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La vida sexual de los salvajes

Los vínculos de dependencia que unen la organización de una sociedad dada a las ideas,
creencias y sentimientos en vigor, constituyen para el antropólogo una cuestión de primordial
importancia.

Los indígenas poseen un conocimiento práctico de los sectores principales de la anatomía


humana y un vocabulario bastante rico para designar las diferentes partes del cuerpo humano y
los órganos internos. Sus nociones fisiológicas son rudimentarias. Según ellas, los órganos sexuales
sirven para excretar y gozar. No relacionan el proceso de la excreción urinaria con los riñones.

En los ojos reside el deseo y la lujuria, se transmite de éstos al cerebro y de aquí a los riñones
desde donde lleva a los órganos sexuales masculinos. Los ojos son clave de la excitación “un
hombre con los ojos cerrados no puede tener una erección”. En la mujer es análogo: los ojos, los
riñones y los órganos sexuales se hallan reunidos por un mismo sistema de canales: los ojos dan la
alarma, pasa a través del cuerpo, se apodera de los riñones y produce la excitación sexual del
clítoris. Estas nociones son consistentes, lo único absurdo es atribuirle función a los riñones. Su
ignorancia sobre la función fisiológica de los testículos: “sirven para hacerlo más hermoso”.

Reencarnación: después de la muerte, el espíritu se dirige a Tuma, la isla de los muertos, donde
vive una existencia agradable, análoga a la terrestre pero más dichosa, hay una juventud perpetua,
el espíritu se cansa de esto y quiere volver a la tierra, entonces remonta el curso del tiempo y
vuelve a un estado prenatal. Estos espíritus rejuvenecidos, estos bebés pre-encarnados son la
única fuente de la que extrae la humanidad sus nuevas reservas de vida. En el rejuvenecimiento
final que los vuelve al estado infantil los espíritus deben bañarse en agua salada y, una vez vueltos
a la niñez, entran en el mar y se dejan ir a la deriva.

Relato de un vidente: un niño flota sobre un tronco, un espíritu ve que es bonito, lo coge, es el
espíritu de la madre o del padre de la mujer embarazada. Luego lo pone sobre la cabeza, entre los
cabellos de la mujer encinta que sufre dolores de cabeza, vómitos y dolores en el vientre. Luego el
niño entra en el vientre y la mujer queda realmente embarazada.

Ignorancia sobre la paternidad fisiológica: Tienen una mezcla de ideas místicas y nociones
fisiológicas que forma una explicación coordinada. No comprobaron la virtud fecundadora del
líquido seminal pero saben que una virgen no puede concebir “no hay camino donde pueda
penetrar el niño”. Mostrando un puño cerrado me dicen: puede entrar algo? Una vez que lo abre
dice: ahora sí.

Según la tradición indígena, la humanidad tuvo un origen subterráneo: comenzó por una pareja,
un hermano y una hermana que habían surgido de lugares diferentes y bien especificados. Las
primeras fueron hembras. Ellos creen que una muchacha puede tener un hijo sin necesidad de
relaciones sexuales previas. Tienen una oposición muy grande a mi defensa de la paternidad
fisiológica: “Los misioneros se engañan: muchas solteras tienen constantemente relaciones
sexuales, están inundadas de líquido seminal y sin embargo no tienen hijos”. Cuál es entonces la
causa del embarazo? “la sangre que afluye hacia la cabeza es la que hace al niño, el líquido seminal
no hace al niño. Los espíritus llevan al niño durante la noche, lo depositan sobre la cabeza de la
mujer, afluye sangre. Luego de dos o tres meses, cuando la sangre no aparece (la sangre
menstrual) ella dice: oh, estoy embarazada”.

Se sabe de muchachas que han tenido relaciones sexuales todas las noches durante años y no
han tenido hijos, intentan justificar. Les pregunto: cómo nacen los cerdos? Responden: la hembra
sola produce sus crías, es decir, ningún baloma interviene en la multiplicación de los animales
domésticos. “a todos los cerdos machos les cortamos los testículos, igual las hembras paren”.
Están convencidos de que si separan a los machos de las hembras, esto no va a influir en la
fecundidad.

Entonces, en los embarazos la causa son los espíritus, en los animales el embarazo se produce
simplemente. Con respecto a las enfermedades los trobiandeses atribuyen todas las miserias
humanas a la hechicería, pero las enfermedades de los animales son sólo enfermedades. Los
hombres mueren a causa de una magia poderosa y maligna, los animales solamente mueren. Se
interesan por los asuntos humanos, las cuestiones de los animales las aceptan como vengan.

