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en el diván
Culpando a la víctima durante
el apogeo del psicoanálisis
Edward Dolnick
..
. Uebre de Marzo
Contenido
NOTA!> 347
1\IIIIIO(:RAFIA 393
A( .RADECIMIENTOS 411 Te suplico, por las entrañas de Cristo,
IN mCE 413 que pienses que puedes estar equivocado.
OUVER C'ROMWELL
Prólogo:
En busca de El Dorado
- SIG,\Il'ND FREUD
11
--- --- =- :-sea de El Dorado
;_ r:é:oe nunca aceptó. Freud advirtió que el psicoanálisis no tenía nada que ofre
.:e: a las dctimas de la psicosis. Señaló que, hasta que no se elaborasen medica
memos más útiles, convendría prestar más atención a los neuróticos que a los psi
.:óncos y centrarse más en el sano ansioso que en el enfermo profundo. "El psico
análisis -declaró Freud medio en broma en 1 909- alcanza su condición más
favorable allí donde su práctica no es necesaria, es decir, entre los sanos."
A lo largo de las décadas de los cincuenta y los sesenta, las advertencias del
maestro fueron descartadas por un tumulto de voces excitadas. Se proclamó que
los psicoanalistas y los psiquiatras podrían llegar a curar la esquizofrenia, la más
temida de todas las enfermedades mentales, y que serían capaces de hacerlo sim
plemente hablando con sus pacientes. Fue una presunción increíblemente atrevida
que se basaba en una sencilla premisa. La idea de que las devastadoras enferme
dades mentales no eran muy diferentes de las aflicciones psicológicas menores;
ambas tenían las mismas raíces y ambas podrían recibir el mismo tratamiento. La
enfermedad del adulto reflejaba las fantasías y experiencias del niño, y la terapia
del habla proporcionaba un acceso a estos recuerdos cruCiales que permanecían
enterrados. De acuerdo con las enseñanzas de Freud, la psicoterapia se considera
ba una ciencia análoga a la cirugía. Actualmente, la psicóloga Lauren Slater resu
me así este clásico punto de vista: "El pasado es como el pus. El paciente habla
sobre él y su lengua, parecida al escalpelo del cirujano, rasca y limpia la herida.
Una vez tratada, cuando ya está seca y se ha eliminado el veneno, la abrasión
puede empezar a curarse".
La creencia que guiaba al terapeuta consistía en interpretar los síntomas
como símbolos. Los niños autistas se apartaban del contacto humano para sumer
girse en una impenetrable zona de silencio, por ejemplo, porque habían soporta
do repetidos rechazos por parte de unos padres emocionalmente frígidos. Se creía
que la crueldad de los padres había transformado a unos niños normales y sanos
en autómatas insensibles y retraídos. Y el culpable más frecuente, explicaban los
expertos, solía ser una madre nevera.
Éste es un libro sobre aquellos terapeutas y su búsqueda del tesoro. Está cen
trado en tres estados (todavía se discute sobre la terminología más apropiada)
-la esquizofrenia, el autismo y el trastorno obsesivo-compulsivo- y en la creen
cia clave en la que se basó el psicoanálisis en sus días de gloria. La creencia de que
las enfermedades podían ser descifradas, de que estaban cargadas de mensajes sim
bólicos parecidos a relatos breves que hubiesen sido escritos por un torpe autor.
El desvarío de un esquizofrénico en la esquina de la calle, el rechazo de un niño
autista que se oculta tras paredes invisibles, el interminable lavado de manos de
un e�fermo obsesivo-compulsivo, no eran simples actos, sino mensajes. Los tera-
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Prólogo: En busca de El Dorado
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� :;: ::- :-sea ce E :>orado
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Prólogo: En busca de El Dorado
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::>-o ogo: En busca de El Dorado
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Prólogo: En busca de El Dorado
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PRIMERA PARTE
Freud
- }
CAPÍTULO U N O
- LUOI\ IC WJTTCENSTEJI\'
- SJG.I\UNO FREUO
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_a locura en el diván
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El Evangelio según Freud
A finales del siglo XIX, Freud hizo el descubrimiento que en adelante consi
deraría como el más importante. En la primavera de 1900, poco después de la
publicación de La interptetación de los sueños, escribió con entusiasmo a un
amigo. " ¿Puedes llegarte a imaginar -le preguntó- que algún día alguien lea en
una placa de mármol: en esta casa, el 24 de julio de 1895, le fue revelado al doc
ror Sigmund Freud el secreto de los sueños? "
Freud nunca dejó d e creer e n su teoría. Nueve años más tarde, durante una
charla pública celebrada en Norreamérica, declaró: "La interpretación de los sue
ños es, en efecto, el mejot camino para alcanzar el conocimiento del inconsciente;
es la base más firme del psicoanálisis y el terreno en el que todo investigador debe
adquirir sus convicciones y buscar su formación".
Dos décadas después, rememorando el texto de La interpretación de los sue
iios en su vejez, Freud seguía sintiendo el mismo orgullo declarado. " Contiene
--escribió-, desde mi punto de vista actual, el más valioso de todos los descu
bnmientos que mi buena fortuna me permitió hacer. Una revelación así sólo la
alcanza alguien una vez en la vida."
El secreto de los sueños era simple. El inconsciente, dijo. Freud, abunda en
deseos prohibidos que no podemos llegar a admitir. Estos deseos aparecen en los sue-
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La locura en el diván
ños, pero disfrazados de tal forma que podamos soportarlos. Los sueños nos parecen
extraños y están llenos de vacíos y cambios de escena porque un censor ha llegado
ant�s que nosotros al quiosco y ha hecho pedazos las páginas que nos incriminan, eli
minando palabras clave y ocultando fotografías, para preservar nuestro sueño.
Los sueños fueron realmente importantes para Freud por tres razones rela
cionadas entre sí. Primero, eran el mejor camino para acceder a los contenidos del
inconsciente, que de otro modo permanecerían ocultos. Segundo, los sueños esta
blecían un vínculo entre la mente normal y la perturbada. Puesto que todo el
mundo sueña y el acto de soñar es una forma de locura, el pensador que era capaz
de interpretar los sueños estaba en el buen camino hacia una teoría universal de la
mente. De hecho, el mejor camino era un puente. "No olvidemos --escribió Freud
en un ensayo pocos años antes de su muerte- que el mismo proceso, la misma
interacción de fuerzas que explica los sueños de una persona normal nos da la
clave para entender todos los fenómenos de la neurosis y la psicosis."
Tercero, y para nosotros el motivo más importante, los sueños eran la demos
tración final de la premisa en la que se basó todo el pensamiento freudiano: bas
taba con saber cómo investigar por debajo de la superficie para descubrir que
nada era lo que parecía. No sólo los sueños eran lobos disfrazados de corderos,
como apuntó Freud; ocurría lo mismo con casi todas las cosas. Los gestos, los
actos y las palabras ocultaban significados que sólo cemocían los iniciados. Como
consecuencia, la misión encomendada por Freud de descubrir el significado secre
to de los actos cotidianos era prácticamente interminable.
Los lapsus, los incidentes, los problemas para recordar nombres e incluso los
encuentros inoportunos en la calle tenían un significado verdadero. Consideremos,
por ejemplo, "el irritante y torpe proceso para eludir a alguien; cuando, por unos
segundos, pasamos al otro lado de la calle para luego volver al primero" . Según
Freud, esta máscara de torpeza ocultaba propósitos sexuales.
Todo tenía un significado. Incluso una actividad tan trivial como apretarse
las espinillas estimulaba el esfuerzo interpretativo de Freud. Al hablar sobre un
paciente que tenía la piel estropeada, Freud señaló que "sin lugar a dudas, el acto
de expulsar hacia fuera el contenido de los puntos negros es para él un sustituto
de la masturbación". Pero eso no era todo. "La cavidad que aparece después debi
do al desperfecto representa a los genitales femeninos."
Casi todas las historias desembocan en el sexo antes o después. Por ejemplo,
¿cómo explicar el bloqueo de un escritor? Freud sugirió que "el acto de escribir,
que implica extraer un líquido de un tubo" podría haber asumido "el significado
del coi ro". ¿ Y el miedo a salir al aire libre? Quizás el acto de pasear se haya con
vertido en "un sustituto simbólico del acto de patear el cuerpo de la madre tierra".
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El Evangelio según Freud
Incluso la curiosidad intelectual no era más que sexualidad disfrazada. "La incan
sable pasión de los científicos por preguntar", como una reminiscencia de las
interminables preguntas de un niño pequeño, era simplemente una versión subli
mada de la impaciencia de éste por resolver aquel temprano acertijo: " ¿ De dónde
vienen los niños ? " .
Ésta fue una monomanía que hizo que Ahab pareciera u n pescador domingue
ro -efectivamente, la declaración de Ahab de que "todos los objetos visibles no son
más que máscaras de cartón" podría haber servido a Freud como lema-, pero Freud
fue despiadado. "Cuando un miembro de mi familia se queja de haberse mordido la
lengua, de haberse pinchado un dedo o de algo parecido -anotó-, no obtiene la
simpatía que desearía, sino, por el contrario, la pregunta: ¿por qué lo hiciste?"
Y la pregunta siempre tenía una respuesta. "Creo en la casualidad exterior
(real), es cierto -escribió Freud-; pero no en los acontecimientos accidentales
internos (psíquicos) . " Cuando una de sus pacientes se rompió una pierna, por
ejemplo, Freud se apresuró a explicar la razón. Poco antes, había estado bailando
en una reunión familiar y su marido la había reprendido por comportarse "como
una puta". Caso cerrado. "No podemos dejar de admirar la habilidad que fuerza
a la casualidad a repartir un castigo tan a medida del crimen", escribió Freud.
"Esto ha hecho imposible que ella vuelva a bailar el can-can durante una larga
temporada."
Freud pronunció estos veredictos con absoluta convicción, como un hombre
que ha desenterrado un secreto desconocido para el resto del mundo. Al mismo
tiempo, habló sobre su habilidad para descifrar las acciones cotidianas con algo
parecido al asombro, como si el psicoanálisis tuviera los poderes de las gafas de
rayos X de las que se hacía publicidad en las últimas páginas de los tebeos: "A
menudo, los actos cotidianos se lo revelan todo al observador de la naturaleza
humana y, a veces, le revelan mucho más de lo que le interesaría saber", escribió
Freud. "Una persona que está familiarizada con estos significados puede llegar a
sentirse como el rey Salomón, que según la leyenda oriental era capaz de com
prender el lenguaje de los animales."
Pero lo que a Freud le interesaba atrapar era algo más que los lapsus o las caí
das por una escalera. El trastorno fue su verdadera presa, y los sueños le propor
cionaron una vez más la analogía crucial. Así como los sueños podían parecer caó
ticos y dictados por el azar aunque de hecho contenían un significado oculto, el
trastorno era, sin lugar a dudas, un código escrito en el cuerpo. Ésta fue una lección
que los discípulos de Freud aplicarían celosamente tras la muerte de su mentor.
Pero antes de estudiar a los discípulos, vale la pena analizar al maestro.
Todas las herramientas que a la larga pasaron a formar parte de las técnicas bási-
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La locura en el d i v á n
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E l Evangelio según Freud
te causa: el descubrimiento fortuito por parte del paciente de las relaciones sexua
les entre adultos."
Freud dio por supuesto que los síntomas de Dora -tos, corres de respira
ción, episodios de mudez- eran síntomas de histeria. ¿Por qué? Porque, explicó
Freud, el amigo de su padre, el señor K, había "abrazado repentinamente a la
chica y la había besado en los labios. Ésta era, sin duda, la situación necesaria para
impulsar una clara sensación de excitación sexual en una chica de catorce años
que nunca había sido abordada. Pero Dora experimentó en ese momento un vio
lento sentimiento de repugnancia y se alejó del hombre, huyendo hacia la escale
ra para luego salir a la calle".
Freud también interpretó aquello. "La conducta de esta niña de catorce años
ya era completamente histérica ", declaró. "Evidentemente, debo considerar histé
rica a una persona a la que una oportunidad de excitación sexual hace aflorar sen
timientos básica o exclusivamente desagradables." Todo esto aunque la niña de
catorce años fuese virgen y aunque hubiese sido abrazada y besada sin previo
aviso por un hombre lo bastante viejo como para ser su padre. De hecho, era un
íntimo amigo de éste.
Este mismo punto de vista, basado en el simbolismo sexual, reveló el verda
dero significado de la jaqueca de otra paciente. En un críptico pasaje de una carta
a un amigo escrita en 1899, Freud elaboró uñ 'breve resumen de su pensamiento.
"Las jaquecas histéricas se basan en una analogía producida por la imaginación
que equipara la parte superior con la parte inferior del cuerpo (pelo en ambas par
tes, mejillas y nalgas, labios y labios, boca y vagina). Así, un ataque de migraña
puede ser utilizado para representar una desfloración a la fuerza y, además, la
enfermedad en su totalidad representa de nuevo una situación de satisfacción del
deseo. La inevitable presencia de lo sexual es cada vez más clara . "
E l enfoque d e l a interpretación d e los símbolos también explicaba l a agora
fobia. El temor de una mujer a salir al exterior, observó Freud, derivaba de "la
represión de su intención de abordar al primer hombre que se encontrase en la
calle". Los desvaríos de un loco, por poner un ejemplo más dramático, no se con
sideraban aullidos incoherentes, ni siquiera gritos de angustia, sino mensajes que
debían descifrarse. Incluso los actos de un loco, en oposición a sus palabras, eran
simbólicos. En 1 908, por ejemplo, Freud describió el encuentro con un joven que
había sido internado porque padecía esquizofrenia. "Presencié uno de sus ataques
-escribió Freud a un colega-, y resultó ser extraordinariamente instructivo por
que representaba un coito o, mejor dicho, la rabia que sentía ante el acto que esta
ba contemplando (obviamente entre sus padres). Su escupitajo simbolizaba la eya
culación. Todo fue muy transparente."
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_¡¡ oc.J•a en el divan
Cuando Freud hubo trazado las normas, sus seguidores saltaron al terreno de
¡uego. Karl Abraham, miembro fiel y trabajador del círculo íntimo de Freud, obser
vó que los tics faciales parecían muecas y que, por lo tanto, tenían "un evidente sig
nificado hostil". La eyaculación precoz, explicó Abraham, proporcionaba un men
saje simbólico diferente. "Del mismo modo que un niño pequeño moja a su madre
con la orina que ya no puede contener, la eyaculación precoz hace que el paciente
moje a su compañera, demostrando que ésta sustituye a la figura de su madre."
Smith Ely Jelliffe, un prominente analista norteamericano discípulo de Freud,
explicó en 1 9 17, en un ensayo, por qué una anciana esquizofrénica se golpeaba con
tinuamente una mano con el puño de la otra. "Descubrimos que un zapatero la había
dejado plantada en su juventud. A la luz de este descubrimiento, ese acto tan peculiar
podría considerarse similar a los movimientos del zapatero que golpea sin cesar."
Este método de interpretación alcanzó su máxima expresión con el trabajo
del psicoanalista alemán Georg Groddeck. "La enfermedad tiene un propósito" ,
escribió Groddeck e n 1923. "Aquél que s e rompe u n brazo, ha pecado o ha dese
ado cometer un pecado con ese brazo: quizás un asesinato, quizás un robo o puede
que simplemente se haya masturbado; aquél que se vuelve ciego y no desea volver
a ver, ha pecado con sus ojos o pretende pecar con ellos; aquél que se queda ronco
esconde un secreto y no se atreve a decirlo en voz alta."
Aunque Groddeck era un excéntrico que se definía a sí mismo como un ana
lista salva¡e, no era lo bastante ingenuo como para que sus colegas, más sensatos,
se avergonzaran de sus teorías. Por el contrario, fue un pensador influyente que
mantenía correspondencia con Freud. El fragmento anterior está extraído de The
Book of the It, su trabajo más conocido. (Freud utilizó el término id para desig
nar a "la parte más oscura e inaccesible de nuestra personalidad", de ahí el it uti
lizado por Groddeck.) Groddeck envió a Freud una copia de su trabajo para que
le echara un vistazo antes de su publicación. "Desde luego, Groddeck tiene cuatro
quintas partes de la razón cuando afirma que las enfermedades orgánicas pueden
localizarse en el ello -escribió Freud a otro colega-, y quizás también tenga la
razón en la quinta parte restante.",.
"Asimismo, la enfermedad es un símbolo", proseguía Groddeck en el mismo
fragmento. "Es la representación de algo que ocurre en el interior, un drama esce
nificado por el Ello, a través del cual manifiesta lo que no puede decir con la len-
• Aunque también deberíamos señalar que, en otra ocasión, Freud reprendió a Groddeck por limitar
se a aporrar una explicación exclusivamente psicológica de la enfermedad. "Después de todo, sus expe
nencias --escribió Freud--:- no hacen más que consrarar que los factores psicológicos también juegan,
de forma imprevista, un importante papel en el origen de las enfermedades orgánicas. Pero, ¿son estos
factores psicológicos los únicos responsables de la enfermedad?"
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El Evangelio según Freud
· • El uso de la palabra here¡ía podría parecer un exceso retórico, pero el mismo Freud se refirió a Carl
Jung y a Adler como a "los dos heréticos".
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La locura en el diván
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El E v a n g e l i o según Freud
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La locura en el diván
* El cerdo era Wilhelm Stekel. En una ocasión, Stekel se describió a sí mismo como "el apóstol de
Freud, que fue mi Cristo " . Pero entonces cometió el doble pecado de apoyar a Adler y de atreverse a
comparar su trabajo sobre los sueños con el de Freud. Stekel citó con humildad la máxima del enano
que, sobre los hombros de un gigante, ve más que éste; pero Freud no se calmó. "Eso puede ser cierro
-gruñó-, pero no en el caso de un piojo sobre la cabeza de un astrónomo. "
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El Evangelio según Freud
te era mejor echarse durante meses en el sofá que leer, también llegó a afirmar que
cualquier otro atajo equivalía a "repartir cartas de menú en tiempos de ca restía " .
Incluso sus comentarios breves eran provocativos. Consideremos, por ejem
plo, esta interpretación clásica sobre por qué algunas personas son supersticiosas:
"La superstición es, en gran medida, la espera de un desastre; y una persona que
con frecuencia ha deseado el mal a otros, pero que ha reprimido estos deseos en
el subconsciente debido a su educación, estará especialmente dispuesta a recibir un
castigo por su maldad inconsciente bajo la forma de un desastre que le amenaza
desde fuera". O ésta sobre la enfermedad: "Durante mucho tiempo hemos obser
vando que cualquier neurosis tiene como resultado, y probablemente como pro
pósito, forzar al paciente a escapar de la vida real". La frase clave, y probable
mente como propósito, parece una idea adicional. Pero es un toque magistral,
puesto que una exposición de brillantez informal como ésta hace que Freud se con
vierta en el científico más deslumbrante, en el científico al que le sobran los cono
cimientos.
A pesar de todo, el ardid literario favorito de Freud no fue la aportación
casual, sino las series elaboradas de textos, generalmente agrupadas como analo
gías. Cuando en 1909 llegó el momento de explicar la noción de los recuerdos
reprimidos a su primer público norteamericano en la Universidad de Clark, Freud
-
adoptó con rapidez un lenguaje que se alejaba del estilo académico. En Londres,
señaló, existían dos monumentos. Uno en conmemoración a la reina Eleanor, que
murió en el siglo XIII; y el otro en honor de las víctimas del Gran Fuego de 1 666.
¿Qué pensaríamos, preguntó Freud a sus oyentes, de un par de londinenses que en
la actualidad rompiesen a llorar al contemplar estos monumentos? "Todos los his
téricos y neuróticos se comportan como estos tontos londinenses. No sólo recuer
dan las experiencias dolorosas del pasado remoto, sino que incluso se aferran a
ellas emocionalmente; no pueden liberarse del pasado y, por ello, desatienden lo
que es real e inmediato. "
En l a charla del día siguiente, también en l a Universidad d e Clark, Freud
explicó los conceptos de represión y de resistencia por medio de una analogía
todavía más elaborada:
Supongamos que en esta sala de conferencias y entre este público, cuyo comedimien
to y atención no puedo dejar de alabar, haya, no obstante, alguien que cause proble
mas y que con su risa maleducada, su cháchara y el ruido de sus pies me distraiga de
mi cometido. Entonces yo anuncio que no puedo seguir con la charla, y de inmedia
to tres o cuatro de ustedes, que son hombres fuertes, se levantan y tras una breue
lucha ponen al importuno de patitas en la calle. Así pues, ha sido reprimido y yo
puedo seguir con la conferencia. Pero para que la interrupción no vuelva a repetirse.
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La locura en el diván
en el caso de que el individuo expulsado intente entrar otra vez, los caballeros que
han ejecutado mi voluntad colocan sus sillas contra la puerta y establecen una resis
tencia cuando la represión ya se ha llevado a cabo . . .
S i s e detienen a pensar e n ello, la expulsión del importuno y la presencia de los
guardianes junto a la puerta quizás no signifiquen el final de la historia. Puede suce
der perfectamente que el individuo expulsado, ahora amargado y peligroso, nos cause
más problemas. Es cierto que ya no está entre nosotros; nos hemos librado de su pre
sencia, de su risa insultante y de sus comentarios sotto voce. No obstante, en algunos
aspectos la represión ha fracasado; ahora se está exhibiendo de forma intolerable
fuera de la sala, y con sus gritos y golpes en la puerta interfiere en la charla incluso
más que con su comportamiento anterior. En estas circunstancias no podríamos dejar
de sentirnos contentos si nuestro respetado presidente, el doctor Stanley Hall, quisie
ra asumir el papel de mediador y pacificador. Él hablaría con la ingobernable perso
na del exterior y luego nos pediría que la volviésemos a admitir; él mismo nos garan
tizaría que ahora se comportaría mejor. Teniendo en cuenta la autoridad del doctor
Hall, decidiríamos suspender la represión, y la paz y la serenidad volverían a restau
rarse. Esta historia nos muestra un retrato bastante fiel de la tarea del psicólogo en el
tratamiento psicoanalítico de la neurosis.
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El Evangelio según Freud
:equena muchos esfuerzos". Resultaba más fácil ignorar las quejas del paciente o
.:ulrarlo por su sufrimiento.
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La locura en el diván
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El Evangelio según Freud
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La locura en el diván
crito es bueno y original, pero la parte que es buena no es original, y la parte que
es original no es buena".
Por nuestra parte, nos basta con señalar que Freud creyó sinceramente haber
encontrado la clave del comportamiento humano. "Tengo la sensación inequívo
ca -declaró- de haber descubierto uno de los grandes secretos de la naturaleza."
La fe en una gran teoría que atara al universo entero en un ordenado paquete
empezó siendo sólo de Freud. Pronto se extendió a un grupo de seguidores, y luego
a los seguidores de los seguidores, y así sucesivamente, como una señal revelado
ra de abolengo. Lo que empezó como una orgullosa esperanza de un único y audaz
pensador, se convirtió en un credo que afectó a innumerables vidas .
• ¡
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CAPÍTULO D O S
E l po der de la convicción
- ��G�IU:'\D FREUD
:::1 hangelio fue difundido por una pandilla de auténticos creyentes. Alimentados
;.a: un arrebato ideológico, reforzados por un constante flujo de nuevos reclutas,
a .1:1Zando con entusiasmo bajo la bandera freudiana, no tuvieron ni tiempo ni
_;..l;i.l :. de considerar otros puntos de vista. Y si se encontraron con algún obstácu-
a lo largo del camino, no le prestaron atención; continuaron corriendo despre
-upadamente hacia delante.
Este fervor ideológico, y todos los peligros q ue lo acompañaban, podía adivi
�.use en la figura de Freud. Pero igual que ocurre con las primeras señales de fiebre,
::-s<o signos de advertencia pasaron desapercibidos. Entre todos ellos, dos tendrían
�ue haberse considerado especialmente preocupantes. El primero fue la inclinación
.:e Freud a realizar declaraciones demasiado radicales. Si analizamos el trabajo de
;::eud, comprobaremos que las palabras siempre, nunca, invariablemente e infali
b:emente, se repiten como golpes de tambor. El segundo signo de advertencia fue
qLie. casi obsesivamente, Freud redujo el espectro de posibles motivaciones humanas
.1 un único impulso de gran intensidad: el sexo. "Sea cual sea el caso o el síntoma
que tomemos como punto de partida --declaró Freud en una conferencia sobre la
h.sreria en 1 8 9 6-, al final, infaliblemente, desembocaremos en el campo de la expe
p:encia sexual." (En cursivas en el original.) Se trataba de una ley de validez univer
SJI. añadió Freud en la misma charla, en la que también resumió este punto de vista
.::on un ademán de triunfo: "En el fondo de cualquier caso de histeria existe uno o
n:.:1s su cesos de experiencia sexual prematura". (En cursiva en el original.)
A lo largo de su carrera, Freud cambió de opinión respecto a muchos temas,
pero nunca se apartó de esta idea central. Por así decirlo, desde el principio hasta
el final \'io sexo por todas partes. "Sólo puedo limitarme a repetir y repetir -ya
que no encuentro otro motivo- que, en general, la sexualidad es la clave de los
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La locura en el diván
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E l poder de la convicción
-:..:.:hachos, su miedo, que en el fondo estaba relacionado con sus padres, queda
:'.! �amplemente desplazado hacia un animal." Y todas las adicciones eran, por
s..:puesro, una única adicción camuflada. "La introspección hizo que poco a poco
-:e diera cuenta -escribió Freud- de que la masturbación es el hábito de mayor
:.::l?Ortancia, la adicción primaria, y es solamente como sustitutas de ésta que las
::as adicciones -al alcohol, a la morfina, al tabaco, etc.- entran a formar parte
:e la existencia."
La predilección de Freud por las explicaciones que lo abarcaban todo fue una
;arre fundamental de su pensamiento, tan profundamente arraigada como su
.Fersión a la religión o su entusiasmo por la arqueología. Significativamente, llegó
.1 convertir este capricho personal en una ley universal. "La humanidad -afir
;:¡o- siempre ha abrigado el deseo de abrir todos los secretos con una única
. .n·e. Fuera o no cierto para la humanidad en general, fue claramente válido para
··
?:-eud . (Casi tan pronto como empezó a tratar a Dora, la adolescente aquejada de
.1-::cesos de tos y apnea, Freud escribió que el nuevo caso "se había abierto pro
;:esivamente gracias a su colección de ganzúas" . ) Ya en 1907, Josef Breuer, el
.:olega más veterano de Freud y su antiguo mentor, le advirtió de los peligros de
esta despiadada inclinación individualista. "Freud es un hombre acostumbrado a
;:-renunciar declaraciones absolutas y exclusivas", escribió Breuer. "Se trata de una
:;.ecesidad psíquica que, en mi opinión, conduce a úrla generalización excesiva . " ''
La advertencia de Breuer es especialmente importante porque, en los años
posteriores, los psiquiatras invocarían a Freud como el santo patrón de mentali
.::a d abierta que les había enseñado a respetar la individualidad y complejidad de
.::ada paciente. Sin embargo, describieron a los científicos como expertos que
observan a los pacientes como si no fueran más que probetas de laboratorio.
Escandalizados, los analistas acusarían a sus rivales científicos de reduccionistas,
una desagradable expresión con la que se pretendía dar a entender que los bio
químicos, los neurólogos y los expertos en genética trataban de reducir la profun
didad del alma humana a unas cuantas cifras distribuidas en un gráfico.
A Freud se le ha acusado de muchas cosas, pero sería completamente equi
\·ocado pensar que se hubiera aliado con aquéllos que consideraban a los científi
cos unos pedantes de sangre fría. El mismo Freud se formó como científico y se
• El gr,ln rival de Freud, Carl jung, fue tan individualista y dogmático como él, solo que descubría reli·
":::JÓn allí donde Freud identificaba sexo. " Entre todos los pacientes que he tratado en la segunda mirad
.:!e m1 nda, es decir, durante unos treinta cinco años, no ha habido ninguno cuyo problema, en úlrima
n>rancia, no consistiese en encontrar un sentido religioso a la vida. Es cierro que cada uno de ellos
enfermó porque había perdido lo que las religiones predominantes de cada época aportan a sus segUJ·
dores. y que ninguno de ellos se llegó a curar sin recuperar su perspectiva religiosa."
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La locura en el diván
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El poder de la convicción
_ en las trincheras de guerra- debe ser reconocida como una fuente de excira
-on sexual . "
Freud ni siquiera s e inmutó cuando una paciente d e catorce años murió poco
-e�pués de que él le hubiera dado el alta:
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La locura en el diván
"Así que ésta es su técnica ", me suelen decir. '"Cuando una persona que ha sufrido un lap
sus dice algo acerca de esta dolencia que a usted le conviene saber, la proclama como máxi
ma autoridad sobre el tema. ¡Lo dijo él mismo! Pero cuando lo que dice no le conviene,
entonces se apresura a afirmar que no tiene importancia, que no es necesario hacerle caso. "
Es totalmente cierto. Pero puedo exponerles un caso similar en el que se pro
duce este mismo y monstruoso hecho. Cuando la persona acusada de cometer un deli
to confiesa sus actos al jue::_, el jue::_ cree su confesión; pero cuando la niega, el juez
no la cree. De otro modo, 110 tendríamos administración de justicia y, salvo algún
error ocasional, debemos reconocer que el sistema funciona.
Sin embargo, en dos áreas, una restringida y otra amplia, Freud desplegó una
cautela desacostumbrada. Dos veces advirtió a sus seguidores. Dos veces lo igno
raron. Y en ambos casos las consecuencias fueron fatales.
Como veremos más adelante, cuando por fin se empezaron a tratar enferme
dades mentales más importantes, los discípulos de Freud no honraron a su maes
tro. Ignoraron las mejores cualidades de Freud (la inteligencia, una curiosidad
extrema, el respeto por la ciencia) y solamente emularon sus peores rasgos (el
fanatismo ideológico, la suficiencia intelectual y el rechazo total de la opinión de
los demás). Después de Marx, Brezhnev.
La primera de las advertencias de Freud, la del área restringida, estaba rela
cionada con la psicosis en oposición a la simple neurosis. Estos trastornos mayo
res, señaló Freud, se encontraban fuera de su alcance. A diferencia de los psiquia-
'' Freud se planteó estas preguntas. "Entonces, ¿es usted juez ? " , imaginó que le preguntarían sus inter
locutores. "Una persona que padece un lapsus, ¿debe ser llevada ante su presencia acusada de haber
cometido algún delito? Así pues, sufrir un lapsus es un deliro, ¿no es cierto? " Pero una vez planteadas,
se largó sin contestarlas.
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El poder de la convicción
-.l" .!el pasado, los psicoanalistas debían concentrarse en la neurosis más que en
_._:ura. Y la esquizofrenia, en particular, tenía que dejarse al margen.
�o era un mensaje equivocado. En 1 9 1 7, por ejemplo, Freud proclamó que
, ;-o:>Icoanalistas habían curado a pacientes que sufrían histeria, ansiedad y neu
- <=.s obsesiva; pero también declaró que "existen, sin embargo, otras formas de
_-.:.:rmedad en las que ... nuestro procedimiento terapéutico nunca tiene éxito". En
_ ""l.:reto, afirmó que los esquizofrénicos "no experimentan ninguna reacción y
, -; una prueba en contra de la terapia psicoanalítica " .
La única experiencia directa de Freud con la esquizofrenia tuvo lugar al
__ :menzo de su carrera, durante tres semanas, en un hospital mental privado de
.15 afueras de Viena. Todos los pacientes eran ricos, muchos poseían títulos de
-"oleza, y Freud tenía que hacer sus rondas con sombrero de seda y guantes blan-
-_ s. Tres semanas fueron más que suficientes. "Esos pacientes no me interesan",
.:o:tfesó más tarde. "Me aburren ... Siento que no tienen nada que ver conmigo y
..:.Je nada humano los caracteriza. Una forma peculiar de intolerancia que indu
.:.ablemente me descalifica como psiquiatra."
El problema consistía en que estos extraños pacientes no estaban a su alean
-e. "�i siquiera nosotros podemos evitar sentir algo de aquel temor reverencial
.:on que la gente del pasado reaccionaba ante la locura", reconoció Freud. Y era
ese infranqueable abismo entre nosotros y ellos el que j ustificaba la ineficacia del
;-siCoanálisis para ayudar a aquellos desgraciados. "Estos pacientes no rechazan al
médico con hostilidad, sino con indiferencia", observó Freud. "Lo que el médico
1es dice los deja impasibles, no provoca ninguna impresión en ellos; por consi
guiente, el método de curación que nosotros llevamos a cabo con otras personas
-el hecho de volver a despertar el conflicto patógeno y de superar la resistencia
.:a usada por la represión- no puede operarse en ellos. Permanecen como están."
Freud declaró tajantemente que los esquizofrénicos "son inaccesibles a nuestros
esfuerzos y no pueden ser curados por nosotros".
El problema, se apresuró a subrayar, no era que él no entendiera la esquizo
frenia. De hecho, a pesar de haber reconocido su desconocimiento de la esquizo
frenia, la comprendía perfectamente. La esquizofrenia, y la paranoia en particular,
era el resultado de la lucha del paciente por rechazar unas tendencias homose
xuales incontrolables e inaceptables. (Examinaremos las opiniones de Freud sobre
la esquizofrenia en el Capítulo 5.) Teniendo en cuenta su predilección por los
impulsos sexuales reprimidos, ésta era una explicación que sonaba familiar.
Pero explicar una enfermedad es distinto que tratarla. Como los pacientes
esquizofrénicos mostraban indiferencia ante las revelaciones de sus psiquiatras �-
45
La locura en el diván
que atender a pacientes más complacientes. " Sabemos que los mecanismos de la
psicosis no son muy distintos de los de la neurosis", explicó Freud a su devota
seguidora Marie Bonaparte. "Pero no tenemos a nuestra disposición el estímulo
cuantitativo necesario para modificarlos. La esperanza del futuro reside en la quí
mica orgánica o en el acceso a ella a través de la endocrinología."
Esto nos lleva a la segunda advertencia d e Freud. A diferencia de la primera,
que fue muy clara -¡evitad la esquizofrenia!-, ésta era una apreciación general.
No os toméis demasiadas libertades, advertía un Freud siempre seguro de sí
mismo. En especial, no olvidéis que los seres humanos son el fruto de la herencia
y del entorno, y que ninguno de estos factores debe ser ignorado. "No penséis que
subestimamos" la importancia de la herencia, escribió Freud. "Precisamente como
terapeutas podemos llegar a descubrir su verdadero poder. Nunca debemos hacer
nada para alterarla; por el contrario, debemos considerarla como algo preestable
cido que pone un límite a nuestros esfuerzos."
Como hemos visto, Freud ignoraba a menudo su propia advertencia. En el
caso de Dora, por ejemplo, comparó la explicación orgánica de su tos con "el
grano de arena alrededor del cual una ostra fabrica su perla" . Un fragmento de
retórica característicamente freudiano. El resultado fue una especie de toma y
daca, reconociendo la posibilidad de que los síntomas de Dora pudiesen tener una
explicación médica convencional al tiempo que restaba importancia a esta idea en
favor de otra más verdadera, más profunda.
Sin embargo, si lo comparamos con la generación posterior, Freud fue un
modelo de autodominio. En el debate sobre la herencia y el entorno, después de la
Segunda Guerra Mundial, los seguidores de Freud se mostraron rotundamente a
favor del entorno, ya que consideraban que los que defendían el bando de la
herencia no eran más que unos racistas camuflados. Esto fue debido, en gran
medida, al escándalo que supuso que los nazis aprobaran la eugenesia. Pero los
psicoanalistas recelaban de la herencia, al margen del racismo, porque la conside
raban un intento por reducir la psicología a biología. (Aunque Freud, como hemos
señalado, apoyó tal iniciativa.) Afirmaban que este enfoque se había aplicado
durante siglos y que sus resultados nunca fueron satisfactorios. Las bibliotecas
estaban repletas de atrevidas declaraciones, que pronto fueron olvidadas, en las
que se afirmaba que la causa de la esquizofrenia, por ejemplo, eran unos vasos
sanguíneos anormales, ciertas lesiones del cerebro, un exceso tóxico de algún com
puesto, etc. En el debate en curso, aseguraban los analistas, el campo de la heren
cia no agrupaba a pensadores, sino a personas de segunda categoría; era el bando
de los alquimistas de los tiempos modernos que barbotaban fórmulas y manipu
laban probetas de laboratorio desprovistos de cualquier teoría que los guiara.
46
El poder de l a convicción
El componente más llamativo, y para ambos sexos más interesante, de los genitales,
el órgano masculino, tiene sustitutos simbólicos que se le parecen en la forma: obje
tos largos y erectos como palos, paraguas, postes, árboles, etc.; además, también tiene
como sustitutos a otros objetos que compatten con el órgano representado su capa
cidad para penetrar en el cuerpo y herir: armas afiladas de todo tipo, cuchillos, puña
les, lanzas, sables; pero también armas de fuego, rifles, pistolas y revólveres (particu
larmente adecuados debido a su forma). En los sueños de ansiedad de las chicas, el
hecho de ser perseguidas por un hombre co1z un cúchillo o un arma de fuego juega un
papel fundamental. Éste es, quizás, el ejemplo más común de simbolismo en el sueiío
y ustedes tendrían ahora que ser capaces de interpretarlo fácilmente. [Las palabras en
redonda aparecen en cursiva en el original.]
Freud sólo estaba entrando en calor. Al parecer, cualquier objeto más conve
xo que cóncavo podía simbolizar los genitales masculinos. Y citó sin vacilar unos
.:uanros ejemplos: grifos, bidones de agua, fuentes, lámparas de techo, lápices,
?Ortaplumas, limas de uñas, martillos, globos, aviones, zepelines, serpientes, pes
.:ados, sombreros, abrigos y capas.
De modo simi lar, también señaló que los genitales femeninos estaban simbo
uados por "hoyos, huecos y cavidades", así como "vasijas y botellas ... receptá
.:ulos, cajas, troncos, maletas, cajones y bolsillos", por no mencionar barcos,
armarios, estufas, habitaciones, puertas, entradas, madera, papel, objetos hechos
de madera o papel, caracoles, mejillones, capillas, manzanas, melocotones, cual
.::;mer tipo de fruta, bosques, matas, paisajes, joyas y tesoros.
Incluso objetos que parecían neutrales, como las escaleras, debían ser despo
pdos de su disfraz. "Empezamos a prestar atención a la aparición de escalones.
e5.:aleras y escaleras de mano en los sueños -escribió Freud-, y pronto estu\ i-
47
La locura en el diván
mos preparados para demostrar que las escaleras (y otros objetos análogos) eran,
incuestionablemente, un símbolo del coito. No es difícil descubrir la base de la
comparación: llegamos a la cima con una serie de movimientos rítmicos y con la
respiración acelerada; y luego, con unos pocos saltos rápidos, podemos volver a
bajar. Así pues, el patrón rítmico del coito se reproduce al subir."
Se trataba de un j uego carente de normas, y muchos intentos de interpreta
ción seguramente fueron dudosos. En un influyente ensayo sobre Leonardo da
Vinci, por ejemplo, Freud explicó por qué el gran pintor dejó muchos de sus pro
yectos inacabados. Sin lugar a dudas, la respuesta estaba relacionada con su infan
cia, una infancia que ha planteado problemas a muchos escritores puesto que la
mayor parte de la niñez de Leonardo se desconoce. Impávido, Freud dedujo los
hechos más importantes de la infancia del pintor a partir de los hechos que se
conocían de su vida adulta. En particular, Freud estaba convencido (a diferencia
de los eruditos convencionales) de que el padre de Leonardo había descuidado a
su joven hijo. Y a partir de aquí, ya no se detuvo. "No hay duda de que el artista
creativo experimenta hacia sus trabajos los mismos sentimientos que un padre",
señaló Freud. Y como el padre de Leonardo lo había descuidado, Leonardo des
cuidaba sus creaciones. "Las crea y ya no se preocupa por ellas; igual que su
padre, que no se preocupó por él."
En 1 909, por citar un ejemplo clínico, J;reud publicó el famoso historial
médico del pequeí1o Hans, un niño que tenía fobia a los caballos. Los padres del
chico "eran unos de mis más fervientes partidarios", declaró Freud, que vio a
Hans personalmente una sola vez. El resto del tiempo trató con el padre del chico,
que le entregaba informes sobre las conversaciones que mantenía con su hijo y
48
El poder de la convicción
argumento para quedarse en casa con su querida madre. De esta forma, el cariño
por su madre alcanzaba triunfalmente su propósito. A consecuencia de la fobia, el
a�ante se aferraba al objeto de su amor. "
Se trataba d e una explicación mucho más elaborada que l a que e l propio
Hans sugirió. Hans le contó a su padre que le asustaban los caballos desde el día
que vio a uno, que tiraba de un autobús, desplomarse en la calle. Su madre, que
se encontraba junto a él en aquel momento, respaldó esta explicación. Y el temi
ble objeto negro que rodeaba el hocico y los ojos del caballo, dijo Hans, no era un
símbolo del bigote y las gafas de su padre, sino el bozal de cuero del animal.
Pero Freud y sus seguidores no iban a tener en cuenta una explicación tan
trivial cuando podían encontrar otra mucho más compleja. Las explicaciones sen
cillas no revelaban sentido común, sino superficialidad. Y la reticencia a mostrar
se de acuerdo con Freud significaba algo más que debilidad intelectual, era la
prueba de un fracaso ético, de una alianza con todos aquellos pensadores tímidos
y conservadores que cerraban los ojos ante las realidades desagradables. Sin
embargo, el escepticismo padecía problemas mucho más profundos. Si el psicoa
nálisis tenía dificultades para abrirse camino en el mundo, no era porque sus argu
mentos fuesen dudosos, sino porque sus críticos eran unos neuróticos. "Por
supuesto, sé que muchos huirán cuando se enfrenten por primera vez a las moles
tas verdades del psicoanálisis", escribió Freud. "Siempre he sostenido que la com
prensión de estas verdades está limitada por Las represiones individuales (o, más
bien, por las resistencias que las sustentan); de forma que habrá personas que no
podrán seguir adelante en su relación con el análisis."
Fue una estrategia brillante que todavía se utiliza. Consiguió elevar al psico
análisis por encima de las críticas, puesto que criticar significaba hacer alarde de
una neurosis. Por otra parte, aquéllos que poseían la salud mental requerida para
afrontar las verdades del análisis, se afianzaban cada vez más en su fe, ya que
encontraban por doquier los daros necesarios para apoyar sus puntos de vista. El
influyente analista Sándor Ferenczi, por ejemplo, uno de los primeros miembros
del círculo de amistades de Freud, escribió un artículo titulado Psychoanalytical
Observations on Tic, en el que explicó el significado de los rics. El mismo Freud
había sugerido que los tics representaban algún tipo de problema orgánico, pero
Ferenczi descartó tal idea. En su lugar, citó el caso de una paciente cuya cabeza se
sacudía continuamente hacia delante y hacia atrás cuando saludaba o se despedía
de alguien. Ferenczi señaló que, a pesar de las palabras amables que dirigía a sus
visitantes, la mujer parecía mover la cabeza para decir no, y "me vi obligado a
explicarle que al sacudir la cabeza su propósito era desmentir los gestos o adema
nes de amistad".
49
La locura en el d i v á n
Una sola frase, me vi obligado a explicarle, basta para captar la visión del
mundo de estos psicoanalistas que descifraban enfermedades. El engreimiento era,
quizás, su rasgo más llamativo. No sugerían, afirmaban; no proponían explica
ciones, imponían la ley. Y la decisión del tribunal era inapelable.
Freud decretó que ningún escéptico que estuviera al margen del ámbito psi
coanalítico podía considerarse apto para hacer observaciones sobre sus teorías.
"Se ha dicho que la ballena y el oso polar no pueden enfrentarse, ya que al estar
cada uno confinado en su propio elemento no pueden encontrarse" , escribió.
"Asimismo, me resulta imposible discutir con los estudiosos del campo de la psi
cología o de la neurosis que no reconocen los postulados del psicoanálisis y que
consideran que sus resultados son artefactos."
Sólo aquéllos que hubiesen experimentado el método analítico tendrían la
oportunidad de alcanzar la verdad. " ¿ Cómo puedo tener la esperanza de conven
cerle, Persona Imparcial, de la exactitud de nuestras teorías -se preguntaba
Freud- si sólo puedo mostrarle un informe abreviado y, por lo tanto, incom
prensible sobre ellas? ¿Cómo puedo convencerle sin que pueda confirmar nuestras
teorías con sus propias experiencias?" Los no creyentes no podían ser convenci
dos, debían ser convertidos.
El problema no era sólo que los psicoanalistas y sus adversarios vieran el
mundo de forma diferente, sino que los analistas lo vieran más profundamente.
"Uno no puede rechazar los resultados [alcanzados por el método psicoanalíti
co] . . . y dejarlos de lado y utilizar solamente el método habitual para interrogar a
los pacientes" , escribió Freud. " Hacer esto sería como intentar rechazar los resul
tados de la técnica histológica apoyándonos en el examen macroscópico."
Ocho décadas más tarde, los psicoanalistas todavía utilizaban el mismo argu
mento con palabras casi idénticas. "No podré convencer a nadie de que en este
mundo hay microbios a menos que emplee un microscopio", sostenía Theodore
Shapiro en 1990 para descartar una teoría antifreudiana sobre los sueños pro
puesta por el psiquiatra Allan Hobson. "No podré hablarle sobre la ultraestruc
tura de las células a menos que utilice un microscopio electrónico", continuaba
argumentando Shapiro, en aquella época editor del ]ournal of the American
Psychoanalytic Association. " ¿ Cómo puede Hobson hablar sobre los significados
derivados de los sueños si no aplica el método psicoanalítico?"
Los psicoanalistas no aceptaban las opiniones ni tampoco las evidencias
externas. Freud advirtió explícitamente contra todo intento por comprobar la
exactitud de sus historiales clínicos. "Puede parecer tentador optar por la como
didad de llenar los vacíos de la memoria de un paciente preguntando a los miem
bros más mayores de su familia; pero yo rechazo absolutamente esa técnica ... Uno
50
El poder de la convicción
:-aciente "prefiere con mucho la explicación más obvia de que el tratamiento ana
;:ico no es el remedio adecuado para su caso".
Esta noción de infalibilidad acabó siendo peligrosa, como veremos cuando
e:;tudiemos a los descendientes de Freud. É l mismo tuvo que enfrentarse al fracaso
en una ocasión. La historia del caso de Emma Eckstein, que se ha convertido en un
.:ampo de batalla para aquéllos que intentan restablecer o desacreditar la imagen
de Freud, merece nuestra consideración, puesto que proporciona una dramática
demostración de la fuerza de su creencia en que los síntomas eran símbolos.
Eckstein era una mujer joven, soltera y atractiva, de cabellos oscuros y ondu
iados y mirada profunda. Se convirtió en paciente de Freud a principios de 1 8 90.
"o se ha conservado ningún informe que nos revele exactamente por qué solicitó
ayuda, aunque, según parece, tenía problemas para caminar, sufría dolores de
estómago y dolores menstruales. En 1 895, Freud recurrió a Wilhelm Fliess para
�olucionar el caso.
. Fliess era un especialista de oído, nariz y garganta que ejercía su profesión en
Berlín. A pesar de ser un hombre poco impresionante físicamente -en años pos-
51
La locura en el diván
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E l poder de la convicción
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La locura en el diván
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El poder de la convicción
55
La locura en el diván
Esta referencia a lo que hemos deducido era la clave. La frase parece inofen
siva, pero revela un aspecto vital. Freud escribió como si no le importase dema
siado lo que sus pacientes le decían. Aunque, en realidad, el proceso era más com
plicado. Freud deducía de los sueños y asociaciones de sus pacientes el significado
real de sus palabras, y luego les explicaba lo que su inconsciente quería decir. (A
menudo, estos recuerdos eran completamente nuevos para los pacientes.) "La téc
nica del psicoanálisis -explicó Freud- nos capacita, en primer lugar, para dedu
cir, a partir de los síntomas, las fantasías del inconsciente; y luego, para hacer al
paciente consciente de ellas."
El papel del analista se parecía, al principio, al de un traductor de las
Naciones Unidas. De hecho, desde un punto de vista general, era menos neutral,
más informal. Freud remendaba las libres asociaciones de sus pacientes hasta for
mar una especie de patchwork, uniendo piezas que no acababan de encajar, zur
ciendo algunos trozos difíciles de arreglar e incluso añadiendo parches donde lo
consideraba necesario. Estas colchas son muy bonitas -pueden llegar a admirar
se como objetos de arte-, pero no hay duda de que Freud se saltó las reglas cuan
do las confeccionaba.''
Solucionar estas cuestiones se ha convertido en una industria artesanal. Un
grupo de investigadores de diferentes paises -entre cuyos distinguidos nombres se
encuentran Frederick Crews, Frank Cioffi, Allen Esterson, Ernest Gellner, Malcolm
Macmillan, Frank Sulloway, Peter Swales y Richard Webster- ha producido toda
una serie de libros, fruto de un trabajo minucioso y concienzudo, que documentan
la causa contra Freud con detalles aparentemente irrefutables. Estos colegas de las
brigadas antifreudianas provienen de diferentes áreas. Cioffi, por ejemplo, es un filó
sofo retirado de la Universidad de Kent, Allen Esterson es un profesor de matemáti
cas también retirado y Frank Sulloway, un reputado historiador de la ciencia.
Crews, profesor emérito de inglés de la Universidad de Berkeley, es quizás el
• Sin lugar a dudas, el ejemplo más importante, aunque no forma parte de nuestro propósito, está
relacionado con el nacimiento del psicoanálisis. En los albores de su carrera, Freud arguyó enérgica
mente que rodos los pacientes neuróticos habían sufrido abusos sexuales en su temprana infancia. Con
el tiempo, abandonó esta teoría en favor de la posmra que mantuvo en adelante. En la nueva teoría,
al igual que en la antigua, los síntomas neuróticos eran provocados por secretos sexuales que bullían
�· se acumulaban en el inconsciente. Pero existía una diferencia crucial. Según la nueva visión de Freud,
los pacientes neuróticos no habían sufrido ningún abuso real por parre de otra persona; al contrario,
eran ellos mismos los que habían fantaseado con encuentros sexuales ilícitos para luego reprimir sus
recuerdos acerca de tales fantasías. Este importante cambio de énfasis, que lo llevó desde el trauma
mflig1do por arra persona al desorden psíquico que surge del interior, condujo a Freud al complejo de
Edipo y el psicoanálisis empezó a crecer en la dirección que actualmente conocemos.
. ¿Por qué Freud cambió de idea? La respuesta convencional, expresada al principio por Freud y repeti
da sumisamente a lo largo de las décadas, fue que llegó a la conclusión de que las historias de sus
56
El poder de la convicción
más conocido. Pese a haber sido un entusiasta seguidor de Freud, se retractó hace
años. Su autodesprogramación ha dado como resultado una serie de mordaces
ensayos; muchos de ellos reunidos, en 1 9 8 6 , en un volumen titulado Skeptical
Engagements y, en 1 995, en el libro The Memory Wlars. Sereno y de apariencia
profesora!, Crews es en realidad un luchador tenaz. Muchos de sus rivales psico
analistas consideran su desdén hacia Freud como un síntoma que requiere diag
nóstico y no como un argumento que exige res p ue sta s Afirman que la crítica de
.
Crews no tiene ninguna relación con la calidad del pensamiento de Freud y que,
por el contrario, es una clara manifestación de la furia de Edipo contra la figura
del padre, cuya influencia Crews trata de resistir desesperadamente.
Frank Cioffi, antifreudiano agudo e implacable, ha centrado su atención en
el estilo de las argumentaciones de Freud. Sostiene que Freud fue un pseudocien
tífico y que el psicoanálisis, a pesar de sus adornos intelectuales, es, como la astro
logía, una teoría de charlatanes.
Existen estudiosos que han hecho afirmaciones similares, pero suelen fijarse
, en otras cuestiones, como establecer si el psicoanálisis hace predicciones o simple
mente proporciona explicaciones cuando el acontecimiento ya ha sucedido, igual
que los periodistas especializados en economía cuando discuten sobre las opera
ciones de bolsa del día anterior. Cioffi toma un rumbo ligeramente diferente. -o
se queja de que Freud evite las predicciones -al contrario,' en el psicoanálisis éstas
abundan: cada sueño terminará representado un deseo-, sino de que establezca
las reglas que definen lo que es una evidencia según le convenga. Para Cioffi, la
calificación de pseudociencia no hace referencia a lo que el psicoanálisis afirma,
sino a la forma como reúne las pruebas para demostrarlo.
Cioffi cita al escritor científico Martín Gardner cuando habla sobre la pira
midología, una doctrina absurda, popular en otro tiempo, que sostiene que la
medición cuidadosa de la Gran Pirámide revela varios secretos de la naturaleza:
pacienres no podían sostenerse. Evidenremenre, el abuso sexual no podía ser tan común. Freud se había
dejado llevar. Una argumenración posterior, defendida por el psicoanalista renegado jeffrey Masson,
acusaba a Freud de cobardía moral. Temeroso de que sus colegas lo condenaran al ostracismo por la
publicación de verdades desagradables sobre el abuso sexual infantil, traicionó a sus pacientes y des
cartó sus recuerdos y fantasías.
¿Qué versión de los acontecimientos es la correcta ? La respuesta está documentada en los trabajos cita
dos en las notas finales. Quizás, la más atractiva la encontremos en el escrupuloso esrudio Seductive
.\o1irage, de Allen Esterson. Esterson demuestra, más allá de una duda razonable, que ni la versión de
Freud ni la de Masson pueden ser correctas. Freud no rechazó los informes de sus pacientes sobre los
abusos, ¡porque que no existían tales informes! Existían, sin embargo, más colchas: Freud compuso sus
historiales clínicos uniendo los fragmentos de los recuerdos de los pacientes y creando relatos que luego
les atribuía a ellos. "La pregunta que podríamos habernos planteado [los críticos! - señaló Frederick
Crews- no es ¿estas historias son verdaderas?, sino ¿qué historias?"
57
La locura en el diván
Si usted se pone a medir una estructura complicada como la Pirámide, tendrá rápi
damente al abasto un montón de longitudes con las que jugar. Si usted tiene la pacien-
. cia suficiente para jugar con ellas de distintas maneras, no tardará en descubrir
muchas cifras que coinciden con importantes números en las ciencias. Como no está
sujeto a ninguna norma, sería realmente extraiio que esta búsqueda de las verdades
de la Pirámide no alcanzara un éxito considerable.
Tomemos la altura de la Pirámide, por ejemplo. Smyth la multiplica por diez a
la novena potencia para obtener la distancia que nos separa del Sol. EL nueve es aquí
puramente arbitrario. Y si un sencillo múltiplo no le revela la distancia que nos sepa
ra del Sol, podría probar con otros múltiplos para ver si acertaba la distancia a la que
se encuentra la Luna o la estrella más cercana o cualquier otra cifra científica.
58
El poder de la conviccion
. }
59
SEGUNDA PARTE
El auge
del p sicoanálisis
- '
CAPÍTULO TRES
La cresta de la ola
Las luces del cine se apagaron y los destellos procedentes de la cabina del opera
dor iluminaron la pantalla. La película qio comienzo con una nota explicativa:
··.:\uestra historia habla sobre el psicoanálisis, el método con el cual la ciencia
moderna trata los problemas emocionales de las personas cuerdas. El analista sólo
procura inducir al paciente a hablar sobre sus problemas ocultos para abrir las
puertas cerradas de su mente. Una vez que los complejos que han estado pertur
bando al paciente se descubren y se interpretan, la enfermedad y la confusión des
aparecen, y los demonios de la sinrazón son expulsados del alma humana".
Estábamos en 1945. La película era Spellbound, de Alfred Hitchcock, y el
rírulo parecía especialmente adecuado, puesto que una nación entera estaba a
punto de caer bajo el hechizo de esta nueva y exótica ciencia.,:. " Recuerdo estar
\·iendo a lngrid Bergman en ... -aquí Leon Eisenberg, antiguo jefe del
Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Harvard, levanta la voz e imita
el magnífico y rotundo tono de un locutor- Spellbound.'"' ':· Al recordarlo,
Einsenberg sonríe de forma encantadora. "Ahora bien, nunca llegué a creer que
iba a ser analizado por Ingrid Bergman --continúa casi con timidez-, pero tengo
que decir que una preciosa y encantadora mujer como ella ... "
• La película se estrenó en España con el rírulo Recuerda, aunque la traducción literal de spe/lbound
es hechizado. (N. de la T. )
•·• E l guión d e l a película era de Ben Hechr, q u e s e sintió fascinado por e l psicoanálisis duranre déca·
das. La elaborada secuencia del sueño de la película fue creada por Salvador Dalí.
63
La locura en el diván
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La cresta de l a ola
65
La locura en el diván
¿Por qué Freud? ¿Por qué Norteamérica? ¿Por qué los cincuenta? Después de
todo, Freud planteó sus ideas principales en 1900, en el trabajo que consideró su
obra maestra, La interpretación de los sueños. ¿Por qué su influencia alcanzó el
cenit medio siglo más tarde y a medio mundo d e distancia de Viena?
En principio, la respuesta tiene relación con la observación general según l a
cual después d e la Segunda Guerra Mundial los psicoanalistas estaban en Estados
Unidos. La historiadora Laura Fermi se ha encargado de explicar con detalle esta
t�iste historia en lllustrious Immigrants, un informe sobre la diáspora intelectual
que acompañó al ascenso de Hitler al poder. " E l psicoanálisis europeo se encon-
66
La cresta de la o l a
=.-.o en la poco envidiable situación d e ser l a única disciplina, que yo sepa, que
:--r.:.er estuvo a punto de exterminar en la Europa continental", escribió Fermi. La
..:1edad Psicoanalítica de Viena, por ejemplo, se las arregló para sobrevivir hasta
1 �3-. En aquel último año, la sociedad psicoanalítica más importante de la
=:.::opa de la época todavía contaba con 69 miembros; en 1 945, sólo tres miem
�: 5 de aquel grupo permanecían en Viena. De todos aquellos psicoanalistas que
�aparon de Hitler con vida, dos tercios terminaron en Estados Unidos. Al final
�e !a Segunda Guerra Mundial había más psicoanalistas en Estados Unidos que en
e resto del mundo.
Pero la concentración de psicoanalistas en Norteamérica es sólo una parte de
, historia. ¿Por qué triunfaron en Estados Unidos estos analistas desarraigados (y
,.15 colegas norteamericanos)? Las ideas freudianas llegaron a Estados Unidos
::1ucho antes de la Segunda Guerra Mundial; su difusión comenzó con las conferen
.::.as de Freud en la Universidad de Clark en 1909. Sin embargo, más que una pro
-:.mda lealtad, en sus primeros días el psicoanálisis inspiró un escalofrío de delicioso
�:revimiento. En 1 9 1 3, por ejemplo, Ben Hecht (más tarde famoso por las películas
:,.ont Page y Spellbound) escribió en Chicago un reportaje periodístico sobre las
.l?Qrtaciones vienesas. El editor de Hecht se sintió conmovido. Las doctrinas de
rreud, exclamó con alegría, eran "mucho más absorbentes que nuestro concurso de
quintillas humorísticas". La nueva teoría tenía, literalmen'te, sex appeal. " Nuestros
.ectores se estremecerán al descubrir -añadió el editor- que son lunáticos en
;-otencia, que desean apuñalar a sus padres o irse a la cama con sus madres. '"'
En los felices años veinte, cuando el sexo estaba en todas partes, ahí estaba
Freud. "La psicología freudiana inundó el campo [de la psiquiatría] como una
marea creciente -se quejaría más adelante un consternado rival-, y el resto de
nosotros nos quedamos sumergidos como almejas enterradas en la arena por la
marea baja." Pero cuando la Gran Depresión empezó a dejarse sentir, la mayoría
de norteamericanos tuvieron que dedicarse a asuntos más urgentes. Excepto en
:\ueva York, y en uno o dos centros intelectuales más, el psicoanálisis se convir
tió en una moda del ayer. Después una o dos décadas de ser el centro de atención
de rodas las miradas, Freud pasó de moda. A pesar de todo, como veremos a con
tinuación, el psicoanálisis no desapareció, sino que permaneció enterrado. Porque
\·olvió a emerger, transformado y más asequible que nunca, justo después de la
Segunda Guerra Mundial.
• Los vieneses se mostraron tan intrigados como los norteamericanos. En 1893, Freud escribió a su
amigo Wilhelm Fliess afirmando que "el comercio sexual atrae a personas que están aturdidas y que
luego se marchan satisfechas después de exclamar: '¡Nadie me había pedido eso ames ! ' . " .
67
La locura en el diván
Una de las razones más importantes para que se produjera este resurgimien
to fue la guerra. La revelación de los horrores nazis tuvo innumerables efectos.
l:Jno de ellos fue contaminar, durante años, el campo de la genética. ¿Quién iba a
querer estudiar temas como las similitudes entre gemelos sabiendo que su prede
cesor en este campo era el doctor Mengele? El resultado fue que, a la hora de
explicar el comportamiento humano, el psicoanálisis y otras ciencias blandas no
se encontraron con ningún obstáculo.
Por añadidura, la condena del psicoanálisis por parte de Hitler, que lo consi
deró una ciencia judía, se convirtió en una especie de insignia de honor, y la estre
cha relación de Freud con los más oscuros rincones del corazón humano ganó cre
dibilidad. Ya en mayo de 1 933, en Berlín, Hitler arrojó los escritos de Freud y
otros textos psicoanalíticos a la hoguera. El mismo Freud escapó con dificultad de
los nazis. Permaneció en Viena hasta junio de 1 93 8 , cuando, finalmente, a la edad
de ochenta y dos años y enfermo de cáncer, huyó a Londres. Sus cuatro hermanas
perecieron, con más de setenta años, en los campos de exterminio nazis.
En un sentido más amplio, el incomparable horror de la guerra hizo al
mundo más receptivo a las intuiciones del psicoanálisis. Cuando los aliados vieron
por primera vez los campos de exterminio nazis, se echaron atrás con repulsión e
incredulidad. El holocausto exigía una explicación de las motivaciones humanas
mucho más profunda de la que nadie había podiob proporcionar. Ante la eviden
cia irrefutable de una cultura que se había trastornado -y no precisamente cual
quier cultura, sino la que creía encarnar los más profundos y civilizados valores
de Europa-, surgió la tentación de recuperar una teoría que se centraba en los
impulsos animales que habitan en nuestro interior. Parecía demostrado que la civi
lización era sólo un barniz, y el psicoanálisis proclamó conocer mejor que nadie
lo que burbujeaba y supuraba por debajo de esta reluciente superficie.
La guerra contribuyó a que el psicoanálisis resurgiera de una forma nueva.
