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Marina Garcés: “La filosofía nace como arte callejero”


Ensayista y profesora. Otorga a la filosofía la misión de abrir proyectos posibles en este mundo que se
acaba
ÁNGELA MOLINA

7 SEP 2015 - 16:08 BRT

Defiende la filosofía como una forma de


vida. Un arte que nace en la calle y que
continúa sin interrupción en el espacio
privado, la casa, un hecho al que han
contribuido especialmente las mujeres.
Madre de dos hijos, profesora en la
Universidad de Zaragoza y ensayista,
Marina Garcés sostiene que frente a las
preguntas inaugurales de la filosofía –
¿cómo vivir?, ¿cómo pensar?, ¿cómo
actuar?– debemos dar respuestas y
soluciones desde el compromiso
común, pero también “mientras
hacemos la comida, cuidamos a
Marina Garcés. /VANESSA MONTERO nuestros mayores, riendo, luchando,
amando y contando cuentos”. Primera
lección práctica. Esta entrevista se desarrolla en la cocina.

En su libro Un mundo común (Bellaterra, 2013) habla de la filosofía como un


medio para la conquista de una vida compartida, frente al yo y la
individualidad. ¿Qué le llevó a estudiarla en una época, los noventa, en que
se consideraba una disciplina muerta y enterrada, como la historia y como
tantas otras certezas? Era 1992, año de triunfalismo en Barcelona y en el
conjunto de España. También eran los años de la globalización feliz. El mundo se
había unido por fin en un mercado único. Se celebraba el fin de la historia, de las
ideologías, y parecía que ya solo podíamos estar llamados a triunfar en la
sociedad de la comunicación y del consumo. Yo, que estaba a punto de entrar en
la carrera de Periodismo, tuve un presentimiento, un impulso, una inquietud que
me apartó de todo aquello. Tomé la decisión como un acto solitario y me alejé de
aquel ambiente de éxito para ingresar en una Facultad de gente rara, pasada de
moda. Sin embargo, me encontré que las aulas rebosaban. Aquella decisión me
salvó, fue como caer a mar abierto, y así empecé a encontrar otras alianzas:
amigos, interlocutores, gente valiente. También encontré la aventura del
pensamiento y el descubrimiento de la acción colectiva. La decisión de estudiar
Filosofía me permitió pinchar la falsa burbuja del éxito.

Afirma que “el cuerpo del filósofo quiere dejarse tocar, es un cuerpo
enamorado”. Ese nuevo romanticismo, ese amor como potencia de
colaboración social, ¿es el retorno al ágora griego? Para mí, la filosofía es la
declaración de un compromiso. Es una forma de interpelación y de encuentro
que se inventa en las calles griegas y que no ha dejado de hablarnos. Aunque no
lo parezca, la filosofía nace como un arte callejero. Es una relación con la
sociedad, con el mundo natural y con la propia vida que implica que los otros
también puedan pensar y rebatir nuestras ideas. Por eso la filosofía, aunque
parezca elitista y extraña, es radicalmente igualitaria. Parte del hecho de que
todos podemos pensar, aunque normalmente no lo hagamos. Y eso implica
dejarse tocar por lo que otros han pensado. En este sentido, es una forma de
amor. La palabra “filosofía” lleva en su raíz el impulso del deseo, philein. El deseo
de saber no admite torres de marfil. Implica ir al encuentro del mundo.

Pero siempre se ha visto al filósofo como un ser apartado del mundo. Sí,
incluso como torpe, como una figura que no funciona bien en la ciudad. Y es
porque el compromiso de la filosofía es disfuncional. No acepta la normalidad ni
el sentido común. Pregunta cuáles son los presupuestos de aquello que
consideramos bueno, justo, aceptable. Para mí no hay mayor compromiso que
hacernos estas preguntas y asumir sus consecuencias prácticas, tanto a nivel
personal como colectivo.