Su actitud respectos a sus propios hijos testimonia su ignorancia de toda relación causal entre el
acto sexual y la gestación consecutiva. Un hombre cuya mujer queda embarazada en su ausencia,
acepta alegremente el hecho y el hijo, sin ver en ello razón alguna para sospechar de su esposa.
Un hombre volvió después de un año afuera y encontró un hijo recién nacido: esta es la prueba
final de que las relaciones sexuales no tienen nada que ver con la concepción. El marido es el
padre “ex officio” de los hijos nacidos de una mujer casada, pero los hijos de una soltera no tienen
padre. La paternidad es una relación social que no existe fuera del matrimonio.

Los indígenas no conocen métodos preventivos, ni tienen ideal al respecto. El aborto no se


practica a gran escala, este es el único método para detener el crecimiento de la población pero lo
hacen en una escala muy limitada. El problema queda en pie: Puede haber una ley fisiológica que
haga más difícil la concepción cuando la mujer comienza su vida sexual precozmente, ejerciéndola
infatigablemente y cambiando a menudo de amantes?.

Entre los ciudadanos blancos de la Nueva Guinea oriental, está muy extendida la creencia de que
los trobiandeses poseen misteriosos y poderosos medios preventivos y abortivos. Todo blanco con
el que hablé afirmaba que las mujeres solteras nunca tenían hijos, salvo las que vivían con
hombres blancos. Parece ser este un ejemplo de la verdad bien conocida que dice que, cuando
una raza superior se pone en contacto con una inferior, siempre se siente dispuesta a atribuir a los
miembros de ésta un poder demoníaco y misterioso.

En las mujeres solteras, la fecundidad es un deshonor: en las casadas la esterilidad es una


desgracia. El desprecio y la censura que recaen sobre la natalidad ilegítima son muy significativos
desde el punto de vista sociológico: la paternidad fisiológica es desconocida, pero la paternidad en
el sentido social se considera necesaria y el hijo sin padre es “anormal”. Una mujer no debe ser
madre antes de haberse casado, aunque puede gozar de una libertad sexual tan completa como lo
permiten las leyes. Una mujer que tiene un hijo y carece de marido, forma un grupo incompleto y
anormal. El dogma social es: cada familia debe tener un padre; toda mujer debe casarse antes de
tener hijos; en cada hogar se precisa un hombre.

No solamente es un dogma doméstico el que un hijo no se parece nunca a su madre, ni a los


hermanos, hermanas o cualquier otro pariente de ella, sino que el hacer la menor alusión a un
parecido de este género es una prueba de mal gusto y una ofensa grave. En cambio es natural,
justo y conveniente que un hombre o una mujer se parezcan a su padre. Según un trobiandés, un
hombre sano de espíritu y que se respete, no soportaría nunca con serenidad la idea ultrajante de
parecerse en lo más mínimo a su hermana. Al revés también sucede: todo hijo debe parecerse a su
padre: esto es agradable, bueno y justo. (Sea imaginario o no el parecido).

Cómo no se dan cuenta los indígenas de que este dogma es inconciliable con el sistema
matrilineal? Dicen: “el padre coagula el rostro del hijo, porque duerme siempre con ella y se
sientan el uno con el otro”. Ejemplo: Pon encima de tu mano una materia blanda, inmediatamente
tomará la forma de tu mano. Del mismo modo, el marido permanece con la mujer y forma al niño.
Es imposible quebrantar su convicción o disminuir la aversión que les inspiraba la idea de un
parecido posible entre un hombre y su madre o uno de los parientes de ésta, idea que la tradición
y las buenas costumbres de la tribu reprueban y condenan.

El principio matrilineal se apoya en las reglas más rígidas de la ley de la tribu. Estas reglas
estipulan de modo absoluto que el hijo debe pertenecer a la familia, al subclán y al clan de la
madre. Asignan también a la línea materna la herencia de tierras, privilegios y bienes materiales.
Un padre puede durante su vida conceder a su hijo, el derecho de ciudadanía en su aldea,
dejándole al mismo tiempo en usufructo canoas, tierras, privilegios, ceremoniales y magia
personal. Al morir un hombre, está obligado a dejar todo lo que posee y todos sus cargos a su
hermano menor o a su sobrino materno; pero, generalmente, el heredero desea poseer algunas
de estas cosas en vida de su hermano o tío. Cuando un hombre cede algunas de estas cosas a su
hijo lo hace por voluntad propia y de una manera absolutamente gratuita. Los indígenas dicen que
los dones que aquel hace a los hijos son el precio de su libre cohabitación con su esposa.

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