Sujetos a horrores indescriptibles e ineludibles, los soldados sucumbieron al shock
del bombardeo (en lenguaje moderno, síndrome de estrés postraumático). En
África del Norte, por ejemplo, el shock del bombardeo fue la causa de un tercio de
las bajas en combate. Sus víctimas vivían atormentadas por pesadillas, irrupciones
de llanto y repetidos ataques de terror. La tarea de los psiquiatras del ejército era
devolver a las trincheras al mayor número de hombres lo más rápido posible.
Lo hicieron muy bien, y se les felicitó por su trabajo. En total, el 60 por cien
to de los soldados que sufrieron esta crisis volvieron a cumplir con su deber en un
plazo de dos a cinco días. El tratamiento consistía en una especie de sesión psico
� nalítica rápida y de dudosa efectividad. "Parece absurdamente sencillo" , explicó
un corresponsal de guerra en el New York Times. "El médico asegura con delica-
68
La cresta de la o l a
.:eza al paciente que todo va bien, que está a salvo. Utiliza un tono suave y una
�epetición constante hasta que el paciente se duerme. Y funciona ... Hipnosis . . .
a,·uda a que e l paciente hable d e s u caso. Cuando habla sobre ello l o suficiente en
Jgar de guardarlo en su interior, gana la batalla . "
Los psiquiatras y e l público sacaron muchas conclusiones d e estos relatos. E n
F�mer lugar, dramatizaron l a utilidad del psicoanálisis d e forma que nadie pudie
...: eludirla. (Historias similares sobre la Primera Guerra Mundial también tuvie
--!1 su peso en el auge de la popularidad del psicoanálisis durante la posguerra.)
E..1 segundo lugar, los relatos sobre el shock del bombardeo demostraron que los
f:: blemas emocionales podían superar a cualquiera que se viese atrapado en un
puro lo suficientemente grave. Después de todo, los soldados eran norteamerica
-:>s con temple, que habían entrado en el ejército con un evidente estado de buena
�Jud. La crisis de estos saludables jóvenes parecía ser la prueba de que la salud de
�•a persona está más condicionada por el entorno que le rodea que por su propia
_ nsrirución. Esta idea era muy importante y sus implicaciones sobrepasaban el
:ampo de batalla. Algunos psicoanalistas se preguntaron, por ejemplo, si los llan
-os y los delirios esquizofrénicos podían equipararse a los de las víctima.s del shock
.;e/ bombardeo, con la excepción de que sus batallas se libraban con parientes y
69
La locura en el diván
activo seas, más exitoso resultará. " Según Coleman, el gran error consistió en
suponer que lo que ayudaba a un psicoanalista activo también ayudaría a un
paciente con una grave enfermedad mental. Pero si no hay líneas divisorias entre
nosotros y ellos, ¿por qué no iba a ser así?
La identificación entre médico y paciente fue otro de los rasgos más atracti
vos del psicoanálisis. "Los psiquiatras anteriores a Freud, y los que convivieron
con Freud pero no compartieron sus ideas, eran a menudo entomólogos, colec
cionistas de mariposas" , afirma Leon Einsenberg, psiquiatra pero no psicoanalis
ta de la Universidad de Harvard. '"Este paciente encaja en esta categoría; veamos
qué síntomas tiene el paciente.' Les gustaba llevar' ál paciente a una sala llena de
estudiantes y decir algo provocativo para que enseñara sus alas, sus delirios o lo
que fuese."
"No eran necesariamente crueles -continúa Eisenberg-, pero trataban a
los pacientes como si fueran cosas u objetos. Por el contrario, los analistas inten
taban aceptar y sugerir que eran personas cuyos trastornos tenían raíces, signifi
cados e historia, y que no eran tan diferentes de nosotros. Esta actitud condujo a
cierto tipo de compasión. "
Según los admiradores d e Freud, ésta era una lección directamente aprendi
da de su mentor. La grandeza de Freud, insistían, fue tanto moral como médica.
"Freud podría ser denominado, con más propiedad que Lincoln, el Gran
Emancipador", escribió en 1 960 Walter Kaufmann, filósofo de la Universidad de
Princeton. "Nadie antes que él consiguió dar forma a la noción de que todos los
hombres son iguales. Los criminales y los dementes no son demonios disfrazados,
sino hombres y mujeres que tienen problemas similares a los nuestros; y aquí esta
mos, debido a una experiencia u otra, usted y yo."
Existe otro factor que, añadido a su atractivo moral, fue crucial para la
popularidad del psicoanálisis. E n Estados Unidos, l a polémica entre naturaleza y
70
La cresta de la o l a
-�;-eramento . Por ejemplo: ¿la diferencia entre un niño tímido y otro extro-
- ...o 5e debía a la formación que habían recibido (educación) o a su constitu-
.:x;o y características biológicas (naturaleza) ? En realidad, el asunto era mucho
�� � mphcado. La pregunta subyacente cuestionaba si éramos prisioneros de la
�.:.1 o agentes libres capaces de determinar nuestro propio destino. Los psico
c::;L ;as. que destacaban la importancia de la introspección y centraban su aten-
- ::-:1. .os recuerdos de la niñez y asuntos tales como el destete y las rutinas de la
�üe personal, parecían caer de lleno en el bando de la educación.'' Tal como
es::a .a.n las cosas, la educación era el bando que había que defender, y el psicoa
__,• se encontraba, una vez más, entre los ganadores.
En Estados Unidos, el debate entre naturaleza y educación se planteó seria
�:e a principios de siglo, a raíz de la polémica sobre la política de inmigración.
_ - :.eamérica, escuchábamos continuamente desde el bando de la naturaleza, se
es;.¡�a nendo amenazada por la afluencia de razas inferiores, entre las que desta
.:a..:.a;:¡ l os judíos. Una nación basada en los fuertes y auténticos pilares del Norte
::e ,:::.1ropa recibía ahora la amenaza estrafalaria de una clase inferior que prove
.:._ .:e los peores rincones del planeta. Tonterías, insistían las fuerzas de la educa -
-: -e trataba de un prejuicio que se disfra�aba de ciencia; ninguna cultura era
tr� •:secamente mejor o peor que otra.
Tal vez inevitablemente, el debate acabó afectando a la antropología. ¿ Quién
-e r que un antropólogo para responder a la pregunta de si el comportamiento
=:.a mnaro o adquirido? En 1925, una licenciada de veintitrés años llamada
t::garet Mead zarpó hacia Samoa. Cuando volvió trajo consigo un estudio que
-�;aldaba el punto de vista de la educación y que se convirtió en uno de los libros
-as mfluyentes del siglo. El supervisor de la tesis de Mead fue el reconocido antro-
:- .ogo Franz Boas. Catedrático de la Universidad de Columbia, Boas era uno de
• El m1smo Freud cambió de bando en el debate entre naturaleza y educación. En los inicios de su
:::.e...- ;a arguyó que la neurosis de los adultos era la consecuencia de los abusos sufridos en la niñez,
�:¡ces» que provenían del exrerior. El enfoque de Freud se cenrró en los aconrecimienros paniculares
& Jo-; pnmeros años de vida de un individuo y, por lo ramo, en la educación. Con el riempo, sin embar
- ;:..¡ando Freud declaró que la neurosis era el resultado de fantasías sexuales y no de sucesos reales,
-•;ladó su arención del mundo exterior a los impulsos innatos. Ahora se cenrraba en los insrinros
_;:-::e.ramenre compartidos por todos los seres humanos y, por lo tanro, en l a naturaleza. "Todos los
�=.:Itas, no solamente los que fueron importunados de niños, sufren a causa de impulsos sexuales con
.- .::::1\'0S " , afirmó Freud según el informe de los psicoanalistas Stephen Mitchell y Margarer Black. "La
;;e:-..-uahdad puede ser problemática no sólo cuando se presenra con precocidad; algo en la misma naru
-:M�z.a de la sexualidad humana es problemático y produce conflictos inevitables y universales."
71
La locura en el diván
* El idílico retrato de la vida en Samoa ha sido posteriormente demolido por el antropólogo Derek
Freeman en el libro Margaret Mead and the Heretic. Lejos de ser el paraíso del amor libre descrito por
Mead, donde "la idea de la violación o de cualquier acto sexual no consentido por ambas partes es
toralmente desconocida " , Samoa cuenta con una de las rasas de violación más airas del mundo. Resulta
que Mead fue fácilmente engañada por sus informantes adolescentes. Freeman llegó a localizar a una
de ellas, ahora una anciana, que le confesó: "Los científicos deberían tener cuidado con las informa
ciones que les proporciona la gente. Tendrían que examinarlas a fondo y asegurarse de que les dicen
la verdad. y de que no les están tomando el pelo " .
72
La cresta de la ola
Como resultado, el público percibió una relación cada vez más estrecha entre
...;. antropología y el psicoanálisis y, de esta forma, tendió a identificar el psicoa
_.._l SIS con l a teoría de la educación. (Los vínculos eran tanto personales como teó
-.::.;s . Cuando en 1 93 9 nació la hija de Mead, Catherine, ésta eligió a Benjamin
·.;::xk como pediatra "porque se había psicoanalizado " ) .
Incluso antes d e l a Segunda Guerra Mundial, e l bando a favor d e l a educa
- -·z era el bando correcto. Entre los que imponían la moda intelectual, defender
,_¡ :eoría de la educación significaba estar a favor del progreso y de la tolerancia.
De:ender la teoría de la naturaleza significaba volver al pasado y pensar a la anti
:-.;.a . Sin embargo, con el triunfo de los nazis y su adhesión homicida a la teoría de
- 1:Jturaleza, el debate terminó. La doctrina de la supremacía de la raza aria pos-
-
__ aba que incluso un judío integrado, cuyos antepasados no hubieran conocido
::a patria que Alemania, era racialmente inferior, estaba biológicamente conta
-�:J.ado y, por este motivo, debía ser condenado a muerte. Ninguna persona
.::c-.::ente podría soportar esta forma de pensar. Desde el momento en que el nazis
-:ü se alineó en el bando de la naturaleza, la antigua identificación entre el psico
�alisis y la educación confirió a este último una incalculable fuerza moral.
- '
73
C A P Í T U L O C U AT R O
Gloria y esperanza
- KARL MEt\'NINGER
El atractivo intelectual del psicoanálisis era tan profundo como su atractivo moral.
Desde el comienzo, desde los días de Thomas Mann y Walter Lippmann, la teoría
había convencido a muchos de los mejores y más brillantes pensadores. En
Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, esta atracción intelectual
creció con más fuerza que nunca debido, en gran medida, a que el psicoanálisis era
una teoría sin apenas rivales. La psicología académica, con sus recovecos e inves
�gaciones sobre los reflejos condicionados, no tuvo demasiado éxito; para muchos
1óvenes ambiciosos sólo representaba un minúsculo campo destinado a aquéllos
que querían estudiar ratas y palomas. Y para los científicos, la psiquiatría con
,·encional no se les antojaba mucho más atractiva, puesto que a los pacientes ague
l ados de neurosis solamente les ofrecía una cura basada en el reposo y otros tópi
.:os; y a los enfermos más graves, la opción de algún procedimiento tan dudoso y
peligroso como la terapia de shock.
"En aquellos días, ¿de qué tratamientos médicos disponía la psiquiatría ? " ,
pregunta Lean Einsenberg. "Bueno, sólo disponía del electroshock", contesta res
pondiendo a su propia pregunta. "La cuestión es la siguiente: estábamos aplican
do un tratamiento empírico, nadie sabía por qué demonios funcionaba y no fun
CIOnó como era de esperar. En algunas ocasiones fue como un hechizo; Dios mío,
rue un milagro", Eisenberg, un animado conversador, se siente tan asombrado por
el recuerdo de un antiguo paciente que lo evoca como si lo tuviera delante. " Y
'uego, en otras ocasiones, el enfermo se sometía a shocks y más shocks y. . . nada."
Eisenberg repasa una lista de tratamientos de hace cuarenta años, y luego
resume la situación del pasado con un gemido lastimero. "No podías hacer nada,
e:xcepro mirar y proporcionar atención humana", se lamenta. " Éste es el motivo
75
La locura en el diván
Esto dejaba el campo despejado. En los años cincuenta y sesenta, si eras inte
ligente y ambicioso, y tenías la vocación de curar al prójimo, el psicoanálisis era a
lo que debías dedicarte. Allan Hobson, un psiquiatra de la Universidad de
Harvard que se convirtió en residente en 1960, recuerda la gran excitación de
aquellos días con un susurro jadeante. "La razón de que veinticinco personas de
mi clase de la facultad de medicina entraran en psiqúiatría -afirma levantando
las cejas y agitando el aire con las manos-, veinticinco personas en una clase de
ciento veinticinco, cuando hoy en día no serían más de tres o cuatro, fue que todos
pensábamos que el psicoanálisis era la cosa más grande que se había descubierto
desde el pan de molde. Estábamos completamente enganchados."
Donald Klein, un renombrado psiquiatra de la Universidad de Columbia, apro
ximadamente de la misma edad que Hobson, lo expone de forma directa. " Quería
ser psicoanalista porque era el juego más interesante que había en la ciudad -afir
ma-, y porque los analistas eran las personas más interesantes de la ciudad."
El mismo Freud j ustificaba una parte de este encamo. Mucho tiempo después
de su muerte, su obra seguía siendo ran atractiva como siempre. Hobson, por
ejemplo, fue un adorador de Freud en la universidad, y elaboró su tesis doctoral
sobre Freud y Dostoievski. Además, en la década de los cincuenta las teorías de
Freud habían sido desarrolladas y ampliadas con muchas otras, y los analistas
podían presumir de una lista de logros que se extendería en las décadas posterio
res. Sin perder de vista a Freud, habían creado una amplia teoría que no sólo deja
ba al descubierto la verdadera naturaleza de las neurosis y las psicosis, sino que
tambi.én explicaba el significado de los sueños, los orígenes de la guerra, los moti
vos que llevan a un hombre a jugar o a beber, las fuentes de las creencias religio-
76
Gloria y esperanza
77
La locura en el diván
• Fue un tapicero, y no los cardiólogos, quien señaló el extraño modo en que se desgastaban las sillas
de la sala de espera. Los cardiólogos ignoraron esta observación para volver a recordarla cuatro o
cinc;:o años más tarde, cuando sus propias investigaciones parecían demostrar una relación entre las
enfermedades del corazón y la impaciencia.
78
Gloria y esperanza
Ésta parecía ser una clara advertencia de que el carácter determinaba el destino.
Ser agresivo, ambicioso y conducir rápido significaba, al parecer, que ibas a sufrir,
.irremediablemente, un ataque al corazón.
A diferencia del psicoanálisis, que tomaba como punto de partida nociones
que pueden parecer extravagantes --cualquier chica joven se siente imperfecta por
que carece del glorioso adorno de su hermano-, la medicina psicosomática tenía
un sentido intuitivo. Todos sabemos que nuestras emociones afectan a nuestro cuer
po; nadie que alguna vez se haya sonrojado puede desmentirlo. La evolución nos
ha diseñado de tal manera que experimentamos la alegría, la sensualidad y el terror
acompañados por un familiar aluvión de cambios corporales. En las emergencias,
por ejemplo, nuestros corazones laten más rápido y con más fuerza, nuestros mús
culos piden un suplemento extra de sangre, nuestras plaquetas se vuelven más pega
josas para evitar que sangremos hasta la muerte si un atacante nos muerde. Se trata
de una buena táctica para alguien que esté huyendo de un león. Sin embargo, es
fácil imaginar que si una persona permanece en un estado crónico de pánico -si
dispara la alarma cada vez que surge un obstáculo o que un cliente rompe un
pacto-, este implacable desorden interno puede resultar arriesgado.
Esta idea vaga, pero plausible, está asociada a dos nombres en particular. El
primero es Franz Alexander, u n reconocido psicoanalista alemán muy corpulento
y con el pelo al rape, Alexander era audaz y ambicioso -el mismo Freud había
predicho que haría grandes cosas-, e irrumpió en la escena norteamericana en
1930, pregonando su intención de poner al "psicoanálisis en la palestra " . Estaba
completamente seguro de sí mismo, impulsado por la convicción de que, tal como
dijo, "en lo principal, tú tienes razón y el mundo está equivocado". (En cursiva en
el original.)
La otra gran figura de la medicina psicosomática fue una doctora de la
Universidad de Columbia llamada Helen Flanders Dunbar. Su primer libro influ
yente fue Emotions and Bodily Changes, publicado en 1 9 3 5 . Era una visión de
conjunto más que un trabajo de erudición original y parecía aunar lo mejor de los
dos mundos, combinando la idea freudiana de que los síntomas revelan mensajes
simbólicos con un enfoque médico más convencional sobre los cambios bioquími
cos implícitos en la enfermedad.
Dunbar era psicoanalista, estudiosa de Dante, teóloga y, según la curiosa
frase del historiador médico Nathan Hale, "una atractiva y enérgica jorobada" .
Explicó sus teorías e n una interminable serie de charlas, libros de divulgación
general y artículos. La idea principal de sus teorías era que la gente caía enferma
por elección y no por casualidad. "Ellos lo piden", explicó Dunbar en 1 947 en un
libro titulado Mind and Body, en el que comparó a las personas que enferman con
79
La locura en el diván
los niños que salen al exterior sin cazadora y luego tienen fiebre. "Lo han pedido
-insistía Dunbar-, y en los rincones ocultos de su mente incluso han elaborado
un proyecto de la enfermedad que quieren. Seleccionan síntomas de la misma
forma que la gente sana selecciona trajes, pensando cuidadosamente en el estilo,
la conveniencia y el efecto que causará sobre los demás. No obstante, muchos no
saben que lo han hecho. "
E l punto principal era que l a enfermedad constituía una elección. "Hombres,
mujeres y niños sólo padecen enfermedades o molestias a causa de lo inadecuado
de sus propias personalidades (o las de sus padres) . " ¿Por qué escogen estar
enfermos? La respuesta era fácil. Muchos pacientes estaban "buscando compen
saciones por la negligencia o severidad que habían sufrido durante la infancia".
Sin embargo, otros eran "mocosos consentidos que buscaban en el lecho del enfer
mo el único sustituto disponible a la época de los mimos que gozaron siendo
niños". La cura que proponía Dunbar era tan sencilla como su diagnóstico. "Los
enfermos superan los síntomas -explicó- cuando las dificultades de su persona
lidad se subsanan, esto es, cuando se les ayuda a convertirse en la clase de perso
nas que tienen la capacidad de ser."
Dunbar se centró en casi todo el universo médico. Interpretó las enfermeda
des del corazón y la diabetes, el asma y la fiebre del heno, las úlceras y las migra
ñas. Y llegó a estas conclusiones, que lo abarcaban todo, a través de una pregunta
comparativamente limitada. ¿Qué factores emocionales -se planteó Dunbar
explican las enfermedades del corazón y la diabetes? Durante cinco años se dedicó
a estudiar a todos los pacientes ingresados en un gran hospital de Nueva York. Con
el fin de descubrir qué distinguía a los pacientes cardiovasculares y diabéticos, tuvo
que compararlos con un grupo de gente sana. Pero la gente que estaba fuera del
hospital no parecía muy dispuesta a perder el tiempo participando en las investiga
ciones de Dunbar. ¿Dónde podría encontrar a un público cautivo de gente normal?
Dunbar se dio cuenta de que la respuesta estaba delante de ella. Y el estudio
de las víctimas de accidente hospitalizadas le permitió investigar a un sector hete
rogéneo de la sociedad a sus anchas. Pero lo más sorprendente, y el factor más
importante de su carrera, fue el descubrimiento de que la mayoría de los acciden
tes no eran, ni mucho menos, accidentales. ( Este acontecimiento también supuso
el fin de los intentos de Dunbar por encontrar grupos de control que confiriesen
validez a sus comparaciones.) "Sólo alrededor del 1 0 al 20 por ciento de rodas
estas lesiones, morrales o no, han sido provocadas por accidentes accidentales",
informó. "El resto están vinculadas a la personalidad de la víctima." Aunque los
pacientes creían "ser víctimas de la mala suerte o de algún castigo divino, en rea
lida d habían sido atacados por sus propios conflictos emocionales" .
80
G l o r i a y esperanza
81
La locura en el diván
Estamos preparados para contestar por qué y cómo un deseo reprimido hacia la figu
ra de la madre puede provocar un espasmo de los bronquios, base fisiológica de los
ataques de asma. Partiendo del estudio de un caso psicoanalítico, E. Weiss adelantó
la teoría según la cual el ataque de asma representa un llanto reprimido por la
madre. . . Esta opinión ha sido avalada por el hecho de que muchos pacientes de asma
reconocen espontáneamente que para ellos es difícil, llorar. . . La represión del llanto
provoca dificultades respiratorias que pueden ser observadas en el caso del niño que
procura controlar la urgencia de las lágrimas o que después de un prolongado perío
do de fútiles tentativas intenta dejar de llorar. Los familiares resuellos y la disnea, que
aparecen con fuerza, son similares a un ataque de asma.
" Adelaide pudo haber estado en lo cierto. En diciembre de 1996, Sheldon Cohen, un psicólogo de la
Carnegie Mellan University de Pittsburg, reveló al público de una conferencia en el National Institute
of Health que había descubierto que la gente que sufría "conflictos sociales permanentes" durante un
mes o más tiempo, era más vulnerable a los catarros que la gente que no padecía tal estrés.
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Gloria y esperanza
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La locura en el diván
Éstos queman algunas páginas para calcular cuánto calor despiden, y llevan a cabo
un análisis químico para averiguar su composición. Descubren restos de carbón,
nos señal"a Kety con malicia, pero desechan estas manchas como impurezas y
nunca identifican la tinta, elemento esencial de un libro.
Kety continúa. Los biólogos moleculares, los fisiólogos y los físicos pierden
la pista a través de medios distintos y elaborados. (Los físicos, por ejemplo, for
mulan complejas ecuaciones para describir el modo en que se mueven las páginas
al sacudir el libro.) "Finalmente, y a la desesperada, llevan el libro a un psicoana
lista con la esperanza de que él sea capaz de leerlo." Y así lo hace, triunfando en
aquello en lo que sus intolerantes rivales científicos habían fracasado.
Al final de la fábula, Kety afirma que en ningún momento pretendió "subesti
mar la enorme importancia y las grandes contribuciones aportadas por la bioquími
ca, la biofísica y las ciencias biológicas en general". Después de aclarar este punto
en concreto, Kety da un toque final a su cuento con una moraleja: "No siempre nos
acercamos a la verdad cuando fragmentamos, homogeneizamos y aislamos".
El sentimiento que se desprende del texto no es lo más importante. Ideas
semejantes formaban parte de la poesía romántica ("No sé, y no trato de saber/
Cuáles son las fórmulas de la belleza" ). Y el mensaje que transmitía era común
entre los psicoanalistas, que tendían a tratar a los científicos de modo muy pare
cido a como las clases altas inglesas lo hacían con los que-�e ensuciaban las manos
en el comercio. Pero no olvidemos que este cuento no es fruto de un poeta ni de
un psicoanalista, sino de un destacado científico cuya misión explícita era acer
carse a la verdad fragmentando, homogeneizando y aislando.
Algunos de los contemporáneos de Kety, también investigadores orgullosos
de sus opiniones científicas, cayeron bajo el mismo hechizo. " Siento vergüenza al
admitir -escribió Jerome Kagan, u n eminente psicólogo de Harvard- que repe
tí a mi primer grupo de psicología infantil lo que me enseñaron en la carrera. Les
dije con absoluto convencimiento que a algunos niños les costaba aprender a leer
porque interpretaban el acto de la lectura como un comportamiento agresivo
hacia sus padres."
Al recordar este tipo de episodios, los entrevistados hablan con el pesar de
unos profesionales de mediana edad interrogados sobre las j uergas y borracheras
de su época de estudiantes. (El mismo Kety rechazó con rapidez su propia pará
bola y siguió disfrutando de una larga y prestigiosa carrera científica. A los ochen
ta años, todavía se le podía encontrar trabajando a diario en el National lnstitute
of Mental Health.) En explosiones de contagio mental que nadie ha conseguido
explica�, hombres y mujeres equilibrados sucumben ocasionalmente a una excita
ción vertiginosa, cuando sucede algo inesperado en la bolsa, por ejemplo, o cuan-
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G l o r i a y esperanza
Entre todas las características que hacían atractivo al psicoanálisis, una tenía
;nás peso que las demás. El psicoanálisis ofrecía esperanza, una esperanza que iba
más allá del campo de la medicina. Según los recuerdos moderadamente exagera
dos del psiquiatra Roben Coles, en la década de los cincuenta "se nos enseñó o se
nos empujó a creer... que si combinábamos diez años de psicoanálisis con el j uego
hberal de la economía, ¡caray!, podríamos encontrar el cielo a la vuelta de la
esquina ". En Norteamérica, la tierra de las oportunidades y del hombre que deci
de su destino, el psicoanálisis no tenía límites.
Allan Hobson cree que el momento de mayor esperanza, cuando el psicoa
nálisis alcanzó la cima, fue 1960. " Kennedy acababa de ser elegido presidente
recuerda-, el político liberal más eficaz e inteligente que Estados Unidos haya
tenido nunca, y en el ambiente se respiraba una especie de mesianismo nacional."
Hobson es un hombre de aspecto aseado con largos cabellos blancos y ralos, y una
nariz larga y delgada que unos asaltantes le deformaron hace décadas. Es un con
versador enérgico, que grita con ira y vocifera con incredulidad, y agita las manos
como si intentara elevarse en el aire. Recuerda los días gloriosos del psicoanálisis
no como un cínico que observa el drama desde la orilla, sino como alguien que fue
atrapado por la inundación.
"Pasaron factura a la enfermedad mental sin oposición. Se iban a construir clí
nicas de salud mental a lo largo de todo el país", ahora Hobson se muestra incrédu
lo y su voz ha alcanzado el sonido de un inaudible pitido. " ¡ Eso iba a resolver el pro
blema de la pobreza! Toda esa gente era pobre porque no habían sido analizados. No
bromeo. Se le vendió la moto al Congreso con estos argumentos. Aquél que tuviese
la suerte de ser psicoanalizado se convertiría en un auténtico norteamericano."
Resultó doblemente irónico que Norteamérica se aficionara al psicoanálisis
con más entusiasmo que cualquier otra nación, y que Norteamérica eligiera el
optimismo como rasgo más atractivo. Porque Freud fue un pensador profunda
mente pesimista y porque detestaba en gran medida a Estados Unidos.
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La locura en el diván
86
G l o r i a y esperanza
Esta cruel verdad, insistió Freud, era indiscutible. El hombre es "una bes
:ta salvaje que no tiene consideración por su propia especie. Basta con recor
�ar las atrocidades cometidas durante l a s migraciones raciales o las invasiones
�e los Hunos, las atrocidades cometidas por los denominados mongoles bajo
d mandato de Gengis Kan y Tamerlane, o por los piadosos cruzados en l a con
quista de Jerusalén; basta con recordar los horrores de la reciente Guerra
.\1undial para inclinarse humildemente ante la irrefutable verdad de este punto
de vista " .
Lo peor y lo más horrible de todo e s que no había solución; n o se podía
<mpulsar ninguna mejora fundamental porque el problema no era la estructura de
:a sociedad, sino la naturaleza del hombre. Tal como declaró Freud durante la
Primera Guerra Mundial, "la constitución mental de la humanidad" y no las
acciones de individuos particulares eran la causa de la "excesiva brutalidad, cruel
dad y falsedad que ahora se expanden sobre el mundo civilizado". Nuestros
Impulsos innatos, "nacidos de nuevo con cada niño", incluyen "el incesto, el cani
oalismo y el ansia de matar".
Como resultado, la humanidad está atrapada: los humanos sólo pueden vivir
en sociedad porque únicamente las restricciones de la sociedad pueden dominar
nuestros instintos sexuales y agresivos. Pero vivir en sociedad significa sacrificar y
someter las pasiones e impulsos más profundós . El hombre no puede vivir sin la
sociedad, y no puede vivir como le gustaría dentro de la sociedad. A pesar de su
majestuosidad, Civilization and Its Discontents es una larga glosa basada en este
iamiliar pasaje: "Culpable si lo haces, culpable si no lo haces".
"La vida, tal como nos la encontramos, es demasiado dura para nosotros",
subrayó Freud. "Nos proporciona demasiados sufrimientos, decepciones y tareas
imposibles." Unas frases después, para terminar con cualquier discusión en que se
afirmase que podía haber una puerta de salida, Freud declaró con franqueza: "El
propósito de que el hombre debe ser feliz no forma parte del plan de la Creación".
E s difícil pensar en un mensaje más inadecuado para u n país que proclamaba el
derecho inalienable del hombre a perseguir la felicidad.
Y, sin embargo, la visión del mundo de Freud era mucho más tenebrosa que
ésta. Toda criatura viviente, insistió, abrigaba lo que él llamaba un instinto de
muerte. "En 1920, Freud nos dejó boquiabiertos con el descubrimiento de que
rodo ser viviente experimenta, además del principio del placer, que desde los días
de la cultura helénica se ha llamado Eros, otro principio: lo que vive, quiere vol
ver a morir. Si su origen es el polvo, quiere ser polvo otra vez. No sólo experimenta
el impulso de la vida, sino también el impulso de la muerte", escribió Fritz Wittels,
colega psicoanalista y biógrafo de Freud. (En cursiva en el original.)
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La locura en el diván
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G l o r i a y esperanza
_ ;�\·encido de que no había ningún elogio demasiado bueno para Freud. Era "un
:nbre cuya intrepidez y originalidad de pensamiento, cuya brillantez intuitiva,
__ . as fructíferas incursiones en el inconsciente" lo ponían al nivel de Platón y
&.l.lleo. Freud era un "genio" cuyo carácter estaba marcado por una "incansable
f--1.:1encia e inalterable valor", por una " inefable modestia, amabilidad y dulzura
.:.damental". Hombre sin par, Freud había "descubierto la psicología" y "nadie
a: el campo de la psicología consiguió alcanzar jamás un ápice de su altura".
Poseído por la indudable certeza de que en Freud había encontrado a un guía
--ahble para adentrarse en los misterios de la psique humana y equipado con
"-lS gafas de color rosa nunca vistas en Viena, Menninger trabajó incansable
reme para difundir su versión del Evangelio. Y empezó criticando a sus predece
;es. incluyendo a Freud, por haber no tenido suficiente fe en los poderes del psi
- .málisis. "El antiguo punto de vista asumía que la mayoría de las enfermedades
entales eran progresivas y refractarias", se quejó en The Vital Balance, su mani
-e-sro de 1 963. "El nuevo punto de vista es que la mayoría de las enfermedades
-enrales cumplen su propósito y desaparecen, y lo hacen más rápida y satisfacto-
-.l.:nente cuando son comprendidas y tratadas con habilidad."
El hábil tratamiento que Menninger tenía en mente era el psicoanálisis, y ni
�mera la locura conseguiría menguar su optimismo. "Sabemos que existe la posi
- .tdad de que los seres humanos pierdan sus arharras -escribió Menninger con
e-:usiasmo-, de que se sientan confusos y trastornados. Normalmente, este esta
.: desaparece antes o después; a veces empeora. " No era, en realidad, un gran
-:.srerio. "A riesgo de cansar al lector -declaró-, repetiremos de nuevo la fór-
-ula: el estrés se acumula y supera al poder de los mecanismos habituales de
_::iensa del individuo para manejarlo cómodamente."
¿De dónde surgió esta afable y desbordante confianza? Parte de ella derivó
_e Freud, aunque la tendencia de Menninger a pintar una cara sonriente sobre su
-::roe sólo le sirvió para ganarse el desprecio de éste. Pero Menninger sí que repre
,.enró fielmente a Freud en su fe en el poder curativo y casi mágico de las palabras.
-Las palabras son la herramienta esencial del tratamiento mental", escribió Freud
::::: 1 905. "A una persona inexperta quizá le cueste entender que los trastornos
::-arológicos del cuerpo y la mente puedan ser eliminados mediante simples pala
�;:-as. Pensará que le estamos pidiendo que crea en la magia. Y no andará muy
::qmvocado."
Pero la fe de Menninger en las palabras excedió incluso a la de Freud, pues
< que Menninger no veía razón para poner límites a los "trastornos patológicos"
�Je el psicoanálisis podía tratar. Según Menninger, la psiquiatría había tomado
�•a dirección equivocada justo al principio de su época moderna, alrededor de
89
La locura en el diván
1 890. El gran pionero de la psiquiatría, Emil Kraepelin, dedicó todas sus energías
a la clasificación de sus pacientes. Todo muy pulcro, insinuó Menninger, pero ¿qué
c0nclusiones sacó? "Ahora nuestro interés no consiste en saber cómo denominar
algo, sino en qué hacer con ello", declaró con impaciencia en The Vital Balance.
Estas simples palabras escondían un mensaje radical. En psiquiatría, insistía
Menninger, diagnosticar una enfermedad no era el primer paso que se debía dar en
el tratamiento de un paciente, como durante largo tiempo habían sostenido los
médicos de otros campos. La razón era sencilla: el diagnóstico era irrelevante por
que las enfermedades no eran, en realidad, muy diferentes unas de otras. "Hoy en
día tendemos a pensar en los trastornos mentales como si todos fueran iguales cua
litativamente, pero diferentes cuantitativamente así como en su apariencia externa" ,
afirmó Menninger. Tomemos a pacientes que parecen tener problemas totalmente
diferentes: un hombre desesperado que piensa en el suicidio, por ejemplo, una mujer
abrumada por ataques de pánico que no se atreve a salir al exterior, y un hombre
esquizofrénico convencido de que hay un lobo en su interior que lo devora por den
tro. Para Menninger, todas estas dolencias eran variantes del mismo tema.
Y este tema era la ansiedad, la verdadera raíz de cualquier mal. "El supues
to era que todas las psicoparologías se debían a la ansiedad", recuerda Donald
Klein, psiquiatra de la Universidad de Columbia. "Si padecemos una leve ansie
dad, estamos nerviosos. Si padecemos una ansiedád moderada, somos neuróticos.
Si padecemos una ansiedad tan aguda que nuestro ego se desmorona y perdemos
el contacto con la realidad, entonces somos psicóticos."
Se trataba de una teoría limpia. Otros científicos habían anhelado encontrar
una explicación única y unificada que englobara todos los misterios del cosmos
Einstein se pasó más de tres décadas buscando una teoría de campo unificada-,
pero fueron los psiquiatras los que encontraron su Santo Grial. La ansiedad era el
culpable; el psicoanálisis, la cura. Según el sucinto resumen de Klein, "para
Menninger sólo había una enfermedad y un tratamiento" .
"La noción d e que la persona mentalmente enferma es una excepción ha des
aparecido para siempre", declaró Menninger. "Ahora se reconoce que la mayoría
de las personas sufren algún grado de trastorno mental durante la mayor parte del
tiempo." Esto, desde l uego, parecía negar los esfuerzos de Freud por establecer
una línea divisoria entre la neurosis y la psicosis. Pero igual que la Biblia, los tra
bajos de Freud contenían pasajes que podían citarse para respaldar casi todas las
posturas. Aunque escribió a menudo sobre la futilidad de intentar psicoanalizar a
pacientes esquizofrénicos, Menninger y sus seguidores prefirieron destacar un
comentario diferente extraído d e Analysis Terminable and Interminable. "De
hecho, cualquier persona normal sólo es medianamente normal", escribió Freud
90
G l o r i a y esperanza
e= aquel ensayo de 1937. "Su ego se aproxima al del psicótico de una forma u otra
�• mayor o menor grado."
e trataba de una creencia tentadora. Por un lado, porque parecía humana;
;: � el otro, porque parecía encajar con nuestro sentido común sobre la enfer
�.:ad mental. "La idea de continuidad entre lo que ocurría en la vida de la gente
� �al y lo que ocurría en una psicopatología era enormemente atractiva", seña
Donald Klein. "La gente decía: 'Estoy preocupado por el sexo, los tabúes sexua
-.; ' esa clase de cosas. Comprendo que alguien que esté muy preocupado por ello
:;._--d
-e a sentirse mucho peor que yo'."
Los norteamericanos aprovecharon este filón y lo explotaron. Después de
O.:o. vivían en una nación cuyos mitos principales se basaban en relatos de trans-
-:naciones. Todo era posible. Con suficiente iniciativa cualquiera podía aspirar a
_ -;Yertirse en presidente. Se trataba de una antigua historia. El nuevo giro consis
-.: en adaptar la tradicional saga de harapos y sedas, convirtiendo una fábula eco-
- :mea en una psicológica. El mensaje del psicoanálisis norteamericano no era que
..:o el mundo podía hacerse rico, sino que todo el mundo podía superar su pasa
- \" convertirse en una persona nueva, sana y libre. Era como si la más extraña de
extrañas parejas, Horario Alger y Sigmund Freud, hubiese unido sus fuerzas.
..a.,
La salud mental fue sólo el principio. " Sería superficial decir que Freud sola
-eme inventó una cura para la neurosis", d�claró el psicoanalista Abram
�rdiner en 1957. " ¡ Decir sólo esto equivaldría a ser injustos con Freud! Freud
-:20 mucho más que eso ... Introdujo en el mundo una nueva definición del desti-
-') humano, ya que puso en las manos del hombre los medios para modificar los
-:1pedimentos que antes se consideraban irremediables. No tienes por qué ser la
_.::nma de tu propio pasado, dijo Freud, ni de tu propio entorno. "
Completamente convencidos del poder del psicoanálisis, Kardiner y
_ 1enninger se convirtieron en los portavoces de una era. Muchos analistas estaban
�uros de que se les había concedido el don de un poder sin igual, como les ocu
::�a a los héroes de los cuentos de hadas. En público intentaron no jactarse de su
c-uena fortuna. Pero entre ellos no tenían por qué mostrarse tímidos. En un inter
.:ambio de opiniones sobre la esquizofrenia en un encuentro de la American
Psychoanalytic Association, por ejemplo, un participante explicó con detalle los
.1spectos que situaban al psicoanálisis por encima de cualquier posible rival:
Su particu./ar fuerza deriva de su acceso único a las experiencias íntimas del paciente,
sus miedos y esperanzas, sueiios y fantasías, aquello de lo que se enorgullece y de lo
que se avergüenza; ya sea aquello a lo que puede acceder conscientemente o aquello
que oculta su influencia más allá del alcance de la consciencia ... Nuestro trabajo inrer-
91
la locura en el diván
92
TERCERA PARTE
Esquizofrenia
- :\RTHUR SURTO .
• ¡
C A P Í T U L O CIN C O
l:a madre de la
.Jdre esquizofrenogénica
- FRIEDA FROMM-REICHMt\NN
..¡ n...h
..: e, cuando el silencio caía sobre el hospital mental, surgían los torturadores.
_ -,crima eran muy reales -tan reales como los demonios-, pero solamente él
c·los u oírlos. Noche tras noche, brincaba de la cama, aterrorizado, suplican
,..e:�cordia en una mezcla de inglés, francés, alemán y hebreo, subiendo a gatas
• ·cómoda en un enloquecido intento de escapar, retrocediendo de allí a la mesa,
�. otra vez a la cama, a la cómoda, chillando todo el tiempo atormentado por
.:!.'"' -\rrastrándose tras él, luchando para abrirse camino a través de los muebles,
• •
- ·oa la figura lenta y torpe de una diminuta mujer de mediana edad. Era Frieda
� -Reichmann, una de las psiquiatras más famosas de Norteamérica. Aunque ella
_... rungún fantasma, intentaba tranquilizar a su paciente pasando, también, de un
, a otro; y si intuía su presencia, hacia todo lo posible para protegerlo.
:::.." la batalla contra la esquizofrenia, Fromm-Reichmann estuvo en las trin-
;::¡:u•. Fue una guerrera peculiar. Medía menos de metro cincuenta, era regordeta
�:t..a. y parecía una abuela enviada por una agencia de casting. Pero en reali
-- e:-a una judía alemana refugiada que llegó a Estados Unidos en 1935. Hizo
--=�a en el Chestnut Lodge, un conocido hospital mental privado de las afueras
.1;hmgron, D.C., que abogaba a favor del tratamiento psicoanalítico de los
i:!"'::es psicóticos. En principio la contrataron durante dos meses para una
-c.:1a de verano, pero aquellos dos meses se convirtieron en veintidós años, que
::neron en 1957, cuando Fromm-Reichmann murió a causa de una apoplejía.
E.n aquella época, entre la comunidad psiquiátrica se la conocía como una ama-
95
La locura en el diván
ble y juiciosa terapeuta. Pero era mucho más que eso. Por atreverse a tratar la]..... -
su forma más virulenta y por salir victoriosa, la diminuta Fromm-Reichmann �
cado en 1964, difundió su fama entre el público general. Escrita por una antigua p
te, Joanne Greenberg, esta novela retrataba a Fromm-Reichmann como la sah .L
que había liberado a su protagonista de la esquizofrenia. Fromm-Reichmann era ....
la tratado durante algún tiempo -observa uno de los deslumbrados psiquiatras .:::
novela -descubrirás que con la pequeña Clara Fried la inteligencia es sólo el prinCII'
Pero Fromm-Reichmann dejó un complejo legado. Por una parte, se en:7.
ró directamente a la esquizofrenia -como hemos señalado, incluso Freud ptYl
ñeó a la hora de luchar contra esta enfermedad-, pero la valentía fue solame-:!
la mitad de la historia. Un hecho igualmente importante fue que introdujo _
96
La madre de la madre esqu izofrenogénica
La locura podía interpretarse exactamente igual que los sueños, pero las vir
�s acrobacias intelectuales no formaban parte del estilo de Fromm
.... -�"Tiann. Un paciente esquizofrénico que se mostraba "reservado, indiferente y
97
La locura en el diván
ple,y sus horrores llegaron a disparar la alarma incluso entre los expertos. A e•
no les costó demasiado citar los hechos desnudos -la esquizofrenia afee:.:.
aproximadamente a una persona de cada cien, tendía a manifestarse entre los .:=
cisiete y los veinticinco años, y afligía en igual número a hombres y mujeres. a.....:
que los hombres padecían el trastorno a una edad más temprana-; pero incl_
en las austeras revistas médicas a veces interrumpieron su prosa mesurada con ...::.
fragmento más sincero.
"La esquizofrenia es el cáncer de la psiquiatría", declaró uno de estos expe
tos. Y sus víctimas se enfrentaban "a un trastorno verdaderamente terrible". Ü4
calificó la enfermedad de " holocausto espantoso" que dejaba tras de sí una esre..:
de "trágicos despojos humanos".
98
La madre de la madre esquizofrenogénica
!..:!: había un mensaje. Se suponía que debía utilizar el borde del vidrio para rasgar la
.·.;me de mi pie y contemplar la maquinaria interior, que me proporcionaría una vista
:.;r.1/e/a del funcionamiento de las Otras Dimensiones.
Aunque la conexión fuera superficial, yo era astuta; podría descubrir el plan
-..;estro...
�e senté con impaciencia y empecé a hurgar en la parte superior de mi pie con un
- ::o de vidrio verde. No fue fácil, pues el vidrio no estaba afilado. Me quedé sor-
-·endida por la resistencia de mi piel. Hice numerosas incisiones, sin llegar a partir
s tendones que corrían a lo largo de la parte superior de mi pie. Algunas gotas de
s.;•:gre manaron suavemente hacia adelante, y las heridas simplemente aparecieron .
.....;$ toqué con un dedo, intentando aventurarme por debajo de los bordes de la piel
-.;•.1 sondear la maquinaria interior; pero la piel era tenaz y estaba muy bien adherí
...; .1 la carne de la base. Tiré de las heridas para abrirlas al máximo, pero no conse
T�= :i1stinguir ninguna maquinaria en su interior. El zumbido se detuvo. Había perdi
; >rll oportunidad.
=:.s=e extraño tono, esta " yuxtaposición de locura y cordura " , según las pala
..:: ws psiquiatras Paul Wender y Donald Klein, es revelador. Una persona con
::zt:-ro dañado por un accidente de coche, por ejemplo, puede tenerlo dañado
:-:alidad. Por el contrario, la mente del esquizofrénico es una mescolanza,
;�=ura surrealista que combina las más ext�avagantes alucinaciones e ilusio
- :: .as imágenes más cotidianas. Un esquizofrénico puede estar convencido de
� .:::agones saltando por las paredes y, sin embargo, ser capaz de leer el perió-
99
La locura en el diván
100
La madre de la madre esquizofrenogénica
ue los remas favoriros del debare histórico fue la salud mema! de jesucristo. Sobre rodo a prin-
• Jel siglo XX, se publicaron varios tratados que pretendían demostrar que jesús era esquizofré
' \caso la ilusión de grandeza no es uno de los síntomas de la enfermedad? ¿Y qué se puede decir
..ho de escuchar voces, y no precisamente cualquier voz, sino la voz de Dios? El debate alcanzó
-..:.�w más álgido en 1913, con una refutación magistral en forma de tesis doctoral titulada .The
:.:hu:rtc Study o( jesus. El autor era el entonces desconocido Albert Schweitzer.
101
La locura en el diván
102
La madre de la madre esquizofrenogénica
103
La locura en el diván
para ningún tipo de esquizofrenia, se creía que un tercio de los pacientes se re�
peraba, un tercio mejoraba y el otro tercio no experimentaba ningún progre
Esta observación tendría que haber impulsado a todos los psiquiatras a mostrJ.:-�
cautelosos a la hora de pronunciar afirmaciones atrevidas. Porque, evidenteme-
te, las anécdotas y los historiales clínicos no eran suficientes. Cualquiera '- -�
Freud, pero no fue totalmente cierro. Como hemos visto, Freud no se ocupó pra.:
ticamente de ningún paciente esquizofrénico. Sin embargo, a pesar de sus escas
conocimientos, creyó haber penetrado en el corazón de la enfermedad gracias a __
extraordinario paciente al que nunca conoció. Daniel Paul Schreber era un 1u�z
alemán que pasó trece años de su vida en clínicas mentales. La segunda r mJ•
larga hospitalización empezó cuando Schreber tenía cincuenta y un años, y se prv
longó durante casi nueve, desde 1 8 93 hasta 1902. A lo largo de esos nueve año:>.
Schreber tomó meticulosos apuntes y en 1 903 publicó un relato en primera pe::-
sona titulado Memoirs o( My Nervous Illness.
Hoy en día, la enfermedad nerviosa de Schreber se denominaría esquizofre
nia paranoide y su víctima nos proporcionó un relato extraordinario aunque ape
nas comprensible. Schreber fue asediado por voces y otras alucinaciones, y vinC
atormentado por las ilusiones: hablaba con el sol, era torturado por vampiros, su
cuerpo se transformaba gradualmente en el de una mujer. Creía que, desde haCia
muchos años, Dios había dirigido una serie de rayos contra él; los rayos habían
producido un sinfín de efectos dolorosos que Schreber denominaba milagros.
Escribió que aunque se había acostumbrado a este singular asedio, " incluso ahora.
los milagros que experimento a cada momento son de una naturaleza que asusta
ría mortalmente a cualquier otro ser humano" .
.• Algunos psiquiatras tenían el temperamento escéptico de Anatole France, que al ver un montón de
muletas abandonadas en Lourdes supuestamente observó: "¿Y las piernas de madera?".
104
La madre de la madre esquizofrenogénica
El propósito del libro era invitar a los científicos cualificados a que lo exa
minaran para que pudieran comprobar por sí mismos que su cuerpo, efectiva
mente, se estaba transformando de hombre a mujer. "Lo que otras personas pien
san que son ilusiones y alucinaciones", afirmaba Schreber, eran cambios reales sin
precedentes en la historia de la humanidad y una prueba de que los poderes de
Dios eran mucho más fuertes de lo que se creía anteriormente. Schreber estaba
convencido de que el hecho de contar esta h istoria serviría para difundir estas nue
vas verdades religiosas y "obraría de forma sumamente provechosa como una
bendición para la humanidad".
Freud leyó el libro de Schreber en 1 91 0 y un año después publicó un ensayo
acerca del caso. Éste fue el primer informe de Freud sobre un paciente mental hos
pitalizado. Sus argumentos eran complejos y, fiel al estilo que lo caracterizaba, no
sólo explicaban el caso de Schreber, sino el de cualquier (varón) paranoico. ¿Cómo
explicar la creencia del esquizofrénico paranoico de que el mundo conspiraba con
tra él? Este miedo obsesivo era el resultado de la homosexualidad inconsciente del
paciente. Incapaz de admitir la proposición "le quiero", el paranoico sufre dema
siado y, en su l ugar, hace hincapié en "le odio". A su vez, esta proposición es
inaceptable porque fuerza al paciente a sentirse afectado por el odio y, así, en un
giro final, la proposición se transforma en "él me odia". ¡ Voila!
'
105
La locura en el diván
Puede que Sullivan sufriera ataques de esquizofrenia -él mismo afirmó que
es.tas experiencias eran la base de sus teorías sobre la enfermedad-, pero algunos
biógrafos sospechan que se inventó esas historias. De todas formas, puso en prác
tica sus teorías a principios de 1929 en el Sheppard Hospital de Baltimore y en el
Enoch Pratt Hospital. Allí preparó una sala con seis camas para jóvenes varones
esquizofrénicos y la mantuvo incomunicada del resto del hospital.
Sullivan escogió a los pacientes entre la población de esquizofrénicos del hos
pital, seleccionó a los seis ayudantes que se encargarían de ellos, y luego dio a su
selecto equipo instrucciones detalladas sobre cómo desempeñar sus obligaciones.
La idea, que sencillamente podría parecer banal, era que los pacientes habían
enfermado a causa de sus malas relaciones con los demás y que por lo tanto podrí
an recobrar la salud estableciendo unas buenas relaciones. El secreto consistía en
escoger a ayudantes sensibles, amables, amistosos y, sobre todo, de confianza.
Sullivan declaró que esta estrategia práctica y optimista, que trataba de enfrentar
se al presente más que resucitar el pasado, era característicamente norteamericana.
Los resultados fueron extraordinarios. Sullivan afirmó que alrededor del 80
por ciento de sus pacientes habían mejorado, aunque se mostró vago a la hora de
definir el concepto de mejora. (No se trataba necesariamente de eludir la cuestión.
La prosa de Sullivan siempre era oscura y a menudo impenetrable. "La intimidad
- '
-declaró en un pasaje representativo- es la clase de situación que involucra a
dos personas y que permite validar todos los componentes de autovalía. " )
Sullivan empezó s u carrera terapéutica decidiendo qué piezas del mobiliario
freudiano había que tirar por la borda y qué piezas de debían mantener. Respecto
al tratamiento de la esquizofrenia, rechazó sin miramientos la mayoría de teorías.
Y aunque creía que los sueños estaban relacionados con la psicosis, consideró que
analizarlos era demasiado arriesgado en los casos de pacientes que apenas estaban
sujetos al mundo real. Preguntar por las asociaciones libres a un paciente que oía
a hombres lobo hablando con él era como echar gasolina al fuego.
A Sullivan tampoco le parecieron útiles otras técnicas freudianas clásicas. El
terapeuta, por ejemplo, no debía sentarse alejado en un silencio casi completo,
limitándose a reflexionar sobre los comentarios que hacía su paciente a distancia.
(Fromm-Reichmann solía sentarse cerca de sus pacientes, y no detrás de ellos
como hacía Freud, para poder verse cara a cara.) Sullivan también consideraba
que las consultas de cincuenta minutos eran demasiado restrictivas. Algunas veces,
el terapeuta podía verse obligado a tratar con su paciente durante horas. Para
complicar más las cosas, y a diferencia de los neuróticos, estas personas que sufrí
an un trastorno tan agudo no veían a su terapeuta como a un aliado. Habiendo
huido del mundo para sumergirse en uno propio, resistían todos los esfuerzos para
106
La madre de la madre esquizofrenogénica
traerlos de vuelta. "Como un animal de la selva que huye ante un enemigo depre
dador -declaró el psiquiatra John Rosen en un ensayo de 1952- el paciente
lucha con toda la capacidad de sus instintos."
A menudo, las sesiones de terapia eran incómodas, similares a las desoladas
escenas de Beckett. La forma de hablar de los esquizofrénicos era una ensalada de
palabras con fragmentos reconocibles dispuestos de forma tradicional. En algunas
ocasiones hablaban ragtime, trotando a gran velocidad a través de alguna enci
clopedia idiosincrásica. Y en otras, no decían nada. "Al trabajar con estos pacien
tes --explicó uno de los colegas de Fromm-Reichmann-, el terapeuta consigue
hacer algo en concreto reflexionando sobre los posibles significados de un eructo,
o la irrupción de un gas, no solamente porque se vea reducido a ello debido a la
carencia de cualquier otra cosa para analizar, sino porque aprende que incluso
estos sonidos, parecidos a los de un animal, constituyen formas de comunicación
que, de vez en cuando, transmiten cosas totalmente diferentes mucho antes de que
el paciente pueda llegar a ... decirlas con palabras."
Ni siquiera Fromm-Reichmann llegó tan lejos al interpretar las palabras y los
silencios de sus pacientes. Sin embargo, destacó el valor del enfoque de los "sín
romas como símbolos". Durante cuatro años, mientras todavía estaba en Europa,
ella y el que por entonces era su marido, Erich Fromm, dirigieron una clínica psi
coanalítica privada donde trabajaron estrechamente con Georg Groddeck, quizás
el más ferviente partidario de la escuela de la interpretación de la enfermedad.
Fromm-Reichmann fue una leal admiradora de Groddeck a lo largo de su vida. Él
tenía "una profunda influencia sobre su forma de pensar y su trabajo con los psi
cóticos", señaló un colega, y ella insistía en que sus estudiantes analizaran los
escritos de Groddeck y se prepararan para discutirlos. Fromm-Reichmann dedicó
su único libro, Principies of Intensive Psychotherapy, a sus cuatro maestros: el psi
quiatra alemán Kurt Goldstein, Freud, Sullivan y Groddeck.
107
La locura en el diván
an perdido a sus padres a una edad temprana. En 1940, una psicoanalista investi
gó a cuatro mujeres esquizofrénicas a las que había tratado. Según afirmó, las cua
tro hab"ían tenido unas madres frías y sádicas, y unos padres blandos e indiferen
tes que se limitaban a imitar a sus progenitores.
Más tarde, en 1948, la idea de la culpabilidad de los padres volvió a salir a
la superficie. Esta vez llegó respaldada por una celebridad. Cuando escribía en
Psychiatry, una revista fundada por Harry Stack Sullivan, Frieda Fromm
Reichmann publicó un artículo titulado Notes on the Development of Treatment
of Schizophrenics by Psychoanalytic Psychotherapy. Este artículo empezaba con
una habitual afirmación según la cual, y a diferencia de lo que opinaba Freud, los
esquizofrénicos podían ser tratados mediante la terapia del habla. Y luego, casi de
pasada, en una frase añadida al final de un largo fragmento, Fromm-Reichmann
acuñó un término que resonaría durante un cuarto de siglo.
"El esquizofrénico es terriblemente desconfiado y rencoroso respecto a las
demás personas -escribió- debido, por regla general, a la temprana y severa
, deformación y al rechazo que descubrió en personas importantes de su infancia y
niñez, principalmente en una madre esquizofrenogénica." Este término, madre
esquizofrenogénica -literalmente una madre que produce esquizofrenia-, se
convirtió en la corneta que acompañó a los psiquiatras en la batalla contra el ene
migo. Y, durante décadas, resonó en los oídos de los pacfres que tuvieron que asu
mir que ellos eran el enemigo.
Menos de un año más tarde, con el público predispuesto, Psychiatry publicó
un artículo que ampliaba la observación de Fromm -Reichmann. Ahora no se tra
taba de despachar a las madres con una sola frase. Esta vez iban a ser golpeadas
y sacudidas a placer.
El nuevo artículo, escrito en un torpe inglés por una psiquiatra educada en
Viena llamada Trude Tietze, mostraba un título inofensivo: A Study of Mothers of
Schizophrenic Patients. A diferencia de Freud, que centró toda su atención en la
figura del esquizofrénico, Tietze retrocedió y adoptó un punto de vista más amplio.
Con esta nueva perspectiva, todo empezó a encajar. Y lo que Tietze repentinamen
te comprendió es que el esquizofrénico no era un simple individuo con problemas
propios, sino un individuo atrapado en una familia acosada por los problemas.
El artículo tuvo una tremenda influencia y merece que nos detengamos en él.
Tietze, del Johns Hopkins Hospital de Baltimore, entrevistó a las madres de vein
ticinco esquizofrénicos adultos hospitalizados. Se trataba, aclaró enseguida Tietze,
de un grupo muy peculiar. "Todas las madres eran personas tensas y nerviosas que
tratab.an de ocultar su ansiedad, algunas con más éxito que otras. Se describían
como nerviosas, muy nerviosas, agitadas interiormente, y como personas que
108
La madre de la madre esquizofrenogénica
siempre anticipaban desastres inminentes. " Ninguna había sido hospitalizada por
trastornos mentales ni había visto a un psiquiatra, pero "todas las madres eran
fundamentalmente personas inseguras, que sólo podían sentir una relativa seguri
dad si conseguían controlar la situación".
Tietze escribió que, a pesar de sus semejanzas, las madres diferían de mane
ra significativa, especialmente en su trato con la misma Tietze. Cinco de las muje
res "intentaban abiertamente dominar la situación por medio de un comporta
miento superexigente. Eran superficialmente amigables y corteses, pero se mos
traban muy hostiles y enfadadas con la psiquiatra". El grupo más amplio abarca
ba a diecisiete madres que "parecían dóciles y sumisas, sonrientes aunque no se
rieran, cambiando a menudo su fugaz sonrisa por una mueca helada". Pero Tietze
no tardó en descubrir que ellas también se resistían a sus preguntas. "Su postura
amigable y su energía eran superficiales y tendían a disimular su ansiedad y a man
tener a distancia al entrevistador."
A partir de aquí, manteniendo apenas las formas, Tietze adoptó un rono crí
tico que se hizo cada vez más marcado a medida que continuaba. Parecía que la
irritaba especialmente el grupo más numeroso y con más ansias de gustar.
Aparentemente, las madres no se daban cuenta de que estaban actuando de forma
extraña -"parecían totalmente inconscientes de su propia hostilidad y de la moti
vación inconsciente de su comportamientO"-, pero Tietze estaba decidida a no
dejarse engañar por sus actos. "Cuando su sonrisa superficial se borraba -escri
bió-, me sentía espantada por el vacío emocional con que me encontraba. Había
una carencia de cordialidad genuina."
Para demostrar esta doble cara, Tietze citaba sin vacilar una larga lista de
pormenores. " Estas madres colaboraban con las instrucciones del psiquiatra; man
tenían sus citas aunque nevara, lloviera o granizara. Siempre eran puntuales, siem
pre se disculpaban por quitarle tanto tiempo al doctor, siempre daban las gracias
profusamente al final de la entrevista. Intentaban, de todas las formas posibles,
congraciarse y causar la mejor impresión a los doctOres. Actuaban como pacien
tes modelo . " Pero Tietze descubrió algo más tras su pequeño juego. "No obstan
te, sus actos no eran sinceros; no ofrecían nada de sí mismas."
La acusación de Tietze continuaba:
109
La locura en el diván
ñas notas o regalos sobre la mesa del doctor. Nunca pedían directamente ningún (.11 �
les gustaba preguntar durante cuánto tiempo exactamente podrían visitar a sus mi":oi
y s<;> lían cumplir cualquier sugerencia al pie de la letra, convirtiendo a menudo el cm:
No parece una actitud extravagante para unas madres cuyos hijos eran YÍC
timas de una abrumadora y misteriosa enfermedad. Pero a Tietze no le importaba
eso. "Ellas no parecían ser conscientes de la carga y responsabilidad que transfe
rían al médico", se quejaba. "Mediante su aparente entrega en lo que parecía ser
una relación de dependencia, dominaban la situación sutilmente y transmitían al
psiquiatra cierta tensión."
Su irritación se hacía cada vez más evidente. Estas madres, supuestamente
tan deseosas de ayudar, parecían no comprender lo que Tietze necesitaba. "Era
imposible conseguir datos precisos sobre el momento en que empezó y terminó la
etapa en que enseñaron a sus hijos a utilizar el lavabo", explicó Tietze. "La reac-
. ción predominante de las madres ante esta pregunta era una mezcla de asombro e
1
irritación . " Tampoco se mostraron muy locuaces acerca de sus propias vidas pri-
vadas. " La mayoría de las madres eran reacias a discutir su vida sexual con el psi
quiatra", observó Tietze.
Cuando las madres proporcionaban información personal, Tietze se negaba
a creer en el valor de lo que sonaba como una extraordinaria devoción maternal.
"Los niños son uniformemente descritos como tranquilos, amables , cariñosos" ,
reconocía, pero e n e l mismo fragmento explicaba este comportamiento: " L a impo
tencia y completa dependencia de los hijos respecto a sus madres parecía haber
sido una fuente de considerable gratificación".
Incluso la forma en que estas mujeres habían respondido a la enfermedad de sus
hijos le parecía a Tietze una equivocación. "El agudo ataque de la psicosis se con
vierte en un golpe inesperado para las madres que sienten que de repente han perdi
do a sus hijos", escribió. "Se sienten derrotadas y completamente frustradas, y llevan
a cabo frenéticos intentos por recuperar a sus hijos. Cinco madres afirmaron espon
táneamente que preferirían ver muertos antes que locos a sus hijos esquizofrénicos."
Otro observador podría haber considerado este shock y esta desesperación
maternal como previsibles. Después de todo, eran padres cuyos hijos, antes sanos,
se encontraban ahora en la sala de enfermos crónicos de una clínica mental donde
probablemente terminarían sus vidas, víctimas de un trastorno que se había aba
tido sobre ellos sin previo aviso. Para estos padres, la muerte podía acabar, como
mínim �, con el sufrimiento de sus hijos.
Tietze mantenía un punto de vista diferente. La clave de la enfermedad de los
110
La madre de la madre esquizofrenogénica
niños era el rechazo de sus madres. Estas mujeres enfermas nunca habían tenido
una relación instintiva con sus hijos e hijas. "Es esta intuición o empatía con el
niño lo que ·parece .haber fracasado, o haberse desarrollado inadecuadamente, en
las relaciones de las madres que aquí se investigan con sus hijos esquizofrénicos",
escribió.
Esta carencia era crucial. Y a continuación, Tietze explicaba por qué había
presta do tanta atención a los intentos de las madres por controlar sus entrevistas
con ella. Su capacidad para manipular no era simplemente irritante; era algo lite
ralmente enloquecedor. "La madre que ejerce su poder de forma sutil es la que
parece ser más peligrosa para el niño", apuntó Tietze. "Sus métodos de control
son sutiles y, por consiguiente, no provocan la rebelión directa que suscita un
dominio evidente. Los niños expuestos a esta sutil forma de dominio, disfrazado
de amor maternal y sacrificio, no tienen la posibilidad de vehicular sus impulsos
agresivos."
