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La locura

en el diván
Culpando a la víctima durante
el apogeo del psicoanálisis
Edward Dolnick

..
. Uebre de Marzo
Contenido

PRÓLOGO En busca de El Dorado 11

PRIMERA PARTE fREUD

CAPÍTULO UNO El Evangelio según Freud 21


CAPÍTULO DOS El poder de la convicción 39

SEGUNDA PARTE EL AUGE DEL PS1€0ANÁLISIS

CAPÍTULO TRES La cresta de la ola 63


CAPÍTULO CUATRO Gloria y esperanza 75

TERCERA PARTE ESQUIZOFRENIA

CAPÍTULO CINCO La madre de la madre esquizofrenogénica 95


CAPÍTULO SEIS Doctor Yin y Doctor Yang 115
CAPÍTULO SIETE De malas madres a malas familias 1 33
C\PÍTULO OCHO Punzones para picar hielo y electroshocks 157
C...\PITI'LO :-JUEVE Las cosas cambian 1 73

CC.-\RTA PARTE AUTISMO

C\PITCLO DIEZ Un misterio anunciado 197


C.\PITt.:LO Ol'CE La conexión Buchenwald 211
{\PITI:LO DOCE Los científicos 227
(.APtTl'LO TRECE Los padres 239
L\.PITI"LO CATORCE La culpabilidad de los padres a examen 255
EPiLOGO Teorías actuales sobre el autismo 267
<)lliN lA I'AI{ 11 Ft ll{A'>I ( )J{Nt) ( ll\'.1 '.lVI) ( ( l�ll'lll I.,IV<)

< Al'( 1 1 11< HlliiN< 1 E�davizado'> pu1 In\ d<'III<JIIIO., 2.77


( Al'lllll ( l llll ( 1'>( 1'> hcud habl.1 lH7
< Al'( llii.O I)IEU�WI'E La evidencia biolog1c.l 309

SI�XTA PARTE CONCLUSIÓN

< 1\PITUI O DIECIQCHO ¿De quién es la culpa? 325

NOTA!> 347
1\IIIIIO(:RAFIA 393
A( .RADECIMIENTOS 411 Te suplico, por las entrañas de Cristo,
IN mCE 413 que pienses que puedes estar equivocado.

OUVER C'ROMWELL
Prólogo:
En busca de El Dorado

En realidad, no soy en absoluto un hombre de ciencia,


un observador, un experimentador ni un pensador.
Por temperamento no soy sino un conquistador
-un aventurero, si lo prefieres- con toda la curiosidad,
la osadía y la tenacidad características de un hombre de ese tipo.

- SIG,\Il'ND FREUD

Éste es el relato de una expedición en busca de un tesoro que, irónicamente, ha


permanecido fuera de nuestro alcance a lo largo éle la historia de la humanidad.
Aunque todos sus predecesores fracasaron, estos exploradores nunca presintieron
que se estaban equivocando. Por el contrario, armados de una fe sin límites en un
mapa del tesoro a l que se aferraban con los ojos cerrados, se envalentonaron a
medida que se presentaban los obstáculos y siguieron avanzando con el aire arro­
gante de los conquistadores ''.
Su presa no era el oro sino los secretos de la mente; en particular, de la mente
gravemente trastornada. Inspirados por Freud, una ambiciosa cuadrilla de psi­
quiatras y psicoanalistas se propusieron enfrentarse a la locura y conquistarla.
Aunque sería difícil encontrar una pandilla de aventureros más inverosímil que
ésta, la soberbia que los caracterizaba fue auténtica. Cultos y sedentarios, limi­
tándose a luchar en las salas de conferencias y a través de las revistas médicas,
ellos mismos se consideraron, sin embargo, unos honrados caballeros que avan­
zaban a sablazos entre filas de celosos adversarios e ignorantes rivales. Una de las
más viejas enemigas de la humanidad, la locura, pronto podría ser derrotada.
Freud, con su audacia característica, elevó sus propios descubrimientos al
ni\·el de los de Copérnico y Darwin. Pero sus discípulos asumieron un desafío que

• En castellano en el original (N. de la T.).

11
--- --- =- :-sea de El Dorado

;_ r:é:oe nunca aceptó. Freud advirtió que el psicoanálisis no tenía nada que ofre­
.:e: a las dctimas de la psicosis. Señaló que, hasta que no se elaborasen medica­
memos más útiles, convendría prestar más atención a los neuróticos que a los psi­
.:óncos y centrarse más en el sano ansioso que en el enfermo profundo. "El psico­
análisis -declaró Freud medio en broma en 1 909- alcanza su condición más
favorable allí donde su práctica no es necesaria, es decir, entre los sanos."
A lo largo de las décadas de los cincuenta y los sesenta, las advertencias del
maestro fueron descartadas por un tumulto de voces excitadas. Se proclamó que
los psicoanalistas y los psiquiatras podrían llegar a curar la esquizofrenia, la más
temida de todas las enfermedades mentales, y que serían capaces de hacerlo sim­
plemente hablando con sus pacientes. Fue una presunción increíblemente atrevida
que se basaba en una sencilla premisa. La idea de que las devastadoras enferme­
dades mentales no eran muy diferentes de las aflicciones psicológicas menores;
ambas tenían las mismas raíces y ambas podrían recibir el mismo tratamiento. La
enfermedad del adulto reflejaba las fantasías y experiencias del niño, y la terapia
del habla proporcionaba un acceso a estos recuerdos cruCiales que permanecían
enterrados. De acuerdo con las enseñanzas de Freud, la psicoterapia se considera­
ba una ciencia análoga a la cirugía. Actualmente, la psicóloga Lauren Slater resu­
me así este clásico punto de vista: "El pasado es como el pus. El paciente habla
sobre él y su lengua, parecida al escalpelo del cirujano, rasca y limpia la herida.
Una vez tratada, cuando ya está seca y se ha eliminado el veneno, la abrasión
puede empezar a curarse".
La creencia que guiaba al terapeuta consistía en interpretar los síntomas
como símbolos. Los niños autistas se apartaban del contacto humano para sumer­
girse en una impenetrable zona de silencio, por ejemplo, porque habían soporta­
do repetidos rechazos por parte de unos padres emocionalmente frígidos. Se creía
que la crueldad de los padres había transformado a unos niños normales y sanos
en autómatas insensibles y retraídos. Y el culpable más frecuente, explicaban los
expertos, solía ser una madre nevera.
Éste es un libro sobre aquellos terapeutas y su búsqueda del tesoro. Está cen­
trado en tres estados (todavía se discute sobre la terminología más apropiada)
-la esquizofrenia, el autismo y el trastorno obsesivo-compulsivo- y en la creen­
cia clave en la que se basó el psicoanálisis en sus días de gloria. La creencia de que
las enfermedades podían ser descifradas, de que estaban cargadas de mensajes sim­
bólicos parecidos a relatos breves que hubiesen sido escritos por un torpe autor.
El desvarío de un esquizofrénico en la esquina de la calle, el rechazo de un niño
autista que se oculta tras paredes invisibles, el interminable lavado de manos de
un e�fermo obsesivo-compulsivo, no eran simples actos, sino mensajes. Los tera-

12
Prólogo: En busca de El Dorado

peutas creían fervientemente que se trataba de desesperados, aunque inarticula­


dos, gritos en demanda de socorro. Y ahora, por primera vez, aquellos gritos
podrían ser interpretados.
Ésta era una nueva creencia o, por lo menos, una nueva encarnación de una
vieja creencia. La humanidad ha estado discutiendo sobre las raíces de la locura
desde tiempos remotos. ¿Era la demencia una especie de desequilibrio de los
humores y, por lo tanto, debía tratarse mediante sangrías y aventuras quirúrgicas
similares, o estaba el demente poseído por los demonios y necesitado de un exor:
cisma sacerdotal? Los dos puntos de vista fueron toscamente clasificados bajo las
etiquetas de biología y psicología, y el péndulo ha estado oscilando hacia delante
y hacia atrás cuanto menos desde los tiempos de Hipócrates.
A veces se detiene en su vaivén y tales pausas pueden durar siglos. En cada
ocasión, el lado que prevalece celebra su última victoria como permanente, y con­
dena a sus predecesores acusándolos de ignorantes y de tener mala fe. Desde la
Ilustración hasta principios del siglo XX aproximadamente, el punto de vista
dominante afirmaba que la enfermedad mental no era ni más ni menos misteriosa
que cualquier otro tipo de dolencia. Voltaire lo expuso sucintamente: "Un lunáti­
co es un hombre enfermo cuyo cerebro padece mala salud, exactamente igual que
el hombre que tiene gota es un hombre enfermo al que le duelen los pies y las
manos".
Entonces llegó Freud. El más grande y fascinante entre quienes se proclama­
ron capaces de distinguir el verdadero rostro de la humanidad, que se escondía
tras una máscara. Freud hizo que las teorías orgánicas sobre la enfermedad pare­
cieran ridículas y superficiales. El péndulo, estancado durante tanto tiempo en el
campo de la biología y ya cubierto de herrumbre, viró repentinamente en favor de
la psicología. En los capítulos 1 y 2 analizaremos detenidamente a Freud. En los
capítulos 3 y 4 nos centraremos en los ejércitos de seguidores de Freud, que apli­
caron las lecciones de su mentor con un entusiasmo que éste nunca demostró.
Finalmente, a partir del capítulo 5 abordaremos estudios de casos concretos de
enfermedad para observar de cerca a los psicoterapeutas comprometidos en la
batalla contra estos viejos enemigos.

Es importante advertir desde el principio que el título de este libro no es lite­


ral, sino metafórico. Locura no es un término médico, es una fórmula práctica. Lo
he utilizado para abarcar tres estados notablemente diferentes, aunque los tres se
caractericen por un peculiar comportamiento que una persona inexperta describi­
ría como locura. Primero me ocuparé de la esquizofrenia, la más pavorosa de las
'
enferrnedades mentales; luego, del autismo, que gracias a la película Rain Man se

13
� :;: ::- :-sea ce E :>orado

_ -..,:7'� e:1 el miembro más conocido de la desagradable familia de los trastor­


no� en e. desarrollo mental; y, finalmente, del trastorno obsesivo-compulsivo, la
e�::e:medad que más urgentemente parece necesitar una interpretación psicológi­
ca. Ho:· en día, las autoridades clasifican estas dolencias en distintas categorías
medicas: la esquizofrenia es una psicosis; el autismo, un problema en el desarrollo
mental; el trastorno obsesivo-compulsivo, un desorden relacionado con la ansie­
dad. El esquizofrénico es el prototipo de persona demente: apartado de la reali­
dad. acosado por las alucinaciones, asaltado por voces que parecen burlarse de él.
El autista puede parecer un loco pero, de hecho, se limita a permanecer al margen,
a vivir en un mundo que no comparte y a mantenerse apartado de todos nosotros.
El individuo que padece un trastorno obsesivo-compulsivo no está loco: aunque se
encuentra atrapado en unos rituales que sabe que no tienen sentido, es incapaz de
desobedecerlos.
Pensemos en John Hinckley, un esquizofrénico, tratando de impresionar a
]odie Foster disparando al presidente. Comparemos a Hinckley con el Dustin
Hoffman de Rain Man (su interpretación de un autista fue tan precisa que la pelí­
cula podría haber sido considerada un documental). Rain Man no tenía la menor
_
intención de impresionar a nadie. De hecho, no pretendía establecer ninguna rela­
ción los demás. Comparemos ahora a cualquiera de los dos con Howard Hughes,
la víctima más conocida del trastorno obsesivo-compulsivo. Hughes pasó sus últi­
mos años encerrado en la habitación de su hotel detrás de unas cortinas oscuras,
aterrorizado por los gérmenes que supuestamente emitía el sol y encadenado a
unos rituales obsesivos que lo dejaban tan desamparado como un árbol en las
garras de una enredadera.
Las diferencias son fundamentales. A pesar de todo, resulta esencial recono­
cer que, después de la Segunda Guerra Mundial, los psicoterapeutas norteameri­
canos consideraron estas tres enfermedades -y muchas otras- como un todo.
También es importante el hecho de que creyeran que las tres podrían curarse del
mismo modo: mediante la terapia del habla. Las personas torturadas por la esqui­
zofrenia, encarceladas por el autismo, desgarradas por las obsesiones y los impul­
sos, podrían ser liberadas de su tormento.
Hemos de señalar que estos tres estados no eran, ni de lejos, los únicos a los
que psiquiatras y psicoanalistas aplicaban sus destrezas para descifrar mensajes.
Efectivamente, eran sólo tres icebergs en un mar helado. Los mismos métodos de
interpretación, aplicados tan asiduamente en estos tres casos, se empleaban con
igual fervor en una miríada de enfermedades que también podríamos haber con­
siderado. Siempre que los síntomas de la enfermedad incluyeran un comporta­
miento extraño -pero no sólo entonces-, los psicoterapeutas se apresuraban a

14
Prólogo: En busca de El Dorado

sondear su significado. La depresión y la psicosis maníaco-depresiva, por ejemplo,


encarnaban otro profundo enigma que debían resolver. Y lo mismo ocurría con
otn>s estados como la enfermedad de Parkinson.
Esta temible enfermedad, que puede provocar la parálisis y la muerte, se
caracteriza por una rigidez reveladora. Los discípulos de Freud explicaron esta
rigidez como una simbólica renuncia al mundo. Cuando los terapeutas pasaron de
la enfermedad de Parkinson a los estados catatónicos, las posturas estatuarias de
las víctimas inspiraron diagnósticos cada vez más imaginativos. La rigidez de un
brazo o una pierna, explicó el eminente psicoterapeuta Sándor Ferenczi, constitu­
ía una erección desplazada. El tartamudeo, por citar otro tema de estudio del uni­
verso médico, reveló un mensaje diferente. "Si el impulso motor de los intentos de
habla se observa cuidadosamente -señaló un reconocido psiquiatra-, el tarta­
mudeo será visto como el acto de un lactante respecto a un ilusorio pezón. " Las
úlceras proporcionaron otra interpretación: "El factor crítico en el desarrollo de
las úlceras es la frustración asociada al deseo de recibir amor".
Más a menudo, como se acabó demostrando después, el factor crítico en el
desarrollo de las úlceras es la infección provocada por una bacteria que habita en
el estómago. Pero las úlceras apenas son importantes, y cuando se conoció su ver­
dadera naturaleza, alrededor de 1990, y también se hizo evidente que los antibió­
ticos podían curarlas, los psicoterapeutas cedieron s4s pacientes con úlcera a otros
especialistas sin gran pesar. Pero la enfermedad mental era un asumo diferente.
¿Con qué disciplina podría tratarse si no se hacía con la terapéutica? ¿Qué espe­
cialistas podrían revelar el funcionamiento de la mente enferma además de los
terapeutas? Por consiguiente, la locura es la dolencia en la que tenemos que hacer
hincapié para contemplar la batalla entre la psicología y la biología llevada hasta
su último extremo.

Se trata de una antigua batalla, y todavía no está ganada. Pero en la rivali­


dad siempre oscilante entre psicología y biología, la psicología suele tener una ven­
raja incorporada: es capaz de interpretar los caprichos del destino. La biología no
ofrece tal consuelo. E incluso s i los biólogos consiguen algún día exponer detalla­
damente los pormenores bioquímicos que se hallan en la base de una enfermedad,
nunca podrán explicar por qué una determinada persona ha sido elegida para
sufrir. Las explicaciones biológicas terminan con un simple sucedió así, con una
respuesta insatisfactoria de una fría crudeza que revela una falta de fe. O, quizás,
más satisfactoria para algunos porque evoca la doctrina calvinista de la predesti­
nación, según la cual Dios ha condenado inexplicablemente a algunos de sus hijos
al' fuego eterno.

15
::>-o ogo: En busca de El Dorado

La psicología, por el contrario, puede proporcionar un sentido incluso a las


mayores angustias. Los psicoterapeutas aportan este sentido explicando una his­
roria. La esquizofrenia, por ejemplo, tiene su origen en unos padres que bombar­
dean a sus hijos con mensajes contradictorios, del tipo callejón sin salida, hasta
que los vuelven literalmente locos.
Este enfoque narrativo tiene un enorme atractivo tanto para los profesiona­
les como para el público. En efecto, este atractivo precedió con mucho a Freud, el
inigualado maestro de la narrativa psiquiátrica. Cuando John Keats cayó enfermo
de tuberculosis, por ejemplo, sus contemporáneos consideraron su enfermedad y
su muerte como una prueba de su espiritualidad: el joven poeta era demasiado sen­
timental para sobrevivir en este mundo brutal. Un ataque particularmente malin­
tencionado contra la poesía de Keats, publicado por el Quarterly Review, fue
supuestamente la gota que colmó el vaso.
Los seres humanos son, después de todo, animales que cuentan historias. En
especial, cuando nos enfrentamos a misterios que nos asustan -la muerte, la
enfermedad, la mala suerte-, urdimos las mejores explicaciones de que somos
capaces para crear una especie de puente colgante que nos salve del abismo. Si
miramos de reojo y medio dormidos a un montón de mantas esparcidas por el
suelo, no podremos evitar distinguir alguna criatura al acecho; si miramos el cielo
nocturno, las estrellas se convertirán en cisnes, y guerreros; si escuchamos unas
cuantas conversaciones al azar, inventaremos elaboradas teorías de conspiración.
Y cuando nos enfrentemos a los síntomas de una extraña enfermedad, enseguida
nos lanzaremos a buscar su significado.

Antes de empezar con el relato propiamente dicho, es conveniente detenernos


un momento para comentar los límites del territorio que quiero explorar. Me cen­
traré en el ataque de la psicoterapia a la enfermedad mental en los años cincuenta
y sesenta, durante la época de máximo apogeo del psicoanálisis. Aunque se pue­
den establecer conclusiones a partir de esta historia, he preferido centrarme en una
época especial, extraña y enloquecida -quizás similar a la fiebre del oro en
California- antes que en el conjunto de méritos y deméritOs de la psicoterapia. En
concreta, no es mi intención que esta historia de grandes ambiciones en conflicto
con enfermedades tan devastadoras como la esquizofrenia demuestre si la terapia
del habla es efectiva respecto a las fobias, los trastornos de ansiedad, la anorexia,
la depresión y otros estados similares. Esta pregunta sólo puede contestarse con
pruebas, y muchas de éstas están en camino. ¿Basta con hablar? ¿Qué terapia del
habla es la más adecuada? ¿Para qué estados? ¿Qué hay acerca de las drogas o los
fármacos? ¿ Y acerca de la combinación de los fármacos y la terapia del habla?

16
Prólogo: En busca de El Dorado

El debate no está resuelto y yo me propongo evitarlo. Tampoco tengo ningún


interés personal en demostrar qué sector triunfa al final. En cuanto a la pregunta
de si la psicoterapia puede ser útil a la hora de aliviar aflicciones pasajeras, puedo
mostrarme más seguro de mí mismo, a diferencia de lo que ocurre con las enfer­
medades propiamente dichas. Innumerables personas saben de primera mano que
la terapia los ha ayudado a enfrentarse a un divorcio, a la muerte de un niño o a
imprecisos pero opresivos sentimientos de incapacidad. Estoy seguro de que tam­
poco existe ninguna duda acerca de algunos de los principios fundamentales de la
psicoterapia. Parece estar fuera de discusión que actuamos por razones que no
entendemos, que nuestros motivos reales pueden ser completamente distintos a los
que declaramos, que al fin y al cabo somos criaturas de instinto y de intelecto. Se
tiende a aceptar que el inconsciente es real (aunque varios pensadores serios se han
hecho un lío al tratar de sostener esta vaga noción) y que nuestras emociones afec­
tan a nuestro comportamiento.
No obstante, afirmar que la psicoterapia cumple un objetivo no es lo mismo
que afirmar que los cumple todos. Recurrir a la psicoterapia para ayudar a afron­
tar sentimientos de tristeza es una cosa; creer que la terapia del habla puede curar
trastornos como la esquizofrenia -no sólo ayudar a contrarrestarla, sino real­
mente curarla- es una declaración demasiado atrevida. Una declaración que fue
aceptada durante décadas.
El objetivo de este libro es descubrir por qué se asumieron estas ideas y qué
impacto tuvieron. ¿Por qué los psicoterapeutas abrigaron tan altas esperanzas?
¿Qué fue de sus atrevidos sueños? Y, cuando se hizo evidente que estas aplaudidas
creencias tenían horribles consecuencias --cuando, por ejemplo, se acusó a los
padres de volver locos a sus hijos-, ¿por qué los terapeutas y muchos de los
padres acusados siguieron defendiendo la nueva doctrina?
Empezaremos por Freud, que convenció a la humanidad 3e que el mundo era
un acertijo escrito en clave y de que él había descubierto el código para descifrarlo.

17
PRIMERA PARTE

Freud

Sin lugar a dudas, a una persona inexperta le


resultará difícil entender que los trastornos
patológicos del cuerpo y la mente pueden ser
eliminados mediante simples palabras.
- SIG,\1U, D FREUD

- }
CAPÍTULO U N O

El Evangelio según Freud

[Freud} es extraordinario. Obviamente, muchos de suspensa­


mientos son sospechosos, y su encanto y el encanto de sus argu­
mentos es tan grande que te puede engañar con facilidad... Así
que reetare a tu inteligencia.

- LUOI\ IC WJTTCENSTEJI\'

Poseemos la verdad; estoy tan seguro de ello como hace quince


01ios.

- SJG.I\UNO FREUO

El hombre que convenció a dos generaciones de seguidores de que los trastornos


pueden ser descifrados como si fueran jeroglíficos parecía bastante convencional.
Freud tenía aproximadamente cuarenta años y ya había superado el período de la
enardecida juventud, cuando emprendió algunos de los trabajos por los que es
conocido en la actualidad. Era un médico respetado, un miembro bien situado de
la clase media (tan bien situado, sin embargo, como podía estarlo un judío en la
Viena antisemita), y el jefe indiscutible de una familia victoriana que incluía una
esposa, una cuñada y seis niños. Formal en su modo de ha blar, meticuloso en su
forma de vestir y metódico en sus costumbres, Freud difícilmente parecía un revo­
lucionario.
Era un hombre bien parecido, de algo más de un metro cincuenta y media­
namente robusto, de cabellos castaños, ojos marrones y una barba cuidada con
esmero. Aunque fue un padre cariñoso, mientras él se concentraba en el trabajo
los niños estaban a cargo de su mujer, que también se ocupaba de otras tareas
domésticas como extender la pasta de dientes sobre el cepillo de su marido. Freud
era un terapeuta de oficio pero no de temperamento; su ambición no sólo consis­
tió en tranquilizar a un puñado de vieneses con problemas. "Hacemos análisis por
d9s razones -declaró en una ocasión-, para entender el inconsciente y para
ganarnos la vida . "

21
_a locura en el diván

La acritud de aquél que está cansado del mundo lo caracterizaba. El verdade­


ro objetivo de Freud era descubrir las leyes de la mente, y los pacientes sólo repre­
sentaban un medio para alcanzar ese fin. La terapia no era "el propósito principal,
ni siquiera el propósito esencial del psicoanálisis", afirmaba. "El propósito princi­
pal del psicoanálisis es hacer contribuciones a la ciencia de la psicología y al mundo
de la literatura y de la vida en general." Cuando uno de sus antiguos pacientes
cometía el error de pedir a Freud que se valorara a sí mismo como analista, este
gran hombre se encolerizaba. "Me alegro de que me lo pregunte -replicaba- por­
que, francamente, no estoy muy interesado en los problemas terapéuticos."
No era como el doctor Norman Rockwell, con un corazón inmenso y una
palabra amable siempre a mano. "En el fondo de mi corazón -dijo una vez Freud
a su gran amiga Lou Andreas-Salomé- estoy completamente convencido de que
mis queridos seres humanos, con muy pocas excepciones, son despreciables." É sta
era una opinión recurrente. "En general, no he descubierto muchas cosas buenas
en los seres humanos", declaró Freud en otra ocasión. "Según mi experiencia,
muchos son basura ... Si hablamos de ética, yo tengo en cuenta un alto ideal del
que, lamentablemente, la mayoría de los seres humanos con los que me he trope­
zado se han ido apartando.''
Sin embargo, tenía que pagar facturas. Seis días a la semana los pacientes lle­
gaban al número 1 9 de la calle Berggasse, un aparta ?nento construido en un res­
petable barrio vienés de clase media. Una carnicería ocupaba la planta baja; la ofi­
cina de Freud y la vivienda de la familia, la segunda. Freud se tomaba un descan­
so al mediodía para pasear por el vestíbulo y reunirse con su familia a la hora de
comer. Las visitas de sus pacientes constituían un flujo constante, el primero a las
nueve de la mañana y el último, tal vez, a las nueve de la noche. En lugar de aco­
modarlos en una silla, hacía que sus pacientes se echaran en un diván para que no
pudiesen verle. "No soporto que me observen durante ocho -o más- horas al
día", solía comentar.
Frcud se sentaba fuera del alcance de cualquier mirada, por detrás de la cabe­
za del paciente, y hacía tintinear sus llaves o jugaba con su reloj de bolsillo al tiem­
po que soltaba opiniones e interpretaciones, e incluso chistes, a medida que se le
ocurrían. Bastante a menudo, alguno de sus apreciados perros permanecía tum­
bado sobre la alfombra. Se trataba de una consulta menos austera que la que más
tarde los freudianos -e incluso el mismo Freud aconsejando a otros- considera­
rían admisible. {Cuando la hija de Freud, Anna, decidió que ella también quería
ser analista, su padre pasó por alto una norma mucho más importante. Optó por
anatizarla él mismo: un padre encargándose de la tarea de investigar asuntos tales
como el significado de las fantasías sexuales de su hija.)

22
El Evangelio según Freud

En beneficio de la objetividad, los psicoanalistas no debían manifestar nin­


guna reacción: ni aprobación ni desaprobación, ni sorpresa ni aburrimiento. "El
médico debe ser neutral respecto a sus pacientes -decretó Freud- y, como un
espejo, no tiene que mostrarles nada que no le haya sido mostrado antes a él. " El
objetivo era alcanzar la frialdad emocional. "Debo aconsejar fervientemente a mis
colegas -escribió Freud- que durante el tratamiento psicoanalítico sigan el ejem­
plo del cirujano, que deja a un lado todos sus sentimientos, incluso la simpatía
humana, y concentra toda su fuerza mental en el único propósito de llevar a cabo
la operación tan hábilmente como sea posible."
Freud tampoco buscó mucha más colaboración por parte de sus pacientes
que la que busca un cirujano. Según afirmó, el análisis potenciaba "una situación
en la que hay un superior y un subo rdi na do" , y no existía ninguna duda acerca de
quién era quién. "(Freud] era bastante dogmático y no le gustaba discutir", obser­
vó en una ocasión un antiguo paciente. "Cuando yo quería protestar sobre algo,
sobre alguna de sus interpretaciones, solía utilizar un vocablo del dialecto vienés
al decirme: 'Usted no sabe un Schmarn acerca del psicoanálisis'. Es difícil traducir
la palabra Schmarn, pero según una traducción vulgar equivaldría a decir: 'Usted
no sabe una mierda acerca del psicoanálisis'. Lo que quería decirme era: 'Usted no
tiene derecho a poner en duda mi interpretación'."

A finales del siglo XIX, Freud hizo el descubrimiento que en adelante consi­
deraría como el más importante. En la primavera de 1900, poco después de la
publicación de La interptetación de los sueños, escribió con entusiasmo a un
amigo. " ¿Puedes llegarte a imaginar -le preguntó- que algún día alguien lea en
una placa de mármol: en esta casa, el 24 de julio de 1895, le fue revelado al doc­
ror Sigmund Freud el secreto de los sueños? "
Freud nunca dejó d e creer e n su teoría. Nueve años más tarde, durante una
charla pública celebrada en Norreamérica, declaró: "La interpretación de los sue­
ños es, en efecto, el mejot camino para alcanzar el conocimiento del inconsciente;
es la base más firme del psicoanálisis y el terreno en el que todo investigador debe
adquirir sus convicciones y buscar su formación".
Dos décadas después, rememorando el texto de La interpretación de los sue­
iios en su vejez, Freud seguía sintiendo el mismo orgullo declarado. " Contiene
--escribió-, desde mi punto de vista actual, el más valioso de todos los descu­
bnmientos que mi buena fortuna me permitió hacer. Una revelación así sólo la
alcanza alguien una vez en la vida."
El secreto de los sueños era simple. El inconsciente, dijo. Freud, abunda en
deseos prohibidos que no podemos llegar a admitir. Estos deseos aparecen en los sue-

23
La locura en el diván

ños, pero disfrazados de tal forma que podamos soportarlos. Los sueños nos parecen
extraños y están llenos de vacíos y cambios de escena porque un censor ha llegado
ant�s que nosotros al quiosco y ha hecho pedazos las páginas que nos incriminan, eli­
minando palabras clave y ocultando fotografías, para preservar nuestro sueño.
Los sueños fueron realmente importantes para Freud por tres razones rela­
cionadas entre sí. Primero, eran el mejor camino para acceder a los contenidos del
inconsciente, que de otro modo permanecerían ocultos. Segundo, los sueños esta­
blecían un vínculo entre la mente normal y la perturbada. Puesto que todo el
mundo sueña y el acto de soñar es una forma de locura, el pensador que era capaz
de interpretar los sueños estaba en el buen camino hacia una teoría universal de la
mente. De hecho, el mejor camino era un puente. "No olvidemos --escribió Freud
en un ensayo pocos años antes de su muerte- que el mismo proceso, la misma
interacción de fuerzas que explica los sueños de una persona normal nos da la
clave para entender todos los fenómenos de la neurosis y la psicosis."
Tercero, y para nosotros el motivo más importante, los sueños eran la demos­
tración final de la premisa en la que se basó todo el pensamiento freudiano: bas­
taba con saber cómo investigar por debajo de la superficie para descubrir que
nada era lo que parecía. No sólo los sueños eran lobos disfrazados de corderos,
como apuntó Freud; ocurría lo mismo con casi todas las cosas. Los gestos, los
actos y las palabras ocultaban significados que sólo cemocían los iniciados. Como
consecuencia, la misión encomendada por Freud de descubrir el significado secre­
to de los actos cotidianos era prácticamente interminable.
Los lapsus, los incidentes, los problemas para recordar nombres e incluso los
encuentros inoportunos en la calle tenían un significado verdadero. Consideremos,
por ejemplo, "el irritante y torpe proceso para eludir a alguien; cuando, por unos
segundos, pasamos al otro lado de la calle para luego volver al primero" . Según
Freud, esta máscara de torpeza ocultaba propósitos sexuales.
Todo tenía un significado. Incluso una actividad tan trivial como apretarse
las espinillas estimulaba el esfuerzo interpretativo de Freud. Al hablar sobre un
paciente que tenía la piel estropeada, Freud señaló que "sin lugar a dudas, el acto
de expulsar hacia fuera el contenido de los puntos negros es para él un sustituto
de la masturbación". Pero eso no era todo. "La cavidad que aparece después debi­
do al desperfecto representa a los genitales femeninos."
Casi todas las historias desembocan en el sexo antes o después. Por ejemplo,
¿cómo explicar el bloqueo de un escritor? Freud sugirió que "el acto de escribir,
que implica extraer un líquido de un tubo" podría haber asumido "el significado
del coi ro". ¿ Y el miedo a salir al aire libre? Quizás el acto de pasear se haya con­
vertido en "un sustituto simbólico del acto de patear el cuerpo de la madre tierra".

24
El Evangelio según Freud

Incluso la curiosidad intelectual no era más que sexualidad disfrazada. "La incan­
sable pasión de los científicos por preguntar", como una reminiscencia de las
interminables preguntas de un niño pequeño, era simplemente una versión subli­
mada de la impaciencia de éste por resolver aquel temprano acertijo: " ¿ De dónde
vienen los niños ? " .
Ésta fue una monomanía que hizo que Ahab pareciera u n pescador domingue­
ro -efectivamente, la declaración de Ahab de que "todos los objetos visibles no son
más que máscaras de cartón" podría haber servido a Freud como lema-, pero Freud
fue despiadado. "Cuando un miembro de mi familia se queja de haberse mordido la
lengua, de haberse pinchado un dedo o de algo parecido -anotó-, no obtiene la
simpatía que desearía, sino, por el contrario, la pregunta: ¿por qué lo hiciste?"
Y la pregunta siempre tenía una respuesta. "Creo en la casualidad exterior
(real), es cierto -escribió Freud-; pero no en los acontecimientos accidentales
internos (psíquicos) . " Cuando una de sus pacientes se rompió una pierna, por
ejemplo, Freud se apresuró a explicar la razón. Poco antes, había estado bailando
en una reunión familiar y su marido la había reprendido por comportarse "como
una puta". Caso cerrado. "No podemos dejar de admirar la habilidad que fuerza
a la casualidad a repartir un castigo tan a medida del crimen", escribió Freud.
"Esto ha hecho imposible que ella vuelva a bailar el can-can durante una larga
temporada."
Freud pronunció estos veredictos con absoluta convicción, como un hombre
que ha desenterrado un secreto desconocido para el resto del mundo. Al mismo
tiempo, habló sobre su habilidad para descifrar las acciones cotidianas con algo
parecido al asombro, como si el psicoanálisis tuviera los poderes de las gafas de
rayos X de las que se hacía publicidad en las últimas páginas de los tebeos: "A
menudo, los actos cotidianos se lo revelan todo al observador de la naturaleza
humana y, a veces, le revelan mucho más de lo que le interesaría saber", escribió
Freud. "Una persona que está familiarizada con estos significados puede llegar a
sentirse como el rey Salomón, que según la leyenda oriental era capaz de com­
prender el lenguaje de los animales."
Pero lo que a Freud le interesaba atrapar era algo más que los lapsus o las caí­
das por una escalera. El trastorno fue su verdadera presa, y los sueños le propor­
cionaron una vez más la analogía crucial. Así como los sueños podían parecer caó­
ticos y dictados por el azar aunque de hecho contenían un significado oculto, el
trastorno era, sin lugar a dudas, un código escrito en el cuerpo. Ésta fue una lección
que los discípulos de Freud aplicarían celosamente tras la muerte de su mentor.
Pero antes de estudiar a los discípulos, vale la pena analizar al maestro.
Todas las herramientas que a la larga pasaron a formar parte de las técnicas bási-

25
La locura en el d i v á n

cas del investigador psicoanalítico -como la habilidad para descubrir el signifi­


cado oculto más profundamente enterrado y una ciega confianza en sí mismos que
los llevaba a rehusar cualquier posibilidad de error- estaban en poder de Freud
desde el principio. Y hay que tener en cuenta que estas herramientas son muy peli­
grosas, incluso en manos de un experto. Freud las manejaba con una facilidad
asombrosa, como un temerario malabarista que, con indiferencia, voltea una rui­
dosa sierra de cadena formando círculos perfectOs.
En este capítulo y en el siguiente estudiaremos el trabajo Freud. Después, si
echamos una ojeada al resto del libro, descubriremos lo que sucedió cuando una
nueva generación se apresuró a poner en práctica unos trucos que desde fuera
parecían muy sencillos.

Freud nos proporciOna el primer informe detallado de sus técnicas de inter­


pretación en el caso de una )O\·en a la que llamó Dora. En este informe explicó,
por ejemplo, por qué perdía de vez en cuando la voz y sufría ataques de ros. Estos
ataques eran periódicos. Igual que la presencia de un tal señor K, un amigo del
padre de Dora cuyos negocios lo hacían viajar con frecuencia. "Le pregunté cuán­
to habían durado esos ataques", escribió Freud. "De tres a seis semanas." " ¿ Y
cuánto han durado las ausencias del señor K ? " "De tres a seis semanas, también",
se vio obligada a admitir. Este caso era demasiadó'fácil. "La enfermedad -decla­
ró Freud- era, por consiguiente, una demostración de su amor por K ."
Como una chistera mágica que pudiera contener cualquier objeto imagina­
ble, el sistema de interpretación era extraordinariamente flexible. Freud recono­
ció, por ejemplo, que los ataques de la enfermedad de Dora no coincidían exacta­
mente con los viajes del señor K, pero no dudó en rechazar este inconveniente. "Al
final, se hace necesario ocultar la coincidencia entre los ataques de la enfermedad
y la ausencia del hombre al que ama secretamente -escribió-, ya que esta regu­
laridad podría acabar traicionando su secreto. "
Otro d e los síntomas d e Dora fue interpretado con l a misma facilidad. Junto
con la tos y la mudez, Dora sufría disnea o corres de respiración. "Los actos sin­
tOmáticos de Dora y algunas otras señales -observó Freud- me proporcionan
muy buenas razones para suponer que la niña, cuyo dormitorio era contiguo al de
sus padres, había descubierto por casualidad que su padre estaba en la habitación
de su madre, y que había oído su pesada respiración (puesto que padecía proble­
mas respiratorios) mientras mantenía relaciones sexuales con ella. El jadeo del
padre se había convenido en el origen del esfuerzo crónico de la niña por respirar.
·: En muchos casos, como en el de Dora -escribió Freud-, he sido capaz de entre­
ver que el síntoma de disnea o de asma nerviosa se remonta a la misma y excitan-

26
E l Evangelio según Freud

te causa: el descubrimiento fortuito por parte del paciente de las relaciones sexua­
les entre adultos."
Freud dio por supuesto que los síntomas de Dora -tos, corres de respira­
ción, episodios de mudez- eran síntomas de histeria. ¿Por qué? Porque, explicó
Freud, el amigo de su padre, el señor K, había "abrazado repentinamente a la
chica y la había besado en los labios. Ésta era, sin duda, la situación necesaria para
impulsar una clara sensación de excitación sexual en una chica de catorce años
que nunca había sido abordada. Pero Dora experimentó en ese momento un vio­
lento sentimiento de repugnancia y se alejó del hombre, huyendo hacia la escale­
ra para luego salir a la calle".
Freud también interpretó aquello. "La conducta de esta niña de catorce años
ya era completamente histérica ", declaró. "Evidentemente, debo considerar histé­
rica a una persona a la que una oportunidad de excitación sexual hace aflorar sen­
timientos básica o exclusivamente desagradables." Todo esto aunque la niña de
catorce años fuese virgen y aunque hubiese sido abrazada y besada sin previo
aviso por un hombre lo bastante viejo como para ser su padre. De hecho, era un
íntimo amigo de éste.
Este mismo punto de vista, basado en el simbolismo sexual, reveló el verda­
dero significado de la jaqueca de otra paciente. En un críptico pasaje de una carta
a un amigo escrita en 1899, Freud elaboró uñ 'breve resumen de su pensamiento.
"Las jaquecas histéricas se basan en una analogía producida por la imaginación
que equipara la parte superior con la parte inferior del cuerpo (pelo en ambas par­
tes, mejillas y nalgas, labios y labios, boca y vagina). Así, un ataque de migraña
puede ser utilizado para representar una desfloración a la fuerza y, además, la
enfermedad en su totalidad representa de nuevo una situación de satisfacción del
deseo. La inevitable presencia de lo sexual es cada vez más clara . "
E l enfoque d e l a interpretación d e los símbolos también explicaba l a agora­
fobia. El temor de una mujer a salir al exterior, observó Freud, derivaba de "la
represión de su intención de abordar al primer hombre que se encontrase en la
calle". Los desvaríos de un loco, por poner un ejemplo más dramático, no se con­
sideraban aullidos incoherentes, ni siquiera gritos de angustia, sino mensajes que
debían descifrarse. Incluso los actos de un loco, en oposición a sus palabras, eran
simbólicos. En 1 908, por ejemplo, Freud describió el encuentro con un joven que
había sido internado porque padecía esquizofrenia. "Presencié uno de sus ataques
-escribió Freud a un colega-, y resultó ser extraordinariamente instructivo por­
que representaba un coito o, mejor dicho, la rabia que sentía ante el acto que esta­
ba contemplando (obviamente entre sus padres). Su escupitajo simbolizaba la eya­
culación. Todo fue muy transparente."

27
_¡¡ oc.J•a en el divan

Cuando Freud hubo trazado las normas, sus seguidores saltaron al terreno de
¡uego. Karl Abraham, miembro fiel y trabajador del círculo íntimo de Freud, obser­
vó que los tics faciales parecían muecas y que, por lo tanto, tenían "un evidente sig­
nificado hostil". La eyaculación precoz, explicó Abraham, proporcionaba un men­
saje simbólico diferente. "Del mismo modo que un niño pequeño moja a su madre
con la orina que ya no puede contener, la eyaculación precoz hace que el paciente
moje a su compañera, demostrando que ésta sustituye a la figura de su madre."
Smith Ely Jelliffe, un prominente analista norteamericano discípulo de Freud,
explicó en 1 9 17, en un ensayo, por qué una anciana esquizofrénica se golpeaba con­
tinuamente una mano con el puño de la otra. "Descubrimos que un zapatero la había
dejado plantada en su juventud. A la luz de este descubrimiento, ese acto tan peculiar
podría considerarse similar a los movimientos del zapatero que golpea sin cesar."
Este método de interpretación alcanzó su máxima expresión con el trabajo
del psicoanalista alemán Georg Groddeck. "La enfermedad tiene un propósito" ,
escribió Groddeck e n 1923. "Aquél que s e rompe u n brazo, ha pecado o ha dese­
ado cometer un pecado con ese brazo: quizás un asesinato, quizás un robo o puede
que simplemente se haya masturbado; aquél que se vuelve ciego y no desea volver
a ver, ha pecado con sus ojos o pretende pecar con ellos; aquél que se queda ronco
esconde un secreto y no se atreve a decirlo en voz alta."
Aunque Groddeck era un excéntrico que se definía a sí mismo como un ana­
lista salva¡e, no era lo bastante ingenuo como para que sus colegas, más sensatos,
se avergonzaran de sus teorías. Por el contrario, fue un pensador influyente que
mantenía correspondencia con Freud. El fragmento anterior está extraído de The
Book of the It, su trabajo más conocido. (Freud utilizó el término id para desig­
nar a "la parte más oscura e inaccesible de nuestra personalidad", de ahí el it uti­
lizado por Groddeck.) Groddeck envió a Freud una copia de su trabajo para que
le echara un vistazo antes de su publicación. "Desde luego, Groddeck tiene cuatro
quintas partes de la razón cuando afirma que las enfermedades orgánicas pueden
localizarse en el ello -escribió Freud a otro colega-, y quizás también tenga la
razón en la quinta parte restante.",.
"Asimismo, la enfermedad es un símbolo", proseguía Groddeck en el mismo
fragmento. "Es la representación de algo que ocurre en el interior, un drama esce­
nificado por el Ello, a través del cual manifiesta lo que no puede decir con la len-

• Aunque también deberíamos señalar que, en otra ocasión, Freud reprendió a Groddeck por limitar­

se a aporrar una explicación exclusivamente psicológica de la enfermedad. "Después de todo, sus expe­
nencias --escribió Freud--:- no hacen más que consrarar que los factores psicológicos también juegan,
de forma imprevista, un importante papel en el origen de las enfermedades orgánicas. Pero, ¿son estos
factores psicológicos los únicos responsables de la enfermedad?"

28
El Evangelio según Freud

gua. En otras palabras, toda enfermedad, se la denomine orgánica o nerviosa, y

también la muerte, tienen la misma intencionalidad que el acto de tocar el piano,


·encender una cerilla o cruzar las piernas. Son una declaración del Ello mucho más
clara y más efectiva de lo que podrían serlo las palabras."
Es evidente que Groddeck trataba de subrayar lo fundamentales que eran sus
puntos de vista. "Sólo morirá aquél que desee morir, aquél a quien la vida le resul­
te insoportable", declaró. Curiosamente, el mismo Freud expresó la misma idea
casi con las mismas palabras. En 1930, gravemente enfermo del cáncer de mandí­
bula que padecía, observó que "es posible que la muerte sea algo más que una
necesidad biológica. Quizás morimos porque queremos morir".

Freud tuvo un carácter complejo -ambicioso, combativo, carismático, supers­


ticioso, inteligente (siempre fue el primero de la clase)- y, tal vez, no fue mejor j uez
de sí mismo que cualquier otra persona. En una carta dirigida a un colega que aca­
baba de escribir un libro titulado Human Motives, por ejemplo, anotó: "Creo que
teniendo en cuenta mi justicia y consideración hacia los demás, y el hecho de que no
me guste hacer sufrir ni aprovecharme de nadie, puedo ponerme al nivel de las mejo­
res personas que he conocido. Nunca he hecho nada malo o mezquino".
¿Nunca? ¿Quién de nosotros puede secundar semejante presunción?
Aplicada al agresivo Freud, encarnizado reprobá d or sin ningún tipo de limitación,
se trataba de una declaración particularmente improbable. Veinticinco años des­
pués de haber repudiado por herejía a su antiguo discípulo Alfred Adler;'· por
ejemplo, Freud se regocijó al enterarse de que éste había muerto a causa de una
apoplejía mientras asistía a un encuentro científico en Escocia. "Para un mucha­
cho judío de un suburbio vienés -comentó-, morirse en Aberdeen es la prueba
de una carrera inaudita y de lo lejos que ha llegado. Sin lugar a dudas, el mundo
lo ha premiado sobradamente por sus servicios en contra del psicoanálisis."
Las intensas relaciones de amistad que terminaban en crueles enemistades o
en treguas hostiles se sucedieron una y otra vez. Freud rompió con su antiguo
mentor y colega Josef Breuer, con su compañero del alma, el intelectual Wilhelm
Fliess, y con el sucesor que él mismo había escogido, Carl Jung. La ruptura con
Jung, apreciado "hijo y heredero" , fue especialmente dolorosa. Cuando Jung
acusó a Freud de centrarse en el sexo y excluir el resto de motivaciones humanas,
éste repudió a su seguidor favorito. "Por fin nos hemos librado de ellos, del bru­
tal y mojigato Jung y de sus discípulos", escribió Freud a un colega cuando el

· • El uso de la palabra here¡ía podría parecer un exceso retórico, pero el mismo Freud se refirió a Carl
Jung y a Adler como a "los dos heréticos".

29
La locura en el diván

hecho se hubo consumado. "Toda mi vida he estado buscando amigos que no se


aprovecharan de mí para luego traicionarme; y ahora, no lejos del final natural,
espero haberlos encontrado. "
Las razones que llevaron a Freud a temer tanto l a traición n o forman parte
de nuestro objetivo -dejaremos a otros el trabajo de psicoanalizarlo-, pero algu­
nas de las piezas del rompecabezas están al alcance de nuestra mano. Freud esta­
ba firmemente convencido de haber encontrado la verdad, y había tomado la
determinación de salvaguardarla de todos aquéllos que tergiversaran sus palabras
y tratasen de confundir su mensaje. No había duda de que los seguidores de Freud
adoptarían sus teorías como propias, al amparo de una recta moral que los haría
inmunes a cualquier crítica. Pero los que se opusieron a la verdad -tanto pacien­
tes como profesionales- se tuvieron que enfrentar a la cólera del cruzado ante un
infiel que le cierra el paso. A ningún "adversario, aguafiestas o tergiversador",
advirtió Freud, se le permitiría seguir adelante. "En la ejecución de este deber
-declaró Hanns Sachs, un amigo de Freud- era incansable e inflexible, duro y
afilado como el acero, un cruel enemigo que se acercaba al límite de la venganza."
No podemos pasar por alto que la presión era tan fuerte porque Freud esta­
ba convencido de haber hecho el descubrimiento de la época. "Abiertamente y sin
excusas -señaló en una ocasión Lionel Trilling, un devoto crítico literario freu­
diano-, Freud creyó ser un genio, habiendo' previamente declarado su intención
de ser un héroe." Freud no se describió a sí mismo como un simple ser humano,
sino como una fuerza de la historia. "Sé que tengo un destino que cumplir", decla­
ró. "No puedo huir ni necesito acercarme a él. Lo esperaré."
Seguramente se merecía la fama, puesto que comparó sus teorías con las de
Copérnico y Darwin. A Freud le gustaba explicar que estos dos titanes de la ciencia
habían asestado un duro golpe a la autoestima de la humanidad. Copérnico había
demostrado que la Tierra no es el centro del universo, sino una minúscula mancha en
un barrio mediocre. Darwin había probado que los seres humanos no son la cumbre
de la creación, sino animales que todavía muestran inevitables señales de sus oríge­
nes. Y ahora llegaba Freud para propinar "a la megalomanía humana ... el tercer y
más duro golpe". Demostró que los seres humanos desconocen sus propias motiva­
ciones, que "el ego ... ni siquiera es dueño de su propia casa, ya que debe conformar­
se con la escasa información que le proporciona la parte inconsciente de su mente".
Pero Copérnico y Darwin no fueron los únicos grandes personajes con los
que Freud se comparó. Según John Farrell, un estudioso de Freud, en algún
momento éste también comparó sus hazañas y su atrevimiento con los de las figu­
ras más aclamadas de la historia y de la mitología: los bíblicos José y Moisés,
Edipo, Alejandro Magno, Anibal Guillermo el Conquistador, Colón, Leonardo,

30
El E v a n g e l i o según Freud

Kepler, Cromwell, Danton, Napoleón, Garibaldi, Bismarck e incluso Zeus.


Todavía resultaba más impresionante, solía explicar Freud, que sus triunfos le per­
tenecieran solamente a él. Einstein, por ejemplo, "tuvo el apoyo de una larga serie
de predecesores, de Newron en adelante, mientras que yo he tenido que abrirme
paso a machetazos a través de una jungla enmarañada sin la ayuda de nadie".
Se trataba de un extraordinario alarde de confianza. Y lo más sorprendente
fue que el presuntuoso orgullo de una sola persona pronto se transformó en un
abrumador orgullo institucional. Freud confió plenamente en sus juicios; los psi­
coanalistas de las generaciones posteriores adoptaron estos mismos juicios como
propios y, de manera similar, también asumieron la total confianza de su maestro.

El origen de la confianza de Freud no es difícil de entender. Día tras día, sus


puntos de vista se confirmaban. Analicemos la teoría según la cual los sueños,
invariablemente y sin discusión, representan deseos secretos. Esta teoría recibió,
sobre todo, el apoyo de los pacientes que se mostraron de acuerdo con las inter­
pretaciones que Freud daba a sus sueños. Pero también se benefició del apoyo de
aquéllos que rechazaron enérgicamente su intuición. Freud solía explicar con
orgullo cómo se había ocupado de una paciente cuyo sueño parecía contradecir su
tesis. Se trataba de una mujer a la que no le gustaba su suegra y que había hecho
todo lo posible para asegurarse de no tener qúé pasar las vacaciones de verano con
ella. Entonces tuvo un sueño en el que ella y su suegra pasaban las vacaciones jun­
tas. " ¿ No era ésta la mayor contradicción a mi teoría de que en los sueños se satis­
facen los deseos? " , preguntó Freud a sus lectores con la teatralidad de un Houdini
que enseña sus muñecas esposadas a un público perplejo . . . y luego se escapa. "Sin
lugar a dudas -contestó Freud a su propia pregunta-, y sólo fue necesario des­
cubrir la consecuencia lógica del sueño para interpretarlo. El sueño demostró que
yo estaba equivocado. De modo que ella deseaba que yo pudiera estar equivoca­
do, y su sueño mostró ese deseo satisfecho." (En cursiva en el original.)
No se trataba de simple orgullo, sino de orgullo desbordado. No sólo era
improbable que la teoría estuviese equivocada, sino que era prácticamente incon­
cebible. La Iglesia católica habla acerca de la ignorancia invencible; aquí nos
encontramos con la arrogancia invencible.
Su legado fue formidable.

Para nuestros propósitos -estudiar cómo abordaron la enfermedad mental


los seguidores de Freud-, resultan cruciales dos aspectos de su pensamiento. El
primero es que las enfermedades pueden interpretarse igual que los sueños; el segun­
do es que los psicoanalistas sólo disponen de un camino para alcanzar la verdad.

31
La locura en el diván

Si reducimos tanto el enfoque, pasaremos por alto muchos otros aspectos.


Freud se propuso estudiar toda la naturaleza humana, pero nosotros tendremos
que prescindir de algunos conceptos freudianos fundamentales -el complejo de
Edipo, la envidia del pene y el instinto de la muerte, entre muchos otros- para no
desviarnos del tema. Tampoco analizaremos los cambios del pensamiento de
Freud a lo largo de su dilatada vida, ni las escisiones que, hace mucho, dividieron
al psicoanálisis en campos rivales. El banquete freudiano es rico y resulta vergon­
zoso limitar nuestro estudio a dos puntos. Pero no hemos rechazado los platos
principales en favor de unos cuantos aperitivos insípidos. Es como si sólo tuviéra­
mos tiempo para estudiar las pinturas de Leonardo, pero no sus inventos; o las
obras teatrales de Shakespeare, pero no sus sonetos.
Cuando examinemos el legado de Freud nos ceñiremos escrupulosamente a
sus propias palabras. La versión más seductora de la saga freudiana es la que
expone su propio creador. Freud fue un artista dotado y sus historiales médicos se
leen como relatos breves. (Para su consternación, Freud nunca recibió el Premio
Nobel, aunque ganó el Premio Goethe de Literatura. ) Pocos rivales pudieron com­
petir con una Scheherazade psiquiátrica, en especial con una cuyos relatos exuda­
ban sexualidad. Los críticos objetaron que las teorías de Freud difícilmente podí­
an considerarse científicas, pero la mayoría de los lectores rechazaron tales obje­
ciones calificándolas de pedantes y aburridas. "Es t'oy harto de tanta palabrería
muerta", susurró el analista norteamericano Smith El y Jelliffe a un colega en un
encuentro de la American Neurological Association. "Ojalá entrase una mujeí
bonita y me explicara un sueño."
Freud fue un escritor cautivador, con un don para la creación de vívidas y, en
ocasiones, sorprendentes imágenes y analogías, algunas de las cuales no eran más
que comentarios casuales, chispas que saltaban del yunque del creador. En una
carta a un amigo, por ejemplo, Freud reconoció que tenía una nueva teoría que
todavía no estaba completamente desarrollada. "Presentarla ahora -escribió-,
sería como enviar a un feto hembra de seis meses a un baile." Cuando criticó el
libro sobre sueños de un competidor, después de aceptar a regañadientes que el
autor había hecho algunas aportaciones interesantes, Freud barbotó: "El cerdo ha
encontrado trufas".'' Esta intensidad se mantenía en sus escritos formales. No
contento con señalar, por ejemplo, que para aprender sobre el propio inconscien-

* El cerdo era Wilhelm Stekel. En una ocasión, Stekel se describió a sí mismo como "el apóstol de

Freud, que fue mi Cristo " . Pero entonces cometió el doble pecado de apoyar a Adler y de atreverse a
comparar su trabajo sobre los sueños con el de Freud. Stekel citó con humildad la máxima del enano
que, sobre los hombros de un gigante, ve más que éste; pero Freud no se calmó. "Eso puede ser cierro
-gruñó-, pero no en el caso de un piojo sobre la cabeza de un astrónomo. "

32
El Evangelio según Freud

te era mejor echarse durante meses en el sofá que leer, también llegó a afirmar que
cualquier otro atajo equivalía a "repartir cartas de menú en tiempos de ca restía " .
Incluso sus comentarios breves eran provocativos. Consideremos, por ejem­
plo, esta interpretación clásica sobre por qué algunas personas son supersticiosas:
"La superstición es, en gran medida, la espera de un desastre; y una persona que
con frecuencia ha deseado el mal a otros, pero que ha reprimido estos deseos en
el subconsciente debido a su educación, estará especialmente dispuesta a recibir un
castigo por su maldad inconsciente bajo la forma de un desastre que le amenaza
desde fuera". O ésta sobre la enfermedad: "Durante mucho tiempo hemos obser­
vando que cualquier neurosis tiene como resultado, y probablemente como pro­
pósito, forzar al paciente a escapar de la vida real". La frase clave, y probable­
mente como propósito, parece una idea adicional. Pero es un toque magistral,
puesto que una exposición de brillantez informal como ésta hace que Freud se con­
vierta en el científico más deslumbrante, en el científico al que le sobran los cono­
cimientos.
A pesar de todo, el ardid literario favorito de Freud no fue la aportación
casual, sino las series elaboradas de textos, generalmente agrupadas como analo­
gías. Cuando en 1909 llegó el momento de explicar la noción de los recuerdos
reprimidos a su primer público norteamericano en la Universidad de Clark, Freud
-
adoptó con rapidez un lenguaje que se alejaba del estilo académico. En Londres,
señaló, existían dos monumentos. Uno en conmemoración a la reina Eleanor, que
murió en el siglo XIII; y el otro en honor de las víctimas del Gran Fuego de 1 666.
¿Qué pensaríamos, preguntó Freud a sus oyentes, de un par de londinenses que en
la actualidad rompiesen a llorar al contemplar estos monumentos? "Todos los his­
téricos y neuróticos se comportan como estos tontos londinenses. No sólo recuer­
dan las experiencias dolorosas del pasado remoto, sino que incluso se aferran a
ellas emocionalmente; no pueden liberarse del pasado y, por ello, desatienden lo
que es real e inmediato. "
En l a charla del día siguiente, también en l a Universidad d e Clark, Freud
explicó los conceptos de represión y de resistencia por medio de una analogía
todavía más elaborada:
Supongamos que en esta sala de conferencias y entre este público, cuyo comedimien­
to y atención no puedo dejar de alabar, haya, no obstante, alguien que cause proble­
mas y que con su risa maleducada, su cháchara y el ruido de sus pies me distraiga de
mi cometido. Entonces yo anuncio que no puedo seguir con la charla, y de inmedia­
to tres o cuatro de ustedes, que son hombres fuertes, se levantan y tras una breue
lucha ponen al importuno de patitas en la calle. Así pues, ha sido reprimido y yo
puedo seguir con la conferencia. Pero para que la interrupción no vuelva a repetirse.

33
La locura en el diván

en el caso de que el individuo expulsado intente entrar otra vez, los caballeros que
han ejecutado mi voluntad colocan sus sillas contra la puerta y establecen una resis­
tencia cuando la represión ya se ha llevado a cabo . . .
S i s e detienen a pensar e n ello, la expulsión del importuno y la presencia de los
guardianes junto a la puerta quizás no signifiquen el final de la historia. Puede suce­
der perfectamente que el individuo expulsado, ahora amargado y peligroso, nos cause
más problemas. Es cierto que ya no está entre nosotros; nos hemos librado de su pre­
sencia, de su risa insultante y de sus comentarios sotto voce. No obstante, en algunos
aspectos la represión ha fracasado; ahora se está exhibiendo de forma intolerable
fuera de la sala, y con sus gritos y golpes en la puerta interfiere en la charla incluso
más que con su comportamiento anterior. En estas circunstancias no podríamos dejar
de sentirnos contentos si nuestro respetado presidente, el doctor Stanley Hall, quisie­
ra asumir el papel de mediador y pacificador. Él hablaría con la ingobernable perso­
na del exterior y luego nos pediría que la volviésemos a admitir; él mismo nos garan­
tizaría que ahora se comportaría mejor. Teniendo en cuenta la autoridad del doctor
Hall, decidiríamos suspender la represión, y la paz y la serenidad volverían a restau­
rarse. Esta historia nos muestra un retrato bastante fiel de la tarea del psicólogo en el
tratamiento psicoanalítico de la neurosis.

La actuación de Freud en la Universidad de Clark nos da una idea del moti­


vo por el que resultaba tan atractivo. Las personas del público experimentaban la
sensación de haber sido iniciadas en una socieda d �ecreta, de encontrarse entre los
elegidos, investidos de poderes insospechados para la mayor parte de la humani­
dad, capaces de ver más allá de las máscaras que otros no alcanzaban ni siquiera
a distinguir. "Aquél que tiene ojos para ver y oídos para oír se dará cuenta de que
ningún mortal puede guardar un secreto", había declarado Freud algunos años
antes. "Si sus labios callan, hablará con la punta de los dedos; el secreto mana de
él y de cada uno de sus poros. Y entonces se hace posible la tarea de traer a la
consciencia los pensamientos más recónditos de la mente. " Para aquéllos de nos­
otros que hubiésemos sido iniciados en los misterios del psicoanálisis (pero sólo
para nosotros), el mundo se vería despojado de sus disfraces y se revelaría bajo s u
verdadera luz. S e trataba, como veremos, d e u n a invitación destinada a seducir a
públicos de todo el mundo.
Pero, ¿qué había de nuevo en ello? Aunque mucha gente todavía lo piense,
Freud no fue el primer psiquiatra (de hecho, era neurólogo de formación). La psi­
quiatría fue una profesión reconocida como tal aproximadamente desde 1800.
¿Cuál fue la contribución de Freud? ¿Qué aportó el psicoanálisis a la psiquiatría?
Éstas fueron preguntas a las que Freud contestó con satisfacción. Y empezó
-criticando el estado en que había encontrado a la psiquiatría. Era "puramente des­
criptiYa ··, afirmó Freud en una conferencia en 1 9 1 5 . Y, por lo tanto, apenas

34
El Evangelio según Freud

-merecía el nombre de ciencia " . En psiquiatría "no se estudia el origen, el meca­


msmo o las interrelaciones de los síntomas" que afligen a los pacientes. Antes de
Freud, los psiquiatras se habían limitado a poner etiquetas a los pacientes; Freud
se ocupó de llegar al fondo de sus problemas. La psiquiatría nunca superó la des­
.:: npción; y el psicoanálisis avanzaba para proporcionar la intuición.
La psiquiatría convencional no había alcanzado "el conocimiento básico",
declaró Freud desdeñosamente. Pacientes neuróticos de todas clases "van al
medico para que les cure sus trastornos nerviosos", continuó. "Y los médicos
establecen las categorías en las que se dividen estos males. Luego las diagnosti­
.:: a n, cada uno según su criterio, bajo diferentes nombres: neurastenia, psicaste­
rua. fobias, neurosis obsesiva, histeria. A continuación, examinan los órganos
que producen los síntomas: el corazón, el estómago, los intestinos, los genita­
.es .
.. y descubren que están sanos. Entonces recomiendan un cambio de ritmo e n
e. modo de vida habitual d e l paciente: vacaciones, ejercicios fortalecedores,
: mcos . . . y de esta manera consiguen mejoras temporales, o ningún tipo de
�esultado."
Ernest Jones, uno de los primeros discípulos de Freud y posterior biógrafo,
:Ue más categórico al hablar sobre los defectos de la psiquiatría comparada con el
?SIWanálisis. Al igual que su maestro, Jones retrató a los psiquiatras prefreudianos
..:: ;Uisa de un grupo de indecisos desesperados -ante un abismo, como un grupo de
.:h¡quillos intentando con empeño, pero en vano, abrir el coche de papá y arrancar
e: moror. " Estos médicos recomiendan despreocupadamente a un paciente tortu­
rado por la obsesión que j uegue al golf o que haga un crucero; muchos pacientes
..,;,téncos que resultan problemáticos son internados en clínicas de reposo, donde
..;.:u hipotética desnutrición del cerebro -más imaginaria que la angustia real que
e5ta sufriendo el enfermo- se cura por medio de la administración de leche y fos­
:aros. Cuando la futilidad de estos métodos se vuelve demasiado evidente, el médi­
� sólo acierta a recurrir a la desaprobación moral, y entonces pronuncia palabras
ai:'USI\·as acerca de la pereza, la obstinación y la rorpeza moral habitual del pacien­
:e: un npo de tratamiento no mucho más eficaz que el primero."
El análisis freudiano, se apresuró a puntualizar Jones, era mucho más efecti­
vo. ··El psicoanálisis -declaró- proporciona a la profesión médica precisamente
lo que le falta: el conocimiento de estos trastornos y el poder de tratarlos." Sin
::':!lbargo. añadió Jones con indignación, los psiquiatras habían hecho todo lo posi­
-:...,e para rechazar este doble regalo. Solían "sentirse ofendidos cuando les decía­
que los trastornos neuróticos podían comprenderse y curarse, ya que ello
::n:-h

:equena muchos esfuerzos". Resultaba más fácil ignorar las quejas del paciente o
.:ulrarlo por su sufrimiento.

35
La locura en el diván

Es una historia emocionante -todo era desorden y confusión hasta que un


genio singular se detuvo a observar y sacó a relucir el orden del caos- que, según
Freüd y Jones, tenia una clara relación con el gran triunfo de Isaac Newton en el
campo de la física. "La naturaleza y las leyes de la naturaleza yacían escondidas en
la noche 1 Dios dijo: '¡Exista Newton!' . Y se hizo la luz." Pero Alexander Pope había
proclamado, y Newton explicado, únicamente el mundo inanimado. Freud había lle­
gado más lejos para descifrar la naturaleza humana y, además, curar la enfermedad.
Desde el punto de vista de los historiadores menos partidarios de Freud y
Jones, las aportaciones de Freud no resultaban tan claras. Los sueños, por ejem­
plo, habían sido considerados significativos desde los tiempos bíblicos y su inter­
pretación de acuerdo a las teorías freudianas de simbolismo sexual precedió a
Freud en décadas. Asimismo, el inconsciente era un terreno ya conocido antes de
que Freud se ocupara de estudiarlo. Su mentor, Josef Breuer, observó en 1895, en
los inicios de la carrera de Freud, que "apenas parece necesario seguir argumen­
tando a favor de las ideas actuales sobre el inconsciente o el subconsciente. Se
encuentran entre los hechos más comunes de la vida cotidiana " . En el impresio­
nante y respetado estudio de Henri Ellenberger, Discovery of the Unconscious,
Freud ni siquiera aparece a lo largo de las primeras cuatrocientas páginas.
Tanto Nietzsche como Schopenhauer, entre otros, describieron el inconscien­
te de una forma que se anticipaba sorprendentemértte a Freud. De hecho, Freud
señaló que Nietzsche había desarrollado "conjeturas e intuiciones que a menudo
concuerdan, de la forma más asombrosa, con los laboriosos hallazgos del psicoa­
nálisis", y citó como ejemplo un aforismo de Nietzsche: '"Yo hice esto', dice mi
memoria. 'Yo no pude haber hecho esto', dice mi orgullo, y permanece inexora­
ble. Al final, la memoria se rinde." De forma similar, Freud también reconoció que
un fragmento de Schopenhauer "coincide tan claramente con mi concepto de
represión que, una vez más, debo la suerte de haber descubierto algo al hecho de
no ser culto " .
Y tampoco fue la contribución d e Freud l a que abrió los ojos d e los inocen­
tes vieneses a la realidad y variedad de la represión sexual. Al margen de Freud, la
Viena del cambio de siglo fue una ciudad en la que abundaron las charlas sobre
sexo. Recordemos, por ejemplo, al colega de Freud en la Universidad de Viena, el
psiquiatra Richard von Krafft-Ebing, que acuñó los términos sadismo y maso­
quismo, y que publicó un gigantesco informe sobre las anomalías sexuales,
Psychopathia Sexualis. Las novelas sobre sexo y los estudios de divulgación gene­
ral sobre tópicos como el sexo en el reino animal circulaban por todas partes.
Vi�na no aceptó las ideas de Freud, es cierro; pero no porque su gente las encon­
trara sorprendentes.

36
El Evangelio según Freud

La mitología freudiana describe a un genio luchador que concibió por sí


mtsmo un retrato sin precedenres de la mente humana. Esta versión es demasiado
·stmple. "La leyenda actual -como señala Henri Ellenberger en su estudio
Drscovery of the Unconscious- [ . . . ] pasa por alto el trabajo de otros investiga­
dores sobre el inconsciente, los sueños y la patología sexual. Mucho de lo que se
atribuye a Freud formaba parte de un confuso saber tradicional, y su labor con­
ststió en cristalizar tales ideas y proporcionarles una forma original."
No fue un logro despreciable. La existencia del inconsciente, por ejemplo, se
demostró antes de Freud, pero nunca fue estudiada con tanta devoción. Ningún
predecesor suyo exploró con tanto detenimiento la noción según la cual el hom­
bre no es simplemente un ser racional, sino también un animal social sujeto a
pasiones incontroladas e impulsos. Freud no creó algo a partir de la nada, como
a veces proclamaba; sistematizó lo que había sido fruto del azar y trasladó el pres­
tigio de la medicina a tópicos hasta ahora meramente literarios.
Freud sigue vivo, puesto que todavía es un icono de nuestra cultura; pero el
.:arácter de su inmortalidad es algo curioso. Por un lado, se le aclama como al titán
que descubrió el inconsciente y reveló que todos nosotros, demasiado a menudo,
pasamos por alto nuestras propias motivaciones. Esto equivale a admirar a Freud
por unos descubrimientos que, a su parecer, tenían una doble lectura. Si bien los
proclamó como propios, también los rechazó porque se trataba de conocimientos
ordinarios. Shakespeare e innumerables artistas, escribió Freud a menudo, habían
alcanzado intuiciones generales similares muchos siglos antes de que lo hiciera él.
Por otro lado, Freud realizó contribuciones específicas que consideró nuevas, ines­
timables y de su propiedad: el complejo de Edipo, la envidia del pene, Jos sueños
como deseos, etc. Y aquí es el público quien ha utilizado dos raseros. O más de
dos. Muchos psiquiatras, y algunas personas inexpertas, valoran estos conoci­
mientos como piezas de museo. Pero los freudianos ortodoxos, aunque solamente
sobrevivan unos cuantos, todavía se aferran a las ideas de Freud. E incluso aque­
llos psicoanalistas que rechazan la mayor parte de las teorías freudianas tienden a
aceptar principios centrales como las asociaciones libres y la transferencia.
Por lo tanto, la posteridad todavía tiene que alcanzar un consenso acerca de
la figura de Freud. Los psiquiatras están divididos equitativamente en dos bandos
predecibles, pero la actitud de los no profesionales es más curiosa. Las nociones
que el público identifica más estrechamente con Freud, como el inconsciente, son
las que él menos reivindicó; las ideas que el público ha rechazado, como la envi­
dia del pene, son las que Freud consideró más suyas. Desde un punto de vista cul­
mral, seguimos honrando a Freud. Pero nuestra alabanza se hace eco de la valo­
·
ración que hizo Samuel Johnson de un trabajo actualmente olvidado: "Su manus-

37
La locura en el diván

crito es bueno y original, pero la parte que es buena no es original, y la parte que
es original no es buena".

Por nuestra parte, nos basta con señalar que Freud creyó sinceramente haber
encontrado la clave del comportamiento humano. "Tengo la sensación inequívo­
ca -declaró- de haber descubierto uno de los grandes secretos de la naturaleza."
La fe en una gran teoría que atara al universo entero en un ordenado paquete
empezó siendo sólo de Freud. Pronto se extendió a un grupo de seguidores, y luego
a los seguidores de los seguidores, y así sucesivamente, como una señal revelado­
ra de abolengo. Lo que empezó como una orgullosa esperanza de un único y audaz
pensador, se convirtió en un credo que afectó a innumerables vidas .

• ¡

38
CAPÍTULO D O S

E l po der de la convicción

En tal caso el no equivale al deseado sí.

- ��G�IU:'\D FREUD

:::1 hangelio fue difundido por una pandilla de auténticos creyentes. Alimentados
;.a: un arrebato ideológico, reforzados por un constante flujo de nuevos reclutas,
a .1:1Zando con entusiasmo bajo la bandera freudiana, no tuvieron ni tiempo ni
_;..l;i.l :. de considerar otros puntos de vista. Y si se encontraron con algún obstácu-
a lo largo del camino, no le prestaron atención; continuaron corriendo despre­
-upadamente hacia delante.
Este fervor ideológico, y todos los peligros q ue lo acompañaban, podía adivi­
�.use en la figura de Freud. Pero igual que ocurre con las primeras señales de fiebre,
::-s<o signos de advertencia pasaron desapercibidos. Entre todos ellos, dos tendrían
�ue haberse considerado especialmente preocupantes. El primero fue la inclinación
.:e Freud a realizar declaraciones demasiado radicales. Si analizamos el trabajo de
;::eud, comprobaremos que las palabras siempre, nunca, invariablemente e infali­
b:emente, se repiten como golpes de tambor. El segundo signo de advertencia fue
qLie. casi obsesivamente, Freud redujo el espectro de posibles motivaciones humanas
.1 un único impulso de gran intensidad: el sexo. "Sea cual sea el caso o el síntoma
que tomemos como punto de partida --declaró Freud en una conferencia sobre la
h.sreria en 1 8 9 6-, al final, infaliblemente, desembocaremos en el campo de la expe­
p:encia sexual." (En cursivas en el original.) Se trataba de una ley de validez univer­
SJI. añadió Freud en la misma charla, en la que también resumió este punto de vista
.::on un ademán de triunfo: "En el fondo de cualquier caso de histeria existe uno o
n:.:1s su cesos de experiencia sexual prematura". (En cursiva en el original.)
A lo largo de su carrera, Freud cambió de opinión respecto a muchos temas,
pero nunca se apartó de esta idea central. Por así decirlo, desde el principio hasta
el final \'io sexo por todas partes. "Sólo puedo limitarme a repetir y repetir -ya
que no encuentro otro motivo- que, en general, la sexualidad es la clave de los

39
La locura en el diván

problemas de psiconeurosis y de neurosis", insistió en 1 905. "Quien rechace esta


llave, nunca podrá abrir la puerta." En 1 9 0 6 confirmó este punto de vista mucho
más directamente. "Si la vita sexualis es normal -escribió-, no puede producir­
se la neurosis."
Y no hizo excepciones. "Todas las personas de este planeta se enfrentan a la
tarea de dominar el complejo de Edipo", escribió en 1 920. "Y todos los que fra­
casan al hacerlo, caen bajo las redes de la neurosis." "Cada vez está más claro
-repitió en 1924- que el núcleo de los casos de neurosis es el complejo de
Edipo." Era "la experiencia más importante de la infancia ", añadió en 1 93 8 , seña­
lando que "ningún ser humano puede escapar a tan traumática experiencia".
La noción de que lo niños no sólo quieren a sus padres, sino que también los
desean; de que no sólo se enfadan con ellos, sino que experimentan una furia ase­
sina, podría sorprender a sus lectores por "desagradable e increíble", reconoció
Freud. Pero los hechos eran los hechos. "Debo insistir en que el psicoanálisis ha
demostrado, más allá de cualquier duda, el carácter de estas relaciones -decla­
ró-, y nos ha enseñado a reconocer en ellas la clave de las neurosis."
Se trataba de una afirmación característicamente freudiana; una afirmación
que, simultáneamente, asentaba una ley universal y revelaba un mensaje sexual.
Respecto a la paranoia, por poner otro ejemplo, Freud afirmaba que "la ilusión
de sentirse perseguido depende invariablemente & la homosexualidad " . El tema
de estudio podía cambiar, pero el tono no. Sobre las mujeres: "Todas las mujeres
sienten que fueron lastimadas en su infancia y que, sin tener ninguna culpa, fue­
ron despreciadas y despojadas de una parte de su cuerpo". Sobre los niños:
" Respecto a los niños, el deseo de engendrar un hijo con sus madres siempre está
presente ". Sobre las niñas: " Respecto a las niñas, el deseo de tener un hijo con sus
padres también es constante " .
Aunque su preocupación por e l simbolismo sexual era muy profunda, Freud
la dejaba a veces de lado. Pero el impulso de proclamar leyes universales que lo
abarcaran todo era demasiado fuerte para prescindir de él. "El motivo de enfer­
mar -señaló- es, sin ninguna excepción, la obtención de alguna recompensa."
Pongamos orro ejemplo. Para explicar los significados ocultos de lo que actual­
mente se conoce como lapsus freudianos, Freud comentó con su acostumbrado
desdén las interpretaciones alternativas. " ¿ Es ésta la explicación de todos los casos
de lapsus?", preguntó utilizando la cursiva para subrayar su atrevimiento. "Estoy
seguro de ello y creo que cada vez que alguien investigue un caso de lapsus, ésta
es la conclusión a la que llegará."
Asimismo, todas las fobias a algún animal grande tenían una única explica­
ción. "Ocurría lo mismo en todos los casos: cuando los niños se convertían en

40
E l poder de la convicción

-:..:.:hachos, su miedo, que en el fondo estaba relacionado con sus padres, queda­
:'.! �amplemente desplazado hacia un animal." Y todas las adicciones eran, por
s..:puesro, una única adicción camuflada. "La introspección hizo que poco a poco
-:e diera cuenta -escribió Freud- de que la masturbación es el hábito de mayor
:.::l?Ortancia, la adicción primaria, y es solamente como sustitutas de ésta que las
::as adicciones -al alcohol, a la morfina, al tabaco, etc.- entran a formar parte
:e la existencia."
La predilección de Freud por las explicaciones que lo abarcaban todo fue una
;arre fundamental de su pensamiento, tan profundamente arraigada como su
.Fersión a la religión o su entusiasmo por la arqueología. Significativamente, llegó
.1 convertir este capricho personal en una ley universal. "La humanidad -afir­
;:¡o- siempre ha abrigado el deseo de abrir todos los secretos con una única
. .n·e. Fuera o no cierto para la humanidad en general, fue claramente válido para
··

?:-eud . (Casi tan pronto como empezó a tratar a Dora, la adolescente aquejada de
.1-::cesos de tos y apnea, Freud escribió que el nuevo caso "se había abierto pro­
;:esivamente gracias a su colección de ganzúas" . ) Ya en 1907, Josef Breuer, el
.:olega más veterano de Freud y su antiguo mentor, le advirtió de los peligros de
esta despiadada inclinación individualista. "Freud es un hombre acostumbrado a
;:-renunciar declaraciones absolutas y exclusivas", escribió Breuer. "Se trata de una
:;.ecesidad psíquica que, en mi opinión, conduce a úrla generalización excesiva . " ''
La advertencia de Breuer es especialmente importante porque, en los años
posteriores, los psiquiatras invocarían a Freud como el santo patrón de mentali­
.::a d abierta que les había enseñado a respetar la individualidad y complejidad de
.::ada paciente. Sin embargo, describieron a los científicos como expertos que
observan a los pacientes como si no fueran más que probetas de laboratorio.
Escandalizados, los analistas acusarían a sus rivales científicos de reduccionistas,
una desagradable expresión con la que se pretendía dar a entender que los bio­
químicos, los neurólogos y los expertos en genética trataban de reducir la profun­
didad del alma humana a unas cuantas cifras distribuidas en un gráfico.
A Freud se le ha acusado de muchas cosas, pero sería completamente equi­
\·ocado pensar que se hubiera aliado con aquéllos que consideraban a los científi­
cos unos pedantes de sangre fría. El mismo Freud se formó como científico y se

• El gr,ln rival de Freud, Carl jung, fue tan individualista y dogmático como él, solo que descubría reli·
":::JÓn allí donde Freud identificaba sexo. " Entre todos los pacientes que he tratado en la segunda mirad
.:!e m1 nda, es decir, durante unos treinta cinco años, no ha habido ninguno cuyo problema, en úlrima
n>rancia, no consistiese en encontrar un sentido religioso a la vida. Es cierro que cada uno de ellos
enfermó porque había perdido lo que las religiones predominantes de cada época aportan a sus segUJ·
dores. y que ninguno de ellos se llegó a curar sin recuperar su perspectiva religiosa."

41
La locura en el diván

enorgullecía de tener una fuerte inclinación práctica y científica. La creencia de


que algún día la psicología se establecería sobre una sólida base científica fue una
constante- a lo largo de su vida. Reveló esta esperanza en 1 895, en los albores de
su carrera, a raíz de una empresa extremadamente ambiciosa denominada Project
for a Scientific Psychology. El propósito de este proyecto, como explicó Freud en
su discurso de apertura, era "proporcionar una psicología equiparable a una cien­
cia natural". El Project pronto derivó en frustración y desesperación. Después de
medio año de trabajo febril y frenética excitación, Freud lo admitió: " Ya no com­
prendo el estado mental en que ideé la psicología . . . parece haber sido una especie
de locura" . A pesar de todo, siguió respaldando este objetivo después de descar­
tar aquel primer intento de solución. "El Project, o más bien su fantasma invisible
-escribió James Strachey, editor de la edición clásica inglesa de los trabajos de
Freud-, aparece en los escritas teóricos de Freud hasta el final."
El psicoanálisis era una ciencia, insistía Freud, y sus descubrimientos eran
leyes de la naturaleza. Estas leyes podían ser explicadas con habilidad o con tor­
peza, pero se trataba de descubrimientos científicos y no de creaciones artísticas.
"No debéis pensar que el punto de vista psicoanalítico que ahora explico es un
método especulativo", advirtió. "Todo lo contrario: es empírico. " Incluso el
implacable empeño de Freud en centrarse en el sexo tenía su origen en su deseo de
cimentar la psicología en la biología. "En los procesbs sexuales -escribió Freud
a Jung- encontraremos la base orgánica indispensable sin la cual un médico se
sentiría incómodo a la hora de tratar la vida de la psique."
De modo similar, la gran virtud de la teoría de los sueños, la eterna favorita
de Freud, era precisamente la de arrebatar los sueños a la mente confusa y expli­
carlos científicamente. Hay que señalar que esta argumentación era completa­
mente reduccionista. Cada uno de los elementos de un sueño, por muy triviales
que fueran, tenía un significado profundo. Todos los sueños, prácticamente sin
excepción, eran el resultado de un deseo. Y sólo un método de interpretación de
los sueños, el psicoanalítico, resultaba válido.

La fe de Freud en sus descubrimientos fue inquebrantable. Consideremos,


por ejemplo, la explicación de la neurosis de guerra de los soldados que lucharon
en la Primera Guerra Mundial. Se trataba de hombres que sufrían una terrible
angustia emocional a pesar de no tener heridas físicas. Obviamente, se les consi­
deraba neuróticos y, sin embargo, sus aflicciones eran el resultado de los traumas
padecidos en el campo de batalla y no en la guardería. ¿Cómo encajaba aquí el
sexo (supuesto núcleo de todas las neurosis)? Freud se mostró impertérrito. "La
-
perturbación mecánica -explicó, refiriéndose a l rugido de las hélices y al estruen-

42
El poder de la convicción

_ en las trincheras de guerra- debe ser reconocida como una fuente de excira­
-on sexual . "
Freud ni siquiera s e inmutó cuando una paciente d e catorce años murió poco
-e�pués de que él le hubiera dado el alta:

La muchacha enfermó de una inconfundible histeria que, de hecho, se curó ensegui­


da y por completo bajo mis cuidados. Cuando hubo mejorado, sus padres la alejaron
de mí. Ella, sin embargo, seguía quejándose de unos dolores abdominales que habí­
alz jugado un papel muy importante a la hora de establecer el cuadro clínico de su his­
teria. Dos meses más tarde, murió a causa de un sarcoma de las glándulas abdomi­
nales. La histeria, hacia la cual ella estaba predispuesta, fue provocada por el tumor
)' yo, centrado completamente en las escandalosas pero inofensivas manifestaciones
de la histeria, tal vez pasé por alto las primeras señales de esta insidiosa e incurable
enfermedad.

Aunque la singularidad de este texto pueda despistarnos momentáneamente,


esre comentario nos revela un hecho extraordinario. Freud nos dice que una
?acieme acude a él quejándose de dolores de estómago y que su diagnóstico reve­
.a que padece una inconfundible histeria. Dos meses más tarde, muere de cáncer
de estómago. Un hombre más modesto hubiera puesto en duda su diagnóstico.
Pero aunque la paciente que él había curado por completo ahora estuviese muerta
,. aunque sus dolores abdominales hubiese'n continuado tras su supuesta recupera­
ción, ¡Freud seguía afirmando que no se había equivocado al diagnosticarle histe­
ria! Naturalmente, es posible que padeciera un estado de histeria y un cáncer, pero
esto demuestra la extraordinaria seguridad con que Freud lo dio por sentado.

Si la brutal evidencia de la muerte de una adolescente no pudo convencer a


Freud de que cambiara de opinión, difícilmente podría tener esta suerte un simple
paciente. Cuando Freud le explicó a Dora que, a pesar de sus esfuerzos por recha­
zar al señor K, estaba enamorada de él, por ejemplo, la tozuda jovencita de die­
ciocho años le contestó con "una enfática negativa" . Freud apenas se detuvo para
recobrar el aliento. Esta negación era la prueba de que había tenido razón desde
el principio. "El no pronunciado por un paciente cuya percepción consciente entra
en contacto con un pensamiento reprimido por primera vez, no hace más que
constatar la existencia de una represión y su gravedad; actúa como si se tratara de
un indicador de la fuerza de la represión", declaró. "Si en lugar de considerar este
no como la expresión de un punto de vista imparcial (expresión que, sin lugar a
dudas, el paciente es incapaz de realizar) lo ignoramos, y si continuamos traba­
jando, pronto descubriremos la primera evidencia de que, en tal caso, el no equi­
vale al deseado sí."

43
La locura en el diván

Pero Freud también proporcionó innumerables ejemplos de interpretaciones


que sus pacientes aceptaron con un sí. En estos casos, sí significaba sí, y Freud
ohtenía la confirmación de que sus interpretaciones eran correctas. Llegó a reco­
nocer que lo consideraba como una pequeña palmada de aprobación, y en otro
ensayo se tomó el trabajo de justificar esta opinión:

"Así que ésta es su técnica ", me suelen decir. '"Cuando una persona que ha sufrido un lap­
sus dice algo acerca de esta dolencia que a usted le conviene saber, la proclama como máxi­
ma autoridad sobre el tema. ¡Lo dijo él mismo! Pero cuando lo que dice no le conviene,
entonces se apresura a afirmar que no tiene importancia, que no es necesario hacerle caso. "
Es totalmente cierto. Pero puedo exponerles un caso similar en el que se pro­
duce este mismo y monstruoso hecho. Cuando la persona acusada de cometer un deli­
to confiesa sus actos al jue::_, el jue::_ cree su confesión; pero cuando la niega, el juez
no la cree. De otro modo, 110 tendríamos administración de justicia y, salvo algún
error ocasional, debemos reconocer que el sistema funciona.

Se trata de un fragmento de retórica muy engañoso, puesto que la analogía


escogida como ejemplo es muy cuestionable. ¿Acaso un lapsus exige una confe­
sión? ¿Acaso Freud era juez imparcial? ¿Acaso es cierto que un juez rechaza auto­
máticamente cualquier confesión de inocencia ? * Sin una respuesta para estas pre­
guntas, la j ustificación de Freud parece un argumento pero su significado no va
más allá que el de este conocido dicho: "Cara, gano; cruz, pierdes".

Sin embargo, en dos áreas, una restringida y otra amplia, Freud desplegó una
cautela desacostumbrada. Dos veces advirtió a sus seguidores. Dos veces lo igno­
raron. Y en ambos casos las consecuencias fueron fatales.
Como veremos más adelante, cuando por fin se empezaron a tratar enferme­
dades mentales más importantes, los discípulos de Freud no honraron a su maes­
tro. Ignoraron las mejores cualidades de Freud (la inteligencia, una curiosidad
extrema, el respeto por la ciencia) y solamente emularon sus peores rasgos (el
fanatismo ideológico, la suficiencia intelectual y el rechazo total de la opinión de
los demás). Después de Marx, Brezhnev.
La primera de las advertencias de Freud, la del área restringida, estaba rela­
cionada con la psicosis en oposición a la simple neurosis. Estos trastornos mayo­
res, señaló Freud, se encontraban fuera de su alcance. A diferencia de los psiquia-

'' Freud se planteó estas preguntas. "Entonces, ¿es usted juez ? " , imaginó que le preguntarían sus inter­
locutores. "Una persona que padece un lapsus, ¿debe ser llevada ante su presencia acusada de haber
cometido algún delito? Así pues, sufrir un lapsus es un deliro, ¿no es cierto? " Pero una vez planteadas,
se largó sin contestarlas.

44
El poder de la convicción

-.l" .!el pasado, los psicoanalistas debían concentrarse en la neurosis más que en
_._:ura. Y la esquizofrenia, en particular, tenía que dejarse al margen.
�o era un mensaje equivocado. En 1 9 1 7, por ejemplo, Freud proclamó que
, ;-o:>Icoanalistas habían curado a pacientes que sufrían histeria, ansiedad y neu­
- <=.s obsesiva; pero también declaró que "existen, sin embargo, otras formas de
_-.:.:rmedad en las que ... nuestro procedimiento terapéutico nunca tiene éxito". En
_ ""l.:reto, afirmó que los esquizofrénicos "no experimentan ninguna reacción y
, -; una prueba en contra de la terapia psicoanalítica " .
La única experiencia directa de Freud con la esquizofrenia tuvo lugar al
__ :menzo de su carrera, durante tres semanas, en un hospital mental privado de
.15 afueras de Viena. Todos los pacientes eran ricos, muchos poseían títulos de
-"oleza, y Freud tenía que hacer sus rondas con sombrero de seda y guantes blan-
-_ s. Tres semanas fueron más que suficientes. "Esos pacientes no me interesan",
.:o:tfesó más tarde. "Me aburren ... Siento que no tienen nada que ver conmigo y
..:.Je nada humano los caracteriza. Una forma peculiar de intolerancia que indu­
.:.ablemente me descalifica como psiquiatra."
El problema consistía en que estos extraños pacientes no estaban a su alean­
-e. "�i siquiera nosotros podemos evitar sentir algo de aquel temor reverencial
.:on que la gente del pasado reaccionaba ante la locura", reconoció Freud. Y era
ese infranqueable abismo entre nosotros y ellos el que j ustificaba la ineficacia del
;-siCoanálisis para ayudar a aquellos desgraciados. "Estos pacientes no rechazan al
médico con hostilidad, sino con indiferencia", observó Freud. "Lo que el médico
1es dice los deja impasibles, no provoca ninguna impresión en ellos; por consi­
guiente, el método de curación que nosotros llevamos a cabo con otras personas
-el hecho de volver a despertar el conflicto patógeno y de superar la resistencia
.:a usada por la represión- no puede operarse en ellos. Permanecen como están."
Freud declaró tajantemente que los esquizofrénicos "son inaccesibles a nuestros
esfuerzos y no pueden ser curados por nosotros".
El problema, se apresuró a subrayar, no era que él no entendiera la esquizo­
frenia. De hecho, a pesar de haber reconocido su desconocimiento de la esquizo­
frenia, la comprendía perfectamente. La esquizofrenia, y la paranoia en particular,
era el resultado de la lucha del paciente por rechazar unas tendencias homose­
xuales incontrolables e inaceptables. (Examinaremos las opiniones de Freud sobre
la esquizofrenia en el Capítulo 5.) Teniendo en cuenta su predilección por los
impulsos sexuales reprimidos, ésta era una explicación que sonaba familiar.
Pero explicar una enfermedad es distinto que tratarla. Como los pacientes
esquizofrénicos mostraban indiferencia ante las revelaciones de sus psiquiatras �-­

por lo tanto, hacían imposible el tratamiento, el terapeuta no tenía otra elección

45
La locura en el diván

que atender a pacientes más complacientes. " Sabemos que los mecanismos de la
psicosis no son muy distintos de los de la neurosis", explicó Freud a su devota
seguidora Marie Bonaparte. "Pero no tenemos a nuestra disposición el estímulo
cuantitativo necesario para modificarlos. La esperanza del futuro reside en la quí­
mica orgánica o en el acceso a ella a través de la endocrinología."
Esto nos lleva a la segunda advertencia d e Freud. A diferencia de la primera,
que fue muy clara -¡evitad la esquizofrenia!-, ésta era una apreciación general.
No os toméis demasiadas libertades, advertía un Freud siempre seguro de sí
mismo. En especial, no olvidéis que los seres humanos son el fruto de la herencia
y del entorno, y que ninguno de estos factores debe ser ignorado. "No penséis que
subestimamos" la importancia de la herencia, escribió Freud. "Precisamente como
terapeutas podemos llegar a descubrir su verdadero poder. Nunca debemos hacer
nada para alterarla; por el contrario, debemos considerarla como algo preestable­
cido que pone un límite a nuestros esfuerzos."
Como hemos visto, Freud ignoraba a menudo su propia advertencia. En el
caso de Dora, por ejemplo, comparó la explicación orgánica de su tos con "el
grano de arena alrededor del cual una ostra fabrica su perla" . Un fragmento de
retórica característicamente freudiano. El resultado fue una especie de toma y
daca, reconociendo la posibilidad de que los síntomas de Dora pudiesen tener una
explicación médica convencional al tiempo que restaba importancia a esta idea en
favor de otra más verdadera, más profunda.
Sin embargo, si lo comparamos con la generación posterior, Freud fue un
modelo de autodominio. En el debate sobre la herencia y el entorno, después de la
Segunda Guerra Mundial, los seguidores de Freud se mostraron rotundamente a
favor del entorno, ya que consideraban que los que defendían el bando de la
herencia no eran más que unos racistas camuflados. Esto fue debido, en gran
medida, al escándalo que supuso que los nazis aprobaran la eugenesia. Pero los
psicoanalistas recelaban de la herencia, al margen del racismo, porque la conside­
raban un intento por reducir la psicología a biología. (Aunque Freud, como hemos
señalado, apoyó tal iniciativa.) Afirmaban que este enfoque se había aplicado
durante siglos y que sus resultados nunca fueron satisfactorios. Las bibliotecas
estaban repletas de atrevidas declaraciones, que pronto fueron olvidadas, en las
que se afirmaba que la causa de la esquizofrenia, por ejemplo, eran unos vasos
sanguíneos anormales, ciertas lesiones del cerebro, un exceso tóxico de algún com­
puesto, etc. En el debate en curso, aseguraban los analistas, el campo de la heren­
cia no agrupaba a pensadores, sino a personas de segunda categoría; era el bando
de los alquimistas de los tiempos modernos que barbotaban fórmulas y manipu­
laban probetas de laboratorio desprovistos de cualquier teoría que los guiara.

46
El poder de l a convicción

Freud, por su parte, manifestó su neutralidad respecto a la controversia enrre


la herencia y el entorno. " ¿ lLas neurosis] son el resultado inevitable de una cons­
mllción particular o el producto de ciertas experiencias perjudiciales (traumáticas}
padecidas a lo largo la vida?", planteó en una conferencia en 1 9 1 6 . "Este dilema
'lO me parece mucho más inteligente que este otro: ¿un niño nace porque lo engen­
dra su padre o porque lo concibe su madre? "
Este tono precavido no era normal. E l estilo de Freud estaba mucho más rela­
.:IOnado con la audacia despreocupada que con la moderación profesoral. Y fue
c:sra audacia y este genio lo que los seguidores de Freud emularon. Analicemos,
por ejemplo, este famoso fragmento sobre el simbolismo de los sueños que avan­
za. página tras página, con una exuberancia casi maníaca. Rara vez, un puro era
'-Implemente un puro:

El componente más llamativo, y para ambos sexos más interesante, de los genitales,
el órgano masculino, tiene sustitutos simbólicos que se le parecen en la forma: obje­
tos largos y erectos como palos, paraguas, postes, árboles, etc.; además, también tiene
como sustitutos a otros objetos que compatten con el órgano representado su capa­
cidad para penetrar en el cuerpo y herir: armas afiladas de todo tipo, cuchillos, puña­
les, lanzas, sables; pero también armas de fuego, rifles, pistolas y revólveres (particu­
larmente adecuados debido a su forma). En los sueños de ansiedad de las chicas, el
hecho de ser perseguidas por un hombre co1z un cúchillo o un arma de fuego juega un
papel fundamental. Éste es, quizás, el ejemplo más común de simbolismo en el sueiío
y ustedes tendrían ahora que ser capaces de interpretarlo fácilmente. [Las palabras en
redonda aparecen en cursiva en el original.]

Freud sólo estaba entrando en calor. Al parecer, cualquier objeto más conve­
xo que cóncavo podía simbolizar los genitales masculinos. Y citó sin vacilar unos
.:uanros ejemplos: grifos, bidones de agua, fuentes, lámparas de techo, lápices,
?Ortaplumas, limas de uñas, martillos, globos, aviones, zepelines, serpientes, pes­
.:ados, sombreros, abrigos y capas.
De modo simi lar, también señaló que los genitales femeninos estaban simbo­
uados por "hoyos, huecos y cavidades", así como "vasijas y botellas ... receptá­
.:ulos, cajas, troncos, maletas, cajones y bolsillos", por no mencionar barcos,
armarios, estufas, habitaciones, puertas, entradas, madera, papel, objetos hechos
de madera o papel, caracoles, mejillones, capillas, manzanas, melocotones, cual­
.::;mer tipo de fruta, bosques, matas, paisajes, joyas y tesoros.
Incluso objetos que parecían neutrales, como las escaleras, debían ser despo­
pdos de su disfraz. "Empezamos a prestar atención a la aparición de escalones.
e5.:aleras y escaleras de mano en los sueños -escribió Freud-, y pronto estu\ i-

47
La locura en el diván

mos preparados para demostrar que las escaleras (y otros objetos análogos) eran,
incuestionablemente, un símbolo del coito. No es difícil descubrir la base de la
comparación: llegamos a la cima con una serie de movimientos rítmicos y con la
respiración acelerada; y luego, con unos pocos saltos rápidos, podemos volver a
bajar. Así pues, el patrón rítmico del coito se reproduce al subir."
Se trataba de un j uego carente de normas, y muchos intentos de interpreta­
ción seguramente fueron dudosos. En un influyente ensayo sobre Leonardo da
Vinci, por ejemplo, Freud explicó por qué el gran pintor dejó muchos de sus pro­
yectos inacabados. Sin lugar a dudas, la respuesta estaba relacionada con su infan­
cia, una infancia que ha planteado problemas a muchos escritores puesto que la
mayor parte de la niñez de Leonardo se desconoce. Impávido, Freud dedujo los
hechos más importantes de la infancia del pintor a partir de los hechos que se
conocían de su vida adulta. En particular, Freud estaba convencido (a diferencia
de los eruditos convencionales) de que el padre de Leonardo había descuidado a
su joven hijo. Y a partir de aquí, ya no se detuvo. "No hay duda de que el artista
creativo experimenta hacia sus trabajos los mismos sentimientos que un padre",
señaló Freud. Y como el padre de Leonardo lo había descuidado, Leonardo des­
cuidaba sus creaciones. "Las crea y ya no se preocupa por ellas; igual que su
padre, que no se preocupó por él."
En 1 909, por citar un ejemplo clínico, J;reud publicó el famoso historial
médico del pequeí1o Hans, un niño que tenía fobia a los caballos. Los padres del
chico "eran unos de mis más fervientes partidarios", declaró Freud, que vio a
Hans personalmente una sola vez. El resto del tiempo trató con el padre del chico,
que le entregaba informes sobre las conversaciones que mantenía con su hijo y

volvía a casa con las últimas intuiciones teóricas de Freud.


Desde el punto de vista de Freud, se trataba de un caso sencillo. Allí estaba
el complejo de Edipo, tomando forma en las calles de Viena. ¿Por qué temía Hans
a los caballos? "El caballo debe ser su padre, a quien tiene buenas razones íntimas
para temer." Éste temor era un temor universal; a saber: el padre de Hans querría
castrarlo por codiciar a su madre. ¿ Y por qué dijo Hans, en su único encuentro
con Freud, que estaba particularmente asustado "de lo que los caballos llevan
delante de los ojos y de aquella cosa negra que rodea sus hocicos"? Porque e l
padre del chico tenía bigote y llevaba gafas, elementos que Hans había "traslada­
do directamente de su padre a los caballos".
Los motivos de Hans también resultaban obvios. "La gravedad de su fobia
-continuó Freud- era tal que imponia una gran medida restrictiva sobre su
libertad de movimientos, y éste era su propósito .. . Después de todo, la fobia de
Hans a los caballos era un obstáculo para salir a la calle y podía servir como

48
El poder de la convicción

argumento para quedarse en casa con su querida madre. De esta forma, el cariño
por su madre alcanzaba triunfalmente su propósito. A consecuencia de la fobia, el
a�ante se aferraba al objeto de su amor. "
Se trataba d e una explicación mucho más elaborada que l a que e l propio
Hans sugirió. Hans le contó a su padre que le asustaban los caballos desde el día
que vio a uno, que tiraba de un autobús, desplomarse en la calle. Su madre, que
se encontraba junto a él en aquel momento, respaldó esta explicación. Y el temi­
ble objeto negro que rodeaba el hocico y los ojos del caballo, dijo Hans, no era un
símbolo del bigote y las gafas de su padre, sino el bozal de cuero del animal.
Pero Freud y sus seguidores no iban a tener en cuenta una explicación tan
trivial cuando podían encontrar otra mucho más compleja. Las explicaciones sen­
cillas no revelaban sentido común, sino superficialidad. Y la reticencia a mostrar­
se de acuerdo con Freud significaba algo más que debilidad intelectual, era la
prueba de un fracaso ético, de una alianza con todos aquellos pensadores tímidos
y conservadores que cerraban los ojos ante las realidades desagradables. Sin
embargo, el escepticismo padecía problemas mucho más profundos. Si el psicoa­
nálisis tenía dificultades para abrirse camino en el mundo, no era porque sus argu­
mentos fuesen dudosos, sino porque sus críticos eran unos neuróticos. "Por
supuesto, sé que muchos huirán cuando se enfrenten por primera vez a las moles­
tas verdades del psicoanálisis", escribió Freud. "Siempre he sostenido que la com­
prensión de estas verdades está limitada por Las represiones individuales (o, más
bien, por las resistencias que las sustentan); de forma que habrá personas que no
podrán seguir adelante en su relación con el análisis."
Fue una estrategia brillante que todavía se utiliza. Consiguió elevar al psico­
análisis por encima de las críticas, puesto que criticar significaba hacer alarde de
una neurosis. Por otra parte, aquéllos que poseían la salud mental requerida para
afrontar las verdades del análisis, se afianzaban cada vez más en su fe, ya que
encontraban por doquier los daros necesarios para apoyar sus puntos de vista. El
influyente analista Sándor Ferenczi, por ejemplo, uno de los primeros miembros
del círculo de amistades de Freud, escribió un artículo titulado Psychoanalytical
Observations on Tic, en el que explicó el significado de los rics. El mismo Freud
había sugerido que los tics representaban algún tipo de problema orgánico, pero
Ferenczi descartó tal idea. En su lugar, citó el caso de una paciente cuya cabeza se
sacudía continuamente hacia delante y hacia atrás cuando saludaba o se despedía
de alguien. Ferenczi señaló que, a pesar de las palabras amables que dirigía a sus
visitantes, la mujer parecía mover la cabeza para decir no, y "me vi obligado a
explicarle que al sacudir la cabeza su propósito era desmentir los gestos o adema­
nes de amistad".

49
La locura en el d i v á n

Una sola frase, me vi obligado a explicarle, basta para captar la visión del
mundo de estos psicoanalistas que descifraban enfermedades. El engreimiento era,
quizás, su rasgo más llamativo. No sugerían, afirmaban; no proponían explica­
ciones, imponían la ley. Y la decisión del tribunal era inapelable.
Freud decretó que ningún escéptico que estuviera al margen del ámbito psi­
coanalítico podía considerarse apto para hacer observaciones sobre sus teorías.
"Se ha dicho que la ballena y el oso polar no pueden enfrentarse, ya que al estar
cada uno confinado en su propio elemento no pueden encontrarse" , escribió.
"Asimismo, me resulta imposible discutir con los estudiosos del campo de la psi­
cología o de la neurosis que no reconocen los postulados del psicoanálisis y que
consideran que sus resultados son artefactos."
Sólo aquéllos que hubiesen experimentado el método analítico tendrían la
oportunidad de alcanzar la verdad. " ¿ Cómo puedo tener la esperanza de conven­
cerle, Persona Imparcial, de la exactitud de nuestras teorías -se preguntaba
Freud- si sólo puedo mostrarle un informe abreviado y, por lo tanto, incom­
prensible sobre ellas? ¿Cómo puedo convencerle sin que pueda confirmar nuestras
teorías con sus propias experiencias?" Los no creyentes no podían ser convenci­
dos, debían ser convertidos.
El problema no era sólo que los psicoanalistas y sus adversarios vieran el
mundo de forma diferente, sino que los analistas lo vieran más profundamente.
"Uno no puede rechazar los resultados [alcanzados por el método psicoanalíti­
co] . . . y dejarlos de lado y utilizar solamente el método habitual para interrogar a
los pacientes" , escribió Freud. " Hacer esto sería como intentar rechazar los resul­
tados de la técnica histológica apoyándonos en el examen macroscópico."
Ocho décadas más tarde, los psicoanalistas todavía utilizaban el mismo argu­
mento con palabras casi idénticas. "No podré convencer a nadie de que en este
mundo hay microbios a menos que emplee un microscopio", sostenía Theodore
Shapiro en 1990 para descartar una teoría antifreudiana sobre los sueños pro­
puesta por el psiquiatra Allan Hobson. "No podré hablarle sobre la ultraestruc­
tura de las células a menos que utilice un microscopio electrónico", continuaba
argumentando Shapiro, en aquella época editor del ]ournal of the American
Psychoanalytic Association. " ¿ Cómo puede Hobson hablar sobre los significados
derivados de los sueños si no aplica el método psicoanalítico?"
Los psicoanalistas no aceptaban las opiniones ni tampoco las evidencias
externas. Freud advirtió explícitamente contra todo intento por comprobar la
exactitud de sus historiales clínicos. "Puede parecer tentador optar por la como­
didad de llenar los vacíos de la memoria de un paciente preguntando a los miem­
bros más mayores de su familia; pero yo rechazo absolutamente esa técnica ... Uno

50
El poder de la convicción

...:.aba lamentándolo porque pasa a depender de esa información y, al mismo tiem­


- . la confianza en el análisis se tambalea y se establece sobre ella un tribunal de
a-�!ación."
�o sólo rechazaban los recuerdos de los miembros de la familia, sino tam­
- en las opiniones de los pacientes. Ya hemos señalado las ineficaces protestas de
C' ra (en las que no significaba sl}, y este ejemplo es sólo uno entre muchos otros.
Jando estudiaron el caso del pequeño Hans, Joseph Wolpe y Stanley Rachman
::-:;ernron que "si las intuiciones o interpretaciones que se le ofrecen a Hans van
""�mdas por una mejora en el comportamiento, las consideran válidas. Si no se
- -oduce esta mejora, nos dicen que el paciente no las ha aceptado y no que son
_e:ecruosas".
Este fantástico juego de manos era parte del espectáculo que todo psicoana­
.;¡:a debía dominar. Los pacientes podían mejorar después de la terapia -eso
_emosrraba el poder del psicoanálisis- o podían no hacerlo. ¿Cuál era la mora­
-.: a de estos casos fallidos?
Como siempre, Freud sugirió la respuesta que las generaciones de seguidores
-osteriores repetirían. La moraleja, afirmó Freud, era que algunos pacientes no
... uerían ser curados. El problema estaba en los pacientes, no en el tratamiento. Y
.1ñadió que hay pacientes que "no quieren renunciar al castigo de sufri r " . Incluso
- J
-ara Freud, éste era un argumento difícil de defender. Era "particularmente difícil
:Jnvencer al paciente de que éste era el motivo por el que siempre estaba enfer­
.
-:10 , reconoció con consternación, ya que demasiado a menudo el testarudo
,

:-aciente "prefiere con mucho la explicación más obvia de que el tratamiento ana­
;:ico no es el remedio adecuado para su caso".
Esta noción de infalibilidad acabó siendo peligrosa, como veremos cuando
e:;tudiemos a los descendientes de Freud. É l mismo tuvo que enfrentarse al fracaso
en una ocasión. La historia del caso de Emma Eckstein, que se ha convertido en un
.:ampo de batalla para aquéllos que intentan restablecer o desacreditar la imagen
de Freud, merece nuestra consideración, puesto que proporciona una dramática
demostración de la fuerza de su creencia en que los síntomas eran símbolos.
Eckstein era una mujer joven, soltera y atractiva, de cabellos oscuros y ondu­
iados y mirada profunda. Se convirtió en paciente de Freud a principios de 1 8 90.
"o se ha conservado ningún informe que nos revele exactamente por qué solicitó
ayuda, aunque, según parece, tenía problemas para caminar, sufría dolores de
estómago y dolores menstruales. En 1 895, Freud recurrió a Wilhelm Fliess para
�olucionar el caso.
. Fliess era un especialista de oído, nariz y garganta que ejercía su profesión en
Berlín. A pesar de ser un hombre poco impresionante físicamente -en años pos-

51
La locura en el diván

teriores un conocido lo describiría como "muy encantador y anticuado; algo así


como un enano con un enorme estómago" , tenía muchas ideas. Alrededor de 1 890
era el amigo más íntimo de Freud; en realidad, el amigo más íntimo que tuvo y el
aliado intelectual más querido en los años en que daba forma al psicoanálisis. En
palabras de Jeffrey Masson, editor de The Complete Letters of Sigmund Freud to
Wilhelm Fliess, Freud mostraba una devoción casi reverencial hacia el joven.
Muchas de sus cartas son tan efusivas como las de unos amantes. "Su alabanza es
néctar y ambrosía para mí", escribió Freud en 1894, y aún fue más lejos en 1 8 9 6 :
"Cuánto le debo: consuelo, comprensión, estímulo en mi soledad, el sentido de la
vida que he alcanzado a través de usted y, finalmente, la salud que nadie más
podría haberme devuelto " .
La alusión d e Freud a su salud restablecida fue significativa. Su amigo Fliess
estaba completamente convencido de que roda una serie de síntomas -dolores de
cabeza, afecciones cardíacas, problemas digestivos, dificultades en el parto y aflic­
ciones menstruales- eran el resultado de la neurosis de reflejo nasal. Según esta
idea, la nariz, en virtud de misteriosas conexiones con el resto del cuerpo, era, de
algún modo, el origen de un gran n úmero de problemas médicos. Problemas en
ciertos punto$ genitales del interior de la nariz, por ejemplo, provocaban mens­
truaciones dolorosas y dificultades en el parro. (Fiiess desarrolló este aspecto de la
teoría en un trabajo dedicado "a mi querido Sigmu nd" titulado The Connections
Between the Nose and the Female Sexual Organs.)
El tratamiento consistía, para empezar, en cauterizar los puntos genitales u
otras zonas de la nariz, o en aplicarles cocaína. Pero, con el tiempo, Fliess descu­
brió que estas estrategias a pequeña escala no siempre eran eficaces. Había casos
que exigían medidas heróicas.
Parece ser que Emma Eckstein fue la primera paciente reclutada bajo el
nuevo régimen. El plan de Fliess consistía en curarle varios problemas mediante la
cirugía. Su estrategia, en esta primera aventura en el quirófano, pasaba por extir­
parle parte del hueso alojado en la profundidad de los senos nasales. Desde el
punto de vista actual, esto puede parecernos la operación de un descarado curan­
dero -muchos escépticos pensaban así incluso en aquella época-, pero Fliess era
un médico reputado y sus teorías gozaban de una cierta popularidad en 1890. En
cualquier caso, Fliess operó a Emma Eckstein en febrero de 1 895.
El 4 de marzo, Freud escribió a Fliess: "El estado de Eckstein es todavía insa­
tisfactorio: una hinchazón persistente, que sube y baja como una avalancha; dolor,
tanto que no puede prescindir de la morfina; malas noches ... anteayer (sábado)
sufrió una hemorragia brutal". La situación era preocupante, pero lo peor estaba
por venir. El 8 de marzo, Freud se sentó para escribirle a Fliess que no había buenas

52
E l poder de la convicción

noticias. "Probablemente esto le trastornará a usted tanto como a mí -le advirtió


Freud-, pero espero que se reponga tan rápidamente como yo lo he hecho."
A continuación, Freud le comunicó las asombrosas novedades. Las hemo­
'
rragias y la hinchazón de Emma continuaban, el dolor era cada vez peor y la zona
operada empezaba a oler a podredumbre. Freud llamó a dos especialistas.
"Todavía sangraba moderadamente por la nariz y la boca; el olor fétido era muy
agudo. [Un doctor llamado] Rosanes limpió el área que rodea a la abertura, quitó
algún coágulo pegajoso de sangre y, de improviso, tiró de algo parecido a un hilo,
y siguió tirando. Antes de que cualquiera de los dos pudiese reaccionar, Rosanes
extrajo de la cavidad por lo menos medio metro de gasa. Inmediatamente después
salió un torrente de sangre. La paciente palideció, sus ojos se abrieron extraordi­
nariamente y perdió el pulso. Rápidamente, Rosanes volvió a tapar la cavidad con
una gasa nueva empapada de yodo, y la hemorragia se detuvo. Duró alrededor de
medio minuto, pero fue suficiente para que la pobre criatura, a quien teníamos
totalmente tendida, se volviese irreconocible."
Las cartas de Fliess a Freud se perdieron -Freud las destruyó todas o gran
parte de ellas algunos años después-, así que no podemos estar seguros de cómo
reaccionó cuando se enteró de que había olvidado una gasa quirúrgica en la nariz
de su paciente. Freud siguió manteniéndolo al corriente. El 20 de marzo escribió
lo siguiente: "La pobre Eckstein se encuentra pedr... Diez días después de la segun­
da operación, tras un período de normalidad, volvió repentinamente a sufrir dolo­
res y creció la hinchazón, de origen desconocido. Al día siguiente, una hemorra­
gia; fue rápidamente taponada. Al mediodía, cuando le quitaron la gasa para exa­
minarla, se produjo una nueva hemorragia y estuvo a punto de morir. . . He perdi­
do la esperanza en la recuperación de la pobre chica y estoy consternado por
haberle involucrado y por haber provocado un asunto tan angustioso para usted.
También lo siento mucho por ella; le había tomado mucho afecto" .
Freud volvió a escribir e l 2 8 d e marzo, esta vez e n u n tono que delataba una
considerable ansiedad. "Mi querido Wilhelm -empezó-, sé lo que quiere oír pri­
mero: ella está tolerablemente bien; apaciguamiento completo, nada de fiebre, nin­
guna hemorragia. El tapón que introdujimos hace seis días todavía está allí; espe­
ramos encontrarnos a salvo de nuevas sorpresas". (En cui:siva en el original.)
No pudo ser. El 1 1 de abril, Freud envió directamente malas noticias. "Mi
querido Wilhelm, tristes momentos, increíblemente tristes. Sobre todo, este asun­
to Eckstein, que se dirige rápidamente hacia un penoso final." Emma había vuel­
ro a sangrar y "ha sufrido una nueva hemorragia que amenaza su vida, de la cual
fui testigo. No salió a borbotones, sino como una oleada ... Añada a esto el dolor,
la morfina, la desmoralización causada por la evidente impotencia médica y el viso

53
La locura en el diván

de peligro, y será capaz de vislumbrar el estado en el que se encuentra la pobre


chica. No sabemos qué hacer" . Entonces, finalmente, el 25 de mayo llegaron las
bu� nas noticias: "Por fin Emma E. se encuentra bien y he tenido éxito una vez más
a la hora de aliviar su debilidad al andar, que también había vuelto a empezar".
Eckstein continuó bajo el cuidado de Freud. Al año siguiente, en abril de
1 896, Freud volvió a escribir a Fliess sobre ella. Y anotó con entusiasmo que había
dado con "una sorprendente explicación de las hemorragias de Eckstein que le
proporcionará mucha alegría" . La joven no había estado a punto de morir debi­
do a una hemorragia por haberse expuesto a una operación quirúrgica innecesa­
ria ni porque su cirujano hubiese olvidado una cinta de gasa en su maltrecha nariz.
Al contrario, explicó Freud, ¡su hemorragia era simbólica! "Sus episodios de
hemorragia eran histéricos, estaban ocasionados por el deseo y, probablemente, se
repetían en las épocas sexualmente pertinentes (la mujer se resiste a facilitarme las
fechas)." (En cursiva en el original.)
Retomando el mismo tema en otra carta una semana después, Freud explicó
con más detalle los motivos de Emma. "Cuando vio lo afectado que yo estaba por
su primera hemorragia, cuando todavía estaba en manos de Rosanes -le contó a
Fliess-, lo experimentó como la realización de un antiguo deseo de ser amada en
su enfermedad y, a pesar del peligro, durante las horas siguientes se sintió más feliz
- }

de lo que nunca se había sentido." (Este arrebato de felicidad surgía en el momen-


to, hay que recordarlo, en que Freud había descrito a Emma como una pobre cria­
tura, irreconocible y sin pulso aparente.) "Más tarde, en el sanatorio, empezó a
sentirse inquieta a causa del deseo inconsciente de inducirme a ir allí; pero como
yo no fui durante toda la noche, renovó las hemorragias como un medio infalible
para hacer resurgir mi afecto."
Nada de lo que sucedió -Emma estuvo a punto de morir y su cara perma­
necía constantemente desfigurada- fue debido a un error de Freud o de Fliess.
"Para mí usted sigue siendo el médico -volvió a asegurar Freud a su amigo des­
pués de lo ocurrido-, la clase de hombre en cuyas manos uno pondría su vida y
la de su familia con entera confianza." (De hecho, Freud se había puesto en manos
de Fliess, sometiéndose a repetidas intervenciones en la nariz y los senos cranea­
les, para corregir la irregularidad de su ritmo cardíaco. Presumiblemente, fueron
éstas las operaciones quirúrgicas que Freud tenía en mente cuando expresó su gra­
titud a Fliess por restablecer su salud.)
En el caso de Emma Eckstein, sin embargo, alguien cometió un error. ¿Quién
pudo haberlo hecho? Poco más de un año después de aquella chapucera operación,
Freud escribió a Fliess comunicándole su veredicto final. "La historia [de Emma]
está cada vez más clara; no cabe duda de que sus hemorragias se debían a deseos."

54
El poder de la convicción

Este tipo de excesos ha impulsado a un buen número de historiadores revi­


sionistas a examinar los casos en torno a los cuales giró la carrera de Freud. No
ha sido una tarea fácil. En muchas ocasiones, Freud destruyó las cartas y los
manuscritos que había reunido a lo largo de los años. En 1 885, por ejemplo,
mucho antes de alcanzar algo de popularidad, Freud destruyó catorce años de
papeles acumulados. "En cuanto a los biógrafos -escribió en una carta en la que
le explicaba a su prometida lo que había hecho-, dejemos que se esfuercen; no
tenemos ninguna intención de ponérselo fácil."
Las cartas dirigidas a Fliess, que documentan el nacimiento del psicoanálisis
(y la historia de Emma Eckstein), sobreviven únicamente porque uno de los más
fervientes admiradores de Freud se las compró a un librero y las salvó, a pesar de
la orden de éste de quemarlas.
El argumento más importante de los revisionistas es que las teorías de Freud
no procedían de lo que aprendía de sus pacientes, como él proclamaba, sino de sus
propios prejuicios. Según los escépticos, Freud se salió con la suya aprovechando
su formidable talento literario para oscurecer la diferencia entre lo que sus pacien­
tes le decían y lo que él mismo añadía en el proceso de interpretación y recons­
trucción de sus palabras. Esta confusión era, en parte, involuntaria. Provenía de la
creencia de Freud de que los síntomas esconden mensajes secretos, de que la enfer­
medad de Dora, por ejemplo, equivalía a una declaración de amor al señor K. Lo
que cualquier persona consideraría un descarado exceso, para un verdadero cre­
yente era una simple traducción.
Freud no solía preocuparse demasiado. A la hora de redactar sus historiales
clínicos, prefería eliminar las señales de su trabajo, como un zorro que barre sus
huellas con la cola. Él no ponía palabras en boca de sus pacientes, señaló; al con­
trario, su tarea consistía en dejar al descubierto lo que sus pacientes le estaban
diciendo realmente.
Muy pocas veces reconoció el papel de guía que desempeñaba. En el caso del
pequeño Hans, por ejemplo, afirmó que "es cierto que, durante el análisis, a Hans
se le tuvieron que decir muchas cosas que él solo no hubiera podido decir, que se
le ruvo que obsequiar con pensamientos que no poseía y que tuvimos que dirigir
su atención hacia el lugar donde su padre esperaba encontrar algo".
Al principio de su carrera, Freud se mostró mucho más decidido al describir
el trabajo del analista. En 1 898, tras haber descifrado los síntomas de un pacien­
te, escribió: "Entonces podremos pedirle directamente al paciente que confirme
nuestras sospechas. Las negativas iniciales no deben desanimarnos. Si mantenemos
con firmeza lo que hemos deducido, al final conseguiremos superar cualquier
resistencia potenciando la naturaleza inquebrantable de nuestras convicciones··.

55
La locura en el diván

Esta referencia a lo que hemos deducido era la clave. La frase parece inofen­
siva, pero revela un aspecto vital. Freud escribió como si no le importase dema­
siado lo que sus pacientes le decían. Aunque, en realidad, el proceso era más com­
plicado. Freud deducía de los sueños y asociaciones de sus pacientes el significado
real de sus palabras, y luego les explicaba lo que su inconsciente quería decir. (A
menudo, estos recuerdos eran completamente nuevos para los pacientes.) "La téc­
nica del psicoanálisis -explicó Freud- nos capacita, en primer lugar, para dedu­
cir, a partir de los síntomas, las fantasías del inconsciente; y luego, para hacer al
paciente consciente de ellas."
El papel del analista se parecía, al principio, al de un traductor de las
Naciones Unidas. De hecho, desde un punto de vista general, era menos neutral,
más informal. Freud remendaba las libres asociaciones de sus pacientes hasta for­
mar una especie de patchwork, uniendo piezas que no acababan de encajar, zur­
ciendo algunos trozos difíciles de arreglar e incluso añadiendo parches donde lo
consideraba necesario. Estas colchas son muy bonitas -pueden llegar a admirar­
se como objetos de arte-, pero no hay duda de que Freud se saltó las reglas cuan­
do las confeccionaba.''
Solucionar estas cuestiones se ha convertido en una industria artesanal. Un
grupo de investigadores de diferentes paises -entre cuyos distinguidos nombres se
encuentran Frederick Crews, Frank Cioffi, Allen Esterson, Ernest Gellner, Malcolm
Macmillan, Frank Sulloway, Peter Swales y Richard Webster- ha producido toda
una serie de libros, fruto de un trabajo minucioso y concienzudo, que documentan
la causa contra Freud con detalles aparentemente irrefutables. Estos colegas de las
brigadas antifreudianas provienen de diferentes áreas. Cioffi, por ejemplo, es un filó­
sofo retirado de la Universidad de Kent, Allen Esterson es un profesor de matemáti­
cas también retirado y Frank Sulloway, un reputado historiador de la ciencia.
Crews, profesor emérito de inglés de la Universidad de Berkeley, es quizás el

• Sin lugar a dudas, el ejemplo más importante, aunque no forma parte de nuestro propósito, está
relacionado con el nacimiento del psicoanálisis. En los albores de su carrera, Freud arguyó enérgica­
mente que rodos los pacientes neuróticos habían sufrido abusos sexuales en su temprana infancia. Con
el tiempo, abandonó esta teoría en favor de la posmra que mantuvo en adelante. En la nueva teoría,
al igual que en la antigua, los síntomas neuróticos eran provocados por secretos sexuales que bullían
�· se acumulaban en el inconsciente. Pero existía una diferencia crucial. Según la nueva visión de Freud,
los pacientes neuróticos no habían sufrido ningún abuso real por parre de otra persona; al contrario,
eran ellos mismos los que habían fantaseado con encuentros sexuales ilícitos para luego reprimir sus
recuerdos acerca de tales fantasías. Este importante cambio de énfasis, que lo llevó desde el trauma
mflig1do por arra persona al desorden psíquico que surge del interior, condujo a Freud al complejo de
Edipo y el psicoanálisis empezó a crecer en la dirección que actualmente conocemos.
. ¿Por qué Freud cambió de idea? La respuesta convencional, expresada al principio por Freud y repeti­
da sumisamente a lo largo de las décadas, fue que llegó a la conclusión de que las historias de sus

56
El poder de la convicción

más conocido. Pese a haber sido un entusiasta seguidor de Freud, se retractó hace
años. Su autodesprogramación ha dado como resultado una serie de mordaces
ensayos; muchos de ellos reunidos, en 1 9 8 6 , en un volumen titulado Skeptical
Engagements y, en 1 995, en el libro The Memory Wlars. Sereno y de apariencia
profesora!, Crews es en realidad un luchador tenaz. Muchos de sus rivales psico­
analistas consideran su desdén hacia Freud como un síntoma que requiere diag­
nóstico y no como un argumento que exige res p ue sta s Afirman que la crítica de
.

Crews no tiene ninguna relación con la calidad del pensamiento de Freud y que,
por el contrario, es una clara manifestación de la furia de Edipo contra la figura
del padre, cuya influencia Crews trata de resistir desesperadamente.
Frank Cioffi, antifreudiano agudo e implacable, ha centrado su atención en
el estilo de las argumentaciones de Freud. Sostiene que Freud fue un pseudocien­
tífico y que el psicoanálisis, a pesar de sus adornos intelectuales, es, como la astro­
logía, una teoría de charlatanes.
Existen estudiosos que han hecho afirmaciones similares, pero suelen fijarse
, en otras cuestiones, como establecer si el psicoanálisis hace predicciones o simple­
mente proporciona explicaciones cuando el acontecimiento ya ha sucedido, igual
que los periodistas especializados en economía cuando discuten sobre las opera­
ciones de bolsa del día anterior. Cioffi toma un rumbo ligeramente diferente. -o
se queja de que Freud evite las predicciones -al contrario,' en el psicoanálisis éstas
abundan: cada sueño terminará representado un deseo-, sino de que establezca
las reglas que definen lo que es una evidencia según le convenga. Para Cioffi, la
calificación de pseudociencia no hace referencia a lo que el psicoanálisis afirma,
sino a la forma como reúne las pruebas para demostrarlo.
Cioffi cita al escritor científico Martín Gardner cuando habla sobre la pira­
midología, una doctrina absurda, popular en otro tiempo, que sostiene que la
medición cuidadosa de la Gran Pirámide revela varios secretos de la naturaleza:

pacienres no podían sostenerse. Evidenremenre, el abuso sexual no podía ser tan común. Freud se había
dejado llevar. Una argumenración posterior, defendida por el psicoanalista renegado jeffrey Masson,
acusaba a Freud de cobardía moral. Temeroso de que sus colegas lo condenaran al ostracismo por la
publicación de verdades desagradables sobre el abuso sexual infantil, traicionó a sus pacientes y des­
cartó sus recuerdos y fantasías.
¿Qué versión de los acontecimientos es la correcta ? La respuesta está documentada en los trabajos cita­
dos en las notas finales. Quizás, la más atractiva la encontremos en el escrupuloso esrudio Seductive
.\o1irage, de Allen Esterson. Esterson demuestra, más allá de una duda razonable, que ni la versión de
Freud ni la de Masson pueden ser correctas. Freud no rechazó los informes de sus pacientes sobre los
abusos, ¡porque que no existían tales informes! Existían, sin embargo, más colchas: Freud compuso sus
historiales clínicos uniendo los fragmentos de los recuerdos de los pacientes y creando relatos que luego
les atribuía a ellos. "La pregunta que podríamos habernos planteado [los críticos! - señaló Frederick
Crews- no es ¿estas historias son verdaderas?, sino ¿qué historias?"

