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Humildad
Estoy ante Ti, Señor Dios, un pecador. En todos los reinos de Tu creación, nadie
es más desmerecedor de Tu amor que yo. . . Esto es por lo qué me atrevo a
acercarme a Tu Presencia. . . Tu poder es mayor en la debilidad. Tu amor es más
gratuito con el ingrato y Tu misericordia más sublime con el indigno.
Esperanza
Separación
Anhelo
Deseo
Amor
¿Qué secreto debo encontrar que me permita amarte solo a Ti y sobre todas las
cosas, verte en mi prójimo, en los sufrimientos de mi vida y en las alegrías que se
esparcen aquí y allí para darme un atisbo del Cielo?
Deseo
Humildad
Mi mente, ¡Oh Dios!, forcejea con el misterio de Tu Eternidad y Trinidad. Está tan
humillada que llega a un punto que no puede cruzar - el punto en el que una mente
creada comprende que su capacidad es demasiado pequeña para abarcar el
Infinito. Entonces es, Oh Dios, cuando mi alma realmente se muestra como es -
creada y limitada. Se alegrará de esperar hasta que Tu Bondad se digne elevarla,
a través de la Fe, hasta las inalcanzables estrellas del misterio.
Separación
Nunca separas Tus ojos de mí y todavía mis ojos vagan a través del mundo para
buscar un lugar donde descansar. ¿Por qué no puedo amarte como Tú me amas?
¿Por qué busco lo que es finito cuándo yo puedo poseer al Infinito? Mi
inconstancia debe pasmar a los Ángeles que ven cuán pasajeras son las cosas a
las que me aferro.
Fe
¡Oh Espíritu del Señor!, la Fe impulsa mi mente y mi alma a esos reinos del
misterio, inalcanzable por mis propios esfuerzos. ¿Qué impulso de Amor te hizo
elevar mi pobre alma sobre sí misma? ¿Es mi debilidad un desafío a Tu
Misericordia como Señor de todos? Como Trinidad, ¿recorriste la tierra en busca
de alguna débil criatura a quien podrías dar el tesoro de los tesoros - la Gracia? Tu
Amor compasivo, afable Padre, remolcó mi egoísmo para despojarme de los trapos
que me cuelgan para vestirme con los hermosos vestidos de la santidad.
Paciencia
Todos los días, mi Jesús, aprendo, por alguna situación o experiencia, mi gran
necesidad de Ti. Cuando intento ser paciente en mis fuerzas, mi paciencia es
forzada y efímera. Es obvio para todos que estoy intentando ser paciente con
desesperación. Cuando levanto mi mente y mi corazón a Ti, querido Jesús, y Te
veo paciente tan serenamente, mi alma bebe en ese espíritu de paciencia como
una brisa fresca en una noche húmeda. Tu paciencia penetra mi ser y sólo
entonces soy verdaderamente paciente. Es costoso aprender que puedo fructificar
solo en Ti.
Valor
Señor Padre, la vida siempre es más fácil cuando aguardo cerca de Ti. A veces me
pregunto por qué es tan difícil mantener mi alma unida a la única Fuente de
felicidad. Parecería que yo debería ser atraído por Ti como un pedazo de hierro por
un imán y todavía mi propia Voluntad y mis debilidades forman una barrera que
mantiene mi alma separada de Ti. Lo que verdaderamente quiero ser, no lo soy.
Yo huyo de la poda que necesito para ser como Tú. Mi vida es una contradicción.
Mi alma anhela la santidad y después huye de la mortificación necesaria para
lograrla. Yo tendré que depender de Ti, querido Jesús, para sacar mi pobre alma
de su debilidad y vestirla con el valor y la fuerza de Tu Espíritu Santo. Entonces
daré frutos- el fruto que agrada al Padre.
Autoconocimiento
Maestro, nadie ve realmente sus acciones o a sí mismo como le ven los otros.
Quizás, buscar en las intenciones que atribuyo a otros, puede darme un atisbo de
mi propia alma. No me gustará lo que vea, pero permite a Tu Espíritu hacer la
imagen muy clara, para que con Tu ayuda pueda cambiar y pueda empezar a
pensar y actuar como Jesús.