Analizando a estos veinticinco sujetos, Tietze creyó haber encontrado un
P'!-trón universal. "Todos los pacientes esquizofrénicos que tenían un contacto
suficientemente bueno con la realidad y que establecían una relación razonable
mente buena con sus psiquiatras, experimentaban un sentimiento de rechazo por
parte de sus madres. "
111
La locura en el diván
la familia". Este extraño hallazgo, que podría muy bien haberla hecho cuestio
narse sus argumentos, ni siquiera provocó un alzamiento de cejas. Tietze pasó a
otros asuntos en la frase siguiente.
El punto débil más serio de esta teoría fue otro pecado de omisión. Tietze
llevó a cabo su estudio sin establecer ningún grupo de control, un grupo semejan
te de madres que le hubiera permitido comprobar si el extraño comportamiento
detectado sólo afectaba a aquéllas que habían criado a hijos esquizofrénicos. "Con
el objeto de alcanzar conclusiones válidas -reconoció despreocupadamente
sería necesario comparar las veinticinco madres de esta serie con un grupo de con
trol constituido por madres que nunca han criado a un niño esquizofrénico. "
Necesario o no, Tietze siguió adelante. "Para conseguir tal grupo de control -se
limitó a señalar-, nos encontramos con dificultades insuperables. "
Por eso decidió hacer una comparación diferente. Trabajando desde el
supuesto de que una mala madre puede ser la causa de la enfermedad mental de
su hijo, Tietze intentó esclarecer qué era lo que hacía que algunas madres fuesen
más peligrosas que otras. Observó a sus veinticinco mujeres y las dividió en dos
grupos. El grupo A incluía a todas aquellas madres cuyos hijos sanos excedían en
número a sus hijos esquizofrénicos. Tal vez, estas madres tuviesen algunas cuali
dades redentoras. El grupo B era un grupo más infecto. Estaba constituido por
todas aquellas madres cuyo único hijo era esquizófrénico, o por aquéllas que tení
an un hijo esquizofrénico y otro sano. (Dos de las veinticinco madres tenían dos
hijos esquizofrénicos; estas dos mujeres formaban parte del grupo B.)
Esta curiosa comparación, la única que Tietze llevó a cabo, " revelaba dife
rencias cuantitativas o cualitativas no significativas" entre los dos grupos de
madres. Por qué algunos niños sufrían esquizofrenia y otros escapaban a su desti
no, reconoció Tietze, era una pregunta que "todavía permanece abierta".
Tietze no era una figura importante de la psiquiatría, y no se convirtió en
una. Pero la bola de nieve que arrojó dio lugar a una avalancha. En un año o dos,
la teoría de la mala madre se convirtió en un tópico que apenas requería demos
tración. Un ensayo de 1 9 5 1 sobre varones esquizofrénicos, publicado en el
American Journal o( Psychiatry, adoptó el tono del que afirma que un hecho está
consumado. "Existe una creencia común en el campo de la higiene mental -decla
raba el autor en la primera frase del ensayo-, y es que las madres de niños esqui
zofrénicos son demasiado protectoras, demasiado solícitas, demasiado dominan
tes, demasiado ansiosas y/o desdeñosas. " Esta observación era tan corriente que
ni siquiera se consideró necesaria una nota a pie de página. En dos años, una opi
nión no demostrada se había convertido en algo que " todo el mundo sabía".
Los psiquiatras se apresuraron a respaldar la nueva teoría, encantados de que
112
La madre de la madre esquizofrenogénica
finalmente alguien hubiera resuelto los acertijos a los que se enfrentaban. Por fin
la psiquiatría había encontrado una forma de ayudar a los esquizofrénicos: como
los errores paternos eran la causa de la enfermedad, ésta podría tratarse ayudan
do a los pacientes a regular su educación. Pero se trataba de un descubrimiento
cuyas implicaciones teóricas eran, por lo menos, tan importantes como las prácti
cas. Todos reconocían que la terapia del habla era un tratamiento demasiado caro,
demasiado difícil y demasiado lento para transformar las vidas de los más de un
millón de esquizofrénicos que había en el país.
El entusiasmo consistía en que podía hacerse, no en que pudiera ser hecho a
gran escala. Si un meticuloso artesano hubiese conseguido, tras años de trabajo,
construir un coche antigravedad, hubiese sido descortés preguntar cuánto costaría
poner uno en todos los garajes. El psicoanálisis había construido su coche ami
gravedad.
Allí donde la medicina permaneció confundida durante más de un siglo, allí
donde las personalidades más importantes del panteón de la psiquiatría alzaron
las manos en señal de desconcierto, allí precisamente fue donde los descendientes
de Freud triunfaron . El psicoanálisis había conseguido lo imposible. No eran bue
nas noticias para un grupo particular de pacientes; eran buenas noticias para el
psicoanálisis, una demostración del valor de esta moderna terapia en su lucha con
tra un implacable enemigo.
Ensayo tras ensayo, se difundieron las nuevas doctrinas. Se podían leer listas
de las características de la madre esquizofrenogénica. Era "astuta y potencialmen
te engañosa", "autoindulgente", "irritable", " sarcástica y cínica", " ostentosa" y
"exhibicionista". Se "caracterizaba por un intenso maquiavelismo, que era pues
to al servicio de un egocentrismo de lo más inaceptable. Las demás personas, y
esto incluía a su hijo, solamente parecían existir para cumplir sus propios objeti
vos y, por consiguiente, eran manipuladas y explotadas o ignoradas".
La moda duró décadas. E n una encuesta sobre literatura médica realizada
entre finales de los años cuarenta y principios de los setenta, el psiquiatra John
Neill contabilizó más de setenta y cinco ensayos sobre madres esquizofrenogéni
cas, así como numerosos libros y capítulos de libros. La idea de que las madres
eran la causa de la esquizofrenia de sus propios hijos disfrutó de una "enorme
popularidad", escribió Neill, y fue una "práctica común" a ambos lados del
Atlántico. A lo largo de estas décadas, Neill solamente encontró dos artículos alec
cionadores, los dos del mismo autor.
Lógicamente, los padres no fueron tan partidarios de las nuevas teorías como
los psiquiatras. En un ensayo de 1949, por ejemplo, Tietze observó que cuando el
proyecto empezó "la respuesta inmediata de todas [las] madres era de curiosidad,
113
La locura en el diván
mismas". Pero las madres no tardaron mucho en ponerse furiosas. "Su en::
mo ... disminuía cuando se iban dando cuenta, poco a poco, del significado .:�
1 14
CAPÍTULO S EIS
115
La locura en el diván
nadie que pareciera irradiar tanta calma, preocupación y calidez protectora. ''Se.
deseabas avanzar hacia su regazo, arrimarte y dejar que te cuidara", recuerc."i
Dryfoos.
La característica principal del estilo de Searles era un tono intensamente pe
sonal. Era "despiadadamente sincero", observó un colega y, algo todavía meno>
frecuente, era tan implacable a la hora de investigar sus propias insuficiencia�
como a la hora de analizar minuciosamente las debilidades de los demás. Confes
por escrito que adoptaba poses y que se pavoneaba, que sentía aversión por sus
pacientes, que los deseaba y que le costaba ocultar su confusión y pánico. Pensaba
que su pecado predominante era una "repugnante condescendencia " . Una vez, un
paciente le reprendió por acabar cada sesión de terapia diciendo adiós en un tono
de satisfacción que implicaba, en palabras de Searles, "que el sanador Cristo se
rebajaría otra vez por la mañana para dispensar su ayuda al pobre enfermo".
El método de Searles se caracterizaba por impulsar el intercambio, y también
por registrarlo con detalle en un tono afectuoso y autolacerante. Había médicos
que citaban máximas latinas para recordar a los lectores que ningún comporta
miento humano se escapaba a su comprensión. Pero Searles se describió a sí mismo
como un hombre sometido a una confusión parecida a la esquizofrenia. Empezó a
trabajar en un ensayo sobre la percepción que tiene un esquizofrénico del mundo
describiendo, por ejemplo, con vívidos detalles su propia "ansiedad, confusión y
desesperación" cada vez que tenía que escribir un ensayo. Aunque coleccionara
anécdotas, saqueara la biblioteca y dedicara semanas enteras al trabajo, todavía se
sentía "amenazado por un pánico arrollador" cuando intentaba dar sentido a
todos aquellos inclasificables e incoherentes fragmentos de información.
Ésta podría parecer una comparación fácil -hay un largo camino desde el
bloqueo del escritor hasta las alucinaciones de estar devorando la cabeza de un
gato-, pero Searles insistía en la analogía. Su terror, sostenía, era exactamente
paralelo al del esquizofrénico que no sabe cómo organizarse y filtrar el caos que
le rodea. "No posee ningún remedio fiable que le indique si lo que está percibien
do es parte de un espacio interior, un mundo de fantasía; o parte de un espacio
exterior, el mundo real; si es algo que existe en el presente, en el pasado, o en el
futuro; si está vivo o muerto, si es humano o no."
Si escribir un ensayo arrojaba a Searles directamente a los brazos del pánico,
no es sorprendente que el hecho de trabajar con esquizofrénicos profundamente
alejados de la realidad le resultara abrumadoramente estresante. A menudo,
Searles se sintió "violentamente asqueado" respecto a una paciente en particular,
y '"en muchas ocasiones sorprendido por la intensidad de mis fantasías en torno a
la idea de romperle el cráneo". En otras ocasiones, y con la misma mujer, Searles
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Docto r Yin y DoctorYang
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La locura en el diván
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DoctorYin y Doctor Yang
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La locura en el diván
¿Por qué las defensas eran tan indirectas? ¿Por qué los pacientes urdían re 2 -
tos tan elaborados? Por dos razones relacionadas, sostenía Searles. En pn!'"'.
lugar, ios esquizofrénicos sufrían el acoso de conflictos que no podían o no quc--
an reconocer. Una m ujer, por ejemplo, que " ignora su furia asesina como tal, ex�
rimenta, por el contrario, una alucinación consistente en una hilera de dientes q...�
explotan y desfilan interminablemente por una pared de su habitación para cru
zar el techo y bajar por la pared opuesta " .
En segundo lugar, los esquizofrénicos regresaban, a través del pensamiento . .:
la niñez o a la infancia, una época en que su comprensión de la realidad y la ilusión.
lo literal y lo metafórico, todavía no se había formado. Un paciente avergonzad .
por ejemplo, "sentía que se hundía en el suelo de forma más literal que figurati\'a ·· .
Para Searles, entender a sus pacientes significaba descifrar sus mensajes ocul
tos. Todas las palabras, gestos y actitudes contenían capas de significados secre
tos. "Los hombros encorvados de un paciente, los restos de barba y su atuendo de
vagabundo expresan gráficamente sus sentimientos de no pertenencia, y su repro
che a todos los que le rodean por no permitirle formar parte de su sociedad." La
conducta extravagante de otra paciente "y sus frases confusas y medio inaudibles
sirven, en realidad, para comunicar abiertamente a su terapeuta, mediante su gro
tesca apariencia y su ininteligible modo de hablar, la forma como lo percibe a él".
(Cursivas a1i.adidas.)
1 20
DoctorYin y DoctorYang
121
La locura en el diván
Schizophrenic and His Mother, su opinión representaba una " brusca alternatiYa
a este juicio convencional.
Pero aunque empezó como una alternativa, se convirtió en un círculo vicio
so. Como la mayoría de los viajes, el argumento anticulpabilidad de Searles aYan
zó en distintas etapas. Al principio argumentó que las madres y los futuros niños
esquizofrénicos sólo parecían odiarse entre ellos. Lo que parecía una " intensa �
Ningún psiquiatra podría haberse parecido menos a Harold Searles que john
o
R sen. Allí donde Searles se mostraba paciente, comprensivo y abrumado por las
122
DoctorYin y DoctorYang
123
La locura en el diván
puedo comer. Puedo hacerte lo que quiera, pero no voy a hacerlo'." (En cursi\a
en el original.)
Según Rosen, a los pacientes les tranquilizaba este comportamiento. ·· El
paciente cree haber encontrado a un maestro que podría hacer con él cualqUie:
cosa debido a su fuerza física, pero que no lo hará porque lo quiere", escrib1o.
"Generalmente, el paciente se siente aliviado de su ansiedad, experimenta segun
dad y se encuentra mucho más cerca de la realidad."
El enfoque de la terapia estaba marcado, de acuerdo a sus palabras, por ··la
energía, la proximidad y la falta de formalidad". Se trataba de eufemismos. Cn
medio para conseguir que "el paciente se enfrentara a la realidad", por ejemplo.
explicó Rosen, era "sorprenderlo dramáticamente absorto en alguna ilusión \
hacerle notar lo absurdo de su conducta " . Hubo un paciente que "se quejaba sm
parar porque creía que lo iban a cortar a trozos para alimentar a los tigres.
Cuando no pude aguantarlo más, entré en la habitación con un gran cuchillo y le
dije: 'Muy bien, si está tan deseoso de que lo troceen, yo lo haré'. " .
, Rosen proclamó que s u terapia hacía maravillas. E n uno d e sus primeros �-
'
más famosos artículos afirmó que había tratado a treinta y siete pacientes esqui-
zofrénicos y que los había curado a todos. Este hecho no tenía precedentes. La
mayoría de los psiquiatras huían de los pacientes esquizofrénicos; algunos, como
Searles, trabajaban con ellos durante aii.os. Pero ahí estaba Rósen. Rosen se había
hecho cargo de un grupo de pacientes esquizofrénicos, algunos de los cuales habl
an permanecido ingresados en hospitales mentales durante décadas, y los había
enviado a casa recuperados ¡en cuestión de semanas o meses!
Siempre se mostró sincero y recon_oció que utilizaba amenazas e intimidacio
nes. Tales estratagemas no eran escándalos descubiertos por sus rivales, sino tác
ticas reveladas por el mismo Rosen. Psiquiatras procedentes de toda la nación se
reunieron para escuchar las charlas de Rosen y presenciar sus sesiones de terapia.
Algunos se quedaron consternados. Muchos más, deslumbrados. Jule Eisenbud.
una eminente psiquiatra, comparó la destreza de Rosen con la de un atlético super
hombre: "Parece muy fácil, ¡tan fácil como cuando Tilden juega a tenis! " .
La teoría del análisis directo se apoyaba e n dos pilares: las madres eran la
causa de la esquizofrenia, y el trastorno era, literalmente, una especie de pesadilla
perpetua. Rosen predicó ambas doctrinas a sus compaii.eros de trabajo casi con la
misma intensidad que utilizaba al tratar a sus pacientes. Allí donde muchos psi
quiatras se mostraban indecisos y cautelosos en sus juicios, Rosen parecía ganar
se a su público reduciéndolo a la sumisión. En un artículo de 1 953 con un título
difícil de pasar por alto, The Perverse Mother, explicó con sencillez la premisa
básica de la cu �l partía: "Un esquizofrénico siempre es alguien que ha sido criado
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DoctorYin y DoctorYang
125
La locura en el d i v á n
126
DoctorYin y DoctorYang
al pie de la letra. " ¿ Acaso la psicosis no es una pesadilla interminable en la que los
deseos están tan bien disfrazados que el psicótico no puede comprenderlos?", se
preguntaba Rosen. "Así pues, ¿por qué no desenmascarar el contenido real de la
psicosis para despertar al psicótico? Cuando despojemos a la psicosis de su dis
fraz, ¿no despertará también el paciente?"
Por lo tanto, cualquier detalle, cualquier gesto, tenía que ser descifrado. "Cada
síntoma, cada comentario, cada símbolo debe ser desenredado minuciosamente
hasta llegar a las raíces ontogénicas e incluso filogenéticas del inconsciente. Sólo
cuando desenmascaremos el síntoma y se lo mostremos con claridad al paciente,
aquél dejará de cumplir por más tiempo su propósito, y éste será capaz de abando
narlo en favor de una mayor sensatez a la hora de manejar sus energías instintivas."
Era formidable contemplar a Rosen a la caza de un símbolo. "Todos los
actos tienen un significado", afirmaba. "El bebé nunca llora sin razón."
Retomando las teorías de Freud y superándolo, Rosen hizo hincapié en que todo,
literalmente todo, tenía un significado simbólico. "Cualquier cosa, desde un ruido
del estómago hasta una fantasía elaborada, puede formar parte del material de la
interpretación", declaró.
Pero había una diferencia crucial entre los sueños de un paciente neurótico y
la pesadilla constante de un esquizofrénico. Los problemas de una persona
corriente se podían descifrar con comodidatl. Las interpretaciones permitían la
reflexión, las sugerencias y la exploración más cautelosa y prudente. En la esqui
zofrenia, las cosas eran mucho más complejas. "Así pues, uno debe tomarse cier
tas libertades; libertades que, por lo general, la técnica psicoanalítica prohíbe",
escribió Rosen. "El terapeuta se convierte en el cirujano que se enfrenta a la nece
sidad de una operación heroica. "
Rosen disfrutaba con este papel. Lo que él declaraba que era una interpreta
ción de algún símbolo, se convertía de inmediato en un ataque frontal a las fanta
sías del paciente. Rosen describió, por ejemplo, a una mujer joven que siempre lle
vaba una almohada a su lado; la mecía, le leía y se refería a ella como a su hijo
Stevie. A Rosen no le hizo ninguna gracia. " Agarré la almohada y la lancé contra
el suelo, y le dije: 'Mira, esto no puede ser un bebé. Lo he arro¡ado al suelo con
toda mi fuerza y no llora '." (En cursiva en el original.)
Rosen reconoció que su comportamiento podía parecer extremo, pero ase
guró que seguía un método. Su reacción con la almohada, por ejemplo, era un lla
mamiento " a esa minúscula porción del ego que está en contacto con la realidad".
Según explicó, la negativa a seguirle el juego a la paciente "actuaba como una
cuña en su psicosis y, muy a menudo, la inducía a renunciar a algunas de sus ilu
siones y alucinaciones".
1 27
La locura en el diván
Uno de sus trucos favoritos era minar las ilusiones del paciente "atacándole
desde dentro". Se trataba de un procedimiento elaborado, un verdadero teatro del
absurdo producido y dirigido por Rosen. Uno de sus pacientes, por ejemplo, fue
un hombre paranoico que creía que el FBI lo buscaba por haber quemado el sepul
cro de Ste. Anne de Beaupré. Rosen reclutó a varios actores para representar el
drama: dos de ellos encarnaban a los agentes del FBI, provistos de identificación
y una lista de criminales acusados de pirómanos. Rosen empezaba el tratamiento
alentando a su paciente para que contara su historia.
Entonces, justo en el momento en que el hombre se confesaba autor de aquel
incendio provocado, Rosen lo interrumpía. "Eres un condenado embustero", le
gritaba. "Piensas que con un truco barato podrás ver tu nombre en los periódicos.
Me las pagarás. Sabes perfectamente que yo quemé Ste. Anne de Beaupré." De
pronto, otro médico, que también estaba implicado en la trama, empezaba a gri
tar que Rosen era un mentiroso y que era él quien había quemado el sepulcro.
A continuación, los agentes del FBJ comunicaban a los tres hombres -al
paciente, al médico y a Rosen- que estaban arrestados. "¿ Cuál es su nombre? ¿Y
el suyo? ¿Y el suyo?", preguntaban. "Saca la lista, joe", decía un agente. " ¿ Estos
individuos están en la lista ? " Lo comprobaban atentamente mientras los tres sos
pechosos miraban con nerviosismo. Ninguno de los nombres estaba en la lista.
Entonces, los agentes se iban, cuchicheando entre ·sr con disgusto. "Una pandilla
de canallas que buscan publicidad barata ", gruñían al salir airadamente.
Rosen aseguró que este minidrama ayudó a su paciente a recuperar el senti
do. "A lo largo de las cinco semanas siguientes, el sistema alucinatorio se desva
neció completamente y en su lugar apareció un hombre tímido y asustado, que se
enfrentaba a la realidad y recibía el alta convirtiéndose en convaleciente ."
Según Rosen, este engaño era necesario porque e l paciente s e resistía a todo
intento de ayuda. La esquizofrenia no era tanto un trastorno como una estrategia,
una forma desesperada de hacer frente a los terrores de la vida. "Desde el punto
de vista del paciente -escribió Rosen-, no se trata simplemente de algo que le
sucede; es el modo en que debe actuar para sobrevivir. El propósito que se escon
de tras el comportamiento esquizofrénico es controlar de una forma u otra los
aspectos del entorno, tanto externos como internos, que son demasiado opresivos
para que el paciente se enfrente a ellos."
Para mostrar a sus compañeros la manera exacta de tratar a estos pacientes
desesperados y astutos, Rosen publicó numerosas transcripciones de sus entrevis
tas. Se trataba, según un admirador, de las primeras transcripciones psiquiátricas
que se publicaban palabra por palabra. Es de suponer que pertenecen a las sesio
nes te rapéuticas que más complacieron a Rosen.
128
DoctorYin y DoctorYang
21 de octubre, octavo día, Mary sabía que estaba enferma, pero creía que
padecía la poliomielitis y que yo era un dentista.
MARY: Entonces, ¿quién tenÍa la polio, doctor? Yo sufría. Ella sólo me
despertó. No puedo hacer nada.
ROSEN: Deja de decir disparates.
• M: Esto todavía no parece ningún disparate .
R: Sí, sí que lo parece. [La paciente refunfuña.] Todavía estás loca.
M: No.
R: Ni siquiera sabes quién soy.
M: Un dentista.
R: No, no soy un dentista.
M: Le conozco.
R: Por(av01; ¿cómo te llamas/'
M: [Da el nombre correcro.} E//a es un genio. Yo tengo la polio. ¿Cómo
la curará?
R: Desedntts te11er hpolio. .Fre/eniús te/1er lapolio tpte desc;t6rir c11dl
es realme1tte t.u pro6/ema.
M: No, porque estoy enferma. ¿Cómo lo solucionará?
R: Yo soy un psiquiatra.
M: Hablando como habla, ¿está seguro de ser judío?
R: He dicho que soy un psiquiatra.
M: Ya lo creo. Dios me lo dijo.
R: ¿Qué te dijo tu padre?
M: Nada. Yo nací judía.
R: ¿A quién le importa?
M : Así que probablemente usted es el loco.
R: No, tú eres la loca.
M: Ya lo sé. ¿Qué hará para arreglarlo?
R: Bueno, yo soy psiquiatra y sé cómo curar.
M: ¿Cómo lo hace?
R: Hablando.
M: Siga y hable.
R: Estoy tratando de descubrir qué hizo que te volvieras loca. [La
pacie�te se ríe tontamente.] Creo que fue tu madre.
M: Yo siempre estaba nerviosa.
129
La locura en el diván
130
DoctorYin y DoctorYang
'
Cinco días más tarde, Rosen envió a Mary a casa. La había curado, informó
orgullosamente, y lo había hecho en "cua rro semanas".
131
La locura en el diván
habló sobre los brutales métodos de Rosen, pasaron años antes de que alguien
denunciara que el análisis directo era un fraude peligroso.
La caída de Rosen, a diferencia de la de su teoría, fue dramática. Ninguno de
sus colegas lo reprendió públicamente por amenazar a sus pacientes -por el con
trario, como hemos visto, no dejaron de admirarlo por su atrevimiento y por la
novedad de su método-, pero, finalmente, algunos de sus pacientes lo acusaron
de maltratos. Los compañeros de Rosen pasaron por alto las señales de peligro
porque aceptaron la j ustificación de la brutalidad de sus tácticas. En 1 960, por
ejemplo, O. Spurgeon English, jefe del Departamento Psiquiátrico de la Temple
University (y, por tanto, jefe del departamento de Rosen}, publicó un artículo en
el que comentaba el análisis directo y elogiaba la "casi milagrosa intuición" de
Rosen. (E l demoledor artículo de Horwitz había aparecido dos años antes. } Rosen,
escribió English, "se enfrenta críticamente al comportamiento y al pensamiento
trastornado del paciente. Nunca permite al paciente, ni siquiera por un día, rela
jarse cómoda y satisfactoriamente, rodeándose de pensamientos alucinatorios o
comportamientos inmaduros. El doctor Rosen trata incansablemente de que se
sienta incómodo e insatisfecho, y el paciente debe adoptar a la fuerza un pensa
miento y un comportamiento convencional para escapar a la cólera, la crítica o el
sarcasmo del terapeuta " .
En ocasiones, n o había escapatoria. E l caso más famoso implicó a una joven,
Sally Zinman, profesora de instituto de treinta y tres años e hija de un banquero
amigo de Rosen. Zinman se despertó un día de octubre de 1 970 sin saber su pro
pio nombre. Su padre se la entregó a Rosen. El tratamiento, de acuerdo a los rela
tos que Zinman explicó después, incluía golpes y dos meses de encierro en una
mazmorra, una habitación desnuda y carente de ventanas equipada solamente con
un colchón y un cubo para el aseo personal. Otras historias similares también
salieron a la superficie. En 1 9 8 1 , por ejemplo, Rosen pagó 100.000 dólares para
solucionar un caso relacionado con la muerte de Claudia Ehrmann, una mujer
esquizofrénica que había estado bajo sus cuidados. Según la acusación, Ehrmann
murió cuando dos de los asistentes de Rosen intentaban forzarla a hablar. Uno la
agarraba por las piernas y el otro le daba puñetazos o rodillazos. ( Rosen no estu
vo presente en el momento de la muerte.) La autopsia dictaminó que Ehrmann
había muerto a causa de "heridas contundentes y directas en el abdomen".
El 29 de marzo de 1983, ante la perspectiva de sesenta y siete violaciones de
la Pennsylvania Medica! Practices Act y treinta y cinco violaciones de las normas
del State Board of Medica] Education, Rosen renunció a su licencia para practicar
la medicina.
1 32
C A P ÍT U L O SIETE
- TIIEODORE LiDL
En 1 956, mientras Searles y Rosen luchaban contra los demonios en la Costa Este,
una nueva idea surgió en el Oeste. Y sacudió el mundo de la esquizofrenia "como
una bomba", según las palabras del psiquiatra suizo Luc Ciompi. La explosión
hizo estallar "un dique de rígidos puntos de vista sobre este misterioso trastorno
y desató un torrente de publicaciones" que dos décadas más tarde continuaba cre
ciendo. Aunque nueva, esta avanzada idea compartía dos rasgos clave con sus pre
decesoras: culpaba a los padres de la esquizofrenia de sus hijos, y consideraba que
los síntomas del trastorno eran símbolos que podían descifrarse.
Esta bomba fue una idea denominada doble vínculo. Como un Catch-22
-la novela de Joseph Heller se publicó el año anterior-, el doble vínculo venía a
decir: " Condenado si lo haces, condenado si no". Gregory Bateson, el padre de la
idea, la presentó de una manera característicamente excéntrica en un ensayo titu
lado Toward a Theory of Schizophrenia.
Imaginemos a un maestro zen, escribió Bateson, que le dice a su discípulo:
"Si dices que este bastón es real, te golpearé. Si dices que no es real, te golpearé.
Si no dices nada, te golpearé". Para que a nadie se le pasara su significado por alto,
Bateson se apresuró a explicar con detalle la moraleja. " Creemos que e} esquizo
frénico se encuentra continuamente en la misma situación que el discípulo; pero,
en lugar de la iluminación, alcanza algo parecido a la desorientación. "
El doble vínculo fue el invento de la persona más inverosímil de todas, un
médico novato más antropólogo que psiquiatra que, de hecho, no había tratado
nunca un dolor de garganta, por no hablar de un caso de esquizofrenia. Gregory
Bateson era un hombre desgarbado y desaliñado, de casi dos metros de altura , con
"demasiados músculos y estatura como para saber que hacer con ellos ". Las suelas
133
La locura en el diván
de sus zapatos solían estar despegadas, cada uno de sus cabellos flotaba en una
dirección, siempre llevaba los pantalones salpicados de agujeros. "En su coche había
· termitas, te lo aseguro", recordaba un asombrado colega. Uno de sus conocidos lla
maba a Bateson "el hombre físicamente menos atractivo que he conocido". Pero las
mujeres no opinaban lo mismo. Más de una dejó a su marido por él, y muchas otras
estuvieron a punto de hacerlo. Una fue Margaret Mead; ella y Bateson se casaron en
Singapur en 1 936. Era el primer matrimonio de Bateson, el tercero de Mead.
Bateson era miembro de una distinguida familia académica inglesa (su padre,
eminente científico e inventor de la palabra genética, le puso el nombre de Gregory
en honor a Gregor Mendel). Según afirmó más tarde, hasta los veintiún años no
conoció a nadie que no estuviera licenciado. Pese a su pedigrí, Bateson pasó su
vida en los lindes de lo académico y no en su centro. Y aunque de vez en cuando
ejerció alguna cátedra como profesor invitado de Harvard, Stanford y de la
Universidad de California en Santa Cruz, por ejemplo, nunca fue miembro per
manente de ninguna facultad. Subsistía como una especie de vagabundo intelec
tual, con una precaria serie de subvenciones que conseguía de fundaciones aturdi
das y desconcertadas, a las que engatusaba con su mágica conversación. Según la
persona que opinara, Bateson era un genio o "un príncipe de los despistados" .
Bateson empezó s u vida académica como zoólogo -en s u primera publica
ción hablaba sobre las perdices de patas rojas y 'explicaba por qué ciertas plumas
de su dorso tenían a veces las mismas rayas que las plumas de su barriga-, pero
más tarde se pasó a la antropología. Un fragmento de la autobiografía de
Margaret Mead nos muestra lo variados y difíciles de clasificar que eran los inte
reses de Bateson: " Mientras la guerra nos engullía -escribió-, Gregory se centró
en otros asuntos y nunca volvió a dedicarse a esta clase de trabajo de campo. Por
el contrario, prefirió generar pequeños bosquejos de datos, basados en grabacio
nes y filmaciones de entrevistas con esquizofrénicos y en observaciones de pulpos
en acuarios, nutrias en el zoo o delfines en cautividad " .
Era un orador deslumbrante y e n e l espacio d e una breve conversación podía
hacer referencia a Norbert Wiener, Bertrand Russell, Einstein, Pitágoras, Freud y
Lewis Carroll; al arte de remar en una canoa en Nueva Guinea, a los maestros zen
y a la iluminación. "Los alumnos de Gregory solían quejarse porque no sabían de
qué trataban sus cursos", escribió su hija, la antropóloga Catherine Bateson.
"Hablaba de delfines, pero la clase no iba sobre delfines; hablaba de rituales de
Nueva Guinea, de esquizofrénicos y alcohólicos, y de la educación de los niños
balineses, todo esto entretej ido con citas de Blake, Jung o Samuel Butler, al tiem
�o que desafiaba a los estudiantes a que observaran un cangrejo o una concha y
dijeran si los reconocían como producto del desarrollo orgánico. "
1 34
De malas m a d res a m a l a s familias
Los estudiantes no eran los únicos que estaban confundidos. jay Haley y
John Weakland trabajaron con Bateson "cuarenta horas a la semana durante diez
años", recuerda Ha ley, y los dos perdieron mucho de este tiempo "tratando de
descifrar lo que estábamos investigando". "Como mínimo una vez a la semana,
cuando nos reuníamos para tomar café por la mañana -añade Weakland-, nos
hubiera gustado formularle una pregunta: 'Gregory, ¿en qué consiste este proyec
to?'."
Lo máximo que podía intuir alguien que no fuera Bateson era que el proyecto
estaba relacionado con la comunicación y sus riesgos. Bateson convenció a la
Fundación Rockefeller para que le subvencionara The Role of Paradoxes and
Abstraction in Human Communication, un estudio en el que reflexionaba sobre
rompecabezas lógicos como la siguiente afirmación de Epiménides el Cretense:
"Todos los cretenses son unos embusteros". (Los estudios sobre el delfín, la nutria
y el pulpo tenían como objetivo, aparentemente, comprobar si la comunicación
animal proporcionaba alguna información sobre la comunicación humana . )
Bareson saltó d e estos rompecabezas lógicos a l a esquizofrenia por dos razones. E n
primer lugar, la esquizofrenia parecía u n fascinante campo d e estudio para cual
quier persona interesada en la comunicación y en sus problemas. En segundo
lugar, para las fundaciones era mucho más tentador contribuir al estudio de la
esquizofrenia que a la solución de acertijos griegos. "Había dinero en juego",
señaló Jay Haley de manera cortante.
Con el tiempo, Bateson dejó de explicar el doble vínculo éon un ejemplo de
Buda porque prefería hacerlo con uno de Mary Poppins. Bateson leía a menudo al
público el pasaje e n que Mary Poppins, la niñera, llevaba a sus pupilos, Jane y
Michael, a la tienda regentada por la señora Corry y sus hijas, Fannie y Annie:
"Supongo, querida mía -se dirigió a Mary Poppins, a la que parecía conocer
muy bien-, supongo que habrá venido a por panecillos de jengibre. "
"Efectivamente, señora Carry ", dijo educadamente Mary Poppins.
"Bien. ¿Le han dado alguno Fannie y Armie? " Miró a jane y a Michael mien
tras lo decía.
"No, Madre", aseguró la señorita Fannie sumisamente.
"Precisamente nos disponíamos a hacerlo, Madre", empezó a decir la señorita
Annie con un susurro asustado.
A l oír esto, la señora Carry se enderezó y miró furiosamente a sus enormes
h1jas. Entonces, con una voz suave, fiera y aterradora, aiiadió:
"¿Precisamente os disponíais? ¡Oh, ya lo creo! Es muy interesante. ¿ Y puedo
preguntar, Annie, quién os dio permiso para regalar mis panecillos de jengibre? "
"Nadie, Madre. Y n o los regalé. Sólo pensé... "
135
La locura en el diván
"¡Tú sólo pensaste! Es muy amable por tu parte. Pero te agradeceré que no p;�
ses. ¡ Yo puedo pensar todo lo que hace falta aquí!", dijo la señora Carry con su pro-':<-.:
da y terrible voz. Luego estalló en un cruel cacareo de risas. "¡Mírenla! ¡Simplemer.�
mírenla! ¡Cobarde! ¡Llorona!", gritó apuntando a su hija con su dedo nudoso.
]ane y Michael apartaron la vista y vieron una gruesa lágrima correr por .:;
enorme y triste cara de la señorita Annie, y no se atrevieron a decir nada porque _;
1 36
De malas madres a malas familias
reserva. Y, ¡quién lo hubiera dicho!, todos los textos médicos describían tres for
mas básicas de esquizofrenia: la paranoia, caracterizada por la desconfianza; la
hebefrenia, caracterizada por un ridículo rechazo del mundo; y l a cataronia, carac
terizada por el ensimismamiento.
Los psiquiatras acogieron enseguida esta teoría. Era intelectualmente respe-
table e intuitivamente atractiva, era interesante y olía a vida real más que a teoría
polvorienta. Los ejemplos aparecían por todas partes. En la Europa medieval se
obligó a los judíos a ocuparse del negocio de los prestamistas, y luego se les insul
tó por haber desempeñado una función tan despreciable. ¿Acaso no se trataba de
un doble vínculo? Un psiquiatra encontró por casualidad una ilustración perfecta
en una novela: "Un niño se queja a su madre: Papá me pega. E l padre llega y lo
increpa: ¿ Estás diciendo otra de tus mentiras? ¿ Quieres que te pegue otra vez ? " . �·
Desde e l punto d e vista d e l a teoría del doble vínculo, las observaciones fami
liares también parecían proporcionar nueva información. Los psicólogos, por
ejemplo, invirtieron muchos años en el estudio del comportamiento de las ratas en
jaulas donde la mitad del suelo estaba electrificado. Tomando como referencia a
Pavlov, empezaron preguntándose cuánto tiempo tardaría una rata en aprender a
refugiarse en la mitad segura del suelo.
Si se introducía una variante en el sistema estándar, se obtenía un resultado
evidente: cuando las dos mitades del suelo permanecían electrificadas, cuando no
había refugio para la rata, ésta se sentía aterrorizada. Quizás empezase a dar vuel
tas de forma arbitraria, quizás comenzase a correr frenéticamente hacia adelante
y hacia atrás, quizás se encogiera lastimosamente en un rincón. Y aquí es cuando
se hacía la luz. "La persona atrapada en el dilema [en un doble vínculo] parece,
en cierto sentido, una rata en una jaula de dos cámaras, las cuales han sido cable-
adas para recibir constantes shocks eléctricos ", explicaba el psiquiatra Luc
Ciompi. Según éste, la teoría del doble vínculo s ugería que en la desesperación de
una rata aterrorizada yacía escondida "la explicación de los patrones del com-
portamiento patológico de los esquizofrénicos".
Pero el mayor atractivo de la teoría de Bateson era que descubría una multi
tud de territorios nuevos para la exploración. Freud creía que la esquizofrenia se
debía a un problema en el desarrollo individual; de algún modo, el pacieme l1abÍa
perdido el rumbo en a/gú11 punto de la abrupta costa de la JÍJfáncia. Fromm-
* Esta teoría también nos recuerda el viejo chiste que Dan Greenburg explica en How to Be a leuJISh
Mother. "Regálale a tu hijo Marvin dos camisetas. Cuando estrene una de ellas, míralo con tristeza •v
uriliza tu Tono de Voz Básico para decirle: ¿Es que la otra no re gusta ? "
137
La locura en el diván
Reichmann y sus seguidores añadieron otro elemento a este cuadro: el niño, sen
cillamente, no había perdido el rumbo. Por el contrario, su madre esquizofreno
génica lo había impulsado hacia el desastre.
Y ahora tomaba fuerza la teoría del doble vínculo, que no atribuía la culpa
de la esquizofrenia a la actitud de la madre hacia su hijo, sino al estilo de comu
nicación de la familia. La atención se desviaba de la madre a la familia, y de los
abusos pasados a las interacciones presentes.
Bateson dio por sentado que las madres de los niños esquizofrénicos eran
hostiles, ansiosas y poco afectuosas, pero su propósito real era más profundo.
Según Bateson, ser esquizofrénico equivalía a estar atrapado en una continua
maraña lingüística, una enredada telaraña de mensajes contradictorios e imposi
bles de descifrar. A menudo, parecía que el santo patrón de esta nueva teoría no
era Sigmund Freud, sino Lewis Carroll.
De hecho, Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo eran los
libros favoritos de Bateson. Le gustaba especialmente el personaje bread-and-but
terfly de Carroll, una curiosa criatura cuyas alas eran delgadas rebanadas de pan
y mantequilla, y cuya cabeza era un terrón de azúcar. Su único alimento, como
descubrió Alicia, era el "té suave con nata".
Así que bread-and-butterfly estaba condenado: s i metía la cabeza de azúcar
en el té para beber, la cabeza se disolvía; y si la mantenía fuera de la infusión, se
moría de hambre. Cara, gano; cruz, pierdes.
Éste parecía ser un enfoque curiosamente abstracto y libresco para un tras
torno tan severo y real como l a. esquizofrenia. Y, efectivamente, esta influyente
teoría del doble vínculo no se basaba en un gran número de observaciones de
pacientes esquizofrénicos y de sus familias, ni siquiera en un pequeño número de
casos, porque no se basaba en observación alguna.
Bateson reconoció que primero elaboró su teoría y que solamente después
empezó a estudiar la esquizofrenia. "La posibilidad teórica de los estados de doble
vínculo nos estimulaba a buscar estas secuencias de comunicación en el paciente
esquizofrénico y en la situación de su familia", escribió en su original ensayo sobre
el doble vínculo. ]ay Haley, uno de los autores, j unto a Bateson, de este primer
ensayo, y hasta hoy un devoto admirador, ha añadido con el tiempo algo de carne
a esros huesos. "Bateson afirmaba que la causa de la esquizofrenia eran los padres,
que castigaban a sus hijos porque éstos esperaban ser castigados", recordaba
Haley en 1 990. "Cuando el niño hace algo mal, lo castigan. Luego, el niño se aco
barda cuando se acercan y ellos se indignan, pues no les gusta esta impresión. Así
.que lo castigan porque espera ser castigado."
"Nos dieron una subvención, durante dos años, para estudiar este hecho y
1 38
De m a l a s madres a malas familias
documentarlo", continúa Haley. "Y le preguntamos a Gregory: ' ¿ Cómo sabes que
es eso lo que sucede?'. Y él respondió: 'Sucede'. Subimos a las montañas y alqui
lamos una cabaña, y tres de nosotros nos pasamos dos días enteros dentro de la
cabaña reflexionando y planificando los dos años de trabajo que teníamos por
delante gracias a la subvención, y tratando de averiguar de qué demonios estaba
hablando. Y recuerdo que en algún momento, cuando dijimos: '¿Cómo sabes que
los padres castigan a sus hijos porque éstos esperan el castigo?', él contestó: 'Es el
tipo de cosa que debe suceder; porque si no, el niño no tendría problemas de
comunicación y aprendizaje'. Y nosotros repetimos: '¿El tipo de cosa?'. Y desde
entonces todo fue fácil. Hablamos acerca de todas las posibilidades de aquel tipo
de cosa, y éste es el origen del doble vínculo."
Según e l punto de vista que se elija, esta teoría se basó en un notable avance
de la intuición o en una curiosa inversión del orden establecido. Con bastante
acierto, la forma como se fraguó esta corriente de pensamiento nos hace pensar en
las palabras de la Reina de Corazones tan admirada por Bateson: "Primero, la sen
tencia; después, el veredicto".
Bateson reconoció que la hipótesis del doble vínculo no "había sido compro
bada estadísticamente". No obstante, siguió adelante y afirmó que "las situacion[es]
familiares del esquizofrénico" tenían tres "características generales" en común.
En primer lugar, la madre del futuro niño esquizofrénico se volvía "ansiosa
y reservada si el niño la trataba como a una madre afectuosa". Ésta era la prime
ra parte del doble vínculo. En segundo lugar, la madre podía no aceptar sus pro
pios "sentimientos de ansiedad y hostilidad hacia el niño" y, por lo tanto, podía
tratar de ocultarlos para que el niño "la tratara como a una madre afectuosa " .
É sta era l a segunda parte del doble vínculo. Y entonces l a puerta d e salida se cerra
ba de golpe: nadie más en la familia -a menos que lo hiciese un padre lo bastan
te fuerte- era capaz de solucionar este problema.
"Si la madre empieza a sentirse cariñosa y próxima a su hijo -explicaba
Bateson- también empieza a sentirse en peligro y se aleja de él; pero no puede
aceptar este acto hostil y, para rechazarlo, debe simular afecto e intimidad con el
niño." De esta forma, el niño queda atrapado. Descubrir el engaño de su madre
significaría "enfrentarse al hecho de que ella no le quiere y le engaña mediante su
comportamiento afectuoso". Y aceptar su juego significaría "engañarse a sí
mismo sobre su propio estado interno".
Se trataba de una cruel elección: el niño tenía que rechazar a una madre afec
tuo� a o rechazar sus propias percepciones. En cualquiera de los dos casos, siem
pre salía perdiendo. Según el resumen de Bateson: "El niño es castigado por dis-
139
La locura en el diván
140
De m a l a s madres a m a l a s familias
jefe del Departamento de Psiquiatría. Lo más importante es que Lidz fue el único
en pasar de la anécdota al claro. Algunos psiquiatras acabaron convertidos en
sanadores a pesar de haber sido científicos. Otros se limitaron a describir a pacien
tes esquizofrénicos concretos. Lidz se ocupó de definir el trastorno.
Y repetiría su mensaje, con la persistencia e intensidad de un ariete, ensayo
tras ensayo, año tras año y década tras década, sobre todo a lo largo de los cin
cuenta y de los sesenta, pero también durante los setenta y los ochenta. Enérgico,
luchador, dogmático y, por encima de todo, completamente seguro de sí mismo,
Lidz nunca vaciló. Incluso se las arregló para añadir al tono neutral propio de los
artículos médicos una nota de grandeza y autoridad, como si toda la historia pre
via sólo hubiese sido una preparación para su llegada. "Finalmente -escribió en
1 957- ha surgido un grupo de investigación que lleva a cabo exploraciones
amplias sobre la vida de las familias que albergan a pacientes esquizofrénicos."
Nunca intentó edulcorar su mensaje. Estos son los hechos, sugería su tono;
vivid con ellos. "Ahora sabemos que la familia del paciente siempre está grave
mente trastornada", declaró en 1 978, y se esmeró en subrayar lo que significaba
cada palabra. "Aunque sea arriesgado decir siempre, no conozco ninguna razón
para no hacerlo. Los que no están de acuerdo con el siempre es porque no han
estudiado en profundidad a las familias de los pacientes. "
Lidz l o hizo. A l o largo d e doce años, d e 1952,a 1 964, él y sus colegas del
Instituto Psiquiátrico de Yale analizaron a diecisiete pacientes esquizofrénicos y a
sus familias. Y durante el resto de su larga carrera, Lidz siguió cultivando esta
pequeña parcela. En una serie interminable de libros, artículos y charlas, todos
basados en las diecisiete familias de clase media-alta de Nueva Inglaterra, explicó
aquello que siempre era verdad acerca de todos los esquizofrénicos y sus familias.
Si leemos los artículos, tropezaremos con los mismos padres una y otra vez,
como si fuesen soldados en un desfile militar. En 1955, por ejemplo, Lidz descri
bió a un hombre al que denominó señor Grau, que "criticaba constantemente a su
mujer y no tenía en cuenta sus sentimientos". En 1 957, el señor Grau aparecía de
nuevo: "El señor Grau sentía una paranoica hostilidad contra todos los católicos,
algo frecuente; aunque aquí el sectarismo paranoico se centraba sobre su mujer,
una devota católica " . En 1964, le llegó el turno a la señora Grau. Era "una per
sona extraordinariamente distraída, confusa y dispersa, que podía hablar mucho
y dejar al oyente perplejo, como si no hubiese dicho nada ... Creaba la errónea
impresión de ser idiota " .
Lidz se basó en e l trabajo d e Fromm-Reichmann, Bateson y otros, pero llegó
mucho más lejos. Igual que sus colegas, al principio estuvo convencido de que los
esquizofrénicos eran víctimas del comportamiento negativo de sus madres. Muchas
1 41
La locura en el diván
Una persona podía ser esquizofrénica igual que podía ser timida, y decir
padece esquizofrenia era tan absurdo como decir padece timidez. Aunque, al
hablar, Lidz contradijo a menudo su propia creencia, este asunto era mucho más
profundo que la sutil diferencia entre escribir tomato o tomahto. Al argumentar
que la esquizofrenia era un ejemplo de desarrollo fracasado y no una enfermedad,
estaba restringiendo su estudio al campo de la psicoterapia e invitando a cualquier
posible cazador furtivo del campo de la bioquímica, la neurología o de cualquier
especialidad rival, a que abandonara el terreno.
Durante la etapa de crecimiento, afirmó Lidz, las personas podían salirse de
la ruta. Si no eran capaces de enfrentarse al mundo ni de cambiarlo, aún les que
daba una alternativa. Podían escapar de él. "Cuando el camino hacia el futuro está
cortado -escribió Lidz-, y cuando la regresión está bloqueada, porque no se
puede confiar en las personas de las que uno debería depender, todavía queda un
camino. Basta con alterar la percepción de las necesidades y motivaciones propias,
y la de los demás. Se puede abandonar la lógica causal, cambiar el significado de
los acontecimientos, retroceder a la infancia, cuando la realidad se reemplaza por
las fantasías de los deseos, y recobrar una suerte de omnipotencia y autosuficien
cia. E� pocas palabras, te puedes volver esquizofrénico."
142
De m a l a s m a d res a malas familias
No todo el mundo tenía acceso a aquella vía de escape. Sólo había una sali
da, razonaba Lidz, para aquéllos cuya familia los había dañado tanto y se sentían
tan confusos que sus vínculos con la realidad eran poco más que un hilo de seda.
Lidz no fue uno de los que, como Georg Groddeck, consideraban que cual
quier enfermedad tenía una raíz psicológica. Le gustaba subrayar que había empe
zado su carrera médica estudiando las lesiones del cerebro y las enfermedades
cerebrales. " Llegué a conocer muy bien los trastornos orgánicos del cerebro",
recordaba con impaciencia en una entrevista de 1 995. "Escribí mi primer ensayo
sobre un hombre que tenía un tumor prefrontal en el lado derecho. Cuando empe
cé a examinar a pacientes esquizofrénicos, me di cuenta de que este trastorno no
tenía nada que ver con los trastornos orgánicos que había estado estudiando. "
La prueba era que los esquizofrénicos, pese a las alucinaciones, las ilusiones
y el habla confusa, permanecían intelectualmente intactos. Lidz solía recordar que
aunque había sido un buen j ugador de bridge, no podía competir con ninguno de
sus pacientes esquizofrénicos. Entonces, si no se trataba de un trastorno del cere
bro, ¿cuál el origen de aquel extravagante comportamiento? A pesar de no ser un
hombre modesto, Lidz reconoció que se trataba de un misterio que prácticamen
te se resolvía solo. Todo lo que tenía que hacer, incluso en su primer encuentro con
los esquizofrénicos y sus familias, era abrir los ojos.
"Después de pasar una hora con ambos- ¡;>adres o, a veces, solamente con uno
de ellos -escribió Lidz-, me siento confuso e incluso un tanto enfermo." La con
secuencia era obvia: "Si yo me siento confuso tras pasar una hora o dos con estos
padres, ¿cómo me sentiría si hubiese sido criado por ellos?"
"Hablar a los padres de los pacientes esquizofrénicos era una tarea hercúlea",
recordaba Lidz en 1 9 95, al tiempo que aumentaba la fuerza y la angustia de su voz
pese a las tres décadas que lo separaban de los hechos. "Y eso ocurría con todos
los pacientes esquizofrénicos. No teníamos problemas para relacionarnos con los
padres de los pacientes deprimidos o neuróticos. Pero cuando tratábamos con los
de los pacientes esquizofrénicos, podíamos llegar a volvernos locos intentando
conseguir que entendieran o hicieran lo que creíamos que tenía que hacerse."
Incluso en los ensayos publicados, durante la elaboración de los cuales había
tenido tiempo para sopesar sus palabras, la impaciencia y la frustración de Lidz se
desbordaban. "Los psiquiatras no han conseguido salvarse de las madres de los
pacientes esquizofrénicos", se quejaba en un fragmento clásico de un ensayo de
1 955, en el que también señalaba que el extraño comportamiento de las madres
dejaba "una impresión duradera en los psiquiatras a quienes atormentaban". Una
mujer, la señora Benjamín, "hablaba incesantemente y decía muy poco, y menos
aún sobre todo lo relacionado con la situación" . Cierta señora Newcomb, "en una
143
La locura en el diván
de sus declaraciones más inspiradas", afirmó que su marido "no se siente tan
molesto con mi charla como la mayoría de los hombres" .
. A menudo, Lidz pasaba del aburrimiento a una indignación apenas reprimi
da. Describió, por ejemplo, a una madre "insensible", llamada señora Ubanque,
que escuchaba con indiferencia a su hija esquizofrénica cuando ésta "desahogaba
libremente sus sentimientos hacia sus padres y les hablaba angustiosamente sobre
su desconcierto, suplicándoles comprensión y ayuda " . Finalmente, "cuando las
súplicas de su hija alcanzaron una gran intensidad, la señora Ubanque se volvió
con brusquedad hacia uno de los psiquiatras, tiró del talle de su vestido y comen
tó despreocupadamente: 'Este vestido me aprieta demasiado. Creo que tendría que
ponerme a dieta'."
No era necesario tener un ojo clínico para ver que había algo relacionado con
los padres de los esquizofrénicos que no funcionaba bien. " Propusimos que un
grupo de estudiantes de medicina presenciara las sesiones de terapia familiar
-comentó Lidz en una entrevista en 1 9 72-, y su respuesta fue: 'Dios mío, no
podríamos vivir en esa familia ni una semana; hay algo muy maligno en ella'."
Incluso las personas que no tenían ningún conocimiento sobre medicina perci
bían lo mismo. Lidz recordaba vívidamente una conversación que mantuvo décadas
atrás con un hombre que visitó a su sobrino en el hospital. El hombre, más joven, era
esquizofrénico, víctima de una crisis nerviosa que sufrió 'POCO después de licenciarse.
Lidz se lanzó a explicar lo acostumbrado: "No sabemos mucho sobre este
estado. Precisamente ahora es cuando empezamos a conocerlo. Para serie sincero,
no puedo garantizarle resultados; va a ser muy duro". Su visitante lo interrumpió.
" o he venido a preguntarle por qué es esquizofrénico", dijo con impaciencia.
"He venido a decirle por qué lo es."
La explicación, en pocas palabras, era que la vida del joven con sus padres
había sido "absolutamente caótica". Lidz dedicó el resto de su carrera a ampliar
la teoría de este visitante. Sin embargo, la idea principal quedó clara desde el prin
cipio y apenas cambió con el paso de los años: los esquizofrénicos se hacían, no
nacían. "Me aferré a eso", recordaba Lidz recientemente al contemplar su carre
ra desde la atalaya de sus ochenta y cinco años.
Cuando Lidz empezó a estudiar la esquizofrenia, siempre se topaba con el
mismo problema. "Necesitábamos saber qué era lo que no funcionaba con los
padres", declaró. "Quizás hubiese sido mejor preguntar: ¿qué habían hecho
bien? " Cualquiera que fuese el caso, Lidz siempre acababa constatando que los
padres de los esquizofrénicos habían fallado a sus hijos. "En todos los aspectos de
la vida de la familia que investigábamos -señaló con preocupación- pasaba algo
verdaderamente grave."
144
De malas madres a malas familias
Y citó sin vacilar toda una serie de problemas. Había problemas en las per
sonalidades de los padres, en sus relaciones entre ellos, en sus relaciones con los
hijos, en la comunicación verbal de la familia, en la comunicación no verbal, etc.
Además, señaló Lidz, no se trataba simplemente de que alguna de estas familias
tuviese problemas en alguna de estas áreas. Por el contrario, "cada una de las
familias sufría trastornos en prácticamente todos estos aspectos".
Así que Lidz cambió de táctica. Si todo iba mal, era casi imposible encontrar
el problema específico que marcaba la diferencia. Lidz seguía creyendo que los
niños que acababan siendo esquizofrénicos habían sufrido el maltrato de sus
padres. Pero quizás fuese más práctico centrarse en lo que las familias habían
pasado por alto y no en lo que habían hecho mal.
"Empezamos a considerar la posibilidad -escribió Lidz en 1 964- de que la
esquizofrenia fuese un trastorno por defecto. " Como sucedió en el siglo XVIII con
los marineros ingleses que padecían escorbuto, la clave del rompecabezas podía
consistir en identificar qué se había omitido. Lo que les faltaba a los esquizofréni
cos, según Lidz, era la educación y la orientación que los padres sensatos propor
cionaban a sus hijos.
Hasta aquí, todo nos resulta familiar. Pero Lidz insistió en subrayar otra
carencia devastadora que afectaba a las familias de los esquizofrénicos, a la que
dio el embarazoso nombre de inculturización. Digamos, simplemente, que estos
extraños padres fracasaban a la hora de enseñar a sus hijos lo que en nuestra cul
tura se considera un comportamiento aceptable.
En su lugar, los padres presidían un reino sutil, peculiar y privado, que tenía sus
propios ritos y tradiciones. El niño esquizofrénico crecía en una corte cerrada, gober
nada por un rey y una reina excéntricos e ineficaces. La vida en casa era un "adies
tramiento en la irracionalidad". No podía extrañar que el niño apenas estuviera pre
parado para enfrentarse al mundo exterior, que se encontraba a un paso de casa.
Pero asimilar el comportamiento de las demás personas era el menor de los
problemas del niño. La tarea más importante, que sus padres también evitaban,
era adquirir un significado de sí mismo. Efectivamente, los padres se comportaban
como si estuvieran conspirando para frustrar este objetivo. Participaban en ritua
les privados, utilizaban el lenguaje de forma extraña e idiosincrásica, y enviaban
señales contradictorias.
Lo peor de todo era que los padres insistían en que el niño descartase sus pro
pias opiniones para verse obligado a percibir el mundo a través de los ojos de sus
mayores. Este "lavado de cerebro" , señaló Lidz, empezaba "en la infancia". El
result!=ldo, predecible y trágico, era impedir "la realización de una firme identidad
por parte del niño".
145
La locura en el d i v á n
Las familias no sólo eran malas; además, su maldad era predecible y siste
mática. Lidz estableció los dos patrones más comunes: cismáticos y sesgados. Las
familias cismáticas estaban divididas debido a conflictos patentes entre los proge
nitores. Las familias sesgadas sufrían un daño más sutil pero igualmente profun
do; familia sesgada hacia uno de los padres, que sufría un grave trastorno y cuyo
comportamiento el otro cónyuge aceptaba como normal. Los padres cismáticos
estaban en guerra abiertamente; los padres sesgados conspiraban en silencio.
El rasgo más notorio de la familia sesgada era la madre esquizofrenogénica,
que se las arreglaba para llevar a cabo el hábil truco de ser al mismo tiempo
"extremadamente entrometida en la vida de su hijo" e " insensible a las necesida
des del niño". Era "super-protectora y acaparadora", y enviaba constantemente a
sus hijos el mensaje de que dejarla equivaldría a matarla. Aunque tampoco se com
portaba bien, el padre era menos dramático, pero no prestaba ninguna ayuda.
"I neficaz en la casa y, por lo general, despreciado por la madre [ ... ], se comporta
ba como un niño más" o "rivalizaba intensamente con su hijo por la atención y el
afecto de su mujer".
La referencia de Lidz a un hijo varón no fue accidental. Creía que en las fami
lias sesgadas crecían más hijos esquizofrénicos. Y que en las familias cismáticas
crecían más hijas esquizofrénicas. Los padres cismáticos eran francamente hosti
les entre ellos, y ambos trataban de implicar al niño en su perpetua batalla. La per
sonalidad de estas madres era menos contundente, con lo cual la débil confianza
que podían haber tenido se había visto "minada por el constante menoscabo" de
sus cónyuges. Los maridos, por el contrario, eran "dominantes", "ambiciosos",
"a veces paranoicamente rígidos y recelosos".
El niño que se encontraba en esta situación estaba atrapado en un dilema
imposible. Complacer a un progenitor significaba ganarse el desdén del otro;
intentar complacer a estos dos adultos irreconciliables significaba actuar como
cabeza de turco y sacrificarse a sí mismo .
. El deber de un terapeuta en estos casos estaba claro. "He intentado conse
guir que el paciente reconozca, especialmente los pacientes más jóvenes, que sus
1 46
De m a l a s m a d res a malas familias
147
La locura en el diván
Era un método cargado de riesgos. Pero Lidz nunca se preocupó por esta
blecer grupos de control, la precaución más elemental que tiene en cuenta la cien·
cía, y nunca pareció entender por qué podían exigírselos. "No tenía sentido hacer
controles normales puesto que resultaba obvio que estas familias eran anormales ·· .
contestó bruscamente e n 1 995, cuando l e presionaron sobre e l tema.
Ante cualquier pregunta acerca de su ciencia, Lidz siempre se mostró tan
brusco y tajante. ¿Por qué era sensato generalizar sobre una de las más extendidas
enfermedades mentales a partir de una docena y media de casos? Porque "las
investigaciones hechas a fondo, centradas en unas pocas personas eran mejore�
que las investigaciones superficiales centradas en multitudes ". ¿Cómo sabía que el
comportamiento de estos padres ya era extraño antes de que sus hijos se pusieran
enfermos y no p orque sus hijos se habían puesto enfermos? Porque "nos hemos
remontado lo suficiente como para saber que eran personas peculiares o difíciles
incluso antes de casarse" . ¿Por qué, si los padres eran los culpables, los hermanos
y hermanas del niño esquizofrénico estaban sanos? "No lo están. Escribimos un
ensayo sobre los hermanos, y allí demostramos que hay menos hermanos sanos de
lo que pensábamos."
Impasible e imperturbable, Lidz también quitaba importancia a las pregun
tas sobre su integridad. ¿Por qué no informó a sus diecisiete pacientes y a sus fami
lias de que eran los sujetos de un programa de investigación? ¿Por qué escribió
sobre ellos sin su autorización ? Porque en su primer estudio sobre la esquizofre
nia intentó explicar a los pacientes que estaban formando parte de una investiga
ción "y ello causó problemas, así que decidimos no volver a decírselo".
Lidz también se enfrentó a este tipo de preguntas en sus escritos restándoles
importancia con su característica confianza. "A pesar de sus posibles defectos
-declaró en 1960-, hay razones para creer que estas investigaciones han pro
porcionado la descripción más amplia y profunda que se haya realizado sobre
cualquier familia y para cualquier propósito."
Lidz nunca cedió un milímetro a lo largo de su prolongada vida. A los ochen
ta y cinco años, el antiguo jefe de departamento conservaba la aureola de un rey
depuesto y todavía se presentaba a diario en su despacho de Yale. A pesar del bas
tón y del audífono, a pesar de la reciente muerte de su mujer (un doble golpe pues
to que había sido compañera y colega profesional), permanecía alerta y orgulloso
en su puesto. El teléfono rara vez sonaba, los visitantes raramente llamaban, pero
aquéllos que se aventuraban en el despacho número 6 1 0 del edificio psiquiátrico
de Yate, todavía podían escuchar un viejo estribillo familiar.
Lidz sabía que sus opiniones habían caído irremediablemente en desgracia
-en la lucha por descubrir los secretos de la esquizofrenia, los neurólogos arma-
148
De malas madres a malas familias
dos con escáneres PET y los especialistas en genética molecular, que se ocupaban
de las investigaciones sobre el ADN, habían desbancado desde hacía mucho a los
terapeu"tas de la palabra-, pero también había presenciado el ir y venir de otras
modas. Lidz se consolaba a sí mismo con la sabiduría melancólica de que la psi
quiatría se había extraviado en otras ocasiones para luego recuperar de nuevo su
prestancia.
En un silencioso y polvoriento despacho, Theodore Lidz, el impenitente,
esperaba, solitariamente exiliado, a que pasara el chaparrón.
Casi tan pronto como Theodore Lidz empezó a publicar sus informes acerca
de sus diecisiete familias, otros psiquiatras se precipitaron a publicar sus propias
versiones sobre el nuevo evangelio. El impacto fue doble. Por un lado, las doctri
nas sobre la culpabilidad familiar alcanzaron a un público más fresco y amplio.
Por el otro, mucho más importante, aumentó su prestigio. Como no estaban rela
cionadas con un único grupo de investigación, se convirtieron en un saber gene-
, ral, la moneda de cambio de cualquier psiquiatra a la moda. Lo que "todo el
mundo sabía" era más atractivo que lo que una sola persona afirmaba.
