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EL
DESCUBRIM IENTO
DE AM E R IC A
y
LA OTREDAD DE
LAS CULTURAS
RundiNuskín Editor
Dina V. Picotti C.
EL
DESCUBRIMIENTO
DE AMERICA
Y
LA OTREDAD DE
LAS CULTURAS
El pensar
La historia
El lenguaje
RundiNuskín Editor
Diseño: RundiNuskín Editor, 1990.
I. S. B. N.: 950-735-007-1
RundiNuskín Editor
C. C. 28 - Sucursal 11 (B)
(1411) Buenos Aires
República Argentina
INTRODUCCION
I
versal siguiendo el camino abierto por muchos pen
sadores nuestros que permanecen poco menos que
desconocidos.
Esta tarea se integra, a su vez, en la tarea más
amplia de desocultar la historia real de la humani
dad, que es la constituida por todos los pueblos, des
de ellos; pensar dejándose reivindicar por sus expe
riencias y articulaciones, reunirías en un logos que
se configurará como totalidad abierta, recreándose
con la vida misma del hombre y sus diferentes cultu
ras. América, como confluencia de razas y culturas,
tal vez sea un lugar particularmente propicio para
ungirla, quizás sea la nueva oportunidad del Espíritu
que le deparaba Hegel,1 cuando supiese decir su pa
labra propia.
3
múltiple y diverso. Es la articulación que el hombre,
como ser Inteligente, hace de la realidad en medio
de la cual se encuentra, para habitar la tierra consti
tuyendo un mundo y en este quehacer constituirse a
sí mismo.
Si la realidad en medio de la cual estamos y a la
que pertenecemos acaece, el pensar no ha de ser si
no, como lo decía Parménides, tó cuitó, lo mismo, la
correspondencia a tal acaecer, a través de diferen
tes modos y recursos que se adecúen al espacio de
Juego en el que se abre y al que articula. La historia
del hombre así lo revela: es la historia de las diferen
tes culturas, en la que se juega lo mismo, la realidad
y en ella el pensar humano, aunque a través de dife
rentes acuñaciones, destinadas a constituir la uni
dad no homogénea, sino compleja en su heteroge
neidad interna, de la historia total. De alli que pensa
miento y lenguaje digan relación esencial a la histo
ria, es decir, al ir-siendo de sí mismos y de aquello
a lo cual se refieren. Aún los pensadores que han
pretendido regir abarcadoramente y desconocer a
otros, se han revelado ante el tribunal de la historia
sólo como un modo de pensar, que no agota los re
cursos humanos con respecto a la realidad, la cual a
su vez tampoco se agota en ninguna de sus acuñacio
nes.
Desde nuestra experiencia cultural mestiza se ad
vierte con mayor limpidez y decisión esta historici
dad esencial del pensar, por cuanto diferentes mo
dos han convergido en América, y también se han
negado, experimentando dolorosamente su alteri-
dad. Mientras fue más fácil para el europeo caer en
la ilusión de que su perspectiva era la única o la más
válida, o en la ambición de querer extender su po
der justificando tal perspectiva como “la civilizato-
ria*. Una y otra cosa de hecho han ocurrido a través
de la empresa de conquista y colonización de otros
continentes y a través de la extensión planetaria de
la civilización, acompañados siempre por alguna
ideología que apañase lo que por sí mismo no tenía
4
justificación. Las demás culturas fueron considera
das sólo como grados preparatorios,5 productos exó
ticos para la mera curiosidad y ostentación,6 o pro
ductos bárbaros que debían ser reducidos y converti
dos.7 La transformación del mundo que produjo la
revolución científico-técnica, poniendo al alcance
del hombre un progresivo manejo de la naturaleza y
organización de las sociedades, convirtió a tal ilu
sión y ambición en un amplio espejismo, cuyos fulgo
res confundieron aún a los sujetos de otras culturas,
ocultando el brillo de sus valores propios, al exaltar
se aquéllos, ligados al éxito instrumental, por enci
ma de todo.
Sin embargo, el camino de ida de la civilización
universal fue seguido por desconocimientos y devas
taciones demasiado grandes, evidentes y dolorosas.
que provocaron un camino de regreso en el que los
pueblos lucharon por su independencia y en el que
se destacó su alteridad, a pesar de su aparente ho-
mogeneización. Junto a las luchas por la liberación
política y económica, dentro del juego de posibilida
des del mundo contemporáneo, se da una más im
portante por cuanto fundamenta a las demás, y es el
empeño en arraigarse en las propias identidades his
tóricas, en valorarlas y explicitarlas, en asimilar des
de ellas los valores de la civilización, que sólo enton
ces podrán serles beneficiosos y no convertirse en
instrumento del olvido de sí o de sojuzgamiento.
5
En nuestra América, espacio de confluencia de
múltiples culturas sobre raíces primigenias, al pen
sador criollo le cabe esta tarea, la de saber pensar la
rica experiencia histórico-cultural de su tierra y de
sus pueblos, recogiendo su pensar implícito, dejan
do fluir libremente sus modos y recursos para for
mularlo sin otra lógica anterior o exterior que deba
imponerse como modelo, sino en todo caso prestar
se al diálogo.
6
do esencia] de todo método, el de ser sólo un siem
pre indigente camino.
Para nuestro pensar, se trata de algo más abarca
dor y profundo: del acceso adecuado que requiere
una problemática propia, diversa, y del modo ade
cuado de explicitarla. Justamente, se adquiere más
aguda conciencia de ello a partir de la experiencia
de inadecuación y fracaso a nuestro respecto, de las
metodologías de la objetividad de la razón filosófica,
y por lo tanto, de la razón científico-técnica, a causa
de su desconocimiento y reducción de modos de
ser diferentes desde cierta concepción conductora.
Ante todo se evidencia la necesidad de ser in-for-
mados por, de conocer adecuadamente a la propia
realidad, porque crecimos en gran parte fuera de
ella, y cuando la consideramos, solemos hacerlo des
de ópticas extrañas, a pesar de que le pertenece
mos. Si siempre el comprender requiere el acceso
a aquello que ya se es, más aún en nuestro caso, por
que crecimos en la ocultación de lo que somos, por
lo menos de todo lo que somos y de sus modos, y la
creciente colonización mental hace que tampoco
nos dispongamos a hacerlo convenientemente. Pare
ce necesario entonces tener que entablar, no una re
lación de sujeto a objeto sino de sujeto a sujeto, de
jándonos in-formar y modificar por el otro, por su
proyecto de ser, por su modo de vida.9* Esta actitud
permitirá que la cosa misma libere sus caminos, va
ya ofreciendo las sendas transitables, en lugar de
pretender, en actitud objetivadora, abrir uno mismo
el camino, que entonces no conducirá al otro, no en
tablará diá-logo, sino regresará al sí mismo inmodifi
cado, en la soledad o el imperio del monó-logo, co
mo si se tratara de un absoluto. Para ello se requiere
la actitud básica no de mera iniciativa y esfuerzo, si-
7
no de apertura a y de espera de la palabra del otro,
y de acogida de la misma, que inevitablemente, des
de su novedad, nos transformará y nos convocará a
la respuesta.10 Si por ej. aspiramos a comprender el
lenguaje en nuestra América, no podremos enfren
tarlo como un ob jeto de investigación, con la visión
previa o sobrentendida de tales o cuales teorías o
concepciones, por más valiosas que se hayan mani
festado, sino que deberemos dejamos in formar por
el lenguaje vivo o testimoniado, dejar aflorar su espí
ritu, modos y categorías, permitir que se presente
él mismo. Luego, no habrá una determinación objeti
va, sino el hablar desde una comprensión que surja
del diálogo entre sujeto y sujeto; no se hablará so
bre él como un objeto frente nuestro, sino de él, a
cuya propia presentación nos habremos abierto y a
la que habremos acogido.11 No se trata aquí de la
mera actitud teórica de un querer conocer, sino
más bien de una actitud ética, que la engloba y so
brepasa, de querer reconocer el propio andar de
ese lenguaje. Y si todo conocer humano supone un
querer reconocer lo que ya es, para poder ser in-for-
mados por él, doblemente cabe en nuestro caso
siendo que partimos de una situación histórica de
des-conocimiento, sea explícitamente intentada, o
cuando no lo es, por lo menos lograda de hecho en
la extensión abusiva de una sola lógica, considerada
mejor o única.
Se pone además en juego una subjetividad más
8
barcadora y más profunda, una subjetividad comuni
c a e histórica: la sabiduría de vida del pueblo al
cual se pertenece, y una objetividad más auténtica,
en el reconocimiento y por lo tanto respeto, no ma
nipulación. de lo que se presenta desde si mismo.
Sobre la base de este camino prioritario e inevita
ble, podrá aprovecharse fructíferamente lo que apor
ten las diversas metodologías, las que, sin duda algu
na, a su vez resultarán transformadas en el proceso
de su asimilación. Surgirá un diálogo con la filosofía,
que también nos constituye, y de la que derivó lo
que ha dado en llamarse civilización universal. Esta
se ha ejercido sobre todo a nivel óntico-instrumen-
tal de dominio, con progresiva prescindencia del
ser y su sentido. Las culturas que halló a su paso en
su proceso de extensión plantetaría, han articulado
sobre todo a éste, en acuñaciones diferentes, con
sentido de finitud y excedencia; hoy, en medio de la
devastación de la tierra, de la manipulación de las
cosas y de los hombres, pueden significar caminos
reorientadores de aquélla, con un sentido habitacio-
nal humano.
De tal manera, que el camino del pensar contem
poráneo pareciera tener que pasar por los diferen
tes caminos recorridos, por las diferentes articula
ciones, no sólo dentro de una cultura,12 sino de la ci
vilización y de las culturas, a fin de escuchar y reu
nir a todas las lenguas dispersas de la Babel de la
historia humana, a sus articulaciones de la realidad
y del hombre
9
O tro h o rizo n te del p e n sa r
10
frenta a las cosas, sino más bien se entrevera con
ellas, a nivel de ser, no se refiere a la naturaleza co
mo materia, sino se ubica en ella y se despliega en
relación vital,14 la respeta en su irreductibilidad y
excedencia; por ello, comparando con la noción filo
sófica de inteligibilidad, y con la hebreo-cristiana de
misterio, en este horizonte hablamos de abisalidad,
en cuanto no se hace tanto referencia a los límites
de la comprensión humana como a la tierra, raíz in
sondable. No se trata, además, de una articulación
pura o privilegiadamente intelectivo-teórica. sino
que empeña la inteligibilidad concreta de todo el
hombre, con su sensibilidad, emociones y actitud
ética de respeto por lo que es; se expresa en un len
guaje simbólico-rellgador tal como la imagen, la me
táfora, el símbolo, el mito, el rito. Estos, a su vez,
guardan la movilidad de una continua recreación,
dando la idea de juego acertante en el espacio de
juego dado, o de galería de espejos donde cada arti
culación vale más que ella misma, para lograr el
equilibrio de la vida en medio de una realidad que
siempre excede, en lugar del esfuerzo por determi
nar, ser y hacer, más propio del ámbito filosófico, y
del escuchar o desoír, más propio del ámbito he
breo-cristiano.
El pensamiento filosófico no ha sido ajeno a este
tipo de articulación. En su larga historia aparece en
algunos planteos, aunque excepcionalmente o anali
zándolo como objeto de estudio más que empleán
dolo, y con respecto a otros ámbitos de la cultura co
mo el artístico o religioso.15 Si comparamos la artl-
11
culaclón civlllzatorla con la de las demás culturas,
sobre todo de aquéllas de que tenemos experiencia
propia, se advierte que se configuran de diferente
manera también porque se juegan en niveles dife
rentes: la primera a nivel óntico Instrumental, las se
gundas sobre todo a nivel de ser y sentido. Esta con
sideración lleva a creer, una vez más, no sólo en la
posibilidad de reunir ambos tipos de articulaciones
mediante una lectura interpretativa de los mismos
que los ubique, advierta el rol cumplido y los modos
de cumplirlo, sino persiga y reúna al pensar huma
no en el desarrollo de su historia una y diferente,
en respuesta a la historia misma del ser. Por otra
parte, la filosofía posmodema, que ha ido documen
tando la desvalorización de la articulación filosófica,
se acerca a la de las demás culturas al inclinarse,
por ej. hacia el valor estético-retórico del pensar,
en el sentido de configuración imaginativa y convin
cente más allá de las oposiciones clásicas entre fic
ción y verdad, apariencia y realidad, falsedad y ver
dad, convencimiento y fundamentación, al advertir
que todo punto de partida escapa a la posibilidad de
ser fundamentado o la supiera.
La filosofía se muestra como un pensar fundante,
por su punto de partida que es un primer principio,
causa o razón, y por su Juego mismo que se ejerce
fundamentando a través de la verificación experien-
cial, la demostración racional —de una ratio que ope
ra según principios primeros—, o la conveniencia
respecto a un sistema constituido sobre esas bases.
Es comprensible observar que ello pueda darse sólo
a nivel óntico, pues a nivel ontológico, es decir, de
ser y sentido, ingresamos en lo abismoso,16 en aque
llo que no puede ser apoyado en este tipo de razo
12
nes ni en ninguna otra, sino que más bien las susten
ta. Desde nuestra experiencia histérico-cultural, po
demos decir que el punto de partida, en lugar de un
fundamento, es el arraigo a una identidad que se ha
forjado en su estar sobre la tierra, y que su juego se
ejerce no como experiencia o demostración de un
sujeto abstracto, sino como explicitación de la sabi
duría de un pueblo al que se pertenece.
