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Prólogo – Cristina... el desierto


Un partido para el cambio de modelo
Igualdad no es igualitarismo
A Jorge Lanata: No, Jorge. No es así.
-Lo que le dijimos a la gente, allá en octubre...”
Aerolíneas y el cinismo K
Desacoplados
Gatopardo metrosexual
Condenados a languidecer
El ojo de la tormenta
Las calificadoras de riesgo, ¿también destituyentes?
Hacia el reordenamiento político
Ni se les ocurra
Pagar deudas está bien
¿Vuelve el radicalismo?
Terminen con ese engendro
Alto cinismo en tres dimensiones
Burbujas que se “derrumban”
Lo que viene
El gobierno y los “modelos”
Calidad institucional
El gran robo
El irresistible atractivo de “transferir”
El día después
El mensaje radical
Recuperar institucionalidad, crear instituciones
Connotaciones
Anuncio presidencial
La renuncia de Cobos
¿Otra vez la Escribanía?
Por Dios, señora, ¿en qué mundo vivía?...
Frente a la tierra arrasada, consenso democrático
El eclipse de la ley
La socialdemocracia y el Falcon
Estatizar el juego de azar
Hilda Molina y Cristina Kirchner
La alegría de Cristina
-Éstos no son los gallegos. Éstos son Obama...”
Por la gracia de Dios...
Heladeras baratas
Una constelación se oculta. Otras asoman.
Garrido y la banalización del mal
A manera de prólogo
Cristina... el desierto

Al momento de escribir estas líneas, más de un año lleva ya la


gestión de Cristina Fernández de Kirchner al frente del gobierno nacional.
La anterior recopilación, correspondiente a los primeros seis meses
de su gestión, fue realizada al culminar el conflicto desatado en marzo de
2008 y que se prolongó por varios meses a raíz de la pretensión de la
administración peronista por ella encabezada de fijar un techo a la
rentabilidad de los productores agropecuarios en cifras que oscilaban entre
el 5 y el 10 % de su ganancia real -el resto, pasaría a ser confiscado y
administrado por el gobierno nacional a través del mecanismo de las
“retenciones móviles”-.
La conmoción social que provocó esta iniciativa, justificada en
argumentos puramente ideológicos, generó el derrumbe en el apoyo
popular a la gestión presidencial. Del 60 % de apoyo que exibía antes de
comenzar el conflicto, retrocedió hasta el 20 % al finalizar, estabilizándose
en poco más de esa cifra a partir de agosto del año 2008.
El gobierno no logró recuperar la templanza ni atinó a corregir una
visión tan aislada de la realidad nacional. Por el contrario, prefirió caminar
en el desierto y profundizó ese enfoque, decidiendo una nueva medida
confiscatoria consistente en la apropiación de los ahorros previsionales
privados. Nueve millones de ahorristas previsionales sufrieron esta
confiscación, con repercusión inexorable en sus patrimonios y futuras
pasividades. Virtualmente fueron condenados a la jubilación mínima todos
quienes habían aportado, con el respaldo de la ley vigente, para mejorar su
situación al momento de jubilarse.
En este caso, fue acompañado por una mayoría legislativa que
incluyó no sólo al bloque peronista, sino insólitamente a legisladores que
habían llegado a sus bancas en la boleta sábana de la Coalición Cívica
-liderada por Elisa Carrió, fuerte opositora a la medida- y por la bancada
socialista, en una inexplicable actitud que fue vista por analistas políticos y
periodistas del momento como la contrapartida -no confirmadas por los
hechos- de fondos públicos que la administración kirchnerista entregaría a
la provincia de Santa Fe para la realización de obras, pero dejando un
baldón de muy difícil reversión para la imagen del otrora incorruptible
Partido Socialista.
El mundo, mientras tanto, ingresaba en la aceleración de la crisis
global que ya se inisinuaba en meses anteriores. El resultado con más fuerte
incidencia para el país de esta aceleración fue el derrumbe del precio de los
productos de exportación agropecuarios, prácticamente a la mitad.
La bonanza externa que había permitido la dinamización de la
economía argentina entre 2003 y 2007, finalizó abruptamente. El superávit
comercial comenzó su abrupta caída, al igual que el superávit fiscal,
mientras comenzó a crecer el desempleo y a paralizarse la economía.
Si en agosto del 2008 decíamos que en las condiciones en que había
terminado el conflicto entre el gobierno nacional y los productores
agropecuarios hacía sentir que faltaban tres siglos y medio para el fin del
gobierno de Cristina Kirchner, al comenzar su primer año de gestión está
muy claro que, sea cual fuere su duración, no habrá hecho nada por
cambiar el rumbo de la decadencia nacional, centrada en el deterioro de su
educación, el desmantelamiento de la defensa, la bastardización del
parlamento, la subordinación de la justicia al poder, la desaparición del
federalismo, el crecimiento de la pobreza y la miseria, el aislamiento
internacional, una patética desjerarquización del poder convertido en una
asociación ilícita para beneficios personales y el pretendido lucimiento
internacional de la presidenta, sin límites de recato, buen gusto o austeridad
republicana. Poco bueno queda -si algo hubiera-, y por el contrario se
incrementaron los vicios más condenables de la política argentina,
asentados en una estructura groseramente clientelar, prebendaria y corrupta
propia del populismo más crudo.
La Argentina dejó de ser vista por la opinión pública mundial como
el país de San Martín y de Sarmiento. Abandonó los lauros ancestrales de
la patria de la república y la educación. Convertida en el hazmerreír de la
comunidad internacional y los propios vecinos, ha llegado a ser objeto de
burla entre sus propios ciudadanos.
“Cristina... el desierto” es un aporte a la crónica, una ayuda a la
memoria, una protesta angustiada contra una realidad impropia de nuestros
próceres y un llamado a la reacción para llegar al segundo centenario con
una perspectiva diferente.
No se busque en este trabajo objetividad, porque no la hay. Tampoco
hay mentiras. Sí existe el propósito de exponer una visión del país
compartida por muchos argentinos que sienten la patria en sus entrañas y
aún se indignan al percibir cómo en un país dotado como el nuestro en
bienes materiales y en gente de altas calidades, mueren de hambre veinte
niños por día en “el mejor período económico de nuestra historia” (Cristina
“dixit”).

Buenos Aires, marzo de 2009

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Un partido para el cambio de modelo

Las repetidas alusiones de la presidenta sobre las diferencias entre su


“modelo” y el que presumiblemente defendería el campo la han llevado a
insistir, en los últimos tiempos, en una nueva cantinela que comienza a ser
reiterativa: la de instarlos a formar un partido político con ese fin.
El razonamiento de la señora presidenta, sin embargo, enfoca la
cuestión en forma equivocada. No se ha leído en ningún reclamo del campo
un pedido de “cambio de modelo”, si por tal entendemos el establecido por
las normas constitucionales que nos rigen. Y por el contrario, la sospecha
más grande es que, quien quiere un cambio de “modelo” sin tener
legitimidad para hacerlo, es la propia presidenta.
“¿Cómo es eso?!, increparía seguramente ella de inmediato. “¡si
nosotros ganamos las elecciones!...”
Exacto. Ganaron las elecciones. Eso significa que compitieron por la
administración del país en el marco establecido por la Constitución y las
leyes. En su propuesta electoral en ningún momento reclamaron un
“cambio de modelo”, y al asumir, juró “por Dios, la Patria y ante los Santos
Evangelios” respetar y hacer respetar sus normas.
Entre esas normas, existe una que establece el procedimiento para su
propia reforma: ella debe conocerlas, no sólo porque es abogada sino
porque fue integrante de la Convención Reformadora de 1994.
Volvamos al razonamiento: la resolución de las retenciones, que
tanto ruido ha hecho en los últimos tiempos, no tiene fundamento
constitucional, es decir, fue dictada al margen del “modelo” de la
Constitución. Esto, al parecer, no le interesa demasiado a muchos
legisladores, ni siquiera a muchos gobernadores. Sin embargo, no forma
parte de un acuerdo que deba gestarse entre los funcionarios, cualquiera sea
su lugar en el organigrama público, porque no se trata de distribución de
competencias entre ellos sino algo más trascendente: afecta al contrato
fundamental entre el poder y los ciudadanos.
En nuestro sistema político, la base del poder es cada ciudadano.
Todos los argentinos que ostenten esta categoría, en conjunto, forman “el
pueblo”. Ese “pueblo”, por su ley fundamental, delega parcelas de su
libertad originaria –“todos los hombres nacen libres e iguales...”- en el
poder, bajo las condiciones que se establecen en la Constitución. Todas sus
demás potestades y derechos quedan reservados por sus titulares originarios
–los ciudadanos, como células básicas, y el “pueblo”, como entidad política
que los abarca a todos-, por el artículo 32 de la Constitución.
Si el poder avanza sobre los derechos de los ciudadanos, se rompe el
contrato constitucional, se rompe el “modelo”, como le gustaría decir a la
señora presidenta.
Los hombres de campo –y quienes los han acompañado en sus
reclamos en estos meses- no están pidiendo que se cambie ese modelo. Por
el contrario, su reclamo ha sido muy claro: quieren que se lo respete.
Y, al contrario, quien ha pretendido cambiar el “modelo” sin tener
facultades legítimas para hacerlo, es la propia señora presidenta, a quien
cabría reclamarle que, si realmente quiere cambiar el modelo vigente, que
presente el proyecto de reforma constitucional estableciendo otras bases,
las que integran su propuesta.
Podrá así, por ejemplo, proponer reformas que anulen la prohibición
de la confiscatoriedad, pongan mayores límites al derecho de propiedad,
reduzcan las facultades del Congreso y las transfirieran al Ejecutivo,
dispongan que los Jueces no tienen independencia ni estabilidad cuando
pierden la confianza del poder, limiten la libertad de prensa, concentren la
capacidad de disposición de recursos en el poder ejecutivo nacional con el
correlativo vaciamiento del federalismo, y hasta deroguen la imputabilidad
de los funcionarios en casos corrupción, entre otras cosas.
Si los ciudadanos –y el “pueblo”- votan esas reformas, la señora
presidenta tendrá legitimidad para seguir haciendo lo que hace, y –entonces
sí- los hombres del campo y quienes los acompañan deberían formar una
fuerza política para volver al “modelo” cuya vigencia efectiva hoy
reclaman. Porque el que está vigente por la Constitución, no es el que se
está aplicando por la presidenta.
No es, entonces, el campo, el que tiene hoy que formar un partido
para cambiar un modelo con el que está conforme. Es la presidenta, que
pretende cambiar ese “modelo” sin tener facultades para hacerlo, la que en
todo caso debe hacerlo.
Entonces, señora presidenta: si quiere cambiar su modelo, pues
forme usted un partido político, o utilice el que ya tiene, proponga su
proyecto al Congreso, y si obtiene los 2/3 de cada Cámara, convoque a una
Convención Constituyente para hacerlo.
Si no, limítese a lo que son sus facultades. Gobierne según las
normas de la ley. Y respete a los ciudadanos, que son sus mandantes y no
sus súbditos, cuando éstos, en legítima defensa de sus derechos, le piden –
aún teniendo derecho a exigirlo- que cumpla usted con la Constitución que
juró respetar.

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-Igualdad no es igualitarismo...

“Igualdad no es igualitarismo. Éste, en última instancia, es también


una forma de explotación: la del buen trabajador por el que no lo es, o
pero aún, por el vago”.
¿Quién puede ser el autor de esta frase? ¿algún dirigente ruralista
cercano a la “oligarquía”? ¿algún político “neoliberal”, alejado de los
intereses “nacionales y populares”? ¿algún “ricachón” al que no le interesa
la “redistribución del ingreso”?
Sorpréndase: lo acaba de proclamar Raúl Castro, presidente de Cuba,
al anunciar el incremento de la edad de jubilación en cinco años (a los 65
años, en lugar de 60) y el comienzo de una etapa “realista” que elimine los
subsidios excesivos y sea económicamente sostenible.
De ahí a caer en la excomunión por el santuario progresista hay
apenas un paso. No sería de sorprender que en pocos días más, la inefable
Hebe –la de las docenas de cheques sin fondos que no investiga ningún
fiscal- nos sorprenda con su descalificación total al líder cubano, que se ha
atrevido a tener un intervalo lúcido de sentido común. Es probable que lo
acuse de “vendido al oro del imperio”.
Desde estas columnas, hace un par de meses, expresábamos un
concepto similar, al separar claramente al socialismo del populismo. Y es
oportuno, ante la violenta intención de apropiación del trabajo y la
propiedad ajena en la que está empeñado el kirchnerismo, volver sobre el
tema.
Populismo no es lo mismo que socialismo. Este último, subproducto
potente de la modernidad, supone la creciente socialización de los medios
de producción. En ese proceso y mientras ello no ocurra, la “plusvalía”,
riqueza que –en la cosmogonía marxista- el trabajador genera para el
capitalista, es limitada por leyes comerciales, sociales, salariales e
impositivas originadas muchas veces en reclamos socialistas en el marco
del estado de derecho, apoyado en la soberanía popular por los
procedimientos y límites acordados en la Constitución. De esta forma, la
naturaleza “expoliadora” del capitalista vuelve a revertirse hacia quienes
generan esa riqueza con su trabajo. Es el mecanismo virtuoso que, por
encima de las sofistificaciones ideológicas, han adoptado las sociedades
democráticas, y más profundamente las capitalistas exitosas, generando un
entramado de formas mixtas de propiedad que incluyen en muchos casos la
copropiedad accionaria por los propios trabajadores.
El populismo, por el contrario, no asume la responsabilidad de
generar riqueza, sino que recurre a la más directa forma medioeval de la
apropiación lisa y llana de la riqueza ajena. No es moderno, es pre-
moderno. No le interesa crear bienes y servicios, sino apropiarse de los
generados por otros. La ética del socialismo es la libertad y la justicia. La
ética del populismo es la del relativimo moral. Los socialistas son
revolucionarios, y en tanto tales, reivindican el dialéctico avance de la
humanidad, en escalones sucesivos, hacia un mundo más perfecto. Los
populistas son esencialmente rapaces (algunos dirían directamente
ladrones) y no reivindican ningún avance social coherente que trascienda el
momento. Los socialistas apoyan su construcción teórica en el trabajo
creador, acción suprema de la dignidad humana. Los populistas, en su
rapiña para financiar el ocio, la conformacion de fuerzas de choque o la
construcción de un poder clientelar sin virtudes democráticas. O –como lo
sugiere Raúl Castro- en explotar a los que efectivamente trabajan.
El capitalismo y el socialismo conviven en la modernidad, que les
provee de instrumentos de mediación para procesar sus conflictos y acordar
equilibrios transitorios, siempre dinámicos. El populismo, por el contrario,
odia a la modernidad, a la limitación al puro poder que implica respetar las
leyes, la igualdad de todos ante el orden jurídico, la división de los poderes,
la libertad de expresión, de conciencia y de prensa, y la opinión diferente.
Por eso los socialistas más lúcidos apoyan la lucha del campo, generador de
riqueza social, de fuentes de trabajo y de progreso económico que beneficia
a todos, mientras que los populistas adoptan la rapaz intención kirchnerista
de manotear groseramente los ingresos ajenos sin importarle las
consecuencias. No existe ninguna contradicción en el apoyo de Castells y
Toti Flores al reclamo del campo, y en el alineamiento desmatizado de los
funcionarios D’Elía, Pérsico y Cevallos con la rapiña “K”.
La modernidad no admite faltarle el respeto al ciudadano, que es su
creación intelectual y su razón de ser. Para el populismo, el ciudadano es
una entelequia molesta para lograr su cometido, una creación
extranjerizante que con gusto desterraría hasta del lenguaje. Por eso la
mayoría “ciudadana” apoya al campo, y la minoría populista se indigna con
su resistencia a entregarles tranquilament el “botín”.
En el fondo del drama argentino está la impregnación populista de su
discurso y su praxis política. Los “K”, con sus incoherencias discursivas y
angurria desbordada han llegado a un nivel orgiástico, aunque no sean los
únicos. Se apoyan en un sistema de creencias conspirativas, análisis
rudimentarios, maniqueísmos arcaicos, complejos de inferioridad y
predisposición a la violencia –normalmente verbal, aunque en ocasiones
con dramáticas consecuencias, como los golpes de Estado, las policías
bravas, la masacre de Ezeiza, los atentados terroristas de los 70 y la
represión ilegal que los siguió- de alcance más general, que ha impedido la
entrada de la Argentina al mundo moderno.
Sin embargo, estos meses han hecho avanzar la conciencia de la
sociedad sobre sus derechos, los límites del poder, la autonomía de los
ciudadanos y la defensa de sus libertades más que cualquier otro momento
desde la recuperación democrática. Por eso cabe el optimismo.
La Argentina que viene, terminada la pesadilla “K”, será –en gran
medida, gracias al campo-, democrática y solidaria, respetuosa de la ley y
homologable ante el mundo, preocupada de sus problemas e inequidades y
alejada de los discursos grandilocuentes –pero vacíos- pronunciados en
tono admonitorio con el dedito levantado. Será la Argentina moderna del
crecimiento económico, la integración al mundo, el progreso social y el
avance tecnológico. Pero por sobre todo, será la Argentina que habrá
retomado la base moral de su ley fundamental: la igualdad ante la ley, para
la que nadie vale más que nadie.
Aunque grite fuerte, amenace periodistas, siembre miedo o convoque
a la violencia.

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A Jorge Lanata
No, Jorge. No es así.

En tu columna de Crítica del miércoles 16, en una nota titulada “El


país de Bombita Rodríguez”, reclamás con insistencia sobre la escasa
importancia del debate sobre el campo, que en forma simpática, quizás para
distender su dramatismo, caracterizaron en tu diario, desde que comenzó,
como “La guerra gaucha”.
En la nota mencionada, palabras más palabras menos, afirmás que no
se puede convertir la discusión por una alícuota en una guerra a muerte. Y
ponés varios ejemplos –sería redundante repetirlos- sobre lo que, a tu
juicio, serían verdaderos temas importantes. Adelanto que coincido con
toda la línea argumental de la nota, que muestra la irracionalidad del
discurso oficial en estos meses.
Sin embargo, el “issue” de la guerra gaucha no es un tema menor,
sino que, por primera vez en décadas –o al menos, por primera vez desde la
democracia- implica cuestionar quién tiene el derecho de disponer del fruto
de su trabajo, si su dueño o el sistema político.
Nada me gustaría más que coincidir con restarle dramatismo al tema,
pero es imposible. La decisión del gobierno y de la mayoría parlamentaria
de aplicar un impuesto que equivale en algunos casos a más del 100 % de
la ganancia de una explotación rural –vale decir, para pagarlo no alcanza
con la totalidad de la cosecha, sino que hay que vender capital- coloca a la
decisión en un guiness internacional (en Estados Unidos e Italia, los países
con mayores tasas de imposición a las ganancias, el límite es el 40 %).
La decisión no es una simple fijación de alícuota: es cambiar el
sistema legal y económico que constitucionalmente rige en el país, pasando
por encima de normas constitucionales a las que todos, gobierno y
gobernados, deben atarse.
No es válido reclamar respeto al gobierno representativo porque fue
elegido en elecciones –cuyo valor constitucional es implícito- y a la vez
reconocerle a ese gobierno la facultad de pasar por encima de los derechos
constitucionales de las personas.
A partir de esta decisión política del Poder Ejecutivo y la mayoría
parlamentaria, en el país han comenzado los saqueos. En este caso, los
comenzó el gobierno. Las consecuencias, como en todos los casos
históricos de rebeliones fiscales, se prolongarán en el tiempo por encima de
los razonamientos e invocaciones ideológicas. Y las sufriremos todos.
No se trata de una simple abstracción, una elaboración intelectual
más o menos progresista, o una inocua medida de gobierno. Reconocer
pacíficamente que el poder del Estado tiene facultades para disponer de los
recursos de las personas en una extensión mayor que lo permitido en la
Constitución implica terminar con todos los límites a ese poder. Más allá de
que para algunos esté éticamente justificado o no, lo cierto es que no está
jurídicamente justificado. Para cambiar esta realidad, hay que cambiar la
Constitución. O resignarse a que sea definitivamente una letra muerta, que
si lo es en esto puede serlo luego en cualquier otro campo, como
desgraciadamente lo está siendo en la independencia de la justicia, en la
absoluta y limpia libertad de prensa y en la distribución de las rentas
públicas entre la Nación y las provincias.
El gobierno puede “ganar” o “perder” en el Senado. Para la
estabilidad de la democracia y del propio gobierno, quizás el mejor un
resultado sea una “derrota” y que en veinte días nadie se acuerde del tema.
Con el “triunfo” abriría una herida que lo desangrará hasta el fin de su
mandato. Y al país, con ellos. Ya han provocado que se pierda este año –
que promedia su almanaque-, con una reducción sustancial de la siembra de
trigo. Es posible que el desaliento a la siembra que conlleva la medida
conduzca a que se reduzca también la siembra de soja. Ya no hay
rentabilidad en carne, ni en aves, ni en leche. Está bien: son apenas
chacareros. Te recuerdo, sin embargo, que todo lo que está “arriba” de esa
producción primaria, en este original modelo “productivo”, necesita una
fuerte producción agraria para subsidiar las ineficiencias y retrasos del
resto. Además de su esencial ilegalidad, la consecuencia de esta batalla de
“la guerra gaucha” puede dejar a toda la economía nacional nada menos
que sin sus cimientos. No será nada gracioso, ni menor.
En fin. El gobierno ha resuelto que no sigamos el camino no ya de
Australia y Canadá, sino ni siquiera de Brasil, en el que el único gobierno
de un partido obrero en el continente está a punto de lograr su
incorporación en la alta gerencia mundial, con una política exactamente
inversa a la nuestra. No sólo será el inalcanzable quíntuple campeón
mundial: ahora será también el granero del mundo.
Una última enmienda: el hotel de Calafate no cuesta quinientos
dólares la noche sino Mil trescientos la “doble”. Para obtener un ingreso
bruto equivalente al de una habitación del hotel de Cristina en seis meses,
un chacarero debería obtener una cosecha exitosa, con los rindes promedios
de Entre Rios, de Ciento veinte hectáreas de soja. Con una diferencia: a ella
le quedarán en la mano los Trescientos sesenta mil pesos obtenidos por
rentar esa habitación. El chacarero, por el contrario, tendrá que entregar
toda su cosecha, y quizás vender la camioneta o el arado para abonar la
deuda que le quedó con el Banco, la Cooperativa o el contratista.
No es un tema menor.

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-Lo que le dijimos a la gente, allá en octubre...”

¿Quién no recuerda el magnífico corto televisivo en el que la fórmula


“Cristina-Cobos” proponía al país unir la historia de sus grandes próceres,
recordar en conjunto a los de todos los partidos, incluir a todo el país con
sus regiones y su gente? ¿Qué le decía al país “allá en octubre” el mensaje
electoral de una fórmula integrada por la esposa del entonces presidente,
con un gobernador radical de reconocida experiencia de gestión
modernizadora?
La respuesta es obvia. Se le proponía superar el pasado, pasar por
encima de sus divisiones y poner la mirada en lo que viene.
Muchos no adherimos a esa propuesta, quizás porque las
prevenciones que generaba la constante violación constitucional del
presidente de entonces no nos permitía abrir el espíritu para creer en un
cambio tan rotundo. Otros sí lo creyeron, y los votaron.
¿Qué pasó, al contrario, “allá por mayo”?
El ex presidente decidió volver a lo peor del peronismo. Refugiarse
en sus burocracias patoteriles. Olvidar el mensaje electoral. Reproducir el
enfrentamiento de seis décadas anteriores. Recrear la violencia verbal y
hasta físico. La presidenta siguió esa línea, con varios discursos sucesivos,
contradictorios pero intolerantes. El “acuerdo transversal” a que había
convocado, indudablemente se rompió. Y no fue precisamente Cobos el
que tomó esa decisión. Por el contrario, no sólo los opositores sino los
peronistas más modernos, con experiencia de gobierno, lo habían precedido
en esa distancia.
Presidenta: le guste o no, el Vicepresidente ha sido más leal al
mensaje electoral que llevó al triunfo a su fórmula, que usted. No ha sido
Cobos el que cambió. Fue la otra parte del “acuerdo”. La sensación de paz
que transmitió su decisión a millones de argentinos, transformando
milagrosamente la angustia en esperanza, merece destacarse como uno de
los grandes gestos políticos de la historia democrática.
Y para los que no los votamos, ha tenido la virtud de reforzarnos en
nuestra convicción en las virtudes de la democracia.

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Aerolíneas y el cinismo K

Novecientos millones de dólares de incremento de la deuda externa


costará la re-estatización de la empresa aérea, cuyos servicios utilizan
principalmente personas de buenos ingesos, de clase media alta y
acomodada. Mucho más de lo costaría lograr que millones de personas que
utilizan diariamente las líneas San Martín y Sarmiento viajen ...
simplemente como personas, en lugar de hacerlo en condiciones peores que
las vacas y novillos remitidos a Liniers para su venta.
Luego de tres meses de iracundias encendidas ante la resistencia de
los productores a entregarles el botín agropecuario, los “K” se lanzan a su
nueva aventura: incrementar la deuda externa en casi mil millones de
dólares para mantener la ficción de una “línea de bandera” que ya no
poseen ni Estados Unidos, ni Brasil, ni España, ni muchos países con
menos problemas económicos y necesidades que la Argentina.
Decir falta de criterio es poco: irresponsabilidad, por la que debieran
responder en el futuro con sus propios patrimonios. Seguramente invocarán
los “patrióticos” designios de tener aviones pintados celeste y blanco, como
si los juegos cromáticos fueran más importantes que las miserables
condiciones de vida de millones de personas. Dirigencias sindicales
burocratizadas y enriquecidas encontrarán otro espacio de negocios y
suculentos sueldos en alguna segura “codirección” para la que no han
hecho otro mérito que forzar en acción conjunta con el gobierno
kirchnerista el quebranto de la empresa hasta ahora gestora, atenazándola
entre la anarquía generada por los paros sorpresivos y el asfixiante
congelamiento tarifario.
Los que viajan en avión tendrán pasajes subsidiados con las
retenciones cobradas a los chacareros. Los trenes... seguirán igual. Como
los subtes y los colectivos, mostrando el cinismo que esconde la
“redistribución del ingreso” kircnerista, bandera demagógica cuya
constante es castigar a los pobres y favorecer la situación de los menos
necesitados. Como el precio del gas, en el que una familia obrera que usa
garrafa debe abonar entre 50 y 100 pesos por mes, frente a los 16 que paga
un piso en Recoleta, o Barrio Norte; o la electricidad, con la que los
hogares populares apenas pueden prender un par de lamparitas y es
virtualmente regalada para los sectores acomodados.
Aerolíneas antes que trenes. Desprecio a los pobres. Tren bala, antes
que subtes. Esa es la línea populista del modelo kirchnerista, gritada voz en
cuello por el gran charlatán por unos días silenciado en su exilio dorado del
Calafate, que ahora sumará a su listado de empresas petroleras, capitalista
del juego y socio oculto en obras públicas, el nuevo negocio aéreo. Por
supuesto, con dinero que no pone él, sino el Estado. O sea, los chacareros y
productores con las retenciones, todos los argentinos con el IVA, los
jubilados con sus créditos que no se pagan, y quienes confiaron en el
Estado argentino para prestarle, estafados una vez más por la manipulación
del INDEC.
Cuesta admitir que esta locura -incrementar en 900 millones de
dólares una deuda externa que ya llega al paroxismo- pase la aprobación
del Congreso. Una vez más, deberán ser los legisladores quienes frenen la
irresponsabilidad pensando en el interés general. Confiemos en que la
revalorización del Congreso lograda por la masiva movilización popular
traiga una vez más racionalidad a las deciciones públicas.

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Desacoplados...

Quienes llevamos a cuestas varias décadas de vida hemos escuchado


reiteradamente la añoranza de los tiempos en los que el mundo necesitaba
un granero que le diera alimentos y la Argentina lo tenía, las buenas épocas
de la ocupación del territorio, la llegada de los inmigrantes y el gran salto
de nuestro país desde ser poco más que un desierto despoblado, a uno de
los de mayor crecimiento en el planeta.
Y siempre el cuento terminaba con la década del 30, cuando el
mundo comenzó a abastecerse solo, dejó de necesitarnos y nos obligó a la
triste tarea de enfrentarnos cara a cara con nuestro destino. Ahí comenzó la
decadencia... y nuestros altibajos.
Los números –descarnados- nos dicen que, en valores constantes, el
ingreso por habitante de las primeras tres década del siglo XX es el mismo
que el del primer lustro del siglo XXI, a tal punto nos golpeó que “el
mundo” dejara de necesitarnos. Sólo el feliz interregno de Frondizi abrió
una esperanza de cambio a tono con la época, que por esos años puso de
moda la industrialización como camino al bienestar. De cualquier forma, el
espasmo duró poco, hasta 1966, con el derrocamiento a Illia producido por
mandos militares antiperonistas coaligados con sindicalistas peronistas
vestidos al efecto de saco y corbata. Ahí volvimos a las andanzas, hasta que
se cerró el círculo con la crisis de cambio de siglo, en que volvimos a la
riqueza del comienzo.
Mientras tanto, en estas siete décadas, el ingreso por habitante de los
chilenos de multiplicó por dos, el de los brasileños por cuatro, el de los
franceses y españoles por seis, el de los ingleses por siete, el de los
australianos por ocho y el de los norteamericanos por doce. La riqueza de
cada argentino promedio, que en la década del 20 equivalía al 75 por ciento
de la que disfrutaban los habitantes de los los países más desarrollados del
mundo, hoy apenas alcanza al 10 %.
Y por acá seguimos añorando –y citando en los discursos
altisonantes de todo el abanico político- las buenas épocas de la Argentina
exitosa, que creció sobre la base de su producción de alimentos.
Fue un buen tiempo. Aunque a nuestra presidenta le quede la
impresión –ya que sería atrevido decir “conocimiento”- de que la gente “se
moría de hambre”, ninguna cifra de esos años llegó al grado de miseria que
muestra nuestro país hoy, en pleno “reverdecer productivo” duhalde-
kirchnerista. Ni siquiera los conventillos más sórdidos de La Boca o
Barracas llegaban a la degradación que muestran hoy las villas
kirchneristas del conurbano o la propia Capital Federal, totalmente
olvidadas de toda preocupación del Estado (“inclusivo”, “popular”) por la
educación de sus chicos, el cuidado de sus ancianos y las fuentes de
ocupación para su población activa.
Pero la historia tiene sus vueltas. Después de pasar la locomotora del
mundo por la industria bélica en los 50, por la producción automotriz en los
60, por los servicios en los 70 y 80 y últimamente por las tecnologías de la
información a partir de los 90, nuevamente vuelve a ubicarse en el riel de
los alimentos, abriendo de nuevo una posibilidad cerrada hace setenta años.
Con un agregado: los alimentos de hoy ya no requieren trabajo
embrutecedor, de sol a sol arrastrando el arado mancera en mañanas
congelantes, o sobre rudimentarias cosechadoras tiradas a caballo bajo el
sol abrasador. Hoy los alimentos son tecnología de vanguardia,
biotecnología, maquinarias computarizadas, cultivos planificados hasta el
detalle, cosechadoras conducidas a distancia con sistemas de
posicionamiento global (GPS) y avanzadas técnicas de labranza para
disminuir los riesgos del deterioro del suelo. Son pueblos dinámicos,
agroindustria, laboratorios, ocupación del territorio, prosperidad. ¡Qué
mejor noticia para la Argentina, la de saber que de nuevo puede subir en el
tren de la historia!
Pero no. El Poder Ejecutivo y la mayoría parlamentaria que le es
adicta ha resuelto que el país debe “desacoplarse”. Y decide soltar el vagón
del tren que pasa por nuestra estación, eligiendo persistir en la triste
mediocridad de la decadente grisitud.
Por supuesto, el mundo no nos espera. Seguirá su marcha.
Y por estos pagos, mediocres discursos impostados seguirán
añorando la época del “granero del mundo”, invocando la mirada hacia el
ayer, mientras los demás –no sólo desde lejos, apenas cruzando el río
Uruguay, la Cordillera o el Iguazú- se suman con optimismo y pujanza a la
traccionante economía global.
Hay, por supuesto, compatriotas con la mirada límpida y vocación de
pioneros. El campo nos ha dado una muestra y la solidaridad recogida en
las ciudades nos alienta con millones de argentinos que quieren la
posibilidad de labrarse una vida próspera, en paz, apoyada en su esfuerzo,
tranquilos de cualquier robo vergonzoso como el que el oficialismo ha
resuelto cometer contra los productores apropiándose, sin aportar nada, de
entre el 80 y el 100 % de su rentabilidad. Compatriotas que ven el mundo
sin complejos y aceptan su desafío, se preparan y emprenden con decisión
la lucha por la vida. En algún momento triunfarán, porque la historia está
jugando a su favor.
Mientras tanto, es importante que mantengan en un rinconcito de su
corazón, la llama de la esperanza. Ningún mal es eterno. El kirchnerismo
tampoco, aunque lo apañe la mayoría del peronismo. Ya comenzó su
decadencia. En poco tiempo, será simplemente una pesadilla más del
pasado, a la que todos querremos olvidar lo más rápido posible.
No estaremos más “desacoplados”. Nos volveremos a “acoplar” al
mundo que está construyendo la ciudad del futuro con la más formidable
revolución científica y técnica de la historia de la humanidad, apoyados en
nuestros principios de siempre.
Los ejes convocantes no nos resultarán extraños.
Frente al desquicio institucional, “constituir la unión nacional”.
Frente a los enfrentamientos trasnochados impulsados por el
kirchnerismo, con las patotas de D’Elía y los gritos destemplados del
Nerón criollo, “consolidar la paz interior”.
Frente al desmantelamiento de nuestra defensa invocando una
historia falsaria, “proveer a la defensa común”.
Frente a la grosera manipulación de la justicia, el Consejo de la
Magistratura amañado y las presiones a los jueces, “afianzar la justicia”,
Frente al desvergonzado clientelismo y la pobreza creciente y
lascerante de cerca de diez millones de compatriotas, “promover el
bienestar general”.
Y frente a las presiones a empresarios, políticos, periodistas,
empleados, trabajadores, militares y dirigentes sociales, “asegurar los
beneficios de la libertad”.
Agregando que, en un momento en que el mundo sigue levantando
barreras que excluyen, seguimos manteniendo bien en alto la convocatoria
de siempre, invitando a compartir nuestra aventura de futuro a “todos los
hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Ya falta poco. No perdamos la esperanza.