Quizá el más influyente de los nuevos misioneros fue el psicoanalista Silvano
Arieti. En el estudio Interpretation of Schizophrenia, publicado en 1 9 55, y, cuatro
años más tarde, en el voluminoso y contundente American Handbook of
Psychiatry, que él mismo editó, Arieti describió la nueva teoría sobre la esquizo
frenia con claridad y concisión. El contenido era familiar. Lo que resultaba nuevo
era el carácter impersonal e incuestionable de la presentación de Arieti. Al pare
cer, se trataba de hacer una descripción y no de entrar en polémica. Arieti se limi
taba a describir una enfermedad, igual que otro estudioso al afirmar que la pul
monía se caracteriza por escalofríos, fiebre y tos. El fanático que aporreaba su púl
pito dio paso al académico que enumeraba metódicamente los puntos más impor
tantes en la pizarra de la sala de conferencias. "Aunque sea la madre la que con
tribuye en mayor medida a la producción de las condiciones que ahora vamos a
describir -señalaba Arieti en un pasaje clásico-, a lo largo de la historia de l a
esquizofrenia descubrimos q u e son ambos padres los que han fallado al niño, a
menudo por razones diferentes. Con frecuencia, la combinación es la siguiente:
una madre dominante, quejica y hostil, que no proporciona al niño la oportuni
dad de afirmarse a sí mismo, está casada con un hombre débil y dependiente,
demasiado débil para ayudar al niño. Un padre que no se atreve a proteger al niño
por miedo a perder los favores sexuales de su mujer o, simplemente, porque es
incapaz de oponerse a su fuerte personalidad, es tan inútil con respecto al niño
como la madre . "
1 49
La locura en el diván
que se basaban sus teorías. Arieti se saltó este paso. Ahora los hechos caía;-; .:..
cielo prístinos, relucientes e inmaculados, no corrompidos por manos huma:-.:
De esta forma se podía elaborar una presentación esmerada e incluso atrae"· -
Arieti escribía con claridad y no mostraba ninguna de las extravagancias .:_
Searles o de las excentricidades de Rosen. S u tono era sereno, seguro, repleto .:.�
sentido común, tan realista como el del doctor Spock. Uno casi podía olvidar �-�
Arieti estaba escribiendo sobre la esquizofrenia: "El niño necesita ser aceptado: ,_
1 50
De malas madres a malas familias
151
La locura en el diván
enorme respeto por las teorías de Freud. " Freud fue un héroe", escribió Laing en
1960 en The Divided Se/f. "Descendió al inframundo y descubrió espantosos
terrores . Utilizó su teoría como una cabeza de Medusa que convertía en piedra
estos horrores. Nosotros, que seguimos a Freud, contamos con el beneficio del
conocimiento que trajo de vuelta consigo y que nos comunicó."
En particular, Laing se aferró a su fe en el enfoque interpretativo de Freud.
(Admiró especialmente a un colega de Freud, Georg Groddeck, que creía fervien
temente que los síntomas eran símbolos. Laing aseguró que se había leído The
Book of the It, de Groddeck, por lo menos una docena de veces.) En un fragmen
to característico de The Divided Self, Laing nos habla sobre una paciente, Julie,
que "en su psicosis se llamaba a sí misma señora Taylor". ¿Qué intentaba decir?,
se preguntó Laing. Inmediatamente contestó a s u propia pregunta. " Quería decir:
estoy hecha a medida, soy una mujer hecha la medida; fui creada, alimentada, ves
tida y moldeada. " * Éste, sostenía Laing, era el jugoso y agudo resumen que hacía
Julie de su propio problema. "Expone, en pocas palabras, la esencia de los repro
ches que le hacía a su madre cuando tenía quince y dieciséis años."
En un libro publicado en 1 977, casi dos décadas después de su trabajo con
Julie, Laing siguió defendiendo aquel tipo de interpretación. En Conversations
with Adam and Natasha, narró el episodio en que su hija de seis años le pregun-
'
tó a su madre: " ¿ Dios puede matarse ?" . Laing discutió esta pregunta con un viejo
amigo, Monty, presumiblemente también psicoanalista. "Hay una relación increí
blemente íntima entre el sexo y la muerte", le aseguró Monty a Laing. "Te diré lo
que significa la pregunta. Ella está preguntando: ¿Dios se masturba ? "
"Y eso quiere decir: ¿papá se masturba?", replicó Laing.
'"Precisamente", añadió Monty. "Ella desea saber si lo haces sin mamá, si
necesitas a mamá; si ella puede hacerlo contigo en lugar de mamá."
• Esta interpretación se basa en un juego de palabras: taylor significa sastre en inglés. (N. de la T. )
.
•• La noción de la locura como una simple etiqueta aplicada por el poderoso al débil precede en siglos
a Laing. En el siglo XY!l, por ejemplo, el poeta Nathaniel Lee fue internado en Bethlehem. "Dijeron
que yo estaba loco, y yo les dije que los locos eran ellos " , declaró Lee. " Maldita sea, me vencieron."
1 52
De malas madres a m a l a s familias
1 53
La locura en el diván
1 967, que un niño inglés tenía más posibilidades (diez veces más) de acabar en u:-..:
clínica mental que en una universidad. " Estamos llevando a nuestros hijos ha.:..;
la locura con más eficacia que los educamos", declaró.
Quizás valga la pena señalar que, cuando se refirió a padres peligrosos e ines
tables, Laing habló desde la experiencia. Su propia madre, Amelía, se columpiaba
precariamente en el límite donde la excentricidad se convierte en locura. Era her
mosa, inteligente, deshonesta y excesivamente rencorosa y recelosa con las demas
personas, y no menos con su hijo. Cuando Laing tenía cinco años, ella quemó se:
j uguete favorito, un caballo de madera, porque decía que le tenía demasiado can
ño. Cuando se convirtió en un adulto y volvió a casa después de cumplir el serYI
cio militar, se encontró con que su madre había quemado todos sus papeles y des
trozado su piano con un hacha. Mucho después, cuando Laing tenía alrededor de
cuarenta años, confeccionó una pequeña "muñeca Ronald" a la que clavaba alfi
leres con el expreso deseo de provocarle un ataque de corazón. Cuando Amelia
finalmente murió, Laing, que entonces tenía cincuenta y nueve años, declaró que
lo que más lamentaba de su vida era no haberla lastim:ido más.
Pero la creencia de Laing en el daño causado por las familias se basaba en la
observación de sus pacientes, no en la de sus padres. Pronto llegó a la conclusión
que mantendría siempre. Irónicamente, acusó severamente a los padres a partir de
los experimentos que realizó para estudiar la forma como éstos trataban a su des
cendencia. En 1 953, como joven psiquiatra en su primer trabajo civil después de
cumplir sus obligaciones con el ejercito Británico, Laing convenció a sus superio
res para que lo dejaran hacer una prueba con doce pacientes esquizofrénicos intra
tables. Eran doce mujeres que permanecían encerradas en una sala atestada de
gente, privadas de cualquier posesión personal, incluyendo ropa interior y cosmé
ticos, que sólo recibían esporádicas visitas de los médicos.
Laing cambió todo esto. Acondicionó una limpia y clara habitación para esta
docena de pacientes, la equipó con revistas e incluso con una cocina para que
pudieran hacerse su propio té y pasteles, y la completó con dos enfermeras que
proporcionaban un buen trato individual. La llamada Rumpus Room (habitación
de los juegos) estaba abierta de lunes a viernes, de nueve a cinco. Después de die
ciocho meses en este nuevo escenario, las doce pacientes mejoraron tanto que fue
ron dadas de alta.
Un año más tarde, las doce habían vuelto al hospital mental. ¿Por qué? Los
1 54
De malas m a d res a m a l a s familias
colegas de Laing propusieron una explicación sencilla. Las mujeres sufrían una
enfermedad incurable; esta enfermedad seguía un curso creciente y menguante, así
qoe se podían producir mejoras temporales. Pero estas mejoras solían tener una
corra duración. Laing no opinaba lo mismo. Si las pacientes se habían puesto
enfermas al dejar el hospital era porque algo las había hecho enfermar.
Y Laing sabía muy bien lo que era ese algo. Las pacientes habían regresado
con sus familias y habían vuelto a caer en la esquizofrenia. La conexión difícil
mente hubiera podido ser más clara. ¿ Quién podía desmentir que las familias eran
la fuente del problema?
1 55
La locura en el diván
menes que no tenían idea de haber cometido. En Durham, Carolina del Norte, en
1 965, por ejemplo, una mujer llamada Nancy Ashmore buscó ayuda cuando su
hija de· quince años "se desmoronó".
En la actualidad, relata su historia con una voz triste y lenta, y un marcado
acento sureño. Cada una de sus palabras parece requerir un esfuerzo físico, como
si estuviera al borde del desmayo. "El doctor me dijo: 'Bien, señora Ashmore, s1
usted hubiese ido a un psiquiatra y se hubiese puesto bien, Elaine nunca habría
tenido que ser hospitalizada'.", recuerda.
"Fue exactamente como un golpe mortal. No sólo lo dijo una vez, sino tres.
y pasé una época terrible asimilándolo y pensando: Dios, si a ella le he hecho esto.
¿qué les estaré haciendo a mis otros hijos?"
1 56
C A PÍTULO O C H O
1 57
La locura en el diván
eran simplemente la nueva estrofa de una vtep canc10n. Cuando la terapia del
habla se puso de moda, ningún texto psicoanalítico se consideraba acabado si no
contenía un largo, burlesco y rabelesiano fragmento donde se explicaran con deta
lle las curas a medias que los médicos, a lo largo de los siglos, habían infligido a
sus pacientes. La contribución de Karl Menninger fue paradigmática. Menninger
describió la historia de la psiquiatría prefreudiana en particular, y de la medicina
en general, como poco más que un compendio de errores. Cada remedio y proce
dimiento quirúrgico era más equivocado que el anterior y, sin embargo, los médi
cos no aprendían de sus propios disparates. ¿Cuáles eran las opciones del médico
cuando se enfrentaba a un trastorno que no comprendía? "Puede sangrar, puede
purgar, puede aplicar cataplasmas, puede trepanar", escribió Menninger. "Puede
prescribir cálculos biliares de cabra o cuerno de unicornio en polvo o el antiguo
elixir de triaca, de asombroso renombre. El mattioli, asimismo, es poderoso; con
tiene 230 ingredientes. O la usnea, que aparecía en la lista de nuestra farmacopea
oficial hasta el siglo XIX y se podía encontrar en todas las farmacias. Se elabora
ba con el musgo rascado de la calavera de un criminal colgado. O los excremen
tos de cocodrilo, o los pulmones pulverizados de una zorra. "
Otros psiquiatras s e encargaron d e actualizar estos argumentos, especial
mente en la medida en que afectaban a la esquizofrenia. "Los investigadores han
examinado todos los puntos del cuerpo del paciente -e>squizofrénico, de la cabeza
a los pies, desde el pelo hasta las glándulas sexuales, en un intento desesperado por
encontrar indicios que pudieran revelar la naturaleza orgánica de este estado", se
mofó Silvano Arieti en 1 955.
Los científicos indagaron, y fracasaron. Ahora les llegaba el turno a los tera
peutas. Y proclamaron haber triunfado con creces. " A diferencia de los resultados
persistentemente negativos obtenidos a partir de varias hipótesis orgánicas
-declaró Theodore Lidz en l a Universidad de Yale en 1 967-, los investigadores
que han explorado cuidadosamente el entorno de la familia en la que han crecido
los pacientes esquizofrénicos no se han perdido en una tierra tan árida. " A dife
rencia de los ejércitos de científicos que vagaban inútilmente en el desierto, aña
dió Lidz, él y sus seguidores de la terapia del habla se habían visto "desbordados
por los datos significativos".
1 58
observado la psiquiatra Nancy Andreasen-, Kraepelin y no Freud es recordado
como el padre fundador de la psiquiatría moderna".
· Ambos fueron coetáneos exactos -los dos nacieron en 1 856-, pero no tuvie
ron mucho más en común. Kraepelin detestaba tanto especular como Freud ansia
ba hacerlo, se mostraba tan inclinado a las explicaciones biológicas como Freud a
las psicológicas, y se sentía tan integrado en el sistema como Freud rencorosamente
marginado. Kraepelin era, asimismo, un adicto al trabajo y un abstemio, famoso por
su insensibilidad. "Si hubiese muerto durante el viaje -recordó un colega más joven
que enfermó mientras acompañaba a su mentor a Estados Unidos-, Kraepelin pro
bablemente hubiese recogido mis cenizas en una caja de puros para llevárselas a mi
mujer con estas palabras: 'Ha sido una verdadera decepción para mí'."
Aproximadamente en el cambio de siglo, Kraepelin había reunido a su alre
dedor a un equipo de celebridades en la clínica universitaria psiquiátrica de
Heidelberg. A diferencia de Freud, centró su atención en el cerebro en lugar de
hacerlo en la mente. Un joven investigador llamado Aloys Alzheimer, por ejemplo,
fue el primero en descubrir la reveladora confusión de las células del cerebro que
refleja lo que actualmente se conoce como enfermedad de Alzheimer. El mismo
Kraepelin trabajó diligentemente para demostrar la teoría según la cual las enfer
medades mentales tienen raíces físicas. En un intento por descubrir si la herencia
desempeñaba algún papel en el desarrollo de la locura, reunió minuciosos infor
mes sobre la familia de los pacientes que se apiñaban en su hospital. Para com
probar si el trastorno mental era el resultado del estrés de la vida urbana europea,
viajó a Singapur para examinar a pacientes de aquella zona. Observó que el clima
era diferente, que la comida era diferente, que la forma de vivir era diferente, pero
que los síntomas de los pacientes mentales eran los mismos.
Estos estudios reforzaron el escepticismo de Kraepelin respecto a las explica
ciones psicológicas de la esquizofrenia. Pero aunque creía que el trastorno surgía
de los problemas estructurales y químicos del cerebro, reconoció que sería difícil
demostrarlo. En 1 9 1 3, en un desolado pasaje de la última edición de su famoso
estudio sobre la esquizofrenia, admitió que sus causas seguían envueltas en una
"impenetrable oscuridad".
El fracaso a la hora de dar una explicación biológica de la esquizofrenia fue
muy humillante, puesto que desde finales del siglo XIX se había asistido a una
multitud de avances en la comprensión del cerebro y sus funciones. Estos progre
sos inspiraron un sentimiento de confianza que rayaba en el engreimiento. "Es
difícil exagerar e l sentimiento de expectación de los neurólogos, su fe en que, en
un futuro previsible, todo acertijo quedaría, por fin, resuelto", escribió Nathan
Hale, historiador médico. (Cincuenta años más tarde, como hemos visto, esta fe
1 59
La locura en el diván
se había convertido en cenizas, ya que el estudio del cerebro reveló lo que parecí
an ser interminables capas de complejidad.)
Aquel temprano optimismo fue el resultado de una serie de descubrimientos
sobre la geografía del cerebro. Estudiando cuidadosamente a los pacientes cuando
estaban vivos -observando a los que habían perdido la capacidad de hablar debi
do a un golpe, por ejemplo- y examinando sus cerebros cuando ya habían muer
to en busca de lesiones reveladoras, los neurólogos empezaron a confeccionar rudi
mentarios mapas del cerebro. Se llegó a la conclusión de que las dos mitades del
cerebro tenían funciones distintas, y de que incluso regiones cercanas en el mismo
hemisferio podían estar especializadas en tareas diferentes. Tales especialidades
eran sorprendentemente sutiles. En 1 86 1 , por ejemplo, el cirujano francés Paul
Broca descubrió que una lesión en una región particular del cerebro podía incapa
citar a una persona para hablar, aunque continuara siendo capaz de entender las
palabras de los demás; en 1876, el neurólogo alemán Carl Wernicke señaló otra
área donde la lesión había dejado a la víctima capacitada para hablar pero incapa
citada para entender a otras personas. (Este tema se ha vuelto cada vez más com
plejo. Los neurólogos actuales han demostrado, por ejemplo, que un segundo idio
ma aprendido a una edad temprana se almacena en un lugar del cerebro diferente
al de un segundo idioma aprendido más tarde. Han descubierto que hay pacientes
que pueden expresar definiciones de objetos inanimados (faro), pero no de anima
les (cerdo) . Y que hay otros capaces de reconocer objetos ordinarios pero no ros
tros familiares. ¡Puede que no reconozcan su propia cara al mirarse en un espejo ! )
Los progresos d e l a neurología en e l siglo XIX fueron sólo una parte d e la
historia. Aproximadamente en la misma época, la medicina dio otro gran salto
hacia el mundo moderno. Louis Pasteur y Robert Koch, entre otros, hicieron un
gran descubrimiento al demostrar que los gérmenes eran la causa de las enferme
dades. Las enfermedades más pavorosas -ántrax, rabia, tuberculosis, cólera,
gonorrea y lepra, entre otras- entregaron sus secretos a los científicos sentados
ante sus microscopios, y los vapores y los humores fueron finalmente desterrados.
La lista de triunfos se extendió también al trastorno mental. En psiquiatría,
el éxito más grande conllevó una victoria tan completa que, hoy en día, casi todas
las señales de la batalla han desaparecido. A finales del siglo XIX, una de las
enfermedades más comunes y terribles era la paresia, o parálisis general del loco.
Invariablemente fatal, convertía a sus víctimas en dementes o paralíticos; morían
entre convulsiones. La paresia se conocía por lo menos desde principios del siglo
XIX, pero a finales de siglo se encontraba por doquier. Los asilos estaban repletos
de pacientes parésicos. La mayoría eran hombres de mediana edad, que además de
por su número y sus sufrimientos se distinguían por la extravagancia de sus sín-
1 60
Punzones para picar hielo y electroshocks
* En 1917, el psiquiatra vienés Julius Wagner-jauregg anunció otra cura física para la paresia. Había
observado que los pacienres psicóricos que conrraían fiebres a veces se volvían lúcidos. Y decidió pro
vocar la fiebre inrencionadamenre. En junio de 1917, Wagner·-jauregg hizo que extrajeran sangre a un
anriguo soldado que padecía malaria y que la inyectaran en el brazo de un hombre joven que sufría
paresia avanzada. (Se optó por la malaria para provocar la fiebre porque podía conrrolarse con quinr
na.) El pacienre conrrajo la malaria. En diciembre, seis meses después de recibir un rraramienro conrra
la malaria, se le dio de aira. ¡Y aparenremenre su trastorno también había desaparecido! Otros pacien
tes parésicos se recobraron de forma similar. En 1927, Wagner-Jauregg se convirtió en el primer psi
quiatra que ganaba el Premio Nobel. Su esperanza, nunca realizada, era que el tratamiento de la fie
bre también pudiera utilizarse como rratamienro para otras formas de trastorno, además de la paresia.
1 61
La locura en el diván
• Kracpelin pudo a duras penas contener su indignación. "Se rrara de los rasgos fundamentales carac
terísticos del estilo freudiano de investigación " , se quejó en l 9 J 9. "La representación de supuestos y
conjeturas arbitrarias como si fuesen hechos aurénricos, que son utilizados sin vacilar para la cons
trucción de nuevos castillos en el aire, que se elevan cada vez más altos, y la tendencia sin medida a
basarse en una C111 i ca observación ... Como yo estoy acostumbrado a caminar sobre las bases seguras
dc Ll e.xperiencia directa, mi ignorante consciencia de la ciencia natural tropieza a cada paso con obje
Cione>. consideraciones y dudas que el poder creciente y despreocupado de la imaginación de los dis
..:ipulo> de Freud barre sin dificultad."
1 62
Punzones para picar hielo y electrosh ocks
En 1 959, Kety, en aquella época jefe del laboratorio de ciencias clínicas del
Nacional Institute of Mental Health, escribió una reseña sobre su especialidad en
ta revista Science. El artículo constituyó una prueba que no dejaba dudas acerca
de lo escaso que era el conocimiento sobre la esquizofrenia. Kety describió una
serie de estudios pobremente concebidos, pobremente planteados y muy publici
tados. Un investigador, por ejemplo, proclamó a bombo y platillo haber descu
bierto unos niveles especialmente altos de ciertos compuestos en la orina de los
esquizofrénicos; ninguno de estos compuestos aparecía en las muestras de orina de
los grupos de control. ¡Por fin se había conseguido descubrir el indicador físico
que yacía en el corazón de l a esquizofrenia!
Pero un investigador del laboratorio de Kety se encargó de realizar un estu
dio más minucioso. Las sustancias reveladoras, al parecer, eran compuestos que se
encontraban en el café. Los esquizofrénicos, hospitalizados que subsistían a base
de una dieta institucional, bebían innumerables tazas de café al día. Los miembros
del grupo de control, según se demostró, eran adventistas del séptimo día, cuya
religión les prohibía ingerir café. Los resultados no tenían nada que ver con la
esquizofrenia.
Kety informó sobre varios de estos fiascos, aunque siempre mantuvo un tono
muy mesurado. Su opinión era sencilla. La esquizofrenia era terriblemente com
plicada -quizá, como el cáncer, no era una única entidad sino una familia de
enfermedades- y comprenderla requería más atención y una mejora de la ciencia.
Categóricamente, no fue éste el mensaje que los rivales psicoanalíticos de Kety
extrajeron de su artículo. Ellos entendieron la exhortación de Kety a sus seguido
res científicos para que redoblaran sus esfuerzos como una confesión de impoten
cia. Si incluso el gran sacerdote de la biología alzaba sus manos con desesperación,
preguntaron, ¿quién podría desmentir que la esquizofrenia era la esfera legítima
de los psicoanalistas?
163
La locura en el diván
silla a la que se sujetaba con correas a los pacientes psicóticos inquietos y luego se
les hacía girar a toda velocidad. E l tratamiento se daba por terminado cuando la
sangre brotaba de sus oídos". Incluso en el siglo XX, la castración, la vasectomía.
las altas dosis de oxígeno o dióxido de carbono, las bolsas de agua caliente para
provocar fiebres y de agua helada para provocar escalofríos, y las inyecciones de
sangre de caballo se aplicaron en algún momento.
Estos tratamientos no tardaron en ceder el paso al shock y a la lobotomía.
Esta macabra historia está muy bien explicada en el definitivo e indispensable
estudio Great and Desperate Cures, de Elliot Valenstein. Valenstein desenterró
una multitud de documentos originales, y los trabajos posteriores, incluyendo éste,
siguieron sus pasos.
Gracias a Alguien voló sobre el nido del cuco y a otras muchas películas, pen
samos en el electroshock cuando oímos las palabras terapia de shock. Pero la his
toria de la terapia de shock comenzó en 1 93 3 con una versión no electrificada.
Manfred Sakel era un médico vienés que trabajaba en un sanatorio para acauda
lados adictos a las drogas. Según parece, una de las pacientes de Sakel era diabé
tica. Y cuando le administró involuntariamente una sobredosis de insulina descu
brió, al despertar ella del coma, que parecía haber perdido su ansia de morfina.
Sakel dedujo que había encontrado una cura para la drogcidicción. Pronto admi
nistró otra sobredosis fortuita de insulina, esta vez a un adicto psicótico. Cuando
este paciente recuperó la consciencia también pareció haber mejorado.
Sakel empezó a tratar a los esquizofrénicos suministrándoles intencionada
mente sobredosis de insulina para provocar el coma. Y en una serie de publica
ciones que se iniciaron en 1933, proclamó una cifra de éxitos casi universal. A
finales de la década, la terapia del coma insulínico aplicada a la esquizofrenia
había sido adoptada en todo el mundo.
Se trataba de un procedimiento angustioso. "Este método -según uno de los
que lo propusieron-, consiste en suministrar al paciente una gran dosis de insu
lina para reducir la cantidad de azúcar en la sangre, de modo que se produce un
estado de confusión y excitación mental. Quizá durante una hora o más, el pacien
te yace en un estado de semiinconsciencia, crispándose, sacudiéndose y, tal vez,
hablando incoherentemente, hasta que se sumerge en un profundo coma. Cuando
se utiliza este tratamiento para el alivio de la esquizofrenia, los psiquiatras pueden
mantener al paciente en coma durante media hora. Luego se administra el azúcar
mediante un tubo estomacal o. una inyección intravenosa, y el paciente despierta
rápidamente." Un tratamiento ordinario podía conllevar docenas de comas en el
transcurso de varias semanas o meses.
164
Punzones para picar hielo y electroshocks
1 65
La locura en el diván
aparecía con rapidez, fue cuando asistió a una extraordinaria conferencia en e'
Second International Congress of Neurology, en Londres. La charla describía lo-.
efectos de la cirugía del lóbulo frontal en dos chimpancés, Becky y Lucy. El con
ferenciante explicó que la función intelectual de los chimpancés había disminuido
de golpe después de la operación, pero añadió una curiosa observación: antes de
la intervención, Becky se había caracterizado por su mal carácter. Cuando no
podía recordar cuál de los dos tazones contenía comida, por ejemplo, le cogía una
rabieta. Sin embargo, después de la operación, fuese cual fuese el número de erro
res cometidos, Becky siempre estaba de buen humor.
Moniz se levantó para formular una pregunta al orador. Si la cirugía aplica
da a un chimpancé había tenido un efecto tan espectacular, reflexionó, " ¿ por qué
no sería factible aliviar los estados de ansiedad en el hombre por medios quirúr
gicos ? " . El 12 de noviembre de 1935, tres meses después de su vuelta de Londres
a la Universidad de Lisboa, Moniz contempló cómo su asistente Almeida Lima
practicaba dos incisiones en el cráneo afeitado de una mujer de sesenta y tres años
paranoica y aquejada de una larga depresión. (Moniz no llevó a cabo la operación
porque su fría de gota y, a veces, esta enfermedad le dejaba las manos práctica
mente inútiles.) Operando a ciegas, el asistente introdujo una aguja hipodérmica
a través de un orificio, y luego a través del otro, e inyectó alcohol en los lóbulos
frontales del cerebro de su paciente. - )
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Punzones para picar hielo y electrosh ocks
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La locura en el diván
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Punzones para picar hielo y electroshocks
La cirugía vía punzón tenía dos argumentos clave que la hacían atractiva.
Puesto que se penetraba en el cerebro a través de la cuenca del ojo en lugar de
hacerlo a través de agujeros trepanados en el cráneo, estas lobotomías transorbi
tales no requerían la destreza de un neurocirujano. Cualquier psiquiatra de mano
firme y nervios templados podía llevar a cabo el procedimiento. Y no había por
qué cargar con los gastos de una sala de operaciones. El psiquiatra sólo necesita
ba una habitación normal y una puerta que se mantuviese cerrada.
Freeman, que no era cirujano, realizó muchas de las operaciones en su des
pacho, en la segunda planta de un edificio en el centro de Washington. Elliot
Valenstein explica que cuando Watts, colega de Freeman, entró un día en el des
pacho de esté, "vio a Freeman inclinado sobre un paciente inconsciente desplo
mado en una silla, con un punzón para picar hielo sobresaliendo de la parte supe
rior de su ojo. Freeman levantó la vista y, sin vacilar, le pidió a Watts que aguan
tara el punzón para que pudiera fotografiar al paciente " .
Watts, que era neurocirujano, s e sintió ofendido por l a improvisada inter
vención quirúrgica de su colega neurólogo. Y aunque se distanciaron, Freeman
continuó trabajando con el mismo entusiasmo de siempre. En septiembre de 1 952,
se convirtió en la estrella de otro reportaje de la revista Time. (Esta vez, el comen
tario a pie de foto decía: " Punzones para picar hielo en las cuencas de los ojos".)
El reportaje explicaba que Freeman acababa de volver de una rápida excursión
por las clínicas mentales del oeste de Virginia, donde había tratado a pacientes con
"neurosis de ansiedad [ ... ], miedos irracionales, pensamientos mórbidos, alucina
ciones" y "depresión suicida " .
Todos los pacientes recibieron e l mismo tratamiento. "Mientras permanecían
atados con correas a una mesa de operaciones, les aplicaron tres rápidas descargas
de electricidad -describía Time-, suficientes para provocar violentas e involunta
rias convulsione;s antes de caer en un coma anestésico. Luego, les introdujeron un
delgado leucotoma, parecido a un punzón para picar hielo, debajo de cada párpa
do, y lo clavaron en el cerebro a través de la cuenca del ojo. Manipulando cuidado
samente los dos punzones, el médico cortó la conexión entre el tálamo y el lóbulo
frontal del cerebro del paciente. La operación completa sólo dura diez minutos."
Freeman supervisó o realizó doscientas de estas lobotomías en dos semanas.
"Es más seguro operar que esperar", declaró, y pronosticó que, al cabo de seis
meses, la mitad de sus pacientes del oeste de Virginia habrían mejorado lo sufi
ciente como para ser enviados a casa.
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La locura en el diván
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Punzones para picar hielo y electrosh ocks
robado el alma", señaló en 1947 una mujer inglesa al describir a su marido. "�o
es el hombre que conocí. " Y los esquizofrénicos en particular, como incluso llega
ron a· pensar Moniz y Freeman, no se beneficiaron de la lobotomía. A pesar de
estas consideraciones hechas a posteriori, Time publicó despreocupadamente en
una encuesta sobre la lobotomía, realizada en 1 95 1 , que "los esquizofrénicos son
los casos habituales, en gran medida debido a que ningún otro tratamiento pare
ce aliviarlos tanto " .
171
C A P ÍT U L O N U E V E
erróneo. Por eso, cuando se presentó un progreso, lo hizo sin previo aviso.
Y no se trataba de un solo progreso, sino de tres avances independientes
entre sí: los fármacos antipsicóticos, que sirvieron para controlar los síntomas más
espantosos de la esquizofrenia; los estudios genéticos, que se convirtieron en una
especie de indulto gubernamental para las madres esquizofrenogénicas; y la com
paración directa de la psicoterapia con otros tratamientos, que evidenció que la
terapia del habla era incapaz de curar la esquizofrenia. A principios de la década
de los años cincuenta, la psicoterapia parecía ser el único tratamiento que podía
enfrentarse a la esquizofrenia. A finales de la década de los años sesenta, la noción
del habla aplicada a la esquizofrenia se consideraba como una extraña aventura
totalmente desprovista de esperanzas.
El primer progreso se produjo en 1949, en Francia, donde un cirujano llama
do Henri Laborit investigaba para impedir que la presión de la sangre de sus
pacientes descendiera mientras se encontraban bajo los efectos de la anestesia.
Laborit se entusiasmó con los antihistamínicos, misteriosos compuestos descubier
tos algunos años antes por un científico italiano, Daniel Bovet. Gracias a este des
cubrimiento, Bovet no tardó en ganar un Premio Nobel que tendría consecuencias
comerciales y científicas. La histamina es una substancia que se encuentra de forma
natural en nuestro cuerpo, y que explica la irritación de los ojos y la nariz, y otros
misterios de la alergia. El mercado de las substancias que contrarrestaran estos efec-
173
La locura en el diván
• El descubrimienro de muchos de los fármacos m•is 1mporranres que se utilizaron en psiquiatría fue
una especie de fruro del azar. El primer anridcpresivo, por ejemplo, fue descubiertO por unos médicos
que intentaban tratar la ruberculosis. ,\;lucho antes de que sus síntomas respondieran, algunos pacien
tes presentaban sensaciones de euforia. La hisroria del litio, utilizado en todo el mundo para tratar el
trastorno maníaco-depres1vo, es todavía más curiosa. Su efectividad para frenar las conductas manía
�,¡,; fue descubierta en 1949 por john Cacle, un australiano que, según su propia descripción, era " u n
p'iqui.ur.1 desconocido que trabajaba solo e n u n peque1'Jo hosp1tal d e enfermos crónicos s i n formación
de imesngador, con técnicas primitivas y un equipo obsoleto " . Partiendo de la teoría de que el origen
1 74
Las cosas cambian
de la manía era una roxina fabricada por el nu�mo cut'rpo. C.1de empaú .1 rr.1 ba ¡.H myccrando b orina
de los pacienres maníacos a unas cobayas. La� coba) a' munl'ron y C.1de nth·tó a hacer la prueba myec
rándoles componenres de la orina en lugar tle la orn1.1 m�>ma. PJra hacer soluble el í
, cido lineo, de
modo que pudiera ser inyectado, Cade lo mezcló con lmo. Con el fin de esrabb.:cr un grupo de wn
rrol, inyectó linicamenre lirio a unas cuantas cobay a> . P.1r.1 ,u .1;,ombro, descubrió que ahor1 podía
coger una cobaya, por lo general una criatura muy asu>radt7.1, y ponerla de esp.1kiJ, postura en la que
permanecía inmóvil y desde la que miraba dócilmente h.l ct.l ctrrtba.
175
La locura en el diván
176
Las cosas cambian
177
La locura en el diván
gunta clave, porque la gente que compartía genes presumiblemente también com
partía muchas otras cosas. De hecho, en lugar de resolver la batalla entre heren
cia y entorno, estas estadísticas sirvieron para recrudecer el enfrentamiento pro
porcionando argumentos a ambos bandos.
Consideremos a los gemelos, por ejemplo. Los gemelos pueden ser fraternos o
idénticos. Los gemelos fraternos, por regla general, comparten la mirad de sus genes,
como todos los hermanos. Los gemelos idénticos tienen genes idénticos. Si un gemelo
fraterno es esquizofrénico, las probabilidades de que el otro gemelo también padezca
esquizofrenia son del 1 7 por ciento. Pero si un gemelo idéntico es esquizofrénico, las
probabilidades de que el otro gemelo padezca esquizofrenia son del 48 por ciento.
"¡Ajá ! " , exclaman inmediatamente desde ambos bandos, echando mano de
la misma evidencia. " ¿No lo veis?", dicen los partidarios de la genética. "Los
gemelos idénticos son más parecidos genéticamente que los gemelos fraternos y el
riesgo de sufrir esquizofrenia es más elevado, exactamente como habíamos pro
nosticado." " Es evidente que los gemelos idénticos tienen un riesgo más elevado
que los gemelos fraternos", responden los partidarios del entorno. "Los padres les
hablan del mismo modo, los visten del mismo modo y los tratan del mismo modo
en cualquier circunstancia imaginable. Además, la esquizofrenia es un trastorno
relacionado con el sentido de identidad de una persona, así que, naturalmente, es
de esperar que los gemelos idénticos estén expuestos a- en riesgo especial."
Ambos bandos estaban de acuerdo en un punto fundamental. Si un gemelo
idéntico padece esquizofrenia, las probabilidades de que el otro gemelo también
sea esquizofrénico son aproximadamente del 50 por ciento. Este riesgo es cin
cuenta veces más elevado que el de una persona escogida al azar. Pero, por muy
alto que sea este riesgo, parece como si debiese ser todavía más elevado. Si la
esquizofrenia es un trastorno genético y si los gemelos idénticos tienen genes idén
ticos, ¿por qué la tasa de concordancia no es del cien por cien?�·
Todo el mundo coincidía en afirmar que aunque la esquizofrenia fuera un
trastorno genético, no sólo era un trastorno genético. Para que una persona sufrie
se esquizofrenia se necesitaba algo más que unos genes problemáticos; era necesa-
• Una investigación premiada, realizada por los partidarios de la genérica lrving Gorresman y Aksel
Bertelsen, puso de relieve un acerrijo semejante. Los dos investigadores descubrieroiÍ que si un gemelo
idéntico era esquizofrénico '
) el otro no, los hijos del gemelo !>ano tenían ramas probabilidades de pade
cer esquizofrenia como los hijos del gemelo esquizofrénico. Por un lado, esto parecía demostrar que la
esquizofrenia se transmitía genéricamente. Pero, por otro lado, si la esquizofrenia estaba en los genes,
¿por qué no afectaba al gemelo sano? (Parece ser que la respuesta es que el gemelo sano, aunque gené
ricamente vulnerable a la esquizofrenia, tenía la buena fortuna de no tropezar con los desencadentes
de l.t enfermedad. De modo similar, una persona predispuesta a padecer del corazón podía permane
cer sana SI evitaba el tabaco y las comidas con muchas grasas.)
1 78
Las cosas cambian
ría alguna contribución por parte del entorno. Puede que esta contribución fuera
una infección viral padecida en la infancia; puede que fuera una cantidad dema
siado elevada, o demasiado escasa, de una vitamina particular en la dieta; puede
que fuera la exposición a un pesticida, a la radiación o a ciertas toxinas del agua.
O puede que fuera la falta de atención de una mala madre.
Todos reconocían, sin lugar a dudas, que ésta era una posibilidad. Pero tam
poco estaba tan claro. Al observar la diabetes, por ejemplo, se podía comprobar
que las rasas de concordancia eran parecidas a las de la esquizofrenia. En concre
to, si un gemelo idéntico padecía diabetes, la probabilidad de que el otro también
la padeciera era, de nuevo, aproximadamente del 50 por ciento, en lugar del cien
por cien. Y nadie culpaba de la diabetes a unos padres malévolos.
¿Cómo separar la herencia del entorno?
La primera persona que encontró un camino para salir de este callejón sin
salida fue un médico residente, joven y testarudo, llamado Leonard Heston. En
1 962, Heston tenía treinta y un años y era un psiquiatra novato que trabajaba en
un hospital mental estatal de Oregón. Uno de sus primeros pacientes fue un esqui
zofrénico paranoico. El hermano de este hombre también era esquizofrénico para
noico, y lo mismo su padre.
Heston se sumergió en la l iteratura médica y prdentó el caso en los círculos
importantes. Conocía la explicación convencional de la esquizofrenia -en esa
época apenas existía una alternativa-, pero Hesron arguyó que los genes proble
máticos, más que unos padres malvados, eran la clave. "Tropecé con un enjambre
de críticas", recuerda Hesron. '"¡Cielos! Usted se ha pasado por alto lo más
importante, seguro que esa espantosa madre es la causa del trastorno de su mari
do y de dos de sus hijos.' Todos sabían cómo se producía la esquizofrenia y qué la
producía y, por consiguiente, yo tenía que estar equivocado. "
Además, Heston conoció a l a madre. "Conseguí saber cómo era por e l modo
como luchaba contra todo aquello. No era perfecta, pero había realizado un mara
villoso trabajo considerando el grado de locura que afectaba a su familia, y eso fue
lo que me interesó. A pesar de la enfermedad y el desorden que la rodeaban, inten
taba llevar una vida normal. Solía preparar una gran comida para la familia en el
Día de Acción de Gracias y esa clase de cosas.
"En aquella época tenía más de cincuenta años y hacía dos trabajos, limpia
ba habitaciones en un motel y trabajaba en una fábrica de conservas durante el
verano. Era básicamente el único sustento de la familia. Dos de sus hijos vivían en
casa, el tercero estaba ingresado en un hospital estatal y había permanecido allí
durante años y años, y e l marido entraba y salía del mismo hospital.
1 79
La locura en el diván
"Y tenía un hijo normal, ésta era la otra cuestión. Si ella era tan mala, ¿cómo
se explicaba que uno de sus hijos fuese normal? ¿Y cómo se explicaba que la esqui
zofrenia del padre y de los otros hijos se manifestara de forma tan similar?
Teniendo en cuenta todo eso, no podía creer que aquella mujer hubiese provoca
do el trastorno. Tenía que haber algo más, tenía que haber algo genético."
Pero, ¿cómo probarlo? Heston se dio cuenta de que la clave consistía, lite
ralmente, en separar los factores naturales de los educativos. Se planteó la idea de
observar a niños que habían sido adoptados en la infancia, de modo que sus genes
provinieran de unos padres concretos y su entorno de otros. Al margen de estos
adornos científicos, se trataba de una antigua pregunta. Ya en los cuentos de
hadas, como El príncipe y el mendigo, entre otros, los autores habían narrado his
torias sobre niños sacados de una casa y criados en otra. ¿ Cómo les afectaría?
En una sala mohosa del hospital mental estatal, Heston encontró viejos regis
tros médicos que databan de varias décadas atrás. Alguna que otra vez, las pacien
tes femeninas del hospital habían dado a luz. Heston investigó en los archivos,
buscando madres esquizofrénicas que hubiesen dado a sus hijos en adopción en
años anteriores.
Finalmente, encontró el nombre de cuarenta y siete mujeres esquizofrénicas
que se habían quedado embarazadas y habían dado a sus bebés en adopción. El
hospital cumplía una política estricta según la cual lds bebés no podían quedarse
allí con la madre. Si un miembro de la familia no acudía en el lapso de tres días a
buscar al bebé, éste se daba en adopción. A continuación, y con propósitos com
parativos, Heston localizó un grupo proporcional de cincuenta niños cuyas
madres no habían sufrido ningún trastorno mental. Los niños de este grupo de
control también habían sido adoptados. De esta forma, podría comprobar si el
acto de la adopción conducía de algún modo a la esquizofrenia.
Cómo mínimo, el debate sobre la esquizofrenia había pasado del ámbito de
la charla al nivel de los experimentos cuidadosos, que incluían controles y pronós
ticos claros. Si la esquizofrenia era en parte genética, los hijos de madres esquizo
frénicas dados en adopción tendrían un riesgo más elevado que los hijos de madres
sanas dados en adopción. Pero si los padres descuidados eran en realidad el origen
de la esquizofrenia, los dos grupos de niños tendrían un riesgo equivalente.
Armado con esta brillante idea, todo lo que Heston tenía que hacer era loca
lizar a los niños adoptados, desde hacía tiempo convertidos en adultos y, presu
miblemente, repartidos por todo el país. " Recurrí al Instituto Nacional de la Salud
para solicitar una subvención -recuerda-, y se rieron de mí." Heston reprodu
ce una risita sarcástica: "No, no, no puede hacer eso. Nadie podría localizar a esa
gente" .
180
Las cosas c a m b i a n
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La locura en el diván
182
Las cosas cambian
particular, el debate entre herencia y entorno permaneció tan confuso como siem
pre. ¿Las cuarrillizas eran esquizofrénicas porque compartían los mismos genes o
'porque habían compartido la misma educación?
Rosemhal reconoció que para resolver el acertijo era necesario un enfoque
diferente. Él y su colega bioquímico, Seymour Kety, no tardaron en proponer un
plan sencillo que requería un trabajo extraordinariamente intenso. No se trataba
de investigar detalladamente a cuatro pacientes, sino de confeccionar el análisis
estadístico de la lista de esquizofrénicos de una nación entera.
La imponente aventura del NIMH surgió, en parte, de una observación
doméstica de Kety, uno de los jefes del equipo. É l y su mujer tenían dos hijos adop
tivos. "Señalé una interesante característica de los padres de niños adoptados, y
nos dimos cuenta de que nosotros también la compartíamos", recuerda Kety con
algo de timidez. "Si el niño hace algo de lo que estamos orgullosos, decimos:
'Mira, éste es el efecto de un buen entorno'. Y si hace algo que no nos enorgulle
ce, decimos: 'Bueno, eso se debe a los genes'. " Kety advirtió que los niños adop
tados constituían una especie de experimento natural para dilucidar la naturaleza
y la educación.
La estrategia Kety-Rosenthal fue opuesta a la de Heston. Heston partió de
las madres esquizofrénicas y observó lo que pasaba con los niíi.os que habían sido
dados en adopción. Kery y Rosenrhal empezaron con los niños adoptados que
habían crecido para convertirse en adultos esquizofrénicos, y luego se centraron
en sus padres y hermanos.
Ahora, todos estaban de acuerdo en que la esquizofrenia era cosa de familia.
La duda residía en que los niños adoptados tenían dos familias: la adoptiva, que
los había criado; y la biológica, que los había entregado. De modo que cada esqui
zofrénico adoptado tenía dos tipos de padres.
Kety y Rosenthal formularon una sencilla predicción. Si la naturaleza era la
razón por la que la esquizofrenia se transmitía a través de la familia, era lógico
suponer que habría problemas con los padres biológicos de los esquizofrénicos
adoptados. Y si la educación era la razón por la que la esquizofrenia se transmi
tía a través de la familia, era lógico suponer que habría problemas con los padres
adoptivos que habían criado a un niño esquizofrénico.
Para demostrar esta predicción necesitaron unos seis años y repetidos viajes
transoceánicos. Kety, que en el año académico de 1 9 6 1 ejerció como profesor de
psiquiatría en el Johns Hopkins Hospital, diseñó el protocolo viajando a diario a
Baltimore desde su casa situada en los barrios residenciales de Washington, D.C.
La clave consistía en encontrar una muestra de personas adoptadas y esquizofré
nicas lo suficientemente amplia. Y no sólo eso, puesto que los investigadores nece-
183
La locura en el diván
sitaban localizar de algún modo a las dos series de padres y evaluar la salud men
tal de todos ellos.
· Pronto se hizo evidente que los archivos norteamericanos no estaban a la
altura de la tarea. D inamarca proporcionó la respuesta. Una agencia del gobierno
danés guardaba información detallada sobre todas las adopciones que se habían
llevado a cabo en el país desde 1920: nombre, fecha de nacimiento y dirección de
los padres biológicos y adoptivos, así como información acerca de la conducta,
ingresos y empleo de estos últimos. Otro registro contenía un informe, a partir de
1 924, donde quedaba registrada la dirección de cada ciudadano danés desde su
nacimiento hasta su muerte. Otra agencia, en funcionamiento desde la Primera
Guerra Mundial, poseía el informe de cada danés que había sido ingresado en un
hospital por trastornos psiquiátricos. A Kety, Rosenthal y sus colegas se les dio
carta blanca a cambio de una promesa de confidencialidad.
Y se pusieron a trabajar examinando más de dos décadas de archivos de
adopción de Copenhague y sus alrededores, un área que incluía aproximadamen
te a un cuarto de la población de Dinamarca. (En una investigación posterior, Kety
estudiaría el país entero.) Los investigadores establecieron un elaborado sistema de
seguridad, pues existía un gran número de peligros que convenía evitar. ¿Podría
ser, por ejemplo, que las familias adoptivas fueran más ricas y, por consiguiente,
más sanas que las familias biológicas? ¿ O quizás las familias adoptivas eran más
sanas porque las agencias de adopción habían descartado a las familias raras?
Antes de llevar a cabo una comparación válida era necesario tener en cuenta estas
posibilidades. De forma similar, los mismos psiquiatras podían estar influenciados.
Puesto que un diagnóstico de esquizofrenia es un juicio de valor, quizás sólo encon
traran lo que esperaban encontrar. El remedio consistía en imponer una nueva y
voluminosa serie de procedimientos a ciegas para que los psiquiatras que decidían
si una persona era esquizofrénica no conocieran los antecedentes de su familia.
Cuando finalmente se anunciaron los resultados, éstos parecían lo suficien
temente claros como para j ustificar todo el trabajo. La esquizofrenia se concen
traba en los padres biológicos, aunque nunca hubiesen estado con el niño que
habían dado en adopción. Los padres adoptivos, aquéllos que habían pasado día
tras día con la persona que ahora padecía esquizofrenia, sólo respondían a la
misma tasa de esquizofrenia que la población general.
Si no se observa únicamente la esquizofrenia, sino también una categoría más
amplia conocida como trastornos del espectro esquizofrénico, se obtiene el mismo
patrón. La tasa de estos trastornos, parecidos a la esquizofrenia, entre los padres
biológicos era del 2 1 por ciento; entre los padres adoptivos, sólo del 5 por ciento.
( Estos hallazgos también proporcionaron otra posible explicación a la observa-
1 84
Las cosas cambian
ción de que los esquizofrénicos tenían padres extraños. Primero se difundió la reo
ría de Theodore Lidz, y de muchos otros, según la cual los padres con problemas
· psicológicos tenían niños sanos y, literalmente, los volvían locos. Luego tomó
forma una teoría opuesta: quizás los padres fueran normales y su comportamien
to resultara extraño debido al estrés padecido a lo largo de su vida y a la desgra
cia de tener que ocuparse de un niño trastornado. Ahora salía a la luz una terce
ra posibilidad: si la esquizofrenia era un trastorno genético, quizás los padres pare
cían extraños porque tenían un poco de lo que sus hijos disponían en cantidad.
"Gracias, Ted Lidz " , afirma Paul Wender, actualmente psiquiatra de la
Universidad de Utah y en la década de los sesenta joven colega de Kety en los estu
dios de adopción. "Nos has demostrado que los padres son portadores de genes . " )
Fueron hallazgos espectaculares -hicieron que resultara difícil desmentir
que la esquizofrenia era, por lo menos en gran medida, un trastorno genético
e influyeron en muchos observadores. Pero ninguno de estos hallazgos resultó con
cluyente y muchos psicoanalistas se mostraron escépticos. Quizás una mala madre
no podía causar esquizofrenia en cualquier niño. Pero, ¿y en alguien genéticamen
te vulnerable? ¿No podía ser que lo empujara para que cayese por el precipicio?
1 85
La locura en el diván
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Las cosas carn!:l a-
dual. Por otra parte, la psicoterapia sm fármacos era "cara e ineficaz··. Por lo
ramo, si la psicoterapia tenía alguna utilidad, no era como tratamiento en sí
mismo, sino como un mero complemento de la medicación.
Para los analistas estas noticias fueron devastadoras. (En un prólogo al libro
de May, el psiquiatra Milron Greenblatt hablaba sobre los alarmantes y traumáti
cos hallazgos de éste.) May se expresaba en una prosa científica correcta y objeti
va -afirmaba que "el efecto de la psicoterapia no era significativo"-, pero cual
quier lector podía sacar conclusiones por sí mismo. Parecía que para los pacientes
esquizofrénicos la psicoterapia estaba fuera de lugar.
Con el tiempo, las cosas empeoraron. Otras investigaciones sobre la esqui
zofrenia estudiaron el psicoanálisis intensivo en oposición a la terapia del habla,
que proporcionaba soporte y emparía pero que se mantenía alejada de las inter
pretaciones profundas. Se llegó a la conclusión de que el psicoanálisis no sólo era
ineficaz, sino que podía, de hecho, ser perj udicial. Según una encuesta, para estos
pacientes dañados y ajenos a la realidad "los tratamientos excesivamente agresi
vos [equivalían] a echar aceite hirviendo sobre sus heridas".
187
La locura en el diván
A pesar de todo, los analistas tenían una objeción filosófica a los fármacos
mucho más profunda que sus objeciones prácticas. Creían que la clave de la tera
pia era la transferencia, el establecimiento de una relación entre paciente y tera
peuta. "Se nos dijo que no debíamos suministrar medicación a los pacientes por
que ello interferiría en la transferencia", recuerda Allan Hobson, que empezó su
carrera psiquiátrica en 1960. "Si realmente queríamos que se pusieran bien, no
teníamos que permitir que su capacidad de transferencia se contaminara con las
substancias químicas. La idea consistía en aceptar que el psicoanálisis era el mejor
tratamiento y que los fármacos, por el contrario, eran contraproducentes." (Los
hallazgos de May desbancarían, más tarde, este argumento.)
Como prueba de la seriedad de la hostilidad antifármacos, consideremos la
experiencia de Hobson con un psicótico de veintitrés años llamado Berta!. Cuando
Hobson llegó a Harvard, ell de julio de 1960, Berral fue su primer paciente. Vivía
en casa con su madre y ella lo llevó al hospital; había estado hospitalizado dos
veces con anterioridad. Berta! se mostraba hostil, ansioso, casi mudo. Los mento
res de Hobson le dijeron que estaba enfermo a causa de la superprotección de su
madre. "Pensamos que ella era el problema ", recuerda Hobson. "Me avergüenza
adm1rirlo, suena tan ridículo, pero pensamos que ella era el elemento patógeno."
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Las cosas camb.ar
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La locura en el diván
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Las cosas cambian
Esta situación se repetía una y otra vez. Los analistas no admitían ninguna
conclusión como decisiva; eran capaces de demostrar que incluso los resultados
Todos nos aferramos a nuestras creencias ante las evidencias que demuestran
lo contrario. "En realidad es un buen muchacho; sólo está pasando una mala tem
porada", decimos. "Ella volverá. Estoy convencido", aseguramos. En ciencia y en
medicina, donde supuestamente prevalece la objetividad, sucede lo mismo. A
pesar de lo que afirman los libros de texto cuando aseguran que los nuevos des
cubrimientos convierten instantáneamente a las viejas creencias en obsoletas, los
investigadores se aferran ciegamente a sus teorías favoritas. Un destacado defen
sor de la teoría de la madre esquizofrenogénica, por ejemplo, señaló que muchos
de los padres de los niños esquizofrénicos parecían bastante normales. Pero su
reacción no consistió en cuestionarse su teoría, sino en asombrarse de la "sutil
malevolencia" de algunos padres.
Sin embargo, se reconociese o no, los días del psicoanálisis estaban contados.
A pesar de todas sus desventajas, los fármacos antipsicóticos demostraron que,
por lo menos, se podía hacer algo para ayudar a los esquizofrénicos. Los psicote
rapeutas hablaban con audacia de curas, pero nadie podía verlas. Y sus teorías no
eran mucho más satisfactorias que sus tratamientos. La madre esquizofrenogéni-
191
la locura en el diván
El resultado inevitable fue que, mientras los médicos avanzaban, los analis
tas se quedaron atrás, fieles a sus viejas creencias. No fue ninguna sorpresa. El
orgullo, el hábito y la obstinación conspiran para hacer que los investigadores se
muestren precavidos cuando alguien cuestiona unas opiniones establecidas. A lo
más que pueden llegar es a modificar un viejo modelo que, con el tiempo, puede
volverse casi irreconocible; pero rara vez lo abandonarán en su totalidad.,,. Es
improbable que un científico o un terapeuta que ha dedicado su vida a una doc
trina particular se desprenda tranquilamente de ella; hay más posibilidades de que
• La escrirora Jessica Mathews describió una anécdota sobre un estudiante que en una clase de biolo
!(Ía de la universidad se propuso demostrar que las plantas expuestas a la oración crecían más rápida
mente que las plantas que no lo estaban. Bajo la supervisión de Mathews, el estudiante llevó a cabo un
.:u1dadoso experimento. El resultado no reveló diferencia alguna entre las plantas del grupo de oración
y la, del grupo de control. ¿Las conclusiones del estudiante? Sus plegarias no fueron escuchadas por
que él no había alcanzado un estado de gracia.
192
Las cosas cambian
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CUARTA PARTE
Autistno
- BRUNO BETTELI-IEIM
. '
C A PÍ T U L O D I EZ
Un misterio anunciado
- LEO K.�;-1:\ER
197
La locura en el diván
198
Un misterio a n u n c i a d o
menos atención. Esto se debe, en parte, a que tenía un carácter más discreto y, en
parte, a que Bettelheim trabajó con más ahínco (y con más éxito) para ganarse una
audiencia masiva. Kanner hablaba principalmente con sus colegas profesionales,
pero Bettelheim aparecía por doquier, en diarios y revistas, en la radio y en la tele
visión. Para el público, Bettelheim representaba la psiquiatría infantil; para sus
colegas psiquiatras, Kanner era, con diferencia, la figura más importante.
Kanner cambió el rostro de la psiquiatría, y despejó el territorio a cuya explo
ración Bettelheim dedicó el resto de su vida, con un atrevido artículo publicado en
1 943 en una revista médica actualmente desaparecida: The Nervous Child. En
resumidas cuentas, su propósito era demostrar que había hecho un nuevo descu
brimiento. Y desde la primera línea se aseguró de que todos lo comprendieran.
"Desde 1938 -decía su hoy clásico artículo-, ha llamado nuestra atención
un número de niños cuya condición difiere en grado y forma tan singular de todo
lo conocido hasta la fecha, que cada caso merece, y espero que finalmente lo
obtenga, un detallado estudio de sus fascinantes peculiaridades." Con una prosa
nítida y libre de academicismos, sin ninguna nota a pie de página, Kanner descri
bió a ocho muchachos y a tres chicas que sufrían un trastorno desconcertante y no
descrito hasta el momento. Kanner lo denominó autismo, del término griego que
significa sí mismo, debido a que la cualidad más peculiar de estos extraños niños
era que no parecían demostrar interés áfguno por las demás personas.
Los juicios de Kanner tenían fundamento. En el triste campo de estudio de
las razones que impiden el desarrollo satisfactorio de un niño, no tenía parangón
en el mundo. Kanner fundó la Johns Hopkins Children's Psychiatric Clinic en
1930. A lo largo de los años, examinó a un gran número de niños perturbados e
incapacitados. El autismo, no tenía la menor duda, era algo nuevo. Estaba
Charles, por ejemplo, un niño de cuatro años que llegó a la clínica de Kanner debi
do a la preocupación de su azorada madre. "Lo que más me desconcierta -decía
ella- es que no puedo relacionarme con mi hijo. " El niño parecía estar física
mente sano, y sin lugar a dudas era muy listo. "Con sólo un año y medio podía
distinguir dieciocho sinfonías" , recordaba su madre en las notas que reunió para
Kanner. "Reconocía al compositor tan pronto como empezaba el primer movi
miento. Decía: 'Beethoven'."
Por otro lado, había algo raro, aunque era difícil precisar el problema. "Más
o menos a la misma edad -proseguía la madre-, empezó a manosear juguetes,
tapones de botellas y frascos durante horas ... Los observaba con gran excitación y
saltaba extasiado. Ahora está interesado en el reflejo de la luz en los espejos y en
atrapar esos reflejos. Cuando se interesa por algo, no puedes hacer nada. No me
presta ninguna atención y no parece reconocerme cuando entro en la habitación."
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Un misterio anunciado
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Un misterio a n u n c i a d o
¿Por qué? ¿Por qué actúan estas personas como si no establecieran lazos
emocionales con el resto de la raza humana?
Temple Grandin, profesora de la Universidad Estatal de Colorado, y una
celebridad en el campo de estudio del autismo, se ha hecho esta pregunta en dos
extrañas y apasionantes autobiografías. Puede entender emociones "sencillas,
fuertes y universales", afirma Grandin, pero no es capaz de imaginarse lo que
representaría amar a otra persona. Los sentimientos sutiles todavía le pasan des
apercibidos. Grandin nunca ha sabido lo que significa pasar vergüenza o sufrir
timidez, por ejemplo, y la infinidad de guiños sociales que la gente comparte l a
dejan indiferente y perdida. S e describe a s í misma como "una antropóloga en
Marte", siempre intentando descubrir los misteriosos códigos de las paradójicas
criaturas con las que convive.
Su diagnóstico es simple. "El circuito emocional no está conectado; eso es lo
que falla."
205
La locura en el diván
-añadía- han mostrado esta extrema soledad desde el inicio de su vida." ¿Cómo
se puede culpar a los padres por una aflicción que siempre ha estado presente?
A partir de entonces parece convencido. Como si pretendiera prevenir cual
quier posibilidad de dudas posteriores, Kanner repite esta conclusión con más
énfasis en un lugar que nadie puede pasar por alto. El párrafo final de este decisi
vo primer artículo empieza con una discreta declaración: "Por lo tanto, hemos de
asumir que estos niños han nacido con una incapacidad" que no les permite esta
blecer lazos emocionales con otras personas, "del mismo modo que otros niños
nacen con trabas físicas o intelectuales" .
206
U n m i sterio a n u nciado
saber qué hacer con sus hijos cuando los tenían. Carecían del afecto que necesita
ban los bebés." Los padres se preocupaban únicamente por su trabajo, y las
madres transmitían más superprotección que cariño y afecto. "Estaban ansiosas
por hacer un buen trabajo, lo que significa un servicio mecanizado, algo así como
el servicio del solícito empleado de gasolinera. "
Tras describir a los padres -nadie tuvo un ojo clínico más crítico-, Kanner
se dedicó al estudio de las consecuencias más obvias: el impacto de estos padres
desviados sobre sus hijos. Pese a no ser un hombre melodramático, Kanner se per
mitió una única floritura retórica, un último cambio en la teoría del fracaso de los
padres a la hora de transmitir su afecto: "La mayoría de los pacientes estuvieron
expuestos desde el principio a la frialdad de los padres, a su obsesión y al tipo de
atención mecánica dirigida únicamente a sus necesidades materiales. Eran objetos
de una observación y experimentación basada en la . . . obligación, más que en el
gozo y el cariño auténticos. Se les mantenía cuidadosamente en neveras sin des
congelar. Su distanciamiento parecía ser un acto para alejarse de la situación y
buscar la comodidad en la soledad".
Es difícil imaginarse una teoría que pudiera haber difundido con más acepta
ción esta imagen de los pad�es nevera que rechazaban a sus propios hijos. Leo
Kanner era una autoridad m¿dica de renombre mundial al que se le consideraba el
"padre de la psiquiatría infantil"; dirigía,el Departamento de Psiquiatría Infantil del
Johns Hopkins Hospital; y había escrito, literalmente, el estudio más importante en
su campo, un voluminoso y definitivo texto titulado sencillamente Child Psychiatry.
Había descubierto el autismo, le había dado nombre, y ahora lo explicaba.
La explicación pronto se abriría camino -hábilmente modificada por los
demás- a través de las revistas médicas y la cultura popular. Frente al aluvión de
libros y artículos de revistas que predicaban el nuevo evangelio, ¿qué posibilidad
tenían la madres?
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U n misterio anu nciado
decirte todo lo que sucedió aquel día", afirma con serenidad. " Vivíamos en un
dúplex en Brooklyn Heights, las paredes de la sala de estar eran de un amarillo
pálido con molduras blancas de madera, era un día alegre y el sol brillaba a tra
vés de las ventanas, y ese diabólico libro estaba allí, sobre la mesa del comedor,
emitiendo su radiación. Si hubiese sido un contador Geiger, hu biera hecho un
montón de ruido."
Aproximándose tímidamente al libro, lo ojeó, abriéndolo al azar. El autismo
es "una defensa frente a una ansiedad insoportable", leyó. "La fuente de esta
ansiedad no es un trastorno orgánico, sino la valoración que hace el niño de las
condiciones en que vive, condiciones que considera muy destructivas."
"Para mí, fue algo demoledor", recuerda hoy Stehli. "Allí había alguien que
estaba acabando con mis dotes como madre, y sentí que la mayoría de la gente
estaría de acuerdo con él. No pude leer gran parte del libro. Era demasiado dolo
roso. Pero me hice una idea. Probablemente me sentía como una judía en la
Alemania de 1936 leyendo una descripción de Hitler sobre los judíos."
Un judío en Alemania podía consolarse, por lo menos, con la insignificante
certeza de que los crímenes que se le imputaban eran falsos. Stehli no tenía esa
seguridad. ¿Podían ser ciertos los cargos de Bettelheim? "Pensé que quizás tuviese
razón. Estaba convencida de que me había aprovechado del buen carácter de
Georgie y de su capacidad para entretenerse sola, y de que siempre la había deja
do demasiado a su aire." Horrorizada y aturdida, Stehli intentó reflexionar. " ¿ Era
posible que tuviese un poder tan grande como para provocar un estado tan horri
ble como el autismo? ¿Qué era yo? ¿Una especie de bruja maternal ? "
El comportamiento de Georgie empeoró durante ese -verano y a l o largo del
otoño. En la guardería permanecía inmóvil, sin preocuparse por si el profesor la
cogía en brazos o la dejaba en el suelo. En casa se quedaba de pie en una esquina,
siempre la misma, con la mirada perdida, los brazos pegados al cuerpo, girando
sobre sí misma sin parar.
