensidad que esto me produce es suficiente para poner mis
practicas en el puesto número uno de mis preferencias sexuales”, escribe Jason.

Danièle, francesa, 27 años, afincada en Madrid, podría encajar en la definición de solosexual,


aunque a ella no le gustan mucho las etiquetas. Según cuenta, descubrió que había este
colectivo hace poco pero la militancia no es lo suyo, y menos en cuestiones tan privadas como
el propio erotismo. A su edad es todavía virgen y no parece tener prisa por dejar de serlo.
“Nunca me calificaría a mi misma como solosexual, aunque es verdad que nunca he mantenido
relaciones con otros, ni hombres ni mujeres. Es probable que cualquier psicólogo encontrase
una justificación para esto. En mi caso nunca me he sentido cómoda intimando con nadie y
uno de mis grandes problemas es cuando conozco a un chico y llega el momento sexual.
Cuando se supone que hay que pasar a mayores y a mi no me apetece, lo que casi siempre
acaba con la relación. Que no me guste tener sexo con nadie no significa que no quiera vivir o
compartir otros aspectos de mi vida con otra persona, pero en estos casos parece que el sexo
es una clausula innegociable”. Danièle no cuenta su vida sexual a casi nadie, “me dirían que
tengo que ir al psicólogo o al sexólogo”, pero tampoco quiere encasillarse en ninguna
orientación, “ahora funciono así, quién sabe si dentro de unos años empiezo a tener relaciones
con hombres o mujeres. Trato de no obsesionarme y últimamente me ronda la idea de que tal
vez debería obligarme a mi misma a probar otras cosas”.

Uno de los inconvenientes de esta opción sexual es que es más fácil que sus integrantes caigan
en la adicción al sexo porque, según Ana Sierra, “es más fácil que una practica llegue a ser
obsesiva cuando no depende de nadie y cuando se tiene a mano”. De hecho, durante siglos,
una de las ocupaciones de gran parte de la humanidad fue evitar que la gente se masturbara,
como cuenta el artículo Historia de la masturbación, especialmente tras el siglo XIV, cuando la
peste negra propició un descenso de la población en toda Europa, y cuando la Iglesia
endureció su postura contra esta practica. Benjamín Rush (1746-1813), uno de los firmantes de
la Declaración de la Independencia Americana, y uno de los autores de obras médicas más
influyentes de la época afirmaba que la masturbación producía “debilidad seminal,
impotencia, micción dolorosa, tabes dorsal, consunción pulmonar, dispepsia, visión borrosa,
epilepsia, hipocondría, fatuidad y muerte”. Robert Lord Baden-Powell (1857-1914) actor,
músico, militar, escultor y escritor británico, fue también el creador de los Boy Scouts, cuentan
que como forma de impedir que los varones y las mujeres salieran juntos. Lord Baden
mantenía también su propia cruzada anti masturbatoria, patente en el Manual del Boy Scout,
escrito a principios del siglo XX, “la lectura de libros sucios o mirar fotografías lascivas lleva a
los jóvenes irreflexivos a la tentación del auto-abuso. Esto es algo muy peligroso para ellos
porque si se torna en hábito, destruye rápidamente la salud y el espíritu; su cuerpo y mente se
debilitan y, frecuentemente, terminan en un asilo de enfermos mentales”.

Existe también toda una parafernalia de inventos para evitar la auto satisfacción que se
crearon a lo largo de la historia como jaulas genitales con resortes para mantener el pene y el
escroto en reposo, dispositivos que se disparaban con la erección y que aplicaban descargas
eléctricas, mitones metálicos para cubrir las manos infantiles o protectores para la vulva.
Según cuenta Thomas W. Laqueur en su libro Solitary Sex: A Cultural History of Masturbation,
hubo que esperar a los años 70 para llegar a la moderna aceptación de la masturbación gracias
a los movimientos feministas y al activismo gay, “como una practica al servicio de la libertad y
la autonomía y como una forma de rebelión contra el status quo. Lejos de ser una señal de
abyección, vino a representar, por primera vez, la afirmación de algo positivo y diferente. El
sexo con uno mismo estaba al lado de la autonomía, incluso la autarquía. Y ya no era algo
reprehensible o aterrador sino liberador, benigno y atractivo”. Ya lo dijo Britney Spears, en su
canción Touch of my hands, todo un himno al autoerotismo, “ I love myself/ It’s not a sin/ I
can´t control what’s happening”.

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