Presencia de Dios
Compañerismo
Hay tiempos, mi Jesús, en los que me gusta imaginar Tu rostro y dibujar cómo
caminaste bajo caminos polvorientos. Me gusta pensarte a mi lado, mirando todo lo
que hago con gran amor y comprensión. Entonces comprendo que una vez más te
he reducido a mi tamaño, abarcando Tu Belleza en los estrechos reinos de mi
imaginación y te he comprimido en un espacio diminuto junto a mí. Mi Señor, ésta
es la única manera en que mi pobre naturaleza humana puede llegar a algún
concepto de Ti. Concédeme, querido Jesús, que, cuando mi imaginación te
imagina, yo nunca pierda de vista la verdad, que Tu belleza real está más allá mis
sueños más fantásticos. Tu Presencia es mucho más íntima a mi lado.
Perdón
Enojo
Tiempo
La vida es tan corta, mi Señor. Miro todos mis días pasados y parecen tan
confusos, a la vez que todos mis mañanas son inciertos. El único tiempo que
realmente poseo es este momento diminuto, y pasa tan rápidamente. ¿Por qué el
tiempo pesa tanto en mi vida? Es un regalo preciosísimo de Tus Manos y debería
mirarlo como si tuviera un tesoro. Me concede la oportunidad de conocerte y
amarte más, para parecerme a Jesús y ser llenado de Tu propio Espíritu, aumentar
en santidad y hacer la reparación de mis pecados. Gracias, mi Señor, por el
tiempo. Por favor concédeme más tiempo para amarte y decirte cuán afligido estoy
por cada vez que te he ofendido.
Sufrimiento
Me siento enfermo hoy, querido Jesús. Mi cabeza late y mi cuerpo está tan débil
que es un esfuerzo incluso hablarte. Intento pensar en Tu pobre cabeza cuando
fue coronada con espinas y me maravillo de Tu fortaleza. Pienso en lo debilitado
que estabas cuando tomaste la Cruz sobre Tus hombros. Me maravillo de Tu
Amor. El Amor fue el poder conductor que Te hizo fuerte cuando eras débil. Si yo
pudiera comprender que Tu amor era para mí bien, entonces yo haría lo mismo por
Ti. Es extraño, querido Jesús, en cuanto yo pienso en Tu dolor, el mío me parece
ligero.
Para Ti, querido Jesús, la vida fue una misión y eras el mensaje del Padre para el
mundo - Tú estabas para salvarlo - Tú estabas para abrir las puertas del Cielo a los
pobres seres humanos. ¿Te cansaste alguna vez de Tu misión, especialmente
cuándo tantos no escuchaban? ¿Te arrepentiste de venir? Yo sé que éstas
preguntas son tontas. Tu amor era tan ardiente que cada momento, incluso el más
doloroso, era dulce y luminoso. Concédeme que yo pueda amar como Tú y nunca
repare en los costos.
Eternidad
Desaliento
Maravilla y Temor
¡Mi Jesús, alabo Tu Belleza! Todo lo que creaste lleva la impronta de la belleza y lo
más maravilloso de todo es la variedad. ¿Qué te hizo decidir el color de una rosa y
la altura de una montaña, la manera en que un arroyo se retuerce suavemente en
un recodo y después termina en una rugiente cascada? Cuándo el primer hombre
apareció sobre la tierra y dijo, ''yo te amo, Dios" ¿se estremeció Tu Corazón? Y
cuándo dijo, "no serviré más" ¿lloraste? Sé que tendré que esperar hasta que nos
encontremos para las respuestas a estos misterios, pero estremece mi corazón
que a un Dios tan grande puedan hacérsele estas enigmáticas preguntas.
Curación de la Memoria
Señor Padre, sana mi Memoria. Es como un almacén que contiene cosas viejas y
nuevas, buenas y malas. Es extraño, pero a veces un acontecimiento que pasó
hace años, de repente surge, vuelve la herida y con ella el enojo y el resentimiento.
Jesús nos dijo que fuéramos tan compasivos y misericordiosos como Tú eres. Lo
encuentro esto todavía muy duro y, ¿por qué debería? ¿No he sido el destinatario
de Tu misericordia y Tu perdón? ¿No es para mí algo mayor ofender a Dios que
para una criatura ofenderme? Perdonas y te olvidas tan completamente y tan
cortésmente. Permíteme enterrar todos mis recuerdos desagradables en Tu
océano de Misericordia y ahógalos para siempre en esas aguas pacíficas. Que
nunca puedan los fantasmas de ayer residir en el hoy y destruir mi mañana. Dame
la Esperanza, Señor Padre, de confiar en Tu perdón y permíteme siempre
conceder el beneficio de la duda a mi prójimo para que pueda perdonarlo en mi
corazón. No me permitas presumir de Tu Misericordia, pero dame siempre
confianza en Tu Corazón compasivo. Permite a la Esperanza sacar a mi memoria
del barro que lleva en su interior y vivir en las claras aguas de Tu Gracia.