La lógica del fundamento fue siendo replanteada
dentro de la misma filosofía, en diversos aspectos.
Por ej. la fenomenología de Husserl, al cabo de su
propia tarea fundamentadora del conocimiento, ha
bló, más allá del sujeto individual, de intersubjetivi
dad como garantía de verdad, y más allá de la con
ciencia, de mundo de la vida como principio;17 la lí
nea hermenéutica se esforzó por destacar el círculo
en el cual se mueve el pensamiento, en cuanto siem
pre arrojados en una determinada comprensión his
tórica, se debe suponer lo que se intenta compren
der;18 la escuela de Frankfurt y antes de ella el mar
xismo, para no citar sino los casos más contemporá
neos, señalaron la relación del conocer con el inte
rés, que a su vez se juega dentro de una determina
da comprensión y valoración;19 la filosofía de la cien
cia evidenció, por su parte, que la demostración
científica opera dentro de un sistema, que no puede
ser a su vez demostrado sino que es asumido por
convicción.20 Todos estos replanteos contribuyen a
poner en claro que el así llamado fundamento no es
por sí mismo originario, sino que es asumido por un
asentimiento teórico-práctico a una comprensión
determinada de la realidad, en la que nos hallamos
13
y desde la cual procedemos aún cuando la cuestione
mos o recreemos. Nuevamente, esto es más fácil de
percibir en países como los nuestros, donde la con
vivencia de diferentes culturas y el impacto coloniza
dor hace que puedan observarse y sentirse desde
fuera las diversas comprensiones y valoraciones, sin
que ninguna pueda aparecer como el logos único o
por excelencia.
Arraigo significa pertenencia a una tierra y a una
historia, a un modo de vida desde el cual se piensa y
actúa. Arraigar, echar o tener raíces, es la condición
del ser humano de estar arrojado a un mundo deter
minado. Por cierto, no estático, inmóvil, como una
nueva perniciosa absolutez —tal como lo preconizan
ciertas apelaciones a la tierra, la raza o la nación— si
no dotado de la movilidad propia que le otorga el
acontecer de la realidad y del hombre en ella, carac
terizado por rasgos que constituyen su identidad y
que sin embargo se recrean constantemente, como
toda vida. Arraigo significa la concretez de un punto
de partida y el suelo en el que nos movemos, pro
pios de la historicidad y por lo tanto de la finitud hu
mana. Todas las culturas son concientes de ello; sus
mitos lo narran. Sin embargo, la filosofía, a pesar de
surgir de y desarrollarse en un determinado suelo, y
tener una historia concreta, parece prescindir de
ello a través de un modo de pensar que se mueve en
un plano de progresiva abstracción y pretende impo
nerse a todo suelo y a toda historia, convertir un lo
gos en el Logos. Ya Nietzsche se refería críticamen
te a este evento a mediados del s. XIX y simbolizaba
esta desubicación en la imagen del hombre más pe
queño y feo.21
14
El sujeto del p e n sa r
15
ces asimila Injertos en grados y modos que varían
desde la verdadera asimilación hasta la mera yuxta
posición y enajenación, y se distingue del extranje
ro con quien convive con amistad o extrañeza.24
Con diferentes matices y acentos, según países, re
glones y ciudades, numerosos ejemplos dan cuenta
de esta experiencia popular, comunitaria, desde la
que operan aún aquéllos que pretenden separarse
de ella.25
Este sujeto comunitario está constituido no sólo
por la relación dialógica yo-tú, tal como se dio en la
experiencia hebreo-cristiana, resaltada por filósofos
como M. Buber y E. Levinas,26 sino trllógica del yo-
tú-él.27 La tercera persona Implica la relación más
16
lejana del yo-él o tú-él, imprescindible para la cons
titución plena del nosotros de la comunidad; sin
ella ésta propiamente no existe. Nuestra historia re
gistra, además, una experiencia dolorosa y por ello
mismo imborrable, en cuanto la tercera persona fue
también el des-conocido, el marginado y en los últi
mos tiempos el desaparecido y el olvidado o desa
percibido en el anonimato. A través de esta expe
riencia inocultable se advierte mejor cómo cuando
se ignora o elimina la tercera persona y se reduce la
comunidad al sector más interesado del yo-tú, no só
lo se la mutila sino que se le impide realmente ser,
en cuanto no se la reconoce en toda su realidad posi
tiva y negativa, en toda su identidad histórica, fuen
te de sus posibilidades auténticas.
Las manipulaciones de una comunidad pasan por
estos desconocimientos, justamente para imponerle
una orientación que no es la propia.
Así como el yo no puede ser ni reconocerse a sí
mismo sino a través del tú, ambos sólo son posibles
a través de la relación más lejana con el él, no redu-
cible al tú. El reconocimiento de la relación trilógi-
ca comunitaria impide que el pueblo se convierta en
masa, o simplemente en el anonimato de la gente.
En la experiencia indígena y criolla, el él está repre
sentado también por el otro con respecto a la pro
pia comunidad, el advenido, quien o bien se injerta
en la identidad de la misma recreándola y siendo a
su vez recreado por ella, o bien permanece extraño
y entonces es percibido como el “extranjero”, en
grados y modos diversos desde el simple no inte
grarse hasta la enemistad, que desconoce a y atenta
contra aquella identidad nativa.28
17
Entre el yo, el tú y el él de la relación comunita
ria, se establece una lógica analéctica,29 que proce
de con y desde el otro como otro, reconociéndolo
en su alteridad y resguardándola como tal, no redu
ciéndola a una Identidad abstracta sino conviviendo
con ella en totalidad abierta, contraria a la clausura
del sistema.
Se trata de un sujeto comunitario histórico fuer
te, que ha resistido a pesar de su quebrantamiento a
través de colonizaciones, confusiones, dispersio
nes..., con una identidad capaz de afirmarse hasta
en situaciones límites, cuando se le cercena el ámbi
to vital,30 de mantenerse aún ante los borramientos
más refinados de un pensar homogeneizador, que
por ej. acentúa las meras estructuras —del lenguaje,
del conocimiento, del comportamiento, de la comu
nicación, etc.— ignorando sus diferencias sustancia
les, o se encamina hacia abstracciones tales como el
hombrí, un sujeto naturaleza, un sujeto trascenden
tal o una intersubjetividad, que a pesar de haber ido
valorizando aspectos importantes de la subjetividad,
prescinden todavía de su concretez plena, sin la
cual no puede ser cabalmente comprendida;31 por
18
que si bien, v.g. el sujeto trascendental ha pasado
por diversos y ricos planteos —desde una concep
ción más naturalística en Kant, por la ampliación y
profundización de Husserl hacia la intersubjetivi
dad, el tiempo y la historia, desembocando en el
mundo de la vida; por la filosofía de la acción comu
nicativa32— , no son asumidos aún otros aspectos
esenciales como el carácter fundante de la subjetivi
dad comunitaria que posee la identidad histórico
cultural de un pueblo, dado que de éste surgen los
rasgos caracterizadores de la misma, como los que
hemos intentado registrar entre nosotros, pero que
hacen a toda subjetividad. Es decir, en el fondo no
se asume la construcción histórica de ésta, sino se
tiende a homogeneizarla abstractamente desde cier
tos rasgos comprobados desde una determinada cul
tura, sin atender a los que otras, por sus particula
res experiencias, pueden revelar. Y si bien una teo
ría como la hegeliana del Espíritu, plantea explícita
mente su determinación histórica, sin embargo los
aportes de las diferentes identidades culturales apa
recen subsumidos y por lo tanto ignorados en un sis
tema necesario que cierra la totalidad abierta de la
historia real, o al menos corre serio riesgo, bajo una
lógica que en el fondo sigue siendo la de lo idéntico.
Mientras que la interrelación analéctica del yo-
tú-él articula una lógica de la alteridad que respeta
la multiplicidad y variedad de perspectivas humanas
de la historia real, superando la reducción y abstrac
ción de la misma que realiza la lógica filosófica de la
identidad, aunque ésta sea válida para el tratamien
to de algunos aspectos. Plantea con fidelidad y origi-
nariedad las verdaderas relaciones humanas, y des
de la luz que arroja el acontecer del sujeto replan
tea la antropología, la ética, el derecho, la historia,
etc. en la construcción de su mismidad y el perfila-
miento de su continuidad a través de su constante
recreación.
19
E l o bjeto del p en sar
20
cede. En consecuencia, de las cosas no interesa tan
to su objetivación, el producto del conocer y del
obrar humano independiente, sino entreverarse con
ellas en la relación orgánica de una misma vida,33
antes y más allá del mundo de los objetos.34 Se tra
ta de un mundo de vivientes que trasciende toda ob
jetividad posible, de un nivel de ser que trasciende
al nivel óntico de lo objetivable e instrumentable, en
el cual se ubica la filosofía y su prolongación científi
co-técnica. Toda su historia de replanteos de la sub
jetividad y de la objetividad se sitúa aquí; si bien
ellos van ofreciendo aperturas para su superación,
oscilan entre un máximo de subjetividad en el polo
idealista que en su extremo pone, crea el objeto, en
el que el objeto se reduce a mera pintura de las co
sas, estructura, juego del lenguaje, etc. y un mínimo
de subjetividad en el que el objeto es captación fiel,
copia, reflejo, etc.
Puesto que se juegan a nivel de ser, no ejercen
una actitud de dominio, imposible, sino más bien
de refugio ante lo indominable, de ubicación en el
todo de la realidad y de trato simbólico-ritual. Esta
actitud, que informa prioritariamente a las culturas
mencionadas, aparece también en ciertos ámbitos
que coexisten con la civilización, como la vida priva
da, lo religioso, artístico, dado que es esencial a la
vida humana. A su vez, lo ganado y obtenible por la
civilización, a nivel óntico, es asimilable por las cul
turas, las cuales al fagocitarlo lo reorientarán desde
su propio sentido de realidad, brindándole nuevas
posibilidades de exploración y resultando ellas mis
21
mas recreadas en su sentido de ser a través de lo
asimilado, como es propio de todo proceso vital.35
La c u e s tió n de la v e rd a d
22
virtiera Kant,37 su Intuición no es divina, creadora,
sino derivada de lo que ya existe, entre nosotros la
experiencia de desconocimiento y reducción sufri
da, por ser dolorosa hace que esa esencia humana de
la verdad no pueda ser olvidada sino, por el contra
rio, privilegiadamente tenida en cuenta. El indígena
y el mestizo saben, además, de una verdad más vas
ta, más antigua, más abisal, más ambigua, que la de
los modelos impuestos, que por esto, en ellos inevi
tablemente fracasan. Otro aspecto ético de esta ver
dad surge de su gestarse mismo en la interrelación
comunitaria del yo-tú-él, sostenida por el recíproco
reconocimiento y sobrepasada por lo que excede tal
interrelación, excedencia de ser a la cual se religa,
dando lugar a la cara religiosa de la verdad.38
En esta dimensión originaria de la verdad halla
mos también su tipo de correspondencia con lo que
es. No se trata de adecuación, puesto que trascien
de la relación sujeto-objeto, sino de prolongación,
eco, respuesta, en un sentido más bien Baudelairia-
no.39 Los replanteos filosóficos fueron señalando di
mensiones más vastas y primigenias, tanto en direc
ción de la subjetividad, o de la objetividad, como de
su relación mutua, de la comprensión previa que la
posibilita y de la incidencia de factores de la vida
práctica; los filósofos posmodernos actuales, descre
yendo de una concepción objetiva de la verdad, ha
blan de un rostro más bien estético-retórico de la
misma, cuando todavía consienten en referirse a
ella. Pero todavía no se ve al ser humano no enfren
tando sino como prolongación de la naturaleza, su
verdad creciendo seminalmente con la arqueicidad.
23
ambigüedad, abisalidad y desdnalidad de la vida, ver
dad no sobre algo sino de algo, a lo que se permite
presentarse, a lo que se acoge y corresponde.
Sólo a partir de esta verdad originarla puede
comprenderse y Justificarse a todas las otras, como
derivadas. Nietzsche expresó, en un sentido seme
jante, que el pensador debe saber atravesar las más
caras y alcanzar el Juego de fuerzas que gesta a las di
ferentes y múltiples realidades.40 Si para la primera
filosofía griega la verdad originaria aparece como de
velación41 de lo que es, aunque en signos que re
quieren ser interpretados, para nosotros se configu
ra sobre todo como reconocimiento —justicia— y co
rrespondencia en el sentido antes señalado.
Tal correspondencia no rechaza la ficción: por el
contrario, al configurarse de manera indicadora, sin
pretender la Justeza de una definición ni marcar los
límites de una determinación, pareciera dar mayor
cabida a la exploración y recreación imaginativas.
