Su filosofía concilia empirismo y racionalismo al establecer que el conocimiento
proviene de lo que nuestros sentidos perciben, pero pasando a través de las formas puras de la sensibilidad (espacio y tiempo) y de las categorías puras del entendimiento (los distintos modos de razonamiento), por las que el mundo extenso adquiere su forma racional para el sujeto cognoscente. De los conocimientos a priori que no dependen de la experiencia sensible viene el conocimiento científico de la matemática y la física. Desde esta perspectiva, el hombre no puede tener conocimiento de una substancia llamada “alma”, pero si puede tener consciencia de sus fenómenos internos, cuyo centro es el “yo”, por lo que la metafísica no sería científica. El aporte de Kant es su afirmación de que la ciencia debe tener su base en la experiencia concreta, pero en el caso de la psicología, esta experiencia no es objetiva. Este problema epistemológico queda evidenciado gracias a Kant, quien clasifica los fenómenos psíquicos a estudiar en fenómenos de conocimiento, de apetición o conación y de sentimiento, al parecer siguiendo las clásicas facultades del alma de inteligencia, sentimiento y voluntad, pero afirmando categóricamente que el alma como substancia metafísica queda fuera del alcance de la ciencia psicológica, cuyo objeto serían más bien estos fenómenos que sí se pueden conocer por experiencia.