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4.1. Adoración
4.1
11.18–34), profecía (1 Co 14), doctrina, mensajes en lenguas e
interpretación (1 Co 14.26).
En ambos testamentos el pueblo de Dios lo adora públicamente
(Hch 20.7), en privado (Gn 24.26, 27; Dn 6.10; Mt 6.5, 6) y en familia
(Gn 35.1–3; Hch 16.30–34).
Se prohíbe terminantemente la adoración de seres humanos (Hch
10.25, 26; 14.11–15; cf. Est 3.2, 5), ángeles (Col 2.18; Ap 19.10; 22.8,
9) u otra criatura (Mt 4.10; cf. Dt 6.13; Ap 14.9–11). La adoración de
dioses falsos es una ofensa que trae las más terribles consecuencias en
todo el Antiguo Testamento (Éx 20.3–6; 32.1–11, 30, 35; Dt 4.15–18;
8.19; etc.; cf. Ro 1.25). En el Nuevo Testamento la adoración se dirige a
Jesucristo (Mt 14.33; Jn 5.22, 23; Heb 1.6; Ap 5.8–14), y se destaca
que el culto ofrecido a Jehová en el Antiguo Testamento explícitamente
pertenece a Jesús (Flp 2.10, 11 // Is 45.23). La adoración a Dios y al
Cordero es la esencia misma de la vida celestial (Ap 4.6–11; 15.3, 4;
19.1–8).
4.2
exposición. Pero más tarde, en el segundo templo, los servicios diarios,
el día de reposo, las fiestas y las abstinencias anuales, y las alabanzas
del himnario (Libro de los Salmos) aseguraban que la adoración siguiese
siendo un factor vital en la vida nacional judía.
4.2. Alabanza
4.3
NT tuelrasttas (lit. ‗dar gracias‘) es el término favorito, que sugiere en la
persona que alaba, una actitud de mayor intimidad con la persona que
es objeto de la alabanza que en el caso de tuarotas, ‗bendecir‘, que es
más formal.
La Biblia toda está llena de explosiones de alabanza. Surgen
espontáneamente del ―sentimiento básico‖ de gozo que señala la vida
del pueblo de Dios. Dios se complace y se deleita en las obras de su
creación (Gn. 1; Sal. 104.31; Pr. 8.30–31), y toda la creación,
incluyendo los ángeles, expresa su gozo en alabanza (Job 38.4–7; Ap.
4.6–11). También el hombre fue creado para regocijarse en las obras de
Dios (Sal. 90.14–16) y cumple este propósito cuando acepta las dádivas
de Dios (Ec. 8.15; 9.7; 11.9; Fil. 4.4, 8).
La llegada del reino de Dios al seno del mundo está enmarcada
por la restauración del gozo y la alabanza en el pueblo de Dios y en toda
la creación (Is. 9.2; Sal. 96.11–13; Ap. 5.9–14; Lc. 2.13–14), anticipo
de lo cual ya se tiene en el ritual y el culto del templo, en el que la
alabanza surge del puro gozo que despierta la presencia redentora de
Dios (Dt. 27.7; Nm. 10.10; Lv. 23.40). La alabanza a Dios se rinde en la
tierra por sus obras de creación y redención (Sal. 24; 136), siendo ella
un eco en la tierra de alabanza en el cielo (Ap. 4.11; 5.9–10). En
consecuencia, la alabanza es una marca del pueblo de Dios (1 P. 2.9; Ef.
1.3–14; Fil. 1.11). El rehusarse a darla es la marca de los impíos (Ro.
1.21; Ap. 16.9). El acto de alabar encierra la más íntima comunión con
aquel a quien se alaba. ―Por lo tanto la alabanza no sólo expresa sino
que completa el gozo; es su consumación preestablecida … Al disponer
que debemos glorificarle, Dios nos está invitando a gozar de él‖ (C. S.
Lewis, Reflections on the Psalms, 1958, pp. 95).
Pero con frecuencia también se ordena a los hombres alabar a
Dios como un deber, y evidentemente en este caso la alabanza no
puede depender del estado de ánimo, de los sentimientos o las
circunstancias (cf. Job 1.21). El ―alegrarse delante de Jehová‖ es parte
del ritual ordenado para la vida cotidiana de su pueblo (Dt. 12.7; 16.11–
12), en que los hombres se estimulan y se exhortan mutuamente a la
alabanza. Aunque hay salmos que expresan la alabanza del individuo,
siempre se ha considerado que la alabanza se expresa mejor en el seno
de la congregación (Sal. 22.25; 34.3; 35.18), donde la alabanza no sólo
da honor y placer a Dios (Sal. 50.23), sino que también obra como
testimonio de y ante el pueblo de Dios (Sal. 51.12–15).