Búsqueda de Dios
Señor Dios, mi alma Te busca en medio de un vacío que nada puede llenar. Mi
alma, como una mariposa, revolotea de una cosa a otra buscando descanso y
encontrando nada. Sólo es en Ti que mi alma cansada encuentra la plenitud. Voy
por la vida buscándote y cuando pienso que Te he encontrado, desciende la noche
más oscura y Te has ido. Es entonces, cuando un nuevo amanecer se inicia
lentamente, cuando Te hallo una vez más. Cuando paso el día buscándote, te
encuentro en lugares inesperados. Mi vida es de verdad un juego de perder y
hallar. Permite que mi búsqueda sea una canción de amor, de un alma privada del
talento para contarte su amor. Permite que mis torpes modos sean un poema del
deseo de decirte que Te amo. Permite que mis debilidades y fracasos sean como
el lamento lastimoso de un pájaro herido que no puede volar solo a su nido.
Permite a mi nada que se pierda en Tu Omnipotencia para que yo nunca pueda
separarme de Ti.
"... no llorarás ya más; de cierto tendrá piedad de ti, cuando oiga tu clamor; en
cuanto lo oyere, te responderá." (Isaías 30, 19
u Dolor, Como el Mío
Podemos ver a alguien que sufre de cáncer, pero nunca desearíamos sentir
realmente cada uno de sus agudos y crudos dolores. Solemos decir que
preferiríamos sufrir antes que ver sufrir a los que amamos, pero esto es
generalmente una simple expresión de simpatía.
“Las aves tienen nido y los zorros una guarida –le dijo a sus discípulos– pero el
Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). El comprender que
el amor de Jesús compartió y sigue compartiendo nuestras penas y dolores, nos
llena de una alegría “que ningún hombre puede quitarnos”. Nuestra alegría pascual
constante está misteriosamente tejida y entretejida por la Cruz.
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Hay muchas ocasiones en la vida de un cristiano en las que sus actos de amor y
sacrificio no son valorados, como cuando uno trata de hacerle ver a un anciano
que está en camino y cuando aquellos que amamos nos hacen sentir no queridos.
Cuando surgen estas ocasiones el alma debería recordar el profundo dolor que
debió haber sentido el Corazón de Jesús al escuchar que lo echaban, se sintió tal
como nosotros –dolido y golpeado– pero quiere que unamos nuestro dolor al suyo
y se lo ofrezcamos al Padre por la salvación de las almas.
Los prisioneros también pueden ser relacionados con este incidente en la vida de
Jesús de un modo muy especial. Estos dos hombres habían sido liberados de
muchos demonios y estaban listos para reincorporarse a la sociedad una vez más,
habían pagado lo suficiente por su indulgencia: habían sufrido humillaciones a su
dignidad, faltas de respeto y una total desesperación, sin embargo la alegría que
esperaban ver en la multitud no aparecía. Nadie se impresionó por su conversión,
solo se quejaban por lo que había costado; los dos hombres liberados por Jesús
habían sido liberados de la violencia, de demonios llenos de odio, y ¿no sucedía
más bien que aquellos pobladores se encontraban bajo la influencia de los
silenciosos demonios de la avaricia, la ambición, la auto-justificación y la
autosuficiencia? No podemos imaginar el estado de cada una de aquellas almas
que le pidió a Jesús que dejara su ciudad. Es irónico ver como aquellos que
estaban tan visiblemente poseídos fueron liberados por el poder de Jesús y
aceptaron su amor, mientras que aquellos respetables ciudadanos le rogaron al
Dios de la Misericordia que los dejara solos.
¿Será que todos estamos en una especie de prisión? ¿Será posible que aquellos
que están en la cárcel hoy en día, públicamente castigados por su violencia y sus
crímenes, tengan la oportunidad de cambiar y de volver a Jesús, de aceptar su
amor y terminar siendo más libres de corazón y alma que aquellos que están fuera
de los muros de la prisión?