No descarta a la apariencia, reduciéndola a mera
apariencia, sino que se conforma con y sigue a lo
multifacético de la realidad misma, entreverándose
con sus rostros, en los que ella se expresa y a los
que a su vez excede. Ante este carácter de exceden
cia, no se verifica ni prueba, sino que más bien apun
ta a un equilibrio entre opuestos irreductibles. No
se opone a lo que en la comprensión metafísica de
la verdad se llama error o falsedad, sino que, al si
tuarse en el nivel previo de ser, se ejerce como jue
go acertante: éste se aproxima, aunque también se
distingue, a la idea de enrancia, peregrinaje, que
aparece en la literatura moderna europea, pero co
mo proceder más bien individual y solitario del que
intenta abrirse un camino. En nuestro caso el Juego
24
es comunitario y el pueblo sabe siempre, justamen
te a partir de la sabiduría que se atesora en su acer
bo cultural, de qué se trata: ante todo de la verdad
como religación de los ámbitos fundamentales de la
realidad, reconocidos por todas las culturas, esto es
habitación de un mundo, y como arraigo en y des
pliegue de su propia identidad, a menudo amenaza
da o confundida. Toda otra verdad aparece como de
rivada con respecto a ésta, fundamental, en el senti
do de que enraiza a las que la despliegan o bien
presta inserción y posibilidad de nueva vida a las
que proceden de otros movimientos históricos, re
creándolas y recreándose. Desde aquí se hace com
prensible el mestizaje de culturas entre sí y de cul
turas y civilización filosófico-científico-técnica.
Esta verdad que se despliega como proceso vital
histórico, si bien posee rasgos característicos que la
distinguen, no se constituye en sistema, sino que se
despliega en una totalidad orgánica y abierta. El sis
tema se erige sobre una lógica de la identidad, que
sostiene un tipo de conocimiento y verdad como
único válido o por lo menos preeminente, y que por
lo tanto tiende a homogeneizar, reducir a las alteri-
dades, a internalizarlas en una totalidad cerrada, a
quitarles valor en sí mismas y como constituyentes
de una mismidad. La teoría actual de los sistemas,
que intenta relacionar las diversas estructuras de
los diferentes ámbitos de la civilización y en general
cultura, postula una totalidad sistémica que enlaza
estructuras isomórficas y analógicas y que aunque in
cluye una dimensión diacrónica, sin embargo apunta
a una totalidad cerrada. La verdadera analogía se apo
ya en la mismidad, no en la identidad y respeta la al-
teridad en tanto tal.
Al tratarse, por fin, de una verdad que se desplie
ga desde una determinada comprensión, que vive y
articula un pueblo, incluye la convicción, que se des
prende de la conciencia de participar de un acerbo
comunitario. Ella no se opone, sino que funda, pres
25
tando raíces históricas, a la recreación, a su vez exi
gida por el carácter vital de esta verdad. Se distin
gue, por lo tanto, de la mera convicción Individualis
ta, fundada en razones objetivas o subjetivas, así co
mo de la convicción que se erige en absolutez.
26
H. LA HISTORIA
La originariedad de la historia
29
la realidad en general y del ser humano en particu
lar, fueron al menos reducidos por categorías más
bien inmovilistas, es decir, no reconocidos en toda
su naturaleza y alcance, o simplemente abandonados
como aporéticos.43 No obstante, volvieron a emer
ger en cada crisis de aquélla; fueron necesarias és
tas para poder Ir siendo asumidos lentamente.
Numerosos son los ejemplos que podríamos ci
tan el tiempo, reducido a medición lineal, debió ir
reconquistando espesor, caracteres de eventuali
dad, flnltud, reunión, proyección, novedad, madu
rez, etc.; la historia, reducida a crónica, progreso,
desarrollo, ideología, sistema..., debió ser reconoci
da en el ser mismo, que acontece, lo que significó
el acabamiento de la metafísica, tal como ya Nietzs-
che lo anunciara a mediados del s. XIX.44 Ascienden
al pensar filosófico nociones que lo transforman pro
fundamente y preparan posibles aperturas hacia
otros modos de pensar: v.g. categorías existenciales
que apelan a la movilidad y a la subjetividad como
fuente de verdad,45 la crítica poshegeliana que va
resquebrajando el sistema metafisico del maestro y
liberando a su vez en él posibilidades explorables pa
ra el pensamiento contemporáneo,46 la crítica de
30
las ideologías que pone el acento en la Justificación
y conduce a revisar los fundamentos y la idea misma
de fundamento,47 la concepción y práctica herme
néuticas que llevan a la filosofía a otras fuentes del
pensar y a ahondar las propias,48 las teorías del len
guaje y de la acción que van recuperando el contex
to de la articulación humana,49 el replanteo heideg-
geriano del ser y de la verdad que invoca la supera
ción de la metafísica y prepara otro comienzo al pen
sar, las diversas sendas que intentan los posmoder
nos en este sentido, sea acentuando el nihilismo
hasta la negación de nociones básicas como las de
verdad, belleza, ser, bien, historia..., sea procurando
divisar otras caras de la verdad, del pensar y del len
guaje que se repongan de la tradición metafísica.
Pero es al cabo del máximo despliegue y realiza
ción de ésta en nuestro mundo tecnotrónico y ciber
nético de la organización total, cuando tiempo e his
toria ya no se proyectan como su sombra, sino que
se convierten en su verdadera alternativa superado-
ra. Se hace sensible la otra cara de la medalla que
de hecho sostenía al anverso admitido; al mostrarse
sus bordes, se advierten otras acuñaciones del ser,
la verdad y el hombre, ya no desde la metafísica si
no desde fuera de ella, desde otras culturas que en
contró a su paso al extenderse por el mundo a tra
neo desde las más diversas perspectivas, así como ser re
planteado.
47 La Escuela de Frankfúrt, siguiendo a Marx, sin que des
cuidemos antecedentes que se remontan hasta la filosofía
griega, como el caso de la sofistica, pone de relieve el inte
rés y la justificación como móviles de un sistema de pensa
miento, socavándose las ideas metafísicas mismas de funda
mento y de objetividad.
48 La hermenéutica se ve precisada a reconocer una com
prensión previa a todo conocimiento y a explorarla, así co
mo a perseguir los caminos en que ella se articula en los di
ferentes ámbitos culturales y en las diferentes culturas.
Respecto a estas últimas la tarea apenas se ha iniciado.
49 Las teorías del lenguaje y de la acción, al explorar las
estructuras y los contextos de la articulación humana, con
tribuyen a ubicar el pensar filosófico como uno de los mo
dos posibles.
31
vés de la civilización, y que puso de relieve por con
traste, aún en los casos en que las avasallaba.
Pensamos que queda este otro camino por reco
rrer: el de la historia real en su alteridad. dejándola
ser a partir de sus diferencias,50 en lugar de reducir
la desde una teoría o sistema homogeneizadores. Si
esto es hoy más comprensible a partir de la filoso
fía. no tiene duda alguna desde la experiencia dolo-
rosa —porque negada, desvalorizada, destruida...—
de la otredad que presentan las demás culturas. Es
tas parecen cobrar hoy mayor significatividad que
nunca, al ofrecer otras posibilidades del pensar y ac
tuar humanos.
32
ría originarla. Los más diversos testimonios cultura
les lo manifiestan primigenio y por lo tanto desti-
nal, en cuanto dispone, acomoda, un determinado
curso de acontecimientos. Para el hombre ello signi
fica la donación de un espacio de Juego, en el que ar
ticulará su propia historia.51 El ser como acontecer
comporta diferentes acuñaciones del mismo, que
culturas diferentes articulan y recrean correspon
diendo.
2. La noción de "diferencia", que aquí entende
mos en el sentido de diferencia sustancial o alteri-
dad. Implica la de mismidad a cambio de la noción
de identidad que emplea la lógica filosófica. Mismi
dad de la historia del ser y de la historia del hom
bre, realizándose en acuñaciones diferentes; la pre
posición “de” Indica un genitivo objetivo y subjetivo
a la vez,52 en cuanto la historia es el mismo ser y el
mismo hombre que se van constituyendo, que son
en cuanto acontecen. La antigua aporía metafísica en
tre lo uno y lo múltiple, lo Idéntico y lo diferente, lo
inmóvil y el movimiento en el ser, se disuelve,
aunque no se resuelve, porque su mismidad no pue
de ser objeto de un pensar claro y distinto, más
bien es fuente de toda comprensión sin poder ser
abarcada, sino excediendo siempre a toda acuñación
y comprensión posibles. Se pone entonces en juego
una lógica también “diferente” con respecto a la
lógica metafísica del fundamento y de la Identidad;
33
en general, una actitud "diferente" de todo el hom
bre.
3. El acuñarse de la mismldad en las diferencias,
sin agotarse en ninguna de ellas, implica la perte
nencia de éstas a aquélla, constituyéndose una totali
dad abierta, no sisténlica, a partir de diferencias im
previstas y no de una unidad previa En el caso del
ser humano, ello conduce a la comunicación53 e in
tegración de las culturas entre sí, incluida la que sir
vió de base a la civilización universal: no, por lo tan
to, al dominio de ésta sobre las otras, tal como a me
nudo se pretendió y practicó. La historia real de la
humanidad es la de todos los pueblos: cada uno, sin
exclusión, ha intervenido y además todos, de he
cho, se comunicaron y mestizaron, aún en los casos
de vasallaje y destrucción.54
4. Siendo la historia originaria la del ser mismo,
cuyo acontecer libera espacios55 de juego al hom
34
bre. la historia de éste es, justamente, siempre cul
tura. en su sentido más esencial: es decir, como la
etimología de la palabra lo Índica, culto —reconoci
miento y valoración de lo que es— y cultivo —religa
miento y recreación—. El hombre se configura en
tonces como habitante, no como dominador, en
cuanto no puede proceder en calidad de medida de
las cosas, que ya son, sino de articulador y recrea
dor de las mismas. Los más antiguos testimonios56
culturales recuerdan esta situación constitutiva con
ámbitos esenciales de la realidad, como la madre
tierra, la apertura del cielo, la trascendencia de lo
sagrado, la comunidad con los demás hombres.
5. Por lo tanto, la historia humana no se da, en
su sentido más originario y esencial, como progre
so. desarrollo o juego trágico, que más bien se des
prenden de una concepción dominadora del hom
bre. dentro de una lógica de la objetividad y una éti
ca de la conquista. De hecho, esas concepciones y
praxis de nuestro acontecer, se fueron vaciando: sur
gidas por una abstracción del hombre con respecto
a su contexto natural e histórico, progreso y desarro
llo se convirtieron en valores regentes e indepen
dientes, perdiendo, al carecer de referencia, su sen
tido y anulándose a si mismos. Este tipo de razón,
en su máximo despliegue, proyectó su propio sinles-
trismo, en cuanto que, al pretender una absolutez
que no posee por no ser creadora sino humana, por
una parte ejerció manipulación y produjo devasta
ción, arrastrando las del propio hombre, y por otra
parte no logró reducir el caos ni lo abismoso de la
realidad. Ya antiguos mitos lo habían previsto. Como
contrapartida, se habló entonces, escépticamente,
de Juego trágico. Las culturas, en general, guardan
un sentido más adecuado del acontecer humano.
35
Testimonios típicos de nuestros países lo presentan
como Juego acertante y de equilibrio entre opues
tos: el bien y el mal, el orden y el caos, la salud y la
enfermedad, la vida y la muerte, etc., que por ser di
mensiones ontológlcaá no son dominables sino con-
jurables por una actitud religadora, que no niega pe
ro trasciende la acción meramente instrumental, y
que se observa por ej. en los ritos.57 De allí que ellas
se sientan ajenas a la lógica moderna del progreso y
a la más cercana nuestro del desarrollo y moderniza
ción,58 desde la que se clasifica y ordena a los paí
ses, como otra consecuencia de la categoría de iden
tidad, que subsume, desconoce las diferencias. Esto
no significa que progreso y desarrollo ónticos sean
desechables y no deban ser buscados, sino quiere
decir que han de ser orientados por un sentido de
ser; tal como se han dado pertenecen a la época de
su olvido. Y ser asimilados o producidos desde un
determinado sentido de ser que abriga una cultura,
implicará sin duda alguna su transformación, su
puesta al servicio de... y la recepción de nuevas posi-
36
bilkiades de Juego, asi como, a su vez, su juego lleva
a una determinada comprensión de ser que en ellos
se despliega o se sugiere.59
6. Estas consideraciones involucran cierta con
cepción del tiempo: ni se trata tanto de un tiempo
lineal, que desde el prpceso de secularización mo
derna se convirtió en mero tiempo medida, cómpu
to. cálculo, previsión dentro de las posibilidades del
sistema..., ni tampoco de un tiempo circular, de re
petición de lo mismo, ni de un tiempo de mera pre
sencia desde una metafísica del sujeto como punto
de partida. Las culturas, abrigando una concepción
vital de si mismas y de la realidad, hablan más bien
de crecimiento, maduración. Todo pueblo se siente
arraigado a una tierra y a un comienzo inmemorial
que narran los mitos y que marca su identidad. El
transcurrir del tiempo se refiere a su despliegue y
azares, y el fin se relaciona con la idea de acabamien
to y de salvación, que sobrevive a la misma muer
te.60 Frente al carácter cada vez más abstracto del
tiempo dvilizatorio, se acentúa su concretez, es de-
37
clr, su pertenencia a la vida del hombre y del univer
so; las lenguas lo testimonian a través de una gran
cantidad de partículas temporales que ofrecen una
riquísima gama de matices e inflexiones. Posee, ade
más, un sentido simbólico; cada instante o espacio
de tiempo es vivido como una presencia de la totali
dad que remite a ésta; 'se trata, sin lugar a dudas, de
un tiempo no sólo sintético sino sagrado.61 Nueva
mente, este nivel del tiempo, no desecha al instru
mental, sino que puede asumirlo y darle sentido; la
misma historia de la filosofía fue recuperando instan
cias de aquél62 y la literatura occidental contempo
ránea ha mostrado una particular sensibilidad al res
pecto. No Instalándose en la lógica del cálculo sino
en el ser como excedencia respecto a cada una de
sus acuñaciones, la dimensión temporal de futuro se
presenta como apertura a lo imprevisible; de allí la
alta conciencia de riesgo que, por el contrario, la ci
vilización a menudo olvida en medio de sus asegura
mientos, y también la actitud de fe y espera, porque
nada es debido, todo es un don.