¿Tiene algún sentido la filosofía en


el espacio privado? ¿Es un traje que
MARINA GARCÉS
uno puede dejar en el colgador
cuando entra en casa? La filosofía no
es un abrigo, es la piel. No es un
vestido, es la carne. No es un papel, es
una forma de vida. Por tanto, no se
deja ni en el ropero ni en el puesto de
trabajo. Tampoco se deja en el espacio
público. Hay que rectificar cierta idea
de la filosofía tal como la entendieron Nació en Barcelona en 1973. Es
los hombres griegos, que separaban el ensayista y profesora titular de
Filosofía en la Universidad de
ágora, donde tenía lugar la vida política
Zaragoza. Ha impulsado la
y la vida filosófica, y el oikos, la casa, Fundació Espai en Blanc de
donde tenía lugar la reproducción de la pensamiento crítico y colectivo.
vida. Allí estaban las mujeres, los hijos, Autora de En las prisiones de lo
posible (Bellaterra, 2002), Un
los viejos, la vida corporal y material…
mundo común (Bellaterra, 2013)
Pero allí no se pensaba. Hoy, sobre y, lo más reciente, Filosofía
todo las mujeres, hemos acabado con inacabada (Galaxia Gutenberg).
Como explica en esta
esta separación. Se piensa y se
conversación, si tuviera que elegir
transforma el mundo haciendo la un libro para una vida de amor y
comida, trabajando, cuidando a compromiso sería el Tratado de la
nuestros hijos y a nuestros viejos, servidumbre voluntaria, de
Étienne de La Boétie.
riendo con los amigos, jugando y
contando cuentos. Pensar no es un
acto solemne.

Usted es madre de un niño y una niña. ¿La maternidad puede ser una
dependencia positiva? Hay que distinguir dependencia de sumisión. La
sumisión es una determinada manera de ejercer las relaciones de dependencia,
pero hay formas de dependencia libre y recíproca que son las que sustentan
nuestra vida. Todos hemos nacido del cuerpo de otros y hemos sido criados por
las manos, palabras y mirada de otros. Vivimos en continuidad. Somos, por
tanto, radicalmente interdependientes, pero la sociedad moderna ha creado la
ficción de que podemos ser individuos autosuficientes. Nos hemos equivocado
mucho confundiendo libertad con autosuficiencia y ahora la humanidad entera
paga las consecuencias.

En su último ensayo, Filosofía inacabada (Galaxia Gutenberg), plantea una


misión filosófica frente a la posible extinción de la vida humana en el
planeta. Siempre podemos reaprender a ver el mundo, en esto consisten la
filosofía, el arte y la poesía. Igual que somos interdependientes, estamos siempre
retomando visiones, representaciones, ideas, legados culturales. Y el desafío es
recibirlos libremente para poderlos transformar. No puede haber novedad sin
receptividad. La novedad por la novedad es la tiranía del mercado. Lo que ha
cambiado, quizá, es que actualmente estamos en condiciones de acabar con el
planeta, o por lo menos con nuestra vida en el planeta. Este es el problema más
serio de nuestro tiempo. Frente a él, defiendo que la filosofía tiene la misión de
“inacabar” lo que amenaza con agotarse, abrir proyectos posibles en este mundo
que se acaba.

Ada Colau, en Barcelona, y Manuela Carmena, en Madrid, acaban de ganar la


alcaldía. Son dos mujeres que piensan que todavía es posible establecer
nuevas relaciones entre igualdad y democracia. ¿Se lo cree? Las instituciones
democráticas que conocemos no son garantía de igualdad social, como hemos
comprobado en los últimos años con la crisis. Los países ricos, supuestamente
democráticos, contribuyen a la desigualdad en el mundo y también vemos crecer
en ellos nuevas formas de pobreza. ¿Es posible “una democracia real ya”, como
lanzó a las calles el 15-M? Democracia real es inseparable de igualdad social. Los
Ayuntamientos de ciudades como Madrid, Barcelona, Badalona, Valencia,
Zaragoza, Cádiz… tienen ahora la oportunidad de iniciar un movimiento de
transformación de las instituciones. El reto, para mí, es crear una red de
contrapoder municipal desde el que trabajar tanto en la justicia social como en la
transformación política.