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Uno de los sufrimientos más frustrantes que Jesús debió haber padecido fue el de
la incomprensión, incomprensión de aquellos que lo amaban y falta de aceptación
por parte de las autoridades. Un salvador sufriente no era aceptable para ninguno
de ellos. Un líder espiritual que gastara tiempo cambiando almas en vez de
gobiernos no tenía lugar en sus regímenes. Él sabía lo que verdaderamente
necesitaban para entrar en el Reino de su Padre, pero ellos estaban interesados
en el Reino de este mundo –ellos lo llamaban una realidad viva– y él lo llamaba
muerte. Ellos creían que esta vida era la única, y Él les decía que era solo un exilio
mientras esperaban algo mayor. Él hablaba de los pobres como benditos, y les
decía que era mejor ganar la virtud a ganar el mundo entero, pero para ellos la
gloria mundana era demasiado como para dejarla por alguna realidad invisible.
Sus apóstoles eran lentos para entender las más sencillas parábolas y
generalmente le pedían que se las explicase después que la multitud se había
marchado. Él trataba tanto de traer el Misterio del Amor del Padre al lenguaje de
los niños, pero incluso éste estaba fuera del alcance de sus discípulos, hombres
destinados a predicar la Buena Nueva a todo el mundo. Muchas veces los miraría
asombrado para preguntarles “¿Aún no entienden?” (Mc 7, 18) Incluso sus
milagros fueron incomprendidos, su autoridad cuestionada y sus parientes lo vieron
como un hombre insano. Su discernimiento era cuestionado porque le permitía a
una pecadora tocarlo y su reputación puesta bajo sospecha porque comía con
pecadores. Cuando curaba en sábado, era un quebrantador de la ley y cuando
proclamaba al Amor como el mandamiento más importante, era considerado un
heterodoxo.
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“En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca. Él estaba
en popa, durmiendo sobre un cabezal.” (Mc 4 37-38)
Todos nos hemos sentido cansados, cansados por el trabajo y muchas veces
cansados del trabajo. Todos hemos alcanzado un punto en el que hemos tenido
que parar y descansar, y es en ese momento en el que podemos relacionarnos con
Jesús de una forma muy consciente. Él y nosotros sabemos lo que significa estar
exhaustos, podemos unir nuestras fatigas con las suyas y ofrecérselas al Padre
como un holocausto de amor y obediencia. Nuestro trabajo, nuestra misión, y
nuestro estado de vida, realizados de acuerdo a Su Voluntad, hacen de nuestro
cansancio cotidiano un canal de gracia y fuerza. Se convierten en algo más que la
consecuencia natural del esfuerzo, se convierte en sacrificio de alabanza, en acto
penitencial, en holocausto personal de amor.
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“Pasada como una hora, otro aseguraba: «Cierto que éste también estaba con él,
pues además es galileo». Le dijo Pedro: « ¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en
aquél momento, estando aún hablando cantó un gallo, y el Señor se volvió y miró a
Pedro…” (Lc 22, 59-61) Tenemos la tendencia a prestarle atención a la negación
de Pedro en este pasaje de la Escritura, pero ¿nos hemos puesto a pensar en
Jesús? Jesús había escuchado como Pedro llamaba “amigo” a un perfecto
desconocido y luego negaba a aquél que era el único verdadero amigo que poseía:
Jesús. El Corazón de Jesús estaba indudablemente golpeado. Aquellos que lo
arrestaron lo odiaban y aunque su Corazón debió haber estado profundamente
dolido, imaginen el amargo impacto de dolor que sufrió cuando escuchaba con sus
propios oídos el rechazo de un amigo.
Pedro era el hombre a quien Jesús había amado mucho, dado mucho y de quien
se había valido para llevar su mensaje de amor al mundo. Y He aquí que lo oye
negar a Aquél a quien habría de representar en la tierra. ¿Puede alguno imaginar
la profunda decepción y el hondo dolor que se daba en el alma de Jesús? Quizás
podemos, quizás todos los seres humanos, en alguna o en otra ocasión. Los
padres son heridos por los hijos quienes insolentemente rechazan su cariño,
consejo, amor y protección. También los hijos, cuyos corazones claman por amor,
ven muchas veces a sus padres ir tras cosas que perecen sin tener un poco de
preocupación por aquellas almas que Dios les ha confiado para que cuiden como
padres. La amistad también puede sufrir un golpe mortal cuando una de las partes
consiente sospechas, desconfianzas, celos o incomprensión. Sí, todos podemos
de alguna forma acercarnos al dolor del Corazón de Jesús mientras escuchaba a
su amigo y compañero negarlo conociéndolo. Unamos nuestro dolor al suyo y
entreguémoslo al Padre para la salvación de las almas, cuando experimentemos el
rechazo de algún ser amado.