57
La locura en el diván

Si usted se pone a medir una estructura complicada como la Pirámide, tendrá rápi­
damente al abasto un montón de longitudes con las que jugar. Si usted tiene la pacien-
. cia suficiente para jugar con ellas de distintas maneras, no tardará en descubrir
muchas cifras que coinciden con importantes números en las ciencias. Como no está
sujeto a ninguna norma, sería realmente extraiio que esta búsqueda de las verdades
de la Pirámide no alcanzara un éxito considerable.
Tomemos la altura de la Pirámide, por ejemplo. Smyth la multiplica por diez a
la novena potencia para obtener la distancia que nos separa del Sol. EL nueve es aquí
puramente arbitrario. Y si un sencillo múltiplo no le revela la distancia que nos sepa­
ra del Sol, podría probar con otros múltiplos para ver si acertaba la distancia a la que
se encuentra la Luna o la estrella más cercana o cualquier otra cifra científica.

Cioffi sostiene, de forma contundente a mi parecer, que Freud practica un


juego similar. Completamente libre para elegir los elementos de la historia del
paciente que le interesaban y los que no, para decidir si la declarada repulsa de un
paciente respecto a una relación significaba odio o no, para establecer si el bozal
de un caballo era en realidad el bigote del padre del paciente o no, Freud tenía
libertad más que suficiente para llegar a cualquier conclusión. "A menudo, pro­
porcionaba toda una serie de asociaciones en relación con el símbolo de un sueño
-señaló un antiguo paciente de Freud-, y él esperaba hasta que encontraba una
asociación que encajara con su esquema de interpredción y la rescataba, tal como
haría un detective apostado hasta que distingue a su hombre."

Los argumentos de Cioffi y sus escépticos seguidores han provocado una


curiosa reacción. Por un lado, el mundo literario ha seguido admirando impertur­
bablemente a Freud, como el personaje de Thurber que declaró que "una simple
prueba no me convence". Por otro lado, gran parte de la comunidad psicoanalíti­
ca ha reconocido aspectos importantes de la opinión de los críticos (precisamente
los aspectos que varían de analista a analista). A pesar de todo, muchos psicoa­
nalistas no se cansan de recordar que el debate sobre Freud omite una cuestión
principal: Freud fue un genio que hizo grandes contribuciones y que también tro­
pezó con algunos callejones sin salida.
Después de todo, continúan argumentando, el psicoanálisis ha cambiado a lo
largo de los años. Y esto no debería ser olvidado por los necios intrusos que, seis
décadas después de la muerte de Freud, siguen pensando que los analistas todavía
repiten sus palabras como loros. "La popular imagen del psicoanálisis entendido
como una religión de fanáticos seguidores de Freud no es real", observa la perio­
dista Janet Malcolm, también defensora del psicoanálisis. "La mayoría de los ana­
listas freudianos no necesitan a Freud. El interés en su vida y en la historia del psi-

58
El poder de la conviccion

coanálisis es mínimo, y su sensibilidad respecto a los defectos del carácter de Freud


es bastante pobre."
Este tipo de rechazo despreocupado por el padre fundador del psicoanálisis
es nuevo. En la época que estudiaremos a continuación, la de los años cincuenta
y sesenta, se hubiese considerado casi como un sacrilegio. En las décadas inme­
diatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el psicoanálisis se encontra­
ba en la cúspide de su prestigio. Y en la cima de esta cúspide, como una gran esta­
rua que domina el valle que se extiende a sus pies, se hallaba la figura de Sigmund
Freud.

. }

59
SEGUNDA PARTE

El auge
del p sicoanálisis

No ha habido nada parecido a esto desde la


difusión de la patata y del maíz.
- ERNEST GELL\JER

- '
CAPÍTULO TRES

La cresta de la ola

Hoy en día, en Norteamérica, la influencia intelectual de Freud


es mayor q�te la de cualquier otro pensador moderno. Preside
los medios de comunicación, el aula del colegio universitario,
la charla de las fiestas, los patios de las clases medias.

- I'HILIP RIEFF. 1959

Las luces del cine se apagaron y los destellos procedentes de la cabina del opera­
dor iluminaron la pantalla. La película qio comienzo con una nota explicativa:
··.:\uestra historia habla sobre el psicoanálisis, el método con el cual la ciencia
moderna trata los problemas emocionales de las personas cuerdas. El analista sólo
procura inducir al paciente a hablar sobre sus problemas ocultos para abrir las
puertas cerradas de su mente. Una vez que los complejos que han estado pertur­
bando al paciente se descubren y se interpretan, la enfermedad y la confusión des­
aparecen, y los demonios de la sinrazón son expulsados del alma humana".
Estábamos en 1945. La película era Spellbound, de Alfred Hitchcock, y el
rírulo parecía especialmente adecuado, puesto que una nación entera estaba a
punto de caer bajo el hechizo de esta nueva y exótica ciencia.,:. " Recuerdo estar
\·iendo a lngrid Bergman en ... -aquí Leon Eisenberg, antiguo jefe del
Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Harvard, levanta la voz e imita
el magnífico y rotundo tono de un locutor- Spellbound.'"' ':· Al recordarlo,
Einsenberg sonríe de forma encantadora. "Ahora bien, nunca llegué a creer que
iba a ser analizado por Ingrid Bergman --continúa casi con timidez-, pero tengo
que decir que una preciosa y encantadora mujer como ella ... "

Eisenberg, actualmente uno de los más distinguidos veteranos del campo de

• La película se estrenó en España con el rírulo Recuerda, aunque la traducción literal de spe/lbound
es hechizado. (N. de la T. )

•·• E l guión d e l a película era de Ben Hechr, q u e s e sintió fascinado por e l psicoanálisis duranre déca·
das. La elaborada secuencia del sueño de la película fue creada por Salvador Dalí.

63
La locura en el diván

estudio de la psiquiatría, era un joven impresionable de veintitrés años cuando vio a


lngrid Bergman desvelar los secretos de los sueños de Gregory Peck. Pero Eisenberg
· no fue el único en caer bajo el hechizo de Freud. Para los hombres y mujeres más bri­
llantes de la época, el psicoanálisis ejerció una atracción irresistible. Era una corrien­
te prestigiosa, fascinante, intelectualmente tentadora y moralmente sugestiva, y, lo
mejor de todo, ofrecía esperanza en un campo que siempre había estado vinculado a
la desesperación y el fracaso. Sin lugar a dudas, estas ilusiones superaron a las de
Freud. El psicoanálisis no se limitó a tratar los problemas emocionales de las perso­
nas cuerdas, sino que también se preparó para abordar la locura. En los años inme­
diatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, desde la mitad de los cuarenta
hasta la mitad de los sesenta, el psicoanálisis alcanzó la cima de su poder e influencia.
El psicoanálisis constituía un campo particular dentro de la psiquiatría -inclu­
so en la época de mayor expansión, los psicoanalistas representaban solamente alre­
dedor de un 10 por ciento de codos los psiquiatras-, pero este pequeño grupo domi­
naba a los demás. Todas las facultades de medicina contrataban analistas para que
ocuparan sus cátedras de psiquiatría; todos los sectores académicos, desde la histo­
ria hasta la antropología, pasando por la política, utilizaban constantemente los tér­
minos y conceptos psicoanalíticos; todos los biógrafos acomodaban a sus persona­
jes en el diván del analista. Las instituciones psicoanalíticas tampoco eran propiedad
exclusiva de los escritores y los estudiosos. "Mil1ones ... son influenciados diaria­
mente, a menudo sin darse cuenta, por el a vanee de la teoría freudiana ", informó la
revista Time en un artículo de portada en 1956. Cinco años más tarde, un sociólo­
go se hizo eco de esta observación. Si el pequeño Johnny escupía a Mary, se queja­
ba John Seeley en el Atlantic Monthly, nadie lo consideraba una sencilla travesura.
"Las posibilidades que deben tenerse en cuenta -y a las que afortunadamente se les
da importancia-son que Johnny esté desahogando su agresividad, compensando un
profundo sentimiento de inferioridad, afirmando su masculinidad de acuerdo a su
etapa de desarrollo, explorando sus límites o, de forma característicamente inadver­
tida, confesando a Mary indirectamente y, por lo tanto, confiadamente: 'Te quiero'."
Desde todos los ámbitos de la vida norteamericana, de Hollywood a Harvard
pasando por todos los puntos intermedios, llegaron informes entusiásticos sobre
Freud y el psicoanálisis. El Scientific American publicó estudios sobre el complejo
de Edipo y declaró que Freud era un "héroe", puesto que había sido "el hombre
que se atrevió a mirar fijamente las oscuras fuerzas que se hallan en nuestro inte­
rior". El Atlantic Monthly dedicó una sección especial al "incalculable" impacto
de la "revolución" psicoanalítica. Life editó una serie de cinco fascículos sobre psi­
cología y psiquiatría. Look difundió un artículo de Sid Caesar, escrito en primera
persona, que se titulaba What Psychoanalysis Did for Me.

64
La cresta de l a ola

Para innumerables padres, la iniciación en las ideas de Freud llegó a través de


un libro pesado muy bien redactado por un joven pediatra llamado Benjamín Spock.
Baby and Child Care constituyó un éxito inmediato y asombroso. Publicado en 1946,
pronto empezó a venderse a razón de un millón de ejemplares al año; en la actuali­
dad, las ventas han alcanzado un total de 40 millones de copias. "El planteamiento
teórico de todo el libro es freudiano", declaró Spock años después. Sin embargo,
Baby and Child Care no puede considerarse un panfleto de propaganda. Por el con­
trario, contenía el tipo de información práctica que un progenitor necesitaba cuando
se enfrentaba a un berreante y febril bebé a las dos de la mañana. Spock fue un fer­
,·iente admirador del psicoanálisis y él mismo se sometió a tres análisis a lo largo de
su vida. Pero era un pediatra, no un analista, y su voz serena y su comportamiento
práctico fueron sus grandes ventajas. Dicho esto, también hay que decir que muchos
pasajes del doctor Spock reproducen las teorías de Freud con una jerga pasada por
agua.
Cuando describió a los niños que ven a sus padres desnudos, por ejemplo,
Spock explicó el complejo de Edipo con el más cotidiano de los lenguajes. "Un
niño ama a su madre mucho más de lo que ama a cualquier otra chica. Siente más
rivalidad respecto a su padre y más temor hacia él que hacia cualquier otro
muchacho. Así que la visión de su madre [desnuda] puede ser demasiado estimu­
lante, y la oportunidad de compararse a diario tari desfavorablemente con su
padre, puede hacerle sentir que está haciendo algo violento contra su progenitor."
El psicoanálisis también estaba en la cima de su influencia en las facultades
de medicina. "Desde 1 945 hasta 1 955 -declaró e n una charla, en 1 975, el direc­
tor del National Institute of Mental Health- fue prácticamente imposible para
alguien que no fuera psicoanalista convertirse en jefe de departamento o en pro­
fesor de psiquiatría." Según un estudio, de los 89 departamentos psiquiátricos
norteamericanos que había en 1962, 52 estaban dirigidos por psicoanalistas; de
los 1 7 libros más recomendados a los residentes del área de psiquiatría, 13 habla­
ban sobre el psicoanálisis; de los 14 planes de estudio de la licenciatura en psi­
quiatría que se analizaron en una encuesta de 1 955, 14 fundamentaban la forma­
ción sobre principios psicoanalíticos. "A mediados de 1 960 -observó el historia­
dor médico Edward Shorrer-, el público norteamericano ya identificaba el psico­
análisis con la psiquiatría. La toma de poder estaba prácticamente consolidada."
El centenario del nacimiento de Freud, el 6 de mayo de 1956, marcó la cima
simbólica de la avalancha freudiana. El presidente Eisenhower festejó el gran día,
en la universidad se depositaron coronas de flores a los pies del busto de Freud,
en Yiena se celebraron tres actos conmemorativos, un grupo de discípulos se reu­
nió en Chicago para celebrar la contribución de su mentor a la literatura, las artes

65
La locura en el diván

y la medicina; y sus palabras se repitieron en Nueva York y e n Londres. La cele­


bración fue internacional, pero los norteamericanos superaron a todos los demás
en su fervor freudiano. El New York Times Magazine encargó al crítico literario
Alfred Kazin un artículo que valorara la influencia freudiana. "En los tiempos
modernos, ningún otro sistema de pensamiento, excepto las grandes religiones
-declaró Kazin-, ha sido adoptado por tantas personas."
Kazin resistió la tentación de elevar a Freud a la categoría de profeta, pero
tal reserva fue inusual. El antropólogo Ashley Montagu, por ejemplo, creía que l a
visión de Freud acerca d e la humanidad era demasiado pesimista, pero aclamó l a
teoría freudiana como "indudablemente . . . la contribución más perspicaz de la his­
toria de la humanidad a nuestra compresión de la naturaleza del hombre".
Este tono entusiasta fue característico. Entre 1 953 y 1957, Ernest Jones, tam­
bién analista y quizás el más fiel de los seguidores de Freud, publicó en tres volú­
menes una biografía sobre su mentor que fue enormemente aplaudida y que lo
retrató como un personaje casi mítico. Jones a firmó que los descubrimientos de
Freud fueron "lo más cercano a un milagro que los medios humanos pueden lle­
gar a alcanzar". No se trataba de una devoción idealista, insistió Jones, sino sim­
plemente de una realidad. Cuando se sometió a l psicoanálisis lo vio con claridad.
"Por muy grande que fuese mi respeto por la personalidad y por el éxito de Freud
-explicó Jones-, antes de conocerlo ya había su\Jerado mi propensión al culto
del héroe." (Jones dedicó su biografía a Anna Freud, la "auténtica hija de un padre
inmortal".)
Es casi imposible exagerar la veneración que impregna la mayoría de los
estudios sobre Freud y el psicoanálisis. Si examinamos el primer volumen de l a
biografía de Jones, publicado en el New Yorker en 1 9 5 3 , por ejemplo, encontra­
remos declaraciones como la de Brendan Gill cuando afirma que Freud "tendió l a
mano para tocar y de alguna manera también para salvar cualquier forma de vida
que existiese en la tierra". (Cursivas añadidas.)

¿Por qué Freud? ¿Por qué Norteamérica? ¿Por qué los cincuenta? Después de
todo, Freud planteó sus ideas principales en 1900, en el trabajo que consideró su
obra maestra, La interpretación de los sueños. ¿Por qué su influencia alcanzó el
cenit medio siglo más tarde y a medio mundo d e distancia de Viena?
En principio, la respuesta tiene relación con la observación general según l a
cual después d e la Segunda Guerra Mundial los psicoanalistas estaban en Estados
Unidos. La historiadora Laura Fermi se ha encargado de explicar con detalle esta
t�iste historia en lllustrious Immigrants, un informe sobre la diáspora intelectual
que acompañó al ascenso de Hitler al poder. " E l psicoanálisis europeo se encon-

66
La cresta de la o l a

=.-.o en la poco envidiable situación d e ser l a única disciplina, que yo sepa, que
:--r.:.er estuvo a punto de exterminar en la Europa continental", escribió Fermi. La
..:1edad Psicoanalítica de Viena, por ejemplo, se las arregló para sobrevivir hasta
1 �3-. En aquel último año, la sociedad psicoanalítica más importante de la
=:.::opa de la época todavía contaba con 69 miembros; en 1 945, sólo tres miem­
�: 5 de aquel grupo permanecían en Viena. De todos aquellos psicoanalistas que
�aparon de Hitler con vida, dos tercios terminaron en Estados Unidos. Al final
�e !a Segunda Guerra Mundial había más psicoanalistas en Estados Unidos que en
e resto del mundo.
Pero la concentración de psicoanalistas en Norteamérica es sólo una parte de
, historia. ¿Por qué triunfaron en Estados Unidos estos analistas desarraigados (y
,.15 colegas norteamericanos)? Las ideas freudianas llegaron a Estados Unidos
::1ucho antes de la Segunda Guerra Mundial; su difusión comenzó con las conferen­
.::.as de Freud en la Universidad de Clark en 1909. Sin embargo, más que una pro­
-:.mda lealtad, en sus primeros días el psicoanálisis inspiró un escalofrío de delicioso
�:revimiento. En 1 9 1 3, por ejemplo, Ben Hecht (más tarde famoso por las películas
:,.ont Page y Spellbound) escribió en Chicago un reportaje periodístico sobre las
.l?Qrtaciones vienesas. El editor de Hecht se sintió conmovido. Las doctrinas de
rreud, exclamó con alegría, eran "mucho más absorbentes que nuestro concurso de
quintillas humorísticas". La nueva teoría tenía, literalmen'te, sex appeal. " Nuestros
.ectores se estremecerán al descubrir -añadió el editor- que son lunáticos en
;-otencia, que desean apuñalar a sus padres o irse a la cama con sus madres. '"'
En los felices años veinte, cuando el sexo estaba en todas partes, ahí estaba
Freud. "La psicología freudiana inundó el campo [de la psiquiatría] como una
marea creciente -se quejaría más adelante un consternado rival-, y el resto de
nosotros nos quedamos sumergidos como almejas enterradas en la arena por la
marea baja." Pero cuando la Gran Depresión empezó a dejarse sentir, la mayoría
de norteamericanos tuvieron que dedicarse a asuntos más urgentes. Excepto en
:\ueva York, y en uno o dos centros intelectuales más, el psicoanálisis se convir­
tió en una moda del ayer. Después una o dos décadas de ser el centro de atención
de rodas las miradas, Freud pasó de moda. A pesar de todo, como veremos a con­
tinuación, el psicoanálisis no desapareció, sino que permaneció enterrado. Porque
\·olvió a emerger, transformado y más asequible que nunca, justo después de la
Segunda Guerra Mundial.

• Los vieneses se mostraron tan intrigados como los norteamericanos. En 1893, Freud escribió a su
amigo Wilhelm Fliess afirmando que "el comercio sexual atrae a personas que están aturdidas y que
luego se marchan satisfechas después de exclamar: '¡Nadie me había pedido eso ames ! ' . " .

67
La locura en el diván

Una de las razones más importantes para que se produjera este resurgimien­
to fue la guerra. La revelación de los horrores nazis tuvo innumerables efectos.
l:Jno de ellos fue contaminar, durante años, el campo de la genética. ¿Quién iba a
querer estudiar temas como las similitudes entre gemelos sabiendo que su prede­
cesor en este campo era el doctor Mengele? El resultado fue que, a la hora de
explicar el comportamiento humano, el psicoanálisis y otras ciencias blandas no
se encontraron con ningún obstáculo.
Por añadidura, la condena del psicoanálisis por parte de Hitler, que lo consi­
deró una ciencia judía, se convirtió en una especie de insignia de honor, y la estre­
cha relación de Freud con los más oscuros rincones del corazón humano ganó cre­
dibilidad. Ya en mayo de 1 933, en Berlín, Hitler arrojó los escritos de Freud y
otros textos psicoanalíticos a la hoguera. El mismo Freud escapó con dificultad de
los nazis. Permaneció en Viena hasta junio de 1 93 8 , cuando, finalmente, a la edad
de ochenta y dos años y enfermo de cáncer, huyó a Londres. Sus cuatro hermanas
perecieron, con más de setenta años, en los campos de exterminio nazis.
En un sentido más amplio, el incomparable horror de la guerra hizo al
mundo más receptivo a las intuiciones del psicoanálisis. Cuando los aliados vieron
por primera vez los campos de exterminio nazis, se echaron atrás con repulsión e
incredulidad. El holocausto exigía una explicación de las motivaciones humanas
mucho más profunda de la que nadie había podiob proporcionar. Ante la eviden­
cia irrefutable de una cultura que se había trastornado -y no precisamente cual­
quier cultura, sino la que creía encarnar los más profundos y civilizados valores
de Europa-, surgió la tentación de recuperar una teoría que se centraba en los
impulsos animales que habitan en nuestro interior. Parecía demostrado que la civi­
lización era sólo un barniz, y el psicoanálisis proclamó conocer mejor que nadie
lo que burbujeaba y supuraba por debajo de esta reluciente superficie.
La guerra contribuyó a que el psicoanálisis resurgiera de una forma nueva.
Sujetos a horrores indescriptibles e ineludibles, los soldados sucumbieron al shock
del bombardeo (en lenguaje moderno, síndrome de estrés postraumático). En
África del Norte, por ejemplo, el shock del bombardeo fue la causa de un tercio de
las bajas en combate. Sus víctimas vivían atormentadas por pesadillas, irrupciones
de llanto y repetidos ataques de terror. La tarea de los psiquiatras del ejército era
devolver a las trincheras al mayor número de hombres lo más rápido posible.
Lo hicieron muy bien, y se les felicitó por su trabajo. En total, el 60 por cien­
to de los soldados que sufrieron esta crisis volvieron a cumplir con su deber en un
plazo de dos a cinco días. El tratamiento consistía en una especie de sesión psico­
� nalítica rápida y de dudosa efectividad. "Parece absurdamente sencillo" , explicó
un corresponsal de guerra en el New York Times. "El médico asegura con delica-

68
La cresta de la o l a

.:eza al paciente que todo va bien, que está a salvo. Utiliza un tono suave y una
�epetición constante hasta que el paciente se duerme. Y funciona ... Hipnosis . . .
a,·uda a que e l paciente hable d e s u caso. Cuando habla sobre ello l o suficiente en
Jgar de guardarlo en su interior, gana la batalla . "
Los psiquiatras y e l público sacaron muchas conclusiones d e estos relatos. E n
F�mer lugar, dramatizaron l a utilidad del psicoanálisis d e forma que nadie pudie­
...: eludirla. (Historias similares sobre la Primera Guerra Mundial también tuvie­
--!1 su peso en el auge de la popularidad del psicoanálisis durante la posguerra.)
E..1 segundo lugar, los relatos sobre el shock del bombardeo demostraron que los
f:: blemas emocionales podían superar a cualquiera que se viese atrapado en un
puro lo suficientemente grave. Después de todo, los soldados eran norteamerica­
-:>s con temple, que habían entrado en el ejército con un evidente estado de buena
�Jud. La crisis de estos saludables jóvenes parecía ser la prueba de que la salud de
�•a persona está más condicionada por el entorno que le rodea que por su propia
_ nsrirución. Esta idea era muy importante y sus implicaciones sobrepasaban el
:ampo de batalla. Algunos psicoanalistas se preguntaron, por ejemplo, si los llan­
-os y los delirios esquizofrénicos podían equipararse a los de las víctima.s del shock
.;e/ bombardeo, con la excepción de que sus batallas se libraban con parientes y

vuos enemigos domésticos y no con tiranos extranjeros.


La tercera conclusión a la que se llegó fue más sutil que las primeras, pero
:ambién más importante. La terapia del habla que curaba a mujeres histéricas en
'. 1ena y a neuróticos hombres de negocios en Nueva York, también ayudaba a sol­
.:ados aterrorizados que se arrastraban en las trincheras de Á frica del Norte y
1kmawa. Se trataba de una muestra del poder del psicoanálisis, pero también
.::onstituía la prueba de que rodas las enfermedades mentales eran, básicamente, la
:msma. Y si todos los trastornos eran iguales, todos los pacientes también eran, de
una forma u otra, los mismos.
Éste fue un aspecto decisivo del atractivo del psicoanálisis. La doctrina de
que todos los hombres son hermanos permitía a los psicoanalistas penetrar en el
terreno de la moral. Las doctrinas más antiguas habían dado por sentado que los
enfermos eran una raza aparte. De hecho, los psiquiatras del siglo XIX se autode­
nominaron alienistas para indicar que sus pacientes eran criaturas alienadas res­
pecto al resto de la humanidad. Los psicoanalistas rechazaron enfáticamente cual­
quiera de estos debates sobre las divisiones entre las personas. Y tomando como
modelo a Freud, proclamaron que no existían barreras fijas entre nosotms y ellos.
Uno tras otro, los psicoanalistas citaron las inspiradas palabras de Terencio, el
dramaturgo romano: "Horno sum; humani nil a me alienum puto". ( " Soy huma­
no; nada que sea humano es ajeno a mí. " )

69
La locura en el diván

Este llamamiento a nuestra humanidad compartida fue inmensamente atrac­


tivo, tanto para el público como para los estudiantes de medicina que trataban de
escoger una especialidad. Pero tuvo un efecto curioso: inspiró a muchos psicoa­
nalistas a creer que la curación de casi todos los problemas concebibles, desde el
hastío hasta la locura, estaba a su alcance. Desde nuestro ventajoso punto de vista
actual, tal presunción parece excesiva, pero se trataba de algo más sutil que eso.
Todos los analistas habían sido analizados, y consideraban que aquella experien­
cia tenía un enorme valor. " [E l psicoanálisis] los ayudó", asegura Mary Coleman,
una neuróloga retirada de la Universidad de Georgetown. " Realmente lo hizo. El
psicoanálisis ayuda a la gente normal, a la gente activa; y cuanto más normal y

activo seas, más exitoso resultará. " Según Coleman, el gran error consistió en
suponer que lo que ayudaba a un psicoanalista activo también ayudaría a un
paciente con una grave enfermedad mental. Pero si no hay líneas divisorias entre
nosotros y ellos, ¿por qué no iba a ser así?
La identificación entre médico y paciente fue otro de los rasgos más atracti­
vos del psicoanálisis. "Los psiquiatras anteriores a Freud, y los que convivieron
con Freud pero no compartieron sus ideas, eran a menudo entomólogos, colec­
cionistas de mariposas" , afirma Leon Einsenberg, psiquiatra pero no psicoanalis­
ta de la Universidad de Harvard. '"Este paciente encaja en esta categoría; veamos
qué síntomas tiene el paciente.' Les gustaba llevar' ál paciente a una sala llena de
estudiantes y decir algo provocativo para que enseñara sus alas, sus delirios o lo
que fuese."
"No eran necesariamente crueles -continúa Eisenberg-, pero trataban a
los pacientes como si fueran cosas u objetos. Por el contrario, los analistas inten­
taban aceptar y sugerir que eran personas cuyos trastornos tenían raíces, signifi­
cados e historia, y que no eran tan diferentes de nosotros. Esta actitud condujo a
cierto tipo de compasión. "
Según los admiradores d e Freud, ésta era una lección directamente aprendi­
da de su mentor. La grandeza de Freud, insistían, fue tanto moral como médica.
"Freud podría ser denominado, con más propiedad que Lincoln, el Gran
Emancipador", escribió en 1 960 Walter Kaufmann, filósofo de la Universidad de
Princeton. "Nadie antes que él consiguió dar forma a la noción de que todos los
hombres son iguales. Los criminales y los dementes no son demonios disfrazados,
sino hombres y mujeres que tienen problemas similares a los nuestros; y aquí esta­
mos, debido a una experiencia u otra, usted y yo."

Existe otro factor que, añadido a su atractivo moral, fue crucial para la
popularidad del psicoanálisis. E n Estados Unidos, l a polémica entre naturaleza y

70
La cresta de la o l a

-��ón iue un tema de debate crítico, un campo de batalla abierto durante


::e::z.:.:.s En pocas palabras, la polémica se centró en el tema de la personalidad y

-�;-eramento . Por ejemplo: ¿la diferencia entre un niño tímido y otro extro-
- ...o 5e debía a la formación que habían recibido (educación) o a su constitu-
.:x;o y características biológicas (naturaleza) ? En realidad, el asunto era mucho
�� � mphcado. La pregunta subyacente cuestionaba si éramos prisioneros de la
�.:.1 o agentes libres capaces de determinar nuestro propio destino. Los psico­
c::;L ;as. que destacaban la importancia de la introspección y centraban su aten-
- ::-:1. .os recuerdos de la niñez y asuntos tales como el destete y las rutinas de la
�üe personal, parecían caer de lleno en el bando de la educación.'' Tal como
es::a .a.n las cosas, la educación era el bando que había que defender, y el psicoa­
__,• se encontraba, una vez más, entre los ganadores.
En Estados Unidos, el debate entre naturaleza y educación se planteó seria­
�:e a principios de siglo, a raíz de la polémica sobre la política de inmigración.
_ - :.eamérica, escuchábamos continuamente desde el bando de la naturaleza, se
es;.¡�a nendo amenazada por la afluencia de razas inferiores, entre las que desta­
.:a..:.a;:¡ l os judíos. Una nación basada en los fuertes y auténticos pilares del Norte
::e ,:::.1ropa recibía ahora la amenaza estrafalaria de una clase inferior que prove­
.:._ .:e los peores rincones del planeta. Tonterías, insistían las fuerzas de la educa -
-: -e trataba de un prejuicio que se disfra�aba de ciencia; ninguna cultura era
tr� •:secamente mejor o peor que otra.
Tal vez inevitablemente, el debate acabó afectando a la antropología. ¿ Quién
-e r que un antropólogo para responder a la pregunta de si el comportamiento
=:.a mnaro o adquirido? En 1925, una licenciada de veintitrés años llamada
t::garet Mead zarpó hacia Samoa. Cuando volvió trajo consigo un estudio que
-�;aldaba el punto de vista de la educación y que se convirtió en uno de los libros
-as mfluyentes del siglo. El supervisor de la tesis de Mead fue el reconocido antro-
:- .ogo Franz Boas. Catedrático de la Universidad de Columbia, Boas era uno de

• El m1smo Freud cambió de bando en el debate entre naturaleza y educación. En los inicios de su
:::.e...- ;a arguyó que la neurosis de los adultos era la consecuencia de los abusos sufridos en la niñez,
�:¡ces» que provenían del exrerior. El enfoque de Freud se cenrró en los aconrecimienros paniculares

& Jo-; pnmeros años de vida de un individuo y, por lo ramo, en la educación. Con el riempo, sin embar­
- ;:..¡ando Freud declaró que la neurosis era el resultado de fantasías sexuales y no de sucesos reales,
-•;ladó su arención del mundo exterior a los impulsos innatos. Ahora se cenrraba en los insrinros
_;:-::e.ramenre compartidos por todos los seres humanos y, por lo tanro, en l a naturaleza. "Todos los
�=.:Itas, no solamente los que fueron importunados de niños, sufren a causa de impulsos sexuales con­
.- .::::1\'0S " , afirmó Freud según el informe de los psicoanalistas Stephen Mitchell y Margarer Black. "La

;;e:-..-uahdad puede ser problemática no sólo cuando se presenra con precocidad; algo en la misma naru­
-:M�z.a de la sexualidad humana es problemático y produce conflictos inevitables y universales."

71
La locura en el diván

los más destacados defensores de los argumentos de la educación. Creía sincera­


mente que el estudio de otras culturas probaría que los seres humanos eran mol­
deables casi por completo. La cultura era un escultor con una mano que gozaba
de una extraordinaria libertad. Rasgos familiares como la competitividad y los
celos sexuales, la ambición y la agresividad, no eran características universales,
sino cualidades que se encontraban en algunas sociedades y no en otras.
A sugerencia de Boas, Mead se dedicó a estudiar a los adolescentes de Samoa.
Fue un análisis inteligente. En la cultura occidental, los cambios físicos de la ado­
lescencia suelen ir acompañados por el sturm und drang emocional.'¿Es este melo­
drama adolescente natural e inevitable o cultural y variable?
Tras nueve meses en Samoa, Mead descubrió la respuesta. "La adolescencia
no representaba ningún período de crisis o estrés -escribió en Coming of Age in
Samoa-, sino el desarrollo ordenado de una serie de intereses y actividades de
lenta maduración. " Los amables samoanos, que se encontraban entre "las personas
más pacíficas del mundo", hacían "del sexo un delicado arte" al que consideraban
"el pasatiempo par excellence". En Samoa, donde se exhibían " las más alegres y
serenas actitudes hacia el sexo" que Mead hubiera presenciado nunca, la angustia
y los disgustos, familiares a todos los padres de adolescentes norteamericanos, no
se conocían. La adolescencia era, por el contrario, "afable, tranquila y fácil" y "tal
vez el período más placentero que las chicas samo�nas experimentan " . ''.
Coming of Age in Samoa tuvo un enorme éxito y todavía se considera un
texto de lectura obligada. También proporcionó un apoyo importante a la doctri­
na freudiana. (El subtítulo del libro es: A Psychological Study of Primitive Youth
for Western Civilization.) Mead descubrió que los samoanos no padecían comple­
jos sexuales y que, por lo tanto, tampoco sufrían neurosis. "La familiaridad con
el sexo y el reconocimiento de la necesidad de una técnica para tratar el sexo como
un arte -escribió-, ha producido un esquema de relaciones personales en las que
no hay casos de neurosis, de frigidez ni de impotencia, excepto como resultado
temporal de una severa enfermedad, y la posibilidad de establecer un sólo contac­
to sexual durante una noche se considera una señal de senilidad."

* El idílico retrato de la vida en Samoa ha sido posteriormente demolido por el antropólogo Derek
Freeman en el libro Margaret Mead and the Heretic. Lejos de ser el paraíso del amor libre descrito por
Mead, donde "la idea de la violación o de cualquier acto sexual no consentido por ambas partes es
toralmente desconocida " , Samoa cuenta con una de las rasas de violación más airas del mundo. Resulta
que Mead fue fácilmente engañada por sus informantes adolescentes. Freeman llegó a localizar a una
de ellas, ahora una anciana, que le confesó: "Los científicos deberían tener cuidado con las informa­
ciones que les proporciona la gente. Tendrían que examinarlas a fondo y asegurarse de que les dicen
la verdad. y de que no les están tomando el pelo " .

72
La cresta de la ola

Como resultado, el público percibió una relación cada vez más estrecha entre
...;. antropología y el psicoanálisis y, de esta forma, tendió a identificar el psicoa­
_.._l SIS con l a teoría de la educación. (Los vínculos eran tanto personales como teó­
-.::.;s . Cuando en 1 93 9 nació la hija de Mead, Catherine, ésta eligió a Benjamin
·.;::xk como pediatra "porque se había psicoanalizado " ) .
Incluso antes d e l a Segunda Guerra Mundial, e l bando a favor d e l a educa­
- -·z era el bando correcto. Entre los que imponían la moda intelectual, defender
,_¡ :eoría de la educación significaba estar a favor del progreso y de la tolerancia.
De:ender la teoría de la naturaleza significaba volver al pasado y pensar a la anti­
:-.;.a . Sin embargo, con el triunfo de los nazis y su adhesión homicida a la teoría de
- 1:Jturaleza, el debate terminó. La doctrina de la supremacía de la raza aria pos-
-
__ aba que incluso un judío integrado, cuyos antepasados no hubieran conocido
::a patria que Alemania, era racialmente inferior, estaba biológicamente conta­
-�:J.ado y, por este motivo, debía ser condenado a muerte. Ninguna persona
.::c-.::ente podría soportar esta forma de pensar. Desde el momento en que el nazis­
-:ü se alineó en el bando de la naturaleza, la antigua identificación entre el psico­
�alisis y la educación confirió a este último una incalculable fuerza moral.

- '

73
C A P Í T U L O C U AT R O

Gloria y esperanza

La naturaleza de los hombres puede ser transformada


con el cultivo y la propagación del amor.

- KARL MEt\'NINGER

El atractivo intelectual del psicoanálisis era tan profundo como su atractivo moral.
Desde el comienzo, desde los días de Thomas Mann y Walter Lippmann, la teoría
había convencido a muchos de los mejores y más brillantes pensadores. En
Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, esta atracción intelectual
creció con más fuerza que nunca debido, en gran medida, a que el psicoanálisis era
una teoría sin apenas rivales. La psicología académica, con sus recovecos e inves­
�gaciones sobre los reflejos condicionados, no tuvo demasiado éxito; para muchos
1óvenes ambiciosos sólo representaba un minúsculo campo destinado a aquéllos
que querían estudiar ratas y palomas. Y para los científicos, la psiquiatría con­
,·encional no se les antojaba mucho más atractiva, puesto que a los pacientes ague­
l ados de neurosis solamente les ofrecía una cura basada en el reposo y otros tópi­
.:os; y a los enfermos más graves, la opción de algún procedimiento tan dudoso y
peligroso como la terapia de shock.
"En aquellos días, ¿de qué tratamientos médicos disponía la psiquiatría ? " ,
pregunta Lean Einsenberg. "Bueno, sólo disponía del electroshock", contesta res­
pondiendo a su propia pregunta. "La cuestión es la siguiente: estábamos aplican­
do un tratamiento empírico, nadie sabía por qué demonios funcionaba y no fun­
CIOnó como era de esperar. En algunas ocasiones fue como un hechizo; Dios mío,
rue un milagro", Eisenberg, un animado conversador, se siente tan asombrado por
el recuerdo de un antiguo paciente que lo evoca como si lo tuviera delante. " Y
'uego, en otras ocasiones, el enfermo se sometía a shocks y más shocks y. . . nada."
Eisenberg repasa una lista de tratamientos de hace cuarenta años, y luego
resume la situación del pasado con un gemido lastimero. "No podías hacer nada,
e:xcepro mirar y proporcionar atención humana", se lamenta. " Éste es el motivo

75
La locura en el diván

por el cual el psicoanálisis nos pareció tan bueno. El psicoanálisis proporcionaba


explicaciones. Explicaciones que no se podían verificar -se ríe Eisenberg-, pero
que co·nferían alguna clase de significado a los problemas humanos."
El cerebro también seguia siendo un oscuro continente. Incluso en la actualidad
esconde celosamente sus secretos. El problema es la complejidad agravada por la inac­
cesibilidad. El cerebro contiene entre 20.000 y 100.000 millones de células nerviosas.
Cada una está en comunicación simultánea con más de 10.000 y envía entre 2 y 100
mensajes por segundo de forma incesante, día y noche. Nadie ha conseguido entender
cómo ese cúmulo de luces grisáceas acaba convirtiéndose en consciencia. En 1 950,
estos misterios apenas eran accesibles. La neuroquímica y otros campos similares empe­
zaban a desarrollarse, y el escáner tipo PET y otras técnicas capaces de trazar mapas
cerebrales eran fantasías de ciencia ficción. En aquella época, tratar de estudiar el cere­
bro científicamente era como tratar de sondear el Pacífico con un cubo y una pala.

Esto dejaba el campo despejado. En los años cincuenta y sesenta, si eras inte­
ligente y ambicioso, y tenías la vocación de curar al prójimo, el psicoanálisis era a
lo que debías dedicarte. Allan Hobson, un psiquiatra de la Universidad de
Harvard que se convirtió en residente en 1960, recuerda la gran excitación de
aquellos días con un susurro jadeante. "La razón de que veinticinco personas de
mi clase de la facultad de medicina entraran en psiqúiatría -afirma levantando
las cejas y agitando el aire con las manos-, veinticinco personas en una clase de
ciento veinticinco, cuando hoy en día no serían más de tres o cuatro, fue que todos
pensábamos que el psicoanálisis era la cosa más grande que se había descubierto
desde el pan de molde. Estábamos completamente enganchados."
Donald Klein, un renombrado psiquiatra de la Universidad de Columbia, apro­
ximadamente de la misma edad que Hobson, lo expone de forma directa. " Quería
ser psicoanalista porque era el juego más interesante que había en la ciudad -afir­
ma-, y porque los analistas eran las personas más interesantes de la ciudad."
El mismo Freud j ustificaba una parte de este encamo. Mucho tiempo después
de su muerte, su obra seguía siendo ran atractiva como siempre. Hobson, por
ejemplo, fue un adorador de Freud en la universidad, y elaboró su tesis doctoral
sobre Freud y Dostoievski. Además, en la década de los cincuenta las teorías de
Freud habían sido desarrolladas y ampliadas con muchas otras, y los analistas
podían presumir de una lista de logros que se extendería en las décadas posterio­
res. Sin perder de vista a Freud, habían creado una amplia teoría que no sólo deja­
ba al descubierto la verdadera naturaleza de las neurosis y las psicosis, sino que
tambi.én explicaba el significado de los sueños, los orígenes de la guerra, los moti­
vos que llevan a un hombre a jugar o a beber, las fuentes de las creencias religio-

76
Gloria y esperanza

- la causa de la homosexualidad. Habían descubierto un sistema de leyes uni-


-=-�les que podía explicar el mundo y, quizás, incluso reformarlo.
Los estudiantes jóvenes e idealistas sucumbieron en manada, igual que en épocas
.c::e:Jores hubiesen podido luchar a favor del socialismo o del comunismo. "En la
:1-::...rad de medicina -recuerda Hobson- creo que nadie examinaba los textos desde
o::: ;:-.111ro de vista crítico para comprobar la certeza de sus aseveraciones." Continúa
...I:.
• mdo casi con melancolia, como si estuviera recordando una antigua relación
;¡:::¡:;-:osa. "La teoría es tan hermosa; se trata, sin lugar a dudas, de un trabajo real­
=:e:-:re precioso. Y todo el mundo quería creer en ella, como si fuese una religión."
:\ diferencia de la gran estructura que representaba el psicoanálisis, la psi-
-.Jtría convencional parecía arbitraria y cosida a pedazos, destinada a rechazar
:z :,.,jos los que preferían la elegancia intelectual. Peor aún, parecía deslizarse úni­
_¿�enre por la superficie, estudiando los síntomas pero sin superarlos, sin alean­
u.: el núcleo de la enfermedad. Según los analistas, la actitud de los psiquiatras
-:-.::r ..:n·alía a maquillar las mejillas del paciente para luego proclamar que habían
__:ado su sarampión; ellos, por el contrario, eran exploradores de las profundi­
::a.:es y no simples guardianes de la superficie.
Esto resultaba irresistiblemente atractivo para los pacientes y los terapeutas.
-::eud ofrecía la esperanza de una cura radical, por lo menos en sus primeros
�nros", afirma Donald Klein. "Liberando lo reprimido, o deshaciéndonos de
a ;un tipo de conflicto inconsciente, no sólo aliviaríamos nuestros síntomas, ¡sino
-"' Je nos curaríamos! Y ello, por supuesto, era muy estimulante para todo el
�..:ndo . ¡La idea de que conseguiríamos renovarnos! "
''Hasta el momento, éste sigue siendo un tema muy importante en relación
.:_n el atractivo del psicoanálisis", continúa Klein. "Si le dices a un paciente:
·� hre, creo que usted está deprimido. Le daremos antidepresivos'; él te contesta­
:.!: ·Bien, ¿durante cuánto tiempo tendré que tomarlos?'. Entonces tendremos que
.:eCirle: 'Bueno, no estamos completamente seguros. La mayoría de las personas
los toman durante un año. Y hay algunas que, de hecho, nunca dejan la medica­
.:�on · . Lo compararemos con la diabetes y otras enfermedades, pero no nos querrá
:-s.:uchar. '¡Oh, Dios mío! -exclamarán-, ¡ medicarme durante toda la vida!'
Pero si le aseguramos que hemos descubierto un método que lo curará p¡¡.ra siem­
;re si hace lo que le decimos ... ¡Eso sería fenomenal!"
El método era, a fin de cuentas, u n arte y una ciencia, pero nadie se preocu­
;aba mucho por ello. En realidad, aquéllos que se convirtieron en psicoanalistas
:armaban parte de un grupo elitista, en principio más inclinado hacia el arte que
ilacia la ciencia. Los que preferían estudiar el contenido de un tubo de ensayo
J..mes que el significado de un sueño, ya habían tomado otros caminos. El psicoa-

77
La locura en el diván

nálisis convenció a hordas de brillantes estudiantes con inclinaciones literarias y


afición por el simbolismo; pero no consiguió atraer a los científicos escépticos .
El resultado fue que los estudios psicoanalíticos tendieron a confundir las
fronteras entre pruebas y anécdotas. La medicina general tardó mucho en darse
cuenta de la necesidad de utilizar grupos de control, pruebas concretas y métodos
estadísticos sofisticados. Pero la psiquiatría tardó más y el psicoanálisis mucho
más que ésta. Este orden nos permite entender por qué es más fácil establecer com­
paraciones en la medicina convencional que en la psiquiatría o el psicoanálisis. No
hay dudas a la hora de medir los resultados cuando se receta el mismo antibióti­
co a mil pacientes con pulmonía; pero es más difícil definir estos resultados cuan­
do se trata con la misma psicoterapia a mil pacientes deprimidos. En los años cin­
cuenta y sesenta, sin embargo, pocos analistas se preocuparon por estos asuntos.
Como veremos, este descuido tendría consecuencias importantes.

El psicoanálisis parecía haberse esfumado durante la Gran Depresión, como


ya hemos señalado. De hecho, simplemente se estaba recomponiendo. Volvió a
aparecer aproximadamente una década después bajo una versión nueva y mejora­
da; más adaptada al estilo norteamericano. A esta variante psicoanalítica se l a
denominó medicina psicosomática. La medicina psit:osomática trataba de explo­
rar los vínculos entre las emociones y la salud. Y lo más importante era que hacía
las veces de involuntario caballo de Troya, ya que al prestar más atención a la
fisiología que al sexo introdujo al psicoanálisis en la medicina convencional.
Este nuevo campo tenía antiguas raíces. Desde el inicio de la medicina, los
médicos (y los observadores inexpertos) habían sugerido que las personas con
temperamentos particulares eran propensas a padecer cierto tipo de aflicciones. Lo
contrario, que ciertos temperamentos protegían contra la enfermedad, era difícil
de sostener. En Inglaterra, a lo largo de los siglos XVI y XVII, por ejemplo, se creía
que "el hombre feliz no cogería la peste". En nuestros días, el caso más conocido
de un supuesto vínculo entre el temperamento y la enfermedad es la personalidad
de Tipo A. El término fue acuñado en la década de los cincuenta por dos cardió­
logos de San Francisco, que descubrieron que las sillas de su sala de espera pare­
cían desgastarse por el borde delantero. Llegaron a la conclusión de que la expli­
cación era que sus pacientes se sentaban literalmente en el borde de sus asientos.''

• Fue un tapicero, y no los cardiólogos, quien señaló el extraño modo en que se desgastaban las sillas

de la sala de espera. Los cardiólogos ignoraron esta observación para volver a recordarla cuatro o
cinc;:o años más tarde, cuando sus propias investigaciones parecían demostrar una relación entre las
enfermedades del corazón y la impaciencia.

78
Gloria y esperanza

Ésta parecía ser una clara advertencia de que el carácter determinaba el destino.
Ser agresivo, ambicioso y conducir rápido significaba, al parecer, que ibas a sufrir,
.irremediablemente, un ataque al corazón.
A diferencia del psicoanálisis, que tomaba como punto de partida nociones
que pueden parecer extravagantes --cualquier chica joven se siente imperfecta por­
que carece del glorioso adorno de su hermano-, la medicina psicosomática tenía
un sentido intuitivo. Todos sabemos que nuestras emociones afectan a nuestro cuer­
po; nadie que alguna vez se haya sonrojado puede desmentirlo. La evolución nos
ha diseñado de tal manera que experimentamos la alegría, la sensualidad y el terror
acompañados por un familiar aluvión de cambios corporales. En las emergencias,
por ejemplo, nuestros corazones laten más rápido y con más fuerza, nuestros mús­
culos piden un suplemento extra de sangre, nuestras plaquetas se vuelven más pega­
josas para evitar que sangremos hasta la muerte si un atacante nos muerde. Se trata
de una buena táctica para alguien que esté huyendo de un león. Sin embargo, es
fácil imaginar que si una persona permanece en un estado crónico de pánico -si
dispara la alarma cada vez que surge un obstáculo o que un cliente rompe un
pacto-, este implacable desorden interno puede resultar arriesgado.
Esta idea vaga, pero plausible, está asociada a dos nombres en particular. El
primero es Franz Alexander, u n reconocido psicoanalista alemán muy corpulento
y con el pelo al rape, Alexander era audaz y ambicioso -el mismo Freud había
predicho que haría grandes cosas-, e irrumpió en la escena norteamericana en
1930, pregonando su intención de poner al "psicoanálisis en la palestra " . Estaba
completamente seguro de sí mismo, impulsado por la convicción de que, tal como
dijo, "en lo principal, tú tienes razón y el mundo está equivocado". (En cursiva en
el original.)
La otra gran figura de la medicina psicosomática fue una doctora de la
Universidad de Columbia llamada Helen Flanders Dunbar. Su primer libro influ­
yente fue Emotions and Bodily Changes, publicado en 1 9 3 5 . Era una visión de
conjunto más que un trabajo de erudición original y parecía aunar lo mejor de los
dos mundos, combinando la idea freudiana de que los síntomas revelan mensajes
simbólicos con un enfoque médico más convencional sobre los cambios bioquími­
cos implícitos en la enfermedad.
Dunbar era psicoanalista, estudiosa de Dante, teóloga y, según la curiosa
frase del historiador médico Nathan Hale, "una atractiva y enérgica jorobada" .
Explicó sus teorías e n una interminable serie de charlas, libros de divulgación
general y artículos. La idea principal de sus teorías era que la gente caía enferma
por elección y no por casualidad. "Ellos lo piden", explicó Dunbar en 1 947 en un
libro titulado Mind and Body, en el que comparó a las personas que enferman con

79
La locura en el diván

los niños que salen al exterior sin cazadora y luego tienen fiebre. "Lo han pedido
-insistía Dunbar-, y en los rincones ocultos de su mente incluso han elaborado
un proyecto de la enfermedad que quieren. Seleccionan síntomas de la misma
forma que la gente sana selecciona trajes, pensando cuidadosamente en el estilo,
la conveniencia y el efecto que causará sobre los demás. No obstante, muchos no
saben que lo han hecho. "
E l punto principal era que l a enfermedad constituía una elección. "Hombres,
mujeres y niños sólo padecen enfermedades o molestias a causa de lo inadecuado
de sus propias personalidades (o las de sus padres) . " ¿Por qué escogen estar
enfermos? La respuesta era fácil. Muchos pacientes estaban "buscando compen­
saciones por la negligencia o severidad que habían sufrido durante la infancia".
Sin embargo, otros eran "mocosos consentidos que buscaban en el lecho del enfer­
mo el único sustituto disponible a la época de los mimos que gozaron siendo
niños". La cura que proponía Dunbar era tan sencilla como su diagnóstico. "Los
enfermos superan los síntomas -explicó- cuando las dificultades de su persona­
lidad se subsanan, esto es, cuando se les ayuda a convertirse en la clase de perso­
nas que tienen la capacidad de ser."
Dunbar se centró en casi todo el universo médico. Interpretó las enfermeda­
des del corazón y la diabetes, el asma y la fiebre del heno, las úlceras y las migra­
ñas. Y llegó a estas conclusiones, que lo abarcaban todo, a través de una pregunta
comparativamente limitada. ¿Qué factores emocionales -se planteó Dunbar­
explican las enfermedades del corazón y la diabetes? Durante cinco años se dedicó
a estudiar a todos los pacientes ingresados en un gran hospital de Nueva York. Con
el fin de descubrir qué distinguía a los pacientes cardiovasculares y diabéticos, tuvo
que compararlos con un grupo de gente sana. Pero la gente que estaba fuera del
hospital no parecía muy dispuesta a perder el tiempo participando en las investiga­
ciones de Dunbar. ¿Dónde podría encontrar a un público cautivo de gente normal?
Dunbar se dio cuenta de que la respuesta estaba delante de ella. Y el estudio
de las víctimas de accidente hospitalizadas le permitió investigar a un sector hete­
rogéneo de la sociedad a sus anchas. Pero lo más sorprendente, y el factor más
importante de su carrera, fue el descubrimiento de que la mayoría de los acciden­
tes no eran, ni mucho menos, accidentales. ( Este acontecimiento también supuso
el fin de los intentos de Dunbar por encontrar grupos de control que confiriesen
validez a sus comparaciones.) "Sólo alrededor del 1 0 al 20 por ciento de rodas
estas lesiones, morrales o no, han sido provocadas por accidentes accidentales",
informó. "El resto están vinculadas a la personalidad de la víctima." Aunque los
pacientes creían "ser víctimas de la mala suerte o de algún castigo divino, en rea­
lida d habían sido atacados por sus propios conflictos emocionales" .

80
G l o r i a y esperanza

Se trataba de un aserto, no de una demostración, y Dunbar nunca explicó cómo


había descubierto esta realidad. No obstante, siguió adelante. Tras comenzar con la
premisa según la cual los conflictos emocionales eran la clave de los accidentes, según
parece la más azarosa de las desgracias, no tardó mucho en llegar a la conclusión de
que los trastornos emocionales eran la clave de cualquier enfermedad. Dunbar se
puso a trabajar con entusiasmo, compilando listas de rasgos de la personalidad aso­
ciados con distintas enfermedades. Las víctimas de la alergia, por ejemplo, "han
experimentado una fuerte curiosidad y tendencia sexual -no necesariamente un
fuerte deseo sexual-, y están inclinados a temerlo" . Las personas que padecían
enfermedades de la piel compartían "un conflicto emocional profundamente arrai­
gado entre el deseo de afecto y el miedo a ser lastimadas si tratan de conseguirlo".
Como agrupaban a una enorme cantidad de individuos, las listas de Dunbar
sobre los rasgos de la personalidad resultaban extrañas, algo parecido a los horós­
copos chinos que describen los rasgos compartidos por todos los nacidos en el
:\ño del Perro. Los diabéticos, por ejemplo, que en Estados Unidos se cuentan por
millones, se distinguían por "un fuerte conflicto emocional entre el resentimiento
hacia los padres y una dócil sumisión a ellos ... El caso de los hombres se caracte­
riza especialmente por la figura de una madre dominante que establece fuertes
lazos de cariño y dependencia". Dunbar creyó que el papel de las emociones era
particularmente evidente en niños que sufrían alergias, asma y erupciones. La
dave era un amor sofocante, una especie de mimo asfixiante detectado en las
madres autoritarias. Tomemos a los niños con eczemas, por ejemplo: "El amor
sofocante los ha envuelto tan intensamente que, de algún modo, su cuerpo está
cubierto por él y la piel es la parte más directamente afectada " .
Dunbar y Alexander dieron todo su apoyo a l a difusión del credo psicoso­
mático. En 1 948, dos investigadores publicaron un estudio que resumía veinte
años de investigación en el New York State ]ournal of Medicine. La conclusión,
anunciaron Eli Moschowitz y Mata Roudin con una impresionante precisión
matemática, era que "el trauma psicológico en la edad de crecimiento produce
hiperquinesia, que a su vez desemboca en una enfermedad psicosomática ". En un
informe entusiasta, la revista Time publicó lo siguiente: "El shock mental o emo­
cional provoca hiperactividad en ciertos órganos; la personalidad del paciente
determina qué órganos se verán afectados. El tipo de personalidad, más que el tipo
de shock, es la clave". Las víctimas de una alta tensión sanguínea "viven intensa
y desesperadamente" . Son intolerantes, impacientes y tienen miedo al futuro. Por
el contrario, los que padecen úlceras de estómago están "delgados y hambrien­
tos", y son hoscos y agresivos. Las personas con problemas intestinales son "deli­
cadas y de voluntad débil", sumisas y dependientes, y temen a las muchedumbres.

81
La locura en el diván

En 1 950, Alexander publicó su trabajo más destacado, un gran volumen titu­


lado Psychosomatic Medicine. En este libro presentaba listas de rasgos de la per­
son·alidad como las de Dunbar, junto con elaborados diagramas repletos de flechas
y bucles de retroalimentación etiquetados como dependencia infantil, sentimien­
tos de inferioridad e hipersecreción gástrica. Fue éste el estudio que la soltera
Adelaide, una cantante de cabaret, llevó al escenario en Guys and Dolls, también
en 1 950, mientras añadía sabiduría psicosomática a la letra de una canción clási­
ca. "En otras palabras -cantó después de leer detenidamente el texto de
Alexander-, sólo con esperar este sencillo y pequeño aro de oro, una persona
puede incubar un catarro." .,.
Alexander fue menos lírico que Adelaide, pero sus explicaciones sobre la
enfermedad estaban al mismo nivel. Y dejó atrás los catarros para dedicar espe­
cial atención al asma:

Estamos preparados para contestar por qué y cómo un deseo reprimido hacia la figu­
ra de la madre puede provocar un espasmo de los bronquios, base fisiológica de los
ataques de asma. Partiendo del estudio de un caso psicoanalítico, E. Weiss adelantó
la teoría según la cual el ataque de asma representa un llanto reprimido por la
madre. . . Esta opinión ha sido avalada por el hecho de que muchos pacientes de asma
reconocen espontáneamente que para ellos es difícil, llorar. . . La represión del llanto
provoca dificultades respiratorias que pueden ser observadas en el caso del niño que
procura controlar la urgencia de las lágrimas o que después de un prolongado perío­
do de fútiles tentativas intenta dejar de llorar. Los familiares resuellos y la disnea, que
aparecen con fuerza, son similares a un ataque de asma.

Otras investigaciones revelaron conclusiones similares, y los periódicos y las


revistas se apresuraron a difundir los descubrimientos. En 1 953, por ejen:plo,
Time declaró con rotundidad que "las chicas que no se llevan bien con sus padres
son propensas a crecer sexualmente frígidas, y que cuando se casan son candida­
tas a la indigestión y a los cálculos biliares " . A salvo de las dudas internas y de los
ataques externos de los demás, los psicosomaticistas se hicieron cada vez más atre­
vidos. Según las palabras del historiador Nathan Hale, avanzaron desde la caute­
la hasta la confianza y la certeza.
Desde la década de los cincuenta, el psicoanálisis se expandió como una

" Adelaide pudo haber estado en lo cierto. En diciembre de 1996, Sheldon Cohen, un psicólogo de la
Carnegie Mellan University de Pittsburg, reveló al público de una conferencia en el National Institute
of Health que había descubierto que la gente que sufría "conflictos sociales permanentes" durante un
mes o más tiempo, era más vulnerable a los catarros que la gente que no padecía tal estrés.

82
Gloria y esperanza

marea. Incluso con su estructura freudiana original, la teoría fue lo suficiente­


mente poderosa como para barrer a sus rivales. Y aunque durante los años trein­
:a cayó en el olvido, ahora había vuelto a surgir con más fuerza. Esta vez se adap­
¡:Ó al terreno norteamericano y absorbió la energía de dos importantes afluentes
.:ercanos. Uno fue la noción moralmente atractiva de que todos los hombres son
:1ermanos; el otro, la idea intelectualmente seductora de que el psicoanálisis lo
abarcaba todo. Y si en apariencia el poder acumulado era muy amplio, en la rea­
;Idad todavía lo fue más. Y ello porque el psicoanálisis era una teoría sin ningún
nval significativo que pudiera desviar su energía, y porque toda su fuerza se cana­
uzó en una sola dirección.
Era fácil perder la cabeza, y personas mucho más prudentes que Flanders
Dunbar y Franz Alexander fueron víctimas de l a excitación. Tomemos a
eymour Kety. Kety, un renombrado científico, fue uno de los más destacados
mvestigadores en la búsqueda de una explicación biológica de la enfermedad
mental. En 1 95 1 , Kety fue el primer científico que ocupó el cargo de director
del flamante National lnstitute of Mental Health. Y como jefe de un grupo que
estudiaba las enfermedades mentales, debía poseer u n conocimiento real de las
mejores armas del arsenal psiquiátrico. Por lo tanto, se decidió que sería psi­
.:oanalizado a expensas del gobierno. Este hecho constituía una demostración
e\·idente del prestigio d e l psicoanálisis, pero Kety se mostró ambivalente. Y se
marchó a casa para considerarlo. Después de todo, el gobierno pagaría la cuen­
:a del análisis.
"Si te hubiesen dicho que te quitarían el apéndice gratis, ¿también les dejarí­
.lS hacerlo?", le increpó su mujer.
Ésta fue, reconoció Kety más tarde, una buena pregunta. No obstante, siguió
adelante con el análisis. Pero como recordaría más adelante, no sacó mucho pro­
vecho del estudio de su propio carácter aunque tenía una buena opinión de su ana­
�lsta, la afamada Edith Weigert. Sin embargo, la experiencia empujó a Kety a escri­
oir -y finalmente a publicar en la revista Science- un notable y breve ensayo que
�uuló The True Nature of a Book.
Este texto fue escrito como una parábola que formaba parte de un ensayo
más largo. Kety empezaba pidiendo al lector que imaginara una comunidad de
.:riaturas inteligentes y civilizadas que nunca hubiesen visto un libro. (Habían
mventado otras formas de transmisión del conocimiento . ) Un buen día, millones
de libros aparecen de la nada por arte de magia. Rápidamente, el Laboratorio de
.-\natomía se hace cargo de estos extraños objetos. Allí se esfuerzan fanáticamen­
te en describir los libros con precisión, pero no prestan especial atención a "las
negras marcas superficiales" que hay en su interior. Luego llegan los químicos.

83
La locura en el diván

Éstos queman algunas páginas para calcular cuánto calor despiden, y llevan a cabo
un análisis químico para averiguar su composición. Descubren restos de carbón,
nos señal"a Kety con malicia, pero desechan estas manchas como impurezas y
nunca identifican la tinta, elemento esencial de un libro.
Kety continúa. Los biólogos moleculares, los fisiólogos y los físicos pierden
la pista a través de medios distintos y elaborados. (Los físicos, por ejemplo, for­
mulan complejas ecuaciones para describir el modo en que se mueven las páginas
al sacudir el libro.) "Finalmente, y a la desesperada, llevan el libro a un psicoana­
lista con la esperanza de que él sea capaz de leerlo." Y así lo hace, triunfando en
aquello en lo que sus intolerantes rivales científicos habían fracasado.
Al final de la fábula, Kety afirma que en ningún momento pretendió "subesti­
mar la enorme importancia y las grandes contribuciones aportadas por la bioquími­
ca, la biofísica y las ciencias biológicas en general". Después de aclarar este punto
en concreto, Kety da un toque final a su cuento con una moraleja: "No siempre nos
acercamos a la verdad cuando fragmentamos, homogeneizamos y aislamos".
El sentimiento que se desprende del texto no es lo más importante. Ideas
semejantes formaban parte de la poesía romántica ("No sé, y no trato de saber/
Cuáles son las fórmulas de la belleza" ). Y el mensaje que transmitía era común
entre los psicoanalistas, que tendían a tratar a los científicos de modo muy pare­
cido a como las clases altas inglesas lo hacían con los que-�e ensuciaban las manos
en el comercio. Pero no olvidemos que este cuento no es fruto de un poeta ni de
un psicoanalista, sino de un destacado científico cuya misión explícita era acer­
carse a la verdad fragmentando, homogeneizando y aislando.
Algunos de los contemporáneos de Kety, también investigadores orgullosos
de sus opiniones científicas, cayeron bajo el mismo hechizo. " Siento vergüenza al
admitir -escribió Jerome Kagan, u n eminente psicólogo de Harvard- que repe­
tí a mi primer grupo de psicología infantil lo que me enseñaron en la carrera. Les
dije con absoluto convencimiento que a algunos niños les costaba aprender a leer
porque interpretaban el acto de la lectura como un comportamiento agresivo
hacia sus padres."
Al recordar este tipo de episodios, los entrevistados hablan con el pesar de
unos profesionales de mediana edad interrogados sobre las j uergas y borracheras
de su época de estudiantes. (El mismo Kety rechazó con rapidez su propia pará­
bola y siguió disfrutando de una larga y prestigiosa carrera científica. A los ochen­
ta años, todavía se le podía encontrar trabajando a diario en el National lnstitute
of Mental Health.) En explosiones de contagio mental que nadie ha conseguido
explica�, hombres y mujeres equilibrados sucumben ocasionalmente a una excita­
ción vertiginosa, cuando sucede algo inesperado en la bolsa, por ejemplo, o cuan-

84
G l o r i a y esperanza

.:o a alguien le toca la lotería. La excitación se alimenta a sí misma, creciendo con


zenesí y afectando a un número cada vez mayor de personas. En Holanda, en el
;¡glo XVII, por citar el ejemplo más típico, la manía del tulipán irrumpió como un
:...,rnado, y sobrios padres de familia perdieron los ahorros de su vida por un único
L'ulbo de tulipán.
En su época de mayor auge, el psicoanálisis parecía ejercer una influencia
�emejante. "Lo que estoy tratando de decir -afirma Allan Hobson, psiquiatra de
_a Universidad de Harvard- es que todo el mundo estaba metido en eHo por lo
:nenos hasta la cintura, y algunas personas hasta el cuello."

Entre todas las características que hacían atractivo al psicoanálisis, una tenía
;nás peso que las demás. El psicoanálisis ofrecía esperanza, una esperanza que iba
más allá del campo de la medicina. Según los recuerdos moderadamente exagera­
dos del psiquiatra Roben Coles, en la década de los cincuenta "se nos enseñó o se
nos empujó a creer... que si combinábamos diez años de psicoanálisis con el j uego
hberal de la economía, ¡caray!, podríamos encontrar el cielo a la vuelta de la
esquina ". En Norteamérica, la tierra de las oportunidades y del hombre que deci­
de su destino, el psicoanálisis no tenía límites.
Allan Hobson cree que el momento de mayor esperanza, cuando el psicoa­
nálisis alcanzó la cima, fue 1960. " Kennedy acababa de ser elegido presidente ­
recuerda-, el político liberal más eficaz e inteligente que Estados Unidos haya
tenido nunca, y en el ambiente se respiraba una especie de mesianismo nacional."
Hobson es un hombre de aspecto aseado con largos cabellos blancos y ralos, y una
nariz larga y delgada que unos asaltantes le deformaron hace décadas. Es un con­
versador enérgico, que grita con ira y vocifera con incredulidad, y agita las manos
como si intentara elevarse en el aire. Recuerda los días gloriosos del psicoanálisis
no como un cínico que observa el drama desde la orilla, sino como alguien que fue
atrapado por la inundación.
"Pasaron factura a la enfermedad mental sin oposición. Se iban a construir clí­
nicas de salud mental a lo largo de todo el país", ahora Hobson se muestra incrédu­
lo y su voz ha alcanzado el sonido de un inaudible pitido. " ¡ Eso iba a resolver el pro­
blema de la pobreza! Toda esa gente era pobre porque no habían sido analizados. No
bromeo. Se le vendió la moto al Congreso con estos argumentos. Aquél que tuviese
la suerte de ser psicoanalizado se convertiría en un auténtico norteamericano."
Resultó doblemente irónico que Norteamérica se aficionara al psicoanálisis
con más entusiasmo que cualquier otra nación, y que Norteamérica eligiera el
optimismo como rasgo más atractivo. Porque Freud fue un pensador profunda­
mente pesimista y porque detestaba en gran medida a Estados Unidos.

85
La locura en el diván

"Norteamérica es un error -escribió una vez-, un error colosal, es cierto, pero


no por ello menos error."
La aversión de Freud hacia Estados Unidos era en parte simple esnobismo, el
desdén de un europeo sofisticado hacia el primo pueblerino que se había conver­
tido en un nouveau riche. El viaje que realizó en 1 909 para pronunciar unas con­
ferencias en la Universidad de Clark fue su única visita al Nuevo Mundo. Aquella
invitación se convirtió en el primer reconocimiento oficial de Freud ( "Cuando pisé
el andén de Worcester... -escribió más tarde- se me antojó como la realización
de algún ensueño increíble." ) , pero ni siquiera este honor consiguió calmarlo. Y
tampoco sucumbió a la excitación cuando vio una película por primera vez, cuan­
do visitó Chinatown o Coney Island, o cuando contempló las cataratas del
Niágara. Freud siempre se quejaría de que la horrible comida norteamericana era
demasiado pesada para la digestión, y de que su estancia en Estados Unidos había
contribuido, de algún modo, a destrozar su escritura.
Pero las razones del antiamericanismo de Freud -una obsesión según uno de sus
biógrafos- eran mucho más profundas. El motivo auténtico parece haber sido el temor
a que los norteamericanos, con su frivolidad e impaciencia de urraca, y constante fija­
ción por los arreglos rápidos, aceptasen sus doctrinas con entusiasmo para malinter­
pretarlas y estropearlas. Era un temor que demostraba cierto don para la profecía.
El verdadero desacuerdo entre Freud y Estados 'Unidos no tenía nada que ver
con la cocina, sino con el optimismo y el pesimismo. Es cierto que en alguna oca­
sión Freud habló de curas enérgicas y de transformaciones similares a las de una
mariposa, pero por lo general adoptaba un tono más apagado. En 1 893, en los
albores de su carrera, Freud afirmó abiertamente que el propósito del psicoanáli­
sis no era más que transformar la "desgracia histérica en infelicidad común". En
1 937, al final de su carrera, todavía proclamaba el mismo mensaje. "La diferen­
cia entre una persona que no ha sido analizada y el comportamiento de una per­
sona después de haberse analizado -escribió Freud- no es tan profunda como
pretendemos al hacerlo y como esperamos y sostenemos que debe ser."
Y respecto a la humanidad en general, en oposición a los pacientes en parti­
cular, la visión de Freud era tan desoladora como la de Hobbes: "Los hombres no
son criaturas apacibles y amigables que desean ser amadas y que, a lo sumo, pue­
den llegar a defenderse si son atacadas . . . ", escribió en Civilization and Its
Discontents. "Su vecino no sólo es un colaborador potencial o un objeto sexual,
sino también alguien que los provoca para satisfacer su agresividad, explotar su
capacidad de trabajo sin ofrecer nada a cambio, utilizarlos sexualmente sin su con­
se':timiento, apoderarse de sus posesiones, humillarlos, causarles sufrimiento, tor­
turarlos y matarlos. Hamo homini lupus. [El hombre es un lobo para el hombre.]"

86
G l o r i a y esperanza

Esta cruel verdad, insistió Freud, era indiscutible. El hombre es "una bes­
:ta salvaje que no tiene consideración por su propia especie. Basta con recor­
�ar las atrocidades cometidas durante l a s migraciones raciales o las invasiones
�e los Hunos, las atrocidades cometidas por los denominados mongoles bajo
d mandato de Gengis Kan y Tamerlane, o por los piadosos cruzados en l a con­
quista de Jerusalén; basta con recordar los horrores de la reciente Guerra
.\1undial para inclinarse humildemente ante la irrefutable verdad de este punto
de vista " .
Lo peor y lo más horrible de todo e s que no había solución; n o se podía
<mpulsar ninguna mejora fundamental porque el problema no era la estructura de
:a sociedad, sino la naturaleza del hombre. Tal como declaró Freud durante la
Primera Guerra Mundial, "la constitución mental de la humanidad" y no las
acciones de individuos particulares eran la causa de la "excesiva brutalidad, cruel­
dad y falsedad que ahora se expanden sobre el mundo civilizado". Nuestros
Impulsos innatos, "nacidos de nuevo con cada niño", incluyen "el incesto, el cani­
oalismo y el ansia de matar".
Como resultado, la humanidad está atrapada: los humanos sólo pueden vivir
en sociedad porque únicamente las restricciones de la sociedad pueden dominar
nuestros instintos sexuales y agresivos. Pero vivir en sociedad significa sacrificar y
someter las pasiones e impulsos más profundós . El hombre no puede vivir sin la
sociedad, y no puede vivir como le gustaría dentro de la sociedad. A pesar de su
majestuosidad, Civilization and Its Discontents es una larga glosa basada en este
iamiliar pasaje: "Culpable si lo haces, culpable si no lo haces".
"La vida, tal como nos la encontramos, es demasiado dura para nosotros",
subrayó Freud. "Nos proporciona demasiados sufrimientos, decepciones y tareas
imposibles." Unas frases después, para terminar con cualquier discusión en que se
afirmase que podía haber una puerta de salida, Freud declaró con franqueza: "El
propósito de que el hombre debe ser feliz no forma parte del plan de la Creación".
E s difícil pensar en un mensaje más inadecuado para u n país que proclamaba el
derecho inalienable del hombre a perseguir la felicidad.
Y, sin embargo, la visión del mundo de Freud era mucho más tenebrosa que
ésta. Toda criatura viviente, insistió, abrigaba lo que él llamaba un instinto de
muerte. "En 1920, Freud nos dejó boquiabiertos con el descubrimiento de que
rodo ser viviente experimenta, además del principio del placer, que desde los días
de la cultura helénica se ha llamado Eros, otro principio: lo que vive, quiere vol­
ver a morir. Si su origen es el polvo, quiere ser polvo otra vez. No sólo experimenta
el impulso de la vida, sino también el impulso de la muerte", escribió Fritz Wittels,
colega psicoanalista y biógrafo de Freud. (En cursiva en el original.)

87
La locura en el diván

Cuando estas lúgubres teorías llegaron a Norteamérica, fueron sorprenden­


temente transformadas en una doctrina de la esperanza. Como Freud había temi­
do, ·este cambio se produjo porque moderaron su mensaje hasta que alcanzó un
estado de inofensiva agresividad. La adulteración fue llevada a cabo con el mayor
atrevimiento, como por arte de magia, por Karl Menninger, devoto admirador de
Freud y emblema de la psiquiatría norteamericana en las décadas de los cincuen­
ta y sesenta.
Junto con su padre y su hermano, Menninger dirigió la famosa Menninger
Clinic de Topeka, Kansas. Menninger era un hombre apasionado, autoritario e
impaciente, con una vida personal caótica: entre otras complicaciones, él y su her­
mano mantuvieron largos períodos de enfado rehusando hablarse el uno con el
otro aunque dirigieran la clínica j untos. A pesar de todo, su imagen pública encar­
naba a un médico sabio y amable. Menninger fue inmortalizado como tal en un
cuadro sobre medicina que se puede contemplar en un vitral de la catedral de
Washington. Allí, en un día claro, en la capital de la nación, el visitante puede ver
a Karl, a su padre Charles y a su hermano Will, brillando a la luz del sol.
En 1 959, en una conferencia del encuentro anual de la American Psychiatric
Association, Menninger explicó detalladamente el mensaje de Freud. Su charla se
tituló Esperanza. El tema central de Freud, señaló Menninger, era un mensaje
·
bíblico: "Conocerás la verdad, y la verdad te ha r� libre". Y a continuación,
Menninger añadió elementos de su propia cosecha a la historia: "Para alcanzar
esta liberadora verdad, Freud no buscó en la física, la química o la biología, sino
en la tierra prohibida de las emociones. Del interior de la caja de Pandora que es
la mente del hombre, llena de cosas dañinas y desagradables que esperan ser lan­
zadas a este mundo de dolor, apareció, por último, la Esperanza " .

Habiendo encontrado d e algún modo l a esperanza, una tarea que habría


paralizado a Freud, Menninger lo tenía todo a su favor. Aquel punto de vista era
mucho más parecido a los Estados Unidos de Norman Vincent Peale que a la
Viena de Sigmund Freud. "El gran coraje de Freud lo empujó a estudiar con hon­
radez los aspectos negativos de la naturaleza del hombre", declaró Menninger.
"Pero al persistir en sus investigaciones llegó al fondo de la caja y descubrió que
el amor es potencialmente más fuerte que el odio, y que a pesar de su instinto de
malignidad, la naturaleza de los hombres puede ser transformada con el cultivo y
la propagación del amor."
Menninger solía proclamar que era "más freudiano que Freud", y continuó
sié�dole fiel incluso después de una peregrinación a Viena que se convirtió en un
fracaso cuando Freud desairó a su visitante norteamericano. Menninger estaba

88
G l o r i a y esperanza

_ ;�\·encido de que no había ningún elogio demasiado bueno para Freud. Era "un
:nbre cuya intrepidez y originalidad de pensamiento, cuya brillantez intuitiva,
__ . as fructíferas incursiones en el inconsciente" lo ponían al nivel de Platón y
&.l.lleo. Freud era un "genio" cuyo carácter estaba marcado por una "incansable
f--1.:1encia e inalterable valor", por una " inefable modestia, amabilidad y dulzura
.:.damental". Hombre sin par, Freud había "descubierto la psicología" y "nadie
a: el campo de la psicología consiguió alcanzar jamás un ápice de su altura".
Poseído por la indudable certeza de que en Freud había encontrado a un guía
--ahble para adentrarse en los misterios de la psique humana y equipado con
"-lS gafas de color rosa nunca vistas en Viena, Menninger trabajó incansable­
reme para difundir su versión del Evangelio. Y empezó criticando a sus predece­
;es. incluyendo a Freud, por haber no tenido suficiente fe en los poderes del psi­
- .málisis. "El antiguo punto de vista asumía que la mayoría de las enfermedades
entales eran progresivas y refractarias", se quejó en The Vital Balance, su mani­
-e-sro de 1 963. "El nuevo punto de vista es que la mayoría de las enfermedades
-enrales cumplen su propósito y desaparecen, y lo hacen más rápida y satisfacto-
-.l.:nente cuando son comprendidas y tratadas con habilidad."
El hábil tratamiento que Menninger tenía en mente era el psicoanálisis, y ni
�mera la locura conseguiría menguar su optimismo. "Sabemos que existe la posi­
- .tdad de que los seres humanos pierdan sus arharras -escribió Menninger con
e-:usiasmo-, de que se sientan confusos y trastornados. Normalmente, este esta­
.: desaparece antes o después; a veces empeora. " No era, en realidad, un gran
-:.srerio. "A riesgo de cansar al lector -declaró-, repetiremos de nuevo la fór-
-ula: el estrés se acumula y supera al poder de los mecanismos habituales de
_::iensa del individuo para manejarlo cómodamente."
¿De dónde surgió esta afable y desbordante confianza? Parte de ella derivó
_e Freud, aunque la tendencia de Menninger a pintar una cara sonriente sobre su
-::roe sólo le sirvió para ganarse el desprecio de éste. Pero Menninger sí que repre­
,.enró fielmente a Freud en su fe en el poder curativo y casi mágico de las palabras.
-Las palabras son la herramienta esencial del tratamiento mental", escribió Freud
::::: 1 905. "A una persona inexperta quizá le cueste entender que los trastornos
::-arológicos del cuerpo y la mente puedan ser eliminados mediante simples pala­
�;:-as. Pensará que le estamos pidiendo que crea en la magia. Y no andará muy
::qmvocado."
Pero la fe de Menninger en las palabras excedió incluso a la de Freud, pues­
< que Menninger no veía razón para poner límites a los "trastornos patológicos"
�Je el psicoanálisis podía tratar. Según Menninger, la psiquiatría había tomado
�•a dirección equivocada justo al principio de su época moderna, alrededor de

89
La locura en el diván

1 890. El gran pionero de la psiquiatría, Emil Kraepelin, dedicó todas sus energías
a la clasificación de sus pacientes. Todo muy pulcro, insinuó Menninger, pero ¿qué
c0nclusiones sacó? "Ahora nuestro interés no consiste en saber cómo denominar
algo, sino en qué hacer con ello", declaró con impaciencia en The Vital Balance.
Estas simples palabras escondían un mensaje radical. En psiquiatría, insistía
Menninger, diagnosticar una enfermedad no era el primer paso que se debía dar en
el tratamiento de un paciente, como durante largo tiempo habían sostenido los
médicos de otros campos. La razón era sencilla: el diagnóstico era irrelevante por­
que las enfermedades no eran, en realidad, muy diferentes unas de otras. "Hoy en
día tendemos a pensar en los trastornos mentales como si todos fueran iguales cua­
litativamente, pero diferentes cuantitativamente así como en su apariencia externa" ,
afirmó Menninger. Tomemos a pacientes que parecen tener problemas totalmente
diferentes: un hombre desesperado que piensa en el suicidio, por ejemplo, una mujer
abrumada por ataques de pánico que no se atreve a salir al exterior, y un hombre
esquizofrénico convencido de que hay un lobo en su interior que lo devora por den­
tro. Para Menninger, todas estas dolencias eran variantes del mismo tema.
Y este tema era la ansiedad, la verdadera raíz de cualquier mal. "El supues­
to era que todas las psicoparologías se debían a la ansiedad", recuerda Donald
Klein, psiquiatra de la Universidad de Columbia. "Si padecemos una leve ansie­
dad, estamos nerviosos. Si padecemos una ansiedád moderada, somos neuróticos.
Si padecemos una ansiedad tan aguda que nuestro ego se desmorona y perdemos
el contacto con la realidad, entonces somos psicóticos."
Se trataba de una teoría limpia. Otros científicos habían anhelado encontrar
una explicación única y unificada que englobara todos los misterios del cosmos ­
Einstein se pasó más de tres décadas buscando una teoría de campo unificada-,
pero fueron los psiquiatras los que encontraron su Santo Grial. La ansiedad era el
culpable; el psicoanálisis, la cura. Según el sucinto resumen de Klein, "para
Menninger sólo había una enfermedad y un tratamiento" .
"La noción d e que la persona mentalmente enferma es una excepción ha des­
aparecido para siempre", declaró Menninger. "Ahora se reconoce que la mayoría
de las personas sufren algún grado de trastorno mental durante la mayor parte del
tiempo." Esto, desde l uego, parecía negar los esfuerzos de Freud por establecer
una línea divisoria entre la neurosis y la psicosis. Pero igual que la Biblia, los tra­
bajos de Freud contenían pasajes que podían citarse para respaldar casi todas las
posturas. Aunque escribió a menudo sobre la futilidad de intentar psicoanalizar a
pacientes esquizofrénicos, Menninger y sus seguidores prefirieron destacar un
comentario diferente extraído d e Analysis Terminable and Interminable. "De
hecho, cualquier persona normal sólo es medianamente normal", escribió Freud

90
G l o r i a y esperanza

e= aquel ensayo de 1937. "Su ego se aproxima al del psicótico de una forma u otra
�• mayor o menor grado."
e trataba de una creencia tentadora. Por un lado, porque parecía humana;
;: � el otro, porque parecía encajar con nuestro sentido común sobre la enfer­
�.:ad mental. "La idea de continuidad entre lo que ocurría en la vida de la gente
� �al y lo que ocurría en una psicopatología era enormemente atractiva", seña­
Donald Klein. "La gente decía: 'Estoy preocupado por el sexo, los tabúes sexua­
-.; ' esa clase de cosas. Comprendo que alguien que esté muy preocupado por ello
:;._--d
-e a sentirse mucho peor que yo'."
Los norteamericanos aprovecharon este filón y lo explotaron. Después de
O.:o. vivían en una nación cuyos mitos principales se basaban en relatos de trans-
-:naciones. Todo era posible. Con suficiente iniciativa cualquiera podía aspirar a
_ -;Yertirse en presidente. Se trataba de una antigua historia. El nuevo giro consis­
-.: en adaptar la tradicional saga de harapos y sedas, convirtiendo una fábula eco-
- :mea en una psicológica. El mensaje del psicoanálisis norteamericano no era que
..:o el mundo podía hacerse rico, sino que todo el mundo podía superar su pasa­
- \" convertirse en una persona nueva, sana y libre. Era como si la más extraña de
extrañas parejas, Horario Alger y Sigmund Freud, hubiese unido sus fuerzas.
..a.,

La salud mental fue sólo el principio. " Sería superficial decir que Freud sola­
-eme inventó una cura para la neurosis", d�claró el psicoanalista Abram
�rdiner en 1957. " ¡ Decir sólo esto equivaldría a ser injustos con Freud! Freud
-:20 mucho más que eso ... Introdujo en el mundo una nueva definición del desti-
-') humano, ya que puso en las manos del hombre los medios para modificar los
-:1pedimentos que antes se consideraban irremediables. No tienes por qué ser la
_.::nma de tu propio pasado, dijo Freud, ni de tu propio entorno. "
Completamente convencidos del poder del psicoanálisis, Kardiner y
_ 1enninger se convirtieron en los portavoces de una era. Muchos analistas estaban
�uros de que se les había concedido el don de un poder sin igual, como les ocu­
::�a a los héroes de los cuentos de hadas. En público intentaron no jactarse de su
c-uena fortuna. Pero entre ellos no tenían por qué mostrarse tímidos. En un inter­
.:ambio de opiniones sobre la esquizofrenia en un encuentro de la American
Psychoanalytic Association, por ejemplo, un participante explicó con detalle los
.1spectos que situaban al psicoanálisis por encima de cualquier posible rival:

Su particu./ar fuerza deriva de su acceso único a las experiencias íntimas del paciente,
sus miedos y esperanzas, sueiios y fantasías, aquello de lo que se enorgullece y de lo
que se avergüenza; ya sea aquello a lo que puede acceder conscientemente o aquello
que oculta su influencia más allá del alcance de la consciencia ... Nuestro trabajo inrer-

91
la locura en el diván

pretativo nos ha obligado acertadamente a restar valor a otras fuentes de i n formación


como informes extra-analíticos, exámenes de laboratorio, estudios médicos y bioquí­
micos, información sobre el aprendizaje, la memoria y la coordinación, datos socio­
lógicos, informes de sus jefes, declaraciones de los miembros de la familia, etc.
Ninguna otra disciplina ha sido capaz de sondear las profundidades de la experiencia
interior, de explorar con tal sensibilidad nuestros sentimientos y comportamientos
más íntimos, y de darles sentido y significado. [ Redonda añadida.]

La única pregunta era dónde aplicar tan formidable herramienta. La res­


puesta parecía obvia. El psicoanálisis era "el más poderoso de todos los instru­
mentos psicoterapeúticos", declaró Leo Stone, un eminente analista. Y "es un gran
error utilizarlo para trastornos triviales, incipientes o enfermedades reactivas ... en
lugar de aplicarlo a trastornos crónicos más serios" . Si tenían una maza, ¿por qué
utilizarla solamente para remachar tachuelas?
Así pues, el escenario ya estaba preparado. Armados con autoridad moral y
fervor intelectual, y blandiendo una poderosa arma, los psicoanalistas se pusieron
manos a la obra. ¿Qué mejor desafío que la locura? Sus víctimas habían sufrido,
impotentes y ocultas, durante todas las épocas. Y, por fin, ahora se abría la posi­
bilidad de rescatar a estas pobres almas prisioneras. "Para nosotros -declaró la
psicoanalista infantil Beata Rank en una conferencia sobre niños retrasados o psi­
cóticos-, se trata de un desafío similar al de los mít'os y las leyendas, en los que
el héroe (ahora terapeuta) vence a monstruos y dragones, y deshace la maldición
del espíritu del mal, liberando así al hermoso príncipe o princesa."
De todos estos monstruos, el más temido era el más conocido. Formidable,
inamovible e insondable, había conseguido anular a las víctimas escogidas. Este
azore era la esquizofrenia. Y los analistas estaban decididos a vencerla de una vez
por todas.

92
TERCERA PARTE

Esquizofrenia

Aquél que cura la esquizofrenia cree que ha


alcanzado la cima de la competencia -del
poder y de la autoridad- al haber hecho algo
que ni siquiera Freud y Jung pudieron hacer.

- :\RTHUR SURTO .

• ¡
C A P Í T U L O CIN C O

l:a madre de la
.Jdre esquizofrenogénica

Creemos que el esquizofrénico es U/la persona que ha padecido


experiencias traumáticas serias durante su primera infancia, en
una época en que su ego y su habilidad para examinar la reali­
dad no estaban todavía desarrollados.

- FRIEDA FROMM-REICHMt\NN

..¡ n...h
..: e, cuando el silencio caía sobre el hospital mental, surgían los torturadores.
_ -,crima eran muy reales -tan reales como los demonios-, pero solamente él
c·los u oírlos. Noche tras noche, brincaba de la cama, aterrorizado, suplican­
,..e:�cordia en una mezcla de inglés, francés, alemán y hebreo, subiendo a gatas
• ·cómoda en un enloquecido intento de escapar, retrocediendo de allí a la mesa,
�. otra vez a la cama, a la cómoda, chillando todo el tiempo atormentado por
.:!.'"' -\rrastrándose tras él, luchando para abrirse camino a través de los muebles,
• •

- ·oa la figura lenta y torpe de una diminuta mujer de mediana edad. Era Frieda
� -Reichmann, una de las psiquiatras más famosas de Norteamérica. Aunque ella
_... rungún fantasma, intentaba tranquilizar a su paciente pasando, también, de un
, a otro; y si intuía su presencia, hacia todo lo posible para protegerlo.
:::.." la batalla contra la esquizofrenia, Fromm-Reichmann estuvo en las trin-
;::¡:u•. Fue una guerrera peculiar. Medía menos de metro cincuenta, era regordeta
�:t..a. y parecía una abuela enviada por una agencia de casting. Pero en reali­
-- e:-a una judía alemana refugiada que llegó a Estados Unidos en 1935. Hizo
--=�a en el Chestnut Lodge, un conocido hospital mental privado de las afueras
.1;hmgron, D.C., que abogaba a favor del tratamiento psicoanalítico de los
i:!"'::es psicóticos. En principio la contrataron durante dos meses para una
-c.:1a de verano, pero aquellos dos meses se convirtieron en veintidós años, que
::neron en 1957, cuando Fromm-Reichmann murió a causa de una apoplejía.
E.n aquella época, entre la comunidad psiquiátrica se la conocía como una ama-

95
La locura en el diván

ble y juiciosa terapeuta. Pero era mucho más que eso. Por atreverse a tratar la]..... -
su forma más virulenta y por salir victoriosa, la diminuta Fromm-Reichmann �

uha destacada reputación. El psiquiatra Roben Coles, desde un punto de vista e�


ejemplo para las siguientes generaciones, habló en nombre de sus compañeros �-
la alabó como a un héroe. El best-seller I Never Promised You a Rose Carde1:. ;:­

cado en 1964, difundió su fama entre el público general. Escrita por una antigua p
te, Joanne Greenberg, esta novela retrataba a Fromm-Reichmann como la sah .L
que había liberado a su protagonista de la esquizofrenia. Fromm-Reichmann era ....

Fried, extraordinaria en igual medida por su brillantez y su empatía. "Después de h.1.., �

la tratado durante algún tiempo -observa uno de los deslumbrados psiquiatras .:::
novela -descubrirás que con la pequeña Clara Fried la inteligencia es sólo el prinCII'
Pero Fromm-Reichmann dejó un complejo legado. Por una parte, se en:7.­
ró directamente a la esquizofrenia -como hemos señalado, incluso Freud ptYl
ñeó a la hora de luchar contra esta enfermedad-, pero la valentía fue solame-:!
la mitad de la historia. Un hecho igualmente importante fue que introdujo _­

nuevo elemento en el cuadro de la esquizofrenia. Este nuevo elemento era la cut;- _

que se convertiría en el elemento esencial del lienzo.


La esquizofrenia no era un estado orgánico, arguyó Fromm-Reichmann pe.::
a las opiniones contrarias de los más eminentes psiquiatras del siglo XIX. Tampcx:
dedicó mucho tiempo al estudio de las hipótesis de'Freud sobre los orígenes psic -
lógicos de la esquizofrenia, aunque sumisamente les rindiera homenaje. La teona
de Fromm-Reichmann era más simple, y pronto se establecería como un evangeh
defendido y embellecido por una serie de distinguidos discípulos a lo largo de las
décadas de los cincuenta y los sesenta. Según esta teoría, la esquizofrenia era un
producto del hombre. Para ser exactos, un producto de la mujer. Un esquizofréni­
co era esculpido por unas manos humanas como una cesta de junco, un recipiente
de arcilla o cualquier otro producto artesanal. En el caso de la esquizofrenia, pro­
clamó Fromm-Reichmann, las manos que daban forma pertenecían a la madre.
Desde su época de estudiante, Fromm-Reichmann se había sentido inclinada
a tratar a los esquizofrénicos. Imperturbable e impertérrita, insistía en ver a los
pacientes a solas, incluso a los pacientes violentos y paranoicos. Afirmaba que lle­
var a un ayudante para protegerse sería una falta de respeto hacia sus pacientes.
Creía que un buen tratamiento no consistía en adherirse a técnicas o doctrinas par­
ticulares, y desdeñaba las reglas técnicas. Lo principal era "la acritud básica de cada
terapeuta hacia las personas psicóticas. Si las trata como a criaturas extrañas de
otro mundo cuyo comportamiento no es comprensible para los seres normales, no
podrá ayudarlas. Por el contrario, si acepta que la diferencia entre él y el psicótico
es solamente de grado y no de naturaleza, sabrá cómo comunicarse mejor con él".

96
La madre de la madre esqu izofrenogénica

La locura podía interpretarse exactamente igual que los sueños, pero las vir­
�s acrobacias intelectuales no formaban parte del estilo de Fromm­
.... -�"Tiann. Un paciente esquizofrénico que se mostraba "reservado, indiferente y

x ...:omunicativo" , por ejemplo, podría simplemente "estar protegiéndose de un


..1- adicional y de una hostilidad potencial". Evidentemente, "no se trata de
- .: .mprensión intelectual del esquizofrénico, sino de una comprensión campa­
.; : de un diestro manejo de las relaciones mutuas entre paciente y médico, que
.s factores terapéuticos decisivos" , declaró. (En cursiva en el original).
Era una filosofía más fácil de exponer que de aplicar. Se necesitaban diecio­
:neses, por ejemplo, para que un paciente del Chestnut Lodge dejara de gritar:
.,._._pequeña perra sucia y apestosa", "Tú, condenada judía alemana, ¡vuelve con
.'-<11ser!" y " ¡Desearía que te hubieses estrellado en ese avión que cogiste ! " .
-:1m-Reichmann no adoptaba una postura afectada, y no explicaba estas his-
-.1.> para retratarse a sí misma como una persona noble o sufrida; las explicaba
:-10 de pasada, para empezar a hablar de algún otro tema. Para tratar de supe­
-...: su propio miedo irracional hacia una paciente, por ejemplo, señaló que "es
._,_::o que me amenazó repetidamente con golpearme o tirarme piedras", pero
....,b1én constató que las amenazas nunca se habían llegado a materializar.
·::-.:;:ivamente, " a excepción de unas cuantas bofetadas no sucedió nada grave".
Sus compañeros terapeutas se asombraban ante Ji imperturbabilidad de esta
�::-:Jucada y refinada dama judía alemana de clase media-alta", como la describió
• -.J de ellos, a la que no le acobardaba el comportamiento al cual se enfrentaba.
·::n día, durante una sesión de terapia con un paciente (mudo, como de costum-
-� en su propio despacho -recuerda un colega-, la doctora Fromm­
�IChmann se dio cuenta de que éste se estaba tocando los genitales con la mano
_..:e trataba de esconder en el fondo del bolsillo de sus pantalones. También era
1dente que tenía una erección. La doctora consideró la situación durante unos
-srantes y luego le dijo: 'Si ello le hará sentirse algo mejor, por favor, siga'.
:...espués de lo cual, el j oven se abrió la cremallera y empezó a masturbarse mierr­
-as la doctora Fromm-Reichmann permanecía sentada tranquilamente frente a él
_ "�n la mirada baja y las manos apretadas en el regazo."
Fromm-Reichmann "se habría sentado en la orina de un paciente con él para
_emostrarle que no había diferencia entre ellos", recordó otro colega. " O si un
:-aciente le hubiese dado sus heces como regalo, ella las habría tomado."

No es extraño que aquellos psiquiatras dispuestos a hacerse cargo de la


esqui �ofrenia fueran más a menudo aclamados que emulados por sus colegas. No
�esultaba fácil tratar con pacientes esquizofrénicos, por lo general miserables y

97
La locura en el diván

descuidados, y en ocasiones violentos. Probablemente, e l tratamiento tendr..: �

ser prolongado, complejo y, lo peor de todo, inútil. ¿Qué psiquiatra no pre:::--­


una sucesión de damas y caballeros agradecidos, con trajes caros, que cum;
sus citas, pagaban sus facturas y también progresaban?
Pero limitarse a pensar en la esquizofrenia como un trastorno difícil sigo-
ca minimizar su importancia lamentablemente. La esquizofrenia es relati\'am::­
común, está más extendida que la enfermedad de Alzheimer o la esclerosis rr.�

ple,y sus horrores llegaron a disparar la alarma incluso entre los expertos. A e•­

no les costó demasiado citar los hechos desnudos -la esquizofrenia afee:.:.­
aproximadamente a una persona de cada cien, tendía a manifestarse entre los .:=

cisiete y los veinticinco años, y afligía en igual número a hombres y mujeres. a.....:­
que los hombres padecían el trastorno a una edad más temprana-; pero incl_
en las austeras revistas médicas a veces interrumpieron su prosa mesurada con ...::.
fragmento más sincero.
"La esquizofrenia es el cáncer de la psiquiatría", declaró uno de estos expe­
tos. Y sus víctimas se enfrentaban "a un trastorno verdaderamente terrible". Ü4
calificó la enfermedad de " holocausto espantoso" que dejaba tras de sí una esre..:
de "trágicos despojos humanos".

Es un holocausto que nosotros, a salvó �n nuestras casas, difícilmente poce­


mos imaginar. En realidad, el reto es más grande de lo que parece a primera visra
Se suele decir que la enfermedad es como un país extranjero, y que nosotros lee­
mos los relatos de los viajeros que han estado allí con una mezcla de miedo y fas­
cinación. Pero el trastorno mental es distinto del cáncer, de una enfermedad de.
corazón y de orros muchos males porque afecta directamente al modo en que sus
víctimas perciben el mundo. El resultado es que precisamente las personas que
mejor conocen la locura -los nativos de esa tierra extraña, por así decirlo- ape­
nas son capaces de describirla en términos que el resto de nosotros sepamos com­
prender.
Sin embargo, no podemos hacer nada sin su orientación. Quizá podamos
imaginarnos paralizados, ciegos o sordos; pero, casi por definición, nos resulta
imposible saber con claridad lo que significaría pensar de forma caótica. ¿Cómo
imaginar que estamos atrapados en agua hirviendo si siempre hemos sabido que
lo que tenemos delante es un apacible y burbujeante riachuelo?
Por consiguiente, centrémonos en los nativos. Escuchemos a Caro! North,
por ejemplo, en un fragmento de Welcome, Silence, sus memorias sobre la esqui­
zofrenia. Un día, North se fijó en un trozo de vidrio de una botella de Coca-Cola
rota:

98
La madre de la madre esquizofrenogénica

!..:!: había un mensaje. Se suponía que debía utilizar el borde del vidrio para rasgar la
.·.;me de mi pie y contemplar la maquinaria interior, que me proporcionaría una vista
:.;r.1/e/a del funcionamiento de las Otras Dimensiones.
Aunque la conexión fuera superficial, yo era astuta; podría descubrir el plan
-..;estro...
�e senté con impaciencia y empecé a hurgar en la parte superior de mi pie con un
- ::o de vidrio verde. No fue fácil, pues el vidrio no estaba afilado. Me quedé sor-
-·endida por la resistencia de mi piel. Hice numerosas incisiones, sin llegar a partir
s tendones que corrían a lo largo de la parte superior de mi pie. Algunas gotas de
s.;•:gre manaron suavemente hacia adelante, y las heridas simplemente aparecieron .

.....;$ toqué con un dedo, intentando aventurarme por debajo de los bordes de la piel
-.;•.1 sondear la maquinaria interior; pero la piel era tenaz y estaba muy bien adherí­
...; .1 la carne de la base. Tiré de las heridas para abrirlas al máximo, pero no conse­
T�= :i1stinguir ninguna maquinaria en su interior. El zumbido se detuvo. Había perdi­
; >rll oportunidad.

=:.s=e extraño tono, esta " yuxtaposición de locura y cordura " , según las pala­
..:: ws psiquiatras Paul Wender y Donald Klein, es revelador. Una persona con
::zt:-ro dañado por un accidente de coche, por ejemplo, puede tenerlo dañado
:-:alidad. Por el contrario, la mente del esquizofrénico es una mescolanza,
;�=ura surrealista que combina las más ext�avagantes alucinaciones e ilusio­
- :: .as imágenes más cotidianas. Un esquizofrénico puede estar convencido de
� .:::agones saltando por las paredes y, sin embargo, ser capaz de leer el perió-

. -. siquiera una relación de familiaridad a lo largo de la vida consigue miti­


a >e:Itimiento de extrañeza del observador. "Mi hijo está loco y no está loco",
-� ..
:rma Cardozo-Freeman, una profesora de literatura y folclore de la
_s.c.ad Estatal de Ohio y madre de un esquizofrénico de cincuenta años. "No
_ !xpbcarlo. Es capaz de sentarse y escribir un ensayo basado en ideas com­
__,_ __ ::=e racionales; sin embargo, él es irracional. No siempre, pero la mayor
--� .:�. nempo. Cree que Mick Jagger y Miles Davis charlan con él a través de
_-\ veces pienso que mi hijo está poseído", concluye con cansancio.
_os esquizofrénicos pueden sufrir dolorosos períodos de introspección y
-;..:¡encía . Recuerdo a un hombre esquizofrénico, diagnosticado por prime­
..... a .os once años, que tenía cuarenta y siete cuando lo conocí un invierno.
� : lo en una única habitación, el termostato señalaba ochenta y su colchón
..:.,¡__,:_.:;3. en el centro del cuarto, rodeado por inestables columnas de periódicos
. libros y montones de ropa sucia. Era capaz de pensar por sí mismo -en
- ·.:.... era bastante inteligente-, pero saltaba de un tema a otro y hablaba con

99
La locura en el diván

un sonsonete peculiar, alargando y arrastrando algunas palabras para luego cita�


con rapidez frases enteras en una sola respiración. "Un psiquiatra me dijo una \·ez
-relataba, como si estuviera hablando sobre el tiempo- que siempre me rayana.
como un disco que alguien hubiese dejado al sol."
Pese a las dificultades, hay muchos relaros de primera mano acerca de la locu­
ra. Los mejores son vívidos y apremiantes, aunque el simple acto de proporciona�
una descripción inteligible impone un orden artificial. Igual que un sueño narradc
a otra persona, que nunca tiene la intensidad y el exotismo propios del original.
La analogía con el sueño es casi inevitable. Como los elementos del paisa¡e
de un sueño, por ejemplo, los aspectos más cotidianos del mundo del esquizofré­
nico pueden adquirir de repente una intensidad hipnótica. "El estímulo ambienta.
bombardeaba constantemente mis sentidos con una intensidad implacable, cas.
insoportable", recordaba Carol North. "Me pasaba horas maravillándome de la
textura de los ladrillos de los edificios, de los complejos dibujos en movimiento de
la luz de la luna en el río, de los pliegues de las cortezas de los árboles, de los dibu­
jos que bailaban sobre la alfombra de la sala de baile del sindicato (de estudian­
tes), incluso del tejido de mis tejanos. No eran dibujos y diseños ordinarios; esta­
ban llenos de significado. "
Una esquizofrénica recuperada, llamada Norma MacDonald, describió un
bombardeo sensorial similar. "El paso de un extraño por la calle podía ser una
señal que debía interpretar. Cada una de las caras que se dibujaban en las venta­
nas de un tranvía se quedaban grabadas en mi mente, todas ellas concentrándose
en mí y tratando de transmitirme algún tipo de mensaje." A menudo, los mensa­
jes eran más evidentes. Caro! North vivió atormentada por voces extrañas desde
los seis años. Creía que todo el mundo oía voces; suponía que nadie hablaba sobre
ellas porque las voces, igual que las funciones corporales, eran privadas. Con el
paso del tiempo, las voces de North se hicieron constantes, " parloteando absur­
damente, como personas en una fiesta en la habitación de al lado". Más tarde.
cuando North tenía diecisiete años, las voces le ordenaron que se matara.
Las voces son características de la esquizofrenia, pero son sólo una parte de
la angustia que inflige la enfermedad. Los pacientes están obsesionados por ilu­
siones -falsas creencias, como la convicción de que la CIA vigila todos sus movi­
mientos- y por alucinaciones -voces, por un lado, aunque también por terribles
espejismos imaginados y totalmente convincentes. "No podía descansar -se que­
jaba una paciente llamada Renée- a causa de las horribles imágenes que me asal­
taban, tan vívidas que experimentaba verdaderas sensaciones físicas. En realidad
no veía imágenes, porque no representaban nada. Mejor dicho, las sentía. Sentía
que mi boca estaba llena de pájaros a los que pulverizaba entre mis dientes; y sus

100
La madre de la madre esquizofrenogénica

-a ... , su sangre y huesos rotos me ahogaban. O veía a personas, a quienes había


_:ado en botellas de leche, pudriéndose, y me bebía sus cadáveres putrefactos.
&-"raba la cabeza de un gato que, mientras tanto, roía mis órganos vitales. Era
--LOso, insoportable."
Como de pasada, como si apenas mereciera ser destacada, Caro] Norrh des­
x 1a sensación de que "mi piel se volvía gris y empezaba a caerse de mis ante­
; precisamente allí, en el despacho del psiquiatra" y que "gotas derretidas de
':lientos se deslizaban por mi piel y se derramaban sobre la alfombra for­
-.::o pequeños y ordenados surcos " .
-�observamos a un paciente atacado por la esquizofrenia no podremos evi-
;-cguntarnos por el origen de esta extraña enfermedad. ¿Por qué apareció
-.:o apareció? Y mientras tanro, ¿permaneció al acecho y pasó desapercibida?
-�en lugar de observar a un paciente nos centramos en la historia de la enfer-
-.ld. se nos plantearán las mismas y desconcertantes preguntas. ¿La esquizo-
.1 apareció de repente o atormentó a la humanidad desde el principio? Si con-
--"los la Biblia, a Hipócrates y docenas de textos antiguos, encontraremos vívi-
-"e:>cripciones de la lepra y de la epilepsia, y de una multitud de enfermedades .
. :dónde está la esquizofrenia? Hoy en día es una de las enfermedades men­
:nás extendidas, presente en todas las culturas del mundo. ¿Podría haberse
·.:o por alto una enfermedad con unos síntomas ta � devastadores y singulares?
hubiese aparecido bruscamente de la nada, ¿por qué en ese determinado
-:enro y en ese determinado lugar?
El registro histórico está salpicado de tentadoras pero equívocas descripcio­
-::e enfermedades que podrían hacernos pensar en la esquizofrenia. Un escritor
;;;glo VI describe a una mujer que estaba convencida de tener en sus manos el
.::es-mo del mundo: creía que si no mantenía los dedos rígidos el mundo sería des­
-::".: o. Aproximadamente en el año 1000, el médico persa Avicena describió a un
e.:1 príncipe que creía firmemente ser una vaca y que suplicó que lo sacrificaran
- :ara que con mi carne se pueda hacer un buen estofado " . En Francia, en el siglo
'. el rey Carlos VI (Carlos el Loco) padeció la ilusión de que sus piernas esta­
� "!echas de vidrio y se podían romper en cualquier momento.,,.
Curiosamente, no se ha encontrado ningún testimonio indiscutible sobre

ue los remas favoriros del debare histórico fue la salud mema! de jesucristo. Sobre rodo a prin-
• Jel siglo XX, se publicaron varios tratados que pretendían demostrar que jesús era esquizofré­
' \caso la ilusión de grandeza no es uno de los síntomas de la enfermedad? ¿Y qué se puede decir
..ho de escuchar voces, y no precisamente cualquier voz, sino la voz de Dios? El debate alcanzó
-..:.�w más álgido en 1913, con una refutación magistral en forma de tesis doctoral titulada .The
:.:hu:rtc Study o( jesus. El autor era el entonces desconocido Albert Schweitzer.

101
La locura en el diván

esquizofrenia hasta el siglo XIX. Es entonces cuando tropezamos, inesperada­


mente, con dos relatos en el mismo año, 1 809: el de un celador de un asilo ingles.
y el de un médico francés. Estos primeros observadores se sintieron especialmen·
te impresionados por el ataque temprano de la enfermedad, que se detectaba en la
adolescencia. "En el intervalo entre la pubertad y la madurez -escribió John
Haslam, superintendente del Bethlehem Hospital de Londres ( l a palabra bedlan:
[manicomio] tiene su origen en Bethlem)-, he presenciado dolorosamente esre
cambio desesperado y degradante, que en un breve lapso de tiempo ha transfor­
mado al más prometedor y vigoroso intelecto en un baboso y abotargado idiota . ..
Nueva o no, esta enfermedad parecía, de repente, estar en todas partes. Pronto se
convirtió en un castigo y en la encarnación de la locura.

Frieda Fromm-Reichmann no aparentaba ser la persona más adecuada para


tratar un trastorno tan pavoroso, pero se mostró mucho más capacitada de lo que
parecía. A pesar de su aspecto de abuela, fue una trabajadora entusiasta y muy dis­
ciplinada, que se alimentaba con una innumerable cantidad de cigarrillos y tazas
de café. Había adquirido el sentido del deber muy pronto. Fromm-Reichmann cre­
ció en una familia severa como la mayor de tres hermanas y la favorita de una
madre autoritaria a la que nunca había que faltar. Las niñas crecieron tranquilas,
'
bien educadas, pulcras y aplicadas. Las expectativas eran elevadas; la rebelión
impensable. "Tuvimos una infancia hermosa y despreocupada", recordaba la ter­
cera hija, Anna, en su vejez. "Nos permitieron estudiar lo que quisimos."
Frieda, la niña mimada de su madre, sobresalió desde el principio en las cla­
ses y, más tarde, en la Universidad de Konigsberg, donde fue una de las pocas estu­
diantes femeninas que se contaban entre los centenares de alumnos varones.
Aunque dedicó su vida a una empresa que Freud j uzgó imposible, nunca se consi­
deró una rebelde. Aseguraba que ella era su seguidora más ferviente, y se deleitó
proclamando la brillantez del genio. En cuanto a la esquizofrenia, no es que Freud
estuviese equivocado, sino que, por una vez, había subestimado el potencial del
psicoanálisis.
Desde el punto de vista de Fromm-Reichmann, el error de este gran hombre
era comprensible. Después de todo, la mayoría de sus pacientes fueron neuróticos
y no psicóticos. Freud declaró que la esquizofrenia era intratable principalmente
porque el paciente estaba demasiado alterado para poder establecer una relación
de trabajo con el terapeuta. Éste fue el error clave, y Fromm-Reichmann explicó
con detalle el fallo intelectual que hizo que Freud se equivocara .
. Freud señaló acertadamente que los esquizofrénicos eran "personas ausentes,
indiferentes y, a veces, enérgicamente hostiles", pero interpretó mal sus observa-

102
La madre de la madre esquizofrenogénica

ciones. Este retraimiento a un mundo privado no era el rasgo principal, ni el más


característico, de la esquizofrenia. Por el contrario, era "un resultado secundario
de una seria y muy temprana deformación de las relaciones del paciente con las
personas importantes de su infancia ."
Se trataba d e un mensaje que aportaba una enorme esperanza porque, a dife­
rencia de lo que sostenía Freud, los pacientes esquizofrénicos podían recibir
ayuda. El retraimiento de la realidad sólo era un síntoma, una especie de herida
mental. El mundo hería a los esquizofrénicos, pero éstos nacían intactos. El daño
se producía después.
Y por esa razón podía ser eliminado. La clave era un terapeuta con la pacien­
cia y la resistencia necesarias para deshacer las deformaciones de la vida del pacien­
te. La identificación entre paciente y terapeuta era posible. En un informe sobre sus
propios éxitos terapéuticos en el Chestnut Lodge, Frieda Fromm-Reichmann expo­
ne el factor esencial en cursivas: "Para que pueda recuperarse, el esquizofrénico,
por encima de todo, tiene que ser curado de las heridas y las frustraciones de su
vida". La analista Edith Weigert (que analizó a Seymour Kety, el director científi­
co del National Institute of Mental Health) describió la técnica de Fromm­
Reichmann algo más detalladamente, presentándola como una rutina. Acomodada
en su mecedora y mirando a su paciente directamente a la cara, Fromm-Reichmann
se quedaba sentada y escuchaba sin juzgar, sin prejuicios, sin ideas preconcebidas.
"Antes o después, el paciente esquizofrénico sentía que ya no estaba solo, que allí
había un ser humano que le entendía, que no apartada la vista con rechazo o dis­
gusto", escribió Weigert. " Este extraño instante de descubrimiento -repentino e
impredecible, parecido a un don de gracia- se convertía a veces en una encrucija­
da en la vida del paciente. Las puertas del compañerismo humano se abrían y, de
ese modo, se abría también el lento camino hacia la recuperación."
Se trataba de una reivindicación fácil de proclamar pero difícil de demostrar.
Fromm-Reichmann, Weigert y otros psicoterapeutas hablaron alegremente de
curas y recuperación, pero no proporcionaron ninguna evidencia que apoyara sus
afirmaciones. Y eso es algo particularmente preocupante porque la esquizofrenia
es un trastorno escurridizo. Los problemas surgen de inmediato con el diagnósti­
co. Incluso hoy en día, la esquizofrenia se diagnostica sobre la base de los sínto­
mas -alucinaciones, ilusiones, apatía severa, etc.- y no a partir de un análisis de
sangre, de un escáner del cerebro o cualquier otra medida objetiva que nos pro­
porcione una prueba indiscutible. El diagnóstico todavía se realiza como en el
siglo pasado, básicamente rellenando las casillas de un formulario .
.Por lo tanto, los psiquiatras pueden discrepar sobre si un paciente es, de
entrada, esquizofrénico. Saloman Snyder, uno de los más renombrados psiquiatras

103
La locura en el diván

de la actualidad, declara categóricamente que ni siquiera la famosa paCiente �

Fromm-Reichmann, la autora de I Never Promised You a Rose Carden, fue e -

pletamente esquizofrénica. "Cualquiera que haya trabajado con esquizofrém.:­


aunque sea durante unas pocas semanas -insiste Snyder-, sabe que ni Vonne?-=
[Mark Vonnegut, autor de The Eden Express, un relato en primera persona s --:

la locura] ni Deborah en Rose Carden fueron esquizofrénicos."


Para mayor confusión, la esquizofrenia sigue un curso impredecible. lncL,
en los primeros años del siglo XX, cuando no había ningún tratamiento espec _

para ningún tipo de esquizofrenia, se creía que un tercio de los pacientes se re�­
peraba, un tercio mejoraba y el otro tercio no experimentaba ningún progre
Esta observación tendría que haber impulsado a todos los psiquiatras a mostrJ.:-�
cautelosos a la hora de pronunciar afirmaciones atrevidas. Porque, evidenteme-­
te, las anécdotas y los historiales clínicos no eran suficientes. Cualquiera '- -�

inventara una terapia podría alcanzar un cierto margen de éxito.,,.

Fromm-Reichmann proclamó que su enfoque terapéutico derivaba del .::�

Freud, pero no fue totalmente cierro. Como hemos visto, Freud no se ocupó pra.:­
ticamente de ningún paciente esquizofrénico. Sin embargo, a pesar de sus escas
conocimientos, creyó haber penetrado en el corazón de la enfermedad gracias a __

extraordinario paciente al que nunca conoció. Daniel Paul Schreber era un 1u�z

alemán que pasó trece años de su vida en clínicas mentales. La segunda r mJ•
larga hospitalización empezó cuando Schreber tenía cincuenta y un años, y se prv­
longó durante casi nueve, desde 1 8 93 hasta 1902. A lo largo de esos nueve año:>.
Schreber tomó meticulosos apuntes y en 1 903 publicó un relato en primera pe::-­
sona titulado Memoirs o( My Nervous Illness.
Hoy en día, la enfermedad nerviosa de Schreber se denominaría esquizofre­
nia paranoide y su víctima nos proporcionó un relato extraordinario aunque ape­
nas comprensible. Schreber fue asediado por voces y otras alucinaciones, y vinC
atormentado por las ilusiones: hablaba con el sol, era torturado por vampiros, su
cuerpo se transformaba gradualmente en el de una mujer. Creía que, desde haCia
muchos años, Dios había dirigido una serie de rayos contra él; los rayos habían
producido un sinfín de efectos dolorosos que Schreber denominaba milagros.
Escribió que aunque se había acostumbrado a este singular asedio, " incluso ahora.
los milagros que experimento a cada momento son de una naturaleza que asusta­
ría mortalmente a cualquier otro ser humano" .

.• Algunos psiquiatras tenían el temperamento escéptico de Anatole France, que al ver un montón de
muletas abandonadas en Lourdes supuestamente observó: "¿Y las piernas de madera?".

104
La madre de la madre esquizofrenogénica

El propósito del libro era invitar a los científicos cualificados a que lo exa­
minaran para que pudieran comprobar por sí mismos que su cuerpo, efectiva­
mente, se estaba transformando de hombre a mujer. "Lo que otras personas pien­
san que son ilusiones y alucinaciones", afirmaba Schreber, eran cambios reales sin
precedentes en la historia de la humanidad y una prueba de que los poderes de
Dios eran mucho más fuertes de lo que se creía anteriormente. Schreber estaba
convencido de que el hecho de contar esta h istoria serviría para difundir estas nue­
vas verdades religiosas y "obraría de forma sumamente provechosa como una
bendición para la humanidad".
Freud leyó el libro de Schreber en 1 91 0 y un año después publicó un ensayo
acerca del caso. Éste fue el primer informe de Freud sobre un paciente mental hos­
pitalizado. Sus argumentos eran complejos y, fiel al estilo que lo caracterizaba, no
sólo explicaban el caso de Schreber, sino el de cualquier (varón) paranoico. ¿Cómo
explicar la creencia del esquizofrénico paranoico de que el mundo conspiraba con­
tra él? Este miedo obsesivo era el resultado de la homosexualidad inconsciente del
paciente. Incapaz de admitir la proposición "le quiero", el paranoico sufre dema­
siado y, en su l ugar, hace hincapié en "le odio". A su vez, esta proposición es
inaceptable porque fuerza al paciente a sentirse afectado por el odio y, así, en un
giro final, la proposición se transforma en "él me odia". ¡ Voila!
'

Fromm-Reichmann celebró las teorías de Freud, pero, de hecho, su enfoque


de la esquizofrenia es más próximo al de su amigo y mentor Harry Stack Sullivan.
Considerado en los años veinte y treinta como el mejor psiquiatra de Norteamérica,
Sullivan está prácticamente olvidado en la actualidad. Tenía un carácter extraño:
abandonó la universidad antes de graduarse, era alcohólico, le gustaba derrochar y
no se presentó en el funeral de su padre para no tener que pagar la factura. Podía
ser "tan tierno como un pedazo de mantequilla", recordaba un confundido colega.
" O tan malicioso y agresivo como una cobra enfurecida."
Sullivan era un personaje alto, delgado y melancólico; "una persona solita­
ria desde su más temprana infancia", según las palabras de uno de los conferen­
ciantes que participó en un acto conmemorativo. Tal vez a consecuencia de ello,
sus teorías psicológicas asumieron como tema principal los riesgos del traro entre
las personas. Si Freud se concentró en los conflictos interiores del individuo,
Sullivan subrayó la importancia de la interacción de sus pacientes con las demás
personas. "Lo individual no es simplemente lo que se debe estudiar", leemos en un
resumen de un comentarista de las opiniones de Sullivan, por la misma razón que
"un animal en una jaula, en lugar de en su entOrno natural", no es el objeto de
estudio más adecuado para el investigador de la vida salvaje.

105
La locura en el diván

Puede que Sullivan sufriera ataques de esquizofrenia -él mismo afirmó que
es.tas experiencias eran la base de sus teorías sobre la enfermedad-, pero algunos
biógrafos sospechan que se inventó esas historias. De todas formas, puso en prác­
tica sus teorías a principios de 1929 en el Sheppard Hospital de Baltimore y en el
Enoch Pratt Hospital. Allí preparó una sala con seis camas para jóvenes varones
esquizofrénicos y la mantuvo incomunicada del resto del hospital.
Sullivan escogió a los pacientes entre la población de esquizofrénicos del hos­
pital, seleccionó a los seis ayudantes que se encargarían de ellos, y luego dio a su
selecto equipo instrucciones detalladas sobre cómo desempeñar sus obligaciones.
La idea, que sencillamente podría parecer banal, era que los pacientes habían
enfermado a causa de sus malas relaciones con los demás y que por lo tanto podrí­
an recobrar la salud estableciendo unas buenas relaciones. El secreto consistía en
escoger a ayudantes sensibles, amables, amistosos y, sobre todo, de confianza.
Sullivan declaró que esta estrategia práctica y optimista, que trataba de enfrentar­
se al presente más que resucitar el pasado, era característicamente norteamericana.
Los resultados fueron extraordinarios. Sullivan afirmó que alrededor del 80
por ciento de sus pacientes habían mejorado, aunque se mostró vago a la hora de
definir el concepto de mejora. (No se trataba necesariamente de eludir la cuestión.
La prosa de Sullivan siempre era oscura y a menudo impenetrable. "La intimidad
- '
-declaró en un pasaje representativo- es la clase de situación que involucra a
dos personas y que permite validar todos los componentes de autovalía. " )
Sullivan empezó s u carrera terapéutica decidiendo qué piezas del mobiliario
freudiano había que tirar por la borda y qué piezas de debían mantener. Respecto
al tratamiento de la esquizofrenia, rechazó sin miramientos la mayoría de teorías.
Y aunque creía que los sueños estaban relacionados con la psicosis, consideró que
analizarlos era demasiado arriesgado en los casos de pacientes que apenas estaban
sujetos al mundo real. Preguntar por las asociaciones libres a un paciente que oía
a hombres lobo hablando con él era como echar gasolina al fuego.
A Sullivan tampoco le parecieron útiles otras técnicas freudianas clásicas. El
terapeuta, por ejemplo, no debía sentarse alejado en un silencio casi completo,
limitándose a reflexionar sobre los comentarios que hacía su paciente a distancia.
(Fromm-Reichmann solía sentarse cerca de sus pacientes, y no detrás de ellos
como hacía Freud, para poder verse cara a cara.) Sullivan también consideraba
que las consultas de cincuenta minutos eran demasiado restrictivas. Algunas veces,
el terapeuta podía verse obligado a tratar con su paciente durante horas. Para
complicar más las cosas, y a diferencia de los neuróticos, estas personas que sufrí­
an un trastorno tan agudo no veían a su terapeuta como a un aliado. Habiendo
huido del mundo para sumergirse en uno propio, resistían todos los esfuerzos para

106
La madre de la madre esquizofrenogénica

traerlos de vuelta. "Como un animal de la selva que huye ante un enemigo depre­
dador -declaró el psiquiatra John Rosen en un ensayo de 1952- el paciente
lucha con toda la capacidad de sus instintos."
A menudo, las sesiones de terapia eran incómodas, similares a las desoladas
escenas de Beckett. La forma de hablar de los esquizofrénicos era una ensalada de
palabras con fragmentos reconocibles dispuestos de forma tradicional. En algunas
ocasiones hablaban ragtime, trotando a gran velocidad a través de alguna enci­
clopedia idiosincrásica. Y en otras, no decían nada. "Al trabajar con estos pacien­
tes --explicó uno de los colegas de Fromm-Reichmann-, el terapeuta consigue
hacer algo en concreto reflexionando sobre los posibles significados de un eructo,
o la irrupción de un gas, no solamente porque se vea reducido a ello debido a la
carencia de cualquier otra cosa para analizar, sino porque aprende que incluso
estos sonidos, parecidos a los de un animal, constituyen formas de comunicación
que, de vez en cuando, transmiten cosas totalmente diferentes mucho antes de que
el paciente pueda llegar a ... decirlas con palabras."
Ni siquiera Fromm-Reichmann llegó tan lejos al interpretar las palabras y los
silencios de sus pacientes. Sin embargo, destacó el valor del enfoque de los "sín­
romas como símbolos". Durante cuatro años, mientras todavía estaba en Europa,
ella y el que por entonces era su marido, Erich Fromm, dirigieron una clínica psi­
coanalítica privada donde trabajaron estrechamente con Georg Groddeck, quizás
el más ferviente partidario de la escuela de la interpretación de la enfermedad.
Fromm-Reichmann fue una leal admiradora de Groddeck a lo largo de su vida. Él
tenía "una profunda influencia sobre su forma de pensar y su trabajo con los psi­
cóticos", señaló un colega, y ella insistía en que sus estudiantes analizaran los
escritos de Groddeck y se prepararan para discutirlos. Fromm-Reichmann dedicó
su único libro, Principies of Intensive Psychotherapy, a sus cuatro maestros: el psi­
quiatra alemán Kurt Goldstein, Freud, Sullivan y Groddeck.

Mucho antes de que Frieda Fromm-Reichmann presentara sus teorías, los


psiquiatras ya habían intentado esporádicamente detectar el origen de la esquizo­
frenia en el mal funcionamiento de algo relacionado con la familia. En 1934, por
ejemplo, un grupo de investigadores informó de que "en una serie de 45 casos no
seleccionados [escogidos al azar], la superprotección maternal o el rechazo esta­
ban presentes en el 60 por ciento de los casos". Pero resulta difícil creer en estas
investigaciones. La mayoría de ellas sólo hacían referencia a números pequeños o
a poblaciones no representativas, y todas pecaban de vaguedad y carecían de rigor
metodológico. Una investigación de 1936 se centró en el estudio de los reyes y
demostró que el doble de reyes trastornados, en comparación con los sanos, habí-

107
La locura en el diván

an perdido a sus padres a una edad temprana. En 1940, una psicoanalista investi­
gó a cuatro mujeres esquizofrénicas a las que había tratado. Según afirmó, las cua­
tro hab"ían tenido unas madres frías y sádicas, y unos padres blandos e indiferen­
tes que se limitaban a imitar a sus progenitores.
Más tarde, en 1948, la idea de la culpabilidad de los padres volvió a salir a
la superficie. Esta vez llegó respaldada por una celebridad. Cuando escribía en
Psychiatry, una revista fundada por Harry Stack Sullivan, Frieda Fromm­
Reichmann publicó un artículo titulado Notes on the Development of Treatment
of Schizophrenics by Psychoanalytic Psychotherapy. Este artículo empezaba con
una habitual afirmación según la cual, y a diferencia de lo que opinaba Freud, los
esquizofrénicos podían ser tratados mediante la terapia del habla. Y luego, casi de
pasada, en una frase añadida al final de un largo fragmento, Fromm-Reichmann
acuñó un término que resonaría durante un cuarto de siglo.
"El esquizofrénico es terriblemente desconfiado y rencoroso respecto a las
demás personas -escribió- debido, por regla general, a la temprana y severa
, deformación y al rechazo que descubrió en personas importantes de su infancia y
niñez, principalmente en una madre esquizofrenogénica." Este término, madre
esquizofrenogénica -literalmente una madre que produce esquizofrenia-, se
convirtió en la corneta que acompañó a los psiquiatras en la batalla contra el ene­
migo. Y, durante décadas, resonó en los oídos de los pacfres que tuvieron que asu­
mir que ellos eran el enemigo.
Menos de un año más tarde, con el público predispuesto, Psychiatry publicó
un artículo que ampliaba la observación de Fromm -Reichmann. Ahora no se tra­
taba de despachar a las madres con una sola frase. Esta vez iban a ser golpeadas
y sacudidas a placer.
El nuevo artículo, escrito en un torpe inglés por una psiquiatra educada en
Viena llamada Trude Tietze, mostraba un título inofensivo: A Study of Mothers of
Schizophrenic Patients. A diferencia de Freud, que centró toda su atención en la
figura del esquizofrénico, Tietze retrocedió y adoptó un punto de vista más amplio.
Con esta nueva perspectiva, todo empezó a encajar. Y lo que Tietze repentinamen­
te comprendió es que el esquizofrénico no era un simple individuo con problemas
propios, sino un individuo atrapado en una familia acosada por los problemas.
El artículo tuvo una tremenda influencia y merece que nos detengamos en él.
Tietze, del Johns Hopkins Hospital de Baltimore, entrevistó a las madres de vein­
ticinco esquizofrénicos adultos hospitalizados. Se trataba, aclaró enseguida Tietze,
de un grupo muy peculiar. "Todas las madres eran personas tensas y nerviosas que
tratab.an de ocultar su ansiedad, algunas con más éxito que otras. Se describían
como nerviosas, muy nerviosas, agitadas interiormente, y como personas que

108
La madre de la madre esquizofrenogénica

siempre anticipaban desastres inminentes. " Ninguna había sido hospitalizada por
trastornos mentales ni había visto a un psiquiatra, pero "todas las madres eran
fundamentalmente personas inseguras, que sólo podían sentir una relativa seguri­
dad si conseguían controlar la situación".
Tietze escribió que, a pesar de sus semejanzas, las madres diferían de mane­
ra significativa, especialmente en su trato con la misma Tietze. Cinco de las muje­
res "intentaban abiertamente dominar la situación por medio de un comporta­
miento superexigente. Eran superficialmente amigables y corteses, pero se mos­
traban muy hostiles y enfadadas con la psiquiatra". El grupo más amplio abarca­
ba a diecisiete madres que "parecían dóciles y sumisas, sonrientes aunque no se
rieran, cambiando a menudo su fugaz sonrisa por una mueca helada". Pero Tietze
no tardó en descubrir que ellas también se resistían a sus preguntas. "Su postura
amigable y su energía eran superficiales y tendían a disimular su ansiedad y a man­
tener a distancia al entrevistador."
A partir de aquí, manteniendo apenas las formas, Tietze adoptó un rono crí­
tico que se hizo cada vez más marcado a medida que continuaba. Parecía que la
irritaba especialmente el grupo más numeroso y con más ansias de gustar.
Aparentemente, las madres no se daban cuenta de que estaban actuando de forma
extraña -"parecían totalmente inconscientes de su propia hostilidad y de la moti­
vación inconsciente de su comportamientO"-, pero Tietze estaba decidida a no
dejarse engañar por sus actos. "Cuando su sonrisa superficial se borraba -escri­
bió-, me sentía espantada por el vacío emocional con que me encontraba. Había
una carencia de cordialidad genuina."
Para demostrar esta doble cara, Tietze citaba sin vacilar una larga lista de
pormenores. " Estas madres colaboraban con las instrucciones del psiquiatra; man­
tenían sus citas aunque nevara, lloviera o granizara. Siempre eran puntuales, siem­
pre se disculpaban por quitarle tanto tiempo al doctor, siempre daban las gracias
profusamente al final de la entrevista. Intentaban, de todas las formas posibles,
congraciarse y causar la mejor impresión a los doctOres. Actuaban como pacien­
tes modelo . " Pero Tietze descubrió algo más tras su pequeño juego. "No obstan­
te, sus actos no eran sinceros; no ofrecían nada de sí mismas."
La acusación de Tietze continuaba:

Tenían tendencia a mostrarse atentas con el entrevistador siempre que se presentaba la


oportunidad. A menudo hacían comentarios acerca de lo dura que debía ser la vida del
psiquiatra; si estaba lloviendo y no veían impermeables o paraguas en el despacho,
expresaban su preocupación por si el doctor cogía un catarro. Cuando se acercaba
alguna festividad le enviaban una agradable postal y, con frecuencia, colocaban peque-

109
La locura en el diván

ñas notas o regalos sobre la mesa del doctor. Nunca pedían directamente ningún (.11 �

les gustaba preguntar durante cuánto tiempo exactamente podrían visitar a sus mi":oi
y s<;> lían cumplir cualquier sugerencia al pie de la letra, convirtiendo a menudo el cm:­

seio en un absurdo. Su �ctitud era: "Usted es el doctor y sabe qué es lo meior".