Los levitas eran los encargados de elaborar los complejos
preparativos para la expresión de la alabanza en el templo. Se utilizaban
salmos en la liturgia y en las procesiones sagradas con ―voces de alegría
y de alabanza‖ (Sal. 42.4). Probablemente el canto era antifonal y
4.4
comprendía dos coros, o solista y coro. El baile, desde los tiempos más
antiguos medio de expresión de alabanza (Ex. 15.20; 2 S. 6.14),
también se utilizaba para este fin en el templo (Sal. 149.3; 150.4). El
Sal. 150 proporciona una lista de instrumentos musicales que se
utilizaban en la alabanza.
Los cristianos primitivos continuaron concurriendo al culto en el
templo para expresar su alabanza (Lc. 24.53; Hch. 3.1). Pero al haber
experimentado nueva vida en Cristo, era inevitable que dicha
experiencia se expresase en nuevas formas de alabanza (Mr. 2.22). El
gozo era el estado de ánimo dominante de la vida cristiana, y aunque no
se describe o prescribe explícitamente la adoración y la alabanza
formales que el mismo inspiraba, la razón es que en buena medida su
práctica se daba por sentado. Así como aquellos que experimentaron o
fueron testigos del poder sanador y purificador de Cristo estallaban en
alabanza espontáneamente (Lc. 18.43; Mr. 2.12), también en la iglesia
apostólica hay frecuentes ejemplos de tales testimonios espontáneos,
que se iban manifestando a medida que los hombres comenzaban a ver
y comprender el poder y la bondad de Dios en Cristo (Hch. 2.46; 3.8;
11.18; 16.25; Ef. 1.1–14).
Indudablemente se utilizaban los salmos para expresar la alabanza
de la iglesia primitiva (Col. 3.16; cf. Mt. 26.30). También se
compusieron nuevos himnos cristianos (cf. Ap. 5.8–14), a los que se
hace referencia en Col. 3.16; 1 Co. 14.26. Tenemos ejemplos de tal
inspiración hacia nuevas formas de alabanza en el *Magnificat, el
*Benedictus, y el *Nunc Dimittis (Lc. 1.46–55, 68–79; 2.29–32). En
otras partes del texto del NT hay ejemplos de la alabanza formal de la
iglesia primitiva. Parece probable, por su contenido y su forma literaria,
que Fil. 2.6–11 fue compuesto y utilizado como himno de alabanza a
Cristo. Probablemente haya ecos o citas de himnos primitivos en pasajes
como Ef. 5.14 y 1 Ti. 3.16. Las doxologías en el libro de Apocalipsis (cf.
Ap. 1.4–7; 5.9–14; 15.3–4) deben haberse empleado en el culto público
para expresar la alabanza de la congregación (A. B. Macdonald,
Christian Worship in the Primitive Church, 1934).
Debemos notar la íntima relación que existe entre la alabanza y el
sacrificio. En el ritual de los sacrificios del AT había lugar para el
sacrificio de acción de gracias, como así también para el de expiación
(cf. Lv. 7.11–21). La gratitud debía ser un motivo fundamental de la
ofrenda de las primicias llevadas ante el altar (Dt. 26.1–11). En el
ofrecimiento sincero de la alabanza hay ya un sacrificio que agrada a
Dios (He. 13.15; Os. 14.2; Sal. 119.108). En la ofrenda sacerdotal que
Jesucristo hizo de su propia persona está presente este aspecto de la
acción de gracias (Mr. 14.22–23, 26; Jn. 17.1–2; Mt. 11.25–26). Por
consiguiente, la vida misma del cristiano debe constituir una ofrenda de
4.5
gratitud (Ro. 12.1) en cumplimiento de su sacerdocio real (Ap. 1.5–6; 1
P. 2.9), y el hecho de poder hacer de una manera real y verdadera una
ofrenda de esta naturaleza en medio de los sufrimientos, vincula entre sí
el sufrimiento y la alabanza en la vida cristiana (Fil. 2.17). La acción de
gracias santifica no sólo el sufrimiento sino todos los aspectos de la vida
del cristiano (1 Ti. 4.4–5; 1 Co. 10.30–31; 1 Ts. 5.16–18). Cualquiera
sea el objeto de nuestra oración, ella debe incluir la alabanza (Fil. 4.6).
4.3. Proclamación
4.6
Aunque hemos definido la predicación dentro de límites estrechos
a fin de dar énfasis a su significado neotestamentario esencial, esto no
quiere decir que no tenga precedentes en el AT. Por cierto que los
profetas hebreos, en la medida en que proclamaban el mensaje de Dios
impulsados divinamente, fueron antecesores del heraldo apostólico.
Jonás tenía que ―predicar‖ (LXX ytprkssrp; ‗llamar‘) e, incluso, a Noé se
lo describe como ―predicador (ytprkk; ―pregonero‖) de justicia‖ (2 P.
2.5). La LXX emplea ytprkssrp más de treinta veces, tanto en el sentido
secular de la proclamación oficial para el rey, como en el sentido más
religioso de proclamación profética (cf. Jl. 1.14; Zac. 9.9; Is. 61.1).