Indice
Gatopardo metrosexual

Los argentinos nos autoconvencimos que era posible un cambio de


rumbo en la gestión nacional luego de la derrota épica sufrida por el
kircherismo en manos del campo, que aún frente a la incredulidad de
muchos, le impidió convertir en un botín el fruto de su trabajo y logró
evitar el gran despojo.
Era lógico. No sólo los productores sino la inmensa mayoría de la
población –que apoyó eufórica el voto del Vicepresidente Cobos- no podía
suponer que un gobierno nacido con respaldo popular y escasa oposición
pudiera continuar en una senda que lo llevó a derrumbarse en la expectativa
pública desde más del 50 % a apenas un respaldo de mísera subsistencia en
apenas seis meses. Hasta quienes miran la política con ojos de aficcionado
imaginaban un golpe de inteligencia que, tomando nota de la derrota, se
pusiera al frente del cambio de rumbo reconstruyendo el capital político
licuado. Porque el país –no sólo la presidenta- necesitaba y necesita eso.
Sin embargo, comenzó a desarrollarse no ya la sátira, sino el sainete.
El discurso del Chaco, el antológico decreto que dispuso la “limitación” de
la resolución 125, la infantil amenaza con la renuncia de la presidenta, los
rumores de malos tratos físicos en la pareja presidencial que habrían
descolocado a la propia Edecán, la convocatoria a los legisladores “del sí”
–ni siquiera a todos los oficialistas- para arengarlos en la negación de la
realidad (“no hemos sido derrotados”), la aparición en un acto público con
su esposo a quien hizo objeto de una ponderación sobreactuada y la
esotérica decisión de estatizar una empresa que la propia administración
“K” forzó a la quiebra incrementando la deuda pública en 890 millones de
dólares, son hitos escatológicos que ni siquiera pudieron ser tolerados por
el ex Jefe de Gabinete Alberto Fernández, quien sin dudas era el único
integrante del microclima presidencial que podía leer correctamente la
realidad.
Esa renuncia precipitó las decisiones y permitió avizorar con más
claridad la reacción del kirchnerismo residual. Giuseppe Tomassi, príncipe
de Lampedusa, en su inmortal y única novela “El Gatopardo” describe con
genialidad esta táctica política de todas las épocas cuando llegan fuertes
demandas de cambio. En la obra, el tradicional aristócrata siciliano
Fabrizio Corbera recibe el ofrecimiento de ser Senador de la nueva Italia,
conmovida por la gesta garibaldina que culmina con la unidad peninsular.
Consciente de los nuevos aires políticos y de su fuerte vinculación con el
régimen que desaparece, declina la oferta pronunciando su histórica
sentencia: “Algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Y llegó Mazza.
Flanqueado por los innombrables. Expresando que no ha tenido
tiempo de analizar el proyecto de ley de radiodifusión, pero anunciando –
como primer acto de su gestión- la estrambótica estatización de Aerolíneas.
Pero además, a seis meses de haber sido elegido por su pueblo para
la gestión local de uno de los municipios más prósperos del conurbano –
obra de la gestión de su antecesor-, en lugar de tomar la correcta decisión
de renunciar y convocar a elecciones municipales por haber sido llamado a
ocupar el segundo lugar en importancia en la Aministración Nacional luego
del Presidente de la Nación, pide licencia y hace designar a su esposa como
funcionaria ... ¡del equipo de su sucesor! Difícilmente puedan encontrarse
en sólo una semana tal sucesión de dislates.
Algo debe cambiar ... Los nuevos tiempos, de argentinos hartados del
conflicto, parecen reclamar un metrosexual aséptico en lugar de un
gladiador acorazado. Pero hasta ahí llega.
Para que nada cambie... sino que se reafirme una concepción del
poder que sigue creyendo que, por haber ganado una elección se poseen
facultades para gobernar por encima de la propia Constitución Nacional. Y
que desde el poder se puede mantener la actitud de desprecio a la
ciudadanía olvidando que es la base y justificación última de la existencia y
legitimidad del poder.

Indice
Condenados a languidecer...

“No se cambiará ni una coma”.


Tal la declaración del entonces Jefe de Gabinete de Ministros
(¿recuerdan?), repitiendo la frase del ex presidente, cuando la resolución
125 que imponía las retenciones móviles fue remitida al Congreso para su
ratificación.
La frase pudo ser dictada por la soberbia –como lo entendió el país-
o por la sincera convicción de que, contando el oficialismo no sólo con
mayoría y quórum propio de ambas Cámaras sino con casi los 2/3 del
cuerpo en una de ellas, era impensable que hubiera dificultad alguna en el
trámite legislativo, al que imaginaron como eso: un mero trámite.
Producida la derrota estrepitosa a raíz del desgranamiento persistente
de propios y aliados y el final desempate del Vicepresidente en contra de la
ratificación, los analistas políticos –y los argentinos comunes- supusieron
que la gestión kirchnerista y específicamente la presidenta aprovecharían la
situación para rectificar un rumbo que condujo al país a un enfrentamiento
como no se veía desde hacía décadas, y además consolidaba la tendencia a
la grisitud persistente, continuando la decadencia estructural que comenzó
en 1930.
No era dificil el diagnóstico. A raíz de la obsesión presidencial se
dividió el bloque oficialista en la Cámara de Diputados, se reforzó el
atractivo del rival bonaerense como catalizador de desconformidades
internas en el peronismo, se desperdició en seis meses todo el entusiasmo
que generan los nuevos mandatos, se provocó la mayor imagen negativa
presidencial de la historia en un período inicial, se generaron los actos más
importantes de la vida democrática argentina en contra de un presidente en
ejercicio en toda la historia nacional con más de un cuarto de millón de
personas cada uno en las ciudades más importantes del país, se estancó la
economía, se paralizó la producción de la pampa húmeda, zona económica
más dinámica, se perdió una votación en el Senado donde el bloque
oficialista bordeaba los dos tercios de sus integrantes, se rompió la alianza
de gobierno denominada “Concertación plural”, se abrió una fuerte grieta
política entre la presidenta y el vicepresidente...
Quizás falten enumerar efectos negativos. Como la pérdida de
confianza del consumidor, el renovado aliento inflacionario, el
estancamiento de varios sectores productivos encabezados por la
construcción, que por primera vez desde que comenzó la recuperación
económica mostró una caída interanual. Se agravó la crisis energética, se
esfumó la respetabilidad internacional... pero lo cierto es que el listado
podría tranformarse en interminable.
¿Cómo no pensar que una pareja de políticos avezados no leería bien
esa realidad –económica, social, política- y la aprovecharía para un
relanzamiento?
¿Cómo no entender que el gigantesco apoyo al voto del
vicepresidente que tranquilizó el país el día después fue multimensional y
polisémico interpretando a un gigantesco abanico de argentinos con
diferentes preocupaciones, a quienes se oponían a las retenciones pero
también a los cansados de la soberbia, los hartos de Moreno, D’Elía y
Moyano, los críticos de la chabacanería del expresidente, los hastiados de
los negociados descomunales a la vista de todos ignorados por la justicia
atemorizada, los molestos con el intento de revivir antinomias dolorosas de
medio siglo y aún de sobreactuar los años de plomo reciclando heridas que
el cuerpo social quiere terminar de cerrar? ¿Cómo no entender que la frase
balbuceante del voto “no positivo” expresaba al campo y la ciudad, a la
vocación cívica de los ciudadanos que valoran la libertad y respetan a las
instituciones, a los jóvenes que por primera vez en su vida descubrieron la
política hipnotizados frente al televisor hasta las cuatro de la mañana
mirando una sesión parlamentaria? ¿Cómo no interpretar que la
tranquilidad y la alegría del día siguiente era un capital gigantesco para
poner en marcha la Argentina del futuro, en una etapa que cerrara el
dogmatismo divisionista e intolerante y tomara el camino de una rápida
imbricación con la potencialidad del mundo global?
Presidenta, ¡hasta Maradona –que no debe tener idea de que son las
retenciones-felicitó eufórico a Julio Cobos por su voto!...
La mayoría de los argentinos pensó en un cambio. En un cambio, si
no convencido, al menos inteligente.
Lamentablemente, pareciera que estaban en un error.
La patética conferencia de prensa plagada de mentiras,
contradicciones, soberbia y groseros errores conceptuales indica que el
régimen “K” prefiere continuar, sin fuerzas y sin posibilidades, tirando el
país hacia su frustración permanente. No le interesa que se estanque la
economía, que se amplíe la brecha social, que florezca la violencia
cotidiana a niveles atroces, que perdamos (o nos “desacoplemos” de) un
tren mundial al que vemos pasar nuevamente por nuestra estación por
primera vez en casi ocho décadas. No le preocupa repetir sandeces, como la
de que el Estado puede “redistribuir riqueza” al margen de los
procedimientos constitucionales y legales que juraron respetar, o reciclar la
desconfianza inversora con nuevos sofismas para defender lo indefendible
de la manipulación de las estadísticas oficiales, o hipotecar la propia
imagen presidencial atándola a los arranques patoteros y delictivos de uno
de sus funcionarios emblemáticos. Nada de eso parece importar. Sólo la
soberbia de insistir en un rumbo repudiado por el país y por su propio
partido, al que sin embargo insiste en arrastrar en su derrumbe.
Ha elegido que el país siga languideciendo mientras ella lo presida.
Porque a estar a lo expresado en Olivos, no hay más opciones. Si decide no
cambiar el rumbo (“Volvería a hacer todas y cada una de las cosas que
hice”), sólo puede profundizar el que tiene –para lo cual no cuenta ni
contará con respaldos políticos suficientes, ni internos ni externos, porque
es imposible retroceder décadas en la historia- o persiste en oponerse al
pujante rumbo de la Argentina que renace, que se expresó masivamente en
la lucha de estos meses, con lo cual seguirá luchando por frustrar el
crecimiento de un país libre, optimista, integrado, democrático, con
ciudadanos dueños de sí mismos, integrados a la portentosa marcha del
cambio global del segundo milenio. Y entre ambas opciones, ha elegido
oponerse al futuro, mientras le quede aliento. Ser intransigentemente
conservadora, pero no de lo bueno que merezca ser conservado, sino de los
caprichos incomprensibles de su dogmatismo. No quiere ponerse al frente
de un país pujante y en crecimiento. Prefiere ser Juárez Cellman, más que
Pellegrini.
Eligió languidecer.
Es una lástima, porque mientras ella sea presidenta –y lo será hasta
dentro de... tres siglos y medio...- deberemos ver cómo el mundo y la
region avanzan sin los argentinos. Y deberemos nosotros, mientras el pais
oficial languidece, prepararnos para el gran salto adelante que deberemos
protagonizar cuando, por fin, termine la pesadilla K.

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El ojo de la tormenta

“No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”


Séneca

La desorientación parece ser el estado de espíritu de la pareja


presidencial.
Un paso hacia un lado, retroceso. Mirada hacia el otro. Avance
sobreactuado. Retroceso. Mirada alrededor.
Desorientación.
Tomando distancia, la situación que ofrece el poder en la Argentina
es la de la inexistencia. Y el país, el de un barco en el ojo de la tormenta
con el timonel “groggy”.
Para tomar el rumbo que quisiera, no tiene fuerzas ni posibilidades
de adquirirla. Afortunadamente.
Y para tomar el rumbo que debiera, no tiene convicción ni
conocimientos. Desgraciadamente.
Hacia cualquier lado que ponga la proa, se enfrentarán turbulencias.
Justamente lo que al poder le da náuseas. Y también a la tripulación, que
vendríamos a ser los ciudadanos.
Sin embargo, no hay atajos. El peligro, quedándose quietos, es
hundirse en un remolino interno o ser absorbidos por el vórtice externo.
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”, canta Serrat.
La verdad que hoy tenemos es la consecuencia de la irresponsable gestión
de los últimos años, desechando las advertencias y llamados de atención de
toda la opinión seria del país. “Neoliberales”, “noventistas”, “al servicio de
intereses económicos inconfesables” eran los más suaves adjetivos
recibidos por quienes alertaban sobre la crisis energética, el retraso
tarifario, la ausencia de inversión, el jubileo en el gasto descalzado con los
ingresos, la asignación voluntarista y caprichosa de los recursos, las obras
públicas faraónicas, los subsidios a empresarios amigos, el ocultamiento de
la realidad, la falsificación de las estadísticas oficiales, el capitalismo “de
amigos” y la corrupción rampante.
Sobreactuar la persecusión a nonagenarios militares procesistas para
reabrir las heridas de los “años de plomo” miradas con un solo ojo fue el
método político –moralmente miserable, por su cínico utilitarismo e injusta
parcialidad- que utilizaron para acumular poder tras un proyecto vacío de
contenido estratégico, reflejo de los rudimentarios sofismas de rápida
caducidad imaginados por la cabeza más adornada de la pareja
presidencial.
Y aquí estamos. Con la crisis energética, que necesita inversión. Con
la infraestructura al límite, que necesita inversión. Con la industria, que
para lograr capacidad exportadora y retomar impulso necesita inversión.
Con el complejo agropecuario, que para aprovechar plenamente la
potencialidad internacional necesita inversión.
Y con la inversión que no llega, por los dislates del gran charlatán, el
aislamiento internacional, los manotazos cleptómanos y la inseguridad
jurídica lograda en cinco años de gobernar a los gritos y por decretos,
designar y remover jueces independientes y desmantelar la justicia.
Les gustaría tomar el rumbo de Chávez, de Evo y quizás hasta de
Fidel –que está de vuelta, tras el “modelo chino”- Pero no tienen petróleo
ni gas para extraerles super-rentas que financien ocurrencias, entre otras
cosas porque se apropiaron de la rentabilidad para construir clientelismo, y
en consecuencia no ha habido exploración para mantener, ni siquiera,
abastecido de combustibles al mercado interno. Ven las ganancias del
campo y se abalanzaron sobre ellas, pero se encontraron con ciudadanos
decididos a defender sus derechos con la solidaridad de toda la población y
el respaldo del arco político, incluyendo amplios sectores de su propio
partido. Se quedan sin “caja” y en lugar de ahorrar, se lanzan a proyectos
faraónicos como el Tren Bala, que aumenta la deuda pública en más Cuatro
mil millones de dólares y la “estatización” de Aerolíneas luego de provocar
su asfixia, que lo hace en casi mil millones de dólares, adquiriendo además
obligaciones exigibles antes de fin de año por más de doscientos millones
de dólares. Durante largo tiempo ignoraron el reclamo de los jubilados a los
que no se les ha cumplido su derecho constitucional de movilidad, hasta
que la propia Corte Suprema –que los cubrió durante cinco años- cumplió
con su deber y condenó al Estado a pagar lo que debe. Rompieron con el
FMI para liberarse de las auditorías y poder mantener en secreto las cuentas
públicas, y ahora sólo pueden recurrir a Chávez para conseguir fondos,
pagando una tasa en los niveles de default, la más alta del mundo (15 %,
frente al 5 % que paga en el mercado internacional Brasil, Chile o Perú).
Les gustaría avanzar hacia el modelo cerrado y autoritario de
Venezuela. Pero la Argentina tiene una sociedad civil que les demostró que
no lo permitirá. Deberían hacerlo hacia una integración paulatina a la
economía mundial, al estilo de Brasil o Chile, pero no saben cómo y ni
quieren siquiera escuchar hablar de ello.
En consecuencia, los próximos tiempos serán los de un barco
marchando en círculos, sólo tratando de evitar el vórtice y el remolino.
Con ese comportamiento, el único destino es languidecer hasta que,
agotados, sea el destino el que decida lo que pase. Y lo que pase, salvo el
milagroso dedo de Dios, no parece precisamente prometedor.
Eso lleva la reflexión a la alternativa, a la que llegaremos más tarde o
más temprano, de una transición crítica cuya profundidad dependerá de los
dislates K en los tiempos que quedan hasta una vida más normal.
Esa alternativa no puede ser sectaria, parcial, intolerante o cerrada.
El principal saldo del período “K”, si buceamos en la búsqueda de una
moraleja positiva, es habernos mostrado las consecuencias de la falta de
política y recuperado la necesidad de enriquecer el debate público, ampliar
exponencialmente el espacio de tolerancia, racionalizar ingresos y gastos
del Estado, institucionalizar absolutamente todas las decisiones políticas
desde la Nación hasta las provincias y municipios y respetar en forma
escrupulosa los derechos constitucionales de los ciudadanos. Una “gran
coalición” de visión estratégica, cualquiera sea el titular del gobierno, al
estilo de la vigente hoy en Alemania.
Esa será la demanda de la Argentina que viene. Llegará a todos los
partidos, desde la Coalición Cívica al peronismo “no K”. Desde el Pro
hasta la UCR.
Será una Argentina que no abrirá espacios para los discursos
altisonantes e impostados, tomados por el ideologismo o dominado por
abstracciones.
La próxima etapa es la de un país reencauzado en la vigencia
constitucional, en la que los ciudadanos no aceptarán que sólo se discuta el
poder entre los participantes de la escena, sino que exigirán el respeto de lo
que son sus propios derechos, los que no han delegado en nadie y que
ningún poder, con ningún argumento, está legitimado para arrebatarles.
Esa Argentina, la que viene cuando termine la “pesadilla K” y el país
se reencuentre con el resto del mundo, sí que será entusiasmante.

Indice
Las calificadoras de riesgo, ¿también destituyentes?

El embate de la presidenta contra las calificadoras internacionales de


riesgo con argumentos relacionados con la lucha política interna vuelven a
poner en el tapete una forma de razonamiento confuso, que en lugar de
ayudar a recuperar el control de la situación perdida hace varios meses,
persiste en el error de análisis y confirma la desconfianza de los argentinos
en su capacidad de gobierno.
¿Es moral el precio de la soja? ¿son golpistas las calificadoras de
riesgo? ¿son “destituyentes” los reclamos del campo?
Fue Blaise Pascal quien postuló por primera vez su concepto de los
“órdenes”, como un “conjunto homogeneo y autónomo, regido por leyes,
que adopta un determinado modelo, de donde deriva su independencia con
respecto a uno o varios órdenes diferentes”. Aplicado al cuerpo humano
destacaba tres: el cuerpo –que funciona según las reglas de la biología-; el
espíritu –lo hace con las reglas de la razón-; y el corazón, o caridad, que lo
hace con los sentimientos y la moral. Es recordada su sentencia “el corazón
tiene razones que la razón no entiende”, lo que explica no sólo los amores
contrariados que llevan a conductas irracionales, sino a actitudes heroicas
movidas por la moral o el afecto enfrentadas con las leyes de la
supervivencia y del razonamiento. La confusión sobre la naturaleza de los
órdenes provoca caer en dos conceptos: el ridículo o la tiranía. El propio
Pascal los definía: ridículo es la confusión de los órdenes; tiranía es el
deseo de dominación universal y fuera de su orden.
El criterio de los órdenes nos ayuda a comprender con mayor
claridad la desorientación de los Kirchner, haciendo oscilar entre el ridículo
y la tiranía no sólo su discurso, sino su propia actuación.
Recurriendo a la interesante aproximación pascaliana, la realidad nos
muestra tres o cuatro grandes “órdenes”, que funcionan con reglas propias
y tienen sus propios límites: el primero es el “científico-técnico-
económico”, el segundo el “político-jurídico”, el tercero el “moral” y –para
algunos- un cuarto: el ético o del “amor”..
El primer orden, el científico-técnico-económico tiene como
característica fundamental el criterio de verdad. Las cosas allí son o no son.
Es cierto y verificable, o es incierto e inverificable. No depende de la
acción humana, porque tiene componentes que trascienden la decisión de
las personas e incluso de los gobiernos. Es “ridículo” –podría decir Pascal-
dictar una ley que impida llover, que decida que las personas no morirán
jamás, que las cosas caigan hacia arriba o que la cotización internacional de
la soja sea de determinado nivel. Los hechos del órden científico-técnico-
económico dependen de sus propias reglas y responden a ese conjunto
homogéneo y autónomo. Sin embargo, sus consecuencias sí pueden ser
atenuadas por otro orden, el “jurídico-político”. Pero “desde afuera”, no
“desde adentro” del orden.
No se puede decidir por ley si llegará o no la inversión, ni tampoco –
mucho menos- fijar arbitrariamente el precio de los productos. No se puede
–sería ridículo- decidir desde el órden jurídico-político –o incluso desde el
moral- cuánto vale el metro cuadrado de construcción en cada barrio de
Buenos Aires. Y no se puede decidir que el comercio no existirá más. Sería
ridículo o propio de una “tiranía”. Pero sí se puede compensar, con
decisiones humanas, las situaciones que se consideren injustas producidas
por el funcionamiento del propio órden científico-tecnológico-económico.
Si no es posible impedir un diluvio, sí es posible ayudar a los damnificados
e incluso prever sus consecuencias edificando viviendas en zonas no
inundables; si no es posible prohibir que llueva, sí lo es construir un techo;
si no es posible impedir una crisis, sí lo es tomar medidas que atenúen sus
efectos en las personas más afectadas. Si la economía no genera
naturalmente viviendas para todos, sí se pueden realizar planes de vivienda,
desde el orden “jurídico-político” destinados a tal fin. “Desde afuera”, pero
sin intentar cambiar las reglas que rigen el orden “por dentro”, ya que, en
cuanto inherentes a la realidad, son inmodificables.
Lo que no se puede, entonces, es confundir los órdenes creyendo que
con decisiones políticas podemos negar las reglas del funcionamiento
económico, biológico, climatológico, físico o astronómico. Varias
sociedades lo hicieron en el siglo pasado tratando de edificar una economía
al margen de las reglas económicas y no sólo perdieron casi un siglo de su
historia sino que debieron recurrir a medidas difícilmente justificables
desde la moral o incluso desde la propia política, como fueron las
dictaduras de partido y atroces violaciones de derechos humanos, hasta
terminar en la gigantesca implosión de las dos últimas décadas del siglo
XX. La economía, hoy identificada con el capitalismo triunfante
mundialmente –ni siquiera los integrismos religiosos como los de Al Qaeda
se oponen a sus reglas- terminó volviendo por sus fueros y no hubo
“tiranía” suficiente para frenar su impulso.
¿Esto significa que hay que dejar a la economía librada a su propia
acción? Sí, y no. Sí, porque sus reglas no son reemplazables, ya que están
apoyadas en una antropología inmodificable, la propia de los seres
humanos, entre los cuales el egoísmo y el propio interés es su principio
articulador, y en general, en forma bastante exitosa. No, porque librada a
sus propios límites los grados de injusticia a que puede llegar enfrentaría
otro de los “órdenes” propios de la condición humana, el de los valores de
la convivencia en paz que rigen el orden político-jurídico. En consecuencia,
es posible, justo y adecuado tomar medidas que neutralicen los “efectos no
deseados” entre los cuales uno de ellos es qué hacer con los que pierden.
Aquí llegamos al campo de la política, del orden “político-jurídico”,
que funciona sobre los ejes “legal-ilegal” y “justo-injusto”. Político, porque
es el que contiene la construcción y el funcionamiento del poder coactivo;
jurídico, porque ese poder coactivo organizado tiene como lenguaje, en las
sociedades modernas, el de las normas, el del derecho. Volviendo al
ejemplo, la acción a tomar para neutralizar los efectos no deseados –de una
inundación, o de una crisis- no será “interna” al orden científico-técnico-
económico, sino externa, desde el orden político-jurídico.
Ese orden es menos imperativo que el cientifico-técnico-económico
cuando trata los hechos, pero más fuerte cuando trata las relaciones entre
personas. Es el que las personas utilizamos para garantizar la paz, la
inclusión de los excluídos, la protección de los menos capacitados –niños,
ancianos, enfermos, discapacitados- e incluso los efectos más lacerantes de
algunas relaciones económicas básicas –regulación de condiciones de
trabajo, salarios, impuestos, vacaciones, dentro de las posibilidades reales
que la economía puede tolerar sin implosionar-.
Por último, el orden moral, con su dicotomía “bueno-malo”,
“correcto-incorrecto”, se convierte en una guía de acción para las personas
en su relación extra-jurídica, la que no se encuentra normada por el edificio
político-institucional. Y quienes agregan el cuarto órden el del “amor”, lo
conciben atravesando todos los demás: el amor a la verdad –base del orden
científico-técnico-económico; el amor a la libertad, la justicia y la legalidad
–base del orden político-jurídico- y el amor al projimo –base del orden
moral-.
¿Qué confunden los “K”? Pues los dos órdenes primarios. El
científico-técnico-económico, con el jurídico-político, y caen sin advertirlo
en el ridículo de querer controlar los precios –regidos crudamente por el
orden 1- mediante medidas políticas como el control policial –“tiranía”- o
la falsificación de los índices –“ridículo”-. O de querer modificar las
cotizaciones de los títulos públicos emitidos por su propio gobierno –orden
1- mediante el cambio de las condiciones pactadas en su origen –orden 2-
(“tiranía”); o atribuyendo “intenciones” a mecanismos objetivos y
automáticos de medición que incluyen datos de mercado y no dependen de
decisiones personales (“ridículo”). En este juego del ridículo y la tiranía
están rematando la credibilidad de su administración y poniendo en juego
una regla fundamental del orden jurídico-político democrático: el respaldo
de las mayorías al gobierno, regla de oro no sólo de las sociedades
democráticas, sino del funcionamiento de cualquier gobierno, como lo
explicó el propio Maquiavelo hace cinco siglos.
Ese es el licuamiento que se siente hoy. No buscado por la oposición,
ni por la “oligarquía” o las calificadoras de riesgo, sino por la peligrosa
confusión de la pareja gobernante, que al no comprender los límites del
orden a que debieran limitar su acción, pone en peligro el funcionamiento
armónico de la sociedad entera y la estabilidad de su propia gestión.

Indice
Argentina:
Hacia el reordenamiento político

Los movimientos en el escenario son densos. Se nota en el espacio


oficial y también en el opositor. Se reacomodan los alineamientos y se
imaginan nuevas alianzas en uno y otro lado. Sin embargo, pocos parecen
advertir que el cambio mayor que está ocurriendo en la política argentina se
encuentra en la conciencia de los ciudadanos.
¿Es una visión voluntarista? Más bien es una observación cauta,
aunque desde la objetividad, sobre los temas que conforman la agenda de la
vida cotidiana de los sectores más dinámicos, que se expresaron con
claridad y masividad durante la “batalla del campo”.
Lo que se está produciendo en lo profundo de la visión de los
argentinos sobre su política es un doble fenómeno: por una parte, una
reivindicación del espacio ciudadano no delegado en la política,
reorientando en forma copernicana una tendencia iniciada en 1930 cuya
dirección había sido –con uno u otro signo y virtualmente en todos los
procesos políticos incluyendo a los militares- hacia la justificación del
creciente poder del Estado frente a los ciudadanos. La “línea demarcatoria”
constitucional establecida en el capítulo I de la Carta Magna
(“Declaraciones, derechos y garantías”) protegiendo los derechos de las
personas no delegados en el Estado fue cediendo posiciones a favor de la
política. Su justificación fue un presunto y fantasmagórico “interés
general”, introducido de contrabando a partir del golpe de 1930,
interpretado a su turno en forma diversa por quien ocupara el poder pero
siempre limitando crecientemente los derechos ciudadanos, en la moda de
la primera mitad del siglo XX en todo el mundo. Esta reivindicación
alcanza a todos. Y por otra parte, un escrutinio más cercano sobre los
movimientos “del escenario”, en el que se mueven los representantes
políticos, gremiales, empresariales y de las diversas estructuras funcionales
al proceso mencionado en primer término, que integró una red de
complicidades con las crecientes potestades –y justificación ideológica- del
Estado y la política.
En el primer campo, los ciudadanos comenzaron a dibujar
nuevamente los límites. Como ocurre a menudo en los procesos políticos-
sociales, el detonante fue fiscal (las “retenciones”). Pero ese detonante
desató un proceso al que se sumaron masivamente casi todos. El voto de
Cobos tuvo diferentes valores semióticos casi para cada argentino. Por
supuesto, quienes estaban directamente involucrados en el conflicto lo
entendieron como un apoyo a su lucha. Pero también expresó a ciudadanos
indignados por la violencia verbal –y hasta física- con que comenzó a
tratarse a opositores al gobierno, a otros también indignados por la soberbia
con que eran considerados por los voceros oficiales, a otros indignados por
la creciente inflación generada por las autoridades que les expropia día a
día sus ingresos, a otros preocupados por el aislamiento argentino del
mundo que importa y las dificultades que ello conlleva para numerosas
actividades económicas, culturales y sociales en cuyas redes están inmersos
con independencia del gobierno, etc. etc. La síntesis de todos estos valores
podría englobarse en un reclamo: no se metan con mi vida. Sería quizás
aventurado sostener que existe –como diría Marx- “conciencia para sí” en
esta nueva actitud ciudadana, pero lo que es innegable es que reapareció la
“conciencia en sí”, que venía en retroceso y que se instaló –
afortunadamente- para dar un nuevo impulso hacia la modernidad política y
económica contenida en el programa modernizador de 1853, cuyo rumbo
fue abandonado en 1930. Con una diferencia: antes se trataba de un
proyecto modernizador de las élites que participaban. Hoy se trata de la
acción masiva de personas comunes que viven su vida y la defienden,
quizás hasta sin conocer los textos constitucionales.
El segundo aspecto es menos directo y más complejo. Se relaciona
con la reconstrucción de la mediación política. Es complejo porque la gran
mayoría de la dirigencia nacional, también virtualmente de todos los
partidos, razona y actúa sobre el supuesto de la “primer modernidad” –
Ulrich Beck dixit- o de la época de los “intelectuales y políticos
legisladores” –Bauman dixit-. Cuando el mundo feudal, -lleno de
supersticiones, creencias ancestrales, mitos, privilegios transmitidos
durante centurias, estructuración contractual de las relaciones de poder-
comenzó a ser reemplazado por las monarquías constructoras de los
Estados Nacionales abriendo el camino de la modernidad, los consejeros
reales –precursores de los parlamentarios modernos- se dieron a la tarea de
destrozar el complicado mundo antiguo y a imaginar las sociedades
basadas en la razón, con normas iguales para todos, sujetas sólo al poder
del Rey sin distorsiones intermedias. Esa “primer modernidad” diseñó las
sociedades modernas “desde arriba”. La ley, los Códigos, el conjunto de
normas dictadas primero por los reyes y luego de las revoluciones
burguesas por los representantes del pueblo, decidirían cómo tendrían que
organizarse las sociedades y cómo tendrían que vivir las personas, objetos
de decisiones ajenas. Pues bien: en ese mundo, con sus más y con sus
menos, creen estar viviendo aún la mayoría de los dirigentes argentinos, de
los que los “K” simplemente expresan su sublimación. Pero no sólo eso:
también creen que el escenario les pertenece y pueden hacer en él lo que les
plazca. La estatización de Aerolíneas, mamarracho escatológico que
dispone arbitrariamente de ingentes recursos de los ciudadanos por simple
capricho o juego de poder al margen de cualquier prioridad ética, social o
lógica, es una muestra.
Claro que el mundo siguió avanzando, corrió mucho agua bajo el
puente y aunque la Argentina congelara su debate en varias décadas atrás,
la democracia contemporánea debió adaptarse en el mundo a una creciente
demanda de libertad ciudadana, potenciada por las características del nuevo
paradigma global basado en las redes, en el protagonismo creciente de las
personas comunes, en la dilución de las intermediaciones y en la exigencia
cada vez mayor de respeto a la vida, la libertad, los bienes, la producción y
los derechos de las personas. Este fenómeno no es ya sólo “occidental”. Se
vivió en Japón, se vive en Rusia y China, crece fuertemente en la India, y
es el común denominador de la sociedad global. Ese nuevo mundo que ha
diseñado la producción transnacionalizada, la liberación comercial
inherente a su base productiva, la mundialización del comercio y el
exponencial desarrollo científico técnico, también es intolerante no sólo
con las violaciones a los derechos humanos –convertidos en demanda
universal- sino con las limitaciones arbitrarias a los derechos y libertades
en cualquier lugar que se produzcan. Y llegó así la “segunda modernidad”
–nuevamente, Beck dixit- o “posmodernidad” –entre otros, Bauman, para
seguir nuestro relato-. No deja atrás a la primera sino que se edifica sobre
ella. Los intelectuales y políticos pasan de ser “legisladores” a cumplir el
papel de “intérpretes”. Ya no se tolera que “manden”. Se espera de ellos
que representen personas y grupos, sepan articular intereses complejos,
generen consensos y construyan acuerdos que permitan la convivencia en
paz.
La segunda modernidad tiene una agenda crecientemente global,
también asumida en la Argentina por las personas que disfrutan de los
celulares, la televisión mundial a través del cable, la terminal de Internet en
sus hogares, computadoras portátiles y hasta teléfonos y que atraviesa a
todos los sectores sociales. Quien observe el paisaje porteño nocturno verá
familias de cartoneros luchando por su subsistencia, quizás con los ingresos
más humildes de la escala, con varios de sus integrantes con el celular en la
cintura. La televisión por cable, por su parte, no se detiene en el asfalto: el
setenta por ciento de los argentinos usa este sistema, que pone directamente
en su vivienda la comunicación del mundo.
Esos argentinos estuvieron masivamente “con el campo”, aunque no
supieran qué es una “retención”. Simplemente, querían dibujarle al poder
“el límite” que estaban dispuestos a tolerar. Y están observando el
comportamiento del “escenario”, sin adherir con el entusiasmo de otrora a
divisas ni dirigentes, sino siguiendo el comportamiento de todos con el
espíritu alerta y la mirada crítica.
Frente a esa realidad, resultan ingenuas las filigranas dirigenciales
invocando viejas lealtades, partidarias o ideológicas. El mundo que viene
no tiene relación alguna con la Carta de Avellaneda del radicalismo, ni con
las Veinte Verdades peronistas, ni mucho menos con el “Manifiesto
Comunista”, biblia de la izquierda. Su agenda es la del calentamiento
global y el cambio climático, la de la democratización de la revolución
tecnológica, la inclusión de los excluidos, la del deterioro ambiental, la del
agotamiento del petróleo y la necesidad de nuevas fuentes energéticas
primarias, la de la inseguridad en la vida cotidiana, la de las nuevas formas
de trabajo, la de las migraciones, la del peligro de nuevas pandemias, la del
terrorismo internacional como fin, más que como método, la del
crecimiento de las redes delictivas de tráfico de personas, armas,
estupefacientes, falsificaciones y lavado de dinero ilegal, las mafias “glo-
cales” (globales-locales) imbricadas con complicidades internacionales y
locales. Antiguos rivales se asocian, de cara a esta nueva agenda, en
alianzas impensadas hasta hace pocos años. Empresas petroleras aliadas
con organizaciones ambientalistas en busca de nuevas alternativas
energéticas, las primeras porque al acabarse el petróleo se les acaba el
negocio y las segundas por su preocupación ante el cambio de clima. Rusos
y norteamericanos acuerdan acciones contra el terrorismo internacional,
que los alcanza a ambos por igual. Chinos y norteamericanos acuerdan
tácita o expresamente líneas conjuntas de acción para evitar la
profundización del desbalance económico global. Y así hasta el infinito. El
propio Mercosur –hoy en retroceso a raíz de los Kirchner- fue un lúcido
anticipo de esta nueva etapa, convirtiendo una tradicional y secular
rivalidad regional en un espacio de trabajo conjunto por la nueva agenda...
Una nueva agenda, en el mundo y en el país, anima a los viejos y
nuevos actores. ¿Cómo creer que las viejas consignas y divisas limitarán su
expresión ciudadana? Si hasta “izquierdas” y “derechas” –con sus
amplísimas y difusas extensiones- dejan de definir los valores e intereses
que mueven a las personas en los nuevos dilemas...
Dos movimientos, entonces. Ambos similares al de las placas
tectónicas que dan forma al planeta. Uno, hacia el fortalecimiento de los
derechos de las personas, que implica completar la primer modernidad –
estado de derecho, respeto al ciudadano, política enmarcada en la
Constitución, Estado subordinado a los contrapesos y frenos-. El otro, hacia
la nueva agenda, en busca de su mejor articulación con la acción política. Y
entre ambos, una creciente indiferencia ciudadana por las viejas divisas, lo
que no significa dejar de usarlas si aciertan a responder a los nuevos
problemas. Pero por esto último, no por lo que fueron en la historia. Las
que sepan interpretar en forma inteligente los nuevos desafíos, tendrán
lugar en el nuevo escenario, junto a las nuevas que surjan. Las otras
pasarán a ser primero memoria y luego, simplemente historia.