No parece una actitud extravagante para unas madres cuyos hijos eran YÍC­
timas de una abrumadora y misteriosa enfermedad. Pero a Tietze no le importaba
eso. "Ellas no parecían ser conscientes de la carga y responsabilidad que transfe­
rían al médico", se quejaba. "Mediante su aparente entrega en lo que parecía ser
una relación de dependencia, dominaban la situación sutilmente y transmitían al
psiquiatra cierta tensión."
Su irritación se hacía cada vez más evidente. Estas madres, supuestamente
tan deseosas de ayudar, parecían no comprender lo que Tietze necesitaba. "Era
imposible conseguir datos precisos sobre el momento en que empezó y terminó la
etapa en que enseñaron a sus hijos a utilizar el lavabo", explicó Tietze. "La reac-
. ción predominante de las madres ante esta pregunta era una mezcla de asombro e
1

irritación . " Tampoco se mostraron muy locuaces acerca de sus propias vidas pri-
vadas. " La mayoría de las madres eran reacias a discutir su vida sexual con el psi­
quiatra", observó Tietze.
Cuando las madres proporcionaban información personal, Tietze se negaba
a creer en el valor de lo que sonaba como una extraordinaria devoción maternal.
"Los niños son uniformemente descritos como tranquilos, amables , cariñosos" ,
reconocía, pero e n e l mismo fragmento explicaba este comportamiento: " L a impo­
tencia y completa dependencia de los hijos respecto a sus madres parecía haber
sido una fuente de considerable gratificación".
Incluso la forma en que estas mujeres habían respondido a la enfermedad de sus
hijos le parecía a Tietze una equivocación. "El agudo ataque de la psicosis se con­
vierte en un golpe inesperado para las madres que sienten que de repente han perdi­
do a sus hijos", escribió. "Se sienten derrotadas y completamente frustradas, y llevan
a cabo frenéticos intentos por recuperar a sus hijos. Cinco madres afirmaron espon­
táneamente que preferirían ver muertos antes que locos a sus hijos esquizofrénicos."
Otro observador podría haber considerado este shock y esta desesperación
maternal como previsibles. Después de todo, eran padres cuyos hijos, antes sanos,
se encontraban ahora en la sala de enfermos crónicos de una clínica mental donde
probablemente terminarían sus vidas, víctimas de un trastorno que se había aba­
tido sobre ellos sin previo aviso. Para estos padres, la muerte podía acabar, como
mínim �, con el sufrimiento de sus hijos.
Tietze mantenía un punto de vista diferente. La clave de la enfermedad de los

110
La madre de la madre esquizofrenogénica

niños era el rechazo de sus madres. Estas mujeres enfermas nunca habían tenido
una relación instintiva con sus hijos e hijas. "Es esta intuición o empatía con el
niño lo que ·parece .haber fracasado, o haberse desarrollado inadecuadamente, en
las relaciones de las madres que aquí se investigan con sus hijos esquizofrénicos",
escribió.
Esta carencia era crucial. Y a continuación, Tietze explicaba por qué había
presta do tanta atención a los intentos de las madres por controlar sus entrevistas
con ella. Su capacidad para manipular no era simplemente irritante; era algo lite­
ralmente enloquecedor. "La madre que ejerce su poder de forma sutil es la que
parece ser más peligrosa para el niño", apuntó Tietze. "Sus métodos de control
son sutiles y, por consiguiente, no provocan la rebelión directa que suscita un
dominio evidente. Los niños expuestos a esta sutil forma de dominio, disfrazado
de amor maternal y sacrificio, no tienen la posibilidad de vehicular sus impulsos
agresivos."
Analizando a estos veinticinco sujetos, Tietze creyó haber encontrado un
P'!-trón universal. "Todos los pacientes esquizofrénicos que tenían un contacto
suficientemente bueno con la realidad y que establecían una relación razonable­
mente buena con sus psiquiatras, experimentaban un sentimiento de rechazo por
parte de sus madres. "

Fue un artículo extraordinario y tuvo un impacto también extraordinario.


Casi inmediatamente, fue aclamado como "la más completa investigación sobre la
naturaleza de las relaciones entre padres e hijos en el ámbito de la esquizofrenia"
e, incluso después de una década, siguió siendo el estudio "posiblemente más
conocido" entre el aluvión de trabajos que, por aquel entonces, se publicaron
sobre madres esquizofrenogénicas.
Sin embargo, una lectura atenta demuestra que se trataba de una interpreta­
ción intelectualmente injusta. Tietze nunca reconoció, y mucho menos solucionó,
la crucial pregunta del huevo y la gallina: ¿estos niños eran esquizofrénicos por­
que tenían unas madres demasiado ansiosas y autoritarias, o las madres se mos­
traban irritables y nerviosas porque sus hijos eran esquizofrénicos?
Además, aunque aprovechó cualquier oportunidad para reforzar su opinión
de que el rechazo de la madre se hallaba en el origen de la esquizofrenia, Tietze,
según parece, descartó cualquier evidencia contradictoria sin discusión. Se pre­
guntó, por ejemplo, si los niños que sufrían esquizofrenia habían sido bien recibi­
dos en la familia. Y descubrió, presumiblemente para su sorpresa, que "sin lugar
a dudas, l?s hermanos no deseados del paciente esquizofrénico, cuyo nacimiento
había sido planificado y deseado, resultaban ser los miembros mejor adaptados de

111
La locura en el diván

la familia". Este extraño hallazgo, que podría muy bien haberla hecho cuestio­
narse sus argumentos, ni siquiera provocó un alzamiento de cejas. Tietze pasó a
otros asuntos en la frase siguiente.
El punto débil más serio de esta teoría fue otro pecado de omisión. Tietze
llevó a cabo su estudio sin establecer ningún grupo de control, un grupo semejan­
te de madres que le hubiera permitido comprobar si el extraño comportamiento
detectado sólo afectaba a aquéllas que habían criado a hijos esquizofrénicos. "Con
el objeto de alcanzar conclusiones válidas -reconoció despreocupadamente­
sería necesario comparar las veinticinco madres de esta serie con un grupo de con­
trol constituido por madres que nunca han criado a un niño esquizofrénico. "
Necesario o no, Tietze siguió adelante. "Para conseguir tal grupo de control -se
limitó a señalar-, nos encontramos con dificultades insuperables. "
Por eso decidió hacer una comparación diferente. Trabajando desde el
supuesto de que una mala madre puede ser la causa de la enfermedad mental de
su hijo, Tietze intentó esclarecer qué era lo que hacía que algunas madres fuesen
más peligrosas que otras. Observó a sus veinticinco mujeres y las dividió en dos
grupos. El grupo A incluía a todas aquellas madres cuyos hijos sanos excedían en
número a sus hijos esquizofrénicos. Tal vez, estas madres tuviesen algunas cuali­
dades redentoras. El grupo B era un grupo más infecto. Estaba constituido por
todas aquellas madres cuyo único hijo era esquizófrénico, o por aquéllas que tení­
an un hijo esquizofrénico y otro sano. (Dos de las veinticinco madres tenían dos
hijos esquizofrénicos; estas dos mujeres formaban parte del grupo B.)
Esta curiosa comparación, la única que Tietze llevó a cabo, " revelaba dife­
rencias cuantitativas o cualitativas no significativas" entre los dos grupos de
madres. Por qué algunos niños sufrían esquizofrenia y otros escapaban a su desti­
no, reconoció Tietze, era una pregunta que "todavía permanece abierta".
Tietze no era una figura importante de la psiquiatría, y no se convirtió en
una. Pero la bola de nieve que arrojó dio lugar a una avalancha. En un año o dos,
la teoría de la mala madre se convirtió en un tópico que apenas requería demos­
tración. Un ensayo de 1 9 5 1 sobre varones esquizofrénicos, publicado en el
American Journal o( Psychiatry, adoptó el tono del que afirma que un hecho está
consumado. "Existe una creencia común en el campo de la higiene mental -decla­
raba el autor en la primera frase del ensayo-, y es que las madres de niños esqui­
zofrénicos son demasiado protectoras, demasiado solícitas, demasiado dominan­
tes, demasiado ansiosas y/o desdeñosas. " Esta observación era tan corriente que
ni siquiera se consideró necesaria una nota a pie de página. En dos años, una opi­
nión no demostrada se había convertido en algo que " todo el mundo sabía".
Los psiquiatras se apresuraron a respaldar la nueva teoría, encantados de que

112
La madre de la madre esquizofrenogénica

finalmente alguien hubiera resuelto los acertijos a los que se enfrentaban. Por fin
la psiquiatría había encontrado una forma de ayudar a los esquizofrénicos: como
los errores paternos eran la causa de la enfermedad, ésta podría tratarse ayudan­
do a los pacientes a regular su educación. Pero se trataba de un descubrimiento
cuyas implicaciones teóricas eran, por lo menos, tan importantes como las prácti­
cas. Todos reconocían que la terapia del habla era un tratamiento demasiado caro,
demasiado difícil y demasiado lento para transformar las vidas de los más de un
millón de esquizofrénicos que había en el país.
El entusiasmo consistía en que podía hacerse, no en que pudiera ser hecho a
gran escala. Si un meticuloso artesano hubiese conseguido, tras años de trabajo,
construir un coche antigravedad, hubiese sido descortés preguntar cuánto costaría
poner uno en todos los garajes. El psicoanálisis había construido su coche ami­
gravedad.
Allí donde la medicina permaneció confundida durante más de un siglo, allí
donde las personalidades más importantes del panteón de la psiquiatría alzaron
las manos en señal de desconcierto, allí precisamente fue donde los descendientes
de Freud triunfaron . El psicoanálisis había conseguido lo imposible. No eran bue­
nas noticias para un grupo particular de pacientes; eran buenas noticias para el
psicoanálisis, una demostración del valor de esta moderna terapia en su lucha con­
tra un implacable enemigo.
Ensayo tras ensayo, se difundieron las nuevas doctrinas. Se podían leer listas
de las características de la madre esquizofrenogénica. Era "astuta y potencialmen­
te engañosa", "autoindulgente", "irritable", " sarcástica y cínica", " ostentosa" y
"exhibicionista". Se "caracterizaba por un intenso maquiavelismo, que era pues­
to al servicio de un egocentrismo de lo más inaceptable. Las demás personas, y
esto incluía a su hijo, solamente parecían existir para cumplir sus propios objeti­
vos y, por consiguiente, eran manipuladas y explotadas o ignoradas".
La moda duró décadas. E n una encuesta sobre literatura médica realizada
entre finales de los años cuarenta y principios de los setenta, el psiquiatra John
Neill contabilizó más de setenta y cinco ensayos sobre madres esquizofrenogéni­
cas, así como numerosos libros y capítulos de libros. La idea de que las madres
eran la causa de la esquizofrenia de sus propios hijos disfrutó de una "enorme
popularidad", escribió Neill, y fue una "práctica común" a ambos lados del
Atlántico. A lo largo de estas décadas, Neill solamente encontró dos artículos alec­
cionadores, los dos del mismo autor.
Lógicamente, los padres no fueron tan partidarios de las nuevas teorías como
los psiquiatras. En un ensayo de 1949, por ejemplo, Tietze observó que cuando el
proyecto empezó "la respuesta inmediata de todas [las] madres era de curiosidad,

113
La locura en el diván

optimismo y agradecimiento por el interés demostrado hacia sus hijos y hac:.:;. _

mismas". Pero las madres no tardaron mucho en ponerse furiosas. "Su en::­
mo ... disminuía cuando se iban dando cuenta, poco a poco, del significado .:�

relación interpersonal y de sus implicaciones."


Tietze no dio mucha importancia a este hecho. Ella esperaba que las m.:;.:_¡_
trataran de escabullirse del peso de la culpa. ¿Q uién se apresuraría a acep:2.: """'
penosa verdad de ser la causa de la enfermedad de su hijo? Cuanto más enie�
estaba el niño, descubrió Tietze, con tanta más fuerza luchaba la madre para res �­
tirse a la verdad. "Aquellas madres cuyos hijos habían sido irremediableme- -=
rechazados durante años y que tenían pocas esperanzas de recuperarse --es.::-­
bió- eran reacias a aceptar la importancia de las influencias del entorno y pre:�­
rían creer en la constitución y la herencia como factores etiológicos."
Había poca diferencia, daba a entender el tono de Tietze, entre estas ma�e-­
equivocadas y un chiquillo que "prefiere creer" en Papá Noel o en el Ratone!:�
Pérez. Pero no todos los psiquiatras fueron tan tajantes como Tietze. Alguno>
reconocieron que existía el riesgo de que lo que había empezado como dedicacio::
a los pacientes pudiera convertirse en un ataque contra los padres. Todos estaba;:
de acuerdo en que esto sería negativo -a fin de cuentas, estos padres habían sido
desviados por sus padres, y así a lo largo del tiempo-; por lo tanto, no tenía sen­
tido atribuir una culpabilidad.
También afirmaban que si era un error, se trataba de un error natural y com­
prensible que podía ser perdonado. Según observó Don Jackson, el protegido de
Fromm-Reichmann, defender a los pacientes en contra de los padres, que los habí­
an convertido en víctimas, era un "error cálidamente humano".
Irónicamente, fue la calidez innegable de Fromm-Reichmann la que confirió
a la noción de madre esquizofrenogénica gran parte de su resistencia. Modesta.
sabia y con experiencia, Fromm-Reichmann no era, ni de lejos, un ser mezquino.
Su propósito consistía en aliviar el dolor, no en anotarse tantos ideológicos o en
realizar acusaciones. Incluso si inculpaba a los padres, era difícil imaginar que
dejaran de culpabilizarse al recibir los cargos.

1 14
CAPÍTULO S EIS

Doctor Yin y Doctor Yang

Tenía la sensación de estar perdiendo el juicio.

- DOCTOR HAROLD SéARLES

Yo soy psiquiatra y sé cómo curar.

- DOCTOR jOHN ROSEN

Una historia completa de la esquizofrenia y de la terapia del habla ocuparía un libro


mucho más largo que éste, pero podemos condensar el relato congelando las imá­
genes a intervalos, al estilo instantánea, y centrándonos en el conjunto de figuras
más aclamadas y experimentadas. Así es como surge una rrayectoria más o menos
clara. Frieda Fromm-Reichmann no tardó en convertirse en una figura casi inofen­
siva. Cada uno de sus sucesores describió a las madres de niños esquizofrénicos
bajo un punto de vista más y más malévolo, y cada uno dedicó una cantidad de
tiempo creciente a desenterrar el significado oculto de los síntomas esquizofrénicos.
Harold Searles, quizás el más cercano a Fromm-Reichmann, fue uno de los
sucesores del Chestnut Lodge más reconocidos. En los años cincuenta y sesenta,
Searles fue "probablemente la autoridad [sobre esquizofrenia] más ampliamente
leída y respetada del mundo", declaró un colega. Searles era reflexivo y carismáti­
co, un conferenciante tan deslumbrante que, tres décadas más tarde, cualquier per­
sona del público todavía podía recordar sus actuaciones. "Entrevistaba a los
pacientes en el gimnasio del Mass Mental Health Center", recuerda el psiquiatra
Allan Hobson, que en una ocasión oyó hablar a Searles en Harvard. " Y había unos
trescientos de nosotros apiñados allí, mirando. Aquello fue algo brillante, teatral",
describe Hobson. " Era parecido a Charcot en la Salpetriere", añade evocando al
gigante de la psiquiatría del siglo XIX, cuyas charlas deslumbraron al joven Freud.
La teatralidad no era el único don de Searles. Otra terapeuta, Jacqueline
Dryfoos, vio a Searles entrevistando a un paciente esquizofrénico hace veinticinco
años. Según afirmó después de presenciar toda la entrevista, nunca había visto a

115
La locura en el diván

nadie que pareciera irradiar tanta calma, preocupación y calidez protectora. ''Se.
deseabas avanzar hacia su regazo, arrimarte y dejar que te cuidara", recuerc."i
Dryfoos.
La característica principal del estilo de Searles era un tono intensamente pe­
sonal. Era "despiadadamente sincero", observó un colega y, algo todavía meno>
frecuente, era tan implacable a la hora de investigar sus propias insuficiencia�
como a la hora de analizar minuciosamente las debilidades de los demás. Confes
por escrito que adoptaba poses y que se pavoneaba, que sentía aversión por sus
pacientes, que los deseaba y que le costaba ocultar su confusión y pánico. Pensaba
que su pecado predominante era una "repugnante condescendencia " . Una vez, un
paciente le reprendió por acabar cada sesión de terapia diciendo adiós en un tono
de satisfacción que implicaba, en palabras de Searles, "que el sanador Cristo se
rebajaría otra vez por la mañana para dispensar su ayuda al pobre enfermo".
El método de Searles se caracterizaba por impulsar el intercambio, y también
por registrarlo con detalle en un tono afectuoso y autolacerante. Había médicos
que citaban máximas latinas para recordar a los lectores que ningún comporta­
miento humano se escapaba a su comprensión. Pero Searles se describió a sí mismo
como un hombre sometido a una confusión parecida a la esquizofrenia. Empezó a
trabajar en un ensayo sobre la percepción que tiene un esquizofrénico del mundo
describiendo, por ejemplo, con vívidos detalles su propia "ansiedad, confusión y

desesperación" cada vez que tenía que escribir un ensayo. Aunque coleccionara
anécdotas, saqueara la biblioteca y dedicara semanas enteras al trabajo, todavía se
sentía "amenazado por un pánico arrollador" cuando intentaba dar sentido a
todos aquellos inclasificables e incoherentes fragmentos de información.
Ésta podría parecer una comparación fácil -hay un largo camino desde el
bloqueo del escritor hasta las alucinaciones de estar devorando la cabeza de un
gato-, pero Searles insistía en la analogía. Su terror, sostenía, era exactamente
paralelo al del esquizofrénico que no sabe cómo organizarse y filtrar el caos que
le rodea. "No posee ningún remedio fiable que le indique si lo que está percibien­
do es parte de un espacio interior, un mundo de fantasía; o parte de un espacio
exterior, el mundo real; si es algo que existe en el presente, en el pasado, o en el
futuro; si está vivo o muerto, si es humano o no."
Si escribir un ensayo arrojaba a Searles directamente a los brazos del pánico,
no es sorprendente que el hecho de trabajar con esquizofrénicos profundamente
alejados de la realidad le resultara abrumadoramente estresante. A menudo,
Searles se sintió "violentamente asqueado" respecto a una paciente en particular,
y '"en muchas ocasiones sorprendido por la intensidad de mis fantasías en torno a
la idea de romperle el cráneo". En otras ocasiones, y con la misma mujer, Searles

116
Docto r Yin y DoctorYang

se sintió "profundamente conmovido", "irremediablemente culpable", "comple­


tamente impotente" y "verdaderamente agradecido", así como presa de una
"furia asesina " . Searles reconoció que se encontraba a gran distancia del observa­
dor indiferente de Freud. "De una forma u otra, me había sumido profundamen­
te en el trasrorno de la paciente", confesó. Tanto que empezó a temer que en rodas
sus relaciones su comportamiento fuese "fundamentalmente perverso y funda­
mentalmente destructivo".
Se trataba de pacientes realmente difíciles. Durante catorce años, desde 1951
hasta 1 964, Searles trató a dieciocho pacientes esquizofrénicos en sesiones de tera­
pia individual, de cuatro horas de 50 minutos a la semana, en su despacho o en la
habitación del paciente. El tratamiento podía durar entre algunos meses y catorce
años, y el número de pacientes a los que Searles solía visitar era seis esquizofréni­
cos al día.
Estas cifras desnudas sólo reflejan de forma muy indirecta las dificultades a
las que se enfrentaba Searles. La terapia era una maratón, y la ruta se extendía a
lo largo de kilómetros de cristales rotos. Para muchos pacientes, la llamada tera­
pia del habla empezaba con meses de silencio. Hora tras hora, semana tras sema­
na, Searles y su paciente se sentaban en una habitación, juntos físicamente pero
separados desde cualquier otro punto de vista, dos personas en dos mundos para­
lelos. Encontrar una conexión humana parecía casi imposible. "Al final de cada
una de aquellas enloquecedoras sesiones silenciosas [con un paciente esquizofré­
nico] -recordaba Searles- tenía que reprimir mi furia y desprecio hacia él y
decirle educadamente, mientras se dirigía hacia la puerta: 'Hasta luego, señor
Bryant; le veré mañana'. A lo cual él murmuraría una furiosa respuesta: '¡Váyase
al infierno, hijo de pura! ' . "
La mayoría de los psiquiatras habrían abandonado el caso, aportando un
ejemplo más de lo duro que resultaba tratar con pacientes ingratos. Como de cos­
tumbre, Searles dio otro paso. "Después de que ocurriese muchas veces -escri­
bió-, caí en la cuenta de que mi paciente estaba expresando exactamente el
mismo mensaje que se escondía en mi cortés comentario de despedida."
Con los pacientes que no permanecían en silencio era todavía más difícil.
Una mujer paranoica solía gritar que Searles se había amputado sus propias
manos y las había reemplazado con las manos de su abuela, muerta desde hacía
mucho tiempo. Creía que la cabeza de Searles no era realmente la suya, sino la
cabeza transplantada de alguna persona del pasado. La misma mujer, explicó
Searles, "me declaró una vez, con una convicción escalofriante, su certeza de que
yo era una máquina enviada para matarla; y, en otra ocasión, que yo era una
muje� que había matado a mi marido y que quería hacer lo mismo con ella".

117
La locura en el diván

Inevitablemente, una de las consecuencias de trabajar con este tipo de pacien­


tes, tan alejados de la realidad, era que el terapeuta empezaba a dudar de sí mismo.
Según confesó Searles, sucumbió a unos sentimientos de perplejidad "abrumado­
res y profundamente desalentadores". Le parecía estar constantemente tambaleán­
dose bajo un peso excesivo, sin poder vislumbrar la manera de controlarlo. Peor
todavía, los pacientes de Searles eran la prueba de su incapacidad para enfrentar­
se a los problemas. Una mujer, por ejemplo, lo avergonzaba con su vestido inopor­
tunamente infantil, una advertencia que demostraba lo poco que le había servido
de ayuda el terapeuta. Sus propios colegas podían resultar amenazadores. Las
enfermeras, por ejemplo, comentaban a menudo que los pacientes se portaban bien
en el pabellón. Searles admitía que ante estos " informes tan entusiastas" reaccio­
naba con "celos y culpabilidad". Si los pacientes se portaban tan bien cuando esta­
ban lejos de su terapeuta, ¿para qué servía éste? Las buenas noticias sólo propor­
cionaban a Searles la "confirmación de su poco valor como terapeuta" .
E n una especie de tic introspectivo, Searles solía explicar, una tras otra, todas
estas historias. Había una paciente que sólo le inspiraba un "frío enojo", a pesar de
sus "angustiosos sollozos y su cara bañada en lágrimas" . Otra le hacía preguntas
" justo cuando yo me encerraba en un hosco resentimiento o estado de rabia". Esta
especie de combate resentido podía prolongarse indefinidamente. Searles escribió
que durante años él y una mujer esquizofrénica se pasárbn sesiones enteras lanzán­
dose "comentarios rencorosos y [elaborando] estrategias de tortura no verbales".
No obstante, Searles anunció un ritmo impresionante de curaciones. De sus
dieciocho pacientes esquizofrénicos, afirmó que trece habían mejorado extraordi­
nariamente (aunque siete de los trece continuaron hospitalizados). De los restan­
tes, uno mejoró considerablemente; dos, ligeramente; otro no experimentó cam­
bios, y el último se suicidó.

A la hora de explicar el origen de la esquizofrenia, Searles se mostraba casi


tan personal como cuando discutía sobre su enfoque de la terapia. Una de sus
pacientes, por ejemplo, era una mujer "físicamente atractiva y, a menudo, muy
seductora". Esquizofrénica paranoica, solía " pasearse por la habitación o hacer
poses en su cama, con un vestido de baile extremadamente corro, de forma ardien­
temente sexual". Sin embargo, apenas hablaba de sexo; charlaba casi exclusiva­
mente sobre "teología, filosofía y política internacional " . El conflicto entre ambos
mensajes atormentaba a Searles: estaba seguro de que la provocación sexual era
real, pero no podía evitar pensar que, tal vez, se tratase de un producto de su ima­
ginación. Equilibrar estos dos mensajes le provocaba "tal tensión -escribió- que
·
tenía la sensación de estar perdiendo el juicio".

1 18
DoctorYin y Doctor Yang

Entre esta anécdota personal y una explicación general de la esquizofrenia


no había más que un pequeño peldaño. Pensemos en su propia confusión ante
aqud mensaje ambivalente, sugería Searles, y luego imaginemos a un niño que
crece en una casa donde las opiniones d e sus padres están permanentemente en
conflicto. De pronto, la esquizofrenia se convertía en un resultado casi prede­
cible.
Según Searles, crecer intacto no era algo que se producía automáticamente.
Convertirse en una persona era difícil, un asunto problemático, y requería un guía
firme y fiable. "Los roles familiares ambiguos e impredecibles hacen imposible que
el niño desarrolle una percepción real y consistente del mundo que le rodea", escri­
bió Searles en 1 967. Como consecuencia, la realidad se volvía "inescrutable o cali­
doscópica, o ambas cosas".
La incertidumbre era el gran riesgo. "Lo traumático -explicaba Searles­
no es la falta total de amor por parte de [la madre], que sería más fácil de sopor­
tar. " El problema consistía en que el cariño de la madre hacia su hijo era "expre­
sado caprichosamente" e "inesperada y repentinamente reemplazado por el recha­
zo". El abandono sería más fácil de asimilar. "Si uno es abandonado constante­
mente, puede llegar a salir adelante", continuaba Searles. " Pero encontrarse
inmerso, imprevisiblemente, en una relación de intensa calidez para luego, tam­
bién imprevisiblemente, descubrirse totalmente solo d
' esde un punto de vista psi­
cológico, constituye una profunda agresión contra la integración personal de
cualquier individuo." Atrapado en una familia con unos padres inconsecuentes de
los que no se puede fiar, el niño es incapaz de construir una identidad estable. Por
lo tanto, se siente aturdido y lastimado en medio de la incertidumbre y el caos,
atrapado para siempre en una zona de terremotos.
Armado con esta teoría, los misteriosos síntomas de la esquizofrenia se podí­
an descifrar. Eran intentos desesperados de protegerse contra la ansiedad, "defen­
sas inconscientes contra insoportables conflictos emocionales". ¿Por qué, por
ejemplo, cree una persona paranoica que todo el mundo está conspirando en su
contra? Es una defensa contra su miedo más profundo, la casi inconcebible idea
de que es tan insignificante que pasa inadvertido. Si una persona era incapaz de
afrontar una emoción particular, podía tergiversar su historia para desviar la res­
ponsabilidad de este sentimiento inaceptable hacia un supuesto perseguidor.
Searles describió, por ejemplo, a un hombre paranoico que, en lugar de afrontar
su dolor, insistía en que "sus glándulas desgarradas estaban controladas por algún
agente extrañamente misterioso que no tenía nada que ver con él " . Otra paciente,
in.capaz de aceptar sus impulsos sexuales, proclamaba que era "repetidamente vio­
lada por un espeluznante e invisible agente exterior" .

119
La locura en el diván

¿Por qué las defensas eran tan indirectas? ¿Por qué los pacientes urdían re 2 -
tos tan elaborados? Por dos razones relacionadas, sostenía Searles. En pn!'"'.­
lugar, ios esquizofrénicos sufrían el acoso de conflictos que no podían o no quc--­
an reconocer. Una m ujer, por ejemplo, que " ignora su furia asesina como tal, ex�­
rimenta, por el contrario, una alucinación consistente en una hilera de dientes q...�
explotan y desfilan interminablemente por una pared de su habitación para cru­
zar el techo y bajar por la pared opuesta " .
En segundo lugar, los esquizofrénicos regresaban, a través del pensamiento . .:
la niñez o a la infancia, una época en que su comprensión de la realidad y la ilusión.
lo literal y lo metafórico, todavía no se había formado. Un paciente avergonzad .
por ejemplo, "sentía que se hundía en el suelo de forma más literal que figurati\'a ·· .

Según el punto de vista de Searles, los pacientes aterrorizados por s u presencia lo


veían literalmente como un gigante; y los que sentían desprecio, como un enano.
El mundo del esquizofrénico era un desconcertante caleidoscopio de realidad
y alucinación, de pasado y presente, de memoria y percepción. Enfrentado a este
caos, las extrañas creencias del paciente jugaban un papel esencial. Aportaban
estructura y simplicidad a "un mundo que era tan desconcertante y complejo
como lo es el mundo del adulto para un niño pequeño" . Según la teoría de Searles.
la esquizofrenia y sus ilusiones eran intentos por encontrar modelos y previsibili­
dad en lo que parecía, a primera vista, un desorden abrilmador.
La analogía entre la visión del mundo del esquizofrénico y la del niño, así
como la analogía entre el bloqueo del escritor y el pánico del esquizofrénico, pare­
ce un poco arriesgada. El mundo del adulto puede parecer extraño (o aburrido) a
un niño pequeño, pero ¿es también aterrador? ¿El mundo del niño pequeño está
realmente poblado de imágenes de piel derretida y dientes que explotan? Al inten­
tar vincular el mundo del esquizofrénico con el familiar, Searles eliminó uno de los
rasgos distintivos de la esquizofrenia: su insólita rareza.

Para Searles, entender a sus pacientes significaba descifrar sus mensajes ocul­
tos. Todas las palabras, gestos y actitudes contenían capas de significados secre­
tos. "Los hombros encorvados de un paciente, los restos de barba y su atuendo de
vagabundo expresan gráficamente sus sentimientos de no pertenencia, y su repro­
che a todos los que le rodean por no permitirle formar parte de su sociedad." La
conducta extravagante de otra paciente "y sus frases confusas y medio inaudibles
sirven, en realidad, para comunicar abiertamente a su terapeuta, mediante su gro­
tesca apariencia y su ininteligible modo de hablar, la forma como lo percibe a él".
(Cursivas a1i.adidas.)

1 20
DoctorYin y DoctorYang

El mundo estaba empapado de simbolismos. Searles fue rápido en detectar


mensajes sexuales, pero muchas de sus interpretaciones no coincidían con los este­
reotipos freudianos. En realidad, algunas eran tan extrañas que es difícil imaginar
que alguien más hubiese podido proponerlas. Una paciente captó la atención de
Searles, por ejemplo, y apretó su mano contra su propia barriga. "Noto una loca
mierda aquí, y ahora va hacia la izquierda", le dijo. Ésta era, explicó Searles, "una
forma muy disfrazada" de expresar el siguiente "sentimiento inconsciente o idea:
'Creo que este loco terapeuta de mierda, que acaba de entrar en la habitación, se
está haciendo comunista"'.
Otro paciente, que tenía el extraño hábito de saludar a cualquier persona con
la que se encontrara, le reservó a Searles un saludo con "un desafiante y desdeí'io­
so tirón adicional después de que su mano golpeara su frente; una sacudida que,
sin lugar a dudas, contiene algo traducible en palabras como: '¡Mueve tu culo,
engreído!"' . El paciente, evidentemente un Maree! Marcea u de la elocuencia silen­
ciosa, también podía transmitir otros mensajes. "En algunas ocasiones --conti­
nuaba Searles-, el saludo expresa fuertes sentimientos de cariño, respeto genuino
y una súplica de ayuda."
De vez en cuando, una de las pacientes de Searles intentaba deslizar el anillo
de la interpretación en su propio dedo. Aunque Searles solía tener mucha pacien­
cia, esto no le hizo ninguna gracia. Aquella paciente, señaló con desdén, "creyó
que cuando tiré accidentalmente un cenicero le estaba diciendo que también la iba
a tirar a ella".

Igual que Fromm-Reichmann, Searles creía que la ansiedad yacía en la raíz


de la esquizofrenia. Igual que Fromm-Reichmann, también atribuía la ansiedad a
las inadvertidas equivocaciones de las madres esquizofrenogénicas. En los inicios
de su carrera, recordaba Searles más tarde, la culpabilidad de los padres estaba de
moda. A principios de los años cincuenta, el personal del Chesrnut Lodge se reu­
nía dos veces a la semana para hablar de sus pacientes. A menudo, "cuando los
terapeutas -incluyéndome a mí mismo- presentaban estos casos tendían a des­
cribir las relaciones familiares infantiles del paciente desde un punto de vista total
o prácticamente negativo", observó Searles. "En la atmósfera de la presentación
se respiraba la culpabilidad de los padres más que cualquier otra cosa."
Searles nunca rechazó este punto de vista pero, tal como lo caracterizaba, lo
desarrolló de una manera idiosincrásica. "Existe una gran cantidad de literatura
sobre este tema -señaló en 1 958-, y la mayor parte de ella reconoce la impor­
tancia de la naturaleza negativa de la relación en cuestión. " No obstante, como
subrayó en un ensayo titulado Positive Feelings in the Relationship Bettveen the

121
La locura en el diván

Schizophrenic and His Mother, su opinión representaba una " brusca alternatiYa­
a este juicio convencional.
Pero aunque empezó como una alternativa, se convirtió en un círculo vicio­
so. Como la mayoría de los viajes, el argumento anticulpabilidad de Searles aYan­
zó en distintas etapas. Al principio argumentó que las madres y los futuros niños
esquizofrénicos sólo parecían odiarse entre ellos. Lo que parecía una " intensa �

mutua hostilidad", afirmaba Searles, era, de hecho, la "negación mutua e incons­


ciente de profundos sentimientos positivos reprimidos" . La madre y el niño se
amaban realmente el uno al otro; simplemente, eran incapaces de demostrarlo.
A continuación, empezó la segunda etapa del argumento. La razón de que la
madre del niño fracasara en la expresión de su amor era que, en su propia infan­
cia, "sus expresiones de amor [habían] hecho que su propia madre se volviera
ansiosa y psicológicamente retraída". Así pues, entrenada para temer al amor, la
chica se había convertido en una mujer que se veía a sí misma "como un ser indig­
no de ser amado y desprovisto de genuino amor para ofrecer a otras personas,
incluyendo a sus hijos".
Y se sentía tan indigna que rechazaba a su hijo. Searles proporcionó ejem­
plos para demostrar esta teoría. Según afirmó, conoció a una madre que casi siem­
pre se refería a su hija por su nombre de casada: señora Matthews. Otra, mientras
le explicaba aparentemente a Searles que su hijo n'O había sacado ningún excelen­
te en su graduación, le reveló inadvertidamente sus sentimientos reales: " É l no era
nadie". Frustrados por la indiferencia emocional, los hijos de este tipo de padres
sufrían daños psíquicos. Una mujer esquizofrénica le contó que durante mucho
tiempo se había sentido como "un muñeco de nieve en una esfera de cristal",
como una figura intocable en un mundo de pisapapeles; otra le explicó que duran­
te años había creído ser un robot y no un ser humano.
Al final del ensayo Positive Feelings, Searles retomaba el argumento inicial.
La esquizofrenia era, una vez más, un trastorno causado por "el fracaso de la
madre con su hijo". La fuente de tal fracaso no era el rencor o la crueldad, sino
los problemas profundamente enraizados de la madre (que eran el resultado de los
defectos de su propia madre) . Como hemos visto, Searles no fue el único en pro­
poner esta visión comprensiva del fracaso de las madres con sus hijos; pero sí que
lo fue en calificar a su crítica de defensa.
Searles continuaba culpando a los padres, pero con más pena que ira. A los
padres, esto debió parecerles una sutil diferencia.

Ningún psiquiatra podría haberse parecido menos a Harold Searles que john
o
R sen. Allí donde Searles se mostraba paciente, comprensivo y abrumado por las

122
DoctorYin y DoctorYang

dudas, Rosen se mostraba duro, enérgico y violento. La tendencia que empezamos


a percibir al pasar de Fromm-Reichmann a Searles -un énfasis creciente en el
· papel de la madre en la aparición de la esquizofrenia, una tendencia creciente a
considerar los síntomas de la esquizofrenia como símbolos- alcanzó su máximo
exponente con Rosen, que resplandeció para luego caer de golpe a tierra tan inevi­
tablemente como un cohete del 4 de Julio.
Rosen fue una de las figuras más conocidas y controvertidas de la psiquiatría
entre las décadas de los años cincuenta y los sesenta. Se proclamó capaz de curar
incluso a los pacientes más desesperados, entre los que destacaban los esquizofré­
nicos, y contó con Rockefeller, Annenberg y Lindbergh entre sus clientes.
" Estamos hablando de uno de los grandes, ya sabe", declaró en una ocasión
Bárbara Stuart, paciente de Rosen y mujer del presidente del consejo de adminis­
tración de Quaker Oats, en una entrevista para un periódico. "La gente llega
directamente hasta él desde la celda acolchada."
Como veremos a continuación, Rosen fue un personaje asombroso, y es
importante comenzar señalando que también fue muy brillante. Psiquiatra de
Filadelfia y profesor de la Temple University Medica! School, Rosen alcanzó la
fama a principios de los años cincuenta, cuando anunció que había descubierto
una nueva forma de psicoterapia. La denominó análisis directo para indicar que
hablaba "directamente al inconsciente [del paciente]". Los admiradores de Rosen
se dirigían a él en un tono reverente. "Los que admiraban su trabajo siempre
hablaban de él con asombro", escribió Raymond Corsini, el editor de un volumen
de mil páginas titulado Handbook of lnnovative Psychotherapies, en un prefacio
a un ensayo de Rosen. "Cuando empecé este libro, le escribí sin esperar realmen­
te que aceptara mi invitación a colaborar. El lector posee ahora una emocionante
experiencia." En 1 968, Rosen fue tratado como una celebridad en la famosa nove­
la titulada Savage Sleep. Explícitamente basada en Rosen, narraba la historia de
"un joven e inspirado médico [que se aventura] en un mundo donde ningún otro
hombre cuerdo se había atrevido a entrar" . En 1 97 1, la American Academy of
Psychotherapy nombró a Rosen Hombre del Año.
La teoría subyacente del análisis directo, sostenía Rosen, procedía directa­
mente de Freud. La práctica fue otro cantar. Freud había descrito que su cometi­
do consistía en levantar los velos de los ojos de los hombres para que pudieran
contemplar la verdad; el enfoque de Rosen consistía en agarrar a sus pacientes por
los hombros y sacudirles para que dejaran de decir tonterías. Quería vencer a la
esquizofrenia demostrando a sus pacientes que él era mucho más poderoso que su
.enfermedad. "Algunas veces -decía para explicar su técnica-, cuando tengo al
paciente acorralado en el suelo, le digo: ' Te puedo castrar. Te puedo matar, te

123
La locura en el diván

puedo comer. Puedo hacerte lo que quiera, pero no voy a hacerlo'." (En cursi\a
en el original.)
Según Rosen, a los pacientes les tranquilizaba este comportamiento. ·· El
paciente cree haber encontrado a un maestro que podría hacer con él cualqUie:
cosa debido a su fuerza física, pero que no lo hará porque lo quiere", escrib1o.
"Generalmente, el paciente se siente aliviado de su ansiedad, experimenta segun­
dad y se encuentra mucho más cerca de la realidad."
El enfoque de la terapia estaba marcado, de acuerdo a sus palabras, por ··la
energía, la proximidad y la falta de formalidad". Se trataba de eufemismos. Cn
medio para conseguir que "el paciente se enfrentara a la realidad", por ejemplo.
explicó Rosen, era "sorprenderlo dramáticamente absorto en alguna ilusión \

hacerle notar lo absurdo de su conducta " . Hubo un paciente que "se quejaba sm
parar porque creía que lo iban a cortar a trozos para alimentar a los tigres.
Cuando no pude aguantarlo más, entré en la habitación con un gran cuchillo y le
dije: 'Muy bien, si está tan deseoso de que lo troceen, yo lo haré'. " .
, Rosen proclamó que s u terapia hacía maravillas. E n uno d e sus primeros �-
'
más famosos artículos afirmó que había tratado a treinta y siete pacientes esqui-
zofrénicos y que los había curado a todos. Este hecho no tenía precedentes. La
mayoría de los psiquiatras huían de los pacientes esquizofrénicos; algunos, como
Searles, trabajaban con ellos durante aii.os. Pero ahí estaba Rósen. Rosen se había
hecho cargo de un grupo de pacientes esquizofrénicos, algunos de los cuales habl­
an permanecido ingresados en hospitales mentales durante décadas, y los había
enviado a casa recuperados ¡en cuestión de semanas o meses!
Siempre se mostró sincero y recon_oció que utilizaba amenazas e intimidacio­
nes. Tales estratagemas no eran escándalos descubiertos por sus rivales, sino tác­
ticas reveladas por el mismo Rosen. Psiquiatras procedentes de toda la nación se
reunieron para escuchar las charlas de Rosen y presenciar sus sesiones de terapia.
Algunos se quedaron consternados. Muchos más, deslumbrados. Jule Eisenbud.
una eminente psiquiatra, comparó la destreza de Rosen con la de un atlético super­
hombre: "Parece muy fácil, ¡tan fácil como cuando Tilden juega a tenis! " .
La teoría del análisis directo se apoyaba e n dos pilares: las madres eran la
causa de la esquizofrenia, y el trastorno era, literalmente, una especie de pesadilla
perpetua. Rosen predicó ambas doctrinas a sus compaii.eros de trabajo casi con la
misma intensidad que utilizaba al tratar a sus pacientes. Allí donde muchos psi­
quiatras se mostraban indecisos y cautelosos en sus juicios, Rosen parecía ganar­
se a su público reduciéndolo a la sumisión. En un artículo de 1 953 con un título
difícil de pasar por alto, The Perverse Mother, explicó con sencillez la premisa
básica de la cu �l partía: "Un esquizofrénico siempre es alguien que ha sido criado

124
DoctorYin y DoctorYang

por una mujer con un instinto maternal perturbado".


Este tono enérgico era característico; igual que la certidumbre absoluta, la
simple afirmación de que la esquizofrenia siempre tenía la misma causa. Por su
tono, Rosen no estaba planteando una teoría, sino estableciendo un hecho.
Además, se mostraba inmune a las evidencias que demostraban la contradicción
de sus opiniones. La madre de un niüo esquizofrénico tiene que ser malévola, sos­
tenía Rosen, aunque no encontremos señales de su naturaleza malvada. En una
ocasión, citó el caso de una madre que "suplicó y rogó" para que ayudaran a su
hija esquizofrénica. "Su aparente sinceridad era incuestionable -observó Rosen­
y parecía que si entregando su vida h ubiese podido salvar a su hija, lo hubiera
hecho. ¿Es posible que una mujer como ésta fracasara a la hora de dar a su hija el
amor que necesitaba durante su infancia ? "
Después d e plantear l a pregunta clave, Rosen l a eludió. "No puedo distinguir
conscientemente las cualidades negativas de esta madre" , admitió. " Y nadie puede
hacerlo. Sin embargo, no dudo de que su hija lo sepa. Pero qué hizo y cómo lo
hizo son cuestiones que sólo podrán resolverse a través de un análisis minucioso
de esta chica esquizofrénica ."
Armado con esta teoría d e l a madre n o afectiva, todas las piezas encajaban.
"Ahora -por ejemplo-, el significado profundo del fenómeno de las ideas para­
noicas" quedaba mucho más claro. La clave era qae el paciente no estaba imagi­
nando mensajes, sino recordándolos de la infancia. Los niños, señaló Rosen, esta­
blecen una comunicación no verbal con sus madres. Los pacientes paranoicos
creen estar recibiendo mensajes a través de canales de comunicación diferentes a
los habituales, como realmente ocurría cuando eran niños, y las voces amenaza­
doras que irrumpen en su cabeza se limitan a resumir los mensajes de "un proge­
nitor que, incapaz de amar, responde con sentimientos o actitudes que quieren
decir: 'Permanece tranquilo. Quédate quieto. Muérete '."
Entonces, ¿por qué la esquizofrenia aparecía en la adolescencia o más tarde,
y no durante la infancia? Rosen también tenía una respuesta para esta pregunta.
Igual que la Torre de Pisa, un niño criado por una madre no afectiva desarrollaba
"una base poco profunda, unos cimientos quebrados" y, por consiguiente, se con­
vertía en una persona permanentemente vulnerable e inestable. A medida que el
débil niño creciese, cada etapa crítica de desarrollo -la pubertad, el independi­
zarse, el matrimonio, el nacimiento de los hijos, la paternidad- le aportaría estrés
y presiones nuevas. En algún momento, "la Torre de Pisa alcanza cierta altura y,
entonces, incapaz de soportar durante más tiempo la fuerza, alegóricamente repre­
sentada como la fuerza de la gravedad, toda la estructura psicológica se desmoro­
na y vuelve a su origen, a los cimientos inestables".

125
La locura en el d i v á n

Con la misma audacia con la que explicó la causa de la esquizofrenia, Rosen


comenzó a explicar su cura. Puesto que la causa del trastorno era la figura de una
madre terrible, la cura pasaba por encontrar a una buena madre. ¿Pero dónde
podría encontrar el pobre paciente, ahora adulto, a una buena madre que le pro­
porcionara los cuidados que nunca había recibido?
La respuesta de Rosen fue muy sencilla. Según su "principio rector" , el tera­
peuta "debe ser la madre idealizada que ahora tiene la responsabilidad de criar de
nuevo al paciente. Hay que emprender esta tarea porque el paciente ha sido obli­
gado, bajo una fuerte amenaza psíquica, a convertirse otra vez en un niño".
El terapeuta debía convertirse en "la figura maternal, siempre protectora y
generosa" que el paciente nunca había conocido, y no debía eludir esta tarea ni
fingirla. "El terapeuta sólo podrá desafiar al paciente para que despierte [de su
constante pesadilla] si es capaz de proporcionar amor y protección, si es capaz de
convencerlo de que es cierto que comprende sus necesidades y de que está prepa­
rado para satisfacerlas." En la práctica, Rosen no fue, ni mucho menos, una figu­
ra maternal -¿qué madre amenazaría a sus hijos con cortarlos a pedazos?-, pero
nunca reconoció la contradicción entre su teoría y su práctica.
Sus deberes paternales le ocupaban todo el tiempo. Mientras duró el trata­
miento de una paciente casada de casi treinta años, Rosen "la atendió, la alimen­
tó y la cuidó como a una niña a lo largo de nueve tneses". Durante los primeros
dos meses, pasó diez horas diarias con ella; durante los siguientes, cuatro horas al
día. Poco después, se recuperó.
La clave era convencer al paciente de que tenía un aliado decidido y perspi­
caz. Entonces "se da cuenta de que ya no está solo; se siente comprendido. Alguien
está intentando entender, alguien está intentando ayudar. Alguien quiere darle lo
que no puede obtener por sí mismo". La tarea del terapeuta consistía en " hacer
saber al paciente que sus galimatías, parecidos a los de un niño, están siendo com­
prendidos" . A medida que se descifraba un nuevo mensaje, "la psicosis empieza a
aflojar su garra y la realidad empieza a filtrarse para mostrarse a sí misma".
¿Y cómo descifraba el terapeuta los galimatías esquizofrénicos? Esta parte
era fácil, y lleva a la segunda premisa básica de Rosen: el conocido trabajo de
Freud sobre el significado de los sueños era evidentemente la clave del significado
de los trastornos. Algunas veces, Rosen prefería citar a Jung. "Dejemos que una
persona dormida camine y actúe como si estuviera despierta -declaró Jung en
1903, cuando todavía era un seguidor de Freud-, y obtendremos inmediatamen­
te el cuadro clínico de la demencia precoz", nombre con el que por entonces se
conocía a la esquizofrenia.
Lo único que se necesitaba, afirmó Rosen, era seguir el comentario de Jung

126
DoctorYin y DoctorYang

al pie de la letra. " ¿ Acaso la psicosis no es una pesadilla interminable en la que los
deseos están tan bien disfrazados que el psicótico no puede comprenderlos?", se
preguntaba Rosen. "Así pues, ¿por qué no desenmascarar el contenido real de la
psicosis para despertar al psicótico? Cuando despojemos a la psicosis de su dis­
fraz, ¿no despertará también el paciente?"
Por lo tanto, cualquier detalle, cualquier gesto, tenía que ser descifrado. "Cada
síntoma, cada comentario, cada símbolo debe ser desenredado minuciosamente
hasta llegar a las raíces ontogénicas e incluso filogenéticas del inconsciente. Sólo
cuando desenmascaremos el síntoma y se lo mostremos con claridad al paciente,
aquél dejará de cumplir por más tiempo su propósito, y éste será capaz de abando­
narlo en favor de una mayor sensatez a la hora de manejar sus energías instintivas."
Era formidable contemplar a Rosen a la caza de un símbolo. "Todos los
actos tienen un significado", afirmaba. "El bebé nunca llora sin razón."
Retomando las teorías de Freud y superándolo, Rosen hizo hincapié en que todo,
literalmente todo, tenía un significado simbólico. "Cualquier cosa, desde un ruido
del estómago hasta una fantasía elaborada, puede formar parte del material de la
interpretación", declaró.
Pero había una diferencia crucial entre los sueños de un paciente neurótico y
la pesadilla constante de un esquizofrénico. Los problemas de una persona
corriente se podían descifrar con comodidatl. Las interpretaciones permitían la
reflexión, las sugerencias y la exploración más cautelosa y prudente. En la esqui­
zofrenia, las cosas eran mucho más complejas. "Así pues, uno debe tomarse cier­
tas libertades; libertades que, por lo general, la técnica psicoanalítica prohíbe",
escribió Rosen. "El terapeuta se convierte en el cirujano que se enfrenta a la nece­
sidad de una operación heroica. "
Rosen disfrutaba con este papel. Lo que él declaraba que era una interpreta­
ción de algún símbolo, se convertía de inmediato en un ataque frontal a las fanta­
sías del paciente. Rosen describió, por ejemplo, a una mujer joven que siempre lle­
vaba una almohada a su lado; la mecía, le leía y se refería a ella como a su hijo
Stevie. A Rosen no le hizo ninguna gracia. " Agarré la almohada y la lancé contra
el suelo, y le dije: 'Mira, esto no puede ser un bebé. Lo he arro¡ado al suelo con
toda mi fuerza y no llora '." (En cursiva en el original.)
Rosen reconoció que su comportamiento podía parecer extremo, pero ase­
guró que seguía un método. Su reacción con la almohada, por ejemplo, era un lla­
mamiento " a esa minúscula porción del ego que está en contacto con la realidad".
Según explicó, la negativa a seguirle el juego a la paciente "actuaba como una
cuña en su psicosis y, muy a menudo, la inducía a renunciar a algunas de sus ilu­
siones y alucinaciones".

1 27
La locura en el diván

Uno de sus trucos favoritos era minar las ilusiones del paciente "atacándole
desde dentro". Se trataba de un procedimiento elaborado, un verdadero teatro del
absurdo producido y dirigido por Rosen. Uno de sus pacientes, por ejemplo, fue
un hombre paranoico que creía que el FBI lo buscaba por haber quemado el sepul­
cro de Ste. Anne de Beaupré. Rosen reclutó a varios actores para representar el
drama: dos de ellos encarnaban a los agentes del FBI, provistos de identificación
y una lista de criminales acusados de pirómanos. Rosen empezaba el tratamiento
alentando a su paciente para que contara su historia.
Entonces, justo en el momento en que el hombre se confesaba autor de aquel
incendio provocado, Rosen lo interrumpía. "Eres un condenado embustero", le
gritaba. "Piensas que con un truco barato podrás ver tu nombre en los periódicos.
Me las pagarás. Sabes perfectamente que yo quemé Ste. Anne de Beaupré." De
pronto, otro médico, que también estaba implicado en la trama, empezaba a gri­
tar que Rosen era un mentiroso y que era él quien había quemado el sepulcro.
A continuación, los agentes del FBJ comunicaban a los tres hombres -al
paciente, al médico y a Rosen- que estaban arrestados. "¿ Cuál es su nombre? ¿Y
el suyo? ¿Y el suyo?", preguntaban. "Saca la lista, joe", decía un agente. " ¿ Estos
individuos están en la lista ? " Lo comprobaban atentamente mientras los tres sos­
pechosos miraban con nerviosismo. Ninguno de los nombres estaba en la lista.
Entonces, los agentes se iban, cuchicheando entre ·sr con disgusto. "Una pandilla
de canallas que buscan publicidad barata ", gruñían al salir airadamente.
Rosen aseguró que este minidrama ayudó a su paciente a recuperar el senti­
do. "A lo largo de las cinco semanas siguientes, el sistema alucinatorio se desva­
neció completamente y en su lugar apareció un hombre tímido y asustado, que se
enfrentaba a la realidad y recibía el alta convirtiéndose en convaleciente ."
Según Rosen, este engaño era necesario porque e l paciente s e resistía a todo
intento de ayuda. La esquizofrenia no era tanto un trastorno como una estrategia,
una forma desesperada de hacer frente a los terrores de la vida. "Desde el punto
de vista del paciente -escribió Rosen-, no se trata simplemente de algo que le
sucede; es el modo en que debe actuar para sobrevivir. El propósito que se escon­
de tras el comportamiento esquizofrénico es controlar de una forma u otra los
aspectos del entorno, tanto externos como internos, que son demasiado opresivos
para que el paciente se enfrente a ellos."
Para mostrar a sus compañeros la manera exacta de tratar a estos pacientes
desesperados y astutos, Rosen publicó numerosas transcripciones de sus entrevis­
tas. Se trataba, según un admirador, de las primeras transcripciones psiquiátricas
que se publicaban palabra por palabra. Es de suponer que pertenecen a las sesio­
nes te rapéuticas que más complacieron a Rosen.

128
DoctorYin y DoctorYang

Una de estas largas entrevistas la protagonizó una chica esquizofrénica de


dieciséis años llamada Mary. Rosen prologó la escena con una frase de referencia:

21 de octubre, octavo día, Mary sabía que estaba enferma, pero creía que
padecía la poliomielitis y que yo era un dentista.
MARY: Entonces, ¿quién tenÍa la polio, doctor? Yo sufría. Ella sólo me
despertó. No puedo hacer nada.
ROSEN: Deja de decir disparates.
• M: Esto todavía no parece ningún disparate .
R: Sí, sí que lo parece. [La paciente refunfuña.] Todavía estás loca.
M: No.
R: Ni siquiera sabes quién soy.
M: Un dentista.
R: No, no soy un dentista.
M: Le conozco.
R: Por(av01; ¿cómo te llamas/'
M: [Da el nombre correcro.} E//a es un genio. Yo tengo la polio. ¿Cómo
la curará?
R: Desedntts te11er hpolio. .Fre/eniús te/1er lapolio tpte desc;t6rir c11dl
es realme1tte t.u pro6/ema.
M: No, porque estoy enferma. ¿Cómo lo solucionará?
R: Yo soy un psiquiatra.
M: Hablando como habla, ¿está seguro de ser judío?
R: He dicho que soy un psiquiatra.
M: Ya lo creo. Dios me lo dijo.
R: ¿Qué te dijo tu padre?
M: Nada. Yo nací judía.
R: ¿A quién le importa?
M : Así que probablemente usted es el loco.
R: No, tú eres la loca.
M: Ya lo sé. ¿Qué hará para arreglarlo?
R: Bueno, yo soy psiquiatra y sé cómo curar.
M: ¿Cómo lo hace?
R: Hablando.
M: Siga y hable.
R: Estoy tratando de descubrir qué hizo que te volvieras loca. [La
pacie�te se ríe tontamente.] Creo que fue tu madre.
M: Yo siempre estaba nerviosa.

129
La locura en el diván

R: Lo sé. No creo que tu madre se preocupara por ti.


M: ¿Cómo lo sabe?
R: Conozco a tu madre.

Poco después, el 6 de noviembre, Rosen dio con la evidencia irrefutable que


demostraba que la madre de la paciente no se interesaba por ella. "Llamé la aten­
ción de Mary sobre el hecho de que, durante las tres semanas que estuvo en el hos­
pital, su madre no vino a verla ni una sola vez", escribió Rosen. "La paciente se
desmayó."
A continuación, en la frase siguiente, Rosen añadió una asombrosa posdata:
"Debo decir, en honor a la justicia, que la madre actuó bajo mis órdenes. Tal vez
éste sea un procedimiento cruel, pero no tan cruel como la esquizofrenia. Mi pro­
pósito era enfocar la atención de la paciente sobre la carencia patógena de amor
en lugar de permitir que se sintiera confundida por las actitudes afectuosas de la
madre".
Rosen retoma la transcripción el 7 de noviembre, el día siguiente:

R: ¿Qué hizo que ayer te desmayaras?


M: No lo sé. Simplemente, no me encontraba bien.
R: ¿ Qué ocurrió? ¿Qué estabas penslmdo en el momento en que empe-
zaste a desmayarte?
M: Estaba mareada. No lo sé.
R: ¿Sabes dónde estás y qué ha pasado?
M: Sí. [Menciona el nombre del hospital.]
R: ¿Qué clase de hospital es?
M: ¿Para problemas mentales y nerviosos?
R: ¿Por qué estás aquí?
M: Para ponerme mejor.
R: ¿Qué es lo que te pasa?
M: Nada. No lo sé. Sólo estaba enferma.
R: ¿ Cuál es la enfermedad? No dudes en decírmelo.
M: No lo sé.
R: ¿ Cuál es tu enfermedad?
M: Estaba nerviosa. Estaba rrasrornada. No lo sé.
R: No me gustan los mentirosos.
M: No, no miento. ¿Por qué tendría que mentirle?
R: Porque quieres esconder el hecho de que estás loca.
M: ¿Sí? Bueno, prefiero no decírselo a nadie.

130
DoctorYin y DoctorYang

R: Puedes decírmelo a mí. No me mientas de nuevo, Mary.


M: M i madre no vino.
R: Vendrá.
M: ¿Por qué no vino durante la semana?
R: Éste es el motivo por el que te has vuelto loca. A causa de tu madre.
M: No lo sé. Soy muy estúpida.
R: No, no es culpa tuya. Es culpa suya.
M: Probablemente estaba muy ocupada. Vivimos en Brooklyn.
R: No me gusta eso de que intentes hacerme cambiar de opinión.
Durante el trastorno emprendiste un viaje imaginario.
M: Fui a un hospital.
R: No me refiero a lo que ocurrió en realidad. Me refiero a tu imagina­
ción. Tenías la sensación de estar por todo el mundo.
M: Era una reina india.
R: Si eras una reina, estabas casada con el rey. De ese modo, en tu ima­
ginación podías estar casada con tu padre. El padre siempre es el rey.
M: Le quiero. Sólo deseaba . . . Era un día triste.
R: La verdad hace daño.

'
Cinco días más tarde, Rosen envió a Mary a casa. La había curado, informó
orgullosamente, y lo había hecho en "cua rro semanas".

Actualmente, apenas se conoce el nombre de Rosen, y lo mismo sucede con


el análisis directo. La historia de la desaparición del análisis directo es sencilla: la
esquizofrenia sigue un curso ascendente y descendente, y al final se hizo evidente
que las curas de Rosen fueron, en el mejor de los casos, mejoras caprichosas y
fugaces que no tuvieron ninguna relación con el análisis directo. La evidencia se
manifestó rápidamente, pero nadie la tomó en cuenta durante años. Rosen fue
condecorado como Hombre del Año en 1 97 1 , y el Handbook of Innovative
Psychoterapies habló con entusiasmo sobre él en 1 9 8 1 .
Aun así, y a a principios d e 1 95 8 el psiquiatra William Horwitz había conse­
guido localizar a diecinueve pacientes, de un grupo de treinta y siete, que Rosen
proclamaba haber curado. En primer lugar, siete de los diecinueve no habían sido
diagnosticados como esquizofrénicos; en segundo, de los doce que efectivamente
eran esquizofrénicos, todos habían sido readmitidos en hospitales mentales más
adelante, algunos de ellos en varias ocasiones. Ninguno se había recuperado. En
1 %6 se realizó una segunda investigación que llegó a una conclusión similar y que
también fue ignorada. Pese a estas señales de alarma, y pese a lo mucho que se

131
La locura en el diván

habló sobre los brutales métodos de Rosen, pasaron años antes de que alguien
denunciara que el análisis directo era un fraude peligroso.
La caída de Rosen, a diferencia de la de su teoría, fue dramática. Ninguno de
sus colegas lo reprendió públicamente por amenazar a sus pacientes -por el con­
trario, como hemos visto, no dejaron de admirarlo por su atrevimiento y por la
novedad de su método-, pero, finalmente, algunos de sus pacientes lo acusaron
de maltratos. Los compañeros de Rosen pasaron por alto las señales de peligro
porque aceptaron la j ustificación de la brutalidad de sus tácticas. En 1 960, por
ejemplo, O. Spurgeon English, jefe del Departamento Psiquiátrico de la Temple
University (y, por tanto, jefe del departamento de Rosen}, publicó un artículo en
el que comentaba el análisis directo y elogiaba la "casi milagrosa intuición" de
Rosen. (E l demoledor artículo de Horwitz había aparecido dos años antes. } Rosen,
escribió English, "se enfrenta críticamente al comportamiento y al pensamiento
trastornado del paciente. Nunca permite al paciente, ni siquiera por un día, rela­
jarse cómoda y satisfactoriamente, rodeándose de pensamientos alucinatorios o
comportamientos inmaduros. El doctor Rosen trata incansablemente de que se
sienta incómodo e insatisfecho, y el paciente debe adoptar a la fuerza un pensa­
miento y un comportamiento convencional para escapar a la cólera, la crítica o el
sarcasmo del terapeuta " .
En ocasiones, n o había escapatoria. E l caso más famoso implicó a una joven,
Sally Zinman, profesora de instituto de treinta y tres años e hija de un banquero
amigo de Rosen. Zinman se despertó un día de octubre de 1 970 sin saber su pro­
pio nombre. Su padre se la entregó a Rosen. El tratamiento, de acuerdo a los rela­
tos que Zinman explicó después, incluía golpes y dos meses de encierro en una
mazmorra, una habitación desnuda y carente de ventanas equipada solamente con
un colchón y un cubo para el aseo personal. Otras historias similares también
salieron a la superficie. En 1 9 8 1 , por ejemplo, Rosen pagó 100.000 dólares para
solucionar un caso relacionado con la muerte de Claudia Ehrmann, una mujer
esquizofrénica que había estado bajo sus cuidados. Según la acusación, Ehrmann
murió cuando dos de los asistentes de Rosen intentaban forzarla a hablar. Uno la
agarraba por las piernas y el otro le daba puñetazos o rodillazos. ( Rosen no estu­
vo presente en el momento de la muerte.) La autopsia dictaminó que Ehrmann
había muerto a causa de "heridas contundentes y directas en el abdomen".
El 29 de marzo de 1983, ante la perspectiva de sesenta y siete violaciones de
la Pennsylvania Medica! Practices Act y treinta y cinco violaciones de las normas
del State Board of Medica] Education, Rosen renunció a su licencia para practicar
la medicina.

1 32
C A P ÍT U L O SIETE

D e malas madres a malas familias

Ahora sabemos que la familia del paciente siempre está grave­


mente trastornada.

- TIIEODORE LiDL

En 1 956, mientras Searles y Rosen luchaban contra los demonios en la Costa Este,
una nueva idea surgió en el Oeste. Y sacudió el mundo de la esquizofrenia "como
una bomba", según las palabras del psiquiatra suizo Luc Ciompi. La explosión
hizo estallar "un dique de rígidos puntos de vista sobre este misterioso trastorno
y desató un torrente de publicaciones" que dos décadas más tarde continuaba cre­
ciendo. Aunque nueva, esta avanzada idea compartía dos rasgos clave con sus pre­
decesoras: culpaba a los padres de la esquizofrenia de sus hijos, y consideraba que
los síntomas del trastorno eran símbolos que podían descifrarse.
Esta bomba fue una idea denominada doble vínculo. Como un Catch-22
-la novela de Joseph Heller se publicó el año anterior-, el doble vínculo venía a
decir: " Condenado si lo haces, condenado si no". Gregory Bateson, el padre de la
idea, la presentó de una manera característicamente excéntrica en un ensayo titu­
lado Toward a Theory of Schizophrenia.
Imaginemos a un maestro zen, escribió Bateson, que le dice a su discípulo:
"Si dices que este bastón es real, te golpearé. Si dices que no es real, te golpearé.
Si no dices nada, te golpearé". Para que a nadie se le pasara su significado por alto,
Bateson se apresuró a explicar con detalle la moraleja. " Creemos que e} esquizo­
frénico se encuentra continuamente en la misma situación que el discípulo; pero,
en lugar de la iluminación, alcanza algo parecido a la desorientación. "
El doble vínculo fue el invento de la persona más inverosímil de todas, un
médico novato más antropólogo que psiquiatra que, de hecho, no había tratado
nunca un dolor de garganta, por no hablar de un caso de esquizofrenia. Gregory
Bateson era un hombre desgarbado y desaliñado, de casi dos metros de altura , con
"demasiados músculos y estatura como para saber que hacer con ellos ". Las suelas

133
La locura en el diván

de sus zapatos solían estar despegadas, cada uno de sus cabellos flotaba en una
dirección, siempre llevaba los pantalones salpicados de agujeros. "En su coche había
· termitas, te lo aseguro", recordaba un asombrado colega. Uno de sus conocidos lla­
maba a Bateson "el hombre físicamente menos atractivo que he conocido". Pero las
mujeres no opinaban lo mismo. Más de una dejó a su marido por él, y muchas otras
estuvieron a punto de hacerlo. Una fue Margaret Mead; ella y Bateson se casaron en
Singapur en 1 936. Era el primer matrimonio de Bateson, el tercero de Mead.
Bateson era miembro de una distinguida familia académica inglesa (su padre,
eminente científico e inventor de la palabra genética, le puso el nombre de Gregory
en honor a Gregor Mendel). Según afirmó más tarde, hasta los veintiún años no
conoció a nadie que no estuviera licenciado. Pese a su pedigrí, Bateson pasó su
vida en los lindes de lo académico y no en su centro. Y aunque de vez en cuando
ejerció alguna cátedra como profesor invitado de Harvard, Stanford y de la
Universidad de California en Santa Cruz, por ejemplo, nunca fue miembro per­
manente de ninguna facultad. Subsistía como una especie de vagabundo intelec­
tual, con una precaria serie de subvenciones que conseguía de fundaciones aturdi­
das y desconcertadas, a las que engatusaba con su mágica conversación. Según la
persona que opinara, Bateson era un genio o "un príncipe de los despistados" .
Bateson empezó s u vida académica como zoólogo -en s u primera publica­
ción hablaba sobre las perdices de patas rojas y 'explicaba por qué ciertas plumas
de su dorso tenían a veces las mismas rayas que las plumas de su barriga-, pero
más tarde se pasó a la antropología. Un fragmento de la autobiografía de
Margaret Mead nos muestra lo variados y difíciles de clasificar que eran los inte­
reses de Bateson: " Mientras la guerra nos engullía -escribió-, Gregory se centró
en otros asuntos y nunca volvió a dedicarse a esta clase de trabajo de campo. Por
el contrario, prefirió generar pequeños bosquejos de datos, basados en grabacio­
nes y filmaciones de entrevistas con esquizofrénicos y en observaciones de pulpos
en acuarios, nutrias en el zoo o delfines en cautividad " .
Era un orador deslumbrante y e n e l espacio d e una breve conversación podía
hacer referencia a Norbert Wiener, Bertrand Russell, Einstein, Pitágoras, Freud y
Lewis Carroll; al arte de remar en una canoa en Nueva Guinea, a los maestros zen
y a la iluminación. "Los alumnos de Gregory solían quejarse porque no sabían de
qué trataban sus cursos", escribió su hija, la antropóloga Catherine Bateson.
"Hablaba de delfines, pero la clase no iba sobre delfines; hablaba de rituales de
Nueva Guinea, de esquizofrénicos y alcohólicos, y de la educación de los niños
balineses, todo esto entretej ido con citas de Blake, Jung o Samuel Butler, al tiem­
�o que desafiaba a los estudiantes a que observaran un cangrejo o una concha y
dijeran si los reconocían como producto del desarrollo orgánico. "

1 34
De malas m a d res a m a l a s familias

Los estudiantes no eran los únicos que estaban confundidos. jay Haley y
John Weakland trabajaron con Bateson "cuarenta horas a la semana durante diez
años", recuerda Ha ley, y los dos perdieron mucho de este tiempo "tratando de
descifrar lo que estábamos investigando". "Como mínimo una vez a la semana,
cuando nos reuníamos para tomar café por la mañana -añade Weakland-, nos
hubiera gustado formularle una pregunta: 'Gregory, ¿en qué consiste este proyec­
to?'."
Lo máximo que podía intuir alguien que no fuera Bateson era que el proyecto
estaba relacionado con la comunicación y sus riesgos. Bateson convenció a la
Fundación Rockefeller para que le subvencionara The Role of Paradoxes and
Abstraction in Human Communication, un estudio en el que reflexionaba sobre
rompecabezas lógicos como la siguiente afirmación de Epiménides el Cretense:
"Todos los cretenses son unos embusteros". (Los estudios sobre el delfín, la nutria
y el pulpo tenían como objetivo, aparentemente, comprobar si la comunicación
animal proporcionaba alguna información sobre la comunicación humana . )
Bareson saltó d e estos rompecabezas lógicos a l a esquizofrenia por dos razones. E n
primer lugar, la esquizofrenia parecía u n fascinante campo d e estudio para cual­
quier persona interesada en la comunicación y en sus problemas. En segundo
lugar, para las fundaciones era mucho más tentador contribuir al estudio de la
esquizofrenia que a la solución de acertijos griegos. "Había dinero en juego",
señaló Jay Haley de manera cortante.
Con el tiempo, Bateson dejó de explicar el doble vínculo éon un ejemplo de
Buda porque prefería hacerlo con uno de Mary Poppins. Bateson leía a menudo al
público el pasaje e n que Mary Poppins, la niñera, llevaba a sus pupilos, Jane y
Michael, a la tienda regentada por la señora Corry y sus hijas, Fannie y Annie:

"Supongo, querida mía -se dirigió a Mary Poppins, a la que parecía conocer
muy bien-, supongo que habrá venido a por panecillos de jengibre. "
"Efectivamente, señora Carry ", dijo educadamente Mary Poppins.
"Bien. ¿Le han dado alguno Fannie y Armie? " Miró a jane y a Michael mien­
tras lo decía.
"No, Madre", aseguró la señorita Fannie sumisamente.
"Precisamente nos disponíamos a hacerlo, Madre", empezó a decir la señorita
Annie con un susurro asustado.
A l oír esto, la señora Carry se enderezó y miró furiosamente a sus enormes
h1jas. Entonces, con una voz suave, fiera y aterradora, aiiadió:
"¿Precisamente os disponíais? ¡Oh, ya lo creo! Es muy interesante. ¿ Y puedo
preguntar, Annie, quién os dio permiso para regalar mis panecillos de jengibre? "
"Nadie, Madre. Y n o los regalé. Sólo pensé... "

135
La locura en el diván

"¡Tú sólo pensaste! Es muy amable por tu parte. Pero te agradeceré que no p;�
ses. ¡ Yo puedo pensar todo lo que hace falta aquí!", dijo la señora Carry con su pro-':<-.:­
da y terrible voz. Luego estalló en un cruel cacareo de risas. "¡Mírenla! ¡Simplemer.�
mírenla! ¡Cobarde! ¡Llorona!", gritó apuntando a su hija con su dedo nudoso.
]ane y Michael apartaron la vista y vieron una gruesa lágrima correr por .:;
enorme y triste cara de la señorita Annie, y no se atrevieron a decir nada porque _;

pesar de su menudez, la señora Carry los hacía sentirse insignificantes y asustados.

Si una persona se pasaba la vida atrapado en un doble vínculo parecido.


razonó Bateson, la esquizofrenia se hacía prácticamente predecible. Searles había
afirmado algo similar, pero Bateson adornó las viejas ideas con atractivas palabras
nuevas, repletas de alusiones filosóficas y matemáticas. Tal como Bateson lo des·
cribió, el problema no sólo afectaba a las personas inconstantes e inseguras. La
confusión calaba más hondo, y se adentraba en el corazón del lenguaje y de la
comunicación. La víctima de un doble vínculo continuo "es incapaz de distinguir
la naturaleza de los mensajes", argumentó Bateson. "Si una persona le dijese:
'¿Qué te gustaría hacer hoy?', el paciente no estaría capacitado para juzgar por el
contexto, el tono de voz o el gesto si le estaban condenando por lo que había
hecho el día anterior, si le estaban haciendo una propuesta de carácter sexual o
qué significaba lo que le decían." · '

La solución disponible para una persona normal -preguntarle a la otra per­


sona qué quería decir- no estaba a disposición de un esquizofrénico, simplemen­
te porque era incapaz de distinguir el doble vínculo en el que estaba sumergido.
Por el contrario, el paciente permanecía constantemente desconcertado y frustra­
do, como un prisionero atrapado en un paisaje imposible de M. C. Escher.
Bateson creía que la persona atrapada en un doble vínculo podía reaccionar
de tres maneras. En primer lugar, podía pensar que todos los mensajes ocultaban
un significado secreto. "Si elige esta alternativa, siempre estará buscando el signi­
ficado de lo que la gente dice y de los acontecimientos fortuitos que suceden a su
alrededor; y se caracterizará por una actitud recelosa y desafiante."
En segundo lugar, podía "rendirse y dejar de intentar comprender los men­
sajes para llegar a la conclusión de que todos eran insignificantes o ridículos" . Y
en tercer lugar, podía tratar de ignorar los mensajes en su totalidad. "De esta
forma, creería necesario ir prestando menos atención a lo que sucediese a su alre­
dedor, y hacer todo lo posible para evitar las respuestas del entorno. Trataría de
abandonar su interés por el mundo exterior y de concentrarlo en sus propios pro­
cesos internos y, por consiguiente, intentaría dar la imagen de un individuo reser­
\·ado, quizás mudo."

1 36
De malas madres a malas familias

De modo que el doble vínculo provocaba tres respuestas: recelo, rechazo y

reserva. Y, ¡quién lo hubiera dicho!, todos los textos médicos describían tres for­
mas básicas de esquizofrenia: la paranoia, caracterizada por la desconfianza; la
hebefrenia, caracterizada por un ridículo rechazo del mundo; y l a cataronia, carac­
terizada por el ensimismamiento.
Los psiquiatras acogieron enseguida esta teoría. Era intelectualmente respe-
table e intuitivamente atractiva, era interesante y olía a vida real más que a teoría
polvorienta. Los ejemplos aparecían por todas partes. En la Europa medieval se
obligó a los judíos a ocuparse del negocio de los prestamistas, y luego se les insul­
tó por haber desempeñado una función tan despreciable. ¿Acaso no se trataba de
un doble vínculo? Un psiquiatra encontró por casualidad una ilustración perfecta
en una novela: "Un niño se queja a su madre: Papá me pega. E l padre llega y lo
increpa: ¿ Estás diciendo otra de tus mentiras? ¿ Quieres que te pegue otra vez ? " . �·
Desde e l punto d e vista d e l a teoría del doble vínculo, las observaciones fami­
liares también parecían proporcionar nueva información. Los psicólogos, por
ejemplo, invirtieron muchos años en el estudio del comportamiento de las ratas en
jaulas donde la mitad del suelo estaba electrificado. Tomando como referencia a
Pavlov, empezaron preguntándose cuánto tiempo tardaría una rata en aprender a
refugiarse en la mitad segura del suelo.
Si se introducía una variante en el sistema estándar, se obtenía un resultado
evidente: cuando las dos mitades del suelo permanecían electrificadas, cuando no
había refugio para la rata, ésta se sentía aterrorizada. Quizás empezase a dar vuel­
tas de forma arbitraria, quizás comenzase a correr frenéticamente hacia adelante
y hacia atrás, quizás se encogiera lastimosamente en un rincón. Y aquí es cuando
se hacía la luz. "La persona atrapada en el dilema [en un doble vínculo] parece,
en cierto sentido, una rata en una jaula de dos cámaras, las cuales han sido cable-
adas para recibir constantes shocks eléctricos ", explicaba el psiquiatra Luc
Ciompi. Según éste, la teoría del doble vínculo s ugería que en la desesperación de
una rata aterrorizada yacía escondida "la explicación de los patrones del com-
portamiento patológico de los esquizofrénicos".
Pero el mayor atractivo de la teoría de Bateson era que descubría una multi­
tud de territorios nuevos para la exploración. Freud creía que la esquizofrenia se
debía a un problema en el desarrollo individual; de algún modo, el pacieme l1abÍa
perdido el rumbo en a/gú11 punto de la abrupta costa de la JÍJfáncia. Fromm-

* Esta teoría también nos recuerda el viejo chiste que Dan Greenburg explica en How to Be a leuJISh
Mother. "Regálale a tu hijo Marvin dos camisetas. Cuando estrene una de ellas, míralo con tristeza •v
uriliza tu Tono de Voz Básico para decirle: ¿Es que la otra no re gusta ? "

137
La locura en el diván

Reichmann y sus seguidores añadieron otro elemento a este cuadro: el niño, sen­
cillamente, no había perdido el rumbo. Por el contrario, su madre esquizofreno­
génica lo había impulsado hacia el desastre.
Y ahora tomaba fuerza la teoría del doble vínculo, que no atribuía la culpa
de la esquizofrenia a la actitud de la madre hacia su hijo, sino al estilo de comu­
nicación de la familia. La atención se desviaba de la madre a la familia, y de los
abusos pasados a las interacciones presentes.
Bateson dio por sentado que las madres de los niños esquizofrénicos eran
hostiles, ansiosas y poco afectuosas, pero su propósito real era más profundo.
Según Bateson, ser esquizofrénico equivalía a estar atrapado en una continua
maraña lingüística, una enredada telaraña de mensajes contradictorios e imposi­
bles de descifrar. A menudo, parecía que el santo patrón de esta nueva teoría no
era Sigmund Freud, sino Lewis Carroll.
De hecho, Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo eran los
libros favoritos de Bateson. Le gustaba especialmente el personaje bread-and-but­
terfly de Carroll, una curiosa criatura cuyas alas eran delgadas rebanadas de pan
y mantequilla, y cuya cabeza era un terrón de azúcar. Su único alimento, como
descubrió Alicia, era el "té suave con nata".
Así que bread-and-butterfly estaba condenado: s i metía la cabeza de azúcar
en el té para beber, la cabeza se disolvía; y si la mantenía fuera de la infusión, se
moría de hambre. Cara, gano; cruz, pierdes.
Éste parecía ser un enfoque curiosamente abstracto y libresco para un tras­
torno tan severo y real como l a. esquizofrenia. Y, efectivamente, esta influyente
teoría del doble vínculo no se basaba en un gran número de observaciones de
pacientes esquizofrénicos y de sus familias, ni siquiera en un pequeño número de
casos, porque no se basaba en observación alguna.
Bateson reconoció que primero elaboró su teoría y que solamente después
empezó a estudiar la esquizofrenia. "La posibilidad teórica de los estados de doble
vínculo nos estimulaba a buscar estas secuencias de comunicación en el paciente
esquizofrénico y en la situación de su familia", escribió en su original ensayo sobre
el doble vínculo. ]ay Haley, uno de los autores, j unto a Bateson, de este primer
ensayo, y hasta hoy un devoto admirador, ha añadido con el tiempo algo de carne
a esros huesos. "Bateson afirmaba que la causa de la esquizofrenia eran los padres,
que castigaban a sus hijos porque éstos esperaban ser castigados", recordaba
Haley en 1 990. "Cuando el niño hace algo mal, lo castigan. Luego, el niño se aco­
barda cuando se acercan y ellos se indignan, pues no les gusta esta impresión. Así
.que lo castigan porque espera ser castigado."
"Nos dieron una subvención, durante dos años, para estudiar este hecho y

1 38
De m a l a s madres a malas familias

documentarlo", continúa Haley. "Y le preguntamos a Gregory: ' ¿ Cómo sabes que
es eso lo que sucede?'. Y él respondió: 'Sucede'. Subimos a las montañas y alqui­
lamos una cabaña, y tres de nosotros nos pasamos dos días enteros dentro de la
cabaña reflexionando y planificando los dos años de trabajo que teníamos por
delante gracias a la subvención, y tratando de averiguar de qué demonios estaba
hablando. Y recuerdo que en algún momento, cuando dijimos: '¿Cómo sabes que
los padres castigan a sus hijos porque éstos esperan el castigo?', él contestó: 'Es el
tipo de cosa que debe suceder; porque si no, el niño no tendría problemas de
comunicación y aprendizaje'. Y nosotros repetimos: '¿El tipo de cosa?'. Y desde
entonces todo fue fácil. Hablamos acerca de todas las posibilidades de aquel tipo
de cosa, y éste es el origen del doble vínculo."
Según e l punto de vista que se elija, esta teoría se basó en un notable avance
de la intuición o en una curiosa inversión del orden establecido. Con bastante
acierto, la forma como se fraguó esta corriente de pensamiento nos hace pensar en
las palabras de la Reina de Corazones tan admirada por Bateson: "Primero, la sen­
tencia; después, el veredicto".

Bateson reconoció que la hipótesis del doble vínculo no "había sido compro­
bada estadísticamente". No obstante, siguió adelante y afirmó que "las situacion[es]
familiares del esquizofrénico" tenían tres "características generales" en común.
En primer lugar, la madre del futuro niño esquizofrénico se volvía "ansiosa
y reservada si el niño la trataba como a una madre afectuosa". Ésta era la prime­
ra parte del doble vínculo. En segundo lugar, la madre podía no aceptar sus pro­
pios "sentimientos de ansiedad y hostilidad hacia el niño" y, por lo tanto, podía
tratar de ocultarlos para que el niño "la tratara como a una madre afectuosa " .
É sta era l a segunda parte del doble vínculo. Y entonces l a puerta d e salida se cerra­
ba de golpe: nadie más en la familia -a menos que lo hiciese un padre lo bastan­
te fuerte- era capaz de solucionar este problema.
"Si la madre empieza a sentirse cariñosa y próxima a su hijo -explicaba
Bateson- también empieza a sentirse en peligro y se aleja de él; pero no puede
aceptar este acto hostil y, para rechazarlo, debe simular afecto e intimidad con el
niño." De esta forma, el niño queda atrapado. Descubrir el engaño de su madre
significaría "enfrentarse al hecho de que ella no le quiere y le engaña mediante su
comportamiento afectuoso". Y aceptar su juego significaría "engañarse a sí
mismo sobre su propio estado interno".
Se trataba de una cruel elección: el niño tenía que rechazar a una madre afec­
tuo� a o rechazar sus propias percepciones. En cualquiera de los dos casos, siem­
pre salía perdiendo. Según el resumen de Bateson: "El niño es castigado por dis-

139
La locura en el diván

tinguir exactamente lo que ella está expresando, y es castigado por distinguirlo de


forma inexacta. Está atrapado en el doble vínculo". (En cursiva en el original.)
Bajo estos adornos literarios existía una teoría profundamente cruel. Don
Jackson, psiquiatra y coautor del ensayo sobre el doble vínculo, expuso el caso
con más claridad que Bateson. Jackson sugirió que igual como la malaria era una
enfermedad transmitida por un mosquito, la esquizofrenia era "una enfermedad
transmitida por la familia".
Bateson prefería un tono más suave, más irónico. Le gustaba ilustrar la teo­
ría del doble vínculo con una historia sobre un joven esquizofrénico, en bastante
buen estado después de sufrir una crisis nerviosa, cuya madre lo visitó en el hos­
pital. " É l estaba contento de verla e, impulsivamente, alargó sus brazos alrededor
de sus hombros, ante lo cual ella se puso rígida. É l retiró los brazos y ella le pre­
guntó: '¿Es que ya no me quieres?'. Entonces él se sonrojó, y ella añadió: 'Querido,
no tienes que avergonzarte o asustarte tan fácilmente de tus sentimientos'."
De este modo, aclaraba Bateson, la locura se extiende. Los psiquiatras se
apresuraron a brindarle su apoyo. Ya se sabía, incluso antes de la llegada de
Bateson, que los padres eran la causa de la esquizofrenia; pero nadie podía decir
con exactitud qué habían hecho mal. Y fue Bareson quien explicó aquello que
hasta ahora sólo había sido una descripción. Fue como si un astrónomo explicara
a un público desconcertado por qué el sol salía por eJ·esre y se ponía por el oeste.
Después de Bateson, ningún psiquiatra se hubiese atrevido a hablar sobre la esqui­
zofrenia sin subrayar la importancia del doble vínculo.
Entre todos los psiquiatras que creían que la esquizofrenia podía tratarse a
través de las palabras, quizá el más importante fue Theodore Lidz, de la
Universidad de Yale. No fue una figura imponente -era flll hombre de mediana
altura y de discreto intelecto, un conferenciante apropiad b pero no impresionan­
te, un pulcro escritor, fiel a los cánones académicos, que no recibía el impulso de
la inspiración-, pero en el debate sobre la esquizofrenia Lidz jugó, sin lugar a
dudas, un papel fundamental .
Las grandes personalidades del campo de estudio de l a esquizofrenia tenían
algo que las diferenciaba. Ahí estaban Fromm-Reichmann y Searles, trabajando
desinteresadamente en el Chestnut Lodge año tras aii.o; y Rosen, agarrando a sus
pacientes por el cuello y sacándolos a rastras de la locura; y Bateson, tejiendo inge­
niosas historias en su académica torre de marfil. En comparación a todos ellos,
Lidz fue un aficionado, un pensador convencional. En un desfile del 1 de Mayo
celebrado en la Unión Soviética, hubiera sido uno de los estirados generales encar­
gados de pasar revista. Pero su importancia sobrepasó a la de los otros porque fue
respaldado por el prestigio y la autoridad de Yale, y por su propia posición como

140
De m a l a s madres a m a l a s familias

jefe del Departamento de Psiquiatría. Lo más importante es que Lidz fue el único
en pasar de la anécdota al claro. Algunos psiquiatras acabaron convertidos en
sanadores a pesar de haber sido científicos. Otros se limitaron a describir a pacien­
tes esquizofrénicos concretos. Lidz se ocupó de definir el trastorno.
Y repetiría su mensaje, con la persistencia e intensidad de un ariete, ensayo
tras ensayo, año tras año y década tras década, sobre todo a lo largo de los cin­
cuenta y de los sesenta, pero también durante los setenta y los ochenta. Enérgico,
luchador, dogmático y, por encima de todo, completamente seguro de sí mismo,
Lidz nunca vaciló. Incluso se las arregló para añadir al tono neutral propio de los
artículos médicos una nota de grandeza y autoridad, como si toda la historia pre­
via sólo hubiese sido una preparación para su llegada. "Finalmente -escribió en
1 957- ha surgido un grupo de investigación que lleva a cabo exploraciones
amplias sobre la vida de las familias que albergan a pacientes esquizofrénicos."
Nunca intentó edulcorar su mensaje. Estos son los hechos, sugería su tono;
vivid con ellos. "Ahora sabemos que la familia del paciente siempre está grave­
mente trastornada", declaró en 1 978, y se esmeró en subrayar lo que significaba
cada palabra. "Aunque sea arriesgado decir siempre, no conozco ninguna razón
para no hacerlo. Los que no están de acuerdo con el siempre es porque no han
estudiado en profundidad a las familias de los pacientes. "
Lidz l o hizo. A l o largo d e doce años, d e 1952,a 1 964, él y sus colegas del
Instituto Psiquiátrico de Yale analizaron a diecisiete pacientes esquizofrénicos y a
sus familias. Y durante el resto de su larga carrera, Lidz siguió cultivando esta
pequeña parcela. En una serie interminable de libros, artículos y charlas, todos
basados en las diecisiete familias de clase media-alta de Nueva Inglaterra, explicó
aquello que siempre era verdad acerca de todos los esquizofrénicos y sus familias.
Si leemos los artículos, tropezaremos con los mismos padres una y otra vez,
como si fuesen soldados en un desfile militar. En 1955, por ejemplo, Lidz descri­
bió a un hombre al que denominó señor Grau, que "criticaba constantemente a su
mujer y no tenía en cuenta sus sentimientos". En 1 957, el señor Grau aparecía de
nuevo: "El señor Grau sentía una paranoica hostilidad contra todos los católicos,
algo frecuente; aunque aquí el sectarismo paranoico se centraba sobre su mujer,
una devota católica " . En 1964, le llegó el turno a la señora Grau. Era "una per­
sona extraordinariamente distraída, confusa y dispersa, que podía hablar mucho
y dejar al oyente perplejo, como si no hubiese dicho nada ... Creaba la errónea
impresión de ser idiota " .
Lidz se basó en e l trabajo d e Fromm-Reichmann, Bateson y otros, pero llegó
mucho más lejos. Igual que sus colegas, al principio estuvo convencido de que los
esquizofrénicos eran víctimas del comportamiento negativo de sus madres. Muchas

1 41
La locura en el diván

de las mujeres de su investigación, por ejemplo, "necesitaban y utilizaban al hijo


para compensar su propio sentimiento de vacío e inutilidad como mujeres" . Otras
eran las "típicas madres esquizofrenogénicas", que se sentían desgraciadas a causa
de sus "vidas frustradas"; y otras se mostraban "reservadas, hostiles o abierta­
mente distantes" en sus relaciones con sus hijos enfermos.
Pero Lidz amplió el ataque: los padres de sus pacientes tampoco eran ino­
centes. "Los padres son tan patológicos como las madres -escribió-, y a menu­
do ejercen la influencia negativa más seria dentro de la familia." Estaban celosos
de sus propios hijos y se sentían resentidos cuando se establecía una relación de
intimidad entre la madre y el niño. Si tenían hijos varones, creían que su función
como modelos de comportamiento social había fracasado. "Fueron pocos los
padres de nuestra investigación que representaban una imagen masculina lo sufi­
cientemente satisfactoria como para ser adoptada por sus hijos."
Pero Lidz superó a sus colegas desde un punto de vista más básico. Hizo
explícita una cuestión que los demás sólo habían insinuado o pasado por alto. La
esquizofrenia no era una "dolencia o una enfermedad", sino un "trastorno de la
personalidad ". No era algo que una persona padecía, como la tuberculosis; no era
un invasor "que se hubiese introducido en una persona para poseerla y privarla de
la razón". Por el contrario, era simplemente "uno de los destinos potenciales a los
que el hombre está sujeto " . · '

Una persona podía ser esquizofrénica igual que podía ser timida, y decir
padece esquizofrenia era tan absurdo como decir padece timidez. Aunque, al
hablar, Lidz contradijo a menudo su propia creencia, este asunto era mucho más
profundo que la sutil diferencia entre escribir tomato o tomahto. Al argumentar
que la esquizofrenia era un ejemplo de desarrollo fracasado y no una enfermedad,
estaba restringiendo su estudio al campo de la psicoterapia e invitando a cualquier
posible cazador furtivo del campo de la bioquímica, la neurología o de cualquier
especialidad rival, a que abandonara el terreno.
Durante la etapa de crecimiento, afirmó Lidz, las personas podían salirse de
la ruta. Si no eran capaces de enfrentarse al mundo ni de cambiarlo, aún les que­
daba una alternativa. Podían escapar de él. "Cuando el camino hacia el futuro está
cortado -escribió Lidz-, y cuando la regresión está bloqueada, porque no se
puede confiar en las personas de las que uno debería depender, todavía queda un
camino. Basta con alterar la percepción de las necesidades y motivaciones propias,
y la de los demás. Se puede abandonar la lógica causal, cambiar el significado de
los acontecimientos, retroceder a la infancia, cuando la realidad se reemplaza por
las fantasías de los deseos, y recobrar una suerte de omnipotencia y autosuficien­
cia. E� pocas palabras, te puedes volver esquizofrénico."

142
De m a l a s m a d res a malas familias

No todo el mundo tenía acceso a aquella vía de escape. Sólo había una sali­
da, razonaba Lidz, para aquéllos cuya familia los había dañado tanto y se sentían
tan confusos que sus vínculos con la realidad eran poco más que un hilo de seda.
Lidz no fue uno de los que, como Georg Groddeck, consideraban que cual­
quier enfermedad tenía una raíz psicológica. Le gustaba subrayar que había empe­
zado su carrera médica estudiando las lesiones del cerebro y las enfermedades
cerebrales. " Llegué a conocer muy bien los trastornos orgánicos del cerebro",
recordaba con impaciencia en una entrevista de 1 995. "Escribí mi primer ensayo
sobre un hombre que tenía un tumor prefrontal en el lado derecho. Cuando empe­
cé a examinar a pacientes esquizofrénicos, me di cuenta de que este trastorno no
tenía nada que ver con los trastornos orgánicos que había estado estudiando. "
La prueba era que los esquizofrénicos, pese a las alucinaciones, las ilusiones
y el habla confusa, permanecían intelectualmente intactos. Lidz solía recordar que
aunque había sido un buen j ugador de bridge, no podía competir con ninguno de
sus pacientes esquizofrénicos. Entonces, si no se trataba de un trastorno del cere­
bro, ¿cuál el origen de aquel extravagante comportamiento? A pesar de no ser un
hombre modesto, Lidz reconoció que se trataba de un misterio que prácticamen­
te se resolvía solo. Todo lo que tenía que hacer, incluso en su primer encuentro con
los esquizofrénicos y sus familias, era abrir los ojos.
"Después de pasar una hora con ambos- ¡;>adres o, a veces, solamente con uno
de ellos -escribió Lidz-, me siento confuso e incluso un tanto enfermo." La con­
secuencia era obvia: "Si yo me siento confuso tras pasar una hora o dos con estos
padres, ¿cómo me sentiría si hubiese sido criado por ellos?"
"Hablar a los padres de los pacientes esquizofrénicos era una tarea hercúlea",
recordaba Lidz en 1 9 95, al tiempo que aumentaba la fuerza y la angustia de su voz
pese a las tres décadas que lo separaban de los hechos. "Y eso ocurría con todos
los pacientes esquizofrénicos. No teníamos problemas para relacionarnos con los
padres de los pacientes deprimidos o neuróticos. Pero cuando tratábamos con los
de los pacientes esquizofrénicos, podíamos llegar a volvernos locos intentando
conseguir que entendieran o hicieran lo que creíamos que tenía que hacerse."
Incluso en los ensayos publicados, durante la elaboración de los cuales había
tenido tiempo para sopesar sus palabras, la impaciencia y la frustración de Lidz se
desbordaban. "Los psiquiatras no han conseguido salvarse de las madres de los
pacientes esquizofrénicos", se quejaba en un fragmento clásico de un ensayo de
1 955, en el que también señalaba que el extraño comportamiento de las madres
dejaba "una impresión duradera en los psiquiatras a quienes atormentaban". Una
mujer, la señora Benjamín, "hablaba incesantemente y decía muy poco, y menos
aún sobre todo lo relacionado con la situación" . Cierta señora Newcomb, "en una

143
La locura en el diván

de sus declaraciones más inspiradas", afirmó que su marido "no se siente tan
molesto con mi charla como la mayoría de los hombres" .
. A menudo, Lidz pasaba del aburrimiento a una indignación apenas reprimi­
da. Describió, por ejemplo, a una madre "insensible", llamada señora Ubanque,
que escuchaba con indiferencia a su hija esquizofrénica cuando ésta "desahogaba
libremente sus sentimientos hacia sus padres y les hablaba angustiosamente sobre
su desconcierto, suplicándoles comprensión y ayuda " . Finalmente, "cuando las
súplicas de su hija alcanzaron una gran intensidad, la señora Ubanque se volvió
con brusquedad hacia uno de los psiquiatras, tiró del talle de su vestido y comen­
tó despreocupadamente: 'Este vestido me aprieta demasiado. Creo que tendría que
ponerme a dieta'."
No era necesario tener un ojo clínico para ver que había algo relacionado con
los padres de los esquizofrénicos que no funcionaba bien. " Propusimos que un
grupo de estudiantes de medicina presenciara las sesiones de terapia familiar
-comentó Lidz en una entrevista en 1 9 72-, y su respuesta fue: 'Dios mío, no
podríamos vivir en esa familia ni una semana; hay algo muy maligno en ella'."
Incluso las personas que no tenían ningún conocimiento sobre medicina perci­
bían lo mismo. Lidz recordaba vívidamente una conversación que mantuvo décadas
atrás con un hombre que visitó a su sobrino en el hospital. El hombre, más joven, era
esquizofrénico, víctima de una crisis nerviosa que sufrió 'POCO después de licenciarse.
Lidz se lanzó a explicar lo acostumbrado: "No sabemos mucho sobre este
estado. Precisamente ahora es cuando empezamos a conocerlo. Para serie sincero,
no puedo garantizarle resultados; va a ser muy duro". Su visitante lo interrumpió.
" o he venido a preguntarle por qué es esquizofrénico", dijo con impaciencia.
"He venido a decirle por qué lo es."
La explicación, en pocas palabras, era que la vida del joven con sus padres
había sido "absolutamente caótica". Lidz dedicó el resto de su carrera a ampliar
la teoría de este visitante. Sin embargo, la idea principal quedó clara desde el prin­
cipio y apenas cambió con el paso de los años: los esquizofrénicos se hacían, no
nacían. "Me aferré a eso", recordaba Lidz recientemente al contemplar su carre­
ra desde la atalaya de sus ochenta y cinco años.
Cuando Lidz empezó a estudiar la esquizofrenia, siempre se topaba con el
mismo problema. "Necesitábamos saber qué era lo que no funcionaba con los
padres", declaró. "Quizás hubiese sido mejor preguntar: ¿qué habían hecho
bien? " Cualquiera que fuese el caso, Lidz siempre acababa constatando que los
padres de los esquizofrénicos habían fallado a sus hijos. "En todos los aspectos de
la vida de la familia que investigábamos -señaló con preocupación- pasaba algo
verdaderamente grave."

144
De malas madres a malas familias

Y citó sin vacilar toda una serie de problemas. Había problemas en las per­
sonalidades de los padres, en sus relaciones entre ellos, en sus relaciones con los
hijos, en la comunicación verbal de la familia, en la comunicación no verbal, etc.
Además, señaló Lidz, no se trataba simplemente de que alguna de estas familias
tuviese problemas en alguna de estas áreas. Por el contrario, "cada una de las
familias sufría trastornos en prácticamente todos estos aspectos".
Así que Lidz cambió de táctica. Si todo iba mal, era casi imposible encontrar
el problema específico que marcaba la diferencia. Lidz seguía creyendo que los
niños que acababan siendo esquizofrénicos habían sufrido el maltrato de sus
padres. Pero quizás fuese más práctico centrarse en lo que las familias habían
pasado por alto y no en lo que habían hecho mal.
"Empezamos a considerar la posibilidad -escribió Lidz en 1 964- de que la
esquizofrenia fuese un trastorno por defecto. " Como sucedió en el siglo XVIII con
los marineros ingleses que padecían escorbuto, la clave del rompecabezas podía
consistir en identificar qué se había omitido. Lo que les faltaba a los esquizofréni­
cos, según Lidz, era la educación y la orientación que los padres sensatos propor­
cionaban a sus hijos.
Hasta aquí, todo nos resulta familiar. Pero Lidz insistió en subrayar otra
carencia devastadora que afectaba a las familias de los esquizofrénicos, a la que
dio el embarazoso nombre de inculturización. Digamos, simplemente, que estos
extraños padres fracasaban a la hora de enseñar a sus hijos lo que en nuestra cul­
tura se considera un comportamiento aceptable.
En su lugar, los padres presidían un reino sutil, peculiar y privado, que tenía sus
propios ritos y tradiciones. El niño esquizofrénico crecía en una corte cerrada, gober­
nada por un rey y una reina excéntricos e ineficaces. La vida en casa era un "adies­
tramiento en la irracionalidad". No podía extrañar que el niño apenas estuviera pre­
parado para enfrentarse al mundo exterior, que se encontraba a un paso de casa.
Pero asimilar el comportamiento de las demás personas era el menor de los
problemas del niño. La tarea más importante, que sus padres también evitaban,
era adquirir un significado de sí mismo. Efectivamente, los padres se comportaban
como si estuvieran conspirando para frustrar este objetivo. Participaban en ritua­
les privados, utilizaban el lenguaje de forma extraña e idiosincrásica, y enviaban
señales contradictorias.
Lo peor de todo era que los padres insistían en que el niño descartase sus pro­
pias opiniones para verse obligado a percibir el mundo a través de los ojos de sus
mayores. Este "lavado de cerebro" , señaló Lidz, empezaba "en la infancia". El
result!=ldo, predecible y trágico, era impedir "la realización de una firme identidad
por parte del niño".

145
La locura en el d i v á n

"Ahora comprendemos -declaró Lidz de forma magistral en un compendio


de sus teorías publicado en 1 978- que la familia en la que crece el paciente esqui­
zofrénico ha fracasado estrepitosamente a la hora de proporcionar estos requisi­
tos para el desarrollo integrado de la personalidad del niño." En una entrevista de
1 995, expuso esta misma idea con más concisión y con la presunción que lo carac­
terizaba. "Me gustaría ver -refunfuñó- a un paciente esquizofrénico que haya
sido criado en una familia adecuada."

Las familias no sólo eran malas; además, su maldad era predecible y siste­
mática. Lidz estableció los dos patrones más comunes: cismáticos y sesgados. Las
familias cismáticas estaban divididas debido a conflictos patentes entre los proge­
nitores. Las familias sesgadas sufrían un daño más sutil pero igualmente profun­
do; familia sesgada hacia uno de los padres, que sufría un grave trastorno y cuyo
comportamiento el otro cónyuge aceptaba como normal. Los padres cismáticos
estaban en guerra abiertamente; los padres sesgados conspiraban en silencio.
El rasgo más notorio de la familia sesgada era la madre esquizofrenogénica,
que se las arreglaba para llevar a cabo el hábil truco de ser al mismo tiempo
"extremadamente entrometida en la vida de su hijo" e " insensible a las necesida­
des del niño". Era "super-protectora y acaparadora", y enviaba constantemente a
sus hijos el mensaje de que dejarla equivaldría a matarla. Aunque tampoco se com­
portaba bien, el padre era menos dramático, pero no prestaba ninguna ayuda.
"I neficaz en la casa y, por lo general, despreciado por la madre [ ... ], se comporta­
ba como un niño más" o "rivalizaba intensamente con su hijo por la atención y el
afecto de su mujer".
La referencia de Lidz a un hijo varón no fue accidental. Creía que en las fami­
lias sesgadas crecían más hijos esquizofrénicos. Y que en las familias cismáticas
crecían más hijas esquizofrénicas. Los padres cismáticos eran francamente hosti­
les entre ellos, y ambos trataban de implicar al niño en su perpetua batalla. La per­
sonalidad de estas madres era menos contundente, con lo cual la débil confianza
que podían haber tenido se había visto "minada por el constante menoscabo" de
sus cónyuges. Los maridos, por el contrario, eran "dominantes", "ambiciosos",
"a veces paranoicamente rígidos y recelosos".
El niño que se encontraba en esta situación estaba atrapado en un dilema
imposible. Complacer a un progenitor significaba ganarse el desdén del otro;
intentar complacer a estos dos adultos irreconciliables significaba actuar como
cabeza de turco y sacrificarse a sí mismo .
. El deber de un terapeuta en estos casos estaba claro. "He intentado conse­
guir que el paciente reconozca, especialmente los pacientes más jóvenes, que sus

1 46
De m a l a s m a d res a malas familias

padres no son ni omnipotentes ni omniscientes -declaró Lidz en una entrevista


en 1 972-, y que puede protegerse por sí mismo, que tiene que dejar de mirar a
n:avés de los ojos de sus mayores y satisfacer sus necesidades para empezar a diri­
gir sus energías hacia su propia vida y no hacia la de ellos."
En 1 995 amplió esta idea desde un punto de vista más informal. "No lo
hacemos simplemente diciendo: 'Eh, ya sabes, ¡tu madre está loca!"', comentó
sonriendo. "Lo que hacemos es dejar que surja la duda d iciendo: 'Bueno, es posi­
ble' o 'Se puede mirar de otra forma'."
Este enfoque, aplicable a otros campos además de la esquizofrenia, encaja
perfectamente con las palabras de Freud cuando afirmó que la verdad nos hará
libres. Pero Lidz estaba convencido de que había superado a Freud, aunque reco­
noció sinceramente que la influencia de Freud en su trabajo había sido "muy
importante" e incluso señaló que "nunca se habría convertido en psiquiatra si no
hubiese leído a Freud cuando era joven".
Lidz consideró que su énfasis despiadado en la familia fue su contribución
principal a la psiquiatría. Según Lidz, Freud se centró tanto en el individuo que pasó
por alto a la familia que lo había formado. Esto no es estrictamente cierto
-Lidz reconoció que el complejo de Edipo, por ejemplo, sólo tenía sentido si se
aceptaba como una teoría que abarcaba a los niños y a sus padres-, pero añadió
que "aun así, Freud mantuvo las relaciones familiares 'en la periferia de sus teorías". ,,_
Lidz también estaba convencido de que había superado a Freud en otro sen­
tido. É l era un científico que trataba de encontrar pautas a partir de pacientes a los
que había tratado durante muchos años, que exploraba las hipótesis, que exami­
naba los datos desapasionadamente. Freud, aunque fuera un genio, había sido un
trabajador independiente y un artista más que un sobrio y sistemático investigador.
En gran medida, ésta era una imagen interesada. Si el trabajo de Lidz era
ciencia, se trataba de una ciencia muy defectuosa. En lo esencial, Lidz había ojea­
do furtivamente la sección de respuestas del final del libro: sabía desde el princi­
pio que los padres a los que estaba entrevistando habían criado a un niño esqui­
zofrénico. Sin lugar a dudas, este conocimiento influyó en sus juicios. Para empe­
orar las cosas, la idea que se hacía Lidz de la infancia de sus pacientes dependía
de los recuerdos de estos mismos pacientes y de los de sus padres veinte años des­
pués de los hechos.

• Después de comparar el psicoanálisis y la cirugía en Introducción al psicoanálisis, Freud afirmó:


"Ahora preguntémonos cuántas de esras operaciones alcanzarían el éxiro si ruvieran que realizarse en
presencia de rodos los miembros de la familia del paciente, que mererían la nariz en la sala de opera­
ciones y grirarían cada vez que se pracricara una incisió n " .

147
La locura en el diván

Era un método cargado de riesgos. Pero Lidz nunca se preocupó por esta­
blecer grupos de control, la precaución más elemental que tiene en cuenta la cien·
cía, y nunca pareció entender por qué podían exigírselos. "No tenía sentido hacer
controles normales puesto que resultaba obvio que estas familias eran anormales ·· .
contestó bruscamente e n 1 995, cuando l e presionaron sobre e l tema.
Ante cualquier pregunta acerca de su ciencia, Lidz siempre se mostró tan
brusco y tajante. ¿Por qué era sensato generalizar sobre una de las más extendidas
enfermedades mentales a partir de una docena y media de casos? Porque "las
investigaciones hechas a fondo, centradas en unas pocas personas eran mejore�
que las investigaciones superficiales centradas en multitudes ". ¿Cómo sabía que el
comportamiento de estos padres ya era extraño antes de que sus hijos se pusieran
enfermos y no p orque sus hijos se habían puesto enfermos? Porque "nos hemos
remontado lo suficiente como para saber que eran personas peculiares o difíciles
incluso antes de casarse" . ¿Por qué, si los padres eran los culpables, los hermanos
y hermanas del niño esquizofrénico estaban sanos? "No lo están. Escribimos un
ensayo sobre los hermanos, y allí demostramos que hay menos hermanos sanos de
lo que pensábamos."
Impasible e imperturbable, Lidz también quitaba importancia a las pregun­
tas sobre su integridad. ¿Por qué no informó a sus diecisiete pacientes y a sus fami­
lias de que eran los sujetos de un programa de investigación? ¿Por qué escribió
sobre ellos sin su autorización ? Porque en su primer estudio sobre la esquizofre­
nia intentó explicar a los pacientes que estaban formando parte de una investiga­
ción "y ello causó problemas, así que decidimos no volver a decírselo".
Lidz también se enfrentó a este tipo de preguntas en sus escritos restándoles
importancia con su característica confianza. "A pesar de sus posibles defectos
-declaró en 1960-, hay razones para creer que estas investigaciones han pro­
porcionado la descripción más amplia y profunda que se haya realizado sobre
cualquier familia y para cualquier propósito."
Lidz nunca cedió un milímetro a lo largo de su prolongada vida. A los ochen­
ta y cinco años, el antiguo jefe de departamento conservaba la aureola de un rey
depuesto y todavía se presentaba a diario en su despacho de Yale. A pesar del bas­
tón y del audífono, a pesar de la reciente muerte de su mujer (un doble golpe pues­
to que había sido compañera y colega profesional), permanecía alerta y orgulloso
en su puesto. El teléfono rara vez sonaba, los visitantes raramente llamaban, pero
aquéllos que se aventuraban en el despacho número 6 1 0 del edificio psiquiátrico
de Yate, todavía podían escuchar un viejo estribillo familiar.
Lidz sabía que sus opiniones habían caído irremediablemente en desgracia
-en la lucha por descubrir los secretos de la esquizofrenia, los neurólogos arma-

148
De malas madres a malas familias

dos con escáneres PET y los especialistas en genética molecular, que se ocupaban
de las investigaciones sobre el ADN, habían desbancado desde hacía mucho a los
terapeu"tas de la palabra-, pero también había presenciado el ir y venir de otras
modas. Lidz se consolaba a sí mismo con la sabiduría melancólica de que la psi­
quiatría se había extraviado en otras ocasiones para luego recuperar de nuevo su
prestancia.
En un silencioso y polvoriento despacho, Theodore Lidz, el impenitente,
esperaba, solitariamente exiliado, a que pasara el chaparrón.

Casi tan pronto como Theodore Lidz empezó a publicar sus informes acerca
de sus diecisiete familias, otros psiquiatras se precipitaron a publicar sus propias
versiones sobre el nuevo evangelio. El impacto fue doble. Por un lado, las doctri­
nas sobre la culpabilidad familiar alcanzaron a un público más fresco y amplio.
Por el otro, mucho más importante, aumentó su prestigio. Como no estaban rela­
cionadas con un único grupo de investigación, se convirtieron en un saber gene-
, ral, la moneda de cambio de cualquier psiquiatra a la moda. Lo que "todo el
mundo sabía" era más atractivo que lo que una sola persona afirmaba.
Quizá el más influyente de los nuevos misioneros fue el psicoanalista Silvano
Arieti. En el estudio Interpretation of Schizophrenia, publicado en 1 9 55, y, cuatro
años más tarde, en el voluminoso y contundente American Handbook of
Psychiatry, que él mismo editó, Arieti describió la nueva teoría sobre la esquizo­
frenia con claridad y concisión. El contenido era familiar. Lo que resultaba nuevo
era el carácter impersonal e incuestionable de la presentación de Arieti. Al pare­
cer, se trataba de hacer una descripción y no de entrar en polémica. Arieti se limi­
taba a describir una enfermedad, igual que otro estudioso al afirmar que la pul­
monía se caracteriza por escalofríos, fiebre y tos. El fanático que aporreaba su púl­
pito dio paso al académico que enumeraba metódicamente los puntos más impor­
tantes en la pizarra de la sala de conferencias. "Aunque sea la madre la que con­
tribuye en mayor medida a la producción de las condiciones que ahora vamos a
describir -señalaba Arieti en un pasaje clásico-, a lo largo de la historia de l a
esquizofrenia descubrimos q u e son ambos padres los que han fallado al niño, a
menudo por razones diferentes. Con frecuencia, la combinación es la siguiente:
una madre dominante, quejica y hostil, que no proporciona al niño la oportuni­
dad de afirmarse a sí mismo, está casada con un hombre débil y dependiente,
demasiado débil para ayudar al niño. Un padre que no se atreve a proteger al niño
por miedo a perder los favores sexuales de su mujer o, simplemente, porque es
incapaz de oponerse a su fuerte personalidad, es tan inútil con respecto al niño
como la madre . "

1 49
La locura en el diván

A pesar de sus defectos metodológicos, Lidz documentó las observaciont"� e::

que se basaban sus teorías. Arieti se saltó este paso. Ahora los hechos caía;-; .:..
cielo prístinos, relucientes e inmaculados, no corrompidos por manos huma:-.:
De esta forma se podía elaborar una presentación esmerada e incluso atrae"· -
Arieti escribía con claridad y no mostraba ninguna de las extravagancias .:_

Searles o de las excentricidades de Rosen. S u tono era sereno, seguro, repleto .:.�

sentido común, tan realista como el del doctor Spock. Uno casi podía olvidar �-�
Arieti estaba escribiendo sobre la esquizofrenia: "El niño necesita ser aceptado: ,_

autoestima se construye sobre la aceptación que recibe. Si los padres demuestn:­


una cálida, afectuosa, respetuosa y comprensiva actitud hacia el niño, éste des·
arrollará la misma actitud hacia sí mismo y, más tarde, hacia los demás".
Si, por el contrario, los padres fracasan en l a educación de su hijo, éste cre­
cerá ansioso y asustado. "Todo niño tiene que ser desaprobado alguna vez; per
si percibe una atmósfera de constante reprimenda, crítica y queja, crecerá con .a
convicción de que hay algo malo en él, de que es un inútil. Este sentimiento inter­
no de inutilidad puede acompañarlo a lo largo de la vida y puede verse reforzadc
por cualquier otro fracaso."

Para Theodore Lidz, la esquizofrenia no era una enfermedad, sino un deses­


perado intento por adaptarse a una situación práctiCamente imposible. R. D.
Laing, guru y psicoanalista escocés, llevó el argumento de Lidz mucho más lejos.
El esquizofrénico no era tanto una víctima como un visionario. "La locura no es
necesariamente una crisis", declaró en 1 964. "También puede ser un progreso.
Potencialmente es tanto liberación y renovación como esclavitud y muerte exis­
tencial."
Laing era un hombre pequeño, algo parecido a u n pájaro, con los ojos oscu­
ros, el pelo largo y ondulado, y un intenso y carismático modo de hablar. Fue
enormemente influyente a ambos lados del Atlántico y predicó la nueva doctrina
en todo tipo de foros: libros de los que se vendieron millones de copias y que se
convirtieron en una lectura obligada en los dormitorios de todas las universidades,
charlas polémicas dirigidas a públicos profesionales, giras universitarias más pare­
cidas a conciertos de rack que a debates académicos. Estar loco significaba estar
abierto a la experiencia. En un mundo con armas sumamente destructivas siempre
a punto, proclamaba Laing, lo que pasaba por salud era, de hecho, locura y la
locura era, en realidad, una forma más profunda de intuición.
En los psiquedélicos años sesenta, este mensaje se hizo enormemente popu­
lar. La locura se puso de moda, y Laing estaba en la cresta de la ola. Circulaban
pegatinas que proclamaban: "I'M MAD ABOUT R. D. LAING" ( " Me chifla R.

1 50
De malas madres a malas familias

D. Laing"); y en un anuncio de la última página de un ejemplar del Village Voice,


publicado en 1 971 , se buscaban compañeros para "dos nenas a las que les va
Coltrane, The Dead y R. D. Laing". La esquizofrenia se describía como un viaje
de descubrimiento, como una exploración; y el esquizofrénico, como un héroe que
merecía "no menos respeto que los no menos perdidos exploradores del
Renacimiento" . Algún día los hombres y las mujeres mirarían hacia atrás y "des­
cubrirán que lo que nosotros llamamos esquizofrenia era una de las formas en
que, con frecuencia a través de personas completamente ordinarias, la luz empe­
zaba a abrirse paso entre las rendijas de nuestras mentes demasiado cerradas".
A pesar de los adornos, el mensaje de Laing era esencialmente una variante de
otro que ya hemos analizado a lo largo de todos estos capítulos. Para Laing, así como
para Lidz y Bateson, la esquizofrenia, más que una enfermedad, era una representa­
ción que se debía descifrar. Para Laing, y para los demás, la familia tenía la culpa.
Desde este punto de vista, los historiales clínicos proporcionaban la vía del conoci­
miento y los grupos de control eran irrelevantes o innecesarios. Una vez más, los sín­
tomas se consideraban símbolos; y los padres, unos traidores. Un nuevo mensajero
difundía un viejo mensaje. Laing era Lidz con tintes afectuosos; la única diferencia
era que el primero rechazaba las curas porque servían para presionar y manipular.
Aunque Laing recibió una formación clásica como psicoanalista, siempre fue
poco ortodoxo. É l mismo se sometió al análisis entre 1 956 y 1960, y se sintió
defraudado por la austeridad de las consultas. Charles Rycroft, el analista de
Laing, "nunca me abría la puerta ", recordaba Laing años más tarde. "Se queda­
ba sentado en su sillón, hacía sonar una campana en el piso de abajo y cuando la
campana sonaba, yo -como una rata entrenada-subía al piso de arriba, abría la
puerta, él se levantaba de su sillón, yo me estiraba en el diván, él se sentaba fuera
del alcance de mi vista y !eso era todo! Un segundo después de los cincuenta minu­
tos, decía: 'El tiempo se ha terminado'. Y yo me levantaba, me dirigía hacia la
puerta, me volvía y le daba los buenos días, cerraba la puerta y salía. Cinco veces
a la semana, durante cincuenta minutos."
Laing descartaba estas técnicas en favor de una atmósfera de "civilizada cor­
tesía" menos estructurada, menos formal. Sus pacientes tenían libertad para sen­
tarse o pasearse, si así lo preferían, en lugar de acostarse en el diván. Y llamaban
a Laing Ronnie en vez de doctor Laing. Éste les daba consejos, muchos de ellos
totalmente prácticos y sin ninguna relación con las arcanas cuestiones de la doc­
trina analítica. Una mujer, por ejemplo, Jo visitó porque su padre la había pegado
durante años. "Estoy seguro de que tú no tienes ningún problema", le dijo Laing.
"No vuelvas a esa casa. Eso es todo, ¿de acuerdo ? "
·
Aunque rechazó muchos preceptos freudianos, Laing siempre mostró un

151
La locura en el diván

enorme respeto por las teorías de Freud. " Freud fue un héroe", escribió Laing en
1960 en The Divided Se/f. "Descendió al inframundo y descubrió espantosos
terrores . Utilizó su teoría como una cabeza de Medusa que convertía en piedra
estos horrores. Nosotros, que seguimos a Freud, contamos con el beneficio del
conocimiento que trajo de vuelta consigo y que nos comunicó."
En particular, Laing se aferró a su fe en el enfoque interpretativo de Freud.
(Admiró especialmente a un colega de Freud, Georg Groddeck, que creía fervien­
temente que los síntomas eran símbolos. Laing aseguró que se había leído The
Book of the It, de Groddeck, por lo menos una docena de veces.) En un fragmen­
to característico de The Divided Self, Laing nos habla sobre una paciente, Julie,
que "en su psicosis se llamaba a sí misma señora Taylor". ¿Qué intentaba decir?,
se preguntó Laing. Inmediatamente contestó a s u propia pregunta. " Quería decir:
estoy hecha a medida, soy una mujer hecha la medida; fui creada, alimentada, ves­
tida y moldeada. " * Éste, sostenía Laing, era el jugoso y agudo resumen que hacía
Julie de su propio problema. "Expone, en pocas palabras, la esencia de los repro­
ches que le hacía a su madre cuando tenía quince y dieciséis años."
En un libro publicado en 1 977, casi dos décadas después de su trabajo con
Julie, Laing siguió defendiendo aquel tipo de interpretación. En Conversations
with Adam and Natasha, narró el episodio en que su hija de seis años le pregun-
'
tó a su madre: " ¿ Dios puede matarse ?" . Laing discutió esta pregunta con un viejo
amigo, Monty, presumiblemente también psicoanalista. "Hay una relación increí­
blemente íntima entre el sexo y la muerte", le aseguró Monty a Laing. "Te diré lo
que significa la pregunta. Ella está preguntando: ¿Dios se masturba ? "
"Y eso quiere decir: ¿papá se masturba?", replicó Laing.
'"Precisamente", añadió Monty. "Ella desea saber si lo haces sin mamá, si
necesitas a mamá; si ella puede hacerlo contigo en lugar de mamá."

La esquizofrenia sólo podía entenderse adoptando el enfoque de la interpre­


tación de los símbolos. (Laing prefería decir "persona diagnosticada como esqui­
zofrénica" para subrayar que consideraba la esquizofrenia como una etiqueta y no
como una enfermedad . ) '' '' Laing insistía en que los síntomas de la esquizofrenia
eran tan difíciles de entender porque el esquizofrénico trataba desesperadamente

• Esta interpretación se basa en un juego de palabras: taylor significa sastre en inglés. (N. de la T. )
.
•• La noción de la locura como una simple etiqueta aplicada por el poderoso al débil precede en siglos
a Laing. En el siglo XY!l, por ejemplo, el poeta Nathaniel Lee fue internado en Bethlehem. "Dijeron
que yo estaba loco, y yo les dije que los locos eran ellos " , declaró Lee. " Maldita sea, me vencieron."

1 52
De malas madres a m a l a s familias

de rechazar un mundo que desde su punto de vista estaba empeñado en destruir­


le. "Gran parte de la esquizofrenia es un simple disparate, una charla sin sentido,
una maniobra para arrojar a la gente peligrosa fuera de escena, para crear aburri­
miento e inutilidad en los demás. A menudo, el esquizofrénico pone en ridículo al
médico y a sí mismo. Juega a hacerse el loco."
Lo que algunos psiquiatras descartaban como disparates y ensaladas de pala­
bras, para Laing significaba una especie de representación artística de altos vuelos, un
acto improvisado de envalentonamiento intelectual concebido para mantener el
mundo a raya. En The Po/itics of Experience, publicado en 1967, por ejemplo, Laing
describió a dos hombres esquizofrénicos enzarzados en un diálogo al parecer impe­
netrable. Laing no hizo ninguna interpretación. Por el contrario, creía que la inacce­
sibilidad del diálogo demostraba precisamente la cautela de estos dos oradores.
" Considerar que las tácticas de Smith y Jones son, ante todo, el fruto de algún défi­
cit psicológico -escribió Laing- es bastante parecido a suponer que un hombre que
realiza un salto mortal en una bicicleta sobre una cuerda floja a cincuenta metros de
altura, sin red de seguridad, está sufriendo una incapacidad para permanecer derecho
sobre sus propios pies. Haríamos bien en preguntarnos por qué estas personas tienen
que ser, a menudo con éxito, tan tortuosas, tan escurridizas, tan dispuestas a mos­
trarse a sí mismas irremediablemente incomprensibles." (En cursiva en el original.)

Los esquizofrénicos eran artistas con una impenetrabilidad deliberada. Los


mensajes, que tanto se esforzaban en camuflar, estaban relacionados con sus fami­
lias. "Que yo sepa -escribió Laing-, no se ha estudiado a ningún esquizofréni­
co cuyo esquema perturbado de comunicación no haya sido señalado como un
reflejo, y una reacción, al esquema perturbado y perturbador que caracteriza a su
familia de origen." (En cursiva en el origina l .)
"Sin excepción, la experiencia y e l comportamiento etiquetados como esqui­
zofrénicos forman parte de una estrategia especial que una persona inventa para
poder vivir en una situación insoportable", continuaba Laing. "Ante una situación
así, esta persona siente que se encuentra en una posición insostenible. No puede
actuar, o permanecer inmóvil, sin recibir el acoso de presiones y exigencias con­
tradictorias y paradójicas, empujones y tirones que le llegan desde su interior,
impulsadas por sí mismo, y desde el exterior, impulsadas por los que le rodean. Es
como si estuviera en una posición de jaque mate." (En cursiva en el original.)
Aquí observamos dos temas enlazados. El primero es el del dedo acusador y
la culpabilidad de la familia defendidos por Fromm-Reichmann y otros sucesores
de Freud; el segundo, la tendencia a hacer declaraciones universales demasiado
generales como las del mismo Freud.