II. Rasgos neotestamentarios
Quizás el rasgo más prominente de la predicación
neotestamentaria sea el sentido de compulsión divina. Mr. 1.38 nos dice
que Jesús no volvió a aquellos que buscaban sus poderes de curación,
sino que siguió adelante, dirigiéndose a otras ciudades con el fin de
predicar también allí: ―porque para esto he venido‖. Pedro y Juan
respondieron a las restricciones del sanedrín diciendo, ―no podemos
dejar de decir lo que hemos visto y oído (Hch. 4.20). ―¡Ay de mí si no
anunciare el evangelio!‖ exclama el apóstol Pablo (1 Co. 9.16). Este
sentido de compulsión es el ssastnqulnsr de la verdadera predicación. La
predicación no es una desapasionada recitación de verdades
moralmente neutras; es Dios mismo que aparece en escena y enfrenta
al hombre con una demanda de decisión. Esta clase de predicación
encuentra oposición. En 2 Co. 11.23–28 Pablo enumera sus sufrimientos
en aras del evangelio.
Otra característica de la predicación apostólica es la transparencia
de su mensaje y motivo. Desde el momento en que para predicar es
preciso tener fe, es vitalmente importante que los puntos que se
presentan no se vean oscurecidos con la elocuente sabiduría ni las
palabras grandilocuentes del predicador (1 Co. 1.17; 2.1–4).Pablo se
rehusó a aplicar astucia o a adulterar la Palabra de Dios, sino que
procuró recomendarse a la conciencia de cada hombre por medio de la
franca declaración de la verdad (2 Co. 4.2). La completa revolución que
se produce dentro del corazón y la mente del hombre, y que constituye
el nuevo nacimiento, no se origina en la influencia persuasiva de la
retórica, sino en la abierta presentación del evangelio en toda su
simplicidad y poder.
III. La naturaleza esencial de la predicación
Los evangelios nos muestran característicamente a Jesús como el
que ―anunciaba el reino de Dios‖. En Lc. 4.16–21 Jesús interpreta su
ministerio como el cumplimiento de la profecía de Isaías acerca de la
llegada de un Mesías-siervo, por medio del cual por fin se haría realidad
4.7
el reino de Dios. Este reino se entiende mejor como el ―gobierno real‖ o
la ―acción soberana‖ de Dios. Solamente en forma secundaria se refiere
a un reino o a los que forman ese reino. El contenido básico del
ytprkohl de Jesús es que la soberanía eterna de Dios estaba invadiendo
en ese momento el dominio de los poderes malignos, y que estaba
obteniendo una victoria decisiva.
Cuando vamos de los sinópticos al resto del NT notamos un
significativo cambio en la terminología. En lugar del ―reino de Dios‖
encontramos a ―Cristo‖ como el contenido del mensaje que se predica.
Esto se expresa de diferentes maneras: como el ―Cristo crucificado‖ (1
Co. 1.23); ―Cristo… resucitado‖ (1 Co. 15.12), ―el Hijo de Dios,
Jesucristo‖ (2 Co. 1.19); o ―Jesucristo como Señor‖ (2 Co. 4.5). Este
cambio de énfasis se explica por el hecho de que Cristo es el reino. Los
judíos esperaban el establecimiento universal del reinado soberano de
Dios, a saber su reino: la muerte y la resurrección de Cristo constituían
el acto decisivo de Dios por medio del cual se efectivizó su soberanía
eterna en la historia humana. Con el desenvolvimiento de la historia de
la redención la iglesia apostólica pudo proclamar el reino en los términos
más claros de decisión con respecto al Rey. Predicar a Cristo es predicar
el reino.
Uno de los avances más importantes de la erudición
neotestamentaria ha sido la cristalización del lytprkoh primitivo que ha
hecho C. H. Dodd. Si seguimos su enfoque (comparando los primeros
discursos en el libro de Hechos con los fragmentos prepaulinos relativos
al credo en las epístolas de Pablo) pero interpretando los datos con un
énfasis ligeramente diferente, veremos que el mensaje apostólico fue
―una proclamación de la muerte, resurrección y exaltación de Jesús, que
condujo a evaluar su persona como Señor y Cristo, enfrentando al
hombre con la necesidad de arrepentirse, y con la promesa del perdón
de pecados‖ (R. H. Mounce, The Essential Nature of New Testament
Preaching, 1960, pp. 84).
Podemos entender mejor lo que realmente es la predicación en
función de su relación con el tema más amplio de la revelación. La
revelación consiste esencialmente en comprender la explicación que de
sí mismo hace Dios, mediante la respuesta de la fe. Como el Calvario es
la suprema autorrevelación de Dios, el problema es ¿cómo puede Dios
revelarse a sí mismo en el presente por medio de una acción pasada? La
respuesta es: por medio de la predicación, porque la predicación es el
nexo perdurable entre el acto redentor de Dios y su captación por el
hombre. Es el medio por el cual Dios contemporiza su histórica
autorrevelación en Cristo, y ofrece al hombre la oportunidad de
responder con fe.
4.8
Bibliografía.
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== 4 Semana ==
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