Indice
-Ni se les ocurra...”

¿Recuerdan? El grito de Luis D’Elía convertido en “slogan” de los


afiches kirchneristas cuando al gran charlatán se le ocurrió calificar de
“golpista” la resistencia del campo a su ofensiva cleptómana...
Sonaba amenazante. Y está bien que así fuera, en la tosca lógica del
rudimentario esquema del “poder K”. Aún con los dislates, la incapacidad,
la corrupción, la soberbia y la desvinculación de la realidad, se trataba –se
trata...- de un gobierno que ha cumplido con los ritos formales de la
democracia y que, para finalizar, debe cumplir su mandato, ser destituido
por Juicio Político, o eventualmente ser su Jefe de Gabinete de Ministros
objeto de una Moción de Censura, con la consencuencia inexorable de una
administración de base parlamentaria (art. 101 CN de la Constitución
reformada) cohabitando con el Poder Ejecutivo electo. Son las únicas
alternativas posibles en el marco constitucional que los argentinos venimos
intentando consolidar desde hace un cuarto de siglo.
El recordatorio viene a cuento de la proliferación de rumores sobre la
posible finalización del mandato por renuncia y auto-exilio de la pareja
presidencial, ante las graves dificultades económicas, sociales y políticas
que se avecinan y se extenderán por los próximos dos años. Desde esta
columna, que ha sido persistente y coherente en su crítica irreductible a la
administración “K” desde el 2003 hasta hoy, le advertimos con claridad:
Señora presidenta, ¡ni se le ocurra!
El país no les tolerará una huida. Mal que le pese, tendrá que cumplir
su obligación constitucional y guiar a la Nación a través del campo minado
que nos dejó su marido, no sólo a usted, sino a todos los argentinos.
Aislados del mundo, subordinados a las dislocadas aventuras caribeñas,
sumergidos en una orgiástica violencia cotidiana, inmersos en las redes de
narcotráfico a las que agregó las fábricas locales de narcóticos organizadas
por los aportantes a su campaña electoral y protegidas por sus funcionarios,
presenciando la mayor corrupción sistémica de la que se tenga memoria,
sufriendo nuevamente la inflación que habíamos desterrado hace tres
lustros, soportando los recreados enfrentamientos entre argentinos que
habíamos superado hace años, perdida una oportunidad histórica como no
se daba desde hace más de ocho décadas... todo eso es lo que su antecesor
le provocó al país y que es su responsabilidad corregir.
No se escapará, porque no la dejaremos. Al menos, hasta que los
argentinos hayamos construido la opción de relevo, que –no le quepa duda-
llegará. No antes. Porque tampoco toleraremos que su incapacidad nos
deposite nuevamente en un regreso al pasado golpista de la pesificación
asimétrica, el robo a los salarios y ahorristas, a la reiteración de la
defraudación a quienes le han prestado al país luego de haber sido robados,
o a la expropiación de ingresos de los argentino que invierten a través de
una nueva macrodevaluación. Todo indica que eso se está fraguando en su
propio partido.
Señora: ¡ni se le ocurra! A pesar de nuestros propios afectos y
gustos, a pesar de nuestra discrepancia con su estilo soberbio y sus modales
maleducados, a pesar incluso de nuestros propios instintos primarios de
autodefensa de la integridad sicológica, le exigiremos que termine su
mandato. Porque aunque descontemos que será un tiempo perdido para la
historia chica de la Argentina, la experiencia política que están haciendo
los millones de compatriotas que la votaron será imborrable para la historia
grande del país y ayudará a que, en adelante, se piense y se jerarquice más
el instrumento del sufragio, que tanto nos costó conseguir hace casi un
siglo.
No le quepa duda: nos libraremos de usted. Pero será por elecciones,
en el momento que dispone la Constitución. No por el atajo golpista de sus
“compañeros”.

Indice
Pagar deudas está bien.
Disponer de dinero ajeno, no.

¿Cómo discrepar con un principio ínsito en el comienzo de la


civilización, como es pagar lo que se debe? El deber de honrar las deudas
es tan ancestral que algunos biólogos opinan que los pre-homínidos –y
hasta algunos mamíferos superiores, como los perros- lo respetan como
base de su convivencia... En ese sentido, el pago que el país hará a sus
acreedores del Club de París es tan correcto como lo sería pagar a los “hold
out”, acreedores a los que no les pareció bien la oferta que la Argentina les
realizo años atrás de reducirle su acreencia en casi un 70 por ciento y aún
esperan que le paguemos lo que se les debe, o a los jubilados que se les
congeló su haber en el 2002...
Pero... ¿está bien analizar una decisión de política económica
internacional con el mismo cartabón con que analizan sus obligaciones los
primates pre-homínidos? ¿O existen algunos elementos de sofistificación
que debieran agregarse a este análisis desde la perspectiva, usos,
costumbres y conveniencias de la economía internacional, de la propia
convivencia nacional y el estado de derecho?
Recordemos, para juzgar esta decisión, varios puntos:
1.Es cierto que la deuda está vencida en su mayor parte. Tanto como
que los acreedores son gobiernos amigos y existe en ellos la disposición
a renegociarla en los términos usuales para las negociaciones públicas
entre Estados, a la tasa comunmente aceptada por el FMI, alrededor del
5 %.
2.No existen condicionamientos de política económica para el eventual
acuerdo, salvo lo que de cualquier forma es obligación del país como
miembro del FMI y de la comunidad internacional: mostrar en forma
transparente las cuentas públicas, obligación ésta que es aceptada por
todo el mundo, desde China hasta Bolivia, desde Cuba hasta Japón,
desde Estados Unidos hasta la India y que es obligación de cualquier
gobierno que haya superado la arcaica confusión entre los dineros
públicos y el patrimonio personal de los gobernantes.
3.El dinero dispuesto para abonar esa deuda no es patrimonio personal
de la señora presidenta sino de los argentinos que contribuyeron a
atesorarlo: los productores que abonaron un tercio del valor de sus
exportaciones, a través de las retenciones; los trabajadores que aportan
los diversos impuestos con que se gravan sus salarios; los empresarios a
través del impuesto a las Ganancias y varios más, y hasta los cartoneros
y desocupados, que cuando adquieren algo tan elemental como un kilo
de yerba, un litro de aceite o un cuaderno para la escuela de sus hijos le
pagan al fisco el 21 % del precio en concepto de IVA. Ese dinero es el
fruto del esfuerzo común de toda la sociedad.
4.Por eso mismo, la Constitución y las leyes disponen que no se pueden
realizar gastos públicos sin una ley discutida y aprobada por el
Congreso. Ello garantiza un piso de transparencia y un debate plural en
el que se analicen las prioridades, las urgencias y las conveniencias de
asignación de recursos públicos. En un estado de derecho, no hay
impuesto ni libramiento sin ley que los autorice.
5.Si no se cumplen los procedimientos, el gobierno está disponiendo
ilegalmente de dinero ajeno, aunque quienes reciban el pago saluden
efusivamente y muestren su alegría con melosos comunicados de
agradecimiento.
¿Está bien lo que anunció la señora presidenta, en el sentido de
“instruir” al Ministro de Economía que realice el pago de la deuda al Club
de París? Claramente, no. Salvo que esa instrucción se reduzca a elaborar la
propuesta legislativa correspondiente, que debería enviarse al Congreso,
responsable constitucional de “arreglar el pago de la deuda exterior de la
Nación”, como lo dispone el artículo 75 incs. 7 y 4 de la Carta Magna.
Allí, en el parlamento, a la luz pública y con un debate transparente,
debería analizarse la propuesta presidencial, escuchar sus argumentos y
decidirse si es conveniente para el país realizar ese pago, si hay otras
prioridades, o si, simplemente, habría otras alternativas más favorables que
pagar en su totalidad una deuda cuya cancelación no es exigida, que genera
una tasa de interés inferior a la mitad de la que se está contrayendo a través
de los títulos adquiridos por Venezuela y que debilita la posición líquida
del Estado en un momento en que existen coincidencias en los analistas
internacionales sobre la incertidumbre que se prevé para los próximos
meses en la economía internacional y en el valor de los “commodities”,
pilares fundamentales de los recursos públicos y del dinamismo de la
economía argentina.
La opción elegida no avanza en dirección a la calidad institucional. Más
bien parece el resultado de un impulso adolescente, descalzado de un
proyecto integral y generador de nuevos problemas (“hold out”, juicios en
CIADI, debilidad en las reservas, revitalización de justos reclamos por la
“deuda interna” como jubilados, militares retirados, docentes, etc.),
problenas que el mercado ya descontó con un nuevo incremento del riesgo
país y una nueva caída en el precio de los bonos públicos.
Pagar lo que se debe, está bien. Disponer de dinero ajeno, no. Y hacerlo
sin facultades por un “decisionismo” al margen de la institucionalidad,
pues... eso sí que aumenta los problemas. Para todos los argentinos, ahora.
Y seguramente para la propia presidenta, cuando termine su mandato y le
llegue el turno, como a sus predecesores, de recorrer junto a su marido los
juzgados federales.

Indice
¿Vuelve el radicalismo?

La política se reorganiza. Como decíamos días atrás desde esta


misma columna, los argentinos están reformulando su representación
ensayando formas de articular la compleja realidad nacional con las
demandas de una agenda adecuada a los nuevos problemas.
La “etapa K” está virtualmente superada y pocos reparan ya en ella.
Es fuera del universo “K” donde se notan los movimientos e inquietudes
más notables.
¿Cómo será la dinámica del reordenamiento político?
¿Lograrán los peronistas opositores –antiguos y nuevos- “despegar”
su futuro del desgaste irreductible del kirchnerismo o serán arrastrados por
su derrumbe, llevándolo a una implosión como la sufrida por el radicalismo
en el 2002, como parecen adelantarlo las experiencias de San Salvador de
Jujuy, Bariloche, Río IV y Santa Rosa? ¿Logrará la Coalición Cívica
organizar sus formaciones territoriales, definir su plan de gobierno y
organizar un sólido plantel de cuadros con capacidad de gestión ejecutiva?
¿Será exitoso el Pro en su administración porteña y se expandirá
orgánicamente a todo el país? ¿Podrá resurgir el radicalismo, curiosamente
revitalizado con el voto opositor de su afiliado más encumbrado –pero más
denostado previamente y “suspendido de por vida”-, al punto de concitar
nuevamente la atención de la mayoría de la población? Y por último
¿confluirán, como es previsible, los espacios opositores en un acuerdo de
gobierno que ofrezca credibilidad de gestión?
El futuro, por definición, está abierto, incluso a los imprevistos más
rotundos. Cualquier pronóstico deberá pasar el filtro de la realidad. Sin
embargo, parecen dibujarse algunas tendencias que –bueno es destacar- no
merecen aún el calificativo de “consolidadas”.
Los movimientos de opinión parecen marchar en dos direcciones con
la fuerza de placas tectónicas: la primera, retomando la marcha
interrumpida en 1930, orientada hacia el cumplimiento del programa de la
primera modernidad: estado de derecho, calidad institucional, respeto a los
derechos de los ciudadanos, homologabilidad de la gestión pública,
federalismo, honestidad. Es una agenda que incluye ponerle límites al
Estado frente al ciudadano, potenciar la autonomía de las personas frente al
poder y distribuir claramente ese poder entre las jurisdicciones previstas en
la Constitución –nación, provincias, municipios- dentro del sistema de
contrapesos y frenos propios de la democracia y el estado de derecho.
La segunda mira más al futuro, o como se dice en estos tiempos,
hacia la “posmodernidad” o “segunda modernidad”. Incluye la agenda que
atraviesa todo el mundo global, desde el justo tratamiento a las nuevas
formas de trabajo y piso de dignidad para los excluidos, hasta el cuidado
del ambiente; desde extender la salud pública a todas las personas hasta
prevenir las nuevas enfermedades y pandemias; desde reorganizar la
educación para garantizar la adecuación de sus contenidos a la dinámica
actual de la globalización y la revolución científico técnica y su
accesibilidad universal hasta ubicar a algunos de nuestros centros de altos
estudios en el nivel de excelencia planetaria –en cuyos quinientos primeros
lugares no aparece ninguna universidad argentina-; y desde aprovechar en
plenitud los avances tecnológicos de difusión masiva, hasta participar
creativamente en el entramado generador de ciencia y tecnología universal.
La Argentina debe reconstruir su infraestructura. Debe diseñar un
sistema de transporte que optimice el consumo energético, esté al alcance
de todos e integre el territorio, y debe garantizar a todos los argentinos el
acceso a los servicios públicos de agua potable, saneamiento, energía,
comunicaciones e Internet. Debe conseguir nuevas fuentes primarias de
energía ante el agotamiento del petróleo y sumarse al combate contra el
calentamiento global. Y debe prepararse adecuadamente frente a las nuevas
amenazas, desde garantizar la seguridad ciudadana sin tolerancia a ninguna
clase de delitos, hasta desmantelar las redes de complicidades de varios
escalones “glo-cales” (globales-locales) que trasladan la violencia global a
la vida cotidiana de los argentinos.
Esas dos direcciones son una expectativa vigente y atenta en los
ciudadanos, aunque no se vean reflejadas en la acción actual de la
dirigencia, impregnada en diversos grados por el ideologismo retardatario
impuesto por el régimen “K” al debate argentino. Ese ideologismo es
funcional al entramado decadente de sindicalistas enriquecidos y
empresarios protegidos, de burocracias políticas ligadas a la corrupción
policial y judicial del conurbano bonaerense y a engañosas “ONGs” de
consignas falsarias actuando, como los partidos revolucionarios en los 70,
de vasos comunicantes con un juego geopolítico ajeno a los intereses
nacionales. Ideologismo que no calza en ninguna de las categorías actuales
de “izquierdas” y “derechas” sino que responde a la más cruda pre-
modernidad, ajena a la democracia, desconfiada de los ciudadanos y
justificatoria de la violación de los derechos de las personas cuando
conviene a sus objetivos políticos.
En ese escenario debe ubicarse la reflexión sobre el renacimiento del
radicalismo. Partido instrumentador de la “primera modernidad”, tuvo un
papel significativo en la articulación del debate nacional masificando la
democracia. El radicalismo logró que los ciudadanos encarnaran el sistema
político alberdiano, con la herramienta del sufragio, incorporando al
funcionamiento institucional a las grandes mayorías. Su rol no fue
“ideológico”, sino culminador del proyecto constitucional.
Nunca se identificó totalmente con las ideologías que motorizaron el
siglo XX, porque el país nunca alcanzó a completar el programa del siglo
XIX, y renació con fuerza cada vez que la democracia era mediatizada,
negada o violada y los ciudadanos extrañaban su vigencia. Incluyó en su
seno alas “progresistas” y “moderadas”, los Yrigoyen y los Alvear,
procesando sus visiones en el marco democrático y de esta forma consolidó
un espacio democrático-republicano frente a las visiones más autoritarias y
populistas, menos apegadas al proyecto modernizador.
El siglo XX fue testigo de su incomodidad frente a los debates
ideológicos y a la forzada interpretación de sus epopeyas por unos u otros,
sin lograr encontrar las divisiones ideológicas claras en sus numerosas
épicas. Alem fue revolucionario en 1890 junto a Mitre y otros próceres de
la generación del 80. Yrigoyen y Alvear protagonizaron juntos la
revolución de 1905. Yrigoyen fundó YPF y Alvear le dio su primer gran
impulso enviando al Congreso la Ley de Nacionalización del Petróleo, que
no pudo ser aprobada. Alvear fue un luchador sin cuartel contra el fraude
de la década de 1930 y hasta los hasta hace poco denostados Tamborini y
Mosca levantaron un programa avanzado que convocó a la opinión
democrática-republicana, con socialistas y comunistas, ante lo que se sentía
como llegada al país de la oleada autoritaria de la primera mitad del siglo
XX. Hoy vemos sus consecuencias.
Sus errores fueron también los errores de gran parte de la
intelectualidad argentina. Fue en 1945 que algunos de sus pensadores se
sumaron al naciente peronismo, inaugurando el “entrismo”que luego
intentara la izquierda hasta su reciente experiencia “K”, en un camino que
busca el éxito sin las molestias de la lucha. Quienes resistieron a la
tentación del poder se refugiaron, como tantas veces, en el republicanismo
democrático, en la Constitución que ya Yrigoyen definiera como
“programa partidario”. Y hubo de sufrir muchas veces las ironías y juicios
despectivos de intelectuales de diversas generaciones por su limitada
programática. Hasta que se enseñoreaba el autoritarismo y el país volvía la
mirada al viejo partido.
Siempre tuvo dos prevenciones. De un lado, a quienes había vencido
en 1916, los de la “democracia sin pueblo”. Del otro, a quienes lo
vencieron en 1945, los del “pueblo sin democracia”. Y siempre intuyó que
el programa modernizador debía completarse incluyendo a unos y otros en
una república democrática. Ni unos ni otros terminaron –ni terminan- de
comprenderlo. Para unos, se trata de un partido que no comprende “las
leyes de la economía” a las que conciben sin frenos, orientaciones ni
límites y no comprenden que la democracia fue diseñada por los hombres
para neutralizar los efectos más salvajes a que llega la economía libre
cuando no tiene la orientación de la política. Para otros, se trata de un
partido de miedosos, que no se anima a ejercer el poder cuando lo tiene, sin
comprender que la democracia no da todo el poder a la política, sino que
está apoyada en el respeto fundamental a los derechos de los ciudadanos,
entre los cuales la libertad económica es tan importante como el resto de
sus libertades personales, al punto que es la que permite el crecimiento
económico y con él, las discusiones sobre la distribución. Lo que el
peronismo ve como “temor” es “responsabilidad democrática republicana”
en el ejercicio del poder.
Por supuesto que muchas veces se equivocó. Entre otras, cuando
privilegió sus conflictos internos –y llego hasta dividirse- o cuando exageró
sus afinidades ideológicas –y se hizo internamente intolerante-. Esos
errores lo debilitaron en su principal misión en la política argentina:
consolidar la democracia constitucional.
Mientras tanto, el mundo se hizo más complejo y la Argentina se
estancó en su debate de hace décadas. En ese escenario, el radicalismo
busca hoy su papel indagando su utilidad para los tiempos que vienen.
En ese “movimiento de placas tectónicas” a que hacía referencia más
arriba, hay uno que tiene en el radicalismo, su ética y sus valores, un
componente esencial: el programa de la modernidad. Los ciudadanos que
han votado alguna vez al radicalismo, por ejemplo, se alinearon sin duda
alguna en respaldo a la lucha del campo, aún los que habían votado a
Cristina Kirchner esperando que corrigiera los desatinos de su esposo. El
voto de Cobos en el Senado los representó, y condensó en ese instante
decisivo la historia radical. No hubiera podido ser entendido un voto
distinto, salvo una renuncia a la historia y los valores de su pertenencia
identitaria.
Ese pronunciamiento reabrió el debate de la necesidad –o utilidad-
del reagrupamiento. Tomando distancia, pareciera que tal camino será
necesario –o útil- si fuera necesario profundizar el reclamo democrático
republicano, en una actitud que no puede agotarse en la confluencia, sino
que requiere ampliarse a partir de allí a todo el arco político. La democracia
necesita que todos los actores del país la abracen con sinceridad. El
radicalismo será imprescindible, aunque insuficiente. El triunfo mayor del
radicalismo sería ver en el mismo escenario constitucional, funcionando
limpiamente y sin deformaciones, a sus viejos rivales conservadores y
peronistas. Cuando ello ocurra, el país habrá entrado en el mundo moderno,
habrá soldado su unidad alrededor de la Constitución Nacional. En esta
tarea los tres son co-responsables. Si no lo hacen, los ciudadanos buscarán
–como lo están haciendo- otros cauces políticos.
Pero no agotará la demanda de los ciudadanos. Porque lo que sigue,
inmediatamente –y me atrevería a decir, paralelamente- es encarar la
agenda del nuevo siglo. Será un nuevo desafío, para cuyo éxito será
imprescindible despegarse de las “durezas ideológicas” del siglo XX. Los
nuevos desafíos reclaman nuevos tipos de alianzas, incluso de viejos
rivales. Y requieren elaborar marcos conceptuales adecuados, más en línea
con los debates que enfrenta el mundo global, del que la Argentina coma
parte aunque su dirigencia se resista a tomar nota. Pero la mayoría de los
argentinos lo saben: es una etapa de menos estructuras y más ciudadanos.
El radicalismo podrá ser útil en esta nueva etapa si levanta la mirada
a los años que vienen y prevé los desafíos que enfrentará el país en ese
mundo global: educación, ambiente, energía, articulación económica
adecuada al nuevo paradigma global, piso de inclusión social, desarrollo
científico-técnico, nuevas amenazas internacionales, delito global y
complicidades “glo-cales” que traen el infierno a la vida cotidiana de la
mano de las redes de tráfico de estupefacientes, armas, personas, lavado de
dinero y marcas falsificadas; participación en la “alta gerencia”
internacional –en cuyas puertas ya se encuentra Brasil, invitado periódico
al G 8-. Las respuestas a esos problemas no están en la Carta de
Avellaneda, como no lo están en las “Veinte Verdades Peronistas”, ni el
Manifiesto Comunista. Son nuevos problemas, propios del éxito de la
modernidad –no de su fracaso- que deben ser analizados desde la
“modernidad reflexiva”. La Coalición Cívica lo está entendiendo, al igual
que el Pro.
Si el radicalismo reduce su debate al limitado escenario de las
anécdotas, perderá su ventaja. Podrá discutir si es adecuado sancionar una
“amnistía” interna –que no dejará satisfechos ni a unos ni a otros, porque
todos están convencidos de haber actuado correctamente- o si “abre las
puertas” de la vieja estructura a Julio Cobos –como si a la sociedad le
interesara la vieja estructura... -. Perderá el tiempo y perderá la historia,
porque mientras tanto es probable que los ciudadanos busquen –y
seguramente encuentren- expresiones políticas nuevas, que no miren tanto
al siglo XX sino a las apasionantes posibilidades que se abren en el siglo
XXI.
Por el contrario, si el radicalismo sobre la base de la tolerancia
democrática republicana se proyecta en foro de debate, reflexión y
decisiones para esos nuevos problemas; si se convierte en un faro de luz y
atracción a quienes se sienten soldados de la democracia republicana e
ilumina el complicado escenario de los años que vienen; si se dedica a
articular sin sectarismo, cual columna vertebral, las distintas visiones del
pan-radicalismo y desde allí a confluir en un amplio consenso estratégico
con otros actores –nuevamente, como lo ha hecho en S.S. de Jujuy,
Bariloche, Río IV y Santa Rosa-; si actúa con la madurez de comprender
que el papel de una organización política sólo se legitima si le sirve a los
ciudadanos y a la sociedad, como lo ha hecho tantas veces en su historia,
entonces sí tendrá muchos años por delante de utilidad y servicio a los
argentinos y a la democracia.

Indice
Terminen con ese engendro...

Los episodios ocurridos en la última reunión del Consejo de la


Magistratura han llegado al límite de lo escatológico. Por impulso de la
senadora Conti se ha decidido dejar sin efecto un concurso para
designación de magistrados porque ninguno de los que obtuvo mejores
perfomances era cercano ideológicamente al gobierno. Difícilmente pueda
imaginarse un dislate de tal magnitud en una república democrática...
Poco queda de las reformas que ilusionaron a muchos demócratas en
1994.
El federalismo sigue inexistente, subordinado a la discrecionalidad
del poder central por la falta del dictado de la Ley de Coparticipación
Federal de Impuestos, que debió ser sancionada antes del 31 de diciembre
de 1996.
El “tercer senador por provincia”, destinado a garantizar pluralismo
en la representación federal, fue burlado con las divisiones artificiales del
partido mayoritario, para obtener tanto las representaciones mayoritarias
como las de la minoría.
La delegación legislativa, expresamente prohibida, se ha convertido
en una norma, alterando el equilibrio de relojería de mayorías relativas,
representación popular y representación provincial previsto en la
Constitución para la sanción de las leyes al igual que los decretos de
“necesidad y urgencia”, con su reglamentación amañada que permite que el
presidente y la mayoría simple de una Cámara sancione una ley válida.
La autonomía de la Capital Federal ha mejorado con la elección
directa de su Jefe de Gobierno, es impotente por la falta de policía, la
demora en la transferencia de la justicia, la ausencia de control de Personas
Jurídicas, la dependencia del gobierno central en la política de transporte
metropolitano y de grandes obras públicas y la ínfima coparticipación
impositiva.
El Jefe de Gabinete de Ministros, como “fusible” ante las crisis
políticas, no sólo fue inocuo para evitar la crisis política del 2001 sino que
se ha transformado en un engendro institucional desmarcado de control por
los superpoderes presupuestarios, que le permiten actuar discrecionalmente
sin control parlamentario. Sus informes al Congreso, sin admitir réplicas ni
abrir el debate, son inútiles. El verdadero jefe de la administración, por su
parte, no puede ser convocado al Congreso porque no tiene funciones
formales, aunque resida en Olivos.
El Ministerio Público “extra poder” ha sido subordinado al Poder
Ejecutivo, que ejerce sobre el cuerpo de fiscales un control estricto para
impulsar o evitar la causas según la conveniencia de la administración.
Y el Consejo de la Magistratura, por último, se ha convertido en una
especie de Comisariato político, a través del cuál el poder ejecutivo
mantiene atemorizado al poder judicial, con amenazas veladas de apertura
de procesos amañados y de filtros ideológico-partidistas para acceder a la
carrera judicial, como el demostrado días atrás por iniciativa de la Diputada
Conti.
De todos los dislates, el último mencionado es el peor para la salud
republicana. En los países en los que existe, el Consejo de la Magistratura
es la garantía de profesionalidad, calidad técnica e independencia de la
justicia y es indemne a cualquier intromisión política. A diferencia de la
Argentina –principalmente luego de la reforma impulsada por la entonces
Senadora Kirchner-, no incluye representantes políticos sino académicos,
magistrados y abogados. En la Argentina es una herramienta de control de
los jueces para garantizar impunidad y un comisariado ideológico para
asegurar la parcialidad en la aplicación de las leyes penales.
La reconstrucción del Estado de Derecho deberá incluir entre sus
capítulos más importantes terminar de una vez con este engendro y marchar
hacia la construcción de una justicia independiente, alejada de la
intromisión política y con garantía de inamovilidad.

Indice
Alto cinismo en tres dimensiones

“BUSH – Entregá al prófugo Antonini Wilson”, rezan los afiches


excelentemente impresos, pegados con profusión en la Capital Federal.
Como se recordará, el venezolano fue el portador de la valija con 800.000
dólares de contrabando destinados, según sus propias declaraciones, a la
campaña electoral de Cristina Kircher. Al día siguiente del episodio
aduanero, conocido de inmediato por el entonces presidente Kirchner y por
el entonces –y actual- ministro de Planificación Federal, el venezolano fue
invitado de honor a la Casa de Gobierno, asistiendo a reuniones en el Salón
Blanco con funcionarios nacionales.
Por supuesto, Antonini Wilson salió del país sin problemas. Y fue
detenido en Estados Unidos por cargos federales, al haber participado de
hechos delictivos cometidos en ese país, por los que está siendo juzgado.
En el transcurso de ese juicio salen todos los días a la luz nuevas
implicancias del vergonzoso episodio que embarra la política argentina en
un tribunal de justicia extranjero, con todos los medios de prensa del
mundo cubriéndolos. En un infantil ejercicio de cinismo, se ha tapizado la
Capital Federal con los afiches mencionados, como si el nivel intelectual de
la opinión pública argentina fuera tan rudimentario como la elaboración
intelectual de quien los planificó y ejecutó.
“Cecilia Pando: dónde está López”, dicen otros afiches, también
fijados en la Capital. Diversas opiniones pueden tenerse sobre la señora
Pando. Desde quienes la identifican con la vocera de uno de los bandos de
los años de plomo y defiende a quienes consideran criminales, hasta los que
la califican poco menos que heroína con tanta valentía como las mujeres
guerreras de la independencia. Sin embargo, hay un punto en que ambos,
por silencio o por acción, han coincidido: no tiene imputación por delito
alguno y su mayor falta, en todo caso, es la ausencia de mesura que, si
fuera delito, no la tendría sin embargo como la mayor culpable, ya que
sería precedida por el ex presidente cuyos exabruptos frente al atril
diabólico y en su tribuna partidaria frente al Congreso ha sido
sustancialmente más incendiaria e intolerante. Que se le pretenda imputar a
Cecilia Pando la desaparición de Julio Jorge López es otro infantil ejercicio
de cinismo, máxime teniendo en cuenta que no se han investigado las pistas
reiteradamente denunciadas por Christian Sanz que atribuyen al mismo
gobierno kirchnerista la responsabilidad de su desaparición.
“Mientras el primer mundo se desploma como una burbuja, los
argentinos seguimos firmes”, anunció en otra de sus frases de antología la
señora presidenta. No ha observado que la disolución a que hace referencia
no impide que miles de personas formen fila en todo el mundo para
comprar bonos del tesoro del gobierno norteamericano presidido por el
demonizado George W. Bush, a los que consideran la inversión más segura
aún en la gigantesca crisis –mientras que por estos pagos hacen cola, pero
para sacarse de encima con urgencia los bonos que ha emitido el gobierno
de su marido Nestor Kirchner y el suyo propio-; ni que mientras la tasa de
interés en Estados Unidos se mantiene en sus mínimos históricos sin que
por eso disminuya la demanda de bonos del tesoro, por estos pagos que ella
preside el “riesgo país” alcance los niveles de default, los más altos de todo
el mundo, a pesar de la autoasignada “fortaleza” cada vez más identificada
con un cuento chino; ni que la gente no busca el peso de la economía
“sólida” sino al contrario, huye hacia el dólar de la economía
presuntamente “disuelta”-. Es el tercer ejercicio de cinismo, expuesto con
la autosuficiencia que Morales Solá ha calificado de “inmodestia” en su
nota de La Nación para no usar la castiza y más propia definición de
“soberbia”.
La expresión presidencial, una vez más, ha caído en el mal gusto y la
falta de decoro para referirse a problemas que hoy se sienten en los
mercados financieros globales y sufren ciudadanos de otros países, pero
que inexorablemente llegarán al país –o mejor dicho, ya están llegando-. En
esa línea, no sería extraño que cuando la Argentina comience a sentir esos
efectos, el discurso cínico pase a culpar de la situación a lo que sucede en
el mundo, olvidando que durante los cinco años de auge provocados por la
economía global en crecimiento fueron muchas las voces –entre otras, la de
esta columna- que advirtieron una y otra vez sobre la irresponsable gestión
económica “K”, que de seguir en ese rumbo nos llevaría a una nueva crisis.
Ni Bush ni Cecilia Pando ni las petulantes sentencias presidenciales
podrán servirles entonces para ocultar su incapacidad de gobierno y los
catastróficos resultados para los argentinos.