1 53
La locura en el diván

Laing disminuyó la malevolencia de las madres en particular, pero como .:: �­


secuencia se limitó a distribuir la culpa más ampliamente. " Sería mejor pensar ::­
familias esquizofrenogénicas que en madres esquizofrenogénicas exclusivamen:�-.
escribió. Había tantas familias capaces de provocar la esquizofrenia, señalo :: -

1 967, que un niño inglés tenía más posibilidades (diez veces más) de acabar en u:-..:
clínica mental que en una universidad. " Estamos llevando a nuestros hijos ha.:..;
la locura con más eficacia que los educamos", declaró.
Quizás valga la pena señalar que, cuando se refirió a padres peligrosos e ines­
tables, Laing habló desde la experiencia. Su propia madre, Amelía, se columpiaba
precariamente en el límite donde la excentricidad se convierte en locura. Era her­
mosa, inteligente, deshonesta y excesivamente rencorosa y recelosa con las demas
personas, y no menos con su hijo. Cuando Laing tenía cinco años, ella quemó se:
j uguete favorito, un caballo de madera, porque decía que le tenía demasiado can­
ño. Cuando se convirtió en un adulto y volvió a casa después de cumplir el serYI­
cio militar, se encontró con que su madre había quemado todos sus papeles y des­
trozado su piano con un hacha. Mucho después, cuando Laing tenía alrededor de
cuarenta años, confeccionó una pequeña "muñeca Ronald" a la que clavaba alfi­
leres con el expreso deseo de provocarle un ataque de corazón. Cuando Amelia
finalmente murió, Laing, que entonces tenía cincuenta y nueve años, declaró que
lo que más lamentaba de su vida era no haberla lastim:ido más.
Pero la creencia de Laing en el daño causado por las familias se basaba en la
observación de sus pacientes, no en la de sus padres. Pronto llegó a la conclusión
que mantendría siempre. Irónicamente, acusó severamente a los padres a partir de
los experimentos que realizó para estudiar la forma como éstos trataban a su des­
cendencia. En 1 953, como joven psiquiatra en su primer trabajo civil después de
cumplir sus obligaciones con el ejercito Británico, Laing convenció a sus superio­
res para que lo dejaran hacer una prueba con doce pacientes esquizofrénicos intra­
tables. Eran doce mujeres que permanecían encerradas en una sala atestada de
gente, privadas de cualquier posesión personal, incluyendo ropa interior y cosmé­
ticos, que sólo recibían esporádicas visitas de los médicos.
Laing cambió todo esto. Acondicionó una limpia y clara habitación para esta
docena de pacientes, la equipó con revistas e incluso con una cocina para que
pudieran hacerse su propio té y pasteles, y la completó con dos enfermeras que
proporcionaban un buen trato individual. La llamada Rumpus Room (habitación
de los juegos) estaba abierta de lunes a viernes, de nueve a cinco. Después de die­
ciocho meses en este nuevo escenario, las doce pacientes mejoraron tanto que fue­
ron dadas de alta.
Un año más tarde, las doce habían vuelto al hospital mental. ¿Por qué? Los

1 54
De malas m a d res a m a l a s familias

colegas de Laing propusieron una explicación sencilla. Las mujeres sufrían una
enfermedad incurable; esta enfermedad seguía un curso creciente y menguante, así
qoe se podían producir mejoras temporales. Pero estas mejoras solían tener una
corra duración. Laing no opinaba lo mismo. Si las pacientes se habían puesto
enfermas al dejar el hospital era porque algo las había hecho enfermar.
Y Laing sabía muy bien lo que era ese algo. Las pacientes habían regresado
con sus familias y habían vuelto a caer en la esquizofrenia. La conexión difícil­
mente hubiera podido ser más clara. ¿ Quién podía desmentir que las familias eran
la fuente del problema?

A lo largo de las décadas de los sesenta y setenta, Laing continuó divulgan­


do este mensaje. Su contenido no fue muy distinto al de sus colegas, pero alcanzó
a un nuevo público. Los psiquiatras que hablaban entre sí; Laing se dirigió a ellos,
así como a un gran público de estudiantes e intelectuales. Todos aceptaron el men­
saje que afirmaba que la esquizofrenia era una actitud, no una enfermedad; una
actitud que representaba un heroico (aunque quizás confuso) rechazo de una
sociedad corrompida.
Y entonces, más o menos a mediados de los años setenta, todo se colapsó.
Arruinado por las drogas y la bebida y el vaivén de las novedades intelectuales, de
repente Laing dejó de estar de moda. Su caída fue tápida y dolorosa. En noviem­
bre de 1 983, por ejemplo, apareció borracho y drogado en una conferencia en el
Oxford Psycho-Analytic Forum. Entró en escena bajo una ola de calurosos aplau­
sos, se paseó arriba y abajo en silencio durante algunos minutos, empezó a hablar,
y entonces se interrumpió para hurgarse un diente que le molestaba. Después de
una lucha prolongada y silenciosa, dejó el diente, declaró acabada la conferencia
y cambió el escenario por el bar más cercano.
Murió pocos años después, en 1 989, a la edad de sesenta y dos años, de un
ataque al corazón en una pista de tenis en Saint-Tropez. Tras de sí quedaron diez
hijos (de cinco mujeres) y toda una obra que aunque en una ocasión iluminó el
cielo como un cometa, ahora se desvanecía, lejos de la vista y de la memoria, como
si nunca hubiera existido.

En el caso de Laing, el hombre sobrevivió al nombre. Pero mucho antes de


su muerte, la opinión de Laing sobre la culpa de los padres en los casos de esqui­
zofrenia y la opinión afín de sus colegas se infiltró en la cultura. Como una espe­
cie de goteo, el mensaje se alejó de los templos del psicoanálisis, como Yale y el
Chesrnut Lodge, así como de la base de Laing en Londres, para alcanzar el cora­
zón de Norreamérica. Los padres de todo el país se vieron acusados de unos crí-

1 55
La locura en el diván

menes que no tenían idea de haber cometido. En Durham, Carolina del Norte, en
1 965, por ejemplo, una mujer llamada Nancy Ashmore buscó ayuda cuando su
hija de· quince años "se desmoronó".
En la actualidad, relata su historia con una voz triste y lenta, y un marcado
acento sureño. Cada una de sus palabras parece requerir un esfuerzo físico, como
si estuviera al borde del desmayo. "El doctor me dijo: 'Bien, señora Ashmore, s1
usted hubiese ido a un psiquiatra y se hubiese puesto bien, Elaine nunca habría
tenido que ser hospitalizada'.", recuerda.
"Fue exactamente como un golpe mortal. No sólo lo dijo una vez, sino tres.
y pasé una época terrible asimilándolo y pensando: Dios, si a ella le he hecho esto.
¿qué les estaré haciendo a mis otros hijos?"

1 56
C A PÍTULO O C H O

Punzones para picar hielo


y electroshocks

Actualmente, los cirujanos piensan que operar el cerebro no


reviste mayor dificultad que extirpar un apéndice.

- F.DITORL\1.. New York Times, 1949

Los psicoanalistas nunca reivindicaron en exclusiva el tratamiento del trastorno


mental, pero durante mucho tiempo desacreditaron a sus rivales del campo de la
biología con comentarios desdeñosos. Estaban convencidos de que el gran acierto
que había abierto a Freud y a sus seguidores una nueva perspectiva era la decisión
de centrarse en el funcionamiento de la mente y no en el del cerebro. El intento de
tratar el trastorno mental hurgando e investigando el cerebro era un enfoque rudi­
mentario, algo que resultaba tan inútil en los tiempos modernos como en la anti­
güedad, cuando los cirujanos practicaban agujeros en el cráneo de sus pacientes
para que los demonios pudieran escapar.
Este desdén era, en buena parte, justificado. Las dos terapias físicas más cono­
cidas y utilizadas en el trastorno mental en la primera mitad del siglo XX fueron el
electroshock y la loboromía, la descarga eléctrica y el punzón para picar hielo.
Ambas soluciones eran un combinado de grandes esperanzas y profundas frustra­
ciones; su único fundamento era muy elemental, y se parecían más a una interven­
ción brutal e inútil sobre el paciente que a un tratamiento médico verdadero. El
caso es que estos tratamientos eran las mejores alternativas al psicoanálisis. Y, en
gran medida, el psicoanálisis fue tan bien recibido porque estas alternativas eran
mucho peores. También se produjo un efecto secundario. Cuando se descubrieron
los fármacos antipsicóticos, bastante eficaces a la hora de suavizar los síntomas, los
analistas los rechazaron porque estaban convencidos de que aquellos pretendidos
avances eran los mismos horrores de siempre ataviados con nuevos disfraces.
A los ojos de los analistas, los tratamientos biológicos para curar la locura

1 57
La locura en el diván

eran simplemente la nueva estrofa de una vtep canc10n. Cuando la terapia del
habla se puso de moda, ningún texto psicoanalítico se consideraba acabado si no
contenía un largo, burlesco y rabelesiano fragmento donde se explicaran con deta­
lle las curas a medias que los médicos, a lo largo de los siglos, habían infligido a
sus pacientes. La contribución de Karl Menninger fue paradigmática. Menninger
describió la historia de la psiquiatría prefreudiana en particular, y de la medicina
en general, como poco más que un compendio de errores. Cada remedio y proce­
dimiento quirúrgico era más equivocado que el anterior y, sin embargo, los médi­
cos no aprendían de sus propios disparates. ¿Cuáles eran las opciones del médico
cuando se enfrentaba a un trastorno que no comprendía? "Puede sangrar, puede
purgar, puede aplicar cataplasmas, puede trepanar", escribió Menninger. "Puede
prescribir cálculos biliares de cabra o cuerno de unicornio en polvo o el antiguo
elixir de triaca, de asombroso renombre. El mattioli, asimismo, es poderoso; con­
tiene 230 ingredientes. O la usnea, que aparecía en la lista de nuestra farmacopea
oficial hasta el siglo XIX y se podía encontrar en todas las farmacias. Se elabora­
ba con el musgo rascado de la calavera de un criminal colgado. O los excremen­
tos de cocodrilo, o los pulmones pulverizados de una zorra. "
Otros psiquiatras s e encargaron d e actualizar estos argumentos, especial­
mente en la medida en que afectaban a la esquizofrenia. "Los investigadores han
examinado todos los puntos del cuerpo del paciente -e>squizofrénico, de la cabeza
a los pies, desde el pelo hasta las glándulas sexuales, en un intento desesperado por
encontrar indicios que pudieran revelar la naturaleza orgánica de este estado", se
mofó Silvano Arieti en 1 955.
Los científicos indagaron, y fracasaron. Ahora les llegaba el turno a los tera­
peutas. Y proclamaron haber triunfado con creces. " A diferencia de los resultados
persistentemente negativos obtenidos a partir de varias hipótesis orgánicas
-declaró Theodore Lidz en l a Universidad de Yale en 1 967-, los investigadores
que han explorado cuidadosamente el entorno de la familia en la que han crecido
los pacientes esquizofrénicos no se han perdido en una tierra tan árida. " A dife­
rencia de los ejércitos de científicos que vagaban inútilmente en el desierto, aña­
dió Lidz, él y sus seguidores de la terapia del habla se habían visto "desbordados
por los datos significativos".

Lidz y sus colegas partidarios de la psicología basaban sus opiniones sobre la


esquizofrenia en declaraciones de Freud que modificaron a su gusto. Los bioquí­
micos y los partidarios de la genética remontaban su linaje intelectual al gran rival
de Freud, Emil Kraepelin. Actualmente, en Norteamérica, el nombre de Kraepelin
es apenas conocido. Pero "en cualquier país, excepto en Estados Unidos -ha

1 58
observado la psiquiatra Nancy Andreasen-, Kraepelin y no Freud es recordado
como el padre fundador de la psiquiatría moderna".
· Ambos fueron coetáneos exactos -los dos nacieron en 1 856-, pero no tuvie­
ron mucho más en común. Kraepelin detestaba tanto especular como Freud ansia­
ba hacerlo, se mostraba tan inclinado a las explicaciones biológicas como Freud a
las psicológicas, y se sentía tan integrado en el sistema como Freud rencorosamente
marginado. Kraepelin era, asimismo, un adicto al trabajo y un abstemio, famoso por
su insensibilidad. "Si hubiese muerto durante el viaje -recordó un colega más joven
que enfermó mientras acompañaba a su mentor a Estados Unidos-, Kraepelin pro­
bablemente hubiese recogido mis cenizas en una caja de puros para llevárselas a mi
mujer con estas palabras: 'Ha sido una verdadera decepción para mí'."
Aproximadamente en el cambio de siglo, Kraepelin había reunido a su alre­
dedor a un equipo de celebridades en la clínica universitaria psiquiátrica de
Heidelberg. A diferencia de Freud, centró su atención en el cerebro en lugar de
hacerlo en la mente. Un joven investigador llamado Aloys Alzheimer, por ejemplo,
fue el primero en descubrir la reveladora confusión de las células del cerebro que
refleja lo que actualmente se conoce como enfermedad de Alzheimer. El mismo
Kraepelin trabajó diligentemente para demostrar la teoría según la cual las enfer­
medades mentales tienen raíces físicas. En un intento por descubrir si la herencia
desempeñaba algún papel en el desarrollo de la locura, reunió minuciosos infor­
mes sobre la familia de los pacientes que se apiñaban en su hospital. Para com­
probar si el trastorno mental era el resultado del estrés de la vida urbana europea,
viajó a Singapur para examinar a pacientes de aquella zona. Observó que el clima
era diferente, que la comida era diferente, que la forma de vivir era diferente, pero
que los síntomas de los pacientes mentales eran los mismos.
Estos estudios reforzaron el escepticismo de Kraepelin respecto a las explica­
ciones psicológicas de la esquizofrenia. Pero aunque creía que el trastorno surgía
de los problemas estructurales y químicos del cerebro, reconoció que sería difícil
demostrarlo. En 1 9 1 3, en un desolado pasaje de la última edición de su famoso
estudio sobre la esquizofrenia, admitió que sus causas seguían envueltas en una
"impenetrable oscuridad".
El fracaso a la hora de dar una explicación biológica de la esquizofrenia fue
muy humillante, puesto que desde finales del siglo XIX se había asistido a una
multitud de avances en la comprensión del cerebro y sus funciones. Estos progre­
sos inspiraron un sentimiento de confianza que rayaba en el engreimiento. "Es
difícil exagerar e l sentimiento de expectación de los neurólogos, su fe en que, en
un futuro previsible, todo acertijo quedaría, por fin, resuelto", escribió Nathan
Hale, historiador médico. (Cincuenta años más tarde, como hemos visto, esta fe

1 59
La locura en el diván

se había convertido en cenizas, ya que el estudio del cerebro reveló lo que parecí­
an ser interminables capas de complejidad.)
Aquel temprano optimismo fue el resultado de una serie de descubrimientos
sobre la geografía del cerebro. Estudiando cuidadosamente a los pacientes cuando
estaban vivos -observando a los que habían perdido la capacidad de hablar debi­
do a un golpe, por ejemplo- y examinando sus cerebros cuando ya habían muer­
to en busca de lesiones reveladoras, los neurólogos empezaron a confeccionar rudi­
mentarios mapas del cerebro. Se llegó a la conclusión de que las dos mitades del
cerebro tenían funciones distintas, y de que incluso regiones cercanas en el mismo
hemisferio podían estar especializadas en tareas diferentes. Tales especialidades
eran sorprendentemente sutiles. En 1 86 1 , por ejemplo, el cirujano francés Paul
Broca descubrió que una lesión en una región particular del cerebro podía incapa­
citar a una persona para hablar, aunque continuara siendo capaz de entender las
palabras de los demás; en 1876, el neurólogo alemán Carl Wernicke señaló otra
área donde la lesión había dejado a la víctima capacitada para hablar pero incapa­
citada para entender a otras personas. (Este tema se ha vuelto cada vez más com­
plejo. Los neurólogos actuales han demostrado, por ejemplo, que un segundo idio­
ma aprendido a una edad temprana se almacena en un lugar del cerebro diferente
al de un segundo idioma aprendido más tarde. Han descubierto que hay pacientes
que pueden expresar definiciones de objetos inanimados (faro), pero no de anima­
les (cerdo) . Y que hay otros capaces de reconocer objetos ordinarios pero no ros­
tros familiares. ¡Puede que no reconozcan su propia cara al mirarse en un espejo ! )
Los progresos d e l a neurología en e l siglo XIX fueron sólo una parte d e la
historia. Aproximadamente en la misma época, la medicina dio otro gran salto
hacia el mundo moderno. Louis Pasteur y Robert Koch, entre otros, hicieron un
gran descubrimiento al demostrar que los gérmenes eran la causa de las enferme­
dades. Las enfermedades más pavorosas -ántrax, rabia, tuberculosis, cólera,
gonorrea y lepra, entre otras- entregaron sus secretos a los científicos sentados
ante sus microscopios, y los vapores y los humores fueron finalmente desterrados.
La lista de triunfos se extendió también al trastorno mental. En psiquiatría,
el éxito más grande conllevó una victoria tan completa que, hoy en día, casi todas
las señales de la batalla han desaparecido. A finales del siglo XIX, una de las
enfermedades más comunes y terribles era la paresia, o parálisis general del loco.
Invariablemente fatal, convertía a sus víctimas en dementes o paralíticos; morían
entre convulsiones. La paresia se conocía por lo menos desde principios del siglo
XIX, pero a finales de siglo se encontraba por doquier. Los asilos estaban repletos
de pacientes parésicos. La mayoría eran hombres de mediana edad, que además de
por su número y sus sufrimientos se distinguían por la extravagancia de sus sín-

1 60
Punzones para picar hielo y electroshocks

tomas. El comportamiento maníaco era la primera señal de peligro; un profesor


de Frankfurt se compró diez coches y cien relojes de pulsera en un solo día.
Durante décadas, los médicos especularon frenéticamente sobre los orígenes
del trastorno. Wilhelm Griesinger, un eminente psiquiatra alemán, estaba conven­
cido de que era el resultado de un estilo de vida disipado y echaba la culpa en par­
ticular a los puros de mala calidad. Otros sospechaban de las complicaciones deri­
vadas de la sífilis, pero esta opinión no fue muy popular. Muchas víctimas de pare­
sia aseguraron que nunca habían padecido sífilis, e incluso algunos, que admitie­
ron haber sufrido en alguna ocasión la enfermedad, señalaron que estaban total­
mente recuperados desde hacía décadas. Las reveladoras llagas de sus penes se
habían curado en pocos días y no habían vuelto a parecer, y nunca experimenta­
ron otros síntomas. En todo caso, ¿qué conexión podía existir entre unas llagas
que se habían curado hacía tanto tiempo y la locura paralítica?
En 1 884, Richard von Krafft-Ebing, un psiquiatra vienés, resolvió finalmen­
te el asunto. Sabía que la sífilis sólo atacaba en una ocasión; una vez curada, la
víctima podía tener la seguridad de que, a pesar de lo imprudente que pudiera ser
su comportamiento, nunca sufriría de nuevo un segundo brote de llagas. En un
despliegue de temeridad que él mismo asumió, Krafft-Ebing raspó las llagas de un
grupo de hombres sifilíticos recién infectados e inyectó la sustancia extraída en
nueve pacientes paréticos. -'
Los nueve aseguraban que nunca habían padecido sífilis. Pero a ninguno de
los nueve les aparecieron las llagas. Von Krafft-Ebing había triunfado: lo que cau­
saba la sífilis debía causar, de algún modo, la parálisis general años más tarde. Fue
entonces cuando se identificó el organismo que causaba la sífilis, la espiroqueta
Treponema pallidum. La suposición era que esta espiroqueta, que permanecía en
el cuerpo durante décadas sin ser detectada, destruía finalmente el cerebro. En
1 905, esta suposición se convirtió en un hecho: la espiroqueta Treponema palli­
dum fue identificada, postmortem, en el tejido del cerebro de las víctimas de pare­
sia. Y en 1 9 1 0 se descubrió una bala mágica llamada Salvarsan, el primer trata­
miento contra la sífilis.''

* En 1917, el psiquiatra vienés Julius Wagner-jauregg anunció otra cura física para la paresia. Había
observado que los pacienres psicóricos que conrraían fiebres a veces se volvían lúcidos. Y decidió pro­
vocar la fiebre inrencionadamenre. En junio de 1917, Wagner·-jauregg hizo que extrajeran sangre a un
anriguo soldado que padecía malaria y que la inyectaran en el brazo de un hombre joven que sufría
paresia avanzada. (Se optó por la malaria para provocar la fiebre porque podía conrrolarse con quinr­
na.) El pacienre conrrajo la malaria. En diciembre, seis meses después de recibir un rraramienro conrra
la malaria, se le dio de aira. ¡Y aparenremenre su trastorno también había desaparecido! Otros pacien­
tes parésicos se recobraron de forma similar. En 1927, Wagner-Jauregg se convirtió en el primer psi­
quiatra que ganaba el Premio Nobel. Su esperanza, nunca realizada, era que el tratamiento de la fie­
bre también pudiera utilizarse como rratamienro para otras formas de trastorno, además de la paresia.

1 61
La locura en el diván

La derrota de esta grave enfermedad mental constituyó un éxito asombroso.


Y enseguida se creyó que éste sería el primero de una larga serie de triunfos para
el enfoque orgánico de la enfermedad psicológica. La esquizofrenia, en particular,
se convirtió en el siguiente objetivo en la lista de cualquier científico.

Durante la época de estos avances biológicos, Freud (él mismo un consuma­


.
do neurólogo) siguió un camino diferente. Freud insistió en que, al recorrer las
sinuosidades de las corrientes de consciencia del paciente en lugar de quedarse
mirando las células del cerebro a través de un microscopio, había alcanzado unos
conocimientos a los que Kraepelin no podía llegar. ''· Pero cualquier jugador de
principios de siglo podría haberse cuestionado estas audaces palabras de Freud. Si
hubiese valorado ambos enfoques en función de las victorias obtenidas en la bata­
lla, nuestro jugador habría apostado tranquilamente su dinero por Kraepelin.
Cincuenta años más tarde, todas las apuestas estaban cerradas, especialmen­
te en el caso de la esquizofrenia. En la época de la Segunda Guerra Mundial, los
científicos llevaban medio siglo trabajando para entender la esquizofrenia; psiquia­
tras de tendencia biológica y neurólogos habían aplicado un tratamiento tras otro,
pero seguían con las manos vacías. En el campo orgánico reinaba la confusión.
Como los mejores científicos admitían, cualquier intento por atrapar científica­
mente a la esquizofrenia había empezado con eufóricas esperanzas y terminado con un
deprimente fracaso. A pesar de todas aquellas décadas dedicadas a la investigación,
nadie descubrió lesiones cerebrales que distinguieran a la esquizofrenia, ni microorga­
nismos como los que causaban la paresia. Sólo se produjo una larga serie de falsas alar­
mas, la mayoría de ellas por parte de científicos ambiciosos de segunda fila. "Se publi­
caron muchísimos artículos y se pronunciaron contundentes palabras", recordaba el
bioquímico Seymour Kety en una reciente entrevista. "Todo el mundo iba detrás del
Premio Nobel, porque cualquiera que descubriera las bases bioquímicas de la esquizo­
frenia conseguiría uno." En la década de los cincuenta había científicos de primera cate­
goría trabajando en la esquizofrenia, Kety entre ellos, pero prefirieron silenciar sus voces.
Para los investigadores serios estaba claro que quedaban muchas millas por recorrer, y
centraron sus esfuerzos en una investigación sólida más que en un progreso inminente.

• Kracpelin pudo a duras penas contener su indignación. "Se rrara de los rasgos fundamentales carac­
terísticos del estilo freudiano de investigación " , se quejó en l 9 J 9. "La representación de supuestos y
conjeturas arbitrarias como si fuesen hechos aurénricos, que son utilizados sin vacilar para la cons­
trucción de nuevos castillos en el aire, que se elevan cada vez más altos, y la tendencia sin medida a
basarse en una C111 i ca observación ... Como yo estoy acostumbrado a caminar sobre las bases seguras
dc Ll e.xperiencia directa, mi ignorante consciencia de la ciencia natural tropieza a cada paso con obje­
Cione>. consideraciones y dudas que el poder creciente y despreocupado de la imaginación de los dis­
..:ipulo> de Freud barre sin dificultad."

1 62
Punzones para picar hielo y electrosh ocks

En 1 959, Kety, en aquella época jefe del laboratorio de ciencias clínicas del
Nacional Institute of Mental Health, escribió una reseña sobre su especialidad en
ta revista Science. El artículo constituyó una prueba que no dejaba dudas acerca
de lo escaso que era el conocimiento sobre la esquizofrenia. Kety describió una
serie de estudios pobremente concebidos, pobremente planteados y muy publici­
tados. Un investigador, por ejemplo, proclamó a bombo y platillo haber descu­
bierto unos niveles especialmente altos de ciertos compuestos en la orina de los
esquizofrénicos; ninguno de estos compuestos aparecía en las muestras de orina de
los grupos de control. ¡Por fin se había conseguido descubrir el indicador físico
que yacía en el corazón de l a esquizofrenia!
Pero un investigador del laboratorio de Kety se encargó de realizar un estu­
dio más minucioso. Las sustancias reveladoras, al parecer, eran compuestos que se
encontraban en el café. Los esquizofrénicos, hospitalizados que subsistían a base
de una dieta institucional, bebían innumerables tazas de café al día. Los miembros
del grupo de control, según se demostró, eran adventistas del séptimo día, cuya
religión les prohibía ingerir café. Los resultados no tenían nada que ver con la
esquizofrenia.
Kety informó sobre varios de estos fiascos, aunque siempre mantuvo un tono
muy mesurado. Su opinión era sencilla. La esquizofrenia era terriblemente com­
plicada -quizá, como el cáncer, no era una única entidad sino una familia de
enfermedades- y comprenderla requería más atención y una mejora de la ciencia.
Categóricamente, no fue éste el mensaje que los rivales psicoanalíticos de Kety
extrajeron de su artículo. Ellos entendieron la exhortación de Kety a sus seguido­
res científicos para que redoblaran sus esfuerzos como una confesión de impoten­
cia. Si incluso el gran sacerdote de la biología alzaba sus manos con desesperación,
preguntaron, ¿quién podría desmentir que la esquizofrenia era la esfera legítima
de los psicoanalistas?

El fracaso de los científicos a la hora de comprender la esquizofrenia fue sola­


mente la mitad de la historia. El fracaso de la medicina convencional, basada en
el cerebro, a la hora de tratarla fue la otra. Y no porq.u e no se intentara. Los psi­
quiatras y los neurocirujanos dispararon con todas las armas de su arsenal, pero
la locura se burló de todos sus ataques. Y ellos respondieron, en palabras del neu­
rólogo MacDonald Critchley, "con la frustración con que uno da golpes y porra­
zos para poner en marcha una radio que no funciona ".
A lo largo de la historia se probó prácticamente cualquier remedio que se
propusiera para tratar la locura. Un psiquiatra señaló, por ejemplo, que el abuelo
de Charles Darwin, Erasmus, un médico muy bien considerado, concibió "una

163
La locura en el diván

silla a la que se sujetaba con correas a los pacientes psicóticos inquietos y luego se
les hacía girar a toda velocidad. E l tratamiento se daba por terminado cuando la
sangre brotaba de sus oídos". Incluso en el siglo XX, la castración, la vasectomía.
las altas dosis de oxígeno o dióxido de carbono, las bolsas de agua caliente para
provocar fiebres y de agua helada para provocar escalofríos, y las inyecciones de
sangre de caballo se aplicaron en algún momento.
Estos tratamientos no tardaron en ceder el paso al shock y a la lobotomía.
Esta macabra historia está muy bien explicada en el definitivo e indispensable
estudio Great and Desperate Cures, de Elliot Valenstein. Valenstein desenterró
una multitud de documentos originales, y los trabajos posteriores, incluyendo éste,
siguieron sus pasos.

Gracias a Alguien voló sobre el nido del cuco y a otras muchas películas, pen­
samos en el electroshock cuando oímos las palabras terapia de shock. Pero la his­
toria de la terapia de shock comenzó en 1 93 3 con una versión no electrificada.
Manfred Sakel era un médico vienés que trabajaba en un sanatorio para acauda­
lados adictos a las drogas. Según parece, una de las pacientes de Sakel era diabé­
tica. Y cuando le administró involuntariamente una sobredosis de insulina descu­
brió, al despertar ella del coma, que parecía haber perdido su ansia de morfina.
Sakel dedujo que había encontrado una cura para la drogcidicción. Pronto admi­
nistró otra sobredosis fortuita de insulina, esta vez a un adicto psicótico. Cuando
este paciente recuperó la consciencia también pareció haber mejorado.
Sakel empezó a tratar a los esquizofrénicos suministrándoles intencionada­
mente sobredosis de insulina para provocar el coma. Y en una serie de publica­
ciones que se iniciaron en 1933, proclamó una cifra de éxitos casi universal. A
finales de la década, la terapia del coma insulínico aplicada a la esquizofrenia
había sido adoptada en todo el mundo.
Se trataba de un procedimiento angustioso. "Este método -según uno de los
que lo propusieron-, consiste en suministrar al paciente una gran dosis de insu­
lina para reducir la cantidad de azúcar en la sangre, de modo que se produce un
estado de confusión y excitación mental. Quizá durante una hora o más, el pacien­
te yace en un estado de semiinconsciencia, crispándose, sacudiéndose y, tal vez,
hablando incoherentemente, hasta que se sumerge en un profundo coma. Cuando
se utiliza este tratamiento para el alivio de la esquizofrenia, los psiquiatras pueden
mantener al paciente en coma durante media hora. Luego se administra el azúcar
mediante un tubo estomacal o. una inyección intravenosa, y el paciente despierta
rápidamente." Un tratamiento ordinario podía conllevar docenas de comas en el
transcurso de varias semanas o meses.

164
Punzones para picar hielo y electroshocks

Mientras tanto, un psiquiatra húngaro llamado Ladislas von Meduna ya


había concebido una terapia de shock propia. Meduna creía que en las autopsias
p"odía distinguir los cerebros de los pacientes esquizofrénicos de los de los epilép­
ticos. Declaró que las dos enfermedades eran antagónicas. Cuando se padecía una,
no se podía padecer la otra.
Desde el comienzo, las intenciones de Meduna fueron evidentes. Se propuso
tratar la esquizofrenia provocando convulsiones epilépticas en pacientes esquizo­
frénicos. "Con leves esperanzas y tembloroso deseo", Meduna se puso manos a la
obra. Y pronto descubrió que las mejores convulsiones se producían a través de
inyecciones de un compuesto denominado Metrazol. Al igual que Sakel, Meduna
empezó a publicar informes proclamando un ritmo de curaciones asombroso. Y al
igual que la terapia del coma insulínico, la terapia de convulsiones inducidas por
el Metrazol se convirtió enseguida en una solución rutinaria en todo el mundo
como tratamiento contra la esquizofrenia.
En 1 93 8 se empezó a aplicar una tercera variante de la terapia de shock, en
esta ocasión descubierta por los italianos Ugo Cerletti y Lucio Bini. Se trataba del
electroshock. Consistía en sujetar dos electrodos a ambos lados de la cabeza del
paciente y en pulsar un interruptor para que éste empezara a sufrir convulsiones.
(Bini experimentó con cerdos en un matadero de Roma para establecer una dosi­
ficación adecuada de electricidad.) El electroshock' pronto dejó atrás al Metrazol.
Era más fácil de administrar y las convulsiones que provocaba no resultaban tan
violentas; los pacientes tenían menos probabilidad de fracturarse los brazos, las
piernas y la espina dorsal. (El electroshock, ahora conocido como terapia electro­
convulsiva, todavía se utiliza y todavía se discute. Es un tratamiento de última
hora para la depresión, utilizado alrededor de 1 00.000 veces al año en Estados
Unidos. Según la American Psychiatric Association, el 80 por ciento de los que se
someten a la terapia electroconvulsiva mejoran, en comparación al 60 ó 70 por
ciento de los que toman antidepresivos.)

En la misma época en que sus colegas proyectaban diferentes métodos para


provocar el coma y las convulsiones, un ambicioso neurólogo portugués planeó un
asalto más directo a la locura, y a la historia. Egas Moniz era un aristócrata, un
erudito, un miembro del Parlamento, un diplomático que esperaba convertirse
algún día en primer ministro, y un médico precursor que había concebido una
famosa técnica para aplicar rayos X al cerebro.
En 1 92 8 y nuevamente en 1933, Moniz fue tomado brevemente en conside­
ración como candidato al Premio Nobel de medicina. No lo consiguió por poco.
Ahora, a los sesenta y un años y amargado porque su momento de esplendor des-

1 65
La locura en el diván

aparecía con rapidez, fue cuando asistió a una extraordinaria conferencia en e'
Second International Congress of Neurology, en Londres. La charla describía lo-.
efectos de la cirugía del lóbulo frontal en dos chimpancés, Becky y Lucy. El con­
ferenciante explicó que la función intelectual de los chimpancés había disminuido
de golpe después de la operación, pero añadió una curiosa observación: antes de
la intervención, Becky se había caracterizado por su mal carácter. Cuando no
podía recordar cuál de los dos tazones contenía comida, por ejemplo, le cogía una
rabieta. Sin embargo, después de la operación, fuese cual fuese el número de erro­
res cometidos, Becky siempre estaba de buen humor.
Moniz se levantó para formular una pregunta al orador. Si la cirugía aplica­
da a un chimpancé había tenido un efecto tan espectacular, reflexionó, " ¿ por qué
no sería factible aliviar los estados de ansiedad en el hombre por medios quirúr­
gicos ? " . El 12 de noviembre de 1935, tres meses después de su vuelta de Londres
a la Universidad de Lisboa, Moniz contempló cómo su asistente Almeida Lima
practicaba dos incisiones en el cráneo afeitado de una mujer de sesenta y tres años
paranoica y aquejada de una larga depresión. (Moniz no llevó a cabo la operación
porque su fría de gota y, a veces, esta enfermedad le dejaba las manos práctica­
mente inútiles.) Operando a ciegas, el asistente introdujo una aguja hipodérmica
a través de un orificio, y luego a través del otro, e inyectó alcohol en los lóbulos
frontales del cerebro de su paciente. - )

A lo largo de las semanas siguientes, Moniz supervisó siete operaciones simila­


res. En la octava probó algo nuevo. En esta ocasión, hizo que Lima utilizara un ins­
trumento parecido a un cuchillo en lugar de una inyección de alcohol. La leucotoma
se parecía a una aguja de hacer punto con un pequeño semicírculo de alambre suje­
to a uno de sus lados, cerca del extremo de la aguja. Y mientras Lima giraba la aguja
entre sus dedos, este lazo de alambre realizaba el verdadero corte. Lima introducía
la leucotoma en un orificio trepanado en la parte superior del cráneo de su paciente,
y luego se habría paso a través de las fibras nerviosas. La teoría que sustentaba este
procedimiento difícilmente hubiera podido ser más simple. Según Moniz, el trastor­
no mental era el resultado de unos pensamientos fijos que, de algún modo, se habí­
an estabilizado en la trayectoria de un nervio particular en los lóbulos frontales, y
que necesitaban ser extirpados. Denominó a esta intervención su operación del cora­
zón, porque le parecía similar al acto de extraerle el corazón a una manzana.
En 1936, Moniz publicó ocho artículos describiendo su nuevo procedimien­
to; en 1 937, seis artículos y un libro. Anunció extraordinarios resultados, pero no
proporcionó detalles. Después de sus primeras veinte operaciones, por ejemplo,
.\t1oniz afirmó que siete pacientes se habían curado, que otros siete habían mejo­
rado y que seis más no habían experimentado ningún cambio.

1 66
Punzones para picar hielo y electrosh ocks

Uno de los artículos de Moniz atrajo la atención de un neurólogo norteame­


ricano llamado Walter Freeman. Profesor de la Universidad George Washington,
Freeman era un hombre engreído, luchador y polémico, un showman y un
emprendedor con una ambición tan grande como la de Moniz. En cuanto termi­
nó de leer el artículo, Freeman pidió a la casa de suministros de Moniz un equipo
de leucotomas. Y tras practicar durante una semana con cerebros del depósito de
cadáveres, se consideró preparado para empezar a trabajar.
Freeman se convirtió rápidamente en el más ferviente partidario norteameri­
cano de la lobotomía como cura para el trastorno mental. Alrededor de 1 942, él
y su colega James Watts ya habían publicado un libro, titulado Psychosurgery, en
el que explicaban detalladamente sus logros. Ambos estaban a cargo de la direc­
ción del Departamento de Neurología y Cirugía Neurológica de la Universidad
George Washington, y su libro causó una enorme sensación. "En Estados Unidos,
unas trescientas personas han conseguido deshacerse de su psicosis quirúrgica­
mente, afirmó el doctor Freeman la semana pasada", publicó la revista Time en
noviembre de 1 942, y añadió que "muchísimos cirujanos de Estados Unidos están
utilizando actualmente la nueva y revolucionaria técnica".
Time difundió una foto de Freeman y Watts manos a la obra, uno a cada lado
de un paciente estirado sobre una mesa de operaciones. E l artículo explicaba que
"los doctores Freeman y Watts practican un pequeii.o orificio en la sien a ambos
lados de la cabeza del paciente, donde se unen dos de los huesos del cráneo.
Después, el cirujano Warts introduce un cuchillo blando en el cerebro, practica
una incisión en forma de abanico hacia arriba a través del lóbulo prefrontal, y
unos minutos más tarde hacia abajo. A continuación, repite las incisiones en el
otro lado del cerebro" . Time relegó una inquietante observación a un paréntesis:
"En dos operaciones cortaron las arterias cerebrales. Ambos pacientes murieron" .
E l tono pesimista no fue frecuente. E n l a prensa popular, este arriesgado asal­
to al cerebro se trató con despreocupación. La revista Time, si así puede decirse, se
mostró más reservada que la mayoría. "Al paciente sólo se le suministra un anesté­
sico local en las sienes (el cerebro es insensible) -publicó-, y los médicos le animan
a hablar, cantar o recitar poemas y plegarias mientras la operación está en curso. A
medida que le practican las incisiones en los lóbulos, le entra sueño y sus palabras
se vuelven más confusas e incoherentes. Cuando las contestaciones del paciente
demuestran que su mente está completamente desorientada, los médicos se dan
cuenta de que han practicado una incisión demasiado profunda en el cerebro. "
No sólo se trataba de conducir sin mapa, sino de au·avesar l a carretera con los para­
brisas pintados de negro. Freeman explicó una anécdota en la que pregw1taba a un pacien­
te: "¿Qué pasa por su mente en este momento? " . El paciente respondió: "Un cuchillo".

167
La locura en el diván

Pero Freeman y Watts insistían en que sus resultados justificaban su con­


fianza. Según afirmaron, de sus 1 3 6 casos, 98 mejoraron satisfactoriamente, 23
mejoraron algo y sólo 12 fracasaron. ( Time transcribió estas cifras sin comprobar
el cálculo. Freeman y Watts omitieron que el total ascendía a 133, y no a 1 36, por­
que tres pacientes murieron en la mesa de operaciones.) Estos pacientes loboto­
mizados habían pasado años en clínicas mentales, y ahora prácticamente todos
habían vuelto a casa o al trabajo.
Freeman y Watts reconocieron que esta intervención quirúrgica provocaba
cambios en la personalidad del paciente, pero dieron a entender que éstos recibí­
an con placer muchos de ellos. "El sentirse libres de la consciencia del dolor, y
también de la preocupación por antiguos conflictos, represiones, frustraciones,
etc., y de la consecuente alteración del h umor, les hace la vida particularmente
agradable y la disfrutan de forma plena."

Sin embargo, Freeman no tardaría mucho en modificar sus declaraciones.


Aunque los pacientes lobotomizados parecían estar recuperados inmediatamente
después de las operaciones, su mejoría tenía una breve duración. Freeman llegó a
la conclusión de que el problema consistía en que muchos pacientes se encontra­
ban en un estado demasiado avanzado para recibir ayuda. Reconoció haberse
equivocado al considerar la lobotomía como un último recurso; ahora se daba
cuenta de que tenía que practicarse antes de que fuera demasiado tarde.
Esto requería un nuevo enfoque de la cirugía. Las lobotomías al viejo estilo
exigían la presencia de un neurocirujano y, acto seguido, la de una amplia asis­
tencia médica. Alrededor de 1 945, Freeman decidió adoptar una técnica más rápi­
da y más fácil, capitaneada por un psiquiatra italiano. Freeman describió el pro­
cedimiento en una entusiasta carta dirigida a su hijo:

También he estado probando una especie de camino intermedio entre el electroshock


y la lobotomía prefrontal con algunos de mis pacientes. Consiste en dejarlos sin sen­
tido provocándoles un shock y, mientras permanecen bajo el efecto del anestésico, en
clavar un punzón para picar hielo entre el globo del ojo y el párpado, a lo largo de la
parte superior de la órbita, en realidad en el corte lateral, haciendo balancear la cosa
de un lado a otro. Se lo he hecho a dos pacientes en ambos lados, y a otro en un lado,
sin tropezar con ninguna complicación, excepto un ojo muy morado en uno de los
casos. Puede que más tarde aparezcan problemas, pero me pareció bastante fácil,
aunque, desde luego, es muy desagradable a la vista. Queda por ver cómo evolucio­
narán estos pacientes, pero hasta el momento han mostrado un gran alivio de sus sín­
tomas y sólo algunas de las dificultades menores de comportamiento que acompaFran
a la lobotomía. Incluso pueden levantarse e irse a casa en una hora más o menos.

1 68
Punzones para picar hielo y electroshocks

La cirugía vía punzón tenía dos argumentos clave que la hacían atractiva.
Puesto que se penetraba en el cerebro a través de la cuenca del ojo en lugar de
hacerlo a través de agujeros trepanados en el cráneo, estas lobotomías transorbi­
tales no requerían la destreza de un neurocirujano. Cualquier psiquiatra de mano
firme y nervios templados podía llevar a cabo el procedimiento. Y no había por
qué cargar con los gastos de una sala de operaciones. El psiquiatra sólo necesita­
ba una habitación normal y una puerta que se mantuviese cerrada.
Freeman, que no era cirujano, realizó muchas de las operaciones en su des­
pacho, en la segunda planta de un edificio en el centro de Washington. Elliot
Valenstein explica que cuando Watts, colega de Freeman, entró un día en el des­
pacho de esté, "vio a Freeman inclinado sobre un paciente inconsciente desplo­
mado en una silla, con un punzón para picar hielo sobresaliendo de la parte supe­
rior de su ojo. Freeman levantó la vista y, sin vacilar, le pidió a Watts que aguan­
tara el punzón para que pudiera fotografiar al paciente " .
Watts, que era neurocirujano, s e sintió ofendido por l a improvisada inter­
vención quirúrgica de su colega neurólogo. Y aunque se distanciaron, Freeman
continuó trabajando con el mismo entusiasmo de siempre. En septiembre de 1 952,
se convirtió en la estrella de otro reportaje de la revista Time. (Esta vez, el comen­
tario a pie de foto decía: " Punzones para picar hielo en las cuencas de los ojos".)
El reportaje explicaba que Freeman acababa de volver de una rápida excursión
por las clínicas mentales del oeste de Virginia, donde había tratado a pacientes con
"neurosis de ansiedad [ ... ], miedos irracionales, pensamientos mórbidos, alucina­
ciones" y "depresión suicida " .
Todos los pacientes recibieron e l mismo tratamiento. "Mientras permanecían
atados con correas a una mesa de operaciones, les aplicaron tres rápidas descargas
de electricidad -describía Time-, suficientes para provocar violentas e involunta­
rias convulsione;s antes de caer en un coma anestésico. Luego, les introdujeron un
delgado leucotoma, parecido a un punzón para picar hielo, debajo de cada párpa­
do, y lo clavaron en el cerebro a través de la cuenca del ojo. Manipulando cuidado­
samente los dos punzones, el médico cortó la conexión entre el tálamo y el lóbulo
frontal del cerebro del paciente. La operación completa sólo dura diez minutos."
Freeman supervisó o realizó doscientas de estas lobotomías en dos semanas.
"Es más seguro operar que esperar", declaró, y pronosticó que, al cabo de seis
meses, la mitad de sus pacientes del oeste de Virginia habrían mejorado lo sufi­
ciente como para ser enviados a casa.

Los años transcurridos entre 1949 y 1 952 marcaron el apogeo de la era de


la lobotomía. A lo largo de cada uno de estos años se llevaron a cabo unas 5.000

1 69
La locura en el diván

lobotomías, alrededor de un tercio de las cuales aplicando el procedimiento del


punzón. (El final de esta etapa, como veremos, no sobrevino debido a la repug­
nancia, sino porque un nuevo tratamiento -los fármacos antipsicóticos- fue
progresando.) La cumbre simbólica se alcanzó en octubre de 1 949, cuando el
comité del Premio Nobel hizo público el nombre de los ganadores. Egas Moniz,
de Portugal, recibió el Premio Nobel de medicina.
El New York Times respaldó la elección en una efusiva editorial. Debido a la
esperanza que ofrecían las lobotomías, observó el Times, "los hipocondríacos ya
no piensan que están a punto de morirse, los suicidas en potencia cambian de opi­
nión respecto a la vida, y los que sufren manías persecutOrias olvidan las maqui­
naciones de los presuntos conspiradores". El Times proclamó que los cirujanos
"actualmente piensan que operar el cerebro no reviste mayor dificultad que extir­
par un apéndice".
Quizá se hubiese tenido que reflexionar un poco más. El problema no estri­
baba en que los cirujanos se atrevieran a practicar lobotomías. La cirugía no es
. una carrera para pusilánimes (la cirugía cerebral sigue siendo un asunto difícil
incluso en la actualidad, observa un neurocirujano; es como intentar " reparar un
ordenador con una sierra eléctrica "), y hay operaciones aparentemente brutales
que, de hecho, pueden salvar vidas. Pero existe una gran diferencia entre una
acción heroica cuando no hay alternativa -pensemos e ñ l os médicos de los cam­
pos de batalla de la Guerra Civil, amputando brazos y piernas- y la temeridad.
Las lobotomías se practicaron con frecuencia aunque su efectividad nunca fuera
probada.'' Cuando las a udaces afirmaciones de los cirujanos fueron finalmente
examinadas con minuciosidad, los informes sobre curas se agotaron. Casi en su
totalidad, los primeros estudios sobre la lobotomía se llevaron a cabo sin estable­
cer grupos de control de personas no tratadas. Así es que nadie conoce la suerte
de los pacientes lobotomizados en comparación con la de los pacientes que no
padecieron ninguna intervención. Tampoco está claro el criterio a partir del cual
los cirujanos elegían a los pacientes que debían someterse a una lobotomía. Si sus
pacientes no estaban tan enfermos como otros, según sugirieron algunos escépti­
cos, sería difícil sacar conclusiones válidas.
Aunque algunos pacientes se volvieron más tranquilos y más fáciles de mane­
j ar, no parecía que estuviesen curados sino calmados. "Es como si le hubiesen

• Acrualmenre, en un escaso nC1mcro de casos, todavía se aplica la neurocirugía en el tratamiento del


tr.lstorno menral. En el c;�so de algunos pacientes con depresión inrrarable, depresión maníaca o tras­
torno obsesivo-compulsivo, los neurocirujanos realizan una operación llamada cingulotomía, en la que
pracncan una lesión en el girus cingulado. Según los defensores de esta cirugía, aproximadamente un
cuarto de estos pacienres desesperadamente enfermos mejora. Nadie sabe por qué.

1 70
Punzones para picar hielo y electrosh ocks

robado el alma", señaló en 1947 una mujer inglesa al describir a su marido. "�o
es el hombre que conocí. " Y los esquizofrénicos en particular, como incluso llega­
ron a· pensar Moniz y Freeman, no se beneficiaron de la lobotomía. A pesar de
estas consideraciones hechas a posteriori, Time publicó despreocupadamente en
una encuesta sobre la lobotomía, realizada en 1 95 1 , que "los esquizofrénicos son
los casos habituales, en gran medida debido a que ningún otro tratamiento pare­
ce aliviarlos tanto " .

171
C A P ÍT U L O N U E V E

Las cosas cambian

Haber olvidado que la esquizofrenia es 1111 trastorno del cerebro


quedará como una de las grandes aberraciones de la medicina
del siglo XX.

- Editorial, journal of Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 1990

D urante décadas los psicoanalistas reaccionaron con horror ante la solución de


aplicar descargas eléctricas al cerebro y de practicar incisiones en su interior.
Tenían la certeza de que el enfoque orgánico de la esquizofrenia era peligroso y

erróneo. Por eso, cuando se presentó un progreso, lo hizo sin previo aviso.
Y no se trataba de un solo progreso, sino de tres avances independientes
entre sí: los fármacos antipsicóticos, que sirvieron para controlar los síntomas más
espantosos de la esquizofrenia; los estudios genéticos, que se convirtieron en una
especie de indulto gubernamental para las madres esquizofrenogénicas; y la com­
paración directa de la psicoterapia con otros tratamientos, que evidenció que la
terapia del habla era incapaz de curar la esquizofrenia. A principios de la década
de los años cincuenta, la psicoterapia parecía ser el único tratamiento que podía
enfrentarse a la esquizofrenia. A finales de la década de los años sesenta, la noción
del habla aplicada a la esquizofrenia se consideraba como una extraña aventura
totalmente desprovista de esperanzas.
El primer progreso se produjo en 1949, en Francia, donde un cirujano llama­
do Henri Laborit investigaba para impedir que la presión de la sangre de sus
pacientes descendiera mientras se encontraban bajo los efectos de la anestesia.
Laborit se entusiasmó con los antihistamínicos, misteriosos compuestos descubier­
tos algunos años antes por un científico italiano, Daniel Bovet. Gracias a este des­
cubrimiento, Bovet no tardó en ganar un Premio Nobel que tendría consecuencias
comerciales y científicas. La histamina es una substancia que se encuentra de forma
natural en nuestro cuerpo, y que explica la irritación de los ojos y la nariz, y otros
misterios de la alergia. El mercado de las substancias que contrarrestaran estos efec-

173
La locura en el diván

tos se suponía enorme. Los alérgicos se convertirían en unos clientes impacientes de


por vida y, mejor todavía, ¿ acaso los síntomas del resfriado no coincidían? Las
compañías farmacéuticas empezaron a sentir el vértigo de sus sueños de riqueza.
Los médicos y los científicos también sintieron una gran curiosidad por los
antihistamínicos. Laborit fue solamente uno de los muchos investigadores que
decidieron seguir su rastro. Y la pregunta que se planteó fue de carácter práctico:
puesto que ya se sabía que una inyección de histamina bajaba la presión de la san­
gre, y puesto que una caída de la presión de la sangre era un peligro para la ciru­
gía, ¿podían los antihistamínicos prevenir este riesgo?
La respuesta, por desgracia, resultó ser negativa. Pero, para su sorpresa,
Laborit descubrió algo que no había esperado: observó que los pacientes someti­
dos a una operación quirúrgica a los que había suministrado antihistaminas pare­
cían menos tensos que los demás. Tanto antes de ser anestesiados como después,
cuando ya se habían despertado, se mostraban serenos pero no atontados. Laborit
sugirió a dos psiquiatras parisienses que suministraran a sus pacientes un antihis­
tamínico. Tal vez, también esos pacientes sufrieran menos ansiedad.
Jean Delay y Pierre Deniker lo probaron con pacientes maníacos, depresivos,
neuróticos y esquizofrénicos de todo tipo. Alrededor de 1 952, los resultados se
hicieron evidentes. A los esquizofrénicos en particular, un antihistamínico modifi­
cado denominado clorpromacina, o toracina, parecía aliviarles la ansiedad, y lo
hacía sin nublarles la mente.
Pero eso era lo de menos. Lo más importante e inesperado fue que este nuevo
fármaco se mostraba capaz de dominar o hasta de eliminar las ilusiones y las alu­
cinaciones que caracterizan a la esquizofrenia. Por primera vez, un rayo de sol
conseguía penetrar en esa mazmorra denominada esquizofrenia. ,,.
Las noticias corrieron alrededor del mundo. En Lexington, Kentucky, por
ejemplo, estaba Donald Klein, que en 1 954 era un joven psiquiatra que ayudaba
a supervisar una sala donde permanecían hospitalizados un centenar de pacientes
crónicos. Muchos eran veteranos de la Primera Guerra Mundial, y muchos habí­
an recibido atención médica a lo largo de treinta años. " Durante todos aquellos

• El descubrimienro de muchos de los fármacos m•is 1mporranres que se utilizaron en psiquiatría fue
una especie de fruro del azar. El primer anridcpresivo, por ejemplo, fue descubiertO por unos médicos
que intentaban tratar la ruberculosis. ,\;lucho antes de que sus síntomas respondieran, algunos pacien­
tes presentaban sensaciones de euforia. La hisroria del litio, utilizado en todo el mundo para tratar el
trastorno maníaco-depres1vo, es todavía más curiosa. Su efectividad para frenar las conductas manía­
�,¡,; fue descubierta en 1949 por john Cacle, un australiano que, según su propia descripción, era " u n
p'iqui.ur.1 desconocido que trabajaba solo e n u n peque1'Jo hosp1tal d e enfermos crónicos s i n formación
de imesngador, con técnicas primitivas y un equipo obsoleto " . Partiendo de la teoría de que el origen

1 74
Las cosas cambian

años, la mayoría habían pasado el tiempo holgazaneando, sentados en los bancos


y mirando fijamente la pared", recuerda Klein.
Sin muchas esperanzas, Klein y sus colegas decidieron hacer una prueba con
el nuevo fármaco francés. Suministraron a los pacientes lo que, desde un punto de
vista actual, se consideraría una dosis pequeña, se cruzaron de brazos y esperaron.
Tal como Klein recordaba recientemente, con un asombro evidente que no pare­
cía haber disminuido a pesar de los cuarenta años transcurridos, en pocas sema­
nas "un par de pacientes ¡simplemente despertaron! Habían permanecido mudos,
catatónicos e insensibles, y uno de ellos subió a mi habitación y me dijo: 'Doctor,
¿cuándo saldré de aquí?'.".
Como Klein escribiría más tarde, el primer paciente era una suerte de Rip van
Winkle, que despertó después de un sueño de tres décadas. "No sabía dónde esta­
ba, cómo había llegado hasta allí o qué había sucedido en los treinta últimos años.
o sabía nada sobre la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la penicili­
na o la bomba atómica. No sabía que había estado en un hospital o que se encon­
traba en Kentucky. Había pasado treinta años básicamente alejado del contacto
con la realidad."
Y entonces, casi de repente, volvió a l mundo. Klein, actualmente profesor en
Columbia y una de las figuras más importantes de la psiquiatría norteamericana,
no es un hombre efusivo. Elegante, impaciente, sarcástico y práctico, no es dado
a la hipérbole. Pero declara de modo inequívoco que su experiencia en Kenrucky
fue "un milagro médico".
Los fármacos habían sido utilizados en psiquiatría durante décadas, pero no
eran mucho más que el equivalente q u ímico de un martillazo en la cabeza. La ines­
perada diferencia que aporró la toracina es que parecía trabajar sin hundir al
paciente en la sumisión. Sus alucinaciones e ilusiones se desvanecían o disminuí­
an, y él permanecía alerta. "El gran cambio -comenta Allan Hobson, psiquiatra
de la Universidad de Harvard- fue que los efectos antipsicóticos tenían mayor
alcance que los efectos sedantes. Antes teníamos que apagar las luces para acabar
con ese asunto."

de la manía era una roxina fabricada por el nu�mo cut'rpo. C.1de empaú .1 rr.1 ba ¡.H myccrando b orina
de los pacienres maníacos a unas cobayas. La� coba) a' munl'ron y C.1de nth·tó a hacer la prueba myec­
rándoles componenres de la orina en lugar tle la orn1.1 m�>ma. PJra hacer soluble el í
, cido lineo, de
modo que pudiera ser inyectado, Cade lo mezcló con lmo. Con el fin de esrabb.:cr un grupo de wn­
rrol, inyectó linicamenre lirio a unas cuantas cobay a> . P.1r.1 ,u .1;,ombro, descubrió que ahor1 podía
coger una cobaya, por lo general una criatura muy asu>radt7.1, y ponerla de esp.1kiJ, postura en la que
permanecía inmóvil y desde la que miraba dócilmente h.l ct.l ctrrtba.

175
La locura en el diván

La historia de la toracina tenía un significado más profundo. No sólo pro­


metía esperanza a los pacientes, lo que, por sí mismo, era un paso de gigante, sino
que proporcionaba también un indicio vital de la naturaleza de la enfermedad que
padecían. La clave era muy simple: el mismo fármaco que podía transformar com­
pletamente a un paciente esquizofrénico tenía un efecto mucho menor en una per­
sona sana. ¿Por qué era eso importante? Porque aportaba una valiosa prueba de
que el cerebro de una persona esquizofrénica era diferente al cerebro de una per­
sona sana. Donald Klein lo explicó así:

Algunos medicamentos tienen el mismo efecto sobre cualquier individuo. El gelusil,


por ejemplo, parece reducir la acidez de estómago de todas las personas, tanto si sus
estómagos están enfermos como si no lo están. El efecto de este fármaco es parecido
a un reóstato. Hace que el nivel de determinadas sustancias suba o baje sin reparar
en el paciente. La aspirina, por otro lado, actúa como un termostato. Disminuye la
temperatura cuando se produce fiebre, pero no la reduce por debajo de lo normal. Y
si la temperatura de alguien es la normal, no la baja. Lo mismo sucede con la digita­
lina. Normaliza el ritmo cardíaco, pero no actúa cuando la toma una persona con una
presión normal.
Los mztipsicóticos tambiéll funcionan de modo termostático. Tienen un enorme efec­
to sobre el trastorno mental. Pero si se suministran a una persona normal, no sucede
nada. El prolixin, como antipsicótico, es cien veces má� poderoso que la clorproma­
cina, pero ambos tienen el mismo efecto -leve sedación- sobre una persona que no
sufre una psicosis.

Y la toracina no sólo trabajaba de modo específico, sino también con rapi­


dez. "Lo podíamos comprobar al día siguiente", exclama el profesor Allan
Hobson, de Harvard, su voz convertida en u n grito de estupefacción. "Esas per­
sonas se volvían relativamente tranquilas. Habían permanecido en una sala de ais­
lamiento, desnudas, manchando las paredes de excrementos, corriendo de aquí
para allá y diciendo insensateces y, al día siguiente -su voz se convierte en un
susurro-, estaban mejor." Hobson hace una pausa, como si quisiera asegurarse
de que ha subrayado el hecho. Después del susurro, da paso a un rugido. " ¡ Fue
impresionante! " , brama.
Deberíamos señalar que Hobson y Klein no pueden considerarse unos faná­
ticos de las substancias farmacéuticas. En esta temprana etapa de sus carreras,
ambos defendían el psicoanálisis y la terapia del habla. Hobson fue un devoto
admirador de Freud, y Klein se convirtió en psicoanalista a pesar de la experien­
cia con su Rip van Winkle en Kentucky.

176
Las cosas cambian

Algunos psicoanalistas se tambalearon a raíz de este golpe -más adelante, en


este mismo capítulo, abordaremos con más detalle la reacción de los analistas-,
pero muchos más parecieron quedarse incólumes. Tal como sucedió, no pudieron
disponer de mucho tiempo para sopesar su respuesta. Un segundo golpe siguió
rápidamente al primero. Y éste no tenía nada que ver con los fármacos, sino con
la genética.
Desde el principio, resultó obvio que la esquizofrenia venía de familia. Pero
lo mismo ocurría con muchas cosas: la riqueza y la pobreza, el color del pelo, la
habilidad para hablar chino, las enfermedades del corazón. El problema estribaba
en separar la herencia del entorno. Después de todo, los padres transmiten la
mitad de sus genes a sus hijos, pero también ayudan a crear el entorno en que se
crían estos niños. Si una familia sufre el acoso de la esquizofrenia, ¿culparemos a
los genes problemáticos o al entorno negativo?
La situación es mucho más confusa de lo que parece a primera vista. Hay
algunos trastornos -la corea de Huntington, por ejemplo, que mató a Woody
Guthrie- en los que no existe la ambigüedad. Si has heredado el gen, no hay nin­
guna duda de que desarrollarás la enfermedad. La forma en que vivas tu vida no
influirá en el resultado. Beber una botella de whisky al día o encerrarte en un
monasterio y renunciar a todos los vicios mundanos, no hará cambiar tu destino.
Pero en la mayoría de enfermedades -enfermedades del corazón, por ejemplo-,
los genes problemáticos aumentan el riesgo, aunque no constituyen una sentencia
de muerte inalterable. Un hombre puede heredar genes que le predispongan a
padecer un ataque de corazón, pero si se alimenta con zanahorias en lugar de bis­
tecs podrá vivir saludablemente hasta una edad avanzada.
En el caso de la esquizofrenia, si examinamos minuciosamente las cifras des­
cubriremos lo intrigante que resulta este misterio. Si partimos del conjunto de la
población, alrededor de una persona de cada cien es esquizofrénica. Pero esta cifra
aumenta espectacularmente si analizamos la sangre de los parientes de alguien que
padece esquizofrenia. La prima carnal de un esquizofrénico tiene un 2 por ciento
de posibilidades de volverse esquizofrénica en algún momento a lo largo de su
vida; para tías y tíos, la posibilidad es del 4 por ciento; para los hermanos, del 9
por ciento; para el hijo de padres esquizofrénicos, del 13 por ciento.
La mayoría de estas cifras fueron concienzudamente recopiladas por estu­
diosos de la genética con el fin de demostrar el poder de la herencia. Y, en efecto,
los números casaban claramente con las predicciones genéticas; cuantos más genes
compartía alguien con un esquizofrénico, mayores eran las probabilidades de que
esta persona se volviese esquizofrénica.
Pero esas tasas de concordancia, como se las denominó, contenían una pre-

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La locura en el diván

gunta clave, porque la gente que compartía genes presumiblemente también com­
partía muchas otras cosas. De hecho, en lugar de resolver la batalla entre heren­
cia y entorno, estas estadísticas sirvieron para recrudecer el enfrentamiento pro­
porcionando argumentos a ambos bandos.
Consideremos a los gemelos, por ejemplo. Los gemelos pueden ser fraternos o
idénticos. Los gemelos fraternos, por regla general, comparten la mirad de sus genes,
como todos los hermanos. Los gemelos idénticos tienen genes idénticos. Si un gemelo
fraterno es esquizofrénico, las probabilidades de que el otro gemelo también padezca
esquizofrenia son del 1 7 por ciento. Pero si un gemelo idéntico es esquizofrénico, las
probabilidades de que el otro gemelo padezca esquizofrenia son del 48 por ciento.
"¡Ajá ! " , exclaman inmediatamente desde ambos bandos, echando mano de
la misma evidencia. " ¿No lo veis?", dicen los partidarios de la genética. "Los
gemelos idénticos son más parecidos genéticamente que los gemelos fraternos y el
riesgo de sufrir esquizofrenia es más elevado, exactamente como habíamos pro­
nosticado." " Es evidente que los gemelos idénticos tienen un riesgo más elevado
que los gemelos fraternos", responden los partidarios del entorno. "Los padres les
hablan del mismo modo, los visten del mismo modo y los tratan del mismo modo
en cualquier circunstancia imaginable. Además, la esquizofrenia es un trastorno
relacionado con el sentido de identidad de una persona, así que, naturalmente, es
de esperar que los gemelos idénticos estén expuestos a- en riesgo especial."
Ambos bandos estaban de acuerdo en un punto fundamental. Si un gemelo
idéntico padece esquizofrenia, las probabilidades de que el otro gemelo también
sea esquizofrénico son aproximadamente del 50 por ciento. Este riesgo es cin­
cuenta veces más elevado que el de una persona escogida al azar. Pero, por muy
alto que sea este riesgo, parece como si debiese ser todavía más elevado. Si la
esquizofrenia es un trastorno genético y si los gemelos idénticos tienen genes idén­
ticos, ¿por qué la tasa de concordancia no es del cien por cien?�·
Todo el mundo coincidía en afirmar que aunque la esquizofrenia fuera un
trastorno genético, no sólo era un trastorno genético. Para que una persona sufrie­
se esquizofrenia se necesitaba algo más que unos genes problemáticos; era necesa-

• Una investigación premiada, realizada por los partidarios de la genérica lrving Gorresman y Aksel
Bertelsen, puso de relieve un acerrijo semejante. Los dos investigadores descubrieroiÍ que si un gemelo
idéntico era esquizofrénico '
) el otro no, los hijos del gemelo !>ano tenían ramas probabilidades de pade­
cer esquizofrenia como los hijos del gemelo esquizofrénico. Por un lado, esto parecía demostrar que la
esquizofrenia se transmitía genéricamente. Pero, por otro lado, si la esquizofrenia estaba en los genes,
¿por qué no afectaba al gemelo sano? (Parece ser que la respuesta es que el gemelo sano, aunque gené­
ricamente vulnerable a la esquizofrenia, tenía la buena fortuna de no tropezar con los desencadentes
de l.t enfermedad. De modo similar, una persona predispuesta a padecer del corazón podía permane­
cer sana SI evitaba el tabaco y las comidas con muchas grasas.)

1 78
Las cosas cambian

ría alguna contribución por parte del entorno. Puede que esta contribución fuera
una infección viral padecida en la infancia; puede que fuera una cantidad dema­
siado elevada, o demasiado escasa, de una vitamina particular en la dieta; puede
que fuera la exposición a un pesticida, a la radiación o a ciertas toxinas del agua.
O puede que fuera la falta de atención de una mala madre.
Todos reconocían, sin lugar a dudas, que ésta era una posibilidad. Pero tam­
poco estaba tan claro. Al observar la diabetes, por ejemplo, se podía comprobar
que las rasas de concordancia eran parecidas a las de la esquizofrenia. En concre­
to, si un gemelo idéntico padecía diabetes, la probabilidad de que el otro también
la padeciera era, de nuevo, aproximadamente del 50 por ciento, en lugar del cien
por cien. Y nadie culpaba de la diabetes a unos padres malévolos.
¿Cómo separar la herencia del entorno?

La primera persona que encontró un camino para salir de este callejón sin
salida fue un médico residente, joven y testarudo, llamado Leonard Heston. En
1 962, Heston tenía treinta y un años y era un psiquiatra novato que trabajaba en
un hospital mental estatal de Oregón. Uno de sus primeros pacientes fue un esqui­
zofrénico paranoico. El hermano de este hombre también era esquizofrénico para­
noico, y lo mismo su padre.
Heston se sumergió en la l iteratura médica y prdentó el caso en los círculos
importantes. Conocía la explicación convencional de la esquizofrenia -en esa
época apenas existía una alternativa-, pero Hesron arguyó que los genes proble­
máticos, más que unos padres malvados, eran la clave. "Tropecé con un enjambre
de críticas", recuerda Hesron. '"¡Cielos! Usted se ha pasado por alto lo más
importante, seguro que esa espantosa madre es la causa del trastorno de su mari­
do y de dos de sus hijos.' Todos sabían cómo se producía la esquizofrenia y qué la
producía y, por consiguiente, yo tenía que estar equivocado. "
Además, Heston conoció a l a madre. "Conseguí saber cómo era por e l modo
como luchaba contra todo aquello. No era perfecta, pero había realizado un mara­
villoso trabajo considerando el grado de locura que afectaba a su familia, y eso fue
lo que me interesó. A pesar de la enfermedad y el desorden que la rodeaban, inten­
taba llevar una vida normal. Solía preparar una gran comida para la familia en el
Día de Acción de Gracias y esa clase de cosas.
"En aquella época tenía más de cincuenta años y hacía dos trabajos, limpia­
ba habitaciones en un motel y trabajaba en una fábrica de conservas durante el
verano. Era básicamente el único sustento de la familia. Dos de sus hijos vivían en
casa, el tercero estaba ingresado en un hospital estatal y había permanecido allí
durante años y años, y e l marido entraba y salía del mismo hospital.

1 79
La locura en el diván

"Y tenía un hijo normal, ésta era la otra cuestión. Si ella era tan mala, ¿cómo
se explicaba que uno de sus hijos fuese normal? ¿Y cómo se explicaba que la esqui­
zofrenia del padre y de los otros hijos se manifestara de forma tan similar?
Teniendo en cuenta todo eso, no podía creer que aquella mujer hubiese provoca­
do el trastorno. Tenía que haber algo más, tenía que haber algo genético."
Pero, ¿cómo probarlo? Heston se dio cuenta de que la clave consistía, lite­
ralmente, en separar los factores naturales de los educativos. Se planteó la idea de
observar a niños que habían sido adoptados en la infancia, de modo que sus genes
provinieran de unos padres concretos y su entorno de otros. Al margen de estos
adornos científicos, se trataba de una antigua pregunta. Ya en los cuentos de
hadas, como El príncipe y el mendigo, entre otros, los autores habían narrado his­
torias sobre niños sacados de una casa y criados en otra. ¿ Cómo les afectaría?
En una sala mohosa del hospital mental estatal, Heston encontró viejos regis­
tros médicos que databan de varias décadas atrás. Alguna que otra vez, las pacien­
tes femeninas del hospital habían dado a luz. Heston investigó en los archivos,
buscando madres esquizofrénicas que hubiesen dado a sus hijos en adopción en
años anteriores.
Finalmente, encontró el nombre de cuarenta y siete mujeres esquizofrénicas
que se habían quedado embarazadas y habían dado a sus bebés en adopción. El
hospital cumplía una política estricta según la cual lds bebés no podían quedarse
allí con la madre. Si un miembro de la familia no acudía en el lapso de tres días a
buscar al bebé, éste se daba en adopción. A continuación, y con propósitos com­
parativos, Heston localizó un grupo proporcional de cincuenta niños cuyas
madres no habían sufrido ningún trastorno mental. Los niños de este grupo de
control también habían sido adoptados. De esta forma, podría comprobar si el
acto de la adopción conducía de algún modo a la esquizofrenia.
Cómo mínimo, el debate sobre la esquizofrenia había pasado del ámbito de
la charla al nivel de los experimentos cuidadosos, que incluían controles y pronós­
ticos claros. Si la esquizofrenia era en parte genética, los hijos de madres esquizo­
frénicas dados en adopción tendrían un riesgo más elevado que los hijos de madres
sanas dados en adopción. Pero si los padres descuidados eran en realidad el origen
de la esquizofrenia, los dos grupos de niños tendrían un riesgo equivalente.
Armado con esta brillante idea, todo lo que Heston tenía que hacer era loca­
lizar a los niños adoptados, desde hacía tiempo convertidos en adultos y, presu­
miblemente, repartidos por todo el país. " Recurrí al Instituto Nacional de la Salud
para solicitar una subvención -recuerda-, y se rieron de mí." Heston reprodu­
ce una risita sarcástica: "No, no, no puede hacer eso. Nadie podría localizar a esa
gente" .

180
Las cosas c a m b i a n

Heston, de todos modos, siguió adelante, y este psiquiatra en ciernes conti­


nuó trabajando como un detective aficionado. Partiendo de una lista con el nom­
bre de los padres adoptivos y sus antiguas direcciones, Heston comenzó a repasar
los informes de veteranos y los permisos de conducir. (Había aprendido "un mon­
tón de trucos para localizar a la gente" gracias a un amigo que había trabajado
recuperando coches. ) Por la noche, en el hospital, mientras estaba de guardia,
Heston se las arreglaba para hacer llamadas telefónicas por la línea de teléfono
gratuita. "En aquella época, Oregón todavía era una pequeña y bonita ciudad",
explica Heston. "Casi siempre se puede localizar a alguien en una ciudad peque­
ña. Simplemente llamo a la policía, al bibliotecario o a alguien así, y pregunto por
un antiguo residente. O, si se trata de una ciudad más grande, pregunto en la poli­
cía si tienen a mano un listín de la ciudad y les pido que me den el número de telé­
fono de los vecinos de la persona que busco, y luego llamo y pregunto quién ha
vivido en el barrio durante una larga temporada.
"A veces tengo suerte y los vecinos son los mismos que han vivido allí duran­
te mucho tiempo. Y casi siempre hay alguien que dice: 'Oh, sí, recuerdo a esa fami­
lia, eran muy simpáticos. Tal se casó con tal, y tal se murió, y se trasladaron a
Santa Rosa, California, y me escribieron una postal de Navidad hace un par de
años'. Consigues esta clase de historia y te vas a Santa Rosa."
Para llegar a Santa Rosa, Heston explotó los recursos de otro amigo. É ste
dirigía la oficina de una compañía nacional de alquiler de coches. "Me permitía
recoger coches en diferentes sitios para traerlos de vuelta con todos los gastos
pagados, y eso fue lo que hice. Fui a Cleveland y a Baltimore, dos o tres veces a
Canadá y muchas más a California. En una ocasión, traje de vuelta un enorme y
viejo Cadillac desde California. "
Heston viajó a catorce estados en total. En u n año localizó a noventa y dos
de los noventa y siete niños adoptados y recopiló expedientes detallados sobre
cada uno. Casi todos sabían que habían sido adoptados; y prácticamente ninguno
sabía algo sobre sus padres biológicos. Heston hizo entrevistas, tests de persona­
lidad y de inteligencia, y perfiles psicológicos. Un segundo psiquiatra se encargó
de evaluar estos expedientes a ciegas, sin saber si el niño adoptado pertenecía al
grupo de control o al grupo de madres esquizofrénicas.
Entonces se produjo la sorpresa. A lo largo de los años, desde que los niños
fueron adoptados, un total de cinco habían caído en la esquizofrenia. De estos
cinco, cada uno de ellos había tenido una madre biológica esquizofrénica. La pro­
babilidad de que los resultados fueran una coincidencia era poco menos que de
una entre cuarenta.
La conclusión parecía obvia. Antes de la llegada de Heston, los partidarios

181
La locura en el diván

de la genética afirmaban que uno de cada diez hijos de madres esquizofrénicas se


convertía en esquizofrénico. Ahora, Heston había estudiado a hijos de madres
esquizofrénicas criados por padres que habían superado las pruebas de la agencia
de adopción y que eran, presumiblemente, normales. Y el riesgo de contraer esqui­
zofrenia era el mismo, uno de cada diez, como si nunca hubieran abandonado su
casa. Según la explicación más simple, los hijos de madres esquizofrénicas corrían
el mismo peligro estuviesen donde estuviesen.
Para los psicoanalistas, estas noticias fueron muy inoportunas, pero se esfor­
zaron en hacer oídos sordos. Les costó mucho aceptar que las madres podían ser
tan inocentes como Heston había descubierto. Pero, ¿y los primeros días en el hos­
pital, cuando las madres aún tenían a sus bebés con ellas? "Tropecé con una obje­
ción", recuerda Heston. "La gente decía: Dios mío, no pensábamos que la esqui­
zofrenia pudiera ser causada por el contacto a lo largo de tres días; pero, eviden­
temente, sí es posible."

En la misma época en que Heston llevaba a cabo su propia investigación, un


equipo de eminentes científicos del National Institute of Mental Health (NIMH)
ponía en marcha una aventura muy bien subvencionada y bastante más compleja.
Heston fue el primero, pero fue un explorador solitario; este nuevo equipo repre­
sentaba una fuerza expedicionaria a gran escalá, 'una flotilla de embarcaciones
marítimas frente a una sola canoa.
El esfuerzo del NIMH surgió del trabajo frustrante, a la par que fascinante, del
psicólogo clínico David Rosenthal. Rosenthal había descubierto algo inconcebible­
mente raro: un caso de cuatrillizas idénticas, entonces a mitad de camino entre los
veinte y los treinta años, rodas esquizofrénicas. Sin duda, el estudio minucioso de
las hermanas Genain y de sus padres ayudaría a despejar la confusión entre la heren­
cia y el entorno. Al oír por primera vez la historia de las cuatrillizas, Rosenthal dio
por sentado que los genes explicarían el caso. Como recordó más tarde, "sólo podía
preguntarme qué mayor prueba de etiología genérica podía encontrarse". Pero a
medida que pasaba el tiempo y que Rosenthal y sus colegas investigaban la historia
de la familia Genain, se hizo innegable que, efectivamente, el señor y la señora
Genain eran bastante raros. Quizás los padres fueran los culpables.
Durante tres años, las cuatro hermanas Genain vivieron en el NIMH; duran­
te largos períodos, sus padres también vivieron allí mientras psiquiatras, psicólo­
gos y otros especialistas examinaban a estos seis sujetos de investigación. El equi­
po NIMH medía ondas cerebrales y tiempos de reacción, analizaba muestras de
escritura y realizaba tests sobre los borrones de tinta. Al final, elaboraron un volu­
minoso libro, pero no dieron con la solución al misterio de la esquizofrenia. En

182
Las cosas cambian

particular, el debate entre herencia y entorno permaneció tan confuso como siem­
pre. ¿Las cuarrillizas eran esquizofrénicas porque compartían los mismos genes o
'porque habían compartido la misma educación?
Rosemhal reconoció que para resolver el acertijo era necesario un enfoque
diferente. Él y su colega bioquímico, Seymour Kety, no tardaron en proponer un
plan sencillo que requería un trabajo extraordinariamente intenso. No se trataba
de investigar detalladamente a cuatro pacientes, sino de confeccionar el análisis
estadístico de la lista de esquizofrénicos de una nación entera.
La imponente aventura del NIMH surgió, en parte, de una observación
doméstica de Kety, uno de los jefes del equipo. É l y su mujer tenían dos hijos adop­
tivos. "Señalé una interesante característica de los padres de niños adoptados, y
nos dimos cuenta de que nosotros también la compartíamos", recuerda Kety con
algo de timidez. "Si el niño hace algo de lo que estamos orgullosos, decimos:
'Mira, éste es el efecto de un buen entorno'. Y si hace algo que no nos enorgulle­
ce, decimos: 'Bueno, eso se debe a los genes'. " Kety advirtió que los niños adop­
tados constituían una especie de experimento natural para dilucidar la naturaleza
y la educación.
La estrategia Kety-Rosenthal fue opuesta a la de Heston. Heston partió de
las madres esquizofrénicas y observó lo que pasaba con los niíi.os que habían sido
dados en adopción. Kery y Rosenrhal empezaron con los niños adoptados que
habían crecido para convertirse en adultos esquizofrénicos, y luego se centraron
en sus padres y hermanos.
Ahora, todos estaban de acuerdo en que la esquizofrenia era cosa de familia.
La duda residía en que los niños adoptados tenían dos familias: la adoptiva, que
los había criado; y la biológica, que los había entregado. De modo que cada esqui­
zofrénico adoptado tenía dos tipos de padres.
Kety y Rosenthal formularon una sencilla predicción. Si la naturaleza era la
razón por la que la esquizofrenia se transmitía a través de la familia, era lógico
suponer que habría problemas con los padres biológicos de los esquizofrénicos
adoptados. Y si la educación era la razón por la que la esquizofrenia se transmi­
tía a través de la familia, era lógico suponer que habría problemas con los padres
adoptivos que habían criado a un niño esquizofrénico.
Para demostrar esta predicción necesitaron unos seis años y repetidos viajes
transoceánicos. Kety, que en el año académico de 1 9 6 1 ejerció como profesor de
psiquiatría en el Johns Hopkins Hospital, diseñó el protocolo viajando a diario a
Baltimore desde su casa situada en los barrios residenciales de Washington, D.C.
La clave consistía en encontrar una muestra de personas adoptadas y esquizofré­
nicas lo suficientemente amplia. Y no sólo eso, puesto que los investigadores nece-

183
La locura en el diván

sitaban localizar de algún modo a las dos series de padres y evaluar la salud men­
tal de todos ellos.
· Pronto se hizo evidente que los archivos norteamericanos no estaban a la
altura de la tarea. D inamarca proporcionó la respuesta. Una agencia del gobierno
danés guardaba información detallada sobre todas las adopciones que se habían
llevado a cabo en el país desde 1920: nombre, fecha de nacimiento y dirección de
los padres biológicos y adoptivos, así como información acerca de la conducta,
ingresos y empleo de estos últimos. Otro registro contenía un informe, a partir de
1 924, donde quedaba registrada la dirección de cada ciudadano danés desde su
nacimiento hasta su muerte. Otra agencia, en funcionamiento desde la Primera
Guerra Mundial, poseía el informe de cada danés que había sido ingresado en un
hospital por trastornos psiquiátricos. A Kety, Rosenthal y sus colegas se les dio
carta blanca a cambio de una promesa de confidencialidad.
Y se pusieron a trabajar examinando más de dos décadas de archivos de
adopción de Copenhague y sus alrededores, un área que incluía aproximadamen­
te a un cuarto de la población de Dinamarca. (En una investigación posterior, Kety
estudiaría el país entero.) Los investigadores establecieron un elaborado sistema de
seguridad, pues existía un gran número de peligros que convenía evitar. ¿Podría
ser, por ejemplo, que las familias adoptivas fueran más ricas y, por consiguiente,
más sanas que las familias biológicas? ¿ O quizás las familias adoptivas eran más
sanas porque las agencias de adopción habían descartado a las familias raras?
Antes de llevar a cabo una comparación válida era necesario tener en cuenta estas
posibilidades. De forma similar, los mismos psiquiatras podían estar influenciados.
Puesto que un diagnóstico de esquizofrenia es un juicio de valor, quizás sólo encon­
traran lo que esperaban encontrar. El remedio consistía en imponer una nueva y
voluminosa serie de procedimientos a ciegas para que los psiquiatras que decidían
si una persona era esquizofrénica no conocieran los antecedentes de su familia.
Cuando finalmente se anunciaron los resultados, éstos parecían lo suficien­
temente claros como para j ustificar todo el trabajo. La esquizofrenia se concen­
traba en los padres biológicos, aunque nunca hubiesen estado con el niño que
habían dado en adopción. Los padres adoptivos, aquéllos que habían pasado día
tras día con la persona que ahora padecía esquizofrenia, sólo respondían a la
misma tasa de esquizofrenia que la población general.
Si no se observa únicamente la esquizofrenia, sino también una categoría más
amplia conocida como trastornos del espectro esquizofrénico, se obtiene el mismo
patrón. La tasa de estos trastornos, parecidos a la esquizofrenia, entre los padres
biológicos era del 2 1 por ciento; entre los padres adoptivos, sólo del 5 por ciento.
( Estos hallazgos también proporcionaron otra posible explicación a la observa-

1 84
Las cosas cambian

ción de que los esquizofrénicos tenían padres extraños. Primero se difundió la reo­
ría de Theodore Lidz, y de muchos otros, según la cual los padres con problemas
· psicológicos tenían niños sanos y, literalmente, los volvían locos. Luego tomó
forma una teoría opuesta: quizás los padres fueran normales y su comportamien­
to resultara extraño debido al estrés padecido a lo largo de su vida y a la desgra­
cia de tener que ocuparse de un niño trastornado. Ahora salía a la luz una terce­
ra posibilidad: si la esquizofrenia era un trastorno genético, quizás los padres pare­
cían extraños porque tenían un poco de lo que sus hijos disponían en cantidad.
"Gracias, Ted Lidz " , afirma Paul Wender, actualmente psiquiatra de la
Universidad de Utah y en la década de los sesenta joven colega de Kety en los estu­
dios de adopción. "Nos has demostrado que los padres son portadores de genes . " )
Fueron hallazgos espectaculares -hicieron que resultara difícil desmentir
que la esquizofrenia era, por lo menos en gran medida, un trastorno genético­
e influyeron en muchos observadores. Pero ninguno de estos hallazgos resultó con­
cluyente y muchos psicoanalistas se mostraron escépticos. Quizás una mala madre
no podía causar esquizofrenia en cualquier niño. Pero, ¿y en alguien genéticamen­
te vulnerable? ¿No podía ser que lo empujara para que cayese por el precipicio?

Kety y Rosenthal no pusieron un punto final al debate, pero sus hallazgos


inclinaron profundamente la balanza. La causa de la esquizofrenia siguió siendo
un misterio, pero ahora parecía evidente que se transmitía a través de las familias
porque era genética, no porque éstas hubiesen hecho algo equivocado. Todavía era
posible afirmar que las malas familias causaban el trastorno, por lo menos en
aquellas personas genéticamente predispuestas; pero ya no se trataba de un artí­
culo de fe. Ahora era una aseveración que requería pruebas.
A partir de entonces, siguiendo el ejemplo del autor que compone un tema y
luego sus variaciones, los investigadores genéticos exploraron innumerables ver­
siones de la historia de la adopción. (Las investigaciones de Kety a escala nacional
confirmaron los hallazgos de la investigación centrada en Copenhague.)
Estudiaron, por ejemplo, a hijos de padres esquizofrénicos criados por éstos.
¿Cómo los compararon con los hijos de padres esquizofrénicos que habían sido
dados en adopción? Al parecer, ambos grupos de niños se enfrentaban al mismo
riesgo de esquizofrenia -su riesgo era más alto que el de la mayoría de la gente
porque sus padres eran esquizofrénicos-, pero no existía un riesgo extra por vivir
día tras día con un progenitor esquizofrénico.
Otra variación del tema de la adopción produjo el mismo resultado. En esta
ocasión, los investigadores estudiaron a hijos de padres no esquizofrénicos que
habían sido adoptados por padres esquizofrénicos. (Tales padres habían superado

1 85
La locura en el diván

la investigación de las agencias de adopción por casualidad o porque en la época


en que adoptaron a los niños todavía no habían desarrollado la enfermedad.
¿Tenían esros niños más posibilidades de padecer esquizofrenia? Una vez más, la
respuesta fue negativa. ( Solían comentar a los investigadores: "No se va a creer lo
locos que están en la casa donde he crecido" . )
Todas estas investigaciones parecían transmitir l a misma moraleja: l a esqui­
zofrenia era, en parte, un trastorno genético, y un extraño e irregular comporta­
miento de los padres no era su causa.

Mientras los psicoanalistas trataban de elaborar una respuesta para contra­


rrestar esta última tanda de ataques, sufrieron un tercer golpe. Fue la más simple
y, quizá, la más perjudicial de las bofetadas que tuvieron que soportar.
El plan era sencillo. A mediados de los sesenta, un reputado psiquiatra de la
Universidad de California en Los Ángeles, Philip May, asignó al azar a 228 pacien­
tes esquizofrénicos del Camarilla State Hospital de California a cinco grupos de
tratamiento distintos: el primero sólo recibía psicoterapia; el segundo, fármacos;
el tercero, psicoterapia y fármacos; el cuarto, electroshock; y el quinto, el grupo
de control, atención normal. Se evaluó a los pacientes después de un tratamiento
que oscilaba entre los seis meses y un año. (En investigaciones posteriores, May
localizó a sus pacientes tres, cuatro y cinco años después de su estudio inicial.)
El Schizophrenia Research Project de May fue un proyecto a gran escala,
sofisticado, concebido y llevado a cabo con sumo detalle. En el mundo ideológi­
camente cargado de la psiquiatría, fue lo más parecido a una comparación neu­
tral. May publicó sus resultados en una serie de ensayos a lo largo de los años. La
primera de estas publicaciones, un libro titulado Treatment of Schizophrenia; A
Comparative Study of Five Treatment Methods, causó gran sensación. Fue publi­
cado en 1968, el mismo año en que Kety y Rosenthal anunciaron los resultados
de sus investigaciones sobre la adopción.
El descubrimiento principal de May fue que el resultado era más satisfacto­
rio en los casos de pacientes esquizofrénicos tratados sólo con fármacos o con una
combinación de fármacos y psicoterapia; casi no había diferencia entre estos dos
grupos. Los pacientes sometidos a un electroshock mejoraban algo. Los pacientes
que registraban los peores resultados eran aquéllos que sólo recibían el tratamien­
tO de la psicoterapia y los que estaban en el grupo de control, que no recibían nin­
gún tratamiento; además, los resultados de estos dos grupos eran muy similares.
¿Qué significaba todo esro? May llegó a la conclusión de que los fármacos
eran · indudablemente el único tratamiento a elegir en el presente. Sólo falta des­
cubnr :.1 se obtiene alguna ventaja proporcionando también psicoterapia indivi-

186
Las cosas carn!:l a-

dual. Por otra parte, la psicoterapia sm fármacos era "cara e ineficaz··. Por lo
ramo, si la psicoterapia tenía alguna utilidad, no era como tratamiento en sí
mismo, sino como un mero complemento de la medicación.
Para los analistas estas noticias fueron devastadoras. (En un prólogo al libro
de May, el psiquiatra Milron Greenblatt hablaba sobre los alarmantes y traumáti­
cos hallazgos de éste.) May se expresaba en una prosa científica correcta y objeti­
va -afirmaba que "el efecto de la psicoterapia no era significativo"-, pero cual­
quier lector podía sacar conclusiones por sí mismo. Parecía que para los pacientes
esquizofrénicos la psicoterapia estaba fuera de lugar.
Con el tiempo, las cosas empeoraron. Otras investigaciones sobre la esqui­
zofrenia estudiaron el psicoanálisis intensivo en oposición a la terapia del habla,
que proporcionaba soporte y emparía pero que se mantenía alejada de las inter­
pretaciones profundas. Se llegó a la conclusión de que el psicoanálisis no sólo era
ineficaz, sino que podía, de hecho, ser perj udicial. Según una encuesta, para estos
pacientes dañados y ajenos a la realidad "los tratamientos excesivamente agresi­
vos [equivalían] a echar aceite hirviendo sobre sus heridas".

Los psicoanalistas que trataban la esquizofrenia fueron sacudidos por tres


condenas sucesivas. La inesperada efectividad de los fármacos, los estudios sobre
la adopción y las comparaciones entre tratam- i émos apuntaban en la misma direc­
ción: una persona con esquizofrenia padecía una enfermedad cerebral; no se tra­
taba de un viaje espiritual o de enfrentarse, de forma excéntrica, a unos padres
insoportables. Esta enfermedad, además, no podía remediarse hablando.
¿Cómo reaccionaron los analistas? De forma sorprendente, y para conster­
nación de sus críticos, siguieron adelante, al parecer tan seguros de sí mismos
como siempre, igual que un oso pardo que recibe un tiro en la espalda, en la pier­
na, ¡en el pecho!, y todavía sigue avanzando.
Los fármacos antiesquizofrenia, por ejemplo, que asombraron a algunos por
su capacidad literalmente milagrosa, no merecieron la atención de muchos otros.
Los analistas se referían a los fármacos como camisas de fuerza químicas que
sometían a los pacientes, que amortiguaban los síntomas, pero que no los trata­
ban realmente. "Sólo una persona puede sanar a otra persona", declaró Karl
Menninger impertérrito. La búsqueda de panaceas milagrosas era, de rodas for­
mas, una vieja historia. Cualquier psicoanalista veterano podía explicar casos de
esperanzas falsamente alcanzadas que rápidamente acabaron en frustración: las
lobotomías y los tratamientos de shock fueron recibidos con jactancia no hacía
tanto tiempo. Ahora llegaban los fármacos, oro falso con un envoltorio diferente.
pero, al fin y al cabo, oro falso.

187
La locura en el diván

El desdén por la medicación no era simplemente un prejuicio reflejo. Incluso


en la actualidad, el funcionamiento de los fármacos antipsicóticos no se conoce lo
suficiente. En la época en que fueron descubiertos, cuando nadie tenía la menor
noción de cómo o por qué funcionaban, era del todo natural mostrarse suspicaz.
La inesperada efectividad de los fármacos tampoco puso punto final al enfoque
según el cual una mala madre era la causa de la esquizofrenia. Pensemos en un jefe
gruñón cuyos gritos producen dolor de cabeza a sus subordinados; una aspirina
puede eliminar el dolor, pero no conseguirá neutralizar a la fuente del dolor, al
jefe. Y pese a hablar de milagros, desde el principio no estuvo claro que, en el
mejor de los casos, los fármacos eliminaran los síntomas. Desde luego, no cura­
ban la enfermedad.
Incluso hoy, estos fármacos apenas ayudan a cerca del 25 por ciento de los
pacientes esquizofrénicos. Para un 5 por ciento de los enfermos las cosas empeo­
ran. Y pueden tener efectos secundarios devastadores. El más temido es una espe­
cie de baile de marioneta, con sacudidas y agitación de la lengua, denominado dis­
kinesia tardía. Está asociado al tratamiento de fármacos a largo plazo, pero puede
continuar incluso después de que la persona deje de medicarse, y no se conoce nin­
gún tratamiento para eliminarlo.

A pesar de todo, los analistas tenían una objeción filosófica a los fármacos
mucho más profunda que sus objeciones prácticas. Creían que la clave de la tera­
pia era la transferencia, el establecimiento de una relación entre paciente y tera­
peuta. "Se nos dijo que no debíamos suministrar medicación a los pacientes por­
que ello interferiría en la transferencia", recuerda Allan Hobson, que empezó su
carrera psiquiátrica en 1960. "Si realmente queríamos que se pusieran bien, no
teníamos que permitir que su capacidad de transferencia se contaminara con las
substancias químicas. La idea consistía en aceptar que el psicoanálisis era el mejor
tratamiento y que los fármacos, por el contrario, eran contraproducentes." (Los
hallazgos de May desbancarían, más tarde, este argumento.)
Como prueba de la seriedad de la hostilidad antifármacos, consideremos la
experiencia de Hobson con un psicótico de veintitrés años llamado Berta!. Cuando
Hobson llegó a Harvard, ell de julio de 1960, Berral fue su primer paciente. Vivía
en casa con su madre y ella lo llevó al hospital; había estado hospitalizado dos
veces con anterioridad. Berta! se mostraba hostil, ansioso, casi mudo. Los mento­
res de Hobson le dijeron que estaba enfermo a causa de la superprotección de su
madre. "Pensamos que ella era el problema ", recuerda Hobson. "Me avergüenza
adm1rirlo, suena tan ridículo, pero pensamos que ella era el elemento patógeno."

188
Las cosas camb.ar

Aunque los fármacos estuvieron disponibles desde principios de la década de


los cincuenta, a Hobson le aconsejaron que no suministrara medicación a Berta!,
ni siquiera durante sus peores ataques, por miedo a que quedara obstaculizada su
capacidad de entablar un diálogo terapéutico. Fue un consejo difícil de aplicar. Un
día, por ejemplo, poco después de su ingreso en el hospital, Berta] sufrió alucina­
ciones sobre bombarderos y el fin del mundo. Hobson, entretanto, trató de enga­
tusar a Berta! para que entrara en su despacho con el fin de hablar sobre su madre.
Aterrorizado y temeroso de que los planes del enemigo consistieran en matarle,
Berta! salió corriendo del hospital, llegó a la calle, y luego se arrastró a gatas deba­
jo de un coche aparcado para esconderse. Hobson salió en su busca y se tumbó a
lo largo del bordillo para poder hablar con su acurrucado paciente. Allí hizo todo
lo que pudo para llevar a cabo una sesión de psicoanálisis desde la acera.
Algunos días más tarde, durante otro delirio, Berta! confundió a un psicoa­
nalista veterano con algún tipo de enemigo, y le dio un puñetazo. Entonces creye­
ron que había llegado el momento de probar con la medicación. Berta! fue trata­
do con toracina y no tardó en ser capaz de sentarse tranquilamente en el despacho
de Hobson, inmerso en una conversación serena y racional sobre su relación con
su madre.
Para psiquiatras principiantes como Hobson, esta clase de casos los ayudó a
disipar su encaprichamiento con el psicoanálisis. Los terapeutas más mayores y
con más experiencia se mostraron más inmunes a la duda. Ni siquiera los estudios
sobre la adopción hicieron mella en su fe.
Leonard Heston, el joven psiquiatra que llevó a cabo la primera investigación
sobre la adopción, era un principiante apenas conocido y fácil de ignorar, pero
Seymour Kety también sufrió las sospechas de sus oponentes. En primer lugar, ni
siquiera era psiquiatra, por no hablar de su competencia como psicoanalista. Lo
peor de todo era que en sus investigaciones sobre la adopción hablaba de pacien­
tes anónimos y sin rostro en lugar de presentar historias clínicas individuales y
atractivas. Sus artículos estaban repletos de misterios estadísticos, desviaciones
comunes, grados de libertad y cuadros sinópticos, y carecían totalmente de refe­
rencias a las doctrinas psicoanalíticas. Psiquiatras como Lidz, de la Universidad de
Yate, gran rival de Kety durante muchos años, estaban indignados. Ellos trataban
con pacientes esquizofrénicos todos los días; Kety hubiera sido incapaz de reco­
nocer a un esquizofrénico si se hubiese materializado desde uno de sus innumera­
bles gráficos para golpearlo. ¿Cómo se atrevía ese extraño a creer que podía pro­
nunciarse en un campo al que no pertenecía?
De hecho, los estudios sobre la adopción eran triplemente sospechosos.
Estaban asociados a Kety, que se sentía ofendido porque lo consideraban un intru-

189
La locura en el diván

so; dependían de argumentos estadísticos, que despertaban el fantasma de los tru­


cos numéricos; y formaban parte de una rama de la investigación médica conoci­
da p0r su sórdido pasado. Aparte de que el recuerdo relativamente reciente del
nazismo impedía escuchar la palabra genética sin pensar en eugenesia, los estudio­
sos de la esquizofrenia tenían una razón especial para desconfiar de los argumen­
tos genéticos. Las primeras estadísticas sobre la esquizofrenia y la herencia fueron
compiladas por Ernst Rüdin, pionero en genética psiquiátrica y figura destacada de
la Alemania nazi. Rüdin sirvió en el Grupo de Trabajo de Expertos en la Herencia
de Hitler, capitaneado por Heinrich Himmler, que en 1933 formuló las leyes que
obligaban a esterilizar a todos los retrasados, esquizofrénicos o epilépticos, entre
otras cosas. Roben Jay Lifton señaló en The Nazi Doctors que Himmler fue "la
presencia médica predominante del programa de esterilización nazi" y que en una
edición especial de su revista médica, en conmemoración de los diez años de régi­
men nazi, elogió a Hitler por su "decisivo . . . revolucionario impulso hacia la con­
secución de la higiene racial en el pueblo alemán ... y la inhibición de la propaga­
ción de enfermedades congénitas y de las razas inferiores " . Nadie relacionó a Kety,
judío nacido en Filadelfia, con Rüdin y sus inclinaciones, pero no fue sorprenden­
te que toda charla sobre esquizofrenia y genética recibiera una fría acogida.
La investigación de May, que comparaba la psicoterapia con otros trata­
mientos de la esquizofrenia, también fue rechazada con enojo aunque May no
fuera un fanático antipsicoanalista. De los trece psiquiatras que May reunió para
su revolucionaria investigación, nueve eran psicoanalistas (uno de los nueve,
Genevieve May, era la mujer de May). La parte más importante de la investiga­
ción, la selección de pacientes esquizofrénicos típicos, fue llevada a cabo por dos
psicoanalistas.
Pero los críticos insistían en que May había llegado a una conclusión erró­
nea. Tal vez fuera cierto que los psicoterapeutas que seleccionó fracasaran a la
hora de tratar a sus pacientes. Los analistas insistían implacablemente en que la
conclusión correcta no consistía en afirmar que la psicoterapia era un tratamien­
to equivocado para la esquizofrenia, sino en reconocer que May había elegido a
los psicoterapeutas equivocados.
Investigaciones posteriores intentaron resolver esta cuestión examinando las
razones del éxito de los grandes psicoterapeutas frente a los terapeutas corrientes.
Ya fuesen celebridades u hombres corrientes, siempre se obtenía el mismo resulta­
do: la psicoterapia era ineficaz; la esquizofrenia era una montaila que el habla no
podía mover. Sin embargo, los psicoanalistas siguieron defendiendo su posición.
: E5 que las celebridades no se merecían su reputación?

190
Las cosas cambian

Esta situación se repetía una y otra vez. Los analistas no admitían ninguna
conclusión como decisiva; eran capaces de demostrar que incluso los resultados

que parecían totalmente contrarios a la teoría psicoanalítica podían ser, si se


observaban bajo la luz adecuada, la confirmación de la doctrina establecida. En
1 962, por ejemplo, dos psiquiatras que se dedicaban al estudio de las madres de
niños esquizofrénicos informaron de un curioso hallazgo. Estas madres, supuesta­
mente más frías y distantes, estaban más predispuestas que las del grupo de con­
trol a dar el pecho a sus hijos. ¿Cómo podía explicarse?
La explicación, según Annemargret Osterkamp y David Sands, era que, en
este caso, el acto dar el pecho no constituía una señal de intimidad entre madre e
hijo. Al contrario, el entusiasmo de las madres por amamantar a sus bebés suge­
ría "una necesidad de desmentir sentimientos negativos hacia los niños". Los
autores destacaban que esta conclusión estaba "relacionada con algunos concep­
tos actuales sobre psicopatología y relaciones tempranas entre progenitores y
niños" y que confirmaba la creencia general de que "la esquizofrenia tiene sus raí­
ces en actividades interpersonales prematuras y angustiosas". Los autores recono­
cían que era cierto que las complicaciones del parto habían sido más frecuentes
entre los niños esquizofrénicos que entre los neuróticos, pero eso también podía
explicarse fácilmente. "Es probable que las dificultades del parro representen , a
menudo, manifestaciones físicas de las actitudes negativas e inconscientes de las
madres hacia los hijos."

Todos nos aferramos a nuestras creencias ante las evidencias que demuestran
lo contrario. "En realidad es un buen muchacho; sólo está pasando una mala tem­
porada", decimos. "Ella volverá. Estoy convencido", aseguramos. En ciencia y en
medicina, donde supuestamente prevalece la objetividad, sucede lo mismo. A
pesar de lo que afirman los libros de texto cuando aseguran que los nuevos des­
cubrimientos convierten instantáneamente a las viejas creencias en obsoletas, los
investigadores se aferran ciegamente a sus teorías favoritas. Un destacado defen­
sor de la teoría de la madre esquizofrenogénica, por ejemplo, señaló que muchos
de los padres de los niños esquizofrénicos parecían bastante normales. Pero su
reacción no consistió en cuestionarse su teoría, sino en asombrarse de la "sutil
malevolencia" de algunos padres.
Sin embargo, se reconociese o no, los días del psicoanálisis estaban contados.
A pesar de todas sus desventajas, los fármacos antipsicóticos demostraron que,
por lo menos, se podía hacer algo para ayudar a los esquizofrénicos. Los psicote­
rapeutas hablaban con audacia de curas, pero nadie podía verlas. Y sus teorías no
eran mucho más satisfactorias que sus tratamientos. La madre esquizofrenogéni-

191
la locura en el diván

ca, por ejemplo, dominó el horizonte de la esquizofrenia como una especie de


Estatua de la Libertad malévola. Pero ahora había desaparecido o, como mínimo,
se había ocultado con tanta astucia que la multitud de investigadores que estudia­
ban a las familias adoptivas la habían perdido de vista.
Incluso la teoría del doble vínculo, tan aclamada como un progreso en los
artículos analíticos de otros tiempos, se había ido desvaneciendo. Presentaba un
problema: los dobles vínculos eran, a la vez, demasiado comunes y demasiado
raros. En primer lugar, la gran abundancia de ejemplos formaba parte de su atrac­
tivo (semejante a la afirmación de Groucho Marx, que no quería pertenecer a nin­
gún club que deseara tenerlo como miembro, o al caso de los hombres y mujeres
jóvenes a los que se les niega un primer trabajo porque carecen de experiencia),
pero debería haber sido una señal de peligro. Si había dobles vínculos en todas
partes, y los dobles vínculos causaban la esquizofrenia, ¿cómo era posible que la
esquizofrenia fuese una enfermedad tan rara?
En segundo lugar, a pesar de ser tan comunes, los dobles vínculos eran como
los policías: nunca estaban cerca cuando se les necesitaba. Dos décadas después del
descubrimiento de la teoría, un sucesor de Bateson reconoció que un problema que
"ha atormentado por igual a terapeutas y a investigadores es que los dobles víncu­
los son difíciles de encontrar en el mundo real... son difíciles de localizar e identifi­
car como patrones duraderos". Cuando los terapetitas estudiaban los diálogos entre
los pacientes esquizofrénicos y sus padres, ni siquiera dos observadores podían
ponerse de acuerdo sobre si los intercambios particulares eran o no dobles vínculos,
por no hablar del mutuo acuerdo sobre lo que su impacto podía representar.

El resultado inevitable fue que, mientras los médicos avanzaban, los analis­
tas se quedaron atrás, fieles a sus viejas creencias. No fue ninguna sorpresa. El
orgullo, el hábito y la obstinación conspiran para hacer que los investigadores se
muestren precavidos cuando alguien cuestiona unas opiniones establecidas. A lo
más que pueden llegar es a modificar un viejo modelo que, con el tiempo, puede
volverse casi irreconocible; pero rara vez lo abandonarán en su totalidad.,,. Es
improbable que un científico o un terapeuta que ha dedicado su vida a una doc­
trina particular se desprenda tranquilamente de ella; hay más posibilidades de que

• La escrirora Jessica Mathews describió una anécdota sobre un estudiante que en una clase de biolo­
!(Ía de la universidad se propuso demostrar que las plantas expuestas a la oración crecían más rápida­
mente que las plantas que no lo estaban. Bajo la supervisión de Mathews, el estudiante llevó a cabo un
.:u1dadoso experimento. El resultado no reveló diferencia alguna entre las plantas del grupo de oración
y la, del grupo de control. ¿Las conclusiones del estudiante? Sus plegarias no fueron escuchadas por­
que él no había alcanzado un estado de gracia.

192
Las cosas cambian

dedique su tiempo a solucionar los problemas haciendo retoques e introduciendo


novedades y arreglos.
Esto ocurre incluso en la más dura de las ciencias duras, aunque los datos
son, en principio, menos susceptibles de ser interpretados. Y era más habitual
entre los analistas, que tendían a considerarse artistas ames que científicos. Con el
tiempo, las viejas teorías dan paso a las nuevas -la madre esquizofrenogénica ya
no existe por las razones que hemos expuesto-, pero la transición es lenta y difí­
cil. "Una nueva verdad científica no triunfa porque convence a sus oponentes y les
hace ver la luz -arguyó en una ocasión el gran físico Max Planck-, sino, más
bien, porque sus oponentes finalmente mueren y dan paso a una nueva generación
que se familiariza con ella."

193
CUARTA PARTE

Autistno

El factor que desencadena el autismo infantil es el


deseo de los padres de que su hijo no exista.

- BRUNO BETTELI-IEIM

. '
C A PÍ T U L O D I EZ

Un misterio anunciado

Ha llamado nuestra atención un número de ni1ios cuya condi­


ción difiere... de todo lo conocido hasta la fecha.

- LEO K.�;-1:\ER

En mayo de 1 938 alguien llamó a la puerta de Bruno Bettelheim. Bettelheim tenía


treinta y cuatro años, y era un intelectual judío aspirante a psicoanalista que resi­
día en la cuna del psicoanálisis, Viena. Hitler acababa de invadir Austria.
Al principio, no quedó claro el significado del arresto; aunque el pasaporte
de Bettelheim fue confiscado, no lo encarcelaron de inmediato. Algo que no tardó
en suceder. En pocas semanas, junto a un contingente de 700 u 800 judíos y opo­
sitores políticos al régimen nazi, lo metieron en un tren que se alejó de Viena. Su
destino, como pronto averiguaron, era el campo de concentración de Dachau.
Tras una noche y un día de viaje, bajo una lluvia de golpes constante, el tren
llegó a Dachau, cerca de Munich. Casi todos los prisioneros estaban heridos, y por
lo menos veinte habían sido asesinados. Bettelheim fue amenazado a punta de
bayoneta, recibió un golpe en la cabeza y sangraba profusamente. Para él y la
mayoría de sus compañeros de infortunio, escribiría posteriormente, aquellos pri­
meros días fueron "la peor de las torturas que hubieran podido sufrir, tanto física
como psicológicamente".
Bettelheim parecía destinado a ser uno de los primeros en desaparecer. Un
intelectual de clase media alta con gruesas gafas; un hombre casado que se había
hecho cargo del negocio familiar a la muerte de su padre. De esta forma, fue arran­
cado del único mundo que conocía. Pero a pesar de lo brutal que resultó la ini­
ciación en el campo, Bettelheim salió mejor parado de lo que esperaba. " Sobre
todo -recordaría luego-, me sentí orgulloso de mí mismo porque las torturas no
lograron sacarme de quicio ni modificaron mi capacidad para pensar o mis pun­
tos de vista generales."
Bettelheim sobrevivió seis meses en Dachau y otros seis meses en Buchenwald.

197
La locura en el diván

En aquella época pesaba 43 kilos en lugar de sus habituales 75 kilos. Entonces,


por razones nunca explicadas, le comunicaron que estaban a punto de liberarlo.
Le cámbiaron el uniforme carcelario por ropa de civil y avisaron a su familia para
que lo esperara. Pero de improviso, las SS anunciaron que no sería liberado.
Bettelheim cayó de nuevo en el pozo. Pasado un tiempo le llegó la noticia de una
segunda liberación. Por segunda vez le proporcionaron ropa, por segunda vez su
familia se preparó para recibirlo, por segunda vez las SS cancelaron su liberación.
Finalmente se anunció una tercera liberación. Y ésta se cumplió.
Durante el resto de su larga vida, Bettelheim sufriría la tortura del recuerdo
de los asesinatos, los suicidios y las humillaciones que presenció. Acosado por las
pesadillas y atormentado a causa del sentimiento de culpa por haber sobrevivido
cuando tantos habían muerto, siguió insistiendo en haber obtenido algo positivo
de todo aquel sufrimiento. En su opinión, aprendió a conocer las reacciones de los
seres humanos cuando se ven atrapados en situaciones extremas, cuando están
totalmente desamparados frente a un poder arbitrario y cruel.
Al igual que sus colegas que trataban con esquizofrénicos, Bettelheim empe­
zó a interesarse por personas completamente desbordadas por problemas sobre­
cogedores. Él y sus compañeros sabían lo que sucedía con la esquizofrenia
-Bettelheim estaba al día sobre el debate entre psicología y biología-, pero ésta
era una batalla que se desarrollaba entre bastidores.- Su atención se concentró en
un trastorno distinto, infrecuente y extraño denominado autismo. En las décadas
siguientes, Bettelheim afirmaría que sus experiencias en tiempo de guerra le pro­
porcionaron una pista esencial para comprender esta aflicción de nuevo cuño. Se
trataba de una creencia que cambiaría el panorama de los años venideros.

En abril de 1943, un psiquiatra nacido en Austria llamado Leo Kanner sor­


prendió a sus colegas con una declaración que, entre otros efectos, ayudó a orien­
tar la carrera de Bruno Bettelheim. Kanner y Bettelheim compartían la misma
nacionalidad y el mismo interés por los niños emocionalmente trastornados.
Aparte de eso, estos dos hombres no tenían casi nada en común. Kanner era modes­
to y sencillo, un hombre inteligente y amable siempre envuelto en la nube de humo
de su puro, "un flautista de Hamelin al que ningún niño podía resistirse", como lo
definió un amigo. Bettelheim tenía mal carácter y era furiosamente crítico. (En una
ocasión escribió un ensayo criticando a Ana Frank y a su familia por ocultarse jun­
tos cuando hubiera sido más prudente separarse . ) Incluso los rivales de Kanner
hablaban bien de él; incluso los colegas de Bettelheim eran cautos con él.
De los dos, Bettelheim es el más conocido. Su historia se ha publicado recien­
temente en el libro The Creation of Dr. B . , de Richard Pollak. Kanner ha recibido

198
Un misterio a n u n c i a d o

menos atención. Esto se debe, en parte, a que tenía un carácter más discreto y, en
parte, a que Bettelheim trabajó con más ahínco (y con más éxito) para ganarse una
audiencia masiva. Kanner hablaba principalmente con sus colegas profesionales,
pero Bettelheim aparecía por doquier, en diarios y revistas, en la radio y en la tele­
visión. Para el público, Bettelheim representaba la psiquiatría infantil; para sus
colegas psiquiatras, Kanner era, con diferencia, la figura más importante.
Kanner cambió el rostro de la psiquiatría, y despejó el territorio a cuya explo­
ración Bettelheim dedicó el resto de su vida, con un atrevido artículo publicado en
1 943 en una revista médica actualmente desaparecida: The Nervous Child. En
resumidas cuentas, su propósito era demostrar que había hecho un nuevo descu­
brimiento. Y desde la primera línea se aseguró de que todos lo comprendieran.
"Desde 1938 -decía su hoy clásico artículo-, ha llamado nuestra atención
un número de niños cuya condición difiere en grado y forma tan singular de todo
lo conocido hasta la fecha, que cada caso merece, y espero que finalmente lo
obtenga, un detallado estudio de sus fascinantes peculiaridades." Con una prosa
nítida y libre de academicismos, sin ninguna nota a pie de página, Kanner descri­
bió a ocho muchachos y a tres chicas que sufrían un trastorno desconcertante y no
descrito hasta el momento. Kanner lo denominó autismo, del término griego que
significa sí mismo, debido a que la cualidad más peculiar de estos extraños niños
era que no parecían demostrar interés áfguno por las demás personas.
Los juicios de Kanner tenían fundamento. En el triste campo de estudio de
las razones que impiden el desarrollo satisfactorio de un niño, no tenía parangón
en el mundo. Kanner fundó la Johns Hopkins Children's Psychiatric Clinic en
1930. A lo largo de los años, examinó a un gran número de niños perturbados e
incapacitados. El autismo, no tenía la menor duda, era algo nuevo. Estaba
Charles, por ejemplo, un niño de cuatro años que llegó a la clínica de Kanner debi­
do a la preocupación de su azorada madre. "Lo que más me desconcierta -decía
ella- es que no puedo relacionarme con mi hijo. " El niño parecía estar física­
mente sano, y sin lugar a dudas era muy listo. "Con sólo un año y medio podía
distinguir dieciocho sinfonías" , recordaba su madre en las notas que reunió para
Kanner. "Reconocía al compositor tan pronto como empezaba el primer movi­
miento. Decía: 'Beethoven'."
Por otro lado, había algo raro, aunque era difícil precisar el problema. "Más
o menos a la misma edad -proseguía la madre-, empezó a manosear juguetes,
tapones de botellas y frascos durante horas ... Los observaba con gran excitación y
saltaba extasiado. Ahora está interesado en el reflejo de la luz en los espejos y en
atrapar esos reflejos. Cuando se interesa por algo, no puedes hacer nada. No me
presta ninguna atención y no parece reconocerme cuando entro en la habitación."

199
La locura en el diván

De todos los síntomas, este distanciamiento parecía ser el más preocupante.


"Lo más impresionante -afirmaba la madre de Charles- es su indiferencia y su
inaccesibilidad. Vive en la sombra, en un mundo propio al que no se puede acceder. "
En su brillante primer artículo sobre el autismo -medio siglo después sigue
siendo la mejor introducción al tema-, Kanner anticipó casi todos los síntomas
que más adelante concentrarían la atención de los investigadores posteriores. El
girar continuo; la repetición, estilo loro, de las palabras de los demás; las horas
invertidas en proyectos tales como abrir y cerrar una puerta repetidas veces; la ira
manifiesta si los juguetes, libros o piezas de construcción no están colocados en un
orden especial y misterioso.
Lo más admirable es que Kanner se las arregló para no dejarse confundir por
algunas diferencias cruciales entre sus pacientes. Tres de sus niños autistas, por ejem­
plo, no hablaban; pero otros desplegaban "un sorprendente vocabulario" y recita­
ban poemas y listas de presidentes e incluso nanas en otros idiomas. A pesar de todo,
ninguno de los niños utilizaba el lenguaje de forma normal, como medio de comu­
nicación. Algunos parecían sufrir un grave retraso, y otros poseían una memoria
formidable y otros dones al estilo del personaje principal de la película Rain Man.
Finalmente, Kanner decidió que la madre de Charles tenía razón. El síntoma
que destacaba por encima de los demás era la sensación de aislamiento. Se trata­
ba de niños aislados tras los muros invisibles de \ina prisión, no por invisibles
menos impenetrables. "Cada uno de los niños -informaba Kanner-, después de
entrar en la consulta se dirigía de inmediato hacia las piezas de construcción, los
juguetes y otros objetos, sin prestar la mínima atención a la presencia de personas.
Sería erróneo decir que no eran conscientes de esta presencia. Pero las personas,
mientras dejaran al niño a sus anchas, tenían el mismo valor que las estanterías,
la mesa del despacho o los archivadores."
Daba la impresión de que estos pacientes autistas se preocupaban tan poco
por los miembros de su familia como por Kanner y el resto de extraños que tra­
bajaban con él. A pesar de su temprana edad, no mostraban la mínima señal de
anticipación cuando uno de sus padres se adelantaba para cogerlos; ni una sonri­
sa, ni un balbuceo, ni brillo alguno en la mirada. Deseosos de obtener el abrazo
de sus hijos, las madres y los padres se encontraban con que estaban intentando
abrazar "un saco de harina ".
A medida que crecían, los niños permanecían impasibles. Kanner hizo esfuer­
zos por mantener un tono objetivo, pero en sus descripciones se insinuaba una
nota de impotencia. "El padre, la madre o ambos, lo mismo podían marcharse
durante una hora o un mes", escribió. "A su regreso, nada parecía indicar que el
niño se hubiera percatado de su ausencia. "

200
Un misterio anunciado

Si retrocedemos en el tiempq descubriremos que el autismo parece haber


existido, sin ser reconocido, durante siglos. Uno de los primeros casos, ilustre no
sólo porque está bien documentado, es especialmente interesante. En el siglo XIX,
en París, la sociedad se mostró excitada por el descubrimiento del niño salvaje de
Aveyron. Lo encontraron vagabundeando desnudo por el bosque en busca de ali­
mentos en un día de invierno. El chico parecía tener unos doce años, pero también
podía haber salido de otro planeta: incapaz de hablar, incapaz de responder a las
preguntas, incapaz incluso de dar una mínima indicación de quién era o de dónde
venía, estaba totalmente solo en el mundo.
En una época en que el gran tema del día era el efecto de la sociedad sobre
el hombre natural, el descubrimiento de este misterioso muchacho se recibió como
una señal del cielo. En todos los salones y cafés, París debatía si se trataba de un
bruto con forma humana, de un inocente hijo de la naturaleza o de un proscrito
expulsado del regazo de la sociedad. Los diarios recogían las sugerencias más dis­
pares sobre si Víctor, como se le llamó, podría asimilar una educación civilizada.
Un médico llamado Itard llevó a Víctor a su casa. (Su historia se relata en la
película de Truffaut El niño salvaje.) El silencioso muchacho se pasaba las horas
tapado por completo con una manta y meciéndose constantemente. A pesar de
cinco años de dedicado y paciente trabajo , Itard nunca logró enseñar a hablar a
su pupilo. Sin embargo, Víctor poseía· unas islas de habilidad sorprendentes en
alguien que en gran medida parecía muy retrasado. Aprendió algo del lenguaje de
los signos, por ejemplo, y se romó muy a pecho tareas cotidianas como poner l a
mesa o preparar un simple guiso de judías.
Así pues, era capaz de aprender. De modo desconcertante, sin embargo,
Víctor parecía no ser consciente de las demás personas. "Me inquieta que el hom­
bre natural sea tan egoísta", afirmó uno de sus primeros observadores.
¿Pero era esto egoísmo o un fracaso a la hora de comunicarse con los demás?
Para todo aquel que haya leído los informes de Kanner sobre niños que tratan a
sus padres como objetos más que como a personas, el comportamiento de Víctor
le resultará sorprendentemente familiar. Víctor no experimentaba "ningún senti­
miento de gratitud hacia el hombre que le alimenta -informaba un desconcerta­
do contemporáneo-, toma la comida como si la estuviera cogiendo del suelo".

Hoy en día, la descripción del autismo todavía causa la sorpresa de los


investigadores. Un doctor recuerda el caso de una niña autista, una brillante
muchacha de doce años, que le dijo: "Joanie está haciendo un ruido divertido".
Resultó que Joanie estaba llorando amargamente. La niña había percibido el soni­
do pero no su significado.

201
La locura en el diván

Otro doctor le preguntó a un autista adolescente, cuya madre había muerto


de cáncer, cómo se encontraba. El chico era un muchacho de quince años "con un
alta rendimiento", aquejado de una forma de autismo conocida como el síndrome
de Asperger. "Oh, yo estoy muy bien", contestó con la extraña dicción formal pro­
pia de algunos autistas. "Padezco el síndrome de Asperger, lo que me hace menos
vulnerable a la pérdida de seres queridos que los demás mortales . "
Entre los autistas que hablan -la mitad permanecen mudos durante toda su
vida-, ese tono uniforme y mecánico es característico. Otro joven autista, de doce
años, vio casualmente un folleto sobre el síndrome de Asperger en la mesa de la
consulta de su médico. Le echó una ojeada y le pareció casar con la descripción,
pero no mostró ninguna reacción emocional a la noticia. "Ahora puedo explicar
a mis compañeros de clase por qué recorro a toda velocidad el patio diez veces de
arriba a abajo durante la hora del recreo cada día del año", señaló.
Kanner destacó dos características definitorias del autismo. El aislamiento
emocional era la primera. La segunda, tan extraña como la anterior, era un "deseo
obsesivo por mantener las cosas en su sitio". No toleraban ningún cambio de ruti­
na; si se dejaba una revista en una posición diferente a la del día anterior, si se
colocaba la pieza de algún juego en un ángulo ligeramente distinto al habitual, el
niño autista podía caer presa del pánico.
Los padres se convertían en rehenes de .}a rab'ia latente de sus hijos. Una
madre hizo una lista de los cambios inesperados que podían provocar el desastre:
un cambio en el orden de los muebles, un día nublado, un semáforo estropeado,
un coche que no arranca. Un niño autista de cuatro años llamado Ian lloraba
inconsolablemente si sus padres modificaban el mínimo detalle de su rutina habi­
tual, si le servían galletas cuadradas en lugar de redondas o seis trozos de tofu en
lugar de siete.
En San Diego, una madre descubrió rápidamente que su hijo autista gritaba
incontroladamente si ella no se ponía un vestido concreto, gris y blanco con flo­
res rosas. Desesperada, encargó varios modelos idénticos para ella, uno de dife­
rente talla para su madre, que a veces venía a ayudarla, y otro para su suegra. A
su hijo no parecía importarle quién llevaba el vestido, siempre que fuese el vesti­
do correcto.
No exageramos al hablar sobre la insistencia de estos niños en la rutina. Ian
había visto la película Charlotte's Web unas 1 .500 veces, y sus padres se limitaban
a reemplazar la cinta cuan ésta ya no servía. Un psiquiatra de la Universidad de
California en Los Ángeles, Kenneth Colby, recuerda unos experimentos sobre el
lenguaje en los que proporcionaba una máquina de escribir a niños autistas. "Un
niño normal se sentaba y escribía abe o 12345", comenta Colby. "Un niño autis-

202
Un misterio anunciado

ta apretaba la tecla de la x y podía seguir apretándola a lo largo de todo el día,


cada día, durante tres semanas . "
Los niños autistas juegan a s u modo, pero éste n o e s e l habitual. Las muñe­
cas y los animales de peluche les atraen poco; una linterna, un carrete de hilo o
una caja con tornillos y tuercas puede ser más emocionante. "Cuando llevamos a
nuestro hijo [autista] a casa de su abuela -recuerda el psicólogo Bernard
Rimland-, ésta abrió la puerta y él entró sin saludarla para acercarse al armario
donde guardaba la aspiradora. Jugó con ella un par de horas, y cuando nos mar­
chamos salió de nuevo sin decir nada a su abuela."
Todos estos relatos comparten un parecido inquietante. Una madre
recuerda a su hija autista, de nueve meses, sentada en la arena de un parque de
Nueva York, jugando en el suelo sin prestar la mínima atención a los que la rode­
aban. Permaneció sentada, entre el tumulto, haciendo pasar la arena a través de
sus dedos, ensimismada, durante una hora y media. Una mujer autista, llamada
Temple Grandin, describe una escena casi idéntica de su infancia: "Podía sentar­
me durante horas en la playa observando correr la arena entre mis dedos", seña­
la. "Estudiaba cada uno de los granos de la arena mientras se deslizaban por mis
dedos. Cada grano era distinto; y yo era como un científico que estudia los granos
a través de un microscopio. Mientras examinaba sus formas y contornos, entraba
en un trance que me aislaba de las imágenes y sonidos que me rodeaban."
Existen casos similares que tuvieron lugar en otro continente y dos siglos
antes. Víctor, el niño salvaje de Aveyron, se mostraba fascinado por "un rayo de
sol reflejado en un espejo de su habitación que rebotaba en el techo [o] por un vaso
de agua que derramaba desde cierta altura, gota a gota, sobre la punta de sus dedos
cuando se bañaba". Estos entretenimientos eran suficientes, señaló un observador,
"para distraer y deleitar a este hijo de la naturaleza casi hasta el éxtasis".
En 1 9 5 1 , ocho años después de la publicación del decisivo artículo de
Kanner, un psiquiatra holandés, el doctor Arn van Krevelen, seguía dudando acer­
ca de la existencia de esta nueva enfermedad. Todavía no había visto a un niño
autista, y la literatura europea tampoco había descrito a ninguno. Fue entonces
cuando le presentaron a una niña autista. Era "como los niños descritos por
Kanner", afirmó Krevelen con sorpresa. "Tan parecidos como dos gotas de agua."