Mientras tanto, la vida se desmoronaba a su alrededor. A la hermana de cinco
años de Georgie le habían diagnosticado leucemia y un año de vida. Bill Stehli se
había enamorado de una amiga íntima de su esposa y había abandonado a su fami
lia. Annabel Stehli pidió cita en la consulta de un psiquiatra de Nueva York, llama
do Derek Small, para descubrir de una vez por todas cuál era el problema de Georgie.
La respuesta no tardó en llegar. "No tengo ninguna duda de que su hija sufre
un trastorno", le dijo Small. "Es autista y también retrasada." Annabel protestó
incrédula; Small pasó por alto la interrupción. "Está evidentemente retrasada en
sus funciones y gran parte de ello se debe al hecho de que usted -y miró directa
mente a Annabel- ha eludido el contacto con ella."
209
La locura en el diván
- ;
210
CAPÍTULO ONCE
La conexión Buchenwald
- BRU:-.10 BETTELHEIM
211
la locura en el diván
212
La conexión Buchenwald
213
La locura en el d i v á n
Es importante señalar que desde mediados de los años cuarenta hasta por lo
menos mediados de los años sesenta, el mensaje en contra de los padres fue pro
clamado por doquier. Bettelheim fue una voz estridente, pero solamente una voz
en un amplio coro. Los psiquiatras eran los protagonistas de las revistas especia
lizadas donde se desarrollaban debates sobre la naturaleza de los errores paternos:
¿eran las madres de los niños autistas demasiado distantes, por ejemplo, o dema
siado absorbentes?. Pero la premisa subyacente, que los-padres eran los culpables,
era la base de los conocimientos establecidos.
Dos razones explicaban esta avalancha de ataques contra los padres, una
sencilla y otra más complicada. La razón sencilla no tenía nada que ver con las
complejidades de la psiquiatría o de la teoría psicoanalítica. Por el contrario, era
fruto de un rasgo del autismo que sorprendería incluso al observador más casual:
los niños parecían inteligentes y despiertos; en resumen, normales. "Eran niños
adorables -afirma Anne Donnellan, psicóloga de la Universidad de Wisconsin y
editora de Classic Readings in Autism-; así pues, existía un problema. La gente
es capaz de creer cualquier cosa sobre alguien que tiene un aspecto extraño. Pero
si alguien parece normal, exigen una explicación. En el período de posguerra, eso
significaba alguien a quien culpar, y la culpa, por regla general, recaía en Mamá."
Sencillamente, algo les había pasado a esos maravillosos niños. Además,
había sucedido cuando eran muy pequeños, puesto que el autismo suele diagnos
ticarse a los dos años de edad. Y, por lo tanto, los padres eran los sospechosos más
evidentes, incluso más que en el caso de la esquizofrenia, que suele aparecer entre
los quince y los veinte años. ¿Quién, si no los padres, habían acompañado a los
niños desde su nacimiento? ¿Quién, si no ellos, habían sido atrapados en la esce
na del crimen?
214
La conexión Buchenwald
Cualquier jurado habría sospechado. Y este jurado estaba compuesto casi exclu
sivamente por psiquiatras, cuya formación e inclinación les llevaba a buscar explica
ciones psicológicas más que fisiológicas. No había duda de lo que encontrarían.
La composición del jurado no fue el resultado de una oscura conspiración.
" Recordemos -afirma Donnellan- que en aquella época apenas se pensaba que
la psicología y la neurología estuvieran vinculadas. Desde principios de siglo
hasta hace muy poco, los trastornos pertenecían a la psicología incorpórea o a l a
neurología sin alma, según la expresión d e Oliver Sacks." E incluso s i hubiera
existido una especialidad médica que ofreciera algún atisbo sobre el autismo, se
hubiera descartado. En estos primeros tiempos, el autismo pertenecía a la psi
quiatría por una sencilla razón. El autismo era patrimonio de la psiquiatría por
la misma razón que Norteamérica perteneció, en su día, a los indios: porque lle
garon pnmero.
Por lo tanto, los padres tenían pocas salidas. El buen aspecto de sus hijos
parecía confirmar que el autismo era un trastorno emocional más que un proble
ma orgánico. Aunque hubo destacados disidentes que argumentaron que el autis
mo era orgánico, como Lauretta Bender del Bellevue Hospital de Nueva York,
éstos formaban una absoluta minoría. La mayoría de los psiquiatras sabían per
fectamente dónde buscar las raíces de los problemas emocionales de los niños.
Por si todo esto no fuera suficiente, la misma naturaleza parecía haber pro
porcionado otra pista contundente que venía a demostrar que dentro de un niño
autista, en algún lugar de su interior, existía un niño intacto. Desde los estudios de
Kanner, todos los investigadores del autismo han señalado que muchos autistas
muestran sorprendentes, aunque a menudo extraordinariamente específicas, des
trezas intelectuales. Un niño autista examinado en la Universidad de Yale, por
citar un ejemplo al azar, podía decir qué número de la lotería del estado había sali
do premiado cada vez durante los últimos años. Puntuaba 60 en los tests de inte
ligencia, pero era fácil imaginar que donde había humo, tal vez habría fuego.
Estos signos de vida inteligente llegaban de un modo impredecible e inson
dable, como los boletines de noticias que interrumpen una programación estática.
Ruth Sullivan, la mujer cuyo hijo sirvió de modelo a Dustin Hoffman en Rain
Man, recuerda un viaje en tren cuando Joseph tenía cuatro años. Su habla se basa
ba en frases rudimentarias de dos palabras: "Quiero zumo" o "Vamos coche";
pero la mayoría de las veces permanecía callado. Ese día tiró la manta con la que
se envolvía hasta la cabeza, sacó el pulgar de su boca y dijo (aparentemente sin
dirigirse a nadie): "Intersección peligrosa, veintiuna letras". Luego volvió a reple
garse en su silencio.
215
La locura en el diván
semana.
Un famoso par de autistas, gemelos idénticos, podían nombrar al instante el
día de la semana de cualquier fecha en un lapso de ochenta mil años. ¿ 17 de enero
de 1 94 1 ? Lo sabían de inmediato. ¿29 de abril del año 1 8 .'21 4 ? Sin problema. Los
gemelos, figuras delgaduchas de débil voz y gruesas gafas, a veces se entretenían
turnándose en la enumeración de grandes números primos, ¡ algunos de veintiocho
dígitos! (Los números primos son aquéllos que no pueden fraccionarse en un pro
ducto de números más pequeños. Siete, once y cincuenta y nueve, por ejemplo, son
primos; seis y quince no lo son.)
Esto sería una proeza sorprendente para cualquiera, por muy matemática
mente sofisticado que fuera. Nadie, y menos aún los gemelos, podía explicar cómo
llevaban a cabo su magia. No eran capaces de contar hasta treinta, y la abstrac
ción más simple -¿qué cambio te han de dar si pagas con un dólar algo que vale
25 centavos?- los dejaba en la inopia. La multiplicación, que es absolutamente
básica para entender qué son los números primos, parecía estar fuera de su alcan
ce. Al pedirle que multiplicara siete por cuatro, por ejemplo, uno de los gemelos
contestó: "Dos".
" ¿ Cuánto es siete por cuatro ? " , insistió un psiquiatra.
"Dos."
216
La conexión Buchenwald
música. A los siete meses, podía tararear con el tono adecuado las arias que los
estudiantes de canto de su madre habían estado practicando. Pero la música pare
cía ser su única conexión humana. Cuando cumplió un año, solía pasar el tiempo
balanceándose en silencio en su cuna haciendo oscilar su cabeza. Sin hablar, sin
llorar, sin sonreír, su única comunicación consistía en soltar alaridos de dolor
cuando un estudiante se equivocaba de nota. A los siete años, cuando empezaba a
aprender a hablar, se hizo evidente que la memoria de Harriet era prodigiosa.
Como prueba, su padre le leyó las tres primeras páginas de la guía telefónica;
pasados los años, podía recordar cualquiera de los números de teléfono.
Harriet tenía un oído perfecto. Podía identificar cualquier tono al instante,
ya fuera musical o de otra clase, incluyendo las palabras. Podía identificar al ins
tante las notas de cualquier acorde tocado al piano. Podía identificar las notas
golpeadas al azar por un puño en el teclado del piano, así como las notas golpea
das a la vez por dos puños. Podía tocar cualquier pieza en cualquier clave y cam
biar de clave sobre la marcha, sin perder el compás.
Las habilidades de Harriet no eran fruto de la imitación. Para asegurarse,
Viscott le pidió que tocara Cumpleaños feliz al estilo de Mozart, luego de
Beethoven, Schubert, Debussy, Prokofiev y Verdi. Fue fácil, tan fácil como tocar
con la mano derecha al estilo de un compositor y con la mano izquierda al estilo
'
de otro.
Sin embargo, Harriet era incapaz de entender las abstracciones no musicales
más básicas. Al preguntarle en qué se parecían un nickel y un dime •· , por ejem
plo, no supo responder que ambas monedas son redondas y que están hechas de
metal; por no hablar de que ambas son una forma de dinero. Su respuesta, por
mucho que Viscott insistiese o la ayudase, era simplemente: "Un nickel es un nic
kel y un dime es un dime. No se parecen en nada".
• Nickel y dime, nombres con que en Norteamérica se denomina a las fracciones del dolar. (N. de la T.)
217
La locura en el diván
218
La conexión B u chenwald
coanalista Albert Caín, por ejemplo, afirmó en 1969 que aunque había visto niños
cuyos padres alentaban su talento, tal como describieron Despert y Eisenberg,
también "había visto niños cuyas capacidades no habían sido alentadas, sino todo
lo contrario; casos en que los padres no advertían mucho estas capacidades o no
se mostraban visiblemente orgullosos, e incluso un caso en que los padres desco
nocían totalmente esta habilidad".
El patrón típico, apuntó Caín, era que los padres que intentaban ocuparse de
un niño autista se sentían exhaustos, asustados y desbordados. Entonces, para su
sorpresa, su hijo demostraba un limitado pero extraordinario talento, un pequeño
jardín en el desierto. Los padres reaccionaban con entusiasmo ante el descubri
miento de que su hijo estaba dotado de un talento especial, no por la ambición de
crear a un niño prodigio, sino por el anhelo de establecer un oasis en sus caóticas
vidas. El descubrimiento de una zona de seguridad en la que el comportamiento
de su niño era inocuo, e incluso elogiable, proporcionaba "un refugio neutral,
relativamente seguro", donde ambas partes podían evitar "hundirse en las arenas
movedizas emocionales" .
Pero hasta e l día d e hoy, nadie h a conseguido formular una sola noción bási
ca que explique satisfactoriamente las destrezas de los autistas sabios. Los exper
tos, tanto biólogos como psicólogos, no han hecho más que lanzar grandes nubes
de tinta, como hacen los pulpos, para cadmflar su ignorancia. De momento, la
misteriosa frase de George, uno de los gemelos del calendario, seguirá siendo una
última y tentadora palabra. " Está en mi cabeza -afirma sencillamente-, y puedo
hacerlo. "
Así pues, los padres de los niños autistas eran un blanco perfecto. Sus hijos
parecían normales, y muchos de ellos desarrollaban prodigiosas, aunque limita
das, capacidades. También existía otra dolorosa razón que llevó a los padres a sen
tir el peso del dedo acusador. A menudo, sus hijos parecían estar perfectamente, e
incluso podían considerarse precoces, hasta que cumplían los ocho meses o el pri
mer año. La experiencia de una mujer llamada Catherine Maurice fue típica.
Empezó a preocuparse por su hija cuando Anne-Marie tenía unos diez meses. En
unas conmovedoras memorias tituladas Let me hear your voice, Maurice descri
bió la situación dos meses después, cuando se hizo evidente que las cosas estaban
empeorando con rapidez:
Dejó de mirar a las personas que entraban o salían del apartamento. Sentada en el
suelo, observaba una mota de polvo, luego la acercaba lentamente a sus ojos y se
quedaba mirándola fijamente, transfigurada. Tiraba de pequeíios hilos de las alfom
bras o los tapetes, o del cabello de sus muñecas. Después los hacía girar entre sus
219
La locura en el diván
dedos durante una eternidad, totalmente fascinada. En otras ocasiones parecía que
dar hipnotizada por una combinación de visiones y sonidos, golpeando rítmicamen
te d9s objetos frente a su cara.
Sus actividades eran cada vez más extrañas y extravagantes. Yo la observaba, con una
220
La conexión Buchenwald
Pero la culpabilidad de los padres fue algo más que un simple juego de pala
bras. Jules Henry, un antropólogo apadrinado por Bettelheim, publicó en 1965 un
libro muy bien acogido, titulado Pathways to Madness, sobre cinco familias a las
que había estudiado en sus casas. En todas había algún niño que sufría un tras
torno. Partiendo de su formación como observador neutral, Henry (o un ayudan
te) invirtió alrededor de una semana en la observación de cada una de estas fami
li<¡.s en lo que denominó su hábitat natural. Aunque los padres de los niños autis
tas alimentaban y vestían a sus hijos, escribió Henry, descuidaban sus necesidades
más profundas. No estaban disponibles para sus hijos, ni había armonía entre
ellos. "Toda cultura debe esforzarse y conseguir que la disponibilidad de los adul
tos sea la suficiente para que sus hijos crezcan y se mantengan sanos -afirmó
221
La locura en el diván
222
La conexión Buchenwald
vez una de las favoritas de este último. ) Rank estaba de acuerdo en que la fuente
principal de los problemas del niño autista era "la delicada relación con una
· madre emocionalmente trastornada". Las madres de los niños autistas, decía, eran
mujeres inadecuadas a las que les "falta el brillo que irradian espontáneamente las
madres tiernamente dedicadas". Hasta aquí, seguimos con la apreciación habitual.
Pero Rank daba un paso más a la hora de describir el trastorno emocional. Sus
opiniones, conviene destacarlo, eran las conclusiones principales de una pensado
ra destacada.
Las madres de los niños autistas daban la sensación de ser completamente
normales, reconocía Rank, y muchas de ellas tenían un elevado intelecto y eran
muy competentes. Pero los predecesores de Rank se habían equivocado. Estas
madres no eran simplemente frías y mecánicas, como robots o zombis, sino algo
peor.
Eran parásitos tan carentes de vitalidad que, como vampiros, tenían que
robársela a alguien. "La necesidad de ser madres, la esperanza y las expectativas
de que mediante tal experiencia se convertirían en personas reales capaces de sen
tir emociones reales -escribió Rank- es tan desesperada que por sí misma puede
crear ansiedad, ambivalencia y miedo al fracaso." La esperanza de la madre, acla
raba Rank, era que "identificándose con el niño, su cuerpo y su sangre, podría
'
experimentar, de un modo vicario, los gozos d� la vida real y de las sensaciones
auténticas".
Para una mujer que carecía de sentimientos maternos, esta necesidad de ser
madre se convertía en un asunto delicado. La solución era un niño bueno, en el
sentido de no exigente. Rank no se dejó engañar. "Un niño pasivo constituye una
menor amenaza -afirmó-, puesto que no pide demasiado a su madre, que se
siente en peligro constante porque emocionalmente tiene poco o nada que ofrecer,
porque ella misma es un fraude."
Jules Henry, el antropólogo, presenció esta estrategia sobre la marcha. Según
sus observaciones, una de las familias tenía un hijo autista que vivía ensimismado
en un mundo inalcanzable. Henry afirmaba que los padres habían provocado
aquella situación. La pareja había deseado un niño tranquilo, y su hijo había per
cibido el significado que se escondía tras ese deseo. Igual que le ocurrió al Rey
Midas, desearon algo sin pensarlo, y ahora tenían lo que querían. "El niño ha obe
decido los deseos de sus padres", señaló Henry con pesimismo. "Ha crecido al
margen de la sociedad. El deseo de que el niño fuera tranquilo se ha convertido en
una ironía: el chico siempre será tranquilo."
223
La locura en el diván
Los psiquiatras atraparon a los padres de los niños autistas en un callejón sin
salida. O su hostilidad y falta de atención hacía enloquecer a sus hijos, o un exce
so de amor los condenaba a ser permanentemente niños. O las dos cosas.
Todavía existía una tercera explicación psicológica del autismo; una que
combinaba ambos puntos de vista. Existía la teoría de la hostilidad y la teoría de
la asfixia, y ahora surgía lo que podríamos denominar la teoría de lo imprevisible.
Los padres que eran sistemáticamente negligentes o superprotectores, argumenta
ba esta teoría, por lo menos eran predecibles. Tal vez los niños aprendieran a
enfrentarse a ellos. El peligro real se producía cuando los padres se mostraban dis
tantes un día y afectuosos al siguiente, primero rechazándolos y luego asfixiándo
los. En este caso, el niño acabaría cediendo a la presión, igual que una carretera
sometida a ciclos periódicos de heladas y canículas. Confundido y desesperado,
finalmente se refugiarían en un retiro silencioso.
224
El rasgo común de todas estas teorías consistía en creer que, tras su muraLa
de cristal, los niños autistas eran normales y estaban intactos. El corolano era que
el extraño comportamiento del niño era deliberado, y el terapeuta debía descubnr
por qué había decidido dejar de hablar o eludir las miradas. Los niños autistas .
declaró Bruno Bettelheim, eran "aquéllos que, sopesando la cuestión de ser o no
ser, habían escogido no ser".
Existía, por ejemplo, un mensaje simbólico en el incansable acto de girar y
mecerse que caracterizaba a los niños autistas. "El niño anhela afecto", explicó
Bettelheim. "Desea formar parte de un círculo compuesto por él y por sus padres,
un círculo donde preferiblemente él sea el centro alrededor del cual giren sus vidas.
Esto es lo que el niño autista afirma cuando gira sobre sí mismo y se mece sin
cesar."
Los terapeutas estaban convencidos de que el extraño uso que hacían los
autistas de los pronombres proporcionaba otra pista básica. Hasta aproximada
mente los seis años, señaló Kanner en su primer artículo, los niños autistas casi
nunca se referían a ellos mismos como yo. En su lugar, lo hacían como tú. Cuando
el primer paciente autista de Kanner, Donald, que tenía cinco años, tropezó sin lle
gar a caerse, afirmó: " Tú no te has caído".
Kanner describió este peculiar comportamiento, pero no lo interpretó. Sus
sucesores no fueron tan cautos. Aseguraban que su significado estaba escrito en el
cielo. ¿Podía existir una evidencia mayor del ego maltratado que la negativa del
niño a llamarse a sí mismo yo? (En 1 967, la revista Newsweek publicó un artícu
lo sobre el autismo titulado Un mundo sin 'yo'.) Bettelheim ni siquiera se preocu
pó por explicar detalladamente aquella interpretación. "Es evidente que la falta de
uso de los pronombres personales, o lo que Kanner denomina inversión de pro
nombres, no tiene nada que ver con alguna carencia innata -escribió-, sino con
la manera como el niño experimenta el mundo y se experimenta a él en su seno."
Para los padres de los niños autistas no estaba tan claro. El mal uso del tú y
del yo, argüían, era el reflejo de un intelecto débil y no de un pobre sentido de sí
mismos. "Elly sabía quién era", declaró Clara Park, madre de una niña autista y
autora de un magnífico libro de memorias titulado The Siege. "Ella era tú. El uso
era exacto, denotativo, correcto. Toda la familia lo entendía. Simplemente le daba
la vuelta al sentido convencional."
La explicación de Park, en contraste con la de los psicoanalistas, era total
mente lógica y obedecía al sentido común. "Elly piensa que debe referirse a sí
misma como tú porque todo el mundo lo hace así. Nadie se dirige a ella como yo.
La gente se llama a sí misma yo, y más adelante, fruto de la educación, Elly empe
zó a referirse a sí misma como yo."
225
CAPÍTULO DOCE
Los científicos
227
La locura en el diván
Años más tarde, mucho después de que Europa hubiera retornado a la prospe
ridad, los descubrimientos de Bowlby sacudirían el mundo de la psicología. En los
reducídos confines del autismo, en particular, estos descubrimientos tuvieron un
impacto espectacular, puesto que Bowlby parecía haber proporcionado una base cien
tífica a la teoría que afirmaba que el abandono de los padres era la causa del autismo.
Bowlby buscaba algo importante. Sabía -todo el mundo lo sabe- que la
clave de la salud mental del niño es una relación íntima y afectuosa con su madre.
El objetivo central del libro que elaboró para la Organización Mundial de la Salud
era documentar qué sucedía cuando las circunstancias se alejaban de este ideal.
¿Cuáles eran las consecuencias, quería saber Bowlby, de la privación materna ?
Se trataba de un tema clásico, y no sólo atañía al caos de la posguerra. Los
vínculos maternos fueron objeto de un gran interés intelectual desde 1945, cuan
do el psicoanalista René Spitz publicó un impactante -y desgarrador- estudio
que comparaba a dos grupos de niños que se habían criado en dos instituciones
diferentes. Los primeros vivían en un orfanato que atendía sus necesidades físicas
pero que no se preocupaba de su bienestar emocional. Los segundos vivían en una
guardería anexa a una prisión para delincuentes femeninas; las madres que cum
plían condena estaban prácticamente a cargo de sus bebés. Este segundo grupo, el
de los niños que recibían cuidados, iba mucho mejor.
Vivir sin crianza, descubrió Spitz, equivalía a no vivir. Los niños abandonados
a sí mismos crecían débiles y deprimidos, y les costaba mucho reunir la fuerza nece
saria para andar o hablar. Uno de cada tres moría antes de cumplir los dos años.
La importancia de los vínculos entre padres e hijos siempre se había tenido
en cuenta. En 1 8 90 se crearon los hogares de acogida debido precisamente a los
problemas con que tropezaban los niños criados en instituciones. Pero en la época
de Spitz la tendencia se había invertido. Los niños hospitalizados, por ejemplo,
recibían muy pocas visitas de sus padres por temor a que los perjudicaran.
En ocasiones se recurría a la autoridad científica para demostrar que la idea
tan lógica de que los niños necesitan unos padres cariñosos era un sentimentalis
mo vacuo. En 1 936, por ejemplo, un investigador de la Universidad de Virginia
llamado Wayne Dennis informó sobre un experimento sorprendente a la American
Psychological Association. Durante trece meses, explicó Dennis, él y su esposa se
encargaron de dos gemelos que adoptaron en su hogar.
Nadie, excepto Dennis y su mujer, se acercaba a los gemelos, que permanecí
an en dos cunas separadas por una pantalla opaca. Los niños no tenían juguetes, ni
dibujos, ni trataban con otros seres humanos. "No les sonreíamos, no hablábamos
con ellos, no jugábamos ni les hacíamos cosquillas, excepto cuando estos actos se
incorporaban ocasionalmente a la rutina de los experimentos", describió Dennis.
228
Los e =-� :- .: :-s
A partir de los siete meses, Dennis suavizó la rutina ligeramente. ··El día 1 9 2
.
empezamos a hablar con los sujetos y de vez en cuando a jugar con ellos . . . , , seña
ló. "Los sonajeros, los únicos juguetes que les proporcionamos, se introdujeron el
día 3 4 1 . "
Según Dennis, los resultados ponían e n duda las nociones difusas sobre l a
educación infantil. "Muchos d e los actos d e los adultos que algunas personas con
sideran muy importantes pueden pasarse por alto", declaró. "El cariño no es nece
sario -prosiguió tal como lo hubiera hecho el personaje del señor Gradgrind en
el libro Hard Times de Dickens- para que el niño pueda crecer a su aire durante
el primer año de vida."
Spitz y sus seguidores acabaron con toda aquella complacencia. A conse
cuencia de ello, e incluso antes de empezar, Bowlby ya tenía una clara noción de
los resultados que probablemente obtendría. En cualquier caso, los primeros tra
bajos de Bowlby ya le habían convencido del papel tan importante que desempe
ñaban las madres. Su primer y aplaudido trabajo, publicado en 1944, fue un estu
dio titulado Forty-Four ]uvenile Thieves. El título parecía prometer un relato de
proezas, pero en realidad fue mucho más prosaico. Bowlby comparó dos grupos
de niños emocionalmente trastornados, un grupo de niños que habían sido sor
prendidos robando y otro que no. La causa de que estos dos grupos tomaran dis
tintos caminos, afirmó Bowlby, era que diecisiete de los cuarenta y cuatro delin
cuentes habían sufrido largas separaciones de sus madres durante su infancia; sólo
dos de los cuarenta y cuatro niños del grupo de control habían experimentado
separaciones semejantes.
El libro que Bowlby elaboró durante la posguerra, publicado en 1 9 5 1 con
gran aceptación con el título de Maternal Care and Mental Health, le sirvió para
desarrollar su punto de vista inicial. Bowlby describió con detalle unos quince
años de estudio sobre los niños y los padres. Estos estudios provenían de todo el
mundo y reflejaban distintos enfoques, pero prácticamente todos señalaban en la
misma dirección. Ésta fue la conclusión de Bowlby: "El amor maternal en los pri
meros años de vida y durante la infancia es tan importante para la salud mental
como lo son las vitaminas y las proteínas para la salud física " .
L a conclusión d e Bowlby parecía insustancial y trivial. ¿Quién i b a a censu
rar el amor maternal? Pero en la práctica, aclaró Bowlby, su receta era radical.
En un capítulo absurdamente titulado El propósito de la familia, Bowlby
explicó con detalle su desafío a los padres. " Ya se ha puesto mucho énfasis en la
necesidad de la continuidad para el desarrollo de la personalidad del niño", seña
ló. Lo más importante no era que un niño necesitara cuidados, sino que necesita
ra cuidados continuos. Bowlby se aseguró de que no lo interpretaran mal y reco-
229
La locura en el diván
noció que no todas las madres lo lograban. "La provisión de atención constante
día y noche, siete días a la semana y 365 días al año, sólo es posible para una
mujer que obtiene una profunda satisfacción al presenciar el desarrollo de su hijo
desde su época de bebé, pasando por todas las fases de la infancia, hasta conver
tirse en un hombre o una mujer independiente, y que sabe que son sus cuidados
los que lo han hecho posible."
De cara a los padres, no podía haber puesto el listón más alto. En un análi
sis sobre el fracaso familiar, por ejemplo, Bowlby confeccionó una lista de facto
res que podían privar a un niño del apoyo paternal adecuado. La lista se iniciaba
con catástrofes tales como "calamidad social: guerra, hambruna" y "muerte de un
progenitor", para seguir con "encarcelamiento de un padre" y otros aspectos
como "separación o divorcio" y "empleo a jornada completa de la madre". Por si
a alguien se le hubiera pasado por alto este punto, Bowlby lo repetía: " Cualquier
familia que sufra una o alguna de estas condiciones debe considerarse una fuente
potencial de niños que padecen alguna carencia".
Para los psiquiatras que seguían a Bowlby, la aplicación de esta teoría a l
autismo fue obvia. ¿No habían estado diciendo que había algo frío y distante en
las madres de los niños autistas? Y ahí estaba la prueba, en todos esos estudios,
clasificaciones y estadísticas, porcentajes y grupos de control, y en el imprimátur
de la Organización Mundial de la Salud, que demostraba que los hijos de madres
inadecuadas eran auténticos desastres emocionales.
Este despliegue de erudición, y su propia reputación, dieron gran peso a
los descubrimientos de Bowlby. Pero sus argumentos también fueron bien aco
gidos por otras razones. Bowlby había hecho algo más que recopilar hechos y
números como una ardilla que recoge nueces. Sus datos sobre la importancia
crucial de los vínculos entre madres e hijos encajaban perfectamente en un
nuevo marco teórico que Bowlby y sus seguidores habían descubierto reciente
mente.
Este nuevo campo se denominaba etología. Bowlby era un adicto, diría pos
teriormente, a la obra de Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen, y a la de los demás
pioneros. (Volveremos a hablar sobre Tinbergen más adelante . ) Estos estudiosos
del comportamiento animal pasaron muchos años en el campo describiendo y ana
lizando las interacciones animales. Lorenz, en particular, se hizo famoso por el
descubrimiento de la impronta animal: los patos y los gansos recién nacidos
seguían automáticamente al primer objeto en movimiento que veían. En la natu
raleza, este objeto casi siempre era su madre. Pero tal como demostró Lorenz, los
patos o los gansos podían ser igual de felices desfilando tras un perro o tras un
biólogo austríaco con perilla.
230
Los cíent c·cos
231
La locura en el diván
232
Los cienu:·cos
agotar las capacidades psicopáticas de los monos para descubrir dónde termina la
locura simiesca y dónde empieza la desesperación humana, y también cómo y
dónde se sola pan."
La carrera científica de Harlow comenzó de un modo mucho más conven
cional, con estudios sobre la memoria y el aprendizaje. Su interés por la locura
simiesca surgió por azar, cuando Harlow advirtió que los monos de su colonia
reproductora padecían graves problemas. A causa de la amenaza de la tuberculo
sis, los monos destinados a la reproducción se criaron en una jaula separada,
desde la que podían ver a otros monos pero no tocarlos. Estos ejemplares crecie
ron fuertes y sanos. Y cuando alcanzaron la madurez sexual, se introdujo un
macho en la jaula de una hembra. Pero . . . ¡no pasó nada! "Los dos monos se sen
taron mirando a través de los barrotes de la jaula como si estuvieran completa
mente solos", recuerda Clara Mears Harlow, esposa y colega de Harry Harlow.
"No mostraron el más mínimo interés el uno por el otro, ni tampoco por ningu
na otra cosa."
Harlow se dio cuenta de que involuntariamente había creado una colonia de
"gallinas cluecas en lugar de reproductoras". Sin embargo, a partir de este decep
cionante resultado no había más que dar un paso para empezar a pensar en el estu
dio del impacto del aislamiento en los animales sociales. Y, entusiasmado, se puso
en marcha.
Hacia 1958, cuando gozaba de una excelente reputación, Harlow se dispuso
a dar a conocer sus descubrimientos al mundo. Empezó con el discurso presiden
cial que dirigió a la American Psychological Association. Discurso que tituló La
naturaleza del amor. De entrada, el tema de la charla resultaba chocante: hablar
sobre amor, un término que ni siquiera aparecía en los textos de psicología, era tan
sorprendente como hablar sobre ovnis en una convención de físicos.
Pero Harlow no recitó ningún soneto ni especuló sobre la naturaleza del
romance. Por el contrario, describió un experimento que había diseñado para des
cubrir por qué los monos más pequeños se consagraban a sus madres. Harlow
separó a unos monos, recién nacidos, de sus madres y los crío con dos madres sus
titutas. Una era un simple trozo de madera forrado de goma y cubierto de tela con
una cabeza parecida a la de una marioneta; la otra era un cilindro de alambres
enredados con una cabeza de muñeca. Ambas madres recibían el calor de una
bombilla cercana, y ambas estaban preparadas para proporcionar leche.
El resultado, en esa época considerado sorprendente, fue que los pequeños
prefirieron con diferencia al sucedáneo de madre blanda y de peluche que a la
madre del amasijo de alambres, a pesar de que fuese esta última la que propor
cionara leche. Los pequeños se pasaban el día subiéndose a esta suave sustituta,
233
La locura en el diván
jugaban felices cuando l a tenían cerca, y corrían hacia ella en busca de protección
cuando se enfrentaban a los aterradores monstruos de Harlow.
· Para las dos escuelas imperantes en el campo de estudio de la psicología, los
freudianos y los conductistas, este resultado fue una sorpresa. Ambos grupos habí
an llegado básicamente a la misma conclusión a la hora de explicar el vínculo
entre madre e hijo; era, le gustaba decir a Harlow, el único tema en el que estaban
de acuerdo. Ambas escuelas afirmaban que un niño se vinculaba a su madre por
que la identificaba con su fuente de leche. La moraleja estaba clara, por lo menos
para un pensador tan agudo como Harlow. Pero por encima de todo, insistió, los
niños anhelaban la seguridad y el "contacto con el bienestar". La primera necesi
dad de un niño era el amor, no la comida.
Harlow presentó esta conclusión como un indiscutible descubrimiento de
l aboratorio, pero no lo era. Simplemente había observado el comportamiento de
unos monos y suponía que esta observación también podría aplicarse a los seres
humanos. Unos psicólogos más cautelosos se hubieran pasado años preguntándo
se si estas generalizaciones eran válidas, mientras echaban una nerviosa ojeada al
abismo que separaba a los monos de un laboratorio psicológico de los seres
humanos y sus vidas ordinarias, Harlow saltó alegremente al vacío.
Y la mayoría de los que le escucharon, saltaron con él. "Una señora encan
tadora me oyó describir una vez estos experimentos -recordaba Harlow-, y
cuando después hablé con ella, su rostro brilló con una repentina intuición: 'Ahora
sé cuál es mi problema -dijo-, soy una madre de alambre'."
Para Harlow, no se trataba de un cuento con moraleja basado en unas con
clusiones precipitadas. Esta autoacusación de una madre, recalcó, daba exacta
mente en el clavo. A lo largo de los años, Harlow se dedicó a estudiar la analogía
entre monos y seres humanos, entre sucedáneos de alambre y madres humanas
inadecuadas. En 1 9 7 1 , Harlow resumió sus teorías en el journal of Autism and
Childhood Schizophrenia. Algunas familias, escribió, se "caracterizan por su frial
dad, su ambivalencia, sus mensajes de doble vínculo y su falta de contacto físico".
El resultado, prosiguió Harlow, podía ser "el desarrollo del autismo infantil,
otras formas de psicosis infantil o graves trastornos del comportamiento".
También citó las "sorprendentes" semejanzas entre el comportamiento de los
monos criados aisladamente y el de los niños autistas. "Ambos muestran un mar
cado retraimiento social. En un entorno de juego con sus pares, ambos se retira
rán a una esquina de la habitación para eludir el contacto social. En ocasiones, el
niño autista se muestra absorto observando su entorno inanimado y no tolera nin
gún cambio en ese entorno. El mono aislado también puede limitar su relación a
su entorno físico y, si lo hace, intentará amortiguar la estimulación externa."
234
Los cient,ficos
Tanto monos como niños tendían a amortiguar la influencia del mundo exte
rior. A veces, ambos se provocaban heridas intencionadamente, a menudo mor
diéndose. A continuación, Harlow hizo una advertencia. "La interpretación de
estas semejanzas en el comportamiento constituye una conjetura y por el momen
to debe hacerse de forma ca ute losa . "
L a advertencia d e esta última sentencia era poco sincera. Si los estudios sobre
los monos no eran relevantes para el autismo, ¿por qué publicar un artículo sobre
monos en el ]ournal of Autism and Childhood Schizophrenia?
En cualquier caso, los lectores centraron su atención en las grandilocuentes
proclamas de Harlow y no en sus carraspeos. Los psiquiatras no estaban muy dis
puestos a experimentar con monos, pero acogieron despreocupadamente los des
cubrimientos de Harlow. ¿Acaso podía haberse difundido una noticia más positi
va? Un reconocido científico de una disciplina distinta se había aventurado en
territorio psiquiátrico y ahora anunciaba a un mundo admirado que los psiquia
tras siempre habían tenido razón.
235
La locura en el diván
236
Los e an: '"" :::s
237
La locura en el diván
- ;
238
CAPÍTULO TRECE
Los padres
Para los padres, el estado de ánimo no era algo tan fácil de dominar como había
supuesto Tinbergen. Los grandes brahamanes de la psiquiatría los acusaron de recha
zar a sus hijos. A continuación, una sarta de científicos, cada uno más eminente que el
anterior, llegaron a la misma conclusión. Mientras tanto, la historia se fue difundien
do y circuló a través de un ejército de terapeutas, asistentes sociales y psicólogos. Tres
décadas después, se había extendido hasta el último rincón de la vida norteamericana.
Los padres se tambalearon bajo los golpes como boxeadores derrotados. La
reacción de Jacques May, padre de unos gemelos autistas, fue la típica: "Me hicie
ron sentir que los médicos lo sabían todo y que yo no sabía nada, que el proble
ma no era realmente un problema -se lamentaba May en el alba de la era culpa
bilizadora de los padres-, puesto que existía una explicación aceptada e incues
tionable sobre el estado de nuestros hijos".
May, que también era médico, parecía estar especialmente dolido porque sus
colegas no habían tenido en cuenta sus sentimientos:
239
La locura en el diván
con algún oscuro secreto cuyas palabras no eran una simple expresión de los hechos,
sino una coraza para cubrir su vergüenza; un modo de ocultarse la verdad a sí mis
mos y de engañar a los demás.
May se revolvió contra esta acusación, pero la mayoría de los padres dieron
un paso atrás y encajaron los golpes. ¿Por qué? Porque creyeron -erróneamen
te- que si el problema de sus hijos era orgánico no habría esperanzas. Y que si se
trataba de un problema emocional -incluso provocado por ellos- podría arre
glarse. La biología significaba una sentencia a cadena perpetua sin posibilidad de
conseguir la libertad condicional; la psicología significaba esperanza.
Existen otras razones que explican el triunfo de los ataques de los psiquia
tras. Estos padres perplejos y asustados solían mostrarse solícitos con la autori
dad, en particular con la autoridad médica. Además, la confianza en sus propios
j uicios estaba erosionada por la culpa. Y para terminar, su escepticismo habitual
había sido anulado: ante el extraordinario comportamiento de sus hijos, los
padres estaban dispuestos a creer en las extraordinarias explicaciones de sus tera
peutas.
Lo que hacía vulnerables a los padres era básicamente la culpa. "Tenía que
convivir con aquel terrible secreto", recuerda Anna be] Stehli, la mujer de Brooklyn
Heights que tuvo que reunir todo su valor para leer The Empty Fortress.
"No quería hablar a nadie sobre Bettelheim. Mi marido me dijo que era una
tontería, pero no hablé con mis amigas sobre ello. Estaba muy sola. En realidad,
me sentía como si llevara grabada una letra escarlata, pero en este caso la A sig
nificaba Abuso. Tenía la sensación de haber dañado a Georgie de un modo tan
sutil que no podía entenderlo " , añade Stehli con tristeza. "Y de que si lo hubiera
sabido, tal vez ella se habría recuperado. Una parte de mí quería creer a
Bettelheim, puesto que eso significaba que si yo mejoraba, Georgie mejoraría."
Según Stehli, a veces se convencía de que no tenía que culparse por el auris
mo de su hija. Pero su confianza en sí misma no era muy sólida. "Decía eso un buen
día, que es lo que sentía en el fondo de mi corazón; pero cuando todo el mundo me
acusaba era como estar inmersa en una caza de brujas. Muchas de aquellas brujas
del siglo XVII confesaron ser brujas cuando no lo eran. Hay algo siniestro en el ser
humano que hace esto. A la gente le gustan los chivos expiatorios."
Tanto que, en ocasiones, algunas personas desempeñaron voluntariamente
ese papel. "Siempre había despreciado a las mujeres sumisas que estaban satisfe
chas con lo que tenían y que sólo aspiraban a criar a sus bebés", recuerda Stehli.
'·Yo quería una vida más allá de la maternidad. Mi estilo era el de la obra Feminine
Mystique, y empecé a creer que estaba siendo castigada por aquella actitud."
240
Los :�:-:;
Jacques May era cirujano y estaba preparado para enfrentarse a los argu
mentos psicológicos, pero Stehli no. Ella fue un blanco fácil. No terminó los estu
dios y se crió en un hogar donde se consideraba que los psiquiatras estaban sólo a
un paso de los dioses: "Mi madre me hablaba de Freud, Jung y Adler cuando mis
amigos oían hablar de Mateo, Marcos, Lucas y Juan". Stehli se llegó a sentir ate
morizada por una hostil asistente social. "Husmeaba en busca de patologías como
esos tipos de Mi ami Beach con un detector de metales", recuerda con incomodidad.
" Yo había fracasado en Vassar y ella tenía un título", prosigue Stehli. "Tenía
muy bien asimiladas las jerarquías, y creía que ella sabía algo que yo no sabía. Ella
había estudiado, era la profesional, la experta, y yo me moría por salir de aquella
ciénaga. Hubiera seguido a cualquiera que me hubiese indicado un camino para
encontrar la verdad."
Los motivos de Stehli no podían ser más sencillos. "Si yo cambiaba, Georgie
mejoraría. Y yo quería que mi hija se pusiera bien. "
Padres mucho más seguros que Stehli también se sintieron amenazados.
Catherine Maurice es la madre de dos niños autistas. "Puedes poseer toda clase de
credenciales, cualquier clase de título -dice Maurice, que está licenciada en lite
ratura francesa-; puedes creerte muy lista, pero cuando algo empieza a robarte a
tu hijo, la razón es lo primero que pierdes. El dolor te golpea en las vísceras y des
cubres que no puedes agarrarte a nada, que no puedes aferrarte a nada, y te que
das suspendida en la incredulidad."
Tener un hijo con una enfermedad terrible, con una incapacidad o con una
dolencia tan misteriosa como el autismo podía ser muy doloroso. Pero haber pro
vocado ese estado era prácticamente insoportable. " Yo era una madre que estaba
perdiendo a mi hijo -afirma Maurice con perplejidad-, y se me estaba acusan
do por ello. Me creía una mujer inteligente y una madre cariñosa, pero ambas vir
tudes estaban siendo cuestionadas. Intelectualmente podía enfrentarme a las acu
saciones, pero emocionalmente no me importaban. Estaba dispuesta a asumir la
culpa y la responsabilidad por haber provocado aquel estado si eso significaba que
podía curarlo. Y eso es lo que también les ocurrió a los demás."
Leo Kanner había dicho que era demasiado viejo y estaba demasiado enfer
mo para dar una conferencia, pero ahora se encontraba en la tribuna. Aquella
noche de julio de 1 969 -esa misma semana el mundo contemplaría a Neil
Amstrong pisando la Luna por primera vez-, su auditorio en el Hotel Sheraton
Park de Washington, D.C., fue un grupo de cuatrocientos marginados norteame
ricanos. Se trataba de padres de niños autistas, reunidos como fuerza por primera
vez, pero también podría haberse tratado de un grupo de intocables en la India.
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Los padres
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Los padres
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el Johns Hopkins Hospital. Eisenberg cree que Kanner simplemente se vio des
bordado por el fervor de la época. "En un momento en el que casi todos los aca
démicos buscaban las causas de los trastOrnos en el entorno -afirma Eisenberg-,
Kanner escribió un artículo en el que sugería que como el autismo se iniciaba a
una edad tan temprana debía ser un trastorno innato. " Los psiquiatras se lanza
ron a la yugular.
Kanner se defendió, pero no era la clase de rebelde dispuestO a enfrentarse al
mundo. " Creo que a pesar suyo -prosigue Eisenberg- y sin ninguna intención
de mentir para ganarse a nadie, se dejó influenciar por las tendencias de la época.
Empezó a destacar el papel de la madre esquizoide y el hecho de que tal vez esta
madre no hubiese aportado mucho al niño, etc."
Entonces, una vez metido en ello, Kanner hizo lo que solemos hacer la mayo
ría. Reconstruyó el pasado para adaptarlo de la mejor manera posible. Kanner dis
frutaba bromeando sobre los freudianos, pero parece que Freud tiene mucho que
decir aquí. Cada uno de nosotros construye una versión agradable y personal de
su propia biografía, escribió Freud en 1 909, un proceso "análogo en todos los
aspectos al proceso a través del cual una nación construye leyendas sobre su tem
prana historia " . Generaciones de escolares creyeron que George Washington no
podía mentir; Leo Kanner creyó que nunca había sido injustO con los padres.
- '
246
Los oa:·:s
.
. era un hombre muy honesto, un hombre brillante, un hombre muy percepti\·o . . .
no era un hombre antipático y sin compasión. Probablemente era una bellísima
person a " .
Bruno Bettelheim era muchas cosas, pero n o una bellísima persona. "Era un
sádico hijo de puta", recuerda Leon Eisenberg, psiquiatra de Harvard. "Una vez
\·ino a Baltimore y dio una charla en uno de los hospitales del estado. No recuer·
do sobre qué iba la charla, pero sí que un j oven psicólogo de la audiencia se levan·
tó para preguntar algo y, como hacen los jóvenes en ocasiones, en lugar de plan·
tear una pregunta hizo una larga disquisición que aburrió a todo el mundo y que
a nadie le interesaba.
"La audiencia empezó a reírse con disimulo porque se estaba alargando
demasiado. Y cuando se sentó, Bettelheim dijo -en este punto Eisenberg aban
dona su caballerosidad para adoptar una voz educada pero autoritaria-: 'Joven,
por favor, póngase en pie'. El muchacho se levantó, y Bettelheim añadió:
'¿ Comprende por qué el auditorio se ha reído de usted? ' .
"A continuación, l e arrancó la piel a tiras. Por eso la gente que s e había reído
del muchacho empezó a compadecerse de él. Y al parecer, eso es lo que ocurría con
los padres o con cualquiera que lo irritara. "
Eisenberg es conocido por su sinceridad, pero no es, ni mucho menos, el
único que piensa así. También está Kenrleth Colby, por ejemplo, un psiquiatra y
psicoanalista retirado de la Universidad de California en Los Ángeles. "Bettelheim
-afirma con rotundidad- era un auténtico hijo de puta, una de las peores per
sonas que el psicoanálisis ha producido."
Bettelheim también tuvo fieles admiradores. Muchos de sus alumnos de la
Universidad de Chicago aseguraban que era el mejor maestro que habían tenido.
Un buen número de asesores que trabajaron con él en la Escuela Ortogénica lo
admiraban con el fervor propio de un culto. Las personas deslumbradas que lo
escuchaban en las charlas destinadas a recaudar fondos se apresuraban a abrir sus
talonarios.
Era carismático, brillante y provocativo; capaz de hablar sobre cualquier
tema y convencer a su público de que hasta ese momento no se habían detenido
para pensar realmente en ello. Por citar uno entre tantos ejemplos, analicemos este
breve párrafo de la reseña que hizo Bettelheim sobre la biografía de Helen Keller:
247
La locura en el diván
Este alegre acto de pinchar burbujas era su jugada favorita. " ¿Creéis real
mente en el ratoncito Pérez? ", parecía preguntar siempre. (Sin embargo, se oponía
con vehemencia a que los niños descubrieran antes de hora quién era Papá Noel o
los Reyes Magos.) Pero Bettelheim tenía más de una jugada en su repertorio. Podía
jugar a ser un sabio o un iconoclasta, haciendo sonar una nota o provocando otra.
En un artículo publicado en el Atlantic Monthly, por ejemplo, tranquilizó a los
padres que se preocupaban por las pistolas de juguete. "Del mismo modo que
jugar con bloques de construcción no indica que, de mayor, el niño será arquitec
to o constructor, y que jugar con coches o camiones no predice a un futuro mecá
nico o camionero -señaló sabia y serenamente-, jugar con pistolas no nos per
mite saber a qué se dedicará el niño en el futuro. "
E l fragmento sobre Helen Keller y esta cita sobre las pistolas sólo comparten
la misma voz, pero se trata de una voz tan distintiva como una huella dactilar. La
plena confianza la caracteriza. A otros se les podía engañar, parecía decir, pero no
a Bruno Bettelheim. Y, en especial, cuando se hablaba sobre el autismo. Leo
Kanner dudaba y reflexionaba, como un Hamlet de la medicina. Bettelheim sabía
en qué creía.
Y se aseguró de que los demás tampoco dudaran. El autismo siempre había
sido una enfermedad terrible que duraba toda la vida. Nadie se había atrevido a
hablar de curas. Pero Bettelheim anunció tasas de éxito sorprendentes. " Hemos
trabajado con un total de cuarenta y seis niños autistas -declaró en The Empty
Fortress-, y todos han mostrado una notable mejoría."
Por distintas razones, el grupo de cuarenta y seis niños se redujo a cuarenta.
De estos cuarenta niños autistas, diecisiete experimentaron "buenos resultados" y
otros quince manifestaron una "clara mejoría". Sólo ocho de estos casos supues
tamente incurables registraron unos "pobres resultados".
Unas simples cifras no podían demostrar todo lo que se había logrado. "Los
diecisiete niños cuya mejoría hemos clasificado como buena, a efectos prácticos
pueden considerarse curados. " Estos niños volvieron a la escuela o a sus quehace
res cotidianos sin que nada Les impidiera "desenvolverse satisfactoriamente y por
sí mismos en la sociedad " . El grupo de la "clara mejoría" también era muy posi
ti,·o. "Los quince niños que han manifestado una clara mejoría ya no son autistas,
aunque los ocho restantes siguen siendo esquizoides o tienen problemas porque
248
Los :Jac·es
sólo han experimentado un ajuste social." Treinta y dos de los cuarenta, por lo
ramo, estaban curados o habían dejado de ser autistas.
En una entrevista relacionada con la publicación de The Empty Fortress que
apareció en la revista Newsweek en 1967, Bettelheim amplió estos datos un poco
más. "Uno de mis antiguos muchachos es profesor en Stanford ", declaró orgullo
so. "Otro está a punto de licenciarse en Harvard, y otro está ganando su primer
millón en Wall Street. "
En 1973 volvió a repetir estas declaraciones en una entrevista televisiva. La
Escuela Ortogénica, afirmó Bettelheim "curó al 85 por ciento" de los niños autis
tas que trató antes de que cumplieran siete u ocho años.
249
La locura en el diván
decidía cuál era el diagnóstico, y él decidía cuándo estaban curados. Algunos de los
que trabajaban allí solían decir: 'Dejadme decidir quiénes padecen qué y cuándo
están curados y yo también obtendré un 80 por ciento de recuperaciones'."
Esta farsa no podía mantenerse indefinidamente, puesto que nadie había
experimentado, ni de lejos, un éxito de tal magnitud. Incluso Bettelheim acabó por
ceder. En su último libro, The Art o( the Obvious, reconoció que "nadie sabe
cómo tratar a estos niños". (Fue demasiado tarde para enmendarse. El libro se
publicó en 1993, tras la muerte de Bettelheim.) Pero Bettelheim se dio cuenta de
que no sabía cómo curar el autismo varias décadas antes, alrededor de 1 9 64. The
Empty Fortress, con su arriesgado informe sobre curas, se publicó tres años des
pués, en 1 967. Este sorprendente descubrimiento es uno de los pocos puntos en
que coinciden dos recientes biografías de Bettelheim, una biografía crítica de
Richard Pollak y una biografía elogiosa de Nina Sutton.
Éste es un fragmento del libro de Sutton (no hay que olvidar que se trata del
estudio más favorable): "La beca de la Fundación Ford [para tratar niños autistas]
terminó en 1 963, y Bettelheim todavía no había escrito el libro que prometió en
1 960, cuando solicitó prórroga. Estaba atrapado. Después de haber hecho tantas
promesas con la arrogancia que lo caracterizaba, ¿qué respuestas definitivas podía
dar para solucionar el rompecabezas del autismo? ¿Cuál era el final feliz de aque
lla angustiosa historia cuyas víctimas no reaccioll'aban a sus esfuerzos por enten
derlas y curarla s ? " .
Bettelheim s e guardó sus dudas, proclamó l a s curas y disfrutó d e la gloria de
haber rescatado a unos niños que el resto del mundo había dado por perdidos. Era
una mala jugada, pero Bettelheim mantuvo posteriormente que no tuvo otra elec
ción. Según afirmó, empezó a trabajar verdaderamente ilusionado y a pesar de su
fracaso seguía teniendo una escuela que financiar y una reputación que conservar.
"El éxito a la hora de ayudar a los niños autistas sirvió, por encima de cualquier
otra cosa -escribió más tarde-, para consolidar el mérito de la filosofía de la
escuela y sus métodos."
250
Los padres
Pocas semanas después, el legado de toda una vida empezó a hacer aguas.
Primero se hicieron públicos los testimonios de antiguos alumnos de la Escuela
Ortogénica. La escuela no fue un refugio para las personas emocionalmente daña
das, declararon, sino un minigulag presidido por Bettelheim. Relataron palizas y
continuos episodios de abusos físicos y verbales.
Estas historias produjeron una enorme sorpresa. Bettelheim había predicado
en contra de la violencia durante décadas. Dedicó a la escuela treinta años de su vida
e invirtió días agotadores que a menudo se prolongaban más allá de la medianoche.
Él mismo eligió a los asesores por su empatía y su paciencia más que por su expe
riencia o sus credenciales académicas. En 1 9 6 8 , Time publicó un artículo sobre él,
en el que se le apodó el Doctor Sí de Chicago debido a la generosidad que caracte
rizaba su trato con los pacientes. Cada Navidad, por ejemplo, Bettelheim compra
ba el mejor traje de Papá Noel de Chicago para uno de los asistentes, y dirigía feliz
rodas los preparativos: los juguetes y los osos de peluche, las galletas, los adornos . . .
El propósito de l a escuela era aplicar las lecciones que Bettelheim aprendió
en los campos de concentración sustituyendo la crueldad por el cariño. "Cuando
inició su escuela para niños trastornados dio la vuelta a todas aquellas experien
cias", afirmó el psicoanalista Rudolf Ekstein, uno de los amigos más íntimos de
Bettelheim. "Se trataba de u� entorno protegido, afectuoso, la cara opuesta a un
campo de concentración."
La disciplina física era el gran tabú. "El castigo enseña al niño que quienes
detentan el poder pueden forzar a los demás a hacer lo que ellos quieren", escri
bió Bettelheim. "Y cuando el niño crezca suficientemente y sea capaz de hacerlo,
intentará utilizar esa misma fuerza." A continuación, Bettelheim citaba a
Shakespeare: "Aquéllos que tienen el poder de dañar y no lo hacen . . . heredarán
con justicia los dones del cielo " .
Sin embargo, a l o largo de los años fue dejando pistas que demostraron que
la filosofía era una cosa y la práctica otra. En 1 9 8 3, por ejemplo, un ex alumno
llamado Toro Lyons escribió una novela ligeramente encubierta sobre la Escuela
Ortogénica (y se la dedicó "con gratitud y afecto" a Bettelheim) . En una escena
significativa, Lyons describe un encuentro entre el Dr. V (a Bettelheim se le cono
cía como el Dr. B) y un muchacho llamado Ronny, que había pegado a un com
pañero mientras jugaban a tirarse una pelota:
"¿Dezde cuándo golpeamos a los niños en foz ojoz? La pregunta que rompió el silen
cio tenía un tono suave pero amenazador.
"Lo he hecho sin querer", protestó Ronnie con voz queda. Tony se estremeció cuan
do la mano izquierda del Dr. V abofeteó a Ronnie en la mejilla para luego golpearle
251
La locura en el diván
en la otra. ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! La mano izquierda del Dr. \: ><
movía rápida y metódicamente de un lado a otro de la cara de Ronny. Y lueg,.
¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS!, golpeando con ambas manos la cabeza de Romz)
cuando éste se inclinó hacia delante para esquivarlo. El Dr. V le cogió un mechón dt•
pelo )' tiró de él. Y con ambas manos de nuevo lo agarró por la camisa y práctic.J
mente lo arrancó de la silla.
"¿Por qué le haz golpeado en el o¡o?"
Tony se sintió impotente, humildemente dominado por la terrible ira del Dr. V:
"Ha sido un accidente", diio Ronnie entre sollozos.
El Dr. V dio un paso atrás; observó a Ronnie mientras éste gimoteaba. De pronto
extendió las manos, con las palmas hacia arriba, en un grandilocuente gesto. "¡ Yo
tampoco quería! ¡Ha sido un accidente!", exclamó con sorna. Ese gesto hizo que
pareciese menos aterrador. Con una voz más normal, pero todavía amenazadora, le
preguntó: "¿Haze que te zientaz meior?". Ronnie sacudió la cabeza. "Bien. Entonzes,
recuerda que cuando tengaz accidentez, yo también foz tendré. ¿Eztá claro?"
252
Los padres
espaldas. En Truants from Life, por ejemplo, aparece un largo fragmento en el que
se resiste a culpar a los padres. "En ocasiones, también nosotros somos culpables
de utilizar los problemas de los padres para explicar cómodamente los trastornos
de los niños", reconoció en este libro de 1955, el segundo que publicó en la
Escuela Ortogénica. Ni siquiera estaba claro, proseguía, que fuera el padre, y no
el hijo, la fuente original del problema. Tal vez, sugirió Bettelheim, una madre que
desde siempre había sido "simplemente ansiosa o insegura" se mostrara indife
rente o desdeñosa como forma de defensa " frente a la ansiedad y el dolor inso
portable infligidos por la indiferencia o las extrañas reacciones del niño".
Incluso en The Empty Fortress reflexionó sobre la pregunta del huevo o la
gallina, cuestionándose si el autismo era consecuencia del distanciamiento de unas
madres que desatendían a sus hijos o del distanciamiento de unos niños que ignora
ban a sus madres. "No es la actitud materna la que provoca el autismo -escribió
Bettelheim-, sino la reacción espontánea del niño frente ella." El problema, dicho
de otro modo, no era tan simple como el caso de una madre que le vuelve la espal
da a su hijo. En una situación real, el niño se sentía perseguido por su madre, con
razón o sin ella, y huía de ésta. Si ella también se alejaba, el niño se encerraría toda
vía más en sí mismo, y ambos entrarían en una espiral que finalizaría en el autismo.
Bettelheim nunca rechazó esta compleja y prudente posición -en realidad,
siempre podía recurrir a ella si le acusaban de culpar a los padres-, pero le restó
importancia en favor de una teoría más clara y más dramática, según la cual los
niños autistas eran semejantes a los aterrorizados prisioneros de un campo de con
centración. Bettelheim también dejó claro a través de sus actos que no considera
ba a los padres unos aliados.
El colega de Bettelheirn en la Universidad de Chicago, Benson Ginsburg, recuer
da un encuentro entre Bettelheim y la madre de un niño autista. La mujer había pedi
do a Ginsburg que telefoneara a Bettelheim de su parte. "Llamé a Bruno y le pregunté
si había alguna habitación libre para este niño o si, por lo menos, podía hablar con
ella" , relata Ginsburg. "Dijo que no. La madre estaba al teléfono en ese momento.
Sus palabras fueron: 'Pero Dr. Bettelheim, usted es mi única esperanza. Si no atiende
a mi hijo, ¿qué puedo hacer?'. Él contestó: 'Señora, ¿no ha hecho ya suficiente?'."
Se trataba de un credo, no de simple despecho. Años más tarde, en 1 9 8 1 , un
editor le pidió a Bettelheim que escribiera un prefacio para un libro sobre el ins
tinto maternal. Se negó. "Toda mi vida -replicó- he estado trabajando con
niños cuyas vidas se han visto destruidas porque sus madres los odian."
Leo Kanner nunca fue tan duro, pero él y Bettelheim se mostraron de acuer
do en un tema crucial. Ambos creían que los niños autistas sólo podían mejorar si
253
La locura en el diván
se los separaba de sus padres. Incluso antes de sus artículos sobre los padres neve
ra, Kanner ya había declarado que estaba a favor de "un cambio de entorno", que
"-significa un cambio de personas", como algo necesario para "alejar al niño esqui
zofrénico de la tentación del aislamiento esquizofrénico".
Bettelheim dio su aprobación a este comentario citándolo en Truants from
Life. (Al igual que Kanner, a veces utilizaba el término esquizofrenia infantil en
lugar de autismo infantil. Este uso refleja la noción, en aquella época asumida, de
que el autismo constituía la primera fase de la esquizofrenia). "Nuestra propia
experiencia -señaló Bettelheim- nos sugiere que el tratamiento del niño esqui
zofrénico se desarrolla más adecuadamente en un entorno terapéutico total y
mediante el esfuerzo cooperativo de distintas personas."
De este modo, los padres que realmente se preocupaban por el bienestar de
sus hijos no podían tenerlos en casa. Llevarlos a sesiones diarias de psicoterapia
era mejor que nada -por lo menos el niño tendría algún contacto con adultos
auténticos y bienintencionados-, pero no lo más adecuado. "Tan pronto como
iniciamos nuestro trabajo en la Escuela Ortogénica -escribió Bettelheim-, llega
mos a la conclusión de que para tratar a los niños esquizofrénicos debíamos rode
arlos de personas que realmente respondieran a sus necesidades no sólo durante
una hora al día, sino durante el mayor tiempo posible cada día del año."
Ya desde mediados de los años cincuenta, Bettelheim exigió que los nuevos
alumnos de la Escuela Ortogénica no vieran a sus padres por lo menos durante
nueve meses. En un principio se permitió que los niños visitaran sus casas en vaca
ciones, pero Bettelheim cambió de política porque creía que fuera de la escuela
empeoraban. Para asegurarse de que los padres no pudieran dañar a sus hijos, ni
siquiera a larga distancia, los asesores psicológicos de la escuela leían las cartas
que llegaban de casa antes de entregárselas a los niños.
Bettelheim justificó estas precauciones en un ensayo de 1956 titulado
Schizophrenia as a Reaction to Extreme Circumstances. "Tenemos que proteger a l
niño d e cualquier elemento hostil procedente del mundo exterior", escribió. "En
particular, de sus padres. " Una década después, en The Empty Fortress, defendió
con todo el peso de su autoridad la noción de que los padres debían renunciar a
sus hijos si querían salvarlos. "Intentar rehabilitar a los niños autistas mientras
siguen viviendo en casa o tratar a madre e hijo a la vez, es un procedimiento cues
tionable. Nuestra experiencia nos dice que sólo funciona cuando el trastorno es
relativamente débil y cuando el niño es todavía muy pequeño."
Parentectomía es la palabra que utilizaron los terapeutas para referirse a
la separación completa y permanente entre el niño y sus padres.
254
C A P Í T U L O C AT O R C E
- ,\1ARIAN DH.IYER
255
La locura en el diván
y el parto fue perfecto. El único problema fue que el niño nació gritando -m.::_
so en la actualidad, cuando Rimland recuerda lo que sucedió hace cuarenta añcs.
su euforia se diluye al llegar a este punto de la historia-, y siguió gritando y llo
rando durante horas y semanas."
No tardaron mucho tiempo en descubrir el significado de aquellos gnros.
"La primera vez que vi a Mark en el hospital estaba gritando", explica Bermc
Rimland. " ¿Recuerda los viejos tiempos, cuando los padres permanecían al otro
lado de un cristal y miraban a sus hijos? Aquel día yo era el tercer padre de la fila.
Trajeron al primer bebé, una niii.a adorable con los ojos semicerrados, y el padre
se quedó maravillado contemplando a su pequeña. Con el segundo ocurrió lo
mismo. Luego la enfermera trajo al pequeño Rimland, que miraba a todas panes
con los ojos bien abiertos, como si estuviera a punto de hablar. Me sentí muy orgu
lloso. Pensé: 'Caray, qué preciosidad de niño'. Luego bajé a ver a Gloria. Ella me
dijo: '¡Tiene tus pulmones!'. Yo había sido un buen submarinista. Y añadió:
'Todos los niños lloran. Pero, Dios mío, se puede oír a Mark por todo el pasillo:
es el que tiene los mejores pulmones'."