7. Se pone de relieve un carácter ético esencia
de justicia, es decir, de reconocimiento de lo que
es y de consecuente exigencia de lo que debe ser,
sea porque corresponde al acontecer humano como
habitackmal, sea porque cabe, además, una tarea ex
plícita de reconocimiento de la historia concreta de
todos los pueblos y sus diferentes culturas, relega
dos por el proceso nivelador de la civilización y so
bre todo por los intentos de dominio de todo tipo.
38
Desconocidos en su otredad, quebrados en su identi
dad histórica, sin embargo han resistido, han sobre
vivido en un mundo que les niega su propio espacio
de juego y los somete a leyes extrañas a la libre con
vivencia humana.63 Tal quebradura, producida des
de el exterior, se prolonga en el interior de los mis
mos, de tal manera que también a ellos les cabe una
tarea de autoreconocimiento. V.g. en nuestros paí
ses americanos, sus comunidades están en general
divididas entre: a) un porcentaje de población autóc
tona, mayor o menor según los casos —en algunos
países constituye la mayor parte de la población—,
que impedida en la continuidad de su propia histo
ria, desarraigada de ella por Estados cuyas institucio
nes no surgieron como articulaciones naturales del
cuerpo comunitario, sino procedieron de fuera por
adopción o imposición, opera desorientada entre su
modo propio de ser y un orden actual extraño al
que no puede adecuarse y con respecto al cual resul
ta ineficiente, o bien resiste guardando su identidad
y permaneciendo ajena en la medida de lo posi
ble.64 b) Un porcentaje mestizo,65 que en la mayoría
de los países constituye la mayor parte de la pobla
ción, reconocido o no, que oscila entre el malestar
con respecto a una estructuración que no se adecúa
39
del todo a su Idiosincrasia y el esfuerzo por ser com
pe tittvamente exitoso en los modelos vigentes, nun
ca logrado por entero o bien logrado a costa de la
negación de sí mismo. Su malestar se expresa por
lo general de modo negativo, condenando la lnefi-
ciencla de sus conciudadanos; la búsqueda y el seña
lamiento de las causas profundas se da más bien por
excepción en quienes se saben sustraer a la coloniza
ción mental, c) Un porcentaje que se considera aje
no a la comunidad nacional, cuya idiosincrasia y lo
que juzga falente lamenta, pretendiendo asumir otra
identidad, en general comandada por la categoría
de eñciencla. En este sector los hay extranjeros, en
quienes esta actitud resulta más comprensible, aun
que pequen de no saber percibir ni valorar otros mo
dos de ser, y los hay nacionales, que no advierten o
no se prestan a advertir las causas reales y profun
das de su disconformidad, d) Un porcentaje, por
fln, que sobre la base de la quebradura histórica de
la comunidad a la que .pertenece, actúa de mala fe,
es decir, con conciente injusticia, en cuanto sólo
persigue sus propios objetivos, contribuyendo a
ahondar los males. Ello se verifica en diversos nive
les y ámbitos, pero adquiere mayor gravedad y res
ponsabilidad cuando opera desde el gobierno mis
mo de las instituciones o desde el poder en general.
8. A esta realidad e idea "diferentes" de la histo
ria corresponde una lógica, un relato adecuados,
que creemos constituyen la verdadera superación
de la metafísica. Porque no se trata sólo de reponer
se de ella, como lo intentan los posmodemos recor
dándola,66 ni de superarla criticamente, pues seria
moverse aún dentro de su círculo, sino de hablar
40
desde las diferentes acuñaciones del ser y de sus ar
ticulaciones en las culturas. Desde nuestra experien
cia cultural, podemos decir que no se trata princi
palmente de un logos objetivador. Este fue inaugura
do y desarrollado por la filosofía hasta sus últimas
consecuencias, apuntando al dominio inteligible y
práctico; no pudo ejercerse sino a nivel óntico, de
allí que se haya hablado de olvido del ser y con él de
las dimensiones originarias del pensar, la verdad, el
lenguaje, etc. y en el tema que nos ocupa, la histo
ria. Puesto que se refiere esencialmente a ésta, guar
da una actitud religadora, que se articula en un pen
sar y lenguaje indicadores, dado que no se pyede de
finir, determinar, lo que excede. Por estas mismas
razones detenta un carácter simbólico. Su verdad
no se configura como adecuación de la inteligibili
dad a un ser de las cosas, a una objetividad presumi
da o a un sistema vigente, sino como tarea ética de
justicia, es decir como reconocimiento de lo que es
y exigencia de lo que debe ser, y se despliega como
explicitación de lo reconocido, qún cuando se haga
recreadoramente, y no de modo fúndante sino her-
menéutico. Si bien la conciencia filosófica posmo-
dema se acerca a una visión más interpretativa, es
tética y retórica de la verdad, en la que se desdibu
jan ciertas oposiciones clásicas como las de sujeto-
objeto, realidad-apariencia, verdad-ficción-informa
ción-imagen-retórica en un mundo oscilante de la
mediatización total y de una ontología débil, cree
mos que la diferencia tajante reside en lo que llama
ríamos por contraposición, aún admitiendo razones
para aquella postura, la cara fuerte de la verdad
esencialmente ética, puesto que parte de las alteri-
dades dolorosamente reales, y no del desmorona
miento de una pretendida verdad única y universal,
se instruye en la sabiduría milenaria de los pueblos,
se ubica en el espacio libre de sus posibilidades, se
interna en sus lenguas polifacéticas y en su arte elo
cuente, escucha las voces sin voz, espeja el comple-
41
Jo e Imprevisible acontecer del ser y del hombre
respetando su excedencia.
Tál punto de partida y modalidad ética de la ver
dad histórica trascienden, ubican y en algunos casos
precisan los replanteos que se han venido haciendo
en las últimas décadas en tomo a la lógica en gene
ral y al relato histórico en particular, sobre todo en
Europa y América del norte: superando el punto de
vista objetivo, es decir del relato de lo histórico co
mo de un objeto, se trata más bien de hablar desde
la conciencia que un pueblo tiene de su propia histor
ria, desde su discurso y antidiscurso que dice algo
más profundo y complejo que lo inmediatamente re
ferido: la identidad desde la cual habla y en tomo a
la cual gira. No basta asumir la ficción como elemen
to explorador y como componente reconocido del
relato histórico, sino que desde nuestra situación se
requiere, más originariamente, asumir el relato que
un pueblo hace de sí de modo específico y a través
de todas sus articulaciones, evidenciándose aquel in
tento todavía deudor de Una imagen metafísica de la
verdad. No se trata sólo de integrar la explicación
—más propia de la ciencias naturales— y la compren
sión —más propia de las ciencias humanas— como
dos elementos igualmente necesarios y que se supo
nen entre sí, sino que antes se hace preciso dejarse
informar por el horizonte de inteligibilidad desde el
que un pueblo opera.67 El debate en tomo a causali
dad, objetividad, determinísmo, etc. en la tarea de
explicación y comprensión históricas, si bien impor
tante, deja intocada la cuestión fundamental que in
tentamos privilegiar desde nuestra situación de paí
ses y culturas periféricas, cual es el reconocimiento
42
de sus propias lógicas y su valoración como otros
componentes valiosos del logos humano total, que
de facto se va constituyendo históricamente con to
dos y no se agota en ninguno. En la comprensión y
explicación de un hecho histórico, hay algo más pro
fundo y amplio, previo al detectar causas, aún en el
sentido más adecuado en que lo emplea R. G. Co-
llingwood, o congruencias tal como lo sugiere W. H.
Dray, o al emitir un juicio de importancia que privi
legie algún factor o razón...,68 cual es el proyecto de
vida, el horizonte de inteligibilidad desde el que
una comunidad opera y se juega: ello se hace eviden
te y prioritario desde nuestra experiencia de cultu
ras incomprendidas y juzgadas desde cánones aje
nos. Otra vez lo histórico se muestra aquí originario,
como en cualquier otro aspecto de la realidad: por
que todo tipo de criterio que se ejerza pertenece só
lo a “un” modo de racionalidad: a su vez los diferen
tes modos no son incompatibles entre sí por cuanto
pertenecen a la misma racionalidad humana, pue
den acogerse y asimilarse como lo prueban los mes
tizajes culturales, aunque de hecljó vayan operando
como caminos diferentes y autónomos. Por ello,
más que buscar un marco general, o un criterio, des
de los que pueda relatarse una historia universal, tal
como se ha venido intentando, se trata más bien de
dejar que esa historia se presente a sí misma a tra
vés de sus alteridades y en el diálogo entre ellas. Es
to supone un interlogos que se vaya construyendo
con ellas.
El e sp a c io c o m o d esb o rd e y h abitat
43
cia de desmesura que Inspira, como también el sen
tido que posee el habitante de arraigo a su tierra.
No hablamos del espacio abstracto, matemático,
del mero cálculo de distancias y dimensiones, sino
del espacio concreto, al que llamamos “tierra", con
todo el sentido que este vocablo reviste entre noso
tros. La tierra se distingue también del concepto fi
losófico científico de naturaleza, que dentro de la va
riedad de significaciones que fueron surgiendo a lo
largo de su historia, alude al principio intrínseco de
movimiento, a la índole de una cosa o al cosmos co
mo conjunto de entes naturales.
Tierra es aquello sobre lo cual un pueblo está. Es
la Pachamama,69 la madre tierra, raiz insbndable,
ámbito sagrado de habitación. Desde el trasfondo se
mántico que va otorgando el estar sobre ella, los
pueblos despliegan su historia como un drama funda
mentalmente telúrico,70 de esencial relación con la
misma. De esto se distingue el proceso humano con
cebido sobre todo como esfuerzo y progresiva racio
nalización, dominador. De allí qu? en América latina
debamos hablar más bien de géocultura,71 de com
promiso inalienable con la tierra.
A la tierra, que acoge y desde la cual el hombre
crece y recrea, ante todo se la respeta, venera, culti
va pero no se la domina, violando el reconocimiento
que corresponde en diversos modos y grados que
llegan hasta la devastación.72 Por ser sagrada, ma
dre tierra, desborda siempre, no es dominable, sino
44
por el contrario lugar de refugio para la construc
ción de un habitat. Los grandes monolitos indígenas
andinos, donde el rasgo humano es apenas percepti
ble, dan idea del desborde del espacio y de la ubica
ción menesterosa, nunca delimitante del hombre;
las inscripciones geométricas en las fachadas de los
edificios operan como pantallas mágicas conjurado
ras de un espacio-cosa inhumano, la intensa cohe
sión social de sus comunidades, en ciudades e impe
rios administradores de la tierra, significa la misma
actitud de defensa y a la vez de compromiso, que da
lugar a un proceso de involución en ella, a una vege-
talización de lo humano. Tal actitud se prolonga en
el criollo del interior de nuestros países, áunque
con la desventaja de no poseer ya el respaldo de una
organización fuerte como la indígena, por lo que el
gaucho va reduciéndose a una sobrevivencia, tal co
mo lo espejan los personajes del Martín Fierro. Los
caudillos intentan superar esta mera acomodación
al espacio con una estructura de rebeldía ante un es
quema socio-político que divide el todo y las partes,
la ciudad y el interior, el agro y los hombres de cam
po, la civilización y la barbarie; asumen la reivindica
ción del contexto telúrico e histórico que incumbe
a un pueblo en la articulación de su vida, de allí la
adhesión que recogen y la representatividad que se
les atribuye, a pesar de defectos y errores, tanto
más cuanto las instituciones continúan no respon
diendo a exigencias fundamentales. Reflejando esta
45
situación, en los arrabales de la gran ciudad, de Bue
nos Aires, se produjo un arte de recargo vital como
el tango, que se esboza en el ritmo, el trazo hierátl-
co de los pasos, sin conseguir cristalizarse en la ciu
dad,73 ajena, como sucursal de las metrópolis, a esta
verdad profunda, a la que aluden letras nostálgicas o
denunciadoras: sin embargo, su fuerza vital hace que
vaya ascendiendo lentamente hacia el centro, sien
do asumido y compartido aún cuando no penetrado
a fondo, no sin antes haber obtenido reconocimien
to, por las mismas razones, en los centros de la civi
lización. Algo semejante ocurre con otras expresio
nes auténticas de nuestro arte, que ponen en obra
las verdades del Continente, como la literatura, la
música, el canto y la danza, un espacio vital históri
co que establece y gana lugares por debajo del espa
cio derivado abstracto civilizatorio.
Se plantea en todos estos ejemplos el espacio en
su sentido más originario, que trasciende al espacio
objeto, jugado en la relación sujeto-objeto del pensa
miento filosófico científico, y al espacio instrumen
tal técnico. Se trata de algo que tiene que ver con el
ser mismo del hombre, de una realidad primigenia
o fenómeno originario,74 en cuanto no puede ser re
mitido a algo anterior. Se muestra desde sí mismo
como aquello que libera lugares, los que abren una
región o libre amplitud para el habitar de los hom
bres y la reunión de las cosas, en lo que ellas son.