Los padres estaban desconcertados y aterrados. ¿Qué demonios les ocurría a


sus hijos? Después de todo, su aspecto era normal, sin ninguno de los estigmas del
daño cerebral o del retraso mental. La mayoría no sólo parecían intactos, sino que
eran muy guapos. Algunos niños autistas gritaban y pateaban desde el principio,
pero otros parecían brillantes y amistosos, incluso precoces, hasta cumplir apro-

203
La locura en el diván

ximadamente el primer año. Entonces, sus vínculos con el mundo empezaban a


resquebrajarse. O, mejor dicho, sus lazos con la gente que habitaba en ese mundo.
Mientras ·que un puñado de arena podía fascinarles hasta el infinito, los seres
humanos parecían pasar desapercibidos. Los padres afirmaban que sus hijos autis­
tas eran capaces de ignorar las visitas, de subirse por la espalda de la gente o de
reptar por sus cabezas. Una madre explicó que cuando llevaba a su hijo a la playa,
éste caminaba derecho hacia su sitio, aunque su trayecto lo obligara a pasar por
encima de periódicos, manos, pies o torsos. No hacía esfuerzo alguno por aproxi­
marse a las personas, pero tampoco por eludirlas.
Esta indiferencia respecto a las personas era tan marcada que Kanner se atre­
vió a utilizarla como prueba para un diagnóstico provisional. Si pinchaba a un
niño normal con una aguja, el chico se volvía para ver quién le había pinchado.
Un niño autista nunca parecía relacionar la aguja con la persona que la sostenía;
ignoraba a Kanner para mirar la aguja o la mano que la tenía. Una y otra vez, los
padres hacían observaciones semejantes. Sus hijos autistas los trataban a menudo
como si fueran instrumentos y no seres humanos; uno de estos niños podía coger
la mano de su madre (sin mirarla a la cara) y ponerla en el picaporte o en la llave
de un grifo.
Con el paso de los años y a pesar de compartir un mismo hogar, este dolo­
roso retraimiento persistía. Otra madre recuerda la única ocasión en que su hija
autista pareció alegrarse de verla. Un viernes por la tarde "su tostro se iluminó al
verme y corrió hacia mí", rememoraba años más tarde. La niña tenía cinco años.
"Estaba tan emocionada que me quedé paralizada con los brazos extendidos, pen­
sando: 'Me ama'. Pero se detuvo a unos dos metros de distancia cerrándose en
banda, y no volvió a repetir ese comportamiento."
Una mujer llamada Ruth Sullivan explica una historia semejante. El quinto
de sus siete hijos, Joseph, es autista. En la actualidad tiene treinta y seis años, y fue
uno de los modelos del personaje de Dustin Hoffman en Rain Man. La película es
fiel a los síntomas del aurismo, afirma Sullivan. Las proezas que parecen más
increíbles -Raymond memorizando la guía telefónica, señalando que una caja
contenía 246 cerillas después de echarle un vistazo o multiplicando mentalmente
1 .739 por 5.826 con mayor rapidez que alguien que maneja una calculadora­
son hechos basados en la realidad. Sólo en un caso, comenta Sullivan, Hollywood
exageró esa realidad. " La escena que más me inquietó -señala- fue probable­
mente la que a la mayoría de la gente le pareció menos problemática: cuando la
chica lo besa en el ascensor." Imaginarme a Raymond en la intimidad, aunque sólo
fuera la intimidad de un único y amable beso, concluye Sullivan, me resultó prác­
ticamente imposible.

204
Un misterio a n u n c i a d o

¿Por qué? ¿Por qué actúan estas personas como si no establecieran lazos
emocionales con el resto de la raza humana?
Temple Grandin, profesora de la Universidad Estatal de Colorado, y una
celebridad en el campo de estudio del autismo, se ha hecho esta pregunta en dos
extrañas y apasionantes autobiografías. Puede entender emociones "sencillas,
fuertes y universales", afirma Grandin, pero no es capaz de imaginarse lo que
representaría amar a otra persona. Los sentimientos sutiles todavía le pasan des­
apercibidos. Grandin nunca ha sabido lo que significa pasar vergüenza o sufrir
timidez, por ejemplo, y la infinidad de guiños sociales que la gente comparte l a
dejan indiferente y perdida. S e describe a s í misma como "una antropóloga en
Marte", siempre intentando descubrir los misteriosos códigos de las paradójicas
criaturas con las que convive.
Su diagnóstico es simple. "El circuito emocional no está conectado; eso es lo
que falla."

Temple Grandin está doctorada en Ciencias del Comportamiento Animal. Su


especialidad es el diseño de comederos y mataderos para animales. Su aproxima­
ción al mundo no podría ser más diferente de la de Leo Kanner. La explicación de
Kanner sobre el autismo fue menos mecánica y mucho más influyente.
En su primer artículo sobre el autismo, sin embargo, se limitó notablemente
a presentar "solamente hechos". Y sólo al final de este artículo de treinta y cua­
tro páginas se aventuró a dar unos pasos más allá de la observación. "No es fácil
valorar el hecho de que todos nuestros pacientes tengan unos padres muy inteli­
gentes", escribió. Y a continuación subrayó otro hecho "destacado".
"En el grupo analizado -declaró- hay pocos padres y madres realmente
cariñosos. " Por el contrario, los padres y otros familiares tienden a "preocuparse
fundamentalmente por abstracciones de naturaleza científica, literaria o artística,
y demuestran un limitado interés por las personas. Incluso algunos de los matri­
monios más felices mantienen relaciones frías y formales. Tres de estos matrimo­
nios eran completos fracasos. La cuestión que cabe plantearse es en qué medida
ha contribuido este hecho a potenciar la condición de sus hijos".
Estas apreciaciones iniciales sobre el cariño y los matrimonios distantes tení­
an un tono casual. Pero muy pronto aquellas afirmaciones se convertirían en el
centro del debate sobre el autismo.
En este primer artículo, sin embargo, Kanner todavía no estaba preparado
para dar explicaciones, y lo entrevemos en sus reflexiones. En una línea asegura
que los niños autistas son tan reservados debido al distanciamiento de sus padres.
Pero tan pronto como afirma esto, se echa atrás. "Los niños de nuestro grupo

205
La locura en el diván

-añadía- han mostrado esta extrema soledad desde el inicio de su vida." ¿Cómo
se puede culpar a los padres por una aflicción que siempre ha estado presente?
A partir de entonces parece convencido. Como si pretendiera prevenir cual­
quier posibilidad de dudas posteriores, Kanner repite esta conclusión con más
énfasis en un lugar que nadie puede pasar por alto. El párrafo final de este decisi­
vo primer artículo empieza con una discreta declaración: "Por lo tanto, hemos de
asumir que estos niños han nacido con una incapacidad" que no les permite esta­
blecer lazos emocionales con otras personas, "del mismo modo que otros niños
nacen con trabas físicas o intelectuales" .

Esto sucedía e n 1 9 4 3 . E n 1 949, Kanner ya había cambiado d e idea. Este


cambio radical resultaría crucial para toda una generación de padres.
En su primer artículo, la muestra de niños autistas de Kanner reunió a once
pequeños. En los siguientes seis años, añadió más de cincuenta casos nuevos, al
tiempo que otros psiquiatras sumaban otros historiales. Con este rico material,
Kanner se dio cuenta de que estaba completamente equivocado. Ahora tenía a
mano la verdadera explicación del autismo, y ésta era obvia. ¿Cómo se le podía
haber escapado?
En un nuevo artículo describió sus últimas conclusiones en un tono inequí­
voco. "El comportamiento de los padres hacia los niños e1r muy importante y debe
tenerse en cuenta" , escribió Kanner. "La falta de cariño maternal genuino se puede
apreciar a menudo en la primera visita a la clínica. Mientras suben por la escale­
ra, el chico sigue desamparado a su madre, que no se preocupa por mirar hacia
atrás. La madre acepta la invitación a sentarse en la sala de espera, mientras el
niño se sienta, permanece de pie o se pasea a distancia. Ninguno de ellos intenta
aproximarse al otro."
Kanner explicaba, por ejemplo, que un paciente llamado Donald "se había
sentado junto a su madre en el sofá. Ella se alejó como si no pudiera soportar la
proximidad física. Cuando Donald se le acercó, finalmente, ella le ordenó con
frialdad que se sentara en una sil l a " .
Los padres n o recibieron u n trato mejor. "La mayoría d e los padres apenas cono­
cen a sus hijos autistas", declaró Kanner. Y señaló que hablaba literalmente. Kanner
le preguntó a un padre si sería capaz de reconocer a alguno de sus hijos si se lo cru­
zara en una calle muy concurrida. Éste reflexionó unos instantes y luego respondió
"con una objetividad impasible" que no, que no estaba seguro de poder hacerlo.
Los padres no eran severos, reconoció Kanner, pero sí unos ineptos comple­
tamente ajenos a las necesidades de sus hijos. "Los niños eran, como se suele decir
en la fraseología moderna, planeados y deseados. Pero los padres parecían no

206
U n m i sterio a n u nciado

saber qué hacer con sus hijos cuando los tenían. Carecían del afecto que necesita­
ban los bebés." Los padres se preocupaban únicamente por su trabajo, y las
madres transmitían más superprotección que cariño y afecto. "Estaban ansiosas
por hacer un buen trabajo, lo que significa un servicio mecanizado, algo así como
el servicio del solícito empleado de gasolinera. "
Tras describir a los padres -nadie tuvo un ojo clínico más crítico-, Kanner
se dedicó al estudio de las consecuencias más obvias: el impacto de estos padres
desviados sobre sus hijos. Pese a no ser un hombre melodramático, Kanner se per­
mitió una única floritura retórica, un último cambio en la teoría del fracaso de los
padres a la hora de transmitir su afecto: "La mayoría de los pacientes estuvieron
expuestos desde el principio a la frialdad de los padres, a su obsesión y al tipo de
atención mecánica dirigida únicamente a sus necesidades materiales. Eran objetos
de una observación y experimentación basada en la . . . obligación, más que en el
gozo y el cariño auténticos. Se les mantenía cuidadosamente en neveras sin des­
congelar. Su distanciamiento parecía ser un acto para alejarse de la situación y
buscar la comodidad en la soledad".
Es difícil imaginarse una teoría que pudiera haber difundido con más acepta­
ción esta imagen de los pad�es nevera que rechazaban a sus propios hijos. Leo
Kanner era una autoridad m¿dica de renombre mundial al que se le consideraba el
"padre de la psiquiatría infantil"; dirigía,el Departamento de Psiquiatría Infantil del
Johns Hopkins Hospital; y había escrito, literalmente, el estudio más importante en
su campo, un voluminoso y definitivo texto titulado sencillamente Child Psychiatry.
Había descubierto el autismo, le había dado nombre, y ahora lo explicaba.
La explicación pronto se abriría camino -hábilmente modificada por los
demás- a través de las revistas médicas y la cultura popular. Frente al aluvión de
libros y artículos de revistas que predicaban el nuevo evangelio, ¿qué posibilidad
tenían la madres?

El 1 2 de febrero de 1967 era domingo, y el domingo, por regla general, era


un buen día en el hogar de Bill y Annabel Stehli. Un día sin obligaciones. La joven
pareja podía dejar de lado sus preocupaciones mundanas r no dedicarse a nada
más arduo que sentarse a leer el periódico.
Sus problemas, según afirmaban sus amistades, no eran distintos de los de
cualquier otra persona. Bill era un agente de bolsa que deseaba dejarlo todo para
dedicarse al arte; Annabel era una escritOra desconocida, pero con gran ambición.
Bill era atractivo y lanzado, un buen bailarín que se vestía con elegancia. Annabel
era alta y delgada, parlanchina, una actriz aficionada que se describía como una
nouveau pauvre, miembro de una antigua familia venida a menos. La joven pare-

207
La locura en el d i v á n

j a vivía en Brooklyn Heights, en un apartamento que hubiera resultado agradable


si hubieran conseguido arreglarlo. Tenían dos hijas. Y era la pequeña la que les
preocup�ba.
Georgie tenía dos años, y siempre había sido buena niña -a veces su quie­
tud no parecía muy natural-, pero al mes de haber nacido, su madre ya estaba
"absolutamente convencida" de que algo funcionaba mal.
"No podía conseguir que sonriera", recuerda Annabel. " Intenté achacarlo a
su prematuro nacimiento pensando que se recuperaría, pero temía que fuera retra­
sada. Me sorprendió lo poco que le importaba que la cogieses, la mecieses o la
arrullases. Actuaba con desapego, como si viviera en su propio mundo, tan absor­
ta como un pez de colores. Puede parecer una estupidez, pero me sentía repudia­
da por ella. Me sentía rechazada por mi propio bebé."
En principio, aquel día no sucedió nada fuera de lo normal. Bill Stehli leía la
sección de finanzas del New York Times. Y Annabel cogió el Times Magazine y se
detuvo en una columna titulada Padres e hijos. Cada semana, un experto distinto
escogía un tema. "Nuestros estudios se concentran en los niños autistas -leyó
Annabel-, pequeños que se cierran en banda, que no establecen ninguna relación
con los demás y que tienen el potencial necesario para desarrollar una inteligencia
buena e incluso superior."
Annabel Stehli nunca había oído hablar del autismo ,ni del autor del artícu­
lo, un psicólogo llamado Bruno Bettelheim. Pero éste escribía como si lo supiera
todo sobre ella. "Nuestro trabajo demuestra lo importante que es que desde su
nacimiento el niño reciba respuestas del entorno que alienten su espontánea acti­
vidad hacia el mundo", afirmaba Bettelheim. "No debe ser ignorado ni domina­
do." El asunto era peliagudo. "Las cosas pueden ir terriblemente mal si el mundo
se experimenta demasiado pronto como algo básicamente frustrante."
Demasiado impresionada para compartir el artículo con su esposo, Annabel
guardó la revista. Tenía la sensación, diría más tarde, "de haber sido acusada de
un crimen que desconocía haber cometido".
Dos semanas después, Annabel encontró en el Times una reseña del último
libro de Bettelheim, un informe sobre el autismo titulado The Empty Fortress.
"Entre el grupo de psiquiatras y psicólogos que se han dedicado a resolver el rom­
pecabezas del comportamiento autista -leyó-, destaca Bruno Bettelheim. Ninguna
reseña tan breve como ésta podría hacer justicia a su sabiduría o a su compasión."
Cuando llegó el verano, Annabel reunió el valor necesario para coger The
Empty Fortress de la biblioteca. Había llegado el momento de aprender algo acer­
ca del aurismo. Tres décadas más tarde, sentada en un elegante cuarto de estar en
un barrio residencial de Connecticut, recuerda la escena con precisión. "Puedo

208
U n misterio anu nciado

decirte todo lo que sucedió aquel día", afirma con serenidad. " Vivíamos en un
dúplex en Brooklyn Heights, las paredes de la sala de estar eran de un amarillo
pálido con molduras blancas de madera, era un día alegre y el sol brillaba a tra­
vés de las ventanas, y ese diabólico libro estaba allí, sobre la mesa del comedor,
emitiendo su radiación. Si hubiese sido un contador Geiger, hu biera hecho un
montón de ruido."
Aproximándose tímidamente al libro, lo ojeó, abriéndolo al azar. El autismo
es "una defensa frente a una ansiedad insoportable", leyó. "La fuente de esta
ansiedad no es un trastorno orgánico, sino la valoración que hace el niño de las
condiciones en que vive, condiciones que considera muy destructivas."
"Para mí, fue algo demoledor", recuerda hoy Stehli. "Allí había alguien que
estaba acabando con mis dotes como madre, y sentí que la mayoría de la gente
estaría de acuerdo con él. No pude leer gran parte del libro. Era demasiado dolo­
roso. Pero me hice una idea. Probablemente me sentía como una judía en la
Alemania de 1936 leyendo una descripción de Hitler sobre los judíos."
Un judío en Alemania podía consolarse, por lo menos, con la insignificante
certeza de que los crímenes que se le imputaban eran falsos. Stehli no tenía esa
seguridad. ¿Podían ser ciertos los cargos de Bettelheim? "Pensé que quizás tuviese
razón. Estaba convencida de que me había aprovechado del buen carácter de
Georgie y de su capacidad para entretenerse sola, y de que siempre la había deja­
do demasiado a su aire." Horrorizada y aturdida, Stehli intentó reflexionar. " ¿ Era
posible que tuviese un poder tan grande como para provocar un estado tan horri­
ble como el autismo? ¿Qué era yo? ¿Una especie de bruja maternal ? "
El comportamiento de Georgie empeoró durante ese -verano y a l o largo del
otoño. En la guardería permanecía inmóvil, sin preocuparse por si el profesor la
cogía en brazos o la dejaba en el suelo. En casa se quedaba de pie en una esquina,
siempre la misma, con la mirada perdida, los brazos pegados al cuerpo, girando
sobre sí misma sin parar.
Mientras tanto, la vida se desmoronaba a su alrededor. A la hermana de cinco
años de Georgie le habían diagnosticado leucemia y un año de vida. Bill Stehli se
había enamorado de una amiga íntima de su esposa y había abandonado a su fami­
lia. Annabel Stehli pidió cita en la consulta de un psiquiatra de Nueva York, llama­
do Derek Small, para descubrir de una vez por todas cuál era el problema de Georgie.
La respuesta no tardó en llegar. "No tengo ninguna duda de que su hija sufre
un trastorno", le dijo Small. "Es autista y también retrasada." Annabel protestó
incrédula; Small pasó por alto la interrupción. "Está evidentemente retrasada en
sus funciones y gran parte de ello se debe al hecho de que usted -y miró directa­
mente a Annabel- ha eludido el contacto con ella."

209
La locura en el diván

"Las palabras eludido el contacto -recordaría más adelante Stehli- me sacu­


dieron como balas, pero intenté luchar. En realidad, hubiera preferido las balas."

- ;

210
CAPÍTULO ONCE

La conexión Buchenwald

Mis reacciones a los acontecimientos... se vieron muy influencia­


das por la experiencia de haber estado a merced de otros que
creían saber cómo debía vivir o, mejor dicho, que no debía vivir.

- BRU:-.10 BETTELHEIM

Bruno Bettelheim abandonó Europa en 1939 y se dirigió a Estados Unidos, donde


pronto ingresó en la Universidad de Chicago. Dio cursos de psicología y educa­
ción, pero lo más importante es que dirigió una escuela experimental de la uni­
versidad para niños emocionalmente trastornados.
Se la denominó Escuela Ortogénica (el nómbre, anterior a Bettelheim, refle­
ja la importancia del desarrollo del niño y proviene de las palabras griegas orthos,
que significa recto, y genos, que significa origen). A principios de la década de los
años cincuenta, la escuela acogió a su primer niño autista. El número de niños
autistas crecería a lo largo de los años, pero siempre serían una minoría. The
Empty Fortress, publicado en 1967, fue el tercer libro de Bettelheim sobre la
escuela y su trabajo. Se trataba de una obra decisiva, el libro que lo catapultó a la
fama como la autoridad más conocida sobre el autismo.
Bettelheim fue un narrador sugerente -algo que lo diferenciaba de la mayo­
ría de sus colegas- que llevaba proclamando sus opiniones sobre el autismo desde
hacía años. En 1959, por ejemplo, escribió un notable artículo para el American
Journal of Sociology sobre los "niños ferales" . Estos supuestos "niños salvajes"
eran criaturas solitarias de los bosques. Según la leyenda y el folclore, se habían
criado a sí mismos, como el niño salvaje de Aveyron, o habían sido criados por
lobos, como Rómulo y Remo. Las raíces de estos cuentos eran muy antiguas, pero
el tópico resurgió en la década de los cuarenta, cuando se dijo que habían encon­
trado a dos "niñas lobo" mudas, asustadas y violentas en India.
A Bettelheim le sacaban de quicio estos relatos. No había criaturas "medio
salvajes", insistía, sino niños autistas cuyos padres los habían abandonado a su

211
la locura en el diván

suerte. Su extraño comportamiento, semejante al de los animales, era "el resulta­


do de la falta de humanidad de algunas personas, por regla general de los padres.
y no el resultado, como se había imaginado, de la humanidad de algunos anima­
les, como los lobos". En realidad, no es que los lobos actuaran como padres, sino
que los padres habían actuado como lobos.
Bettelheim publicó un segundo artículo sobre el autismo también en 1959, éste en
la revista Scientific American, que difundió sus teorías entre una audiencia más amplia e
influyente. Se trataba de un informe que recibió muy buena acogida y que narraba la his­
toria de un niño de nueve años llamado Joey, un "niño mecánico" que se creía una máqui­
na dirigida por otras máquinas. Antes de comer, por ejemplo, Joey enchufaba un cable
imaginario a un enchufe imaginario para que la corriente diera energía a su digestión.
Los otros artículos del mismo número de la revista trataban sobre temas
como los campos de radiación y las ondas de los seísmos. Y la historia de
Bettelheim sobre "un niño al que se le había robado la humanidad", redactada
con su acostumbrada destreza, destacaba como un cuento de hadas en un libro de
, química. Un cuento de hadas con moraleja. "Nunca he visto a un niño realmente
aceptado y querido por sus padres que haya desarrollado una esquizofrenia infan­
til [como en ocasiones se denominaba al autismo]", afirmó Bettelheim.
El autismo absorbió toda la atención de Bettelheim incluso antes de que supiera
qué era lo que observaba. Entre 1932 y 1938, mucho antes de que Kanner publicara su
revelador artículo, Bettelheirn y su esposa se encargaron del cuidado de una niña autis­
ta, al parecer un "caso desesperado". Pero fue únicamente en Chicago, a mediados de
los años cincuenta, cuando Bettelheim descubrió el verdadero significado del autismo.
Lo que le hizo abrir los ojos fue la llegada de una niña de diez años, llama­
da Anna, a la escuela experimental. Esta niña se comportaba de forma salvaje e
incontrolable. Los vecinos tenían que llamar a la policía para impedir que hiciera
daño a sus hijos. Ni siquiera las instituciones podían con ella. En un hospital psi­
quiátrico donde l a ingresaron se pasaba el tiempo acurrucada en una esquina de
una habitación de máxima seguridad, desnuda, porque hacía jirones su ropa, gri­
tando y golpeando las paredes.
Había nacido en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, en la peor de
las circunstancias. Sus padres eran judíos e intentaron ocultarse de los nazis en un
pequeño sótano de tierra en la casa de un amable granjero. En este sótano, Anna
fue concebida por unos padres que se llevaban mal y que prácticamente no podí­
an soportarse. En distintas ocasiones, los alemanes registraron la granja, y una vez
dispararon contra la vivienda, pero nunca llegaron a encontrar a la familia que se
ocultaba bajo la trampilla. Anna y sus padres sobrevivieron a la guerra, y el doc­
tor de un campo de refugiados le diagnosticó autismo a la pequeña.

212
La conexión Buchenwald

Aunque Anna no vivió nunca en un campo de concentración, su historia hizo


que Bettelheim recordara vívidamente sus propias desgracias en tiempos de gue­
rra. Finalmente descubrió que existía un vínculo entre las dos experiencias más
importantes de su vida: el año en Dachau y Buchenwald, y su trabajo con los niños
emocionalmente trastornados. "Fui incapaz de afrontar plenamente estas dos
experiencias por separado", escribió. "Con el tiempo, a medida que descubría su
relación, pude entenderlas mejor. "
La conexión que descubrió transformaría la concepción del autismo que tenían
los psiquiatras. Leo Kanner describió peyorativamente a los padres como Annabel y
·
Bill Stehli calificándolos de madres nevera y padres indiferentes. Bruno Bettelheim
estaba a punto de conseguir que estas descripciones pareciesen simples caricias.
"Los niños que desarrollan esquizofrenia infantil -declaró Bettelheim�
parecen sentir por su vida y por sí mismos lo mismo que siente el prisionero de un
campo de concentración: que no le queda esperanza, y que está totalmente a mer­
ced de unas fuerzas destructivas irracionales que lo utilizan para sus propósitos sin
tener en cuenta los suyos."
De repente, los misteriosos síntomas del niño autista dejaron de ser tan mis­
teriosos. ¿No estaba el solitario y apartado niño en la misma situación que el pri­
sionero cuya única esperanza de salvación era desaparecer en el trasfondo, eludir
el contacto visual y sumergirse en un mun'clo privado de fantasía? La mejor estra­
tegia de un prisionero era pasar desapercibido, y ¿qué era el autismo sino esa
misma estrategia llevada al límite?
En cierto modo, proseguía Bettelheim, los prisioneros a disposición de los
guardianes de las SS estaban mejor que el niño autista en casa de sus padres, pues­
to que los prisioneros por lo menos habían conocido otro tipo de vida. "La dife­
rencia entre la desdicha de los prisioneros en un campo de concentración y las con­
diciones que conducen a estos niños al autismo y a la esquizofrenia es, evidente­
mente, que el niño nunca ha tenido la oportunidad de desarrollar buena parte de
su personalidad."
Aquel evidentemente era definitorio y devastador. ¿Quién podía discutir con
una persona que hablaba con tal autoridad? ¿Quién podía mostrar unas creden­
ciales que igualaran a Dachau y Buchenwald y a más dos décadas de experiencia
diaria con niños gravemente trastornados?
The Empty Fortress fue recibido con entusiasmo. Los críticos elogiaron a
Bettelheim por su perspicacia y lo aplaudieron por su devoción, dedicando tantos
años de su vida a estos difíciles y desagradecidos pacientes. El psiquiatra Robert
Coles, muy apreciado por su sentido cívico, supo reflejar el ambiente imperante en
un ensayo sobre Bettelheim titulado Un héroe de nuestro tiempo. Bettelheim ha

213
La locura en el d i v á n

"aceptado los mayores desafíos que podamos imaginar -escribió Coles-, y lo ha


hecho con un orgullo obstinado". Aun así, Coles reconocía que aquellos esfuerzos
tal vez fueran vanos porque "los padres de los niños podían representar un deses­
peranzador obstáculo, o [porque] el niño podía ingresar demasiado tarde [en la
Escuela Orrogénica], demasiado mayor para que nadie o nada pudiera deshacer lo
que años de extremo e imperdonable autoencierro habían creado" .
E l libro supo transmitir la versión que tenía Bettelheim del autismo a los lec­
tores ilustrados de todo el mundo. Se trataba de la gran obra de Bettelheim, el resu­
men de tantos años dedicados a la observación y a la reflexión. Siempre franco,
hasta el extremo de la brutalidad, se aseguró de que nadie confundiera su mensaje.
"A lo largo de este libro -declaró-, he expresado mi creencia de que el factor que
desencadena el autismo infantil es el deseo de los padres de que el niño no exista."

Es importante señalar que desde mediados de los años cuarenta hasta por lo
menos mediados de los años sesenta, el mensaje en contra de los padres fue pro­
clamado por doquier. Bettelheim fue una voz estridente, pero solamente una voz
en un amplio coro. Los psiquiatras eran los protagonistas de las revistas especia­
lizadas donde se desarrollaban debates sobre la naturaleza de los errores paternos:
¿eran las madres de los niños autistas demasiado distantes, por ejemplo, o dema­
siado absorbentes?. Pero la premisa subyacente, que los-padres eran los culpables,
era la base de los conocimientos establecidos.
Dos razones explicaban esta avalancha de ataques contra los padres, una
sencilla y otra más complicada. La razón sencilla no tenía nada que ver con las
complejidades de la psiquiatría o de la teoría psicoanalítica. Por el contrario, era
fruto de un rasgo del autismo que sorprendería incluso al observador más casual:
los niños parecían inteligentes y despiertos; en resumen, normales. "Eran niños
adorables -afirma Anne Donnellan, psicóloga de la Universidad de Wisconsin y
editora de Classic Readings in Autism-; así pues, existía un problema. La gente
es capaz de creer cualquier cosa sobre alguien que tiene un aspecto extraño. Pero
si alguien parece normal, exigen una explicación. En el período de posguerra, eso
significaba alguien a quien culpar, y la culpa, por regla general, recaía en Mamá."
Sencillamente, algo les había pasado a esos maravillosos niños. Además,
había sucedido cuando eran muy pequeños, puesto que el autismo suele diagnos­
ticarse a los dos años de edad. Y, por lo tanto, los padres eran los sospechosos más
evidentes, incluso más que en el caso de la esquizofrenia, que suele aparecer entre
los quince y los veinte años. ¿Quién, si no los padres, habían acompañado a los
niños desde su nacimiento? ¿Quién, si no ellos, habían sido atrapados en la esce­
na del crimen?

214
La conexión Buchenwald

Cualquier jurado habría sospechado. Y este jurado estaba compuesto casi exclu­
sivamente por psiquiatras, cuya formación e inclinación les llevaba a buscar explica­
ciones psicológicas más que fisiológicas. No había duda de lo que encontrarían.
La composición del jurado no fue el resultado de una oscura conspiración.
" Recordemos -afirma Donnellan- que en aquella época apenas se pensaba que
la psicología y la neurología estuvieran vinculadas. Desde principios de siglo
hasta hace muy poco, los trastornos pertenecían a la psicología incorpórea o a l a
neurología sin alma, según la expresión d e Oliver Sacks." E incluso s i hubiera
existido una especialidad médica que ofreciera algún atisbo sobre el autismo, se
hubiera descartado. En estos primeros tiempos, el autismo pertenecía a la psi­
quiatría por una sencilla razón. El autismo era patrimonio de la psiquiatría por
la misma razón que Norteamérica perteneció, en su día, a los indios: porque lle­
garon pnmero.
Por lo tanto, los padres tenían pocas salidas. El buen aspecto de sus hijos
parecía confirmar que el autismo era un trastorno emocional más que un proble­
ma orgánico. Aunque hubo destacados disidentes que argumentaron que el autis­
mo era orgánico, como Lauretta Bender del Bellevue Hospital de Nueva York,
éstos formaban una absoluta minoría. La mayoría de los psiquiatras sabían per­
fectamente dónde buscar las raíces de los problemas emocionales de los niños.

Por si todo esto no fuera suficiente, la misma naturaleza parecía haber pro­
porcionado otra pista contundente que venía a demostrar que dentro de un niño
autista, en algún lugar de su interior, existía un niño intacto. Desde los estudios de
Kanner, todos los investigadores del autismo han señalado que muchos autistas
muestran sorprendentes, aunque a menudo extraordinariamente específicas, des­
trezas intelectuales. Un niño autista examinado en la Universidad de Yale, por
citar un ejemplo al azar, podía decir qué número de la lotería del estado había sali­
do premiado cada vez durante los últimos años. Puntuaba 60 en los tests de inte­
ligencia, pero era fácil imaginar que donde había humo, tal vez habría fuego.
Estos signos de vida inteligente llegaban de un modo impredecible e inson­
dable, como los boletines de noticias que interrumpen una programación estática.
Ruth Sullivan, la mujer cuyo hijo sirvió de modelo a Dustin Hoffman en Rain
Man, recuerda un viaje en tren cuando Joseph tenía cuatro años. Su habla se basa­
ba en frases rudimentarias de dos palabras: "Quiero zumo" o "Vamos coche";
pero la mayoría de las veces permanecía callado. Ese día tiró la manta con la que
se envolvía hasta la cabeza, sacó el pulgar de su boca y dijo (aparentemente sin
dirigirse a nadie): "Intersección peligrosa, veintiuna letras". Luego volvió a reple­
garse en su silencio.

215
La locura en el diván

Mientras cuenta historias como ésta, Ruth Sullivan se queda perpleja. Un 60


por ciento de los autistas tienen lo que se denomina islas de habilidad, talentos en
áreas cohcretas que sobrepasan con mucho sus habilidades generales. Estas des­
trezas suelen presentarse repetidamente en una serie de áreas: música, arte, cálcu­
lo, calendarios y orientación espacial. Como pequeño ejemplo de la intensidad de
estas capacidades especiales, y también de su precariedad, analicemos el caso de
una niña autista llamada Jessy Park. Cuando tenía tres años, y apenas podía
hablar o comprender lo que le decían, era capaz de hacer puzzles sin vacilar, y los
hacía con la misma facilidad tanto si las piezas del puzzle estaban boca abajo
como boca arriba.
Todavía más sorprendentes son los autistas sabios, cuyas habilidades en cier­
tas áreas suelen ir mucho más lejos que las de las personas ordinarias. Estos sabios
-tal vez un 10 por ciento de la población autista- poseen un extraordinario per­
fil intelectual en el que aparecen ocasionales rascacielos relucientes rodeados de
casas destruidas y escombros. Un autista puede ser capaz de calcular la raíz cua-
.. drada de 5 8 .0 8 1 mentalmente, por ejemplo, y no saber cuántos días tiene una
1

semana.
Un famoso par de autistas, gemelos idénticos, podían nombrar al instante el
día de la semana de cualquier fecha en un lapso de ochenta mil años. ¿ 17 de enero
de 1 94 1 ? Lo sabían de inmediato. ¿29 de abril del año 1 8 .'21 4 ? Sin problema. Los
gemelos, figuras delgaduchas de débil voz y gruesas gafas, a veces se entretenían
turnándose en la enumeración de grandes números primos, ¡ algunos de veintiocho
dígitos! (Los números primos son aquéllos que no pueden fraccionarse en un pro­
ducto de números más pequeños. Siete, once y cincuenta y nueve, por ejemplo, son
primos; seis y quince no lo son.)
Esto sería una proeza sorprendente para cualquiera, por muy matemática­
mente sofisticado que fuera. Nadie, y menos aún los gemelos, podía explicar cómo
llevaban a cabo su magia. No eran capaces de contar hasta treinta, y la abstrac­
ción más simple -¿qué cambio te han de dar si pagas con un dólar algo que vale
25 centavos?- los dejaba en la inopia. La multiplicación, que es absolutamente
básica para entender qué son los números primos, parecía estar fuera de su alcan­
ce. Al pedirle que multiplicara siete por cuatro, por ejemplo, uno de los gemelos
contestó: "Dos".
" ¿ Cuánto es siete por cuatro ? " , insistió un psiquiatra.
"Dos."

El psiquiatra David Viscott describió a una autista sabia en el campo de la


música llamada Harriet, la sexta de siete hermanos e hija de una profesora de

216
La conexión Buchenwald

música. A los siete meses, podía tararear con el tono adecuado las arias que los
estudiantes de canto de su madre habían estado practicando. Pero la música pare­
cía ser su única conexión humana. Cuando cumplió un año, solía pasar el tiempo
balanceándose en silencio en su cuna haciendo oscilar su cabeza. Sin hablar, sin
llorar, sin sonreír, su única comunicación consistía en soltar alaridos de dolor
cuando un estudiante se equivocaba de nota. A los siete años, cuando empezaba a
aprender a hablar, se hizo evidente que la memoria de Harriet era prodigiosa.
Como prueba, su padre le leyó las tres primeras páginas de la guía telefónica;
pasados los años, podía recordar cualquiera de los números de teléfono.
Harriet tenía un oído perfecto. Podía identificar cualquier tono al instante,
ya fuera musical o de otra clase, incluyendo las palabras. Podía identificar al ins­
tante las notas de cualquier acorde tocado al piano. Podía identificar las notas
golpeadas al azar por un puño en el teclado del piano, así como las notas golpea­
das a la vez por dos puños. Podía tocar cualquier pieza en cualquier clave y cam­
biar de clave sobre la marcha, sin perder el compás.
Las habilidades de Harriet no eran fruto de la imitación. Para asegurarse,
Viscott le pidió que tocara Cumpleaños feliz al estilo de Mozart, luego de
Beethoven, Schubert, Debussy, Prokofiev y Verdi. Fue fácil, tan fácil como tocar
con la mano derecha al estilo de un compositor y con la mano izquierda al estilo
'
de otro.
Sin embargo, Harriet era incapaz de entender las abstracciones no musicales
más básicas. Al preguntarle en qué se parecían un nickel y un dime •· , por ejem­
plo, no supo responder que ambas monedas son redondas y que están hechas de
metal; por no hablar de que ambas son una forma de dinero. Su respuesta, por
mucho que Viscott insistiese o la ayudase, era simplemente: "Un nickel es un nic­
kel y un dime es un dime. No se parecen en nada".

Los padres, que observaron de cerca esta mezcla de talemos y discapacida­


des, la consideraron extraña y desconcertante. Los psiquiatras se mostraron igual
de fascinados, pero no tan perplejos. Los casos de los autistas sabios, explicaban,
nos proporcionan tres lecciones relacionadas.
En primer lugar, estas islas de habilidad eran algo más que demostraciones
de talento intelectual. Eran llamadas de socorro que hacía un niño prisionero al
mundo exterior; llamadas parecidas a los débiles gemidos de una persona atrapa­
da en los escombros de un edificio derrumbado. Ésta era una prueba positiva de
que en el interior del niño autista herido había un niño inteligente y normal.

• Nickel y dime, nombres con que en Norteamérica se denomina a las fracciones del dolar. (N. de la T.)

217
La locura en el diván

En segundo lugar, estas historias de capacidad autista proporcionaban más


pruebas de que se trataba de niños victimizados por sus padres. El problema era
una madre tozuda en busca del niño perfecto. "Transmite excesiva presión al niño
en desarrollo para que lleve a cabo proezas evolutivas muy superiores a su edad y
a sus intereses", observó J. Louise Despert, un destacado psiquiatra y una autori­
dad en materia de autismo. Estas madres "superintelectuales" y "emocionalmen­
te distantes", explicó Despert en 1951, buscan la "satisfacción a partir de fuentes
intelectuales y no a través del contacto con la gente " . No es de extrañar que empu­
jaran a sus hijos a alcanzar unos logros tan estériles como la "adquisición de com­
plejos conocimientos musicales, números de matrículas, datos astronómicos, voca­
bulario amplio e inapropiado, deletreo perfecto, etc . " .
E l psiquiatra Leon Eisenberg, que estudió el autismo junto a Kanner y pos­
teriormente se convirtió en catedrático del Departamento de Psiquiatría de la
Universidad de Harvard, apoyó las conclusiones de Despert. En un artículo de
1957 sobre los padres de niños autistas -Eisenberg los consideraba tan poco
atractivos como sus esposas, "obsesivos, distantes y sin sentido del humor"-,
señaló que éstos también habían forzado a sus hijos por encima de sus capacida­
des. "El interés que demuestran por sus hijos se cifra en su capacidad de actuar
como autómatas", escribió Eisenberg. "De ahí la frecuencia, entre los niños autis­
tas, de casos de prodigiosas hazañas de recitación de mémoria."
Los psiquiatras extrajeron una nueva moraleja, la tercera, del estudio de los
autistas sabios. La razón de que los niños autistas tuvieran estas destrezas tan des­
parejas, prodigiosas en algunas áreas y desesperantes en otras, era que sus padres
nunca les habían dado la oportunidad de desarrollarse con normalidad. Por el con­
trario, como la destacada psicoanalista Beata Rank explicó, el niño ha acabado des­
arrollando "una personalidad aislada y fragmentada", normal en algunos aspectos
pero bloqueada, durante la infancia, en otros. "La delicada relación con una madre
emocionalmente trastornada es la fuente principal de esta condición", afirmó Rank.
Éste era el pensamiento psiquiátrico estándar sobre el origen de los autistas
sabios, pero hay que señalar que no era el único punto de vista. Por un lado, exis­
tían teorías todavía más dudosas que se centraban en la formación del niño en
cuestiones relacionadas con la higiene personal y cosas por el estilo. "Se ha suge­
rido -observó un escritor- que prestar una atención prolongada a la tarea de
memorizar (o incorporar) gran número de hechos puede representar el deseo
inconsciente de alguien de reparar o compensar la pérdida del j uego narcisista, a
resultas de la eliminación forzada de las heces en la infancia. "
Por otro lado, existían teorías más lógicas, basadas en l a observación más
que en la especulación. Algunas se mostraban comprensivas con los padres. El psi-

218
La conexión B u chenwald

coanalista Albert Caín, por ejemplo, afirmó en 1969 que aunque había visto niños
cuyos padres alentaban su talento, tal como describieron Despert y Eisenberg,
también "había visto niños cuyas capacidades no habían sido alentadas, sino todo
lo contrario; casos en que los padres no advertían mucho estas capacidades o no
se mostraban visiblemente orgullosos, e incluso un caso en que los padres desco­
nocían totalmente esta habilidad".
El patrón típico, apuntó Caín, era que los padres que intentaban ocuparse de
un niño autista se sentían exhaustos, asustados y desbordados. Entonces, para su
sorpresa, su hijo demostraba un limitado pero extraordinario talento, un pequeño
jardín en el desierto. Los padres reaccionaban con entusiasmo ante el descubri­
miento de que su hijo estaba dotado de un talento especial, no por la ambición de
crear a un niño prodigio, sino por el anhelo de establecer un oasis en sus caóticas
vidas. El descubrimiento de una zona de seguridad en la que el comportamiento
de su niño era inocuo, e incluso elogiable, proporcionaba "un refugio neutral,
relativamente seguro", donde ambas partes podían evitar "hundirse en las arenas
movedizas emocionales" .
Pero hasta e l día d e hoy, nadie h a conseguido formular una sola noción bási­
ca que explique satisfactoriamente las destrezas de los autistas sabios. Los exper­
tos, tanto biólogos como psicólogos, no han hecho más que lanzar grandes nubes
de tinta, como hacen los pulpos, para cadmflar su ignorancia. De momento, la
misteriosa frase de George, uno de los gemelos del calendario, seguirá siendo una
última y tentadora palabra. " Está en mi cabeza -afirma sencillamente-, y puedo
hacerlo. "
Así pues, los padres de los niños autistas eran un blanco perfecto. Sus hijos
parecían normales, y muchos de ellos desarrollaban prodigiosas, aunque limita­
das, capacidades. También existía otra dolorosa razón que llevó a los padres a sen­
tir el peso del dedo acusador. A menudo, sus hijos parecían estar perfectamente, e
incluso podían considerarse precoces, hasta que cumplían los ocho meses o el pri­
mer año. La experiencia de una mujer llamada Catherine Maurice fue típica.
Empezó a preocuparse por su hija cuando Anne-Marie tenía unos diez meses. En
unas conmovedoras memorias tituladas Let me hear your voice, Maurice descri­
bió la situación dos meses después, cuando se hizo evidente que las cosas estaban
empeorando con rapidez:

Dejó de mirar a las personas que entraban o salían del apartamento. Sentada en el
suelo, observaba una mota de polvo, luego la acercaba lentamente a sus ojos y se
quedaba mirándola fijamente, transfigurada. Tiraba de pequeíios hilos de las alfom­
bras o los tapetes, o del cabello de sus muñecas. Después los hacía girar entre sus

219
La locura en el diván

dedos durante una eternidad, totalmente fascinada. En otras ocasiones parecía que­
dar hipnotizada por una combinación de visiones y sonidos, golpeando rítmicamen­
te d9s objetos frente a su cara.
Sus actividades eran cada vez más extrañas y extravagantes. Yo la observaba, con una

sensación muy próxima al pánico, mientras seleccionaba las piezas de un rompeca­


bezas para cogerlas de dos en dos, siempre por los ángulos rectos, y quedarse mirán­
dolas fijamente. Oh, por favor, mi niiia. Por favor, no hagas eso. ¿Por qué haces eso?
En Navidad le regalamos un osito de peluche, con la esperanza de que lo arrullara y
lo abrazara como hubiera hecho un nii
io normal. En lugar de eso, creó un extraño
ritual que consistía en empujar al oso por los brazos de �ma determinada silla una y
otra vez.
Sus extravagancias fueron en aumento. Desde que empezó a andar, de vez en cuando
lo hacía de puntillas, pero ahora andaba siempre así. Un día añadió algo nuevo a su
repertorio: mientras estaba sentada en el suelo, observando distraída lo que había a
su alrededor, estiró el cuello, mantenie11do la misma postura, e hizo rechinar sus dien­
tes. Cuando presenciaba este extraiio comportamiento me costaba mucho contener el
llanto. La sensación de desesperación era abrumadora. En ocasiones, me escondía
para sollozar después de haber visto una nueva señal de alienación.
Una mañana, sin ninguna advertencia de frustración o ira, elevó sus dos manos y
tranquiiamente empezó a golpearse el rostro: una, dos, tres veces, hasta que corrí
hacia ella, temblando, y logré sujetar sus manos.

Para los padres, este distanciamiento implacable en el que se sumergían sus


hijos, como si estuvieran hundiéndose a cámara lenta entre las olas, era terrorífi­
co. Para los psiquiatras, era simplemente una prueba adicional que confirmaba
que el autismo era un trastorno emocional. Después de rodo, el niño había sido
normal -incluso los padres lo decían-; sólo después algo empezaba a funcionar
mal. ¿Qué otra explicación podía haber?

Los psiquiatras reunieron toda una serie de evidencias. La mayoría anecdó­


ticas, aunque algunas de estas anécdotas parecían exigir una interpretación psico­
lógica. Todos los observadores señalaban, por ejemplo, que los niños autistas
rechazaban las muñecas y los animales de j uguete porque preferían las piezas de
construcción o los coches. Aunque era difícil establecer el significado de esta pre­
ferencia, no había duda de que parecía demostrar el rechazo de la sociedad huma­
na en favor de un mundo poblado por objetos inanimados.
La explicación psicológica de otros rasgos del autismo era menos concluyen­
re. :\ menudo, por ejemplo, los autistas se muestran fascinados por los números,
los calendarios y las informaciones sobre el tiempo. En The Empty Fortress,

220
La conexión Buchenwald

Bettelheim explicaba la obsesión por el clima de una niña de la Escuela


Ortogénica. La clave era que la palabra tiempo o clima (en inglés weather) come­
nía el mensaje we-eat-her ( literalmente nos la comemos) . "Convencida de que su
madre (y posteriormente todos nosotros) quería devorarla -escribió Bettelheim-,
se sentía obligada a prestar la máxima atención a este we-eat-her."
En otro fragmento, Bettelheim interpretó una de las historias que había
explicado Kanner. Uno de los primeros pacientes de Kanner fue un chico llamado
Paul que solía exclamar Peten devorador cada vez que su madre utilizaba un cazo.
Según recordaba su madre, este comportamiento se inició cuando Paul tenía dos
años, el día que se le cayó un cazo mientras le cantaba la nana Peter, Peter el devo­
rador de calabazas.
Kanner recurrió a esta historia para demostrar que las frases a parentemente
aleatorias que empleaban los autistas podían tener un significado privado.
Bettelheim estaba convencido de que a Kanner se le había pasado por alto lo más
importante. "Peter se transformó en Peten, tal como suelen hacer los niños autis­
tas en sus intentos por ocultarse y mostrarse al mismo tiempo. Con este cambio
de nombre, Paul indicaba que no estaba refiriéndose al Peter de la canción infan­
til, sino que probablemente se refería a sí mismo. Como Peter empieza con la
misma letra que Paul y como los nombres Peter y Paul suelen citarse muchas veces
juntos, puede que los haya considerado una unidad."
Se trataba de un juego al que podía jugar todo el mundo. En Francia, por
ejemplo, un psiquiatra reveló a los padres de una niña autista que el nombre que
le habían puesto denunciaba la hostilidad que sentían hacia ella. La pareja le puso
a su hija el nombre de Sylvie, señaló el psiquiatra, que sonaba como s'il vit, que
significa si él vive. Lo peor de todo era que el nombre no respetaba la concordan­
cia -il significa él, no ella-, como si pretendieran recalcar el rechazo paterno.

Pero la culpabilidad de los padres fue algo más que un simple juego de pala­
bras. Jules Henry, un antropólogo apadrinado por Bettelheim, publicó en 1965 un
libro muy bien acogido, titulado Pathways to Madness, sobre cinco familias a las
que había estudiado en sus casas. En todas había algún niño que sufría un tras­
torno. Partiendo de su formación como observador neutral, Henry (o un ayudan­
te) invirtió alrededor de una semana en la observación de cada una de estas fami­
li<¡.s en lo que denominó su hábitat natural. Aunque los padres de los niños autis­
tas alimentaban y vestían a sus hijos, escribió Henry, descuidaban sus necesidades
más profundas. No estaban disponibles para sus hijos, ni había armonía entre
ellos. "Toda cultura debe esforzarse y conseguir que la disponibilidad de los adul­
tos sea la suficiente para que sus hijos crezcan y se mantengan sanos -afirmó

221
La locura en el diván

Henry-, y la existencia del autismo infantil en nuestra cultura prueba que la


lucha no se ha ganado totalmente. En la sociedad actual, aunque un padre pueda
volver loco a un niño mediante el aislamiento, no podrá ser acusado de crueldad
mientras el niño presente un buen aspecto físico, puesto que la crueldad del aisla­
miento, sin hambre, sin correas, sin sangre, constituye simplemente una crueldad
invisible que sólo afecta a la mente."
Una vez más, el debate no se centraba en si los padres eran la causa del tras­
torno de sus hijos -lo que se daba por hecho-, sino en cómo había podido ocu­
rrir. Las personas más autorizadas no creían que la maldad de los padres fuera
intencionada. Por el contrario, tal como observó la reconocida psicoanalista
Margaret Ribble: "El hecho de que los padres puedan estar emocionalmente tras­
tornados sin ser conscientes de ello y que sus síntomas patológicos se manifiesten
en el marco de la paternidad con efectos tan trágicos sobre sus hijos es sorpren­
dente y representa un desafío".
El problema, según Ribble, era que las madres se clasificaban en dos clases.
La madre positiva ama a su hijo "sin vacilación, sin sensación de deber. . . y sin sen­
sación de sacrificio". Y comunica a su hijo "que desea intensamente que forme
parte del grupo familiar".
Pero también existía la madre negativa. "La madre negativa no desea real­
mente a su hijo", proseguía Ribble. "Tiene una escasá capacidad para dedicarse a
él y este hecho se observa muy claramente en el modo como se encarga de su hijo.
L a maternidad es un deber y a menudo provoca una reacción negativa en e l niño,
que se muestra incómodo con su trato. Aunque haya leído muchos libros sobre el
cuidado de los niños o se esfuerce por llevar a cabo todo lo prescrito respecto a la
educación infantil, acaba haciéndolo de forma inapropiada y sin afecto. Es prác­
ticamente imposible que aprenda."
La lección, concluía Ribble, estaba muy clara. "Tengo la sensación de que las
madres de los niños que desarrollan un comportamiento autista constituyen un
caso extremo de este tipo de mujer negativa, y por desgracia el hijo es el primero
en detectar su hostilidad inconsciente."

Seria y cumplidora, pero mecánica; torpe e inconscientemente hostil. Éste era


el retrato del tipo de maternidad que, a lo largo de tres décadas, se habían dedi­
cado a construir los terapeutas. Pero aunque los contornos principales del cuadro
se trazaron pronto, los detalles siguieron evolucionando.
La influyente psicoanalista Beata Rank, por ejemplo, dio otra vuelta de tuer­
ca a la teoría de la madre negligente. (Se trataba de la bella y elegante ex esposa
de Orto Rank, en un tiempo uno de los discípulos más devotos de Freud, y a su

222
La conexión Buchenwald

vez una de las favoritas de este último. ) Rank estaba de acuerdo en que la fuente
principal de los problemas del niño autista era "la delicada relación con una
· madre emocionalmente trastornada". Las madres de los niños autistas, decía, eran
mujeres inadecuadas a las que les "falta el brillo que irradian espontáneamente las
madres tiernamente dedicadas". Hasta aquí, seguimos con la apreciación habitual.
Pero Rank daba un paso más a la hora de describir el trastorno emocional. Sus
opiniones, conviene destacarlo, eran las conclusiones principales de una pensado­
ra destacada.
Las madres de los niños autistas daban la sensación de ser completamente
normales, reconocía Rank, y muchas de ellas tenían un elevado intelecto y eran
muy competentes. Pero los predecesores de Rank se habían equivocado. Estas
madres no eran simplemente frías y mecánicas, como robots o zombis, sino algo
peor.
Eran parásitos tan carentes de vitalidad que, como vampiros, tenían que
robársela a alguien. "La necesidad de ser madres, la esperanza y las expectativas
de que mediante tal experiencia se convertirían en personas reales capaces de sen­
tir emociones reales -escribió Rank- es tan desesperada que por sí misma puede
crear ansiedad, ambivalencia y miedo al fracaso." La esperanza de la madre, acla­
raba Rank, era que "identificándose con el niño, su cuerpo y su sangre, podría
'
experimentar, de un modo vicario, los gozos d� la vida real y de las sensaciones
auténticas".
Para una mujer que carecía de sentimientos maternos, esta necesidad de ser
madre se convertía en un asunto delicado. La solución era un niño bueno, en el
sentido de no exigente. Rank no se dejó engañar. "Un niño pasivo constituye una
menor amenaza -afirmó-, puesto que no pide demasiado a su madre, que se
siente en peligro constante porque emocionalmente tiene poco o nada que ofrecer,
porque ella misma es un fraude."
Jules Henry, el antropólogo, presenció esta estrategia sobre la marcha. Según
sus observaciones, una de las familias tenía un hijo autista que vivía ensimismado
en un mundo inalcanzable. Henry afirmaba que los padres habían provocado
aquella situación. La pareja había deseado un niño tranquilo, y su hijo había per­
cibido el significado que se escondía tras ese deseo. Igual que le ocurrió al Rey
Midas, desearon algo sin pensarlo, y ahora tenían lo que querían. "El niño ha obe­
decido los deseos de sus padres", señaló Henry con pesimismo. "Ha crecido al
margen de la sociedad. El deseo de que el niño fuera tranquilo se ha convertido en
una ironía: el chico siempre será tranquilo."

Otra escuela de terapeutas, que mostró la misma vehemencia, llegó a una

223
La locura en el diván

conclusión semejante por el camino contrario. No se centraron en la hostilidad


maternal, sino en su opuesto, en algo así como una protección excesiva. Los psi­
quiatras M� urice Green y David Schecter, por ejemplo, descubrieron que las
madres de los niños autistas corrían "a darle el biberón al niño antes de que llo­
rara, le alcanzaban los juguetes antes de que los cogiera y se adelantaban a sus
palabras, provocando, si no forzando, que el niño se sintiera cada vez más desva­
lido y suplicante " .
L a motivación d e las madres era sencilla, aunque n o muy admirable. Se tra­
taba de "mujeres solitarias y asustadas -la muestra de Green y Schecter reunía a
un total de tres mujeres-que se consolaban con el comportamiento infantil y afec­
tuoso de sus hijos". No querían que sus hijos crecieran, y hacían lo posible por
impedirlo.
Ésta era, según Green y Schecter, la explicación del mutismo tan frecuente en
el autismo. Las madres de los niños autistas eran tan rápidas a la hora de anticiparse
a sus deseos que los niños nunca sentían la necesidad de hablar. "No tenían la nece­
sidad, ni la oportunidad, de desarrollar símbolos públicos o convencionales."
Artículo tras artículo, Jos psiquiatras describieron los problemas de este
exceso de atención. Cuidar demasiado al niño era tan peligroso como cuidarlo
demasiado poco. "Al anticiparse excesivamente a sus necesidades -se afirmaba
en un historial clínico-, los padres niegan [a su hijo] el de�echo a pedir. Como
consecuencia de esta atención desmesurada, el ciclo normal de frustración-gratifi­
cación-descanso se veía gravemente trastornado." No sorprendió a nadie que el
pequeño Billy no tardara en manifestar todos los síntomas del autismo. A la edad
de siete años lo ingresaron.

Los psiquiatras atraparon a los padres de los niños autistas en un callejón sin
salida. O su hostilidad y falta de atención hacía enloquecer a sus hijos, o un exce­
so de amor los condenaba a ser permanentemente niños. O las dos cosas.
Todavía existía una tercera explicación psicológica del autismo; una que
combinaba ambos puntos de vista. Existía la teoría de la hostilidad y la teoría de
la asfixia, y ahora surgía lo que podríamos denominar la teoría de lo imprevisible.
Los padres que eran sistemáticamente negligentes o superprotectores, argumenta­
ba esta teoría, por lo menos eran predecibles. Tal vez los niños aprendieran a
enfrentarse a ellos. El peligro real se producía cuando los padres se mostraban dis­
tantes un día y afectuosos al siguiente, primero rechazándolos y luego asfixiándo­
los. En este caso, el niño acabaría cediendo a la presión, igual que una carretera
sometida a ciclos periódicos de heladas y canículas. Confundido y desesperado,
finalmente se refugiarían en un retiro silencioso.

224
El rasgo común de todas estas teorías consistía en creer que, tras su muraLa
de cristal, los niños autistas eran normales y estaban intactos. El corolano era que
el extraño comportamiento del niño era deliberado, y el terapeuta debía descubnr
por qué había decidido dejar de hablar o eludir las miradas. Los niños autistas .
declaró Bruno Bettelheim, eran "aquéllos que, sopesando la cuestión de ser o no
ser, habían escogido no ser".
Existía, por ejemplo, un mensaje simbólico en el incansable acto de girar y
mecerse que caracterizaba a los niños autistas. "El niño anhela afecto", explicó
Bettelheim. "Desea formar parte de un círculo compuesto por él y por sus padres,
un círculo donde preferiblemente él sea el centro alrededor del cual giren sus vidas.
Esto es lo que el niño autista afirma cuando gira sobre sí mismo y se mece sin
cesar."
Los terapeutas estaban convencidos de que el extraño uso que hacían los
autistas de los pronombres proporcionaba otra pista básica. Hasta aproximada­
mente los seis años, señaló Kanner en su primer artículo, los niños autistas casi
nunca se referían a ellos mismos como yo. En su lugar, lo hacían como tú. Cuando
el primer paciente autista de Kanner, Donald, que tenía cinco años, tropezó sin lle­
gar a caerse, afirmó: " Tú no te has caído".
Kanner describió este peculiar comportamiento, pero no lo interpretó. Sus
sucesores no fueron tan cautos. Aseguraban que su significado estaba escrito en el
cielo. ¿Podía existir una evidencia mayor del ego maltratado que la negativa del
niño a llamarse a sí mismo yo? (En 1 967, la revista Newsweek publicó un artícu­
lo sobre el autismo titulado Un mundo sin 'yo'.) Bettelheim ni siquiera se preocu­
pó por explicar detalladamente aquella interpretación. "Es evidente que la falta de
uso de los pronombres personales, o lo que Kanner denomina inversión de pro­
nombres, no tiene nada que ver con alguna carencia innata -escribió-, sino con
la manera como el niño experimenta el mundo y se experimenta a él en su seno."
Para los padres de los niños autistas no estaba tan claro. El mal uso del tú y
del yo, argüían, era el reflejo de un intelecto débil y no de un pobre sentido de sí
mismos. "Elly sabía quién era", declaró Clara Park, madre de una niña autista y
autora de un magnífico libro de memorias titulado The Siege. "Ella era tú. El uso
era exacto, denotativo, correcto. Toda la familia lo entendía. Simplemente le daba
la vuelta al sentido convencional."
La explicación de Park, en contraste con la de los psicoanalistas, era total­
mente lógica y obedecía al sentido común. "Elly piensa que debe referirse a sí
misma como tú porque todo el mundo lo hace así. Nadie se dirige a ella como yo.
La gente se llama a sí misma yo, y más adelante, fruto de la educación, Elly empe­
zó a referirse a sí misma como yo."

225
CAPÍTULO DOCE

Los científicos

Al decir esto, no estamos culpando a esos desgraciados padres.

- N I KOLAAS TINBERCEN. discurso de aceptación del Premio Nobel

Los expertos en autismo no prestaron mucha atención a explicaciones como


las de Clara Park. Después de todo, las madres de los niños autistas no se consi­
deraban autoridades sino factores desencadenantes. Dirigirse a una de estas
madres en busca de respuestas no era lo mismo que pedirle a un padre que pega­
ba a su hijo consejos sobre disciplina, pero tampoco era muy distinto.
En cualquier caso, no hacía falta dirigirse a los padres en busca de consejo, pues algu­
nas de las figuras más importantes del mundo científlco ya se habían pronunciado sobre el
autismo. La respuesta científica se inició en Europa, a raíz de la Segunda Guerra Mundia�
y cruzó el Atlántico, a través de Inglaterra, hasta llegar al corazón de Norteamérica.
En 1948, a consecuencia de la guerra, Europa todavía luchaba por reponer­
se. Los niños sufrían en especial. "Miles de niños, andrajosos y descalzos, siguen
viviendo en los bunkers de guerra, en las casas derruidas y en los sótanos de los
edificios bombardeados" , informaba el New York Times. " Cientos de miles son
huérfanos que viven en instituciones provisionales . . . miles están a la espera, en
centros especiales de miembros artificiales, que no llegan, de sustituir brazos,
manos y piernas." El Times ilustraba esta historia con la fotografía de un niño de
once años llamado ltalo Renzetti, "con amputación doble y completamente ciego,
que leía en Braille con la lengu a " .
Los mendigos y l a s niñas prostitutas llenaban las calles d e las ciudades más
importantes, así como las de las aldeas más aisladas. El hambre y la tuberculosis
reinaban en todas partes. Pero no todos los problemas eran físicos. A raíz de esta
triste situación, la Organización Mundial de la Salud empezó a estudiar el estado
mental de estas víctimas infantiles de la guerra. El proyecto fue capitaneado por
un psicoanalista británico poco convencional llamado John Bowlby, que publicó
un informe sobre su trabajo en 1 9 5 1 .

227
La locura en el diván

Años más tarde, mucho después de que Europa hubiera retornado a la prospe­
ridad, los descubrimientos de Bowlby sacudirían el mundo de la psicología. En los
reducídos confines del autismo, en particular, estos descubrimientos tuvieron un
impacto espectacular, puesto que Bowlby parecía haber proporcionado una base cien­
tífica a la teoría que afirmaba que el abandono de los padres era la causa del autismo.
Bowlby buscaba algo importante. Sabía -todo el mundo lo sabe- que la
clave de la salud mental del niño es una relación íntima y afectuosa con su madre.
El objetivo central del libro que elaboró para la Organización Mundial de la Salud
era documentar qué sucedía cuando las circunstancias se alejaban de este ideal.
¿Cuáles eran las consecuencias, quería saber Bowlby, de la privación materna ?
Se trataba de un tema clásico, y no sólo atañía al caos de la posguerra. Los
vínculos maternos fueron objeto de un gran interés intelectual desde 1945, cuan­
do el psicoanalista René Spitz publicó un impactante -y desgarrador- estudio
que comparaba a dos grupos de niños que se habían criado en dos instituciones
diferentes. Los primeros vivían en un orfanato que atendía sus necesidades físicas
pero que no se preocupaba de su bienestar emocional. Los segundos vivían en una
guardería anexa a una prisión para delincuentes femeninas; las madres que cum­
plían condena estaban prácticamente a cargo de sus bebés. Este segundo grupo, el
de los niños que recibían cuidados, iba mucho mejor.
Vivir sin crianza, descubrió Spitz, equivalía a no vivir. Los niños abandonados
a sí mismos crecían débiles y deprimidos, y les costaba mucho reunir la fuerza nece­
saria para andar o hablar. Uno de cada tres moría antes de cumplir los dos años.
La importancia de los vínculos entre padres e hijos siempre se había tenido
en cuenta. En 1 8 90 se crearon los hogares de acogida debido precisamente a los
problemas con que tropezaban los niños criados en instituciones. Pero en la época
de Spitz la tendencia se había invertido. Los niños hospitalizados, por ejemplo,
recibían muy pocas visitas de sus padres por temor a que los perjudicaran.
En ocasiones se recurría a la autoridad científica para demostrar que la idea
tan lógica de que los niños necesitan unos padres cariñosos era un sentimentalis­
mo vacuo. En 1 936, por ejemplo, un investigador de la Universidad de Virginia
llamado Wayne Dennis informó sobre un experimento sorprendente a la American
Psychological Association. Durante trece meses, explicó Dennis, él y su esposa se
encargaron de dos gemelos que adoptaron en su hogar.
Nadie, excepto Dennis y su mujer, se acercaba a los gemelos, que permanecí­
an en dos cunas separadas por una pantalla opaca. Los niños no tenían juguetes, ni
dibujos, ni trataban con otros seres humanos. "No les sonreíamos, no hablábamos
con ellos, no jugábamos ni les hacíamos cosquillas, excepto cuando estos actos se
incorporaban ocasionalmente a la rutina de los experimentos", describió Dennis.

228
Los e =-� :- .: :-s

A partir de los siete meses, Dennis suavizó la rutina ligeramente. ··El día 1 9 2
.
empezamos a hablar con los sujetos y de vez en cuando a jugar con ellos . . . , , seña­
ló. "Los sonajeros, los únicos juguetes que les proporcionamos, se introdujeron el
día 3 4 1 . "
Según Dennis, los resultados ponían e n duda las nociones difusas sobre l a
educación infantil. "Muchos d e los actos d e los adultos que algunas personas con­
sideran muy importantes pueden pasarse por alto", declaró. "El cariño no es nece­
sario -prosiguió tal como lo hubiera hecho el personaje del señor Gradgrind en
el libro Hard Times de Dickens- para que el niño pueda crecer a su aire durante
el primer año de vida."
Spitz y sus seguidores acabaron con toda aquella complacencia. A conse­
cuencia de ello, e incluso antes de empezar, Bowlby ya tenía una clara noción de
los resultados que probablemente obtendría. En cualquier caso, los primeros tra­
bajos de Bowlby ya le habían convencido del papel tan importante que desempe­
ñaban las madres. Su primer y aplaudido trabajo, publicado en 1944, fue un estu­
dio titulado Forty-Four ]uvenile Thieves. El título parecía prometer un relato de
proezas, pero en realidad fue mucho más prosaico. Bowlby comparó dos grupos
de niños emocionalmente trastornados, un grupo de niños que habían sido sor­
prendidos robando y otro que no. La causa de que estos dos grupos tomaran dis­
tintos caminos, afirmó Bowlby, era que diecisiete de los cuarenta y cuatro delin­
cuentes habían sufrido largas separaciones de sus madres durante su infancia; sólo
dos de los cuarenta y cuatro niños del grupo de control habían experimentado
separaciones semejantes.
El libro que Bowlby elaboró durante la posguerra, publicado en 1 9 5 1 con
gran aceptación con el título de Maternal Care and Mental Health, le sirvió para
desarrollar su punto de vista inicial. Bowlby describió con detalle unos quince
años de estudio sobre los niños y los padres. Estos estudios provenían de todo el
mundo y reflejaban distintos enfoques, pero prácticamente todos señalaban en la
misma dirección. Ésta fue la conclusión de Bowlby: "El amor maternal en los pri­
meros años de vida y durante la infancia es tan importante para la salud mental
como lo son las vitaminas y las proteínas para la salud física " .
L a conclusión d e Bowlby parecía insustancial y trivial. ¿Quién i b a a censu­
rar el amor maternal? Pero en la práctica, aclaró Bowlby, su receta era radical.
En un capítulo absurdamente titulado El propósito de la familia, Bowlby
explicó con detalle su desafío a los padres. " Ya se ha puesto mucho énfasis en la
necesidad de la continuidad para el desarrollo de la personalidad del niño", seña­
ló. Lo más importante no era que un niño necesitara cuidados, sino que necesita­
ra cuidados continuos. Bowlby se aseguró de que no lo interpretaran mal y reco-

229
La locura en el diván

noció que no todas las madres lo lograban. "La provisión de atención constante
día y noche, siete días a la semana y 365 días al año, sólo es posible para una
mujer que obtiene una profunda satisfacción al presenciar el desarrollo de su hijo
desde su época de bebé, pasando por todas las fases de la infancia, hasta conver­
tirse en un hombre o una mujer independiente, y que sabe que son sus cuidados
los que lo han hecho posible."
De cara a los padres, no podía haber puesto el listón más alto. En un análi­
sis sobre el fracaso familiar, por ejemplo, Bowlby confeccionó una lista de facto­
res que podían privar a un niño del apoyo paternal adecuado. La lista se iniciaba
con catástrofes tales como "calamidad social: guerra, hambruna" y "muerte de un
progenitor", para seguir con "encarcelamiento de un padre" y otros aspectos
como "separación o divorcio" y "empleo a jornada completa de la madre". Por si
a alguien se le hubiera pasado por alto este punto, Bowlby lo repetía: " Cualquier
familia que sufra una o alguna de estas condiciones debe considerarse una fuente
potencial de niños que padecen alguna carencia".
Para los psiquiatras que seguían a Bowlby, la aplicación de esta teoría a l
autismo fue obvia. ¿No habían estado diciendo que había algo frío y distante en
las madres de los niños autistas? Y ahí estaba la prueba, en todos esos estudios,
clasificaciones y estadísticas, porcentajes y grupos de control, y en el imprimátur
de la Organización Mundial de la Salud, que demostraba que los hijos de madres
inadecuadas eran auténticos desastres emocionales.
Este despliegue de erudición, y su propia reputación, dieron gran peso a
los descubrimientos de Bowlby. Pero sus argumentos también fueron bien aco­
gidos por otras razones. Bowlby había hecho algo más que recopilar hechos y
números como una ardilla que recoge nueces. Sus datos sobre la importancia
crucial de los vínculos entre madres e hijos encajaban perfectamente en un
nuevo marco teórico que Bowlby y sus seguidores habían descubierto reciente­
mente.
Este nuevo campo se denominaba etología. Bowlby era un adicto, diría pos­
teriormente, a la obra de Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen, y a la de los demás
pioneros. (Volveremos a hablar sobre Tinbergen más adelante . ) Estos estudiosos
del comportamiento animal pasaron muchos años en el campo describiendo y ana­
lizando las interacciones animales. Lorenz, en particular, se hizo famoso por el
descubrimiento de la impronta animal: los patos y los gansos recién nacidos
seguían automáticamente al primer objeto en movimiento que veían. En la natu­
raleza, este objeto casi siempre era su madre. Pero tal como demostró Lorenz, los
patos o los gansos podían ser igual de felices desfilando tras un perro o tras un
biólogo austríaco con perilla.

230
Los cíent c·cos

La importancia de este descubrimiento en el estudio de los humanos, según


Bowlby, residía en que la naturaleza también los había preparado para responder
a ciertas señales del entorno. Las señales adecuadas en el momento preciso impul­
saban un desarrollo normal. Las señales equivocadas, o las señales adecuadas reci­
bidas demasiado pronto, demasiado tarde o no recibidas, podían conducir al
desastre.
Décadas más tarde, el psicoanálisis seguía mostrándose de acuerdo con
Bowlby a la hora de defender esta teoría. Los etólogos eran investigadores con
botas llenas de barro que se pasaban el día trabajando en los corrales y merode­
ando por los pantanos -¿podía alguien tener menos cosas en común con el
maniático Sigmund Freud, atrapado en su oficina vienesa?-, y fueron precisa­
mente estos científicos de campo los que proporcionaron las bases más importan­
tes a la teoría principal de Freud. Por fin se presentaba una prueba que demostra­
ba por qué las experiencias infantiles ejercían tanta influencia a lo largo de la vida.
"Konrad Lorenz se percató de que si caminabas frente a un polluelo en cier­
to momento de su vida, éste te seguía; y de que si lo hacías en otro momento, no
lo haría ", explicó un psicoanalista neoyorquino en 1 980 resumiendo lo que se
había convertido en un conocimiento psiquiátrico convencional. " Existe un perí­
odo particular de formación. Y desde el campo del psicoanálisis hemos descubier­
to que en el desarrollo humano también existe un período especialmente formati­
vo . . . El período edípico -aproximadamente desde los tres años y medio hasta los
seis años- es muy parecido a la experiencia de Lorenz con los polluelos. Es la
experiencia más formativa, significativa e influyente de la vida humana; constitu­
ye la fuente de todos los comportamientos adultos posteriores."
Bowlby no estableció ninguna conexión explícita con el autismo, pero sus
sucesores sí que lo hicieron. Se trataba de niños cuyas madres, frías y distantes,
nunca les habían proporcionado la educación adecuada; los abrazos, arrumacos y
nanas, que requieren los seres humanos. El resultado, inevitablemente, era un niño
retrasado, tímido y retraído. Los terapeutas lo habían descubierto, y ahora la cien­
cia lo demostraba.

Mientras tanto, y desde un lugar inesperado, las teorías de Bowlby recibie­


ron el apoyo de un nuevo descubrimiento científico. Las madres de los niños autis­
tas no lo supieron durante algunos años, pero el psicólogo que menos se hubieran
imaginado las había atacado desde la más sorprendente de las direcciones.
Harry Harlow era un psicólogo de la Universidad de Wisconsin que empezó
su carrera experimentando con ratas para luego hacerlo con monos. Los inicios de
su vida académica no fueron muy favorables -era un conferenciante tan malo que

231
La locura en el diván

los estudiantes lo abucheaban-, pero tras pasar cincuenta años en Wisconsin, se


convirtió en una figura importante de l a psicología.
Erudito, espectacular y, con el paso del tiempo, un confiado y divertido ora­
dor, Harlow aportó el más festivo de los temperamentos al más turbio de los temas
de estudio. Su mayor interés se centraba en campos como la depresión, los víncu­
los entre madre e hijo y los efectos del aislamiento, y sus artículos constituían una
lectura inquietante. Describió los experimentos más truculentos convencido de su
ingenio y con un incansable buen humor. Con el fin de estudiar el miedo, por ejem­
plo, Harlow diseñó una trampa del terror. Según explicó, se trataba de un apara­
to "diabólico" que le permitía introducir la jaula de un mono en el interior de una
cámara donde se veía amenazado, mirara donde mirara, por " brazos que se agi­
taban, destellos de luces, timbrazos o monstruos chillones".
La mayor parte de su trabajo estaba relacionado con la depresión, que estu­
diaba de una forma característicamente directa. "Los seres humanos deprimidos
afirman que se sienten profundamente desesperados o que se encuentran en el
fondo de un pozo de soledad y desesperanza", escribió Harlow en un artículo en
1969. "Por lo tanto, hemos construido un instrumento que reúne esas caracterís­
ticas y lo hemos denominado eufemísticamente el pozo." Y, de hecho, la fotogra­
fía que acompañaba al artículo mostraba un pozo de acero inoxidable, con unas
paredes demasiado resbaladizas para trepar por ellas, érí el interior del cual se dis­
tinguía a un mono encogido de miedo. El pie de la fotografía decía: " Postura típi­
ca de un animal durante el encarcelamiento en el pozo".
En el mismo artículo, Harlow describió otro invento al que denominó el
túnel del terror. Se trataba, básicamente, de una nueva versión de la trampa del
terror, pero en este caso Harlow había enganchado el monstruo mecánico a un
largo mástil para dirigirlo con mayor tino hacia el aterrorizado mono. A conti­
nuación, Harlow explicó cómo utilizar el pozo y el túnel del terror a la vez "para
acortar, intensificar y posiblemente estereotipar el síndrome depresivo" .
E l autismo quedaba muy a l margen. Pero, a l parecer, como explicaría más
adelante, Harlow tenía en mente una estrategia de largo alcance. Su meta era
comprender la locura de los seres humanos. Atormentar a los monos sólo era un
medio para alcanzar ese fin.
Según explicó, el propósito de su tan elogiado trabajo consistía en volver
locos a los monos para esclarecer la enfermedad mental de los humanos.
"Inadvertidamente, hemos provocado un comportamiento semejante al esquizo­
frénico en uno de los monos -declaró Harlow en 1 973-, y estamos poniendo en
marcha investigaciones diseñadas para provocar esos estados bajo condiciones
deliberadamente definidas y definitivas. Dicho de otro modo, estamos tratando de

232
Los cienu:·cos

agotar las capacidades psicopáticas de los monos para descubrir dónde termina la
locura simiesca y dónde empieza la desesperación humana, y también cómo y
dónde se sola pan."
La carrera científica de Harlow comenzó de un modo mucho más conven­
cional, con estudios sobre la memoria y el aprendizaje. Su interés por la locura
simiesca surgió por azar, cuando Harlow advirtió que los monos de su colonia
reproductora padecían graves problemas. A causa de la amenaza de la tuberculo­
sis, los monos destinados a la reproducción se criaron en una jaula separada,
desde la que podían ver a otros monos pero no tocarlos. Estos ejemplares crecie­
ron fuertes y sanos. Y cuando alcanzaron la madurez sexual, se introdujo un
macho en la jaula de una hembra. Pero . . . ¡no pasó nada! "Los dos monos se sen­
taron mirando a través de los barrotes de la jaula como si estuvieran completa­
mente solos", recuerda Clara Mears Harlow, esposa y colega de Harry Harlow.
"No mostraron el más mínimo interés el uno por el otro, ni tampoco por ningu­
na otra cosa."
Harlow se dio cuenta de que involuntariamente había creado una colonia de
"gallinas cluecas en lugar de reproductoras". Sin embargo, a partir de este decep­
cionante resultado no había más que dar un paso para empezar a pensar en el estu­
dio del impacto del aislamiento en los animales sociales. Y, entusiasmado, se puso
en marcha.
Hacia 1958, cuando gozaba de una excelente reputación, Harlow se dispuso
a dar a conocer sus descubrimientos al mundo. Empezó con el discurso presiden­
cial que dirigió a la American Psychological Association. Discurso que tituló La
naturaleza del amor. De entrada, el tema de la charla resultaba chocante: hablar
sobre amor, un término que ni siquiera aparecía en los textos de psicología, era tan
sorprendente como hablar sobre ovnis en una convención de físicos.
Pero Harlow no recitó ningún soneto ni especuló sobre la naturaleza del
romance. Por el contrario, describió un experimento que había diseñado para des­
cubrir por qué los monos más pequeños se consagraban a sus madres. Harlow
separó a unos monos, recién nacidos, de sus madres y los crío con dos madres sus­
titutas. Una era un simple trozo de madera forrado de goma y cubierto de tela con
una cabeza parecida a la de una marioneta; la otra era un cilindro de alambres
enredados con una cabeza de muñeca. Ambas madres recibían el calor de una
bombilla cercana, y ambas estaban preparadas para proporcionar leche.
El resultado, en esa época considerado sorprendente, fue que los pequeños
prefirieron con diferencia al sucedáneo de madre blanda y de peluche que a la
madre del amasijo de alambres, a pesar de que fuese esta última la que propor­
cionara leche. Los pequeños se pasaban el día subiéndose a esta suave sustituta,

233
La locura en el diván

jugaban felices cuando l a tenían cerca, y corrían hacia ella en busca de protección
cuando se enfrentaban a los aterradores monstruos de Harlow.
· Para las dos escuelas imperantes en el campo de estudio de la psicología, los
freudianos y los conductistas, este resultado fue una sorpresa. Ambos grupos habí­
an llegado básicamente a la misma conclusión a la hora de explicar el vínculo
entre madre e hijo; era, le gustaba decir a Harlow, el único tema en el que estaban
de acuerdo. Ambas escuelas afirmaban que un niño se vinculaba a su madre por­
que la identificaba con su fuente de leche. La moraleja estaba clara, por lo menos
para un pensador tan agudo como Harlow. Pero por encima de todo, insistió, los
niños anhelaban la seguridad y el "contacto con el bienestar". La primera necesi­
dad de un niño era el amor, no la comida.
Harlow presentó esta conclusión como un indiscutible descubrimiento de
l aboratorio, pero no lo era. Simplemente había observado el comportamiento de
unos monos y suponía que esta observación también podría aplicarse a los seres
humanos. Unos psicólogos más cautelosos se hubieran pasado años preguntándo­
se si estas generalizaciones eran válidas, mientras echaban una nerviosa ojeada al
abismo que separaba a los monos de un laboratorio psicológico de los seres
humanos y sus vidas ordinarias, Harlow saltó alegremente al vacío.
Y la mayoría de los que le escucharon, saltaron con él. "Una señora encan­
tadora me oyó describir una vez estos experimentos -recordaba Harlow-, y
cuando después hablé con ella, su rostro brilló con una repentina intuición: 'Ahora
sé cuál es mi problema -dijo-, soy una madre de alambre'."
Para Harlow, no se trataba de un cuento con moraleja basado en unas con­
clusiones precipitadas. Esta autoacusación de una madre, recalcó, daba exacta­
mente en el clavo. A lo largo de los años, Harlow se dedicó a estudiar la analogía
entre monos y seres humanos, entre sucedáneos de alambre y madres humanas
inadecuadas. En 1 9 7 1 , Harlow resumió sus teorías en el journal of Autism and
Childhood Schizophrenia. Algunas familias, escribió, se "caracterizan por su frial­
dad, su ambivalencia, sus mensajes de doble vínculo y su falta de contacto físico".
El resultado, prosiguió Harlow, podía ser "el desarrollo del autismo infantil,
otras formas de psicosis infantil o graves trastornos del comportamiento".
También citó las "sorprendentes" semejanzas entre el comportamiento de los
monos criados aisladamente y el de los niños autistas. "Ambos muestran un mar­
cado retraimiento social. En un entorno de juego con sus pares, ambos se retira­
rán a una esquina de la habitación para eludir el contacto social. En ocasiones, el
niño autista se muestra absorto observando su entorno inanimado y no tolera nin­
gún cambio en ese entorno. El mono aislado también puede limitar su relación a
su entorno físico y, si lo hace, intentará amortiguar la estimulación externa."

234
Los cient,ficos

Tanto monos como niños tendían a amortiguar la influencia del mundo exte­
rior. A veces, ambos se provocaban heridas intencionadamente, a menudo mor­
diéndose. A continuación, Harlow hizo una advertencia. "La interpretación de
estas semejanzas en el comportamiento constituye una conjetura y por el momen­
to debe hacerse de forma ca ute losa . "
L a advertencia d e esta última sentencia era poco sincera. Si los estudios sobre
los monos no eran relevantes para el autismo, ¿por qué publicar un artículo sobre
monos en el ]ournal of Autism and Childhood Schizophrenia?
En cualquier caso, los lectores centraron su atención en las grandilocuentes
proclamas de Harlow y no en sus carraspeos. Los psiquiatras no estaban muy dis­
puestos a experimentar con monos, pero acogieron despreocupadamente los des­
cubrimientos de Harlow. ¿Acaso podía haberse difundido una noticia más positi­
va? Un reconocido científico de una disciplina distinta se había aventurado en
territorio psiquiátrico y ahora anunciaba a un mundo admirado que los psiquia­
tras siempre habían tenido razón.

A los psiquiatras deseosos de obtener un sello de aprobación científica toda­


vía les esperaban más buenas noticias. El 12 de diciembre de 1973, un científico
holandés llamado Nikolaas Tinbergen inclinaba la cabeza para que el rey Carlos
Gustavo XVI de Suecia pudiera ponerle la medalla del Premio Tobel. Era la meda­
lla destinada al campo de estudio de la medicina, y Tinbergen fue una sorpren­
dente elección. Él y los que compartieron su premio, Konrad Lorenz y Karl von
Frisch, no eran médicos ni investigadores del ámbito de la medicina, sino, en pala­
bras de Tinbergen, "meros observadores de animales". El mismo Tinbergen había
dedicado varios años de su vida al estudio del comportamiento de dos variedades
de gaviotas.
Fue entonces, mientras Tinbergen pronunciaba el discurso de aceptación del
Premio Nobel, cuando se produjeron las sorpresas. Su tema, como se hizo eviden­
te de inmediato, no tenía nada que ver con los pájaros o con el comportamiento,
ni siquiera con los animales. Por el contrario, Tinbergen se propuso demostrar que
a través de "la observación y la reflexión" también se podía "contribuir a aliviar
el sufrimiento humano". Así es como había descubierto, anunció Tinbergen ante
esta augusta audiencia, el secreto del autismo.
Sus palabras -avaladas por toda la autoridad de su Premio Nobel- se con­
vertirían en uno de los mayores pilares de la teoría que sostenía que la causa del
autismo era una mala educación. "Para un observador bien formado", explicó
Tinbergen a su auditorio de Estocolmo, era "absolutamente evidente" por qué los
niños autistas se comportaban del modo en que lo hacían. Sus problemas "pueden

235
La locura en el diván

remontarse a menudo a algo sucedido en su primer entorno; en ocasiones a un


accidente aterrador, pero en l a mayoría de los casos a algo relacionado con el com­
portamiento de los padres, y en particular con el de las madres".
"Permitid que me apresure a añadir -prosiguió Tinbergen- que al decir
esto no estamos culpando a esos desgraciados padres. A menudo parecen ser inex­
pertos, excesivamente aprensivos, excesivamente protectores y entrometidos o, tal
vez con mayor frecuencia, parecen ser personas que sufren la presión del estrés.
Por ésta y otras muchas razones, los padres de los niños autistas merecen tanta
compasión, y quizás necesiten tanta ayuda, como los mismos autistas."
El diagnóstico que Tinbergen hizo del problema desembocaba directamente
en un remedio. Sencillamente, las madres tenían que aprender un "comporta­
miento protector, maternal". El autismo podría ser superado, insistió Tinbergen,
si las madres se mostraban " dispuestas a cooperar". "Muchos autistas podrán
recuperarse totalmente -declaró- si actuamos basándonos en el supuesto de que
padecen un trauma en lugar de daños genéticos u orgánicos" .
Tinbergen era un hombre sofisticado perteneciente a una familia sofisticada
(su hermano mayor también era Premio Nobel, pero de economía), y se le respe­
taba por su meticuloso trabajo de campo. Sin embargo, este enfoque del autismo
era sorprendentemente superficial. Antes de pronunciar el discurso de aceptación
del premio, ya había tratado el tema del autismo -y, aunque volvería a tratarlo
repetidas veces en los años siguientes, sus escritos nunca estuvieron a la altura que
se esperaba de un científico reconocido y competente.
Las afirmaciones de Tinbergen sobre el autismo se basaban excesivamente en
anécdotas que a menudo hacían referencia a su familia. En una ocasión, por ejem­
plo, llevó al médico a su hija de dos años y medio, y allí ésta "mostró de repen­
te . . . una actitud totalmente retraída que se alternaba con una extrema inquietud"
y otros síntomas de ansiedad. Otro niño, "de nuevo un pariente cercano", era tan
tímido que en situaciones "poco familiares solía evitar el contacto social". Estos
dos casos demostraban, escribió Tinbergen en 1972, que "los niños normales pue­
den volverse temporalmente autistas con facilidad". Casos que respaldaban su
afirmación de que un entorno despiadadamente negativo podía provocar un
autismo completo .
Aunque no se trataba de un experimento propio de un Premio Nobel -era
más parecido a la intrascendente conversación de unas canguros que comparan a
sus niños-, Tinbergen siguió adelante y estableció nuevas conclusiones.
Conclusiones no mucho más impresionantes. Él y su esposa, afirmó Tinbergen,
siempre habían prestado mucha atención al modo en que se comportaban los niños
cuando se encontraban con extraños en "tres situaciones semicontroladas concre-

236
Los e an: '"" :::s

ras". Una era el supermercado, mientras el niño iba sentado en un carrito de la


compra; la segunda, en el autobús; la tercera, en casa, cuando se recibían visitas.
En estas tres situaciones, los Tinbergen habían observado que la acritud del
niño frente a los extraños se caracterizaba por una mezcla de curiosidad y de rece­
lo. Esta observación informal condujo a Tinbergen a la base principal de su reo­
ría: el comportamiento del niño se parecía sorprendentemente al de "un grupo de
especies al que hemos dedicado toda una vida de investigación: la gaviota argén­
tea y sus parientes, así como la gaviota de cabeza negra" .
Tinbergen se sentía frustrado porque "este trabajo tan importante había sido
ignorado o insuficientemente comprendido". Pero no tardó en ponerse en marcha
para remediarlo. Durante la época del apareo, afirmó Tinbergen, una gaviota
hembra se acercaba lentamente a un macho, pero el macho, agresivo por natura­
leza, intentaba expulsarla. La hembra se veía atrapada en un "conflicto de moti­
vación", sin saber si acercarse o escaparse.
Y ésta era, tranquilizaba Tinbergen a su probablemente perplejo auditorio,
la esencia del aurismo. Al igual que una gaviota hembra, el niño autista se siente
atrapado entre lo uno y lo otro sin saber si integrarse en el mundo o abandonar­
lo. Por el contrario, un niño normal aprende a moverse según el ritmo de la sutil
danza que representa cada nuevo encuentro: da un cauteloso paso hacia delante si
le sonríe un extraño, se aleja momentáneamente si está demasiado asustado o se
retira tras la seguridad de las faldas maternas.
Para un niño autista, las cosas no son tan fáciles. Como nunca ha aprendido
a leer las señales de otras personas, o sus padres han fracasado a la hora de trans­
mitirle las señales adecuadas, el mundo del niño autista está compuesto perma­
nentemente por extraños. No hay posibilidad de protección ni retirada, y la vida
es extraordinariamente aterradora. Tinbergen puso en cursiva sus conclusiones: El
núcleo del problema parece hallarse en unos intentos de socialización frustrados y
desesperados, combinados con un miedo constante e intenso.

En 1983, en un libro con el atrevido título de 'Autistic' Children: New Hope


for a Cure, Tinbergen y su mujer Elisabeth reunieron todas las piezas. Tomando
como modelo detalladas descripciones del comportamiento de las gaviotas, empe­
zaron con un resumen de su visión del autismo. Luego pasaron a la cura. Una cura
tan superficial como lo había sido el diagnóstico y la interpretación. Los niños
autistas podían recuperar la salud a través del afecto y la atención. "Parece abso­
lutamente lógico proporcionar a un niño que ha sufrido una crianza inadecuada,
o que ha sido herido de otro modo, una dosis sólida de supercrianza, aunque sea
con retraso -escribieron los Tinbergen-, y hacerlo tratándolo del modo en que

237
La locura en el diván

debieron tratarlo cuando empezó a descarrilarse; por ejemplo, comportándose con


él como si fuera un niño pequeño, tratándolo del modo en que cualquier madre
tratada a un niño normal cuando necesita apoyo o consuelo tras momentos de
aflicción, cuando está enfermo o siente náuseas, etc."
¿ Podía haber una solución más sencilla? Los niños que habían caído en el
autismo debido a unos padres incompetentes o descuidados todavía podían recu­
perarse, y la medicina no requería más sutilezas que un abrazo materno.

- ;

238
CAPÍTULO TRECE

Los padres

Los padres confiaban en lo que les decían los profesionales, y


los profesionales confiaban en Bettelheim. Nadie ponía en duda
su autoridad.
- CATHERINE MAURJCE

Para los padres, el estado de ánimo no era algo tan fácil de dominar como había
supuesto Tinbergen. Los grandes brahamanes de la psiquiatría los acusaron de recha­
zar a sus hijos. A continuación, una sarta de científicos, cada uno más eminente que el
anterior, llegaron a la misma conclusión. Mientras tanto, la historia se fue difundien­
do y circuló a través de un ejército de terapeutas, asistentes sociales y psicólogos. Tres
décadas después, se había extendido hasta el último rincón de la vida norteamericana.
Los padres se tambalearon bajo los golpes como boxeadores derrotados. La
reacción de Jacques May, padre de unos gemelos autistas, fue la típica: "Me hicie­
ron sentir que los médicos lo sabían todo y que yo no sabía nada, que el proble­
ma no era realmente un problema -se lamentaba May en el alba de la era culpa­
bilizadora de los padres-, puesto que existía una explicación aceptada e incues­
tionable sobre el estado de nuestros hijos".
May, que también era médico, parecía estar especialmente dolido porque sus
colegas no habían tenido en cuenta sus sentimientos:

A medida que se desarrollaba la conversación, iba creciendo la sensación de que mi


esposa y yo encontraríamos soledad en lugar de comprensión, frialdad en lugar de
calor, desconfianza en lugar de simpatía. Hasta que se hizo totalmente evidente. Para
nuestra sorpresa descubrimos que, desde el punto de vista de los médicos, nosotros
éramos los responsables de la situación de los niños. Nos dimos cuenta de que éste
era el punto de vista aceptado, la doctrina oficial, la única explicación ofrecida y reco­
nocida, la única base del tratamiento. No tardamos en enterarnos de que no éramos
personas angustiadas y desesperadas en busca de ayuda y comprensión, como creía­
mos. Nos habíamos convertido en seres culpables que ocultaban algo, en personas

239
La locura en el diván

con algún oscuro secreto cuyas palabras no eran una simple expresión de los hechos,
sino una coraza para cubrir su vergüenza; un modo de ocultarse la verdad a sí mis­
mos y de engañar a los demás.

May se revolvió contra esta acusación, pero la mayoría de los padres dieron
un paso atrás y encajaron los golpes. ¿Por qué? Porque creyeron -erróneamen­
te- que si el problema de sus hijos era orgánico no habría esperanzas. Y que si se
trataba de un problema emocional -incluso provocado por ellos- podría arre­
glarse. La biología significaba una sentencia a cadena perpetua sin posibilidad de
conseguir la libertad condicional; la psicología significaba esperanza.
Existen otras razones que explican el triunfo de los ataques de los psiquia­
tras. Estos padres perplejos y asustados solían mostrarse solícitos con la autori­
dad, en particular con la autoridad médica. Además, la confianza en sus propios
j uicios estaba erosionada por la culpa. Y para terminar, su escepticismo habitual
había sido anulado: ante el extraordinario comportamiento de sus hijos, los
padres estaban dispuestos a creer en las extraordinarias explicaciones de sus tera­
peutas.
Lo que hacía vulnerables a los padres era básicamente la culpa. "Tenía que
convivir con aquel terrible secreto", recuerda Anna be] Stehli, la mujer de Brooklyn
Heights que tuvo que reunir todo su valor para leer The Empty Fortress.
"No quería hablar a nadie sobre Bettelheim. Mi marido me dijo que era una
tontería, pero no hablé con mis amigas sobre ello. Estaba muy sola. En realidad,
me sentía como si llevara grabada una letra escarlata, pero en este caso la A sig­
nificaba Abuso. Tenía la sensación de haber dañado a Georgie de un modo tan
sutil que no podía entenderlo " , añade Stehli con tristeza. "Y de que si lo hubiera
sabido, tal vez ella se habría recuperado. Una parte de mí quería creer a
Bettelheim, puesto que eso significaba que si yo mejoraba, Georgie mejoraría."
Según Stehli, a veces se convencía de que no tenía que culparse por el auris­
mo de su hija. Pero su confianza en sí misma no era muy sólida. "Decía eso un buen
día, que es lo que sentía en el fondo de mi corazón; pero cuando todo el mundo me
acusaba era como estar inmersa en una caza de brujas. Muchas de aquellas brujas
del siglo XVII confesaron ser brujas cuando no lo eran. Hay algo siniestro en el ser
humano que hace esto. A la gente le gustan los chivos expiatorios."
Tanto que, en ocasiones, algunas personas desempeñaron voluntariamente
ese papel. "Siempre había despreciado a las mujeres sumisas que estaban satisfe­
chas con lo que tenían y que sólo aspiraban a criar a sus bebés", recuerda Stehli.
'·Yo quería una vida más allá de la maternidad. Mi estilo era el de la obra Feminine
Mystique, y empecé a creer que estaba siendo castigada por aquella actitud."

240
Los :�:-:;

Jacques May era cirujano y estaba preparado para enfrentarse a los argu­
mentos psicológicos, pero Stehli no. Ella fue un blanco fácil. No terminó los estu­
dios y se crió en un hogar donde se consideraba que los psiquiatras estaban sólo a
un paso de los dioses: "Mi madre me hablaba de Freud, Jung y Adler cuando mis
amigos oían hablar de Mateo, Marcos, Lucas y Juan". Stehli se llegó a sentir ate­
morizada por una hostil asistente social. "Husmeaba en busca de patologías como
esos tipos de Mi ami Beach con un detector de metales", recuerda con incomodidad.
" Yo había fracasado en Vassar y ella tenía un título", prosigue Stehli. "Tenía
muy bien asimiladas las jerarquías, y creía que ella sabía algo que yo no sabía. Ella
había estudiado, era la profesional, la experta, y yo me moría por salir de aquella
ciénaga. Hubiera seguido a cualquiera que me hubiese indicado un camino para
encontrar la verdad."
Los motivos de Stehli no podían ser más sencillos. "Si yo cambiaba, Georgie
mejoraría. Y yo quería que mi hija se pusiera bien. "
Padres mucho más seguros que Stehli también se sintieron amenazados.
Catherine Maurice es la madre de dos niños autistas. "Puedes poseer toda clase de
credenciales, cualquier clase de título -dice Maurice, que está licenciada en lite­
ratura francesa-; puedes creerte muy lista, pero cuando algo empieza a robarte a
tu hijo, la razón es lo primero que pierdes. El dolor te golpea en las vísceras y des­
cubres que no puedes agarrarte a nada, que no puedes aferrarte a nada, y te que­
das suspendida en la incredulidad."
Tener un hijo con una enfermedad terrible, con una incapacidad o con una
dolencia tan misteriosa como el autismo podía ser muy doloroso. Pero haber pro­
vocado ese estado era prácticamente insoportable. " Yo era una madre que estaba
perdiendo a mi hijo -afirma Maurice con perplejidad-, y se me estaba acusan­
do por ello. Me creía una mujer inteligente y una madre cariñosa, pero ambas vir­
tudes estaban siendo cuestionadas. Intelectualmente podía enfrentarme a las acu­
saciones, pero emocionalmente no me importaban. Estaba dispuesta a asumir la
culpa y la responsabilidad por haber provocado aquel estado si eso significaba que
podía curarlo. Y eso es lo que también les ocurrió a los demás."

Leo Kanner había dicho que era demasiado viejo y estaba demasiado enfer­
mo para dar una conferencia, pero ahora se encontraba en la tribuna. Aquella
noche de julio de 1 969 -esa misma semana el mundo contemplaría a Neil
Amstrong pisando la Luna por primera vez-, su auditorio en el Hotel Sheraton
Park de Washington, D.C., fue un grupo de cuatrocientos marginados norteame­
ricanos. Se trataba de padres de niños autistas, reunidos como fuerza por primera
vez, pero también podría haberse tratado de un grupo de intocables en la India.

241
La locura en el diván

Leo Kanner estaba frente a ellos. É l fue el primero en identificar el autismo,


e incluso retirado seguía siendo la figura que reinaba en ese campo. Atraer a un
visitante tan distinguido fue todo un éxito para un grupo no profesional apenas
organizado. Pero el público también estaba inquieto porque todos sabían que fue
precisamente Kanner quien los etiquetó como padres nevera.
Kanner tenía setenta y cuatro años, era un hombre pequeño que llevaba gafas
de cristales gruesos, estaba encorvado y parecía frágil, y su voz era débil. Inició la
charla explicando la historia de sus primeros contactos con el autismo. Y no tardó
en acabar. A continuación, llegó el clímax de su breve discurso. "Quiero añadir
que los absuelvo como padres", afirmó Kanner, hablando por primera vez en un
tono forzado y formal. "He sido citado erróneamente en muchas ocasiones. Desde
la primera publicación hasta la última, he hablado de esta condición en términos
claros como de algo innato. Pero al describir también algunas de las característi­
cas de ciertos padres como personas, en ocasiones se me cita equivocadamente
diciendo que he afirmado que todo es culpa de los padres. Vosotros, padres, que
habéis venido a verme con vuestros hijos sabéis que no es eso lo que he dicho."
Los padres se levantaron para aplaudirlo y felicitarlo. Sabían muy bien que
Kanner fue el primero en clasificarlos, recuerda hoy un miembro de aquel audito­
rio, "pero como era Leo Kanner, y el autismo le pertenecía, aquella absolución fue
importantísima para los padres y para todos los psiquiatras y psicólogos que nada­
ban a contracorriente" .
E n cualquier caso, la verdad n o era tan sencilla como había afirmado
Kanner. En realidad, Kanner calificó al autismo de estado innato en su primer artí­
culo sobre el tema. Y, de hecho, concluyó este singular artículo con una declara­
ción enfática en cursiva para que nadie pudiera pasar por alto que estaba hablan­
do de "trastornos autistas innatos" .
Y eso es lo que pensaba. En abril de 1943, poco después de la publicación de
su primer artículo, dio una conferencia al personal del johns Hopkins Hospital.
Los colegas psiquiatras de Kanner se mostraron coléricos porque éste había dicho
que el autismo era innato. Discutieron una y otra vez. Kanner era el único que sos­
tenía que el autismo era innato y todos sus colegas estaban de acuerdo a la hora
de adjudicar la culpa a los padres. Kanner no se daba cuenta, insistía la psiquia­
tra Hilde Bruch, del "significado emocional del excesivo peso intelectual de l a
madre" sobre s u hijo.
Kanner no quería oír hablar sobre eso. Conocía a un montón de padres exce­
sivamente intelectuales con hijos perfectamente sanos. ¿Eran tan diferentes los
padres de los niños autistas? Una cosa era proclamar que los padres tenían la culpa,
desafió Kanner a sus colegas, y otra cosa era demostrarlo. " ¿ Por qué estos niños se

242
Los padres

desarrollan de distinta forma?", planteó. " ¿Podemos explicarlo basándonos única­


mente en el carácter de los padres, en sus actividades y actitudes, en la expresión
de sus rostros cuando se acercan a la cuna? No sé qué puede explicarlo."
Pero en 1 949, como hemos visto, Kanner cambió de opinión. Y empezó a
argumentar no sólo que los padres fueran raros, como había dicho siempre, sino
que su rareza era la causa de la enfermedad de sus hijos. Y lo más importante fue
que Kanner difundió este nuevo mensaje entre una gran audiencia no profesional.
En 1960, por citar el ejemplo más notable, la revista Time publicó un elogioso
.
reportaje sobre Kanner. Una fotografía lo mostraba sonriendo benignamente
sobre una leyenda que rezaba: "En defensa de las madres" . El texto del artículo
era más inquietante. " Existe un tipo de niño al que incluso el doctor Kanner no
puede acercarse ", afirmó Time. "Demasiado a menudo, este niño es el descen­
diente de unos padres profesionales y organizados, fríos y racionales; el género de
persona que el doctor Kanner describe como 'aquél que se deshiela lo suficiente
como para tener un hijo'."
Pocos padres leían el American ]ournal of Orthopsychiatry o las otras revis­
tas en las que Kanner publicaba sus artículos. Pero pocos pudieron eludir el dedo
gigantesco que los acusó desde la revista Time, en especial cuando sus familiares
y vecinos se apresuraron a comprarla. Hasta la fecha, cada uno de los padres que
tenía un hijo autista en 1 960 recuerda este número de Time con un estremeci­
miento.
La utilización que hizo Time de la frase en defensa de las madres es signifi­
cativa. En 1 9 4 1 , dos años antes de la publicación de su primer artículo sobre el
autismo, Kanner escribió un libro con este título. En efecto, se trataba de un libro
en defensa de las madres, y en los años siguientes Kanner siguió considerándose
un decidido aliado de éstas. El subtítulo del libro era Cómo educar a los niños a
pesar de lo que dicen los psicólogos más apasionados, y en él se recordaba a las
madres, de forma sabia, sensible y alentadora, que en todo lo relacionado con la
educación de los niños ellas eran los verdaderos expertos. "Permitamos que voso­
tras, las madres contemporáneas, recuperéis el sentido común que os pertenece
-declaró Kanner- y que os perteneció hasta que os dejasteis intimidar por el
omnisciente totalitarismo de una u otra imposición."
No era necesario censurar las lecturas del niño ni los programas que escu­
chaba en la radio, escribió Kanner, ni había que preocuparse por cada uno de sus
bocados. Si un niño tardaba algunos minutos en levantarse o no se terminaba el
vaso de leche, no ocurriría nada. Los niños eran fuertes y no frágiles.
Kanner tomó un divertido desvío para burlarse de las "extrañas palabras y
frases que sirven para confundir y asustar [a los padres]: complejo de edipo, com-

243
La locura en el diván

piejo de inferioridad, rechazo materno, rivalidad entre hermanos, reflejo condi­


cionado, personalidad esquizoide, represión, regresión, agresión, bla bla bla y más
bla· bla bla " . Quién podría imaginar una defensa más generosa y oportuna, en
especial proviniendo de lo que Kanner etiquetaba correctamente como una
"atmósfera repleta de ismos, doctrinas y escuelas" .
Curiosamente, Kanner escribió u n artículo sobre un tema similar el mismo
aüo en que publicó In Defense of the Mothers. Ambos trabajos coincidían en
muchos aspectos, pero el nuevo artículo era decididamente diferente. Sus pasajes
más espectaculares lo hacían apto para el título An Attack on Mothers (Ataque a
las madres). Este ensayo, publicado en la revista médica Mental Hygiene, tenía un
título amenazador: Implicaciones culturales de los problemas de comportamiento
de los niños. Kanner lo presentó en una conferencia en la American Neurological
Association el año anterior. Como un político que modifica su mensaje cuando
cambia de audiencia, Kanner explicó a los neurólogos una historia muy distinta a
la que les explicaría a las madres.
En la charla que dirigió a los neurólogos, se centró en los peligros que plan­
teaba una mala madre. El hogar familiar ya no era el acogedor refugio de In
Defense of the Mothers, donde las cortinas se mecían suavemente al viento y el
olor del pan recién hecho se filtraba desde el horno. Por el contrario, ahora se tra­
taba de un "campo de batalla " . Los padres, y en pahicular las madres, goberna­
ban dictatorialmente a sus hijos. "La madre continúa pensando, decidiendo y
actuando por el niüo. La obediencia se da por hecho. La desobediencia se consi­
dera una rebelión amenazadora, que debe ser reprimida por todos los medios que
la madre tiene a su disposición." En esta guerra civil, todas las tácticas eran váli­
das. "Los padres luchan regaüando y pegando a su hijo, y también utilizan otro
tipo de castigos. El niño contraataca con más negativas y con rabietas. El juego
limpio queda en suspenso; ambas partes se golpean por debajo de la cintura."
Esta confusión inicial provocada por Kanner -¿las madres eran un dechado
de virtudes, de afecto y de sentido común o eran unas fieras domésticas?- presa­
giaba una mayor confusión que todavía estaba por llegar. Cuando descubrió el
autismo, Kanner no explicó claramente qué pensaba sobre el papel de la familia.
¿Quién tenía la culpa: los padres o la biología?
Durante un cuarto de siglo, Kanner defendió una y otra postura al tiempo
que zigzagueaba sobre la línea fronteriza del debate sobre crianza y naturaleza. En
un artículo condenaba a los padres mecánicos que tenían un corazón de piedra. Y
en el siguiente liberaba a los padres del anzuelo para descubrir las " insuficiencias
constitucionales" del niño. En ocasiones se mostraba partidario de ambas expli­
caciones en el mismo escrito.

244
Los padres

El artículo que Kanner escribió en 1 949 planteaba abiertamente el caso de


los padres problemáticos. "He hecho hincapié en la personalidad, la actitud y el
comportamiento de los padres -señaló- porque parecen arrojar una luz consi­
derable sobre la dinámica de la condición psicopatológica de los niños." A lo largo
de la década de los años cincuenta, Kanner siguió insistiendo en el mismo tema.
En los años sesenta, también. En 1 965, por ejemplo, declaró: "La coincidencia
entre el autismo infantil y la forma mecanizada de vida de los padres era sorpren­
dente. Todos los observadores estaban de acuerdo. Se trataba de realidades que era
imposible ignorar".
Es difícil reconciliar este documento con el resumen que más tarde hizo su
propio autor. Por un lado, Kanner fue totalmente sincero en la conferencia sobre
el autismo de 1969, cuando aseguró a los padres que nunca los había culpado y
que se le había citado erróneamente. Por otro lado, estaba indiscutiblemente equi­
vocado. A excepción de los pocos artículos publicados en Time y otras revistas,
sus afirmaciones sobre el autismo las había pronunciado él mismo. El hecho de
que Kanner desmintiera sus propias palabras fue particularmente indigno; como
ocurrió con el jugador de baloncesto Charles Barkley, que justificó algunas afir­
maciones controvertidas en su autobiografía alegando que se le había citado mal.
Algunos expertos en el campo de estudio del autismo rechazaron totalmente
'
la versión que dio Kanner del asumo . "Mantuve largas conversaciones con él
cuando publiqué mi libro", afirma Marian DeMyer, psiquiatra actualmente reti­
rada de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana y autora de un libro
muy bien acogido titulado Parents and Children in Autism. " Deseaba hablar con­
migo, viajé hasta Baltimore y pasé un domingo con él. En realidad, quería negar
que alguna vez hubiera involucrado de algún modo a los padres. Pero lo había
hecho", afirma con serenidad. " Él inició una tendencia. Realmente lo hizo, y se
trató de una tendencia muy persistente."
Mary Coleman, una neuróloga retirada tras muchos años de trabajo en la
Universidad de Georgetown, explica una historia similar. "Investigué todas las
declaraciones para el primer capítulo de mi libro", señaló refiriéndose al estudio
médico titulado The Biology of the Autistic Syndromes. "Era un mentiroso com­
pulsivo."
Esta afirmación es demasiado simple. Kanner se equivocó al justificar sus
afirmaciones anteriores, pero no hay duda de que no quería engañar a nadie
(exceptuando tal vez a sí mismo). La mayoría de los artículos citados, por ejem­
plo, fueron recopilados con orgullo en un volumen que reúne los escritas más
importantes de Kanner. No trató de esconder nada. Kanner no era Nixon.
Leon Eisenberg, de la Universidad de Harvard, se formó junto a Kanner en

245
La locura en el diván

el Johns Hopkins Hospital. Eisenberg cree que Kanner simplemente se vio des­
bordado por el fervor de la época. "En un momento en el que casi todos los aca­
démicos buscaban las causas de los trastOrnos en el entorno -afirma Eisenberg-,
Kanner escribió un artículo en el que sugería que como el autismo se iniciaba a
una edad tan temprana debía ser un trastorno innato. " Los psiquiatras se lanza­
ron a la yugular.
Kanner se defendió, pero no era la clase de rebelde dispuestO a enfrentarse al
mundo. " Creo que a pesar suyo -prosigue Eisenberg- y sin ninguna intención
de mentir para ganarse a nadie, se dejó influenciar por las tendencias de la época.
Empezó a destacar el papel de la madre esquizoide y el hecho de que tal vez esta
madre no hubiese aportado mucho al niño, etc."
Entonces, una vez metido en ello, Kanner hizo lo que solemos hacer la mayo­
ría. Reconstruyó el pasado para adaptarlo de la mejor manera posible. Kanner dis­
frutaba bromeando sobre los freudianos, pero parece que Freud tiene mucho que
decir aquí. Cada uno de nosotros construye una versión agradable y personal de
su propia biografía, escribió Freud en 1 909, un proceso "análogo en todos los
aspectos al proceso a través del cual una nación construye leyendas sobre su tem­
prana historia " . Generaciones de escolares creyeron que George Washington no
podía mentir; Leo Kanner creyó que nunca había sido injustO con los padres.
- '

El auditorio del Hotel Sheraton Park prorrumpió en vítores y gritos de ale­


gría cuando Leo Kanner los absolvió. Pero esta absolución no fue lo más impor­
tante de la charla de Kanner. Lo más importante lo había explicado unos instan­
tes antes.
En la lucha contra el autismo, dijo Kanner, "mucha gente hace todo lo que
puede, pero hay personas que, al hacerlo, están desinformando y malinterpretan­
do. No necesitO mencionaros el libro, un libro vacío, como yo lo llamo". Estaba
haciendo referencia a The Empty Fortress (La fortaleza vacía), de Bruno
Bettelheim. A nadie se le pasó por alto.
Porque aunque Leo Kanner tenía mucha más credibilidad que Bettelheim
entre la comunidad médica, era éste último el que se había ganado la atención del
público. El aspecto de Bettelheim no encajaba con el de una celebridad: era un
hombre pequeño con un cráneo prominente, calvo y con un fuerte acento alemán.
Incluso un amigo íntimo como el psiquiatra Alvin Rosenfeld describe a su notorio
e iracundo colega como "brusco", " agresivo" y "difícil, en realidad problemáti­
co". Kanner siempre tuvo un carácter agradable. Hasta sus críticos más acérrimos
suavizaban sus opiniones cuando hablaban sobre él. Mary Coleman, la neuróloga
que afirmó que Kanner era un " mentiroso", por ejemplo, añadió acto seguido que

246
Los oa:·:s

.
. era un hombre muy honesto, un hombre brillante, un hombre muy percepti\·o . . .
no era un hombre antipático y sin compasión. Probablemente era una bellísima
person a " .
Bruno Bettelheim era muchas cosas, pero n o una bellísima persona. "Era un
sádico hijo de puta", recuerda Leon Eisenberg, psiquiatra de Harvard. "Una vez
\·ino a Baltimore y dio una charla en uno de los hospitales del estado. No recuer·
do sobre qué iba la charla, pero sí que un j oven psicólogo de la audiencia se levan·
tó para preguntar algo y, como hacen los jóvenes en ocasiones, en lugar de plan·
tear una pregunta hizo una larga disquisición que aburrió a todo el mundo y que
a nadie le interesaba.
"La audiencia empezó a reírse con disimulo porque se estaba alargando
demasiado. Y cuando se sentó, Bettelheim dijo -en este punto Eisenberg aban­
dona su caballerosidad para adoptar una voz educada pero autoritaria-: 'Joven,
por favor, póngase en pie'. El muchacho se levantó, y Bettelheim añadió:
'¿ Comprende por qué el auditorio se ha reído de usted? ' .
"A continuación, l e arrancó la piel a tiras. Por eso la gente que s e había reído
del muchacho empezó a compadecerse de él. Y al parecer, eso es lo que ocurría con
los padres o con cualquiera que lo irritara. "
Eisenberg es conocido por su sinceridad, pero no es, ni mucho menos, el
único que piensa así. También está Kenrleth Colby, por ejemplo, un psiquiatra y
psicoanalista retirado de la Universidad de California en Los Ángeles. "Bettelheim
-afirma con rotundidad- era un auténtico hijo de puta, una de las peores per­
sonas que el psicoanálisis ha producido."
Bettelheim también tuvo fieles admiradores. Muchos de sus alumnos de la
Universidad de Chicago aseguraban que era el mejor maestro que habían tenido.
Un buen número de asesores que trabajaron con él en la Escuela Ortogénica lo
admiraban con el fervor propio de un culto. Las personas deslumbradas que lo
escuchaban en las charlas destinadas a recaudar fondos se apresuraban a abrir sus
talonarios.
Era carismático, brillante y provocativo; capaz de hablar sobre cualquier
tema y convencer a su público de que hasta ese momento no se habían detenido
para pensar realmente en ello. Por citar uno entre tantos ejemplos, analicemos este
breve párrafo de la reseña que hizo Bettelheim sobre la biografía de Helen Keller:

Convenciéndonos de que tenía una vida plena, convenciéndonos de que mediante el


tacto sabía cómo era una escultura, cómo eran las flores o los árboles, y de que
mediante las palabras de los demás sabía cómo eran las nubes o el cielo; convencién­
donos de que podía escuchar música sintiendo las vibraciones de los instrumentos

247
La locura en el diván

musicales... no se engañaba a sí misma ni a su profesora. La amamos porque hizo


posible que nos engañáramos a nosotros mismos. Y nos engañamos a nosotros mis­
mos porque nos permitió calmar nuestra ansiedad ante la posibilidad de perder la
vista o el oído. Las pretensiones de He/en nos tranquilizaron haciéndonos creer que
ello no sería tan terrible.

Este alegre acto de pinchar burbujas era su jugada favorita. " ¿Creéis real­
mente en el ratoncito Pérez? ", parecía preguntar siempre. (Sin embargo, se oponía
con vehemencia a que los niños descubrieran antes de hora quién era Papá Noel o
los Reyes Magos.) Pero Bettelheim tenía más de una jugada en su repertorio. Podía
jugar a ser un sabio o un iconoclasta, haciendo sonar una nota o provocando otra.
En un artículo publicado en el Atlantic Monthly, por ejemplo, tranquilizó a los
padres que se preocupaban por las pistolas de juguete. "Del mismo modo que
jugar con bloques de construcción no indica que, de mayor, el niño será arquitec­
to o constructor, y que jugar con coches o camiones no predice a un futuro mecá­
nico o camionero -señaló sabia y serenamente-, jugar con pistolas no nos per­
mite saber a qué se dedicará el niño en el futuro. "
E l fragmento sobre Helen Keller y esta cita sobre las pistolas sólo comparten
la misma voz, pero se trata de una voz tan distintiva como una huella dactilar. La
plena confianza la caracteriza. A otros se les podía engañar, parecía decir, pero no
a Bruno Bettelheim. Y, en especial, cuando se hablaba sobre el autismo. Leo
Kanner dudaba y reflexionaba, como un Hamlet de la medicina. Bettelheim sabía
en qué creía.
Y se aseguró de que los demás tampoco dudaran. El autismo siempre había
sido una enfermedad terrible que duraba toda la vida. Nadie se había atrevido a
hablar de curas. Pero Bettelheim anunció tasas de éxito sorprendentes. " Hemos
trabajado con un total de cuarenta y seis niños autistas -declaró en The Empty
Fortress-, y todos han mostrado una notable mejoría."
Por distintas razones, el grupo de cuarenta y seis niños se redujo a cuarenta.
De estos cuarenta niños autistas, diecisiete experimentaron "buenos resultados" y
otros quince manifestaron una "clara mejoría". Sólo ocho de estos casos supues­
tamente incurables registraron unos "pobres resultados".
Unas simples cifras no podían demostrar todo lo que se había logrado. "Los
diecisiete niños cuya mejoría hemos clasificado como buena, a efectos prácticos
pueden considerarse curados. " Estos niños volvieron a la escuela o a sus quehace­
res cotidianos sin que nada Les impidiera "desenvolverse satisfactoriamente y por
sí mismos en la sociedad " . El grupo de la "clara mejoría" también era muy posi­
ti,·o. "Los quince niños que han manifestado una clara mejoría ya no son autistas,
aunque los ocho restantes siguen siendo esquizoides o tienen problemas porque

248
Los :Jac·es

sólo han experimentado un ajuste social." Treinta y dos de los cuarenta, por lo
ramo, estaban curados o habían dejado de ser autistas.
En una entrevista relacionada con la publicación de The Empty Fortress que
apareció en la revista Newsweek en 1967, Bettelheim amplió estos datos un poco
más. "Uno de mis antiguos muchachos es profesor en Stanford ", declaró orgullo­
so. "Otro está a punto de licenciarse en Harvard, y otro está ganando su primer
millón en Wall Street. "
En 1973 volvió a repetir estas declaraciones en una entrevista televisiva. La
Escuela Ortogénica, afirmó Bettelheim "curó al 85 por ciento" de los niños autis­
tas que trató antes de que cumplieran siete u ocho años.

Las acusaciones de Bettelheim lo convirtieron en un enemigo para los padres.


Sus palabras sobre curas milagrosas y las falsas esperanzas que alentó lo convir­
tieron en un enemigo para sus colegas profesionales. "Dijo una mentira tremen­
da", asegura Col by, psiquiatra de la Universidad de California en Los Ángeles.
"Solía contar esas historias, y todo era una gran mentira . "
Existe una explicación menos evidente. Tal vez las curas fueran reales, pero
no el autismo. "Bettelheim anunció una enorme tasa de curaciones o de mejoras,
una tasa muy superior a las que se habían alcanzado hasta el momento", señala Leo
Eisenberg elevando la voz con incredulid<Íd. "Y no tengo más remedio que creer
que muchos de los niños del grupo que describió en su libro no eran autistas."
Se trataba de un problema que Leo Kanner anticipó unos años antes. Tan
pronto como Kanner publicó su primer artículo sobre el autismo, los psiquiatras
de Estados Unidos se aprovecharon del nuevo diagnóstico. Aunque se propuso
como la descripción de un estado muy extraño, el término autismo se convirtió en
una etiqueta que se empezó a aplicar a cualquier niño emocionalmente trastorna­
do. El nuevo diagnóstico se convirtió en una moda. "De la noche a la mañana
-se lamentó Kanner en 1965-, el país parecía estar poblado por una multitud
de niños autistas . "
Muchos d e estos niños trastornados, pero n o autistas, ingresaron e n la Escuela
Ortogénica. Aunque no se sabe exactamente cuántos. De los cuarenta y cinco
pacientes que atendía la escuela regularmente, escribió Bettelheim en The Empty
Fortress, unos seis u ocho eran "auténticos autistas". Pero no había modo de com­
probar las cifras o los diagnósticos. A Bettelheim le gustaba alardear afirmando que
la Escuela Ortogénica era su reino de taifas. " Él decidía quién era autista" , recuer­
da Benson Ginsburg, en aquella época biólogo de la Universidad de Chicago y
amigo de Bettelheim. En una ocasión, Benson intentó involucrar a Bettelheim en un
estudio comparativo de diferentes formas de psicoterapia, pero no lo consiguió. "Él

249
La locura en el diván

decidía cuál era el diagnóstico, y él decidía cuándo estaban curados. Algunos de los
que trabajaban allí solían decir: 'Dejadme decidir quiénes padecen qué y cuándo
están curados y yo también obtendré un 80 por ciento de recuperaciones'."
Esta farsa no podía mantenerse indefinidamente, puesto que nadie había
experimentado, ni de lejos, un éxito de tal magnitud. Incluso Bettelheim acabó por
ceder. En su último libro, The Art o( the Obvious, reconoció que "nadie sabe
cómo tratar a estos niños". (Fue demasiado tarde para enmendarse. El libro se
publicó en 1993, tras la muerte de Bettelheim.) Pero Bettelheim se dio cuenta de
que no sabía cómo curar el autismo varias décadas antes, alrededor de 1 9 64. The
Empty Fortress, con su arriesgado informe sobre curas, se publicó tres años des­
pués, en 1 967. Este sorprendente descubrimiento es uno de los pocos puntos en
que coinciden dos recientes biografías de Bettelheim, una biografía crítica de
Richard Pollak y una biografía elogiosa de Nina Sutton.
Éste es un fragmento del libro de Sutton (no hay que olvidar que se trata del
estudio más favorable): "La beca de la Fundación Ford [para tratar niños autistas]
terminó en 1 963, y Bettelheim todavía no había escrito el libro que prometió en
1 960, cuando solicitó prórroga. Estaba atrapado. Después de haber hecho tantas
promesas con la arrogancia que lo caracterizaba, ¿qué respuestas definitivas podía
dar para solucionar el rompecabezas del autismo? ¿Cuál era el final feliz de aque­
lla angustiosa historia cuyas víctimas no reaccioll'aban a sus esfuerzos por enten­
derlas y curarla s ? " .
Bettelheim s e guardó sus dudas, proclamó l a s curas y disfrutó d e la gloria de
haber rescatado a unos niños que el resto del mundo había dado por perdidos. Era
una mala jugada, pero Bettelheim mantuvo posteriormente que no tuvo otra elec­
ción. Según afirmó, empezó a trabajar verdaderamente ilusionado y a pesar de su
fracaso seguía teniendo una escuela que financiar y una reputación que conservar.
"El éxito a la hora de ayudar a los niños autistas sirvió, por encima de cualquier
otra cosa -escribió más tarde-, para consolidar el mérito de la filosofía de la
escuela y sus métodos."

La tarde del 12 de marzo de 1990, Bruno Bettelheim ingirió algunos barbi­


túricos con un poco de licor y luego se ató una bolsa de plástico en la cabeza.
Estaba viejo, enfermo y solo, y se sentía atrapado en un asilo de ancianos que no
le parecía mucho mejor que la celda de un condenado a muerte. Desde hacía algún
tiempo había estado pensando en el suicidio. El New York Times anunció su
muerte en un titular de primera página, BRUNO BETTELHEIM MUERE A LOS
86 AÑOS; PSICOANALISTA MUY INFLUYENTE, al que seguía un largo y elo­
gioso artículo.

250
Los padres

Pocas semanas después, el legado de toda una vida empezó a hacer aguas.
Primero se hicieron públicos los testimonios de antiguos alumnos de la Escuela
Ortogénica. La escuela no fue un refugio para las personas emocionalmente daña­
das, declararon, sino un minigulag presidido por Bettelheim. Relataron palizas y
continuos episodios de abusos físicos y verbales.
Estas historias produjeron una enorme sorpresa. Bettelheim había predicado
en contra de la violencia durante décadas. Dedicó a la escuela treinta años de su vida
e invirtió días agotadores que a menudo se prolongaban más allá de la medianoche.
Él mismo eligió a los asesores por su empatía y su paciencia más que por su expe­
riencia o sus credenciales académicas. En 1 9 6 8 , Time publicó un artículo sobre él,
en el que se le apodó el Doctor Sí de Chicago debido a la generosidad que caracte­
rizaba su trato con los pacientes. Cada Navidad, por ejemplo, Bettelheim compra­
ba el mejor traje de Papá Noel de Chicago para uno de los asistentes, y dirigía feliz
rodas los preparativos: los juguetes y los osos de peluche, las galletas, los adornos . . .
El propósito de l a escuela era aplicar las lecciones que Bettelheim aprendió
en los campos de concentración sustituyendo la crueldad por el cariño. "Cuando
inició su escuela para niños trastornados dio la vuelta a todas aquellas experien­
cias", afirmó el psicoanalista Rudolf Ekstein, uno de los amigos más íntimos de
Bettelheim. "Se trataba de u� entorno protegido, afectuoso, la cara opuesta a un
campo de concentración."
La disciplina física era el gran tabú. "El castigo enseña al niño que quienes
detentan el poder pueden forzar a los demás a hacer lo que ellos quieren", escri­
bió Bettelheim. "Y cuando el niño crezca suficientemente y sea capaz de hacerlo,
intentará utilizar esa misma fuerza." A continuación, Bettelheim citaba a
Shakespeare: "Aquéllos que tienen el poder de dañar y no lo hacen . . . heredarán
con justicia los dones del cielo " .
Sin embargo, a l o largo de los años fue dejando pistas que demostraron que
la filosofía era una cosa y la práctica otra. En 1 9 8 3, por ejemplo, un ex alumno
llamado Toro Lyons escribió una novela ligeramente encubierta sobre la Escuela
Ortogénica (y se la dedicó "con gratitud y afecto" a Bettelheim) . En una escena
significativa, Lyons describe un encuentro entre el Dr. V (a Bettelheim se le cono­
cía como el Dr. B) y un muchacho llamado Ronny, que había pegado a un com­
pañero mientras jugaban a tirarse una pelota:

"¿Dezde cuándo golpeamos a los niños en foz ojoz? La pregunta que rompió el silen­
cio tenía un tono suave pero amenazador.
"Lo he hecho sin querer", protestó Ronnie con voz queda. Tony se estremeció cuan­
do la mano izquierda del Dr. V abofeteó a Ronnie en la mejilla para luego golpearle

251
La locura en el diván

en la otra. ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! La mano izquierda del Dr. \: ><
movía rápida y metódicamente de un lado a otro de la cara de Ronny. Y lueg,.
¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS! ¡PLAS!, golpeando con ambas manos la cabeza de Romz)
cuando éste se inclinó hacia delante para esquivarlo. El Dr. V le cogió un mechón dt•
pelo )' tiró de él. Y con ambas manos de nuevo lo agarró por la camisa y práctic.J­
mente lo arrancó de la silla.
"¿Por qué le haz golpeado en el o¡o?"
Tony se sintió impotente, humildemente dominado por la terrible ira del Dr. V:
"Ha sido un accidente", diio Ronnie entre sollozos.
El Dr. V dio un paso atrás; observó a Ronnie mientras éste gimoteaba. De pronto
extendió las manos, con las palmas hacia arriba, en un grandilocuente gesto. "¡ Yo
tampoco quería! ¡Ha sido un accidente!", exclamó con sorna. Ese gesto hizo que
pareciese menos aterrador. Con una voz más normal, pero todavía amenazadora, le
preguntó: "¿Haze que te zientaz meior?". Ronnie sacudió la cabeza. "Bien. Entonzes,
recuerda que cuando tengaz accidentez, yo también foz tendré. ¿Eztá claro?"

En vida de Bettelheim, nadie prestó atención a estas insinuaciones. Pero poco


después de su muerte, varios consejeros y alumnos salieron a la palestra para con­
firmar los rumores. Hoy en día, tanto los defensores como los detractores de
Bettelheim reconocen que los maltratos fueron reales.
Pero la discusión se ha desplazado del debate sobre los hechos al debate
sobre los motivos. La interpretación más simple, tal como la plantea uno de los
biógrafos de Berrelheim, Richard Pollak, es que Bettelheim era un grandísimo
hipócrita. Un punto de vista más suave y comprensivo sostiene que Bettelheim era
un buen hombre que, en ocasiones, comprensible y tal vez inevitablemente perdía
la paciencia a causa de las dificultades a las que se enfrentaba.
Los admiradores de Bettelheim fueron más permisivos todavía. Afirmaban
que la aparente violencia de Bettelheim era en realidad una estrategia. Los defen­
sores de esta teoría -que llevaba la tolerancia al borde del absurdo- afirmaban
que Bettelheim desempeñaba intencionadamente el papel de pararrayos humano
con el fin de atraer la agresividad que anidaba en sus trastornados muchachos. Tal
como lo expresa su biógrafa Nina Sutton: "En Buchenwald descubrió que no
había nada más eficaz para vencer la ansiedad aurodestructiva que un enemigo
importante y visible, alguien a quien poder odiar sin reservas".