"Que poco sabíamos", ríe Rimland. Es un hombre grande como un oso que
está a punto de cumplir los setenta. Con su aspecto corpulento y su espesa barba
gris, parece un leñador judío retirado. Pero no es un sonriente zayde cargado de
sabiduría. Rimland es un hombre de lengua afilada qhe se enfada a menudo y
transmite indignación. "Por lo tanto, ya en el hospital se hizo evidente que algo
andaba mal -observa sardónicamente- antes de que nuestras perniciosas perso
nalidades tuvieran la oportunidad de influir negativamente en el niño."
La vida en casa se volvió prácticamente insoportable. Mark se daba golpes
tan fuertes contra la pared que siempre tenía cardenales en la frente. No podía
tolerar ni el más mínimo cambio de rutina; Gloria Rimland fue la mujer que se vio
obligada a comprar vestidos idénticos para ella, su madre y su suegra.
Cualquier cambio podía desencadenar el desastre. "Si me lavaba el pelo y me lo
dejaba mojado, él lloraba hasta que volvía a estar seco, como antes", recuerda Gloria.
"Solíamos abrir la puerta trasera para dejar entrar la agradable brisa veraniega -pro
sigue-, pero al llegar el invierno no podíamos cerrarla porque si lo hacíamos no para
ba de gritaL No teníamos más remedio que pasar el invierno con la puerta abierta. "
Gloria llegó a cronometrar e l llanto d e Mark para comprobar cuánto dura
ba. " Cuando tenía aproximadamente un año -comenta- sólo lloraba doce
horas de reloj durante un período de veinticuatro horas, y pensamos: 'Esto es
vida'. Era tan maravilloso, ¡sólo doce horas!" Los vecinos llamaban a la policía
para quejarse del ruido. "Nos hicimos íntimos amigos de la policía", ríe Gloria.
"Decían que era una suerte que fuera nuestro y no suyo."
256
La culpabilidad de los padres a exa�e-
El agotamiento tiñe todos los recuerdos de aquellos años. "Si era un buen
día, me lavaba los dientes", recuerda Gloria. "Para mí, el paraíso significaba
lavarme el pelo y ducharme . " Durante cinco años le fue prácticamente imposible
abandonar la casa. Cuando una vecina se prestó a pasar un día con Mark, Gloria
apenas supo qué hacer con su desacostumbrada libertad. Finalmente, se dirigió a
unos grandes almacenes y se paseó henchida de felicidad. "Cuando volví a casa
-explica Gloria-, mi vecina estaba sentada en el suelo y lloraba; fue la última
vez que me ofreció su ayuda para cuidar a Mark . "
A Gloria Rimland n o l e gusta quejarse, y al hablar posee un don que l e ayuda
a convertir las miserias de aquellos primeros años en una comedia. Pero sabe que
no puede explicarle a nadie lo que significa realmente vivir con Mark. "La gente
solía decirme -y entonces imita a un interlocutor algo bobalicón-: 'Oh, ¿cómo
te las arreglas?'." Y estalla en una estridente carcajada.
Mark fue el mayor de los tres hijos de Bernard y Gloria Rimland, y el único
con algún tipo de problemas. "Nuestra hija nació en 1 95 8 , dos años después de
Mark ", comenta Bernard. " ¡ Qué diferencia! Daban ganas de comérsela; nos mira
ba, se interesaba por nosotros, era el polo opuesto de Mark. Desde el momento de
su nacimiento fueron dos niños absolutamente distintos."
El pediatra de los Rimland, co� treinta y cinco años de profesión a sus espal
das, no sabía qué hacer con Mark. "Nunca había visto u oído hablar de un niño
así", afirma Bernard. "En algunos aspectos, Mark parecía precoz. Empezó a
hablar pronto, y a los ocho meses repetía palabras como oso, hecho, no está,
cuchara y cosas por el estilo. Luego, de repente, empezó a decir frases completas:
¿Jugamos a la pelota? "
" ¿ Y mamá y papá? " , l e pregunté.
"Nunca", respondió Bernard con rapidez. Y luego, más quedamente:
"Cielos, no".
Tras estos prometedores tmctos, Mark empezó a hablar cada vez menos,
excepto para repetir las palabras de alguien o para recitar algunas de sus frases
favoritas. Cariño, ya ha oscurecido, por ejemplo, significaba ventana, al parecer
porque Gloria dijo esta frase una tarde mientras sostenía a Mark delante de una
ventana. Mark dejó de hablar por completo durante un tiempo, y luego se limitó
a susurrar durante un año entero. Nadie sabe por qué.
No había manera de acercarse a él. " Dejó de utilizar las manos", recuerda
Gloria. "Simplemente, cogía la mano de alguien y la usaba." A modo de ilustra
ción, Gloria sujeta su muñeca derecha con su mano izquierda y la desplaza, igual
que un operador de grúa haría con el brazo de su vehículo.
257
La locura en el diván
A Jos Rimland les llevó dos años poner nombre a los continuos gritos de
Mark y a su distanciamiento del mundo. El momento clave se produjo cuando
algo en la manera como su hijo imitaba los anuncios de la radio despertó un vago
recuerdo en la memoria de Gloria. Marido y mujer corrieron al garaje para re\·i
sar apresuradamente una caja de viejos libros de texto de la universidad. Allí, en
una sección titulada autismo infantil encontraron una descripción " perfecta que
encajaba punto por punto" con su hijo.
Aquello sucedió en 1 9 5 8 . Rimland, según él mismo afirma, se dedicó "obse
sivamente" a leer todos los informes que se hubieran escrito sobre el autismo.
Quince años después del descubrimiento del síndrome, todavía era posible hacer
lo. En aquella época San Diego no tenía facultad de medicina, pero algunas veces
la Marina enviaba a Rimland a congresos en otras ciudades. Entre las sesiones, y
al final de cada jornada laborar, Rimland salía disparado para visitar la bibliote
ca universitaria más cercana. En Nueva Orleans, por ejemplo, cruzó el Barrio
Francés y se dirigió a Tulane, donde intentó que el conserje de una biblioteca lo
dejara entrar tras la hora de cierre. Como las fotocopiadoras no eran todavía ins
trumentos de uso frecuente, Rimland tomó detalladas notas en fichas de cartuli
na. También recurrió a amigos y conocidos para que le tradujeran artículos que
copiaba de revistas médicas en francés, alemán, holandés, checo y portugués.
En 1 959, Rimland se puso en contacto con K�nner. El eminente investigador
lo animó a proseguir su solitario asalto a la sabiduría psiquiátrica establecida,
basada, en gran parte, en las teorías del propio Kanner. ¿ Es éste otro ejemplo de
la ambivalencia de Kanner? ¿Fue una muestra de tolerancia? ¿De valentía moral?
Ni siquiera Rimland puede responder a estas preguntas. Pero en 1964 se sin
tió preparado para presentar su caso. ( Gracias al empujón de Gloria, que le hizo
ver que, consciente o inconscientemente, su proyecto autoeducativo se había con
vertido en un libro.) Rimland publicó sus conclusiones en un pequeño volumen
titulado simplemente lnfantile Autism. Leo Kanner escribió un elogioso prólogo.
De forma metódica y perseverante, Rimland se abrió paso a través de la lite
ratura médica. Hasta el capítulo tercero se dedicó a profundizar en los prelimina
res. Y a continuación, se centró en el tema más importante.
Rimland se enfrentó a la culpabilidad de los padres directamente. Sí, estaba
de acuerdo, la teoría psiquiátrica parecía plausible. Pero la cuestión era: ¿ s e trata
ba de una teoría demostrada ?
Después de todo, otras enfermedades en un tiempo inexplicables resultaron
tener una causa orgánica. Los psiquiatras habían establecido sus conclusiones des
pués de asumir que los niños autistas mudos, por ejemplo, se negaban a hablar.
Pero tal vez por razones biológicas estos niños eran incapaces de articular pala-
258
La c u l p a b i l i d a d de los padres a examen
bras. Pensemos en las víctimas de un ataque cerebral que no pueden hablar, sugi
rió Rimland. ¿ Permanecían en silencio debido a algún tipo de hostilidad?
¿Por qué, se preguntó, los psiquiatras interpretaban los síntomas del autismo
como pistas del origen de su estado? Si un esquizofrénico aseguraba que los mar
cianos estaban emitiendo mensajes en el interior su cabeza, esta afirmación se
interpretaba como una señal de que algo funcionaba mal. Pero nadie corría en
busca de los marcianos. Por el contrario, cuando un niño autista se alejaba de sus
padres, este distanciamiento no se consideraba un síntoma sino una evidencia de
que los padres habían hecho algo equivocado'}.
Entonces Rimland cambió de táctica. Si la psicología no era la clave del autis
mo, ¿cuál era la explicación más adecuada?
La biología. El aurismo, sugirió Rimland, era un acontecimiento biológico
inesperado, una enfermedad todavía no comprendida que afectaba a un niño entre
mil. Los padres no eran más culpables que en los casos de síndrome de Down o
parálisis cerebral.
Éste fue el resultado de todos los años que Rimland dedicó al estudio entre
las estanterías de las bibliotecas. Pocas de las afirmaciones que recopiló eran ori
ginales, pero hasta el momento nadie había reunido estos fragmentos dispersos de
información en una sola obra. Juntos y ordenados, proporcionaron una teoría
convincente.
"Punto uno", escribió Rimland. "Los padres de algunos m nos indudable
mente autistas no encajan con el modelo de personalidad del padre de un niño
autista." El punto dos reflejaba la otra cara de la moneda. "Los padres que no
encajan con la descripción de los supuestos padres patogénicos suelen tener hijos
normales que no padecen autismo."
Y así sucesivamente. Con calma, con serenidad y sin pausa, Rimland conti
nuó desgranando el caso. "Punto tres. Con muy pocas excepciones, los hermanos
de los niños autistas son normales. Punto cuatro. Los niños autistas manifiestan
un comportamiento poco común desde el momento de su nacimiento. "
Rimland expuso nueve observaciones, respaldándolas siempre con referen
cias. Ninguna fue tan definitiva como un informe sobre un defecto cerebral parti
cular o una anormalidad cromosómica -hasta la fecha el origen del autismo sigue
siendo un misterio-, pero evidentemente se trataba de algo más que de simples
• Richard Hunrer e Ida Macalpine, reconocidos historiadores de la psiquiarría, hicieron una observa
ción similar en Ceorge lll and the Mad-Business. En este libro, critican a los psicoanalistas modernos
que han escriro sobre el caso para adjudicar un significado a los desvaríos del rey, que actualmente se
arribuyen a una enfermedad orgánica conocida como por(iria. " ¿Quién se atrevería a buscar la causa
de la neumonía en los delirios de un niño enfermo y a juzgar su personalidad basándose en ellos ? " , se
plantearon Hunrer y Macalpine. " Pues eso es precisamente lo que se hizo en el caso de George III."
259
La locura en el diván
temas de debate. Rimland señaló, por ejemplo, que el autismo afecta tres o cuatro
veces más a los niños que a las niñas. Para defensores de la biología como
Rímland, esta observación no fue especialmente sorprendente; gran número de
enfermedades, desde el daltonismo hasta los problemas cardíacos, afectan más a
menudo a los hombres que a las mujeres o a los hombres más jóvenes. Pero para
aquellos que intentaban explicar el autismo desde una perspectiva psicológica,
esta discrepancia entre sexos los debería haber alarmado. Después de todo, en
nuestra cultura los niños son tan bien recibidos como las niñas. ¿Cómo encajar
esto con la teoría de que el rechazo paterno era la causa del autismo? Rimland
planteó estas preguntas, pero nunca elevó la voz. Y dio por finalizado el capítulo
con una petición: "Dejad que el convencimiento se subordine a la evidencia" .
260
La culpabilidad de los padres a examen
5on sinceras. Cuando estrecha la mano, por ejemplo, realiza un gesto que no tiene
senrido para él (aunque tampoco lo incomoda), no lo interpreta como una señal
de conexión con las demás personas. Extiende su mano, tal como se le ha enseña
do. y ahí se queda, como un guante vacío en el extremo de la manga de la cha
queta de un niño.
Es inevitable preguntarse si hay alguien allí. De hecho, Mark parece bastan
te feliz. ( " ¿ Me he portado bien ? " , suele preguntar a su madre. "Has estado per
fecta", contesta Gloria.) Mark dejó de gritar hace varias décadas, y hoy es una
buena compañía.
Pero podría ser una equivocación intentar demostrarlo demasiado a fondo.
Tras pasar un poco más de tiempo juntos, me sentí frustrado. Mark me había habla
do de la escuela, de sus maestros, de sus mascotas, pero en realidad nunca había
mos mantenido una auténtica conversación. Sin lugar a dudas, Mark sabía muchas
cosas, discutí con su padre, pero no podía decir qué le preocupaba realmente.
Rimland me respondió con un desconcertado encogimiento de hombros.
··Simplemente, Mark no tiene en cuenta ese tipo de cosas."
Tal vez con cierta crueldad insistí en el tema: " ¿ Qué pasaría si hoy te atro
pellara un aurobús? ¿Mark se pondría triste si no volvieras del trabajo ? " .
Rimland reflexionó unos instantes. " ¿ Se daría cuenta? Sí, se daría cuenta. ¿Se
pondría triste? No lo sé."
Mark no es una persona fría -al contrario, parece dulce e inocente, y tiene
buen humor-, pero carece de empatía. La gente no parece interesarle mucho. Los
cumpleaños, por otro lado, han sido una fuente infinita de fascinación desde que
Mark era pequeño. Le gusta abordar a los extraños y preguntarles cuándo es su
cumpleaños. Luego se detiene unos instantes, inclina ligeramente la cabeza, con l a
mirada perdida e n u n punto intermedio, y sonríe. En unos diez segundos, anun
cia: "Era domingo" .
S e sabe el cumpleaños d e todas las personas a las que h a conocido. N o puede
explicar cómo sabe qué día de la semana era el l O de noviembre de 1 952, pero no
parece equivocarse nunca, ni olvidarlo. Si coincidiera con Mark dentro de diez
años, me dijo su padre, se acordaría de mi cumpleaños. Una noche, en una cena
familiar, alguien mencionó una fecha. "Hace exactamente veintitrés años, inte
rrumpió Mark, llegaron los vecinos." Los acontecimientos rutinarios que otras
familias apuntan en el calendario de la cocina -las citas con el dentista, las visi
tas al veterinario, la llegada de alguien-, Mark los graba en su cabeza.
Mark también posee otro talento, que descubrió a los veintiún años. Se trata
de un auténtico don para el arte. Pinta y dibuja, y a todo el mundo le gustaría
adjudicarse el resultado de sus trabajos. Los temas son cotidianos -un gato dur-
261
La locura en el diván
miendo, un bosque de abedules, una mujer de perfil- y tiene un estilo realista '
a la vez sofisticado. No se trata de arte popular, sino de algo auténtico, y no nece
sitamos conocer la historia de Mark para admirar su estilo.
A Mark le gusta pintar, y parece complacido cuando los visitantes admiran
su trabajo, pero tiene poco que decir sobre él. Al igual que su habilidad con el
calendario, el arte de Mark es a la vez un don y un misterio. Parece que no pueda
o no quiera reflexionar sobre el origen de su talento; su curiosidad no parece diri
girse hacia dentro. "¿Te acuerdas de cuándo te interesaste por el arte ? " , le pre
gunté.
"EI 1 5 de septiembre de 1977. Era un j ueves. "
Jnfantile Autism ganó el premio que s u editor otorgaba cada año a "un des
tacado estudio sobre psicología", pero pocos lectores le prestaron atención. Y lo
que Rimland esperaba con más impaciencia era una respuesta de Bettelheim.
Mientras trabajaba en el libro, Rimland escribió a Bettelheim pidiéndole informa
ción sobre sus pacientes autistas. Bettelheim no se la dio. El proyecto de Rimland
estaba "mal concebido " , escribió Bettelheim y, de todas formas, él estaba traba
jando en su propio libro. Rimland le contestó. Y le ofreció cinco páginas al final
de su libro para que Bettelheim expresara su opinión si él hacía lo mismo.
Bettelheim rechazó la propuesta, y Rimland se e�fureció a causa de este últi
mo insulto. "Cuando estaba trabajando en el libro -recuerda Rimland en la
actualidad-, conseguimos que los niños se acostaran sobre las diez para que yo
pudiera estar tranquilo. Trabajaba en la mesa del comedor hasta las dos o las tres
de la madrugada, y unas horas después me iba a trabajar para la Marina. Y mien
tras estaba allí sentado por la noche, cansado y con los ojos nublados por el sueño,
levantaba el puño y decía: 'Te voy a enseñar, Bettelheim, hijo de puta'. Y seguía
trabajando."
lnfantile Autism se publicó tres años ames que The Empty Fortress. Y
Bettelheim no aprovechó esos años para reflexionar sobre los argumentos de
Rimland. Rechazó a su aspirante a rival en unos pocos y definitivos párrafos.
"Rimland, un psicólogo, parece poco interesado por la psique de los niños autis
tas -escribió Bettelheim-, puesto que no los estudia como personas sino que
sólo investiga la estructura neurológica de sus cerebros."
En aquella época, los psicoterapeutas compartían la creencia de que las expli
caciones psicológicas eran más profundas y que la biología sólo arañaba la super
ficie. Bettelheim siempre lo creyó. Y dio a entender que las explicaciones biológicas
del autismo eran simplistas y que no tenian en cuenta la raíz del problema, como
los intentos de explicar la depresión suicida basándose en la tendencia al ayuno.
262
La c u l p a b i l i d a d de los padres a examen
Pero Bettelheim fue más lejos todavía. El enfoque biológico, insistió, no sólo
era un error intelectual, sino moral. Representaba un precipitado y erróneo inten
to de establecer una frontera entre nosotros, los sanos, y ellos, los enfermos.
"En las últimas décadas -argumentó en su último libro, publicado póstu
mamente en 1993- parece triunfar de nuevo el viejo punto de vista sobre los
pacientes mentales, un punto de vista que los considera distintos al resto de la raza
humana para distanciarse de ellos. Sólo que ahora, en lugar de hablar de posesio
nes demoníacas hemos convertido la base de la diferencia en una peculiaridad
molecular o de comportamiento. Son distintos porque algo en la sintomatología o
en la bioquímica que se esconde tras su comportamiento los aliena de los supues
tos seres normales. Este punto de vista rechaza y se enfrenta a la opinión de Freud
de que los seres humanos se sitúan en un continuo sin líneas divisorias estables.
Las diferencias que puedan existir entre las personas son únicamente diferencias
de grado."
Así era Bettelheim, bueno y malo, a la vez exasperante, farisaico y tozudo, y
también, en cierto modo, moralmente impresionante y humano. Sin embargo,
sabía que había perdido la batalla. Mucho antes de su muerte, en 1990, se hizo evi
dente que el enfoque neurológico que tanto desaprobaba había ganado la partida.
La teoría de la culpabilidad de los padres que defendió Bettelheim empezó a
perder terreno a mediados de los setenta·, aproximadamente una década después
de la publicación de In(antile Autism, de Rimland. A posteriori, el libro casi pare
ce el bosquejo de un programa de investigación que hubiera permitido a los psi
cólogos pasar de la anécdota al experimento. En aquella época, sin embargo, la
voz de Rimland estaba demasiado aislada, y él no era demasiado conocido, como
para cambiar el rumbo del debate.
La teoría de que los padres eran la causa del autismo estaba tan aceptada que
no pudo ser derribada de un solo golpe. Fueron necesarios varios asaltos para
superarla, como una serie de desbordamientos que finalmente arrastran al robus
to sicómoro de la orilla de un río. Muchos de estos asaltos tomaron la forma de
informes clínicos. Independiente y sucesivamente, los investigadores empezaron a
detectar signos inconfundibles de anormalidades cerebrales en muchos pacientes
autistas. La epilepsia, por ejemplo, era sin duda un trastorno cerebral, y los médi
cos descubrieron, para su sorpresa, que uno de cada tres autistas era epiléptico. El
retraso también era común, y todo el mundo estaba de acuerdo en que el retraso
mental, excepto en casos de abusos flagrantes, era un problema orgánico y no un
estado provocado por el hombre.
Marian DeMyer, una psiquiatra de la Universidad de Indiana, aportó muchos
datos cruciales. Con la perspectiva que otorga el paso de los años, los revolucio-
263
La locura en e l d i v á n
264
La culpabilidad de los padres a examen
265
Ep ílogo:
Te o rías actuales sobre el autismo
-::portante.
La clave, sugiere la psicóloga Uta Frith, es que "las islas de habilidad no son
::anguilos oasis sino volcanes, signos ostensibles de un trastorno soterrado".
:tilalicemos la asombrosa capacidad memorística tan común en el autismo. Guías
:elefónicas, horarios de trenes, lisra.s de palabras; nada parece representar un des
,
ú ío. El mismo Kanner se maravilla ba de la "extraordinaria memoria que permite
al niño recordar y reproducir complejos patrones 'absurdos', no importa lo des
ordenados que sean, exactamente del mismo modo como se construyeron origi
nalmente" .
Pero como señala Frith, Kanner cayó en una trampa. Supuso que s i u n niño
podía memorizar cosas absurdas, su capacidad para recordar información útil
sería igualmente notable. La cuestión no resultó ser tan simple.
Si recitamos una lista de palabras al azar, por ejemplo, un niño normal y uno
autista recordarán las últimas palabras citadas. Si les pedimos que repitan: "qué,
ver, dónde, hoja, es, barco, nosotros ", ambos repetirán algo así: "es, barco, nos
otros" . Pero si repetimos el experimento con una serie de palabras que no está ele
gida totalmente al azar -"dónde, está, el, barco, que, ver, era, hoja"-, sucede
algo curioso.
En esta ocasión, el niño normal recordará las palabras que tienen sentido
juntas -"dónde está el barco"- y se olvidará del resto. ¡ Pero el niño autista
seguirá haciendo lo mismo que antes! Sólo repetirá las últimas palabras, como si
no detectara el patrón o no le sirviera de ayuda.
En algún lugar de este ejemplo se oculta una pista. Sabemos, por los cálcu-
267
La locura en el diván
los del calendario y la peculiaridad de los números primos, así como por los : -
pecabezas de los desafíos cotidianos, que los niños autistas pueden detecta� �
ocasiones los patrones más sutiles. Pero este "dónde está el barco" parece derr- -
trar una percepción opuesta.
En este caso, el enfoque autista del mundo parece ser el contrario del de _
persona normal. Los autistas no son capaces de percibir un patrón aunque este _
bosquejo más que de una teoría, de un intento por precisar cuáles son las caren
cias que conlleva el autismo más que un intento por explicarlo. La nueva teoría.
conocida por su rasgo más sorprendente, recibe el nombre de ceguera mental.
La idea es que los niños autistas parecen ser ajenos a las mentes de los demás,
y son incapaces de ponerse en el lugar de otro< Según la formulación de Frith, el
problema estriba en que los niños autistas "no distinguen entre lo que hay en el
interior de su mente y lo que hay en el interior de la mente de los demás".
Esta teoría adquirió mucha credibilidad gracias a una serie de experimentos
simples pero sorprendentes. En uno de ellos, Frith y sus colegas representaron una
especie de espectáculo de marionetas mientras un niño autista los observaba. Una
muñeca llamada Sally cogía una canica y la ponía en una cesta. Luego Sally aban
donaba la habitación. Cuando Sally ya se había marchado, una muñeca llamada
Anne sacaba la canica de la cesta de Sally y la ponía en la suya. Cuando Sally regre
saba a la habitación, los psicólogos preguntaban: "¿Dónde buscará la canica ?".
Los niños normales daban la respuesta correcta enseguida. Sally buscaría la
canica en su cesta, donde la había puesto antes de irse. Los niños con síndrome de
Down también respondían correctamente. Pero casi todos los niños autistas daban
la respuesta equivocada. Decían que Sally buscaría la canica en la cesta de Anne,
presumiblemente porque era donde ellos la buscarían.
Los resultados son difíciles de comprender. No se trataba de un problema de
memoria; preguntas posteriores demostraron que los niños autistas no habían
oh-idado dónde había estado la canica. Tampoco se trataba de un problema de
capacidad deductiva. A través de pruebas convencionales, como la habilidad de
268
Teorías actuales sobre el autismo
·:soh-er rompecabezas lógicos, se había demostrado que los niños autistas tenían
¡;rna mayor capacidad intelectual que los niños aquejados de síndrome de Down.
Una y otra vez, experimentos semejantes han aporrado resultados parecidos.
En uno de los más sencillos, un actor miraba el interior de una caja abierta. Luego,
...c;.1. segundo actor ponía su mano sobre la caja y aparraba la cabeza. ¿Qué actor
:>abría lo que había dentro de la caja?
Tres cuartas partes de los niños mentalmente discapacitados respondieron
.:orrectamente a la pregunta. Pero sólo uno de cada tres niños autistas supo dar la
�espuesra. Era como si sufrieran una doble discapacidad: no sólo no sabían lo que
orra gente sabía, sino que no sabían cómo lo sabían.
El problema, según Uta Frith, no afecta a la comprensión general, sino a la
compresión particular de la mente de los demás. Los niños autistas pueden com
prender acontecimientos mecánicos: saben que si un globo choca contra una espi
na, explorará. Pueden comprender comportamientos de memoria: saben que si
alguien lleva un caramelo al cajero y le da dinero, éste le devolverá el cambio. Pero
tienen grandes dificultades para comprender acontecimientos que exigen imaginar
lo que otra persona está pensando: no pueden comprender que alguien se sienta
dolido si se le llama grandullón y gordo, aunque sea grandullón y gordo, o que
alguna persona que esté llorando se moleste si la gente se ríe de ella.
El resultado es que el mundo se convierte en un lugar salvaje, gobernado por
leyes que todos los demás parecen conocer automáticamente. El autista se ve atra
pado en la posición del turista norteamericano que participa en una partida de
cricket en Inglaterra. "El mismo niño autista que es capaz de entender por qué un
cliente paga a un tendero o por qué las personas se aparran para no tropezar con
una piedra -escribe Frith-, quizás no comprenda por qué un invitado educado
no quiere servirse más aunque siga teniendo hambre, por qué un empleado que
quiere un ascenso le envía flores a la secretaria del jefe, por qué una colegiala se
queja de dolor de barriga cuando no ha hecho los deberes o por qué un niño
pequeño exagera su dolor gritando cuando su hermano lo empuja."
Lo más importante es que la noción de ceguera mental sugiere una interpre
tación menos culpabilizadora del distanciamiento emocional de las personas que
padecen autismo. Tal vez, lo que parece indiferencia hacia los demás es, en reali
dad, incapacidad para descifrar las emociones de otras personas o para expresar
los sentimientos propios. En este caso, hablar de la frialdad de una persona autis
ta, por ejemplo, equivaldría a malinterpretar los síntomas, tal como hicieron la
mayoría de psiquiatras.
En cualquier caso, la incapacidad de ponerse en el lugar de los demás puede
llevar a situaciones sociales arriesgadas. Donna Williams, una mujer autista que sin
269
La locura en el diván
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Teorías actuales sobre el autismo
271
La locura en el diván
que sin la empatía, la capacidad de leer la mente de los demás, el autista presem;:
un obstáculo que ningún antropólogo puede evitar. Todo es posible. Consideremo:>
el ejemplo de una niña autista que estaba en la consulta del médico. "Dame la
mano, por favor", le pidió la enfermera a esta despierta niña de diez años, puesto
que tenía que tomarle una muestra de sangre. La niña se asustó mucho. ¡Creía que
la enfermera quería que se cortase la mano y se la diera!
Esta sorprendente lectura mental, al pie de la letra, es prácticamente un rasgo
característico del autismo que se oculta tras otro rasgo fundamental, que a veces
se describe como una simple preferencia por lo concreto antes que por lo abstrac
to. Un niño autista es más rápido a la hora de aprender palabras como casa o
perro que palabras como amor u odio. Pero Clara Park señaló en su libro de
memorias, The Siege, una diferencia más sutil.
La hija autista de Park, Elly, podía aprender al instante palabras sueltas,
independientes del contexto. Jirafa, caja, heptágono, eran fáciles. No importaba
que algunas fueran abstractas y otras concretas. Pero las palabras que dependían
de la relación entre dos cosas -hermana, amigo-, eran bastante más difíciles.
Para casi todo el mundo, es más fácil aprender .c;.uando existe una conexión per
sonal; para Elly, la conexión humana carecía de importancia o se convertía en un
obstáculo. Aprendió la palabra hombre -que significaba criatura de pelo corto
que lleva pantalones- un año antes de aprender el nombre de cualquier hombre
en particular; rectángulo y heptágono mucho antes de feliz y triste.
Clara Park, la madre de Elly, es profesora de inglés, no psicóloga. Pero es una
aguda observadora que se ha convertido en una indiscutible autoridad en el ámbi
to de estudio del autismo. Las descripciones que hizo de Elly (con el tiempo acabó
utilizando su nombre verdadero, Jessy) no las escribió para defender ninguna teo
ría, sino simplemente para dar a conocer otro modo completamente distinto de
vivir en el mundo.
El trabajo sobre la ceguera mental, afirma en la actualidad, coincide con lo
que ha ido observando personalmente a lo largo de treinta y ocho años. "Jessy
no sabe qué piensan los demás", comenta Clara Park. "Si estamos cocinando
juntas y conoce la receta, me ofrecerá el ajo que necesito, ya cortado, y yo la
felicitaré: ' ¡ Me has leído la mente!'. Pero no lo ha hecho. Puede leer una receta,
pero no puede leer el lenguaje corporal o la expresión de los rostros. Puede decir
que está contenta o triste, pero nunca, nunca, percibirá si yo estoy contenta o
triste."
272
Teorías actuales sobre el autismo
Clara Park no cree que el niño autista sienta una conexión emocional con el
�<>del mundo que no puede expresar. "Quizás, quizás, quizás", dice. ··A todos
,... -g-ustaría creerlo." Y no está mucho más convencida que Bernard Rimland de
--= su hija lamente mucho su muerte. "Me echará de menos", concluye Park.
·E_;;:a acostumbrada a mí. Puede que incluso se ponga triste. Pero cualquier otra
' -las cosas que nosotros consideramos triviales- la incomodaría mucho
- '5.- Esperar algo distinto, asegura, sería "puro sentimentalismo".
Sopesé este comentario. ¿Cómo saber si un niño que recibe afecto devuelve
�e afecto a sus padres? ¿Y cómo podría no hacerlo si hasta un animal de campa
¿;_; demuestra su cariño? "Un animal de compañía lo demuestra, pero una perso
C:l. autista no", exclama Park a l tiempo que pierde su serenidad por este fracaso a
..: :tora de hacer comprender una cuestión tan importante. "Si los autistas fueran
-·a empáticos como los animales de compañía, no tendríamos ningún problema."
273
QUINTA PARTE
El trastorno
obsesivo-cotnpulsivo
- StGMUND FREUD
C A PÍT U L O Q U I N C E
Howard Hughes, uno de los hombres más ricos del mundo, se preparaba para
comer. Para Hughes, obsesionado por el miedo a los gérmenes, la comida era un
problema especial. Había diseñado una serie de ritos de descontaminación, pero
eran tan complejos que una persona sola no podía llevarlos a cabo. Hughes lo
hacía con la ayuda de sus colaboradores. Y llegó a redactar, por ejemplo, un meti
culoso informe sobre cómo abrir una lata de conservas para mantenerla libre de
gérmenes.
La persona encargada enchufa el termo con las manos. Luego ajusta la temperatura
del agua para que no sea ni demasiado caliente ni demasiado fría. A continuación coge
un cepillo y, con una pastilla de jabón especial, forma una buena capa de espuma y
luego restriega la lata unos milímetros por d ebajo de la parte superior. Primero debe
277
La locura en el diván
una y otra vez hasta que todas las partículas de polvo, todos los trozos de p.zpe � _
das del cepillo limpien a fondo las pequeñas muescas del perímetro de la part�
rior de la lata. El siguiente paso consiste en aclarar el jabón del cilindro y de /.¡ ··�
hibido manipular su ropa con las manos descubiertas y menos aún transferir alg_
germen. Hughes les ordenó que se procuraran "un cuchillo sin estrenar, nunca�.::
!izado, para abrir los paquetes de Kleenex, aprovechando el cuchillo para abrir, ,
por la ranura. Una vez abierto el paquete, debe coger la pequeña solapa y el r�
mer pañuelo para destruirlos; luego, utilizando dos dedos de la mano izquierda ·
dos de la derecha, debe sacar cada uno de los Kleenex de la caja y colocarlos sobre
un diario abierto, repitiendo esta operación hasta que se acumulen aproximada
mente cincuenta láminas". Eso proporcionaba un campo de protección para una
mano, y Hughes seguía añadiendo, página tras página, nuevas instrucciones cor.
el mismo grado de detalle.
Hacia el final de su vida, Hughes se había retirado prácticamente del mundo
para protegerse de la contaminación. Vivía aislado y>desnutrido, oculto tras unas
ventanas cerradas pintadas de negro para mantenerse alejado de los gérmenes
transmitidos por el sol, mirando una y otra vez la misma película. El acto más sen
cillo -coger una cuchara, tirar un pañuelo- exigía sofisticadas precauciones que
requerían mucho tiempo. Hughes murió prisionero en su habitación de hotel: un
multimillonario incapaz de atravesar la puerta o de comerse un bocadillo del ser
vicio de habitaciones.
La enfermedad de Hughes se denomina trastorno obsesivo-compulsivo, y
estas palabras tan comunes nos hacen creer que sabemos en qué consiste esta extra
ña dolencia. Llamamos compulsivo al amigo que guarda los CDs por orden alfa
bético o que toca madera para tener suerte, y todos conocemos a gente obsesiona
da con la comida, el deporte o la jardinería. Pero estos ejemplos cotidianos demues
tran un grado de excentricidad leve -nos hacen pensar en A.A. Milne y los diver
tidos versos sobre osos que "esperan en las esquinas, listos para comerse 1 a los ton
tos que pisan las líneas de los adoquines de la calle"- y nos llevan a equivocarnos
estrepitosamente cuando hacemos referencia al trastorno obsesivo-compulsivo.
Porque el trastorno obsesivo-compulsivo es en realidad muy poco corriente.
Personas que aparentemente llevan una vida normal, de pronto sufren el tormen
to de pensamientos desagradables y se ven obligadas a llevar a cabo rituales sin
278
Esclavizados por los demonios
Antes de ponerla en marcha, tengo que lavarme y secarme las manos. Luego toco la
cortina, posteriormente toco un lado de la televisión dos veces. Después vuelvo a
lavarme las manos. Acabada esta operación, miro dos veces detrás de la lámpara,
vuelvo a lavarme las manos, regreso, muevo la lámpara hacia la izquierda y miro
detrás de ella, muevo dos veces la lámpara hacia la derecha y miro detrás, vuelvo a
lavarme las manos, y luego miro cuatro veces detrás del lado izquierdo de la televi
sión, lavándome las manos cada una de las veces. A continuación, miro por detrás del
lado derecho del televisor ocho veces, me lavo las manos, y pongo la televisión en el
canal seis. Luego paso del canal seis al siete cuatro veces, y del canal seis al ocho cua
tro veces más. Finalmente la enciendo.
279
La locura en el diván
Incluso los psiquiatras, que han escuchado todo tipo de historias, sacude
cabeza con incredulidad. "He aprendido a no decirle nunca a un paciente con .:: -
· pulsiones que 'todo el mundo lo hace' o que 'sé cómo se siente"', observa un rera?=
ta. "Ni tú ni ellos lo saben." Detengámonos, por ejemplo, en el caso de una joYen _
macla Stacie Lewis, que emprendió un viaje por Europa al terminar sus estudios �
280
Esclavizados por los demonios
281
La locura en el diván
282
Esclavizados por los demonios
·: sacerdotes balineses, así como entre judíos israelitas; los historiales clínicos de
sus víctimas son prácticamente intercambiables.
Las diferencias existentes están más relacionadas con la geografía local y las
costumbres que con el trastorno en sí mismo. "En la Nigeria rural, donde hay que
caminar todo un día para encontrar agua, seguimos observando rituales de conta
minación, pero adoptan la forma de mujeres que golpean la ropa una y otra vez
para despiojada" , comenta Rapoport. "Si tuvieran algo de agua, se apresurarían a
utilizar una lavadora." En Jerusalén, prosigue, un psiquiatra judío ortodoxo nos ha
informado de una serie de pacientes, también judíos ortodoxos, que padecen un
trastorno obsesivo-compulsivo. " Constituye un grupo sorprendentemente aisla
do", afirma Rapoport. "Elaborar un estudio intercultural era mejor que centrarnos
en alguna tribu bereber en la que sus miembros escuchan la radio, van al bar y ven
la televisión. La comunidad ultraortodoxa lo prohíbe. Pero las víctimas del tras
romo muestran todos los síntomas clásicos: temen contaminarse, cuentan, etc."
Historias semejantes se han oído a lo largo de los siglos. A principios del
siglo XVII, por ejemplo, un médico inglés describió a una paciente cuyo miedo a
la suciedad (al polvo) era tan extremo que se sentía "torturada hasta verse forza
da a lavar continuamente su ropa, pues nunca la veía limpia o en buen estado.
Ningún miembro de su familia podía vestirse sin lavar primero toda la ropa que
283
La locura en el diván
se iba a poner porque temía que la suciedad de ellos recayera sobre ella. No que
ría ir a la iglesia para no tener que pisar el suelo, temerosa de que la suciedad la
alcanzara " . Los detalles han ido cambiando con el paso del tiempo -hubo una
época en que la peste fue la gran plaga, luego la sífilis, luego el cáncer y ahora el
SID A-, pero el problema sigue siendo el mismo.
Aunque los síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo coinciden en
amplias categorías como lavarse o contar, los detalles siempre van cambiando. Un
niño de dos aii.os se pasaba el día alineando lápices y seleccionando juguetes. A
medida que se hizo mayor, empezó a organizar su biblioteca por orden alfabético
y a ordenar sus zapatos en el armario. A los veintidós años, su impulso principal
era pasar exactamente por el centro de las puertas. Podía pasar cincuenta veces
por la misma puerta hasta asegurarse de haberlo hecho bien.
Rapoport intentó en una ocasión confeccionar un esquema cronológico de los
síntomas -¿empieza la gente lavándose, se preguntaba, y acaba contando?-,
pero cualquier patrón terminaba diluyéndose bajo una inmensa maraña de flechas
y curvas. La madre de un adolescente con un grave trastorno obsesivo-compulsi
vo me mostró una lista en la que había recopilado sus síntomas. Ocupaba media
página. Se leía: "Incapaz de ducharse sin lavarse compulsivamente un pie" y
"miedo a que alguien le siga ", así como "repite frases o palabras cuando intenta
eludir pensamientos inoportunos" y "comprué�a las puertas una y otra vez". La
lista proseguía con otra docena de síntomas.
En la jerga psiquiátrica, las compulsiones son actos, como lavarse las manos.
Las obsesiones son pensamientos, parecidos a las imágenes de las pesadillas en
estado de vigilia. Son vergonzosas, y también pueden ser aterradoras. Robert, un
estudiante licenciado en química víctima del trastorno obsesivo-compulsivo desde
los diecisiete años, confesó que "me asaltaban pensamientos en los que metía a mi
hija -y yo adoro a mi hija- en un autoclave mientras trabajaba, y la veía gritar
y sufrir, y no podía sacarme ese pensamiento de la cabeza".
Resulta todavía más extraño cuando los pensamientos obsesivos adoptan la
forma de dudas. (Los franceses denominan al trastorno obsesivo-compulsivo folie
de doute, la locura de la duda.) Quizás el rasgo más peculiar de esta curiosa enfer
medad es que las víctimas dejan de confiar en sus sentidos. Sus miedos nos hacen
pensar en las teorías escépticas del filósofo David Hume, que se preguntaba cómo
podíamos estar seguros de que el universo no cambiaba cada vez que le dábamos
la espalda. Para la mayoría de nosotros, es sólo una paradoja académica, diverti
da o aburrida según nuestras preferencias, pero evidentemente ajena. Para las per
sonas que padecen un trastorno obsesivo-compulsivo, sin embargo, la pregunta de
Hume tiene un interés literalmente definitivo; no pueden dejar de comprobar si
284
Esclavizados por los demonios
han apagado la estufa y si han cerrado las puertas y las ventanas aunque ya lo
hayan mirado diez, cien o mil veces.
Cada comprobación se realiza de forma completa, revisando hasta el míni
mo detalle, y cada una de ellas es idéntica. Pero ninguna los tranquiliza. Cada veri
ficación hace disminuir momentáneamente el pánico, que luego vuelve a atacar
los, a veces con mayor intensidad. "Te dices: ¿he apagado la estufa?, ¿he apagado
la estufa? -explica una de las víctimas-, y luego llegas al extremo de cuestio
narte: bueno, ¿y qué significa apagar? Cuándo giro el botón hasta la posición de
cierre, ¿cómo sé que es realmente la posición de apagado ? " Muchos pacientes
reconocen que si no fuera por el temor a perder el trabajo o a su familia, conti
nuarían haciendo comprobaciones durante todo el día.
"Lo compruebo todo", afirma Robert, el estudiante licenciado en química.
"Tenemos cuatro gatos, y cuando mi mujer lava la ropa, le digo: 'No pongas la
lavadora en marcha. ¿ Estás segura de que no hay ningún gato dentro ?'. Saco toda
la ropa para asegurarme de que no hay ningún gato dentro de la lavadora. Cuando
abro la puerta de la nevera, la abro, la cierro, la abro y la cierro dos o tres veces
para comprobar que no hay ningún gato dentro. Inspecciono el lavavajillas dos o
tres veces para asegurarme de que allí no hay gatos, y de que no pueden llegar. Y
aunque lo abro y no veo gatos -aumenta el grado de incredulidad de su voz.-,
-
sigo pensando que debe haber alguno allí dentro. Con el horno sucede lo mismo."
En ocasiones, las dudas se interiorizan. Un bibliotecario de universidad de
treinta y dos años estaba convencido de que era un asesino que se escabullía de
casa a medianoche, presa de un trance inconsciente, de que se iba de correría ase
sina y de que luego se arrastraba hasta la cama. Durante los dos aii.os anteriores a
su ingreso en un hospital, se ató a la cama cada noche para asegurarse de que no
mataría a nadie. Incluso así, fue incapaz de liberarse de esta obsesión.
285
C A PÍT U LO D I E CIS É I S
Freud habla
En los actos obsesivos todo tiene su significado y puede ser
interpretado.
- S!GMU:-JD FREUD
Escuchamos a la gente contar historias sobre las obsesiones y los impulsos que los
atrapan, y no se cansan de repetir que es algo que cae del cielo y los golpea. "No
soy yo", proclaman. "Es algo que me sucede."
Pero es difícil escuchar estos testimonios sin llegar a la conclusión de que se
trata de relatos simbólicos. Incluso Emil Kraepelin, el gran rival de Freud que
estaba convencido de que los trastornos mentales tienen raíces orgánicas, hizo una
excepción con los casos de obsesión. Kraepelin so�tuvo que la esquizofrenia era,
sin lugar a dudas, una enfermedad del cerebro, pero que la obsesión no. Bastaba
con observar la perspicacia de estOs pacientes, la normalidad con la que se com
portaban la mayor parte del tiempo, la claridad con que veían que sus rituales
carecían de significado.
Los historiales clínicos parecen transmitir mensajes disfrazados. Y los disfraces
ni siquiera son particularmente ingeniosos. Consideremos, por ejemplo, un caso des
crito en un reciente textO psiquiátrico. "Una joven mujer casada --escriben los auto
res sin darle importancia- empezó a evitar el número cuatro." Convencida de que
tenía que evitar el número cuatro para soslayar algún peligro aparente pero no iden
tificado, se negaba a escribir esa cifra. i siquiera se atrevía a comer cuatro patatas
fritas, cuatro granos de uva o cuatro trozos de lo que fuera; tampoco leía la cuarta
página de un libro o de una revista. Las normas se hicieron cada vez más estrictas.
Empezó también a evitar los números que empezaban con cuatro o que terminaban
en cuatro, los múltiplos de cuatro o el número inmediatamente superior o inferior a
un múltiplo de cuatro... confinándose en una celda cada vez más estrecha.
Ahora escuchemos la explicación de cómo empezó todo. "El cumpleaños de
su marido era el cuarto día de un mes determinado y... si ella no evitaba ese núme
ro, lo pondría en un grave peligro." ¡ Ajá! ¿Cuántos de nosotros podrían resistirse
287
La locura en el diván
a levantar una ceja con malicia? ¿Cuántos, después de oír hablar de gente que s:
significado simbólico. "Una mujer que se lava las manos continuamente y que sólc
toca los picaportes con los codos", escribió Freud a modo de resumen de uno de
sus casos. "Restitución: se trata del caso de Lady Macbeth. El lavado es simbóli
co, pensado para sustituir por pureza física la pureza moral que ella siente habe:
perdido. Se atormenta con remordimientos por la infidelidad conyugal, cuyo
recuerdo ha resuelto expulsar de su mente."
El trastorno obsesivo-compulsivo fue uno de los temas favoritos de Freud, la
neurosis sobre la que más habló y a la que volvió una y otra vez a lo largo de su
dilatada carrera. Declaró que era el trastorno que conocía mejor e " indiscutible
mente el tema más interesante y agradecido de la investigación analítica". Lo
abordó sucesivamente -diríamos que de forma casi obsesiva- proponiendo una
serie de interpretaciones cada vez más profundas, cada vez más complejas.
Sus descripciones clínicas son claras y concisas. "La neurosis obsesiva se
manifiesta en la forma de ser del paciente, concentrado en pensamientos en los que,
de hecho, no está interesado, consciente de impulsos internos que le resultan muy
'
extraños, y obligado a llevar a cabo ciertos actos cuya realización no le propor
ciona placer, pero que es incapaz de eludir", afirmó en una charla pública en 1916.
"Sin lugar a dudas, esta enfermedad es una locura", prosiguió, entre otras
razones porque la introspección del paciente en su propio conflicto no le hacía
ningún bien. "No obstante, no ayudaremos al paciente en lo más mínimo sugi
riéndole que tome una nueva dirección, que deje de ocuparse de unos pensamien
tos tan enfermizos y que haga algo sensato en lugar de continuar con sus travesu
ras infantiles. A él le gustaría hacerlo por sí mismo, porque su cabeza está total
mente intacta; comparte nuestra opinión sobre sus síntomas obsesivos e incluso
nos los revela espontáneamente. Sólo que él no puede ayudarse a sí mismo."
Para Freud, este tema tenía un acento personal. Según una carta que escribió
a Jung, también él era un ejemplo del "tipo obsesivo, cada espécimen del cual
vegeta en un mundo propio y cerrado".
Incluso más que de costumbre, las opiniones de Freud sobre lo que él llama
ba "neurosis obsesiva" merecen una atenta mirada. Al hacer referencia a la esqui
zofrenia y al autismo, los seguidores de Freud hablaron en voz alta mientras él se
limitaba a hablar en sordina o a no decir nada. Al hacer referencia a las obsesio
nes y a las compulsiones, por el contrario, los descendientes de Freud hicieron
poco más que corear la voz de su maestro durante cincuenta años.
288
Freud h a b l a
Freud escribió que su primer encuentro con la obsesión tuvo lugar con uno
::e sus primeros pacientes, un funcionario del gobierno "afectado por innumera
"'les escrúpulos". Cuando este paciente pagaba a Freud sus honorarios, los bille
�es estaban invariablemente limpios y planchados. Freud hizo un comentario de
?asada sobre los billetes nuevos y el paciente le confesó que no eran nuevos.
Planchaba el dinero en casa, añadió, por un problema de conciencia. No estaba
bien poner a gente inocente en peligro pasándoles florines sucios y llenos de bac
:erias. Freud hizo caso omiso y, en otra ocasión, le pidió que le hablara sobre su
\"Ida sexual:
"Oh, va muy bien", contestó con ligereza [escribió Freudj. "En ese sentido no hay
ningún problema. Desempeño el papel de querido y viejo tío en varias familias res
petables, y algunas veces utilizo mi posición para invitar a alguna joven a salir con
migo de excursión por el campo. Entonces, me las arreglo para que perdamos el tren
de vuelta a casa y nos veamos obligados a pasar la noche fuera de la ciudad. Siempre
reservo dos habitaciones -me gusta hacer las cosas con elegancia-, pero cuando la
chica se ha ido a la cama, yo entro y la masturbo con mis dedos. "
"Pero, ¿no tiene miedo de hacerle algún daño jugueteando con sus genitales con su
sucia mano?"
Al oír esta pregunta se indignó: "¿p aiío? ¿Por qué? ¿Qué dmio podría hacerle?
Todavía no he hecho ningún daiio a ninguna de ellas, y a todas les gustó mucho.
Algunas ya están casadas y no les ha hecho ningún daño en absoluto ··.
289
La locura en el diván
ra, las opiniones de Freud sobre la obsesión cambiaron mucho. Pero siempre se
290
Freud habla
culo estado de ansiedad". ¿Por qué este recuento ? , se preguntó Freud, igual que
décadas más tarde Rapoport se preguntaría: " ¿Por qué la recogida de desperdicios?".
Para Freud, la explicación era evidente: "Ha empezado a contar para distraer
su mente de ideas obsesivas (de tentaciones). Lo ha conseguido, pero el impulso de
contar ha reemplazado a la obsesión original". Los rituales eran defensas inesta
bles contra impulsos "constantemente amenazadores que se escondían en el
inconsciente". La persona que padece compulsiones nunca puede bajar la guardia;
sus "ceremoniales" no son precauciones rutinarias, como abrocharse el cinturón
de seguridad del coche, sino intentos desesperados por evitar el desastre.
Y la presión iba en constante aumento. "El proceso de represión que condu
ce a la neurosis obsesiva debe ser considerado como una alternativa con un éxito
parcial que amenaza progresivamente con fracasar", añadió Freud. "Se requieren
nuevos y continuos esfuerzos físicos para contrarrestar la presión del instinto."
Freud escribía como si tuviera en mente la escena de una película de terror en la
que el monstruo aporrea la puerta del dormitorio y ésta se sacude y estremece
mientras la joven pareja que está dentro grita de pánico e intenta frenéticamente
empujar sillas y aparadores para impedirle el paso.
A medida que el tiempo fue pasando, Freud estudió con más detalle los casos
de sus pacientes y sus explicaciones se volvieron más enigmáticas. Ninguna pista
debía descartarse. "En los actos obsesivos -ahrmó Freud- todo tiene su signifi
cado y puede ser interpretado." En 1 909, por ejemplo, dedicó casi cien páginas al
estudio de su paciente compulsivo más famoso, un joven y destacado abogado de
Viena llamado Ernst Lanzer. Este abogado pasó a la hisroria como el Hombre de
las ratas (Freud acuñó el sobrenombre) porque padecía pensamientos obsesivos
acerca de una tortura particularmente espantosa que alguien le describió en algu
na ocasión. La tortura consistía en atar a un criminal y sujetar una olla de metal
llena de ratas a sus nalgas hasta que éstas se abrieran paso a través del recto de la
víctima. El Hombre de las ratas le dijo a Freud que esta imagen le horrorizaba,
pero que no podía librarse de ella. Y lo peor era que estaba obsesionado con el
pensamiento de que su novia y su padre sufrirían ese castigo (¡aunque sabía per
fectamente que su padre había fallecido hacía años! ) .
L a solución a l a que llegó Freud es demasiado compleja para resumirla -vol
veremos al Hombre de las ratas más adelante-, pero incluso los detalles más
insignificantes de esta historia revelan lo rebuscadas que se habían vuelto las inter
pretaciones de Freud. En un momento dado, por ejemplo, Freud citó una palabra
mágica, una suerte de rezo, que el Hombre de las ratas se había inventado para
protegerse del peligro. Se trataba básicamente de un acrónimo con un amén que
se añadía al final. La palabra era glejisamen. El Hombre de las ratas confesó que
291
La locura en el diván
las primeras dos letras provenían de l a palabra glückliche, que significa feliz; que
la letra j provenía de jetzt und immer, que significa ahora y siempre, etc.
· Freud no dudó a la hora de revelar el significado real de esta misteriosa pala
bra. "No fue difícil observar -escribió- que la palabra era, de hecho, un ana
grama del nombre de su novia." (Eso todavía estaba a su alcance. Freud se refería
a la novia del Hombre de las ratas, cuyo nombre era Gisela.) Pero Freud sólo esta
ba entrando en calor.
"Su nombre contenía una s y él la puso en último lugar, esto es, inmediata
mente antes del amén del final. Podemos decir, por lo tanto, que mediante este
proceso puso su samen [semen en castellano] en contacto con la mujer que amaba;
en su imaginación, por así decirlo, se había masturbado con ella. Pero él nunca
advirtió esta conexión tan evidente. "
En comparación con otros ejemplos interpretativos de Freud, esta explica
ción parece encantadoramente sencilla. Analicemos el caso de otra de las pacien
tes de Freud, una mujer a punto de cumplir los treinta, víctima de obsesiones y
compulsiones. Una de ellas era ésta: varias veces al día salía corriendo de su dor
mitorio para entrar en la habitación contigua, se detenía al lado de una mesa,
tocaba una campanilla para llamar a la criada, la enviaba a hacer algún recado, y
luego volvía a su habitación.
Ella no podía explicar por qué lo hacía, pero coFt la ayuda de Freud no tardó
en descubrirlo. "Hacía más de diez años que se había casado con un hombre
mucho mayor que ella -escribió Freud-, un hombre que en la noche de bodas
se mostró impotente. Durante esa misma noche, entró corriendo varias veces en la
habitación de su mujer para intentarlo de nuevo, pero siempre sin éxito. Y a la
mañana siguiente, dijo enfadado: 'No quiero tener que avergonzarme ante la cria
da cuando haga la cama'. Y cogió una botella de tinta roja que había en la habi
tación y vertió su contenido encima de la sábana, pero no en el lugar exacto donde
hubiese sido apropiado que apareciera una mancha."
Desde luego, fue un buen principio. No sólo adquirieron sentido las carreras
de su paciente, sino también el hecho de que llamara a la criada. Además, la
paciente de Freud no tardó en revelar otro detalle: su mesa estaba cubierta por un
tapete que tenía una mancha, y la criada debía haberla visto. Freud estaba con
vencido de que tenía razón, pero reconoció que todavía se sentía confuso.
Entonces se hizo la luz. "En primer lugar, no había duda de que la paciente
se identificaba con su marido", explicó Freud. "Desempeñaba su papel al imitar
sus carreras de una habitación a otra. Además, para seguir con la analogía, debe
mos estar de acuerdo en que la cama y la sábana eran reemplazadas por la mesa
y el tapete. Aunque esta afirmación podría parecer arbitraria, hemos estudiado el
292
Freud habla
simbolismo de los sueños con algún propósito. También en los sueños tropezamos
a menudo con una mesa que tiene que ser interpretada como una cama."
Hasta aquí, de acuerdo. Ahora bien, ¿qué había detrás del ritual obsesivo de
esta joven mujer?
Lo más importante era, obviamente, el hecho de llamar a la criada, ante cuyos ojos
la paciente exhibía la mancha, en contraste con el comentario de su marido acerca de
que se sentiría avergonzado ante ella. De esta manera él, cuyo papel estaba interpre
tando ella, no sentía vergüenza delante de la criada; por lo tanto, la mancha se encon
traba en el lugar correcto. Así pues, deducimos que ella no se limitaba a repetir la
escena; la continuaba y, al mismo tiempo, la modificaba; la estaba corrigiendo. Pero
haciendo esto también corregía otra cosa, lo que había provocado tanto dolor aque
lla noche y había hecho necesario el recurso de la tinta roja: su impotencia. Así que
a través de un acto obsesivo ella estaba afirmando: "No, no es verdad. Él no tttVO que
sentir vergüenza ante la criada, él no es impotente". La acción representaba este
deseo, a la manera de un sueño, que quedaba satisfecho mediante un acto del pre
sente. El propósito del acto era que su marido superara su desgracia.
293
La locura en el diván
La paciente tenía diecinueve años. Era una chica brillante y bien educada . .2.
única hija que vivía en la casa. Antes alegre y muy animada, en los últimos año�
se·había ido deprimiendo y se mostraba irritable. Junto a estos síntomas genera
les, existía uno específico: era incapaz de quedarse dormida si antes no realizaba
una complicada "ceremonia". En primer lugar, para asegurarse una calma abso
luta durante la noche, sacaba todos los relojes de su habitación, incluso su minús
culo reloj de pulsera. En segundo lugar, ponía todas las macetas sobre el escritorio
para que no se cayeran durante la noche. Luego colocaba con precisión las almo
hadas de la cama, sacudía la colcha una y otra vez para depositarla de una forma
determinada, apoyaba la cabeza sobre la almohada de una manera especial, etc.
La j oven reconocía que sus preparativos no tenían sentido -su reloj era dema
siado silencioso para oírlo y las macetas no podían caerse solas-, pero no tenía
elección. Debía llevar a cabo cada paso y comprobarlo varias veces, todo en una
atmósfera de terrible ansiedad. Cada noche, esta rutina le costaba una o dos horas.
Este caso, señaló Freud, no se resolvió tan fácilmente como el anterior. "Me
vi obligado a dar consejos a la chica y a proponer interpretaciones -escribió
Freud- que siempre rechazaba con un decidido no o que aceptaba con dudas des
deñosas." Con el tiempo, sin embargo, la paciente de Freud superó sus reticencias
y aceptó sus interpretaciones.
Pero no fue fácil. "Nuestra paciente se dio ;cuenta gradualmente de que
durante la noche sacaba los relojes de su habitación porque son símbolos de los
genitales femeninos", explicó Freud. "Los relojes y los relojes de pulsera -recor
dó a sus lectores- simbolizan los genitales femeninos debido a su relación con los
procesos periódicos y los intervalos parejos de tiempo."
El significado del temor de la joven a que el tictac de un reloj pudiera per
turbar su sueño también estaba claro. "El tictac de un reloj puede compararse con
el golpeteo o el latido del clítoris durante la excitación sexual." De forma similar,
"macetas y floreros, así como cualquier otro recipiente, también son símbolos
femeninos. Tomar precauciones contra su caída para que no pudieran romperse
durante la noche no carecía de sentido".
¿Y la almohada, que no debía tocar la cabecera la cama? " A la almohada,
comentó ella, siempre la había relacionado con una mujer y al cabezal de madera
con un hombre. De esta forma, ella quería -debemos suponer que mediante
magia- mantener al hombre y a la mujer separados, esto es, separar a sus padres
para no permitirles tener relaciones sexuales."
En este punto, la interpretación entra en un terreno que hace que el lector se
cuestione el juicio de Freud. Al explicar por qué su paciente primero mullía su col
cha y luego la alisaba, nos dice que "si una almohada era una mujer, el hecho de
294
Freud h a b l a
sacudir el edredón hasta que todas las plumas se concentraran en el fondo y for
maran una hinchazón también tenía un sentido. Simbolizaba el embarazo de una
·mujer. Pero luego, la paciente se encargaba de alisar de nuevo el embarazo porque
durante años había tenido miedo de que sus padres tuvieran otro hijo y la obse
quiaran, de este modo, con un competidor".
Pero aún hay más. "Por otra parte, si la almohada grande era una mujer, la
madre, la almohada pequeña de arriba sólo podía ser la hija. ¿Por qué esta almo
hada debía ser colocada a guisa de rombo y ella tenía que apoyar la cabeza preci
samente en el centro? No fue difícil hacerle entender que la forma del rombo es la
inscripción que garabateada sobre cualquier pared representa los genitales feme
ninos abiertos. Así pues, la paciente desempeñaba el papel del hombre, reempla
zando el órgano masculino por su cabeza. "
Freud se asustó, quizás había llegado demasiado lejos. "No debemos olvidar
que por la cabeza de una chica soltera rondan pensamientos tan extravagantes como
estos. Reconozco que es así." Pero al final insistió -y quizás insistió demasiado
en que él no le había dado ninguna idea a su paciente. "No debemos olvidar que yo
no me he inventado estas cosas, sino que simplemente las he interpretado."
295
La locura en el diván
• En una carra a un colega, Jung elogió el ensayo, pero también señaló que era "muy difícil de enten
der. No tardaré en leerl o por tercera vez. ¿Debo ser especialmente estúpido? ¿ O es el estilo? Me incli
no cautelosamente a pensar lo segundo " .
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Freud h a b l a
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La locura en el diván
sus normas sobre sí mismos y también sobre los demás. "En los casos extremos de
trastorno obsesivo, como en el caso de la neurosis del ama de casa y de las exage
raciones neuróticas del burócrata -observó Abraham-, este anhelo de domina
ción se vuelve totalmente inequívoco. De nuevo, sólo tenemos que pensar en los
elementos sádicos que componen el conocido rasgo de terquedad del carácter anal
para constatar que el instinto sádico y el anal actúan al mismo tiempo."
Esta interpretación sobre la obsesión fue la que dominó el campo de la psi
quiatría durante la siguiente mitad del siglo XX. Cualquier ensayo sobre este tema
giró en torno al "sadismo-anal". (Es sorprendente que la historia del Hombre de las
ratas, que se basaba en la obsesión anal, no proporcionara a Freud la pista crucial.)
Freud estuvo a punto de dar con la respuesta algunos años antes en un artí
c�lo titulado Character and Anal Erotism, publicado un año antes que el ensayo
sobre el Hombre de las ratas. Según afirmó en este artículo, había visitado a varios
pacientes que eran "dignos de atención por una habitual combinación de las tres
siguientes características. Eran especialmente ordenados, parsimoniosos y obsti
nados" . (En cursiva en el original.)
Éste fue uno de los temas favoritos de Freud, sobre el cual reflexionó duran
te años. ¿Qué conexión existía entre los elementos de esta misteriosa tríada? Lo
más importante era que aquellas personas "como niños ... parecen haber perteneci
do al grupo que se niega a vaciar sus intestinos tuando se les pone en el orinal, pues
obtienen un placer subsidiario en la defecación; afirman que, incluso años más
tarde, disfrutaban permaneciendo mucho tiempo en el inodoro, y recuerdan -aun
que con mayor facilidad respecto a sus hermanos y hermanas que en relación a
ellos- haber hecho toda clase de cosas con las heces que habían expulsado".
Freud escribió en este ensayo que el niño era el padre del hombre. La exage
rada insistencia del adulto en la limpieza y el orden era una defensa contra el inte
rés impropio del niño por la suciedad y las heces. La obstinación del adulto era la
causa de que el niño desease el control de su higiene personal, arrebatándosela a sus
padres. La mezquindad del adulto ... Bueno, esta afirmación era un poco engañosa.