¿Es el éxito de estas mujeres el primer efecto de superación de la gran ​‐


desigualdad, en este caso una desigualdad existencial, que segrega a las
personas por su género? Estamos viviendo una feminización de la política que
tiene lugar a la vez que hay un rebrote muy fuerte del machismo en otros
ámbitos de la sociedad. Fíjese que las profesiones se han ido feminizando a
medida que han perdido poder: la medicina primaria, la vida académica precaria
y ahora la política. ¿Dónde están los hombres que aspiran a mantener el poder?
En los bancos, en los consejos de administración, en los palcos del fútbol, en los
quirófanos… Hay que ir con cuidado y no dejarse engañar. Y, sobre todo, no hay
que dejarse sacrificar, como si dijeran: ahora que la política está tan
desprestigiada, hacedlo vosotras, que le daréis otro aire. Pero creo que hay que
aprovechar la ocasión, vamos a cambiar la política, la medicina, la vida
académica. Y eso quiere decir: vamos a cambiar las relaciones de poder. Es un
nuevo estadio del feminismo, que no pasa solamente por reivindicar derechos.

¿Es la política un asunto estético? La


La filosofía nace como
política es un asunto de sensibilidad, y arte callejero. Implica
en ese sentido tiene que ver con la que los otros puedan
estética en el sentido más literal de la rebatirnos
palabra. El peligro es la estetización de
la política, que hoy pasa por formas
muy banales de espectacularización.
La política tiene que ver con la estética en el sentido de que solo se puede
cambiar la política haciéndolo desde otra sensibilidad.

Propone la idea de anonimato, de liderazgos compartidos. ¿Lo entiende bien


la sociedad? El proyecto de Podemos en Madrid no se hubiera entendido sin la
autoridad “moral” de Manuela Carmena, o casos como el de José Mujica en
Uruguay, incluso el del papa Francisco… El 15-M demostró algo que muchos
defendíamos desde hacía tiempo: que los verdaderos cambios políticos los hace
la gente anónima. La fuerza del anonimato no es la de la masa uniformizada. Es la
de cada uno y cada una cuando estamos dispuestos a luchar juntos. Sin esto, los
líderes no son nada. Y acaban siendo sacrificados. Ahora hay que ir con cuidado:
si la gente anónima se retira de su desafío, no habrá verdaderos cambios
políticos.

“La cultura ha sido apropiada por las marcas corporativas, por naciones, por
ciudades-marca”, escribe. Propone desapropiarla. ¿Cómo hacerlo? La cultura
no puede ser una esfera separada de la sociedad. No puede ser solamente una
opción de ocio, ni un sector de la industria, ni un apartado del PIB. Hemos
convertido la cultura en un recurso potentísimo del capitalismo a la vez que nos
empobrecemos culturalmente. Desapropiar la cultura es sacarla de esta captura
sectorial capitalista y entenderla como algo vivo que forma parte intrínseca de la
vida humana. Para ello, creo que hay un sentido del servicio público al que no
podemos renunciar, pero que no necesariamente significa estatalizar ni
burocratizar la cultura.

Propondría un apagón institucional, o un eclipse, de museos, de teatros?


Estamos inundados de opciones imposibles de digerir y, en cambio, hay muy
poco espacio para hacer, crear, proponer. La cultura convertida en un menú es
indigestión, como dice un amigo mío. Hay que dejar más espacios en blanco y, a
la vez, cultivar (cultura es cultivo) desde abajo, desde la educación. No creo en
una cultura consistente sin una buena educación. Tienen que encontrarse de
nuevo en las aulas, en las calles, en las ciudades y pueblos.