Los padres de los niños autistas se apresuraron a aceptar aquella invitación.


Todos sabían que Bettelheim había dejado muy claro lo que pensaba sobre ellos,
y le devolvieron el favor. Aunque hubo ocasiones en que Bettelheim se cubrió las

252
Los padres

espaldas. En Truants from Life, por ejemplo, aparece un largo fragmento en el que
se resiste a culpar a los padres. "En ocasiones, también nosotros somos culpables
de utilizar los problemas de los padres para explicar cómodamente los trastornos
de los niños", reconoció en este libro de 1955, el segundo que publicó en la
Escuela Ortogénica. Ni siquiera estaba claro, proseguía, que fuera el padre, y no
el hijo, la fuente original del problema. Tal vez, sugirió Bettelheim, una madre que
desde siempre había sido "simplemente ansiosa o insegura" se mostrara indife­
rente o desdeñosa como forma de defensa " frente a la ansiedad y el dolor inso­
portable infligidos por la indiferencia o las extrañas reacciones del niño".
Incluso en The Empty Fortress reflexionó sobre la pregunta del huevo o la
gallina, cuestionándose si el autismo era consecuencia del distanciamiento de unas
madres que desatendían a sus hijos o del distanciamiento de unos niños que ignora­
ban a sus madres. "No es la actitud materna la que provoca el autismo -escribió
Bettelheim-, sino la reacción espontánea del niño frente ella." El problema, dicho
de otro modo, no era tan simple como el caso de una madre que le vuelve la espal­
da a su hijo. En una situación real, el niño se sentía perseguido por su madre, con
razón o sin ella, y huía de ésta. Si ella también se alejaba, el niño se encerraría toda­
vía más en sí mismo, y ambos entrarían en una espiral que finalizaría en el autismo.
Bettelheim nunca rechazó esta compleja y prudente posición -en realidad,
siempre podía recurrir a ella si le acusaban de culpar a los padres-, pero le restó
importancia en favor de una teoría más clara y más dramática, según la cual los
niños autistas eran semejantes a los aterrorizados prisioneros de un campo de con­
centración. Bettelheim también dejó claro a través de sus actos que no considera­
ba a los padres unos aliados.
El colega de Bettelheirn en la Universidad de Chicago, Benson Ginsburg, recuer­
da un encuentro entre Bettelheim y la madre de un niño autista. La mujer había pedi­
do a Ginsburg que telefoneara a Bettelheim de su parte. "Llamé a Bruno y le pregunté
si había alguna habitación libre para este niño o si, por lo menos, podía hablar con
ella" , relata Ginsburg. "Dijo que no. La madre estaba al teléfono en ese momento.
Sus palabras fueron: 'Pero Dr. Bettelheim, usted es mi única esperanza. Si no atiende
a mi hijo, ¿qué puedo hacer?'. Él contestó: 'Señora, ¿no ha hecho ya suficiente?'."
Se trataba de un credo, no de simple despecho. Años más tarde, en 1 9 8 1 , un
editor le pidió a Bettelheim que escribiera un prefacio para un libro sobre el ins­
tinto maternal. Se negó. "Toda mi vida -replicó- he estado trabajando con
niños cuyas vidas se han visto destruidas porque sus madres los odian."

Leo Kanner nunca fue tan duro, pero él y Bettelheim se mostraron de acuer­
do en un tema crucial. Ambos creían que los niños autistas sólo podían mejorar si

253
La locura en el diván

se los separaba de sus padres. Incluso antes de sus artículos sobre los padres neve­
ra, Kanner ya había declarado que estaba a favor de "un cambio de entorno", que
"-significa un cambio de personas", como algo necesario para "alejar al niño esqui­
zofrénico de la tentación del aislamiento esquizofrénico".
Bettelheim dio su aprobación a este comentario citándolo en Truants from
Life. (Al igual que Kanner, a veces utilizaba el término esquizofrenia infantil en
lugar de autismo infantil. Este uso refleja la noción, en aquella época asumida, de
que el autismo constituía la primera fase de la esquizofrenia). "Nuestra propia
experiencia -señaló Bettelheim- nos sugiere que el tratamiento del niño esqui­
zofrénico se desarrolla más adecuadamente en un entorno terapéutico total y
mediante el esfuerzo cooperativo de distintas personas."
De este modo, los padres que realmente se preocupaban por el bienestar de
sus hijos no podían tenerlos en casa. Llevarlos a sesiones diarias de psicoterapia
era mejor que nada -por lo menos el niño tendría algún contacto con adultos
auténticos y bienintencionados-, pero no lo más adecuado. "Tan pronto como
iniciamos nuestro trabajo en la Escuela Ortogénica -escribió Bettelheim-, llega­
mos a la conclusión de que para tratar a los niños esquizofrénicos debíamos rode­
arlos de personas que realmente respondieran a sus necesidades no sólo durante
una hora al día, sino durante el mayor tiempo posible cada día del año."
Ya desde mediados de los años cincuenta, Bettelheim exigió que los nuevos
alumnos de la Escuela Ortogénica no vieran a sus padres por lo menos durante
nueve meses. En un principio se permitió que los niños visitaran sus casas en vaca­
ciones, pero Bettelheim cambió de política porque creía que fuera de la escuela
empeoraban. Para asegurarse de que los padres no pudieran dañar a sus hijos, ni
siquiera a larga distancia, los asesores psicológicos de la escuela leían las cartas
que llegaban de casa antes de entregárselas a los niños.
Bettelheim justificó estas precauciones en un ensayo de 1956 titulado
Schizophrenia as a Reaction to Extreme Circumstances. "Tenemos que proteger a l
niño d e cualquier elemento hostil procedente del mundo exterior", escribió. "En
particular, de sus padres. " Una década después, en The Empty Fortress, defendió
con todo el peso de su autoridad la noción de que los padres debían renunciar a
sus hijos si querían salvarlos. "Intentar rehabilitar a los niños autistas mientras
siguen viviendo en casa o tratar a madre e hijo a la vez, es un procedimiento cues­
tionable. Nuestra experiencia nos dice que sólo funciona cuando el trastorno es
relativamente débil y cuando el niño es todavía muy pequeño."
Parentectomía es la palabra que utilizaron los terapeutas para referirse a
la separación completa y permanente entre el niño y sus padres.

254
C A P Í T U L O C AT O R C E

La culpabilidad de los padres a examen

A partir de esta observación puede formularse una hipótesis


demostrable.

- ,\1ARIAN DH.IYER

La declaración de guerra tuvo la longitud de un párrafo y fue fácil de pasar por


alto. El 12 de marzo de 1967, en una carta publicada por el New York Times, un
psicólogo llamado Bernard Rimland arremetió contra Bruno Bettelheim. La revista
Time acababa de publicar un artículo de Bettelheim y una elogiosa reseña de The
Empty Fortress. "Los padres de los niños mentalmente enfermos ya sufren bastan­
te", señaló Rimland. "Adjudicar la culpá a los padres, basándose en evidencias cir­
cunstanciales que no han sido demostradas, es un acto de crueldad irresponsable."
Algunos académicos de distintos campos ya habían criticado a Bettelheim,
pero estas reprimendas sólo aparecieron en revistas marginales caracterizadas por
un lenguaje muy especializado. (Rimland había participado en esta literatura crí­
tica.) Ahora, este grito público y escandaloso constituía roda una novedad.
Sobre el papel, Rimland no estaba a la altura de Bettelheim. No era un aca­
démico ni un terapeuta, sino un psicólogo que se dedicaba a la investigación en un
laboratorio de la Marina norteamericana en San Diego. Poco más que un aficio­
nado en el campo de la psicología infantil -eligió, en sus días de estudiante, elu­
dir estos cursos " irrelevantes"-, Rimland sólo contaba con una credencial, que
era la que le faltaba a Bettelheim: un hijo autista.
Mark, el hijo de Bernard y Gloria Rimland, nació en 1956. Para esta entu­
siasmada y joven pareja, el nacimiento de su primer hijo coronaba lo que les pare­
cía "un entorno perfecto" . Bernie había conseguido el trabajo que deseaba en San
Diego, su ciudad materna; y habían encontrado una casa de dos habitaciones que
se podían permitir. "Pintamos de amarillo una de las h abitaciones porque no nos
importaba que fuese niño o niña", recuerda Bernard Rimland. "Compramos la
cuna y preparamos todas las cosas. Todo era perfecto. El embarazo fue perfecto,

255
La locura en el diván

y el parto fue perfecto. El único problema fue que el niño nació gritando -m.::_­
so en la actualidad, cuando Rimland recuerda lo que sucedió hace cuarenta añcs.
su euforia se diluye al llegar a este punto de la historia-, y siguió gritando y llo­
rando durante horas y semanas."
No tardaron mucho tiempo en descubrir el significado de aquellos gnros.
"La primera vez que vi a Mark en el hospital estaba gritando", explica Bermc
Rimland. " ¿Recuerda los viejos tiempos, cuando los padres permanecían al otro
lado de un cristal y miraban a sus hijos? Aquel día yo era el tercer padre de la fila.
Trajeron al primer bebé, una niii.a adorable con los ojos semicerrados, y el padre
se quedó maravillado contemplando a su pequeña. Con el segundo ocurrió lo
mismo. Luego la enfermera trajo al pequeño Rimland, que miraba a todas panes
con los ojos bien abiertos, como si estuviera a punto de hablar. Me sentí muy orgu­
lloso. Pensé: 'Caray, qué preciosidad de niño'. Luego bajé a ver a Gloria. Ella me
dijo: '¡Tiene tus pulmones!'. Yo había sido un buen submarinista. Y añadió:
'Todos los niños lloran. Pero, Dios mío, se puede oír a Mark por todo el pasillo:
es el que tiene los mejores pulmones'."
"Que poco sabíamos", ríe Rimland. Es un hombre grande como un oso que
está a punto de cumplir los setenta. Con su aspecto corpulento y su espesa barba
gris, parece un leñador judío retirado. Pero no es un sonriente zayde cargado de
sabiduría. Rimland es un hombre de lengua afilada qhe se enfada a menudo y
transmite indignación. "Por lo tanto, ya en el hospital se hizo evidente que algo
andaba mal -observa sardónicamente- antes de que nuestras perniciosas perso­
nalidades tuvieran la oportunidad de influir negativamente en el niño."
La vida en casa se volvió prácticamente insoportable. Mark se daba golpes
tan fuertes contra la pared que siempre tenía cardenales en la frente. No podía
tolerar ni el más mínimo cambio de rutina; Gloria Rimland fue la mujer que se vio
obligada a comprar vestidos idénticos para ella, su madre y su suegra.
Cualquier cambio podía desencadenar el desastre. "Si me lavaba el pelo y me lo
dejaba mojado, él lloraba hasta que volvía a estar seco, como antes", recuerda Gloria.
"Solíamos abrir la puerta trasera para dejar entrar la agradable brisa veraniega -pro­
sigue-, pero al llegar el invierno no podíamos cerrarla porque si lo hacíamos no para­
ba de gritaL No teníamos más remedio que pasar el invierno con la puerta abierta. "
Gloria llegó a cronometrar e l llanto d e Mark para comprobar cuánto dura­
ba. " Cuando tenía aproximadamente un año -comenta- sólo lloraba doce
horas de reloj durante un período de veinticuatro horas, y pensamos: 'Esto es
vida'. Era tan maravilloso, ¡sólo doce horas!" Los vecinos llamaban a la policía
para quejarse del ruido. "Nos hicimos íntimos amigos de la policía", ríe Gloria.
"Decían que era una suerte que fuera nuestro y no suyo."

256
La culpabilidad de los padres a exa�e-

El agotamiento tiñe todos los recuerdos de aquellos años. "Si era un buen
día, me lavaba los dientes", recuerda Gloria. "Para mí, el paraíso significaba
lavarme el pelo y ducharme . " Durante cinco años le fue prácticamente imposible
abandonar la casa. Cuando una vecina se prestó a pasar un día con Mark, Gloria
apenas supo qué hacer con su desacostumbrada libertad. Finalmente, se dirigió a
unos grandes almacenes y se paseó henchida de felicidad. "Cuando volví a casa
-explica Gloria-, mi vecina estaba sentada en el suelo y lloraba; fue la última
vez que me ofreció su ayuda para cuidar a Mark . "
A Gloria Rimland n o l e gusta quejarse, y al hablar posee un don que l e ayuda
a convertir las miserias de aquellos primeros años en una comedia. Pero sabe que
no puede explicarle a nadie lo que significa realmente vivir con Mark. "La gente
solía decirme -y entonces imita a un interlocutor algo bobalicón-: 'Oh, ¿cómo
te las arreglas?'." Y estalla en una estridente carcajada.

Mark fue el mayor de los tres hijos de Bernard y Gloria Rimland, y el único
con algún tipo de problemas. "Nuestra hija nació en 1 95 8 , dos años después de
Mark ", comenta Bernard. " ¡ Qué diferencia! Daban ganas de comérsela; nos mira­
ba, se interesaba por nosotros, era el polo opuesto de Mark. Desde el momento de
su nacimiento fueron dos niños absolutamente distintos."
El pediatra de los Rimland, co� treinta y cinco años de profesión a sus espal­
das, no sabía qué hacer con Mark. "Nunca había visto u oído hablar de un niño
así", afirma Bernard. "En algunos aspectos, Mark parecía precoz. Empezó a
hablar pronto, y a los ocho meses repetía palabras como oso, hecho, no está,
cuchara y cosas por el estilo. Luego, de repente, empezó a decir frases completas:
¿Jugamos a la pelota? "
" ¿ Y mamá y papá? " , l e pregunté.
"Nunca", respondió Bernard con rapidez. Y luego, más quedamente:
"Cielos, no".
Tras estos prometedores tmctos, Mark empezó a hablar cada vez menos,
excepto para repetir las palabras de alguien o para recitar algunas de sus frases
favoritas. Cariño, ya ha oscurecido, por ejemplo, significaba ventana, al parecer
porque Gloria dijo esta frase una tarde mientras sostenía a Mark delante de una
ventana. Mark dejó de hablar por completo durante un tiempo, y luego se limitó
a susurrar durante un año entero. Nadie sabe por qué.
No había manera de acercarse a él. " Dejó de utilizar las manos", recuerda
Gloria. "Simplemente, cogía la mano de alguien y la usaba." A modo de ilustra­
ción, Gloria sujeta su muñeca derecha con su mano izquierda y la desplaza, igual
que un operador de grúa haría con el brazo de su vehículo.

257
La locura en el diván

A Jos Rimland les llevó dos años poner nombre a los continuos gritos de
Mark y a su distanciamiento del mundo. El momento clave se produjo cuando
algo en la manera como su hijo imitaba los anuncios de la radio despertó un vago
recuerdo en la memoria de Gloria. Marido y mujer corrieron al garaje para re\·i­
sar apresuradamente una caja de viejos libros de texto de la universidad. Allí, en
una sección titulada autismo infantil encontraron una descripción " perfecta que
encajaba punto por punto" con su hijo.
Aquello sucedió en 1 9 5 8 . Rimland, según él mismo afirma, se dedicó "obse­
sivamente" a leer todos los informes que se hubieran escrito sobre el autismo.
Quince años después del descubrimiento del síndrome, todavía era posible hacer­
lo. En aquella época San Diego no tenía facultad de medicina, pero algunas veces
la Marina enviaba a Rimland a congresos en otras ciudades. Entre las sesiones, y
al final de cada jornada laborar, Rimland salía disparado para visitar la bibliote­
ca universitaria más cercana. En Nueva Orleans, por ejemplo, cruzó el Barrio
Francés y se dirigió a Tulane, donde intentó que el conserje de una biblioteca lo
dejara entrar tras la hora de cierre. Como las fotocopiadoras no eran todavía ins­
trumentos de uso frecuente, Rimland tomó detalladas notas en fichas de cartuli­
na. También recurrió a amigos y conocidos para que le tradujeran artículos que
copiaba de revistas médicas en francés, alemán, holandés, checo y portugués.
En 1 959, Rimland se puso en contacto con K�nner. El eminente investigador
lo animó a proseguir su solitario asalto a la sabiduría psiquiátrica establecida,
basada, en gran parte, en las teorías del propio Kanner. ¿ Es éste otro ejemplo de
la ambivalencia de Kanner? ¿Fue una muestra de tolerancia? ¿De valentía moral?
Ni siquiera Rimland puede responder a estas preguntas. Pero en 1964 se sin­
tió preparado para presentar su caso. ( Gracias al empujón de Gloria, que le hizo
ver que, consciente o inconscientemente, su proyecto autoeducativo se había con­
vertido en un libro.) Rimland publicó sus conclusiones en un pequeño volumen
titulado simplemente lnfantile Autism. Leo Kanner escribió un elogioso prólogo.
De forma metódica y perseverante, Rimland se abrió paso a través de la lite­
ratura médica. Hasta el capítulo tercero se dedicó a profundizar en los prelimina­
res. Y a continuación, se centró en el tema más importante.
Rimland se enfrentó a la culpabilidad de los padres directamente. Sí, estaba
de acuerdo, la teoría psiquiátrica parecía plausible. Pero la cuestión era: ¿ s e trata­
ba de una teoría demostrada ?
Después de todo, otras enfermedades en un tiempo inexplicables resultaron
tener una causa orgánica. Los psiquiatras habían establecido sus conclusiones des­
pués de asumir que los niños autistas mudos, por ejemplo, se negaban a hablar.
Pero tal vez por razones biológicas estos niños eran incapaces de articular pala-

258
La c u l p a b i l i d a d de los padres a examen

bras. Pensemos en las víctimas de un ataque cerebral que no pueden hablar, sugi­
rió Rimland. ¿ Permanecían en silencio debido a algún tipo de hostilidad?
¿Por qué, se preguntó, los psiquiatras interpretaban los síntomas del autismo
como pistas del origen de su estado? Si un esquizofrénico aseguraba que los mar­
cianos estaban emitiendo mensajes en el interior su cabeza, esta afirmación se
interpretaba como una señal de que algo funcionaba mal. Pero nadie corría en
busca de los marcianos. Por el contrario, cuando un niño autista se alejaba de sus
padres, este distanciamiento no se consideraba un síntoma sino una evidencia de
que los padres habían hecho algo equivocado'}.
Entonces Rimland cambió de táctica. Si la psicología no era la clave del autis­
mo, ¿cuál era la explicación más adecuada?
La biología. El aurismo, sugirió Rimland, era un acontecimiento biológico
inesperado, una enfermedad todavía no comprendida que afectaba a un niño entre
mil. Los padres no eran más culpables que en los casos de síndrome de Down o
parálisis cerebral.
Éste fue el resultado de todos los años que Rimland dedicó al estudio entre
las estanterías de las bibliotecas. Pocas de las afirmaciones que recopiló eran ori­
ginales, pero hasta el momento nadie había reunido estos fragmentos dispersos de
información en una sola obra. Juntos y ordenados, proporcionaron una teoría
convincente.
"Punto uno", escribió Rimland. "Los padres de algunos m nos indudable­
mente autistas no encajan con el modelo de personalidad del padre de un niño
autista." El punto dos reflejaba la otra cara de la moneda. "Los padres que no
encajan con la descripción de los supuestos padres patogénicos suelen tener hijos
normales que no padecen autismo."
Y así sucesivamente. Con calma, con serenidad y sin pausa, Rimland conti­
nuó desgranando el caso. "Punto tres. Con muy pocas excepciones, los hermanos
de los niños autistas son normales. Punto cuatro. Los niños autistas manifiestan
un comportamiento poco común desde el momento de su nacimiento. "
Rimland expuso nueve observaciones, respaldándolas siempre con referen­
cias. Ninguna fue tan definitiva como un informe sobre un defecto cerebral parti­
cular o una anormalidad cromosómica -hasta la fecha el origen del autismo sigue
siendo un misterio-, pero evidentemente se trataba de algo más que de simples

• Richard Hunrer e Ida Macalpine, reconocidos historiadores de la psiquiarría, hicieron una observa­
ción similar en Ceorge lll and the Mad-Business. En este libro, critican a los psicoanalistas modernos
que han escriro sobre el caso para adjudicar un significado a los desvaríos del rey, que actualmente se
arribuyen a una enfermedad orgánica conocida como por(iria. " ¿Quién se atrevería a buscar la causa
de la neumonía en los delirios de un niño enfermo y a juzgar su personalidad basándose en ellos ? " , se
plantearon Hunrer y Macalpine. " Pues eso es precisamente lo que se hizo en el caso de George III."

259
La locura en el diván

temas de debate. Rimland señaló, por ejemplo, que el autismo afecta tres o cuatro
veces más a los niños que a las niñas. Para defensores de la biología como
Rímland, esta observación no fue especialmente sorprendente; gran número de
enfermedades, desde el daltonismo hasta los problemas cardíacos, afectan más a
menudo a los hombres que a las mujeres o a los hombres más jóvenes. Pero para
aquellos que intentaban explicar el autismo desde una perspectiva psicológica,
esta discrepancia entre sexos los debería haber alarmado. Después de todo, en
nuestra cultura los niños son tan bien recibidos como las niñas. ¿Cómo encajar
esto con la teoría de que el rechazo paterno era la causa del autismo? Rimland
planteó estas preguntas, pero nunca elevó la voz. Y dio por finalizado el capítulo
con una petición: "Dejad que el convencimiento se subordine a la evidencia" .

En l a época en que se publicó el libro de su padre, Mark Rimland tenía siete


años y seguía llevando pañales. Mark nunca apareció en el libro, ni Bernard
Rimland hizo ningún comentario sobre su particular interés en el tema.
Actualmente, Mark tiene cuarenta años. Todavía vive con sus padres.
(Cuando Mark tenía cinco años, se advirtió a los Rimlands que no había espe­
ranza y que debía ser ingresado.) De mediana estatura y con el pelo castaño esme­
radamente peinado, es un hombre bien parecido con una encantadora sonrisa.
Desde ciertos ángulos se parece mucho a su padre éu'ando era joven. Tiene un nivel
aproximado de octavo grado y cada día va solo a la escuela de adultos discapaci­
tados en autobús.
Cuesta unos instantes darse cuenta de que hay algo extraño en él. La prime­
ra pista son los ojos. Mark no elude la mirada, pero suele mirar unos centímetros
más allá de la persona que está con él. Allí no hay nada que ver -o nada que una
persona ordinaria estaría interesada en ver-, y esta mirada detenida en el vacío
hace que Mark parezca ciego. Sin embargo, es fácil hablar con él, y le gusta hablar.
Habla rápido y de un modo entusiasta, y lo suficientemente alto para que la
gente se vuelva. Su tono no es el de un robot, pero el ritmo es agitado y se repite.
"Un hombre me llevó en una ocasión a j ugar a golf. Se llamaba Bob, y de apelli­
do Wilson. En una ocasión golpeó una pelota de golf y una ardilla cogió la pelo­
ta de golf y se fue corriendo con ella. Cogió la pelota de golf. Cogió la pelota de
golf."
Su padre le recuerda "docenas de veces al día" que baje la voz, pero él no
aprende la lección. Mark acepta los reproches sin avergonzarse ni irritarse. En un
mundo preocupado por la imagen, parece extrañamente natural.
Puede resultar desconcertante. Mark ha aprendido a comportarse, pero no
hay duda de que estas pautas de comportamiento las memoriza y, por lo tanto, no

260
La culpabilidad de los padres a examen

5on sinceras. Cuando estrecha la mano, por ejemplo, realiza un gesto que no tiene
senrido para él (aunque tampoco lo incomoda), no lo interpreta como una señal
de conexión con las demás personas. Extiende su mano, tal como se le ha enseña­
do. y ahí se queda, como un guante vacío en el extremo de la manga de la cha­
queta de un niño.
Es inevitable preguntarse si hay alguien allí. De hecho, Mark parece bastan­
te feliz. ( " ¿ Me he portado bien ? " , suele preguntar a su madre. "Has estado per­
fecta", contesta Gloria.) Mark dejó de gritar hace varias décadas, y hoy es una
buena compañía.
Pero podría ser una equivocación intentar demostrarlo demasiado a fondo.
Tras pasar un poco más de tiempo juntos, me sentí frustrado. Mark me había habla­
do de la escuela, de sus maestros, de sus mascotas, pero en realidad nunca había­
mos mantenido una auténtica conversación. Sin lugar a dudas, Mark sabía muchas
cosas, discutí con su padre, pero no podía decir qué le preocupaba realmente.
Rimland me respondió con un desconcertado encogimiento de hombros.
··Simplemente, Mark no tiene en cuenta ese tipo de cosas."
Tal vez con cierta crueldad insistí en el tema: " ¿ Qué pasaría si hoy te atro­
pellara un aurobús? ¿Mark se pondría triste si no volvieras del trabajo ? " .
Rimland reflexionó unos instantes. " ¿ Se daría cuenta? Sí, se daría cuenta. ¿Se
pondría triste? No lo sé."
Mark no es una persona fría -al contrario, parece dulce e inocente, y tiene
buen humor-, pero carece de empatía. La gente no parece interesarle mucho. Los
cumpleaños, por otro lado, han sido una fuente infinita de fascinación desde que
Mark era pequeño. Le gusta abordar a los extraños y preguntarles cuándo es su
cumpleaños. Luego se detiene unos instantes, inclina ligeramente la cabeza, con l a
mirada perdida e n u n punto intermedio, y sonríe. En unos diez segundos, anun­
cia: "Era domingo" .
S e sabe el cumpleaños d e todas las personas a las que h a conocido. N o puede
explicar cómo sabe qué día de la semana era el l O de noviembre de 1 952, pero no
parece equivocarse nunca, ni olvidarlo. Si coincidiera con Mark dentro de diez
años, me dijo su padre, se acordaría de mi cumpleaños. Una noche, en una cena
familiar, alguien mencionó una fecha. "Hace exactamente veintitrés años, inte­
rrumpió Mark, llegaron los vecinos." Los acontecimientos rutinarios que otras
familias apuntan en el calendario de la cocina -las citas con el dentista, las visi­
tas al veterinario, la llegada de alguien-, Mark los graba en su cabeza.
Mark también posee otro talento, que descubrió a los veintiún años. Se trata
de un auténtico don para el arte. Pinta y dibuja, y a todo el mundo le gustaría
adjudicarse el resultado de sus trabajos. Los temas son cotidianos -un gato dur-

261
La locura en el diván

miendo, un bosque de abedules, una mujer de perfil- y tiene un estilo realista '
a la vez sofisticado. No se trata de arte popular, sino de algo auténtico, y no nece­
sitamos conocer la historia de Mark para admirar su estilo.
A Mark le gusta pintar, y parece complacido cuando los visitantes admiran
su trabajo, pero tiene poco que decir sobre él. Al igual que su habilidad con el
calendario, el arte de Mark es a la vez un don y un misterio. Parece que no pueda
o no quiera reflexionar sobre el origen de su talento; su curiosidad no parece diri­
girse hacia dentro. "¿Te acuerdas de cuándo te interesaste por el arte ? " , le pre­
gunté.
"EI 1 5 de septiembre de 1977. Era un j ueves. "

Jnfantile Autism ganó el premio que s u editor otorgaba cada año a "un des­
tacado estudio sobre psicología", pero pocos lectores le prestaron atención. Y lo
que Rimland esperaba con más impaciencia era una respuesta de Bettelheim.
Mientras trabajaba en el libro, Rimland escribió a Bettelheim pidiéndole informa­
ción sobre sus pacientes autistas. Bettelheim no se la dio. El proyecto de Rimland
estaba "mal concebido " , escribió Bettelheim y, de todas formas, él estaba traba­
jando en su propio libro. Rimland le contestó. Y le ofreció cinco páginas al final
de su libro para que Bettelheim expresara su opinión si él hacía lo mismo.
Bettelheim rechazó la propuesta, y Rimland se e�fureció a causa de este últi­
mo insulto. "Cuando estaba trabajando en el libro -recuerda Rimland en la
actualidad-, conseguimos que los niños se acostaran sobre las diez para que yo
pudiera estar tranquilo. Trabajaba en la mesa del comedor hasta las dos o las tres
de la madrugada, y unas horas después me iba a trabajar para la Marina. Y mien­
tras estaba allí sentado por la noche, cansado y con los ojos nublados por el sueño,
levantaba el puño y decía: 'Te voy a enseñar, Bettelheim, hijo de puta'. Y seguía
trabajando."
lnfantile Autism se publicó tres años ames que The Empty Fortress. Y
Bettelheim no aprovechó esos años para reflexionar sobre los argumentos de
Rimland. Rechazó a su aspirante a rival en unos pocos y definitivos párrafos.
"Rimland, un psicólogo, parece poco interesado por la psique de los niños autis­
tas -escribió Bettelheim-, puesto que no los estudia como personas sino que
sólo investiga la estructura neurológica de sus cerebros."
En aquella época, los psicoterapeutas compartían la creencia de que las expli­
caciones psicológicas eran más profundas y que la biología sólo arañaba la super­
ficie. Bettelheim siempre lo creyó. Y dio a entender que las explicaciones biológicas
del autismo eran simplistas y que no tenian en cuenta la raíz del problema, como
los intentos de explicar la depresión suicida basándose en la tendencia al ayuno.

262
La c u l p a b i l i d a d de los padres a examen

Pero Bettelheim fue más lejos todavía. El enfoque biológico, insistió, no sólo
era un error intelectual, sino moral. Representaba un precipitado y erróneo inten­
to de establecer una frontera entre nosotros, los sanos, y ellos, los enfermos.
"En las últimas décadas -argumentó en su último libro, publicado póstu­
mamente en 1993- parece triunfar de nuevo el viejo punto de vista sobre los
pacientes mentales, un punto de vista que los considera distintos al resto de la raza
humana para distanciarse de ellos. Sólo que ahora, en lugar de hablar de posesio­
nes demoníacas hemos convertido la base de la diferencia en una peculiaridad
molecular o de comportamiento. Son distintos porque algo en la sintomatología o
en la bioquímica que se esconde tras su comportamiento los aliena de los supues­
tos seres normales. Este punto de vista rechaza y se enfrenta a la opinión de Freud
de que los seres humanos se sitúan en un continuo sin líneas divisorias estables.
Las diferencias que puedan existir entre las personas son únicamente diferencias
de grado."
Así era Bettelheim, bueno y malo, a la vez exasperante, farisaico y tozudo, y
también, en cierto modo, moralmente impresionante y humano. Sin embargo,
sabía que había perdido la batalla. Mucho antes de su muerte, en 1990, se hizo evi­
dente que el enfoque neurológico que tanto desaprobaba había ganado la partida.
La teoría de la culpabilidad de los padres que defendió Bettelheim empezó a
perder terreno a mediados de los setenta·, aproximadamente una década después
de la publicación de In(antile Autism, de Rimland. A posteriori, el libro casi pare­
ce el bosquejo de un programa de investigación que hubiera permitido a los psi­
cólogos pasar de la anécdota al experimento. En aquella época, sin embargo, la
voz de Rimland estaba demasiado aislada, y él no era demasiado conocido, como
para cambiar el rumbo del debate.
La teoría de que los padres eran la causa del autismo estaba tan aceptada que
no pudo ser derribada de un solo golpe. Fueron necesarios varios asaltos para
superarla, como una serie de desbordamientos que finalmente arrastran al robus­
to sicómoro de la orilla de un río. Muchos de estos asaltos tomaron la forma de
informes clínicos. Independiente y sucesivamente, los investigadores empezaron a
detectar signos inconfundibles de anormalidades cerebrales en muchos pacientes
autistas. La epilepsia, por ejemplo, era sin duda un trastorno cerebral, y los médi­
cos descubrieron, para su sorpresa, que uno de cada tres autistas era epiléptico. El
retraso también era común, y todo el mundo estaba de acuerdo en que el retraso
mental, excepto en casos de abusos flagrantes, era un problema orgánico y no un
estado provocado por el hombre.
Marian DeMyer, una psiquiatra de la Universidad de Indiana, aportó muchos
datos cruciales. Con la perspectiva que otorga el paso de los años, los revolucio-

263
La locura en e l d i v á n

narios descubrimientos de DeMyer parecen vergonzosamente evidentes. En lugar


de dar por hecho que los padres de los niños autistas eran seres extraños, por
�jemplo, puso a prueba esta afirmación a lo largo de una docena de años. En una
serie de minuciosas comparaciones realizadas con grupos de control rigurosamen­
te elegidos (lo que aumentaba la calidad del trabajo de DeMyer por encima de la
de cualquier otro), estudió las personalidades de tres grupos qe padres. Los padres
del primer grupo tenían un hijo autista, los padres del segundo grupo sólo tenían
hijos normales, y los del tercer grupo tenían hijos con problemas cerebrales.
DeMyer sometió a los tres grupos a un test estándar de personalidad. El
resultado fue que no había diferencias entre los grupos de padres. Además,
DeMyer comparó a los padres de niños autistas con pacientes externos de una clí­
nica psiquiátrica que tenían hijos normales. Los padres de los niños autistas, des­
cubrió DeMyer, tenían significativamente menos problemas que los otros padres.
Por lo tanto, eran los padres sanos los que tenían hijos más enfermos. Este
descubrimiento no encajaba con la extendida creencia de que el estado de los
niños autistas era tan preocupante porque habían tenido la mala fortuna de ser
hijos de unos padres emocionalmente incapacitados.
Según la opinión de DeMyer, el gran misterio que Kanner y sus descendien­
tes no lograron desentrañar no era apenas un misterio. ¿Por qué los padres pare­
cían tan distantes y desconfiados? Porque sabían - que los psiquiatras que los esta­
ban entrevistando ya habían decidido sobre su culpa. "La mayoría de ellos esta­
ban simplemente asustados" , declaró. "Habían oído decir que tenían algún pro­
blema, y cuando iban por primera vez a una entrevista se sentían paralizados por
el miedo. Podían parecer muy distantes, muy poco comunicativos, muy poco emo­
tivos; pero cuando te entrevistabas dos o tres veces con ellos y llegabas a cono­
cerlos, se derrumbaban."
Del mismo modo directo como analizó a los padres, DeMyer emprendió un
estudio sobre la inteligencia de los niños autistas. Se trataba de un estudio consi­
derado imposible hasta el momento, partiendo de la base de que no se podía con­
seguir la colaboración de los niños. Para DeMyer, el problema no estaba en el
estudio, sino en la forma de llevarlo a cabo. Empezó con tests que solían utilizar­
se con niños y poco a poco se fue abriendo camino hasta unos tests mucho más
complejos. "Si les pones ejercicios que son capaces de hacer, los harán", explica
DeMyer con su característico realismo. "Es lo que ocurre con un niño normal. Si
coges a un niño de cuatro años y le pones un ejercicio que sabes que un niño de
dos, tres y cuatro años puede hacer, se sumergirá felizmente en la tarea. Si luego
empiezas a ponerle ejercicios que sólo un niño de cinco o seis años puede resolver,
tal vez intente realizar alguno, pero pronto perderá el interés y dejará el ejercicio."

264
La culpabilidad de los padres a examen

Según los resultados de estas pruebas, que difundió a mediados de la década


de los setenta, alrededor del 80 por ciento de los niños autistas eran retrasados.
En aquel momento, este descubrimiento fue polémico, puesto que rechazaba la
idea de que dentro de la cáscara autista había un niño inteligente. Actualmente
está ampliamente aceptado. "Kanner creía que los niños autistas poseían una inte­
ligencia subyacente", afirma Leon Eisenberg, el psiquiatra de Harvard que empe­
zó su carrera trabajando con Kanner en el Johns Hopkins Hospital. "Bueno
-añade con un filosófico encogimiento de hombros-, eran retrasados."

Ni los descubrimientos de DeMyer ni los de ningún otro fueron decisivos por


sí mismos. Había una remota posibilidad de que unos padres insensibles pudieran
predisponer a sus hijos a la epilepsia, aunque nadie supiera cómo. Tal vez la frial­
dad paterna elevara el riesgo de retraso. Tal vez muchos de los síntomas -el batir
de manos, el girar sobre sí mismos, la falta de contacto visual, la audición selecti­
va- reflejaran en cierto modo las faltas de los padres.
Pero cuando empezaron a publicarse nuevos estudios y se empezaron a exa­
minar a más personas autistas durante períodos más largos de tiempo, esta remo­
ta posibilidad se hizo cada vez más improbable. Bettelbeim y Niko Tinbergen,
junto a sus aliados intelectuales, continuaron sosteniendo que el autismo era psi­
cológico, pero ahora tenían que compartir su terreno. Tal vez fuese necesaria una
explicación,más sencilla. Tal vez el autismo fuera realmente un rrasrorno orgánico.
Como mínimo, cuando los médicos empezaron a poner en entredicho las teo­
rías psicológicas establecidas, los argumentos de Rimland de la década anterior se
tomaron finalmente en serio. ¿Y los hermanos sanos? ¿Y los padres cariñosos?
Esta doble presión sobre la psicología, desde la práctica y la teoría, fue decisiva.
La herejía del pasado se convirtió en el sentido común del presente.
Con un orgullo justificado, Rimland abandonó el refugio de la neutralidad.
(Incluso en Infantile Autism, su llamamiento a las armas contra los psicoterapeu­
tas que lo condenaron a él y a los otros padres que compartían su problema, puso
al capítulo fundamental el inofensivo título de El problema de la causa biológica
contra la psicológica.) Ya no tenía que aparentar que estaba al margen de l a bata­
lla. "En 1979 -alardeó recientemente-, un artículo sobre el autismo de una revis­
ta de ámbito nacional afirmaba que el 90 por ciento de los especialistas asegura­
ban que Infantile Autism 'había enviado al infierno la teoría de la madre nevera'."
Se trata de una exageración. Lo que Rimland consiguió fue encender una
mecha que humeó a lo largo de una década antes de prender. Finalmente se encen­
dió, y la teoría de los padres nevera se fue al infierno. Y éste, señala Rimland con
una sonrisa de satisfacción, es "el lugar más adecuado".

265
Ep ílogo:
Te o rías actuales sobre el autismo

T:as pasar tanto tiempo analizando lo que no es el autismo, consideremos breve­


-e::tte qué podría ser. Recordemos, en primer lugar, las islas de habilidad. Se trata
_;:; ralento aislado, y en algunos casos extraordinario, tan frecuente en los autis­
�s . -\unque estas habilidades no se han estudiado mucho, pueden ser una pista
.

-::portante.
La clave, sugiere la psicóloga Uta Frith, es que "las islas de habilidad no son
::anguilos oasis sino volcanes, signos ostensibles de un trastorno soterrado".
:tilalicemos la asombrosa capacidad memorística tan común en el autismo. Guías
:elefónicas, horarios de trenes, lisra.s de palabras; nada parece representar un des­
,
ú ío. El mismo Kanner se maravilla ba de la "extraordinaria memoria que permite
al niño recordar y reproducir complejos patrones 'absurdos', no importa lo des­
ordenados que sean, exactamente del mismo modo como se construyeron origi­
nalmente" .
Pero como señala Frith, Kanner cayó en una trampa. Supuso que s i u n niño
podía memorizar cosas absurdas, su capacidad para recordar información útil
sería igualmente notable. La cuestión no resultó ser tan simple.
Si recitamos una lista de palabras al azar, por ejemplo, un niño normal y uno
autista recordarán las últimas palabras citadas. Si les pedimos que repitan: "qué,
ver, dónde, hoja, es, barco, nosotros ", ambos repetirán algo así: "es, barco, nos­
otros" . Pero si repetimos el experimento con una serie de palabras que no está ele­
gida totalmente al azar -"dónde, está, el, barco, que, ver, era, hoja"-, sucede
algo curioso.
En esta ocasión, el niño normal recordará las palabras que tienen sentido
juntas -"dónde está el barco"- y se olvidará del resto. ¡ Pero el niño autista
seguirá haciendo lo mismo que antes! Sólo repetirá las últimas palabras, como si
no detectara el patrón o no le sirviera de ayuda.
En algún lugar de este ejemplo se oculta una pista. Sabemos, por los cálcu-

267
La locura en el diván

los del calendario y la peculiaridad de los números primos, así como por los : -
pecabezas de los desafíos cotidianos, que los niños autistas pueden detecta� �

ocasiones los patrones más sutiles. Pero este "dónde está el barco" parece derr- -
trar una percepción opuesta.
En este caso, el enfoque autista del mundo parece ser el contrario del de _

persona normal. Los autistas no son capaces de percibir un patrón aunque este _

la vista, y nosotros no podemos evitar descubrir patrones incluso donde sabem


que no los hay. El autismo, cuanto menos en este caso, parece definirse por la inc.a­
pacidad de percibir la unidad que relaciona acontecimientos aparentemente fo:­
tuitos. Se trata de una condición de permanente incapacidad en que los árboles r:.r

dejan ver el bosque.


En años recientes, algunos científicos se han basado en estas observaciones
para abordar un nuevo enfoque sobre el autismo. El nuevo punto de vista, rela­
cionado principalmente con Frith y otros psicólogos que trabajan en Londres, esta
consiguiendo un gran apoyo, aunque éste todavía no es universal. Se trata de un

bosquejo más que de una teoría, de un intento por precisar cuáles son las caren­
cias que conlleva el autismo más que un intento por explicarlo. La nueva teoría.
conocida por su rasgo más sorprendente, recibe el nombre de ceguera mental.
La idea es que los niños autistas parecen ser ajenos a las mentes de los demás,
y son incapaces de ponerse en el lugar de otro< Según la formulación de Frith, el
problema estriba en que los niños autistas "no distinguen entre lo que hay en el
interior de su mente y lo que hay en el interior de la mente de los demás".
Esta teoría adquirió mucha credibilidad gracias a una serie de experimentos
simples pero sorprendentes. En uno de ellos, Frith y sus colegas representaron una
especie de espectáculo de marionetas mientras un niño autista los observaba. Una
muñeca llamada Sally cogía una canica y la ponía en una cesta. Luego Sally aban­
donaba la habitación. Cuando Sally ya se había marchado, una muñeca llamada
Anne sacaba la canica de la cesta de Sally y la ponía en la suya. Cuando Sally regre­
saba a la habitación, los psicólogos preguntaban: "¿Dónde buscará la canica ?".
Los niños normales daban la respuesta correcta enseguida. Sally buscaría la
canica en su cesta, donde la había puesto antes de irse. Los niños con síndrome de
Down también respondían correctamente. Pero casi todos los niños autistas daban
la respuesta equivocada. Decían que Sally buscaría la canica en la cesta de Anne,
presumiblemente porque era donde ellos la buscarían.
Los resultados son difíciles de comprender. No se trataba de un problema de
memoria; preguntas posteriores demostraron que los niños autistas no habían
oh-idado dónde había estado la canica. Tampoco se trataba de un problema de
capacidad deductiva. A través de pruebas convencionales, como la habilidad de

268
Teorías actuales sobre el autismo

·:soh-er rompecabezas lógicos, se había demostrado que los niños autistas tenían
¡;rna mayor capacidad intelectual que los niños aquejados de síndrome de Down.
Una y otra vez, experimentos semejantes han aporrado resultados parecidos.
En uno de los más sencillos, un actor miraba el interior de una caja abierta. Luego,
...c;.1. segundo actor ponía su mano sobre la caja y aparraba la cabeza. ¿Qué actor
:>abría lo que había dentro de la caja?
Tres cuartas partes de los niños mentalmente discapacitados respondieron
.:orrectamente a la pregunta. Pero sólo uno de cada tres niños autistas supo dar la
�espuesra. Era como si sufrieran una doble discapacidad: no sólo no sabían lo que
orra gente sabía, sino que no sabían cómo lo sabían.
El problema, según Uta Frith, no afecta a la comprensión general, sino a la
compresión particular de la mente de los demás. Los niños autistas pueden com­
prender acontecimientos mecánicos: saben que si un globo choca contra una espi­
na, explorará. Pueden comprender comportamientos de memoria: saben que si
alguien lleva un caramelo al cajero y le da dinero, éste le devolverá el cambio. Pero
tienen grandes dificultades para comprender acontecimientos que exigen imaginar
lo que otra persona está pensando: no pueden comprender que alguien se sienta
dolido si se le llama grandullón y gordo, aunque sea grandullón y gordo, o que
alguna persona que esté llorando se moleste si la gente se ríe de ella.
El resultado es que el mundo se convierte en un lugar salvaje, gobernado por
leyes que todos los demás parecen conocer automáticamente. El autista se ve atra­
pado en la posición del turista norteamericano que participa en una partida de
cricket en Inglaterra. "El mismo niño autista que es capaz de entender por qué un
cliente paga a un tendero o por qué las personas se aparran para no tropezar con
una piedra -escribe Frith-, quizás no comprenda por qué un invitado educado
no quiere servirse más aunque siga teniendo hambre, por qué un empleado que
quiere un ascenso le envía flores a la secretaria del jefe, por qué una colegiala se
queja de dolor de barriga cuando no ha hecho los deberes o por qué un niño
pequeño exagera su dolor gritando cuando su hermano lo empuja."
Lo más importante es que la noción de ceguera mental sugiere una interpre­
tación menos culpabilizadora del distanciamiento emocional de las personas que
padecen autismo. Tal vez, lo que parece indiferencia hacia los demás es, en reali­
dad, incapacidad para descifrar las emociones de otras personas o para expresar
los sentimientos propios. En este caso, hablar de la frialdad de una persona autis­
ta, por ejemplo, equivaldría a malinterpretar los síntomas, tal como hicieron la
mayoría de psiquiatras.
En cualquier caso, la incapacidad de ponerse en el lugar de los demás puede
llevar a situaciones sociales arriesgadas. Donna Williams, una mujer autista que sin

269
La locura en el diván

embargo está licenciada y es autora de algunos libros autobiográficos muy celebrJ.­


dos, describió un episodio con un agresivo taxista en Sri Lanka. " ¿ Está casada:
¿Tiene novio? ¿Le gusta Sri Lanka? ¿Le gustan los hombres? ¿Ha tenido novio algu­
na vez? ¿Le preocupa el SIDA? ¿Le gustaría casarse? ¿Le gustaría casarse conmigo:
El taxista no paraba de hacerme preguntas, y yo trataba de responder honestamen­
te a cada una de ellas. Sólo al llegar a la última pregunta y al revelarme sus inten­
ciones comprendí lo que pasaba. Pensé que se trataba de una especie de concurso.
un estudio cultural, o que quizás se interesaba por la sociología o algo por el estilo.··
Todo estudioso del autismo está familiarizado con estas muestras de inge­
nuidad. La gente suele utilizar términos como abierto o inocente, pero el compor­
tamiento parece estar más relacionado con la cognición que con la moral. Los psi­
cólogos han descubierto, por ejemplo, que los niños autistas tienen muchas difi­
cultades con un simple j uego en que intervenga el engaño. Si se le pide que escon­
da una moneda en una mano, el niño autista sabrá que debe cerrar el puño. Pero
estropeará el juego con otras pistas. Puede que le enseñe al investigador que la otra
mano está vacía, o tal vez esconda la moneda ante su mirada. Los niños normales
y discapacitados no tienen estos problemas.
Los autistas parecen considerar a los demás como seres imprevisibles, máqui­
nas autopropulsadas. ( " Cualquier cosa que no controle totalmente . . . siempre me
sorprende -escribió Donna Williams-, a menudq asustándome y confundiéndo­
me. Suelo sentirme como cuando vas a ver una película en tres dimensiones y te
agachas y te mueves porque parece que todo se te venga encima.") Evidentemente,
la vida en un mundo de estas características puede resultar sobrecogedora y ago­
tadora. ¿Explica esto el acto de eludir a las personas y la preferencia por pedazos
del mundo tan fiables como una guía de calles y una tabla de raíces cuadradas?
Tal como sugiere Frith, las emociones de los demás son particularmente difí­
ciles de descifrar. "Siempre estaba tratando de agradar a los demás y de hacerlo
todo bien", recuerda un autista muy integrado llamado Paul McDonnell en un
ensayo autobiográfico. "Insistía tanto que conseguía el resultado contrario con
todo el mundo, hasta con mis padres. Cuando la gente se molestaba conmigo, me
sentía un fracasado. Incluso en la actualidad me siento así. Creo que no es j usto que
la gente se enfade conmigo porque nunca intento hacer nada malo. Simplemente,
no puedo entender las emociones humanas por mucho que lo intente."
"Estuve muchos años preguntándole a la gente: '¿ Estás enfadado conmi­
go?'", añade McDonnell. "Solía hacerles esta pregunta a mis padres varias veces
al día. En ocasiones, mi padre se enfadaba conmigo por hacerle esa pregunta una
y otra vez. Me ponen muy nervioso algunos tonos de voz. Creo que un tono de
sorpresa o un tono empático significan enfado."

270
Teorías actuales sobre el autismo

Un libro de consejos para padres de niños autistas comparte este punto de


'tsta. Perder la paciencia, advierte el autor, no servirá para disciplinar a un niño
que no tiene ni idea de lo que significan los gritos y el rostro enrojecido de su
;-adre: "Un niño autista que no entiende el significado de las señales de ira puede
.:reer que un padre enfadado constituye un acontecimiento interesante y emocio­
nante, por lo que quizás acentúe su enfado en lugar de calmarlo."
Incluso Temple Grandin, que es lo suficientemente inteligente como para
haberse doctorado y ocupar una plaza de profesora universitaria, habla de sus difi­
cultades al intentar "descodificar" las emociones de otras personas. "Puedo saber
si un ser humano está enfadado o sonríe -afirma, pero enseguida añade-, aun­
que mis emociones son más sencillas que las de los demás. Desconozco qué es una
emoción compleja en una relación humana. Sólo comprendo emociones simples
como el miedo, la ira, la felicidad y la tristeza. Lloro con las películas tristes y a
\·eces también cuando veo algo que realmente me conmueve. Pero las relaciones
emocionales complejas escapan a mi comprensión. No entiendo cómo una perso­
na puede amar a alguien ahora y luego querer matarla en un ataque de celos. No
entiendo qué significa estar triste y alegre al mismo tiempo."
Grandin ha aprendido a imitar el comportamiento ordinario con mayor o
menor fortuna -puede mirar a la gente a los ojos y mantener la voz en un tono
de conversación, por ejemplo-, pero se-basa en la lógica y el análisis allí donde
el resto de nosotros nos basamos en la intuición y la experiencia. Es como si un
jugador de béisbol tuviera que calcular, aplicando las leyes de la física, hacia
dónde dirigir su guante para atrapar una pelota en el aire. Podría funcionar, si
fuese capaz de calcular lo bastante rápido, pero su ejecución tendría una calidad
mecánica y entrecortada.
" Puedo desenvolverme en sociedad -afirma Grandin-, pero es como
actuar." Donna Williams también señala que ha tenido que aprender interpreta­
ción. En sus memorias, Somebody Somewhere, describe un encuentro con un
hombre autista llamado Malcom, que poseía "el más amplio surtido de gestos
copiados, acentos, expresiones faciales y anécdotas típicas que haya descubierto
en alguien que no fuera yo".
A pesar de todo, algo no funcionaba. Williams intentó explicarle a Malcom
qué hacía mal. "Las poses significan algo -le dije-, deben casar con lo que dices
o sientes."
Malcom representó otra de sus caracterizaciones y preguntó qué significaba.
Williams no lo sabía. "No soy muy buena leyendo poses", reconoció. "Sólo sé que
los demás las utilizan para acompañar lo que dicen o lo que sienten, y que se supone
que debes utilizar las que nacen de tus sentimientos y no sólo las que has copiado."

271
La locura en el diván

La gran mayoría de autistas, que no tienen, ni de lejos, las mismas capacic.:;­


des que Temple Grandin y Donna Williams, se enfrentan a un desafío que imph�­
mucho más que aprender unas rutinas sociales. El problema más importante e·

que sin la empatía, la capacidad de leer la mente de los demás, el autista presem;:
un obstáculo que ningún antropólogo puede evitar. Todo es posible. Consideremo:>
el ejemplo de una niña autista que estaba en la consulta del médico. "Dame la
mano, por favor", le pidió la enfermera a esta despierta niña de diez años, puesto
que tenía que tomarle una muestra de sangre. La niña se asustó mucho. ¡Creía que
la enfermera quería que se cortase la mano y se la diera!
Esta sorprendente lectura mental, al pie de la letra, es prácticamente un rasgo
característico del autismo que se oculta tras otro rasgo fundamental, que a veces
se describe como una simple preferencia por lo concreto antes que por lo abstrac­
to. Un niño autista es más rápido a la hora de aprender palabras como casa o
perro que palabras como amor u odio. Pero Clara Park señaló en su libro de
memorias, The Siege, una diferencia más sutil.
La hija autista de Park, Elly, podía aprender al instante palabras sueltas,
independientes del contexto. Jirafa, caja, heptágono, eran fáciles. No importaba
que algunas fueran abstractas y otras concretas. Pero las palabras que dependían
de la relación entre dos cosas -hermana, amigo-, eran bastante más difíciles.
Para casi todo el mundo, es más fácil aprender .c;.uando existe una conexión per­
sonal; para Elly, la conexión humana carecía de importancia o se convertía en un
obstáculo. Aprendió la palabra hombre -que significaba criatura de pelo corto
que lleva pantalones- un año antes de aprender el nombre de cualquier hombre
en particular; rectángulo y heptágono mucho antes de feliz y triste.
Clara Park, la madre de Elly, es profesora de inglés, no psicóloga. Pero es una
aguda observadora que se ha convertido en una indiscutible autoridad en el ámbi­
to de estudio del autismo. Las descripciones que hizo de Elly (con el tiempo acabó
utilizando su nombre verdadero, Jessy) no las escribió para defender ninguna teo­
ría, sino simplemente para dar a conocer otro modo completamente distinto de
vivir en el mundo.
El trabajo sobre la ceguera mental, afirma en la actualidad, coincide con lo
que ha ido observando personalmente a lo largo de treinta y ocho años. "Jessy
no sabe qué piensan los demás", comenta Clara Park. "Si estamos cocinando
juntas y conoce la receta, me ofrecerá el ajo que necesito, ya cortado, y yo la
felicitaré: ' ¡ Me has leído la mente!'. Pero no lo ha hecho. Puede leer una receta,
pero no puede leer el lenguaje corporal o la expresión de los rostros. Puede decir
que está contenta o triste, pero nunca, nunca, percibirá si yo estoy contenta o
triste."

272
Teorías actuales sobre el autismo

Clara Park no cree que el niño autista sienta una conexión emocional con el
�<>del mundo que no puede expresar. "Quizás, quizás, quizás", dice. ··A todos
,... -g-ustaría creerlo." Y no está mucho más convencida que Bernard Rimland de
--= su hija lamente mucho su muerte. "Me echará de menos", concluye Park.
·E_;;:a acostumbrada a mí. Puede que incluso se ponga triste. Pero cualquier otra
' -las cosas que nosotros consideramos triviales- la incomodaría mucho
- '5.- Esperar algo distinto, asegura, sería "puro sentimentalismo".
Sopesé este comentario. ¿Cómo saber si un niño que recibe afecto devuelve
�e afecto a sus padres? ¿Y cómo podría no hacerlo si hasta un animal de campa­
¿;_; demuestra su cariño? "Un animal de compañía lo demuestra, pero una perso­
C:l. autista no", exclama Park a l tiempo que pierde su serenidad por este fracaso a
..: :tora de hacer comprender una cuestión tan importante. "Si los autistas fueran
-·a empáticos como los animales de compañía, no tendríamos ningún problema."

273
QUINTA PARTE

El trastorno
obsesivo-cotnpulsivo

Sin lugar a dudas, esta enfermedad es una locura.

- StGMUND FREUD
C A PÍT U L O Q U I N C E

Esclavizados por los demonios

UN 1 TENTO FALLIDO DE SUICIDIO


TIENE ÉXITO COMO CIRUGÍA.

Una bala que le atraviesa el cerebro libera a un joven


de un comportamiento obsesivo-compulsivo.

Aquejado de problemas psiquiátricos, este adolescente canadien­


se colocó el caiión de un rifle del calibre 22 en su paladar y
apretó el gatillo .
El tiro no lo mató, pero, por una extraiia circunstancia, funcio­
nó como inesperada cirugía cerebral, según afirmó el psiquiatra
que lo trataba.
La bala, que se alojó en su cerebro, liberó al joven de dieciocho
mios de las garras de su principal problema psiquiátrico. Hasta
el día en que intentó suicidarse, padecía 1111a fuerte compulsión
que le llevaba a lavarse las manos más de cincuenta veces al día
)' a tomar frecuentes duchas que podían durar horas.

- Washington Post, 26 de febrero de 1988.

Howard Hughes, uno de los hombres más ricos del mundo, se preparaba para
comer. Para Hughes, obsesionado por el miedo a los gérmenes, la comida era un
problema especial. Había diseñado una serie de ritos de descontaminación, pero
eran tan complejos que una persona sola no podía llevarlos a cabo. Hughes lo
hacía con la ayuda de sus colaboradores. Y llegó a redactar, por ejemplo, un meti­
culoso informe sobre cómo abrir una lata de conservas para mantenerla libre de
gérmenes.

La persona encargada enchufa el termo con las manos. Luego ajusta la temperatura
del agua para que no sea ni demasiado caliente ni demasiado fría. A continuación coge
un cepillo y, con una pastilla de jabón especial, forma una buena capa de espuma y
luego restriega la lata unos milímetros por d ebajo de la parte superior. Primero debe

277
La locura en el diván

humedecer y eliminar la marca, y después debe cepillar la parte cilíndrica de ...: �

una y otra vez hasta que todas las partículas de polvo, todos los trozos de p.zpe � _

marca y, en general, toda fuente de contaminación sean borrados. Sosteniend· ..; -


en todo momento, tiene que hacer lo mismo con su base, asegurándose de que :..;_ cr

das del cepillo limpien a fondo las pequeñas muescas del perímetro de la part�
rior de la lata. El siguiente paso consiste en aclarar el jabón del cilindro y de /.¡ ··�

La ropa exigía un cuidado semejante. Los ayudantes de Hughes tenían r:

hibido manipular su ropa con las manos descubiertas y menos aún transferir alg_­
germen. Hughes les ordenó que se procuraran "un cuchillo sin estrenar, nunca�.::­
!izado, para abrir los paquetes de Kleenex, aprovechando el cuchillo para abrir, ,
por la ranura. Una vez abierto el paquete, debe coger la pequeña solapa y el r�­
mer pañuelo para destruirlos; luego, utilizando dos dedos de la mano izquierda ·

dos de la derecha, debe sacar cada uno de los Kleenex de la caja y colocarlos sobre
un diario abierto, repitiendo esta operación hasta que se acumulen aproximada­
mente cincuenta láminas". Eso proporcionaba un campo de protección para una
mano, y Hughes seguía añadiendo, página tras página, nuevas instrucciones cor.
el mismo grado de detalle.
Hacia el final de su vida, Hughes se había retirado prácticamente del mundo
para protegerse de la contaminación. Vivía aislado y>desnutrido, oculto tras unas
ventanas cerradas pintadas de negro para mantenerse alejado de los gérmenes
transmitidos por el sol, mirando una y otra vez la misma película. El acto más sen­
cillo -coger una cuchara, tirar un pañuelo- exigía sofisticadas precauciones que
requerían mucho tiempo. Hughes murió prisionero en su habitación de hotel: un
multimillonario incapaz de atravesar la puerta o de comerse un bocadillo del ser­
vicio de habitaciones.
La enfermedad de Hughes se denomina trastorno obsesivo-compulsivo, y

estas palabras tan comunes nos hacen creer que sabemos en qué consiste esta extra­
ña dolencia. Llamamos compulsivo al amigo que guarda los CDs por orden alfa­
bético o que toca madera para tener suerte, y todos conocemos a gente obsesiona­
da con la comida, el deporte o la jardinería. Pero estos ejemplos cotidianos demues­
tran un grado de excentricidad leve -nos hacen pensar en A.A. Milne y los diver­
tidos versos sobre osos que "esperan en las esquinas, listos para comerse 1 a los ton­
tos que pisan las líneas de los adoquines de la calle"- y nos llevan a equivocarnos
estrepitosamente cuando hacemos referencia al trastorno obsesivo-compulsivo.
Porque el trastorno obsesivo-compulsivo es en realidad muy poco corriente.
Personas que aparentemente llevan una vida normal, de pronto sufren el tormen­
to de pensamientos desagradables y se ven obligadas a llevar a cabo rituales sin

278
Esclavizados por los demonios

�ü;:1do. Los pacientes se sienten esclavos de un demonio caprichoso, como si esru­


:é':-an arrapados en una versión malévola del j uego Simon Says. '·Simon dice:
- ..:are el pie derecho tres veces." "Simon dice: ahora tócate el pie izquierdo."
-.::unon dice: el pie derecho otra vez." "Simon dice . . . "
Se lavan las manos cada día durante horas, por temor a contaminarse, hasta
.:.;e les sangra la piel. Reproducen una y otra vez horribles escenas en su mente,
.:-mo la de sus hijos atrapados en un incendio. Comprueban diez, treinta, cin­
.:-.Jenta veces que las puertas estén cerradas y que el horno esté apagado.
Una vez roto el conjuro, estas personas son capaces de hablar de sus obse-
5Jones y de sus impulsos con total sinceridad, y también son capaces de seguir lle­
··ando una vida completamente normal. La paradoja estriba en que ellos mismos
�econocen que sus rituales no tienen sentido y que son una locura, supersticiones
elevadas a la enésima potencia; pero a pesar de todo se sienten impotentes. Las víc­
�unas del trastorno obsesivo-compulsivo son personas totalmente sanas que se ven
abandonadas en una isla de locura.
Inesperadamente, el acto más banal puede convertirse en un ritual. Una
mujer explicó a su terapeuta cómo ponía en marcha la televisión, un proceso en el
que invertía aproximadamente media hora:

Antes de ponerla en marcha, tengo que lavarme y secarme las manos. Luego toco la
cortina, posteriormente toco un lado de la televisión dos veces. Después vuelvo a
lavarme las manos. Acabada esta operación, miro dos veces detrás de la lámpara,
vuelvo a lavarme las manos, regreso, muevo la lámpara hacia la izquierda y miro
detrás de ella, muevo dos veces la lámpara hacia la derecha y miro detrás, vuelvo a
lavarme las manos, y luego miro cuatro veces detrás del lado izquierdo de la televi­
sión, lavándome las manos cada una de las veces. A continuación, miro por detrás del
lado derecho del televisor ocho veces, me lavo las manos, y pongo la televisión en el
canal seis. Luego paso del canal seis al siete cuatro veces, y del canal seis al ocho cua­
tro veces más. Finalmente la enciendo.

Como en el caso de Howard Hughes, estos rituales pueden consumir vidas.


Una niña de siete años se sentía obligada a colorear la parte interior de la o, de la
p, de la a, de la q, de la e, de la d, de la g y de la b cada vez que las veía, y a con­
tar h asta cincuenta después de cada palabra que leía o escribía. Una mujer con un
temor obsesivo a los gérmenes vio un día cucarachas en un supermercado y duran­
te los catorce años siguientes limpió todos los envases de alimentos antes de guar­
darlos. Con el tiempo empezó a limpiar también todo lo que traía a casa: " libros,
cajas, cartas, periódicos, j uguetes, herramientas, cuadros, etc. " .

279
La locura en el diván

Incluso los psiquiatras, que han escuchado todo tipo de historias, sacude
cabeza con incredulidad. "He aprendido a no decirle nunca a un paciente con .:: -

· pulsiones que 'todo el mundo lo hace' o que 'sé cómo se siente"', observa un rera?=­
ta. "Ni tú ni ellos lo saben." Detengámonos, por ejemplo, en el caso de una joYen _
macla Stacie Lewis, que emprendió un viaje por Europa al terminar sus estudios �­

versitarios. Si violaba cualquiera de las reglas autoimpuestas sobre cuál debía se �

comportamiento más adecuado -por ejemplo, mostrándose impaciente con un exrr.l­


ño-, Lewis se sentía impulsada a regresar al pueblecito pesquero español donde hab..:
iniciado el viaje. En el curso de dos años, Lewis llegó en ocasiones hasta Alemania
Escandinavia, pero regresó al punto de partida en España más de doscientas veces.
¿Por qué lo hacen? Las víctimas de este trastorno intentan valerosamente
explicarlo, pero en última instancia no pueden transmitirnos lo que sienten
Iguales que los demás y también terriblemente apartados de ellos, son como pn­
sioneros que escuchan el tumulto de la vida de la calle flotando en la brisa. "Lo
que me conduce a mí y a otros como yo a hacer esto -escribió un paciente en un

honesto intento por explicarse- es el dolor, la constante ansiedad de que si no lo


hacemos sucederá algún acontecimiento horrible e inimaginable."

La guru del trastorno obsesivo-compulsivo es Judith Rapoport, directora de


la rama de psiquiatría infantil del National Instifute of Mental Health. Rapoport
es una mujer alta y delgada, con el pelo corto y gris, y el acento nativo de Nueva
York. Es una científica peculiar que se siente a gusto hablando sobre el cerebro de
forma convencional, en términos de neurotransmisores y escáneres PET, pero que
también se muestra dispuesta a adentrarse por otros vericuetos. Sazona su con­
versación con referencias a Levi-Strauss, a la antropología y a la religión, y de una
conversación sobre los niveles de serotonina salta a The Golden Bough (La rama
dorada) para luego volver al tema que se está discutiendo.
Esto se debe, en parte, a que el trastorno obsesivo-compulsivo es una enfer­
medad difícil de confinar; hay que tener en cuenta elementos como el libre albe­
drío, la superstición y los rituales primitivos. Y también a que la misma Rapoport
es difícil de clasificar. Se formó como psicoanalista y su especialidad, según afir­
ma, es "la enfermedad más citada para ilustrar los principios fundamentales del
psicoanálisis". Sin embargo, nunca ha trabajado como analista, y considera gran
parte del psicoanálisis como una estupidez no científica.
Reconoce que algunas de las grandes figuras fueron titanes, especialmente en
los primeros tiempos, pero que luego se produjo una caída drástica de la calidad.
"A partir de 1950 -añade-, el grueso de los que se interesaron por este campo
tenían un coeficiente intelectual cuarenta puntos por debajo de sus predecesores".

280
Esclavizados por los demonios

Ese tono impaciente e irreverente la caracteriza, acompañado de un aire de


� ->;>tración que parece decir: ¡qué malos somos! "Una de las razones por las que
..z o::enre inteligente abandonó el psicoanálisis -prosigue Rapoport con entusias­
,_ -se debe a que al final del primer día terminabas noqueado. Simplemente, no
� ..;:.15 seguir escuchando lo mismo que habían estado diciendo durante cuarenta
.C"5. Para eso ya está la iglesia. "
L a misma Rapoport, s u actitud l o delata, no es una persona dispuesta a escu­
-- .u educadamente el sermón de nadie. Pero aunque hace mucho tiempo que dejó
?Sicoanálisis por la psiquiatría de carácter biológico, no ha dado la espalda a la
-, colegía. "No hay duda -afirma con su enfático estilo-, de que si conoces a la
·.a:nilia de alguien y su relación entre ellos, conoces realmente algo muy impor­
;.lnte. Puedes estar completamente convencido."
El informe de Rapoport sobre el trastorno obsesivo-compulsivo, The Boy
ho Couldn't Stop Washing, es el mejor libro sobre el tema. Esta enfermedad
.l ha fascinado durante décadas. Cuando rodavía estudiaba, escribió una tesis
;obre ella que fue muy bien acogida en Swarthmore. Más tarde, en 1961, trató
J su primer paciente como residente psiquiátrica de Harvard: un enfermo obse­
,;\'O-compulsivo. Sal era un padre de familia que iba a la iglesia y trabajaba
Juro; un orgulloso residente del North End de Boston. De pronto, un día com­
;>letamente normal, sintió la necesidad ' de recoger todos los desperdicios que se
�ncontró en la calle. Y continuó haciéndolo. Tenía que hacerlo, decía, aunque
no sabía por qué.
Empezó a guardar la basura en bolsas y a llevarlas a casa. Las bolsas no tar­
daron en llenar la vivienda, bloqueando los pasillos y ocultando los muebles. Sal
seguía recogiendo basura, ahora deteniéndose hasta en un minúsculo trozo de
papel. Cada vez pasaba más tiempo buscando desperdicios. Y poco después ya
sólo se dedicaba a eso. Cuando dejó de trabajar ingresó en el hospital.
Lo extraño de esta historia, señaló Rapoport, era su especificidad; la locura
de Sal estaba muy bien delimitada. Solemos pensar en la locura como en algo muy
amplio; sus víctimas parecen completamente trastornadas, no desviadas. Pero la
memoria de Sal permanecía intacta, sus emociones seguían siendo las mismas, su
razón y su juicio no se habían visto afectados. Con una única y devastadora excep­
ción, era la misma persona de siempre.
Esta peculiaridad del trastorno obsesivo-compulsivo es la que lo caracteriza
como una enfermedad distinta. Lo que diferencia a esta enfermedad es que la
normalidad se ve sacudida por un rayo de locura. Este rasgo tan curioso, esta
pizca de locura, enganchó a Rapoport hace tres décadas, y sigue arrastrándola en
la actualidad.

281
La locura en el diván

Como se trata de unos síntomas tan específicos, en ocasiones las vícr.:-­


pueden llegar a ocultar al mundo sus obsesiones. Algo que no es precisame-·
bueno; muchas veces lo que proporciona, señala Rapoport, es una oportum.:.__,
para "sufrir en secreto". En el trabajo, por ejemplo, a un observador casua.
puede parecer simple diligencia el hecho de que un abogado examine de for:;:-_
compulsiva y repetitiva los mismos documentos en busca de erratas. (El j ugac ·

profesional de baloncesto Mahmoud Abdul-Rauf padece el síndrome de Tourer::c


que puede provocar síntomas que también presenta el trastorno obsesivo-compu.­
sivo. Abdul -Rauf se somete a rituales como atarse los zapatos una y otra vez hasr2
que el lazo queda perfectamente simétrico, o como abrir constantemente la puena
de la nevera. Uno de estos impulsos -lanzar a canasta una y otra vez, rozando e.
agotamiento, hasta que mete diez seguidas- le ha convertido en un hombre rico.
Incluso puede suceder que algunas esposas no sepan que su pareja, una vez
fuera del alcance de su vista, dedica muchas horas a rituales obsesivos. Freud hizo
esta misma observación en 1907. "Las personas que padecen esta enfermedad son ...
capaces de tratarla como un asunto privado y ocultarla durante muchos años",
señaló. "Son muy capaces de llevar a cabo sus obligaciones sociales durante parte
del día, después de haber dedicado un buen número de horas a sus tareas secretas."
Rapoport y sus colegas han trabajado duro para descubrir este secreto. Como
mínimo, han elaborado un esbozo de la historia natural del trastorno obsesivo­
compulsivo. Es mucho más común de lo que nadie hubiera sospechado; sólo en
Estados Unidos aflige a millones de personas. Según el estudio que se tenga en
cuenta, la incidencia está entre el 1 y el 3 por ciento de la población. Es tan corrien­
te como la esquizofrenia, y puede que iguale al asma y a la diabetes. "Todos cono­
cen a alguien que sufre esta enfermedad", afirma con contundencia Rapoport.
Sin embargo, las historias de estos millones de personas se reparten en un
pequeño número de categorías. Como las historias de los personajes de los cule­
brones televisivos, los casos de trastornos obsesivos tienden a repetir media doce­
na de comportamientos una y otra vez. Se lavan, hacen comprobaciones y cuen­
tan de forma tan predecible que los psiquiatras hablan con total normalidad de los
que se lavan, los que comprueban, etc. Por el contrario, los pacientes suelen sor­
prenderse al descubrir que existe un montón de extraños que llevan a cabo ritua­
les secretos idénticos a los suyos. Porque cada uno de ellos ha inventado sus pro­
pios rituales. Después de todo, nadie les enseñó lo que debían hacer, y a menudo
ni siquiera se imaginan que haya alguien que se lo pudiera haber enseñado.
Se trata de una enfermedad asombrosa. La gente que sufre un trastorno obse­
sivo-compulsivo forma parte literalmente de una sociedad secreta en la que cada
uno de sus miembros se oculta en su solitaria celda, apartado de los demás y con-

282
Esclavizados por los demonios

-.:Ido de que está sufriendo de un modo singular y reaccionando también de un


- -" smgular. Pero cada uno de ellos actúa en paralelo. Es como si en un inmen-
't5rudio de danza, cada bailarín ensayara aislado en un cuarto y todos empeza­
�- a moverse en una compleja y perfecta sincronía.
La enfermedad suele presentarse de forma inadvertida, pero también puede
�'-liestarse de improviso, como en el caso de Sal. Rapoport ha tratado a "niños
__ e se levantan una mañana y se ven obligados a seguir rituales extraños y estériles
:-edeciendo las órdenes que se les han metido en la cabeza". El trastorno obsesivo­
- :::!pulsivo puede aparecer a cualquier edad, aunque suele ser más común entre los
�ecJocho y los veinte años, y afecta tanto a los hombres como a las mujeres.
Con diferencia, el síntoma más común es lavarse constantemente. El 85 por
=' enro de sus pacientes, afirma Rapoport, pasan por una fase en que se frotan las
=.anos durante horas por un miedo cerval a la contaminación. Es tentador cargar
..1 culpa a la consabida fijación norteamericana por las cocinas limpias y ordena­
.:as. y los lavabos libres de gérmenes; pero hacer esto sería una equivocación.
Porque esta enfermedad se manifiesta en todo el mundo, afecta a culturas muy dis­
:mtas y es notablemente parecida en todas partes. El trastorno obsesivo-compul-
51\·o adopta formas inmediatamente reconocibles en Inglaterra y en India, en
- uecia y en Sudán, en Estados Unidos y en igeria, entre aborígenes australianos

·: sacerdotes balineses, así como entre judíos israelitas; los historiales clínicos de
sus víctimas son prácticamente intercambiables.
Las diferencias existentes están más relacionadas con la geografía local y las
costumbres que con el trastorno en sí mismo. "En la Nigeria rural, donde hay que
caminar todo un día para encontrar agua, seguimos observando rituales de conta­
minación, pero adoptan la forma de mujeres que golpean la ropa una y otra vez
para despiojada" , comenta Rapoport. "Si tuvieran algo de agua, se apresurarían a
utilizar una lavadora." En Jerusalén, prosigue, un psiquiatra judío ortodoxo nos ha
informado de una serie de pacientes, también judíos ortodoxos, que padecen un
trastorno obsesivo-compulsivo. " Constituye un grupo sorprendentemente aisla­
do", afirma Rapoport. "Elaborar un estudio intercultural era mejor que centrarnos
en alguna tribu bereber en la que sus miembros escuchan la radio, van al bar y ven
la televisión. La comunidad ultraortodoxa lo prohíbe. Pero las víctimas del tras­
romo muestran todos los síntomas clásicos: temen contaminarse, cuentan, etc."
Historias semejantes se han oído a lo largo de los siglos. A principios del
siglo XVII, por ejemplo, un médico inglés describió a una paciente cuyo miedo a
la suciedad (al polvo) era tan extremo que se sentía "torturada hasta verse forza­
da a lavar continuamente su ropa, pues nunca la veía limpia o en buen estado.
Ningún miembro de su familia podía vestirse sin lavar primero toda la ropa que

283
La locura en el diván

se iba a poner porque temía que la suciedad de ellos recayera sobre ella. No que­
ría ir a la iglesia para no tener que pisar el suelo, temerosa de que la suciedad la
alcanzara " . Los detalles han ido cambiando con el paso del tiempo -hubo una
época en que la peste fue la gran plaga, luego la sífilis, luego el cáncer y ahora el
SID A-, pero el problema sigue siendo el mismo.
Aunque los síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo coinciden en
amplias categorías como lavarse o contar, los detalles siempre van cambiando. Un
niño de dos aii.os se pasaba el día alineando lápices y seleccionando juguetes. A
medida que se hizo mayor, empezó a organizar su biblioteca por orden alfabético
y a ordenar sus zapatos en el armario. A los veintidós años, su impulso principal
era pasar exactamente por el centro de las puertas. Podía pasar cincuenta veces
por la misma puerta hasta asegurarse de haberlo hecho bien.
Rapoport intentó en una ocasión confeccionar un esquema cronológico de los
síntomas -¿empieza la gente lavándose, se preguntaba, y acaba contando?-,
pero cualquier patrón terminaba diluyéndose bajo una inmensa maraña de flechas
y curvas. La madre de un adolescente con un grave trastorno obsesivo-compulsi­
vo me mostró una lista en la que había recopilado sus síntomas. Ocupaba media
página. Se leía: "Incapaz de ducharse sin lavarse compulsivamente un pie" y
"miedo a que alguien le siga ", así como "repite frases o palabras cuando intenta
eludir pensamientos inoportunos" y "comprué�a las puertas una y otra vez". La
lista proseguía con otra docena de síntomas.
En la jerga psiquiátrica, las compulsiones son actos, como lavarse las manos.
Las obsesiones son pensamientos, parecidos a las imágenes de las pesadillas en
estado de vigilia. Son vergonzosas, y también pueden ser aterradoras. Robert, un
estudiante licenciado en química víctima del trastorno obsesivo-compulsivo desde
los diecisiete años, confesó que "me asaltaban pensamientos en los que metía a mi
hija -y yo adoro a mi hija- en un autoclave mientras trabajaba, y la veía gritar
y sufrir, y no podía sacarme ese pensamiento de la cabeza".
Resulta todavía más extraño cuando los pensamientos obsesivos adoptan la
forma de dudas. (Los franceses denominan al trastorno obsesivo-compulsivo folie
de doute, la locura de la duda.) Quizás el rasgo más peculiar de esta curiosa enfer­
medad es que las víctimas dejan de confiar en sus sentidos. Sus miedos nos hacen
pensar en las teorías escépticas del filósofo David Hume, que se preguntaba cómo
podíamos estar seguros de que el universo no cambiaba cada vez que le dábamos
la espalda. Para la mayoría de nosotros, es sólo una paradoja académica, diverti­
da o aburrida según nuestras preferencias, pero evidentemente ajena. Para las per­
sonas que padecen un trastorno obsesivo-compulsivo, sin embargo, la pregunta de
Hume tiene un interés literalmente definitivo; no pueden dejar de comprobar si

284
Esclavizados por los demonios

han apagado la estufa y si han cerrado las puertas y las ventanas aunque ya lo
hayan mirado diez, cien o mil veces.
Cada comprobación se realiza de forma completa, revisando hasta el míni­
mo detalle, y cada una de ellas es idéntica. Pero ninguna los tranquiliza. Cada veri­
ficación hace disminuir momentáneamente el pánico, que luego vuelve a atacar­
los, a veces con mayor intensidad. "Te dices: ¿he apagado la estufa?, ¿he apagado
la estufa? -explica una de las víctimas-, y luego llegas al extremo de cuestio­
narte: bueno, ¿y qué significa apagar? Cuándo giro el botón hasta la posición de
cierre, ¿cómo sé que es realmente la posición de apagado ? " Muchos pacientes
reconocen que si no fuera por el temor a perder el trabajo o a su familia, conti­
nuarían haciendo comprobaciones durante todo el día.
"Lo compruebo todo", afirma Robert, el estudiante licenciado en química.
"Tenemos cuatro gatos, y cuando mi mujer lava la ropa, le digo: 'No pongas la
lavadora en marcha. ¿ Estás segura de que no hay ningún gato dentro ?'. Saco toda
la ropa para asegurarme de que no hay ningún gato dentro de la lavadora. Cuando
abro la puerta de la nevera, la abro, la cierro, la abro y la cierro dos o tres veces
para comprobar que no hay ningún gato dentro. Inspecciono el lavavajillas dos o
tres veces para asegurarme de que allí no hay gatos, y de que no pueden llegar. Y
aunque lo abro y no veo gatos -aumenta el grado de incredulidad de su voz.-,
-
sigo pensando que debe haber alguno allí dentro. Con el horno sucede lo mismo."
En ocasiones, las dudas se interiorizan. Un bibliotecario de universidad de
treinta y dos años estaba convencido de que era un asesino que se escabullía de
casa a medianoche, presa de un trance inconsciente, de que se iba de correría ase­
sina y de que luego se arrastraba hasta la cama. Durante los dos aii.os anteriores a
su ingreso en un hospital, se ató a la cama cada noche para asegurarse de que no
mataría a nadie. Incluso así, fue incapaz de liberarse de esta obsesión.

285
C A PÍT U LO D I E CIS É I S

Freud habla
En los actos obsesivos todo tiene su significado y puede ser
interpretado.

- S!GMU:-JD FREUD

Escuchamos a la gente contar historias sobre las obsesiones y los impulsos que los
atrapan, y no se cansan de repetir que es algo que cae del cielo y los golpea. "No
soy yo", proclaman. "Es algo que me sucede."
Pero es difícil escuchar estos testimonios sin llegar a la conclusión de que se
trata de relatos simbólicos. Incluso Emil Kraepelin, el gran rival de Freud que
estaba convencido de que los trastornos mentales tienen raíces orgánicas, hizo una
excepción con los casos de obsesión. Kraepelin so�tuvo que la esquizofrenia era,
sin lugar a dudas, una enfermedad del cerebro, pero que la obsesión no. Bastaba
con observar la perspicacia de estOs pacientes, la normalidad con la que se com­
portaban la mayor parte del tiempo, la claridad con que veían que sus rituales
carecían de significado.
Los historiales clínicos parecen transmitir mensajes disfrazados. Y los disfraces
ni siquiera son particularmente ingeniosos. Consideremos, por ejemplo, un caso des­
crito en un reciente textO psiquiátrico. "Una joven mujer casada --escriben los auto­
res sin darle importancia- empezó a evitar el número cuatro." Convencida de que
tenía que evitar el número cuatro para soslayar algún peligro aparente pero no iden­
tificado, se negaba a escribir esa cifra. i siquiera se atrevía a comer cuatro patatas
fritas, cuatro granos de uva o cuatro trozos de lo que fuera; tampoco leía la cuarta
página de un libro o de una revista. Las normas se hicieron cada vez más estrictas.
Empezó también a evitar los números que empezaban con cuatro o que terminaban
en cuatro, los múltiplos de cuatro o el número inmediatamente superior o inferior a
un múltiplo de cuatro... confinándose en una celda cada vez más estrecha.
Ahora escuchemos la explicación de cómo empezó todo. "El cumpleaños de
su marido era el cuarto día de un mes determinado y... si ella no evitaba ese núme­
ro, lo pondría en un grave peligro." ¡ Ajá! ¿Cuántos de nosotros podrían resistirse

287
La locura en el diván

a levantar una ceja con malicia? ¿Cuántos, después de oír hablar de gente que s:

lava constantemente las manos, no pensarían en Lady Macbeth?


Sigmund Freud no fue uno de ellos. En un artículo de 1895 titulado Obsessi01�
and Phobias describió numerosos ejemplos de pacientes cuyos síntomas tenían u:­

significado simbólico. "Una mujer que se lava las manos continuamente y que sólc
toca los picaportes con los codos", escribió Freud a modo de resumen de uno de
sus casos. "Restitución: se trata del caso de Lady Macbeth. El lavado es simbóli­
co, pensado para sustituir por pureza física la pureza moral que ella siente habe:
perdido. Se atormenta con remordimientos por la infidelidad conyugal, cuyo
recuerdo ha resuelto expulsar de su mente."
El trastorno obsesivo-compulsivo fue uno de los temas favoritos de Freud, la
neurosis sobre la que más habló y a la que volvió una y otra vez a lo largo de su
dilatada carrera. Declaró que era el trastorno que conocía mejor e " indiscutible­
mente el tema más interesante y agradecido de la investigación analítica". Lo
abordó sucesivamente -diríamos que de forma casi obsesiva- proponiendo una
serie de interpretaciones cada vez más profundas, cada vez más complejas.
Sus descripciones clínicas son claras y concisas. "La neurosis obsesiva se
manifiesta en la forma de ser del paciente, concentrado en pensamientos en los que,
de hecho, no está interesado, consciente de impulsos internos que le resultan muy
'
extraños, y obligado a llevar a cabo ciertos actos cuya realización no le propor­
ciona placer, pero que es incapaz de eludir", afirmó en una charla pública en 1916.
"Sin lugar a dudas, esta enfermedad es una locura", prosiguió, entre otras
razones porque la introspección del paciente en su propio conflicto no le hacía
ningún bien. "No obstante, no ayudaremos al paciente en lo más mínimo sugi­
riéndole que tome una nueva dirección, que deje de ocuparse de unos pensamien­
tos tan enfermizos y que haga algo sensato en lugar de continuar con sus travesu­
ras infantiles. A él le gustaría hacerlo por sí mismo, porque su cabeza está total­
mente intacta; comparte nuestra opinión sobre sus síntomas obsesivos e incluso
nos los revela espontáneamente. Sólo que él no puede ayudarse a sí mismo."
Para Freud, este tema tenía un acento personal. Según una carta que escribió
a Jung, también él era un ejemplo del "tipo obsesivo, cada espécimen del cual
vegeta en un mundo propio y cerrado".
Incluso más que de costumbre, las opiniones de Freud sobre lo que él llama­
ba "neurosis obsesiva" merecen una atenta mirada. Al hacer referencia a la esqui­
zofrenia y al autismo, los seguidores de Freud hablaron en voz alta mientras él se
limitaba a hablar en sordina o a no decir nada. Al hacer referencia a las obsesio­
nes y a las compulsiones, por el contrario, los descendientes de Freud hicieron
poco más que corear la voz de su maestro durante cincuenta años.

288
Freud h a b l a

Freud escribió que su primer encuentro con la obsesión tuvo lugar con uno
::e sus primeros pacientes, un funcionario del gobierno "afectado por innumera­
"'les escrúpulos". Cuando este paciente pagaba a Freud sus honorarios, los bille­
�es estaban invariablemente limpios y planchados. Freud hizo un comentario de
?asada sobre los billetes nuevos y el paciente le confesó que no eran nuevos.
Planchaba el dinero en casa, añadió, por un problema de conciencia. No estaba
bien poner a gente inocente en peligro pasándoles florines sucios y llenos de bac­
:erias. Freud hizo caso omiso y, en otra ocasión, le pidió que le hablara sobre su
\"Ida sexual:

"Oh, va muy bien", contestó con ligereza [escribió Freudj. "En ese sentido no hay
ningún problema. Desempeño el papel de querido y viejo tío en varias familias res­
petables, y algunas veces utilizo mi posición para invitar a alguna joven a salir con­
migo de excursión por el campo. Entonces, me las arreglo para que perdamos el tren
de vuelta a casa y nos veamos obligados a pasar la noche fuera de la ciudad. Siempre
reservo dos habitaciones -me gusta hacer las cosas con elegancia-, pero cuando la
chica se ha ido a la cama, yo entro y la masturbo con mis dedos. "
"Pero, ¿no tiene miedo de hacerle algún daño jugueteando con sus genitales con su
sucia mano?"
Al oír esta pregunta se indignó: "¿p aiío? ¿Por qué? ¿Qué dmio podría hacerle?
Todavía no he hecho ningún daiio a ninguna de ellas, y a todas les gustó mucho.
Algunas ya están casadas y no les ha hecho ningún daño en absoluto ··.

Aquí estaba la clave, y Freud se abalanzó sobre de ella. De alguna manera,


escribió, este hombre sabía que su comportamiento era equivocado. Sin embargo,
no tenía ninguna intención de enmendarse, y por ese motivo su inconsciente había
sugerido un pulcro compromiso. ''La capacidad de hacerse reproches ha sido des­
plazada", explicó Freud. "El propósito de este desplazamiento es bastante obvio:
si no hubiese dejado de hacerse reproches, hubiese tenido que abandonar una
forma de gratificación sexual hacia la cual, probablemente, se sentía impulsado
por algunos poderosos determinantes infantiles. El desplazamiento, por lo tanto,
le permite aprovecharse de su trastorno."
Esta misma idea se repite en todos los escritos de Freud sobre la obsesión. La
clave era siempre que "la persona que padece compulsiones y prohibiciones se
comporta como si estuviese dominado por un sentimiento de culpa, del cual, sin
embargo, no sabe nada".
Freud reconoció que parecía extraño que alguien pudiese sentirse culpable
sin saberlo. No obstante, estaba seguro de que era cierto. A lo largo de su carre-

289
La locura en el diván

ra, las opiniones de Freud sobre la obsesión cambiaron mucho. Pero siempre se

mantuvo inalterable respecto a la creencia en lo que podría denominarse culp.:


inconsciente. Con el paso de los años, puso a prueba su preciada teoría en dife­
rentes circunstancias, como un joyero que no acaba de encontrar la montura que
haga justicia a una piedra particularmente bella.
Desde el principio, Freud estuvo convencido no sólo de que la culpa yacía en
el corazón de la obsesión, sino de que la obsesión esta8a relacionada con el sexo.
"Siempre podemos encontrar en la historia previa del paciente -escribió en 1 895-.
en el punto de partida de la obsesión, la idea original que ha sido reemplazada.
Todas las ideas reemplazadas tienen atributos comunes; corresponden a experien­
cias realmente dolorosas [es decir, reales más que imaginarias] de la vida sexual del
sujeto, experiencias que se esfuerza en olvidar." (En cursiva en el original.)
Citó, por ejemplo, "a una chica [que] se hacía reproches por cosas que sabía
que eran absurdas: por robar, por falsificar dinero, por estar involucrada en una
conspiración, etc., según lo que hubiese estado leyendo a lo largo del día". Freud
no tropezó con ningún problema a la hora de explicar la verdadera razón de estas
falsas confesiones: "Se hacía reproches porque se masturbaba en secreto y porque
no podía evitarlo". El remedio, mencionó de pasada, fue tan evidente como el
diagnóstico: "Se curó mediante una cuidadosa vigilancia que le impidió mastur-
- ,
barse".
Freud se enfrentó a otros casos que le parecieron igual de transparentes. Eran
tan simples de interpretar que, pasando por alto su costumbre habitual, se aho­
rraba los detalles para englobar toda una serie de casos clínicos aparentemente
similares en una única frase. "Muchas mujeres se quejan de un impulso obsesivo
a tirarse por la ventana, a apuñalar a sus hijos con cuchillos, con tijeras, etc.",
escribió. Su interpretación pone de manifiesto que los detalles habrían resultado
superfluos: "Se trata de mujeres que, insatisfechas con su matrimonio, tienen que
luchar contra los deseos y las ideas voluptuosas que constantemente les vienen a
la mente cuando ven a otro hombre" .
Parecía terriblemente sencillo, incluso convincente. Pero, ¿funciona realmen­
te si dejamos de considerar que apuñalar a un niño es una fantasía más aceptable
que desear a un extraño? Efectivamente, Freud pasó rápidamente a demostrar que
el inconsciente tenía más de un as en de la manga. Y argumentó que del mismo
modo que las obsesiones y las compulsiones hacen que una persona reemplace una
idea inaceptable por una menos molesta, también hacen posible que reemplace un
deseo prohibido por un acto inofensivo.
Consideremos, por ejemplo, "a una mujer [que] se veía obligada a contar las
baldosas del suelo, los escalones de la escalera, etc.; actos que realizaba en un ridí-

290
Freud habla

culo estado de ansiedad". ¿Por qué este recuento ? , se preguntó Freud, igual que
décadas más tarde Rapoport se preguntaría: " ¿Por qué la recogida de desperdicios?".
Para Freud, la explicación era evidente: "Ha empezado a contar para distraer
su mente de ideas obsesivas (de tentaciones). Lo ha conseguido, pero el impulso de
contar ha reemplazado a la obsesión original". Los rituales eran defensas inesta­
bles contra impulsos "constantemente amenazadores que se escondían en el
inconsciente". La persona que padece compulsiones nunca puede bajar la guardia;
sus "ceremoniales" no son precauciones rutinarias, como abrocharse el cinturón
de seguridad del coche, sino intentos desesperados por evitar el desastre.
Y la presión iba en constante aumento. "El proceso de represión que condu­
ce a la neurosis obsesiva debe ser considerado como una alternativa con un éxito
parcial que amenaza progresivamente con fracasar", añadió Freud. "Se requieren
nuevos y continuos esfuerzos físicos para contrarrestar la presión del instinto."
Freud escribía como si tuviera en mente la escena de una película de terror en la
que el monstruo aporrea la puerta del dormitorio y ésta se sacude y estremece
mientras la joven pareja que está dentro grita de pánico e intenta frenéticamente
empujar sillas y aparadores para impedirle el paso.
A medida que el tiempo fue pasando, Freud estudió con más detalle los casos
de sus pacientes y sus explicaciones se volvieron más enigmáticas. Ninguna pista
debía descartarse. "En los actos obsesivos -ahrmó Freud- todo tiene su signifi­
cado y puede ser interpretado." En 1 909, por ejemplo, dedicó casi cien páginas al
estudio de su paciente compulsivo más famoso, un joven y destacado abogado de
Viena llamado Ernst Lanzer. Este abogado pasó a la hisroria como el Hombre de
las ratas (Freud acuñó el sobrenombre) porque padecía pensamientos obsesivos
acerca de una tortura particularmente espantosa que alguien le describió en algu­
na ocasión. La tortura consistía en atar a un criminal y sujetar una olla de metal
llena de ratas a sus nalgas hasta que éstas se abrieran paso a través del recto de la
víctima. El Hombre de las ratas le dijo a Freud que esta imagen le horrorizaba,
pero que no podía librarse de ella. Y lo peor era que estaba obsesionado con el
pensamiento de que su novia y su padre sufrirían ese castigo (¡aunque sabía per­
fectamente que su padre había fallecido hacía años! ) .
L a solución a l a que llegó Freud es demasiado compleja para resumirla -vol­
veremos al Hombre de las ratas más adelante-, pero incluso los detalles más
insignificantes de esta historia revelan lo rebuscadas que se habían vuelto las inter­
pretaciones de Freud. En un momento dado, por ejemplo, Freud citó una palabra
mágica, una suerte de rezo, que el Hombre de las ratas se había inventado para
protegerse del peligro. Se trataba básicamente de un acrónimo con un amén que
se añadía al final. La palabra era glejisamen. El Hombre de las ratas confesó que

291
La locura en el diván

las primeras dos letras provenían de l a palabra glückliche, que significa feliz; que
la letra j provenía de jetzt und immer, que significa ahora y siempre, etc.
· Freud no dudó a la hora de revelar el significado real de esta misteriosa pala­
bra. "No fue difícil observar -escribió- que la palabra era, de hecho, un ana­
grama del nombre de su novia." (Eso todavía estaba a su alcance. Freud se refería
a la novia del Hombre de las ratas, cuyo nombre era Gisela.) Pero Freud sólo esta­
ba entrando en calor.
"Su nombre contenía una s y él la puso en último lugar, esto es, inmediata­
mente antes del amén del final. Podemos decir, por lo tanto, que mediante este
proceso puso su samen [semen en castellano] en contacto con la mujer que amaba;
en su imaginación, por así decirlo, se había masturbado con ella. Pero él nunca
advirtió esta conexión tan evidente. "
En comparación con otros ejemplos interpretativos de Freud, esta explica­
ción parece encantadoramente sencilla. Analicemos el caso de otra de las pacien­
tes de Freud, una mujer a punto de cumplir los treinta, víctima de obsesiones y
compulsiones. Una de ellas era ésta: varias veces al día salía corriendo de su dor­
mitorio para entrar en la habitación contigua, se detenía al lado de una mesa,
tocaba una campanilla para llamar a la criada, la enviaba a hacer algún recado, y
luego volvía a su habitación.
Ella no podía explicar por qué lo hacía, pero coFt la ayuda de Freud no tardó
en descubrirlo. "Hacía más de diez años que se había casado con un hombre
mucho mayor que ella -escribió Freud-, un hombre que en la noche de bodas
se mostró impotente. Durante esa misma noche, entró corriendo varias veces en la
habitación de su mujer para intentarlo de nuevo, pero siempre sin éxito. Y a la
mañana siguiente, dijo enfadado: 'No quiero tener que avergonzarme ante la cria­
da cuando haga la cama'. Y cogió una botella de tinta roja que había en la habi­
tación y vertió su contenido encima de la sábana, pero no en el lugar exacto donde
hubiese sido apropiado que apareciera una mancha."
Desde luego, fue un buen principio. No sólo adquirieron sentido las carreras
de su paciente, sino también el hecho de que llamara a la criada. Además, la
paciente de Freud no tardó en revelar otro detalle: su mesa estaba cubierta por un
tapete que tenía una mancha, y la criada debía haberla visto. Freud estaba con­
vencido de que tenía razón, pero reconoció que todavía se sentía confuso.
Entonces se hizo la luz. "En primer lugar, no había duda de que la paciente
se identificaba con su marido", explicó Freud. "Desempeñaba su papel al imitar
sus carreras de una habitación a otra. Además, para seguir con la analogía, debe­
mos estar de acuerdo en que la cama y la sábana eran reemplazadas por la mesa
y el tapete. Aunque esta afirmación podría parecer arbitraria, hemos estudiado el

292
Freud habla

simbolismo de los sueños con algún propósito. También en los sueños tropezamos
a menudo con una mesa que tiene que ser interpretada como una cama."
Hasta aquí, de acuerdo. Ahora bien, ¿qué había detrás del ritual obsesivo de
esta joven mujer?

Lo más importante era, obviamente, el hecho de llamar a la criada, ante cuyos ojos
la paciente exhibía la mancha, en contraste con el comentario de su marido acerca de
que se sentiría avergonzado ante ella. De esta manera él, cuyo papel estaba interpre­
tando ella, no sentía vergüenza delante de la criada; por lo tanto, la mancha se encon­
traba en el lugar correcto. Así pues, deducimos que ella no se limitaba a repetir la
escena; la continuaba y, al mismo tiempo, la modificaba; la estaba corrigiendo. Pero
haciendo esto también corregía otra cosa, lo que había provocado tanto dolor aque­
lla noche y había hecho necesario el recurso de la tinta roja: su impotencia. Así que
a través de un acto obsesivo ella estaba afirmando: "No, no es verdad. Él no tttVO que
sentir vergüenza ante la criada, él no es impotente". La acción representaba este
deseo, a la manera de un sueño, que quedaba satisfecho mediante un acto del pre­
sente. El propósito del acto era que su marido superara su desgracia.

Freud se sintió orgulloso de este pequeño trabajo de investigación -publicó


dos versiones de la historia con una década de diferencia- y proclamó que su
interpretación "conducía directamente a lo más profundo de un trastorno".
Pero no convenció a todos los lectores. En 1 924, Virginia Woolf escribió
una carta a un amigo hablándole sobre la editorial que ella y Leonard Woolf
habían fundado. "Estamos publicando todas las obras del doctor Freud -escri­
bió con impaciencia- y estoy echando una mirada a las pruebas. He leído que el
señor A.B. echó una botella de tinta roja sobre las sábanas de su cama de matri­
monio para j ustificar su impotencia ante la criada, pero que la vertió en el lugar
equivocado, lo cual trastornó la mente de su mujer. Y hasta el día de hoy ella
derrama clarete sobre la mesa del comedor. Podríamos seguir así durante horas.
Y esos alemanes aún creen que eso demuestra algo además de su propia imbeci­
lidad."
Virginia Woolf tendría que haber seguido leyendo. En el mismo ensayo en el
que relataba las desgracias del señor A.B., Freud continuó urdiendo una historia
que consiguió que la primera pareciera tan vulgar como un mapa de carreteras. El
título del ensayo era The Sense of Symptoms. Para demostrar cómo descubrir los
significados ocultos en los síntomas, Freud relató una larga y complicada historia
sobre una mujer que sólo conseguía dormirse después de llevar a cabo toda una
serie de preparativos. Esta historia nos muestra a Freud en la cima de su poder
como descifrador de acertijos.

293
La locura en el diván

La paciente tenía diecinueve años. Era una chica brillante y bien educada . .2.

única hija que vivía en la casa. Antes alegre y muy animada, en los últimos año�
se·había ido deprimiendo y se mostraba irritable. Junto a estos síntomas genera­
les, existía uno específico: era incapaz de quedarse dormida si antes no realizaba
una complicada "ceremonia". En primer lugar, para asegurarse una calma abso­
luta durante la noche, sacaba todos los relojes de su habitación, incluso su minús­
culo reloj de pulsera. En segundo lugar, ponía todas las macetas sobre el escritorio
para que no se cayeran durante la noche. Luego colocaba con precisión las almo­
hadas de la cama, sacudía la colcha una y otra vez para depositarla de una forma
determinada, apoyaba la cabeza sobre la almohada de una manera especial, etc.
La j oven reconocía que sus preparativos no tenían sentido -su reloj era dema­
siado silencioso para oírlo y las macetas no podían caerse solas-, pero no tenía
elección. Debía llevar a cabo cada paso y comprobarlo varias veces, todo en una
atmósfera de terrible ansiedad. Cada noche, esta rutina le costaba una o dos horas.
Este caso, señaló Freud, no se resolvió tan fácilmente como el anterior. "Me
vi obligado a dar consejos a la chica y a proponer interpretaciones -escribió
Freud- que siempre rechazaba con un decidido no o que aceptaba con dudas des­
deñosas." Con el tiempo, sin embargo, la paciente de Freud superó sus reticencias
y aceptó sus interpretaciones.
Pero no fue fácil. "Nuestra paciente se dio ;cuenta gradualmente de que
durante la noche sacaba los relojes de su habitación porque son símbolos de los
genitales femeninos", explicó Freud. "Los relojes y los relojes de pulsera -recor­
dó a sus lectores- simbolizan los genitales femeninos debido a su relación con los
procesos periódicos y los intervalos parejos de tiempo."
El significado del temor de la joven a que el tictac de un reloj pudiera per­
turbar su sueño también estaba claro. "El tictac de un reloj puede compararse con
el golpeteo o el latido del clítoris durante la excitación sexual." De forma similar,
"macetas y floreros, así como cualquier otro recipiente, también son símbolos
femeninos. Tomar precauciones contra su caída para que no pudieran romperse
durante la noche no carecía de sentido".
¿Y la almohada, que no debía tocar la cabecera la cama? " A la almohada,
comentó ella, siempre la había relacionado con una mujer y al cabezal de madera
con un hombre. De esta forma, ella quería -debemos suponer que mediante
magia- mantener al hombre y a la mujer separados, esto es, separar a sus padres
para no permitirles tener relaciones sexuales."
En este punto, la interpretación entra en un terreno que hace que el lector se
cuestione el juicio de Freud. Al explicar por qué su paciente primero mullía su col­
cha y luego la alisaba, nos dice que "si una almohada era una mujer, el hecho de

294
Freud h a b l a

sacudir el edredón hasta que todas las plumas se concentraran en el fondo y for­
maran una hinchazón también tenía un sentido. Simbolizaba el embarazo de una
·mujer. Pero luego, la paciente se encargaba de alisar de nuevo el embarazo porque
durante años había tenido miedo de que sus padres tuvieran otro hijo y la obse­
quiaran, de este modo, con un competidor".
Pero aún hay más. "Por otra parte, si la almohada grande era una mujer, la
madre, la almohada pequeña de arriba sólo podía ser la hija. ¿Por qué esta almo­
hada debía ser colocada a guisa de rombo y ella tenía que apoyar la cabeza preci­
samente en el centro? No fue difícil hacerle entender que la forma del rombo es la
inscripción que garabateada sobre cualquier pared representa los genitales feme­
ninos abiertos. Así pues, la paciente desempeñaba el papel del hombre, reempla­
zando el órgano masculino por su cabeza. "
Freud se asustó, quizás había llegado demasiado lejos. "No debemos olvidar
que por la cabeza de una chica soltera rondan pensamientos tan extravagantes como
estos. Reconozco que es así." Pero al final insistió -y quizás insistió demasiado­
en que él no le había dado ninguna idea a su paciente. "No debemos olvidar que yo
no me he inventado estas cosas, sino que simplemente las he interpretado."

La teoría en la que descansaban estas interpretaciones e\·olucionó con el paso


de los años. Al principio, Freud creyó que la obsesión estaba causada por expe­
riencias sexuales de la infancia. Debemos señalar que no hablaba de fantasías, sino
de experiencias. Y no precisamente de cualquier experiencia.
Como Freud explicó mediante "una sencilla fórmula" en un ensayo en 1 8 96,
la obsesión era especial. "Las ideas obsesivas son, sin ninguna duda, reproches
transformados que vuelven a surgir a causa de la represión y que siempre están
relacionados con algún acto sexual realizado con placer durante la infancia. " (El
entusiasmo de Freud por la búsqueda de una interpretación sexual fue increíble.
"La conexión entre la neurosis obsesiva y la sexualidad no siempre es tan eviden­
te -confesó en una ocasión a su amigo Fliess-, y alguien que no la hubiese bus­
cado tan resueltamente como yo, la habría pasado por alto . " )
L a teoría del placer n o tardó mucho e n ser descartada. Cuando Freud recha­
zó públicamente la "hipótesis de la seducción" en 1906 -cuando anunció que sus
pacientes no recordaban incidentes reales de abuso sexual ocurridos durante su
infancia, sino que, en su lugar, recreaban fantasías sexuales-, también adoptó un
nuevo punto de vista sobre la obsesión.
En el historial clínico del Hombre de las ratas, publicado en 1 909, Freud des­
cribió con detalle su nueva teoría. Se trata de un ensayo largo y complicado, y la
historia del Hombre de las ratas es tan compleja que hay párrafos enteros prácti-

295
La locura en el diván

camente ininteligibles -"no me sorprendería descubrir que, llegado a este punto.


el lector haya dejado de seguirme", confiesa Freud"· -, aunque también contiene
pasajes deslumbrantes.
En estos pasajes descubrimos lo mejor de Freud. Su interpretación de Lady
Macbeth, argumentando que el lavado de manos simboliza la culpa, era tan sim­
ple que resultaba sorprendente. Las teorías sexuales sobre el significado secreto de
manchar el mantel y derramar tinta eran tan rebuscadas que resultaban forzadas.
Pero en diversos puntos de la historia del Hombre de las ratas, Freud nos conven­
ce. Mientras contemplamos con desconcierto los hechos que dan forma al caso,
como hubiera hecho el torpe Watson, Freud sale a escena como Holmes y nos
obsequia con una explicación que nos deja asombrados: " ¡Naturalmente! ¿Cómo
se me ha podido pasar por alto ? " .
Empieza comentándonos l a relación entre e l paciente y s u difunto padre.
Ambos compartieron una estrecha relación, aunque el padre desaprobó a la novia
de su hijo. Pronto nos enteramos de que la joven pareja tenía sus propios conflic­
tos. Hacía tiempo que salían juntos. Pero el Hombre de las ratas se había decla­
rado diez años antes y había sido rechazado. Él mismo reconocía que su relación
era mucho más compleja que una simple relación amorosa.
Y es aquí cuando Freud se lanza. La relación entre el Hombre de las ratas y su
padre, y también entre el Hombre de las ratas y su rravia, compartían un rasgo cru­
cial. Ambas estaban compuestas de amor y de odio. La única diferencia residía en
que el joven era confusamente consciente de sus sentimientos hostiles hacia su
novia; por el contrario, el resentimiento hacia su padre era totalmente inconsciente.
Freud escribió que la clave del carácter del Hombre de las ratas no era que
experimentara amor y odio al mismo tiempo, sino que los experimentara perma­
nentemente. "Los poetas nos confiesan que en las etapas más tempestuosas de una
relación amorosa pueden subsistir durante algún tiempo estos dos sentimientos en
armonía o rivalizando entre ellos", señaló Freud. " Pero la coexistencia perma­
nente del amor y del odio, ambos sentimientos dirigidos hacia la misma persona y
con la mayor intensidad posible, no puede dejar de asombrarnos."
Ésta era la explicación de este pequeño pero confuso misterio. Una vez, el
Hombre de las ratas vio una piedra en la calzada y se sintió obligado a apartarla
porque más tarde su novia pasaría por esa misma calzada y podría tropezar con
ella. Unos momentos después, el Hombre de las ratas se dio cuenta de lo absurdo

• En una carra a un colega, Jung elogió el ensayo, pero también señaló que era "muy difícil de enten­
der. No tardaré en leerl o por tercera vez. ¿Debo ser especialmente estúpido? ¿ O es el estilo? Me incli­
no cautelosamente a pensar lo segundo " .

296
Freud h a b l a

de la situación. En esta ocasión sintió un impulso irresistible de regresar y volver


a poner la piedra en su posición original, en el centro de la calzada. Una vez que
Freud nos ha abierto los ojos, se hace difícil imaginar una manifestación simbóli­
ca más clara de amor y odio en incómoda coexistencia.
Lo más importante es que esta misma explicación aclaraba toda una serie de
síntomas. Como las perpetuas dudas que atormentaban al Hombre de las ratas y
que también atormentan a muchos de estos pacientes hoy en día. "En realidad, sus
dudas son una duda sobre su amor propio -que debería ser la certeza más abso­
luta-, y se proyecta sobre todas las cosas, en especial sobre lo más pequeño e
insignificante. Un hombre que duda de su amor propio puede, o mejor dicho, debe
dudar de cualquier otra cosa" (En cursiva en el original.)
La interpretación de la fantasía de la tortura del Hombre de las ratas no fue
tan satisfactoria. Freud llegó a la conclusión de que el origen de las visiones obse­
sivas del Hombre de las ratas constituía un sentimiento inconsciente de culpa por
haber abrigado fantasías en las que mantenía relaciones anales con su padre y con
su novia. La presión de estas fantasías repelentes, que se agitaban en su incons­
ciente, daba lugar a unas obsesiones conscientes ligeramente más aceptables.
Esta interpretación dependía de una larga serie de dudosas conexiones. De
pequeño, el Hombre de las ratas fue castigado por morder, y las ratas tienen los
dientes afilados; por lo tanto, las ratas simbolizaban al paciente. Las ratas trans­
miten enfermedades, y el pene también puede transmitir enfermedades; por lo
tanto, las ratas simbolizaban un pene, etc. Todas las conclusiones generales se
basaban en los detalles más singulares de la historia del Hombre de las ratas.
Pero ya no tardaría en llegar una teoría general de la obsesión. Hacia 1 9 1 3,
sólo cuatro años después de su ensayo sobre el Hombre de las ratas, Freud dio con
la explicación a la que permanecería fiel para siempre. La clave, como era de espe­
rar, estaba en la infancia. El adulto que padecía un trastorno obsesivo-compulsivo
había sido, muchos años antes, víctima de un severo aprendizaje de higiene per­
sonal. El miedo del niño a perder el control sobre sus intestinos se había conver­
tido en el miedo omnipresente del adulto a perder el control sobre cualquier cosa.
Control, orden, rutina, éstas eran las consignas, las directrices que orienta­
ban la vida del adulto obsesivo-compulsivo. Y algo todavía más importante: La
urgencia de imponer la propia voluntad a los demás. "El orden compulsivo tam­
bién es una expresión del deseo del paciente por la dominación" , afirmó Karl
Abraham, discípulo de Freud. "El paciente ejerce su poder sobre el resto de las
cosas. Las introduce a la fuerza en un sistema rígido y ajeno."
Pensemos en una ama de casa obsesionada por la limpieza, aíiadió Abraham,
o en un burócrata inflexible que se guía estrictamente por el reglamento. Imponen

297
La locura en el diván

sus normas sobre sí mismos y también sobre los demás. "En los casos extremos de
trastorno obsesivo, como en el caso de la neurosis del ama de casa y de las exage­
raciones neuróticas del burócrata -observó Abraham-, este anhelo de domina­
ción se vuelve totalmente inequívoco. De nuevo, sólo tenemos que pensar en los
elementos sádicos que componen el conocido rasgo de terquedad del carácter anal
para constatar que el instinto sádico y el anal actúan al mismo tiempo."
Esta interpretación sobre la obsesión fue la que dominó el campo de la psi­
quiatría durante la siguiente mitad del siglo XX. Cualquier ensayo sobre este tema
giró en torno al "sadismo-anal". (Es sorprendente que la historia del Hombre de las
ratas, que se basaba en la obsesión anal, no proporcionara a Freud la pista crucial.)
Freud estuvo a punto de dar con la respuesta algunos años antes en un artí­
c�lo titulado Character and Anal Erotism, publicado un año antes que el ensayo
sobre el Hombre de las ratas. Según afirmó en este artículo, había visitado a varios
pacientes que eran "dignos de atención por una habitual combinación de las tres
siguientes características. Eran especialmente ordenados, parsimoniosos y obsti­
nados" . (En cursiva en el original.)
Éste fue uno de los temas favoritos de Freud, sobre el cual reflexionó duran­
te años. ¿Qué conexión existía entre los elementos de esta misteriosa tríada? Lo
más importante era que aquellas personas "como niños ... parecen haber perteneci­
do al grupo que se niega a vaciar sus intestinos tuando se les pone en el orinal, pues
obtienen un placer subsidiario en la defecación; afirman que, incluso años más
tarde, disfrutaban permaneciendo mucho tiempo en el inodoro, y recuerdan -aun­
que con mayor facilidad respecto a sus hermanos y hermanas que en relación a
ellos- haber hecho toda clase de cosas con las heces que habían expulsado".
Freud escribió en este ensayo que el niño era el padre del hombre. La exage­
rada insistencia del adulto en la limpieza y el orden era una defensa contra el inte­
rés impropio del niño por la suciedad y las heces. La obstinación del adulto era la
causa de que el niño desease el control de su higiene personal, arrebatándosela a sus
padres. La mezquindad del adulto ... Bueno, esta afirmación era un poco engañosa.
Freud argumentó que el apego al dinero y la "tacañería" equivalían a rete­
ner las propias heces. Y destacaba que, después de todo, "en las civilizaciones anti­
guas, en los mitos, los cuentos de hadas y las supersticiones, en los pensamiento
inconscientes, en los sueños y en las neurosis", el dinero y las heces eran equiva­
lentes. La más valiosa de las substancias se identificaba con la más despreciable.
¿No llamaban los babilonios al oro "las heces del infiern o " ? ¿No hablamos hoy
en día del "dinero asqueroso" ?
Para Freud y sus seguidores, estas charlas sobre el orinal resultarían irresisti­
bles. El descubrimiento de "los rasgos anales del carácter" explicaba, por ejemplo,

298
Freud habla

el impulso de crear arte. Karl Abraham afirmó en un prestigioso artículo que un


artista era alguien cuyo deleite al jugar con sus heces se había "sublimado en el
placer de pintar, modelar y realizar otras actividades similares" . La m1sma teoría
explica el impulso de admirar el arte. Según Abraham, "el placer de observar nues­
tras creaciones mentales, cartas, manuscritos, etc., o de contemplar cualquier orra
obra terminada" tenía como antecedente el acto de "observar las propias heces.
que es una fuente de placer siempre renovado para mucha gente". Finalmente, esta
teoría también explicaba el impulso de coleccionar arte, sellos o cualquier otra
cosa que algún día pudiese necesitarse. "El placer de acumular material -señaló
Abraham- se corresponde totalmente con el placer de retener las heces. "
La teoría no tardó en convertirse en un recurso esencial para cualquier psi­
quiatra. "Un ataque de diarrea al empezar un análisis anunciaba un importante
asunto relacionado con el dinero", observó sucintamente la analista Ruth Mack
Brunswick en un artículo de 1 92 8 a sabiendas de que no era preciso explicar o jus­
tificar esa relación.
El alcance de esta teoría apenas tenía límites. Servía para explicar la genero­
sidad y la tacañería, el orden y el desaliño, la docilidad y la rebeldía, además de
muchas otras cualidades. La generosidad, por ejemplo, era un signo revelador de
comportamiento infantil; los regalos del adulto le devolvían a su infancia, cuando
creía que sus heces, que había hecho él misrrio, eran un gran premio. Incluso un
rasgo aparentemente inconexo como la indecisión adquiría un significado com­
pleto. La indecisión reconstruía los intentos del pequeño de desafiar a sus padres
reteniendo las heces hasta el último momento.
¿Por qué esta época de aprendizaje de la higiene personal resulta tan crucial?
Según Freud, porque "es entonces cuando por primera vez ... (el niño] tropieza con
el mundo externo representado por un poder inhibidor, hostil a sus deseos de pla­
cer, y porque en ese momento vislumbra conflictos posteriores, ya sean externos o
.
internos. Un bebé no debe defecar cuando él quiere, sino cuando otras personas
deciden que puede .. Y es entonces cuando, por primera vez, se ve obligado a cam­
.

biar el placer por la respetabilidad social". Así pues, el inodoro es efectivamente


el centro de un tremendo poder y responsabilidad, afirmó el siempre fiel Karl
Abraham, y merece que se le denomine "el trono" .
En 1907, Freud resolvió prácticamente todo e l misterio d e l a obsesión con la
teoría del carácter anal. Sólo se le escapó un único y minúsculo detalle que no con­
siguió identificar hasta 1 91 3 : las personas que padecían obsesiones y compulsio­
nes eran simplemente las que se encontraban en el extremo final del espectro de la
analidad. No es que fueran pulcras, es que se sentían consumidas por una frenéti­
ca necesidad de imponer orden en el mundo. Reclutadas contra su voluntad, com-

299
La locura en e l diván

batían acosadas por el pánico en una batalla sin final contra las fuerzas del e
de la confusión.
El carácter lo explicaba todo. La " neurosis obsesiva" ya no era una e �­

laria y moderna enfermedad, sino una simple peculiaridad de la personalidac


ya había sido muy bien estudiada. Lo que durante mucho tiempo pareció de�
certante, pronto se convirtió en un estado dentro de los límites de la normal• .:
En un fragmento que refleja la comodidad de la psiquiatría a la hora de :­

tar esta neurosis recién domesticada, el eminente Leo Kanner resumió el per
miento imperante en 1948 . "El fenómeno obsesivo y compulsivo -dec!:.­
Kanner desde un punto de vista práctico- afecta con más frecuencia a persor_
demasiado escrupulosas, tímidas, pedantes, puntillosas, concienzudamente ad1c:_
al orden más minucioso y a la simetría, y que no se m uestran satisfechas hasta q�.
todo está exactamente así."
Durante décadas, esta historia el exactamente así reinó sin oposición COIT

una teoría universal sobre la naturaleza humana. Este hecho puede resultar alg
sorprendente, puesto que los antropólogos ya habían descubierto que las costum­
bres respecto al aprendizaje de la higiene personal varían enormemente alrededo:
del mundo. En algunas culturas, por ejemplo, el aprendizaje del control de las
necesidades fisiológicas empieza a los seis meses. Como señala el psiquiatra ano­
freudiano E. Fuller Torrey, este hallazgo tendría. que haber llevado a predecir "ur.
número excepcional de contables, señoras de la limpieza, coleccionistas de sellos
y... pueblos que compitieran con los pueblos suizos en impecabilidad".
Los psiquiatras se mostraron impávidos. En 1 9 65, por ejemplo, Anna Freud
pronunció una charla sobre las ideas psicoanalíticas más novedosas acerca de la
"neurosis obsesiva " . La charla entendida como un resumen de todos los descu­
brimientos realizados en este campo, más que como un punto de vista estricta­
mente personal, podría haber sido plagiada de uno de los artículos más impor­
tantes de su padre, escrito cincuenta años antes. La conclusión principal era "el
hecho de que en cualquier caso clínico siempre descubrimos material sádico y

anal".
Finalmente, por razones que escapan a los objetivos de este libro, la "teoría
freudiana del desarrollo" de las etapas oral, anal, fálica y genital, desapareció.
Aún seguimos utilizando la palabra anal para denotar un cierto carácter puntillo­
so. Pero esta palabra es un fantasma de una teoría enterrada, igual que palabras
como de buen talante y flemático son fantasmas que han sobrevivido durante
mucho tiempo a las teorías que les dieron forma.
Cuando la teoría de las "etapas de desarrollo" se fue a pique, se creó un
remolino, como el vórtice alrededor de un barco volcado. La víctima principal fue

300
Freud h a b l a

- ;ma reoría. Pero sus descendientes intelectuales también se convirtieron en


�-:35. En particular, la teoría anal de la obsesión de Freud fue arrastrada sin
_::n ripo de miramientos por la fuerza de las olas. En un ensayo de 1989 sobre
��ulsiones y obsesiones, el psiquiarra Aaron Esman afirmó: " Renunciamos hace
- --: tiempo a la conexión psicológica asociada con los traumas del aprendizaje
.:e .a mgiene personal". Este tono despreocupadamente desdeñoso, que evidencia-
�Je no se requería ningún argumento, era tan significativo como el mensaje.

m embargo, estamos convencidos de que Freud nos estaba diciendo algo


---.:.::.:10 hablaba de la obsesión, aunque nos resulte difícil seguirle la pista a través
� � exuberantes vuelos de su imaginación. Cuando se resistía al impulso de
--·- una ojeada a través de la cerradura del dormitorio o del cuarto de baño,
_� :>er muy persuasivo .
..,u interpretación de las dudas obsesivas como símbolos de la ambivalencia
- :-'ldio, como hemos explicado antes, es un ejemplo. Pero hubo muchos otros.
=.: ;te sus conclusiones más importantes fue que la obsesión constituía una espe­
.;;;e ..:-: de\·oción religiosa exaltada. Aunque Freud siempre manifestó su desdén res­
-:e.:: 3 la religión, fue en la religión donde encontró un tema de estudio que pro-
--
-: nó entera libertad a su rencor y a su genio.
Y empezó a escribir un ensayo titulado Obsessive Actidns and Religious
.=.::::.:es, en el que resumía "las semejanzas . . . entre los ceremoniales neuróticos y
a.::os sagrados del ritual religioso " . Ambos exigían una gran concentración y
-.:enciación, ambos provocaban un terrible sentimiento de culpa si se descui­
�,. Pero Freud reconoció que las diferencias también eran importantes.
- ;;:.:13s eran "tan importantes que convertían la comparación en un sacrilegio".
Freud no pudo evitar la tentación. Hizo una lista de algunas de las diferen­
� .:amo que la persona que padece una obsesión lleva a cabo sus rituales neu­
-- · en secreto y en soledad, mientras que el devoto reza en compañía. Pero la
� .mportante era que los rituales del neurótico parecían "estúpidos y sin sentí­
- . "1Uentras que cualquier elemento de las ceremonias del creyente estaba "lleno
.__... 5e'1tido" y "de significado simbólico".
Y entonces Freud hizo saltar la trampa. "Es precisamente la más clara de
:S:-'� .:hferencias entre el ritual neurótico y el ceremonial religioso la que desapa­
'""!"� .:uando, con la ayuda de la técnica psicoanalítica de investigación, se penetra
- � ·;erdadero significado de los actos obsesivos. "
Freud continuó explorando estos "significados verdaderos" tal como lo
.-.. -� hecho siempre, recurriendo al sexo, y luego volvió a recuperar el tema reli­
. Primero surgió otro lazo entre el neurótico obsesivo y el creyente religioso:

301
La locura en el diván

ambos se concentraban tanto en la ejecución de sus respectivos rituales que perdí­


an de vista su verdadero significado. Y todavía existía otro vínculo más profundo.
Porque ambos, el paciente y el creyente, renunciaban "a los instintos que
están constitucionalmente presentes" . Sin lugar a dudas, no se trataba de los mis­
mos instintos. El creyente intentaba someter su propia voluntad a la voluntad de
Dios. Y reprimía su instinto de venganza, por ejemplo, para poner la otra mejilla.
Por el contrario, el paciente del trastorno obsesivo renunciaba o reprimía impul­
sos sexuales inaceptables.
Freud argumentó que, a fin de cuentas, el paciente y el creyente representa­
ban el mismo papel en escenarios diferentes. Una representación era privada y la
otra pública, pero ésta era la única diferencia. Que uno de los actores estuviera
loco, o a punto de volverse loco, y que el otro sólo estuviera ocupado en el cum­
plimiento solemne de su fe, no tenía nada que ver con el asunto. Freud declaró
magistralmente que lo mejor era considerar "la neurosis [obsesiva] como una reli­
giosidad individual y la religión como una neurosis obsesiva universal " .

Freud era un especialista en este tipo d e demostraciones d e virtuosismo -se


aventuraba alegremente en la literatura y en la antropología cuando su posición
como terapeuta se lo permitía-, pero no recurría a esta habilidad literaria para
ganarse a sus colegas. Lo que probaba la eficacía' de sus teorías, señaló repetida­
mente, era algo mucho más simple: servían para curar a los pacientes obsesivos.
Freud afirmó, por ejemplo, que el caso del Hombre de las ratas era "mode­
radamente grave" y que "el tratamiento, que duró aproximadamente un año, con­
cluyó con el completo restablecimiento de la personalidad del paciente y con la
supresión de sus inhibiciones" . Siete años más tarde, repitió y amplió estas afir­
maciones. Freud declaró que el psicoanálisis había conseguido interpretar la his­
teria y la obsesión para luego curarlas. "La neurosis obsesiva y la histeria son las
formas del trastorno neurótico en cuyo estudio se centró en primer lugar el psico­
análisis -proclamó en 1 9 16-, y en cuyo tratamiento se basan los triunfos de
nuestra terapia." Este alarde no fue el resultado de un lapso momentáneo.
" Gracias al psicoanálisis -subrayó en otro momento de la misma conferencia­
es posible superar de forma permanente estos extraños síntomas obsesivos ... Yo
mismo he disfrutado de varios éxitos."
Freud tenía tanta práctica a la hora de curar a los pacientes obsesivos que no
se detenía demasiado en describirlas. Las curas no eran el punto álgido de los
informes clínicos, puesto que las citaba de mala gana, sino interrupciones que
entorpecían el curso narrativo. Analicemos este ejemplo de 1900 extraído del tra­
bajo más ambicioso de Freud, La interpretación de los sueños:

302
Freud habla

Tuve la oportunidad de estudiar en profundidad la mente inconsciente de un hombre


joven, cuya vida se había vuelto casi imposible a causa de una neurosis obsesiva. No
era capaz de salir a la calle porque lo torturaba el temor de que si lo hacía mataría a
todas las personas con las que se cruzara. Se pasaba el tiempo preparando una coar­
tada por si se le acusaba de alguno de los crímenes cometidos en la ciudad. Es inne­
cesario añadir que se trataba de un hombre muy honrado y educado. El análisis (que,
por cierto, permitió su recuperación) demostró que la base de esta angustiosa obse­
sión era el impulso de matar a su padre, que era excesivamente severo .