Freud argumentó que el apego al dinero y la "tacañería" equivalían a rete
ner las propias heces. Y destacaba que, después de todo, "en las civilizaciones anti
guas, en los mitos, los cuentos de hadas y las supersticiones, en los pensamiento
inconscientes, en los sueños y en las neurosis", el dinero y las heces eran equiva
lentes. La más valiosa de las substancias se identificaba con la más despreciable.
¿No llamaban los babilonios al oro "las heces del infiern o " ? ¿No hablamos hoy
en día del "dinero asqueroso" ?
Para Freud y sus seguidores, estas charlas sobre el orinal resultarían irresisti
bles. El descubrimiento de "los rasgos anales del carácter" explicaba, por ejemplo,
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Freud habla
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La locura en e l diván
batían acosadas por el pánico en una batalla sin final contra las fuerzas del e
de la confusión.
El carácter lo explicaba todo. La " neurosis obsesiva" ya no era una e �
tar esta neurosis recién domesticada, el eminente Leo Kanner resumió el per
miento imperante en 1948 . "El fenómeno obsesivo y compulsivo -dec!:.
Kanner desde un punto de vista práctico- afecta con más frecuencia a persor_
demasiado escrupulosas, tímidas, pedantes, puntillosas, concienzudamente ad1c:_
al orden más minucioso y a la simetría, y que no se m uestran satisfechas hasta q�.
todo está exactamente así."
Durante décadas, esta historia el exactamente así reinó sin oposición COIT
una teoría universal sobre la naturaleza humana. Este hecho puede resultar alg
sorprendente, puesto que los antropólogos ya habían descubierto que las costum
bres respecto al aprendizaje de la higiene personal varían enormemente alrededo:
del mundo. En algunas culturas, por ejemplo, el aprendizaje del control de las
necesidades fisiológicas empieza a los seis meses. Como señala el psiquiatra ano
freudiano E. Fuller Torrey, este hallazgo tendría. que haber llevado a predecir "ur.
número excepcional de contables, señoras de la limpieza, coleccionistas de sellos
y... pueblos que compitieran con los pueblos suizos en impecabilidad".
Los psiquiatras se mostraron impávidos. En 1 9 65, por ejemplo, Anna Freud
pronunció una charla sobre las ideas psicoanalíticas más novedosas acerca de la
"neurosis obsesiva " . La charla entendida como un resumen de todos los descu
brimientos realizados en este campo, más que como un punto de vista estricta
mente personal, podría haber sido plagiada de uno de los artículos más impor
tantes de su padre, escrito cincuenta años antes. La conclusión principal era "el
hecho de que en cualquier caso clínico siempre descubrimos material sádico y
anal".
Finalmente, por razones que escapan a los objetivos de este libro, la "teoría
freudiana del desarrollo" de las etapas oral, anal, fálica y genital, desapareció.
Aún seguimos utilizando la palabra anal para denotar un cierto carácter puntillo
so. Pero esta palabra es un fantasma de una teoría enterrada, igual que palabras
como de buen talante y flemático son fantasmas que han sobrevivido durante
mucho tiempo a las teorías que les dieron forma.
Cuando la teoría de las "etapas de desarrollo" se fue a pique, se creó un
remolino, como el vórtice alrededor de un barco volcado. La víctima principal fue
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e:nsten las excepciones. Es entonces cuando una interminable sucesión de actos cere
moniales, basados en escrúpulos de significado aparentemente higiénico o religioso,
•CIIpan el lugar de esos pensamientos y actos que tanto repugnan a este tímido niño.
Curar a uno de estos pacientes también era muy fácil. "El tiempo medio
-:-�Jerido para la recuperación -señaló Hall- suele ser de seis meses."
307
C A PÍ T U L O D I E C I SI E T E
La evidencia biológica
- )OIIi\ RIITE.Y
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La evidencia biológica
Existe una segunda evidencia, mucho más importante que la anterior, que
-�:1!erza la conclusión de que la obsesión es un trastorno cerebral . En ocasiones,
e;::J e,·idencia es tan brutal como el impacto de una bala en el cerebro: basta leer
.>:-rículo citado como epígrafe del Capítulo 15. Y en a lgunos casos es tan sutil
_ �o una exploración realizada con un escáner PET.
El caso del presunto suicida es tan sorprendente por su singularidad. (Tal vez
iC D(dría argumentar que el trauma psicológico de estar a punto de morir acabó,
_ .1lgún modo, con las obsesiones del joven, igual que un susto acaba con el hipo;
·e- ésta sería una suposición que requeriría la ingenuidad del mismo Freud.)
0=-,_;-ués de todo, gracias a la cirugía muchos pacientes se han librado de obsesio
� · compulsiones, aunque las operaciones hayan caído en desgracia porque pue-
311
den provocar cambios de personalidad. El primer paciente obsesivo-compulsivo de
Rapoport, por ejemplo, el hombre de Boston que se sentía empujado a recoger
desperdicios, fue sometido a una lobotomía muchos años antes de conocerla. Este
hombre se despertó de la operación "curado" de las obsesiones que habían gober
nado su vida durante veinte años, pero incapacitado permanentemente para des
envolverse fuera del hospital.
Por otro lado, del mismo modo que en ocasiones las obsesiones pueden
curarse con balas y escalpelos, también pueden aparecer de improviso, y aparen
temente de la nada, a raíz de un golpe en la cabeza, de un ataque epiléptico o de
una apoplejía. Esta realidad no se cuestiona. Tampoco se cuestiona que entre los
síntomas de numerosas enfermedades neurológicas, entre ellas el síndrome de
Tourette y la corea de Sydenham (el baile de San Vito), se encuentren las obsesio
nes y las compulsiones:=· Hace siglos ya se sospechaba de este vínculo. En el siglo
XVIII, por ejemplo, Samuel Johnson era tan conocido por sus tics y sus muecas
como por sus escritos y conversaciones. "Al parecer, a menudo padecía sobresal
tos y se ponía a gesticular de forma extraña -señaló en una ocasión su futura
hijastra-, y ello tendía a provocar inmediatamente sorpresa y burlas." El aspec
to de Johnson era tan peculiar que a los veinte años se le rechazó para un puesto
de profesor porque "parece un caballero muy altanero y de naturaleza enfermiza,
y porque distorsiona su rostro de tal modo (algo qu� es incapaz de remediar) que
puede afectar a algunos jóvenes".
Los síntomas de Johnson, que lo atormentaron desde la niñez, nos hacen
pensar en el síndrome de Tourette. Pero más que sus tics, lo que asustaba a sus
contemporáneos eran sus compulsiones. Frances Reynolds, hermana del pintor
Joshua Reynolds, describió los "extraordinarios y grotescos ademanes de sus
manos y sus pies, en especial cada vez que pasaba por el umbral de una puerta o,
mejor dicho, antes de atreverse a cruzar cualquier entrada. O al entrar en casa de
Sir Joshua con la pobre señora Williams aliado, una mujer ciega que vivía con él.
Entonces le soltaba la mano o la hacía girar de aquí para allá sobre los peldaños,
" Un psiquiatra de la escuela de la interpretación de los síntomas justifica esta evidencia. ¿Por qué, pre
gunta Peter Breggin, el daño cerebral, la enfermedad y los accidentes pueden provocar, a veces, obse
siones y compulsiones? "Ame su creciente incapacidad para enfrenrarse al mundo, la persona con el
cerebro dañado inrenra conrrolar la ansiedad inrerior )', a su vez, el entorno que le rodea con rituales
repetitivos." El extraño comporramienro del pacienre no es un resultado directo de su lesión cerebral,
sino "una defensa psicológica para incrementar el senrimienro de seguridad personal ame la disminu
ción de sus funciones mentales".
Según Breggin, Rapoporr insiste en las "teorías biológicas radicales" para "atraer a aquéllos que no se
atreven a enfrenrarse a unos procesos mentales aurodestructivos. Sus teorías también intentan atraer a
algunos padres que se niegan a aceptar su responsabilidad en los problemas de sus hijos".
312
La evidencia biológica
Boswell citó "otra peculiaridad" del formidable Johnson que nadie se arre
-1Ó a pedirle que explicara. "Creía que era algún hábito supersticioso -escribió
3oswell en Life of Samuel ]ohnson- que había adquirido muy pronto y que
-;unca se había preocupado por descifrar. Se trataba de una extremada precaución
.:. la hora de atravesar una puerta o pasillo. Tenía que dar cierto número de pasos
.:esde cierto punto o, por lo menos, asegurarse de que uno de los dos pies, el dere
.:no o el izquierdo (no sé exactamente cuál), realizara siempre el primer movi
-;uento cuando se acercaba a la puerta o al pasillo."
Una vez atravesada la puerta, los problemas de Johnson no habían hecho
-:tás que empezar. Nunca pisaba las grietas que se formaban entre las baldosas, e
.3sisría en tocar todos los postes que se encontraba a lo largo de la calle cuando
;>asaba por delante de ellos. Si se saltaba alguno, deshacía lo andado y corregía el
error antes de volver junto a sus perplejos compañeros.
En el caso de Johnson, el diagnóstico de Tourette es sólo una conjetura bien
-undamentada. Pero los casos actuales apuntan en la misma dirección con mayor
.:laridad: las enfermedades del cerebro pueden- provocar un comportamiento obse-
51\·o. Como de costumbre, la transición de los casos históricos a los de nuestros
días viene acompañada por el paso de la anécdota a la estadística. Perdemos color
· ganamos rigor.
313
La locura en el diván
escaleras de dos en dos o lavarse las manos durante horas. "La posibilidad de que
un niño completamente sano y normal... pudiera desarrollar un trastorno re..J.
durante la noche era profundamente aterradora", escribió John Ratey, psiquiatra
de Harvard. "Casos como este separaron radicalmente al trastorno obsesivo-com
pulsivo del punto de vista psicodinámico e interpretativo, incluso de las teorías
actualizadas y biológicamente consecuentes. En resumen, estos niños cogían un
trastorno obsesivo-compulsivo ... del mismo modo que otra persona cogía un res
friado."
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La locura en el diván
hasta hacerse sangre porque se sentía solo. La dueña, que ya había pensado en r:.:.
bajar en casa, instaló allí su despacho. El perro reaccionó con alegría, pero sigw
lamiéndose.) Con la ayuda de su propio veterinario, Rapoport decidió reunir .:.
otros perros con el mismo problema. Pronto, a la manera típica de Washington.
se convirtió en un símbolo de estatus tener un perro que recibía llamadas de una
psiquiatra del National Institute of Mental Health.
Rapoport puso en marcha una investigación con setenta y ocho perros, y
todas las garantías y controles estadísticos pertinentes. Los resultados fueron simi
lares a los de los humanos: los mismos antidepresivos que ayudaban a los huma
nos a enfrentarse a los trastornos obsesivo-compulsivos también ayudaban a los
perros; los antidepresivos que no funcionaban con los humanos compulsivos tam
poco funcionaban con los perros compulsivos; y los placebos no aportaban nin
gún beneficio ni a los humanos ni a los perros.
Estos resultados, señala maliciosamente Rapoport, constituyen una pequeña
evidencia a favor del modelo biológico. Cuesta creer que el auténtico problema de
Fido, la base de todos sus síntomas, sea un abrumador sentimiento de vergüenza
por sus urgencias sexuales animales.
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La evidencia biológica
==-�ados en el laboratorio que nunca han visto serpientes no las temen. Pero si un
con� criado en un laboratorio ve a otro mono que se deja llevar por el pánico a
_ ··isra de una serpiente, a partir de entonces también él se dejará dominar por el
-.smo pánico. (Por el contrario, el mono de laboratorio nunca se asustará por un
:•ero inofensivo como una flor aunque le muestren muchas películas [manipula
�-) de monos aterrorizados por flores.)
Para Rapoport, las obsesiones y compulsiones más comunes -lavarse, hacer
_ ::1probaciones, preocuparse por las puertas- son extraordinariamente similares
as preocupaciones que conforman la jornada de un animal. Los animales dedi
....:."1 muchas horas al aseo personal, inspeccionan su territorio una y otra vez, y
-:e-sran especial atención a los umbrales y a los límites. El comportamiento es fijo,
::�do, y se repite de manera idéntica continuamente.
Si Rapoport está en lo cierto, las obsesiones y compulsiones son antiguos
·-:-ogramas" del cerebro, que se ponen en marcha accidentalmente como resulta
: de algún tipo de cortocircuito interno y que luego se repiten cíclicamente.
L:- arse las manos obsesivamente, por ejemplo, podría ser una especie de "com
- :;:amiento de aseo personal que se desboca". En algún momento, ese insensato
;.:al tuvo sentido, igual que lo tuvieron las vueltas en círculos de un perro antes
"" echarse a dormir. Sólo cuando el ritual se repite fuera de contexto -<.:amo en
�:: .:aso de un perro que duerme sobre una alfombra oriental, pero que todavía da
-elras como si intentara aplanar la hierba de la sabana africana- lo miramos con
oe:-;-lejidad.
Jeffrey Schwartz, un psiquiatra de la Universidad de California en Los Ánge-
. que se dedica a estudiar los resultados aportados por los escáneres PET en los
a;,os de pacientes con un trastorno obsesivo-compulsivo, ha llevado estas teorías
� t'aso más lejos. Según afirma en el libro Brain Lock, los pacientes le comentan
• -� su problema consiste en no poder evitar preocuparse por si se han dejado la
e.c__-.i..:. a encendida o si sus manos están sucias. Pero Schwartz está convencido de
_ _e la auténtica angustia no consiste en preocuparse por lo que no vale la pena
'"' -.:erlo. El verdadero problema es que "hagan lo que hagan para solucionar ague-
que les preocupa, la urgencia de comprobarlo o lavarse no desaparecerá".
x--:wartz describe a una mujer que sufría dudas angustiosas sobre si había apaga
,_ .a cafetera antes de salir de casa. Este pánico la asaltaba cientos y miles de veces
.:;a, y "padecía esta preocupación agotadora ¡incluso cuando sostenía el cable
�nchufado de su cafetera eléctrica!".
Scbwartz cree que el origen de este problema es que existe un filtro que ejer
:e .:!e guardabarreras y que debería funcionar automática y subconscientemente.
..;-(' resulta que ese filtro se ha estropeado:
319
La locura en el diván
probar si la estufa está encendida aunque no tenga sentido hacerlo. Estas acezo•:.5
pueden. proporcionarle un alivio momentáneo, pero entonces -¡boom!-, como .;
.
barrera se mantiene abierta, la urgencia de lavarse o hacer comprobaciones se rep::r
de nuevo .
Dicho esto, todavía es difícil resistirse a pensar que un trastorno que parece
gritar a voces que es psicológico, sea realmente psicológico. Después de todo, las
teorías evolucionistas son historias tan ad hoc como algunas de las de Freud. La
historia de los antidepresivos, aunque ha significado un avance muy importante.
aún se encuentra en sus primeras etapas. Los fármacos sólo eliminan todos los sín
tomas de algunas personas. Para el paciente medio, la mejoría registrada se sitúa
entre un 30 y un 70 por ciento. E incluso en el mejor de los casos los pacientes
probablemente necesitarán las medicinas durante toda la vida.
Por otra parte, los fármacos no producen ñihgún efecto en uno de cada tres
pacientes. Algo debe diferenciar a los afortunados de los desafortunados, pero nin
guna de las conjeturas obvias -los casos leves frente a los graves, por ejemplo, los
casos nuevos frente a los antiguos o los casos de niños frente a los de adultos- ha
resultado viable. Además, en aquellos casos en que los fármacos funcionan, no
tenemos más que una idea rudimentaria de cuál es la causa de su eficacia.
La relación con la serotonina, por ejemplo, es todavía un misterio. El ami
depresivo que afecta a la serotonina también afecta a otras diez o más sustancias
químicas del cerebro. Además, nadie ha encontrado todavía ninguna diferencia
entre los niveles de serotonina de las personas sanas y los de las personas que
padecen un trastorno obsesivo. Finalmente, todos los antidepresivos que funcio
nan a la hora de tratar la obsesión modifican los niveles de serotonina del cerebro
casi al instante. Entonces, ¿por qué tienen que pasar dos semanas para que los sín
tomas empiecen a desaparecer?
La terapia conductista tiene menos atractivo intelectual. Parece funcionar, y
eso no es cualquier cosa, pero se trata de una teoría que apenas gana adeptos. Está
plagada de palabras complicadas -los psicólogos que hablan sobre la ansiedad de
sus pacientes utilizan términos técnicos como unidades subjetivas de incomodi
dad-, y es mecánica y pesada.
320
La evidencia biológica
Así que las explicaciones "más profundas" son las que siguen atrayéndonos.
s:unos pacientes han llegado a interpretar sus propios síntomas simbólicamente.
-.a mujer llamada Sarah, por ejemplo, me explicó que sus obsesiones y compul
nes empezaron cuando tenía once años, cuando descubrió que su madre pade
- ' un cáncer de mama. Sarah no podía quedarse dormida si antes no compraba
que los cajones del tocador de su habitación estuvieran completamente cerra
- �= sus zapatos tenían que estar totalmente alineados; sus muñecos debían repo
.:· con la nariz hacia arriba para poder respirar, "aunque sabía que se trataba de
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La locura en el diván
322
SEXTA PARTE
C onclusión
- '
CAPÍTULO DIECIOCHO
¿ De quién es la culpa ?
- 001\:ALD KLEIN
Antes de ser atacado por una depresión, antes de ser ingresado en un hospital
mental, antes de hacerse sangre en los pies yendo y viniendo hora tras hora y
metro tras metro por los vestíbulos de un hospital, Raphael Osheroff parecía tener
rodo lo que una persona podría desear en el mundo. Osheroff tenía cuarenta y un
años, era un médico especializado en enfefmedades renales y ganaba 300.000
dólares al año. Estaba casado, tenía tres hijos y vivía en una elegante casa en
_-\lexandria, Virginia, en las afueras de Washington.
Pero el 2 de enero de 1979 Osheroff necesitó ayuda. Había arrastrado una depre
sión durante dos años y últimamente empezaba a manifestar tendencias suicidas. Fue
entonces cuando pidió a un colega que lo acompañase a la Chestnut Lodge, la presti
gjosa clínica mental privada del norte de Washington que Frieda Fromm-Reichmann
había presidido. Allí, los psiquiatras diagnosticaron a Osheroff una depresión y un
.. rrastorno narcisista de la personalidad". Le recomendaron la terapia del habla para
..reestructurar" su personalidad y le prohibieron el uso de fármacos antidepresivos.
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¿De q u i é n es la culpa?
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La locura en e l diván
Aparte del orgullo, ¿por qué las cosas salieron tan mal? Una de las razones
que explican el fracaso es que los psicoanalistas fueron víctimas de una especie de
broma cosmica. En los casos concretos de esquizofrenia, autismo y trastorno obse
sivo-compulsivo, parecía que la naturaleza hubiese conspirado para llevarlos por
el mal camino. Para aquéllos que intentaron descubrir significados profundos, la
ensalada de palabras de un esquizofrénico, el silencio retraído de un autista y el
interminable lavado de manos de una víctima de las obsesiones compulsivas se
convirtieron en una tentación irresistible. Se trataba de trastornos que pedían a
gritos una interpretación. Los analistas no tardaron en morder el anzudo sin sos
pechar que podía estar envenenado.
Pero incluso un investigador cauteloso podría haberse equivocado, puesto
que las enfermedades mentales parecían fundamentalmente diferentes de las enfer
medades ordinarias. Es mucho más difícil decidir qué hacer con una persona que
asegura que la CIA le está enviando mensajes secretos, que enfrentarse a una tem
peratura elevada o a un rostro cubierto de granos rojos.
Basta con constatar que el trastorno mental está caracterizado por un com
portamiento extraño para que surja una multitud de problemas, como si de un
cuerno de la abundancia envenenado se tratara. Nadie pone en duda que nosotros
somos los responsables de nuestra propia conducta. Si aceptamos esta premisa, no
tardaremos en llegar a la conclusión de que el trastorno cárkcterizado por un com
portamiento extraño ha de ser un trastorno que se encuentra bajo nuestro control.
Por eso apelamos a la fuerza de voluntad, completamente convencidos de que
podemos encontrar nuestro propio camino hacia la salud mental. Aconsejamos a
la víctima de una depresión que tenga en cuenta el lado positivo de las cosas, le
pedimos a la persona que sufre un episodio maníaco agudo que respire profunda
mente y se tranquilice. Cuando nos enfrentamos al trastorno mental, todos somos
practicantes de la Ciencia Cristiana.
Los psicoanalistas cayeron en la misma trampa. ¿ Hicieron el ridículo al pen
sar que una charla podía curar? No. Según su punto de vista, los síntomas de la
esquizofrenia reflejaban comportamientos extraños y estaban convencidos de que
a través del habla estos comportamientos podían modificarse. Por eso pedimos
constantemente a nuestros hijos que sean educados y que ordenen la habitación.
Si los síntomas de la esquizofrenia hubiesen sido tan sencillos como los de una
apendicitis, nadie hubiese invertido tantos años en la terapia del habla para devol
ver la salud a sus pacientes.
Después de todo, la psicoterapia alivia muchos problemas. Nadie lo creía
más firmemente que los psicoanalistas, que a su vez ya habían sido psicoanaliza
dos. Su error consistió en generalizar, pasando de sus propios problemas, relati-
328
¿De q u i én es la culpa?
\·amente leves, a los de aquéllos que sufrían una grave enfermedad. La aspirina
puede curar un dolor de cabeza; pero no es un buen tratamiento para contrarres
:ar un-tumor cerebral.
Sin embargo, la psicoterapia puede jugar un papel muy útil incluso en el caso
de un paciente con un tumor cerebral. La clave consiste en reconocer sus propios
límites: la psicoterapia no curará el cáncer o la esquizofrenia de un paciente; pero
puede ayudarlo a enfrentarse a la ira, el miedo y el aislamiento que acompañan a
esta enfermedad.
Los psicoanalistas que hemos citado, nunca reconocieron esta limitación. Por
el contrario, sostuvieron que todos los problemas emocionales eran esencialmen
te parecidos y que lo que funcionaba con uno, funcionaría con todos. De modo
similar, se apropiaron de una observación demostrada en algunos casos -existen
padres que son culpables de horribles abusos y de infligir a sus hijos cargas emo
cionales que tendrán que arrastrar a lo largo de sus vidas- y asumieron que lo
que ocurría en estos casos ocurría en todos los demás.
• Estas explicaciones fáciles todavía están de moda sobre todo en los círculos literarios. El aplaudido
novelista inglés Julian Barnes, por ejemplo, señalaba recientemente que "el Imperio británico fue pro
ducto de la represión sexual. Los conquistadores emprendieron cod os aquellos viaje� por motivos
sexuales".
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La locura en e l diván
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¿De q u i é n es la culpa?
:azón por la que Burke había seguido enfermando a un ritmo constante durante
:ocios aquellos años de tratamiento fue que ella no confiaba lo suficiente en su
:erapia y que no hacía todo lo que podía. En 1 995, un jurado de Santa Ana con
.7edió a Burke una indemnización de 97.500 dólares a raíz de un proceso por negli
g:encia contra Ponath.
La historia de David, un paciente con otro trastorno muscular, en este caso
denominado dystonia musculorum deformans, es todavía más macabra. La dysto
:}la es una cruel enfermedad del sistema nervioso central que progresa de forma
:enta y desigual. Aunque pasa inadvertida al principio, acaba deformando a sus
'Ktimas, que parecen figuras congeladas con los brazos y las piernas en extrañas
;x>siciones, la espalda encorvada y el cuello retorcido. Finalmente, esta enferme
dad les impide moverse si no es a través de espasmos incontrolables. La enferme
dad de David se manifestó por primera vez cuando tenía siete años y los dedos de
su pie derecho empezaron a retorcerse de forma incontrolada. A los diecisiete
años, con la enfermedad todavía sin diagnosticar, pero totalmente abrumado por
sus síntomas, fue ingresado en un hospital psiquiátrico.
En 1950, cuando le dieron el alta, su psiquiatra escribió un informe sobre el caso:
Cuando este varón blanco de diecisiete años fue ingresado sufría un severo trastorno
motor al caminar que le proporcionaba un andar g;otesco y descoordinado; sus bra
zos, piernas y tronco parecían estar fuera de control. Los braws y las piernas se agi
taban, el tronco se movía hacia delante y hacia atrás, forzando el movimiento alter
nativo de las nalgas y la pelvis. La cabeza siempre se mantenía doblada hacia delan
te, y por eso miraba hacia el suelo . . .
El paciente fue atendido mediante sesiones psicoterapéuticas tres veces a la semana;
las sesiones tenían una duración de media hora. En total, asistió a 146 sesiones de
terapia mientras permaneció ingresado en el hospital... Y así fue descubriendo el
carácter exhibicionista de sus síntomas. . .
E n poco tiempo aprendió mucho acerca del significado de sus síntomas. Cuando
sacaba el estómago, por ejemplo, imitaba el embarazo de su madre cuando ésta espe
raba a su hija menor, al tiempo que impulsaba su pene hacia fuera para reafirmarse
como hombre. Inevitablemente, cada vez que empujaba hacia fuera su estómago, lo
escondía con rapidez e impulsaba sus nalgas. Descubrió que este acto estaba relacio
nado con su temor a sufrir algún daño en el pene cuando lo empujaba hacia fuera y
que el hecho de enseñar ostensiblemente su ano era una invitación al ataque sexual
por detrás. Así protegería su pene. . . nunca aceptó plenamente sus deseos sexuales
hacia su madre. ..
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La locura en el diván
332
¿De q u i é n es la culpa?
.:..1.:ión del público", escribió Srrecker. "Éste mismo programa podría ser aplicado
'""· peligro que representan las madres."
Las mujeres nunca tuvieron suerte con los freudianos. Las opiniones del
�mo Freud sobre el género femenino son demasiado conocidas como para que
comentemos, y en todo caso está claro, sin necesidad de profundizar en el
"'5
:ema, que una teoría que predica que las mujeres se consideran varones mutilados
::o es imparcial. Pero para las madres acusadas durante las décadas de la posgue
::-a. este asunto superó con diferencia a cualquiera de las afirmaciones de Freud.
'=::1 un clima tan hostil, fue prácticamente inevitable que, llegado el momento de
:-uscar un sentido a problemas tan arrolladores como la esquizofrenia y el autis
mo. algunas madres recibiesen un golpe especialmente fuerte.
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¿De quién es la c u l p a ?
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tesis es la cosa más fácil del mundo", anuncia de improviso Donald Klein.
"Cualquier tonto puede hacerlo. Lo importante es encontrar alguna evidencia que
la justifique."
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¿De quién es la culpa?
�ué, si las madres de los niños autistas eran tan peligrosas, la mayoría de sus hijos
::,raban sanos. "Debemos recordar -escribió Despert- que una madre, biogené
- c.:zmente idéntica para todos sus hijos, puede, sin embargo, manifestar amplias
.:jerencias psicogenéticas entre un niño y otro." (Cursivas añadidas.) En otras
:-alabras venía a decir que los hijos de una misma madre podían ser diferentes por
�ue ella los trataba de manera diferente. De esta forma, Despert descartó, sin darse
.:uenta, la posibilidad de que los niños pudieran diferir biológicamente, y desear
-.., esta posibilidad debido a un desconocimiento fundamental de la genética.
.Jespert, miembro docente de la Cornell University Medica] College, fue una figu
-a destacada en el ámbito de la psiquiatría y una autoridad en el campo de la salud
:-lenta! de los niños. A pesar de todo, resulta revelador que, por lo visto, no supie
:a que una madre transmite diferentes genes a sus diferentes hijos.
El problema no fue solamente la ignorancia. Los analistas también demos
:raron tener otros defectos tan graves como éste. Despert y sus colegas se negaron
.1 considerar con seriedad cualquier otro punto de vista. Para Peter Medawar,
Premio Nobel de medicina, la autosuficiencia y la complacencia intelectual fueron
.os pecados dominantes del psicoanálisis. Según declaró, los científicos se sienten
comprometidos en una empresa difícil, confusa y de alto riesgo, y se abren cami
'10 a través de un laberinto que, a la larga, puede o no conducirles a una puerta
cte salida. Los psicoanalistas, para asombro de Medawar, no parecían tener todas
estas dudas. " ¿Dónde hay una prueba de vacilación o perplejidad, una declaración
Je absoluta ignorancia, una señal de la inseguridad y la impotencia que suele
.1compañar a un congreso internacional de, digamos, fisiólogos o bioquímicos?",
5epreguntó Medawar. "Un torrente de explicaciones ad hoc se derrama por enci
ma de todas las dificultades, dejando sólo unas suaves prominencias en el lugar
donde éstas deberían estar."
El mejor ejemplo de este método de trabajo tan poco riguroso es la impor
rancia que adquieren las anécdotas. Los psicoanalistas rara vez se preocuparon
por establecer grupos de control y también evitaron las estadísticas; en parte por
3\·ersión, en parte por las dificultades que aquel trabajo conllevaba, y en parte por
el impulso humano de centrarse más en los pacientes que en las abstracciones. Sin
embargo, concedieron un enorme valor a las anécdotas y a los casos clínicos. A
partir de seis, diez o veinte casos formularon amplias generalizaciones sobre tras
romos que afectaban a miles o millones de personas.
David Levy, un influyente psiquiatra infantil y antiguo presidente de la
:\merican Psychiatric Association, lo ejemplifica con claridad. En un libro muy
popular publicado en 1943 y titulado Maternal Overprotection, Levy observó que
··parece evidente que en el estudio de unas relaciones humanas tan íntimas como
337
La locura en el diván
338
¿De quién es la culpa?
.:o un nuevo tratamiento con una serie de pacientes y que había obtenido resul
:...::D� alenradores daba a conocer sus observaciones. El enfoque moderno más fía
�y más complejo, que se basa en los denominados ensayos controlados de doble
_� al azar, es extraordinariamente reciente. (El doble ciego es un reconocimien-
.iel poder del pensamiento positivo; para asegurarse de que la esperanza de
;;._;�;en no confunda de algún modo los resultados de un experimento, ni a los
��.entes ni a los médicos se les permite saber cuáles son las píldoras reales y cuá
�,. 'On los placebos.) El primero de estos ensayos en la historia de la medicina no
-
.:\ lugar hasta 1948, en Gran Bretaña, cuando el Medica! Research Council
oomprobó los efectos de la estreptomicina en la tuberculosis. ,,.
Para los psicoanalistas, que estaban convencidos de que cada paciente era
a;.:o y cuya terapia dependía de palabras difíciles de cuantificar más que de fár
�a.:os idénticos producidos en masa, estas investigaciones tan elaboradas no tení
::� prácticamente atractivo. En todo caso, los analistas creían fervientemente que
, .o la terapia del habla podía procurar curaciones profundas y duraderas. Los
.:emás enfoques solamente podían ofrecer las dudosas ventajas del hurto frente al
::abajo honrado. "Los médicos deben descubrir la raíz del problema; su triunfo
;:;..., será completo hasta que la raíz haya sido totalmente extirpada", escribió
?:anders Dunbar en uno de sus textos de medicina psicosomática. "Cualquier jar
.::mero sabe que es mucho más fácil comii las malas hierbas que arrancarlas. Pero
.:ualquier jardinero sabe cuál es, a la larga, el camino más sensato. "
E n 1968, Philip May demostró que era posible hacer una valoración objeti
' a de la psicoterapia cuando comparó varios tratamientos para la esquizofrenia.
Sm lugar a dudas, fue un trabajo difícil; la resistencia de los analistas fue algo más
que una argucia. Incluso Seymour Kety, quizá el principal detractor del enfoque
psicoanalítico de la esquizofrenia, reconoció que era natural que la medicina fuese
menos rigurosa que otros campos científicos. Kety señaló que a diferencia de la
.:1encia, el propósito principal de la medicina era aliviar el sufrimiento. "El neu
rrón no suplica que lo descubran -escribió Kety-, pero el paciente que sufre una
enfermedad, que padece algún problema o que se encuentra incapacitado por un
• Habían transcurrido dos siglos enteros desde el primer estudio médico que utilizó algún tipo de con
trol. Se trata de la demostración clásica de James Lind, que en 1747 probó que los cítricos servían para
..:ombatir el escorbuto. Lind era un cirujano de veintiocho años de la Royal Navy. Para llevar a cabo su
estudio, escogió a una docena de marineros que padecían escorbuto y los alojó en el mismo camarote
..:on la misma comida. Además, Lind suministró a los hombres algunos supuestos remedios: dos debí
an beberse un cuarto de sidra al día, otros dos una pinta de agua de mar, dos más tenían que comerse
una pasta de ajo, rábano y algunos otros ingredientes; y otros dos, dos naranjas y un limón todos '
días. Los marineros que se comieron las naranjas y los limones se repusieron en cuestión de d�·-
339
la locura en el diván
conflicto, no puede esperar. El médico al que se dirige para pedir ayuda no puede
decir: 'Vuelva dentro de tres siglos más o menos, cuando seamos realmente capa
ces ·de entender lo que le pasa' . "
Sin embargo, l a despreocupada confianza de los analistas respecto a las cura
ciones fue profundamente dañina. A corro plazo, levantó falsas esperanzas. A
largo plazo, desvió el esfuerzo y la atención de una investigación auténticamente
prometedora y, en vez de eso, condujo a los psiquiatras a un callejón sin salida. El
problema, conviene recalcarlo, no estriba en que los psicoterapeuras fracasaran a
la hora de curar a unos pacientes gravemente trastornados, sino en que procla
maran haberlos curado sin ninguna prueba. Si se hubiesen limitado a hacer su tra
bajo lo mejor posible, merecerían nuestro respeto por haber hecho todo lo que
estaba a su alcance. Sostener la mano de una persona enferma es una buena
acción; proclamar que sostener la mano del paciente es una curación es algo total
mente distinto.
Hoy en día, el enfoque biológico del trastorno mental ha triunfado por com
pleto. De momento. Estamos tan seguros de que "todo es biológico" como nues
tros predecesores de la generación anterior lo estaban de que "todo está en la
mente " . Más de 20 millones de personas alrededor del mundo toman Prozac; sólo
en Estados Unidos las ventas de este milagroso fármaco han superado la cantidad
de 2.000 millones de dólares al año. Cada mañana, los titulares de los periódicos
anuncian que los científicos han descubierto un gen del trastorno maníaco-depre
sivo o un fármaco para combatir las fobias. Aunque el "descubrimiento" se ponga
en duda al día siguiente, la premisa subyacente nunca se cuestiona: los trastornos
mentales tienen sus raíces en la biología y cuanto más grave es el trastorno, más
profundas son las raíces. Una portada reciente de la revista Newsweek ilustraba
acertadamente la clave del punto de vista establecido en la actualidad: "¿Tímido?
¿Olvidadizo? ¿Ansioso? ¿Temeroso? ¿ O bsesionado?". Estas son las preguntas que
planteaba para luego anunciar un artículo sobre "Cómo la ciencia le permitirá
cambiar su personalidad con una píldora" .
Para subrayar e l hecho d e que el psicoanálisis forma parte del pasado, el
National Institute of Mental Health ha declarado oficialmente década del cerebro a
la década de los años noventa. Pero los científicos de la época victoriana podrían
haber utilizado el mismo término para describir la década de 1 890 o, quizá, la déca
da anterior. "Por mucho que cambie el fenómeno de la mente trastornada, la bata
lla ha sido ganada y la victoria es total", declaró en 1 8 73 el eminente psiquiatra
inglés Henry Maudsley. "Nadie cuya opinión sea de algún valor negará que todo se
debe a las funciones alteradas de los principales centros nerviosos del cuerpo."
340
¿De quién es la culpa?
341
La locura en el diván
Habrá víctimas, pero los pioneros más ágiles saltarán a un bote o se aga
rrarán a un pedazo de hielo para salvarse. De nuevo en la orilla, respirarán ah·
· viadas y se relajarán. Puede que descubran que el paisaje que les rodea es mu'
parecido al anterior. Con el tiempo, a medida que llegue el invierno, que la tierra
se endurezca y que los días se repitan, empezarán a sentirse como en casa. Y a
pesar de sus recuerdos, volverán a creer que esta vez es diferente. Esta vez es ríe·
rra firme, dirán para sus adentros.
En Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, el reino de la psi
cología parecía tan seguro como lo es hoy el de la biología. El paso del enfoque
psicológico al enfoque biológico se debió, en parte, a una cuestión de descubri
mientos científicos. Pero sólo en parte. El paso de un enfoque del trastorno men
tal a otro no se basa solamente en comprobar cuál reúne los argumentos más rele
vantes. El choque entre la psicología y la biología forma parte de una historia
familiar, una historia familiar que en este caso se manifestó de manera diferente.
Los norteamericanos siempre han oscilado entre dos polos, proclamando por
un lado las virtudes del trabajo duro y del sacrificio, y por el otro las satisfaccio
nes de la gratificación inmediata. Afirmamos, convencidos, que no existe una
comida gratis, y hacemos cola para comprar un número de lotería que nos haga
millonarios al instante. Nos compramos un aparato de gimnasia por la mañana y
un libro de dietas, Cómo comer todo lo que le"dpetece sin engordar, por la tarde.
Según parece, no sabemos cómo resolver este conflicto de valores -somos
unos puritanos con gorritos de fiesta- que reaparece una y otra vez de distinta
manera. El debate entre psicología y biología es, en concreto, otra manifestación
del debate entre trabajo duro y gratificación inmediata. Se trata de decidir si las
sesiones prolongadas, dolorosas e introspectivas de la psicoterapia proporcionan
una curación verdadera, y si los fármacos proporcionan una cura rápida y super
ficial. En la década de los años cincuenta, los psiquiatras se preguntaban si la
Toracina, que puede aliviar los síntomas de la esquizofrenia, era un adelanto o una
simple máscara. Hoy nos preguntamos si el Prozac cura realmente la depresión o
si la curación verdadera debe ser "trabajada " .
Estas preguntas nos incomodan porque creemos en ambas cosas: en e l tra
bajo duro y en la curación instantánea. Pero también nos perturban por otra
razón. Este sentimiento de ambivalencia no sólo afecta al tratamiento del trastor
no mental, también afecta a su causa. El problema es que mantenemos dos pun
tos de vista completamente diferentes respecto a la naturaleza humana.
Desde el punto de vista psicológico, los términos del lenguaje cotidiano refle
jan la realidad de la enfermedad: una persona trastornada es una persona que real
mente está loca, como un telescopio que se saca de un horno. El enfermo mental
342
¿De quién es la culpa?
:\hora asistimos a una nueva etapa en la que intentamos ver la copa y las dos
...o.·as simultáneamente. Los investigadores tratan de unir la psicología y la biolo
� demostrando, por ejemplo, que nuestra felicidad -o tristeza- afecta a nues
- SIStema inmunológico y que, de este modo, determina nuestra predisposición
.¡ :-:>ger un catarro, a infectarnos de SIDA, o a padecer una enfermedad cardíaca.
E �bjerivo no es nuevo -se trata esencialmente de volver a practicar la medicina
:· .:osomática, esta vez de un modo correcto- y, hasta cierto punto, su rasgo más
--prendente es que nadie cree que la psicología y la biología puedan separarse.
c�do subimos las escaleras del trampolí� más alto de una piscina y nos tiem
:::.1:1 las rodillas, y luego miramos hacia el agua que está a muchos metros por
-"!::-aJO de nosotros, ¿qué significa que tengamos la boca seca, que las manos nos
s..:en y que nuestro corazón palpite a toda velocidad? ¿Acaso no son señales físi
:,a.,. que reflejan nuestro estado mental? Y cuando saboreamos la suavidad cálida
agridulce del chocolate a la taza, ¿qué significa nuestra momentánea sensación
::e .:omento sino un estado mental inducido por unos cuantos gramos de una sus
.:..o.:.:
: ta que tomamos con cuchara?
En medicina, así como en la vida cotidiana, estos ejemplos son muy comu
-6. Incluso Descartes, la persona que más esfuerzos dedicó a separar la mente del
__ erpo, dio por sentado que las enfermedades físicas podían tener causas menta
e"'. En 1645 escribió una carta a la princesa Elisabeth de Bohemia en la que le
.:c:..:ía que la tristeza era la causa más probable de su fiebre persistente. De modo
" -ntlar, un renombrado médico del siglo XVIII señaló que los aristócratas que viví
ail en la corte eran propensos a contraer una enfermedad física denominada mal
ie co11r. La causa de esta enfermedad era la pérdida del favor del rey y los sínto
ü35 incluían palidez y falta de apetito. En la corte rusa, un embajador observó:
- I: n )• a que deux maladies, les hémorroides et le mal de cour". ( " Sólo hay dos
eniermedades, las hemorroides y la enfermedad de la corte. " )
343
La locura en el diván
La traducción literal de estas expresiones inglesas, /'ve made up my mind y /'ve changed my mind
again, es He arreglado mi cabeza y He cambiado mi cabeza de nuevo. (N. de la T.)
344
¿De quién es la culpa?
.:: u ando mira una película de terror o cuando sobrevive a un atraco. Ningún cere
bro es fijo e inmutable, y no hay dos cerebros idénticos. Incluso los gemelos idén
ucos tienen cerebros diferentes. Sus experiencias no son idénticas y, si lo fueran, la
mfinidad de conexiones que se producen en un cerebro en desarrollo no tienen
unas características concretas. El cerebro de un niño obedece unas normas gene
rales mientras crece, pero existe un margen considerable para la improvisación; el
desarrollo del cerebro es más parecido a las improvisadas creaciones de un solista
de jazz que a la impecable melodía de un pianista que toca de memoria.
Y puede muy bien darse el caso de que en el futuro la medicina ceda más
terreno a la psicología a la hora de reconocer el impacto biológico de la experien
cia y de las emociones. Pero no es muy probable que la interpretación de la enfer
medad al estilo de Freud se convierta de nuevo en el modelo a seguir para enfocar
el trastorno mental. Las razones son bastante sencillas. Cada día aparecen nuevos
libros y nuevas películas, de modo que los críticos que defienden el psicoanálisis
siempre tendrán materia prima para trabajar. También hay que tener en cuenta
que no existe ningún método objetivo para evaluar las interpretaciones a las que
llegan. El asunto es completamente distinto cuando se pasa a tratar el trastorno
mental. En primer lugar, sólo existen u� os cuantos trastornos mentales graves
'
sobre los que especular, y -suponiendo que la esquizofrenia sea nueva- han
pasado casi dos siglos desde que el último se manifestó. En segundo lugar, y más
importante todavía, las interpretaciones psicológicas del trastorno mental tienen
que pasar la prueba del mercado. No basta con proclamar que se ha descifrado un
trastorno; no basta con asegurar que la paranoia, por ejemplo, está provocada por
unos impulsos homosexuales desconocidos. Hay que ir más allá y poner esta afir
mación a prueba. Después de eso, será necesario demostrar que el enfoque de la
interpretación de los síntomas ayuda a los pacientes tanto o más que el resto de
las terapias. Se trata de retos formidables.
Varias generaciones de inteligentes analistas trataron de descubrir el signifi
cado oculto en los síntomas de la locura. Y encontraron soluciones: " ¡ El mayor
domo lo hizo ! " . Pero resultó que el mayordomo tenía una coartada. Estos analis
tas todavía podrían conseguir que el j uego cobre vida en el futuro; aunque necesi
tarían una nueva enfermedad y una nueva solución, y ninguna de estas cosas es
probable.
345
La locura en el diván
- '
346
Notas
A lo largo de estas notas se utiliza "SE" para The Standard Edition of the
Complete Psychological Works of Sigmund Freud, 24 volúmenes, traducido
por James Strachey. (Trad. castellana Freud, Obra Completa, editorial
Biblioteca Nueva ) .
" Freud-Fiiess" s e utiliza para The Complete Letters o f Sigmund Freud to
Wilhelm Fliess, 1 887-1904, traducido y editado por Jcffrey M. Masson.
Muchos títulos han sido abreviados. Están citados completamente en la
bibliografía.
15 Los discípulos de Freud explicaron: Véase, por ejemplo, Smith Ely Jelliffe, "The
Parkinsonian Body Posture: Sorne Considerations on Unconscious Hostility." jelliffe
expone, en su ensayo de 1940 que "ve en la específica postura parkinsoniana una invo
luntaria actitud de defensa, comparable al acercamiento cauteloso del boxeador o
luchador hacia su oponente (pág. 468). Señala, por añadidura, que el característico tem
blor parkinsoniano "es el mismo que se observa en la ansiedad y rabia" (pág. 474) y
recalca que "el temblor del síndrome parkinsoniano corresponde a un sadismo repri
mido" (pág. 475).
347
Notas
15 "Si el impulso motor": L a cita e s d e Isador Coriat, dos veces presidente d e l a American
Psychoanalytic Association, en "The Psychoanalytic Conception of Srurrering." Cariar
está citado en Benson Bobrick, Knotted Tongues, pág. 123.
15 "el factor crítico": Terence Monmaney, "Annals of Medicine: Marshall's Hunch," New
Yorker, 20 de sept. de 1 993, pág. 64.
15 Más a menudo, como se acabó demostrando: El descubrimiento fue hecho por Barry
Marshall, entonces un desconocido médico australiano. Publicó por primera vez su
herética teoría en 1 984. Véase Barry Marshall y J. Robín Warren, "Unidentified Bacili
in the Stomach of Patients with Gastritis and Pepric Ulceration." En 1989, la bacteria
culpable fue llamada Helicobacter Pylori, y, a principios de la década de 1990, la sor
prendente doctrina de Marshall había ganado la aceptación general. Para los excelentes
informes del desafío de Marshall a la creencia común, véase el artículo en el New
York er de Monmaney así como "The Bacteria Behind Ulcers" de Martín J. Blaser.
1 6 La gota que colmó el vaso: René Dubos y Jean Dubos, The White Plague: Tuberculosis,
Man, and Society, pág. 1 1 .
1 7 Parece estar fuera de discusión: Ernesr Gellner dedica el cap. 5 de The Psychoanalytic
Movement a este tópico. El libro es elegantemente delgado y excelente de cabo a rabo.
19 Sin lugar a dudas, una persona inexperta: Sigmund Freud, "Psychical (or Mental)
Treatment," SE, vol. 7, pág. 283.
21 Poseemos la verdad: Vincent Brome, Freud and His Disciples, pág. 1 32. El fragmento
estaba en una carta de Freud a Ferenczi escrita el 1 3 de mayo de 1 913.
21 extender la pasta d e dientes: Paul Roazen, Freud and His Followers, págs. 56-57.
21 un terapeuta de oficio: Freud le dice en confianza a su amigo Wilhelm Fliess que "me he
convertido en terapeuta en contra de mi volumad." Véase Freud-Fiiess, pág. 180.
21 "Hacemos análisis por dos razones ": Franz Alexander, Psychoanalytic Pioneers, pág.
255.
22 no era "el propósito principal": Smiley Blanron, Diary of My Analysis with Sigmund
Freud, pág. 1 16.
22 "Me alegro d e que m e lo pregunte": Abram Kardiner, M y Analysis with Freud, pág. 68.
22 "En e l fondo d e mi corazón " : Ernst Freud, comp., Letters o f Sigmund Freud, pág. 390.
22 no he descubierto muchas cosas "buenas": Heinrich Meng and Ernst L. Freud, comps.,
Psychoanalysis and Faith: The Letters of Sigmund Freud and Oskar Pfister, pág. 6 1 .
348
Notas
�2 '·No soporto ": Sigmund Freud, "On Beginning the Treatment," SE, vol. 1 2 , pág. 134.
23 '"El rnédico debe ser neutral": Sigmund Freud, " Recommendations to Physicians
Practicing Psycho-Ana lysis," SE, vol. 12, pág. 1 1 8 .
23 '"wando yo quería protestar": Todd Dufresne, "An Interview with joseph Wortis," pág. 593.
24 Los sueños nos parecen extraños: John Farrell señala, en Freud's Paranoid Quest, que
precisamente esta clase de censura de prensa fue en realidad la norma en la Viena de
Freud. Véase pág, 145 .
24 ·'No olvidemos"': Sigmund Freud, "My Contact with Josef Popper-Lynkeus," SE, vol.
22, pág. 222.
24 lobos disfrazados de corderos: Sigmund Freud, "The Interpretation of Dreams," SE, vol.
4, pág. 1 83.
'
24 "el irritante y torpe proceso": Sigmund Freud; 'The Psychopathology o f Everyday
Life," SE, vol. 6, pág. 1 76 .
24 "el acto de expresar hacia fuera ": Sigmund Freud, "The Unconscious," S E , vol, 14,
págs. 1 9 9-200.
24 "el acto de escribir, que implica ": Este ejemplo como el próximo son de " lnhibitions
Symptoms, and Anxiety" de Sigmund Freud, SE, vol. 20, pág. 90.
25 "Al observador de la naturaleza humana ": lbid., pág. 1 99. E n un contexto diferente,
Freud hizo, a su estilo, una comparación con los rayo X. El psicoanálisis era una herra
mienta tan poderosa, escribió, que podía volverse peligrosa para el mismo analista, en
"desagradable analogía con el efecto de los rayos X sobre las personas que los manejan
sin tomar precauciones adecuadas." Véase "Analysis Terminable and Interminable,"
SE, vol. 23, pág. 249.
26 "Le pregunté": Sigmund Freud, "Fragment of an Analysis of a Case of Hysteria, " SE,
vol. 7, pág. 39. En referencias posteriores, este ensayo es citado como "Dora."
349
Notas
28 " L a enfermedad tiene un propósito": Georg Groddeck, The Book ofthe lt, pág. 101.
28 analista salvaie: Ronald Clark, Freud, pág. 403.
28 "la parte más oscura e inaccesible": Sigmund Freud, "New lntroducrory Lecrures," SE,
vol. 22, pág. 73.
28 "Groddeck tiene cuatro quúztas partes ": lbid., págs. 434-435.
350
Notas
.
v . Sé que tengo un destino ": Sigmund Freud, "Contributions ro a Discussion on
.\lasturbation," SE, vol. 12, pág. 250.
�" ·· a la 1negalomanía humana ,: Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 16,
págs. 284-285 .
.) José y Moisés: Farrell, Freud's Paranoid Quest, pág. 5 1 .
'1 . tuvo el apoyo de una larga serie": Ernest Jones, Freud, vol.
. 3 , pág. 131.
' 1 mvariablemente y sin discusión: Sigmund Freud, "The Interpretation o f Dreams," SE,
vol. 5. pág. 561.
'1 ··¿No era esta la mayor contradicción ··: Sigmund Freud, "The lnterpretation of
Dreams," SE, vol. 4, pág. 151.
' 2 (Para su consternación): Gay, Freud, págs. 456-457.
'2 "Estoy harto ": Percival Bailey, "The Academic Lecture: The Great Psychiatric
Revolution," pág. 395.
32 "Presentarla ahora": Freud-Fliess, pág. 131.
..
3 2 E l cerdo ha encontrado trufas": Clark, Freud, pág. 309.
.
33 . repartir cartas de metzú": Sigmund Freud, "Wild' Psychoanalysis," SE, vol. 11 , pág. 225.
33 .. La superstición es, en gran medida ": Sigmund Freud, "The Psychopathology of Every-
day Life," SE, vol. 6, pág. 260.
3 3 "Durante mucho tiempo hemos observado": Esta es la frase de apertura del ensayo de
Freud "Formularions on rhe Two Principies of Mental Functioning," SE, vol. 12, pág.
218. ;
33 ''Todos los histéricos '': Sigmund Freud, "Five Lccrures on Psycho-analysis," SE, vol. 1J
págs. 1 6- 1 7.
33 Supongamos: Ibid., págs. 25-27.
34 "Aquél que tiene ojos para ver": Sigmund Freud, "Dora," SE, vol. 7, págs. 77-78.
34 ·'puramente descriptiva ": Sigmund Freud, "lntroductory Lecrures," SE, vol. 1 5 , pág. 20.
35 ''el conocimiento básico": Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 1 6, pág. 251.
3 5 Pacientes neuróticos d e todas clases: Sigmund Freud, "The Question of L ay Analysis,"
SE, vol. 20, págs. 1 86-187.
3 5 "Estos médicos recomiendan": Ernest Jones, Papers on Psycho-Analysis, pág. 342.
36 Los sueños, por ejemplo, habían sido considerados: Henri F. Ellenberger, The Discovery
of the Uncottscious, pág. 506.
36 "apenas parece necesario ": Josef Breuer, "Studies on Hysteria," SE, vol. 2, p. 222.
36 "conjeturas e intuiciones": Ellenberger, Discovery, pág. 277.
36 ''Yo hice esto": Freud cita a Nietzsche (más precisamente, cita a un paciente que cita a
Nietzsche) en sus "Notes u pon a Case of Obsessional Neurosis," el caso clínico del
Hombre de las Ratas. SE, vol. 10, pág. 184.
36 " Coincide tan claramente con mi concepto": Sigmund Freud, "On the History of rhe
Psycho-Analyric Movemenr," SE, vol. 14, pág. 15.
351
Notas
3 7 Freud no creó: Allen Esterson analiza estas declaraciones en Seductive Mirage, págs.
21 9-224. El examen de Esterson de los argumentos de Freud es un modelo de erudición.
37 trasladó el prestigio: Ernest Gellner plantea este punto sobre el prestigio y el vocabula
rio de la medicina en The Psychoanalytic Movement. Véase págs. 26, 1 1 0-1 12.
3 9 "Sea cual sea el caso o el síntoma": Sigmund Freud, "The Etiology of Hysteria," SE, vol.
3, pág. 199.
3 9 "Sólo puedo limitarme a repetir": Sigmund Freud, Posdata a "Dora," SE, vol. 7, pág. 1 1 5 .
4 0 ''Si la vita sexualis '': Sigmund Freud, " M y Views o n the Pan Played b y Sexuality i n the
Etiology of the Neuroscs," SE, vol. 7, pág. 274.
40 "Todas las personas": Este comentario es parte de una larga nota a pie de página que
Freud añadió en 1 920 a su "Three Essays on Theory of Sexuality," SE, vol. 7, pág.
226n.
40 "Cada vez está más claro": Sigmund Freud, "A Shórr Account of Psycho-Analysis," SE,
vol. 1 9, pág. 1 9 8 .
40 "la experiencia más importante": Sigmund Freud, " A n Outline o f Psycho-Analysis," SE,
vol. 23, pág. 1 9 1 .
40 "la ilusión de sentirse perseguido ": Sigmund Freud, " A Case of Paranoia Running
Counter to the Psycho-Analytic Theory of the Disease," SE, vol. 14, pág. 266.
40 "Respecto a los niños, el deseo": Sigmund Freud, '"A Child Is Being Beaten,"' SE, vol.
1 7, pág. 1 8 8 .
40 "El motivo de enfermar": Este comentario e s d e una nota a pie d e página que Freud aña-
dió en 1923 a "Dora,"SE, vol. 7, pág. 43n.
40 "¿Es esta la explicación": Sigmund Freud, "Introductory Lectures," SE, vol. 15, pág. 44.
40 ''Ocurría lo mismo": Sigmund Freud, "Totem and Taboo," SE, vol. 13, págs. 127-128.
352
Notas
- i n . El gran rival de Freud: Carl Jung, Modern Man in Search o( a Soul, pág. 229.
- 2 -proporcionar una psicología ": Sigmund Freud, " Project for a Scientific Psychology,"
SE, vol. 1 , pág. 295.
.!: -El Project, o más bien": De la introducción de James Strachey a "Project for a Scientific
Psychology" de Freud, SE, vol. 1, pág. 290 .
.!: ··;.;o debéis pensar ": Sigmund Freud, " Introducrory Lectures," SE, vol. 1 6 , pág. 244.
-2 -En los procesos sexuales ": William Me Guire, comp., The Freudljung Letters, págs.
140-141.
.!: -La perturbación mecánica": Sigmund Freud, "Beypnd the Pleasure Principie," SE, vol.
1 8, pág. 3 3 .
.!j L1 muchacha enfermó Sigmund Freud: "The Psychopathology of Everyday Life," SE,
\·ol. 6, pág. 146n .
.!3 .. El no pronunciado por un paciente": Sigmund Freud, "Dora," SE, vol. 7, págs. 58-59.
� -.-\sí que ésta es su técnica": Sigmund Freud, "lntroductory Lectmes," SE, vol. 15, pág. 50.
- -cara, gano; cruz, pierdes ": En su ensayo " Consrructions in Analysis," Freud intenta
rebatir la acusación de que no nos podemos fiar de lo que él llama (en la pág. 257) "el
ramoso principio de 'Cara gano, cruz pierdes."' Véase SE, vol. 23, págs. 257-269.
- 5 -existen, sin embargo": Sigmund Freud, "lntroducrory Lectures," SE, vol. 16, pág. 438.
.!) Todos los pacientes eran ricos: Ronald Clark, Freud: The Man and the Cause, pág. 65 .
.
.:5 . Esos pacientes no me interesan": Max Schur, The Id and the Regulatory Principies o(
.\fental Functioning, pág. 2 1 .
.; ;: -xi siquiera nosotros podemos evitar": Sigmund Freud, "New Introductory Lectures on
Psycho-Analysis," SE, vol. 22, pág. 5 9 .
.:s -Estos pacientes no rechazan al médico": Sigmund Freud, "Introductory Lectures," SE,
vol. 16, pág. 447.
353
Notas
48 "No hay duda": Sigmund Freud, " Leonardo da Vinci and a Memory of His
Childhood," SE, vol. 1 1, pág. 1 2 1 .
4 8 E n 1 909, por citar u n ejemplo clínico: E l ensayo de Freud, "Analysis o f a Phobia i n Five
Year-Old Boy," se refiere por lo general al caso de "Little Hans." Se puede encontrar en
SE, vol. 10, Págs. 3-149. El caso es discutido en un excelente ensayo que lo desacredita
con título el "Psychoanalytic 'Evidence': A Critique Based on Freud's Case of Little
Hans," por Joseph Wolpe y Stanley Rachman.
48 "eran unos de más más fervientes": Freud explica su interacción con Hans y sus padres
en el párrafo de apertura de su ensayo. Véase SE, vol. 10. págs. 5-6.
48 Allí estaba el complejo de Edipo: "Hans era realmente un pequeño Edipo que quería
tener a su padre 'fuera del camino' para deshacerse de él, de modo que pudiera quedarse
solo con su bella madre y dormir con ella." Ibid., pág. 1 11.
48 123.
"El caballo debe ser su padre": Ibid., pág.
354
Notas
-�e,�do que existiesen tales cosas. "Una vez gritó, casi con alegría: '¡Aquí viene un
:::1.:"J. con algo negro en la boca!' Y yo pude por lo menos establecer el hecho de que
e..a _;; caballo con un bozal de cuero."
,_ ;=reud y s11s seguidores: E n The Memory Wars, Crews comenta acerca de Freud que
- ::-::¡:-re prefería la explicación oculta a la obvia" (pág. 37).
-L; h.11/ena y el oso polar": Sigmund Freud, "From tbe History of an Infantile
.
:�.::oSIS . , Éste es el famoso caso del Hombre Lobo. SE, vol. 17, pág. 48.
6 .úmo puedo tener la esperanza": Sigmund Freud, "Tbe Question of Lay Analysis,"
�=:. vol. 20, pág. 199. Freud hizo un comentario similar en "An Outline of
P-: choanalysis, " SE, vol. 23, pág. 144. "Las enseñanzas del psicoanálisis se fundan en
...:. ,ncalculable número de observaciones y experiencias y sólo alguien que ba repetido
"!'ras observaciones sobre sí mismo y sobre los demás está en posición de aventurar un
-.dO propio al respecto."
-
-{_ •:J no puede rechazar": Sigmund Freud, "Furrher Remarks on the Neuro·Psychoses
oi Defense," SE, vol. 3, pág. 220.
- -P:tede parecer tentador": Sigmund Freud, "From the History of an Infantile Neurosis,"
·E. \·ol. 17, pág. 14n.
· 1 -,:..J q11ieren renunciar al castigo": Sigmund Freud, "The Ego and the Id," SE, vol. 19,
;ágs. 49-50.
- : E.:kstein era una mujer joven: Su fotografía aparece en Freud-Fliess, j unto a la pág. 1 1 2.
:: �·o se ha conservado ningún informe: Jeffrey M . Masson, The Assault on Truth, pág. 57.
·.:: ··muy encantador y anticuado": Edward Shorrer, From Paralysis to Fatigue, pág. 67,
citando a Alix Stracbey.
'.:: el .1migo más íntimo: Frank Sulloway, Freud, Biologist ofthe Mind, pág. 135.
..
'2 c.1si reverencial": Freud-Fliess, pág. 2.
52 pero Fliess era: Sulloway, Freud, págs. 147-152; Shorrer, From Paralysis t o Fatigue,
págs. 64-68.
355
Notas
54 (Freud se había puesto}: Sulloway, Freud, págs. 143, 145; Jones, Freud, vol. 1 , pág. 309;
Shorter, From Paralysis to Fatigue, pág. 67.
5 5 Se salió con la suya: Encontramos uno de los más atentos exámenes de este punto cen
tral en "Fact and Fantasy in the Seduction Theory: A Historical Review" de Jean
Schimek. Entre las referencias clave están las "Constructions in Analysis" de Freud: "El
trabajo de estructuración [del analista] o, si se prefiere, de reestructuración, se parece
en gran medida a la excavación de un arqueólogo ..�e alguna vivienda que ha sido des
truida y enterrada o de algún antiguo edificio" (SE, vol. 23, pág. 259); también "The
Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy": "Así es cómo, basándome en mis con
clusiones sobre los h allazgos del análisis, me veo obligado a reconstruir los complejos y
los deseos del inconsciente, la represión y el redespertar que produjo la fobia del peque
ño Hans" (SE, vol. 10, pág. 1 3 5 ) ; también "Analysis Terminable and Interminable": "El
efecto terapéutico depende en hacer consciente lo que está reprimido, en el más amplio
sentido de la palabra, en e l ello. Nosotros preparamos el camino para este regreso a la
consciencia por medio de interpretaciones y estructuraciones" (SE, vol. 23, pág. 238);
también "From rhe History of a n Infantile Neurosis": "Hasta donde llega mi experien
cia, estas escenas de la infancia no son reproducidas durante el tratamiento como
recuerdos sino que son productos de la estructuración." Tales escenas "son como una
norma que no se reproduce en forma de recuerdos, sino que tienen que ser adivinadas
-construidas- gradualmente y la boriosamente a partir de un conjunto de indicios" (SE,
vol . 1 7, págs. 50-51).
5 5 en parte, involuntaria: Pero sólo en parte. Véase Esterson, "Jeffrey Masson and Freud's
Seduction Theory: A New Fable Based on Old Myrhs," págs. 1 3 - 1 5 .
55 "es cierto que": Sigmund Freud, " A Phobia in a Five-Year-Old Boy, " SE, vol. 1 0, pág. 104.
