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El Beit Hamikdash (templo) en su gloria

(selección extraída del libro "Jerusalem de Oro", © Ed. Jerusalem de México)

El Beit Hamikdash era la sagrada morada de Hashem. ¡Qué halo providencial


reinaba entre el pueblo de Israel y el Creador del Universo! ¡Cuánta santidad y
belleza habla en esa espléndida mansión!
Ciertamente, durante los días en que el Beit Hamikdash existía, no había en
todo el mundo una construcción tan extraordinaria como ésta, construida con
grandes y pesadas piedras, acomodadas de modo excepcional. Algunas
estaban recubiertas con un mármol verde azulado, similar al oleaje marino, lo
que transmitía paz al observador.
Todos los portones del Beit Hamikdash estaban hechos de oro puro, lo mismo
que la mayoría de los utensilios utilizados en el Templo. Allí había miles de
candelabros decorados con flores y botones de oro, y al ser encendidos, el Beit
Hamikdash quedaba inmerso en un mar de luz.

El Templo se encontraba dividido en dos grandes partes: el hall del Templo


-heijal- y el patio del Templo (azara). En el hall estaban dispuestos tres de los
más importantes utensilios del Templo. En el sector sur se ubicaba la menorá de
oro, compuesta de siete brazos; en el sector norte se ubicaba la mesa del lejem
hapanim (mesa con la ofrenda del pan), y en el centro del hall, se erigía el altar
de oro, utilizado para los inciensos. En el extremo del hall había otra habitación:
el Kodesh Hakodashim, el sitio de máxima santidad del Templo. Dos cortinas
adornadas con hilos de oro cubrían su entrada y lo separaban del hall. Mas
nadie corría estas cortinas ni ingresaba al Kodesh Hakodashim, salvo el Gran
Sacerdote, una vez al año: el día de Yom Kipur.

¿Qué había en el Kodesh Hakodashim?


En este sagrado lugar se encontraba el arca que guardaba en su interior los
Diez Mandamientos. El arca poseía una cobertura de oro, y sobre la misma
había dos querubines de oro puro. Los querubines extendían sus alas una sobre
otra simbolizando el amor de Hashem por Israel.
El Segundo Templo ya no contaba con el arca y en su lugar se encontraba la
"piedra fundamental" -even hashtia- llamada de este modo porque a partir de
ella se creó el mundo.
Desde el hall del Templo, doce escalones conducían al patio de los sacerdotes.
Se trataba de un patio de grandes dimensiones en el que se encontraba el altar
de cobre, denominado también altar externo. Sobre este gran altar se ofrecían la
mayoría de los sacrificios del Beit Hamikdash.
Otro importante utensilio del Templo se encontraba en el patio de los
sacerdotes. Se trataba del lavabo -kior- de cobre brillante en el que los
sacerdotes lavaban sus manos y sus pies antes de prestar su servicio en el
Templo.

Cerca del patio de los sacerdotes se encontraba el patio de los israelitas. En


este inmenso patio se concentraba todo el pueblo de Israel que peregrinaba a
Jerusalén y acudía al Templo para rezar y ofrecer sus sacrificios. Y aunque esta
masa humana era muy numerosa, llegando a miles de personas, de todos
modos el patio los contenta. Inclusive un milagro solía producirse: "El pueblo se
encontraba amontonado mas se arrodillaban holgadamente".
En la esquina del patio de los israelitas se abría una habitación de suma
significación denominada Lishkat Hagazit. Allí se reunía el Sanhedrín para
juzgar casos monetarios y casos de vida y muerte, resolviendo todos los
conflictos del pueblo. También en la Lishkat Hagazit se aclaraban y se
enseñaban las leyes de la Torá. De este modo, el peregrinaje a Jerusalén
representaba una oportunidad estupenda para que el pueblo estudiara Torá. Al
regresar a sus hogares llevaban consigo las enseñanzas de los sabios. De este
modo cumplían el versículo que enseña: "Porque de Tzión saldrá la Torá y de
Jerusalén la palabra de Hashem".

Cercano al patio de los israelitas se ubicaba otra extensión de grandes


dimensiones: el patio de mujeres. Allí se reunían las mujeres y las niñas
separadas de los hombres, a fin de cumplir estrictamente las normas de recato.
Quince escalones separaban el patio de las mujeres del patio de los israelitas.
En cada escalón se ubicaban los levitas y entonaban los quince cánticos
graduales del Libro de los Salmos: Tehilim. Los levitas cantaban con afinadas
voces y acompañaban sus cánticos, con arpas, flautas y címbalos. Sus
maravillosas melodías alegraban los corazones y colmaban de felicidad a
quienes ascendían a Jerusalén.

Al comienzo de la escalera habla una magnífica puerta -La Puerta de Nikanor-


por la que se ingresaba en el patio de las mujeres. ¿Por qué era llamada de
este modo? Esto lo relatan nuestros sabios en el Tratado de Yomá.

Un hombre judío llamado Nikanor deseaba entregar una donación al Beit


Hamikdash. Se dirigió a Alejandria, en Egipto, y allí hizo preparar por expertos
artesanos dos bellas puertas de cobre para el Templo. Las cargó sobre el barco
con la intención de transportarlas hasta la Tierra de Israel. Durante el viaje una
fuerte tormenta azotó la embarcación hasta el punto que la nave estaba a punto
de quebrarse. Los marineros y el capitán del barco pensaron de qué modo
alivianar la carga, y al observar las pesadas puertas de cobre, tomaron una y la
arrojaron al mar. Sin embargo las aguas no calmaron su furia. Mas al pretender
arrojar la segunda puerta, Nikanor se amarró a la misma y. exclamó:
"¡Arrójenme con ella!". De pronto el mar se calmó y no hubo necesidad de
arrojarlo. Un gran pesar invadió a Nikanor por la primera puerta, mas algo
maravilloso sucedió. Cuando el barco arribó al puerto de Ako, observaron que la
puerta arrojada al mar se encontraba debajo de la embarcación. De este modo
mereció Nikanor que un milagro sucediera gracias a su total disposición y
entrega en beneficio del Templo. Las puertas fueron dispuestas en el Templo y
denominadas "La puerta de Nikanor".

Mas no fue éste el único milagro acontecido en beneficio del Templo. En el


Tratado de Avot, nuestros sabios relatan otros milagros sucedidos en el Beit
Hamikdash:
1) A pesar de la gran cantidad de carne ofrecida en sacrificio, jamás hedió, como
así tampoco se vio una mosca en el sitio donde se degollaban los sacrificios.
2) El fuego en el que se quemaban los sacrificios era encendido en un sitio
abierto, y sin embargo jamás las lluvias lo apagaron.
3) La columna de humo que ascendía de los sacrificios no era llevada por el
viento ni inclinada en dirección alguna. Por el contrario, siempre subía de modo
recto hasta el cielo.
4) Jamás se encontró defecto que descalificara la ofrenda del omer, la ofrenda
de los panes de la fiesta de Shavuot o la de los panes de proposición.
Igualmente, el pan de la proposición nunca fue descubierto seco sino siempre
fresco como el día de su horneado.
5) Jamás una serpiente o escorpión dañó a una persona en Jerusalén, y nunca
se dio el caso de que un hombre se quejara diciendo que era estrecho el sitio
donde pernoctara en Jerusalén.

Hashem efectuaba milagros en el Templo y de este modo demostraba su afecto


por Israel. La Providencia moraba sobre el Templo, otorgándole una inigualable
belleza lo mismo que una impresionante santidad interna. La belleza del Templo
también atraía a los habitantes de otras naciones, quienes al observarlo no
cabían de asombro.

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