Alrededor de 1 9 2 6, las afirmaciones de Freud respecto a las curas se hicieron


más arriesgadas y radicales. Escribió que el tratamiento psicoanalítico de la obse­
sión y de otras neurosis era "una especie de magia" que "sería magia si actuase
con mayor rapidez. Uno de los rasgos esenciales de un mago es la rapidez -podrí­
amos hablar de inmediatez- de su éxito. Pero los tratamientos analíticos duran
meses e incluso años; y una magia tan lenta pierde su carácter milagroso" .
Oportunamente, Freud hace aquí u n j uego de manos. Admitiendo sin tapu­
jos que el psicoanálisis es lento a la hora de curar, distrae nuestra atención del
tema principal: dejando a un lado la velocidad de la curación, ¿es cierro que un
tratamiento psicoanalítico cura? Mientras nos preguntamos si un milagro lento es
un milagro verdadero, Freud nos ha robado la cartera sin que lo advirtamos.
No resulta fácil valorar los "triunfos" terapéuticos de Freud. Ni él ni nadie
escribió nunca un informe sobre la mayoría de estos casos, que no incluían nom­
bres ni fechas, ni los detalles más elementales. Las preguntas más básicas -¿cuán­
ros éxitos se produjeron?, ¿cuántos fracasos?, ¿cómo eran juzgados los éxitos y los
fracasos?- no se plantearon.
Los argumentos de los pocos casos sobre los que Freud proporcionó detalles
siguen siendo confusos. Parece ser que el Hombre de las ratas no se curó. (Lo
mataron en la Primera Guerra Mundial pocos años después de su tratamiento con
Freud. ) Según Patrick Mahony, psicoanalista y partidario de Freud, las afirmacio­
nes que hizo éste sobre la curación fueron una "exageración terapéutica".
Mahony, que dedicó un libro entero al caso, señala que el Hombre de las ratas fue
previamente tratado por uno de los más renombrados psiquiatras de Viena, Julius
Wagner-Jauregg. ( Wagner-Jauregg ganó un Premio Nobel por tratar la parálisis
general del enfermo mental provocando las fiebres de la malaria.) Impaciente por
triunfar en un caso en el que su rival más conocido había fracasado, escribió
Mahony, "Freud se empeñó en hacer de este caso una muestra del poder psicoa­
nalítico".

303
La locura en el d iván

En aquella época, alrededor de 1 909, Freud no era todavía la gran figura en


la que se convertiría. Impulsor de un movimiento en ciernes, sólo había subido
algunos peldaños de la escalera de la fama. "Necesitaba desesperadamente un caso
completo -escribió Mahony- para impresionar a sus nuevos seguidores inter­
nacionales y para promover la causa del movimiento psicoanalítico."
Y aunque proclamó su éxito en público, en la correspondencia privada reco­
noció que el caso no estaba ni mucho menos cerrado. Mahony se muestra com­
prensivo. Da a entender que Freud era algo temerario, pero que después de todo
hizo un descubrimiento asombroso. ¿Reprocharíamos a Colón que hubiese descu­
bierto América con menos botes salvavidas de los necesarios?
La historia del Hombre lobo, quizá el paciente más famoso de Freud, fue sor­
prendentemente similar. Sergei Pankejeff (conocido como el Hombre Lobo a raíz del
sueño que se convirtió en la pieza central de su análisis) era un delgado aristócrata
ruso, de ojos grandes y claros, y con un bigote muy poblado. Creció en una inmen­
sa hacienda, en una casa que parecía un palacio. En 1 9 1 0 llegó a Viena, viajando con
un médico personal y un ayuda de cámara, en busca de auxilio para curar toda una
serie de aflicciones que incluían muchos temores obsesivos. Tenía poco más de vein­
te años. Los psiquiatras más prominentes de Europa, incluyendo al gran rival de
Freud, Emil Kraepelin, no consiguieron hacer nada. Ahora le tocaba el turno a Freud.
Freud señaló que su nuevo paciente estaba "tptalmente incapacitado y
dependía por completo de otras personas". Trabajó con el Hombre lobo desde
1 9 1 0 hasta 1 9 1 4. Al principio, tuvo tan poco éxito como sus rivales, pero no
tardó en poner en marcha una arriesgada estrategia. Freud comunicó al Hombre
lobo que a pesar de su estado pondría firi al tratamiento un día concreto, que esta­
ba muy próximo. Y dio resultado. "En un período de tiempo desproporcionada­
mente breve -anunció Freud en su presentación del caso del Hombre lobo-, el
análisis reunió todo el material que hizo posible aclarar sus inhibiciones y elimi­
nar sus síntomas." Se trataba de un informe convincente y, efectivamente, la his­
tOria del Hombre Lobo suele considerarse "la más elaborada y, sin ninguna duda,
el historial clínico más importante de Freud".
Si la curación hubiese sido real. Porque, inoportunamente para los creadores
de mitos, el Hombre Lobo tuvo que enfrentarse a las turbulencias de su vida hasta
una edad avanzada. Ni mucho menos curado, revoloteó de un psicoanalista a otro
durante más de cincuenta años ( i�cluyendo un nuevo tratamiento con Freud cinco
aii.os después del primero) todavía angustiado por una serie de aflicciones neuró­
ticas. Dos de estOs analistas, dos reconocidas protegidas de Freud, Ruth Mack
Brunswick en 1928 y Muriel Gardiner en 1 971, escribieron sus propios informes
sobre el Hombre Lobo.

304
Freud habla

A pesar de los hechos, fueron extraordinariamente optimistas. "Gracias al


.málisis -afirmó Anna Freud en 1971-, el Hombre lobo fue capaz de sobrevivir
.: rodos los shocks y a todos los ataques de estrés; con sufrimiento, es verdad, pero
.:on más entereza y resistencia de la que uno podría esperar. Él mismo está con-
encido de que sin el psicoanálisis se habría visto condenado a una larga vida de
.;enalidades."
Aun así, no puede decirse que transmitiese mucha alegría. En un ensayo
, bre el Hombre Lobo cuando éste ya era bastante mayor, Muriel Gardiner seña-
que las características principales de "sus períodos más angustiosos" eran "la
.:�da obsesiva, la reflexión, las preguntas ... Permanecía completamente absorto en
s.:s propios problemas y era incapaz de explicárselos a los demás, de leer o de pin­
u:". "Por otra parte -añadió despreocupadamente-, rara vez, incluso desde su
::Jramiento con Freud, fue capaz de desenvolverse por completo."
Las valoraciones que hicieron otros terapeutas fueron similares. "Tanto el
,¡::a ltsta al que el Hombre Lobo empezó a visitar esporádicamente a partir de 1 95 6
• mo el segundo analista, al que había estado visitando a intervalos más regula­
::-s en los últimos años -señaló Gardiner-, diagnosticaron su trastorno como e l
..: e una personalidad obsesiva-compulsiva."
La valoración del propio Hombre Lobo , en una serie de detalladas entrevis­
-:F realizadas poco antes de su muerte, fue mucho más desoladora. Negó enfáti­
_,¡_":lente que Freud o alguno de sus sucesores lo hubiesen curado. "Se dijo -con­
"!'50 al periodista Karin Obholzer- que Freud me había curado al cien por cien.
' Y éste es el motivo por el que Gardiner me aconsejó que escribiera mis memo-
...;s. Para demostrar al mundo que Freud había curado a una persona gravemen­
"'! enferma . . . Todo es falso."
El Hombre lobo, que entonces tenía ochenta y seis años, le explicó a
�nolzer lo que pensaba sobre su propia historia. "En realidad, ha sido catastró­
-.:J. Estoy en el mismo estado en que estaba cuando acudí por primera vez a
·e-ud, y Freud ya no está."
Ahora bien, un relato en primera persona no es necesariamente un relato
-?O de confianza, especialmente cuando proviene de una persona tan angustia­
_: .:omo seguramente debía estarlo el Hombre Lobo. Pero incluso los más devo-
' :;eguidores de Freud aceptan las revelaciones del Hombre Lobo, que asegura­
-- -o estar curado. Prefieren refugiarse tras la incuestionable afirmación según la
..:t:.l . el Hombre Lobo, atormentado como estaba, hubiese sufrido más sin la ayuda
� psicoanálisis.
De acuerdo, es posible. Y, quizá, la muerte de un entusiasta deportista a los
.:t:a:enta y cinco años sea un argumento a favor del ejercicio, puesto que podría

305
La locura en el diván

haber muerto antes si no lo hubiese practicado. A pesar de todo, independiente­


mente de si es justo culpar a l psicoanálisis por no convertir al Hombre Lobo en
un hombre sano, rico y sabio, es j usto decir que Freud proclamó dar más de lo que
poseía.
Afirmar que Freud no consiguió curar a sus pacientes obsesivos no es ningún
reproche; incluso en la actualidad son muy difíciles de tratar. El problema es que
el comportamiento de Freud no fue muy honrado, y no lo fue por partida doble.
En primer lugar, proclamó haber curado a pacientes aunque sabía que estas afir­
maciones eran falsas o exageradas. En segundo lugar, utilizó las curas ficticias para
demostrar que su teoría sobre la neurosis obsesiva era válida.
Los seguidores de Freud no se hicieron esperar a la hora de anunciar sus pro­
pios éxitos. Es más, su atrevimiento superó al de su mentor. Lo que para Freud era
el "fenómeno realmente complicado de la neurosis obsesiva", por ejemplo, para
sus descendientes se convirtió, tal como afirmó uno de ellos, en un trastorno
"comparativamente sencillo".
No es que hubiesen descubierto el significado de algo que Freud hubiera
pasado por alto. Lo que los diferenciaba no eran nuevos contenidos, sino una
nueva actitud: la familiaridad había engendrado autocomplacencia. Las extraor­
dinarias interpretaciones de Freud, despojadas de sus particularidades y de sus
rasgos más extravagantes, se convirtieron en gén'eralizaciones. La confusión y la
complejidad de los casi mitológicos historiales de Freud dieron paso a los simples
esbozos de un sencillo informe. Detengámonos en esta clásica interpretación rea­
lizada por la psicoterapeuta inglesa Muriel Hall en 1 934:

Un niño tímido por naturaleza, carente de confianza, sensible a la crítica, y muy


estricto a la hora de establecer unas normas de conducta moral para sí mismo y para
los demás, entra en contacto por primera vez, ya sea en la escuela o en la calle, con
un chico más desarrollado, para el cual /as realidades del coito, el embarazo y el naci­
miento, entre otras informaciones, forman parte del conocimiento general. El niño
mira, escucha y descubre la existencia de este tipo de cosas por primera vez, pero lo
hace de manera que su naturaleza sensible se rebela y se niega a aceptar la realidad.
La curiosidad instintiva nacida de sus propios impulsos sexuales que empiezan a des­
pertar no le permite olvidar los incidentes ni los hechos. Y su mente se ve envuelta en
un grave conflicto. Por una parte, están sus principios morales, que hacen que un
niño imaginativo sufra el tormento de vívidas escenas mentales de castigos religiosos,
enfermedades y muerte. Por otra, está su instinto en desarrollo que lo empuja a seguir
adelmzte. Este instinto no es lo bastante contundente como para manifestarse tan
abiertamente como sucede en el caso de sus compañeros más desarrollados; por lo
tanto, sólo puede hacerlo tras una fachada de buen comportamiento en la que no

306
Freud h a b l a

e:nsten las excepciones. Es entonces cuando una interminable sucesión de actos cere­
moniales, basados en escrúpulos de significado aparentemente higiénico o religioso,
•CIIpan el lugar de esos pensamientos y actos que tanto repugnan a este tímido niño.

Curar a uno de estos pacientes también era muy fácil. "El tiempo medio
-:-�Jerido para la recuperación -señaló Hall- suele ser de seis meses."

307
C A PÍ T U L O D I E C I SI E T E

La evidencia biológica

Esos niiios cogían un trastorno obsesivo-compulsivo.

- )OIIi\ RIITE.Y

E• la época en que Judith Rapoport iba h aciendo progresos, a principios de la


��.:ada de los años sesenta, los psicoanalistas dominaban el terreno. Nadie habla­
�,¡ sobre cómo curar el trastorno obsesivo-compulsivo, por la simple razón de que
::.ldle podía explicar cómo hacerlo. Efectivamente, algunos de los más destacados
.&:-:.alistas del momento advirtieron explícitamente que el psicoanálisis no podía
:t..:a r a los pacientes de este trastorno. Hasta J a actualidad, y a pesar de las afir­
C"'aciones de Freud y de sus sucesores, no existe prácticamente ninguna prueba de
:�:as auténticas. En una encuesta reciente sobre el trastorno obsesivo-compulsivo,
�:.:hael Jenike, un psiquiatra de Harvard que simpatiza con el psicoanálisis, afir­
..1 tajantemente que "no hay ni un sólo informe en la moderna literatura psi­

- -•árrica" que documente alguna curación atribuida al psicoanálisis.


Sin embargo, las teorías de Freud sobre la obsesión prevalecieron a lo largo de las
..:...d
....:a as de los años cincuenta y sesenta, pese a que ya no contaban con las curaciones que
se había citado como prueba de que sus ideas eran correctas. Era como si se continuara
..:�brando una fiesta en un ático aunque las vigas del edificio se estuviesen tambaleando.
A lo largo de los años sesenta, Rapoport aprendió en la Universidad de
�-brnrd a tratar a los pacientes del trastorno obsesivo-compulsivo como Freud
-abía tratado al Hombre de las ratas. Había que escuchar atentamente y con
-aciencia para descubrir el deseo pecaminoso o el anhelo inaceptable que se
�:;.:ondía tras los actos compulsivos del paciente.
Rapoport dejó de creer en este tratamiento en 1972, a raíz de un viaje a Suecia donde
::s...l
l chó una curiosa historia. Los psiquiatras suecos que estudiaban los efectos de los anti­
..;epresivos en pacientes suicidas habían observado un inesperado efecto secundario. La
�cación con la que se pretendía aliviar la depresión de los pacientes suicidas también
...almó los síntomas de aquéllos que además padecían un trastorno obsesivo-compulsivo.

309
La locura en e l diván

Estos sorprendentes experimentos se convirtieron en el punto de partida de


un f!Uevo enfoque, esta vez biológico, del trastorno obsesivo-compulsivo. Antes de
que pasara mucho tiempo, estas pequeñas muestras se iban a convertir en una
clara evidencia. Actualmente, el tema favorito de Freud, obra principal en su pina­
coteca de trastornos simbólicos, ya no es asunto de la psicología porque pertene­
ce a la biología.
Rapoport es un emblema de este cambio, puesto que el psicoanalista renega­
do se ha convertido en un líder entre aquéllos que afirman que el trastorno obse­
sivo-compulsivo es, sin duda alguna, un trastorno cerebral y no un trastorno sim­
bólico. (No es que la psicología sea completamente irrelevante. Puede servir para
explicar por qué una persona "elige" unas obsesiones y no otras -por qué a un
paciente del National Institute of Mental Health le aterrorizan las plumas verdes
y a otro el chicle de menta-, pero no para explicar por qué alguien sufre ese tipo
de obsesiones.)
La evidencia del poder de la biología procede de dos hechos diferentes pero
convergentes. Primero, si bien el psicoanálisis y otras terapias psicodinámicas han
fracasado a la hora de proporcionar una cura, los enfoques no psicológicos han
triunfado. Alrededor de dos tercios de las personas que padecen un trastorno
obsesivo-compulsivo parecen responder a los antidepresivos. La terapia conduc-
- '

tista ayuda aproximadamente al 60 ó 70 por ciento de los pacientes. El enfoque


conductista no podría ser más sencillo y menos analítico. Se trata de evitar la dis­
cusión sobre el significado de los síntomas, sobre su origen o sobre su propósito,
para centrarse exclusivamente en aprender a combatirlos. Igual que un fisiotera­
peuta ayuda a una víctima de apoplejía a aprender a andar de nuevo, el terapeu­
ta conductista concentra toda su atención en los problemas actuales del paciente
del trastorno obsesivo-compulsivo.
Los pacientes aprenden a reducir sus rituales gradualmente. Una mujer que
tiene miedo de los gérmenes, por ejemplo, puede empezar tocando un objeto "con­
taminado" para luego intentar abstenerse de lavarse las manos durante algunos
minutos. Cuando sea capaz de controlar este grado de ansiedad, podrá asumir un
desafío mayor y, más adelante, otro. Con el tiempo, si todo marcha bien, conse­
guirá liberarse de todos los rituales que antes la torturaban.
La efectividad de los fármacos y de la terapia conductista se oponen a la doc­
trina psicoanalítica, que sostiene que no tiene sentido tratar los síntomas. Si el ori­
gen del problema es un estado de ansiedad insoportable, ocuparse de los síntomas
en lugar de enfrentarse a la ansiedad subyacente puede resultar inútil. Si reprimi­
mos un síntoma, aparecerá otro. Si apretamos la almohada por aquí, se hinchará
por allá. Pero, de hecho, no ocurre eso.

310
La evidencia biológica

En general, el psicoanálisis ha fracasado en la teoría y en la práctica. La pre­


:nisa principal de la teoría freudiana -que las víctimas del trastorno obsesivo­
.:o �pulsivo son manifiestamente exigentes, pulcras, testarudas y puntuales; en
�efinitiva, anales- se ha desmoronado. Los pacientes pueden ser muy diferentes.
Según Rapoport, sólo uno de cada cinco se ajusta al estereotipo.
(Es oportuno señalar que la psicoterapia puede ayudar a personas que pade­
.:en obsesiones y compulsiones en el sentido ordinario de estos términos. Las per­
•onas nerviosas, perfeccionistas y rígidas pueden, efectivamente, aprender a dis­
:rurar más de la vida con la ayuda de un buen terapeuta. Pero, a diferencia de las
:crimas del trastorno obsesivo-compulsivo, que están desesperadas por obtener
..:.n alivio, no suelen pensar que necesitan ayuda. "Normalmente, las personas
.:ompulsivas no vienen en busca de un tratamiento para modificar sus hábitos",
.:.:1rma Rapoport. "Sus motivos de queja se basan en los demás. " )
Los seguidores d e Freud cometieron e l error de calificar a los pacientes del
-;-asrorno obsesivo-compulsivo de anales porque estaban convencidos de que los
;males eran un reflejo de su carácter general . Una mirada más atenta les habría
-e··elado que las víctimas del trastorno obsesivo-compulsivo pueden encajar, a
--:mera vista, en las descripciones freudianas para luego no tener nada que ver
.::m ellas. Que un paciente sienta ansiedad respecto a algo no quiere decir que esté
'
.¡_�:;toso siempre. Rapoport ha tratado a chicos tan obsesionados con la limpieza
_.!e se lavaban las manos durante horas, pero que, sin embargo, tenían su habita­
- "11 tan desordenada como cualquier otro adolescente. Otro psiquiatra describe a
-;a mujer de treinta y cinco años que tenía tanto miedo de los gérmenes que sólo
-·a capaz de abrir una puerta después de haber cubierto el tirador con una toalli-
u. de papel. No obstante, esta mujer, que tenía miedo de tocar el tirador de la puer­
-·. era también paracaidista y se sentía feliz saltando desde los aviones.

Existe una segunda evidencia, mucho más importante que la anterior, que
-�:1!erza la conclusión de que la obsesión es un trastorno cerebral . En ocasiones,
e;::J e,·idencia es tan brutal como el impacto de una bala en el cerebro: basta leer
.>:-rículo citado como epígrafe del Capítulo 15. Y en a lgunos casos es tan sutil
_ �o una exploración realizada con un escáner PET.
El caso del presunto suicida es tan sorprendente por su singularidad. (Tal vez
iC D(dría argumentar que el trauma psicológico de estar a punto de morir acabó,
_ .1lgún modo, con las obsesiones del joven, igual que un susto acaba con el hipo;
·e- ésta sería una suposición que requeriría la ingenuidad del mismo Freud.)
0=-,_;-ués de todo, gracias a la cirugía muchos pacientes se han librado de obsesio­
� · compulsiones, aunque las operaciones hayan caído en desgracia porque pue-

311
den provocar cambios de personalidad. El primer paciente obsesivo-compulsivo de
Rapoport, por ejemplo, el hombre de Boston que se sentía empujado a recoger
desperdicios, fue sometido a una lobotomía muchos años antes de conocerla. Este
hombre se despertó de la operación "curado" de las obsesiones que habían gober­
nado su vida durante veinte años, pero incapacitado permanentemente para des­
envolverse fuera del hospital.
Por otro lado, del mismo modo que en ocasiones las obsesiones pueden
curarse con balas y escalpelos, también pueden aparecer de improviso, y aparen­
temente de la nada, a raíz de un golpe en la cabeza, de un ataque epiléptico o de
una apoplejía. Esta realidad no se cuestiona. Tampoco se cuestiona que entre los
síntomas de numerosas enfermedades neurológicas, entre ellas el síndrome de
Tourette y la corea de Sydenham (el baile de San Vito), se encuentren las obsesio­
nes y las compulsiones:=· Hace siglos ya se sospechaba de este vínculo. En el siglo
XVIII, por ejemplo, Samuel Johnson era tan conocido por sus tics y sus muecas
como por sus escritos y conversaciones. "Al parecer, a menudo padecía sobresal­
tos y se ponía a gesticular de forma extraña -señaló en una ocasión su futura
hijastra-, y ello tendía a provocar inmediatamente sorpresa y burlas." El aspec­
to de Johnson era tan peculiar que a los veinte años se le rechazó para un puesto
de profesor porque "parece un caballero muy altanero y de naturaleza enfermiza,
y porque distorsiona su rostro de tal modo (algo qu� es incapaz de remediar) que
puede afectar a algunos jóvenes".
Los síntomas de Johnson, que lo atormentaron desde la niñez, nos hacen
pensar en el síndrome de Tourette. Pero más que sus tics, lo que asustaba a sus
contemporáneos eran sus compulsiones. Frances Reynolds, hermana del pintor
Joshua Reynolds, describió los "extraordinarios y grotescos ademanes de sus
manos y sus pies, en especial cada vez que pasaba por el umbral de una puerta o,
mejor dicho, antes de atreverse a cruzar cualquier entrada. O al entrar en casa de
Sir Joshua con la pobre señora Williams aliado, una mujer ciega que vivía con él.
Entonces le soltaba la mano o la hacía girar de aquí para allá sobre los peldaños,

" Un psiquiatra de la escuela de la interpretación de los síntomas justifica esta evidencia. ¿Por qué, pre­
gunta Peter Breggin, el daño cerebral, la enfermedad y los accidentes pueden provocar, a veces, obse­
siones y compulsiones? "Ame su creciente incapacidad para enfrenrarse al mundo, la persona con el
cerebro dañado inrenra conrrolar la ansiedad inrerior )', a su vez, el entorno que le rodea con rituales
repetitivos." El extraño comporramienro del pacienre no es un resultado directo de su lesión cerebral,
sino "una defensa psicológica para incrementar el senrimienro de seguridad personal ame la disminu­
ción de sus funciones mentales".
Según Breggin, Rapoporr insiste en las "teorías biológicas radicales" para "atraer a aquéllos que no se
atreven a enfrenrarse a unos procesos mentales aurodestructivos. Sus teorías también intentan atraer a
algunos padres que se niegan a aceptar su responsabilidad en los problemas de sus hijos".

312
La evidencia biológica

7.1entras él giraba y se retorcía para realizar sus gesticulaciones; y, tan pronto


.:omo terminaba, daba un salto repentino a través del umbral, como si estuviera
..::rentando ganar una apuesta sobre lo lejos que podía llegar". Momentos después,
:L llegar a otra puerta, volvería a llevar a cabo ese mismo y desconcertante ritual.

Boswell citó "otra peculiaridad" del formidable Johnson que nadie se arre­
-1Ó a pedirle que explicara. "Creía que era algún hábito supersticioso -escribió
3oswell en Life of Samuel ]ohnson- que había adquirido muy pronto y que
-;unca se había preocupado por descifrar. Se trataba de una extremada precaución
.:. la hora de atravesar una puerta o pasillo. Tenía que dar cierto número de pasos
.:esde cierto punto o, por lo menos, asegurarse de que uno de los dos pies, el dere­
.:no o el izquierdo (no sé exactamente cuál), realizara siempre el primer movi­
-;uento cuando se acercaba a la puerta o al pasillo."
Una vez atravesada la puerta, los problemas de Johnson no habían hecho
-:tás que empezar. Nunca pisaba las grietas que se formaban entre las baldosas, e
.3sisría en tocar todos los postes que se encontraba a lo largo de la calle cuando
;>asaba por delante de ellos. Si se saltaba alguno, deshacía lo andado y corregía el
error antes de volver junto a sus perplejos compañeros.
En el caso de Johnson, el diagnóstico de Tourette es sólo una conjetura bien
-undamentada. Pero los casos actuales apuntan en la misma dirección con mayor
.:laridad: las enfermedades del cerebro pueden- provocar un comportamiento obse-
51\·o. Como de costumbre, la transición de los casos históricos a los de nuestros
días viene acompañada por el paso de la anécdota a la estadística. Perdemos color
· ganamos rigor.

Actualmente, el trastorno de Tourette ha sido estudiado ampliamente.


Rapoport afirma que aproximadamente un tercio de todos los pacientes de
Tourerte padecen obsesiones y compulsiones. (Gilles de la Tourette, el neurólogo
iúncés que describió el trastorno que más tarde adoptó su nombre, señaló esta
:-elación en su primer y decisivo artículo escrito en 1885.)
Susan Swedo, una psiquiatra infantil colega de Rapoport en el National
Instirute of Mental Health, se adentró en el campo de estudio del cerebro de mane­
�a diferente. Swedo descubrió que algunos de sus pacientes habían desarrollado
-:-epentinamente un trastorno obsesivo-compulsivo como resultado de un vulgar
dolor de garganta. De una forma u otra, una infección común de estreptococos
hizo que el sistema inmunológico de sus pacientes atacara a sus propias células
.:erebrales.
Cuesta imaginar una prueba más clara de que este trastorno es biológico.
Puede ocurrir que un niño normal de diez años se sienta mal y se acueste, y que a
:a mañana siguiente se despierte obsesionado por la idea de que tiene que subir las

313
La locura en el diván

escaleras de dos en dos o lavarse las manos durante horas. "La posibilidad de que
un niño completamente sano y normal... pudiera desarrollar un trastorno re..J.
durante la noche era profundamente aterradora", escribió John Ratey, psiquiatra
de Harvard. "Casos como este separaron radicalmente al trastorno obsesivo-com­
pulsivo del punto de vista psicodinámico e interpretativo, incluso de las teorías
actualizadas y biológicamente consecuentes. En resumen, estos niños cogían un
trastorno obsesivo-compulsivo ... del mismo modo que otra persona cogía un res­
friado."

Josh Brown cogió su resfriado en algún momento del invierno de 1 992. En


aquel entonces Josh tenía trece años, y era un chico simpático y guapo que estaba
en octavo grado. En junio del año anterior su familia se había trasladado desde St.
Louis a un barrio residencial de Washington D.C. y se había instalado en una casa
grande y elegante en una zona acogedora rodeada de árboles. Hacia febrero, no
había ninguna duda de que algo iba mal. Josh era pequeño y delgado, pero siem­
pre había sido un buen atleta; aunque ahora se había convertido en un fanático
del deporte.
Durante horas enteras, mucho después de que sus músculos se hubiesen ago­
tado, se forzaba a sí mismo a realizar estiramientos y flexiones. "Daba gritos de
dolor -recuerda su madre-, pero no podía dejar'de hacer ejercicios. Una vez
vino un vecino para preguntar si alguien se había caído por las escaleras porque
había oído gritos de dolor."
Era mayo de 1 992, Josh estaba a punto de finalizar octavo grado, y nadie
podía darles una explicación. Poco después se le diagnosticó un trastorno obsesi­
vo-compulsivo. Ni él ni sus padres habían oído nunca aquella expresión.
Las compulsiones de Josh empeoraron durante el verano. Y el deporte sólo
era una parte del problema. El primer día que asistió a la escuela superior, Josh se
sentó en la clase de español y cerró los ojos con fuerza mientras levantaba el lápiz
de la mesa para luego volverlo bajar, levantándolo y bajándolo, levantándolo y
bajándolo una y otra vez. Durante quince minutos sus compañeros de clase y el
profesor intentaron, sin éxito, distraerlo. "La gente me tocaba y me preguntaba si
me encontraba bien -recuerda Josh avergonzado-, y a alguien se le ocurrió decir
que estaba sufriendo un ataque." Hace una pausa. "Fue un desastre." Luego, en
la clase siguiente, Josh fue incapaz de sentarse. Se sentaba unos instantes en la silla
y luego se levantaba, se sentaba y se levantaba, se sentaba y se levantaba.
Movido por el pánico de los Brown, uno de los médicos de Josh consiguió
que lo examinaran en el Nacional Insritute of Mental Health. Allí, Susan Swedo y
sus colegas confirmaron el diagnóstico de trastorno obsesivo-compulsivo. Y acle-

314
La evidencia biológica

más, descubrieron que aunque no presentara ninguno de los síntomas comunes,


Josh padecía una infección aguda de estreptococos. Estos médicos advirtieron que
cuando Josh sufría una infección de garganta, su sistema inmunológico producía
una gran cantidad de anticuerpos que afectaban a ciertas células cerebrales, así
como a la misma infección. Estas células se encuentran en los ganglios basales, la
región del cerebro que constituye el núcleo de las obsesiones y las compulsiones.
Una exploración MRI del cerebro de Josh confirmó el siniestro hallazgo: las
estructuras de los ganglios basales estaban hinchadas y dañadas.
En mayo de 1 992, poco después del primer diagnóstico, Josh empezó a
romar una medicación para el trastorno obsesivo-compulsivo que tuvo una efica­
cia desigual. Unos mese más tarde, al principio de su primer año en la escuela
superior, cuando la enfermedad arruinaba su vida, los médicos del National
Instirute of Mental Health tomaron una nueva y drástica decisión. "Fue cuando
sucedió lo peor", recuerda Tina, la madre de Josh. "No podía irse a la cama sin
hacer dos horas de gimnasia, no podía hablar sin repetir las palabras una y otra
,-ez, no podía comerse un tazón de cereales porque tenía que poner la cuchara de
una manera determinada. Estábamos convencidos de que se estaba -busca la
palabra- yendo."
El peaje del trastorno obsesivo-compulsivo no sólo lo pagan aquéllos que lo
sufren. Tina Brown tuvo que dejar su trabajo para cuidar a Josh y para acompa­
ñarlo en una serie interminable de visitas al médico. En los peores momentos, era
un alivio que Josh no se levantara una o dos veces por la noche para ponerse a
hacer ejercicios compulsivamente, gritando de dolor durante una o dos horas.
:\inguna actividad, por muy insignificante que fuera, podía desarrollarse con nor­
malidad. En una excursión a la playa un 4 de julio, por ejemplo, Josh estaba
jugando entre las olas cuando, de repente, el juego dejó de serlo y empezó a nadar
compulsivamente hacia el mar abierto. El hermano de Josh y su padre, que no eran
muy buenos nadadores, tuvieron que nadar tras él y arrastrarlo de vuelta a la ori­
lla en contra de su voluntad. En tales ocasiones, Josh luchaba tan salvajemente y
gritaba tan fuerte que su padre tenía que llevar en su cartera una carta del médi­
co que explicaba que Josh era su hijo y que no lo estaba secuestrando o abusan­
do de él.
Los médicos del National Institute of Mental Health optaron por un plan
impresionante pero a la vez sencillo. Decidieron limpiar la sangre de Josh y extraer
los anticuerpos destructivos. Durante las dos semanas siguientes, en seis sesiones
de unas dos horas y media de duración, los médicos inyectaron una aguja en el
antebrazo de Josh y la conectaron a un tubo, extrajeron y "limpiaron" su sangre
con una centrifugadora, y luego la devolvieron a su cuerpo mediante una aguja

315
La locura en el diván

inyectada en el otro brazo. Mientras tanto, Josh permanecía acostado en la cama.


envuelto por una red de rubos llenos de sangre, leyendo novelas de Stephen King.
"Le hicieron exploraciones cerebrales y confirmaron una reducción de la
tumefacción después de los dos primeros tratamientos", recuerda Tina Brown.
"Fue algo extraordinario. Josh volvió a sonreír con los músculos de la cara rela­
jados. Fue increíble."
Después de seis limpiezas de sangre, las obsesiones y compulsiones de Josh se
redujeron, aunque no desaparecieron del todo. Luego lo sometieron a tres sema­
nas de terapia conductista intensiva. "A partir de entonces -afirma Tina-, vol­
vió a controlarse totalmente. Desaparecieron todos los síntomas, todos. Nos sen­
tíamos como si nos hubiésemos enfrentado al ataque de un tornado y, de algún
modo, nos hubiésemos salvado. Fue absolutamente espantoso, pero tuvimos suer­
te y conseguimos superarlo."
Josh fue uno de los primeros pacientes que recibió tratamiento para contra­
rrestar los síntomas de una obsesión desencadenada por una infección de estrep­
tococos. (Todavía no está clara la relación entre los estreptococos y la obsesión.)
La limpieza de la sangre es un procedimiento complejo que sólo se practica en últi­
ma instancia, pero los médicos del National Institute of Mental Health han
demostrado que funciona: cuando tratan a pacientes afectados por estreptococos
y eliminan los anticuerpos de su sangre, los síntomas obsesivos desaparecen y las
estructuras inflamadas del cerebro recuperan su tamaño normal. Si la infección se
vuelve a repetir, las obsesiones se vuelven a repetir; y si se limpia la sangre otra
vez, las obsesiones vuelven a desaparecer.
La investigación sobre la relación de los estreptococos ha llevado a una con­
firmación todavía mayor de que la causa de la obsesión es biológica. Swedo ha
identificado una proteína que se encuentra en la superficie de ciertas células que
parece ser una bandera roja a la hora de predecir quién padecerá un trastorno
obsesivo-compulsivo. Sólo el 2 por ciento de la población general es portador de
esta proteína, pero el 98 por ciento de los pacientes que sufren un trastorno obse­
sivo-compulsivo la poseen.
Y aunque esta prueba de la proteína fuese incompleta, y es importante seña­
lar que en esta primera etapa todavía podría desbaratarse, no afectaría a la teoría
que defiende que la obsesión es biológica. Porque la psiquiatría es un campo en el
que los hallazgos individuales no suelen ser decisivos. Siempre hay lugar para una
explicación alternativa, aunque tal vez sea demasiado compleja. Se podría afirmar,
por ejemplo, que un estricto aprendizaje de la higiene personal provocó tal estrés
en un niño que alteró su respuesta inmunológica y, por lo tanto, el perfil de su pro­
teína.

316
La evide ncia biológica

.\s1 pues, las controversias se suelen resolver lentamente, mediante el precio­


de la evidencia más que a través de una única revelación al estilo ¡ Eureka! .
....¡
• una de las partes de una evidencia es una flecha que señala un camino u otro.
.:uando una flecha tras otra parecen señalar en la misma dirección es cuando
enioques empiezan a cambiar.

En el estudio del trastorno obsesivo-compulsivo los descubrimientos farma-


::Kos fueron una flecha difícil de ignorar. Aunque ya se conocían cuando se
-:::1 zaron los hallazgos del estreptococo, constituyeron toda una sorpresa por
..:e·e-:: ho propio. Tan difícil como inventar un trastorno con unos síntomas tan
e5.:-�.::1iicos como colorear el interior de la letra e o comprobar que no hay ningún
::e dentro del lavavajillas, hubiese sido pensar que un fármaco podía aliviar
� � aquellos síntomas. Rapoporr afirma que la mayoría de los fármacos funcio­
Cl'"'l mejor en el caso de trastornos generales como la ansiedad o la depresión. Un

:¡_.--:aco anticomprobación de gatos parece una idea absurda. Pero existe.


Algunos antidepresivos, como el Anafranil y el Prozac, pueden eliminar brus­
::a;-;enre las obsesiones y las compulsiones, incluso aquéllas que se manifiestan
��de hace años, y pueden hacerlo en cuestión de semanas. Nadie sabe por qué.
ry se sabe que todos los antidepresivos que funcionan comparten una propiedad

__m¡ca: todos están relacionados con el me�abolismo d e un mensajero químico


:e.:erebro llamado serotonina. Los antidepresivos que no afectan a la serotonina
o..."'lpoco afectan a las obsesiones y compulsiones.
La historia de los antidepresivos tiene una curiosa nota a pie de página.
tu?Oport participó en un programa de radio para promocionar The Boy Who
J:t!dn't Stop Washing y para hablar sobre los niños que se lavan las manos hasta
·..1.:erse sangre. Uno o dos días más tarde, una mujer se puso en contacto con ella.
:..e explicó que tenía un perro labrador negro que se lamía la pata tan persistente­
-:ente, tan compulsivamente, que se había hecho una herida grande y fea. El vete­
:...·urio le dijo que la herida amenazaba su vida. Y que la razón por la que el perro
nraba haciendo aquello podría ser la muerte de otro perro más viejo que le hacía
• mpañía. El caso es que el labrador se aburr.ía.
El veterinario le recomendó un cachorro como compañero de juegos. La
-:u1er lo compró y su labrador se mostró entusiasmado por la compañía, pero la
f'Slquiatría canina estaba mal planteada. El perro todavía se lamía la pata. La
.:.ueña estaba desesperada. ¿ Querría Rapoport darle al perro un antidepresivo?
Al día siguiente Rapoport recibió otra llamada: un nuevo perro, el mismo
¡roblema. ( Y un nuevo veterinario, con una nueva explicación psicológica. Ésta
<ambién parecía plausible. El veterinario afirmaba que el perro se lamía la pata

317
La locura en el diván

hasta hacerse sangre porque se sentía solo. La dueña, que ya había pensado en r:.:.­
bajar en casa, instaló allí su despacho. El perro reaccionó con alegría, pero sigw
lamiéndose.) Con la ayuda de su propio veterinario, Rapoport decidió reunir .:.
otros perros con el mismo problema. Pronto, a la manera típica de Washington.
se convirtió en un símbolo de estatus tener un perro que recibía llamadas de una
psiquiatra del National Institute of Mental Health.
Rapoport puso en marcha una investigación con setenta y ocho perros, y

todas las garantías y controles estadísticos pertinentes. Los resultados fueron simi­
lares a los de los humanos: los mismos antidepresivos que ayudaban a los huma­
nos a enfrentarse a los trastornos obsesivo-compulsivos también ayudaban a los
perros; los antidepresivos que no funcionaban con los humanos compulsivos tam­
poco funcionaban con los perros compulsivos; y los placebos no aportaban nin­
gún beneficio ni a los humanos ni a los perros.
Estos resultados, señala maliciosamente Rapoport, constituyen una pequeña
evidencia a favor del modelo biológico. Cuesta creer que el auténtico problema de
Fido, la base de todos sus síntomas, sea un abrumador sentimiento de vergüenza
por sus urgencias sexuales animales.

Tratar el trastorno obsesivo-compulsivo es una cosa y explicarlo, otra.


Rapoport sólo puede aventurarse a adivinar el origen de este desconcertante tras­
torno, y pocos de sus colegas llegan tan lejos. Ella cree que la clave está en que a
pesar de la infinidad de obsesiones y compulsiones posibles, la naturaleza sólo
parece utilizar unas cuantas.
Sostiene un argumento análogo al de los psicólogos evolucionistas con rela­
ción a las fobias. ¿ Por qué, se preguntan, los humanos modernos tienen miedo a
las serpientes y las arañas? ¿Por qué todas las fobias se concentran en los mismos
y escasos peligros, en peligros que raramente encontramos, y no en peligros reales
como las pistolas y los coches?
Su respuesta es que las fobias son una herencia de nuestros centenares de
millares de años como cazadores-recolectores. Durante innumerables generaciones
nuestros ancestros se enfrentaron a peligros mortales que procedían de serpientes
venenosas y acantilados resbaladizos. Aquéllos que se mostraron en alerta perma­
nente para enfrentarse a las serpientes, las alturas y peligros similares, era más pro­
bable que sobrevivieran y se reprodujeran que aquéllos que no tuvieron tantos
escrúpulos. Como resultado, nosotros todavía nos estremecemos ante las amena­
zas del pasado. Las fobias de la actualidad representan los peligros del ayer.
Por lo menos en el caso de los monos, estos temores parecen estar a la espe­
ra en algún sitio del cerebro. Los monos salvajes temen a las serpientes; los monos

318
La evidencia biológica

==-�ados en el laboratorio que nunca han visto serpientes no las temen. Pero si un
con� criado en un laboratorio ve a otro mono que se deja llevar por el pánico a
_ ··isra de una serpiente, a partir de entonces también él se dejará dominar por el
-.smo pánico. (Por el contrario, el mono de laboratorio nunca se asustará por un
:•ero inofensivo como una flor aunque le muestren muchas películas [manipula­
�-) de monos aterrorizados por flores.)
Para Rapoport, las obsesiones y compulsiones más comunes -lavarse, hacer
_ ::1probaciones, preocuparse por las puertas- son extraordinariamente similares
as preocupaciones que conforman la jornada de un animal. Los animales dedi­
....:."1 muchas horas al aseo personal, inspeccionan su territorio una y otra vez, y
-:e-sran especial atención a los umbrales y a los límites. El comportamiento es fijo,
::�do, y se repite de manera idéntica continuamente.
Si Rapoport está en lo cierto, las obsesiones y compulsiones son antiguos
·-:-ogramas" del cerebro, que se ponen en marcha accidentalmente como resulta­
: de algún tipo de cortocircuito interno y que luego se repiten cíclicamente.
L:- arse las manos obsesivamente, por ejemplo, podría ser una especie de "com­
- :;:amiento de aseo personal que se desboca". En algún momento, ese insensato
;.:al tuvo sentido, igual que lo tuvieron las vueltas en círculos de un perro antes
"" echarse a dormir. Sólo cuando el ritual se repite fuera de contexto -<.:amo en
�:: .:aso de un perro que duerme sobre una alfombra oriental, pero que todavía da
-elras como si intentara aplanar la hierba de la sabana africana- lo miramos con
oe:-;-lejidad.
Jeffrey Schwartz, un psiquiatra de la Universidad de California en Los Ánge-
. que se dedica a estudiar los resultados aportados por los escáneres PET en los
a;,os de pacientes con un trastorno obsesivo-compulsivo, ha llevado estas teorías
� t'aso más lejos. Según afirma en el libro Brain Lock, los pacientes le comentan
• -� su problema consiste en no poder evitar preocuparse por si se han dejado la
e.c__-.i..:. a encendida o si sus manos están sucias. Pero Schwartz está convencido de
_ _e la auténtica angustia no consiste en preocuparse por lo que no vale la pena

'"' -.:erlo. El verdadero problema es que "hagan lo que hagan para solucionar ague-
que les preocupa, la urgencia de comprobarlo o lavarse no desaparecerá".
x--:wartz describe a una mujer que sufría dudas angustiosas sobre si había apaga­
,_ .a cafetera antes de salir de casa. Este pánico la asaltaba cientos y miles de veces
.:;a, y "padecía esta preocupación agotadora ¡incluso cuando sostenía el cable
�nchufado de su cafetera eléctrica!".
Scbwartz cree que el origen de este problema es que existe un filtro que ejer­
:e .:!e guardabarreras y que debería funcionar automática y subconscientemente.
..;-(' resulta que ese filtro se ha estropeado:

319
La locura en el diván

Con toda probabilidad, lo que sucede en [el trastorno obsesivo-compulsivo] es q�


los viejos circuitos evolutivos del córtex, como los de lavarse y hacer comprob.;c
nes, se abren paso a través de la barrera, seguramente a causa de un problema er. .
núcleo. . . El pensamiento llega a la barrera, la barrera se abre y el pensamiento s:g.
llegando una y otra vez. Entonces la persona persiste en lavarse las manos o en e -­

probar si la estufa está encendida aunque no tenga sentido hacerlo. Estas acezo•:.5
pueden. proporcionarle un alivio momentáneo, pero entonces -¡boom!-, como .;
.
barrera se mantiene abierta, la urgencia de lavarse o hacer comprobaciones se rep::r
de nuevo .

Dicho esto, todavía es difícil resistirse a pensar que un trastorno que parece
gritar a voces que es psicológico, sea realmente psicológico. Después de todo, las
teorías evolucionistas son historias tan ad hoc como algunas de las de Freud. La
historia de los antidepresivos, aunque ha significado un avance muy importante.
aún se encuentra en sus primeras etapas. Los fármacos sólo eliminan todos los sín­
tomas de algunas personas. Para el paciente medio, la mejoría registrada se sitúa
entre un 30 y un 70 por ciento. E incluso en el mejor de los casos los pacientes
probablemente necesitarán las medicinas durante toda la vida.
Por otra parte, los fármacos no producen ñihgún efecto en uno de cada tres
pacientes. Algo debe diferenciar a los afortunados de los desafortunados, pero nin­
guna de las conjeturas obvias -los casos leves frente a los graves, por ejemplo, los
casos nuevos frente a los antiguos o los casos de niños frente a los de adultos- ha
resultado viable. Además, en aquellos casos en que los fármacos funcionan, no
tenemos más que una idea rudimentaria de cuál es la causa de su eficacia.
La relación con la serotonina, por ejemplo, es todavía un misterio. El ami­
depresivo que afecta a la serotonina también afecta a otras diez o más sustancias
químicas del cerebro. Además, nadie ha encontrado todavía ninguna diferencia
entre los niveles de serotonina de las personas sanas y los de las personas que
padecen un trastorno obsesivo. Finalmente, todos los antidepresivos que funcio­
nan a la hora de tratar la obsesión modifican los niveles de serotonina del cerebro
casi al instante. Entonces, ¿por qué tienen que pasar dos semanas para que los sín­
tomas empiecen a desaparecer?
La terapia conductista tiene menos atractivo intelectual. Parece funcionar, y
eso no es cualquier cosa, pero se trata de una teoría que apenas gana adeptos. Está
plagada de palabras complicadas -los psicólogos que hablan sobre la ansiedad de
sus pacientes utilizan términos técnicos como unidades subjetivas de incomodi­
dad-, y es mecánica y pesada.

320
La evidencia biológica

Así que las explicaciones "más profundas" son las que siguen atrayéndonos.
s:unos pacientes han llegado a interpretar sus propios síntomas simbólicamente.
-.a mujer llamada Sarah, por ejemplo, me explicó que sus obsesiones y compul­
nes empezaron cuando tenía once años, cuando descubrió que su madre pade­
- ' un cáncer de mama. Sarah no podía quedarse dormida si antes no compraba­
que los cajones del tocador de su habitación estuvieran completamente cerra­
- �= sus zapatos tenían que estar totalmente alineados; sus muñecos debían repo­
.:· con la nariz hacia arriba para poder respirar, "aunque sabía que se trataba de

-.males de trapo y que no podían respirar, no me importaba". Retrocediendo dos


_:.::adas (ahora no padece ningún síntoma), Sarah recuerda que "tenía la sensación
..e que el mundo era frágil y débil, y de que debía que resguardarlo con un barniz
..: orden. Tenía ese vago y horrible temor de que surgiera el caos. Un caos que
:enraba absorberme. Mi reacción fue un intento por hacer que todo fuese per­
"'!".::o. incluyéndome a mí misma, para mantener el mundo a salvo " .
:\lgunos terapeutas también creen que el trastorno obsesivo-compulsivo está
_;rgado de significado. Tomando las teorías de Freud en sentido más metafórico
:-e ltreral, han dado a sus teorías una forma nueva y atractiva. Un libro reciente
- psicólogo George Weinberg constituye un magnífico ejemplo de lo que podría
:.... - Jamado freudismo revisado.
Ya al principio del libro, Weinberg decl�ra que "cualquier compulsión es un
-•• v de terror. Es un intento de regular algo concreto y controlable porque la per­
na es incapaz de identificar y controlar algún problema psicológico real".
El mensaje nos recuerda a Freud, pero Weinberg se lava las manos y renun­
- ' a cualquier contacto freudiano. "Actualmente descartamos como una conjetu­
::a:emprana la relación que Freud estableció entre las compulsiones y el período
� aprendizaje de la higiene personal", afirma. "Pocas personas creen que todas
- , compulsiones sean una repetición continuada, bajo formas diferentes, del
-:-ulso de control anal."
Pero había algo más. "Sin embargo -continúa Weinberg-, es cierro que las
¡?e:sonas compulsivas buscan un control simbólico y que intentan desahogarse de
�;'1ores inconscientes, tal como dijo Freud... Pero lo que empuja al enfermo com­
- .SI\'O es un temor más general que el temor relacionado con el cuarto de baño.
- adulro compulsivo puede haber desarrollado un miedo inconsciente en cual-
- ...er contexto. Lo importante es que tiene miedo y que intenta contrarrestarlo. El
_ :uro! que necesita una persona compulsiva es el de una persona aterrorizada por
.:aos y el inminente peligro que percibe a su alrededor. Esta persona siente que
:1ene más remedio que poner en orden todo lo que pueda ser ordenado."
Se trata de una teoría seductora, pero no convence a Rapoport. Rapoport

321
La locura en el diván

sigue mostrándose profundamente escéptica respecto a todas estas teorías basadas


en la personalidad. Declara que hay estudios realizados por el National lnstirute
cif Mental Health, y por otros organismos, sobre personas que padecen un tras­
torno obsesivo-compulsivo, que revelan biografías normales y corrientes, sin
patrones de personalidad significativos y sin más desgracias que las normales.
Rapoport reconoce que cuando el trastorno se ha desarrollado, el miedo y el estrés
hacen que los síntomas empeoren; pero insiste en que las aflicciones mentales no
son la fuente del problema. Rapoport asegura que sólo puede recordar "un caso
entre mil" -una víctima de una violación múltiple que se obsesionó con las
duchas- en el que cree que un trauma específico precipitó el trastorno.
Según Rapoport, las explicaciones psicológicas constituyen esfuerzos com­
prensibles, pero erróneos, para proporcionar un sentido a lo que, de otra forma,
parecería completamente fortuito. Es un punto de vista que nos lleva a citar una
observación de Elaine Pagels, una historiadora de las religiones que ha estudiado
la curiosa predisposición de la especie humana a la hora de creer en doctrinas
como la condena eterna y el pecado original. ¿Cómo podemos creer, pregunta
Pagels, que el mundo esté creado de tal manera que muchos de nosotros, y quizá
nosotros mismos, acabemos ardiendo entre llamas eternas?
Pagels afirma que lo creemos porque necesitamos darle un sentido al mundo,
aunque sea un sentido aterrorizador y violento. úh juego con unas reglas crueles
es mejor que uno sin reglas. "La gente -escribe Pagels- prefiere sentirse culpa­
ble que impotente."
Rapoport reconoce el atractivo de las explicaciones psicológicas, y no sólo
cuando hacen referencia a la obsesión. Después de todo, parecen penetrar en el quid
de la cuestión, a diferencia de la biología, que se desliza a lo largo de la superficie.
"La psicología parece más profunda", afirma con énfasis. "Siempre te sientes
impresionado cuando alguien autoritario te mira a los ojos y dice: 'Crees que la
razón de tu enfado es que no pudiste conseguir una entrada para el partido -tras
decir esto se inclina hacia adelante en su silla, con los ojos abiertos de par en par y
las cejas levantadas-, pero yo sé que sólo se trata de una cortina de humo y que
en realidad estás furioso con tu madre por no estar ahí cuando la necesitabas'."
"Es muy impresionante", repite Rapoport. "Hace que todo el mundo se
sobresalte." Luego se detiene un momento y frunce el ceño con impaciencia.
Cuando vuelve a hablar, su voz es más alta y sus palabras más rápidas.
"Pero si alguien te lo dice una y otra vez, y casi siempre se equivoca, al cabo
de un rato ya no te impresiona. Y, por lo tanto, en este campo la psicología ya no
me parece profunda."

322
SEXTA PARTE

C onclusión

A veces resulta muy difícil recordar que los padres


también tienen razones para actuar como lo hacen,
razones que permanecen ocultas en las profundidades
de su personalidad y que explican su incapacidad para
amar, comprender y dedicarse a sus hijos.

- \'JRG II\:1:\ :\XLJ�E

- '
CAPÍTULO DIECIOCHO

¿ De quién es la culpa ?

Sugerir una hipótesis es la cosa más fácil del mundo. Cualquier


tonto puede hacerlo. Lo importante es encontrar alguna eviden­
cia que la justifique.

- 001\:ALD KLEIN

Antes de ser atacado por una depresión, antes de ser ingresado en un hospital
mental, antes de hacerse sangre en los pies yendo y viniendo hora tras hora y
metro tras metro por los vestíbulos de un hospital, Raphael Osheroff parecía tener
rodo lo que una persona podría desear en el mundo. Osheroff tenía cuarenta y un
años, era un médico especializado en enfefmedades renales y ganaba 300.000
dólares al año. Estaba casado, tenía tres hijos y vivía en una elegante casa en
_-\lexandria, Virginia, en las afueras de Washington.
Pero el 2 de enero de 1979 Osheroff necesitó ayuda. Había arrastrado una depre­
sión durante dos años y últimamente empezaba a manifestar tendencias suicidas. Fue
entonces cuando pidió a un colega que lo acompañase a la Chestnut Lodge, la presti­
gjosa clínica mental privada del norte de Washington que Frieda Fromm-Reichmann
había presidido. Allí, los psiquiatras diagnosticaron a Osheroff una depresión y un
.. rrastorno narcisista de la personalidad". Le recomendaron la terapia del habla para
..reestructurar" su personalidad y le prohibieron el uso de fármacos antidepresivos.

A lo largo de los siete meses siguientes, Osheroff fue empeorando. No se lavaba,


no se afeitaba, era incapaz de dormir y se pasaba el día recorriendo los pasillos y
pidiendo ayuda. Perdió unos veinte kilos. Finalmente, desesperados al ver que su hijo
no mejoraba a pesar de las cuatro sesiones de psicoterapia a las que asistía cada sema­
na, los padres de Osheroff lo trasladaron a otro hospital privado, el Silver Hill, en
Connecticut. El psiquiatra del hospital Silver Hill que examinó a Osheroff lo descri­
bió como "la persona más patética que he visto" y le recetó enseguida antidepresivos.
El cambio fue casi inmediato. En tres semanas Osheroff dejó de pasear, y en nueve
semanas recibió el alta: su plena recuperación le permitió reanudar su carrera médica.

325
La locura en el diván

En 1982, Osheroff entabló un pleito contra la Chestnut Lodge. Acusó al hos­


pital de culpabilidad por negligencia al tratar su depresión sólo con charlas en
lugar ·de combinar las charlas con antidepresivos. Gerald Klerman, entonces psi­
quiatra de la Harvard Medica! School, testificó a favor de Osheroff y cal_ificó el
tratamiento de la Chestnut Lodge de "criminal" y "cruel y negligente". Klerman
señaló que el uso de los medicamentos antidepresivos era una práctica común, y
que la depresión de Osheroff era tan evidente que un residente de primer año
podría haberla diagnosticado. El estado de Maryland se mostró de acuerdo. En
1 984, la Health Claims Arbitration Board concedió a Osheroff una indemnización
de 250.000 dólares.
Esta sentencia se convirtió en una simbólica y devastadora sacudida, en una
puerta que se cerró de golpe sobre la era psicológica. La comunidad médica siguió
el caso con atención -"se llevó a juicio a la psiquiatría"- y a nadie se le pasó
por alto su mensaje. Durante mucho tiempo, la clínica Chestnut Lodge había
representado a lo mejor de la psicoterapia; y ahora este refugio de curación se
había convertido en un peligro para sus pacientes. La terapia del habla que había
dominado el campo de la psiquiatría y rechazado a sus rivales durante décadas ya
no estaba de moda. Desde todos los ámbitos -el estudio de la esquizofrenia, del
autismo, del trastorno obsesivo-compulsivo y ahora de la depresión- llegaban
mensajes que anunciaban que en el futuro la psicoterapia jugaría un papel nota­
blemente menor. Cuanto más severa fuera la enfermedad, menos probabilidades
tendría de ser tratada exclusivamente con la terapia del habla.

La historia del psicoanálisis a lo largo del siglo XX es una historia de éxitos y


fracasos. Y cuando llegó el momento de enfrentarse a la locura, se produjo el fraca­
so más estrepitoso de todos. La historia de los terapeutas y su lucha contra la locura
causó demasiado dolor innecesario. No obstante, es una tragedia y no un escándalo.
Con las posibles excepciones de Bruno Bettelheim y john Rosen, el psiquiatra que se
encarnizaba con sus desamparados pacientes esquizofrénicos, se trata de una historia
sin villanos. De hecho, lo más irónico de esta historia es que los terapeutas sólo tení­
an buenas intenciones. Sinceros pero mal encaminados, como los comunistas nortea­
mericanos de los años cuarenta y cincuenta, que deseaban un mundo mejor pero se
negaban a reconocer los crímenes de Stalin, los psicoanalistas de la edad de oro se
equivocaron debido a su ambición, una ambición digna de admiración.
Esta historia es una auténtica tragedia porque con la perspectiva que otorga
el tiempo no hay duda de que el enfoque psicoterapéutico estaba condenado desde
el principio. La esquizofrenia y sus lúgubres hermanos resultaron ser trastornos
cerebrales que tenían tantas posibilidades de ser curados mediante la terapia del

326
¿De q u i é n es la culpa?

habla como un cáncer de pulmón. En la actualidad, el establishment médico reco­


noce sin rodeos que los psiquiatras que intentaron tratar trastornos mentales seve­
ros limitándose a aplicar la terapia del habla habrían hecho mejor donando sus
divanes al Ejército de Salvación.
Pero lo intentaron, y por ello merecen nuestro reconocimiento. A diferencia
de la mayoría de sus colegas psiquiatras, nunca volvieron la espalda a estos
pacientes desesperadamente enfermos. Su error no consistió en intentar ayudar a
unos parias angustiados y despreciados. El error consistió en acusar a los pacien­
tes y a sus familias de ser la causa de sus propios problemas después de haber tra­
bajado con valentía pero sin resultados.
Los psicoanalistas de los que hemos estado hablando tenían un defecto trági­
co, como todos los héroes trágicos. Un orgullo desmedido que, tal como hemos dis­
cutido, en el caso de los analistas tomó la forma de certeza: sólo ellos poseían la
verdad. Esta certeza resultó ser muy peligrosa. Los psicoterapeutas corrían el ries­
go de extraviarse a roda velocidad, puestO que la imposibilidad de equivocarse sig­
nificaba que no había necesidad de detenerse a escuchar las opiniones de los demás.
La tendencia a ignorar las voces disidentes es un triste hecho de la naturale­
za humana que no sólo afecta al psicoanálisis. Pero desde sus primeros días, cuan­
do Freud expulsó a los "herejes", el psicoanálisis se enfrentó a un alto riesgo de
aislamiento porque tomó las medidas necesarias para que las voces críticas no fue­
ran escuchadas. "Era una especie de círculo vicioso", afirma Lean Eisenberg, psi­
quiatra de Harvard. "Para convertirte en un investigador en este campo primero
tenías que ser psicoanalizado; y si el análisis era llevado a cabo por alguien que
sabía que su teoría era la correcta, una de las cosas que tenía que hacer era tratar
tu escepticismo como un síntoma." Eisenberg se ríe maravillado, como si estuvie­
se contemplando una ratonera especialmente ingeniosa. "Así que no había otra
salida. Te sometías al psicoanálisis porque estabas interesado en llevar a cabo
investigaciones significativas. Fue una buena arma."
Y de esta manera, la eficacia de la terapia del habla fue asumida y procla­
mada, más que probada y cuestionada. A corto plazo, se alcanzó una especie de
equilibrio. Las probabilidades de que alguien grite "¡El emperador está desnudo! "
s e reducen notablemente cuando e l emperador y s u corte deciden con anterioridad
que sólo aquéllos que ya han demostrado que admiran su vestuario podrán asistir
a su desfile. Pero al final, un sistema sin retroalimentación externa está condena­
do al fracaso. Cuando se inició la debacle, la estrepitosa caída final de los analis­
tas que se enfrentaron a la locura no fue especialmente espectacular. Lo que la hizo
diferente a las demás fue que sus propios pilotos desconectaron las luces de emer­
gencia de la cabina y cortaron la comunicación con el control de tráfico aéreo.

327
La locura en e l diván

Aparte del orgullo, ¿por qué las cosas salieron tan mal? Una de las razones
que explican el fracaso es que los psicoanalistas fueron víctimas de una especie de
broma cosmica. En los casos concretos de esquizofrenia, autismo y trastorno obse­
sivo-compulsivo, parecía que la naturaleza hubiese conspirado para llevarlos por
el mal camino. Para aquéllos que intentaron descubrir significados profundos, la
ensalada de palabras de un esquizofrénico, el silencio retraído de un autista y el
interminable lavado de manos de una víctima de las obsesiones compulsivas se
convirtieron en una tentación irresistible. Se trataba de trastornos que pedían a
gritos una interpretación. Los analistas no tardaron en morder el anzudo sin sos­
pechar que podía estar envenenado.
Pero incluso un investigador cauteloso podría haberse equivocado, puesto
que las enfermedades mentales parecían fundamentalmente diferentes de las enfer­
medades ordinarias. Es mucho más difícil decidir qué hacer con una persona que
asegura que la CIA le está enviando mensajes secretos, que enfrentarse a una tem­
peratura elevada o a un rostro cubierto de granos rojos.
Basta con constatar que el trastorno mental está caracterizado por un com­
portamiento extraño para que surja una multitud de problemas, como si de un
cuerno de la abundancia envenenado se tratara. Nadie pone en duda que nosotros
somos los responsables de nuestra propia conducta. Si aceptamos esta premisa, no
tardaremos en llegar a la conclusión de que el trastorno cárkcterizado por un com­
portamiento extraño ha de ser un trastorno que se encuentra bajo nuestro control.
Por eso apelamos a la fuerza de voluntad, completamente convencidos de que
podemos encontrar nuestro propio camino hacia la salud mental. Aconsejamos a
la víctima de una depresión que tenga en cuenta el lado positivo de las cosas, le
pedimos a la persona que sufre un episodio maníaco agudo que respire profunda­
mente y se tranquilice. Cuando nos enfrentamos al trastorno mental, todos somos
practicantes de la Ciencia Cristiana.
Los psicoanalistas cayeron en la misma trampa. ¿ Hicieron el ridículo al pen­
sar que una charla podía curar? No. Según su punto de vista, los síntomas de la
esquizofrenia reflejaban comportamientos extraños y estaban convencidos de que
a través del habla estos comportamientos podían modificarse. Por eso pedimos
constantemente a nuestros hijos que sean educados y que ordenen la habitación.
Si los síntomas de la esquizofrenia hubiesen sido tan sencillos como los de una
apendicitis, nadie hubiese invertido tantos años en la terapia del habla para devol­
ver la salud a sus pacientes.
Después de todo, la psicoterapia alivia muchos problemas. Nadie lo creía
más firmemente que los psicoanalistas, que a su vez ya habían sido psicoanaliza­
dos. Su error consistió en generalizar, pasando de sus propios problemas, relati-

328
¿De q u i én es la culpa?

\·amente leves, a los de aquéllos que sufrían una grave enfermedad. La aspirina
puede curar un dolor de cabeza; pero no es un buen tratamiento para contrarres­
:ar un-tumor cerebral.
Sin embargo, la psicoterapia puede jugar un papel muy útil incluso en el caso
de un paciente con un tumor cerebral. La clave consiste en reconocer sus propios
límites: la psicoterapia no curará el cáncer o la esquizofrenia de un paciente; pero
puede ayudarlo a enfrentarse a la ira, el miedo y el aislamiento que acompañan a
esta enfermedad.
Los psicoanalistas que hemos citado, nunca reconocieron esta limitación. Por
el contrario, sostuvieron que todos los problemas emocionales eran esencialmen­
te parecidos y que lo que funcionaba con uno, funcionaría con todos. De modo
similar, se apropiaron de una observación demostrada en algunos casos -existen
padres que son culpables de horribles abusos y de infligir a sus hijos cargas emo­
cionales que tendrán que arrastrar a lo largo de sus vidas- y asumieron que lo
que ocurría en estos casos ocurría en todos los demás.

En principio, el problema no eran las interpretaciones psicológicas. El proble­


ma era el enfoque psicológico que, en la práctica, demostró ser muy defectuoso. Las
interpretaciones psicológicas del comportamiento se podían inventar con mucha
facilidad, pero eran muy difíciles de probar.·� Como decía un chiste de psicoanalis­
tas: "La persona que llega pronto a una fiesta es ansiosa, la que llega puntual es com­
pulsiva, y la que llega tarde es hostil". Es un chiste bastante corrosivo. Recordemos,
por ejemplo, a los psiquiatras que "explicaron" la esquizofrenia como una enfer­
medad provocada por madres que rechazaban a sus hijos. Según estas mismas auto­
ridades, las madres que parecían adorar a sus hijos esquizofrénicos lo que en reali­
dad hacían era recompensados por sus verdaderos sentimientos de hostilidad.
El problema más grave de las interpretaciones psicológicas fue que, rápida­
mente, acabaron culpando a los pacientes y a sus familias. Incluso sin tener en
cuenta la esquizofrenia, el autismo o el trastorno obsesivo-compulsivo, podríamos
citar muchos ejemplos. Detengámonos en el caso de Nancy Gibbons, una mujer
de Florida de sesenta y cuatro años, que recientemente describió una antigua
molestia a un nuevo doctor, Joseph Wassersug. Gibbons, jefa de pastelería de un
servicio de catering, sufría desde hacía años una tos crónica, "una especie de cos-

• Estas explicaciones fáciles todavía están de moda sobre todo en los círculos literarios. El aplaudido

novelista inglés Julian Barnes, por ejemplo, señalaba recientemente que "el Imperio británico fue pro­
ducto de la represión sexual. Los conquistadores emprendieron cod os aquellos viaje� por motivos
sexuales".

329
La locura en e l diván

quilleo en mi garganta". Últimamente se había vuelto muy molesta. Bastante aver­


gonzada, Gibbons le explicó a Wassersug algo que había sucedido más de sesenta
años atrás. Un día, cuando Gibbons era todavía un bebé, su madre se acercó para
levantarla de la cuna y la vio jugando con una moneda. Sin saber cómo, antes de
que su madre pudiera quitarle la moneda, ésta desapareció. Enseguida acudieron
al médico. Éste examinó la garganta de la niña, no vio nada y la envió a casa. Y
en una visita posterior volvió a comprobar que allí no había nada.
Con el paso de los años, Nancy Gibbons explicó esta historia a varios médi­
cos, pero todos se negaron a atender sus quejas. Y señalaron que su auténtico pro­
blema no era la tos ni la moneda, sino la histeria. Uno de ellos llegó a decirle que
"es su útero lo que está pegado a su garganta, no una moneda".
Wassersug se decidió por un enfoque directo. Colocó a Gibbons delante de
una máquina de rayos X y le hizo una radiografía que demostró que había una
moneda de un cuarto de dólar alojada en su garganta, una moneda que había per­
manecido allí durante seis décadas.
El caso de Bonnie Burke fue más serio. En 1 978 su psiquiatra le diagnosticó
una "neurosis histérica". Burke, una mujer californiana de veintisiete años, pare­
cía perder fuerzas por momentos. Aunque había sido muy activa, ya no podía
caminar, era incapaz de levantar el brazo para lavarse los dientes y apenas podía
reunir fuerzas para vestirse. Siguiendo el consejo 'de su psiquiatra, Roderick
Ponath, Burke se dedicó a revisar su pasado en busca de la ira reprimida que se
hallaba en la raíz de sus problemas.
En 1 990, después de obedecer a Ponath durante doce años, Burke visitó al
oculista para hacerse un reconocimiento. Éste comprobó que su paciente se encon­
traba demasiado débil para mantener los párpados abiertos y le preguntó si algu­
na vez le habían diagnosticado myasthenia gravis, una enfermedad que hace que
los músculos se consuman. El oculista recomendó a Burke un especialista, que la
examinó inmediatamente. El procedimiento de la prueba que le practicó, la inyec­
ción de una substancia denominada tensilon, fue desarrollado en 1 952, aproxi­
madamente cuatro décadas antes. Si una persona padece myasthenia gmvis, aun­
que esté demasiado débil para sentarse erguida o para hablar, una inyección de
tensilon le devolverá toda su fuerza en unos instantes.
Burke padece myasthenia gravis. Ahora sigue una medicación (una variante
de rensilon con un efecto más duradero) y lleva una vida normal. "Resultó ser tan
fácil como tomar una pastilla", recordaba más tarde. "Fue como un milagro." Su
psiquiatra, Ponath, antiguo director médico del prestigioso Brea Hospital
Neuropsychiatric Center, nunca la envió a otro psiquiatra para obtener una segun­
da opinión ni recurrió a un neurólogo para que la examinara. Según Ponath, la

330
¿De q u i é n es la culpa?

:azón por la que Burke había seguido enfermando a un ritmo constante durante
:ocios aquellos años de tratamiento fue que ella no confiaba lo suficiente en su
:erapia y que no hacía todo lo que podía. En 1 995, un jurado de Santa Ana con­
.7edió a Burke una indemnización de 97.500 dólares a raíz de un proceso por negli­
g:encia contra Ponath.
La historia de David, un paciente con otro trastorno muscular, en este caso
denominado dystonia musculorum deformans, es todavía más macabra. La dysto­
:}la es una cruel enfermedad del sistema nervioso central que progresa de forma
:enta y desigual. Aunque pasa inadvertida al principio, acaba deformando a sus
'Ktimas, que parecen figuras congeladas con los brazos y las piernas en extrañas
;x>siciones, la espalda encorvada y el cuello retorcido. Finalmente, esta enferme­
dad les impide moverse si no es a través de espasmos incontrolables. La enferme­
dad de David se manifestó por primera vez cuando tenía siete años y los dedos de
su pie derecho empezaron a retorcerse de forma incontrolada. A los diecisiete
años, con la enfermedad todavía sin diagnosticar, pero totalmente abrumado por
sus síntomas, fue ingresado en un hospital psiquiátrico.
En 1950, cuando le dieron el alta, su psiquiatra escribió un informe sobre el caso:

Cuando este varón blanco de diecisiete años fue ingresado sufría un severo trastorno
motor al caminar que le proporcionaba un andar g;otesco y descoordinado; sus bra­
zos, piernas y tronco parecían estar fuera de control. Los braws y las piernas se agi­
taban, el tronco se movía hacia delante y hacia atrás, forzando el movimiento alter­
nativo de las nalgas y la pelvis. La cabeza siempre se mantenía doblada hacia delan­
te, y por eso miraba hacia el suelo . . .
El paciente fue atendido mediante sesiones psicoterapéuticas tres veces a la semana;
las sesiones tenían una duración de media hora. En total, asistió a 146 sesiones de
terapia mientras permaneció ingresado en el hospital... Y así fue descubriendo el
carácter exhibicionista de sus síntomas. . .
E n poco tiempo aprendió mucho acerca del significado de sus síntomas. Cuando
sacaba el estómago, por ejemplo, imitaba el embarazo de su madre cuando ésta espe­
raba a su hija menor, al tiempo que impulsaba su pene hacia fuera para reafirmarse
como hombre. Inevitablemente, cada vez que empujaba hacia fuera su estómago, lo
escondía con rapidez e impulsaba sus nalgas. Descubrió que este acto estaba relacio­
nado con su temor a sufrir algún daño en el pene cuando lo empujaba hacia fuera y
que el hecho de enseñar ostensiblemente su ano era una invitación al ataque sexual
por detrás. Así protegería su pene. . . nunca aceptó plenamente sus deseos sexuales
hacia su madre. ..

Su psiquiatra declaró que a pesar de haberse sometido a más de cien sesiones

331
La locura en el diván

terapéuticas, el estado de David no había mejorado durante su estancia en el hos­


pital. Pero también señaló que eso era de esperar. "Parece ser que todavía no está
preparado para renunciar a sus síntomas porque le proporcionan demasiadas
satisfacciones como para abandonarlos."

Durante décadas y a través de una amplia variedad de enfermedades médi­


cas, los informes sobre la culpabilidad de pacientes como éstos fueron tan fre­
cuentes que pasaron prácticamente desapercibidos; no se les dio ninguna impor­
tancia. Sin embargo, cuando el psicoanálisis empezó a ocuparse de la esquizofre­
nia y del autismo, las acusaciones fueron tan virulentas y sostenidas que no se
pudieron pasar por alto. De repente, aquel goteo persistente se convirtió en una
tormenta brutal.
¿ Por qué? ¿Por qué estas enfermedades dieron pie a tantas injurias? La res­
puesta más breve es que la esquizofrenia y el autismo se abaten sobre la juventud,
lo que hizo que las sospechas recayeran inmediatamente sobre los padres de los
niños afectados. Como turistas imprudentes que se ven atrapados en una pelea
entre bandas callejeras, estos padres desafortunados coincidieron en un lugar y en
un momento equivocados. Sobre todo en el caso de las madres norteamericanas
de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, eso equivalió a una sentencia de culpa­
bilidad.
¿Culpables de qué? Prácticamente de todo. Culpables de provocar enferme­
dades de la infancia como un cólico o un eczema. "La personalidad de la madre
actúa como agente provocador de la enfermedad, como una toxina psicológica."
Culpables de provocar una multitud de trastornos emocionales imponiendo a sus
hijos unas metas imposibles. "Un niño necesita amor, aceptación y comprensión.
Se siente aniquilado cuando se enfrenta al rechazo, a las dudas y a un examen
constante." Culpables de albergar sentimientos de hostilidad homicida. "La mayo­
ría de las madres no matan o rechazan totalmente a sus hijos, pero la muerte
impregna la relación entre la madre y el niüo. El niño nunca deja de ser una ame­
naza para ella, y ella nunca deja de ser una amenaza para él."
En definitiva, se trataba de nombrar un peligro y de culpar a las madres.
Edward Strecker, reconocido profesor de psiquiatría de la Universidad de
Pennsylvania y antiguo presidente de la American Psychiatric Association, plasmó
este ambiente en un libro publicado en 1946 con el título Their Mothers' Sons.
"Hemos recorrido un largo camino para reducir el número anual de víctimas de
cáncer, tuberculosis y enfermedades venéreas por medio de un triple programa:
hablando del problema con total libertad, presentando los hechos al desnudo para
que todo el mundo los conozca, y fomentando continua e implacablemente la edu-

332
¿De q u i é n es la culpa?

.:..1.:ión del público", escribió Srrecker. "Éste mismo programa podría ser aplicado
'""· peligro que representan las madres."

Las mujeres nunca tuvieron suerte con los freudianos. Las opiniones del
�mo Freud sobre el género femenino son demasiado conocidas como para que
comentemos, y en todo caso está claro, sin necesidad de profundizar en el
"'5

:ema, que una teoría que predica que las mujeres se consideran varones mutilados
::o es imparcial. Pero para las madres acusadas durante las décadas de la posgue­
::-a. este asunto superó con diferencia a cualquiera de las afirmaciones de Freud.
'=::1 un clima tan hostil, fue prácticamente inevitable que, llegado el momento de
:-uscar un sentido a problemas tan arrolladores como la esquizofrenia y el autis­
mo. algunas madres recibiesen un golpe especialmente fuerte.

Cada generación se enfrenta a la tentación de mofarse de los errores de sus


;-redecesores. Cuando se mira hacia atrás, siempre se corre el riesgo de adoptar
.ma cómoda actitud de condescendencia, de jugar el papel de padres indulgentes
que observan los torpes intentos de los chiquillos a la hora de correr y saltar. En
.::ampos como la ciencia y la medicina, en los que existe una clara consciencia de
progreso, este peligro es particularmente agudo. ¿Deberían los psicoanalistas de
1as décadas de los años cincuenta y sesenta haber tenido más conocimientos?
:_Podrían haberlos tenido?
Después de todo, nadie culparía a un cartógrafo del siglo XV por haber dibu-
1ado la Tierra plana. Y aunque la historia de la medicina es sobre todo un relato
de progresos, también es una historia emborronada por innumerables manchas. A
lo largo de doscientos años, por ejemplo, los cirujanos " ayudaban" a sanar las
heridas vertiendo aceite hirviendo sobre ellas. Esta práctica finalizó cuando
.\mbroise Paré, un cirujano del ejército francés, se quedó sin aceite en el campo de
batalla y se vio forzado a recurrir a una limpieza ligera. De forma similar, las san­
grías (practicadas con cuchillas sin esterilizar) fueron durante siglos el remedio
preferido "para cualquier cosa y contra cualquier cosa, desde la peste hasta la
caspa". Existen otros muchos ejemplos. ¿Por qué escoger precisamente a los psi­
coanalistas por sus errores?
Ésta es una buena pregunta y tiene una buena respuesta. Richard Hunter, psi­
quiatra y eminente historiador de la psiquiatría, lo expone sucintamente.
·'Ninguna otra especialidad culpa de la enfermedad -y del fracaso terapéutico­
a los pacientes", declaró en una charla en 1 972. La culpa es la clave. Muchos otros
médicos sometieron a sus pacientes a terapias descabelladas y peligrosas, pero
achacaron sus fallos a sus propios defectos o -más probablemente- al hecho de
haber sido consultados demasiado tarde. Cuando sus tratamientos fracasaban,

333
La locura en el diván

echaban la culpa al destino y no a sus pacientes. El comportamiento de los ana­


listas fue más injusto. No sólo patearon a sus pacientes cuando más débiles se
encontraban. Peor todavía. Primero los empujaron al suelo (a los pacientes o a sus
padres), acusándolos de haber provocado sus propias enfermedades, y luego los
patearon.

Este comportamiento no fue algo simplemente repugnante; aunque lo fue, y


mucho. Los pacientes con problemas graves, los esquizofrénicos y los autistas en
particular, necesitaban todo el apoyo posible. Pero al acusar a los padres de cau­
sar los trastornos de sus hijos -o, en el caso del autismo, al recomendar a los
padres que se alejaran de sus hijos para no perjudicarlos más-, los psiquiatras
privaron a estos pacientes desamparados de sus aliados naturales. En un ensayo
con el contundente título de Mistreatment of Patients' Families by Psychiatrists,
William Appleton, psiquiatra de Harvard, explicó las consecuencias detallada­
mente. "Las familias que no reciben un trato adecuado reaccionan de una mane­
ra que resulta perjudicial para el paciente", escribió Appleton. "Se muestran
menos tolerantes respecto a los problemas que el paciente provoca, se muestran
menos dispuestos a cambiar su comportamiento hacia él, no proporcionan mucha
información durante las entrevistas y visitan con menos frecuencia el hospital."
El paciente, la familia e incluso el psiquiatra salen perdiendo. "Maltratando
a la familia -continúa Appleton-, la profesión psiquiátrica también se priva a sí
misma de una información extremadamente importante. Los parientes pueden
proporcionar rápidamente una información que el paciente psicótico es incapaz de
dar o que está poco dispuesto a confesar. Pero los miembros de la familia no reve­
larán ningún dato ni admitirán sus errores si se les hace sentir más culpables de lo
que ya se sienten."
¿Se trata de una crítica justa o se trata de simple especulación? En la época
de mayor auge del psicoanálisis, ¿podrían los psiquiatras haber tenido más cono­
cimientos? Sí. La afirmación de que la extravagancia de algunas familias era la
causa de un trastorno tan devastador como la esquizofrenia, por ejemplo, debería
haber hecho saltar las alarmas; en todo caso, una acusación tan grave, una acusa­
ción capaz de arruinar vidas enteras, debería haber estado acompañada de toda
una serie de evidencias que la demostrasen. "La gente que lee libros como I Never
Promised You a Rose Carden no tiene ni idea de cómo se manifiesta la esquizo­
frenia cuando no ha sido tratada ", señala Donald Klein, psiquiatra de la
Universidad de Columbia. "La imagen del esquizofrénico es la de una criatura
visionaria y fantasiosa. Cuando trabajé en Creedmoor, en 1 953, no teníamos fár­
macos; todo lo que teníamos era [la terapia electroconvulsiva], el cuidado de las

334
¿De quién es la c u l p a ?

c::.:ermeras y un pabellón literalmente repleto de locos. Decir que todo aquello


::..s :-_a sido provocado por sutiles diferencias en la educación recibida no tenía sen­
-rl . Estaban demasiado locos."
Desde un punto de vista más general, todos los que propusieron una expli­
=a � 'n psicológica para resolver el misterio del trastorno mental debieron haberse
-.1-:teado alguna pregunta fundamental. ¿El aprendizaje de la higiene personal de
..z• ' tetimas del trastorno obsesivo-compulsivo fue en realidad más estricto que el

.:e as demás personas? Si la causa de la esquizofrenia era el estrés -provocado


'""" - madres autoritarias, por padres ineptos, por mensajes contradictorios o por
:-a1quier otra razón-, era de esperar que la incidencia de esta enfermedad varia­
se en función de la cultura y la época. ¿ Sucedía así? ¿Se registraron más casos de
�Utzofrenia en tiempos de guerra, de hambruna o de revoluciones? ¿Tenía el
�a�rorno las mismas características en una ciudad industrial y contaminada que
� una pequeña y remota aldea agrícola?
¿Por qué, si el estrés era la causa, la esquizofrenia afectaba de tres a siete
l"eces más a los chicos preadolescentes que a las chicas preadolescentes? ¿Era cier­
iL que los chicos padecían más estrés o es que lo sufrían más que las chicas? Si era
.::'-,. ¿qué diferencia había entre la época de la adolescencia y la treintena, cuando
..1esquizofrenia afecta por igual a hombres y mujeres? ¿Y por qué más adelante la
'!'quizofrenia afecta menos a los hombres que � las mujeres?
Se podrían haber formulado preguntas similares respecto al autismo. Siempre
existió la posibilidad de cuestionar el saber establecido. A diferencia de los cartó­
�:afos anteriores a la Edad del Descubrimiento, los psiquiatras de la década de los
.:Jncuenta tenían rodas las piezas del rompecabezas. Ni siquiera hubiese sido nece­
,ano hacer un descubrimiento conceptual. Isaac Newton podría haberse plantea­
.:!o la famosa pregunta de Einstein sobre lo que se sentiría al viajar en un rayo de
�:.�z, pero no habría llegado a la misma respuesta porque suponía que el tiempo era
.1bsoluro y no relativo. Pero cualquiera hubiese podido plantear, y contestar, la
51guiente pregunta: " ¿ Los padres de los esquizofrénicos son distintos de los demás
padres?". En 1950 cualquiera hubiese podido formular esta pregunta. Pero casi
nadie lo hizo.
El problema fue que los psicoanalistas dieron su trabajo por terminado cuan­
do apenas había empezado. Era posible que los padres provocasen la locura de sus
h1jos. No parece muy creíble, pero tampoco parece creíble que en África se haya
encontrado un animal parecido a una vaca con un cuello de dos metros de largo.
:\o lo sabremos a ciencia cierta hasta que lo veamos. Pero los analistas no mira­
ron. Después de dar con una teoría que pretendía explicar el trastorno mental,
pusieron los pies encima de la mesa y se tomaron el día libre. "Sugerir una hipó-

335
La locura en el diván

tesis es la cosa más fácil del mundo", anuncia de improviso Donald Klein.
"Cualquier tonto puede hacerlo. Lo importante es encontrar alguna evidencia que
la justifique."

Si admitimos que los analistas deberían haber tenido más conoc1m1entos,


inmediatamente se nos plantea otra pregunta: ¿por qué no los adquirieron?
Además del orgullo, además del fanatismo ideológico, además de negarse a escu­
char las opiniones ajenas, dos factores jugaron un papel primordial. El primero
está relacionado con la medicina, el segundo con la ciencia.
Irónicamente, fue el optimismo de los psicoanalistas respecto a las posibili­
dades de la terapia lo que acabó causando problemas. El enfoque de los analistas
fue completamente diferente del enfoque médico convencional. La medicina con­
vencional no ofrece garantías. Si estamos enfermos, puede que no nos curemos
aunque nos pongamos en manos de l,os más grandes expertos y aunque éstos ten­
gan a su disposición las armas más modernas del mercado. Por el contrario, el psi­
coanálisis se mantuvo voluntariamente alejado del campo de la ciencia médica. Su
dominio era, por así decirlo, "el oficio del alma", y las almas siempre podían ser
remendadas. "El psicoanálisis parte de la premisa según la cual el progreso hacia
una personalidad sana es posible, siempre que se esté dispuesto a trabajar duro, a
confiar plenamente, a dedicar mucho tiempo_ y mucho dinero", señalan los psi­
quiatras Miriam Siegler, Humphry Osmond y Harriet Mano. "En medicina no
existe ningún contrato como éste; el paciente puede empeorar repentinamente, sin
razones aparentes, a pesar de todo el trabajo realizado y de toda la confianza
depositada."
La diferencia entre estos dos enfoques fue fundamental. El enfoque psicoa­
nalítico no dejó espacio para el azar o para los contratiempos inesperados. "En el
modelo psicoanalítico, los contratiempos repentinos deben ser explicados dinámi­
camente, esto es, responsabilizando a alguien", añaden Siegler, Osmond y Mann.
"O la familia no desea realmente que el enfermo se ponga bien o el paciente tiene
miedo de recuperarse o el analista no ha resuelto el problema de la transferencia.
El hecho de que el fracaso deba ser explicado, implícita o explícitamente, como un
error cometido por alguien, impone una gran carga adicional al esquizofrénico y
a su familia."
El segundo factor que empujó a los analistas a equivocarse fue su falta de res­
peto por la ciencia. Como se mantenían al margen de la ciencia y mostraban su
desprecio hacia ella, fracasaron a la hora de seleccionar las pistas que deberían
haber analizado. En un artículo sobre el autismo publicado en 1 9 5 1 , por ejemplo,
la eminente psicoanalista J. Louise Despert restó importancia a la pregunta de por

336
¿De quién es la culpa?

�ué, si las madres de los niños autistas eran tan peligrosas, la mayoría de sus hijos
::,raban sanos. "Debemos recordar -escribió Despert- que una madre, biogené­
- c.:zmente idéntica para todos sus hijos, puede, sin embargo, manifestar amplias
.:jerencias psicogenéticas entre un niño y otro." (Cursivas añadidas.) En otras
:-alabras venía a decir que los hijos de una misma madre podían ser diferentes por­
�ue ella los trataba de manera diferente. De esta forma, Despert descartó, sin darse
.:uenta, la posibilidad de que los niños pudieran diferir biológicamente, y desear­
-.., esta posibilidad debido a un desconocimiento fundamental de la genética.
.Jespert, miembro docente de la Cornell University Medica] College, fue una figu­
-a destacada en el ámbito de la psiquiatría y una autoridad en el campo de la salud

:-lenta! de los niños. A pesar de todo, resulta revelador que, por lo visto, no supie­
:a que una madre transmite diferentes genes a sus diferentes hijos.
El problema no fue solamente la ignorancia. Los analistas también demos­
:raron tener otros defectos tan graves como éste. Despert y sus colegas se negaron
.1 considerar con seriedad cualquier otro punto de vista. Para Peter Medawar,
Premio Nobel de medicina, la autosuficiencia y la complacencia intelectual fueron
.os pecados dominantes del psicoanálisis. Según declaró, los científicos se sienten
comprometidos en una empresa difícil, confusa y de alto riesgo, y se abren cami­
'10 a través de un laberinto que, a la larga, puede o no conducirles a una puerta
cte salida. Los psicoanalistas, para asombro de Medawar, no parecían tener todas
estas dudas. " ¿Dónde hay una prueba de vacilación o perplejidad, una declaración
Je absoluta ignorancia, una señal de la inseguridad y la impotencia que suele
.1compañar a un congreso internacional de, digamos, fisiólogos o bioquímicos?",
5epreguntó Medawar. "Un torrente de explicaciones ad hoc se derrama por enci­
ma de todas las dificultades, dejando sólo unas suaves prominencias en el lugar
donde éstas deberían estar."
El mejor ejemplo de este método de trabajo tan poco riguroso es la impor­
rancia que adquieren las anécdotas. Los psicoanalistas rara vez se preocuparon
por establecer grupos de control y también evitaron las estadísticas; en parte por
3\·ersión, en parte por las dificultades que aquel trabajo conllevaba, y en parte por
el impulso humano de centrarse más en los pacientes que en las abstracciones. Sin
embargo, concedieron un enorme valor a las anécdotas y a los casos clínicos. A
partir de seis, diez o veinte casos formularon amplias generalizaciones sobre tras­
romos que afectaban a miles o millones de personas.
David Levy, un influyente psiquiatra infantil y antiguo presidente de la
:\merican Psychiatric Association, lo ejemplifica con claridad. En un libro muy
popular publicado en 1943 y titulado Maternal Overprotection, Levy observó que
··parece evidente que en el estudio de unas relaciones humanas tan íntimas como

337
La locura en el diván

las de la vida familiar, el estudio intensivo de un puñado de casos, seleccionados


porque las relaciones representadas son extraordinariamente claras, proporciona
más conocimientos que un estudio estadístico de varios miles de casos escogidos
al azar". Dicho esto, y tomando como base veinte casos, Levy siguió hablando de
la forma como una generación de madres norteamericanas había perjudicado a sus
hijos.
El problema no sólo consistía en que los analistas formulaban amplias gene­
ralizaciones a partir de pequeñas muestras, como un periodista perezoso que des­
pués de hablar con el taxista que lo traslada desde el aeropuerto difunde muy con­
vencido "lo que piensan los franceses". El problema más profundo estaba rela­
cionado con los criterios de verificación. En el campo de la ciencia, una teoría
errónea no tiene futuro porque debe ser probada y verificada por científicos que
no necesariamente aceptan esa teoría de antemano. En el campo del psicoanálisis
nunca se tomo esta precaución. Casi desde el principio, los psicoanalistas se divi­
dieron en facciones opuestas que exponían doctrinas contradictorias. Las inter­
pretaciones de Freud, por ejemplo, se basaron en el sexo; las de Adler, en el com­
plejo de inferioridad. Los miembros de dos campos rivales no se comunicaban
entre sí. Por el contrario, cada uno iba a la suya tratando a los pacientes de acuer­
do a sus propias teorías y adquiriendo confianza a raíz de las sucesivas "verifica­
ciones" de sus puntos de vista. El problema, nunca tratado, fue que varias "ver­
dades" entraron en conflicto. ,,.
Sin embargo, a la hora de demostrar los méritos de un tratamiento particu­
lar, es importante reconocer que los criterios de valoración eran dudosos no sólo
en el campo del psicoanálisis, sino también en el de la medicina general. Hasta la
mitad de la década de los cuarenta, la mayoría de los nuevos tratamientos médi­
cos se introdujeron de forma poco rigurosa: un médico veterano que había pro-

,, El psicoanalista Judd Marmor, antiguo presidente de la American Academy of Psychoanalysis, reco­


noció que cada escuela analítica descubrió precisamente la evidencia que había anunciado antes de pro­
clamar su hallazgo. Pero Marmor no creía que los psicoanalistas interpretaban las historias de sus
pacientes de modo que encajaran en sus propias doctrinas; por el contrario, afirmaba que los pacien­
tes daban forma involuntariamente a sus historias en respuesta a las señales de sus terapeutas. "En fun­
ción del punto de vista del analista -escribió Marmor-, ¡los pacientes de cada escuela parecen pro­
porcionar precisamente los daros fenomenológicos que confirman las teorías y las interpretaciones de
los analistas! De esta manera, cada teoría tiende a aurovalidarse. Los seguidores de Freud obtienen
material sobre el complejo de Edipo y la ansiedad de la castración, los de jung sobre los arquetipos,
los de Rank sobre la ansiedad de la separación, los de Adler sobre el esfuerzo masculino y los semi­
miemos de inferioridad, los de Horney sobre imágenes idealizadas, los de Sullivan sobre los trastornos
de las relaciones imerpersonales, ere. Lo que parece interesar a los analistas, el tipo de pregumas que
formulan, el tipo de daros que eligen o que descartan, y las interpretaciones que hacen, roda esta infor­
mación ejerce un Slltil pero significativo impacto sugestivo sobre el paciente para que proporcione cier­
tos daros y no orros."

338
¿De quién es la culpa?

.:o un nuevo tratamiento con una serie de pacientes y que había obtenido resul­
:...::D� alenradores daba a conocer sus observaciones. El enfoque moderno más fía­
�y más complejo, que se basa en los denominados ensayos controlados de doble
_� al azar, es extraordinariamente reciente. (El doble ciego es un reconocimien-
.iel poder del pensamiento positivo; para asegurarse de que la esperanza de
;;._;�;en no confunda de algún modo los resultados de un experimento, ni a los
��.entes ni a los médicos se les permite saber cuáles son las píldoras reales y cuá­
�,. 'On los placebos.) El primero de estos ensayos en la historia de la medicina no
-
.:\ lugar hasta 1948, en Gran Bretaña, cuando el Medica! Research Council
oomprobó los efectos de la estreptomicina en la tuberculosis. ,,.
Para los psicoanalistas, que estaban convencidos de que cada paciente era
a;.:o y cuya terapia dependía de palabras difíciles de cuantificar más que de fár­
�a.:os idénticos producidos en masa, estas investigaciones tan elaboradas no tení­
::� prácticamente atractivo. En todo caso, los analistas creían fervientemente que
, .o la terapia del habla podía procurar curaciones profundas y duraderas. Los
.:emás enfoques solamente podían ofrecer las dudosas ventajas del hurto frente al
::abajo honrado. "Los médicos deben descubrir la raíz del problema; su triunfo
;:;..., será completo hasta que la raíz haya sido totalmente extirpada", escribió
?:anders Dunbar en uno de sus textos de medicina psicosomática. "Cualquier jar­
.::mero sabe que es mucho más fácil comii las malas hierbas que arrancarlas. Pero
.:ualquier jardinero sabe cuál es, a la larga, el camino más sensato. "
E n 1968, Philip May demostró que era posible hacer una valoración objeti­
' a de la psicoterapia cuando comparó varios tratamientos para la esquizofrenia.
Sm lugar a dudas, fue un trabajo difícil; la resistencia de los analistas fue algo más
que una argucia. Incluso Seymour Kety, quizá el principal detractor del enfoque
psicoanalítico de la esquizofrenia, reconoció que era natural que la medicina fuese
menos rigurosa que otros campos científicos. Kety señaló que a diferencia de la
.:1encia, el propósito principal de la medicina era aliviar el sufrimiento. "El neu­
rrón no suplica que lo descubran -escribió Kety-, pero el paciente que sufre una
enfermedad, que padece algún problema o que se encuentra incapacitado por un

• Habían transcurrido dos siglos enteros desde el primer estudio médico que utilizó algún tipo de con­

trol. Se trata de la demostración clásica de James Lind, que en 1747 probó que los cítricos servían para
..:ombatir el escorbuto. Lind era un cirujano de veintiocho años de la Royal Navy. Para llevar a cabo su
estudio, escogió a una docena de marineros que padecían escorbuto y los alojó en el mismo camarote
..:on la misma comida. Además, Lind suministró a los hombres algunos supuestos remedios: dos debí­
an beberse un cuarto de sidra al día, otros dos una pinta de agua de mar, dos más tenían que comerse
una pasta de ajo, rábano y algunos otros ingredientes; y otros dos, dos naranjas y un limón todos '
días. Los marineros que se comieron las naranjas y los limones se repusieron en cuestión de d�·-

339
la locura en el diván

conflicto, no puede esperar. El médico al que se dirige para pedir ayuda no puede
decir: 'Vuelva dentro de tres siglos más o menos, cuando seamos realmente capa­
ces ·de entender lo que le pasa' . "
Sin embargo, l a despreocupada confianza de los analistas respecto a las cura­
ciones fue profundamente dañina. A corro plazo, levantó falsas esperanzas. A
largo plazo, desvió el esfuerzo y la atención de una investigación auténticamente
prometedora y, en vez de eso, condujo a los psiquiatras a un callejón sin salida. El
problema, conviene recalcarlo, no estriba en que los psicoterapeuras fracasaran a
la hora de curar a unos pacientes gravemente trastornados, sino en que procla­
maran haberlos curado sin ninguna prueba. Si se hubiesen limitado a hacer su tra­
bajo lo mejor posible, merecerían nuestro respeto por haber hecho todo lo que
estaba a su alcance. Sostener la mano de una persona enferma es una buena
acción; proclamar que sostener la mano del paciente es una curación es algo total­
mente distinto.

Hoy en día, el enfoque biológico del trastorno mental ha triunfado por com­
pleto. De momento. Estamos tan seguros de que "todo es biológico" como nues­
tros predecesores de la generación anterior lo estaban de que "todo está en la
mente " . Más de 20 millones de personas alrededor del mundo toman Prozac; sólo
en Estados Unidos las ventas de este milagroso fármaco han superado la cantidad
de 2.000 millones de dólares al año. Cada mañana, los titulares de los periódicos
anuncian que los científicos han descubierto un gen del trastorno maníaco-depre­
sivo o un fármaco para combatir las fobias. Aunque el "descubrimiento" se ponga
en duda al día siguiente, la premisa subyacente nunca se cuestiona: los trastornos
mentales tienen sus raíces en la biología y cuanto más grave es el trastorno, más
profundas son las raíces. Una portada reciente de la revista Newsweek ilustraba
acertadamente la clave del punto de vista establecido en la actualidad: "¿Tímido?
¿Olvidadizo? ¿Ansioso? ¿Temeroso? ¿ O bsesionado?". Estas son las preguntas que
planteaba para luego anunciar un artículo sobre "Cómo la ciencia le permitirá
cambiar su personalidad con una píldora" .
Para subrayar e l hecho d e que el psicoanálisis forma parte del pasado, el
National Institute of Mental Health ha declarado oficialmente década del cerebro a
la década de los años noventa. Pero los científicos de la época victoriana podrían
haber utilizado el mismo término para describir la década de 1 890 o, quizá, la déca­
da anterior. "Por mucho que cambie el fenómeno de la mente trastornada, la bata­
lla ha sido ganada y la victoria es total", declaró en 1 8 73 el eminente psiquiatra
inglés Henry Maudsley. "Nadie cuya opinión sea de algún valor negará que todo se
debe a las funciones alteradas de los principales centros nerviosos del cuerpo."

340
¿De quién es la culpa?

Entonces llegó la era freudiana. Un provechoso preludio de lucidez, según


:10s; unas décadas marcadas por la equivocación, según otros. ¿Oscilará de
-.:e\·o el péndulo hacia atrás?
Sería un error llegar a la conclusión de que el auge de la biología representa
..,¡ entronización de alguna verdad inamovible y definitiva. Incluso hoy en día,
-�ando ejerce su dominio sin oposición, nos ofrece una visión manifiestamente
-.:ompleta. Los fármacos para contrarrestar los efectos de la esquizofrenia, por
��mplo, alivian sus síntomas pero no eliminan el trastorno. El funcionamiento de
5 fármacos es un interrogante cuya respuesta sigue siendo muy rudimentaria.
�ber cómo tratar un trastorno es una cosa; comprender cuál es su causa, otra.
-.\un que todo el mundo sabe que una aspirina alivia el dolor de cabeza -nos
·e.:uerda una autoridad en el campo de la esquizofrenia-, la causa del dolor de
.:..a oeza no es que el cuerpo necesite una aspirina."
No es muy probable que desde la biología volvamos a la psicología. La ley
_e. péndulo no funciona en el ámbito de estudio de la ciencia. Las viejas teorías
__ enríficas, a diferencia de los viejos soldados, mueren. El debate político puede
_e:urarse en temas infinitos, como las ventajas o las desventajas de un gobierno
-.:erte y centralizado, pero la ciencia no rinde culto a su propia historia. Todo lo
:: ntrario, cada generación sigue adelante dejando atrás las tumbas de sus ances­
::�s. Hoy en día nadie sostiene que la tierra es pfana o que la vida se genera espon­
:.Z..""Ieamente a partir de un montón de trapos viejos.
La ciencia no se somete al rítmico vaivén de un péndulo; la ciencia se des­
a:rolla en ciclos de otro tipo. El proceso empieza con un grupo de exploradores
-enríficos que se aventuran en un territorio nuevo. No suelen ser conquistadores.
P<r lo general, se parecen más a unos exploradores polares: son muy cuidadosos,
evan años preparándose y dependen de un singular equipo. Si todo va bien, des­
;:-_es de investigar concienzudamente peligros ocultos reclamarán con cautela su
·::rnono.
Puede que la aventura de estos pioneros prospere. Donde antes sólo había
-�ndas de campaña quizás aparezcan comercios y calles rudimentarias; un puesto
-.?rovisado quizás se convierta en un pueblo auténtico. Más tarde, puede que lle-
__ e más gente y que continúe el trabajo de sus predecesores. Pero los buenos tiem­
- 5 no duran siempre. Las primeras señales de peligro pasarán inadvertidas; qui­
z:z:> se consideren señales de algo bueno que todavía está por llegar. La niebla per­
�:ua desaparecerá y el viento perderá fuerza. Pero ames o después, las señales de
�.:gro se harán evidentes. Al final, la tierra se tambaleará. Entonces se demosrra­
-� que lo que fue tierra firme no era más que un gigante témpano de hielo en una
-J.:ua helada.

341
La locura en el diván

Habrá víctimas, pero los pioneros más ágiles saltarán a un bote o se aga­
rrarán a un pedazo de hielo para salvarse. De nuevo en la orilla, respirarán ah·
· viadas y se relajarán. Puede que descubran que el paisaje que les rodea es mu'
parecido al anterior. Con el tiempo, a medida que llegue el invierno, que la tierra
se endurezca y que los días se repitan, empezarán a sentirse como en casa. Y a
pesar de sus recuerdos, volverán a creer que esta vez es diferente. Esta vez es ríe·
rra firme, dirán para sus adentros.
En Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, el reino de la psi­
cología parecía tan seguro como lo es hoy el de la biología. El paso del enfoque
psicológico al enfoque biológico se debió, en parte, a una cuestión de descubri­
mientos científicos. Pero sólo en parte. El paso de un enfoque del trastorno men­
tal a otro no se basa solamente en comprobar cuál reúne los argumentos más rele­
vantes. El choque entre la psicología y la biología forma parte de una historia
familiar, una historia familiar que en este caso se manifestó de manera diferente.
Los norteamericanos siempre han oscilado entre dos polos, proclamando por
un lado las virtudes del trabajo duro y del sacrificio, y por el otro las satisfaccio­
nes de la gratificación inmediata. Afirmamos, convencidos, que no existe una
comida gratis, y hacemos cola para comprar un número de lotería que nos haga
millonarios al instante. Nos compramos un aparato de gimnasia por la mañana y

un libro de dietas, Cómo comer todo lo que le"dpetece sin engordar, por la tarde.
Según parece, no sabemos cómo resolver este conflicto de valores -somos
unos puritanos con gorritos de fiesta- que reaparece una y otra vez de distinta
manera. El debate entre psicología y biología es, en concreto, otra manifestación
del debate entre trabajo duro y gratificación inmediata. Se trata de decidir si las
sesiones prolongadas, dolorosas e introspectivas de la psicoterapia proporcionan
una curación verdadera, y si los fármacos proporcionan una cura rápida y super­
ficial. En la década de los años cincuenta, los psiquiatras se preguntaban si la
Toracina, que puede aliviar los síntomas de la esquizofrenia, era un adelanto o una
simple máscara. Hoy nos preguntamos si el Prozac cura realmente la depresión o
si la curación verdadera debe ser "trabajada " .
Estas preguntas nos incomodan porque creemos en ambas cosas: en e l tra­
bajo duro y en la curación instantánea. Pero también nos perturban por otra
razón. Este sentimiento de ambivalencia no sólo afecta al tratamiento del trastor­
no mental, también afecta a su causa. El problema es que mantenemos dos pun­
tos de vista completamente diferentes respecto a la naturaleza humana.
Desde el punto de vista psicológico, los términos del lenguaje cotidiano refle­
jan la realidad de la enfermedad: una persona trastornada es una persona que real­
mente está loca, como un telescopio que se saca de un horno. El enfermo mental

342
¿De quién es la culpa?

_ d mundo de manera sesgada, a través de lentes deformadas. Desde el punto de


:i:.l biológico, las cosas no están tan claras: la persona que sufre un trastorno no
�� mngún defecto. Lo que ocurre, simplemente, es que debido a la mala suerte
_ � .e sucede. La locura elige sus víctimas al azar.
�inguno de estos puntos de vista refleja la verdad en su totalidad y ninguno
�.:e ser descartado del todo. Nuestra cultura nos hace oscilar del uno al otro,
-:z nos pasa ante un dibujo que nos muestra al mismo tiempo una copa de vino
�s caras de perfil. Cada cierto tiempo, todos los miembros de la sociedad pare­
.:::r- .:-ambiar de opinión a la vez, y uno de los enfoques adquiere una preponde­
-.c;,:-¡ a temporal.

:\hora asistimos a una nueva etapa en la que intentamos ver la copa y las dos
...o.·as simultáneamente. Los investigadores tratan de unir la psicología y la biolo­
� demostrando, por ejemplo, que nuestra felicidad -o tristeza- afecta a nues­
- SIStema inmunológico y que, de este modo, determina nuestra predisposición
.¡ :-:>ger un catarro, a infectarnos de SIDA, o a padecer una enfermedad cardíaca.
E �bjerivo no es nuevo -se trata esencialmente de volver a practicar la medicina
:· .:osomática, esta vez de un modo correcto- y, hasta cierto punto, su rasgo más
--prendente es que nadie cree que la psicología y la biología puedan separarse.
c�do subimos las escaleras del trampolí� más alto de una piscina y nos tiem­
:::.1:1 las rodillas, y luego miramos hacia el agua que está a muchos metros por
-"!::-aJO de nosotros, ¿qué significa que tengamos la boca seca, que las manos nos
s..:en y que nuestro corazón palpite a toda velocidad? ¿Acaso no son señales físi­
:,a.,. que reflejan nuestro estado mental? Y cuando saboreamos la suavidad cálida
agridulce del chocolate a la taza, ¿qué significa nuestra momentánea sensación
::e .:omento sino un estado mental inducido por unos cuantos gramos de una sus­
.:..o.:.:
: ta que tomamos con cuchara?
En medicina, así como en la vida cotidiana, estos ejemplos son muy comu­
-6. Incluso Descartes, la persona que más esfuerzos dedicó a separar la mente del
__ erpo, dio por sentado que las enfermedades físicas podían tener causas menta­
e"'. En 1645 escribió una carta a la princesa Elisabeth de Bohemia en la que le
.:c:..:ía que la tristeza era la causa más probable de su fiebre persistente. De modo
" -ntlar, un renombrado médico del siglo XVIII señaló que los aristócratas que viví­
ail en la corte eran propensos a contraer una enfermedad física denominada mal
ie co11r. La causa de esta enfermedad era la pérdida del favor del rey y los sínto­
ü35 incluían palidez y falta de apetito. En la corte rusa, un embajador observó:
- I: n )• a que deux maladies, les hémorroides et le mal de cour". ( " Sólo hay dos
eniermedades, las hemorroides y la enfermedad de la corte. " )

343
La locura en el diván

Para poner un ejemplo moderno de las conexiones entre la mente y el cuer­


po, analicemos el uso de placebos en las pruebas de fármacos. Los placebos no tie­
nen muy buena prensa. Se consideran píldoras "falsas" cuyo papel es exclusiva­
mente negativo: si el efecto del placebo sobre los pacientes es el mismo que el de
las píldoras verdaderas, se deduce que la píldora es inútil y que la prueba es un
desastre. Pero estas mismas pruebas también pueden enfocarse como una eviden­
cia de la influencia de la mente sobre el cuerpo: un placebo, una píldora de azú­
car que sólo funciona por el poder de la sugestión, puede convertirse en el rival del
último producto millonario de un gigante de la industria farmacéutica.
Y así como la mente y el cuerpo (o la psicología y la biología) están inextri­
cablemente entrelazados, también lo están la naturaleza y la educación, la heren­
cia y el entorno. Consideramos que la altura es un rasgo hereditario, y así es, pero
los genes de la "altura" que posee una persona sólo pueden expresarse por com­
pleto si el entorno la provee de una nutrición adecuada. Y así es como surge el
fenómeno familiar de la primera generación de norteamericanos que son más altos
que sus padres inmigrantes.
Incluso los trastornos genéticos pueden no ser tan genéticos. El fabismo (del
latín faba, haba) es, por ejemplo, un trastorno hereditario de la sangre relativa­
mente frecuente en los paises mediterráneos. Su nombre refleja su rasgo caracte­
rístico: en individuos susceptibles, ciertos componentes de las habas pueden ser
letales. Los especialistas en genética han investigado este trastorno en profundi­
dad: el problema procede de un solo gen, que se distingue por la producción de
una enzima particular. Pero el fabismo solamente afecta a aquellos individuos que
poseen el gen problemático y que comen habas. Evitando las habas -"manipu­
lando", por lo tanto, el entorno-, conseguiremos prevenir un trastorno indiscu­
tiblemente genético y garantizar que sus "víctimas" desarrollen una vida normal.
Lo más importante es reconocer que cualquier teoría que intente establecer
una línea divisoria entre psicología y biología (entre mente y cuerpo, educación y
naturaleza o entorno y herencia) está condenada al fracaso. Esto resulta especial­
mente evidente cuando empezamos a comprender el funcionamiento de la mente.
"Lo he decidido", decimos, o "he vuelto a cambiar de opinión", y creemos que
sólo se trata de una forma de hablar. ,,. Pero estamos hablando literalmente: siem­
pre estamos decidiendo y hemos estado haciéndolo desde el día en que nacimos.
La forma en que las neuronas del cerebro de una persona se comunican entre ellas
cambia cuando aprende italiano, cuando habla con un amigo (o un terapeuta),

La traducción literal de estas expresiones inglesas, /'ve made up my mind y /'ve changed my mind
again, es He arreglado mi cabeza y He cambiado mi cabeza de nuevo. (N. de la T.)

344
¿De quién es la culpa?

.:: u ando mira una película de terror o cuando sobrevive a un atraco. Ningún cere­
bro es fijo e inmutable, y no hay dos cerebros idénticos. Incluso los gemelos idén­
ucos tienen cerebros diferentes. Sus experiencias no son idénticas y, si lo fueran, la
mfinidad de conexiones que se producen en un cerebro en desarrollo no tienen
unas características concretas. El cerebro de un niño obedece unas normas gene­
rales mientras crece, pero existe un margen considerable para la improvisación; el
desarrollo del cerebro es más parecido a las improvisadas creaciones de un solista
de jazz que a la impecable melodía de un pianista que toca de memoria.

Y puede muy bien darse el caso de que en el futuro la medicina ceda más
terreno a la psicología a la hora de reconocer el impacto biológico de la experien­
cia y de las emociones. Pero no es muy probable que la interpretación de la enfer­
medad al estilo de Freud se convierta de nuevo en el modelo a seguir para enfocar
el trastorno mental. Las razones son bastante sencillas. Cada día aparecen nuevos
libros y nuevas películas, de modo que los críticos que defienden el psicoanálisis
siempre tendrán materia prima para trabajar. También hay que tener en cuenta
que no existe ningún método objetivo para evaluar las interpretaciones a las que
llegan. El asunto es completamente distinto cuando se pasa a tratar el trastorno
mental. En primer lugar, sólo existen u� os cuantos trastornos mentales graves
'
sobre los que especular, y -suponiendo que la esquizofrenia sea nueva- han
pasado casi dos siglos desde que el último se manifestó. En segundo lugar, y más
importante todavía, las interpretaciones psicológicas del trastorno mental tienen
que pasar la prueba del mercado. No basta con proclamar que se ha descifrado un
trastorno; no basta con asegurar que la paranoia, por ejemplo, está provocada por
unos impulsos homosexuales desconocidos. Hay que ir más allá y poner esta afir­
mación a prueba. Después de eso, será necesario demostrar que el enfoque de la
interpretación de los síntomas ayuda a los pacientes tanto o más que el resto de
las terapias. Se trata de retos formidables.
Varias generaciones de inteligentes analistas trataron de descubrir el signifi­
cado oculto en los síntomas de la locura. Y encontraron soluciones: " ¡ El mayor­
domo lo hizo ! " . Pero resultó que el mayordomo tenía una coartada. Estos analis­
tas todavía podrían conseguir que el j uego cobre vida en el futuro; aunque necesi­
tarían una nueva enfermedad y una nueva solución, y ninguna de estas cosas es
probable.

Pero eso son especulaciones. Concluyamos pasando de las conjeturas sobre


el futuro a una valoración del pasado. En definitiva, ¿qué podemos decir sobre los
psicoanalistas que se arriesgaron a enfrentarse a la locura?

345
La locura en el diván

Peter Medawar escribió que las generaciones futuras recordarán el psicoana­


lisis como "la estafa intelectual más extraordinaria del siglo XX". Aunque fue ur.
b rillante científico y un cáustico escritor, Medawar se equivocó. Los estafadores
saben exactamente lo que están haciendo. El fullero que se hace con el dinero de
unos pardillos fracasaría si estuviese convencido de que la reina de corazones sigue
estando en el lugar donde tan ostensiblemente la ha dejado. La verdad fue más
interesante y más complicada de lo que describió Medawar. A diferencia de los
estafadores, los psicoanalistas creyeron fervientemente en su propia cháchara �·

terminaron hechizados por sus propios encantamientos.


Y agravaron este error intelectual con otro moral. El corazón o el cerebro
humanos tienden a buscar un significado allí donde sólo hay azar. Peor todavía.
tienden a encontrar culpabilidad cuando sólo existe mala suerte. Los psicoanalis­
tas cayeron en esta tentación eterna. Haciéndolo, provocaron un daño duradero e
innecesario a aquéllos que ya cargaban con el peso del destino. Incapaces de reco­
nocer la sabiduría de la definición de Robert Frost de la tragedia -"sucede algo
terrible y nadie tiene la culpa"-, acusaron a las víctimas del trastorno de ser la
causa de la desgracia que padecían.

- '

346
Notas
A lo largo de estas notas se utiliza "SE" para The Standard Edition of the
Complete Psychological Works of Sigmund Freud, 24 volúmenes, traducido
por James Strachey. (Trad. castellana Freud, Obra Completa, editorial
Biblioteca Nueva ) .
" Freud-Fiiess" s e utiliza para The Complete Letters o f Sigmund Freud to
Wilhelm Fliess, 1 887-1904, traducido y editado por Jcffrey M. Masson.
Muchos títulos han sido abreviados. Están citados completamente en la
bibliografía.

PRÓLOGO: EN B USCA DE EL DORADO


11 En realidad, no soy: Freud Fliess, pág. 398.
12 "El psicoanálisis -declaró Freud: Ernst L. Freud, comp. The Letters o f Sigmund Freud,
'
pá� 278.
12 "El pasado es como el pus": Lauren Slater, Welcome to My Country, pág. 1 1 7. Slater
glosa "Studies on Hysteria," de Freud, SE, vol. 2, pág. 305.
13 Desde la ilustración: Este punto de vista "orgánico" nunca encontró respuesta.
Particularmente en la época romántica, las teorías que subrayaban los factores psicoló­
gicos en el trastorno mental gozaron de un favor considerable. Estas teorías psicológi­
cas perdieron nuevamente relevancia aproximadamente a principios de 1840. Véase
Henry F. Ellen berger, History of the Unconscious, págs. 210-215, 284.
13 "Un lunático es un hombre enfermo": la observación de Voltaire, de su Philosophical
Dictionary, está citada en Roy Porter, comp., The Faber Book of Madness, pág. 17.
Porter es u n destacado historiador de la medicina en general y de la locura en particu­
lar; esta excelente colección está organizada temáticamente y es quizá la más amplia de
este tipo de antologías.

15 Los discípulos de Freud explicaron: Véase, por ejemplo, Smith Ely Jelliffe, "The
Parkinsonian Body Posture: Sorne Considerations on Unconscious Hostility." jelliffe
expone, en su ensayo de 1940 que "ve en la específica postura parkinsoniana una invo­
luntaria actitud de defensa, comparable al acercamiento cauteloso del boxeador o
luchador hacia su oponente (pág. 468). Señala, por añadidura, que el característico tem­
blor parkinsoniano "es el mismo que se observa en la ansiedad y rabia" (pág. 474) y
recalca que "el temblor del síndrome parkinsoniano corresponde a un sadismo repri­
mido" (pág. 475).

347
Notas

1 5 La rigidez de un brazo o una pierna: Sandór Ferenczi, "Psycho-Analyrical Observarions


on Tic," pág. 5.

15 "Si el impulso motor": L a cita e s d e Isador Coriat, dos veces presidente d e l a American
Psychoanalytic Association, en "The Psychoanalytic Conception of Srurrering." Cariar
está citado en Benson Bobrick, Knotted Tongues, pág. 123.
15 "el factor crítico": Terence Monmaney, "Annals of Medicine: Marshall's Hunch," New
Yorker, 20 de sept. de 1 993, pág. 64.
15 Más a menudo, como se acabó demostrando: El descubrimiento fue hecho por Barry
Marshall, entonces un desconocido médico australiano. Publicó por primera vez su
herética teoría en 1 984. Véase Barry Marshall y J. Robín Warren, "Unidentified Bacili
in the Stomach of Patients with Gastritis and Pepric Ulceration." En 1989, la bacteria
culpable fue llamada Helicobacter Pylori, y, a principios de la década de 1990, la sor­
prendente doctrina de Marshall había ganado la aceptación general. Para los excelentes
informes del desafío de Marshall a la creencia común, véase el artículo en el New
York er de Monmaney así como "The Bacteria Behind Ulcers" de Martín J. Blaser.

1 6 La gota que colmó el vaso: René Dubos y Jean Dubos, The White Plague: Tuberculosis,
Man, and Society, pág. 1 1 .

1 7 Parece estar fuera de discusión: Ernesr Gellner dedica el cap. 5 de The Psychoanalytic
Movement a este tópico. El libro es elegantemente delgado y excelente de cabo a rabo.

PRIMERA PARTE: FREUD


.. ;.

19 Sin lugar a dudas, una persona inexperta: Sigmund Freud, "Psychical (or Mental)
Treatment," SE, vol. 7, pág. 283.

CAPÍTULO PRIMERO: E L E VANGELIO SEG ÚN FREUD


21 [Freud] es extraordinario: Norman Malcom, Ludwig Wittgenstein: A Memoir, pág. 100.
Cursivas en el original.

21 Poseemos la verdad: Vincent Brome, Freud and His Disciples, pág. 1 32. El fragmento
estaba en una carta de Freud a Ferenczi escrita el 1 3 de mayo de 1 913.
21 extender la pasta d e dientes: Paul Roazen, Freud and His Followers, págs. 56-57.
21 un terapeuta de oficio: Freud le dice en confianza a su amigo Wilhelm Fliess que "me he
convertido en terapeuta en contra de mi volumad." Véase Freud-Fiiess, pág. 180.
21 "Hacemos análisis por dos razones ": Franz Alexander, Psychoanalytic Pioneers, pág.
255.
22 no era "el propósito principal": Smiley Blanron, Diary of My Analysis with Sigmund
Freud, pág. 1 16.
22 "Me alegro d e que m e lo pregunte": Abram Kardiner, M y Analysis with Freud, pág. 68.
22 "En e l fondo d e mi corazón " : Ernst Freud, comp., Letters o f Sigmund Freud, pág. 390.
22 no he descubierto muchas cosas "buenas": Heinrich Meng and Ernst L. Freud, comps.,
Psychoanalysis and Faith: The Letters of Sigmund Freud and Oskar Pfister, pág. 6 1 .

348
Notas

�2 '·No soporto ": Sigmund Freud, "On Beginning the Treatment," SE, vol. 1 2 , pág. 134.

23 '"El rnédico debe ser neutral": Sigmund Freud, " Recommendations to Physicians
Practicing Psycho-Ana lysis," SE, vol. 12, pág. 1 1 8 .

2 3 frialdad emocional: Ibid., pág. 1 1 5 .


.
2 3 . una situación e n la que": Sigmund Freud, "On t h e History of the Psycho-Analytic
Yiovement," SE, vol. 14, pág. 49.

23 '"wando yo quería protestar": Todd Dufresne, "An Interview with joseph Wortis," pág. 593.

23 '·¿ Puedes llegarte a imaginar"': Freud-Fiiess, pág. 4 1 7 .

2 3 "la interpretación de los sueños": Sigmund Freud, "Five Lecrures o n Psychoanalysis,"


SE, vol. 1 1 , pág. 3 3 .

2 3 "Contiene -escribió: Freud hace el comentario e n 1 93 1 , e n el prefacio a l a tercera edi­


ción inglesa de The lnterpretation o( Dreams. Está citado en Freud: A Life (or Our
Time de Peter Gay, pág. 4.

24 Los sueños nos parecen extraños: John Farrell señala, en Freud's Paranoid Quest, que
precisamente esta clase de censura de prensa fue en realidad la norma en la Viena de
Freud. Véase pág, 145 .

24 ·'No olvidemos"': Sigmund Freud, "My Contact with Josef Popper-Lynkeus," SE, vol.
22, pág. 222.

24 lobos disfrazados de corderos: Sigmund Freud, "The Interpretation of Dreams," SE, vol.
4, pág. 1 83.
'
24 "el irritante y torpe proceso": Sigmund Freud; 'The Psychopathology o f Everyday
Life," SE, vol. 6, pág. 1 76 .

24 "el acto de expresar hacia fuera ": Sigmund Freud, "The Unconscious," S E , vol, 14,
págs. 1 9 9-200.

24 "el acto de escribir, que implica ": Este ejemplo como el próximo son de " lnhibitions
Symptoms, and Anxiety" de Sigmund Freud, SE, vol. 20, pág. 90.

25 Incluso la curiosidad intelectual: Sigmund Freud, "Leonardo da Vinci and a Memory of


his Childhood," SE, vol. 1 1 , pág. 78.

25 "Cuando un miembro de mi familia": Sigmund Freud, "The Psychopathology of


Everyday Life," SE, vol. 6, pág. 180.

25 "creo en la casualidad exterior (real)": Ibid., pág. 257.

25 '·No podemos dejar de admirar": Ibid., págs. 1 79-180.

25 "Al observador de la naturaleza humana ": lbid., pág. 1 99. E n un contexto diferente,
Freud hizo, a su estilo, una comparación con los rayo X. El psicoanálisis era una herra­
mienta tan poderosa, escribió, que podía volverse peligrosa para el mismo analista, en
"desagradable analogía con el efecto de los rayos X sobre las personas que los manejan
sin tomar precauciones adecuadas." Véase "Analysis Terminable and Interminable,"
SE, vol. 23, pág. 249.

26 "Le pregunté": Sigmund Freud, "Fragment of an Analysis of a Case of Hysteria, " SE,
vol. 7, pág. 39. En referencias posteriores, este ensayo es citado como "Dora."

349
Notas

26 "Al final, se hace necesario '': Ibid., pág. 39.


2 6 " Los actos sintomáticos de Dora": Ibid., págs. 79-80.
26 "En muchos casos como el de Dora": lbid., pág. 80.
27 El seiior K, había ''abrazado ": Ibid., pág 28.
27 "La conducta de esta niiia ": !bid.
27 "Las iaquecas histéricas se basan ": Freud-Fliess, pág. 340.
27 ''la represión de su intención": Freud-Fliess, págs. 217-2 18.
27 "Presencié uno d e sus ataques": Hilda C. Abraham y Ernst L. Freud, The Letters of
Sigmund Freud and Karl Abraham, pág. 1 5 .

28 ''un evidente significado hostil'': Karl Abraham, "Conrribution ro a Discussion on Tic,"


en sus Selected Papers, pág. 324.
28 "Del mismo modo": Karl Abraham, "Ejaculario Praecox," en sus Selected Papers, págs.
292-293.
28 "Descubrimos que": Citado en Motor Disorder in Psychiatry: Towards a Neurological
Psychiatry de Daniel Rogers, pág. 12.

28 " L a enfermedad tiene un propósito": Georg Groddeck, The Book ofthe lt, pág. 101.
28 analista salvaie: Ronald Clark, Freud, pág. 403.
28 "la parte más oscura e inaccesible": Sigmund Freud, "New lntroducrory Lecrures," SE,
vol. 22, pág. 73.
28 "Groddeck tiene cuatro quúztas partes ": lbid., págs. 434-435.

29 "Sólo moriría aquel": Groddeck, Book of the Tt, pág. 101.


29 "es posible que la muerte ": Christopher Silvester, comp., Norton Book of lnterviews,
pág. 266.
29 n. Aunque también deberíamos señalar: el comentario de Freud aparece en Ernst L.
Freud, comp., The letters of Sigmund Freud, pág. 318.
29 "Creo que": Ernest Jones, Freud, vol. 2 , págs. 4 1 6-417.
29 "Para un muchacho iudío ": Ernest Jones, Freud, vol. 3 pág. 208.
29 "hiio y heredero ": Ernesr jones, Freud, vol. 2, pág. 33.
29 ''Por (ilz nos hemos librado ": Clark, Freud, pág. 336.
29 n . El uso de la palabra hereiía: la referencia de Freud a "los dos heréticos" es de Roazen,
Freud and His Followers, pág. 244.

30 "adversario, aguafiestas": !bid., pág. 334.


30 "En la eiecución de este deber": Ibid., pág. 333.
30 "Abiertamente y sin excusas": el comentario de Trilling es de la introducción a su pri­
mer volumen del resumen de los tres volúmenes de la biografía de Freud de Ernest
jones. Véase Lionel Trilling y Steven Marcus, comps. The life and Work of Sigmund
Freud, pág. viii.

350
Notas

.
v . Sé que tengo un destino ": Sigmund Freud, "Contributions ro a Discussion on
.\lasturbation," SE, vol. 12, pág. 250.
�" ·· a la 1negalomanía humana ,: Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 16,
págs. 284-285 .
.) José y Moisés: Farrell, Freud's Paranoid Quest, pág. 5 1 .

'1 . tuvo el apoyo de una larga serie": Ernest Jones, Freud, vol.
. 3 , pág. 131.

' 1 mvariablemente y sin discusión: Sigmund Freud, "The Interpretation o f Dreams," SE,
vol. 5. pág. 561.
'1 ··¿No era esta la mayor contradicción ··: Sigmund Freud, "The lnterpretation of
Dreams," SE, vol. 4, pág. 151.
' 2 (Para su consternación): Gay, Freud, págs. 456-457.
'2 "Estoy harto ": Percival Bailey, "The Academic Lecture: The Great Psychiatric
Revolution," pág. 395.
32 "Presentarla ahora": Freud-Fliess, pág. 131.
..
3 2 E l cerdo ha encontrado trufas": Clark, Freud, pág. 309.
.
33 . repartir cartas de metzú": Sigmund Freud, "Wild' Psychoanalysis," SE, vol. 11 , pág. 225.
33 .. La superstición es, en gran medida ": Sigmund Freud, "The Psychopathology of Every-
day Life," SE, vol. 6, pág. 260.
3 3 "Durante mucho tiempo hemos observado": Esta es la frase de apertura del ensayo de
Freud "Formularions on rhe Two Principies of Mental Functioning," SE, vol. 12, pág.
218. ;
33 ''Todos los histéricos '': Sigmund Freud, "Five Lccrures on Psycho-analysis," SE, vol. 1J
págs. 1 6- 1 7.
33 Supongamos: Ibid., págs. 25-27.
34 "Aquél que tiene ojos para ver": Sigmund Freud, "Dora," SE, vol. 7, págs. 77-78.
34 ·'puramente descriptiva ": Sigmund Freud, "lntroductory Lecrures," SE, vol. 1 5 , pág. 20.
35 ''el conocimiento básico": Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 1 6, pág. 251.
3 5 Pacientes neuróticos d e todas clases: Sigmund Freud, "The Question of L ay Analysis,"
SE, vol. 20, págs. 1 86-187.
3 5 "Estos médicos recomiendan": Ernest Jones, Papers on Psycho-Analysis, pág. 342.
36 Los sueños, por ejemplo, habían sido considerados: Henri F. Ellenberger, The Discovery
of the Uncottscious, pág. 506.