356
Notas
56 (A menudo estos recuerdos) : Esterson cita numerosos ejemplos en "Jeffrey Masson and
Freud's Seduction Theory," págs. 5-9. En su ensayo "On Beginning the Treatment," por
ejemplo, Freud escribió" "El hablarle y describirle el trauma reprimido [al paciente] ni
siquiera daba como resultado un recuerdo en su mente" (SE, vol. 12, pág. 1 4 1 ) .
5 6 "La técnica del psicoanálisis": Sigmund Freud, "Hysrerical Phantasies and Their
Relation to Bisexuality," SE, vol. 9, pág. 1 62.
56 n . Sin lugar a dudas, el ejemplo más importante: La cita de Crews es de Memory Wars,
pág. 57.
58 Si usted se pone a medir: Marrin Gardner, Fads and Fallacies, págs. 176-1 77. Cioffi cita
a Gardner en "Freud and the Idea of a Pseudo-Science," en Robert Borger y Frank
Cioffi, comps., Explanation in the Behavioral Sciences, pág. 4 9 1 .
5 8 " A menudo proporcionaba ": joseph Wortis, "Fragments of a Freudian Analysis, págs.
844-845. El comentario de Wortis es citado en Frank Cioffi, "Wittgenstein's Freud,"
págs. 204-205, en Peter Winch, comp., Studies in the Philosophy of Wittgenstein.
58 "La popular imagen del psicoanálisis": janet Malcolm, In the Freud Archives, págs. 8-9.
63 Hoy en día, en Norteamérica: Philip Rieff, Freud: The Mind of the Moralist, pág. xi.
64 incluso en /a época de mayor expansión: Edward Shorrer, A History ofPsychiatry, pág. 307.
64 "Las posibilidades que deben tenerse en cuenta": John R. Seeley, "The Americanization
of the Unconscious," pág. 72.
64 El Scientific American publicó: Véase Erich Fromm, "The Oedipus Myth," Scientific
American, enero de 1 949; y "Books", Scientific American, septiembre de 1959.
64 Look difundió u1z artículo: Look, 2 de octubre de 1956, págs. 48-49. Esta referencia es
citada en Freudian Fraud (ahora agotado) de E . Fuller Torrey, el mejor informe sobre la
influencia de Freud en la cultura americana. Muchas de las referencias citadas en esta
sección están basadas en mis entrevistas con Torrey y en pasajes de Freudian Fraud.
357
Notas
358
Notas
-2 Los amables samoanos: Las citas en el resto de este párrafo son de diferentes artículos
que Mead escribió en Samoa. Se hace referencia a ellos en Freeman, Margaret Mead and
the Heretic, en el capítulo titulado "Mead's Depiction of the Samoans."
-1 u La familiaridad con el sexo ": Mead, Coming o( Age, pág. 1 5 1 .
- 3 (''porque se había psicoanalizado"): Catherine Bateson, With a Daughter's Eye, pág. 3 1 .
359
Notas
83 en un notable y breve ensayo: Seymour Kety, "A Biologist Examines the '\
Behavior." Véase esp. págs. 1 867-1869.
84 "Siento vergüenza al admitir": Jerome Kagan, Unstable Ideas, pág. 89.
85 En Holanda en el Siglo XVII: El clásico informe está en ExtraordmJ..._.
Delusions and the Madness o( Crowds de Charles Mackay.
85 "Lo que estoy tratando de decir": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1 e-·
8 5 "se nos enseñó ": Coles habló en un coloquio en 1 9 70 sobre R.D. Laing. \'éa.c.e
Boyers y Robert Orrill, comps., R.D. Laing and Anti-Psychiatry, pág. 2 2 1 .
8 5 "Kennedy acababa de ser elegido": Entrevista del autor, 1 4 de diciembre de 1 e-·
86 "Norteamérica es un error": Nathan Hale, Freud and the Americans, pág. 433.
86 ("Cuando pisé el andén"): Sigmund Freud, "An Aurobiographical Study,'' SE.
pág. 52.
86 La horrible comida norteamericana: Ernest Jones, Freud, vol. 2, págs. 59-60.
86 una obsesión: El biógrafo es Ronald Clark, en Freud: The Man and the Cause, pá::: -
Perer Gay también habla ampliamente del anti-americanismo de Freud en su bt ::·
de Freud. Véase Gay, págs. 562-570.
86 "desgracia histérica ": Sigmund Freud, "Studies on Hysteria," SE, vol. 2, pág. 305
86 "La diferencia entre": Sigmund Freud, "Analysis Terminable and Interminable.- ,.
vol. 23, pág. 228.
86 "Los hombres no son criaturas apacibles ": Sigmund Freud, "Civilizarion ané -
Discontenrs, " SE, vol. 2 1 , pág. 1 1 1 .
8 7 "una bestia salvaje ": Ibid., págs. 111-112.
87 "la constitución mental": Sigmund Freud, "lntroducrory Lectures," SE, vol. 15, pág. J..!-.
8 7 "nacidas de nuevo con cada ": Sigmund Freud, "The Future of an Illusion," SE, vol. 21.
pág. 10.
87 "La vida, tal como nos la encontramos'' : Sigmund Freud, "Civilization and b
Discontents," SE, vol. 2 1 , pág. 75.
87 "El propósito de que el hombre": !bid., pág. 76.
87 "Freud nos dejó boquiabiertos": Gay, Freud, págs. 394-395.
88 "conocerás la verdad": Karl Menninger, "Hope," pág. 490.
88 "más freudiano que Freud": Véase, por ejemplo, "Karl Menninger, 96, Dies; Leader in
U.S. Psychiarry," New York Times, 1 9 de Julio de 1 990.
8 9 "un hombre cuya intrepidez": Karl Menninger, " Dearh of a Prophet," pág. 23.
89 Freud era un genio: Karl Menninger, "Sigmund Freud," págs. 373-374. Todas las citas
de esta frase y de la siguiente son de este artículo, excepto la declaración de que Freud
había "descubierto la psicología", que es de "Death of a Prophet. "
8 9 "El antiguo punto de vista": Karl Menninger, The Vital Balance, pág. 2.
8 9 "Sabemos que existe la posibilidad": Ibid.
89 "A riesgo de cansar al lector'': !bid., pág. 2 5 1 .
360
Notas
- -Las palabras son la herramienta esencial": Sigmund Freud, "Psychical (or Mental)
Trearment," SE, vol. 7, pág. 283.
- -Ahora nuestro interés": Menninger, Vital Balance, pág. 2.
- -Hoy en día tendemos a pensar": Ibid.
- -El supuesto era": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
� P.ua Menninger": DonaId Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 3 3 1 .
-Ahora se reconoce": Menninger, Vital Balance, pág. 33.
-walquier persona normal": Sigmund Freud, "Analysis Terminable and Interminable,"
SE. vol. 23, pág. 235.
• -La idea de continuidad": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
- ..Sería superficial": Abram Kardiner, "Freud: The Man 1 Knew, the Scientist, and His
lnfluence," en Freud and the Twentieth Century, comp. Benjamín Nelson, pág. 56.
Su particular fuerza deriva: John Gunderson y Loren Mosher, comps., lssues and
Controversies in the Psychotherapy of Schizophrenia, págs. 209-2 1 0 .
- 2 E l psicoanálisis era el más poderoso": Leo Stone, "The Widening Scope o f Indications
ior Psychoanalysis," pág. 593.
-: ··se trata de un desafío": Beara Rank, "Adaptation of the Psychoanalytic Technique for
rhe Treatmenr of Young Children with Atypical Development," págs. 132-133.
;:3 Aquél que cura la esquizofrenia: Arthur Burton, "The Adoration of the Patient and Its
Disillusionment," pág. 200.
361
Notas
97 "es cierto que me amenazó": Frorrun-Reichmann, Principies of Intensive Psychotherapy, pág. 26.
97 "educada y refinada": Leslie H. Farber, "Schizophrenia and the Mad Psychotherapist,"
. en Robert Boyers y Robert Orrill, comps., R. D. Laing and Anti-Psychiatry, págs. 98-99.
97 Fromm-Reichmann "se habría sentado: El colega era Theodore Lidz, citado en
"Schizophrenia, R.D. Laing, and the Conremporary Treatment of Psychosis: An
Interview with Dr. Theodore Lidz," en Boyers y Orrill, comps., R. D. Laing and Anti
Psychiatry, págs. 163-164.
98 "la esquizofrenia es el cáncer": Donald Klein, "Psychosocial Treatment of Schizophrenia
or Psychosocial Help for People with Schizophrenia?" pág. 128.
98 "holocausto espantoso": Harold Searles, "Transference Psychosis in the Psychotherapy
of Chronic Schizophrenia," en Harold Searles, Collected Papers on Schizophrenia and
Related Subjects, pág. 654.
99 Allí había un mensaje: Caro! North, Welcome, Silence, pág. 93.
99 "yuxtaposición de locura y cordura": Donald Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and
Medicine, pág. 1 17.
99 "Mi hijo está loco ": Entrevista del autor, 26 de enero de 1996.
1 00 muchos relatos de primera mano acerca de la locura: Véase, por ejemplo, Robert
Sommer and Humphry Osmond, "A Bibliography of Mental Patients'
Autobiographies, 1 960-1982"; y Anne Hudson Jones, "Literature and Medicine:
Narrative of Mental Illness."
1 0 0 "El estímulo ambiental": North, Welcome, Silence,, pág. 4 1 .
1 0 0 "Me pasaba horas maravillandome": !bid., pág. 54.
100 "El paso de un extrario": Norma MacDonald, "Living with Schizophrenia,' pág. 2 1 8 .
1 0 0 "parloteando absurdamente": North, We/come, Silence, pág. 42.
1 00 "No podía descansar": Autobiography of a Schizophrenic Girl: The True Story of
"Renée," págs. 58-59.
1 0 1 "mi piel se volvía gris ": North, Welcome, Silence, pág. 139.
1 0 1 "gotas derretidas de pensamiento": Ibid., pág. 177.
1 0 1 el destino del mundo: Dilip V. Jeste et al., "Did Schizophrenia Exist Before the
Eighteenth Century? " pág. 498.
101 "un buen estofado": E. Fuller Torrey, Surviving Schizophrenia (ed. 1 9 8 8 ) , pág. 207.
1 0 1 el rey Carlos VI: Vivían Green, The Madness of Kings, pág. 1 3 .
1 0 1 n . Uno de los temas favoritos: lrving Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 5 .
102 "En el intervalo": citado e n Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 6. Las mejores
introducciones a la esquizofrenia son Schizophrenia Genesis de Gottesman y Surviving
Schizophrenia de E. Fuller Torrey. Gottesman, un especialista en genética y psicólogo
clínico, se centra más sobre la ciencia y la historia, Torrey, un psiquiatra, más en el
desafío del día a día.
1 02 "Tuvimos una infancia hermosa ": Sylvia Hoff, "Frieda Fromm-Reichmann: The Early
Years," pág. 1 1 9.
362
Notas
363
Notas
106 puso en práctica sus teorías: La mayoría de los artículos de Sullivan sobre esquizofre
nia están reunidos en Schizophrenia as a Human Process, de Harry Stack Sullivan. Su
prpsa es angustiosamente tenebrosa. Chapman, Perry y Patrick Mullahy proporcionan
informes más claros. Para los puntos particulares citados en el texto, véase Chapman,
págs. 45-4 7; Perry, págs. 193-200; y Mullahy, "Harry Stack Sullivan's Theory of
Schizophrenia," esp. pág. 520.
106 Sullivan escogió a los pacientes: Chapman, Sullivan, pág. 47; y Mullahy, "Harry Stack
Sullivan's Theory of Schizophrenia," pág. 520.
106 estrategia práctica: Nathan Hale, Rise and Crisis, pág. 173.
106 Los resultados fueron extraordinarios: Chapman, Sullivan, pág. 47; Mullahy,
"Sullivan's Theory," pág. 5 2 1 .
106 "la intimidad -declaró": Perry, Sul/ivan, pág. 1 9 5 .
107 "Como un animal de la selva ": John Rosen, Direct Analysis, pág. 19.
107 "Al trabaiar con estos pacientes": Harold Searles, "Schizophrenic Communication,"
en Searles, Collected Papers, pág. 395.
107 "una profunda influencia": Virgina K. Dunst, "Memoirs- Professional and Personal: A
Decade with Frieda Fromm-Reichmann," págs. 1 1 1-1 1 2 .
1 0 7 Mucho antes de que Frieda: Las investigaciones mencionadas e n este párrafo son cita
das (con aprobación) en "Patterns of Parent-Child Relationships in Schizophrenia," de
Suzanne Reichard y Carl Tillman, págs. 247-257.
108 "El esquizofrénico es terriblemente desconfiado": Frieda 'fromm-Reichmann, "Notes
on the Development of Treatment of Schizophrenics by Psychoanalytic
Psychotherapy," pág. 265. Esta página se refiere a la primera aparición del artículo de
Fromm-Reichmann sobre las madres esquizofrenogénicas, en Psychiatry; el artículo
está reeditado en una colección de artículos de Fromm-Reichmann, Psychoanalysis
and Psychotherapy, donde es quizás más fácil de encontrar.
1 08 "Todas las madres eran personas tensas ": Trude Tietze, "A Study of Mothers of
Schizophrenic Patients," pág. 56.
1 09 "todas las madres": Ibid., pág. 57.
1 09 "intentaban abiertamente dominar": Ibid.
1 09 "parecían dóciles y sumisas": Ibid.
109 "parecían totalmente inconscientes": lbid.
109 "Estas madres colaborabmt": lbid.
109 Tenían tendencia a mostrarse atentas: Ibid.
1 1 0 "Ellas no parecían ser conscientes ": lbid.
1 1 0 "Era imposible conseguir": lbid., pág. 62.
1 1 0 "La mayoría de las madres": Ibid., pág. 58.
1 1 0 "Los niños son uniformemente descritos": Ibid., pág. 62.
1 1 0 "El agudo ataque de la psicosis": lbid., pág. 63.
364
Notas
365
Notas
366
Notas
121 "Existe una gran cantidad de literatura": Searles, "Posirive Feelings," en Searles,
Collected Papers, pág. 217.
122 "intensa y mutua hostilidad": Ibid., pág. 221.
122 "como un ser iltdigno": Ibid., pág. 224.
122 "señora Matthews": Searles, "The Sources of rhe Anxiery in Paranoid Schizophrenia,"
en Searles, Collected Papers, pág. 477.
122 "Él no era nadie": Ibid., pág. 478.
122 "un muñeco de nieve": lbid., pág. 479.
122 "/os defectos de su propia madre": Searles, "Posirive Feelings," en Searles, Collected
Papers, pág. 233.
123 "Estamos hablando de uno": "Dr. Rosen: Praise, Fear in rhe Cocktail Ser," Miami
Herald, 18 de septiembre de 1977.
123 análisis directo: John Rosen, Direct Analysis, pág. 45.
123 "Hablaba de él con asombro": Raymond Corsini, comp., Handbook of Innovative
Psychotherapies, pág. 241.
123 "un joven e inspirado médico": Esto procede de un anuncio de una página de Savage
Sleep en el New York Times Book Review, 27 de octubre de 1968.
123 Hombre del Año: Jeffrey M. Masson, Against Therapy, pág. 126.
123 Te puedo castrar: Rosen, Direct Analysis, pág. 151.
124 "El paciente cree haber encontrado"': Ibid., pág. 151.
124 "la energía, la proximidad": Ibid., pág. 2.
124 "el paciente se enfrentara a la realidad": Ibid., pág. 149.
124 había tratado: Ibid., pág. 46.
124 se había hecho cargo de un grupo: Ibid., Cuadro 1, págs. 50-57.
124 "Parece muy fácil": Ibid., pág. 84.
124 "Un esquizofrénico siempre es": Ibid., pág. 97.
125 "suplicó y rogó": !bid., pág. 102.
125 "el significado profundo": Ibid., pág. 103.
125 "una base poco profunda": lbid., págs. 100-101.
126 "principio rector": Ibid., págs. 8-9.
126 "siempre protectora y generosa": lbid., págs. 139-140.
126 "la atendió, la alimentó": Ibid., pág. 45.
126 "se da cuenta": lbid., pág. 13.
126 "hacer saber al paciente": !bid., pág. 12.
126 "la psicosis empieza": !bid., pág. 13.
126 evidentemente la clave del significado: Ibid., pág. 3.
126 "Dejemos que una persona dormida camine": Silvano Arieti cita el comentario de Jung
en su lnterpretation o{ Schizophrenia, pág. 29.
367
Notas
133 Ahora sabemos: Theodore Lidz, "A Developmenral Theory," en John Shershow,
Comp., Schizophrenia: Theory and Practice, pág. 71.
133 "como una bomba": Luc Ciompi, The Psyche and Schizophrenia, pág. 127.
133 "demasiados músculos y estatura": Mary Catherine Bateson, With a Daughter's Eye,
pág. 20.
134 "En su coche había termitas": Entrevista del autor con ]ay Haley, 10 de abril de 1996.
134 "el hombre físicamente menos atractivo ": Jane Howard, Margaret Mead: A Life, pág. 154.
134 "un príncipe de los despistados ": Véase la necrología de Bateson en American
Anthropologist, pág. 382.
134 "Mientras la guerra nos engullía": Margaret Mead, Blackberry Winter: My Earlier
Years, pág. 238.
134 "Los alumnos de Gregory": Bateson, With a Daughter's Eye, pág. 109.
368
Notas
135 "cuarenta horas a la semana": En 1990, John Weakland y Jay Haley se grabaron en
vídeo a sí mismos recordando su colaboración con Bateson. Los comentarios de este
párrafo son de esta cinta, que Haley tuvo la amabilidad de enseñarme.
135 "Había dinero": Entrevista del autor con Jay Haley, 1 0 de abril de 1996.
135 De Mary Poppins: El extracto de Mary Poppins aparece en Milton Berger, comp.,
Beyond the Double Bind, pág. 220n.
136 "es incapaz de distinguir": Ibid., pág. 1 3 .
136 "si elige esta alternativa ": Ibid.
137 "Un niiio se que;aba": Ciompi, The Psyche and Schizophrenia, pág. 1 27.
137 "La persona atrapada ": Jbid., pág. 153.
138 hostiles, ansiosas: Berger, Beyond the Double Bind, págs. 1 4- 1 7.
138 'bread-and-butterf/y': Ibid., pág. 2 1 2 .
1 3 8 "La posibilidad teórica ": Berger, Beyond the Double Bind, pág. 1 4 .
1 3 8 "Bateson afirmaba": Esro procede d e la película d e 1990 sobre Bareson d e Haley
Weakland.
139 no "había sido comprobada estadísticamente": Berger, Beyond the Double Bind, pág. 14.
139 "las situacionfesj familiares": La discusión de Bateson sobre el apuro del esquizofréni
co es de Berger, Beyond the Double Bind, págs. 14-16.
140 "una enfermedad transmitida por la familia ": Don D. Jackson, "A Note on rhe
Importance of Trauma in the Genesis of SchizoJ? hrenia," pág. 184.
1 40 "Él estaba contento de verla": Berger, B eyond the Double Bind, pág. 1 8.
141 "un grupo de investigación": Theodore Lidz, "Schizophrenia and the Family," en Lidz,
Stephen Fleck, y Alice Cornelison, comps., Schizophrenia and the Family, pág. 8 1 .
1 4 1 "Ahora sabemos": Lidz, "A Developmental Theory," pág. 7 1 .
124 "criticaba constantemente": Theodore Lidz, "The Fathers," en Lidz, Fleck y
Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 107.
141 "El señor Grau sentía una paranoica hostilidad": Theodore Lidz, "The Transmission
of Irrationaliry," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 1 78 .
141 "una persona extraordinariamente distraída": Theodore Lidz, "The Mothers of
Schizophrenic Parients," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Farnily,
pág. 315.
142 "necesitaban y utilizaban": Ibid., pág. 314.
142 "típicas madres esquizo(renogénicas": Lidz, "The Transmission of Irrationality," pág. 176.
142 "reservadas, hostiles": Lidz, "The Morhers of Schizophrenic Patients," pág. 323.
142 "Los padres son tan patológicos": Lidz, Schizophrenia and the Family, págs. 82-83.
142 "Fueron pocos los padres": Lidz, "The Fathers," pág. 103.
142 "dolencia o una enfermedad": Véase "An Interview with Dr. Theodore Lidz," en Roben
Boyers y Roben Orrill, comps., R . D . Laing and Anti-Psychiatry, págs. 1 5 1 -152.
142 "que se hubiese introducido": Lidz, "schizophrenia and the Family," pág. 76.
369
Notas
142 Una persona podría ser esquizofrénica: Boyers y Orrill, R. D. Laing and Ann
Psychiatry, pág. 152.
142 ."Cuando el camino hacia el futuro": Lidz, "Schizophrenia and the Family," pág. 80.
143 Le gustaba subrayar: Theodore Lidz, "A Psychosocial Orientation to Schizophrenic
Disorders," pág. 214.
1 43 "Llegué a conocer": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
143 había sido un buen jugador: Lidz, "A Psychosocial Orientation ro Schizophrenic
Disorders," pág. 2 14.
143 "Después de pasar una hora": Ibid.
143 "Hablar a los padres": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1995.
143 "Los psiquiatras no han conseguido ": Lidz, "The Fathers," pág. 102.
143 "hablaba incesantemente ": Lidz, "The Transmission of Irrationaliry," pág. 1 85 .
1 4 3 "en una de sus declaraciones": Lidz, "The Fathers," pág. 1 16.
144 "desahogaba Libremente ": Lidz, "The Transmission of Irrationality," págs. 180, 182.
144 "Propusimos que un grupo de estudiantes ": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-
Psychiatry, pág. 1 74.
144 "Me aferré a eso": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1 995.
144 "Necesitábamos saber": Ibid.
144 "En todos los aspectos": Lidz, " Schizophrenia and the Family," pág. 27.
145 "cada una de las familias": Ibid.
145 "Empezamos a considerar": Theodore Lidz, "Family Studies and a Theory of
Schizophrenia," en Lidz, Fleck y Cornelison, "Schizophrenia and the Family, pág. 363.
145 "adiestramiento en la irracionalidad": Lidz, "Schizophrenia and the Family," pág. 83.
145 Este "lavado de cerebro": Lidz, "Family Studies and a Theory of Schizophrenia," pág. 3 74.
145 "la realización de una firme identidad": Ibid., pág. 371.
146 "Ahora comprendemos": Lidz, "A developmental Theory," pág. 73.
146 "Me gustaría ver": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1 995.
146 Las familias no solo eran malas: La teoría del "cisma" y "sesgadura" expuesta en los
primeros cuatro párrafos de esta sección procede de Lidz, "A Developmental Theory,"
págs. 74-77.
146 "He intentado conseguir": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-Psychiatry, págs. 159-160.
147 "No Lo hacemos": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
14 7 había sido "muy importante": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-Psychiatry, pág. 1 82.
147 "aun así, Freud mantuvo": Theodore Lidz, "The Relevance of Family Srudies and
Psychoanalytic Theory," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 355.
147 n. Después de comparar: Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 16, pág. 459.
148 "No tenía sentido": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
148 "las investigaciones hechas a fondo": Entrevista del a uror, 14 de noviembre de 199 5.
370
Notas
371
Notas
154 Su propia madre: Este relato sobre la madre de Laing es de Burston, The Wing o:
Madness, págs. 1 0- 1 2. La última frase del párrafo, sobre el mayor remordimiento de
Laing, es de Burston, pág. 142.
155 en una conferencia en el: Burston, The Wing of Madness, pág. 1 37.
1 5 6 una mujer llamada Nancy: Entrevista del autor, 1 7 de enero de 1996.
372
Notas
166 cirugía del lóbulo central: Elliot Valenstein, Great and Desperate Cures, págs. 77-79;
véase también Swayze, "Frontal Leukotomy," págs. 505-515.
!6- .. Unas trescientas personas": "Psychosurgery," Time, 30 de noviembre de 1942, pág. 48.
16- "¿Qué pasa por su mente en este momento? ": Ibid.
168 De sus 136 casos: lbid., pág. 49.
168 Freeman y Watts omitieron: Robyn Dawes establece este punto en House of Cards,
pág. 48.
168 "El sentirse libres": Psychosurgery, pág. 48.
168 '"También he estado probando": Valenstein, Great and Desperate Cures, pág. 203.
169 "vio a Freeman inclinado": lbid., pág. 204.
!69 "neurosis de ansiedad": "Mass Lobotomies," Time, 15 de septiembre de 1952, pág. 86.
169 "Mientras permanecían atados ·•: lbid.
169 "Es más seguro operar": Ibid.
¡ -o el procedimiento del punzón: Valenstein, Great and Desperate Cures, pág. 229.
¡ -o "Los hipocondríacos ya no ··: "Explorer of the Brain," New York Times, 30 de octu
bre de 1949, pág. ES.
¡ -o ··un asunto difícil": Frank T. Verrosick, Jr., "Lobotomy's Back," Discover, octubre de
1997, pág. 68.
PO "Es como si le hubiesen": Swayze, "Frontal Leukoromy," pág. 507.
170 n.Actualmente en un escaso número: Pah un relato periodístico del papel corriente de
la neurocirugía en el tratamiento del trastOrno mental, véase "Brain Surgery Is Back
in a Limired Way ro Treat Mental Ills," The Wall Street ]ournal, 1 de diciembre de
1994, pág. l . Véase también Poynton y Malhi et al.
171 "los esquizofrénicos son los casos": Grey Matter," Time, 28 de mayo de 1951, pág. 81.
1 -3 Haber olvidado: Maria Ron y Tan Harvey, "The Brain in Schizophrenia," pág. 725.
174 n. El descubrimiento de muchos: Véase John Ca de, "The Srory of Lithium," en Frank
Ayd y Barry Blackwelt, comps., Discoveries in Biological Psychiatry. Esta excelente
colección consiste en ensayos escritos por los descubridores mismos.
1 -5 "la mayoría habían pasado": Este relato está basado en mi entrevista con Klein, 4 de
diciembre de 1995, así como sobre su informe en Mind, Mood, and Medicine.
175 Rip van Winkle: Donald Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 148.
175 "un milagro médico ": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
175 "El gran cambio ": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1995.
176 Algunos medicamentos tienen el mismo efecto: Citado en Martín Gross, The
Psychological Society, pág. 106.
176 "Lo podíamos comprobar": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1995.
373
Notas
1 77 La prima: Estas cifras proceden de Irving Gonesman, Schizophrenia Genesis, pág. 96.
Gottesman provee al profano de la mayoría de los detalles y, simultáneamente, de el
más claro informe sobre la genética de la esquizofrenia.
178 Consideremos a los gemelos: Las cifras de este párrafo son de ibid.
179 "Tropecé con un enjambre": Este relato está basado en mi entrevista con Heston del
1 2 de diciembre de 1995 y en "Interactions Between Early Life Experience and
Biological Factors i n Schizophrenia" de Leonard Hes ton y Duane Denney.
182 "sólo podía preguntarme": Este informe es de Genain Quadruplets de Rosenthal. La
cita procede de la pág. 7.
1 83 "Señalé una interesante": Entrevista del autor, 19 de octubre de 1995.
183 Para demostrar esta predicción: Este relato del trabajo de Kety está basado en mi
entrevista con Kety del 1 9 de octubre de 1995 y sobre sus resultados publicados. La
mayor parte de los artículos aparecen listados en la bibliografía. El primero y más
importante fue "The Types and Prevalence of Mental Illness i n the Biological and
Adoptive Families of Adopted Schizophrenics." Encontramos una panorámica más
accesible en el ensayo de Kety " Heredity and Environment." El análisis de Gottesman
sobre Kety, en Schizophrenia Genesis, es muy claro.
184 Si no se observa: Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 143.
185 "Gracias, Ted Lidz": Entrevista del autor, 27 de octubre de 1995.
1 86 (Solían comentar): Klein y Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 175.
1 86 "indudablemente el único tratamiento": Philip.May, Treatment ofSchizophrenia, pág. 262.
1 87 "cara e ineficaz": lbid., pág. 262.
187 "alarmantes y traumáticas": lbid., pág. 26.
187 "el efecto de la psicoterapia ": Ibid., pág. 232.
1 87 "los tratamientos excesivamente agresivos": Roben Drake y Lloyd Sederer, "The
Adverse Effects of Intensive Treatment of Chronic Schizophrenia," pág. 314. E. Fuller
Torrey analiza a May, Drake y Sederer en Surviving Schizophrenia {págs. 1 67-169) y
proporciona también referencias más actuales.
187 "Sólo una persona": Karl Menninger, The Vital Balance, pág. 294.
188 Pensemos en un jefe gruñón: Irving Gottesman, comunicación personal.
1 8 8 "Para un 5 por ciento": Torrey, Surviving Schizophrenia, pág. 192.
188 El más temido: lbid., págs. 202-204.
188 "Se nos dijo": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1 995.
1 88 consideremos la experiencia de Hobson: Este relato está basado en m i entrevista con
Hobson del 1 4 de diciembre de 1995, y en el informe de Hobson en The Chemistry of
Conscious States.
1 90 Rüdin sirvió: R . C. Lewontin, Steven Rose y Leon Kamin, Not in Our Genes, pág. 207;
Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 207.
190 "la presencia médica predominante": Roben Jay Lifton, The Nazi Doctors, pág. 27.
1 90 "decisivo ... revolucionario impulso": Ibid., pág. 28.
374
Notas
190 La parte más importante de la investigación: Phiüp May, Treatment ofSchizophrenia, pág. 60.
190 Ya fuesen celebridades: Véase, por ejemplo, L. Grinspoon, J. R. Ewalt y R. l. Shader,
Schizophrenia: Pharmacotherapy and Psychotherapy.
191 "una necesidad de desmentir": Annemargret Osterkamp y David Sands, "Early
Feeding and Birth Difficulties in Childhood Schizophrenia: A Brief Study," pág. 365.
191 "sutil malevolencia": Don D. Jackson, "A Note on the lmportance of Trauma in the
Genesis of Schizophrenia," pág. 183.
192 "ha atormentado por igual": Lyman Wynne, "Knotted Relationships, Communication
Deviances, and Metabinding," en Berger, Beyond the Double Bind, pág. 180.
J 93 " Una nueva verdad científica": Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions,
pág. 151.
195 El factor que desencadena: Bruno Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 125.
375
Notas
201 "Me inquieta que el hombre natural": Russ Rymer, Genie, pág. 66.
201 "ningún sentimiento de gratitud": Uta Frith, Autism, pág. 22.
201 "joanie está haciendo un ruido divertido ": Oliver Sacks, An Anthropologist on Mars,
pág. 269. El estudioso del autismo se ve bendecido con muchos libros excelentes, los
destacados trabajos de Sacks entre ellos. Véanse también los ensayos de Sacks sobre
autismo en The Man Who Mistook His Wife for a Hat. También son excelentes
Autism y Autism and Asperger Syndrome, de Uta Frith. De entre un gran número de
libros de recuerdos a cargo de padres y niños autistas, mis favoritos son The Siege, de
Clara Parks, The Sound of a miracle, de Annabel Stehli y Let Me Hear Your Voice, de
Catherine Maurice. Para relatos sobre el autismo en primera persona, véase
Emergence: Labeled Autistic y Thinking in Pictures, de Temple Grandin y Nobody
Nowhere y Somebody Somewhere, de Donna Williams. Grandin es la que se autodes
cribe como una "antropóloga en Marte" en el libro de Sacks.
202 "Oh, yo estoy muy bien": Sacks, An Anthropologist on Mars, pág. 207.
202 "Ahora puedo explicar": Frith, Autism and Asperger Syndrome, pág. 1 3 8 .
2 0 2 "deseo obsesivo ": Kanner, "Auristic Disturbances of Affective Contact," pág. 245.
202 Una madre hizo una lista: Ruth Sullivan, "Autism: Definiti�::ms Past and Present," pág. 7.
202 Jan lloraba inconsolablemente: Russell Martín, Out of Silence, págs. 3-4.
202 En San Diego: Entrevista del autor con Gloria Rimland, 9 de Abril de 1996.
202 Ian había visto la película: Martín, Out of Sile1zce, pág. 42.
202 "Un niño normal": Entrevista del autor, 17 de mayo de 1996.
203 "Cuando llevamos": Entrevista del autor, 9 de abril de 1 996.
203 Una madre recuerda: Stehli, The Sound of a Miracle, pág. 2 1 .
203 "Podía sentarme durante horas": Grandin, Thinking in Pictures, pág. 44.
203 "un rayo de Sol": El observador era ltard, el profesor de Wild Boy, citado en
Psychological Problems in Mental Deficiency, de Seymour Sarason, pág. 324.
203 "como dos gotas de agua "': Citado en Infantile Autism, de Bernard Rimland, pág. 17.
204 Cuando llevaba a s u hijo: Leo Kanner, "Early Infantile Autism, 1943-1955," en
Childhood Psychosis, de Kanner, pág. 95.
204 Un ni1io autista: Kanner, "Autistic Disturbance of Affective Contact," pág. 237.
204 "su rostro se iluminó": Stehli, The Sound of a Miracle, pág. 1 1 6.
204 Una mujer llamada Ruth Sullivan: Entrevista del autor, 23 de mayo de 1996.
205 ·'sencillas, fuertes y universales ": Sacks, A n Anthropologist on Mars, pág. 286.
205 "El circuito emocional": lbid., pág. 286.
376
Notas
205 "No es fácil valorar": Kanner, "Autistic Disturbance of Affective Conract," pág. 250.
205 "Los niños de nuestro grupo": Ibid., pág. 248.
206 "Por lo tanto, hemos de asumir": Ibid., pág. 250.
206 "El comportamiento de los padres ": Leo Kanner, "Problems of Nosology and
Psychodynamics in Early Infantile Autism," en Childhood Psychosis, de Kanner, pág. 57.
206 "se había sentado junto a su madre": lbid., pág. 5 8 .
206 " L a mayoría de los padres": Ibid.
206 Kanner le preguntó a u n padre: lbid.
206 "Los niños eran": Ibid., pág. 60.
207 "La mayoría de los pacientes ": !bid., pág. 6 1 .
207 El 1 2 de Febrero de1967: Este relato está basado e n m i entrevista con Annabel Stehli
del 7 de mayo de 1996, y en su excelente libro de recuerdos The Sound of Miracle.
208 "Nuestros estudios se concentran": Bruno Bertelheim, "Where Self Begins," New York
Times Magazine, 1 2 de febrero de 1 967.
21 1 Mis reacciones a los acontecimientos: Bruno Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 10.
2 1 1 E l número de niños autistas: En The Empty Fortress, Bettelheim escribió que "el núme
ro de niños autistas con los que podemos trabajar a la vez es relativamente escaso, por
que, si hemos de ayudarlos, lo máximo que podemos tener es de seis a ocho niños ver
daderamente autistas entre nuestra población de cuarenta y cinco" (pág. 94).
2 1 2 "el resultado de la falta de humanidad": Bruno Bettelheim, "Feral Children and
Autistic Children." pág. 1 8 8 . El ensayo puede encontrarse en Freud's Vienna and
Other Essays.
2 1 2 "un niño al que se le había robado ": Bruno Bettelheim, "Joey: A Mechanical Boy,",
pág. 1 17.
2 1 2 "Nunca he visto a un nilio " : Bettelheim hizo esta declaración en una cana al editor del
Scientific American de mayo de 1959 (pág. 1 6). Replicaba a una cana de un médico
llamado Jacques May, quien había criticado a Bettelheim por hacer declaraciones que
eran "puramente interpretativas y no podían ser probadas" (pág. 1 2 ) . May era el
padre de gemelos autistas (aunque no mencionó este hecho en su carta); el año ante
rior, había escrito un breve, pero convincente, libro titulado A Physician Looks at
Psychiatry sobre sus dificultades a la hora de encontrar ayuda para sus hijos. May fue
el primero en escribir sobre el autismo desde la perspectiva del progenitor; hoy exis
ten docenas de trabajos de esta indole.
377
Notas
2 1 2 un "caso desesperado": Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 1 2 . "Antes de que
nuestros propios hijos hubiesen nacido," escribió Bettelheim, "debido a nuestra fasci
nación por el psicoanálisis infantil, que precisamente entonces empezaba a desarro
llarse, m i mujer y yo acogimos a una niña que padecía de autismo infantil (un caso
'sin esperanza') para averiguar si la nueva disciplina podría ayudarla." En The Empty
Fortress, Bettelheim proporciona otra versión de la historia que difería de una forma
extraña y significativa. "Desde 1932 hasta marzo de 1938 (la invasión de Austria),"
escribió, "vivió conmigo un niño autista, y durante algunos años dos." (pág. 8 ) . Tanto
Richard Pollak como Nina Sutton, él un biógrafo hostil a Bertelheim y ella una admi
radora suya, están de acuerdo en que Bertelheim inventó gran parte de su autobiogra
fía. En particular, ambos biógrafos plantean tres serias cuestiones sobre la declaración
citada aquí. Por lo visto había una niña trastornada, no dos, viviendo con los
Bettelheim en los años treinta; no está nada claro que la muchacha fuera autista; y
parece ser que fue la mujer de Bettelheim la que se cuidó de la niña, mientras que él
no tuvo casi nada que ver con ella.
2 1 2 Había nacido:
Bettelheim explica la historia de Anna en The Empty Fortress, pág. 7 y
págs. 374-375.
213 su historia hizo que Bettelheim: Ibid., pág. 7.
2 1 3 "Fui incapaz ": Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 1 2 .
2 1 3 "Los niños que desarrollan": Bruno Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction ro
Extreme Situarions," pág. 1 1 6 . Se puede encontrar el ensayo en Surviving, de
Bettelheim.
2 1 3 "La diferencia entre la desdicha": Ibid., pág. 1 1 6.
2 1 4 "aceptando los mayores desafíos": Roberr Coles, "A Hero for Our Time," reeditado
en The Mind's Fate, pág. 1 3 8 .
2 1 4 "los padres de los niños podían": Ibid., pág. 140.
214 "A lo largo de este libro": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 1 2 5 .
2 1 4 Es importante señalar: Marian DeMyer, Parents a n d Children i n Autism, pág. xi.
214 "Eran niños adorables ": Entrevista del autor, 14 de Mayo de 1996.
215 " Recordemos," decía Donnellan: Ibid.
215 Un niño autista examinado: "Life in a Parallel World," Newsweek, 13 de mayo de
1 996, pág. 70.
215 "Intersección peligrosa":
Ruth Sullivan, "Rain Man and Joseph," en Eric Schopler y
Gary Mesibov, comps., High-Functioning lndividuals with Autism, pág. 244.
2 1 6 Cuando tenía tres años: Clara Park, The Siege, pág. 79-80.
2 1 6 Un famoso par: Sin duda el mejor artículo sobre los gemelos es el espléndido ensayo
de Oliver Sacks "The Twins," en The Man Who Mistook His Wife for a Hat. Para
fotografías de los gemelos y un artículo que es mejor de lo que uno supondría por su
título, véase Dora Jane Hamblin, "They are 'Idiot Savants'- Wizards of the Calendar,"
Life, 18 de marzo de 1966. Para un seco pero detallado informe, véase también
William Horwitz er al., "Idenrical Twin- 'Idiot Savants'- Calendar Calculators."
378
Notas
224 "mujeres solitarias": Maurice Green y David Schecter, "Autistic and Symbiotic
Disorders in Three Blind Children," pág. 637.
379
Notas
227 A l decir esto: Nikolaas Tinbergen, "Ethology and Stress Diseases," pág. 22.
227 "Miles de niños": Gertrude Samuels, "The Lost and Forgotten Children of Europe,"
New York Times Magazine, 24 de octubre de 1948.
228 privación materna: John Bowlby, Maternal Care and Mental Health, pág. 1 1 .
228 e l psicoanalista René Spitz: René Spitz, "Hospitalism: A n Inquiry into the Genesis of
Psychiatric Conditions in Early Childhood." El trabajo de Spitz es analizado en el
excelente Mother-Jnfant Bonding: A Scientific Fict1on, de Diane Eyer.
228 "No les sonreíamos:" Wayne Dennis, "lnfant Development Under Conditions of
Restricted Practice and of Minimum Social Stimulation: A Preliminary Report," pág. 150.
229 "El día 1 92": Ibid., pág. 151.
2 3 2 Con e l fin de estudiar e l miedo: Clara Mears Harlow, comp., From Learning to Love:
The Selected Papers of H. F. Harlow, pág. 328.
232 "Los seres humanos deprimidos": Stephen J. Suomi y Harry F. Harlow, "Apparatus
Conceptualization for Psychopathological Research in Monkeys," pág. 247. La foto
del mono encogido de miedo· está en la pág. 248.
232 el túnel del terror: págs. 248-249.
380
Notas
232 "inadvertidamente hemos producido ": Harlow, From Learning to Love, pág. 333.
233 " Los dos monos se sentaron": !bid., pág. xxxv.
,2.33 "gallinas cluecas.,: lbid.
233 Empezó con el discurso presidencial: !bid., pág. xxxiii. La charla está reeditada en
Harlow, From Learning to Love, págs. 1 01-120. Las fotografías de Harlow de sus
sucedáneos de madres hechas a mano aparecen en la pág. 106.
234 era, le gustaba decir a Harlow: Ibid., pág. xxxiii.
234 ''contacto con el bienestar": Ibid., pág. 108. En el resumen de Harlow, "Man cannot
live by milk alone" (pág. 108).
234 " Una sei'iora encantadora ": Ibid.
234 "caracterizada por su frialdad": Harry F. Harlow y William T. McKinney, Jr.,
"Nonhuman Primates and Psychoses," pág. 371.
235 "la observación y la reflexión ": Nikolaas Tinbergen, "Ethology and Stress Diseases,"
págs. 20-27. Este artículo constituye el discurso de aceptación de Tinbergen al recibir
el Premio Nobel.
235 "Para un observador bien formado": Ibid., págs. 22-23.
236 "comportamiento protector, maternal": Ibid., pág. 23.
236 "dispuestos a cooperar": Ibid.
236 Tinbergen era u n hombre sofisticado: Para u n breve informe de la vida y el trabajo de
Tinbergen, véase Ray Fuller, comp., Seven Pioneers o( Psychology.
236 En una ocasión, por ejemplo: E. A. Tinbergeii y N. Tinbergen, Early Childhood
Autism- An Ethological Approach, págs. 19-20.
239 Los padres confiaban: Catherine Maurice, Let Me Hear Your Voice, pág. 155.
239 ''Me hicieron sentir": Jacques M. May, A Physician Looks at Psychiatry, pág. 40. El
elegante libro de May, agotado, está disponible en una versión fotocopiada del Autism
Research Institute en San Diego.
381
Notas
382
Notas
251 "Se trataba de un entorno protegido": Eksrein fue citado en el New York Times e l 1 4
d e marzo de 1990, e n la historia que relataba el suicidio d e Bettelheim.
251 "El castigo enseña al niño": Bruno Bettelheim, "Punishment versus Discipline," The
Atlantic Monthly, noviembre de 1985.
251 "¿Dezde cuándo?": Tom Wallace Lyons, The Pelican and After, págs. 27-28.
252 "En Buchenwald descubrió ": Sutton, Bettelheim, pág. 380. En la pág. 383, ella escri-
bió que "el Doctor B estaba desempeñando su papel como pararrayos."
253 "En ocasiones también nosotros": Bruno Bettelheim, Truants from Life, págs. 478-479.
253 "simplemente ansiosa o insegura ": Ibid., pág. 480.
253 "No es la actitud materna ": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 69.
253 "Llamé a Bruno": Entrevista del autor, 22 de mayo de 1996.
253 "Toda mi vida ": Sutton, Bettelheim, pág. 305.
254 "un cambio de entorno": Leo Kanner, Child Psychiatry (ed. 1948), pág. 728.
Bettelheim cita positivamente a Kanner en Truants from Life, pág. 258.
2 5 4 "Nuestra propia experiencia ": Bettelheim, Truants from Life, pág. 258.
254 "Tan pronto como iniciamos " : Bruno Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction to
Extreme Circumstances," reimpreso en Surviving, pág. 1 1 9.
154 Para asegurarse de que los padres: Sutton, Bettelheim, pág. 324.
154 " Tenemos que proteger": Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction to Extreme
Circumstances," pág. 122.
1 5 4 '"Intentar rehabilitar": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 407.
383
Notas
255 A partir de esta observación: Marian DeMyer er al., "Parental Pracrices and Innare
Acrivity in Normal, Auristic, and Brain-Damaged Infanrs," pág. 5 1 .
2 5 5 estos cursos "irrelevantes": Entrevista del autor, 9 d e abril d e 1996.
255 El hijo de Bernard y Gloria Rimland: Este relato está basado en mis entrevistas con
Bernard, Gloria y Mark Rimland del 9 de abril de 1996, y en numerosas entrevistas
posteriores con Bernard Rimland solo.
262 Mientras trabajaba: N in a Sutton, Bettelheim, pág. 425.
262 "Rimland, un psicólogo: Bruno Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 433.
263 "En las últimas décadas ": Bruno Bettelheim y Alvin Rosenfeld, The Art of the
Obvious, pág. 141 .
263 uno de cada tres autistas: Uta Frith, Autism, pág. 69.
264 El resultado fue que: Marian K. DeMyer, " Research in Infantile Autism: A Strategy and
irs Results." El artículo está reeditado en Anne Donnellan, comp., Classic Readings in
Autism. Para una panorámica de su propio trabajo y otros, véase Marian K. DeMyer
et al., "Infanrile Aurism Reviewed: A Decade of Research."
264 Los padres de los niños autistas: lbid., pág. 272.
264 "La mayoría de ellos": Entrevista del autor, 1 1 de junio de 1996.
264 "Si les pones ejercicios": Ibid.
265 alrededor del 80%: Marian K. DeMyer, Parents and Children in autism, pág. 128.
265 "Kanner creía " : Entrevista del autor, 1 5 de diciembre de 1995.
265 "Ni los descubrimientos ": Dos recientes estudios sobre gemelos ofrecen un poderoso
apoyo a la idea que el autismo tiene base genérica. Véase Bailey et al., "Aurism as a
Srrongly Genetic Disorder: Evidence from a British Twin Srudy": y LeCoureur et al.,
"A Broader Phenorype of Aurism: The Clinical Specrrum of Twins."
265 "En 1 979- alardeó recientemente": La orgullosa declaración de Rimland es de su pre
facio a Sound of a Miracle, de Annabel Srehli, pág. 222.
384
Notas
2 75 Sin lugar a dudas: Sigmund Freud, "The Sense of Symptoms," SE, vol. 1 6, pág. 259.
277 La persona encargada: Petcr Brown y Par Broeske, Howard Hughes, pág. 3 1 2 .
278 '"un cuchillo sin estrenar": Ibid., pág. 2 6 1 .
279 Antes de ponerla en marcha: Steven Rasmussen y Jane Eisen, "Phenomenology o f
OCD," e n Joseph Zohar e t a l . , comps., The Psychobiology of Obsessive-Compulsive
Disorder, pág. 28.
279 Una niña de siete mios: judith Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop W!ashing, pág.
139.
279 Una muier con u n temor: Samuel M. Turner y Deborah C. Beidel, Treating Obsessive
Compulsive Disorder, págs. 9, 1 3 .
280 '"He aprendido a no decirle nunca ": Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop W!ashing,
pág. 1 87.
280 una joven llamada Stacie Lewis: "Con el remedio en mano, las empresas farmacéuti
cas se disponen a popularizar una enfermedad," The W!all Street jottrnal, 5 de abril de
1994, pág. Al.
280 "Lo que 111e conduce ": Rapoporr, The Boy W!ho Couldn 't Stop Washing, pág. 38.
280 "A partir de 1 950": Entrevista del autor, 18 de septiembre de 1 996.
2 8 1 Sal era un padre de familia: Este relato está basado en la entrevista del autor del 18 de
septiembre de 1 996 con Rapoport y en su descripción en The Boy Who Couldn't Stop
Washing.
385
Notas
282 "sufrir en secreto ": Rapoporr, The Boy Who Couldn 't Stop Washing, pág. 70.
282 (El jugador profesio11al de baloncesto): Rick Reilly, "Quesr for Perfecrion," Sports
Illustrated, 1 5 de noviembre de 1993.
282 "Las personas que padecen esta enfermedad": Sigmund Freud, "Obsessive Acrs and
Religious Practices," SE, vol, 9 pág. 1 1 9.
282 "Todos conocen a alguien": Entrevista del autor, 1 8 de septiembre de 1 996.
283 "niíios que se levantan": Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop Washirrg, pág. 72.
283 El 85% de los pacientes: Susan Swedo, Hcrietta Leonard, y Judirh Rapoporr,
"Childhood-Onser Obsessive-Compulsive Disorder," en Michael ]enike et al., comps.,
Obsessive-Compulsive Disorder, pág. 30.
287 En los actos obsesivos: Sigmund Freud, " Obsessive Acts and Religious Practices," SE,
vol. 9, pág. 122.
287 htcluso Emil Kraepelin: Entrevista del autor con Judith Rapoport, 18 de septiembre de
1996.
287 "Una joven mujer casada ": Padmal de Silva y Stanley Rachman, Obsessive
Compulsive Disorder, pág. 1 6 .
288 " Una mujer que s e lava": Sigmund Freud, "Obsessions a n d Phobias," SE, vol. 3 , pág. 79.
288 '"indiscutiblemente el tema es más interesante": Sigmund Freud, "Inhibitions,
Symproms, and Anxieties," SE, vol. 20, pág. 1 1 3 . Patrick Mahony discute la fascina
ción de Freud por la obsesión en Freud and the Rat Man, pág. 20.
288 "La neurosis obsesiva se manifiesta ": Sigmund Freud, "The Sense of Symptoms," SE,
vol. 1 6, págs. 245-259.
288 Según una carta que escribió a jung: William McGuire, comp., The Freudl]ung Letters,
pág. 82.
386
Notas
289 "Oh, va muy bien ": Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional Neurosis,"
SE, vol. 10, págs. 196-197.
289 "La incapacidad de hacerse reproches": Ibid., pág. 1 9 8 .
289 "La persona que padece compulsiones": Sigmund Freud, "Obsessive Acts and
Religious Practices," SE, vol. 9, pág. 123.
290 "Siempre podremos encontrar": Sigmund Freud, "Obsessions and Phobias," SE, vol. 3, pág. 75.
290 "a una mujer [que] se veía obligada ": Ibid., págs. 77-78.
291 Los rituales eran defensas inestables: Sigmund Freud, "Obsessive Acts and Religious
Practices," SE, vol. 9, pág. 124.
291 "El proceso de represión ": Ibid.
292 "No fue difícil observar": Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional
Neurosis," SE, vol. 10. Freud explora el significado de "glejisamen" en la pág. 225 y
págs. 280-28 1 .
293 Lo más importante era: Sigmund Freud, "The Sense of Symproms," SE, vol. 16, págs.
261-262.
293 "Estamos publicando ": Ronald Clark, Freud: Tbe Man and the Cause, pág. 4 1 7 .
294 La paciente tenía diecinueve aí'íos: Esta larga historia se encuentra en "The Sense of
Symptoms," de Sigmund Freud, SE, vol. 1 6 , págs. 264-268.
295 "Las ideas obsesivas son": Sigmund Freud, "Further Remarks on the Neuropsychoses
of Defense," SE, vol. 3, pág. 169.
295 "La conexión entre": Freud-Fliess, pág. 66.
296 "no me sorprendería " : Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional Neurosis,"
SE, vol. l O, pá� 169.
296 "Los poetas nos confiesan": Ibid., pág. 239.
297 "El orden compulsivo": Karl Abraham, "A short Study of the Development of the
Libido," en sus Selected Papers, pág. 430.
298 "dignos de atención ": Sigmund Freud, "Character and Anal Erotism," SE, vol. 9, pág. 1 69.
299Karl Abraham afirmó en un prestigioso: Las citas de este párrafo proceden rodas de
"Contributions ro the Theory of the Anal Characrer," de Karl Abraham, págs. 3 7 1 ,
385, de sus Selected Papers. Ernest Jones escribe de forma parecida en "Anal-Eroric
Character Traits," en sus Papers on Psycho-Analysis. Véase especialmente la pág. 430.
387
Notas
299 " Un ataque de diarrea ": Rurh Mack Brunswick, "A Supplemenr ro Freud's 'Hisrory of
an lnfanrile Neurosis."' El ensayo de Brunswick está reeditado en Muriel Gardiner,
comp., The Wolf-Man by the Wolf-Man.
299 La generosidad, por ejemplo: Véase, por ejemplo, Jones, "Anal-Erotic Character
Traits," pág. 433.
299 La indecisión reconstruía: Jones, "Anai-Eroric Character Traits," págs. 41 5-416.
299 ··es entonces cum1do por primera vez": Sigmund Freud, "Inrroducrory Lecrures," SE,
vol. 16, pág. 3 1 5.
299 Así pues, el inodoro: Abraham, "Contributions to the Theory of the Anal Character,"
pág. 375.
300 "El fenómeno obsesivo-compulsivo": Leo Kanner, Child Psychiatry (cuarta ed.), pág.
610.
300 " u n número excepcional d e contables ": E. Fuller Torrey, Freudian Fraud, pág. 221.
300 "el hecho d e que en cualquier caso clínico": Anna Freud, "Obsessional Neurosis," pág.
253.
30 1 " Renunciamos hace mucho tiempo": Aaron Esman, "Psychoanalysis and General
Psychiatry: Obsessive-Compulsive Disorder as Paradigm," pág. 3 2 1 .
3 0 1 "Es precisamente la más clara ": Sigmund Freud, "Obsessive Actions a n d Religious
Practices," SE, vol. 9, págs. 1 1 9-120.
302 la neurosis [obsesiva}: lbid., págs. 1 2 6 - 127.
302 "moderadamente grave": Sigmund Freud; )"Notes upon a Case of Obsessional
Neurosis," SE, vol. 10, pág. 155.
302 " L a neurosis obsesiva y la histeria ": Sigmund Freud, "The Sense of Symproms," SE,
vol. 1 6, pág. 258.
302 " G racias al psicoanálisis ": !bid., pág. 2 6 1 .
303 Tuve la oportunidad: Sigmund Freud, "The Interprerarion o f Dreams," SE, vol. 4, pág. 260.
303 "una especie de magia ": Sigmund Freud, "The Quesrion of Lay Analysis," SE, vol. 20,
pág. 187.
303 ·'exageración terapéutica ": Parrick Mahony, Freud and the Rat Man, pág. 85.
304 ··necesitaba desesperadamente": !bid.
304 Y aunque proclamó su éxito: !bid.
304 '"totalmente incapacitado": Sigmund Freud, "From the Hisrory of an Infanrile
Neurosis," SE, vol. 17, pág. 7.
304 "En un período de tiempo desproporcionadamente breve": Ibid., pág. 1 1 .
304 "la más elaborada ": Este es el juicio de James Strachey, el editor de los 24 volúmenes
de la Standard Edition de Freud. Véase SE, vol. 17, pág. 3.
304 Ni mucho menos curado: Véase Gardiner, The Wolf-Man by the Wolf-Man, o Karin
Obholzer, The Wolf-Man: Conversations with Freud's Patient- Sixty Years Later.
Obholzer es un periodista que encontró al Hombre-lobo en Viena en 1973, a la edad
de ochenta y seis años, y le proporcionó la oportunidad de hablar por sí mismo. Para
388
Notas
un análisis de todos los casos más famosos de Freud, incluido el Hombre-Lobo, véase
Frank Sulloway, " Reassessing Freud's Case Histories." Sulloway es un historiador de
la ciencia altamente reputado cuya obra de 1 979, Freud, Biologist o( the Mind, des
empeñó un gran papel a la hora de inspirar una oleada de revisiones del pensamiento
de Freud. Su artículo sobre las historias clínicas de Freud es breve pero esencial.
305 "Gracias al análisis ": del prefacio de Anna Freud a Gardiner, comp., The Wolf-Man
by the Wolf-Man.
3 1 1 sólo uno de cada cinco: Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop Washing, pág. 97.
3 1 1 "Normalmente, las personas compulsivas ": Ibid., pág. 1 82.
3 1 1 Rapoport h a tratado a chicos: Ibid., pág. 98.
311 Otro psiquiatra describe: Steven Rasmussen y Jane Eisen, "Phenomenology of OCD,"
en Joseph Zohar et al., comps., The Psychobiology o( Obsessive-Compulsive Disorder,
pág. 38.
312 se despertó: Entrevista del autor, 18 de septiembre de 1996.
312 n. Un psiquiatra de la escuela: Los comentarios de Breggin proceden de su Toxic
Psychiatry, pág. 263.
312 "Al parecer, a menudo ": Lawrence McHenry, Jr., "Samuel Johnson's Tics and
Gesticulations," pág. 1 55 .
3 1 2 "parece un caballero muy altanero": Ibid.
389
Notas
3 1 4 ]osh Brown cogió su resfriado: Esta sección está basada e n mis entrevistas con Josh
Brown y su madre, Tina Brown, el 30 de no\'iembre de 1993, y con su médico, Susan
Swedo, el 3 de diciembre de 1 993. Su historia está explicada con más detalles en
"Obsessed," de Edward Dolnick.
3 1 7 Rapoport afirma que la mayoría de los fármacos: Rapoport, The Boy Who Couldn't
Stop Washing, pág. 102.
3 1 9 "hagan lo que hagan ": Jeffrey Schwarrz, Brain Lock, pág. xxx.
3 1 9 "padecía esta preocupación '': !bid., pág. xxxiv.
320 Con toda probabilrdad, lo que sucede: Ibid., pág. 5 1 .
321 Una mujer llamada Sarah: Entrevista del autor, 2 9 de noviembre de 1 993.
321 "walquier compulsión ": George Weinberg, Inuisibl� Masters, pág. 78.
322 ''La gente -escribe Pagels-: Elaine Pagels, Adam, Eue, and the Serpent, pág. 146.
322 "La psicología parece más profzmda '': Entrevista del auror, 1 8 de Septiembre de 1996.
390
Notas
330 En el caso de Bamúe Burke: "97,500 Awarded in Psychiarric Malpractice Su ir," Los
Angeles Times, 2 de julio de 1 995, pág. Bl. Véase también Berton Roueché, "The
Hoofbeats of a Zebra," para una discusión de un caso parecido.
330 La historia de David: lrving Cooper, The Victim ls Afways the Same, págs. 7, 47-53.
331 '"La personalidad de fa madre": René Spitz, The First Year of Life: A Psychoanalytic
Study of Normal and Deviant Devefopment o( Object Refations. Spitz es citado en el
excelente libro de Barbara Ehrenreich y Deirdre English, For Her Ow11 Good (pág.
227}. Su historia de los consejos médicos a la mujer es magnífico; el capítlllo titulado
"Motherhood as Pathology" es especialmente apreciable.
332 " Un niiio necesita amor": Virginia Axline, Dibs in Search of Sel(, pág. 1 66.
332 "La mayoría de fas madres no matan": Joseph Rheingold, The Fear of Being a Wloman:
A Theory of Maternal Destmctiveness, pág. 143.
332 ''Hemos recorrido Ul! largo camino ": Edward Strecker, Their Mothers' Sons, pág. L 77.
333 Esta práctica finalizó: Roberr E. Drake y Lloyd l . Sederer, "The Adverse Effects of
lntensive Treatment of Chronic Schizophrenia," pág. 3 1 3.
333 "para cualquier cosa y contra walquier cosa '': Orto Betrmann, A Pictorial History of
Medicine.
333 "Ninguna otra especialidad culpa": Richard H unter, "Presidenr's Address," pág. 359.
334 "Las familias que no reciben un trato'': William S. Appleton, "Misrreatment of
Patienrs' Families by Psychiatrists, " pág. 656.
334 "La gente que lee libros": Entrevista del al;ltor, 4 de diciembre de 1995.
335 Si la causa de la esquizofrenia: Las consideraciones sobre el estrés en este párrafo y en
el siguiente proceden de How to Live with SchizofJhrenia, de Abram Hoffer y
Humphry Osmond, págs. 12-14.
335 Pero casi nadie lo hizo: En 1 959, dos investigadores de la University of M innesota
School of Medicine publicaron un estudio comparando las familias de 178 pacientes
esquizofrénicos con las de un grupo formado por L50 personas psicológicamente nor
males. No encontraron diferencias esenciales entre los padres de los dos grupos. Véase
William Schofield y Lucy Balian, "A Comparative Study of the Personal Histories of
Schizophrenic and Nonpsychiarric Patients."
336 "El psicoanálisis parte de la premisa '': Miria m Siegler, Humphry Osmond y Harriet
Mann, "Laing's Models of Madness," en Roberr Boyers y Roben Orrill, comps., R .
D . Laing and A11ti-Psychiatry, págs. 136- 1 37.
337 "¿Dónde hay una prueba de vacilación": Peter Medawar, "Further Comments on
Psychoanalysis," en Medawar, ?luto 's Repubfic, pág. 68.
338 Hasta la mitad de fa década: El argumento de este párrafo está sacado de "Pasr, Presenr
and Future in Psychiarry: Personal Rcflcctions," de Lcon Eisenberg. El artículo dd
Medica/ Research Councif era "Srrcpromycin Trearmenr for Pulmonary Tuberculos1' . ..
338 n. El psicoanalista .Judd Marmor: Judd Marmor, " Psychoanalyric Therap�· .1' a.n
Educacional Process. ·• Frank Cioffi cita los comentarios de Marmor en 1-reuc. a.:�d �he
··
391
Notas
339 n. Habían transcurrido: Alan Gurney, Below the Convergence: Voyages Toward
Antarctica, págs. 4 1 -42.
33� "El neutrón no suplica ": Seymour Kety, "The Academic Lecture: The Heuristic Aspect
of Psychiatry," pág. 3 8 5 .
340 "Por mucho que cambie": Henry Maudsley, Mind and Body, citado en Daniel Rogers,
Moror Disorders in Psychiatry, pág. l .
341 "Aunque todo el numdo sabe que una aspirina '': Irving Gottesman, Schizophrenia
Genesis, pág. 9.
343 La tristeza era la causa más probable: L. J. Rarher, Mind and Body in Eighteenth
Century Medicine, pág. 224n.
343 ("Sólo hay dos enfermedades"): lbid., pág. 200.
344 analicemos el 11so de los placebos: "The Placebo Effect," de Walter Brown explora el
lugar de los placebos en la medicina actual en este artículo Scientific American.
344 El (abismo, por ejemplo: Brian MacMahon, "Gene-Environment lnteracrion in Human
Disease," pág. 394, en David Rosenthal y Seymour Kery, comps., The Transmission o(
Schizophrenia.
346 "la estafa intelectual": Perer Medawar, "Victims of Psychiatry," en Medawar, Pluto's
Republic, pág. 140.
346 "sucede algo terrible'': A Frost le gusta ofrecer su definición como una paráfrasis del
comentario de George Meredith de que "en la vida trágica no hacen falta villanos."
Maryellen Walsh cita el comentario de Frost en s4 excelente libro Schizophrenia:
Straight Talk for Family and Friends.
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