Por ello tiene que ver con lo nativo, con el origen
de una comunidad, con lo patrio, con el despliegue
de uria comunidad histórica. De allí que la invasión
de la propia tierra por un extraño sea siempre re
chazada por un pueblo, y que las marginaciones de
46
todo tipo sean también negación del espacio que se
le da desde una tierra y de su habitar histórico. Ha
brá que preguntarse por ñn si nuestros estados e
instituciones articulan ese espacio y favorecen ese
despliegue.
47
tencialidades. Se hace entonces necesario replan
tearlas desde éstas.
El proceso civilizatorio ha desempeñado, en este
sentido, un rol de racionalización niveladora, según
una lógica de la identidad que por una parte detecta
las alteridades con respecto a sí misma, pero por
otra las desconoce, eñ cuanto al juzgar desde sí, no
puede entablar diálogo, sino más bien las atraviesa
incólume y despiadadamente en lugar de abrirse a
otras posibilidades como aspecto de una real lógica
universal que se construyese con todas ellas. Y si
bien se han creado instancias, como las institucio
nes internacionales, que debieran recoger las voces
de todos los pueblos, sin embargo no lograjj asumir
las ni articularlas en una acción eficaz. Por el contra
rio, el anonimato y el espejismo de la civilización
son puestos al servicio de los intereses de dominio,
para hacer desaparecer las alteridades, por cuanto
la conciencia de la propia identidad que poseen los
sujetos históricos, ofrece la mayor resistencia a ser
convertidos en meros objetos.
Nuestros países de América están constituidos
por comunidades complejas, en cuanto configuradas
por la convivencia de múltiples etnias, y ambiguas,
en sus diferentes grados de integración o desinte
gración. Pero su identidad se distingue apenas se
los compara con otros continentes, además de cier
ta unificación que les imprimió su proceso históri
co. A sus instituciones les cabe recoger y favorecer
el despliegue de tal identidad, en su variedad y ri
queza, en cada uno de los ámbitos de la cultura. Les
corresponde, por ej., a las instituciones educativas,
ayudar a crecer desde la propia idiosincrasia, con
los rasgos comunes del país y los distintivos de cada
región, explorar sus exigencias y posibilidades, culti
varlas. A las instituciones políticas les incumbe con
formar la organización propia de la comunidad, a fin
de que sea regida desde sí misma, según su modo
de vida. A las instituciones económicas le está desti
nado articular el esfuerzo por la subsistencia, desde
48
las propias necesidades y de la manera requerida
por su tipo de relación humana y con las cosas.
Ello no significa un aislamiento de la comunidad
universal, ni del mismo proceso civilizatorio que pa
reciera unificar, sino un ubicarse desde sí en ellos,
para recrearlos y recrearse. La verdadera comuni
dad humana significa, en todos los casos, mutuo re
conocimiento y diálogo entre identidades, mientras
que la abstracción o honramiento de las mismas con
duce a la imposibilidad de comunidad, por el domi
nio de una o algunas sobre las demás y su conse
cuente autodestrucción. Las identidades dominado
ras. en todos los ejemplos de imperio, han sobrevivi
do en la medida en que a pesar de su avasallamiento
de las otras, en el fondo incorporaron ciertos ele
mentos de las mismas, dando lugar de hecho a una
convivencia mínima. Es ley de la naturaleza comuni
taria humana.
Nuestras instituciones no han logrado aún cum
plir su tarea más propia. En parte, porque sirven to
davía de canales de colonización. En parte, porque
aún cuando pretenden ordenarle a sus países, den
tro de las posibilidades que ofrece la ley del más
fuerte en el panorama mundial, conservan modelos
extraños que no pueden acoger ni desplegar la vida
propia, o los replantean de modo insuficiente. Lo
más propio se da casi sólo a nivel de resistencia, o
bien de ineficiencia con respecto al cumplimiento
de “los modelos", o de respuesta barroca que escon
de el gesto propio en la palabra ajena. La institucio-
nalizáción de las propias exigencias y posibilidades
es esencial no sólo para América, sino también para
la humanidad, que pareciera mezclarse en ella, en
una tierra suficientemente pródiga y salvaje, como
para prestar arraigo a una adecuada reubicación y re
creación del ser humano.
49
m . EL LENGUAJE
El lenguaje
53
cosas y del hombre. Y aunque todo lenguaje perte
nezca a una cultura, siendo ésta una concreción hu
mana, pertenece también a toda la humanidad, es
extensible a toda ella, desde su particularidad alcan
za un valor universal.
Si bien las filosofías y ciencias del lenguaje han
venido, sobre todo en el último siglo, explorándolo
desde los más diversos aspectos y perspectivas, no
se ha intentado seriamente comprenderlo desde
sus diferentes modos de inteligibilidad en las cultu
ras, desde sus alteridades.
En América latina hallamos, por ej. con respecto
a las lenguas, un riquísimo complejo constituido por
un gran número77 de lenguas indígenas vivás y algu
nas como el guaraní en franca expansión, por una
nutrida gama de variaciones del español surgidas en
el nuevo medio y también como consecuencia del
contacto con otras lenguas y culturas, y por algo se
mejante que podría afirmarse del portugués y de
otras advenidas que forzosamente se recrearon, co
mo las africanas, asiáticas y restantes europeas ade
más de las mencionadas. Esta complejidad lingüísti
ca refleja la del proceso histórico cultural y su mesti
zaje, la convivencia de modos diferentes de habitar
un mundo y su recíproco influjo a pesar de todos los
conflictos, sobre raíces nativas.
E l le n g u a je y s u h orizo n te de c o m p re n sió n
54
te aparece indicado simbólicamente; R Kusch78 lla
maba “operadores seminales” a los símbolos y mitos
de una comunidad, en cuanto ejercerían la función
de distribuidores de sentido del lenguaje.
Dentro de la homogeneidad de la naturaleza hu
mana, que condiciona determinadas posibilidades
de lenguaje, las culturas han venido trazando hori
zontes diferentes de inteligibilidad, no reducibles
entre sí, en cuanto significan caminos diferentes de
vida humana, de relación con la realidad en aspec
tos y modos diversos. De aquí surge la idea, no de
traducción o equivalencia entre lenguajes, sino más
bien de integración, diálogo, en el sentido de que
realizándose de hecho la humanidad a travé^s de sus
comunidades históricas, requiere ir asimilando los
diferentes modos que en ellas se van manifestando.
La posibilidad de integración está dada por la aper
tura infinita del espíritu humano, que hace que nin
guna realización concreta lo colme y pueda enton
ces comprender y asimilar a otras. Lenguas diferen
tes, por ej., no significan sólo otras combinaciones
posibles de fonemas, sino articulaciones diferentes
de inteligibilidad.
Si se pretende comprender al brujo de una tri
bu, al curandero de una comunidad criolla, a las dan
zas de un grupo afro o a un caudillo, será preciso de
jarse informar antes por su horizonte de inteligibili
dad, por su proyecto de vida, para poder asumir sus
gestos, y no juzgarlos desde una inteligibilidad pre
via, como la que suelen llevar, aún inconcientemen
te, como medida, el antropólogo, sociólogo, politólo-
go o cualquiera de nosotros. De modo semejante el
lingüista. Y si bien los estudios comparativos apor
tan luces al observar estructuras semejantes, tam
bién pueden confundir cuando el tema en cuestión
no es visto desde su propio mundo histórico. En to
do caso se descubrirán, aún en estructuras semejan
tes, sentidos y articulaciones diferentes.
55
Nuestra experiencia de desconocimiento y re
ducción en América, hace que seamos particular
mente sensibles en percibir y señalar esta heteroge
neidad esencial, cuyo resguarde respeta la riqueza
de lo humano en sus diferentes posibles caminos.
Ello aparece particularmente valioso en un momen
to de la historia, en que es preciso salvarse de la
clausura y amenaza de aniquilación en el camino del
poder por el poder.
El horizonte de comprensión desde el que se ha
bla y desde el que se articula todo tipo de lenguaje
—pensamiento, gestos, habla, acción, afecciones—.
tiene que ver con el existir mismo, con el habitar
una tierra, con la configuración de lo humadlo en me
dio de otras fuerzas de la realidad. Toda articulación
concreta tiene sentido o carece desde allí, es repre
sentativa, indicadora de un modo de vivencia. Y por
lo tanto es también limitada. Todo discurso dice al
go desde un horizonte que hace al mismo existente
y que abre la posibilidad de un antidiscurso; de allí
las variantes por ej. de la literatura oral: se compren
den desde el horizonte o tonalidad indeterminada
en la que se encuentra el existente, que hace que to
do lo que se pueda decir sea trascendible y apele a
una verdad más profunda que la simple correspon
dencia a una realidad determinada. Un ámbito no ex
traño pero sí olvidado por la cultura occidental, en
su pensar objetivador que se inclinó a favor de lo té-
tico, factual; desde aquí se comprenden las dificulta
des de tal pensamiento para asumir otras culturas.
E l le n g u a je y su s articu lacion es
56
dos de habitar un mundo, ello se refleja en diferen
tes modos y recursos lingüísticos. Desde un determi
nado horizonte de comprensión, el ser humano arti
cula su vivencia de la realidad, diciendo de modos
diversos lo que se le manifiesta. Indicando o callan
do lo que se le sustrae y diciéndose con ello a si mis
mo, por cuanto en el espacio abierto por un deter
minado acontecer de las cosas, que se le ofrece co
mo habitat, configura su propia historia.
Se puede predicar algo definido de algo, catego-
rizar, en el sentido lógico-ontológico que ya emplea
ra Aristóteles:79 o simplemente Indicar, como lo ha
cen el símbolo, la metáfora, la imagen, el gesto..., re
firiéndose de manera no definida, indirecta, a un
sentido que excede: o también callar, cuando la rea
lidad nos consterna, desmesura o se retrae con una
presencia sin rostro, o bien cuando es imposible ha
blar porque no se es oído.
La cultura occidental se fue expresando sobre to
do a través de un lenguaje de categorías delimitado
ras, que apunta a un dominio inteligible y práctico;
se fue afirmando más sobre sji aspecto apolíneo,80
que asume el esplendor de la forma, el orden, la ar-
monia, la proporción, el equilibrio, la permanencia,
marginando otros aspectos de los cuales, sin embar
go, también da cuenta la vida, y que aparecen docu
mentados en minoría o destacándose como excep
ción. Por ej. F. Nietzsche advierte, en su critica del
hombre teórico, que las formas no son absolutas si
no cambiantes configuraciones de la unidad dionisía-
ca, y alaba la fortaleza de los trágicos que supieron
del frenesí de la vida y de la muerte; en pleno racio
nalismo del s. XVIII, un matemático, B. Pascal, ape
lando a una noción más amplia del logos, habla de
las razones del corazón que la razón no entiende;81
S. Kierkegaard, criticando la idea y absolutez de los
79 Aristóteles, C ategoriaey Metaphysica.
80 F. Nietzsche, £3 origen de la tragedia desde el espíritu
de la música, aplica los calificativos de apolíneo y dionisía-
co a dos aspectos y concepciones de la realidad.
81 B. Pascal, Pensamientos sobre el hombre.
57
sistemas filosóficos, menciona categorías existencia-
les que escapan a toda conceptuallzaclón, como el
absurdo, el salto, el pecado..., la ambigüedad de acti
tudes o situaciones como la ironía, la angustia;82 Ch.
Baudelaire testimonia, con aguda sensibilidad, la
existencia polifacética y persistente del mal, como
abismo en el que el espíritu profundo debe saber su
mergirse para sobrevolar y denomina a su obra poéti
ca Flores del mal, como un antitítulo;83 en nuestro
siglo M. Heidegger plantea explícitamente la necesi
dad de otro comienzo del pensar que, referido al
ser, dialogue con otros recursos del lenguaje, más
allá del concepto, y se pregunta por el lenguaje mis
mo, trascendiendo sus consideraciones objetivas;84
algunos artistas se inspiran para sus búsquedas en
formas no apolíneas del arte primitivo y de otras cul
turas, como P. Picasso85 en las esculturas africanas y
H. Moore86 en las esculturas mayas.
Occidente se expandió e impuso a otros conti
nentes a través de su articulación filosófico-científi-
co-técnica. determinando una civilización planetaria
que ejerce indefinidamente las, posibilidades huma
nas de dominio hasta extenderse hacia el cosmos.
No obstante, tal expansión también tiene por resul
tado poner en evidencia el existir paralelo y el valor
de otras culturas que, apuntando a otros aspectos
de la realidad, favorecen otros recursos del lengua
je. Frente a la objetivación y la instrumentación, se
asientan más bien sobre el sentido de las cosas y el
habitar humano, ofreciendo el equilibrio de esta ubi
58
cación y la libertad de una configuración más lúdica,
al riesgo que la subjetividad que se centra en sí mis
ma puede correr y de hecho ha corrido de desfigura
ción y destrucción de lo que es.
El lenguaje se ha diversificado al jugar histórica
mente sus posibilidades, pero también, al mismo
tiempo, se ha dispersado y desentendido, como ya
lo señalara el ejemplo bíblico de la Torre de Babel.
Se hace necesario reunirlo en el recíproco aprove
chamiento e integración de sus diferentes niveles y
caminos, entre ellos los plasmados en la civilización
y las culturas, porque cada uno significa un acceso
irremplazable a una realidad que siempre nos exce
de y un tramo ineludible de la historia de la'humani
dad.