Indice
Burbujas que se “derrumban”

“Por primera vez en la historia, una crisis no comienza en los países


emergentes”.
¿Quién dijo esto?
Quién más: ya se imaginan. La misma persona que dijo que
“Mientras el primer mundo se derrumba como una burbuja, la Argentina
sigue firme”... con el riesgo país llegando a niveles de default, los más altos
del mundo, y los inversores haciendo cola para desprenderse de bonos del
Estado argentino y para comprar bonos del tesoro del “derrumbado”
principal país del “primer mundo”.
Digo: ¿por qué no se calla? ¿Tan difícil le resulta no opinar de lo que
no sabe?
La primera burbuja estudiada comenzó en Holanda –el país “central”
de entonces- y es conocida como la “burbuja de los tulipanes”, en el siglo
XVII.
El tulipán era una flor no conocida en Europa, hasta que fue traída
del Asia por comerciantes de ultramar. Rápidamente apreciada, su valor
comenzó a ascender, hasta que en la década de 1630, todos enloquecieron.
Los precios ascendían sin parar. En 1635 cuarenta bulbos costaban 100.000
florines y un bulbo llegaba a venderse a 5500.
El precio subía y parecía que ese ascenso era infinito. La gente comenzó a
hacer inversión en tulipanes deshaciéndose de sus bienes básicos y se
produjeron hechos tragicómicos, como el de un marinero condenado a
prisión por haberse comido un bulbo accidentalmente.
Hasta que en 1637 ocurrió lo inevitable: los especuladores más
avispados detectaron signos de agotamiento del mercado (por primera vez
una colección exclusiva no encontró comprador) y comenzaron a vender.
Fueron inmediatamente seguidos por inversores más “informados”... y por
otros, y otros... hasta que el pánico se apoderó del país. Explotó la burbuja,
causando quebrantos que empobrecieron a muchos y enriquecieron a otros
y luego incluso de que el propio gobierno holandés dictara leyes para
atenuar las obligaciones contraídas entre privados, con decisiones tales
como que los contratos a futuro se resolverían con el pago del 10 % del
valor contratado –lo que por supuesto, no dejó conformes ni a vendedores
ni a compradores, unos porque debían resignarse a cobrar apenas el 10 %
de lo contratado y otros porque debían pagar la décima parte de lo acordado
por algo que ya no valía nada -.
La explosión de la burbuja dejó, como siempre ocurre, vencedores y
vencidos. Vencieron aquellos que se vendieron justo antes de la explosión,
acumulando grandes beneficios. Perdieron quienes habían liquidado su
patrimonio para especular con bulbos y al final se quedaron con tulipanes y
sin casa. Y perdió el país, que durante años se vió sumido en una
importante depresión económica.
Fue una burbuja también la “Gran depresión” de los años 30, con una
mecánica más cercana a la especulación financiera aunque no alejada de
decisiones que actuaron como los pases de magia de los “apredices de
bujos”, que intentan neutralizar fenómenos no demasiado alejados de las
fuerzas de la naturaleza. El resultado fueron diez años (la década del 30)
con graves consecuencias en todo el mundo, y la siembra de los
desequilibrios que abrieron paso a la Segunda Guerra Mundial.
Más cerca en el tiempo se dio la “burbuja inmobiliaria” de Japón, en
1990. Los argentinos la recordamos porque con la venta de nuestra sede
diplomática soñamos alguna vez contruir una nueva capital. Por supuesto,
estalló como todas, provocando, entre otras cosas el estancamiento por diez
años de la segunda economía del mundo.
Las tres “burbujas” mencionadas, las más grandes y estudiadas de la
historia, se originaron, justamente, en países del “centro” económico. Son,
además, las paradigmáticas.
Las burbujas son normalmente el resultado de una negociación
apoyada sólo en expectativas, sin base en la economía real, que ante la
imprevista toma de conciencia por parte de los inversores de su posible
estallido (ya que las burbujas no se “derrumban” sino que “estallan”),
generan una caída generalizada de los precios hasta su verdadero valor
provocando un shock o una depresión.
No es un fenómeno nuevo y no hay acuerdo total en la ciencia
económica sobre sus causas últimas, aunque sí en su naturaleza: es la
negociación de altos volúmenes a precios que difieren sustancialmente de
sus valores intrínsecos. ¿Cuáles son éstos? Pues los “fundamentales”, es
decir los que reflejan la real oferta y demanda del mercado.
La actual no escapa a esa definción y hay consenso en que su
naturaleza es la generación desmadrada de valores financieros virtuales sin
relación con su respaldo en la economía real, fenómeno que se incrementó
de manera exponencial luego de la “desregulación” del sector financiero
producido durante el gobierno de Clinton. Esa desregulación, unida a la
globalización sin reglas apropiadas, dejó a la naturaleza económica
funcionar libremente, sin la presencia de un adecuado marco normativo
global. Se produjo entonces, en pleno siglo XXI, lo que ocurriría en
cualquier orden si desaparecieran las normas y la realidad quedara librada a
los puros impulsos y lucha por la vida: la ley de la selva. Por ejemplo: si se
derogaran las normas civiles y penales, no existieran más los homicidios y
los robos como delitos, las viviendas no estuvieran protegidas por el
derecho de propiedad y su ocupación –o despojo- sólo respondiera a quien
fuera más fuerte.
El saldo de esta conmoción financiera no debería llevarnos a
regodearnos porque les tocó primero a otros, sino a comprender la
interrelación de los mercados globales frente a la insuficiencia de la
normativa económica planetaria. Una reflexión de estadista, pasada la crisis
–ya que durante ella es necesario actuar como Cincinato, enfocando los
esfuerzos para sortear sus consecuencias más dramáticas y limitar sus
daños y así lo están haciendo los países centrales liderados por Estados
Unidos- seguramente concluiría en la urgencia de normatizar más el
mundo. Esas normas protegerían más a todos y especialmente a los más
chicos. Una visión improvisada y corta, con la información y el rigor de
una sobremesa familiar, seguramente diría lo contrario –aunque
impostando la voz y alzando el dedito-: aislarse del escenario global. “Irse
a la estancia”, como el viejo chiste de la viuda rica consultada sobre su
actitud ante la eventualidad de que “llegue el comunismo”.

Indice
Lo que viene

¿Qué tuvieron en común Echeverría, Alberdi, Mitre y Sarmiento?


La historia nos cuenta de la temprana muerte del primero, antes del
derrumbe rosista, de la pelea entre Alberdi y Sarmiento –recordemos las
“cartas quillotanas”- y del enfrentamiento entre Sarmiento y Mitre –
distanciados por la sucesión presidencial del primero-.
Tuvieron en común, sin embargo, su indagación conceptual para
imaginar la agenda del país en la etapa siguiente a la autoritaria gestión de
Rosas, su acompañamiento a la gesta de Urquiza, su apasionamiento por
darle leyes a la Argentina. Fueron la generación quizás más proficua de
nuestra historia, la “Generación del 37”.
Estuvieron juntos en la época de lucha. Aún con matices diferentes,
los unía su visión de un país institucional, inserto en la economía global de
entonces, expandidas sus fronteras, incorporando lo mejor de la inteligencia
de entonces al desierto despoblado de las “Provincias Unidas”. Juntos
prepararon el terreno para la etapa siguiente, la que se abriría luego de la
gesta del Pronunciamiento.
Después, tuvieron expresiones políticas diferentes. Urquiza siguió
como exponente institucional del viejo “Partido Federal”. Echeverría, sin
llegar a palpar sus sueños –murió en enero de 1851-, dejó el legado de su
reclamo democrático. Alberdi diseñó las bases jurídicas y económicas del
nuevo Estado, al que imaginó trasplantado el aporte poblacional del viejo
mundo con su lema “Gobernar es poblar”. Mitre enfrentó a los
autonomistas más excluyentes de la política porteña, indiferentes ante la
suerte del país total y sostuvo su tesón nacional aún a costa de renunciar a
la exclusividad de las rentas de la aduana. Sarmiento fue el “loco de la
educación” con su otra obsesión: educar al soberano y mostró su mirada
hacia delante llevando a su presidencia como ministro nada menos que a un
viejo rosista, Dalmacio Vélez Sarsfield, a quien encargó la redacción del
Código Civil, piedra angular de la legislación del estado independiente.
La agenda de la segunda mitad del siglo XIX poco tenía que ver con
la de los cincuenta años anteriores. Ya estaba lograda la Independencia y
explicitado el programa del nuevo país con la Constitución. Las nuevas
demandas eran llenar ese espacio con instituciones, con gente, con trabajo,
con inversiones, con educación, con paz interior. Con sus diferentes
matices, fueron exitosos y abrieron las puertas a la segunda generación
constructora, la del 80. Allí, de nuevo Mitre, pero esta vez con Alem, con
Bernardo de Irigoyen, con Pellegrini, con el propio Roca, con Sáenz Peña,
encararon la nueva etapa: soldar el nuevo país cuya población se había
duplicado con seis millones de inmigrantes –de los cuáles, tres millones se
quedaron definitivamente en la Argentina-, lidiando con las consiguientes
reacciones naturales en las sociedades con tal magnitud de afluencia
externa, como se ve hoy en Europa. También fueron exitosos. Fue el medio
siglo –1880 a 1930- más exitoso de nuestra historia. Aunque al comenzar el
siglo XX ya estaba cambiando la agenda y con ella los agrupamientos
políticos.
Ya no era el tiempo de “autonomistas” y “nacionales”, de “roquistas”
y “mitristas” o “Cívicos”. Era el tiempo de la inclusión de los excluidos del
sistema político. Y el escenario se fue reorganizando: conservadores,
radicales, socialistas, demócrata progresistas. Los nuevos problemas: el
petróleo, los flujos de inversión en infraestructura, el relacionamiento
comercial externo enrarecido por la guerra, la naciente base industrial.
Hasta que la ruptura del 30 abrió un abismo en el entendimiento nacional,
que había sido mantenido aún entre rivales acérrimos, desde Urquiza
ayudando a la subsistencia de Rosas en el exilio, hasta Sáenz Peña,
reuniéndose con Yrigoyen para acordar la apertura electoral.
En el 30 se rompió la solidaridad nacional y con ella la idea de
pertenecer al mismo país común. Con la intolerancia empezó la decadencia,
que continúa hasta hoy mostrándonos como el país menos exitoso del
continente en estas casi ocho décadas. Ninguno ha tenido una perfomance
más negativa que la Argentina.
Hace un cuarto de siglo comenzamos el reencuentro, con la
recuperación democrática y las bases de convivencia construidas con no
pocos esfuerzos por todos los argentinos, bajo el liderazgo de una serie
constitucional que inició Raúl Alfonsín. Esa etapa ha soportado momentos
críticos, pero el saldo ha sido la vocación democrática instalada en la
opinión pública con una fuerza que no había tenido nunca. Cierto es que los
críticos episodios del 2001 vaciaron de contenido esa democracia y un
liderazgo sectario en lo que va del siglo ha pretendido sembrar cizañas de
discordia.
Sin embargo, hoy parece notarse en la opinión pública un nuevo
movimiento tectónico, del que venimos hablando en esta columna en los
últimos meses. Se trata de un movimiento subterráneo de la opinión
pública, en dos direcciones: la primera, hacia el cumplimiento de la agenda
pendiente del programa modernizador de la Constitución –democracia,
estado de derecho, transparencia, subordinación del poder a los ciudadanos,
independencia de la justicia, libertad de prensa, libertades cívicas, igualdad
ante la ley-; y la segunda, hacia otra nueva agenda, la del siglo XXI,
crecientemente global: una nueva imbricación económica con los circuitos
mundiales de comercio, inversiones, tecnologías y finanzas, la
reformulación energética ante la inminencia del fin del petróleo, el combate
a la violencia sistémica que convierte la vida cotidiana en un infierno, y a
todas sus complicidades escalonadas –globales, nacionales, locales,-; el
adiestramiento para las nuevas formas de trabajo y de empresa, la
construcción definitiva del piso de ciudadanía para erradicar la exclusión.
Este movimiento atraviesa todas las expresiones políticas, desde el
Pro y la Coalición Cívica hasta las viejas fuerzas partidarias del siglo XX,
como el radicalismo y el propio peronismo. Los argentinos tienen cada vez
más en claro la necesidad de terminar de marcar “los límites del poder” y la
defensa de su autonomía, y a la vez, de exigir a ese poder una nueva
vinculación con los ciudadanos, para que les sirva en las tareas gigantescas
que le presenta el nuevo escenario mundial y privilegiarán las fuerzas
políticas con mayor capacidad de diálogo, de generación de consensos, de
apertura intelectual y capacidad de adaptación a las nuevas formas de
política y de liderazgo. Las que no se adapten, serán historia –como lo
fueron el alsinismo o el roquismo, entrado el siglo XX-.
Lo que viene, una vez superada la “pesadilla K”, será una Argentina
cosmopolita, plural, democrática, pujante. Estará asentada en consensos
que se están gestando en las nuevas generaciones dirigentes, así como lo
hicieron los exilados de la “Generación del 37”, cuyas reflexiones
prepararon la Constitución. No mostrará unanimidades, como no la
mostraron los próceres de la organización nacional que, una vez lograda,
discutieron con firmeza sobre sus matices diferentes. Pero tendrá, como
entonces, una coincidencia sólida sobre las bases de la nueva etapa en las
que va coincidiendo cada vez más, aún a pesar de los estertores
personalistas de algunas de sus conducciones más encumbradas.
Imaginar esa Argentina, aún a riesgo de “escapar hacia adelante”,
ayuda a soportar este purgatorio. Sabemos que tendrá fin y eso alienta,
incluso para reforzar nuestro compromiso de seguir predicando, sembrando
tolerancia, acercando posiciones, reforzando consensos entre todos los
compatriotas que siguen soñando con una Argentina abierta y democrática,
pujante y solidaria.
A diferencia de lo que ha estado ocurriendo en estos últimos años,
sentimos que el futuro es apasionante. Y eso entusiasma.

Indice
El gobierno y los modelos

“Estos gringos van a terminar


pidiéndonos a nosotros la receta de nuestro modelo económico...”

No son sólo Néstor Kirchner y su esposa los hipnotizados por la idea


de un modelo. Lo hemos visto otras veces, las más originadas en algunos
economistas más cercanos a los números y las fórmulas que a la vida real
del país y del mundo. ¡Tantos tuvieron su “modelo” en la historia reciente!
¡Tantos elaboraron construcciones teóricas que respondían cabalmente al
sistema de ideas y conceptos que relacionaban entre sí hasta conformar un
maravilloso mecanismo lógico que se probaba a sí mismo!
“Platonismo” llaman algunos a esa deformación intelectual de
pretender interpretar el mundo sobre la base de conceptos puros, olvidando
que éstos son sólo abstracciones cuya fuerza epistemológica deriva de su
verdadera capacidad de reflejar el mundo real. Porque –no lo debemos
olvidar- tanto gobierno, como economía, como política, tratan del mundo
integrado por nosotros, imperfectos seres humanos con conductas y
pensamientos imposibles de homogeneizar en el concepto platónico de la
“idea-hombre” o de ser comprendidos identificándonos con la simple y
matemática belleza de un número.
La realidad, esa inagotable fuente generadora de hechos y cosas, esa
caprichosa productora de procesos y crisis, vuelve por sus fueros cada vez
que el platonismo pretende encasillarla en los –al fin..- siempre toscos
edificios conceptuales. No porque éstos no reflejen también admirables
esfuerzos de comprensión, sino porque las infinitas probabilidades que
aquella ofrece convierte en inútiles los pronósticos más ajustados que
generen los pensadores que la han intelectualizado, separando esa realidad
en pedazos arbitrarios de análisis y generando con ellos conceptos
difícilmente abarcativos de las propiedades diversas de esa realidad.
Lo pasado, puede estudiarse. El futuro, está abierto y es
impredecible. No cabe en un “modelo”. Lo hacemos los seres humanos con
nuestra acción, libre y des-alineada de cualquier pretensión homogénea.
Si el fenómeno se da en las ciencias naturales, en la vida social se
potencia. La libertad de decisión inherente a la capacidad de pensar –
intrínseca en la condición humana- hace inabarcable una descripción que
deba tener en cuenta toda la realidad. En una metáfora borgiana –como la
del mapa que refleje en forma total y absoluta el territorio que represente-,
es imposible conocer lo que decidirán personas y grupos tan diversos y –
relativamente- autónomos en sus decisiones como un directorio financiero
de un mega-banco en Wall Street, un grupo de guerrilleros en la selva
colombiana, los miembros del Comité Central del Partido Comunista de
China, los integrantes del Banco Central Europeo, la dirección de Al Qaeda
en una cueva afgana, militares en una sala de situación del Pentágono, un
“ayatollah” iraní con influencia en el gobierno de un país con poder nuclear
en el centro de la mayor reserva petrolera del mundo, y tantos, tantos
otros... por ejemplo, en las reflexiones íntimas de un Vicepresidente que
debe desempatar una votación clave.
Frente a esa incertidumbre, que puede provocar hechos que cambien
el mundo en un día como la caída del muro en Berlín, el atentado a las
torres gemelas, la desbordada creación de valores “simbólicos” haciendo
crecer la riqueza “virtual” a valores que tienden al infinito (olvidando la
vieja definición de la economía como “la ciencia de la escasez”), el
resurgimiento de la tensión militar internacional, o dé vuelta totalmente el
escenario político y muchos otros imprevistos... ¿cómo hablar de “modelo”
como si se tratara de las instrucciones de armado de un mecano?
La edificación intelectual y el autoconvencimiento en la validez de
un “modelo” actúa muchas veces como una muleta que ayuda a soportar
una discapacidad, sea una propia del natural limitado entendimiento
humano, sea el reflejo de una limitación sicológica, la de resistirse a
entender la vitalidad asombrosa de la realidad en un vano intento de
aprehender la historia y fijar su rumbo.
Por supuesto que la ciencia trabaja por desentrañar esa realidad, su
esencia, sus reglas, sus correlaciones. En esa tarea, elabora “modelos”
interpretativos que, sin embargo, son siempre provisorios, abiertos a la
reelaboración, transitorios y válidos “hacia atrás”. Serán superados por
nuevos hechos descubiertos que muestren su error, por nuevos “modelos”
que lo integren, por nuevas fronteras del conocimiento.
En todo caso, pretender aplicarlos a la política y “hacia delante”
conlleva un riesgo, alertado por Blaise Pascal hace tres siglos: confundir
los órdenes, y caer, sin pretenderlo, en la “tiranía”, que no es otra cosa que
aspirar al dominio de todos ellos olvidando que al poder sólo le está
reservado dictar normas legales en los marcos y límites que lo permiten los
procedimientos constitucionales, guiados por el objetivo de la justicia, cuya
definición, variable desde siempre según las realidades sociales, religiosas,
culturales y tecnológicas, pertenece al campo de la moral, que fija el “
bien” y el “mal”. La que –conviene recordarlo- es también variable, según
las épocas...
El “modelo” que permite la democracia a los gobiernos es sólo el del
“procedimiento” y está estampado en la Constitución. Los demás objetivos,
siempre limitados, parciales y cambiantes, deben responder a sus
respectivos “órdenes”, cada uno de los cuales integra propiedades apoyadas
en la antropología -inmodificable en los plazos previsibles- de los seres
humanos. Olvidarlo llevará a la “tiranía” y fatalmente generará las
tensiones que también nos muestra la experiencia, no sólo de la humanidad
sino de nuestra propia convivencia, cuando en nombre de sucesivos
“modelos” se ha intentado expropiar a los seres humanos su libertad de
decisión. Porque si ello ocurre, ésta, caprichosa e inexorablemente, vuelve
por sus fueros y a veces, de muy mala manera.
En el mundo, esto se sabe hace mucho. Es improbable que alguien
pida la receta para volver a ensayar fracasos conocidos.

Indice
Calidad institucional

En las postrimerías de la gestión de Néstor Kirchner, el balance de la


opinión pública para la evaluación presidencial mostraba claroscuros, más
de los que le hubiera gustado al autor que desde el comienzo desconfió de
los peligrosos antecedentes políticos institucionales del patagónico, pero
sin dudas conjugaba un mix de aciertos –recuperación de la autoridad
presidencial, cierta disciplina macroeconómica, atisbos de renovación en el
peronismo- con un claro déficit: el retroceso en la calidad institucional.
El reclamo mayor hacia el gobierno, sobre mediados del año pasado,
no era tanto la inflación –que recién se insinuaba-, ni la desocupación –que
venía en descenso-, sino el creciente hastío con un estilo de gobierno que
privilegiaba la confrontación e impedía la generación de consensos
estratégicos, llave de oro de calquier lanzamiento sólido hacia un período
de crecimiento de largo plazo.
Las causas de tal estilo fueron evaluadas por la ciudadanía no tanto
como el necesario método de construcción política para un proyecto que no
podía confesar abiertamente sus objetivos cleptómanos, como el necesario
ejercicio de facultades excepcionales para encarrilar una situación nacional
evidentemente desmadrada.
En aquellos tiempos, desde esta columna marcábamos la disyuntiva:
el kirchnerismo debería elegir –y mostraría a los demás...- si Néstor
Kirchner era el saludable Cincinato del siglo XXI, que una vez cumplida su
tarea se retiraba a su granja mientras la República retomaba su ritmo de
normalidad, o si –como lo suponía el autor- el autoritarismo formaba parte
de la esencia de un proyecto político para el que el bienestar de la
población, los derechos de los ciudadanos y el éxito nacional no forman
parte de la agenda.
En ese contexto, la articulación de la fórmula presidencial dejaba
abiertos ambos caminos, y en realidad no terminaba de disipar la incógnita.
Para los incrédulos por naturaleza –entre los que me contaba- CK
proyectaba un escalón superior de soberbia, la más peligrosa de todas: la de
quien sin saber, cree que sabe. Pero para muchos argentinos expresaba la
modernización política, el ejercicio del poder con mayor decoro y el paso
hacia la normalidad que el propio Néstor Kirchner exaltó al repetir en
varias oportunidades la “calidad institucional” que significaría el nuevo
período, el de Cristina.
La figura de Cobos integraba ese mensaje. Emergido de un exitoso
radicalismo mendocino, su aporte a la “Concertación Plural” ayudó a
configurar la oferta electoral del oficialismo ante una opción del
radicalismo tradicional que, al encolumnarse tras la figura de otro –
prestigioso- justicialista, restaba nitidez a su alternativa. El sentimiento
tradicional de las clases medias argentinas, verdadero “field” de la balanza
social nacional, se dividió en una tensión entre quienes prefirieron creer,
forzando su optimismo, en la honestidad del discurso oficialista, y quienes,
prevenidos contra él, tampoco se encontraban cómodos en la alternativa
que le ofrecía la formalidad del viejo partido. Muchos de esos votantes se
“desgranaron” hacia la Coalición Cívica, sin confiar en ninguna de ambas
propuestas.
La fórmula de la Concertación Plural ganó con un mensaje
sintetizado en el excelente corto publicitario de su cierre de campaña, en el
que toda la historia argentina, con los próceres paradigmáticos de las
diferentes corrientes de opinión, se conjugaban con los hombres y mujeres
que, en toda al geografía del país, trabajan cotidianamente por su futuro.
“Cristina, Cobos y vos”, era el lema. Fue el lema que ganó –aunque, bueno
es recordarlo, sin romper ningún récord, sin “que le sobrara nada”...
Empezó el gobierno, y en lugar de mejorar las cosas empeoraron. La
reiteración de los superpoderes fue el primer hito, que en un gesto de
magna hipocresía la recién llegada dejó promulgarse por el transcurso del
tiempo, como si el país fuera un Jardín de Infantes que no supiera leer
gestos y actitudes. Y luego, Antonini, el ataque a la justicia norteamericana
por descubrir el delito en lugar de ayudarla a “zafar”, el papelón de Néstor
en la selva colombiana, el papelón presidencial en la Cumbre Presidencial
que trató el conflicto entre Colombia, Venezuela y Ecuador, y de ahí en
más, la debacle.
La vocación cleptómana renació con toda su fuerza ante el intento de
imposición de las retenciones móviles, que resistida al comienzo por el
campo concitó la oposición de gran parte del electorado de “Cristina,
Cobos y vos”. No sería aventurado afirmar que en esa batalla primero se
fue “vos”, y luego se fue Cobos.
El paso fue casi natural. Había sido convocado para una
“concertación plural”, y a los cinco meses de gestión se lo pretendía
arrastrar a un “divisionismo sectario”, teñido de invocaciones a hechos
trágicos del pasado. Los alaridos del ex presidente imputando a los
opositores de reproducir los “grupos de tareas” del proceso y hasta los
“Comandos Civiles” de 1955, no fueron un exabrupto aislado: fueron
avalados por diferentes intervenciones de la propia nueva mandataria en
varios discursos en los que achacó a quienes no se dejaban robar de
conformar “piquetes de la abundancia” y tener “proyectos destituyentes”.
La claque clientelizada, los escribidores de la izquierda esclerosada
añorante de la guerra fría y los socios en el proyecto cleptómano se
abroquelaron en una cáscara de dogmatismo y exclusión que ya nada tenía
que ver con la propuesta electoral y mucho menos con el aporte que a esa
propuesta hiciera la historia, valores y convicciones del Vicepresidente.
Hoy ya la situación está institucionalmente tanto o más desmadrada
que al comienzo de la gestión kirchnerista. El oficialismo se ha convertido
en un conglomerado muy cercano a una asociación ilícita, para la que no
existen límites constitucionales ni legales. El hecho de que las palabras
“democracia” y “estado de derecho” hayan estado ausente de los discursos
oficiales en estos años es sólo un muestra. La violencia cotidiana cada vez
más insoportable y los descubiertos vínculos del narcotráfico con el
financiamiento de la campaña electoral presidencial agregan su nota de
dramatismo.
La recreación del clima de enfrentamiento de los años de plomo
ensañándose con una de las partes del conflicto violento, mientras se apaña
cínicamente a la otra y se oculta pragmáticamente a quienes
desencadenaron el proceso con atentados criminales y aún a quienes
firmaron los decretos –de un gobierno constitucional- que ordenó la
aniquilación del terrorismo, busca polarizar falsamente a la sociedad para
construir un discurso plagado de intolerancia. El insolente destrato al
vicepresidente Cobos –electo, en todo caso, por los mismos argentinos que
votaron a la presidenta- por parte de funcionarios sin estilo ni escrúpulos,
nada más que porque ha tratado de cumplir su compromiso electoral,
avanza en la misma línea.
Y el sólo anuncio del propósito de confiscar los aportes previsionales
de quienes, protegidos por la ley y la Constitución, optaron por el sistema
de capitalización y son propietarios exclusivos de sus aportes, abre la
peligrosa compuerta de la ruptura definitiva del estado de derecho y del
propio pacto constitucional. En efecto: si los ciudadanos no tienen la
protección del Estado para defender sus derechos, nada les impedirá
defenderlos por sí mismos. Néstor y Cristina habrían logrado, al frente de
una verdadera asociación ilícita, llevar al país a una situación anterior a la
sanción de la propia Constitución Nacional, abriendo la puerta no ya a la
institucionalidad con calidad sino a la más pura y violenta ley de la selva.
Hace unos meses, también desde esta columna, exhortábamos a la
presidenta a una reacción. Repetimos ahora la misma exhortación, aunque
–parafraseando a Almafuerte: “cada incurable tiene cura cinco segundos
antes...”-, cada vez queden menos esperanzas de que se encuentre en
voluntad y condiciones de hacerlo.

Indice
El gran robo

Artículo 17, Constitución Nacional: “La propiedad es inviolable, y ningun


habitante de la Nacion puede ser privado de ella, sino en virtud de
sentencia fundada en ley. La expropiacion por causa de utilidad publica,
debe ser calificada por ley y previamente indemnizada....”

Artículo 82, ley 24241: “El fondo de jubilaciones y pensiones es un


patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y
que pertenece a los afiliados...”

Ni la ley ni la Constitución dejan dudas: las cuotas partes de cada


afiliado a una AFJP no es del gobierno, ni de las administradoras: es un
derecho de propiedad de los aportantes, que han decidido confiarlo a
instituciones especializadas a fin de preservarlos del saqueo de
administraciones públicas inescrupulosas. Están respaldadas por la
Constitución Nacional, la que sólo permite privar de la propiedad luego de
una declaración de utilidad pública, y a cambio de una indemnización que
debe ser previa al desapoderamiento, y por una ley de la Nación.
Por supuesto, la confiscación –la apropiación sin indemnización,
como sería el caso actual- no está prevista en la Constitución. En todo caso,
está expresamente prohibida en el artículo 17 de la carta magna.
El intento de confiscación expresada por la presidenta Cristina
Kirchner y el Admnistrador de la ANSES, Sr. Amado Bidou, enfrenta en
forma clara, sin duda alguna, una manda constitucional, al apropiarse en
forma ilegal de una propiedad que no les pertenece. Y si se diera el caso de
que los legisladores sancionaran la ley como lo reclama el Poder Ejecutivo,
serían autores, junto a los dos primeros y los ministros que firmen tal
proyecto, de varios delitos: contra la propiedad –artículo 173, incs. 2 y 7 - y
violación de deberes –artículo 248-, del Código Penal. Ello sin contar que,
según lo estipula el Código Civil –artículo 1112- serán también civilmente
responsables, con sus patrimonios, del daño que cause su acción u omisión-
El intento de saqueo del ahorro privado jubilatorio no tiene parangón
en la historia económica argentina, ni siquiera el congelamiento de los
depósitos o su transformación forzada en una conversión artificial ocurrida
en el 2002, luego fuertemente atenuada por las decisiones judiciales. Se
trata del mayor robo de la historia, en el que el aparato del Estado despoja a
sus legítimos propietarios de una suma global o “botín” de Cien mil
millones de pesos, de los que podrá disoner a su total discrecionalidad
mediante el diseño de una normativa de gasto público que, también en
forma ilegal, ignora las formas y controles establecidos por la propia
Constitución.
Podrán posiblemente concretarla: han construido un esquema de
poder al margen de las normas que, con las debidas complicidades, lo hará
posible. Lo que está claro es que el delito no quedará impune, porque son
demasiados los damnificados –más de tres millones y medio- que
mantendrán estampada en su memoria el recuerdo del saqueo, para insistir
una y otra vez en los próximos años, cuando la justicia haya recuperado su
independencia, la sanción civil y penal de los culpables –funcionarios y
legisladores que apoyen la medida-, que deberán responder con su
patrimonio personal y con su responsabilidad penal el daño causado.
El argumento para justificar el saqueo es infantil: la necesidad de
intervencíon estatal ante la pérdida del 2,5 % que ha sufrido el patrimonio
administrado por las AFJP. Se oculta que un componente fundamental de
esa pérdida ha sido la inversión forzada a la que fueron obligadas por
sucesivos gobiernos en bonos públicos inexorablemente devaluados y la
quita de más del 65 % que sufrieron al ser identificados con los “acreedores
externos” del país, a pesar de tratarse del ahorro jubilatorio de millones de
argentinos. La comparación con la caída de valor de los bonos públicos,
por su parte –se cotizan hoy a apenas el 60 % de su valor- recuerda, a su
vez, que no sólo las compras forzadas de esos bonos por el monto de la
deuda “reducida”, sino que además la pérdida de valor de esos bonos
golpeó en forma decisiva la propia rentabilidad de los ahorros
previsionales, por causa de decisiones públicas.
Pretender que el Estado, cuyos títulos han perdido casi el 50 % de su
valor, será mejor custodio de esos ahorros previsionales que las AFJP, es
otra burla a la inteligencia y al sentido común de los argentinos. La obvia
consecuencia será el incremento de la evasión, ya que obviamente luego de
este nuevo ejemplo de vocación cleptómana, quedó claro que la perspectiva
jubilatoria es tan virtual y difusa como los argumentos presidenciales.
El propio “lapsus linguae” de la presidenta Kirchner en Formosa,
cuando invocó motivos de “solidaridad”, indica que en realidad no se
piensa en los aportantes, sino en el botín que se les confiscará para utilizar
en el jubileo electoral del año próximo y en el festival de subsidios a
empresarios, socios y amigos. A esos aportantes se les pide “solidaridad”
para que se dejen robar sin protestar.
Los voceros a sueldo, economistas abonados a las burocracias
sindicales y socios del saqueo seguramente saldrán a respaldar el cambio,
sin importarle los derechos que afecta. Total, son fondos que no son suyos.
Son aquellos para los cuales el marco legal no es más que un componente
fungible de sus devaneos intelectuales y de ninguna manera el sólido
soporte de la convivencia. Avalarán el dislate, y luego, cuando cambien los
patrones, cambiarán de opinión.
Para quienes soñamos con una Argentina exitosa en el mundo global,
libre y abierta, solidaria sobre la base de su propio esfuerzo, será un golpe
duro que nos obligará a renovar esfuerzos para la recuperación del estado
de derecho, la vigencia de la Constitución Nacional y los derechos de los
ciudadanos.

Indice
Gobierno K

El irresistible atractivo de “transferir”...