Aboga por una educación expandida que pueda surgir en cualquier momento
y lugar. Es un desplazamiento de la Universidad a la calle, ese “todos
tenemos derecho a pensar”, que fue la pregunta ​inaugural de la filosofía.
¿Cómo lo pone en práctica desde su docencia en la Universidad de
Zaragoza? Lo que me preocupa es cómo crear la situación para que nos asalten
ideas que nos obliguen a pensar lo que nunca habíamos pensado. Cómo
mantener encendido ese deseo de comprender qué es la filosofía y hacerlo
circular dentro y fuera de la academia, en conexión. Y, sobre todo, cómo evitar
que muera. Y tras bastantes años ya de experiencia, puedo decir que no es nada
fácil. La Universidad se está convirtiendo en un espacio de circulación en el que
no se espera hacer experiencia de nada, sino adquirir “competencias
competitivas”. Esto no funciona en el caso de la filosofía. Y entonces lo que se
crea es una extraña situación en la que nadie sabe muy bien qué hace allí. Hace
un par de años les escribí una carta a mis estudiantes. Les decía: “Solo tenemos
dos opciones: o huimos de aquí, como muchos ya están haciendo, o hacemos de
nuestra extravagancia un desafío. (…) El rendimiento de lo que hacemos ahora
no depende de vosotros. La riqueza, sí”.

/VANESSA MONTERO

Usted ha comparado el éxito de la “marca Barcelona” con la explotación de


los recursos naturales en Latinoamérica. La industria turística de una ciudad
no sería muy diferente de la que rentabiliza una colonia para buscar,
digamos, petróleo, madera. El turismo no es un fenómeno natural, es un hecho
inducido que tiene una historia muy corta y que en el caso de una ciudad como
Barcelona ha sido promovido por los sucesivos Ayuntamientos, especialmente
desde 1992. Hay que hacer una crítica de cómo hemos llegado hasta aquí, una
reorientación no solo de los efectos, sino también de la concepción de lo que
creemos que es una ciudad y un territorio. Para mí, la industria turística funciona
hoy como cualquier industria extractivista: es decir, que convierte todo lo que
toca en un recurso que explotar de manera intensiva y destructora. Crea una
riqueza empobrecedora. Me alarma ver cómo Barcelona está tan explotada como
una mina o como un campo de soja.

¿Cuál es la gran diferencia entre la Barcelona de 2015, la de su abuelo, el


poeta Tomás Garcés, y la de su padre, el arquitecto Jordi Garcés? Mi abuelo
nació en 1901, hijo de la inmigración castellana que llegó a trabajar a Barcelona
para construir la Exposición Universal de 1888. A los 20 años ya era un poeta
catalán que gozó de reconocimiento y toda la vida participó activamente de la
vida cultural catalana, a pesar del franquismo. Mi padre, como arquitecto, ha
formado parte de esa generación que dio a Barcelona una identidad basada en
cierto rigor cultural antes de que empezaran a llegar los edificios emblemáticos y
los fichajes estrella. Yo vivo en Barcelona, pero mi trabajo está en la Universidad
de Zaragoza. En un siglo, por tanto, llegada, consolidación y salida. Aunque en mi
caso la salida de Barcelona sea intermitente, porque me puedo permitir ir y venir,
me siento un poco parte de un tiempo histórico en el que Barcelona ya no acoge,
sino que expulsa. Se ha convertido en una ciudad de paso. Y en muchos casos en
una ciudad de salida. Me preocupa. Porque solo se enriquecen socialmente las
ciudades que permiten llegar, no solo circular por ellas.

Recomiende un libro para una vida de amor y compromiso. El Tratado de la ​‐


servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie. Está escrito en el siglo XVI por
un joven francés que veía con ojos muy comprometidos la vida de su ciudad,
Burdeos. Planteó dos cuestiones para mí imprescindibles: por qué obedecemos
si podríamos dejar de hacerlo, y por qué nos maltratamos tanto si lo más natural
es confraternizar unos con otros. Cómo vivir juntos sin dominarnos: esta es la
cuestión imprescindible con la que nos interpela y no deja de inquietarnos, aún
hoy, este libro.

elpaissemanal@elpais.es

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