Desde el contexto mestizo de América latina,
que constituye el ámbito de nuestra experiencia, se
impone el diálogo entre sus múltiples vertientes,
tan ricas como inexploradas. De ello ha de surgir la
articulación de un lenguaje y la formulación de un
pensamiento cuyas categorías reflejen la conviven
cia de las mismas, en lugar de -lo que suele presen
tarse unilateralmente como “la" cultura y "la" civili
zación.
Como ejemplo de esta tarea en el ámbito del len
guaje. que es abarcador en cuanto envuelve a toda
producción humana, pero también específico en
cuanto contemplemos su articulación misma, nos re
feriremos a la categoría de forma.
59
protagónicamente en el proceso de una realidad
que va siendo y en el que se va haciendo a sí mismo.
Lo ha realizado de diversas maneras, con diversos
recursos. Rastreando nuestro contexto cultural, po
demos distinguir algunas que lo caracterizan.
La forma siniestra
60
fácil recordar, por ej. a S. Freud88 hablando de lo In
quietante —“unhelmlich"—, angustioso, reprimido,
que retoma sin embargo a la conciencia desconoci
do, confuso, nefasto.
Este otro aspecto de la realidad, trascendente y
amenazador, fue por. el contrario, explícitamente
asumido en otras culturas, entre ellas, las precolom
binas americanas. El escultor L. Badil,89 de origen
italiano y formación argentina, lo ha documentado
desde su propia experiencia: el encuentro con las
culturas andinas y el análisis de sus obras de arte, le
permitió tomar clara conciencia y dejar impreso en
su obra, algo a lo cual estaba inclinado a reconocer y
que llama “siniestro", en el sentido griego de mal
presagio —del vuelo de las aves hacia la izquierda—
para los augures. Es el grito silencioso de un sector,
expresa, con más carga emotiva que razonada, algo
que se siente y no puede ser entendido: reside en
las zonas oscuras y tenebrosas de nuestro ser, don
de las categorías del orden clásico dejan de funcio
nar y la estética queda relegada, como así también
la ley de los opuestos. Analizando nuestros tiempos,
considera que la belie époque ha quedado atrás y
que más bien todo parece tomarse siniestro, que el
hombre de Nietzsche y los personajes de Kafka sur
gen cada vez más numerosos en k> fatal de sus desti
nos. Y porque ello escapa a la definición conceptual,
intenta expresarlo en aforismos, al pie de los dibu
jos, tales como “el espíritu, no la materia, es sinies
tro". “lo que hace el hombre y no los animales",
“cuanto más sabe el hombre menos conoce, sentir
esto es siniestro", “el uno es siniestro, no así los nú
meros que siguen...", “continuo movimiento fijo...,
pensar siniestro", “sentir siniestramente es todo
61
aquello que las palabras no pueden expresar, pero
de lo que las Imágenes pueden dar idea", etc. Esta
visión, fundada en penetrantes intuiciones, en la
conmoción que le suscita lo específicamente ameri
cano y en la tragedia de nuestro tiempo —que ha vis
to entre otras cosas conflagraciones mundiales y el
planeamiento de torturas y masacres—-, se traduce
en un conjunto de obras de gran originalidad que
dan forma, con valentía y lucidez, a las voces y fuer
zas oscuras que lo solicitan. Tales formas ya no pre
tenden ser bellas, sino verdaderas: los desproporcio
nados muñecos de colores vivos, andinos, contornea
dos por rayos que parecen indicar su ubicación cós
mica; “La fecunda" deforme, que alude a ^América
en su dimensión materno telúrica; las máscaras pre
colombinas con cavidades perforadas en lugar de
ojos y boca, como trascendiendo la faz; las pinturas
en las que pululan enigmáticos rostros andinos, etc.
El pensador argentino R Kusch,90 que ha inten
tado auscultar la “América profunda", observa algo
semejante en las obras de arte más propias de este
continente: en la forma que denomina “monstruo
sa” de las máscaras, de las figuras míticas en los re
lieves, de los grandes monolitos donde el rasgo hu
mano no sobresale sino más bien se refugia, como
un conjuro. Ella exhibe un mundo diferente, de rigu
rosa alteridad, regido por valores antagónicos, que
otorga presencia a lo tenebroso, se opone al sentir
ciudadano en el que predomina lo civilizatorio y se
mantiene hasta hoy en el inconciente colectivo, sin
haber podido desaparecer después de una conquista
y cinco siglos de colonización. Este arte indígena
desborda en fuerza y potencia, manteniendo una ar
monía entre la línea de lo humano y la de la naturale
za y un fuerte compromiso con la tierra y el mundo
externo, del que siente la amenaza a flor de piel; tra
duce una cultura en la que no domina un sujeto indi
62
vidual sino una comunidad histórica, se Inserta en la
trascendencia de su mundo.
De inspiración semejante, la poesía y la novelísti
ca del mestizo latinoamericano, deja predominar,
con una fuerza que también puede ser llamada “si
niestra", lo signado sobre, el signo. Es la visión tre
menda de la tierra y de los hombres que ofrecen,
por ej. Eustaquio Rivera en La vorágine, Jorge Icaza
en Huasipungo, Miguel A. Asturias en Hombres de
maíz y demás obras, la violencia y la miseria de la vi
da nacional descripta por Augusto Roa Bastos, la
marginación del indio y la especificidad y encanto
de su mundo expresados por José M. Arguedas, el
sentido religioso, cósmico, comunitario y doloroso
de la poesía negra aliada a los ritmos de sus ccintos y
danzas. De allí la enorme significatividad del conju
ro, la magia, el rito, el símbolo, el mito, el ritmo,
donde los signos no encuadran sino más bien invo
can a lo signado, en un tipo de relación que trascien
de la estética, la ética y aún la ontología. en las que
persiste una actitud en el fondo siempre objetívado-
ra. Se trata de una realidad y un modo no registra
dos en el arte occidental, ni en sus formas más ex
tremas: una estética del espanto, decía R. Kusch, re
firiéndose al arte indígena —aunque pensamos que
es extensible. por lo menos en parte, también al ar
te negro y mestizo—, que obedece al sustrato vital,
tenebroso, de donde parte el artista y su distancia
de la forma, a la cual termina forzando.
Desde esta experiencia que releva nuestro con
texto cultural, creemos que es posible advertir con
mayor nitidez que desde otros ámbitos, un nuevo
modo de siniestrismo en el mundo actual: el que
asoma en las mismas formas apolíneas cuando éstas
son absolutizadas de tal manera, que se independi
zan del sentido que la realidad lleva consigo, ejer
ciendo una autonomía que concluye por contradecir
lo: lo siniestro es entonces la devastación de la tie
rra y la autodestrucción del hombre, a los que con
ducen el afán desmesurado de dominio o/y el aisla-
63
miento de la subjetividad. Se trata aquí de un sinies-
trlsmo de signo opuesto al anterior ya no parte de
la trascendencia de la realidad, sino de la desubica
ción humana; ya no reside en la desmesura de una
realidad nunca dominable, sino en la pérdida de la
propia medida humana que altera a todas las cosas.
Los posmodernos91 europeos han documentado
abundantemente el desconcierto que ello produce
en todos los órdenes.
La forma indicadora
64
destinada a orientar a todos los niveles de comporta
miento.
El lenguaje humano, por no ser creador, divino,
no se Identifica con las cosas, ni siquiera con su pro
pio sujeto, sino que los significa, los media, acogien
do un sentido que se le da y a la vez se le sustrae y
articulándolo en signos.93 Además de esta situación
básica, el signo de forma no determinante sino me
ramente indicadora, apunta al exceso de significado
que sobrepasa siempre al significante y al exceso
que sobrecoge a toda entidad significada por ser
ella misma una configuración de realidad siempre
trascendida por ésta en su totalidad. Bien lo saben
los poetas, constructores de símbolos,» conclentes
de la indigencia de su lenguaje y de la simbolicidad
de las cosas mismas.
Además de estas características comunes, el len
guaje adquiere en cada cultura su fisonomía propia.
En relación con nuestro contexto, llama la atención
en los pueblos precolombinos una ambigüedad origi
naria94 que, como el símbolo mexicano de la ser
piente emplumada, respondería a un adosamiento
de vida y espíritu sin resolverse en un tercero como
ha ocurrido en la filosofía griega. De allí la vegetali
dad de América en su fuerte compromiso con la tie
rra. la mayor dependencia y menor autonomía de
las formas de lenguaje, su exuberancia. En su puro
estar sobre la tierra, que caracteriza a su habitante,
antes de ser esto o aquello, en el trasfondo semánti
co que esta estancia libera, se enraizan sus símbo
65
los. Desde el horizonte simbólico se articula una sin
taxis mediada por el diálogo ético del yo-tú-él de un
sujeto plural o pueblo, que por ser siempre una co
munidad organizada es también diálogo político, y
en cuanto se sabe trascendido por su raíz insonda
ble, la tierra, numinosa y sagrada y por el El absolu
to, es además religioso.95 Tales símbolos, como la
palabra griega oup-PoXov lo indica, poseen una iden
tidad pero respetando la alteridad substancial, un va
lor universal én el sentido de extensible a todos los
hombres pero desde su situacíonalidad, una necesi
dad destinal que no se opone a la gratuidad de lo
que acontece y por lo tanto a su imprevisibilidad pe
ro guardando lo inevitable de lo ya acontecido, una
inteligibilidad sapiencial que cuenta con lo que se
sustrae y es puesta en juego por el diálogo ético-po-
lítico-religioso. Los mitos alcanzan la categoría de
drama popular, en cuanto el sujeto comunitario no
interviene como mero contemplador sino como ac
tor que teje su historia.
De todo ello, las lenguas, la literatura, el arte lati
noamericano y sus otras articulaciones nos dan abun
dantes ejemplos, no sólo como logos sapiencial de
una cultura que se maneja en su aspecto más propio
con formas indicadoras, sino también por la reso
nancia y atracción que ha alcanzado en Occidente,
el ámbito de mayor dominio civilizatorio, como testi
monio de valores olvidados o no expresados, de con
figuraciones nuevas o marginadas, estimables para
todos los hombres, y de una inteligibilidad profun
da, que trasciende la mera objetivación.
66
ras, buscando por el contrario desde el llano refugio
en la meseta, se tradujo en un lenguaje que no es de
dominio sino más bien de refugio y conjuro.
La Inmensidad de la tierra que les ha tocado habi
tar, sea en la aridez del desierto, como en la infini
dad de los llanos, en lo escarpado de las grandes ele
vaciones o en la impenetrabilidad de las selvas, con
dicionó una fuerte conciencia de lo indominable y
de la necesidad de crearse un abrigo, aunque siem
pre amenazado por la intemperie. Los signos geomé
tricos que aparecen en los grandes monumentos
precolombinos, por ej. en La puerta del sol de Tla-
huanaco, desarrollan sobre el plano una cosmogo
nía. cuyo verdadero sentido es la conjuración del es
pacio, un espacio no vacío como en Occidente, sino
un espacio-cosa inhumano, como una pantalla mági
ca exorcizante del espacio hostil y de una realidad
poblada de demonios.96
Los relatos míticos dan cuenta de un mundo ori
ginado por el ordenamiento del caos primitivo, que
continúa permaneciendo como un residuo irreducti
ble. Entonces la configuración humana resulta de un
trato con lo misterioso, inquietante, una búsqueda
de refugio en su despiadado reino, que trasciende
el alcance de los instrumentos y de la objetivación.
Esta actitud es la que más se distingue de la civiliza-
torta, donde las construcciones humanas producen
la impresión de reducir el peligro y de hecho legíti
mamente lo hacen, pero justo a través de ello es fá
cil olvidar que éste no se aniquila porque pertenece
a la condición humana. De allí la organización fuerte
de las comunidades indígenas y aún de las criollas,
aunque en menor grado a causa del quebrantamien
to interno sufrido, donde cada miembro cumple una
función determinada para los fines de la comuni
dad; éstos apuntan a la salvación, es decir, al equili
67
brio de opuestos más que a la solución de proble
mas. de nivel instrumental, dominables y no del mis
mo ser del hombre, como aquéllos. Por ej. la presta
ción de servicios en la que el trabajo tiene un hondo
sentido cualitativo de realización comunitaria, la or
ganización de ciudades e imperios según los ámbi
tos ontológicos y sagrados de la realidad, la misión
del brujo, sacerdote o curandero consistente en
guardar y restablecer el equilibrio del todo corporal-
espiritual, la importancia del rito como gesto básico
presidiendo las relaciones humanas entre sí y con la
realidad en la que la comunidad se encuentra. Estas
observaciones pueden extenderse a las poblaciones
afroamericanas, puesto que las culturas que llegaron
de Africa y se recrearon, se acercan más a estas ca
racterísticas.97
Ello pervive hasta nuestro días, aunque matizado
por el mestizaje, dando su impronta al interior de
nuestros países, en contraste con las grandes ciuda
des. situadas predominantemente en la costa y más
representativas de las metrópolis y de la civiliza
ción. En el interior prevalece un lenguaje que deno
ta la convivencia con la tierra y el trascender de és
ta, la actitud de un habitante que intenta más acer
tar que dominar, entre lo fasto y lo nefasto, el orden
y el caos, la vida y la muerte, la salud y la enferme
dad. buscando un refugio dentro del espacio-cosa.
La forma silente
68
quien no puede o no quiere escuchar, o la simple
pausa que otorga acentos, enmarca lo dicho.