¿Se trata de argumentar? ¿Es necesario –incluso, útil- seguir


desgranando argumentos que muestran la patética sinrazón de la iniciativa
oficialista de apropiación de los ahorros previsionales? ¿O se trata de
tiempo perdido, que debe volcarse a la resistencia política al despropósito?
A una semana de iniciado el “efecto Cristina” que contribuyó
alegremente a agravar una crisis mundial que todo el resto del mundo trata
de corregir, los argentinos comienzan a salir de su shock. Cabe en este
punto reconocer un mérito: la pareja cleptomana ha superado la
imaginación más creativa. No es sencillo generar sorpresa en nuestro país,
luego de tantas experiencias traumáticas. Sin embargo, lo han logrado.
Pero los argentinos están despertando, como se nota en el
crecimiento exponencial de la participación en Facebook y otras redes
sociales, articulando argumentos y acciones para resistir el despojo. A estar
por esta conmoción que se nota en el mundo virtual, en poco tiempo el
“mundo real” se pondrá realmente interesante. Este movimiento aún no
expresa a los más shockeados, compatriotas de mediana edad no demasiado
duchos en el manejo de las herramientas virtuales pero tan o más
indignados que los jóvenes traicionados en su confianza y sus derechos,
que seguramente profundizarán su contacto y articularán sus acciones en
los próximos días.
La sedución por “transferir” del matrimonio K parece no tener
límites. La lectura del artículo 7 de su proyecto (“Transfiérense en especie
a la ADMINISTRACION NACIONAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL los
recursos que integran las cuentas de capitalización individual de los
afiliados al Régimen de Capitalización del Sistema Integrado de
Jubilaciones y Pensiones previsto en la Ley N° 24.241 y sus
modificatorias..”) deja abiertas todas las incógnitas.
Si de “transferir” se trata, mañana podríamos encontrarnos con otras
leyes, que esta vez ordenaran “transferir” a la administración nacional los
saldos positivos en cuenta corriente que existan en los bancos. O los saldos
de depósitos a plazo fijo. O los títulos accionarios o valores depositados en
bancos o Cajas de Seguridad. O –si se les despertara el atractivo por las
operaciones inmobiliarias para las que al parecer son tan afectos en sus
pagos- transferir al Ministerio de Infraestructura los títulos de propiedad de
los edificios financiados con fideicomisos.... En realidad, no habría ninguna
diferencia jurídica entre todas estas hipotéticas transferencias: son todos
bienes ajenos “protegidos” por el derecho de propiedad del mismo valor
legal y con la misma fuerza jurídica que los depósitos previsionales
privados, que según el artículo 82, ley 24241, con la sobriedad de las leyes
normales dispone que “El fondo de jubilaciones y pensiones es un
patrimonio independiente y distinto del patrimonio de la administradora y
que pertenece a los afiliados...” En realidad, la administración K cumple el
sueño de Al Capone: poder “transferir” a su patrimonio por su propia
decisión, lo que se le ocurra que integre el patrimonio ajeno.
Se podría argumentar que en este caso se trata de una transferencia al
Estado. ¿Y? ¿El Estado puede “transferirse” lo que se le ocurra a quien
gobierne, sacándoselo a sus propietarios a pesar de su protección
constitucional? ¿Puede pretenderse seriamente que eso es posible en un
“estado de derecho”? ¿o le queda mejor el rótulo de “estado delincuente”,
gobernado por una asociación ilícita a cuyo frente los remedos de “Bonnie
and Clyde” han diseñado un mecanismo de saqueo pasando por encima de
todos los controles y reglamentos para apropiarse del propio patrimonio
público? ¿No lo hicieron con las tierras públicas de Calafate? ¿No lo
hicieron con el negociado de Skanska? ¿No lo hicieron con los fondos de
Santa Cruz? ¿No lo hicieron con las comisiones en los gasoductos y
autopistas? ¿No lo hicieron –y lo hacen- con bolsos de dinero recaudados
en diferentes actos administrativos con una displicencia tal que hasta se
olvidan de parte del botín en los baños de los Ministerios? ¿No están
anunciando que hasta designarán directores en las empresas en las que se
han invertido los ahorros previsionales, llegando a una estatización
generalizada de la economía sin poner un peso sino, al contrario,
apropiándose brutal y delictivamente de esas inversiones? ¡ni Chaves se
animó a tanto!
“Las comisiones eran altas”, dicen. Otra vez: ¿Y? ¿No acaban de
sancionar hace menos de un año una ley que ponía un techo a esas
comisiones? ¿Por qué no comparan esas comisiones con los aportes
sindicales? O será porque no quieren mostrar que por un sueldo de $ 1.000
la comisión por la administración del capital previsional generado es de $
10, mientras que el aporte sindical –destinado a enriquecer a otros vivos- es
de $ 25? ¡25 a 10! ¡cómo no va a apoyar Moyano y la burocracia sindical el
nuevo saqueo, si ya le prometen sillones en la Comisión que “administrará”
esos fondos!
¿Que estarán más seguros esos fondos en la ANSES? ¿seguros para
quién? ¿Por qué no recuerdan los casi dos millones de juicios en que la
ANSES es demandada por no cumplir con sus obligaciones legales? ¿Por
qué no confiesan los miles de casos de sentencias condenatorias de la
ANSES obtenidas por ciudadanos cuyos beneficios han debido ser
reclamados en la justicia, que no se pagan a pesar de adeudarse en algunos
casos por más de diez años? ¿Por qué no recuerdan el saqueo a que es
sometida la ANSES mes tras mes, para financiar los dislates
presidenciales?¿Cómo puede una persona que habla de corrido repetir tal
rosario de falsedades, mentiras y sandeces?
“La rentabilidad era mínima” repiten, sin sonrojarse y en el mejor
ejercicio de cinismo. Sin embargo, recordemos la historia: pesificación
forzosa en el 2002, canje de deuda que les arrebató el 65 % de las
acreencias al considerar a los ahorristas previsionales “acreedores
externos” y en consecuencia meterlos en el paquete de la estafa realizada a
los ahorristas de todo el mundo en el 2005, obligación de compra forzada
de títulos públicos sin valor desde el 2006, repatriación obligatoria de
inversiones realizadas en economías exitosas en el 2007.... y aún así, llegar
un 13,5 % de rentabilidad anual acumulada... Pero además ¿qué le importa
al Estado, aún si así fuera, si se trata de una decisión libre de los dueños del
ahorro? El propio sistema actual permite que a quien no le guste ese
mecanismo, se incorpore al sistema estatal pleno...
Sin embargo, pocos lugares han existido en estos años en que la
capacidad de inversión de los gestores de patrimonio hayan podido ser más
exitosos, neutralizando todos esos saqueos públicos con inversiones que, a
la vez, ayudaron a desarrollar la economía financiando fideicomisos que
permitieron el crédito de consumo, de artículos del hogar y de tarjetas de
crédito para hogares populares, del boom de la construcción, de proyectos
forestales y hasta de la inversión agropecuaria y la capitalización de
empresas nacionales. Todo el crédito nacional quedaría, de aprobarse este
dislate, en la absoluta discrecionalidad de un desequilibrado.
La lucha comenzó. Despertando del shock, los argentinos han
empezado a organizarse. Los próximos días dirán si los ladrones son sólo
dos, o si se integran a la banda también los legisladores oficialistas y
asociados, cuyos nombres serán cuidadosamente escrutados para volcar
sobre ellos la responsabilidad penal –arts. 173 inc. 11 y 12, y art. 248 del
Código Penal- y la responsabilidad civil –arts. 1109, 1112 y ccs. del
Código Civil- a las que inexorablemente tendrán que hacer frente con su
libertad personal y con sus respectivos patrimonios. Ello ocurrirá apenas
termine la pesadilla K y la justicia se libere de las presiones y amenazas.
No falta mucho.

Indice
El día después

En el denso e interesante debate desatado sobre la crisis global, es


curioso ver a casi todos dedicarse al esfuerzo –inutil- de predecir su rumbo,
similar a la intención de prever el desarrollo detallado de un terremoto, una
inundación o un temporal. Ello es así porque el estallido de las burbujas es
uno de los fenómenos económicos que más se acerca a las fuerzas
desatadas de la naturaleza. Luego de pasado, y aquietadas las aguas,
seguramente se podrá analizar –como ha ocurrido con cada una de las crisis
anteriores- por qué se produjeron, cómo se incubaron y cómo se
desencadenaron. Pero mientras dure, la actitud frente al torrente no puede
ser otra que hacer lo posible para neutralizar o achicar los daños, en la
conciencia de que es ingenuo pretender conducirla o terminar con ella
desde la política.
La crisis se extenderá lo que se extienda, llegará hasta donde llegue,
y terminará... cuando termine.
Sin embargo, al igual que con los fenómenos naturales, es posible
tratar de imaginar lo que quedará luego. Para esa predicción no es tan
importante la crisis en sí, como los cimientos más sólidos de la realidad que
la ha sufrido, aquellos que previsiblemente permanecerán cuando llegue la
tranquilidad.
Frente a esta situación, las predicciones han marchado en tres
rumbos:
1.La opinión de los autoexcluidos del mundo global (el chavismo, el
indigenismo, el fundamentalismo iraní, la izquierda esclerosada o
nostálgica de la guerra fría), quienes sostienen que la crisis significa el
fin del capitalismo, de la globalización, de la libertad de mercados y de
la preeminencia de los Estados Unidos como superpotencia. No hay
explicitaciones sobre las características del nuevo orden sobreviviente.
2.La de los fundamentalistas del libre mercado, que identifican la crisis
con la “destrucción creativa” schumpeteriana, afirmando que una vez
limpiado el terreno de todo lo que “no servía” volverá a florecer el
capitalismo glorioso para protagonizar una nueva etapa de crecimiento,
con la bandera de las barras y estrellas al frente de un desfile triunfal
sobre los restos del mundo.
3.La de los pensadores menos atados al dogmatismo ideológico, la
izquierda y el centro o derecha modernos y plurales, quienes en una
posición intermedia sostienen que el mundo económico que quedará
luego de la crisis recomenzará con demandas normativas globales hacia
el sector financiero que pongan límites a la creación de riqueza virtual
con normas internacionales similares a las que tienen los países en sus
sistemas financieros internos y en los espacios regulados de sus
relaciones financieras externas, y que no afectará en lo sustancial el
equilibrio relativo de poder y de dimensión económica existente antes
de la crisis.
En lo personal, mi intuición sobre el día después oscila entre la segunda
y la tercera de estas predicciones, con el corazón más cerca de la tercera
pero el razonamiento acercándome a la segunda. Con independencia de sus
causas puntuales, la crisis financiera actual no es diferente en su esencia y
dinámica a todas las burbujas que la economía ha tenido desde la primera
estudiada, la de los tulipanes, en la holanda del siglo XVII: crecimiento de
valor de determinados activos por encima de sus “fundamentos” –o sea, la
oferta y la demanda natural de esos valores- junto a la evaluación del costo
de oportunidad de personas que ven la chance de una rentabilidad
extraordinaria montada en ese crecimiento, hasta que alguno se da cuenta,
comienza a vender, y la burbuja de pincha. O como diríamos en la
Argentina oficial, “se derrumba”.
Nada se puede hacer para parar ese derrumbe. Sólo esperar que termine
y paliar los daños de los más necesitados.
Luego de las crisis, queda lo que queda.
¿Qué quedará en ésta?
El derrumbe de la economía “simbólica” no será fatal para las fuerzas
productivas que saldrán previsiblemente indemnes para superar la recesión
–como lo vimos en la Argentina después de la crisis financiera del
2001/2002-. El campo estará listo para retornar su producción de alimentos,
la industria para mover de nuevo las máquinas, los bancos para intermediar
en la asignación de recursos económicos, los Estados para diseñar la
normativa que seguramente deberá ser más previsora en el plano
internacional. La ciencia y la técnica no habrán retrocedido sino que –en el
peor de los casos- se encontrarán en el mismo nivel de desarrollo, y las
sociedades tendrán “hambre” de retomar su camino de actividad.
Las economías más robustas, integradas y flexibles serán las que
contarán con mejores condiciones para volver a arrancar, y detrás de ellas
lo harán las demás. No habrá cambios sustanciales en la matriz de las
fuerzas productivas globales con motivo de la crisis –aunque siempre
existan cambios propios de cualquier proceso social- que tendrán un ritmo
parecido al que tenían antes.
Y de entre las economías más fuertes, está claro que la norteamericana
es la que tomará la responsabilidad –que ha tenido hasta ahora- de volver a
poner en marcha el tren. ¿Por qué esto será así? Pues, veamos:
1. El PBI norteamericano (13,5 trillones de USD) es un tercio del global
(48,5 trillones de dólares, método ATLAS). Cuadruplica al de China e
India juntos (2,65 y 0,9 trillones, respectivamente). Pero no es sólo su
dimensión: es su composición. Agro, industria, servicios, alta tecnología,
aeronáutica, medicamentos, inserción global, redes productivas, industria
espacial, electrónica de consumo. Mantiene liderazgo mundial en los cuatro
grandes campos de investigación de vanguardia (nuevos materiales,
nanotecnología, biotecnología y tecnología de comunicación e
información), así como entre los dieciséis grandes sectores más dinámicos
de las nuevas tecnologías aplicadas, en los que no solo lidera sino que es el
único país que abarca a todos:
6.Energía solar barata.
7.Comunicaciones rurales inalámbricas.
8.Organismos y semillas genéticamente modificados.
9.Filtros y catalizadores de agua.
10.Alojamientos autosustentables.
11.Análisis biológicos rápidos.
12.Sistemas de fabricación “verdes” (no contaminantes)
13.Tarjetas y sistemas de ubicación global.
14.Vehículos híbridos.
15. Suministro dirigido de drogas médicas.
16.Mejoramiento de métodos de diagnóstico y cirugía.
17.Criptografía cuántica.
18.Acceso a información desde cualquier lugar.
19.Ingeniería de tejidos.
20.Redes de sensores de vigilancia.
21.Sistemas computacionales portables.

2.Mitarmente, es y será en el próximo cuarto de siglo el mayor poder del


planeta. Su presupuesto conjunto de defensa y seguridad es superior al
de todo el resto del mundo sumado, y está en condiciones de aniquilar a
cualquier potencial enemigo nacional. Aunque ello no signifique
“triunfo” en el sentido de dominio del territorio –como lo demuestra el
caso de Irak e incluso de Afganistán- todos los países del mundo saben
que un conflicto bélico abierto con Estados Unidos significa la
inmediata destrucción de su infraestructura y su retraso por décadas. A
pesar de ello, el gasto militar en EEUU como porcentaje de su PBI (4
%) es hoy la mitad del que tenía en ocasión de la guerra de Vietnam (9,5
%). A ello debe agregarse que su círculo de alianzas de máxima
confianza estratégica, con los que es altamente improbable un
enfrentamiento militar –Europa y Japón- suman en conjunto bastante
más de otro tercio del PBI del mundo. Ello no significa
“invulnerabilidad” –como lo muestra el ataque a las Torres Gemelas-.
Pero en perspectiva, los atentados terroristas no ponen en riesgo ni
siquiera marginalmente su poder ni su economía.
3.Entre los países desarrollados y de mayor dimensión, es el que menos
sufre el envejecimiento de la población, lo que le otorga mayor
flexiblidad empresarial, laboral y militar.
4.La cantidad de trabajos médicos publicados en Estados Unidos es el
35 % de todos los publicados en el mundo, pero las citas de los trabajos
efectuadas por otros –es decir, considerados como insumos de
investigaciones posteriores- el 95 % corresponden a trabajos publicados
en Estados Unidos. La cantidad de patentes inscriptas en los Estados
Unidos es el 28 % de las inscriptas en el mundo, seguido por Japón, con
el 21 %. En este aspecto es necesario destacar el notable crecimiento de
patentes inscriptas por China, que ha pasado a ocupar el tercer lugar,
aunque a una distancia aún muy grande de los dos primeros.
5.Aunque haya sufrido en los últimos años una reducción por razones
relacionadas con las dificultades de migración debido a la paranoia
antiterrorista, Estados Unidos es el país que recibe la mayor cantidad de
estudiantes extranjeros para cursar en sus centros universitarios. La
cantidad de fondos invertidos anualmente en Estados Unidos para
Investigación y Desarrollo alcanza al 2,52 % de su Producto Nacional
Bruto (que es el 30 % del PB mundial). El sistema científico técnico
norteamericano cuenta con la mayor cantidad de científicos del mundo
entero, alrededor de Novecientos mil. Seis de las diez más grandes
empresas farmacéuticas y biotecnológicas son norteamericanas –las
otras cuatro, europeas-.
6.En el plano universitario, son norteamericanas las mejores veinte
universidades del mundo –recién en el lugar 21 aparece una británica,
Cambridge-, son norteamericanas cuarenta y tres entre las primeras
cincuenta y son norteamericanas setenta entre las primeras cien. Entre
las primeras cien Universidades no aparece ninguna de la República
Popular China y sólo tres del Este Pacífico, la de Tokio, en el lugar 59,
la Universidad Nacional Australiana, en el lugar 60 y la Universidad
Nacional de Taiwán en el puesto 96. Del resto de las cien primeras del
ranking, dieciséis son europeas, canadienses ocho y una
latinoamericana, la Universidad Nacional Autónoma de México. China
tiene una Universidad ranqueada entre las primeras doscientas y cuatro
entre las primeras quinientas, aunque su posición se eleva levemente si
se considera incluidas las dos universidades de Hong Kong
(tradicionalmente ranqueadas por separado), pasando de la posición 23
en el mundo, a la posición 8, detrás de Estados Unidos, Alemania,
Canadá, Reino Unido, Holanda, Australia, Suecia y Suiza. La India no
figura con universidades ranqueadas entre las primeras doscientas.
7.En el sector agropecuario, Estados Unidos mantiene el liderazgo en el
desarrollo no sólo de investigaciones biotecnológicas, sino en
maquinarias agrícolas y en alimentos elaborados. Las resistencias
producidas en otros países desarrollados –fundamentalmente la Unión
Europea- sobre la extensión de cultivos con semillas genéticamente
modificadas ha dejado en Estados Unidos el rol de vanguardia casi en
solitario, lo que repercute en su preeminencia al diseñar modificaciones
genéticas destinadas a mejorar las condiciones alimentarias de sus
cultivos y a mejorar su potencialidad productiva. Aunque varios países
en desarrollo asignan ingentes recursos para no perder el tren –como
Brasil, Australia, India, Rusia y China-, la capacidad de financiamiento
adquirida por Estados Unidos por la crisis contrasta con la debilidad de
los nuevos actores y fortalece su potencialidad de transferencia al
mercado por su red comercial, dejándole una clara ventaja frente a la
agricultura del resto del mundo. Nuestro país, en cambio, a pesar de su
fuerte potencialidad por su base tecnológica y su productividad, sufrirá
la carencia de financiamiento, agravado por las ideologizadas actitudes
oficiales “anti-campo” que en lugar de favorecer, castiga al sector
confiscándole la parte sustancial de sus excedentes. Esta actitud, que ha
debilitado su posibilidad de integrar cadenas de valor “hacia adelante” –
diferentes escalones de industrialización- y “hacia atrás” –desarrollo del
complejo tecnológico, biotecnológico y de maquinarias agrícolas- en las
épocas de buenos precios internacionales, tendrá consecuencias
agravadas en la nueva situación, en la que habrá que competir con
precios deprimidos y excedentes imprevistos de oferta frente a la
demanda en retroceso por la reducción de cosumo de alimentos y del
precio del petróleo que reducirá la demanda de biocombustibles, lo que
–nuevamente- significará una ventaja para quienes cuenten con más
respaldo financiero. Ergo: mejor posicionamiento norteamericano en el
sector durante el tiempo –que muchos estiman en un par de años- que
demore la recuperación de la tendencia global ascendente.
8. El sistema político norteamericano ha mostrado ser el más estable,
flexible y cooperativo, con alta capacidad de generación de consensos y
una población con fuertes vínculos de pertenencia nacional, dura en sus
debates pero una vez saldados, coincidente en sus esfuerzos. Este
“capital social” en el marco de una sociedad libre no tiene parangón
entre los países desarrollados o de mayor dimensión cuantitativa y es
importante para enfrentar y superar crisis. De hecho, y de cara a
conducir la salida, se trata de un sistema político claramente preferible a
la dictadura de partido único, la fragmentación federativa, la corrupción
institucional y obviamente sin comparación posible con el neofascismo
indigenista, el integrismo islámico o las autocracias tropicales.
Con todos estos elementos, ¿qué otra economía que la norteamericana
sea la que previsiblemente “ponga en marcha” el tren global luego de la
crisis? Por cierto, no parecieran estar en condiciones de hacerlo Venezuela,
Bolivia o Irán, cuyos gobiernos anuncian el “fin del capitalismo”.
Difícilmente sea la propia China, que aún luego de su admirable
transformación y crecimiento todavía cuenta con un sistema político
cerrado y autoritario, su población envejecida, gran inequidad social y
ausencia de infraestructura altamente demandante de recursos. Rusia, con
sus demócratas aún en lucha con su vocación imperial resurgida y sus
mafias apoyadas en su excedente petrolero, o Europa, que luego del
extraordinariamente exitoso proceso de unificación no ha logrado superar
las dificultades para lograr unidad de decisión y un mosaico de estrategias
de supervivencia no parecieran ser candidatas a “locomotoras mundiales
post crisis”.
La “destrucción creativa” schumpeteriana anuncia la supervivencia de
los más fuertes y capaces de adaptación. Así es probable que ocurra luego
de esta crisis, como ocurrió incluso luego de la Gran Depresión desde la
que partió la hegemonía norteamericana del siglo XX. Lo que quedará
después de ésta será una economía norteamericana sin daños mayores en su
infraestructura y en su estructura, con la disponibilidad de la mayor
cantidad de recursos financieros del planeta, que desde todo el mundo han
corrido a refugiarse en los bonos del tesoro de Estados Unidos otorgando al
gobierno de ese país una capacidad de arbitraje, de manejo de la crisis y de
incidencia en su salida recreando la demanda, que no tiene ninguno otro.
Cuando ponga nuevamente en marcha su economía Estados Unidos muy
posiblemente resurgirá fortalecido en el corto plazo. Decidirá a quién
comprar –porque al comienzo será el único comprador- y a quién vender –
porque serán los primeros en mover las máquinas-. Decidirá a quién
prestarle y a quién no, porque posiblemente sea casi el único prestamista.
Decidirá con quién asociarse y a quién aislar.
Por supuesto que este predominio no cambiará el rumbo del largo plazo:
su retroceso relativo para convertirse en “primus inter pares” en un mundo
cada vez más globalizado. El abandono de su rol de gendarme global está
siendo analizado hace años en sus centros universitarios y “Think Tanks”,
respondiendo a una demanda cada vez más fuerte de sus ciudadanos que
sienten que la responsabilidad del “bien público” del orden mundial no
puede recaer sólo en sus espaldas y en sus bolsillos. Pero ese proceso no se
acelerará con esta crisis. Quizás, más bien, se retrase, y en lugar de tardar
algunos años demore un par de décadas, porque los demás países estarán
demasiado ocupados en salir de sus propias crisis como para dedicarse a
cuestionar el rol “gendarme” de USA, tan cómodo para regañar pero tan
costoso para reemplazar.
Dos advertencias: 1) Por supuesto que nadie puede prever totalmente el
futuro, sino realizar aproximaciones. Nada puede asegurar que un
fenómeno astrofísico catastrófico o la repentina aparición de algún “Cisne
Negro” no cambien imprevistamente lo sustancial de la realidad. Y 2) La
presente no es una afirmación dictada por la simpatía o la ideología, sino
por el análisis de los hechos, que no pueden ser ignorados –bajo el riesgo
de errar en las decisiones- por los encargados de definir políticas en
nuestros países.
En todo caso, tener en claro esa realidad es util para diseñar los pasos de
nuestros países. Dar un salto exponencial en nuestra calidad institucional,
liberar nuestra potencialidad productiva de intervenciones asfixiantes,
integrar la región para ampliar y optimizar nuestra demanda –que será
clave para la salida de la crisis-, coordinar en el Mercosur las políticas de
supervivencia y relanzamiento desechando definitivamente los discursos
ideologistas –salvo la cláusula democrática- y desde allí incentivar nuestra
relación comercial, financiera y tecnológica con los demás espacios
económicos del mundo, entre los cuales el espacio norteamericano tendrá
en los primeros tiempos, sin dudas, una trascendencia singular.

Indice
El mensaje radical

La conmemoración del primer cuarto de siglo de la democracia


recuperada fue el marco en el que miles de radicales de todo el país se
congragaron para rendir su homenaje al “hombre-bandera” de este proceso,
Raúl Alfonsín, quien respondió al homenaje con la austera dignidad de los
grandes hombres: convocando al diálogo por el futuro, no solo con el
gobierno sino entre la propia oposición.
La voz de los jóvenes irrumpió con un mensaje cargado de las
demandas del siglo XXI, muestra de una actualización política que debe
alcanzar a la agenda y a los métodos. Juan Francisco Nosiglia, presidente
de la organización juvenil, expresó con claridad el conjunto de desafíos de
los años que vienen, colocándose a la vanguardia de la necesaria
modernización partidaria y exigiendo a los mayores poner su capacidad al
servicio de la unidad partidaria, única alternativa que permitirá al viejo
partido recobrar su rol destacado en la política argentina.
La modernización no es sólo cambiar las palabras para tomar nota de
la nueva agenda: es comprender que la nueva sociedad global tiene como
protagonista a una figura sobre la que el radicalismo edificó su reclamo
centenario de modernidad: el hombre, el ciudadano. Ese ciudadano ha
ingresado o está ingresando aceleradamente en el debate público
reduciendo sus mediaciones porque ha reivindicado su derecho a decidir,
no sólo votando sino también pensando y actuando por sí mismo.
En términos políticos, en los nuevos tiempos se acabaron los
liderazgos que interpretaban las escrituras frente a ciudadanos que sólo
escuchaban. Ahora, los ciudadanos no sólo escuchan, sino que opinan,
actúan y deciden.
El marco democrático se hace, en consecuencia, más democrático
que nunca. El estado de derecho, que siempre estuvo asentado sobre el
respeto al concepto del ciudadano, hoy exige que además se respete a la
persona que está detrás de esa construcción teórica, que es el hombre
común. Y ese respeto obliga a un aprendizaje que no es sencillo para
quienes se formaron en una época de dictado de cátedras, impostaciones
del discurso y admoniciones éticas similares a los sacerdotes preconciliares
–o prereformistas- ante aterrorizados escuchas amenazados con el fuego
eterno del infierno.
Zygmund Bauman, ese filósofo de la posmodernidad, en una obra
publicada en 1992, analizaba el cambio. Los intelectuales y políticos
dejaron de ser ya “legisladores”, es decir, redactores de las leyes que los
ciudadanos deberían después cumplir, para convertirse en “intérpretes” de
intereses contradictorios, con la obligación de articular la convivencia sin
imposiciones que avasallaran los derechos fundamentales de la libertad.
Otros, con menos autoridad intelectual que Bauman, sostenemos que el
torrente democrático tiene dos grandes y tumultuosas corrientes de
gestación: la que se hereda del Imperio universal y del papado, que apunta
a la democratización del poder –más que de la vida cotidiana-; y otra que se
gestó en la democratización de la sociedad, asentada en el hombre común
más que en abstracciones de filosofía política.
El mundo pos-moderno hace confluir a ambas en un diseño de
convivencia en la que el marco legal debe responder estrictamente a las
normas y el poder no tiene legitimación alguna para actuar por fuera de lo
que le autorizan la Constitución y las leyes. Jamás, por ningún motivo, ni
común ni de excepción. Un poder que pase por encima de sus facultades no
tiene legitimidad para imponer normas coactivas ni conductas forzosas,
pierde irrevocablemente su legitimidad.
Eso es lo que ha mostrado el mensaje de Alfonsín, el discurso de
Juan Francisco Nosiglia y la enérgica exposición del presidente del
centenario partido, Gerardo Morales, quien destacó la importancia de
entender que hoy el verdadero dilema, el auténtico contradictorio en la
política argentina, es democracia o autoritarismo. Este dilema no se expresa
como una consigna de barricada, sino como una base de coincidencias para
buscar los consensos que requirió Alfonsín y la inclusión de la nueva
agenda, que reclamó Nosiglia.
Dentro de la democracia, todas las opiniones son posibles y de su
confluencia debe surgir el consenso estratégico, sin exclusiones
apriorísticas. “La característica de los nuevos tiempos es que se acabó lo
obvio, y su potencialidad es que podemos empezar de nuevo”, afirma el
viejo y prestigioso profesor alemán de origen marxista Ulrich Beck en su
última obra “La Sociedad de Riesgo Mundial”. Empezar de nuevo significa
tomar conciencia de las características de los nuevos tiempos y los nuevos
desafíos, frente a los cuáles viejos rivales se encuentran en la obligación de
unir sus fuerzas para enfrentar los nuevos problemas, y antiguos aliados
pueden devenir en rivales por sostener visiones diferentes. Pero por sobre
todo, significa levantar anclas para navegar con conciencia de los valores
de siempre, pero también asumiendo en plenitud la marcha de una
humanidad que busca su destino en clave de construcción universal.
Sin estado de derecho no hay posibilidad de libertad. Ni de
inversiones, ni de crecimiento, ni de seguridad, ni de educación, ni de
futuro. Al contrario, acecha el “neo-anarquismo” citado por Alfonsín. En
esta tensión se está construyendo el mundo global, que de manera
tumultuosa pero con un rumbo inexorable de composición plural está
edificando la sociedad planetaria asumiendo la necesidad imperiosa de
completar con un marco normativo universal la globalización económica
que –como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad en cada
proceso de cambio- primero desarrolló sus fuerzas productivas y luego
exigió la adecuación de las relaciones de producción y el marco político-
normativo para garantizar el equilibrio y la inclusión social.
La opción es de hierro y aunque en gradaciones es distinta, en
esencia no es diferente a 1983: entonces supimos vencer a la muerte y
abrimos la puerta “de entrada a la vida”, recitando el preámbulo. Ahora,
debemos recorrer ese camino y construir esa vida en libertad, poniendo
efectivamente en vigencia sus artículos y participando con dignidad y
respeto a todos en la construcción del mundo global y el país del conjunto.
Muy lejos y cada vez más aisladas quedarán las miopes visiones –
afortunadamente minoritarias, apenas alguna voz sin eco- de los “aparatos”,
los “diktat” propios de mediados del siglo XX, las descalificaciones
generalizadoras y los sectarismos. El mensaje del Luna Park dejó en claro
que el radicalismo renacido no buscará “diferenciarse” de sus rivales o
“tomar distancia” del Pro, de la CC o de sectores del propio peronismo,
sino al contrario, buscará encontrar los puntos de entendimiento
estratégicos que asuman las preocupaciones y visiones de los demás
construyendo el consenso nacional. El consenso que responda a las
demandas de los ciudadanos, los “hombres” que “no pueden desarrollarse
sino en el clima moral de la libertad”, como lo expresa la propia Carta de
Avellaneda.
El rumbo del viejo partido está acercándose a su brújula. Por el bien
de la Argentina y de su gente, quiera Dios que sea exitoso en esa
recuperación superando las acechanzas –algunas de ellas, en su propio
seno- que pretenderán atarlo al pasado que murió. Su experiencia política
centenaria será muy util a la construcción de una alternativa democrática-
republicana de amplio espectro que conduzca a la Argentina hacia la salida
del infierno al que lo ha llevado el deterioro del estado de derecho, la
humillación de los ciudadanos, la prepotencia del poder, la corrupción
ramplante, la irracionalidad.