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“Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene». Vino el Hijo
del hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tienes un comilón y un borracho,
amigo de publicanos y pecadores.»” (Mt 11, 18-19) No importa lo que Jesús
hiciera. Las autoridades nunca estaban satisfechas. Envió a su profeta Juan, un
hombre de gran austeridad, frugal, ascético y exigente. Su espíritu penitente azuzó
sus conciencias y por eso lo condenaron. Jesús vino con un espíritu que era
bueno, gentil, compasivo y lo empezaron a etiquetar con nombres de tal modo que
apareciera pequeño y sin importancia.
Juan apeló a las noventa y nueve y las llamó a la conversión, Jesús fue en busca
de la oveja perdida. Ambos, de cualquier modo, eran inaceptables. Algunos
hombres desean el conocimiento para poder especular, pero no palabras llenas de
espíritu que atraviesen el corazón y lo impulsen a cambiar.
No importaba lo que hiciera Jesús, alguna falta podía encontrársele. Cuando su ira
se desató con los vendedores en el templo, cuestionaron su autoridad para
resolver tales asuntos con sus propias manos, cuando su compasión se hizo
misericordia con la adultera, cuestionaron su valentía. De todos modos, él ya le
había advertido a sus apóstoles que la opinión de los hombres no le importaba (Jn
5, 41) Esto vale también para nosotros porque hay momentos en los que nuestros
mejores actos y nuestras mejores intenciones son puestos en cuestión. Hay
ocasiones en las que nos inclinamos para agradar pero no obtenemos nada a
cambio. Cuando esto sucede debemos mirar a Jesús y hacer lo que Él hizo: Él
cumplió la voluntad del Padre en cada momento sin importarle la reacción pública,
Él camino su senda en paz. Él había venido a salvar a los hombres, no a dirigir la
opinión pública, para Él era importante hacer lo que el Padre hizo y decir lo que
había escuchado del Padre. Era la imagen perfecta del Padre y esta imagen le
llevó tener a algunos en su contra y a ganarse otros a su causa. La elección era
suya, su voluntad era libre. Les ofreció amor porque Él mismo era Amor, pero su
paz no dependía de su aceptación. Su amor era lo suficientemente profundo como
para continuar amándolos y poderoso para permanecer en paz cuando se
preferían a sí mismos y no a Él. Su amor cubría a todos, eran ellos los que se
apartaban del radio de su amor.
Vemos esto en el joven rico. Las Escrituras nos dicen que éste corrió hacia Jesús y
“se arrodillo delante de Él”. Quería heredar la vida eterna y le preguntó a Jesús
como hacerlo. Jesús le respondió que guardara todos los mandamientos, pero el
joven encontró aquello sumamente fácil, ya se había hecho el hábito de guardar la
ley, quería algo más, su alma sabía de alguna forma que había algo mejor.
Entonces Jesús “fijando en él su mirada, le amó” y el pasaje continúa pero luego
llega la decepción. El gran reto había sido lanzado: “Anda, cuanto tienes véndelo y
dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme.” (Mc 10,
17-22) Inmediatamente la grandeza del reto sacudió al joven como un trueno, no
esperaba una respuesta así para su pregunta, no estaba listo para el sacrificio.
Jesús sabía lo que el joven rico debía dejar pero también conocía la gloria y el
premio que perdería por toda la eternidad al dejar pasar la oportunidad de seguirlo.
El joven pensó que tenía mucho que dejar, no pensó que dejaba más de lo que
poseía al no seguir a Jesús. Sucede lo mismo con nosotros. Sabemos lo que
causan las personas en sus almas inmortales cuando insisten en buscar cosas
pasajeras, cuando las vidas disolutas están a la orden del día, cuando
aparentemente no pueden romper con una vida de pecado. Su excusa es que no
pueden vencer sus debilidades, y así, no entienden realmente lo que están
dejando. ¡La paradoja está en que no pueden dejar la miseria, pero son capaces
de renunciar a la alegría eterna!
Con cuanta certidumbre podemos decir que Él entiende nuestras penas y los
dolores de nuestro corazón. Su dolor fue como el mío, ¡Gracias Jesús por amarnos
tanto!