SI bien todo lenguaje humano es contorneado
por el silencio, que ciertamente Indica el límite, la
derivación de la palabra no plena, no creadora de
ser, creemos rastrearlo en nuestro contexto cultu
ral con notoria densidad y frecuencia.
Porque su forma de lenguaje, preferentemente
indicadora, sabe callar ante lo que trasciende, respe
tándolo, sugiriéndolo apenas y custodiando de este
modo, el sentido profundo de la palabra, el signo, el
gesto, la imagen..., que por ello no podrán convertir
se en mera habladuría.98 Porque el mismo silencio
abunda en ese lenguaje, impuesto por la fuerza des
mesurada de la tierra, por ej. el silencio del hombre
andino y del hombre de las pampas.
Porque el avance despiadado de la conquista y la
civilización, que no reconoció el valor de otras cultu
ras, salvo excepciones y sólo en algún grado o mo
do, obligó a callar, a replegarse, cuando no aniquiló
produciendo el silencio de la muerte. En el primer
caso, el silencio equivale a guardarse en la intimi
dad y resistir, para manifestarse cuando llegue la
ocasión de ser escuchados. Nuestra historia nos ofire
ce abundantes ejemplos: el indígena no ha desapare
cido. está presente o está latente, informando un
modo de ser latinoamericano, aguardando con espe
ranza su recomposición como lo dicen algunos de
sus mitos,99 o a la simple pervivencia de su identi
dad como lo aclaman sus cantos,100 insurreccionán
dose cuando la crisis estalla: el criollo soporta con
69
resignación y resentimiento el no ser asumido por
las instituciones, sigue al caudillo que por encima
de ellas sabe representarlo, es capaz de apoyar las
causas nacionales a pesar de aquéllas. En el segundo
caso, el silencio del muerto tampoco es mudez, su
ausencia es un modo de presencia, el más fuerte en
tanto opera en un nivel que ya no puede ser acallado
ni contradécido, se erige nitido en la recolección
del más elocuente de los lenguajes, en la perviven-
cia imborrable de lo para siempre acontecido. Una
vez más nuestra historia ofrece abundantes ejem
plos, porque también fue una historia de extermi
nios: del indígena, del negro, del mestizo, del oposi
tor, que sin embargo no han desaparecido, sino re
claman reconocimiento para que pueda haber un
presente y un futuro reales. Un lenguaje sólo puede
ser auténtico, cuando reconoce su aspecto silente.
A medio camino entre lenguaje articulado y silen
cio, se da lo que podríamos llamar con algunos auto
res, el lenguaje astuto y barroco, dos formas muy
emparentadas entre sí. Se trata de un lenguaje indi
recto, que articula un contenido propio a través de
formas ajenas, cuando las propias no son permiti
das. Es el caso, por ej., del estilo barroco del arte co
lonial, donde percibimos entre formas ibéricas acen
tos, fuerza, elementos propios de la visión del mun
do indígena o mestizos, donde en la forma cristiana
y colonial aparece el propio sentido religioso y co
munitario; de las danzas y rituales negros adaptados
a las formas permitidas o aceptables para los amos o
gobernantes, aunque guardando para sí todo su sen
tido;101 de la forma de habla ladina del habitante
del interior con respecto al ciudadano.
70
La form a negativa
71
vas y por debajo de las pautas culturales vigentes, pe
ro que alcanza la verdad del sujeto en cuestión.
La lógica negativa es empleada también por el
mismo sujeto cultural cuando procura distinguir y
preservar su sentido del mundo respecto a las prác
ticas civllizatorias. R. Kusch analiza prolijamente es
ta actitud en un diálogo con el folklorista jujeño
Anastasio Quiroga. Este a través de la negación, dis
tingue una y otra vez, desde la desgarradora expe
riencia que tiene de la gran ciudad, a la “naturale
za” como inspiradora de vida y ética, de la “socie
dad" como apartada de ella y por lo tanto injusta
—mera reunión de socios en lugar de una comuni
dad que habite una tierra en religación con los ámbi
tos naturales—: niega lo que está delante, las cons
trucciones de la civilización aisladas de aquel con
texto, para recurrir a la natura como lo que devuel
ve un sentido. Se trata de una racionalidad más pro
funda, que interesa a todo el hombre y tiene que ver
con lo emocional, con la conmoción del hombre
que está, generalmente desechada por la racionali
dad objettvadora. Nos encontramos con un antidis
curso, con una trampa lógica, para que eso emocio
nal brinde, cual operador seminal, al margen del co
nocer e inteligir, la vigencia de su posibilidad de
ser frente a las amenazas de la gran ciudad.
La negación se extiende también a la habítuali-
dad diaria, ante instituciones y configuraciones de
todo tipo, en cuanto se fijan y no se replantean se
gún las motivaciones del estar, o cuando simplemen
te no surgen desde sus exigencias sino obedecen a
modelos vigentes. Se traduce en repliegue, apatía,
desazón, falta de crédito, de compromiso. Esta acti
tud negativa encierra, sin embargo, un sentido posi
tivo, si se la sabe captar como una señal que indica
la necesidad de una lógica más raigal y abarcadora.
72
La form a m estiza
73
teológicamente si podían ser bautizados.104 Por otra
parte, sin embargo, tuvo lugar cierta asimilación de
ambas vertientes culturales, al menos en el ámbito
ibérico, posibilitada por las características muy par
ticulares de España en relación con la Europa mo
derna. La España que vino a América era ella misma
fruto de un mestizaje de todos los pueblos que ha
bían llegado a Europa y se detuvieron en la penínsu
la como extremo de expansión, y de ocho siglos de
dominio moro que dejaron un sello oriental indele
ble; era en el fondo una España medieval, con fuer
tes organizaciones comunitarias y un Cristianismo
que, no habiendo pasado por el proceso de latiniza
ción, conservaba más sus caracteres semitas. Todo
ello facilitó el encuentro con los indigenas america
nos, de estilo cultural oriental: su fuerte organiza
ción comunitaria, su lenguaje simbólico, religiones
que conservaban los antiguos mitos de la humanidad
y caracteres físicos no demasiado extraños sino atra
yentes para un pueblo con buena dosis de influencia
morisca y no poca negra, como lo revela su literatu
ra.105 El español amancebó a la indígena y surgió el
criollo, fenómeno que no se dio en el norte de Amé
rica, adonde con casi absoluta prescindencia de lo
indígena se trasladó y desplegó la modernidad euro
pea. España, a pesar del mencionado desconoci
miento de hecho, tuvo politicamente una gran capa
cidad asimilativa, creando instituciones adecuadas a
la nueva situación, como el Consejo de Indias y una
legislación que reconocía derechos y organizaciones
indigenas.106
A este primer mestizaje, que se tradujo en in
74
fluencias mutuas en todos los campos, a pesar de
destrucciones y marginaciones, se sumó el aporte
negro107 de la esclavitud, que coloreó Centroaméri-
ca, Brasil y también los países andinos y la Cuenca
del Plata; nadie puede desconocer hoy su peso en
los caracteres físicos y psíquicos de la población, en
el lenguaje, arte, religión, costumbres. A ello se su
mó una inmigración europea de todo tipo, especial
mente latina, y la inmigración asiática, también va
ria y abundante. De tal modo que el latinoamericano
es el fruto mestizo de este encuentro de pueblos, a
pesar de dolorosos conflictos, que constituyó una
forma de vida, un lenguaje, sobre una tierra inmen
sa, exhuberante y arraigadora, con variedades que
saltan a la vista a medida que recorremos el Conti
nente y el interior de sus países, y a la vez con los
caracteres comunes que otorgó el proceso histórico-
cultural.
Se trata de un fruto temeroso, porque no sufi
cientemente reconocido ni desplegado por las men
tes, las voluntades y las instituciones, a causa del co
loniaje espiritual que mantenemos, que nos impide
ver con libertad las posibilidades y riqueza de otros
proyectos históricos y sobre todo el valor humano
de la integración. Ello ocurrió con el conquistador y
colonizador, quienes a pesar de las particularidades
citadas, venian con la concepción unilateral del eu
ropeo que reivindicaba unívocamente para sí “la"
cultura y “la" civilización. Ocurrió con mayor intensi
dad aún y menos disculpa por ser nativos, en sus hi
jos criollos, deslumbrados por el modelo moderno
del progreso indefinido y de la sociedad democráti
ca. Siguió ocurriendo entre nosotros, siempre cega
dos por el espejismo de la civilización o del poder,
aunque ya habiendo experimentado los efectos des-
75
tructlvos de su desubicación, pero sin la valentía de
saber hacer las cosas desde nosotros mismos.
Tal vez el mundo se encuentre hoy en mejores
condiciones para poder valorar los diferentes pro
yectos que aportan las culturas y su posible asimila
ción por la actual civilización planetaria, montada so
bre el dominio científico-técnico pero necesitada
de orientación humana. Nadie podrá negar los in
gentes beneficios ni el despliegue de fuerzas huma
nas y naturales producidas en ella, pero tampoco na
die dejará de reconocer que su progresivo aisla
miento con respecto al sentido habitacional y comu
nitario del hombre la ha convertido demasiado a me
nudo en instrumento de su propia destrucción. Las
culturas, por el contrario están más centradas en el
reconocimiento que le incumbe al hombre, como ha
bitante y no creador de la realidad, del sentido que
ésta lleva en sí; pueden por lo tanto orientar sapien
cialmente, para que la civilización se convierta en el
Instrumento más eficaz para su culto y cultivo. El re
sultado será, para el tema de nuestra consideración,
una forma de lenguaje en que lo apolíneo no esté re
ñido con lo dionisiaco. el ente con el ser, el ser con
el estar, el conocimiento con la sabiduría, la deter
minación con la indicación, el habla con el silencio,
la afirmación con la negación, y otros rasgos que
puedan surgir desde otras experiencias culturales.
Para nosotros latinoamericanos queda en píe la
tarea de nuestra propia integración, que se traduci
rá en saber asumir y formular nuestra forma mesti
za, profundizando el conocimiento y comprensión
de nuestras raíces y demás componentes culturales,
dejándonos conducir por ello y por lo tanto renun
ciando a la creencia de un modelo único o hegemó-
nico de pensamiento y lenguaje. No bastará el mero
adosamlento barroco o astuto de tales vertientes, si
tio que la recíproca asimilación deberá concretarse
Cn un lenguaje integrador desde el propio estar, co
mo por ej. lo han hecho en buena medida la novelís
tica latinoamericana, el arte afroamericano y el len
76
guaje ordinario mismo que, como todo proceso vi
tal, a pesar de las marginaclones sufridas, no pudo
menos que Integrar las voces y modos nativos y los
advenidos, a la lengua castellana, o portuguesa u
otras del Caribe y de América del norte, sin contar
con la pervivencia de lenguas indígenas, a su vez mo
dificadas por las demás.
La forma religadora
77
Nietzsche como abstracto con respecto a la totali
dad de la realidad, ahora convertido en hombre uni
versal y su teoría en civilización planetaria, que todo
lo va convirtiendo en objeto de dominio cognosciti
vo y práctico. Mientras que aquéllos restablecen la
inserción del hombre en el cosmos y la multiplici
dad posible de acuñaciones del ser y correspondien
temente, humanas, defendiéndose por otra parte
del empuje arrollador del “hombre unidimensio
nal", en el único nivel posible, el de la “flor y can
to".109 Por eso también son respuestas comunitarias
y culturales. Hoy han tomado el lugar de Dionisos an
te el fenómeno de la técnica o universal objetivación
y manejo de las cosas y de los hombres; pensamos
que representan la real superación de la metafísica
planteada por M. Heidegger y no meras individuali
dades o minorías étnicas sin porvenir ante la fuerza
de un dominio civilizatorio universal.
En el ámbito de las culturas indígenas, a pesar
de su gran variedad podemos distinguir rasgos musi
cales comunes que ejemplifican la doble religación
citada: en todas ellas el canto aparece como un len
guaje básico. En la poesía náhuatl ésta misma se pre
senta como “flor y canto": el poeta entrelaza guirnal
das, dice el florecer de las realidades, y las ensalza,
esto es, las canta, dialogando con lo divino; es lo úni
co verdadero, el sentido y dicha de la vida humana,
lo que permanece más allá de la muerte.
78
y en las flores preciosas
se ven sus flores
en la tierra. Lo sabe el corazón nuestro.
Cantad como lo quiere
el corazón de aquél por quien vivimos
en la tierra."
79
Todo es enlazado por el canto y la danza, al com
pás de diferentes ritmos; hay cantos sacros, guerre
ros, políticos, de trabajo, de festejo, históricos, etc.
La pérdida de este enlace y la progresiva independi-
zación del correlato sujeto-objeto es lo que marca
una diferencia tajante con la civilización moderno-
contemporánea, que se mantiene hasta el presente
en las tradiciones vivas constituyendo un verdadero
reservorio humano para posibles replanteos supera-
dores.
La literatura inca ofrece otro ejemplo notable de
la variedad de géneros poéticos y de su estrecha re
lación con la música y la danza hasta el punto de
que la primera imponía en buena parte las formas
prosódicas, ej. el “hararec”, antigua formulación mé
trica adaptada a la escala musical pentatónica, den
tro del general adecuamiento a las estructuras tona
les de las palabras, haciendo uso de las grandes faci
lidades que otorgaba una lengua como el “runa si-
mi” con un sistema fonético muy diversificado. A su
vez tal tipo de música no se concebía sino en fun
ción de la danza, y ésta misma, fundamentalmente,
como una expresión religiosa.111
Los “jaillis”, cantos de triunfo, abarcaron no sólo
temas religiosos como los famosos cantos sagrados,
de gran hermosura, sino fueron también poemas he
roicos dedicados a la gloria de los guerreros y a la
epopeya del Inca, y líricos, celebrando el cultivo de
la tierra y el trabajo del campo.