Indice
Recuperar institucionalidad, crear instituciones

El aniversario de los 25 años de la recuperación democrática es


oportuno para esbozar un balance de los logros y falencias, orientado a
definir metas y orientar esfuerzos hacia los años que vienen.
Ese balance debe atravesar necesariamente los diferentes gobiernos,
pero no necesariamente para evaluar sus respectivos desempeños –todos
con éxitos y frustraciones, propios de la acción humana- sino
preferentemente para observar la evolución de la convivencia y el grado de
satisfacción que genera en las personas. Ofece, como gran aproximación,
tres grandes áreas de avance y correlativas falencias.
El primer logro ha sido la consolidación de una creencia colectiva en
el voto como única herramienta de cambio de gobierno. Episodios
traumáticos –como las hiperinflaciones sufridas por la economía en 1989 y
1990, la implosión económica de fines de 2001 y la “pesificación
asimétrica” del 2002, incluyendo los intentos oficialistas del corriente año
de avanzar sobre la propiedad de los ciudadanos por encima de las normas
legales, tanto mediante la Resolución 125 como con la confiscación de
ahorros previsionales- no generaron en ningún momento, a pesar de las
fuertes visiones encontradas, el reflejo de un atajo institucional que
interrumpiera la formalidad democrática.
El segundo logro ha sido el desmantelamiento de las prevenciones
bélicas con los vecinos. Poco tiempo antes de la recuperación democrática,
la población vivió en vilo por la ausencia de límites del gobierno militar
sobre su política de confrontación. La tensión fue una constante tanto con
Chile –en que el país se ubicó al borde literal de un conflicto armado- como
con Gran Bretaña –en que el conflicto efectivamente se desató- como hasta
con el propio Brasil, con el que los recelos por la utilización del potencial
hídrico de la Cuenca del Plata marcaba el ritmo de la relación. Hoy sería
impensable, aún con un gobierno pleno de dislates y berrinches como el
actual, imaginar otra inserción internacional de la Argentina que no se base
en la paz.
El tercer logro ha sido la internalización de la vigencia de los
derechos humanos y libertades en la conciencia de los ciudadanos. El
gigantesco paso dado en 1984 colocando en manos de la justicia –y no de
la política, mucho menos del rencor o la venganza- el tratamiento de las
violaciones de derechos humanos cometidos tanto por directivas de la
cúpula del poder de entonces como por las bandas terroristas avanzó hacia
la madurez de la recuperación institucional. La Argentina pasó a ser
considerada, internacionalmente, como un país protagonista en el diseño de
un mundo más apoyado en normas jurídicas que en el puro poder. El
retroceso en este capítulo ha sido grande, pero sus logros han quedado
estampados en la memoria colectiva.
La primer gran falencia es la dificultad en la construcción de un
funcionamiento institucional que limite la discrecionalidad del poder. Esa
construcción tiene un norte y está señalado en la propia Constitución de
1853 con sus reformas, que no tiene vigencia en un aspecto central en
cualquier organización política: el origen y distribución de los fondos
públicos. Ni la determinación de los impuestos, ni su asignación, ni –lo que
es más importante- su distribución por jurisdicciones respeta el diseño
“representativo, republicano y federal” definido por el propio artículo 1 de
la Carta Magna. En esta falencia gigantesca se asientan gran parte de las
deformaciones y tensiones que han atravesado la vida del país
neutralizando todos los esfuerzos por sumarse a la marcha del crecimiento
mundial en el nuevo paradigma productivo globalizador, pero también
impidiendo la recuperación de las regiones postergadas, el estímulo a la
actividad emprendedora, la seguridad a la inversión, el respeto a las normas
establecidas e incluso el respeto a los Contratos, que según el propio
Codigo Civil, son tan obligatorios para las partes “como la ley misma”. El
estancamiento económico que atraviesa el siglo XX tiene su última
explicación en esta debilidad, cuya superación se ha convertido en el
verdadero dilema principal de la convivencia argentina.
La segunda falencia es la dificultad en generar consensos
estratégicos, que algunos atribuyen al excesivo presidencialismo, cuyo
intento de atenuación con la incorporación de la figura del Jefe de Gabinete
terminó actuando en contra de los objetivos buscados. El funcionamiento
político basado en la consigna “El presidente se lleva todo”, sólo vigente
hoy en la Argentina y en rudimentarios estados autocráticos, concentra la
lucha política en la ocupación de ese cargo. Frente a ello, algunos sostienen
la necesidad de marchar hacia un sistema parlamentario en el que la figura
presidencial tenga origen legislativo, como en las democracias maduras de
Europa. Aunque así no fuera, una mirada al entorno regional nos muestra
que el presidencialismo norteamericano no es el único exitoso: Brasil,
Chile y Uruguay han sabido articular la figura presidencial con la necesaria
generación de consensos mayoritarios, la limitación del poder del
presidente y la creación de espacios de diálogo tanto para conformar
coaliciones de gobierno y de oposición, como para coincidir en visiones
referidas a las políticas públicas que requieren un acuerdo de amplia base,
especialmente las vinculadas al órden económico-social, el origen y
distribución de los fondos públicos y el relacionamiento internacional.
La tercera falencia, relacionada con la anterior, es la tendencia a
politizar y antagonizar todos los debates, absorbiendo procesos que una
sana organización democrática debe dejar en manos de sus respectivos
protagonistas institucionales. Algunos ejemplos son la utilización política
de los juicios –que les despoja del contenido de justicia para tranformar
periódicamente víctimas con victimarios-, la dispendiosa distribución de
recursos públicos para la construcción del poder clientelizado –que vacía a
los ciudadanos de su autonomía y vacía a la política de su espacio
reflexivo- y la ligera decisión de llevar al Estado al espacio empresarial en
las áreas más diversas, muchas de ellas sin ninguna justificación económica
ni estratégica, que no tiene mención expresa en la Constitución,
distorsionando fuertemente el funcionamiento de la economía y
distrayéndolo de sus obligaciones primarias, olvidadas hasta la negación,
como la educación, la salud, la seguridad, la infraestructura y la vivienda.
Estas seis grandes aproximaciones desembocan todas en una
necesidad: institucionalizar el país. La institucionalización implica en
primer término sacralizar la normativa constitucional, cumpliendo tanto su
delimitación entre las facultades que los ciudadanos no han delegado en el
poder y se han reservado para sí –por lo tanto, inmunes a cualquier
pretensión normativa-, como la observancia de las atribuciones, límites y
obligaciones que los representantes del pueblo como Constituyentes han
otorgado a los diferentes espacios de poder: el gobierno nacional, las
provincias, el Congreso, la Justicia, la distribución de facultades
impositivas y presupuestarias y en especial, la distribución federal de las
rentas.
Pero también implica, en segundo término, respetar y construir
instituciones que enmarquen los esfuerzos de los ciudadanos para volcar
con seguridad y con los menores riesgos posibles su potencialidad
transformadora, productiva, artística, científica, solidaria y, en último
término, política. Organizar y reorganizar partidos políticos es la demanda
suprema de institucionalidad. Partidos que organicen gobiernos presentes o
futuros, reales o potenciales, canalizando en forma tolerante y normatizada
la vocación política de los ciudadanos conscientes. Más que la discusión
sobre quien es el próximo “líder” que “se lleve todo”, condenando de
antemano a –sea quien sea- convertirse en una nueva víctima o un nuevo
autócrata, la urgencia es organizar el debate para participar en forma
madura en la discusión colectiva en el marco institucional.
Esas instituciones permitirán retomar el rumbo de un país que luego
de enorgullecerse del gran salto adelante protagonizado en el medio siglo
que fue de 1880 a 1930 aplicando las instituciones constitucionales, pasó a
exhibir cuando dejó de hacerlo la peor perfomance del planeta durante el
siglo XX, al punto de ingresar en el siglo XXI con el mismo producto por
habitante, en valores constantes, que tenía en épocas de Hipólito Yrigoyen,
setenta años atrás.
Y serán, además, las que encarrilen nuevamente al país en su
proyecto histórico iniciado en 1810, bicentenario que curiosamente se
invoca como fecha vaciado de su contenido programático magistralmente
sintetizado por el axioma de Echeverría y la Generación del 37: Mayo,
Progreso y Democracia. Ese diseño del rumbo matriz de la sociedad
republicana surgida de la Revolución, cristalizado en la Constitución y sus
reformas y exitoso cuando fue aplicado sigue siendo el elemento
convocante cada vez que el país se encontró al límite tolerable de sus
frustraciones.
Como, lamentablemente, está ocurriendo una vez más.

Indice
Connotaciones

¿Existe en español una forma elegante y “polite” para decir que


alguien es ladrón y mentiroso?
Las declaraciones de Nestor Kirchner en Santiago de Chile han
actualizado esta pregunta, que seguramente ha desvelado más de una vez a
atildados columnistas políticos argentinos, que luchan cotidianamente, cada
uno consigo mismo, por mantener el recato en sus comentarios ante los
dislates permanentes del virtual presidente de la Nación y de su propia
esposa, la presidenta protocolar.
Afortunadamente, quienes escribimos para medios electrónicos
tenemos más abiertas nuestras posibilidades y podemos recurrir a un estilo
más directo, sostenido por la relación casi personal que se entabla con
nuestros lectores, en la maravillosa “privacidad pública” de la red.
La decisión de confiscar los ahorros previsionales privados, decidida
por la camarilla de Olivos y acompañada por la banda de salteadores que la
votó en el Congreso –integrada por la mayoría de diputados peronistas,
socialistas, algunos independientes y ex “aristas” borocotizados ante la
oposición total de la Coalición Cívica, el radicalismo y el Pro- es
justificada por el gran charlatán por la necesidad de “entender el mundo”.
“Esa plata –declaró Kirchner, según informaciones periodísticas- la
administraba el sector privado y para capitalizarse nos dejó una deuda
externa de 100.000 millones de dólares”, para continuar afirmando que “la
plata de los jubilados no va a ser timbeada por cuatro o cinco vivos”. (Le
faltó decir, como un ex presidente de su partido cuando le recordaron que
no podía aceptar un regalo personal valioso, “la Ferrari es mía, mía,
mía...”)
Repitió, por supuesto, la argucia defensiva delineada con su esposa
para tratar de escapar a la rápida reacción de los ahorristas estafados en su
“renegociación de deuda”: “No estatizamos los fondos de los jubilados,
sino que cambiamos el administrador”. Curioso cambio éste, opuesto a la
decisión de sus dueños, que no mantiene la individualidad de las cuentas,
que traspasa los recursos confiscados a un Fondo público de arbitraria
disposición y que se extrae del patrimonio de sus titulares para convertirlos
en un difuso crédito indefinido sin plazo y sin normas...
La ingenua audiencia que lo escuchaba en Chile debe haberse
embobado ante la valiente arenga de esta especie de “neo-Che” del siglo
XXI y, quizás, hasta lo haya aplaudido. Es que fuera de la insula Barataria
en que se ha convertido la Argentina, no existe lugar en el mundo donde
mentir sea tan impune, la palabra sea tan bastardeada y –cuando la emite
Kirchner- tan indiferente a la atención de la población. Pasados nuestros
límites nacionales, cuando habla el poder lo que se dice suele tener alguna
relación con lo que efectivamente es. Acá, se usa para encubrir intenciones
exactamente inversas a lo que se dice.
En nuestros pagos la frase se decodifica más linealmente. Kirchner,
en realidad, no puede tolerar que haya ahorros privados que no sean
manejados por él mismo, que sostengan la futura independencia de
personas que piensen solas, que junten durante su vida activa para no
depender de él o de sinvergüenzas de similar calaña, enriquecidos vilmente
con la utilización patrimonialista del poder, al más puro estilo de los
dictadorzuelos latinoamericanos de otras –y éstas- épocas.
La suma de 100.000 millones de dólares –en que hizo crecer su
administración la deuda pública, en la etapa económica más favorable para
el país durante toda su historia- no tiene relación alguna, directa ni
indirecta, con los ahorros privados confiscados, sino con su propia
incapacidad de gestión. Y no tiene parangón, como no sea su propio
enriquecimiento. Quizás si hubiera contado a sus oyentes trasandinos su
logro personal de haber superado con creces el récord de ser el presidente
que más incrementó su patrimonio personal en ejercicio de su función en
toda la historia de la Argentina independiente, su vocación justiciera
hubiera sido mejor evaluada. Y si, además, les hubiera contado que su paso
por la política fue el puente que utilizó para convertirse, junto a su pandilla,
en magnate petrolero, magnate inmobiliario, magnate en obras públicas,
magnate del juego, magnate de la pesca, y que va en camino de convertirse
en magnate del transporte aerocomercial, todo sin poner un peso –además
de su incursión en otros negocios menores, como informan los diarios
cotidianamente al descubrirse los vínculos del financiamiento de su fuerza
política con el narcotráfico- seguramente su pretendida imagen de “lider
progresista” sería dibujada en forma más equilibrada.
Pero todo es culpa de “los medios...”. Curioso destino el de los
medios argentinos. Le encubrieron mayoritariamente –por las buenas o por
las malas- durante su mandato la sucesión de latrocinios, irregularidades,
desmantelamiento de la institucionalidad republicana, vaciamiento del
Congreso, manipulación de la opinión, destrato hacia cualquier voz
disonante –opositora o de sus mismas filas-, subordinación de la justicia a
sus manejos espúreos... y al final son confundidos en la evaluación de
nuestro singular estadista con ... ¡los grupos económicos neoliberales, el
sistema financiero y la oposición!
En fin. Ya no alcanza con las renovaciones gratuitas de las licencias
televisivas, la discrecional distribución de publicidad estatal, la promesa de
nuevos espacios en el espectro radieléctrico, la marginación arbitraria de
periodistas objetivos por exigencia presidencial o la protección de su
monopolio con el original argumento del patrimonio cultural argentino.
Como la prensa, al final, no tiene futuro sin negar su esencia ocultando por
completo la realidad, no tiene más alternativa que dejar intersticios por
donde ésta se cuele.
Puede ocultar las protestas por el gran robo de los ahorros
previsionales ignorando las manifestaciones populares. Puede dejarse
utilizar para el hostigamiento constante a las administraciones no
kirchneristas –como en la Capital Federal, donde la convivencia es
planificadamente convertida en un infierno desde el cuartel general de
Olivos-. Puede dejar dormir escándalos escandalosos (¿será
redundancia?...) como la defraudación de Skanska, los sobreprecios en
gasoductos y autopistas, el enriquecimiento grosero del patrimonio de la
pareja gobernante, los bolsos y valijas con cientos de miles de dólares que
aparecen en el baño de un Ministerio o en el equipaje de un vuelo privado
contratado por una empresa estatal, el negociado con las tierras públicas de
El Calafate compradas por centavos y vendidas por miles de dólares por el
matrimonio presidencial, y muchas, muchas cosas más.
Pero no puede ignorar la pobreza creciente que ya está en los niveles
de la crisis del 2002 con más del 30 % de los compatriotas (12.000.000 de
argentinos) bajo la línea de pobreza, ni la orgía de sangre por la
complicidad oficial con las redes de narcotraficantes, ni la inseguridad
creciente en la vida cotidiana, ni el espeluznante crecimiento del
narcotráfico y del consumo de narcóticos, ni la instalación en el país de los
carteles internacionales de la droga, ni las suspensiones y despidos que no
aparecen en las estadísticas del INDEC pero sí en las personas que han
reaparecido circulando sin destino con sus familias sin hogar por el centro
de las ciudades recordando a todos con su simple imagen, las
consecuencias del kirchnerismo...
En fin.
¿Existe en español una forma elegante y “polite” para decir que
alguien es ladrón y mentiroso?
Encontrarla sería una aporte a la cordura que muchos
agradeceríamos. Y mejor aún si incluyera la connotación de definir a un
tipo de mala entraña.

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Anuncio presidencial

Imaginar la escena es estimulante.


Cincuenta empresarios “Pymes”, formando parte del cortejo
presidencial en Africa, convocados para una reunión de urgencia, para un
par de horas después, en el hotel de El Cairo donde se aloja la comitiva
oficial.
Unos, se encontraban en reuniones programadas con empresarios
egipcios, que debieron ser levantadas.
Otros, en visitas turísticas contratadas y abonadas con anterioridad
interrumpidas abruptamente a fin de prepararse para la reunión.
Todos, rápido a sus respectivos hoteles, a fin de vestirse con las
mejores galas para no desairar a la convocatoria de la señora. Casi todos
llegaron –según informaciones periodísticas- a la hora estipulada.
La intriga era tan poderosa como la esperanza.
“Anunciará un nuevo plan de financiamiento con tasas blandas, con
el dinero que le sacan a los ahorros previsionales”, aventuraba uno; “no,
parece que firmará con Egipto un plan de facilidades para la exportación y
quiere anunciarlo”, decía otro. El tercero dejaba volar su imaginación más
alto: “el llamado de Obama que le dijo que estaba ansioso por conocerla
derivó en un viaje inmediato a Estados Unidos”. Todas las suposiciones
chocaban con el riguroso hermetismo de los funcionarios de la numerosa
comitiva, al parecer, tan ignorantes de los propósitos de la convocatoria
como los empresarios citados.
Llegó la hora. Y apareció la señora.
“Señores, los he convocado para anunciarles un trascendente logro
que hemos conseguido en nuestras reuniones oficiales.” –tomó aliento y
esperó unos instantes, para incrementar la importancia de la noticia-. “El
anuncio que les haré convertirá a la Argentina en uno de los países más
trascendentes de la región, marcando rumbos en latinoamérica y es la
demostración de la importancia que se le da a nuestra gira por Africa.” –el
suspenso era creciente-
“He conversado con el Ministro de Cultura de Egipto y éste me ha
confirmado que tiene pensado organizar una gira de la Momia y los tesoros
de Tutankamón por América Latina, y que quizás Buenos Aires sea una de
las ciudades que se visitará. Muchas gracias”
Y sin aceptar preguntas, se retiró a sus aposentos, mientras
escuchaba el fervoroso aplauso de la comitiva por el trascendente anuncio.

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La renuncia de Cobos

La “tapa – catástrofe” de Clarín el domingo no dejaba dudas sobre la


intención destituyente del presidente del Partido Justicialista,
evidentemente compartida por la presidenta Fernández: el partido del
gobierno, además de hostilizar en forma permanente al titular nato del
Senado, llevaba el cuestionamiento al seno de las propias instituciones,
mediante las declaraciones del Ministro del Interior y el fuerte trascendido
del insólito pedido de renuncia al Vicepresidente de la Nación.
La euforia por la sanción de la apropiación de los ahorros
previsionales, leída en clave triunfalista, pareció ofrecer al oficialismo el
terreno libre para proseguir con su tarea de destrucción institucional, esta
vez avanzando sobre una figura que la Constitución, con sabiduría, colocó
como reserva frente conmociones institucionales graves.
El medido estilo del Vicepresidente y su sensatez política –que lo
llevó en su momento a evitar un incendio generalizado del país, y ahora a
no poner obstáculos artificiales como el eventual veto a una iniciativa
confiscatoria que, a pesar de no contar con su consenso, obtuvo la clara
mayoría de los legisladores de ambas Cámaras-, contrató con la desfachatez
del ex presidente y la verborragia enfermiza de su ministro, que tiene ya
acostumbrados a los argentinos a su repetida insolencia.
Ni uno ni otro representan a nadie. Uno, porque su período
presidencial ya terminó y no fue votado por la gente en el 2007 –elección
que no se atrevió a enfrentar, ante el deterioro creciente e ilevantable de su
consideración públca-. El otro, apenas un secretario que, aunque lo sea “de
Estado”, carece de funciones claras, ya que no está en la jurisdicción de su
cartera ni los temas de seguridad, ni la relación con la justicia, ni la
protección de los derechos humanos y al parecer sólo funciona como
vocero oficialista ad-hoc para las cuestiones sucias. Triste destino para una
cartera que alguna vez tuvo entre sus titulares a Guillermo Rawson –
durante la presidencia de Bartolomé Mitre-, a Domingo Faustino Sarmiento
–presidencia de Nicolás Avellaneda-, a Julio A. Roca –Ministro del interior
de Carlos Pellegrini-, a Francisco Beiró –Ministro del Interior de Hipólito
Yrigoyen-, o en épocas más recientes, a Nicolás Matienzo –del presidente
Alvear-, Alfredo Vítolo –Frondizi- y Antonio Tróccoli –Alfonsín-. La sola
enunciación de los nombres de sus antecesores marca el patético abismo
con lo que sufrimos.
En política, nadie es inocente. La reacción de algunos dirigentes
simpatizantes del Vicepresidente, en tono de repuesta argumental –“esto se
resuelve con un plebiscito”- trajo tácitamente al debate una realidad que
resulta patética para la pareja gobernante: la comparación en la
consideración pública con la presidenta o el ex presidente. Por supuesto, el
retroceso oficial fue inmediato, aclarándose que “no se pediría la renuncia a
Cobos”, como si esa fuera una facultad que alguna norma constitucional
dejara en manos del jefe del partido del gobierno, de la presidenta o del
ministro del Interior.
Cobos –se ha dicho hasta el cansancio- obtuvo la misma cantidad de
voluntades que la presidenta Fernández. Tiene idéntica legitimidad de
origen. Y en cuanto a su legitimidad de ejercicio, la que surge de la
consideración pública, dobla con creces a cualquiera de ambos integrantes
de la pareja presidencial.
Cobos de ninguna manera y bajo ningún concepto debe siquiera
considerar la hipótesis de su renuncia. Su figura es un reaseguro
democrático, sensato y prudente para todos los argentinos. Para eso fue
votado. Ese es su rol institucional.
Y políticamente, es un bálsamo para las heridas al sentido común, a
la dignidad republicana y a la propia salud mental de los ciudadanos.

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¿Otra vez la Escribanía?

La iniciativa del “mega-lava-ducto” remitida por la presidenta


Fernández al Congreso pondrá a prueba, una vez más, la bochornosa
subordinación de la mayoría de los diputados peronistas a las decisiones de
la banda de Olivos insistiendo en la devaluación del parlamento para
reconvertirlo en una Escribanía del Poder Ejecutivo.
Es posible que, una vez más, el listado de siempre encabezado por el
inefable santafecino (“moral o inmoral, necesitamos plata”, declaró a la
prensa el jefe de la banda kirchnerista de la Cámara de Diputados) cumpla
con su triste alineamiento, que dejará las huellas de la indignidad no sólo
para los legisladores, sino para la historia. Cada uno de ellos en algún
momento tendrá que contestar la pregunta de sus hijos: “Papá, ¿vos
también fuiste ladrón y lavador de dinero?...” y, eventualmente, deberá
volver a mostrar su cara, sin fueros que le den inmunidad temporal por
cualquier delito, como hombre común en su vida cotidiana, en su club, en
su trabajo, ante sus amigos. Y ante la justicia.
Es bueno mirar, sin embargo, el lado positivo. Éste es el
acercamiento progresivo que la decadencia y la inmoralidad están
generando en la acción democrática y republicana de los legisladores que
no integran la majada oficialista. Radicales, Cívicos y Pros han
manifestado claramente su indignación y su resistencia, una vez más, como
lo hicieron al dar la pelea contra la Resolución 125, contra la patética
estatización de Aerolíneas y contra la confiscación de los ahorros
previsionales. Habría que estar atentos ahora a la actitud de los otrora
honestos e incorruptibles socialistas, a los que la peste “K” logró contagiar
en la última batalla sumándola a sus huestes.
Radicales, cívicos y Pro están edificando los cimientos de una
alternativa democrática y republicana de amplia base. Ellos representan el
espetro de la opinión moderna de la Argentina del futuro. No interesa tanto
si terminan confluyendo o no en un acuerdo electoral en 2009. Importa que
trabajen juntos por objetivos comunes, que es lo que los argentinos de bien
esperamos de ellos. Importa que puedan resistir las presiones, tentaciones,
deformaciones y corrupciones que componen el arsenal con que el
aberrante régimen “K” utiliza para su empeñado de destrozar la
institucionalidad argentina. Que la vergonzosa y triste experiencia del
socialismo en la última batalla, que hubiera hecho revolvese de vergüenza a
Juan B. Justo o Alfredo Palacios, no se repita y vuelvan al cauce ético de la
democracia, los derechos de las personas y el estado de derecho. Que la
saludable reacción de los legisladores peronistas que prefieren dejar la
asociación ilícita para comenzar a reconstruir su partido en el marco de la
legalidad se afiance.
Si la contracara del “mega-lava-ducto” es producir esa
reconstrucción de la Argentina constitucional, pues entonces la indignación
habrá tenido un atenuante, a la espera que, terminada la pesadilla, la banda
esté de una vez por todas donde tiene que estar: detrás de las rejas. Las
pruebas tendrán carácter de instrumentos públicos. La Escribanía del
Congreso habrá servido para dejar constancia, para cuando sea oportuno,
del papel que le cupo a cada uno.

Indice
Por Dios, señora, ¿en qué mundo vivía?

“... de repente apareció el mundo y nos complicó la vida...”


C. Kirchner.

De pronto, desaparecieron de los discursos las citas de Hegel y


Kelsen. El barniz de instrucción típico de la manera de ser de muchos
compatriotas al que Mallea definiera duramente –hace seis décadas- como
el brillo del argentino de la representación, que “siempre aparenta, pero
nunca es” dejó de encandilar desde el poder.
Y se instaló allí la realidad, con su insoportable medianía, su
repetición de verdades de almacén y su impostación de sabio de café al
observar lo que no se comprende, pero se siente obligado a opinar sobre
ello. Comenzó con los “piquetes de la abundancia” y desde allí no paró.
El mundo, señora, está y nosotros en él, desde hace mucho tiempo.
Fue ese mundo al que la Argentina le vendió el producto de su esfuerzo
agropecuario en los últimos años, por un valor que alcanzó a casi Ciento
Cincuenta mil millones de dólares adicionales, desde el 2003 hasta la fecha,
de los cuales más de Cuarenta Mil millones fueron confiscados por la
discrecionalidad del “Estado K”.
Es el mismo mundo que toleró, además, que la Argentina dejara de
pagarle, por decisión de su marido, Setenta mil millones de dólares de la
deuda que tenía, la mayor parte de los cuales era con ahorristas
previsionales argentinos a los que se anatemizó como usureros. Y el mismo
mundo que disimulaba cortesmente, en todos estos años, los desplantes
protocolares, las groserías, la mala educación y los dislates argumentales de
los inquilinos de Olivos. El mismo al que, frente a la gigantesca crisis fiscal
que se avecina, su administración le roba una Aerolínea para completar el
Holding de petróleo, pesca, casinos, obras públicas y operaciones
inmobiliarias de los socios cercanos del poder.
Es más: es el mismo mundo que le volvió a prestar a la fantasiosa
administración de su marido hasta volver a tener la misma deuda que
provocó el desastre. Porque ese “mundo” también nos suma a nosotros,
argentinos, que estamos en él y hemos estado en todos estos años, quienes
fuimos saqueados en este tiempo con los préstamos forzados que las
administradoras de ahorros previsionales debían hacerle a su corrupta
gestión, a tasas licuadas, hasta terminar con el manotazo final de su
confiscación directa como el saqueo de los fondos de la ANSES.
Es el mismo mundo.
Salvo para quienes creen vivir en otro planeta.
Ese mundo le permitió alentar todos estos años la fantasía de su
pretencioso “modelo”, soñado como invento que habría de ser “pedido por
los yanquis” cuando se dieran cuenta de “su error”. Sin la abundancia facil
que le permitió ese mundo –y que con desparpajo y complicidades le
confiscaron a los dueños verdaderos de la riqueza producida, los hombres
de campo- no hubiera podido alinear gobernadores, piqueteros e
Intendentes, adueñarse de la estructura del peronismo, subsidiar a
empresarios amigos, mantener congeladas las tarifas de servicios
decadentes, llenar bolsos y valijas de aviones y Ministerios, ni viajar con
todo su séquito todos los fines de semana a Calafate en la flota de aviones
presidenciales.
Las ventajas de ese mundo, señora, le permitieron a su régimen en
estos años producirle al país más daños “que en toda la historia argentina”,
como gusta de decir en sus discursos: la destrucción de sus instituciones y
la instalación, por el “contramodelo” presidencial, de la chabacanería y el
incumplimiento de las leyes que ha convertido la convivencia en un
infierno, no sólo por las calles cortadas y los tolerados “escraches”, por las
confiscaciones y actitudes patoteriles de algunos de sus funcionarios, sino
por la pavorosa instalación de la violencia y el crimen sangriento gozando
de la impunidad –nuevamente- “más grande de toda nuestra historia”.
Ese mundo al que usted alude, señora, es de donde provienen los
celulares y electrónicos; la mayoría de las autopartes de los automóviles
“fabricados en el país”; el calzado y la ropa deportiva; los “MP3”, “MP4”,
“MP5” y adicionales, las redes y tecnología de Internet; la mayoría de los
juguetes, y los perfumes y cosméticos que usted tanto aprecia... entre otras
cosas. Es el mundo –que está aquí, y nosotros en él- donde se origina la
tecnología aplicada a todos los sectores productivos, desde la construcción
hasta la electrónica, desde la agropecuaria hasta la biotecnológica y la
genética; desde la medicina hasta las telecomunicaciones. En varios
capítulos, nuestros compatriotas son protagonistas de cadenas de valor, de
tecnologías y del comercio global de bienes y servicios, en la mayoría de
los casos a pesar de su gobierno. Mal que le pese, hasta usted forma parte
de ese mundo, sin que ninguna campana de cristal o burbuja criolla pueda
aislarla.
Es supino marcar la diferencia entre “el mundo” y “nosotros”, como
si viviéramos en Marte, más allá de que, por sus palabras, algunos parece
que así lo crean.
Somos el mundo y tenemos problemas igual que el mundo. En
nuestro caso, agravados por la infantil repetición de dogmas que atrasan
más de medio siglo, por su irrefrenable actitud de burlarse de los que saben
y por la cleptomanía sistémica del poder autoritario. Y además, porque ha
olvidado que la vieja sabiduría popular, la de verdad, la que atraviesa siglos
y culturas, ha aconsejado siempre desde que Egipto sufriera las siete plagas
bíblicas, guardar en los buenos momentos para cuando lleguen los malos.
Lo que hizo Chile, lo que hizo Brasil. Lo que no hicieron ni su marido ni
usted, en una ligereza que no se puede reemplazar con rudimenarios
discursos autoexculpatorios, ni sacándole arbitrariamente a unos para darle
también arbitrariamente a otros. O aprovechando la confusión de la crisis
para facilitarle a sus cortesanos el lavado del dinero obtenido mediante la
gigantesca corrupción de estos años.
Lo que está azotando cruelmente al país y se ensañará principalmente
con los compatriotas más pobres, señora, no es el mundo. Es su
imprevisión, su ignorancia, su incapacidad de gestión, su tolerancia con el
delito, su inaguantable soberbia.

Indice
Frente a la tierra arrasada, consenso democrático

Las voces de alerta se reiteran y llegan desde todos los sectores: el


proyecto de blanqueo es identificado por la sociedad y por la comunidad
internacional como un proyecto de lavado. Si el blanqueo es por esencia
inmoral, el lavado es un delito perseguido internacionalmente. Quien quiera
usarlo, convocará sobre sí la inmediata sospecha de todos los organismos
nacionales e internacionales de persecución del narcotráfico, del
terrorismo, de la corrupción política, de los delitos globales.
De cara a la sociedad, la instalación de la violencia cotidiana en el
sangriento suceder de episodios en los que ya la presencia de la guerra de
bandas de narcotraficantes y cárteles se agrega al tradicional uso de los
jóvenes carcomidos por el paco para la distribución minorista, previo su
introducción al sistema como adictos, es visualizado por los argentinos
simplemente como el último eslabón de complicidades.
Esta cadena hasta ahora tenía como primer eslabón el ingreso al país
por fronteras si control, como segundo el transporte a la red de distribución
en los centros urbanos masificados –principalmente en el conurbano- y
como último a la distribución minorista final. Esta ley agrega el gran
eslabón faltante: la facilidad para el lavado del dinero ilegal, cada vez más
cercano públicamente al corazón de las redes, como lo demuestran los
últimos crímenes e investigaciones judiciales en curso.
De cara al mundo, el desprestigio es ya ilevantable. La obsesiva
intención de forzar la designación del ex presidente Kirchner en el
UNASUR amenaza con destruir una interesante iniciativa de confluencia
sudamericana, cuya virtud mayor es rodear al Brasil, gran protagonista
regional del nuevo paradigma mundial, con la constelación de países
hispanohablantes destacando la responsabilidad regional de nuestro vecino
con la integración y el desarrollo del sub-continente como contrapartida de
su creciente prestigio global. La insistencia de poner al UNASUR en
manos del bloque de autoexcluidos que integran Chávez, Correa, Morales y
los Castro a través de Néstor Kirchner actuará como una carga de dinamita
en ese proceso, tal cual lo hicieron con el Mercosur al que han convertido
en poco más que una cáscara declamativa abandonando el objetivo
diseñado por Alfonsín y Sarney y aún por Menem y Cardoso.
En uno y en otro caso los retrocesos son significativos y aunque en lo
interno no agregan mucho a la descalificada gestión kirchnerista, en el
plano exterior constituyen un golpe de proporciones a la Nación Argentina
y, en consecuencia, nos alcanza a todos. Cualquier esfuerzo para revertir
esa imagen será costoso, en esfuerzo y en tiempo.
Tierra arrasada, pareciera ser la consigna de estas últimas
escaramuzas del régimen “K”. Tierra arrasada en lo económico,
apropiándose de todo lo que tengan a la vista, desde los fondos de la
ANSES hasta los ahorros previsionales privados, desde la rentabilidad
agropecuaria hasta las reservas del BCRA, desde las concesiones de juegos
de azar hasta las concesiones de petróleo, desde la pesca sin control hasta
las tierras del Calafate –y haciendo al blanqueo sólo útil para los fondos
mal habidos de los cortesanos y testaferros-.
Tierra arrasada en lo político, al arrastrar en el lodo, por una falsa
concepción de la lealtad, a dirigentes peronistas y aliados que hasta hace
poco respaldaban por disciplina un rumbo que sabían equivocado, pero que
ahora no sólo respaldan sino que se convierten en cómplices de delitos no
sólo perseguidos por las leyes argentinas sino por la justicia internacional.
Tierra arrasada en lo institucional, donde destrozan lo poco que
quedaba de institucionalidad republicana. Tierra arrasada en lo social, con
índices lacerantes en crecimiento acelerado como la desocupación, la
mortalidad infantil, la educación pública, la salud y el desamparo. La
denuncia de Juan Carr, compatriota del que todos somos deudores por su
dedicación a las causas que debiera tomar la sociedad a través de su Estado,
de ocho chicos por día muertos de hambre en tiempos del “mayor
crecimiento acumulado de la historia desde la Revolución de Mayo” echa
por tierra con la consigna de la presunta capacidad de gobierno de una
administración que llegó peronista, se descubrió “progresista” y termina
golpeando fatalmente al peronismo y al propio progresismo a los que
termina confundiendo con la corrupción más asqueante, esa sí, de “toda la
historia argentina”.
Y tierra arrasada en lo internacional, llevando al país a un grado de
intrascendencia y aislamiento que jamás había alcanzado en su historia. El
prestigio de la reconstrucción democrática y la reconstrucción del estado de
derecho –y aún del Juicio a las Juntas- se ha cambiado por la imagen del
que se queda con lo ajeno, vive al ritmo de las frivolidades presidenciales y
hace gala de la mala educación y desplantes protocolares, como los
adolescentes malcriados.
Cada vez alcanzan menos los sucesivos “planes”, que comenzaron
con los 20.000 millones de dólares de inversiones chinas, siguieron con los
cientos de miles de viviendas y miles de escuelas, continuaron con el
gasoducto continental, y terminan con los hospitales y rutas que vienen
anunciándose desde el conflicto del campo hasta ahora, con fondos
inexistentes y con un desparpajo sólo compatible con una sociedad de
ignorantes –que no lo es- o con un pueblo que, simplemente, cada vez que
escucha a su presidenta cambia de canal por desinterés, por hastío o
directamente para preservar su salud mental.
El régimen deja tierra arrasada. Nadie le cree lo que dice. Las
herramientas económicas no producen efecto alguno en los mercados. La
economía sigue refugiándose en las divisas o en valores de más difícil
confiscación, sin que nadie se le pase por la cabeza invertir o arriesgar un
centavo en inversiones productivas.
Y la pareja dinástica continúa dentro de una burbuja, repitiendo
discursos al espejo, que le devuelve –como todos los espejos- la imagen
invertida: no es la pista de despegue que ellos ven. Es el tobogán de la
decadencia, cada vez más pronunciado.
Una vez más, la confluencia democrática y republicana de amplio
espectro es imprescindible para conformar una alternativa que pueda
servirle a los argentinos, a los ciudadanos y al país todo, de renovación
institucional. El cuarto de siglo de democracia, que el país festejó sin su
presidenta –que estaba en Rusia, brindando con Putin- debe recordarnos a
todos nuestro compromiso fundacional. Con los derechos de las personas,
con la ley, con la modernidad, con las instituciones, con los vecinos. Desde
la izquierda hasta la derecha honestas, modernas y plurales tienen una
responsabilidad con su conciencia: volver a ubicar a la Argentina en la
senda del estado de derecho, el único marco que les permitirá discutir sus
diferentes visiones de largo plazo con la racionalidad de la convivencia.
Diálogos sin precondiciones para llegar, por caminos conjuntos o
paralelos, al regreso del imperio constitucional. Ese sería el mejor
homenaje al cuarto de siglo democrático. Y será, sin lugar a dudas, la
puerta de entrada al nuevo ciclo de renacimiento argentino que debe
comenzar en el bicentenario.

Indice
El eclipse de la ley

La existencia de ese misterioso fenómeno que es el poder se remonta


a los orígenes de la condición humana, según acuerdan los historiadores.
Más aún: en el propio reino animal pueden observarse comportamientos
propios de los que los humanos identificaríamos con relaciones de poder,
vinculados al reconocimiento del grupo a la primacía de algún o algunos de
sus individuos en algunas funciones sociales de coordinación o liderazgo.
La humanidad nació con el poder, concentrado al comienzo en los
más capaces y hábiles en la lucha, en la caza, en la reproducción o en la
fortaleza física. La larga marcha civilizatoria fue limitando ese poder en
beneficio de quienes no lo tenían, en una dialéctica que acompañaría la
evolución de la política hasta nuestros días. Esa limitación surgió con la
aparición de las leyes. Las “Tablas” de Moisés avanzaron en ese rumbo,
significando el paso trascendente de una ley aplicable a todos.
Desde esta perspectiva, civilización es limitación del poder y
ampliación de la libertad. Y la culminación de la historia con la
construcción de la democracia, que sólo admite como válidas las leyes
surgidas de la voluntad popular por los procedimientos constitucionales –
sancionados por un escalón superior de esa voluntad popular que es la
“voluntad constituyente”, es decir, la decisión de una comunidad de vivir
en común bajo las condiciones pactadas- marca el punto máximo de
evolución civilizatoria hasta el presente.
Los cambios de la propia democracia –hacia nuevas formas de
participación, nuevas distribuciones de competencias e incluso los esbozos
de formas supraestatales y hasta globales de administración y gobierno-
profundizan esa línea adaptándola a la creciente complejidad de la vida
contemporánea y a las nuevas demandas de la “segunda modernidad” –
riesgos globales, ambientales, terrorismo, redes delictivas, etc-.
Pero siempre sobre la base del respeto a la ley. Olvidarlo es abrir las
puertas al retroceso, a las aventuras bélicas, al reconocimiento de más
poder al más fuerte y en consecuencia, menos poder a los débiles, en
síntesis, al reconocimiento de que los seres humanos dejan de ser libres y
autónomos frente al poder para volver a ser, como en épocas arcaicas,
apenas objetos de administración.
El tema viene a cuento, por supuesto, de la situación argentina. En
varios artículos hemos analizado esta curiosa particularidad nacional de una
especie de “pre-constitucionalidad” en la que la vigencia de las leyes
depende de modas o caprichos, más que de su legitimidad intrínseca. El
estado de derecho, cuya esencia es la clara demarcación de los límites del
poder (transformados en “competencias” de los diferentes poderes del
Estado frente a las facultades intrínsecas de los ciudadanos, no delegadas
por el pacto constitucional) se ha transformado en un “Estado del puro
poder”, en el que la discrecionalidad pasa por encima de facultades y
atribuciones.
No necesariamente las decisiones que se toman son negativas, como
sí lo son las confiscaciones, los negociados con fondos públicos o la
disolución de los mecanismos de control. Las hay correctas y hasta justas,
aún siendo ilegales. No es en su contenido donde se encuentra su disvalor,
sino en el acostumbramiento al retroceso que implica reconocer que desde
el poder se puede hacer cualquier cosa, como los “machos alfa” de algunas
especies de mamímeros superiores, mediante actitudes arcaicas, anteriores
incluso a la discrecionalidad de los caciques de las tribus nómades que era
muchas veces limitada por Consejos de Ancianos o principales de la tribu.
Hace muy poco, el Congreso estableció el sistema de movilidad
jubilatoria, luego de un debate plural y participativo que precedió a la
sanción de la correspondiente Ley. El autor de esta nota –se siente obligado
a aclararlo- aplaude toda mejora a la situación de los pasivos,
sistemáticamente robados por la administración. Cuestiona incluso por
insuficiente e incomprensible aquélla decisión parlamentaria, pero se
pregunta: ¿quién es la Presidenta para decidir otorgar un pago adicional, así
sea de los miserables doscientos pesos, a los cinco millones de
compatriotas en esta situación, sin una decisión correspondiente del
Parlamento? ¿De dónde sacó su facultad para disponer de recursos de todos
–gran parte de ellos, confiscados recientemente a los ahorristas
previsionales privados- en forma discrecional?
¿Es el argumento la necesidad de una rápida sanción? Obsérvese sin
embargo que se trata de un Congreso cuya mayoría ha aprobado en apenas
diez días un procedimiento para “lavar” los fondos originados en delitos –
desde evasión fiscal a narcotráfico, desde corrupción con fondos públicos
hasta defraudaciones-, que en un plazo similar decidió apropiarse
burdamente de los fondos previsionales privados ahorrados por los
ciudadanos que trabajan, y hacerse cargo, en nombre del Estado –o sea, de
los argentinos que deberán responder con sus impuestos- de una deuda
millonaria y un déficit gigantesco de un elefante blanco volador, como
Aerolíneas, incumpliendo su propio compromiso apenas a un mes de
haberlo firmado y abriendo la puerta a sus legítimos dueños para un
reclamo multimillonario que también tendremos que pagar los argentinos.
Evidentemente, el argumento no sirve. Es de suponer que si en diez días
amnistiaron –y autoamnistiaron- masivamente a miles de delincuentes, en
un lapso menor podrían aprobar el aumento previsional.
Es el mismo Congreso que, en otra violación de la ley –que, como
resulta simpática al estado actual de la opinión pública, no mereció
oposición- decidió anular los beneficios previsionales de funcionarios del
último gobierno militar. Recordemos: ese gobierno terminó hace un cuarto
de siglo, como se está recordando en estos días. Y el autor de esta nota lo
sufrió especialmente, con su detención arbitraria ilegal y luego su
declaración como “detenido a disposición del PEN”, por lo que nada tiene
que lo vincule a esa gestión salvo la lucha para que se fuera y volviera la
democracia. Sin embargo, el fin de la dictadura significó que volviera la
ley. Eso creímos. Un cuarto de siglo después, vemos que el Congreso, que
debiera legislar sobre la base de las normas constitucionales, no tiene
empacho en aprobar una norma abiertamente inconstitucional.
Pero hay más, y más grave. La Cámara de Casación Penal ha
dispuesto la libertad de varios imputados por crímenes de lesa humanidad
que han pasado siete años detenidos sin juicio. Por supuesto, el “macho
alfa”, a través de su señora, ha mostrado su impostada indignación. ¡Cómo
se atreve la Justicia a decidir algo no querido por el poder!
Sin embargo, “imputar” no quiere decir otra cosa que someter a una
persona a investigación y juicio, y de ninguna manera implica “condenar”.
¿Cómo puede tolerarse, en pleno siglo XXI, que existan personas detenidas
sin causa, sometidas al limbo de una justicia inexistente, porque al poder se
le ocurra, o porque la “vindicta publica” con repercusión mediática decida
que hay que aprisionar a alguien? Ni siquiera la Inquisición se permitía
detener a procesados sin plazos ni juicios. Habría que retroceder a los
tiempos de los reyezuelos feudales y, en nuestro país, a las oscuras épocas
anteriores a la organización nacional, para encontrar antecedentes de
discrecionalidad como la que pretende la señora presidenta en su simulada
indignación. Juicio y castigo, no sólo está bien sino que lo pedimos todos.
Castigo sin juicio, es aberrante y desde la ética de quien esto escribe,
despreciable, como los delitos que se imputan pero no se prueban a las
personas mencionadas. En todo caso, tan despreciable como muchas de las
acciones del régimen que terminó hace un cuarto de siglo, en la mejor
prueba de la existencia de los “dos demonios” cuya invocación tanto
molesta a algunos.
La ley no tiene prensa. Es más taquillero generar emociones con
decisiones discrecionales, con hechos rápidos golpeando a la opinión
pública escasamente informada y hasta con la disimulada desviación de la
mirada para no “ver” lo que se sabe ilegal, pero cuya denuncia no dejará
réditos. Todo eso es cierto. Tanto como que una sociedad que así actúe, con
liderazgos de tan bajo nivel intelectual y político, no tiene otro futuro que
la decadencia constante. Nadie arriesgará su patrimonio, su trabajo o
incluso su vida para asociarse al progreso general con quienes ignoran que
el progreso no tiene futuro si no está apoyado en el sólido cimiento del
estado de derecho.

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La socialdemocracia y el Falcon

Sugerir la “socialdemocracia” (o su remedo conceptual, la “centro-


izquierda”) como modelo social del siglo XXI es como pretender que se
adopte el Ford Falcon como el ideal del automóvil del futuro.
Buenos proyectos hasta los años 70, superados por la historia en un
mundo con nuevos problemas, alejados de aquellos tiempos en que no
había crisis de petróleo, globalización económica y cosmopolitismo global.
La “segunda modernidad” ha puesto en escena nuevos actores, nuevos
problemas, nuevas relaciones económicas y sociales, nuevas correlaciones
de fuerza y nuevos cruces de intereses.
Y una conformación diferente de las sociedades, también
crecientemente globales. Observar un compatriota recogiendo cartones en
la basura mientras porta su celular de última generación, quizás su única
compra de productos “durables” en el año o en la década, marca la
profundidad de ese cambio, por la significación iconográfica de un
artefacto cuyo consumo atraviesa todos los sectores sociales del país y del
planeta, y es la expresión también de la tecnología, la fabricación, la
distribución y el funcionamiento cosmopolita.
La obligación de quienes piensan y actúan la política es tomar
conciencia de esos cambios y proyectar en él los valores de siempre, que
son los que no cambian. Así como el ideal del Ford Falcon fue un
automóvil de llegada masiva y fuerte en su contextura, en todo caso
heredero del legendario “Ford T” que llevó el automóvil a las clases
populares norteamericanas, la socialdemocracia proyectó en su
circunstancia histórica un arsenal axiológico gestado durante siglos
-libertad, equidad, justicia, derechos civiles de las personas, derechos
políticos, solidaridad, relaciones laborales justas- con modelos de
estructuras relativamente exitosas: fue la época de los Estados fuertes, los
partidos políticos, los gremios, los ejércitos, los organismos de seguridad
social, la salud y la educación estatales, el comercio administrado y las
“cuentas nacionales” controladas, orgando “macro-estructuras” gigantes, en
ocasiones más costosas que los propios servicios prestados.
Aquellos valores no han cambiado, pero sí lo ha hecho la indagación
sobre los caminos para lograrlos, en un mundo que se ha hecho
sustancialmente más complicado por la imbricación global de todos sus
escenarios: económico, cultural, político, legal, delictivo. Escenarios que
han adquirido una conformación y un funcionamiento crecientemente
planetario y presentan problemas globales que no son abordables desde los
límites del Estado-nación, continente prototípico de la modernidad
incluyendo en ella al diseño socialdemócrata y al pensamiento autárquico.
No sólo es ingenuo: es tosco, rudimentario e inexperto creer que aquella
realidad subsiste y que también lo hacen, sin cambio alguno, las
herramientas conceptuales, ideológicas e instrumentales de esa época.
Valga como digresión aclarar que esta afirmación no aborda la
reflexión sobre la Nación como categoría histórica y cultural, cuyos límites
pueden coincidir con los del “Estado nacional”, pero no con su diseño y
estructura. La “nación” tiene otros perfiles y quizás su reconstrucción en el
nuevo escenario del siglo XXI sea una de las más apasionantes tareas
intelectuales, en un mundo en el que la tolerancia, la pluralidad y la
imbricación recíproca enriquece a todos sin perder la identidad, que sin
embargo incluye cambios intrínsecos notables.
La Argentina necesita completar etapas inconclusas. La primera de
ellas es lograr de una vez por todas la instauración del estado de derecho,
democrático y republicano, cumpliendo el programa revolucionario de
1810, la generación del 37 y la Constitución Nacional. Para esa tarea es
imprescindible un consenso mayoritario claro y terminante y requiere el
consenso de las fuerzas nacionales y provinciales, de la izquierda y la
derecha modernas y plurales, y principalmente de los ciudadanos actuando
en ejercicio y defensa de sus derechos y su libertad, como lo hicieron
durante la movilización del campo. Sobre esa base de solidez renovada,
debe retomar su esfuerzo inclusivo que dio forma, sucesivamente, al
radicalismo y al peronismo.
A partir de allí, el escenario nacional debe ser observado y analizado
con una perspectiva global y cosmopolita a fin de detectar la naturaleza de
los problemas actuales y las herramientas posibles para luchar por los
valores de siempre. Dicho con el mayor de los respetos –y afectos, porque
muchos hemos sostenido objetivos parecidos hace décadas-, en este
momento del mundo y del país la “socialdemocracia” no define nada o en
todo caso muy poco. Socialdemócrata es Blair, socio de Bush en la
aventura iraquí. Socialdemócrata es Lula, en las antípodas de Chavez,
también socialdemócrata.
Hasta el propio Kirchner se autodefine como “socialdemócrata”
cuando es obvio que sus prácticas políticas son exactamente lo contrario de
lo que requiere tanto el programa de la modernidad constitucional, como la
fuerte institucionalidad socialdemócrata de mediados de siglo XX, como –
por último- la comprensión y acción cosmopolita para el complejo mundo
de la segunda modernidad; y “socialdemócrata”, por último, se ha
autodefinido Biolcatti, presidente de la Sociedad Rural Argentina, quien
mantiene –como sabemos- pocas afinidades con Néstor y Cristina
Kirchner...
Insistir en un rótulo con tales debilidades en su definición es caer en
el riesgo de no definir nada. Lo que puede ser el objetivo buscado, pero no
deja de ser, en tal caso, doblemente peligroso al dejar abierto el camino a la
discrecionalidad.
Menos rótulo, más contenidos. La Argentina está para mucho más
que el “troncomóvil” que le pide Moreno a las automotrices, en
consonancia con el esperpéntico “desarrollo desacoplado con inclusión
social” del “socialdemócrata” kirchnerismo. Es el nuestro un país que
surgió para grandes cosas y muchas veces lo logró, cuando construyó sus
instituciones, respetó los derechos de las personas, entendió al “poder”
como un servicio a los ciudadanos con límites claros y se integró al mundo
sin temores. La “causa del género humano”, proclamada por San Martín en
Lima al definir la Revolución de Mayo, tiene una permanencia axiológica,
una significativa actualidad y un valor trascendente que pasa por encima de
los sellos de época. Eso es lo que no cambia.
En los albores del segundo centenario sería bueno repensar el país
sin pereza intelectual y con mayor solidaridad, nacional y global. Aunque
fuera éste el único homenaje que le rindiéramos a quienes, hace casi dos
siglos, empezaron la marcha común.

Indice
Estatizar el juego de azar

La sucesión de escándalos, en diversas jurisdicciones nacional y


provinciales, que han rodeado en los últimos años la expansión
significativa del juego han colocado en la agenda pública un tema que,
debido a diferentes prioridades, no ha merecido la necesaria reflexión por
parte del periodismo, los intelectuales y los políticos.
La actividad lúdica, que en otras épocas estaba monopolizada por las
instituciones del Estado –a través de la vieja Lotería Nacional y sus
similares provinciales- integró la batería de privatizaciones de los años 90.
Hasta ese momento, los perseguidos pero folklóricos “pasadores de
quiniela” eran los únicos protagonistas en el márgen gris de un negocio que
aunque en ocasiones se descubriera formando redes clandestinas con
complicidades públicas y policiales, no generaban daños inmanejables a la
convivencia, la violencia o las adicciones. Los “garitos clandestinos” de
otras épocas, mirados a la distancia, parecen juegos de niños frente al
entramado mafioso, que vincula al empresariado “negro” con la política
corrupta.
La introducción en el país del juego capitalista en gran escala abrió
una compuerta que no ha cesado de incrementarse durante todos estos años,
generando una imbricada red de complicidades con escalones políticos que
resultaron favorecidos, llegado el kirchnerismo, por su expansión mediante
mecanismos de corrupción que en ocasiones ha superado la tradicional
“coima” por las concesiones para incluir a allegados en las propias
estructuras empresariales, que a esta altura se mueven por encima de
culquier control oficial.
Sin embargo, la filosofía del juego conspira contra la promoción del
trabajo, la solidez de la familia, el aliciente al esfuerzo creador, la
promoción del facilismo y la imprevisión. Si hay un componente nefasto en
la decadencia de las sociedades fracasadas ha sido la generalización del
juego de azar, actividad que cuando ha sido permitida en los países
exitosos, lo ha sido en forma limitada y excepcional, con fuertes controles
estatales con los que –resignados a su inexorabilidad vinculada con
aspectos oscuros de la naturaleza humana- los gobiernos han tratado de
limitar, volcando sus beneficios a actividades de promoción social.
Los argumentos en defensa del juego giran, en general, alrededor de
la dinamización de la actividad económica de las regiones en las que es
permitido. Se relaciona con la promoción turística, como una oferta más a
las actividades lúdicas de quienes disfrutan del tiempo en blanco de un fin
de semana largo o períodos vacacionales. Cabe decir que aunque esto sea
así, también lo es que su oferta exagerada desalienta otras actividades
culturalmente más estimulantes y económicamente más provechosas,
desplazadas por el fuerte atractivo del clima artificial y cosmopolita de las
salas con luces de colores, sonidos estandarizados y clima atemporal de los
establecimientos de juego.
La expansión del juego en el país ha sido patética. No hay ciudad
importante que no cuente con grandes bingos y salas de apuestas, de
apuestas de carrera en línea, de maquinitas “tragamonedas” incorporadas a
diversos espacios de espera y en general de permanentes estímulos para
ceder al impulso ilusorio de la ganancia rápida y las emociones cortas. En
estos días hasta se ha producido un hecho criminal a raíz de la disputa por
un hipódromo privado, cuyo adecuado control perseguía un Intendente
asesinado por el capitalista del juego en el norte santafecino.
La contracara es el desarrollo de un “capitalismo negro” que ha
intervenido en las fuerzas políticas distorsionando aún más su
funcionamiento, del que se ha reemplazado el sano debate sobre los
proyectos, por el nada sano de la búsqueda de financiamiento y riqueza. La
vergonzosa frase con que diputado que preside el bloque oficialista
respondiera a un periodista sobre el significado ético del blanqueo -“moral
o inmoral, necesitamos plata”- es el indicador más claro del deterioro ético
del promedio de moralidad con que se mueve –y acepta convivir- la
mayoría de la representación política argentina. El decreto del ex presidente
Kirchner, a cinco días de finalizar su mandato presidencial, prolongando
por un cuarto de siglo sin justificación alguna la concesión del juego en el
casino de Palermo a su amigo Cristóbal López, incrementando además en
1500 las máquinas tragomonedas allí instaladas (3000), es otra
demostración de esta inmoralidad.
Frente al escenario crecientemente dominado por las mafias, la
expansión del narcotráfico, el crimen instalado en la vida cotidiana, la
inseguridad con complicidades políticas y globales, el sentido común
aconseja la vuelta al monopolio estatal del juego, prohibiendo su
explotación privada. Ello permitirá sacar del mercado capitalista una
actividad que tiene poco de creativa, que aunque se tolere debe ser
fuertemente regulada, cuya presencia y reglamentación debe incluir debates
públicos participativos sobre cada nueva concesión y cuyas cuentas deben
ser totalmente transparentes.
Volver al monopolio estatal de los juegos de azar es más urgente,
necesario y fundado que estatizar el correo, las aerolíneas o los
ferrocarriles, porque el efecto negativo de la actividad tiene alcances más
graves para la convivencia que cualquiera de aquellas áreas. En aquéllas es
discutible su mayor o menor conveniencia para el desarrollo. Pero el juego
destroza cosas más importantes: el entramado social y la propia integridad
moral de los argentinos.

Indice
Hilda Molina y Cristina Kirchner

Hace un par de años, en oportunidad de la reunión del Mercosur


realizada en nuestro país a la que concurriera, invitado especialmente sin
motivo claro, el mandatario cubano Fidel Castro, ocurrió un hecho que
fuera destacado, con congratulaciones, por parte de esta columna,
normalmente ubicada en las antípodas de la administración kirchnerista: el
entonces presidente de la Nación, Néstor Kirchner, hizo llegar al cubano
una misiva interesándose por la autorización para salir de Cuba y reunirse
con su familia en la Argentina, a la Dra. Hilda Molina, prestigiosa
neurocirujana cubana.
Destacamos en su momento el gesto a raíz de que tuvo que vencer la
resistencia de funcionarios del gobierno caribeño que –según trascendidos
periodísticos- se oponían al sólo hecho de recibir la mencionada carta. Aún
vive en el recuerdo de los argentinos la desencajada respuesta de Castro al
ser interrogado sobre el tema por un periodista.
Por supuesto, la contestación fue la que conocemos, difícilmente
encuadrable en el respeto de los derechos humanos que Cuba se
comprometió a cumplir al momento de firmar la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, primer documento internacional de las Naciones
Unidas que fuera en su tiempo una luz de esperanza para el mundo, y que
al enunciar los derechos fundamentales de toda persona sobre la tierra
incluye el de entrar y salir de su país libremente. Algo que los argentinos
tenemos escrito en nuestra Constitución desde 1853.
Conocida es la posición del gobierno “progresista” de la isla: la Dra.
Molina es portadora de un cerebro que le pertenece a su país y en
consecuencia, es el gobierno cubano quien tiene facultades de propiedad y
administración sobre el mismo. Sigue –sola y segregada- en Cuba, donde es
objeto de burlas y humillaciones, envejeciendo sin ver a sus nietos y sin
ejercer tampoco su profesión –está jubilada-. Ha abierto un blog en Internet
donde publica, cuando lo permite su conectividad, su visión sobre la
situación de la isla (http://hildamolina.blogspot.com/), mediante el cual se
ha dirigido a la presidenta argentina expresándole entre otras cosas: “...no
he pedido a la Excelentísima Dra. Cristina Fernández un respaldo
semejante al que los opositores argentinos recibieron en la época de las
dictaduras. Le he rogado únicamente, con humildad y desde el fondo de mi
corazón, como sólo una abuela puede hacerlo, que ayude a dos inocentes
niñitos argentinos, mis maravillosos nietos. .... “
La presidenta Kirchner está visitando Cuba. No se sabe bien para
qué, ya que tanto la agenda como los propósitos del viaje aparentemente
formaron parte de una especie de secreto de estado a los que son tan afectos
los integrantes de la pareja gobernante. Ha visitado un “Polo tecnológico” y
destacó los avances logrados por Cuba en materia de salud (quizás debiera
haber agregado: para extranjeros ricos...), pero ninguna información
periodística, oficial ni oficiosa, ha dejado trascender hasta ahora gestión
alguna por la suerte de la Dra. Molina, cuyo hijo –bueno es recordarlo- es
argentino por adopción.
En aquel momento dimos como título a nuestro artículo: “Algo
bueno de Kirchner”, y lo felicitamos por haberse puesto con
responsabilidad su traje de Presidente de la Nación Argentina. Debo decir
que en aquel momento muchos argentinos se sintieron interpretados por su
actitud. Quizás fue la única vez durante toda su gestión. En esta
oportunidad, ubicados como estamos en antípodas más alejadas aún –si
cupiera- de su gestión, no dudaríamos sin embargo en darle el más sincero
apoyo y el caluroso respaldo si se comportara como la Presidenta del país
de San Martín y lograra traer a la Dra. Molina a la Argentina.
Confesamos la falta de esperanzas al respecto. Pero –como dice el
refrán...- “es lo último que se pierde”.

Indice
La alegría de Cristina

Poco más de un año atrás, en ocasión de una de las inefables cátedras


desde el atril de la recientemente electa presidenta de la Nación, nos
preocupábamos desde esta columna con la advertencia que daba título a un
artículo: “Cristina atrása, el país se descalabra, Kirchner acumula”. No se
había presentado aún el dislate de la Resolución 125, pero ya el relato
presidencial, a pesar de no haber confesado aún que no conocía la fórmula
del agua, mostraba serios errores de conocimiento y de diagnóstico que nos
conducían aceleradamente a una nueva crisis.
Una foto actual del estado del país, “vis a vis” con una igual de hace
un año, nos muestra la triste confirmación del diagnóstico, que si bien era
visualizable ya con las robustas exportaciones agropecuarias logradas a
pesar de los Kirchner, se hizo patético una vez desatada la crisis
internacional que está golpeando a todo el planeta y ya se anuncia con la
ralentización de China, cuyo potencial comprador de “commodities” es
siempre la última esperanza frente a los males nacionales.
En un posterior análisis, realizado hace seis meses, sobre los efectos
de crisis en el balance global, arriesgábamos la opinión de que una vez
pasados los efectos de la crisis, el mundo retomaría su marcha con un
fortalecimiento de la posición relativa de los Estados Unidos. El
razonamiento no descubría la pólvora: partía del supuesto de que la
eonomía real de bienes y servicios de todo el planeta no ha sufrido ninguna
catástrofe astrofísica ni geoloógica. Al igual que ocurrió –en nuestra
pequeña dimensión- con la crisis argentina del 2001, los campos, las
fábricas, las infraestructuras, la energía, las comunicaciones, permanecían
intactas. Cuando recuperaran la liquidez necesaria, el campo volvería a
producir, las fábricas pondrían en marcha sus motores, los bancos
retornarían con sus préstamos y todo comenzaría a marchar nuevamente. Ni
siquiera la gestión K lograría detenerla y a pesar del sabotaje constante
realizado a la producción con sus crecientes incautaciones de riqueza y su
corrupción ramplona, el país retomó su senda ascendente. Así ocurrirá con
el mundo.
¿Por qué será Estados Unidos la locomotora el nuevo arranque?
Tampoco hay que descubrir la pólvora: es el país que ha sido elegido por
todos (europeos y chinos, japoneses y rusos, latinoamericanos y africanos)
como el reservorio mundial de la liquidez. Si hay un Estado en condiciones
de financiar la nueva marcha de la economía, una vez que ésta toque fondo,
es el estado norteamericano. Desbordante de recursos que han dejado en
sus arcas los angustiados demandantes de bonos del Tesoro en todo el
planeta, será su decisión política dónde volver a poner liquidez, a quién
prestarle, a quién venderle, a quién comprarle, a quién favorecer y a quién
castigar.
¿Por qué alegrarse, entonces, de que el discurso de Obama incluya la
afirmación de que el mercado ha fallado y que en consecuencia el Estado
debe intervenir? La frase del nuevo presidente norteamericano –junto a
otras que anuncian una etapa interesante en los años que vienen, como la
puesta en valor de la democracia, palabra que no se escucha en los
discursos presidenciales argentinos desde 2003- para generar alegría,
debería hacerse coherente con una decisión internacional de acercamiento
maduro, prudente pero firme, con el país que decidirá en el corto plazo la
suerte del mundo. Si es cierto que ahora el papel del Estado será más
importante, es más importante que nunca acercarse a ese Estado –rol que el
kirchnerismo conoce de memoria...- para intentar articular nuestros
esfuerzos con las decisiones que se tomen para salir de la crisis. En otras
palabras, “estar adentro”, no segregado.
Alegrarse porque el Estado norteamericano –el que arbitrará la salida
de la crisis- podrá tomar en sus manos la gestión del mercado y a la vez
destacarlo desde un viaje frívolo y vergonzante con los autócratas
caribeños, ubicados en las antípodas de ese Estado, es cualquier cosa,
menos coherente. Además de colisionar con los principios elementales de
la diplomacia que aconsejan no hacer comentarios sobre terceros países o
gobiernos desde el exterior del propio, tema éste que sabemos que no forma
parte –como muchos otros- del capital intelectual de la pareja reinante. Lo
que no sería nada grave, si tuviera la humildad de consultar a los que saben:
nadie es especialista en todo ni tiene la obligación de serlo.
No se entiende la alegría de Cristina. Ha renunciado a sus principios
de defensa de los derechos humanos a cambio de una foto desopilante para
el álbum familiar presentada con un no menos desopilante comunicado del
anciano dictador sobre la reunión, ha mancillado el honor de la Argentina
al abandonar una causa que su propio marido había priorizado, como es la
libertad de la Dra. Hilda Molina, ha aceptado la vergonzosa prohibición de
reunirse con los opositores cubanos (¿se imagina la señora presidenta cómo
hubiera reaccionado ella misma si el ex presidente Bush le hubiera
prohibido reunirse con demócratas cuando viajó a Estados Unidos?); se
prestó a una ridícula comedia de enredos con la agenda y la entrega de “la
foto” que distribuyó profusamente como un trofeo de caza mayor desde la
red de prensa presidencial; no consiguió ningún acuerdo para cobrar los
más de dos mil millones de dólares que el régimen cubano nos debe desde
hace casi tres décadas, reforzó su alineamiento con lo peor del Continente y
marcó una vez más la inconsistencia e inconfiabilidad de la Argentina y de
la política exterior de su gobierno en un momento en que el mundo
comienza una nueva etapa.
En el país, mientras tanto, secuestros y asesinatos proliferan hasta
formar parte del paisaje; el –otro inefable- administrador de la ANSES
sigue dilapidando los recursos que confiscaron a los ahorristas
previsionales en aventuras financieras esperpénticas y sin antecedentes en
el mundo, como financiar el canje de autos y heladeras a tasas negativas
con fondos previsionales, mientras retrasa el pago a los jubilados en una
quincena e incumple sentencias judiciales con años de antigüedad; sus
funcionarios están bloqueados para tomar decisiones mientras el principal
activo productivo del país marcha al quebranto generalizado golpeado por
la crisis internacional, la propia plaga kirchnerista y ahora, la sequía; los
despidos crecen diariamente; las fábricas reducen abruptamente su ritmo de
producción y los negocios están vacíos.
Su marido, en tanto, titular formal del peronismo adueñado de Olivos
ilegalmente, da directivas a los ministros –que éstos obedecen como
corderitos- de cómo repartir la caja discrecional de los fondos públicos
robados a los ahorristas entre los intendentes y gobernadores amigos. Y el
patrimonio personal de la familia trasciende ahora al petróleo, la pesca, el
juego y las obras públicas para expandirse más en el rubro turístico con el
agregado de otro hotel de cuatro estrellas en el Calafate, según dicen
informaciones periodísticas no desmentidas, conformando un virtual
monopolio en su pago chico del turismo de alto nivel.
Todo sigue igual.
Cristina atrasa. El país se descalabra. Kirchner acumula.
Lo que está bastante más colmada es la capacidad de tolerancia de
los argentinos.
A pesar de la alegría de Cristina.

Indice
-Éstos no son los gallegos. Éstos son Obama....”