80
Do la semilla y el triunfo?"
81
culino y uno femenino, sobre todo en las fiestas de
la luna y en las épocas de velar siembras, teniendo
como tema favorito la conquista amorosa ligera, pa
rece haber conservado su originalidad. El “Qhash-
wa”, poema cantado y bailado, que expresaba picar
día, ironía, alegría de vivir y acción de gracias, de te
mática agradable, en las fiestas de luna llena o luna
nueva y también al anochecer en las fiestas de cam
po, en competencia de muchachos y muchachas,
hoy fusionado con el cantar popular, todavía se reco
noce en composiciones del carnaval del altiplano an
dino.
“Porque es plenilunio
busco regocijo;
pero él está oculto
en el corazón de mi infanta."
Carnaval en Cochabamba,
J. Laxa. La literatura de
los quechuas, op. ciL, p. 46.
82
La danza y la música se encuentran acompañan
do también al género teatral en casi todas las cultu
ras Indígenas. Entre los mayas las encontramos por
ej. en el drama histórico “Rablnal-Achí", que conti
núa representándose.112
Un testimonio conmovedor y clarividente del ca
rácter rellgador del lenguaje lo constituyen los que
han sido llamados “cantos agónicos” de grupos indí
genas sobrevivientes del Paraguay, NE argentino y S
de Brasil, que agonizan ante el marginamiento can
tando su muerte y el valor de su identidad que so
brevive.
C a n c ió n a z e de K an exirígi (persona-mujer)
—llanto
Nosotros, Axe que éramos,
ya no salimos nunca más
por entre las columnas de la selva.
A nuestro gran papá,
con su gorro de jefe,
aunque haya dejado de vivir,
ya no lo dejaremos nunca más.
Ahora,
por entre las columnas de la selva,
ya no nos abastamos nunca más...
83
Para que esto no consigan hacer es que te mo
lesto.
Padre Ñamandú Verdadero, el Primero!
84
soy de familia:
esto pues, esto digo:
Digo que la noche vino
y a la tierra entró el hulnca:
digo y todos dicen
que los montes de pehuén
no son del hulnca...
El pehuén es de las cumbres."
85
racteristico de la literatura afroamericana, como es
el de la poesía negra, por ej. los sones, surgida en el
Caribe y difundida rápidamente con gran suceso por
toda América y por el mundo.115
Se trata de un ritmo marcadamente vital, por su
fuerza e impulso, naturalmente contagioso y expansi
vo, que de hecho se ha ido imponiendo por doquier.
De un hombre que se siente sobre la tierra,116 man
comunado con ella en un mismo ritmo, magnifica
do, variado hasta en las más sutiles expresiones pe
ro sin abandonar su estructura básica, sino más bien
reforzándola; sobre una tierra pródiga, abrigadora,
exhuberante, como la que volvió a hallar en América
en las regiones cálidas, a pesar de su demasiado tris
te y negativa circunstancia de esclavo. De un hom
bre ligado a una comunidad con sus formas propias
de vida, no obstante las destrucciones a las que fue
expuesta, y a otras comunidades con quienes convi
ve de algún modo, asimilando algunos elementos e
influyéndolas a su vez,117 a partir de su ritmo básico
que lo sustenta y abraza todo confiriéndole un sello
característico. Decía Horacio Contursi118 que mien
tras la música en Occidente se desarrolló a partir
de la melodía hasta llegar al contrapunto y la armo
nía, los africanos crearon su música tomando como
base el ritmo, elaborándolo hasta un alto grado de
sutileza y refinamiento, sin perder su arrasador im
pulso originario; hay toda una armonía, progresio
nes de acordes rítmicos en la increíble y siempre
86
cambiante trama sonora de los tambores; es posible
distinguir hasta tres, quizás más pies o motivos rít
micos distintos, que suenan simultáneamente en
los registros grave, medio y agudo de los tambores;
con gran facilidad cambian la estructura del ritmo
acelerando, o retrasando el tempo sobre la marcha,
podría decirse de un compás al siguiente. Hasta tal
punto el ritmo es el elemento clave, que los pasos
de los bailarines están regidos por el tambor más
agudo, un verdadero virtuoso de la percusión que
trabaja con subdivisiones, creando microritmos con
absoluta independencia del resto del esquema rítmi
co que lo sustenta.
A través de su música, danza y canto, aquí recrea
dos, los esclavos africanos y sus descendientes man
tuvieron su identidad básica y colaboraron en la for
mación de la identidad histórico-cultural america
na. de tal manera que hoy ésta, por poco que se la
examine, no se entiende sin su aporte, reconocido
o no. Estas tres manifestaciones de su lenguaje,
constituyendo una unidad casi indisoluble, acompa
ñaron todos los aspectos de su vida religándolos a
un sentido de ser y de habitación de un mundo.
Así las hay religiosas, referidas expresamente a
los ritos esotéricos y exotéricos y a las festividades
de este género, aunque el sentir religioso esté pre
sente por doquier a través de la religación que ope
ra su música, danza y canto siempre.
87
Las hay de trabajo: si en su lugar de origen, como
en el caso Indígena, festejaban las tareas agrícolas
de labor de la tierra, siembra y recolección, como
un insertarse en y prolongarse humano de la vida
misma de la naturaleza, así como toda otra tarea, en
la condición esclava les permitieron sobrevivir y lo
grar un sentido más allá de su estado de destruc
ción.
88
the sun shone on our path sometimes oh oh!
sometimes it was veiy rainy ohyes
But there ls no captatn... (humming
begins)
lf he onfy rows...
near the shore uh!
and still waters uh!
89
‘Aguatero’, agua fresquita
que quita los males
que quita las penas
como agua bendita.
90
que encuentra, asimilando Instrumentos y formas
musicales y aportando los suyos. Se Íntegra a la vida
musical latinoamericana ejecutando instrumentos
como el violín, plano, guitarra, órgano en las Igle
sias, formando parte de las bandas musicales, reso
nando sus voces en canciones que traslucen alegrías
y dolores, enlazándolo todo con sus danzas, que tie
nen siempre un trasfondo religioso, aún cuando no
sean expresamente rituales, que aflora por ej. en los
bailes de tambor, en los que encontraba su libera
ción en una danza ritual y sexual por lo general no
comprendida. No sólo es ejecutante de los reperto
rios sino que es capaz de recrear lo que aprende
del pueblo mediante su manera de ser. sus dotes ex
presivas: al comunicar su alegría vital enriquece los
ritmos, agrega timbres, pone giros melódicos y su
perpone ricas percusiones a la música que recibe
del blanco, convlrtiéndola en esa música vibrante de
que gustan los Jóvenes actuales. Mientras que vice
versa cuando los blancos utilizan el repertorio de
música negra creen que deben racionalizar, cua
drar, no ofreciendo, además de la irracionalidad de
querer enmarcar una forma en otra, ningún aporte
valedero, salvo ciertas buenas instrumentaciones
del Jazz. Por el contrario los negros Influyeron favo
rablemente en el desarrollo de la música popular y
folklórica americana: pero significaron menos en la
obra de compositores académicos, en buena .parte
porque la formación académica permanece aún muy
alejada del estudio etnomusicológico, por otra debi
do a diferentes circunstancias, ej. el haberse acaba
do el auge del negro en el sur en el siglo pasado, el
pesar más la música Indígena en los países andinos,
el diluirse la música afro en México y Centroaméri-
ca en las formas americanizadas de salón y conser
var su Individualidad sólo en algunos lugares como
Colombia, Venezuela y Panamá, donde podría pro
yectarse más en la música académica120
91
La danza dramatizada africana adquiere nuevas ca
racterísticas en América y llega a constituir en algu
nos países como Cuba121 un verdadero teatro folkló
rico, en otros se transforma en comparsas carnava
lescas. como los candombes en Brasil, Uruguay, Ar
gentina, en las que se rememora aspectos de su vi
da africana o de su nueva situación en América. Po
demos encontrar aquí un nuevo ejemplo de forma
religadora en este lenguaje, por cuanto se relata mí
mica y musicalmente su historia, en el sentido más
originario de configuración significante de hechos.
A su vez en el teatro blanco ingresa su influencia a
través de los falsos negros; si bien con ello ésta es
comercializada y deformada a través de una imita
ción burlesca, sin embargo también es asimilada y
constituye un atractivo para el público, no sólo por
su exotismo, sino sobre todo por el calor y cualida
des de una música, canto, danza que traducen valo
res humanos a menudo olvidados o no conocidos en
esa forma y relieve. De tal modo que aquél a quien
le fue negada su misma humanidad al ser reducido a
esclavo, a simple material de uso, señorea precisa
mente por lo humano volviendo a religar a los hom
bres entre sí y con la naturaleza.
Una particular atención merece el caso del tan
go argentino. A pesar de cuanto se ha discutido en
torno a sus orígenes, existe consenso acerca del pe
so de los ritmos africanos —milonga, habanera, can
dombe...— y de su danza —que indisolublemente uni
da a tales ritmos, se transforma por otras influen
cias en baile de pareja con los cortes rígidos del
compadrito porteño en su esfuerzo de imitación,
que contrasta con la naturalidad y el virtuosismo pri
mitivos. Incluso en el canto y la letra, no deja de es
tar presente el afroamericano, sea como tema, o
también como forma de hablar en los primeros tan
gos.122
121 F. Ortiz, Los bailes y el teatro de los negros en el fo lk
lore de Cuba, Edlt. Letras cubanas, La Habana, 1985.
122 N. Ortiz Oderigo, Aspectos de la cultura africana en el
Río de la Plata, Plus Ultra, Buenos Aires, 1974.
92
A través del tango rioplatense nos adentramos
en el ámbito de la música, danza y canto criollos, en
los cuales la forma religante adquiere el carácter
fundamental de enlace de todos los elementos que
componen la comunidad mestiza entre sí y con el
ámbito geográfico que los acoge. El tango ofrece
uno de los más acabados casos, en cuanto reúne los
ritmos y movimientos negros, música y danzas de
origen íbero y europeo en general —polcas, zarzue
las y cuplés y sus instrumentos: guitarra, violín, pia
no, acordeón, flauta, bandoneón...— ; fue producto de
todos, a ambas orillas del Plata, donde se reunieron
“gauchos caídos en el arrabal, negros libertos, inmi
grantes desacomodados, marinos, marginales, prole
tarios en ocio y niños bien o mal de familias patri
cias. Fue la expresión más cabal de la nacionalidad
que se definía"123 entre aproximadamente 1870-
1930, su letra cantó las penas y gozos de los encuen
tros y desencuentros del diario vivir. No sólo fue re
ligante en su constituirse, sino también en su mis
ma difusión, rompiendo todas las censuras y obstá
culos, ascendiendo, por su propia fuerza y la virtud
de ser pujante voz popular, desde las orillas de la
gran urbe al centro y desde éste a Marsella, París y
el mundo. Si nos preguntamos por la razón de esta
fortuna, que rompe cánones civiliza torios, sin duda,
como en el caso de la música, danza y canto negros,
hallaremos que una de las razones más profundas es
su religación de valores vitales y humanos básicos
entre sí y a la tierra —la ciudad, el barrio, la patria,
su historia, la realidad en su conjunto.
De modo semejante podríamos hablar de la músi
ca. danza y canto criollos, folklóricos y populares.
En todos ellos guarda un lugar prominente el cantor
en nuestros días, que de un modo u otro dice lo que
acontece, relata la verdadera historia, se hace intér
prete de su pueblo albergando ser y acontecer en el
93
canto, más allá de las crónicas objetivadoras u oficia
les.
94
INDICE
Introducción 1
EL PENSAR
El pensar, sus modos y recursos 3
La cuestión del método 6
Otro horizonte del pensar 10
El sujeto del pensar 15
El objeto del pensar 20
La cuestión de la verdad 22
LA HISTORIA
La originariedad de la historia 29
Hacia una comprensión “diferente”
de la historia 32
El espacio como desborde y habitat 43
Hacia una praxis superadora 47
EL LENGUAJE
El lenguaje 53
El lenguaje y su horizonte de comprensión 54
El lenguaje y sus articulaciones 56
La categoría de forma 59
La forma siniestra 60
La forma indicadora 64
La forma conjuradora y acertante 66
La forma silente 68
La forma negativa 71
La forma mestiza 73
La forma religadora 77
A quinientos años del descubrimiento de
América, resta aún por cumplirse
adecuadamente la tarea de desocultarla
desde ella, dejándola surgir a la luz de su
propio acontecer y lenguaje, a partir de los
cuales se ofrecen, ciertamente, sendas
renovadoras para la civilización en general y
el pensamiento en particular, siguiendo el
camino abierto por muchos pensadores y
hombres nuestros de acción que
permanencen poco menos que desconocidos.
Esta tarea se integra, a su vez, en la más
amplia de desocultar la historia real de la
humanidad, que es la constituida por todos
los pueblos, desde ellos, en un logos que
configurarán como totalidad reuniente y
abierta.
RundiNuskín Editor