Curiosa desaparición, la del “affaire” Transportadora General del


Norte (TGN) de los medios de comunicación....
Como se recordará, hace aproximadamente un mes, el gobierno
decidió “intervenir” la empresa transportadora de gas, que había recurrido a
la justicia con la decisión de declarar su default por sufrir lo que la mayoría
de las empresas privatizadas durante la gestión del ex presidente Menem
(peronista, igual que Kirchner) han soportado durante el quinquenio
kirchnerista: un ahogo tarifario unido a obligaciones de inversión y
prestación de servicios en un marco cambiario y de precios relativos
totalmente diferente al existente.
El mecanismo de extorsión, usual durante el kirchnerismo, le dio
frutos suficientes hasta la fecha. Fue por este procedimiento que lograron
apropiarse del 20 % de YPF, de varias empresas de servicios y hasta
empujar a Aerolíneas Argentinas hasta el borde del abismo, logrando
adueñarse de la empresa sin poner ni un centavo, esta vez con la
complicidad de diputados y senadores peronistas y la camarilla sindical.
Aunque realizado por un grupo político en ejercicio de un poder absoluto,
este mecanismo reiterado de extorsión provocó el cambio de manos de las
principales empresas del país y ha generado un capitalismo negro de
amigos del poder que ha convertido a Nestor Kirchner en un magnate del
petróleo, del turismo, de la pesca, de los juegos de azar, de las obras
públicas y últimamente también del transporte aerocomercial. En su
patrimonio personal, ha sido el presidente argentino de mayor capital en
toda la historia del país –primer record- y el que incrementó su patrimonio
en mayor porcentaje también en toda la historia de la Argentina
independiente. A pesar de decirse “progresista” y “de izquierda”, curiosas
etiquetas con las que consigue la fácil absolución de quienes hasta llegan
admirarlo por su audacia.
TGN tranporta gas desde los yacimientos del norte hacia la Capital
Federal. Entre sus dueños está el grupo Techint, socio de todos los
gobiernos, con el que el kirchnerismo realizó importantes negocios que
incluyeron hasta su ampliación en Venezuela, donde la empresa hizo
importantes inversiones hasta que el autócrata caribeño decidió ponerle fin
apropiándose de su acería, desmintiendo el viejo aforismo “entre bueyes no
hay cornadas”.
La declaración de default de TGN enfureció a Néstor Kirchner, que
ordenó un operativo de presión que incluyó una insólita denuncia penal,
alegando que el acta de directorio que decidió el default se había
confeccionado al día siguiente de la reunión. El sainete de enredos se
complicó aún más al conocerse que el default había sido adelantado al
Ministro de Infraestructura, quien lo habría alentado como una forma de
justificar la intervención del Estado, actualizar la tarifa y comenzar las
negociaciones de práctica –obviamente, para apropiarse de parte de la
empresa-.
TGN desapareció de los medios apenas el dueño de Techint regresó
al país de un viaje al exterior. El conflicto pareciera haberse encarrilado en
negociaciones que, al estilo vigente, son secretas aunque se traten de
negocios públicos. Lo usual en estos casos lo conocen bien “los gallegos”:
autorización de aumentos de tarifas a cambio de entregar una parte del
paquete accionario al “grupo K”.
Poco tiempo antes, el mismo camino había seguido EDELAP. La
empresa, propiedad de la norteamericana AES, había vendido parte de su
deuda a su controlante, pero sin liberarse de su carga financiera. El hecho
produjo una citación al propio Embajador norteamericano, el que con la
firmeza que le permite el país que representa y sin inmutarse contestó que
absolutamente todos los procedimientos contables de la empresa
respondían a las normas vigentes. Lo que pareció una revancha del
gobierno al tratarse de la empresa que contribuyó con pruebas decisivas
para el descubrimiento de los sobreprecios pagados por SKANKA, que
alcanzara a destacados funcionarios kircheristas, también desapareció de
los diarios luego de firmarse un acta en el que tanto la empresa como el
gobierno se comprometieron a “solucionar los inconvenientes” (¿?), curiosa
derivación del posible delito imputado en un país en el que, en teoría, rige
el Estado de Derecho y la separación de poderes. ¿Qué había ocurrido? El
encargado de dar una pista sobre los motivos fue el Sr. Roberto Baratta,
mano derecha del Ministro Julio De Vido. Según informaciones
periodísticas no desmentidas, le explicó a un dirigente del peronismo, con
ramplona simpleza: “Con AES no podemos seguir apretando. Estos no son
los gallegos. Estos son Obama”, sintetizando en una frase la filosofía del
poder “K” en la Argentina: a los españoles se les puede sacar cualquier
cosa, porque total al final lo arreglamos con Zapatero. Distinto es a los
norteamericanos. Con esos no se juega... mucho menos luego de conocerse
que AES había sido fuerte aportante a la campaña del nuevo presidente.
Así están las cosas en la Argentina K. Mientras tanto, la presidenta
está por viajar nuevamente a España, donde ya se anuncia que será recibida
por el presidente del gobierno. Por las dudas, las empresas españolas en
Argentina deberían en estos días, por precaución, cerrar con cuatro llaves
sus cofres, vaciar sus cuentas y no dejar nada sin custodia. Hasta ahora,
cada viaje de alguno de los esposos Kirchner a España ha sido para recibir
la absolución del gobierno “de los gallegos” por alguna fechoría sufrida por
sus empresas de parte de la irresistible cleptomanía “K”.
Como en los cuentos de argentinos contados en Galicia. Como en los
cuentos de gallegos contados en Argentina.
Indice
Por la gracia de Dios...

No es el de la Argentina un problema cultural. Mucho menos


religioso. Es, crudamente, un problema institucional.
Muchos países, con similares raíces culturales que el nuestro, han
organizado su convivencia en forma virtuosa y muestran un envidiable
crecimiento no sólo económico, sino integral. Muchos más, con similares
creencias religiosas a las de nuestro pueblo, generan admiración por haber
encontrado el camino de despegue reduciendo su pobreza, incorporando
millones de seres humanos a los beneficios de la sociedad formal y
transitando un camino reflexivo de construcción.
No pasa por ahí la raíz de nuestros problemas, sino en la destrucción
institucional que comenzamos en 1930 y que no se ha detenido, a pesar de
chispazos de reacción, siempre abortados.
La destrucción institucional tiene dos líneas de fractura. Una es
comunmente mencionada y se refiere al olvido de la separación de poderes
y competencias entre los órganos del Estado, singularmente grave al ser el
nuestro un país de raíz federal y en consecuencia haber logrado diseñar en
su Constitución un complicado sistema de equilibrios cruzados destinados a
resguardar la imbricación virtuosa entre los poderes del Estado nacional y
de las autonomías provinciales, por donde pasan la mayoría de las
necesidades básicas de los ciudadanos. Las groserías institucionales que
rompen ese equilibrio, agravadas hasta el paroxismo por la administración
kirchnerista, han minado el consenso constitucional al someter la justicia y
el parlamento a la discrecionalidad de una persona que ni siquiera cuenta
con legitimidad de origen o del desempeño de un cargo público, pero que
se ha convertido en el gran decisor de impuestos y gastos, condenando a
quien se le ocurra y beneficiando a quien lo apoye con recursos confiscados
en forma arbitraria a millones de compatriotas.
No sólo eso: el diseño de un sistema de coacción a la justicia muestra
hoy a magistrados aterrorizados ante cualquier causa que implique
investigar al oficialismo, en condiciones de terminar la carrera judicial con
procesos amañados administrados por una institución que en los diferentes
países en los que existe fue pensada para aumentar la independencia del
Poder Judicial, pero ha sido convertida en la Argentina en una especie de
Comité de Salud Pública de la Revolución francesa. La gran cantidad de
jueces que se excusan en la causa que investiga por corrupción al diputado
Kunkel, comisario político del oficialismo en el Consejo de la
Magistratura, es la aberrante demostración de ese disciplinamiento, tanto
como el cínico comentario del imputado: “Hacen bien en excusarse”. Por
mucho menos que esto, el país sufrió las guerras civiles que demoraron en
varias décadas su organización institucional.
Pero la otra línea de fractura es muchísimo más grave, porque
atraviesa en mayor o menor grado a la mayoría de las fuerzas políticas: es
la fractura entre la soberanía de los ciudadanos y las competencias del
poder. Esta fractura, cuyo inicio más nítido puede observarse en el golpe de
1930, se apoya en la creencia de que existe un “poder” superior a los
ciudadanos, con una presunta legitimidad superior justificada en los
“estados de excepción”, que cada gobierno sucesivamente se encargaría de
interpretar en diferentes formas alegando también distintas circunstancias y
necesidades, y en virtud de la cual podrían imponerse a las personas
“sumisiones o supremacías” al margen de las previstas en la carta
constitucional, desde la confiscación de sus ahorros hasta la prohibición del
comercio, desde la incautación arbitraria de sus bienes hasta la invasión de
su privacidad, desde la coacción de su libertad de expresión hasta
eliminación lisa y llana de su libertad de elegir.
Y sostenemos su gravedad sustancial porque una vez rota la
convicción de que el poder surge de la soberanía de los ciudadanos, la
tentación es legitimarlo en construcciones premodernas, étnicas,
nacionalistas, ideológicas, integristas, culturales o religiosas. “Los pueblos
originarios”, la “patria”, la “revolución”, o el propio “Dios” reemplazan a
las personas, en cuanto ciudadanos, de su condición de base fundamental y
última del sistema legal y político.
Ambas rupturas son la explicación de la decadencia argentina, que
no responde a orientaciones filosóficas, ubicaciones ideológicas o raíces
culturales.
Una visión pan-óptica de esta realidad nos mostrará, por supuesto,
grisitudes. Hay personas, y fuerzas políticas y sociales “progresistas” y
“moderadas”, que extrañan la institucionalidad y sienten una ansiedad casi
genética por la vigencia del estado de derecho. Creen en el destino de una
Argentina abierta y plural, democrática e integrada al mundo, libre y
equilibrada, apoyada en hombres y mujeres dueños de su destino. En el
otro extremo, hay personas y fuerzas que se sienten desobligadas
totalmente de las instituciones constitucionales, aunque sus representantes
hayan jurado “por Dios y los Santos Evangelios” disponer del poder dentro
de los límites y formas de la Constitución, llegando en estos tiempos al
extremo ya mencionado que no conmueve en lo más mínimo a quienes
sostienen el actual –inconstitucional- marco de poder, el que no podría
disponer de la discrecionalidad que muestra sin contar con respaldo en el
Congreso, en la formación política que lo apaña y en los co-beneficiados de
sus incautaciones y caprichos. Pero a fuer de ser honestos, debemos decir
que hay también, entre ambos extremos, diferentes gradaciones que se
ubican más o menos cerca de la ortodoxia institucional, o más o menos
cerca de la justificación del robo y la arbitrariedad.
La Argentina ha ido retornando, desde hace ocho décadas, a la lucha
que comenzó con la Revolución de Mayo y que le diera su partida de
nacimiento en el concierto internacional: aquélla dirigida a institucionalizar
su convivencia en los marcos de la modernidad. Tuvo en estos casi ochenta
años avances y retrocesos, sin lograr hasta ahora que su proyecto
modernizador fuera respetado por quienes juraron por él, en diferentes
etapas de su historia contemporánea. Devaneos seudoideológicos,
deformaciones dogmáticas nacionalistas, estructuras populistas y
clientelares premodernas, más propias de la Colonia que de la gesta
revolucionaria, han tironeado hacia atrás tratando de hacer retroceder el
reloj de la historia patria a tiempos oscuros. En este retroceso se asientan,
hoy, contradictoriamente, los nuevos desafíos del mundo del tercer milenio.
Su mejor símbolo lo ha dado la propia señora presidenta, al sugerir
que su mandato responde a un “designio de Dios” como lo ha expresado
días atrás en Villa Dolores, ignorando que el destino de los hombres es el
resultado de su propia construcción y que significa un escapismo culpar a
Dios de los bienes o males que son de nuestra propia responsabilidad.
Es responsabilidad de los propios argentinos a quién elegimos como
nuestros representantes. Es responsabilidad de los representantes cumplir
con la normas que juraron respetar. Es responsabilidad de cada persona, de
cada ciudadano, expresar con claridad sus convicciones y participar con
madurez en la reflexión y decisión sobre el futuro común.
Y es, por último, responsabilidad de todos encarrilar al país
nuevamente en el estado de derecho, corrigiendo escrupulosamente las
usurpaciones y deformaciones que está sufriendo, no sólo por el arbitrario
comportamiento de un sicópata, sino de la canallesca complicidad de
muchos que, pudiendo y debiendo detenerlo, prefieren esperar que el
destino, o el “designio de Dios” corrija lo que está, ineludiblemente, en la
responsabilidad secular.
Dios, para quienes creen en él y en él se inspiran, se encargará en el
otro mundo de acercar su gracia, premiar y castigar a quién lo merezca.
Mientras tanto, señora, sería bueno que recuerde que usted está allí porque
los ciudadanos –y no Dios- la votaron para que ejerza su rol –a usted, y a
nadie más que usted-, detro de las normas y con los límites claros que
establece la Constitución y las leyes. Y que si no lo hace, de su falta o
incapacidad no será responsable Dios, sino usted misma y quienes se lo
permiten, y por ello deberán responder de lo que hacen ante los tribunales
seculares mucho antes de tener que enfrentar el juicio trascendente.

Indice
Heladeras baratas

La observación y el seguimiento de la opinión académica y


especializada sobre la naturaleza de la crisis económica y sus perspectivas
confirman una afirmación realizada hace algunos meses desde esta
columna: sus características son lo más parecido imaginable a un episodio
catastrófico natural y terminará... cuando termine.
Desde esa convicción, es poco lo que pueda hacerse, como no sea
destinar los recursos con que se cuente para paliar los efectos más
dramáticos en las personas más afectadas. Ello significa: alimentos,
medicamentos y alojamiento, que son las necesidades básicas más
lascerantes que deben enfrentar quienes cuentan con pocas reservas de
recursos, limitados a la venta de su fuerza de trabajo, que se encontrará sin
“compradores” mientras la crisis dure y no se retome la dinámica de
crecimiento.
La crisis, por lo demás, es global. No hay en esta calificación
ideologismo alguno. El diagnóstico es sostenido por investigadores y
sabios del norte y del sur, del Este y del Oeste, del mundo desarrollado y
del mundo en desarrollo, de Universidades y de “think tanks” públicos y
privados. No se ha escuchado en ese espacio a nadie que realmente interese
escuchar, sostener que los diagnósticos sobre la globalidad del problema
sean de “agoreros” o de “neoliberales”. Aún reconociendo las limitaciones
epistemológicas del conocimiento económico –y social-, ciertos hechos y
fenómenos existen, son observables, cuantificables y analizables.
No existen respuestas locales a los problemas globales. Esta es otra
afirmación que se ha hecho axioma, con una vigencia creciente a medida
que se instala en el planeta el paradigma cosmopolita, al que nadie puede
escapar sino al precio del aislamiento, la represión, el estancamiento y la
caída en estados policiales como intento supremo de disciplinar la
avasallante tendencia en las personas de todo nivel educativo y social de
incorporarse al nuevo paradigma, apoyado en la economía funcionando
sobre bases mundializadas.
¿Nada se puede hacer, entonces, desde lo local? Siempre se puede.
Hemos adelantado nuestra convicción: se pueden hacer cosas, a
condición de comprender la naturaleza global del proceso, de tener
conciencia de las limitaciones de los recursos con que se cuenta y de
determinar con lucidez las prioridades a que se destinarán esos recursos de
emergencia, hasta que el mundo recupere su marcha.
La propia actitud norteamericana frente a la crisis es paradigmática.
La incertidumbre sobre la dimensión de los recursos “evaporados” hace
imposible, aún contando con ilimitada cantidad de recursos, salvar a todos.
En consecuencia, el paquete de recursos fiscales solicitado por la
Administración al Congreso fue objeto de un profundo debate en el que los
legisladores, representantes del pueblo y los Estados, determinaron las
prioridades de asignación. No se trata de Ochocientos mil millones de
dólares en forma de cheque en blanco: se trata de una definición de
urgencias que incluirá la ayuda para mantener la vivienda, reforzar los
servicios sociales, ayudar a las actividades económicas más ligadas al
empleo y, en suma, construir una especie de “tinglado” para que, ante el
derrumbe generalizado de todo, defienda a las personas reales de los daños
más lascerantes. Todo eso pueden hacerlo, en última instancia, porque
tienen recursos, y a los propios pueden sumar lo recibido de todo el mundo
que ha corrido a refugiarse en la seguridad –política, jurídica y militar- que
le ofrece la mayor democracia, el mejor estado de derecho y la máxima
potencia militar del planeta.
Pretender emular ese plan vendiendo heladeras, planchas y cocinas
financiadas a tasas de liquidación con fondos que, no olvidemos, se han
incautado como salteadores a los ahorristas privados destrozando el Estado
de Derecho y la confianza pública en el Estado, es dilapidar con alegre
irresponsabilidad propagandística los escasos recursos públicos que en tres
o cuatro meses no tendremos para dar comida a los millones de
compatriotas que andarán deambulando por las calles pidiendo o exigiendo
pan para sus hijos. Detrás de un ideologismo impostado se esconde la
mayor incompetencia y falta de previsión para atender los problemas que
vendrán y que se están asomando en forma dramática con la caída en la
construcción, el derrumbe en la producción –y venta, y exportación- de
automóviles y la creciente desocupación que se puede palpar, ya, en las
calles de las principales ciudades argentinas.
En algún tiempo tendremos dramas sociales que hacía tiempo no
veíamos; y no tendremos recursos –que se están dilapidando- para
enfrentarlos ni capacidad de endeudamiento –que sí tienen los países
serios- para conseguirlos. Es difícil imaginar el grado de las conmociones
que pueden darse en nuestra sociedad ante una cúpula de gobierno que
alquila “fracs” para adornar a los sindicalistas amañados en recepciones
diplomáticas, mientras el país se sumerge cada vez más en las
consecuencias de los cinco años de latrocinio “K” que viene sufriendo
desde el 2003. Nunca, en toda su historia, la Argentina dilapidó tan
irresponsablemente condiciones tan beneficiosas para construir su futuro
con inteligencia.
En ese lapso, Brasil ahorró Doscientos mil millones de dólares para
enfrentar tiempos de vacas flacas. La Argentina del peronismo “K”, con
mayores excedentes proporcionales que su vecino, no sólo “se gastó todo”
sino que volvió a endeudarse a niveles previos a la crisis del 2001, deuda
que provocó el derrumbe que todos recordamos.
Aunque su responsabilidad es superlativa, sería injusto culpar de
todo a la inefable pareja gobernante. Fueron acompañados por la mayoría
del peronismo, y en el último gran robo, también por la bancada socialista,
que –dicho como una digresión desde el dolor de viejos afectos inundados
por la frustración- se rasga las vestiduras impugnando “ideológicamente” a
un honesto y lúcido dirigente como Ricardo López Murphy mientras olvida
su vergonzosa asociación con el hampa kirchnerista para incautar los
ahorros previsionales de nueve millones de argentinos, como si se pudiera
ser socio de los ladrones y a la vez integrar la comisión de ética de la legión
de los honestos. La pareja gobernante no es la única responsable del dislate:
también lo son quienes, conociendo más que ellos –por su experiencia de
gobierno, por su formación, por sus contactos- sabían a conciencia hacia
dónde estaba siendo conducido el país y, pudiendo poner límites y cambiar
el rumbo, prefirieron sumarse a los beneficios de la “piñata”.
Ahora, la claque aplaude cómo despilfarran los fondos incautados a
los incautos ciudadanos que creyeron en el país. Hasta se siguen juntando
para otorgar aplausos de compromiso a las genialidades del devaluado atril,
convertido en oficina de venta de cocinas y heladeras. Esperan todos “lo
que le toca a cada uno”: créditos “blandos”, envíos de fondos para obras
públicas que se pagarán pero nunca se realizarán, subsidios a gobernadores
e intendentes alineados... hasta que se termine la caja. Seguramente
entonces, los mismos, “descubrirán” la irresponsabilidad que han tenido los
K al fogonear la crisis y liquidar las herramientas que cuando se necesiten
no estarán. “Los K” serán en ese momento los “chivos emisarios” de los
que aparecerán como “sorprendidos” al emerger crudamente la dimensión
de la crisis y probablemente –entonces- se “indignen” con el robo
previsional y el nuevo endeudamiento.
Es momento de diseñar planes de defensa de los compatriotas más
pobres. Organizar en el escaso tiempo que queda un plan alimentario de
emergencia sin connotaciones clientelistas, liberar rápidamente la
economía de la asfixia extorsiva y la corrupción, diseñar y poner en marcha
un programa sanitario que contenga los efectos más fuertes de la pobreza,
convocar a ONGs y especialistas para diseñar rápidamente un programa de
viviendas económicas que les garantice techo a las familias que lo perderán
o no podrán solventar ni siquiera un alquiler misérrimo, prever –
nuevamente- que las Escuelas deberán responder a una nueva situación de
emergencia... y concurrir con disposición y ánimo abierto a los espacios
internacionales donde se generan las medidas globales, no a dictar cátedras
desde la soberbia ignorancia del “maestro de Siruela, que no sabía leer, y
puso escuela” o reclamar esperpénticos “copyright”, sino a escuchar con
humildad a los que saben y tratar que el mundo vuelva a tomarnos en serio.
Debieran reaccionar. No se logrará revertir la crisis global vendiendo
heladeras baratas. El propio Obama ha dado el ejemplo, organizando un
gabinete con adversarios, convocando a medidas de unidad y ofreciendo la
mano tendida hasta a los enemigos de su país que quieran recomenzar el
diálogo. Seguir en el rumbo actual puede tener consecuencias terribles. No
parece precisamente el momento adecuado para seguir jugando con fuego.

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Buenos Aires, marzo de 2009
Una constelación se oculta, otras asoman...

Está siendo larga la noche kirchnerista.


Aunque más corta que “los 90”, quienes sufrimos en aquel momento
lo que nos parecía un retroceso institucional mayor y un retorno a las
deformaciones populistas de la democracia no imaginamos que todavía
faltaban estos años en que el populismo se enseñorease tanto en los hábitos
políticos al punto de pasar por encima de los principios fundamentales de la
propia democracia. En aquellos años de fuertes debates y grandes
transformaciones, muchas cosas se hicieron –buenas y malas- que
sacudieron la siesta provinciana de un país sometido a las corporaciones.
Dos, sin embargo, dejarían un signo amargo: la desprotección de los
ciudadanos frente al poder económico –en el corto plazo- y uno más
negativo en el diseño de la sociedad que vendría: la desarticulación del
sistema educativo, que prefiguraría la sociedad disgregada que hoy
sufrimos.
Pero hay que retroceder mucho en la historia para recordar algún
período de latrocinios, desprecio institucional, negación del federalismo,
burla al parlamento, sumisión de la justicia, humillación al ciudadano que
piense diferente, saqueo generalizado de los fondos públicos y privados,
impunidad para los delitos, desguarnecimiento de la seguridad ciudadana,
crecimiento de la pobreza estructural –a pesar de los cinco años más
favorables para la Argentina en el último siglo-, control perverso de la
prensa, asfixia extorsiva a la producción independiente y a la economía
libre, ahogo fiscal y persecusión policíaca a empresas y empresarios que no
se humillen frente a la camarilla del poder, usurpación de las propias
funciones del poder institucional por una persona que no tiene legitimidad
ni representación política alguna, distribución discrecional de los fondos
públicos a políticos alineados y empresarios amigos, desmantelamiento de
los restos de la educación pública, desarticulación de la defensa nacional,
ridículo internacional y aislamiento planetario, frivolización del poder y a
la vez, desprecio por las obligaciones éticas que su ejercicio impone... en
fin, demasiados vicios que han tenido, quizás como única contrapartida
positiva, forzar a quienes tienen todavía algún reflejo democrático y
extrañan los valores del país republicano a ampliar sus márgenes de
tolerancia recíproca, buscando construir los cimientos de lo que vendrá.
Afortunadamente, la estrella del kirchnerato se está inclinando en el
horizonte y en algún tiempo, que ojalá sea más cercano que lejano, será
historia, con sus ejecutores respondiendo ante la justicia libre de un país
soberano por sus actos ilícitos.
En el otro horizonte comienzan a aparecer las nuevas estrellas, que
dibujarán las nuevas constelaciones. Los más firmes en sus reclamos
institucionales y democráticos, que alguna vez en la historia se expresaron
a través del viejo radicalismo y hoy conforman un abanico de afectos e
historias diferentes están construyendo su acercamiento, junto a otros
argentinos que, mirando a los años que vienen, están convencidos de la
necesidad de ubicar a nuestra patria en el paradigma del cambio planetario.
En otro espacio, quienes prefieren hacer gala de sus “experiencias de
gestión” pero comprenden que el nuevo mundo no deja lugar para el
paroxismo populista extremo, buscan su acercamiento también en el marco
de la reconstrucción de una Argentina republicana. Las “grandes bases” de
un país con dos fuerzas políticas modernas, en plena aptitud y creciente
actitud de recíproca tolerancia en el juego institucional van insinuándose
como el juego maduro del país de relevo. No será un alineamiento de
“izquierdas y derechas”, como el siglo XX no mostró un alineamiento de
los viejos “unitarios y federales” del siglo XIX. Será un nuevo camino, con
nuevas opciones, que competirán para ofrecer a los ciudadanos la forma
más eficaz de solucionar sus problemas. En ambas formaciones habrá
viejos exponentes de las izquierdas y derechas del siglo que murió, como
había antiguos unitarios y federales en las filas radicales y conservadoras,
al comenzar el siglo XX. Los nuevos tiempos construirán, para posibilitar
el juego de la democracia cuyas reglas se fueron depurando en dos mil años
de historia, opciones políticas que buscarán su legitimidad con su acción.
En ambos conglomerados –algunos- y en el medio –otros- estamos
quienes, quizás por haber vivido intensamente estas densas últimas décadas
de reconstrucción democrática, seguimos bregando por la culminación del
“proyecto 83”, que liderara Alfonsín con la bandera de la Constitución y el
Preámbulo convertido en oración cívica. Quienes creemos que el país
necesita completar su ingreso a la modernidad antes de poder levantar velas
y comenzar su avance portentoso en un mundo –y en una sociedad
argentina- crecientemente cosmopolitas. Quienes creemos que las
diferentes visiones no debilitan sino que fortalecen la democracia, porque
legitima la representación al acercarla al enorme colorido de las diferentes
visiones del pensamiento humano, pero que para que ello efectivamente
ocurra es imprescindible que la democracia funcione. Y que ante esta
posibilidad que se insinúa de las nuevas fuerzas en formación, creemos que
la actitud responsable es cuidarla con prudencia, delicadeza, sensatez,
tolerancia.
Es el servicio que la nación espera de aquellos a quienes tocó en
suerte la responsabilidad de encausar la democracia, luego de tantas
décadas de ausencia. “Por cien años más”, enmarcando la convivencia de
todos quienes integramos el país que empezó en mayo, hace casi doscientos
años. Es mucho más importante que fabricar internas, endurecer los codos
para integrar alguna lista, o inventar ingeniosas descalificaciones que
debiliten a los necesarios socios en la reconstrucción.
No podemos ignorar que antes de terminar de eclipsarse en el
horizonte para siempre, la pequeña pero sumamente dañina constelación
“K” todavía está en condiciones de profundizar su daño. Debemos evitar
que ese daño altere la construcción de la convivencia que viene, plural,
abierta, creativa, democrática, solidaria, libre. En las verdaderas antípodas
del ciclo que se muere.

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Garrido y la banalización del mal

El rápido esclarecimiento del asesinato del policía Aldo Garrido


muestra crudamente un conjunto de emergentes sobre la debilidad de los
valores y de los lazos en que se asienta la convivencia en la zona
metropolitana de nuestro país.
Y también evidencia la inconsistencia de los “paradigmas
iconográficos” instalados en el imaginario oficial sobre los policías, los
delincuentes y los delitos.
Un policía ejemplar, de vocación y dedicación a su misión como los
confiables y solidarios funcionarios cuya misión los niños argentinos
aprendían a respetar y querer en la escuela primaria, se muestra como
contraejemplo de las bandas de comisarios secuestradores y vinculados al
narcotráfico que también se han visto estos días.
Una pareja de delincuentes –uno de ellos, reincidente- alejado de las
imágenes de tenebrosos gangsters con temibles rostros y carentes de
cualquier esbozo de afectos, muestra por el contrario el aspecto de un
matrimonio “casi normal”, facilmente identificables como uno de entre los
miles que habitan el país. Tan “normal” que portaban entre sus efectos
personales el que finalmente los llevaría a caer: la fotografía de su hijo en
el Jardín de Infantes al que concurría.
Y un delito contra la propiedad por el que, en el peor de los casos,
hubiera correspondido un par de años de detención efectiva –debido al
criterio de juzgamiento de nuestras leyes y tribunales-, para evitar la cuál
reaccionaron cortando la vida de una persona honorable que temían que
frustrara su acción, fue el drama.
La banalidad del mal, que Ana Arendt analizara en oportunidad del
juicio a Albert Eichmann, muestra en este caso otro matiz, tan o más
terrible que aquél.
En aquella oportunidad, Arend reflexionaba sobre la ausencia de
valores en las decisiones imputadas a Eichmann, quien daba por supuesto,
al momento de firmar las órdenes de traslado de miles de personas a los
campos de Auschwitz, que estaba haciendo lo correcto, aceptado como tal
por su gobierno y sin ningún cuestionamiento de su sociedad. Le tocaba
estar ahí, ser él el que pusiera los sellos y las firmas en los documentos
previstos para tal fin, y así actuaba, creyendo ser un buen militar y un buen
ciudadano. La pensadora judía llegó hasta detectar en sus investigaciones
algunas oportunidades puntuales en las que ese hombre, cuando tuvo
oportunidad de actuar discrecionalmente, había desviado contingentes de
detenidos hacia campos en los que no había comenzado el exterminio, e
incluso hacia su expulsión a Palestina. La “banalidad del mal”, en la visión
de Arendt, estaba en el sistema estatal nazi, organización para la que
cualquier calificativo –criminal, horrendo, diabólico...- no alcanza a
describir porque desbordaba cualquier pauta ética conocida o elaborada por
la filosofía en sus miles de años de reflexión. Simplemente, el mal en su
esencia más pura había sido banalizado al punto de ser erradicado de la
reflexión y borrado como contra-valor de la convivencia humana.
La muerte de Garrido muestra obvias diferencias. No hay un “plan
criminal”, al menos elaborado como el nazi. No hay un sustento teórico
para el crimen, como pretendía haberlo en el estado nacional-socialista. No
hay tampoco un objetivo genocida, como se desprendió de la “Conferencia
de Wansee” que decidió la eliminación de once millones de judíos. Desde
este enfoque, la relación “Estado-mal” está lejos de la situación existente
en la Alemania nazi.
Pero sí existe una actitud estatal que puede compararse: la
banalización del mal. La sensación de que “todo vale” y de que no hay
leyes que regulen la convivencia. La justificación de cualquier acto
delictivo no sólo por la contra-ejemplaridad de un poder corrupto hasta la
médula sino por la contra-ejemplaridad de la ausencia de valoración
negativa hacia cualquier delito, sea robo, agresión o crimen, con la
justificación en la presunta esencial injusticia del “sistema”. Cinco años
llevan en el gobierno, y aún la palabra “inseguridad” no ha aparecido en los
discursos presidenciales a pesar de la terrible realidad que vivimos. Está
borrada, tanto como la palabra “democracia”.
Es el mensaje que asoma del crimen de Garrido. Un policía bueno
(que sobrevivió a la persecusión del kirchnerismo a cualquiera que vista
uniforme). Una familia “casi normal”, para la que resulta “casi normal”
asesinar a un policía porque podía impedirle robar algunos pocos efectos –
hecho que muy posiblemente, considerarara normal y dentro de sus
derechos..-. Y afectos que no alcanzaron para neutralizar el mal. Ni los de
los vecinos que querían a Garrido, ni los de los asesinos que –seguramente-
quieren a su hijo, al punto de llevar su foto en el llavero que terminó con
ellos en la cárcel. El mal, liberado en su terrible banalidad, fue superior en
su efecto destructor.
Quizás sea discutible la extensión del mal y su peligrosa instalación
en el maniqueísmo con su opuesto. Lo que es indiscutible es que existe y
que nos convoca a trabajar para limitarlo, si no podemos erradicarlo. Ese
límite no llegará de justificaciones ideológicas a sus efectos, ni de la
creación de un “contra-mal” que a la postre signifique su triunfo, como lo
sería el endurecimiento de la convivencia hasta llegar a la absoluta
intolerancia recíproca. Debe llegar de una alianza madura y coordinada que
no puede tener otra base que la reinstalación del estado de derecho, con su
definición fundamental: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que
debe aplicarse a todos por igual, desde el Presidente hasta el último
ciudadano. Es el fundamento último del respeto universal a los derechos
humanos, el que fue violado por las leyes nazis y el que es violado por la
ausencia de ley entre nosotros.
Neutralizar las políticas de seguridad por el debate eterno sobre sus
causas sociales o sus efectos terribles es el peor camino. No se trata de “lo
uno, o lo otro”. Se trata de “lo uno, y también lo otro”. Atacar fuertemente
las complicidades “globales-locales” del delito. Fortalecer las políticas
públicas y las acciones solidarias de inclusión –educativa, social-.
Respaldar claramente el combate al delito con la jerarquización y
equipamiento de las fuerzas de seguridad y judiciales. Reforzar la
ejemplaridad del Estado, llevando a los grandes ladrones a la justicia y
siendo implacables con ellos. Todo ello está en la Constitución y en las
leyes. No es necesario inventar la pólvora.
El símbolo de la fotografía del niño –que es el futuro, el triste futuro
del país que se está diseñando en estos tiempos “K”- permitiendo a la
justicia atrapar a sus padres delincuentes, quizás deje una luz de esperanza,
por su conmocionante consecuencia. Pero es apenas un consuelo. No
borrará el delito. No resucitará al policía héroe ni lo traerá de nuevo con su
familia. No reconstruirá la confianza de los vecinos. Y mucho menos
restaurará la familia de los delincuentes asesinos en una vida virtuosa.
Terminar con la banalización del mal obliga a valorar el bien. Como
política pública y como decisión de todos. El estado “K” no ha planificado,
como Hitler, la aplicación del mal mientras lo banalizaba en la
consideración pública. Pero está haciendo algo muy peligroso: borrar la
diferencia entre el mal y el bien, llevando a la sociedad la sensación de
indiferencia entre ambos, la inexistencia de la opción y su consecuente
auto-liberación de cualquier obligación política o ética. El “bien” ha
abandonado su papel como guía de las políticas públicas y el “mal” como
peligro que el Estado –las personas organizadas políticamente- debe evitar.
Y ese “todo vale” del poder deviene, para muchos, en un indicador
de que es un principio que también rige para las personas. La “banalización
del mal” desbordó el Estado y se está volcando, avasallante, en la
convivencia contidiana.

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