36 "apenas parece necesario ": Josef Breuer, "Studies on Hysteria," SE, vol. 2, p. 222.
36 "conjeturas e intuiciones": Ellenberger, Discovery, pág. 277.
36 ''Yo hice esto": Freud cita a Nietzsche (más precisamente, cita a un paciente que cita a
Nietzsche) en sus "Notes u pon a Case of Obsessional Neurosis," el caso clínico del
Hombre de las Ratas. SE, vol. 10, pág. 184.
36 " Coincide tan claramente con mi concepto": Sigmund Freud, "On the History of rhe
Psycho-Analyric Movemenr," SE, vol. 14, pág. 15.

351
Notas

37 "la leyenda actual": Ellen berger, Discovery, pág. 548.

3 7 Freud no creó: Allen Esterson analiza estas declaraciones en Seductive Mirage, págs.
21 9-224. El examen de Esterson de los argumentos de Freud es un modelo de erudición.

37 trasladó el prestigio: Ernest Gellner plantea este punto sobre el prestigio y el vocabula­
rio de la medicina en The Psychoanalytic Movement. Véase págs. 26, 1 1 0-1 12.

3 8 "Tengo la sensación inequívoca ": Freud-Fliess, pág. 74.

CAPÍTULO DOS: EL PODER D E LA CONVICCIÓN

39 En tal caso: Sigmund Freud, "Dora," SE, vol. 7, págs. 58-59.

3 9 "Sea cual sea el caso o el síntoma": Sigmund Freud, "The Etiology of Hysteria," SE, vol.
3, pág. 199.

3 9 validez universal: Ibid.

3 9 '·En el fondo de cualquier caso": Ibid., pág. 203.

3 9 "Sólo puedo limitarme a repetir": Sigmund Freud, Posdata a "Dora," SE, vol. 7, pág. 1 1 5 .

4 0 ''Si la vita sexualis '': Sigmund Freud, " M y Views o n the Pan Played b y Sexuality i n the
Etiology of the Neuroscs," SE, vol. 7, pág. 274.

40 "Todas las personas": Este comentario es parte de una larga nota a pie de página que
Freud añadió en 1 920 a su "Three Essays on Theory of Sexuality," SE, vol. 7, pág.
226n.

40 "Cada vez está más claro": Sigmund Freud, "A Shórr Account of Psycho-Analysis," SE,
vol. 1 9, pág. 1 9 8 .

40 "la experiencia más importante": Sigmund Freud, " A n Outline o f Psycho-Analysis," SE,
vol. 23, pág. 1 9 1 .

4 0 "ningún ser humano": Ibid., pág. 185.

40 "desagradable e increíble": El fragmento es del ensayo de Freud " Dostoevsky and


Parricide." La frase que sigue inmediatamente a la citada e n el texto dice: " Esta clave,
·
entonces, debemos aplicarla a la supuesta epilepsia de nuestro autor." véase SE, vol 2 1 ,
pág. 184.

40 "la ilusión de sentirse perseguido ": Sigmund Freud, " A Case of Paranoia Running
Counter to the Psycho-Analytic Theory of the Disease," SE, vol. 14, pág. 266.

40 "Respecto a los niños, el deseo": Sigmund Freud, '"A Child Is Being Beaten,"' SE, vol.
1 7, pág. 1 8 8 .

40 "El motivo de enfermar": Este comentario e s d e una nota a pie d e página que Freud aña-
dió en 1923 a "Dora,"SE, vol. 7, pág. 43n.

40 "¿Es esta la explicación": Sigmund Freud, "Introductory Lectures," SE, vol. 15, pág. 44.

40 ''Ocurría lo mismo": Sigmund Freud, "Totem and Taboo," SE, vol. 13, págs. 127-128.

41 "La introspección hizo": Freud-Fliess, pág. 287.

4 1 "La humanidad -afirmó " : Freud-Fliess, pág. 25n.

41 "se había abierto progresivamente ": Freud-Fliess, pág. 427.

352
Notas

··Freud es un hombre": Citado en "Josef Breuer's Evaluation of His Contribution ro


Psychoanalysis" de Paul Cranefield, pág. 320.
.
' . La advertencia de Breuer es especialmente importante": Roben Coles, por ejemplo,
escribió que los pacientes de Freud eran personas aparte, personas que se miraban por
encima del hombro, personas que molestaban e incluso enfurecían a sus médicos, sin
hablar del resto del ambiente de la clase media de Viena . . . Por el contrario, Freud que­
ría comprender y curar. Trataba a estos neuróticos con un revolucionario respero. Los
escuchaba. Los observaba. Rechazaba juzgarlos o ponerles una etiqueta, a diferencia de
sus colegas, quienes parecían pensar que sólo si podemos clasificar a la gente en cate­
gorías, hemos cumplido nuestra tarea como científicos." Véase The Mind's Fate, pág.
226.

- i n . El gran rival de Freud: Carl Jung, Modern Man in Search o( a Soul, pág. 229.

- 2 -proporcionar una psicología ": Sigmund Freud, " Project for a Scientific Psychology,"
SE, vol. 1 , pág. 295.

-: -y¿¡ no comprendo ": Freud- Fliess, pág. 152 .

.!: -El Project, o más bien": De la introducción de James Strachey a "Project for a Scientific
Psychology" de Freud, SE, vol. 1, pág. 290 .

.!: ··;.;o debéis pensar ": Sigmund Freud, " Introducrory Lectures," SE, vol. 1 6 , pág. 244.

-2 -En los procesos sexuales ": William Me Guire, comp., The Freudljung Letters, págs.
140-141.

.!: -La perturbación mecánica": Sigmund Freud, "Beypnd the Pleasure Principie," SE, vol.
1 8, pág. 3 3 .

.!j L1 muchacha enfermó Sigmund Freud: "The Psychopathology of Everyday Life," SE,
\·ol. 6, pág. 146n .

.!3 .. El no pronunciado por un paciente": Sigmund Freud, "Dora," SE, vol. 7, págs. 58-59.

� -.-\sí que ésta es su técnica": Sigmund Freud, "lntroductory Lectmes," SE, vol. 15, pág. 50.

- -cara, gano; cruz, pierdes ": En su ensayo " Consrructions in Analysis," Freud intenta
rebatir la acusación de que no nos podemos fiar de lo que él llama (en la pág. 257) "el
ramoso principio de 'Cara gano, cruz pierdes."' Véase SE, vol. 23, págs. 257-269.

-.! n. Freud se planteó: !bid.

- 5 -existen, sin embargo": Sigmund Freud, "lntroducrory Lectures," SE, vol. 16, pág. 438.

-5 -,zo experimentan ninguna": !bid., págs. 438-439.

-5 LJ zínica experiencia directa de Freud: Anthony Srorr, Freud, pág. 59 .

.!) Todos los pacientes eran ricos: Ronald Clark, Freud: The Man and the Cause, pág. 65 .
.
.:5 . Esos pacientes no me interesan": Max Schur, The Id and the Regulatory Principies o(
.\fental Functioning, pág. 2 1 .

.; ;: -xi siquiera nosotros podemos evitar": Sigmund Freud, "New Introductory Lectures on
Psycho-Analysis," SE, vol. 22, pág. 5 9 .

.:s -Estos pacientes no rechazan al médico": Sigmund Freud, "Introductory Lectures," SE,
vol. 16, pág. 447.

353
Notas

45 "son inaccesibles a nuestros esfuerzos": Ibid,. pág. 447.


45 "desconocimiento de la esquizofrenia ": Paul Roazen, Freud and His Followers, pág. 142.
· 46 "Sabemos que los mecanismos": Ernest Jones, Freud, vol. 3, pág. 449.
46 "No penséis que": Sigmund Freud, "lntroductory Lectures on Psychoanalysis," SE, vol.
1 6, pág. 432.
46 "el grano de arena": Sigmund Freud, "Dora," SE, vol 7, pág. 83.
47 "¿ [las neurosis] son el resultado inevitable ": Sigmund Freud, "lntroductory Lectures on
Psychoanalysis," SE, vol. 16, págs. 346-347. Freud hizo a menudo tales comentarios.
En "Analysis Terminable and Interminable," por ejemplo, obser'(Ó, "La etiología de
cualquier trastorno neurótico es, después de todo, una mezcla ... Por regla general, hay
una combinación de ambos factores, el constitucional y el accidental." Véase SE, vol.
23, pág. 220.
47 El componente más llamativo: Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 15,
pág. 154.
47 grifos, bidones de agua: Ibid., pág. 155.
47 "hoyos, huecos y cavidades ": Ibid., pág. 156.
47 "Empezamos a prestar": Sigmund Freud, "The lnterpretation of Dreams," SE, vol. 5,
pág. 355n.

48 (a diferencia de los eruditos convencionales) : David Stannard dedica un capítulo al ensa­


yo de Freud sobre Leonardo en Shrinking History, su minucioso análisis de la historia
de la psique. Véase esp. págs. 4-7. ·· '

48 "No hay duda": Sigmund Freud, " Leonardo da Vinci and a Memory of His
Childhood," SE, vol. 1 1, pág. 1 2 1 .
4 8 E n 1 909, por citar u n ejemplo clínico: E l ensayo de Freud, "Analysis o f a Phobia i n Five­
Year-Old Boy," se refiere por lo general al caso de "Little Hans." Se puede encontrar en
SE, vol. 10, Págs. 3-149. El caso es discutido en un excelente ensayo que lo desacredita
con título el "Psychoanalytic 'Evidence': A Critique Based on Freud's Case of Little
Hans," por Joseph Wolpe y Stanley Rachman.

48 "eran unos de más más fervientes": Freud explica su interacción con Hans y sus padres
en el párrafo de apertura de su ensayo. Véase SE, vol. 10. págs. 5-6.
48 Allí estaba el complejo de Edipo: "Hans era realmente un pequeño Edipo que quería
tener a su padre 'fuera del camino' para deshacerse de él, de modo que pudiera quedarse
solo con su bella madre y dormir con ella." Ibid., pág. 1 11.
48 123.
"El caballo debe ser su padre": Ibid., pág.

48 "de lo que los caballos llevan": lbid., pág 41.

48 "trasladado directamente": Ibid., págs. 139-140.

48 "La gravedad de su fobia": !bid., págs. 139-140.


49 respaldó esta explicación: lbid., págs. 49-50.
49 el temible objeto negro: !bid., págs. 42, 49, 53, y esp. 69, donde Hans fue finalmente
capaz de mostrar a su padre un caballo con el temible objeto, aunque su padre hubiese

354
Notas

-�e,�do que existiesen tales cosas. "Una vez gritó, casi con alegría: '¡Aquí viene un
:::1.:"J. con algo negro en la boca!' Y yo pude por lo menos establecer el hecho de que
e..a _;; caballo con un bozal de cuero."

,_ ;=reud y s11s seguidores: E n The Memory Wars, Crews comenta acerca de Freud que
- ::-::¡:-re prefería la explicación oculta a la obvia" (pág. 37).

�� � mp11esto, sé": Sigmund Freud, "On the History of the Psycho-analytic


'tmemenr, " SE, vol. 14, pág. 48.

-L; h.11/ena y el oso polar": Sigmund Freud, "From tbe History of an Infantile
.
:�.::oSIS . , Éste es el famoso caso del Hombre Lobo. SE, vol. 17, pág. 48.

6 .úmo puedo tener la esperanza": Sigmund Freud, "Tbe Question of Lay Analysis,"
�=:. vol. 20, pág. 199. Freud hizo un comentario similar en "An Outline of
P-: choanalysis, " SE, vol. 23, pág. 144. "Las enseñanzas del psicoanálisis se fundan en
...:. ,ncalculable número de observaciones y experiencias y sólo alguien que ba repetido
"!'ras observaciones sobre sí mismo y sobre los demás está en posición de aventurar un
-.dO propio al respecto."
-
-{_ •:J no puede rechazar": Sigmund Freud, "Furrher Remarks on the Neuro·Psychoses
oi Defense," SE, vol. 3, pág. 220.
- -P:tede parecer tentador": Sigmund Freud, "From the History of an Infantile Neurosis,"
·E. \·ol. 17, pág. 14n.

i: I.Js tntuiciones": Wolpe and Rachman, "Litrle Hans," pág. 145.

· 1 -,:..J q11ieren renunciar al castigo": Sigmund Freud, "The Ego and the Id," SE, vol. 19,
;ágs. 49-50.

- : E.:kstein era una mujer joven: Su fotografía aparece en Freud-Fliess, j unto a la pág. 1 1 2.

:: �·o se ha conservado ningún informe: Jeffrey M . Masson, The Assault on Truth, pág. 57.

·.:: ··muy encantador y anticuado": Edward Shorrer, From Paralysis to Fatigue, pág. 67,
citando a Alix Stracbey.

'.:: el .1migo más íntimo: Frank Sulloway, Freud, Biologist ofthe Mind, pág. 135.
..
'2 c.1si reverencial": Freud-Fliess, pág. 2.

52 ··su alabanza es néctar y ambrosía ": Freud-Fliess, pág. 87.

'2 ··c11ánto le debo ": Freud-Fiiess, pág. 2.

52 Problemas en ciertos puntos genitales: Sulloway, Freud, págs. 1 3 8 - 1 4 1 ; véase también


.\ lasson, Assault, págs. 72-78.

52 c Fleiss desarrolló este aspecto): Masson, Assault, pág. 78.

52 El tratamiento consistía, para empezar: lbid., págs. 74-77.

52 Parece ser que Emma Eckstein: lbid., págs. 60, 78.

52 muchos escépticos pensaban: Véase, por ejemplo, Freud-Fliess, pág. 3 1 0 n .

52 pero Fliess era: Sulloway, Freud, págs. 147-152; Shorrer, From Paralysis t o Fatigue,
págs. 64-68.

52 En cualquier caso, Fliess operó: Masson, Assault, pág. 67.

355
Notas

52 " El estado de Eckstein es todavía ": Freud-Fliess, pág. 1 1 3 .

5 3 "Todavía sangraba moderadamente": Ibid., págs. 1 1 6 - 1 1 7.

5.3 "La pobre Eckstein se encuentra peor": lbid., págs. 120-121.

53 "Se lo que quiere oír " : Ibid., pág. 122.

53 "Mi querido Wilhelm, tristes momentos": Ibid., págs. 123-124.

54 "Por fin Emma E . se encuentra bien": Ibid., pág. 1 3 0 .

5 4 "una sorprendente explicación " : Ibid., pág. 1 8 1 .

54 "Sus episodios de hemorragia ": Ibid., pág. 1 83 .

5 4 "Cuando vio lo afectado ": Ibid., pág. 1 8 6 .

5 4 permanecía constantemente desfigurada: Masson, Assault, pág. 70.

54 "Para mi usted sigue siendo ": Freud-Fliess, pág. 125.

54 (Freud se había puesto}: Sulloway, Freud, págs. 143, 145; Jones, Freud, vol. 1 , pág. 309;
Shorter, From Paralysis to Fatigue, pág. 67.

54 "La historia [de Emma}": Ibid., pág. 1 9 1 .

54 "En cuanto a los biógrafos ": Clark, Freud, pág. 63.

5 5 Se salió con la suya: Encontramos uno de los más atentos exámenes de este punto cen­
tral en "Fact and Fantasy in the Seduction Theory: A Historical Review" de Jean
Schimek. Entre las referencias clave están las "Constructions in Analysis" de Freud: "El
trabajo de estructuración [del analista] o, si se prefiere, de reestructuración, se parece
en gran medida a la excavación de un arqueólogo ..�e alguna vivienda que ha sido des­
truida y enterrada o de algún antiguo edificio" (SE, vol. 23, pág. 259); también "The
Analysis of a Phobia in a Five-Year-Old Boy": "Así es cómo, basándome en mis con­
clusiones sobre los h allazgos del análisis, me veo obligado a reconstruir los complejos y
los deseos del inconsciente, la represión y el redespertar que produjo la fobia del peque­
ño Hans" (SE, vol. 10, pág. 1 3 5 ) ; también "Analysis Terminable and Interminable": "El
efecto terapéutico depende en hacer consciente lo que está reprimido, en el más amplio
sentido de la palabra, en e l ello. Nosotros preparamos el camino para este regreso a la
consciencia por medio de interpretaciones y estructuraciones" (SE, vol. 23, pág. 238);
también "From rhe History of a n Infantile Neurosis": "Hasta donde llega mi experien­
cia, estas escenas de la infancia no son reproducidas durante el tratamiento como
recuerdos sino que son productos de la estructuración." Tales escenas "son como una
norma que no se reproduce en forma de recuerdos, sino que tienen que ser adivinadas
-construidas- gradualmente y la boriosamente a partir de un conjunto de indicios" (SE,
vol . 1 7, págs. 50-51).

5 5 en parte, involuntaria: Pero sólo en parte. Véase Esterson, "Jeffrey Masson and Freud's
Seduction Theory: A New Fable Based on Old Myrhs," págs. 1 3 - 1 5 .

5 5 E l n o ponía palabras: Véase, por ejemplo, "Constructions i n Analysis": "Puedo afirmar,


sin jactarme, que nunca he incurrido en un abuso de 'sugestión' en mi práctica" (SE,
vol. 23, pág. 262). Allen Esterson examina esta cuestión con su característica perspica­
cia y minuciosidad en Seductive Mirage, págs. 236-239.

55 "es cierto que": Sigmund Freud, " A Phobia in a Five-Year-Old Boy, " SE, vol. 1 0, pág. 104.

356
Notas

55 "Entonces podemos pedirle directamente'': Sigmund Freud, "Sexual Etiology of the


Neuroses," SE, vol. 3, pág. 269.

56 (A menudo estos recuerdos) : Esterson cita numerosos ejemplos en "Jeffrey Masson and
Freud's Seduction Theory," págs. 5-9. En su ensayo "On Beginning the Treatment," por
ejemplo, Freud escribió" "El hablarle y describirle el trauma reprimido [al paciente] ni
siquiera daba como resultado un recuerdo en su mente" (SE, vol. 12, pág. 1 4 1 ) .

5 6 "La técnica del psicoanálisis": Sigmund Freud, "Hysrerical Phantasies and Their
Relation to Bisexuality," SE, vol. 9, pág. 1 62.

56 n . Sin lugar a dudas, el ejemplo más importante: La cita de Crews es de Memory Wars,
pág. 57.

57 "autodesprogramación": Frederick Crews, Skeptical Engagements, pág. xi. Para un


ejemplo del trabajo de Crews antes de su desprogramación, véase su Sins of the Fathers,
un estudio de Nathaniel Hawthorne.

58 Si usted se pone a medir: Marrin Gardner, Fads and Fallacies, págs. 176-1 77. Cioffi cita
a Gardner en "Freud and the Idea of a Pseudo-Science," en Robert Borger y Frank
Cioffi, comps., Explanation in the Behavioral Sciences, pág. 4 9 1 .

5 8 " A menudo proporcionaba ": joseph Wortis, "Fragments of a Freudian Analysis, págs.
844-845. El comentario de Wortis es citado en Frank Cioffi, "Wittgenstein's Freud,"
págs. 204-205, en Peter Winch, comp., Studies in the Philosophy of Wittgenstein.

58 "La popular imagen del psicoanálisis": janet Malcolm, In the Freud Archives, págs. 8-9.

SEGUNDA PARTE: EL A'UGE DEL PSICOANALISIS

6 1 No ha habido nada: Ernesr Gellner, The Psychoanalytic Movement, pág. 1 1 .

CAPÍTULO TRES: LA CRESTA D E LA OLA

63 Hoy en día, en Norteamérica: Philip Rieff, Freud: The Mind of the Moralist, pág. xi.

63 " Recuerdo estar viendo": Entrevista del autOr, 15 de diciembre de 1 995.

64 incluso en /a época de mayor expansión: Edward Shorrer, A History ofPsychiatry, pág. 307.

64 "Las posibilidades que deben tenerse en cuenta": John R. Seeley, "The Americanization
of the Unconscious," pág. 72.

64 El Scientific American publicó: Véase Erich Fromm, "The Oedipus Myth," Scientific
American, enero de 1 949; y "Books", Scientific American, septiembre de 1959.

64 El Atlantic Monthly publicó: Véase "Psychiatry in American Life," Atlantic Monthly,


julio de 1 9 6 1 ; cita, pág. 62.

64 Life editó: La serie transcurre entre el 7 de enero y el 4 de febrero de 1957.

64 Look difundió u1z artículo: Look, 2 de octubre de 1956, págs. 48-49. Esta referencia es
citada en Freudian Fraud (ahora agotado) de E . Fuller Torrey, el mejor informe sobre la
influencia de Freud en la cultura americana. Muchas de las referencias citadas en esta
sección están basadas en mis entrevistas con Torrey y en pasajes de Freudian Fraud.

357
Notas

65 "El planteamiento teórico": Torrey, Freudian Fraud, pág. 1 3 5 .


65 "Un niño ama a su madre": Nathan G. Hale, Jr., The Rise and Crisis o( Psycho.;o:...
in the United States, pág. 286.
65 "Desde 1945 a 1 955": Bertram S. Brown, "The Life of Psychiatry," pág. 492.
65 De los 89: Esta frase y la siguiente son de Hale, Rise and Crisis, pág. 253.
65 "A mediados de 1960": Esta cita y las cifras de la frase anterior son de Shorre;. -
History o( Psychiatry, pág. 174.
65 tres actos conmemorativos: Time dedicó su portada del 23 de abril de 1956 a Fre__
habló de los proyectos acerca de la próxima efemérides en la pág. 70.
66 "Ningún otro sistema": Alfred Kazin, "The Freudian Revolurion Analyzed," pág. 2.::.
66 "indudablemente... la contribución más eficaz ": M. F. Ashley Montagu, "Man-.-\::1::
Human Nature," pág. 403.
66 "lo más cercano a un milagro": Life, 4 de febrero de 1957.
66 "por muy grande que fuese": Ernesr Jones, Freud, vol. 1 , pág. xiii.
66 "tendió la mano para tocar": Brendan Gill, "Dreamer and Healer," pág. 153.
66 "El psicoanálisis europeo se encontró": Laura Fermi, Illustrious lmmigrants, pág. 1 42.
67 La sociedad psicoanalítica de Viena: La fecha 1937 y las cifras de la frase que sigue son
de Fermi, págs. 142, 147, 1 5 1 .
6 7 D e todos aquellos psicoanalistas que escaparon: Fermi, Illustrious Immigrants, pág. 14-.
67 Al final de la Segunda Guerra Mundial: Reuben Fine, A History o( Psychoanalysis, pág. 90 .
•. ¡.
67 "Nuestros lectores se estremecerán": Ben Hecht, Gaily, Gaily, pág. 65.
67 n . Los vieneses se mostraron intrigados: Freud-Fliess, pág. 57.
67 "la psicología freudiana inundó": Narhan Hale, Freud and the Americans, pág. 434,
citando·a Morron Prince.
68 el shock del bombardeo: Hale, Rise and Crisis, pág. 189.
68 En total, el 60 por ciento: Gerald Grob, "Origins of DSM-1: A Study in Appearance and
Reality," pág. 427.
68 "Parece absurdamente sencillo'': Hale, Rise and Crisis, pág. 1 96.
70 "los ayudó ": Entrevista del autor, 22 de mayo de 1 996.
70 "Los psiquiatras anteriores a Freud": Entrevista del autor, 1 5 de diciembre de 1995.
70 "Freud podría ser denomiuado, con más propiedad que Lincoln": Estas son las palabras
iniciales de "Freud and rhe Tragic Virrues," de Kaufmann, pág. 469.
71 n. El mismo Freud cambió de bando: La cita es de Mitchell y Black, Freud and Beyond,
pág. 208.
72 A sugerencia de Boas: Derek Freeman, Margaret Mead and the Heretic, pág. 75.
72 "La adolescencia no representaba ningún período": Margaret Mead, Coming o( Age in
Samoa, pág. 157.

358
Notas

-2 Los amables samoanos: Las citas en el resto de este párrafo son de diferentes artículos
que Mead escribió en Samoa. Se hace referencia a ellos en Freeman, Margaret Mead and
the Heretic, en el capítulo titulado "Mead's Depiction of the Samoans."
-1 u La familiaridad con el sexo ": Mead, Coming o( Age, pág. 1 5 1 .
- 3 (''porque se había psicoanalizado"): Catherine Bateson, With a Daughter's Eye, pág. 3 1 .

CAPÍTULO CUATRO: GLORIA Y ESPERANZA

-s La naturaleza de los hombres: Karl Menninger, "Hope," pág. 490.


-s "En aquellos días ": Entrevista del autor, 15 de diciembre de 1995.
-6 "La razón de que veinticinco personas ": Entrevista del autor, 1 4 de diciembre de 1995.
-6 "Quería ser": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
-8 "el hombre feliz no cogería": Susan Sontag, Illness as Metaphor, pág. 54.
-8 n. Fue un tapicero: Robert Sapolsky, "On che Role of Upholstery in Cardiovascular
Physiology."
-9 el mismo Freud había predicho: Franz Alexander y Sheldon Selesnick, The History o(
Psychiatry, pág. xv.
-9 poner al "psicoanálisis en la palestra": Nathan Hale, Rise and Crisis, pág. 132.
-9 "en lo principal": Edward Shorter, A History o( Psychiatry, págs. 1 5 1 -152.
-9 "una atractiva y energética ": Hale, Rise and Crisis, pág. 1 80.
-9 ·'Ellos lo piden ": Flanders Dunbar, Mind and Body, pág. 26.
80 "Hombres, mujeres y niíios ": Ibid., pág. 34.
80 "buscando compensaciones": Ibid., pág. 33.
80 "Los enfermos superan": Ibid., pág. 34.
80 (Este acontecimiento también supuso el fin): Hale, Rise and Crisis, pág. 1 8 1 .
8 0 "Sólo alrededor del 10 al 20 por ciento": Dunbar, Mind and Body, págs. 97-98.
81 las víctimas de la alergia: Ibid., pág. 1 8 1 .
8 1 Las personas que padecían enfermedades de la piel: Ibid., pág. 1 9 1 .
8 1 Los diabéticos, por ejemplo: Ibid., pág. 199.
81 La clave era un amor sofocante": Ibid., pág. 174.
81 "el amor sofocante los ha envuelto ": !bid., pág. 1 90.
81 En 1948: "How's Your Psychosoma?" Time, 12 de julio de 1948.
82 "Estamos preparados": Franz Alexander, Psychosomatic Medicine, págs. 139-140.
82 "las chicas que no se llevan bien ": " Rejection Dyspepsia," Time, 26 de enero de 1953.
82 del historiador Nathan Hale: Hale, Rise and Crisis, pág. 1 82.
83 En 1951, Kety fue el primer: Kety ha descrito estos acontecimientos en un ensayo auto­
biográfico, "The Metamorphosis of a Psychobiologist." La historia sobre este psicoa­
nálisis es de mi entrevista del 1 9 de octubre de 1995.

359
Notas

83 en un notable y breve ensayo: Seymour Kety, "A Biologist Examines the '\
Behavior." Véase esp. págs. 1 867-1869.
84 "Siento vergüenza al admitir": Jerome Kagan, Unstable Ideas, pág. 89.
85 En Holanda en el Siglo XVII: El clásico informe está en ExtraordmJ..._.
Delusions and the Madness o( Crowds de Charles Mackay.
85 "Lo que estoy tratando de decir": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1 e-·
8 5 "se nos enseñó ": Coles habló en un coloquio en 1 9 70 sobre R.D. Laing. \'éa.c.e
Boyers y Robert Orrill, comps., R.D. Laing and Anti-Psychiatry, pág. 2 2 1 .
8 5 "Kennedy acababa de ser elegido": Entrevista del autor, 1 4 de diciembre de 1 e-·
86 "Norteamérica es un error": Nathan Hale, Freud and the Americans, pág. 433.
86 ("Cuando pisé el andén"): Sigmund Freud, "An Aurobiographical Study,'' SE.
pág. 52.
86 La horrible comida norteamericana: Ernest Jones, Freud, vol. 2, págs. 59-60.
86 una obsesión: El biógrafo es Ronald Clark, en Freud: The Man and the Cause, pá::: -
Perer Gay también habla ampliamente del anti-americanismo de Freud en su bt ::·
de Freud. Véase Gay, págs. 562-570.
86 "desgracia histérica ": Sigmund Freud, "Studies on Hysteria," SE, vol. 2, pág. 305
86 "La diferencia entre": Sigmund Freud, "Analysis Terminable and Interminable.- ,.
vol. 23, pág. 228.
86 "Los hombres no son criaturas apacibles ": Sigmund Freud, "Civilizarion ané -
Discontenrs, " SE, vol. 2 1 , pág. 1 1 1 .
8 7 "una bestia salvaje ": Ibid., págs. 111-112.
87 "la constitución mental": Sigmund Freud, "lntroducrory Lectures," SE, vol. 15, pág. J..!-.
8 7 "nacidas de nuevo con cada ": Sigmund Freud, "The Future of an Illusion," SE, vol. 21.
pág. 10.
87 "La vida, tal como nos la encontramos'' : Sigmund Freud, "Civilization and b
Discontents," SE, vol. 2 1 , pág. 75.
87 "El propósito de que el hombre": !bid., pág. 76.
87 "Freud nos dejó boquiabiertos": Gay, Freud, págs. 394-395.
88 "conocerás la verdad": Karl Menninger, "Hope," pág. 490.
88 "más freudiano que Freud": Véase, por ejemplo, "Karl Menninger, 96, Dies; Leader in
U.S. Psychiarry," New York Times, 1 9 de Julio de 1 990.
8 9 "un hombre cuya intrepidez": Karl Menninger, " Dearh of a Prophet," pág. 23.
89 Freud era un genio: Karl Menninger, "Sigmund Freud," págs. 373-374. Todas las citas
de esta frase y de la siguiente son de este artículo, excepto la declaración de que Freud
había "descubierto la psicología", que es de "Death of a Prophet. "
8 9 "El antiguo punto de vista": Karl Menninger, The Vital Balance, pág. 2.
8 9 "Sabemos que existe la posibilidad": Ibid.
89 "A riesgo de cansar al lector'': !bid., pág. 2 5 1 .

360
Notas

- -Las palabras son la herramienta esencial": Sigmund Freud, "Psychical (or Mental)
Trearment," SE, vol. 7, pág. 283.
- -Ahora nuestro interés": Menninger, Vital Balance, pág. 2.
- -Hoy en día tendemos a pensar": Ibid.
- -El supuesto era": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
� P.ua Menninger": DonaId Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 3 3 1 .
-Ahora se reconoce": Menninger, Vital Balance, pág. 33.
-walquier persona normal": Sigmund Freud, "Analysis Terminable and Interminable,"
SE. vol. 23, pág. 235.
• -La idea de continuidad": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.

- ..Sería superficial": Abram Kardiner, "Freud: The Man 1 Knew, the Scientist, and His
lnfluence," en Freud and the Twentieth Century, comp. Benjamín Nelson, pág. 56.
Su particular fuerza deriva: John Gunderson y Loren Mosher, comps., lssues and
Controversies in the Psychotherapy of Schizophrenia, págs. 209-2 1 0 .
- 2 E l psicoanálisis era el más poderoso": Leo Stone, "The Widening Scope o f Indications
ior Psychoanalysis," pág. 593.
-: ··se trata de un desafío": Beara Rank, "Adaptation of the Psychoanalytic Technique for
rhe Treatmenr of Young Children with Atypical Development," págs. 132-133.

TERCERA PARTE: ESQUIZOFRENIA

;:3 Aquél que cura la esquizofrenia: Arthur Burton, "The Adoration of the Patient and Its
Disillusionment," pág. 200.

CAPÍTULO CINCO: LA MADRE


DE LA MADRE ESQUIZOFRENOGÉNICA

..;; 5 Creemos que el esquizofrénico: Frieda Fromm-Reichmann, "Transference Problems in


Schizophrenics," en Psychoanalysis and Psychotherapy: Collected Papers of Frieda
Fromm-Reichmann, pág. 1 17.
:.5 Aunque ella no veía ningún fantasma: Frieda Fromm-Reichmann, Principies of lntensive
Psychotherapy, págs. 179-180.
�o la alabó como un héroe": Robert Coles, The Mind's Fate, pág. 138.
:¡o '·descubrirás": Joanne Greenberg, I Never Promised You a R ose Carden, pág. 188 .
.J6 reglas técnicas: Dexter Bullard, comp., Selected Papers ofFrieda Fromm-Reichmann, pág. 126 .
.J6 '·fa actitud básica": Ibid., pág. 126 .
.J- '·reservado, indifermte y poco comunicativo": !bid., pág. 6.
o- no se trata: Ibid., pág. 125.
o- "Tú, condenada judía": Frieda Fromm-Reichmann, "Transference Problems i n
Schizophrenics," págs. 1 17, 122, e n Bullard, Selected Papers .

361
Notas

97 "es cierto que me amenazó": Frorrun-Reichmann, Principies of Intensive Psychotherapy, pág. 26.
97 "educada y refinada": Leslie H. Farber, "Schizophrenia and the Mad Psychotherapist,"
. en Robert Boyers y Robert Orrill, comps., R. D. Laing and Anti-Psychiatry, págs. 98-99.
97 Fromm-Reichmann "se habría sentado: El colega era Theodore Lidz, citado en
"Schizophrenia, R.D. Laing, and the Conremporary Treatment of Psychosis: An
Interview with Dr. Theodore Lidz," en Boyers y Orrill, comps., R. D. Laing and Anti­
Psychiatry, págs. 163-164.
98 "la esquizofrenia es el cáncer": Donald Klein, "Psychosocial Treatment of Schizophrenia
or Psychosocial Help for People with Schizophrenia?" pág. 128.
98 "holocausto espantoso": Harold Searles, "Transference Psychosis in the Psychotherapy
of Chronic Schizophrenia," en Harold Searles, Collected Papers on Schizophrenia and
Related Subjects, pág. 654.
99 Allí había un mensaje: Caro! North, Welcome, Silence, pág. 93.
99 "yuxtaposición de locura y cordura": Donald Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and
Medicine, pág. 1 17.
99 "Mi hijo está loco ": Entrevista del autor, 26 de enero de 1996.
1 00 muchos relatos de primera mano acerca de la locura: Véase, por ejemplo, Robert
Sommer and Humphry Osmond, "A Bibliography of Mental Patients'
Autobiographies, 1 960-1982"; y Anne Hudson Jones, "Literature and Medicine:
Narrative of Mental Illness."
1 0 0 "El estímulo ambiental": North, Welcome, Silence,, pág. 4 1 .
1 0 0 "Me pasaba horas maravillandome": !bid., pág. 54.
100 "El paso de un extrario": Norma MacDonald, "Living with Schizophrenia,' pág. 2 1 8 .
1 0 0 "parloteando absurdamente": North, We/come, Silence, pág. 42.
1 00 "No podía descansar": Autobiography of a Schizophrenic Girl: The True Story of
"Renée," págs. 58-59.
1 0 1 "mi piel se volvía gris ": North, Welcome, Silence, pág. 139.
1 0 1 "gotas derretidas de pensamiento": Ibid., pág. 177.
1 0 1 el destino del mundo: Dilip V. Jeste et al., "Did Schizophrenia Exist Before the
Eighteenth Century? " pág. 498.
101 "un buen estofado": E. Fuller Torrey, Surviving Schizophrenia (ed. 1 9 8 8 ) , pág. 207.
1 0 1 el rey Carlos VI: Vivían Green, The Madness of Kings, pág. 1 3 .
1 0 1 n . Uno de los temas favoritos: lrving Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 5 .
102 "En el intervalo": citado e n Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 6. Las mejores
introducciones a la esquizofrenia son Schizophrenia Genesis de Gottesman y Surviving
Schizophrenia de E. Fuller Torrey. Gottesman, un especialista en genética y psicólogo
clínico, se centra más sobre la ciencia y la historia, Torrey, un psiquiatra, más en el
desafío del día a día.
1 02 "Tuvimos una infancia hermosa ": Sylvia Hoff, "Frieda Fromm-Reichmann: The Early
Years," pág. 1 1 9.

362
Notas

102 "personas ausentes ": Frieda Fromm-Reichmann, "Remarks on the Philosophy of


Mental Disorder," en Bullard, Selected Papers, pág. 19.
10) El esquizofrénico, por encima de todo: Fromm-Reichmann, "Transference Problems in
Schizophrenics," en Bullard, Selected Papers, pág. 126.
103 "Antes o después ": Edith Weigert, "In Memoriam: Frieda Fromm-Reichmann," pág.
94.
104 "Cualquiera que haya trabajado": Joann Rodgers, "Roots of Madness," pág. 85.
Algunos psiquiatras han rechazado también el diagnóstico de esquizofrenia de Caro!
North.
104 un tercio de los pacientes se recuperaba: E. Fuller Torrey, Surviving Schizophrenia (3"
ed., 1995), págs. 130-131.
104 en 1903 publicó: Véase lda Macalpine y Richard Hunrer, comps., y trad., Memoirs o(
My Nervous Illness, por Daniel Paul Schreber. El ensayo de Freud es "The Case of
Schreber," SE, vol. 12, págs. 3-82. Años después de que Freud lo escribiera, los psi­
quiatras estudiaron la historia de Schreber en una dirección inesperada. El padre de
Schreber era un médico y destacado reformador social con puntos de vistas excéntri­
cos, por no decir sádicos, sobre la educación de los niños. Como el psicoanalista ame­
ricano William Niederland fue el primero en señalar que muchos pasajes extraños en
las memorias de Schreber parecen como ecos distorsionados de los consejos de su
padre sobre la crianza de los niños. Para opiniones contrarias de las implicaciones del
descubrimiento de Niederland, véase W.G. Niederland, "The 'Miracled-up' World of
Schreber's Childhood," y los ensayos subsiguientes; y Morton Schatzman, "Paranoia
or Persecution: The Case of Schreber."
104 "incluso ahora, los milagros": Hunter y Macalpine (Daniel Schreber), Memoirs o( My
Nervous Illness, pág. 131.
105 El propósito de/ libro: Hunter y Macalpine, "Translators' lntroduction," Memoirs o(
My Nervous 1/lness, págs. 4-5.
105 Freud leyó el libro de Schreber: Jung llamó la atención de Freud sobre las memorias de
Schreber. Véase Phyllis Grosskurth, The Secret Ring, pág. 42.
105 Este fue el primer informe de Freud: Hunrer y Macalpine, "Translators' Inrroduction,"
Memoirs o( My Nervous Illness, pág. 10.
105 Incapaz de admitir: Freud expone este argumento en "The Case of Schreber," SE, vol.
12, págs. 62-63.
105 Tenía un carácter extraño: La mejor biografía de Sullivan es Psychiatrist of America:
The Life of Harry Stack Sullivan, de Helen Swick Perry.
105 "tan tierno como un pedazo de mantequilla ": Don Jackson, "The Transactional
Viewpoint, pág. 543.
105 "una persona solitaria ": Clara Thompson, "Harry Stack Sullivan, the Man," pág. 436.
105 "Lo individual no es simplemente": Stephen Mitchell y Margaret Black, Freud and
Beyond, págs. 62-63.
106 algunos biógrafos sospechan: A. H. Chapman, Harry Stack Sullivan, pág. 26.

363
Notas

106 puso en práctica sus teorías: La mayoría de los artículos de Sullivan sobre esquizofre­
nia están reunidos en Schizophrenia as a Human Process, de Harry Stack Sullivan. Su
prpsa es angustiosamente tenebrosa. Chapman, Perry y Patrick Mullahy proporcionan
informes más claros. Para los puntos particulares citados en el texto, véase Chapman,
págs. 45-4 7; Perry, págs. 193-200; y Mullahy, "Harry Stack Sullivan's Theory of
Schizophrenia," esp. pág. 520.
106 Sullivan escogió a los pacientes: Chapman, Sullivan, pág. 47; y Mullahy, "Harry Stack
Sullivan's Theory of Schizophrenia," pág. 520.
106 estrategia práctica: Nathan Hale, Rise and Crisis, pág. 173.
106 Los resultados fueron extraordinarios: Chapman, Sullivan, pág. 47; Mullahy,
"Sullivan's Theory," pág. 5 2 1 .
106 "la intimidad -declaró": Perry, Sul/ivan, pág. 1 9 5 .
107 "Como un animal de la selva ": John Rosen, Direct Analysis, pág. 19.
107 "Al trabaiar con estos pacientes": Harold Searles, "Schizophrenic Communication,"
en Searles, Collected Papers, pág. 395.
107 "una profunda influencia": Virgina K. Dunst, "Memoirs- Professional and Personal: A
Decade with Frieda Fromm-Reichmann," págs. 1 1 1-1 1 2 .
1 0 7 Mucho antes de que Frieda: Las investigaciones mencionadas e n este párrafo son cita­
das (con aprobación) en "Patterns of Parent-Child Relationships in Schizophrenia," de
Suzanne Reichard y Carl Tillman, págs. 247-257.
108 "El esquizofrénico es terriblemente desconfiado": Frieda 'fromm-Reichmann, "Notes
on the Development of Treatment of Schizophrenics by Psychoanalytic
Psychotherapy," pág. 265. Esta página se refiere a la primera aparición del artículo de
Fromm-Reichmann sobre las madres esquizofrenogénicas, en Psychiatry; el artículo
está reeditado en una colección de artículos de Fromm-Reichmann, Psychoanalysis
and Psychotherapy, donde es quizás más fácil de encontrar.
1 08 "Todas las madres eran personas tensas ": Trude Tietze, "A Study of Mothers of
Schizophrenic Patients," pág. 56.
1 09 "todas las madres": Ibid., pág. 57.
1 09 "intentaban abiertamente dominar": Ibid.
1 09 "parecían dóciles y sumisas": Ibid.
109 "parecían totalmente inconscientes": lbid.
109 "Estas madres colaborabmt": lbid.
109 Tenían tendencia a mostrarse atentas: Ibid.
1 1 0 "Ellas no parecían ser conscientes ": lbid.
1 1 0 "Era imposible conseguir": lbid., pág. 62.
1 1 0 "La mayoría de las madres": Ibid., pág. 58.
1 1 0 "Los niños son uniformemente descritos": Ibid., pág. 62.
1 1 0 "El agudo ataque de la psicosis": lbid., pág. 63.

364
Notas

111 el rechazo de sus madres: lbid., pág. 65.


111 Estas mujeres enfermas: lbid., pág. 64.
111 "Es esta intuición": Ibid., pág. 61.
111 "La madre que ejerce su poder deforma sutil": Ibid., pág. 65.
111 "Todos los pacientes esquizofrénicos ": Ibid.
111 "la más completa investigación ": Reichard y Tillman, " Patterns of Parent-Child
Relationships," pág. 248.
111 "posiblemente más conocido": Don D. Jackson et al., "A Study of the Parenrs of
Schizophrenic and Neurotic Children," pág. 387.
111 "los hermanos no deseados ": Tietze, "A Study of Mothers," pág. 60.
112 "con el objetivo de alcanzar": lbid., págs. 63-64.
112 "Para conseguir este grupo de control": lbid., pág. 64.
112 "revelaba diferencias": Todas las citas de este párrafo proceden de Tierze, pág. 64.
112 "Existe una creencia común": Curtis Prout y Mary Alice White, "A Conrrolled Study
of Personality Relationships in Mothers of Schizophrenic MaJe Patients," pág. 251.
113 "astuta y potencialmente engañosa" :Jackson et al., "A Study of the Parents," pág. 394.
113 La moda duró décadas: Véase John Neill, "Whatever Became of the Schizophrenogenic
Mother?" Las citas de este párrafo proceden de la pág. 502.
113 "la respuesta inmediata": Tietze, " A Study of Mothers," pág. 55.
114 "Aquellas madres cuyos hijos": Ibid., págs. 55�56.
114 "error cálidamente humano": jackson er al., "A Srudy of the Parenrs," pág. 388.

CAPÍTULO SEIS : DOCTOR YIN Y DOCTOR YANG

115 Tenía la sensación: Harold Searles, Collected Papers, pág. 258.


115 Soy un psiquiatra: John Rosen, Direct Analysis, pág. 132.
115 "probablemente la autoridad [sobre esquizofrenia] más ampliamente leída": Roben
Knight, prefacio a Searles, Collected Papers, pág. 15.
116 "despiadadamente sincero": !bid., pág. 17.
116 "repugnante condescendencia": Harold Searles, "Schizophrenic Communication," en
Searles, Collected Papers, pág. 393.
116 "ansiedad, confusión": Harold Searles, "The Schizophrenic Individual's Experience of
His World," pág. 119.
116 "ningún remedio fiable": lbid.
117 "violentamente asqueado": Todas las citas de este párrafo proceden de Harold Searles,
" Positive Feelings in the Relationship Between the Schizophrenic and His Mother, en
Searles, Collected Papers, págs. 244-245.
117 El tratamiento podía durar: Knight, prefacio a Searles, Collected Papers, pág. 16.
117 meses de silencio: Searles, "Schizophrenic Communication," en Searles, Collected
Papers, pág. 410.

365
Notas

117 "Al final de cada una": Ibid., pág. 405.


117 Una mujer paranoica: Harold Searles, "Transference Psychosis in the Psychotherapy o;
�hronic Schizophrenia," en Searles, Collected Papers, págs. 660-661.
118 "me declaró una vez": !bid., pág. 671.
118 "abrumadores y profundamente desalentadores": Ibid., pág. 655.
118 una advertencia: !bid., pág. 686.
118 "confirmación de su poco valor": Harold Searles, "Anxiety Concerning Change, as
Seen in the Psychotherapy of Schizophrenic Patients- With Particular Reference ro rhe
Sense of Personal Identity," en Searles, Collected Papers, pág. 462.
118 "frío enojo ": Searles, "Schizophrenic Communication." en Searles, Collected Papers, pág. 392.
118 "justo cuando yo me encerraba": Searles, "Positive Feelings," en Searles, Collected
Papers, pág. 246.
118 "comentarios rencorosos": Searles, "Schizoph ren ic Communica tion," en Searles,
Collected Papers, pág. 412.
118 De sus dieciocho pacientes esquizofrénicos: Knighr, prefacio a Searles, Collected
Papers, pág. 16.
118 "físicamente atractiva ": Harold Searles, "The Effort ro Drive the Other Person Crazy­
An Element in rhe Etiology and Psychorherapy of Schizophrenia," en Searles,
Collected Papers, pág. 258.
119 "Los roles familiares ambiguos": Searles, "The Schizophrenic Individual's Experiencie
·· '
of His World," págs. 119-120.
119 "Lo traumático ": Searles, "Posirive Feelings," en Searles, Collected Papers, pág. 229.
119 "defensas inconscientes": Searles, "The Schizophrenic Individual's Experience of His
World," pág. 125.
119 "sus glándulas desgarradas": Este ejemplo y el citado en la frase siguiente proceden de
Harold Searles, "The Sources of rhe Anxiety in Paranoid Schizophrenia," en Searles,
Collected Papers, pág. 475.
120 "ignora su furia asesina": Ibid.
120 "de forma más literal": Este ejemplo y el de la frase siguiente proceden de Searles, "The
Sources of the Anxiery in Paranoid Schizophrenia," en Searles, Collected Papers, pág. 472.
120 "un mundo que era": Ibid.
120 "Los hombros encorvados": Searles, "Schizophrenic Communicarion," en Searles,
Collected Papers, pág. 402.
120 "la conducta extravagante ": Ibid.
121 "Noto una loca ": !bid., pág. 398.
121 "un desafiante y desdeñoso": !bid., pág. 414.
121 "cuando tiré accidentalmente'·: Ibid., pág. 388.
121 "cuando los terapeutas": Harold Searles, "Schizophrenia and che Inevitability of
Dearh," en Searles, Collected Papers, pág. 489.

366
Notas

121 "Existe una gran cantidad de literatura": Searles, "Posirive Feelings," en Searles,
Collected Papers, pág. 217.
122 "intensa y mutua hostilidad": Ibid., pág. 221.
122 "como un ser iltdigno": Ibid., pág. 224.
122 "señora Matthews": Searles, "The Sources of rhe Anxiery in Paranoid Schizophrenia,"
en Searles, Collected Papers, pág. 477.
122 "Él no era nadie": Ibid., pág. 478.
122 "un muñeco de nieve": lbid., pág. 479.
122 "/os defectos de su propia madre": Searles, "Posirive Feelings," en Searles, Collected
Papers, pág. 233.
123 "Estamos hablando de uno": "Dr. Rosen: Praise, Fear in rhe Cocktail Ser," Miami
Herald, 18 de septiembre de 1977.
123 análisis directo: John Rosen, Direct Analysis, pág. 45.
123 "Hablaba de él con asombro": Raymond Corsini, comp., Handbook of Innovative
Psychotherapies, pág. 241.
123 "un joven e inspirado médico": Esto procede de un anuncio de una página de Savage
Sleep en el New York Times Book Review, 27 de octubre de 1968.
123 Hombre del Año: Jeffrey M. Masson, Against Therapy, pág. 126.
123 Te puedo castrar: Rosen, Direct Analysis, pág. 151.
124 "El paciente cree haber encontrado"': Ibid., pág. 151.
124 "la energía, la proximidad": Ibid., pág. 2.
124 "el paciente se enfrentara a la realidad": Ibid., pág. 149.
124 había tratado: Ibid., pág. 46.
124 se había hecho cargo de un grupo: Ibid., Cuadro 1, págs. 50-57.
124 "Parece muy fácil": Ibid., pág. 84.
124 "Un esquizofrénico siempre es": Ibid., pág. 97.
125 "suplicó y rogó": !bid., pág. 102.
125 "el significado profundo": Ibid., pág. 103.
125 "una base poco profunda": lbid., págs. 100-101.
126 "principio rector": Ibid., págs. 8-9.
126 "siempre protectora y generosa": lbid., págs. 139-140.
126 "la atendió, la alimentó": Ibid., pág. 45.
126 "se da cuenta": lbid., pág. 13.
126 "hacer saber al paciente": !bid., pág. 12.
126 "la psicosis empieza": !bid., pág. 13.
126 evidentemente la clave del significado: Ibid., pág. 3.
126 "Dejemos que una persona dormida camine": Silvano Arieti cita el comentario de Jung
en su lnterpretation o{ Schizophrenia, pág. 29.

367
Notas

127 "¿Acaso la psicosis": Rosen, Direct Analysis, pág. 4.


127 "cada síntoma, cada comentario": Ibid., pág. 44.
127 "Todos los actos tienen un significado ": !bid., pág. 13.
127 "desde un ruido del estómago ": Ibid., pág. 13.
127 "Uno debe tomarse": !bid., pág. 42.
127 "Agarré la almohada": lbid., págs. 149-150.
127 "a esa minúscula porción": Ibid., pág. 150.
128 "A lo largo de las cinco semanas": !bid., págs. 146-148.
128 "Desde el punto de vista del paciente": !bid., pág. 139.
128 las primeras transcripciones psiquiátricas: Entrevista del autor con ]ay Ha ley, 1O de
Abril de 1996.
131 "cuatro semanas": Este diálogo aparece en Direct Analysis de Rosen, págs. 131-136.
131 el psiquiatra William Horwitz: William Horwitz et al., "A Srudy of Cases of
Schizophrenia Trated by Direct Analysis."
131 Una segunda investigación: Robert Bookhammer et al., "A Five-Year Clinical Follow­
up Srudy of Schizophrenics Treated by Rosen's 'Direct Analysis' Compared with
Conrrols."
132 "casi milagrosa intuición": O. Spurgeon English, "Clinical Observations on Direct
Analysis," pág. 160.
132 "heridas colltundentes ": "Doctor Settles Suit in Patient's Death for 1 00,000," Miami
.. '
Herald, 3 de septiembre de 1981.
132 Rosen renunció a su licencia: Jeffrey Masson dedica un capítulo de Against Therapy a
Rosen y destaca varias historias terribles, algunas implicando tanto abusos sexuales como
palizas. Rae! Jean y Virginia Armar hablan también de Rosen en Madness in the Streets.

CAPÍTULO SIETE: DE MALAS MADRES A MALAS FAMILIAS

133 Ahora sabemos: Theodore Lidz, "A Developmenral Theory," en John Shershow,
Comp., Schizophrenia: Theory and Practice, pág. 71.
133 "como una bomba": Luc Ciompi, The Psyche and Schizophrenia, pág. 127.
133 "demasiados músculos y estatura": Mary Catherine Bateson, With a Daughter's Eye,
pág. 20.
134 "En su coche había termitas": Entrevista del autor con ]ay Haley, 10 de abril de 1996.
134 "el hombre físicamente menos atractivo ": Jane Howard, Margaret Mead: A Life, pág. 154.
134 "un príncipe de los despistados ": Véase la necrología de Bateson en American
Anthropologist, pág. 382.
134 "Mientras la guerra nos engullía": Margaret Mead, Blackberry Winter: My Earlier
Years, pág. 238.
134 "Los alumnos de Gregory": Bateson, With a Daughter's Eye, pág. 109.

368
Notas

135 "cuarenta horas a la semana": En 1990, John Weakland y Jay Haley se grabaron en
vídeo a sí mismos recordando su colaboración con Bateson. Los comentarios de este
párrafo son de esta cinta, que Haley tuvo la amabilidad de enseñarme.
135 "Había dinero": Entrevista del autor con Jay Haley, 1 0 de abril de 1996.
135 De Mary Poppins: El extracto de Mary Poppins aparece en Milton Berger, comp.,
Beyond the Double Bind, pág. 220n.
136 "es incapaz de distinguir": Ibid., pág. 1 3 .
136 "si elige esta alternativa ": Ibid.
137 "Un niiio se que;aba": Ciompi, The Psyche and Schizophrenia, pág. 1 27.
137 "La persona atrapada ": Jbid., pág. 153.
138 hostiles, ansiosas: Berger, Beyond the Double Bind, págs. 1 4- 1 7.
138 'bread-and-butterf/y': Ibid., pág. 2 1 2 .
1 3 8 "La posibilidad teórica ": Berger, Beyond the Double Bind, pág. 1 4 .
1 3 8 "Bateson afirmaba": Esro procede d e la película d e 1990 sobre Bareson d e Haley­
Weakland.
139 no "había sido comprobada estadísticamente": Berger, Beyond the Double Bind, pág. 14.
139 "las situacionfesj familiares": La discusión de Bateson sobre el apuro del esquizofréni­
co es de Berger, Beyond the Double Bind, págs. 14-16.
140 "una enfermedad transmitida por la familia ": Don D. Jackson, "A Note on rhe
Importance of Trauma in the Genesis of SchizoJ? hrenia," pág. 184.
1 40 "Él estaba contento de verla": Berger, B eyond the Double Bind, pág. 1 8.
141 "un grupo de investigación": Theodore Lidz, "Schizophrenia and the Family," en Lidz,
Stephen Fleck, y Alice Cornelison, comps., Schizophrenia and the Family, pág. 8 1 .
1 4 1 "Ahora sabemos": Lidz, "A Developmental Theory," pág. 7 1 .
124 "criticaba constantemente": Theodore Lidz, "The Fathers," en Lidz, Fleck y
Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 107.
141 "El señor Grau sentía una paranoica hostilidad": Theodore Lidz, "The Transmission
of Irrationaliry," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 1 78 .
141 "una persona extraordinariamente distraída": Theodore Lidz, "The Mothers of
Schizophrenic Parients," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Farnily,
pág. 315.
142 "necesitaban y utilizaban": Ibid., pág. 314.
142 "típicas madres esquizo(renogénicas": Lidz, "The Transmission of Irrationality," pág. 176.
142 "reservadas, hostiles": Lidz, "The Morhers of Schizophrenic Patients," pág. 323.
142 "Los padres son tan patológicos": Lidz, Schizophrenia and the Family, págs. 82-83.
142 "Fueron pocos los padres": Lidz, "The Fathers," pág. 103.
142 "dolencia o una enfermedad": Véase "An Interview with Dr. Theodore Lidz," en Roben
Boyers y Roben Orrill, comps., R . D . Laing and Anti-Psychiatry, págs. 1 5 1 -152.
142 "que se hubiese introducido": Lidz, "schizophrenia and the Family," pág. 76.

369
Notas

142 Una persona podría ser esquizofrénica: Boyers y Orrill, R. D. Laing and Ann­
Psychiatry, pág. 152.
142 ."Cuando el camino hacia el futuro": Lidz, "Schizophrenia and the Family," pág. 80.
143 Le gustaba subrayar: Theodore Lidz, "A Psychosocial Orientation to Schizophrenic
Disorders," pág. 214.
1 43 "Llegué a conocer": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
143 había sido un buen jugador: Lidz, "A Psychosocial Orientation ro Schizophrenic
Disorders," pág. 2 14.
143 "Después de pasar una hora": Ibid.
143 "Hablar a los padres": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1995.
143 "Los psiquiatras no han conseguido ": Lidz, "The Fathers," pág. 102.
143 "hablaba incesantemente ": Lidz, "The Transmission of Irrationaliry," pág. 1 85 .
1 4 3 "en una de sus declaraciones": Lidz, "The Fathers," pág. 1 16.
144 "desahogaba Libremente ": Lidz, "The Transmission of Irrationality," págs. 180, 182.
144 "Propusimos que un grupo de estudiantes ": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-
Psychiatry, pág. 1 74.
144 "Me aferré a eso": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1 995.
144 "Necesitábamos saber": Ibid.
144 "En todos los aspectos": Lidz, " Schizophrenia and the Family," pág. 27.
145 "cada una de las familias": Ibid.
145 "Empezamos a considerar": Theodore Lidz, "Family Studies and a Theory of
Schizophrenia," en Lidz, Fleck y Cornelison, "Schizophrenia and the Family, pág. 363.
145 "adiestramiento en la irracionalidad": Lidz, "Schizophrenia and the Family," pág. 83.
145 Este "lavado de cerebro": Lidz, "Family Studies and a Theory of Schizophrenia," pág. 3 74.
145 "la realización de una firme identidad": Ibid., pág. 371.
146 "Ahora comprendemos": Lidz, "A developmental Theory," pág. 73.
146 "Me gustaría ver": Entrevista del autor, 14 de noviembre de 1 995.
146 Las familias no solo eran malas: La teoría del "cisma" y "sesgadura" expuesta en los
primeros cuatro párrafos de esta sección procede de Lidz, "A Developmental Theory,"
págs. 74-77.
146 "He intentado conseguir": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-Psychiatry, págs. 159-160.
147 "No Lo hacemos": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
14 7 había sido "muy importante": Boyers y Orrill, R. D. Laing and Anti-Psychiatry, pág. 1 82.
147 "aun así, Freud mantuvo": Theodore Lidz, "The Relevance of Family Srudies and
Psychoanalytic Theory," en Lidz, Fleck y Cornelison, Schizophrenia and the Family, pág. 355.
147 n. Después de comparar: Sigmund Freud, "lntroductory Lectures," SE, vol. 16, pág. 459.
148 "No tenía sentido": Entrevista del autor, 1 4 de noviembre de 1995.
148 "las investigaciones hechas a fondo": Entrevista del a uror, 14 de noviembre de 199 5.

370
Notas

- "nos hemos remontado lo suficiente": Ibid.


- ··No lo están ": Ibid.
-'l ·-y ello causó problemas": Ibid .
•- '·A pesar de sus posibles defectos": Theodore Lidz y Stephen Fleck, "Schizophrenia,
Human lntegration, and the Role of the Family," en Don Jackson, comp., The
Etiology of Schizophrenia, pág. 332 .
• .!9 ··Aunque sea la madre": Silvano Arieti, Interpretation lf Schizophrenia, págs. 52-53.
_·o '"El niño necesita ser aceptado": lbid., pág. 45.
• )0 ··Todo niño tiene que ser desaprobado ": Ibid., pág. 46.
� '0 ·'La locura no es necesariamente": R. D. Laing, The Politics of Experience, pág. 133.
; 50 En un mundo con armas: Véase, por ejemplo, The Divided Self: "Una muchacha de
diecisiete años en un hospital mental me dijo que estaba aterrorizada porque tenía la
bomba atómica dentro de ella. Se trata de una alucinación. Los estadistas del mundo
que se jactan de que tienen armas para provocar el Juicio Final son tan peligrosos y
están tan separados de la 'realidad' como muchas de las personas a las que se les colo­
ca la etiqueta de 'psicótico"' (prefacio a la edición de Pelican, pág. 12).
151 Pegatinas que proclamaban: Bob Mullan, Mad to Be Normal: Conversations with R.
D. Laing, pág. 8.
151 "no menos respeto ": Laing, The Politics of Experience, pág. 129.
151 '"descubrirán que lo que nosotros": !bid,, pág. 129.
151 "nunca me abría la puerta ": Mullan, Mad to Be Normal, pág. 320.
151 "civilizada cortesía": lbid., pág. 321.
151 "Estoy seguro de que tú": Ibid., pág. 322.
152 "Freud fue un héroe ": R. D. Laing, The Divided Self, pág. 25.
152 Laing aseguró que: Daniel Burston, The Wing of Madness, pág. 224.
152 "en su psicosis": Laing, The Divided Self, pág. 192.
152 En un libro publicado: R. D. Laing, Conversations with Adam and Natasha, pág. 116.
152 "persona diagnosticada como esquizofrénica": Véase, por ejemplo, Laing, The Politics
of Experience, pág. 102.
152 n. La noción de la locura: Nathaniel Lee está citado en Mind-Forg'd Manacles, de Roy
Poner, pág. 2.
153 "Gran parte ": Laing, The Divided Se/(, pág. 164.
153 "considerar que las tácticas": Laing, The Politics of Experience, pág. 102.
153 "Que yo sepa": lbid., pág. 114.
153 "Sin excepción, la experiencia": Ibid., págs. 114-115.
154 "Sería me;or pensar": Laing, The Divided Se/(, pág. 190.
154 "Estamos llevando": Laing, The Politics of Experience, pág. 104.

371
Notas

154 Su propia madre: Este relato sobre la madre de Laing es de Burston, The Wing o:
Madness, págs. 1 0- 1 2. La última frase del párrafo, sobre el mayor remordimiento de
Laing, es de Burston, pág. 142.
155 en una conferencia en el: Burston, The Wing of Madness, pág. 1 37.
1 5 6 una mujer llamada Nancy: Entrevista del autor, 1 7 de enero de 1996.

CAPÍTULO OCHO: P UNZONES PARA PICAR HIELO


Y E L ECTROSHOCKS
1 57 Actualmente, los cirujanos piensan: "Explorers of the Brain," New York Times, 30 de
octubre de 1 949, pág. ES.
158 "Puede sangrar": Karl Menninger, The Vital Balance, pág. 305.
1 5 8 "Los investigadores han examinado ": Silvano Arieti, Interpretation of Schizophrenia,
pág. 8 .
1 5 8 " A diferencia de": Theodore Lidz, The Origin and Treatment o f Schizophrenic
Disorders, págs. 6-7.

1 58 "en cualquier país": Nancy Andreasen, The Broken Brain, pág. 1 6 .


1 5 9 "Si hubiese muerto ": Edward Shoner, From Paralysis to Fatigue, pág. 243.
159 "impenetrable oscuridad": Irving Gotresman, Schizophrenia Genesis, pág. 82.
159 "Es dificil exagerar": Nathan Hale, Freud and the Americans, pág. 50.
1 6 1 un profesor de Frankfurt: Edward Shorrer, History �f Psychiatry, págs. 54-55.
1 6 1 Durante décadas, los médicos especularon: Este informe procede de Martin Seligman,
What You Can Change and What You Can't, págs. 3 1 -32.

1 6 1 n . En 1 9 1 7, el psiquiatra vienés: Shorrer, History of Psychiatry, págs. 1 93 - 1 94.


162 "Se publicaron muchísimos": Entrevista del autor, 19 de octubre de 1 995.
162 n. Kraepelin pudo aduras penas contener: Gotresman, Schizophrenia Genesis, pág. 1 5 .
163 "con la frustración con que uno da golpes ": New York Review of Books, 2 4 d e abril
de 1 986.
164 "una silla a a que se sujetaba": Andreasen, The Broken Brain, pág. 190.
164 Great and Desperate Cures: Mi relato sigue atentamente el espléndido trabajo de
Valenstein . Para otra perspectiva y una excelente bibliografía, véase Víctor Swayze,
"Frontal Leukotomy and Related Psychosurgical Procedures in the Era Before
Antipsychotics ( 1 935-1954): A Historical Overview." Para discusiones sobre el uso
corriente de neurocirugía en los trastornos mentales, véase Poynton y Malhi et al.
1 64 "Este método ": William Sargant, Battle for the Mind, pág. 64.
1 65 "Con leves esperanzas": La frase citada es de una autobiografía no publicada de
Meduna y se cita en Max Fink, "Meduna and the Origins of Convulsive Therapy,"
pág. 1035.
1 65 (Bini experimentó): Franz Alexander y Sheldon Selesnick, The History of Psychiatry,
pág. 282.

372
Notas

166 cirugía del lóbulo central: Elliot Valenstein, Great and Desperate Cures, págs. 77-79;
véase también Swayze, "Frontal Leukotomy," págs. 505-515.
!6- .. Unas trescientas personas": "Psychosurgery," Time, 30 de noviembre de 1942, pág. 48.
16- "¿Qué pasa por su mente en este momento? ": Ibid.
168 De sus 136 casos: lbid., pág. 49.
168 Freeman y Watts omitieron: Robyn Dawes establece este punto en House of Cards,
pág. 48.
168 "El sentirse libres": Psychosurgery, pág. 48.
168 '"También he estado probando": Valenstein, Great and Desperate Cures, pág. 203.
169 "vio a Freeman inclinado": lbid., pág. 204.

!69 "neurosis de ansiedad": "Mass Lobotomies," Time, 15 de septiembre de 1952, pág. 86.
169 "Mientras permanecían atados ·•: lbid.
169 "Es más seguro operar": Ibid.
¡ -o el procedimiento del punzón: Valenstein, Great and Desperate Cures, pág. 229.
¡ -o "Los hipocondríacos ya no ··: "Explorer of the Brain," New York Times, 30 de octu­
bre de 1949, pág. ES.
¡ -o ··un asunto difícil": Frank T. Verrosick, Jr., "Lobotomy's Back," Discover, octubre de
1997, pág. 68.
PO "Es como si le hubiesen": Swayze, "Frontal Leukoromy," pág. 507.
170 n.Actualmente en un escaso número: Pah un relato periodístico del papel corriente de
la neurocirugía en el tratamiento del trastOrno mental, véase "Brain Surgery Is Back
in a Limired Way ro Treat Mental Ills," The Wall Street ]ournal, 1 de diciembre de
1994, pág. l . Véase también Poynton y Malhi et al.
171 "los esquizofrénicos son los casos": Grey Matter," Time, 28 de mayo de 1951, pág. 81.

CAPÍTULO NUEVE: LAS COSAS CAMBIAN

1 -3 Haber olvidado: Maria Ron y Tan Harvey, "The Brain in Schizophrenia," pág. 725.
174 n. El descubrimiento de muchos: Véase John Ca de, "The Srory of Lithium," en Frank
Ayd y Barry Blackwelt, comps., Discoveries in Biological Psychiatry. Esta excelente
colección consiste en ensayos escritos por los descubridores mismos.
1 -5 "la mayoría habían pasado": Este relato está basado en mi entrevista con Klein, 4 de
diciembre de 1995, así como sobre su informe en Mind, Mood, and Medicine.
175 Rip van Winkle: Donald Klein y Paul Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 148.
175 "un milagro médico ": Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.
175 "El gran cambio ": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1995.
176 Algunos medicamentos tienen el mismo efecto: Citado en Martín Gross, The
Psychological Society, pág. 106.
176 "Lo podíamos comprobar": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1995.

373
Notas

1 77 La prima: Estas cifras proceden de Irving Gonesman, Schizophrenia Genesis, pág. 96.
Gottesman provee al profano de la mayoría de los detalles y, simultáneamente, de el
más claro informe sobre la genética de la esquizofrenia.
178 Consideremos a los gemelos: Las cifras de este párrafo son de ibid.
179 "Tropecé con un enjambre": Este relato está basado en mi entrevista con Heston del
1 2 de diciembre de 1995 y en "Interactions Between Early Life Experience and
Biological Factors i n Schizophrenia" de Leonard Hes ton y Duane Denney.
182 "sólo podía preguntarme": Este informe es de Genain Quadruplets de Rosenthal. La
cita procede de la pág. 7.
1 83 "Señalé una interesante": Entrevista del autor, 19 de octubre de 1995.
183 Para demostrar esta predicción: Este relato del trabajo de Kety está basado en mi
entrevista con Kety del 1 9 de octubre de 1995 y sobre sus resultados publicados. La
mayor parte de los artículos aparecen listados en la bibliografía. El primero y más
importante fue "The Types and Prevalence of Mental Illness i n the Biological and
Adoptive Families of Adopted Schizophrenics." Encontramos una panorámica más
accesible en el ensayo de Kety " Heredity and Environment." El análisis de Gottesman
sobre Kety, en Schizophrenia Genesis, es muy claro.
184 Si no se observa: Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 143.
185 "Gracias, Ted Lidz": Entrevista del autor, 27 de octubre de 1995.
1 86 (Solían comentar): Klein y Wender, Mind, Mood, and Medicine, pág. 175.
1 86 "indudablemente el único tratamiento": Philip.May, Treatment ofSchizophrenia, pág. 262.
1 87 "cara e ineficaz": lbid., pág. 262.
187 "alarmantes y traumáticas": lbid., pág. 26.
187 "el efecto de la psicoterapia ": Ibid., pág. 232.
1 87 "los tratamientos excesivamente agresivos": Roben Drake y Lloyd Sederer, "The
Adverse Effects of Intensive Treatment of Chronic Schizophrenia," pág. 314. E. Fuller
Torrey analiza a May, Drake y Sederer en Surviving Schizophrenia {págs. 1 67-169) y
proporciona también referencias más actuales.
187 "Sólo una persona": Karl Menninger, The Vital Balance, pág. 294.
188 Pensemos en un jefe gruñón: Irving Gottesman, comunicación personal.
1 8 8 "Para un 5 por ciento": Torrey, Surviving Schizophrenia, pág. 192.
188 El más temido: lbid., págs. 202-204.
188 "Se nos dijo": Entrevista del autor, 14 de diciembre de 1 995.
1 88 consideremos la experiencia de Hobson: Este relato está basado en m i entrevista con
Hobson del 1 4 de diciembre de 1995, y en el informe de Hobson en The Chemistry of
Conscious States.

1 90 Rüdin sirvió: R . C. Lewontin, Steven Rose y Leon Kamin, Not in Our Genes, pág. 207;
Gottesman, Schizophrenia Genesis, pág. 207.
190 "la presencia médica predominante": Roben Jay Lifton, The Nazi Doctors, pág. 27.
1 90 "decisivo ... revolucionario impulso": Ibid., pág. 28.

374
Notas

190 La parte más importante de la investigación: Phiüp May, Treatment ofSchizophrenia, pág. 60.
190 Ya fuesen celebridades: Véase, por ejemplo, L. Grinspoon, J. R. Ewalt y R. l. Shader,
Schizophrenia: Pharmacotherapy and Psychotherapy.
191 "una necesidad de desmentir": Annemargret Osterkamp y David Sands, "Early
Feeding and Birth Difficulties in Childhood Schizophrenia: A Brief Study," pág. 365.
191 "sutil malevolencia": Don D. Jackson, "A Note on the lmportance of Trauma in the
Genesis of Schizophrenia," pág. 183.
192 "ha atormentado por igual": Lyman Wynne, "Knotted Relationships, Communication
Deviances, and Metabinding," en Berger, Beyond the Double Bind, pág. 180.
J 93 " Una nueva verdad científica": Thomas Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions,
pág. 151.

CUARTA PARTE: A U TISMO

195 El factor que desencadena: Bruno Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 125.

CAPÍTULO DIEZ: UN MISTERIO ANUNCIADO

197 Ha llamado nuestra atención: Leo Kanner, "Autistic Disturbances of Affective


Contact," pág. 217.
J 97 llamó a la puerta de Bruno Bettelheim: Este informe de la vida temprana de Bettelheim
está basado sobre sus escritos automográficos, especialmente Surviving y The
Informed Heart así como sobre dos biografías recientes, una de Richard Pollak y la
otra por Nina Sutron. El mejor libro, The Creation of Dr. 8, de Pollak, plantea pre­
guntas sobre un montón de aspectos en la historia de la vida de Bettelheim, incluyen­
do su relato sobre sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial.
197 "la peor de las torturas": Bruno Betrelheim, The lnformed Heart, pág. 119.
197 "me sentí orgullosos de mi mismo": lbid., pág. 126.
198 situaciones extremas: Véase el ensayo de Bettelheim "Individual and Mass Behavior i n
Extreme Situations," incluido en Surviving.
198 "un flautista de Hamelin": La descripción es de Leon Eisenberg, de su prefacio a la
colección de los artículos de Kanner titulados Childhood Psychosis: lnitial Studies and
New Insights, pág. xii.
198 (En una ocasión escribió): El ensayo, "The Ignored Lesson of Anne Frank," puede
encontrarse en Surviving.
1 99 "Desde 1938": El ensayo de Kanner se llamaba "Auristic Disturbances of Affective
Contact." Las referencias que cito más abajo de sus páginas pertenecen al ensayo tal
como se publicó originalmente. Quizá sea más fácil encontrarlo reeditado e n
Childhood Psychosis d e Kanner.
200 ''Cada uno de los niños": Kanner, "Autistic Disturbances of Affective Contact," pág. 246.
200 "un saco de harina" Ibid., pág. 243.

375
Notas

200 "El padre, la madre ": Ibid., pág. 247.


201 "niño salvaje de Aveyron ": Este informe está extraído de Autism, de Uta Frith, y de
Qenie, de Russ Rymer. Para relatos más detallados, en forma de libro, de esta extraña
historia, véase The Wild Boy of Aveyron, de Harlan Lane, o The Forbidden
Experiment, de Roger Shattuck.

201 "Me inquieta que el hombre natural": Russ Rymer, Genie, pág. 66.
201 "ningún sentimiento de gratitud": Uta Frith, Autism, pág. 22.
201 "joanie está haciendo un ruido divertido ": Oliver Sacks, An Anthropologist on Mars,
pág. 269. El estudioso del autismo se ve bendecido con muchos libros excelentes, los
destacados trabajos de Sacks entre ellos. Véanse también los ensayos de Sacks sobre
autismo en The Man Who Mistook His Wife for a Hat. También son excelentes
Autism y Autism and Asperger Syndrome, de Uta Frith. De entre un gran número de
libros de recuerdos a cargo de padres y niños autistas, mis favoritos son The Siege, de
Clara Parks, The Sound of a miracle, de Annabel Stehli y Let Me Hear Your Voice, de
Catherine Maurice. Para relatos sobre el autismo en primera persona, véase
Emergence: Labeled Autistic y Thinking in Pictures, de Temple Grandin y Nobody
Nowhere y Somebody Somewhere, de Donna Williams. Grandin es la que se autodes­
cribe como una "antropóloga en Marte" en el libro de Sacks.
202 "Oh, yo estoy muy bien": Sacks, An Anthropologist on Mars, pág. 207.
202 "Ahora puedo explicar": Frith, Autism and Asperger Syndrome, pág. 1 3 8 .
2 0 2 "deseo obsesivo ": Kanner, "Auristic Disturbances of Affective Contact," pág. 245.
202 Una madre hizo una lista: Ruth Sullivan, "Autism: Definiti�::ms Past and Present," pág. 7.
202 Jan lloraba inconsolablemente: Russell Martín, Out of Silence, págs. 3-4.
202 En San Diego: Entrevista del autor con Gloria Rimland, 9 de Abril de 1996.
202 Ian había visto la película: Martín, Out of Sile1zce, pág. 42.
202 "Un niño normal": Entrevista del autor, 17 de mayo de 1996.
203 "Cuando llevamos": Entrevista del autor, 9 de abril de 1 996.
203 Una madre recuerda: Stehli, The Sound of a Miracle, pág. 2 1 .
203 "Podía sentarme durante horas": Grandin, Thinking in Pictures, pág. 44.
203 "un rayo de Sol": El observador era ltard, el profesor de Wild Boy, citado en
Psychological Problems in Mental Deficiency, de Seymour Sarason, pág. 324.

203 "como dos gotas de agua "': Citado en Infantile Autism, de Bernard Rimland, pág. 17.
204 Cuando llevaba a s u hijo: Leo Kanner, "Early Infantile Autism, 1943-1955," en
Childhood Psychosis, de Kanner, pág. 95.

204 Un ni1io autista: Kanner, "Autistic Disturbance of Affective Contact," pág. 237.
204 "su rostro se iluminó": Stehli, The Sound of a Miracle, pág. 1 1 6.
204 Una mujer llamada Ruth Sullivan: Entrevista del autor, 23 de mayo de 1996.
205 ·'sencillas, fuertes y universales ": Sacks, A n Anthropologist on Mars, pág. 286.
205 "El circuito emocional": lbid., pág. 286.

376
Notas

205 "No es fácil valorar": Kanner, "Autistic Disturbance of Affective Conract," pág. 250.
205 "Los niños de nuestro grupo": Ibid., pág. 248.
206 "Por lo tanto, hemos de asumir": Ibid., pág. 250.
206 "El comportamiento de los padres ": Leo Kanner, "Problems of Nosology and
Psychodynamics in Early Infantile Autism," en Childhood Psychosis, de Kanner, pág. 57.
206 "se había sentado junto a su madre": lbid., pág. 5 8 .
206 " L a mayoría de los padres": Ibid.
206 Kanner le preguntó a u n padre: lbid.
206 "Los niños eran": Ibid., pág. 60.
207 "La mayoría de los pacientes ": !bid., pág. 6 1 .
207 El 1 2 de Febrero de1967: Este relato está basado e n m i entrevista con Annabel Stehli
del 7 de mayo de 1996, y en su excelente libro de recuerdos The Sound of Miracle.
208 "Nuestros estudios se concentran": Bruno Bertelheim, "Where Self Begins," New York
Times Magazine, 1 2 de febrero de 1 967.

208 "Nuestro trabajo demuestra ": lbid., pág. 7 1 .


208 "Las cosas pueden ir terriblemente mal": Ibid.
208 "Entre el grupo de": New York Times Book Review, 26 de febrero de 1 967, pág. 44.
209 El autismo es "una defensa": Bruno Berrelheim, The Empty Fortress, pág. 392n.

CAPÍTULO ONCE: LA CONEXIÓN B UCHEN WALD

21 1 Mis reacciones a los acontecimientos: Bruno Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 10.
2 1 1 E l número de niños autistas: En The Empty Fortress, Bettelheim escribió que "el núme­
ro de niños autistas con los que podemos trabajar a la vez es relativamente escaso, por­
que, si hemos de ayudarlos, lo máximo que podemos tener es de seis a ocho niños ver­
daderamente autistas entre nuestra población de cuarenta y cinco" (pág. 94).
2 1 2 "el resultado de la falta de humanidad": Bruno Bettelheim, "Feral Children and
Autistic Children." pág. 1 8 8 . El ensayo puede encontrarse en Freud's Vienna and
Other Essays.

2 1 2 "un niño al que se le había robado ": Bruno Bettelheim, "Joey: A Mechanical Boy,",
pág. 1 17.
2 1 2 "Nunca he visto a un nilio " : Bettelheim hizo esta declaración en una cana al editor del
Scientific American de mayo de 1959 (pág. 1 6). Replicaba a una cana de un médico
llamado Jacques May, quien había criticado a Bettelheim por hacer declaraciones que
eran "puramente interpretativas y no podían ser probadas" (pág. 1 2 ) . May era el
padre de gemelos autistas (aunque no mencionó este hecho en su carta); el año ante­
rior, había escrito un breve, pero convincente, libro titulado A Physician Looks at
Psychiatry sobre sus dificultades a la hora de encontrar ayuda para sus hijos. May fue
el primero en escribir sobre el autismo desde la perspectiva del progenitor; hoy exis­
ten docenas de trabajos de esta indole.

377
Notas

2 1 2 un "caso desesperado": Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 1 2 . "Antes de que
nuestros propios hijos hubiesen nacido," escribió Bettelheim, "debido a nuestra fasci­
nación por el psicoanálisis infantil, que precisamente entonces empezaba a desarro­
llarse, m i mujer y yo acogimos a una niña que padecía de autismo infantil (un caso
'sin esperanza') para averiguar si la nueva disciplina podría ayudarla." En The Empty
Fortress, Bettelheim proporciona otra versión de la historia que difería de una forma
extraña y significativa. "Desde 1932 hasta marzo de 1938 (la invasión de Austria),"
escribió, "vivió conmigo un niño autista, y durante algunos años dos." (pág. 8 ) . Tanto
Richard Pollak como Nina Sutton, él un biógrafo hostil a Bertelheim y ella una admi­
radora suya, están de acuerdo en que Bertelheim inventó gran parte de su autobiogra­
fía. En particular, ambos biógrafos plantean tres serias cuestiones sobre la declaración
citada aquí. Por lo visto había una niña trastornada, no dos, viviendo con los
Bettelheim en los años treinta; no está nada claro que la muchacha fuera autista; y
parece ser que fue la mujer de Bettelheim la que se cuidó de la niña, mientras que él
no tuvo casi nada que ver con ella.
2 1 2 Había nacido:
Bettelheim explica la historia de Anna en The Empty Fortress, pág. 7 y
págs. 374-375.
213 su historia hizo que Bettelheim: Ibid., pág. 7.
2 1 3 "Fui incapaz ": Bettelheim, A Home for the Heart, pág. 1 2 .
2 1 3 "Los niños que desarrollan": Bruno Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction ro
Extreme Situarions," pág. 1 1 6 . Se puede encontrar el ensayo en Surviving, de
Bettelheim.
2 1 3 "La diferencia entre la desdicha": Ibid., pág. 1 1 6.
2 1 4 "aceptando los mayores desafíos": Roberr Coles, "A Hero for Our Time," reeditado
en The Mind's Fate, pág. 1 3 8 .
2 1 4 "los padres de los niños podían": Ibid., pág. 140.
214 "A lo largo de este libro": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 1 2 5 .
2 1 4 Es importante señalar: Marian DeMyer, Parents a n d Children i n Autism, pág. xi.
214 "Eran niños adorables ": Entrevista del autor, 14 de Mayo de 1996.
215 " Recordemos," decía Donnellan: Ibid.
215 Un niño autista examinado: "Life in a Parallel World," Newsweek, 13 de mayo de
1 996, pág. 70.
215 "Intersección peligrosa":
Ruth Sullivan, "Rain Man and Joseph," en Eric Schopler y
Gary Mesibov, comps., High-Functioning lndividuals with Autism, pág. 244.
2 1 6 Cuando tenía tres años: Clara Park, The Siege, pág. 79-80.
2 1 6 Un famoso par: Sin duda el mejor artículo sobre los gemelos es el espléndido ensayo
de Oliver Sacks "The Twins," en The Man Who Mistook His Wife for a Hat. Para
fotografías de los gemelos y un artículo que es mejor de lo que uno supondría por su
título, véase Dora Jane Hamblin, "They are 'Idiot Savants'- Wizards of the Calendar,"
Life, 18 de marzo de 1966. Para un seco pero detallado informe, véase también
William Horwitz er al., "Idenrical Twin- 'Idiot Savants'- Calendar Calculators."

378
Notas

2 1 6 No eran capaces de contar: Darold Treffert, Extraordinary People: Understanding


"ldiot Savants, '' pág. 36.
2 1 6 la abstracción más simple: Horwirz et al., "Idemical Twin- 'ldiot Savams'- Calendar
Calcularors," pág. 1078.
2 1 6 A l pedirle que multiplicara: Hamblin, "They Are 'Idiot Savants'- Wizards of
Calendar."
2 1 6 El psiquiatra David Viscott: David Viscott, "A Musical Idiot Savam," págs. 494-5 1 5 .
2 1 8 "transmite excesiva presión":J. Louise Despert, "Sorne Considerations Relating ro rhe
Genesis of Autistic Behavior in Children," pág. 346.
2 1 8 "El interés que demuestran": Leon Eisenberg, "The Fathers of Autistic Children," pág.
722. La descripción de Eisenberg de los padres como "obsesivos, indiferentes y aris­
cos" se encuentra en la pág. 72 1 .
2 1 8 "aislada y fragmentada ":Beata Rank, "Adaptation of the Psychoanalyric Technique
for the Treatment of Young Children with Arypical Developmem," pág. 136.
218 "Se ha sugerido ": Michael J . A. Howe, Fragments o( Genius, pág. 67.
2 1 9 El psicoanalista Albert Cain:Albert Caín, "Special 'Isolared' Abilities m Severely
Psychotic Young Children," pág. 145.
2 1 9 "Esta es mi cabeza ": Hamblin, "They Are 'Idiot Savanrs'- Wizards of rhe Calendar."
2 1 9 Dejó de mirar: Carherine Maurice, Let Me Hear Your Voice, págs. 40-4 1 .
221 "convencida de que su madre": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 1 63 .
221 "Peter s e transformó": Ibid., pág. 437.
221 La pareja le puso:" La Fillette au Moi Dormant," Fígaro-Magazine, 21 de septiembre
de 1 9 9 1 .
2 2 1 "hábitat natural": Jules Henry, Pathways to Madness, pág. xv. 1 90 "Every culture has
ro strive": !bid., pág. 290.
222 "El hecho de que los padres ": Ribble hizo sus comentarios como parte de un análisis
tras la lectura de un artículo sobre autismo de J. Louise Despert. Véase Despert,
"Sorne Considerations Relating ro rhe Genesis of Autistic Behavior in Children," págs.
347-348.

223 "la delicada relación":


Rank, "Adaptation of the Psychoanalyric Technique for rhe
Treatmem of Young Children with Atypical Developmem," pág. 136.
223 "el brillo que irradian": Ibid., pág. 1 3 2 .
2 2 3 "la necesidad de ser madres": Ibid., págs. 1 3 1 -132.
223 '· Un niíio pasivo ": !bid., pág. 1 32.
223 "El niño ha obedecido": Henry, Pathways to Madness, pág. 2 8 9 .
224 "al darle e l biberón ": Maurice Creen, "The l nterpersonal Approach ro Child
Therapy," en Benjamin Wolman, comp., Handbook o( Child Psychoanalysis, pág.
532.

224 "mujeres solitarias": Maurice Green y David Schecter, "Autistic and Symbiotic
Disorders in Three Blind Children," pág. 637.

379
Notas

224 "No tenían la necesidad": lbid., pág. 640.


225 "Al anticiparse excesivamente": Tarlton Morrow y Earl Loomis, "Symbiotic Aspects
of a Seven-Year-Old Psychotic," en Gerald Caplan, comp., Emotional Problems of
Early Childhood, pág. 3 4 1 .
225 "aquellos que, sopesando": Betrelheim, The Empty Fortress, pág. 153.
225 "El niño anhela ": Ibid., pág. 248.
225 lo hacían como tú: Leo Kanner, "Autistic Disturbances of Affective Contact," pág. 244.
225 Donald, que tenía cinco años: Ibid., pág. 220.
225 (Newsweek publicó): Newsweek, 2 7 de marzo de 1967, pág. 70.
225 "Es evidente que la falta de uso": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 244.
225 "El/y sabía quien era": Park, The Siege, pág. 206.

CAPÍTULO DOCE: LOS CIENTÍFICOS

227 A l decir esto: Nikolaas Tinbergen, "Ethology and Stress Diseases," pág. 22.
227 "Miles de niños": Gertrude Samuels, "The Lost and Forgotten Children of Europe,"
New York Times Magazine, 24 de octubre de 1948.

228 privación materna: John Bowlby, Maternal Care and Mental Health, pág. 1 1 .
228 e l psicoanalista René Spitz: René Spitz, "Hospitalism: A n Inquiry into the Genesis of
Psychiatric Conditions in Early Childhood." El trabajo de Spitz es analizado en el
excelente Mother-Jnfant Bonding: A Scientific Fict1on, de Diane Eyer.
228 "No les sonreíamos:" Wayne Dennis, "lnfant Development Under Conditions of
Restricted Practice and of Minimum Social Stimulation: A Preliminary Report," pág. 150.
229 "El día 1 92": Ibid., pág. 151.

229 "Muchos de los actos": Ibid., págs. 156-157.


229 La causa de que estos dos: Bowlby, Maternal Care, págs. 33-34.
229 "El amor maternal": Ibid., pág. 1 5 8 .
229 " Ya s e h a puesto mucho énfasis": Ibid., pág. 67.
230 "La provisión de atención": Ibid., pág. 4 1 .
2 3 0 L a lista s e iniciaba: Ibid., pág. 73.
230 Bowlby era un "adicto ": Robert Karen, "Becoming Attached," pág. 44.
231 "Konrad Lorenz se percató": Janet Malcolm, Psychoanalysis: The Impossible
Profession, pág. 1 5 8 .

2 3 2 Con e l fin de estudiar e l miedo: Clara Mears Harlow, comp., From Learning to Love:
The Selected Papers of H. F. Harlow, pág. 328.

232 "Los seres humanos deprimidos": Stephen J. Suomi y Harry F. Harlow, "Apparatus
Conceptualization for Psychopathological Research in Monkeys," pág. 247. La foto
del mono encogido de miedo· está en la pág. 248.
232 el túnel del terror: págs. 248-249.

380
Notas

232 "inadvertidamente hemos producido ": Harlow, From Learning to Love, pág. 333.
233 " Los dos monos se sentaron": !bid., pág. xxxv.
,2.33 "gallinas cluecas.,: lbid.
233 Empezó con el discurso presidencial: !bid., pág. xxxiii. La charla está reeditada en
Harlow, From Learning to Love, págs. 1 01-120. Las fotografías de Harlow de sus
sucedáneos de madres hechas a mano aparecen en la pág. 106.
234 era, le gustaba decir a Harlow: Ibid., pág. xxxiii.

234 ''contacto con el bienestar": Ibid., pág. 108. En el resumen de Harlow, "Man cannot
live by milk alone" (pág. 108).
234 " Una sei'iora encantadora ": Ibid.
234 "caracterizada por su frialdad": Harry F. Harlow y William T. McKinney, Jr.,
"Nonhuman Primates and Psychoses," pág. 371.
235 "la observación y la reflexión ": Nikolaas Tinbergen, "Ethology and Stress Diseases,"
págs. 20-27. Este artículo constituye el discurso de aceptación de Tinbergen al recibir
el Premio Nobel.
235 "Para un observador bien formado": Ibid., págs. 22-23.
236 "comportamiento protector, maternal": Ibid., pág. 23.
236 "dispuestos a cooperar": Ibid.
236 Tinbergen era u n hombre sofisticado: Para u n breve informe de la vida y el trabajo de
Tinbergen, véase Ray Fuller, comp., Seven Pioneers o( Psychology.
236 En una ocasión, por ejemplo: E. A. Tinbergeii y N. Tinbergen, Early Childhood
Autism- An Ethological Approach, págs. 19-20.

236 "los niños normales pueden volverse": Ibid., pág. 2 1 .


236 "tres situaciones semicontroladas": Ibid., pág. 13.
237 "un grupo de especies ": Ibid., pág. 22.
237 "este trabajo tan importante": Ibid.

237 "conflicto de motivación ": lbid., pág. 24.


237 El núcleo del problema: Ibid., pág. 34.

237 "Parece absolutamente lógico": Nikolaas Tinbergen y Elisabeth A. Tinbergen,


" Autistic " Children: New Hope for a Cure, pág. 176. Para un examen crítico del tra­
bajo de Tinbergen, véase Eric Schopler, "The Stress of Autism as Ethology," y Lorna
Wing y Derek Ricks, "The Etiology of Childhood Autism" A Criticism of the
Tinbergens' Ethological Theory."

CAPÍTULO TRECE: LOS PADRES

239 Los padres confiaban: Catherine Maurice, Let Me Hear Your Voice, pág. 155.
239 ''Me hicieron sentir": Jacques M. May, A Physician Looks at Psychiatry, pág. 40. El
elegante libro de May, agotado, está disponible en una versión fotocopiada del Autism
Research Institute en San Diego.

381
Notas

240 "Tenía que convivir": Entrevista del autor, 7 de mayo de 1996.


241 "Puedes poseer toda clase": Entrevista del autor, 20 de Mayo de 1996.
241 Leo Kanner había dicho que era demasiado viejo: Este informe está basado en unas
entrevistas del autor con Ruth Sullivan y Clara Park, quienes estaban entre el público
en la charla de Kanner, y en una transcripción de una charla de Kanner preparada por
Sullivan y editada por Kanner. Sullivan me proporcionó gentilmente una copia de la
transcripción.
242 "pero como era Leo Kmmer": Clara Park, comunicación personal.
242 "trastornos autistas innatos": Leo Kanner, "Autistic Disturbances of Affective
Contact," pág. 250.
242 "el significado emocional": Hilde Bruch, Studies in Schizophrenia, pág. 12.
243 "Existe un tipo de niño": "The Child Is Father," Time, 25 de julio de 1960, pág. 78.
243 "Permitamos que vosotras": Leo Kanner, In Defense of Mothers, pág. 7.
243 "extrañas palabras y frases ": Ibid., pág. 6.
244 "atmósfera repleta de ismos ": lbid., pág. 5.
244 "un campo de batalla ": Leo Kanner, "Cultural Implications of Children's Behavior
Problems," pág. 358.
244 "La madre continúa": Ibid., pág. 358.
245 "he hecho hincapié" Leo Kanner, "Problems of Nosology and Psychodynamics in Early
Infantile Autism," pág. 6 1 .
245 "La coincidencia entre el autismo infantil": Leo K.inner, "Infantile Autism and the
Schizophrenias", reeditado en Childhood Ps)'chosis, de Leo Kanner, pág. 134.
245 "Mantuve largas conversaciones": Entrevista del autor, 11 de junio de 1996.
245 "Investigué todas ": Entrevista del autor, 22 de mayo de 1 996.
246 "En un momento en el que": Entrevista del autor, 15 de diciembre de 1995.
246 "Creo que a pesar suyo": lbid.
246 "an álogo en todos los aspectos ": Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional
Neurosis," SE, vol. 1 O, pág. 206n.
246 Incluso un amigo íntimo: Bruno Bettelheim y Alvin Rosenfeld, The Art of the Obvious,
págs. 4, 9.
247 "era un hombre muy honesto ": Entrevista del autor, 22 de mayo de 1996.
247 "Era un sádico": Entrevista del autor, 15 de diciembre de 1995.
247 Bettelheim -afirma con rotundidad-: Entrevista del autor, 17 de mayo de 1996.
247 convenciéndonos de que tenía: Bruno Bettelheim, " Master Teacher and Prodigious
Pupil," en Freud's Vienna and Other Essays, pág. 164.
248 "Del mismo modo que jugar con bloques": Bruno Bettelheim, "The Importance of
Play," pág. 45.
248 "Hemos trabajado con un total": Bruno Bettelheim, The Empry Fortress, pág. 413.
248 De estos warenta niños autistas: Ibid., pág. 414.

382
Notas

248 "Los diecisiete náios": !bid., pág. 4 1 5 .


249 ··Uno de mis antiguos muchachos" : World Without '!,"' Newsweek , 2 7 d e marzo de
L 967, pág. 7 1 .
249 "curó a l 85% ": Nina Sutton, Bettelheim, pág. 374.
249 "Dijo una mentira tremenda ": Entrevista del autor, 1 7 de mayo de 1996.
249 "Bettelheim anunció": Entrevista del autor, 15 de diciembre de 1995.
249 "De la noche a la mañana": Leo Kanner, "Autism and the Schizophrenias," reimpre-
so en Childhood Psychosis, de Kanner, pág. 125.
249 "auténticos autistas ": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 94.
249 "Él decidía quien era autista " : Entrevista del autor, 22 de mayo de 1996.
250 "nadie sabe como": Bettelheim y Rosenfeld, The Art of the Obvious, pág. 120.
250 "La beca de la Fundación Ford": Sutton, Bettelheim, pág. 399.
250 "El éxito a la hora de ayudar": El comentario de Bettelheim es de una versión manus­
crita de A Home for the Heart que entregó a modo de regalo a un consejero de la
Orthogenic School. La frase no aparece en el libro publicado, pero es citada en Sutton,
Bettelheim, pág. 449.

251 "Se trataba de un entorno protegido": Eksrein fue citado en el New York Times e l 1 4
d e marzo de 1990, e n la historia que relataba el suicidio d e Bettelheim.
251 "El castigo enseña al niño": Bruno Bettelheim, "Punishment versus Discipline," The
Atlantic Monthly, noviembre de 1985.

251 "¿Dezde cuándo?": Tom Wallace Lyons, The Pelican and After, págs. 27-28.
252 "En Buchenwald descubrió ": Sutton, Bettelheim, pág. 380. En la pág. 383, ella escri-
bió que "el Doctor B estaba desempeñando su papel como pararrayos."
253 "En ocasiones también nosotros": Bruno Bettelheim, Truants from Life, págs. 478-479.
253 "simplemente ansiosa o insegura ": Ibid., pág. 480.
253 "No es la actitud materna ": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 69.
253 "Llamé a Bruno": Entrevista del autor, 22 de mayo de 1996.
253 "Toda mi vida ": Sutton, Bettelheim, pág. 305.
254 "un cambio de entorno": Leo Kanner, Child Psychiatry (ed. 1948), pág. 728.
Bettelheim cita positivamente a Kanner en Truants from Life, pág. 258.
2 5 4 "Nuestra propia experiencia ": Bettelheim, Truants from Life, pág. 258.
254 "Tan pronto como iniciamos " : Bruno Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction to
Extreme Circumstances," reimpreso en Surviving, pág. 1 1 9.
154 Para asegurarse de que los padres: Sutton, Bettelheim, pág. 324.
154 " Tenemos que proteger": Bettelheim, "Schizophrenia as a Reaction to Extreme
Circumstances," pág. 122.
1 5 4 '"Intentar rehabilitar": Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 407.

383
Notas

CAPÍTULO CATORCE: LA CULPABILIDAD


DE LOS PADRES A EXAMEN

255 A partir de esta observación: Marian DeMyer er al., "Parental Pracrices and Innare
Acrivity in Normal, Auristic, and Brain-Damaged Infanrs," pág. 5 1 .
2 5 5 estos cursos "irrelevantes": Entrevista del autor, 9 d e abril d e 1996.
255 El hijo de Bernard y Gloria Rimland: Este relato está basado en mis entrevistas con
Bernard, Gloria y Mark Rimland del 9 de abril de 1996, y en numerosas entrevistas
posteriores con Bernard Rimland solo.
262 Mientras trabajaba: N in a Sutton, Bettelheim, pág. 425.
262 "Rimland, un psicólogo: Bruno Bettelheim, The Empty Fortress, pág. 433.
263 "En las últimas décadas ": Bruno Bettelheim y Alvin Rosenfeld, The Art of the
Obvious, pág. 141 .

263 uno de cada tres autistas: Uta Frith, Autism, pág. 69.
264 El resultado fue que: Marian K. DeMyer, " Research in Infantile Autism: A Strategy and
irs Results." El artículo está reeditado en Anne Donnellan, comp., Classic Readings in
Autism. Para una panorámica de su propio trabajo y otros, véase Marian K. DeMyer
et al., "Infanrile Aurism Reviewed: A Decade of Research."
264 Los padres de los niños autistas: lbid., pág. 272.
264 "La mayoría de ellos": Entrevista del autor, 1 1 de junio de 1996.
264 "Si les pones ejercicios": Ibid.
265 alrededor del 80%: Marian K. DeMyer, Parents and Children in autism, pág. 128.
265 "Kanner creía " : Entrevista del autor, 1 5 de diciembre de 1995.
265 "Ni los descubrimientos ": Dos recientes estudios sobre gemelos ofrecen un poderoso
apoyo a la idea que el autismo tiene base genérica. Véase Bailey et al., "Aurism as a
Srrongly Genetic Disorder: Evidence from a British Twin Srudy": y LeCoureur et al.,
"A Broader Phenorype of Aurism: The Clinical Specrrum of Twins."
265 "En 1 979- alardeó recientemente": La orgullosa declaración de Rimland es de su pre­
facio a Sound of a Miracle, de Annabel Srehli, pág. 222.

EPÍLOGO: TEORÍAS ACTUALES SOBRE EL A UTISMO

267 "las islas de habilidad": Frirh, Autism, pág. 9 1 .


267 "extraordinaria memoria ": Jbid., pág. 95.
267 Si recitamos una lista de palabras: Ibid., págs. 92-93.
268 "no distinguen entre": lbid., pág. 147.
268 Una muñeca llamada Sally: Ibid., pág. 1 5 9 .
2 6 9 un actor miraba e l interior: Simon Baron-Cohen, Mindblindness, pág. 77.
269 ''El mismo niño autista ": Frirh, Autism, pág. 176.
270 "¿Está casada? ": Donna Williams, Somebody Somewhere, pág. 172.

384
Notas

270 Si se le pide que esconda: Baron-Cohen, Mindblindness, págs. 77-78.


270 (" Cualquier cosa que no controle"}: Donna Williams, Nobody Nowhere, pág. 69.
270 "Siempre estaba tratando ": La descripción de Paul McDonnell es de su prefacio a los
recuerdos de su madre, News from the Border. El pasaje citado procede de la pág. 347.
271 "Un niiio autista que no entiende ": Lorna Wing, A Cuide to Parents and Professionals,
pág. 64.
271 "Puedo saber": Oliver Sacks, An Anthropologist on Mars, pág. 270.
271 '·aunque mis emociones son más sencillas ": Temple Grandin, Thinking in Pictures, pág. 89.
271 "Puedo desenvolverme en sociedad": Ibid., pág. 1 82.
271 " N o soy muy buena ": Williams, Somebody Somewhere, pág. 2 0 1 .
272 "Dame la mano, por favor": Frirh, Autism, pág. 1 78.
272 Pero Clara Park seiialó: Clara Park, The Siege, pág. 204.
272 Aprendió la palabra hombre: !bid., págs. 202,212.
272 "]essy no sabe": Entrevista del autor, 1 4 de enero de 1 997.

QUINTA PARTE: EL TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO

2 75 Sin lugar a dudas: Sigmund Freud, "The Sense of Symptoms," SE, vol. 1 6, pág. 259.

CAPÍTULO QUINCE: ESCLAVIZADO POR LOS DEMONIOS

277 La persona encargada: Petcr Brown y Par Broeske, Howard Hughes, pág. 3 1 2 .
278 '"un cuchillo sin estrenar": Ibid., pág. 2 6 1 .
279 Antes de ponerla en marcha: Steven Rasmussen y Jane Eisen, "Phenomenology o f
OCD," e n Joseph Zohar e t a l . , comps., The Psychobiology of Obsessive-Compulsive
Disorder, pág. 28.

279 Una niña de siete mios: judith Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop W!ashing, pág.
139.
279 Una muier con u n temor: Samuel M. Turner y Deborah C. Beidel, Treating Obsessive­
Compulsive Disorder, págs. 9, 1 3 .

280 '"He aprendido a no decirle nunca ": Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop W!ashing,
pág. 1 87.
280 una joven llamada Stacie Lewis: "Con el remedio en mano, las empresas farmacéuti­
cas se disponen a popularizar una enfermedad," The W!all Street jottrnal, 5 de abril de
1994, pág. Al.
280 "Lo que 111e conduce ": Rapoporr, The Boy W!ho Couldn 't Stop Washing, pág. 38.
280 "A partir de 1 950": Entrevista del autor, 18 de septiembre de 1 996.
2 8 1 Sal era un padre de familia: Este relato está basado en la entrevista del autor del 18 de
septiembre de 1 996 con Rapoport y en su descripción en The Boy Who Couldn't Stop
Washing.

385
Notas

282 "sufrir en secreto ": Rapoporr, The Boy Who Couldn 't Stop Washing, pág. 70.
282 (El jugador profesio11al de baloncesto): Rick Reilly, "Quesr for Perfecrion," Sports
Illustrated, 1 5 de noviembre de 1993.

282 "Las personas que padecen esta enfermedad": Sigmund Freud, "Obsessive Acrs and
Religious Practices," SE, vol, 9 pág. 1 1 9.
282 "Todos conocen a alguien": Entrevista del autor, 1 8 de septiembre de 1 996.
283 "niíios que se levantan": Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop Washirrg, pág. 72.
283 El 85% de los pacientes: Susan Swedo, Hcrietta Leonard, y Judirh Rapoporr,
"Childhood-Onser Obsessive-Compulsive Disorder," en Michael ]enike et al., comps.,
Obsessive-Compulsive Disorder, pág. 30.

283 entre aborígenes australianos: Entrevista del a u tor, 2 6 de junio de 1 997.


283 "En la Nigeria rural' ': lbid. El estudio sobre los israelitas al que Rapoporr hace refe­
rencia es "The Influence of Cultural Facrors on Obsessive-Compulsive Disorder," de
D. Greenberg y E. Witztum. Véase también D. Greenberg y E. Wirztum, "Cultural
Aspecrs of Obsessive-Compulsive Disorder"; M. Weissman, er al., "The Cross­
Narional Epidemiology of Obsessive-Compulsive Disorder"; y A. O kas ha er al.,
"Phenomenology of Obsessive-Compulsive Disorder: A Transcultural Srudy."
283 A principios del siglo XVII: Michael MacDonald, Mysrical Bedlam, pág. 1 54.
284 Un niiio de dos años: Rasmussen y Eisen, "Phenomenology of OCD," en Zohar er al.,
comps., The Psychobiology of Obsessive-Compulsive Disorder, pág. 25.
284 Robert, un estudiante licenciado: Entrevista del aliror, 19 de noviembre de 1 993.
285 " Te dices: ¿he apagado la estufa?: ]effrey Schwartz, Brain Lock, pág. 45.
285 Un bibliotecario: Rasmussen y Eisen, "Phenomenology of OCD," págs. 23-24.

CAPÍTULO DIECISÉIS: F RE UD HABLA

287 En los actos obsesivos: Sigmund Freud, " Obsessive Acts and Religious Practices," SE,
vol. 9, pág. 122.
287 htcluso Emil Kraepelin: Entrevista del autor con Judith Rapoport, 18 de septiembre de
1996.
287 "Una joven mujer casada ": Padmal de Silva y Stanley Rachman, Obsessive­
Compulsive Disorder, pág. 1 6 .

288 " Una mujer que s e lava": Sigmund Freud, "Obsessions a n d Phobias," SE, vol. 3 , pág. 79.
288 '"indiscutiblemente el tema es más interesante": Sigmund Freud, "Inhibitions,
Symproms, and Anxieties," SE, vol. 20, pág. 1 1 3 . Patrick Mahony discute la fascina­
ción de Freud por la obsesión en Freud and the Rat Man, pág. 20.
288 "La neurosis obsesiva se manifiesta ": Sigmund Freud, "The Sense of Symptoms," SE,
vol. 1 6, págs. 245-259.
288 Según una carta que escribió a jung: William McGuire, comp., The Freudl]ung Letters,
pág. 82.

386
Notas

289 "Oh, va muy bien ": Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional Neurosis,"
SE, vol. 10, págs. 196-197.
289 "La incapacidad de hacerse reproches": Ibid., pág. 1 9 8 .

289 "La persona que padece compulsiones": Sigmund Freud, "Obsessive Acts and
Religious Practices," SE, vol. 9, pág. 123.
290 "Siempre podremos encontrar": Sigmund Freud, "Obsessions and Phobias," SE, vol. 3, pág. 75.

290 "a la chica [que/ se hacía reproches": Ibid., pág. 76.

290 "Muchas mujeres se quejan": !bid.

290 "a una mujer [que] se veía obligada ": Ibid., págs. 77-78.

291 Los rituales eran defensas inestables: Sigmund Freud, "Obsessive Acts and Religious
Practices," SE, vol. 9, pág. 124.
291 "El proceso de represión ": Ibid.

291 "En los actos obsesivos ": Ibid., pág. 122.

292 "No fue difícil observar": Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional
Neurosis," SE, vol. 10. Freud explora el significado de "glejisamen" en la pág. 225 y
págs. 280-28 1 .
293 Lo más importante era: Sigmund Freud, "The Sense of Symproms," SE, vol. 16, págs.
261-262.

293 "conducía directamente a los más profundos": Ibid., pág. 263.

293 "Estamos publicando ": Ronald Clark, Freud: Tbe Man and the Cause, pág. 4 1 7 .

294 La paciente tenía diecinueve aí'íos: Esta larga historia se encuentra en "The Sense of
Symptoms," de Sigmund Freud, SE, vol. 1 6 , págs. 264-268.
295 "Las ideas obsesivas son": Sigmund Freud, "Further Remarks on the Neuropsychoses
of Defense," SE, vol. 3, pág. 169.
295 "La conexión entre": Freud-Fliess, pág. 66.

296 "no me sorprendería " : Sigmund Freud, "Notes upon a Case of Obsessional Neurosis,"
SE, vol. l O, pá� 169.
296 "Los poetas nos confiesan": Ibid., pág. 239.

296 n . En una carta: Gay, Freud, pág. 264.

297 "En realidad sus dudas": !bid., pág. 24 1 .

297 "El orden compulsivo": Karl Abraham, "A short Study of the Development of the
Libido," en sus Selected Papers, pág. 430.
298 "dignos de atención ": Sigmund Freud, "Character and Anal Erotism," SE, vol. 9, pág. 1 69.

298 "como niíios . . . parecen ": Ibid., pág. 170.

298 "en las civilizaciones antiguas": Ibid., pág. 175.

299Karl Abraham afirmó en un prestigioso: Las citas de este párrafo proceden rodas de
"Contributions ro the Theory of the Anal Characrer," de Karl Abraham, págs. 3 7 1 ,
385, de sus Selected Papers. Ernest Jones escribe de forma parecida en "Anal-Eroric
Character Traits," en sus Papers on Psycho-Analysis. Véase especialmente la pág. 430.

387
Notas

299 " Un ataque de diarrea ": Rurh Mack Brunswick, "A Supplemenr ro Freud's 'Hisrory of
an lnfanrile Neurosis."' El ensayo de Brunswick está reeditado en Muriel Gardiner,
comp., The Wolf-Man by the Wolf-Man.
299 La generosidad, por ejemplo: Véase, por ejemplo, Jones, "Anal-Erotic Character
Traits," pág. 433.
299 La indecisión reconstruía: Jones, "Anai-Eroric Character Traits," págs. 41 5-416.
299 ··es entonces cum1do por primera vez": Sigmund Freud, "Inrroducrory Lecrures," SE,
vol. 16, pág. 3 1 5.
299 Así pues, el inodoro: Abraham, "Contributions to the Theory of the Anal Character,"
pág. 375.
300 "El fenómeno obsesivo-compulsivo": Leo Kanner, Child Psychiatry (cuarta ed.), pág.
610.
300 " u n número excepcional d e contables ": E. Fuller Torrey, Freudian Fraud, pág. 221.
300 "el hecho d e que en cualquier caso clínico": Anna Freud, "Obsessional Neurosis," pág.
253.
30 1 " Renunciamos hace mucho tiempo": Aaron Esman, "Psychoanalysis and General
Psychiatry: Obsessive-Compulsive Disorder as Paradigm," pág. 3 2 1 .
3 0 1 "Es precisamente la más clara ": Sigmund Freud, "Obsessive Actions a n d Religious
Practices," SE, vol. 9, págs. 1 1 9-120.
302 la neurosis [obsesiva}: lbid., págs. 1 2 6 - 127.
302 "moderadamente grave": Sigmund Freud; )"Notes upon a Case of Obsessional
Neurosis," SE, vol. 10, pág. 155.
302 " L a neurosis obsesiva y la histeria ": Sigmund Freud, "The Sense of Symproms," SE,
vol. 1 6, pág. 258.
302 " G racias al psicoanálisis ": !bid., pág. 2 6 1 .
303 Tuve la oportunidad: Sigmund Freud, "The Interprerarion o f Dreams," SE, vol. 4, pág. 260.
303 "una especie de magia ": Sigmund Freud, "The Quesrion of Lay Analysis," SE, vol. 20,
pág. 187.
303 ·'exageración terapéutica ": Parrick Mahony, Freud and the Rat Man, pág. 85.
304 ··necesitaba desesperadamente": !bid.
304 Y aunque proclamó su éxito: !bid.
304 '"totalmente incapacitado": Sigmund Freud, "From the Hisrory of an Infanrile
Neurosis," SE, vol. 17, pág. 7.
304 "En un período de tiempo desproporcionadamente breve": Ibid., pág. 1 1 .
304 "la más elaborada ": Este es el juicio de James Strachey, el editor de los 24 volúmenes
de la Standard Edition de Freud. Véase SE, vol. 17, pág. 3.
304 Ni mucho menos curado: Véase Gardiner, The Wolf-Man by the Wolf-Man, o Karin
Obholzer, The Wolf-Man: Conversations with Freud's Patient- Sixty Years Later.
Obholzer es un periodista que encontró al Hombre-lobo en Viena en 1973, a la edad
de ochenta y seis años, y le proporcionó la oportunidad de hablar por sí mismo. Para

388
Notas

un análisis de todos los casos más famosos de Freud, incluido el Hombre-Lobo, véase
Frank Sulloway, " Reassessing Freud's Case Histories." Sulloway es un historiador de
la ciencia altamente reputado cuya obra de 1 979, Freud, Biologist o( the Mind, des­
empeñó un gran papel a la hora de inspirar una oleada de revisiones del pensamiento
de Freud. Su artículo sobre las historias clínicas de Freud es breve pero esencial.
305 "Gracias al análisis ": del prefacio de Anna Freud a Gardiner, comp., The Wolf-Man
by the Wolf-Man.

305 "sus períodos más angustiosos": Ibid., pág. 363.


305 "Tanto el analista al que el Hombre Lobo": Ibid., pág. 363.
305 "Se dijo": Obholzer, The Wolf-Man, pág. 1 1 3 .
3 0 5 "En realidad, h a sido catastrófica": Ibid., págs. 1 7 1 - 1 72 .
306 "fenómeno realmente complicado ": Mahony, Freud and the Rat Man, pág . 84. .

306 "comparativamente sencillo": Muriel Hall, "Obsessive-Compulsive States m

Childhood and Their Treatment," pág. 55.


306 U n niño tímido: Ibid.
307 "El tiempo medio requerido ": Ibid., pág. 56.

CAPÍTULO DIECISIETE: LA E VIDENCIA BIOLÓGICA

309 Esos niños cogían: John Ratey, Shadow Syndromes, pág. 3 1 8 .


309 "no hay ni u n solo ": Michael Jenike et al.: comps., Obsessive-Compulsive Disorders,
pág. 1 0 1 .
309 Rapoport dejó de creer: Entrevista del autor, 1 8 de septiembre de 1996.
3 1 O Alrededor de dos tercios: Judith Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop Washing, pág. 104.
3 1 0 La terapia conductista: Lee Baer y William Minichiello, "Behavior Therapy for
Obsessive-Compulsive Disorder," en Michael Jenike et al., comps., Obsessive­
Compulsive Disorder, págs. 203-206.

3 1 1 sólo uno de cada cinco: Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop Washing, pág. 97.
3 1 1 "Normalmente, las personas compulsivas ": Ibid., pág. 1 82.
3 1 1 Rapoport h a tratado a chicos: Ibid., pág. 98.
311 Otro psiquiatra describe: Steven Rasmussen y Jane Eisen, "Phenomenology of OCD,"
en Joseph Zohar et al., comps., The Psychobiology o( Obsessive-Compulsive Disorder,
pág. 38.
312 se despertó: Entrevista del autor, 18 de septiembre de 1996.
312 n. Un psiquiatra de la escuela: Los comentarios de Breggin proceden de su Toxic
Psychiatry, pág. 263.

312 "Al parecer, a menudo ": Lawrence McHenry, Jr., "Samuel Johnson's Tics and
Gesticulations," pág. 1 55 .
3 1 2 "parece un caballero muy altanero": Ibid.

389
Notas

3 12 "extraordinarios y grotescos": T. J. Murray, "Dr. Samuel Johnson's Movemenr


Disorder," pág. 1 6 1 2.
3 1 3 "otra pewliaridad": Ibid.
313 Nunca pisaba las grietas: Ibid.
3 1 3 Rapoport afirma que: Ra poporr, The Boy Who Couldn 't Stop Washing, pág. 92.
314 "La posibilidad de que un niiio : Ratey, Shadow Syndromes, pág. 3 1 8 .
.,

3 1 4 ]osh Brown cogió su resfriado: Esta sección está basada e n mis entrevistas con Josh
Brown y su madre, Tina Brown, el 30 de no\'iembre de 1993, y con su médico, Susan
Swedo, el 3 de diciembre de 1 993. Su historia está explicada con más detalles en
"Obsessed," de Edward Dolnick.
3 1 7 Rapoport afirma que la mayoría de los fármacos: Rapoport, The Boy Who Couldn't
Stop Washing, pág. 102.

3 1 8 Rapoport puso en marcha una ii7Vestigación: Judith Rapoport, ''Treatmenr of Behavior


Disorders in Animals."
3 1 8 Por lo menos en el caso de los monos: Rapoport, The Boy Who Couldn't Stop
Washing, pág. 1 94.

3 1 9 "hagan lo que hagan ": Jeffrey Schwarrz, Brain Lock, pág. xxx.
3 1 9 "padecía esta preocupación '': !bid., pág. xxxiv.
320 Con toda probabilrdad, lo que sucede: Ibid., pág. 5 1 .
321 Una mujer llamada Sarah: Entrevista del autor, 2 9 de noviembre de 1 993.
321 "walquier compulsión ": George Weinberg, Inuisibl� Masters, pág. 78.
322 ''La gente -escribe Pagels-: Elaine Pagels, Adam, Eue, and the Serpent, pág. 146.
322 "La psicología parece más profzmda '': Entrevista del auror, 1 8 de Septiembre de 1996.

SEXTA PARTE: CONCLUSI Ó N


323 A veces resulta muy difícil: Virginia Axline, Dibs in Search of Se!(, pág. 80.

CAPÍTULO DIECIOCHO: SITUANDO LA CULPA

325 Sugerir una hipótesis: Entrevista del autor, 4 de diciembre de 1995.


325 Antes de ser atacado por una depresión: Este relatO del asunto Osheroff está basado
en "The Mystery of Chestnut Lodge," de Sandra Boodman; '' An lmproper-Diagnosis
Case that Changed Psychiatry," de Dan·clt Sifford; "The New Paradox of Medica!
Malpractice," de Alan Stone; "The Psychiatric Patient's Right ro Effecrive Treatment:
Implications of Osheroff v. Chesmur Lodge," de Gerald L. Klerman; y en el da bate en
la sección de cartas del American )oumal of Psychiatry, esp. abril l989, enero 1991 y
marzo 1991 .
327 "Era una especie de'': Entrevista del auror, 15 de diciembre de 1995.
329 en el caso de Nancy Gibbons: joseph Wassersung, "None of the Physicians Could Find
the Coin in Her Throat. ''

390
Notas

330 En el caso de Bamúe Burke: "97,500 Awarded in Psychiarric Malpractice Su ir," Los
Angeles Times, 2 de julio de 1 995, pág. Bl. Véase también Berton Roueché, "The
Hoofbeats of a Zebra," para una discusión de un caso parecido.
330 La historia de David: lrving Cooper, The Victim ls Afways the Same, págs. 7, 47-53.
331 '"La personalidad de fa madre": René Spitz, The First Year of Life: A Psychoanalytic
Study of Normal and Deviant Devefopment o( Object Refations. Spitz es citado en el
excelente libro de Barbara Ehrenreich y Deirdre English, For Her Ow11 Good (pág.
227}. Su historia de los consejos médicos a la mujer es magnífico; el capítlllo titulado
"Motherhood as Pathology" es especialmente apreciable.
332 " Un niiio necesita amor": Virginia Axline, Dibs in Search of Sel(, pág. 1 66.
332 "La mayoría de fas madres no matan": Joseph Rheingold, The Fear of Being a Wloman:
A Theory of Maternal Destmctiveness, pág. 143.
332 ''Hemos recorrido Ul! largo camino ": Edward Strecker, Their Mothers' Sons, pág. L 77.
333 Esta práctica finalizó: Roberr E. Drake y Lloyd l . Sederer, "The Adverse Effects of
lntensive Treatment of Chronic Schizophrenia," pág. 3 1 3.
333 "para cualquier cosa y contra walquier cosa '': Orto Betrmann, A Pictorial History of
Medicine.
333 "Ninguna otra especialidad culpa": Richard H unter, "Presidenr's Address," pág. 359.
334 "Las familias que no reciben un trato'': William S. Appleton, "Misrreatment of
Patienrs' Families by Psychiatrists, " pág. 656.
334 "La gente que lee libros": Entrevista del al;ltor, 4 de diciembre de 1995.
335 Si la causa de la esquizofrenia: Las consideraciones sobre el estrés en este párrafo y en
el siguiente proceden de How to Live with SchizofJhrenia, de Abram Hoffer y
Humphry Osmond, págs. 12-14.
335 Pero casi nadie lo hizo: En 1 959, dos investigadores de la University of M innesota
School of Medicine publicaron un estudio comparando las familias de 178 pacientes
esquizofrénicos con las de un grupo formado por L50 personas psicológicamente nor­
males. No encontraron diferencias esenciales entre los padres de los dos grupos. Véase
William Schofield y Lucy Balian, "A Comparative Study of the Personal Histories of
Schizophrenic and Nonpsychiarric Patients."
336 "El psicoanálisis parte de la premisa '': Miria m Siegler, Humphry Osmond y Harriet
Mann, "Laing's Models of Madness," en Roberr Boyers y Roben Orrill, comps., R .
D . Laing and A11ti-Psychiatry, págs. 136- 1 37.
337 "¿Dónde hay una prueba de vacilación": Peter Medawar, "Further Comments on
Psychoanalysis," en Medawar, ?luto 's Repubfic, pág. 68.
338 Hasta la mitad de fa década: El argumento de este párrafo está sacado de "Pasr, Presenr
and Future in Psychiarry: Personal Rcflcctions," de Lcon Eisenberg. El artículo dd
Medica/ Research Councif era "Srrcpromycin Trearmenr for Pulmonary Tuberculos1' . ..
338 n. El psicoanalista .Judd Marmor: Judd Marmor, " Psychoanalyric Therap�· .1' a.n
Educacional Process. ·• Frank Cioffi cita los comentarios de Marmor en 1-reuc. a.:�d �he
··

Idea of a Pseudo-Science," pág. 514.


339 "Los médicos deben describir la raíz": Flanders Dunbar, Mind ,md Bod\. ;:-a-:: ; -

391
Notas

339 n. Habían transcurrido: Alan Gurney, Below the Convergence: Voyages Toward
Antarctica, págs. 4 1 -42.
33� "El neutrón no suplica ": Seymour Kety, "The Academic Lecture: The Heuristic Aspect
of Psychiatry," pág. 3 8 5 .
340 "Por mucho que cambie": Henry Maudsley, Mind and Body, citado en Daniel Rogers,
Moror Disorders in Psychiatry, pág. l .
341 "Aunque todo el numdo sabe que una aspirina '': Irving Gottesman, Schizophrenia
Genesis, pág. 9.
343 La tristeza era la causa más probable: L. J. Rarher, Mind and Body in Eighteenth
Century Medicine, pág. 224n.
343 ("Sólo hay dos enfermedades"): lbid., pág. 200.

344 analicemos el 11so de los placebos: "The Placebo Effect," de Walter Brown explora el
lugar de los placebos en la medicina actual en este artículo Scientific American.
344 El (abismo, por ejemplo: Brian MacMahon, "Gene-Environment lnteracrion in Human
Disease," pág. 394, en David Rosenthal y Seymour Kery, comps., The Transmission o(
Schizophrenia.
346 "la estafa intelectual": Perer Medawar, "Victims of Psychiatry," en Medawar, Pluto's
Republic, pág. 140.
346 "sucede algo terrible'': A Frost le gusta ofrecer su definición como una paráfrasis del
comentario de George Meredith de que "en la vida trágica no hacen falta villanos."
Maryellen Walsh cita el comentario de Frost en s4 excelente libro Schizophrenia:
Straight Talk for Family and Friends.

392
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410
Agradecimientos

En muchos sentidos, este libro e s u n tributo a l a s docenas de padres d e niños


esquizofrénicos y autistas, quienes hablaron conmigo a lo largo de un tiempo pro­
longado, y a costa de una considerable desazón emocional, sobre lo mucho que
han soportado a través de los años. Soldados a regañadientes que se encontraron
sirviendo en una guerra durante toda su vida; fueron héroes en contra de su volun­
tad. Aún así fueron héroes. Pero, en los años que cubre este libro, se vieron doble­
mente perjudicados, primero por el destino y luego por los "sanadores", quienes
los acusaron de volver locos a sus hijos. El observador difícilmente puede imagi­
narse el aislamiento al que se enfrentaron. Es un privilegio hacer honor a su logro.
Encontré a muchos de estos padres con la ayuda de la National Alliance for
the Mentally III. Esta admirable organización, la 1hayoría de cuyos miembros tie­
nen parientes con trastornos mentales graves, me fue de una ayuda inapreciable.
Asimismo, estoy agradecido con los muchos científicos y psiquiatras que se encon­
traron conmigo e hicieron lo mejor para ayudarme a reconstruir un mundo inte­
lectual de antaño. Tanto los que discutieron mis tesis como los que la apoyaron,
fueron generosos con su tiempo y sus recuerdos. Además, solicité consejo y guía a
una clase de escritores más general, que habían abordado temas relacionados. E.
Fuller Torrey y Frederick Crews fueron de especial ayuda. Al comienzo de este
proyecto y en numerosos momentos a lo largo del camino, me dirigí a ellos e n
busca de consejo y dirección en l a navegación.
Este libro se apoya sobre una sólida base de trabajo de destacados historia­
dores. En particular, me basé repetidas veces en tres trabajos especialmente apre­
ciables de la historia médica: la historia de la psiquiatría, de Edward Shorter, la
historia del psicoanálisis, de Nathan Hale y la historia de la psicocirugía, de Elliot
\'alenstein. Estos libros son muy conocidos y están muy disponibles. Para el acce­
so a una multitud de trabajos médicos mucho más oscuros, me complazco en reco­
nocer mi deuda con la National Library of Medicine. Pasé la mayor parte de dos
años escudriñando la casi ilimitada colección a la búsqueda de libros y artículos
cada vez más arcanos. Se debería señalar, sin embargo, que mi deuda es más figu-

411
La locura en el d i v á n

rativa que literal, puesto que la biblioteca está gloriosamente a disposición de


todos los usuarios.
Muchos lectores me ayudaron a lo largo del camino. Algunos son editores de
profesión, otros por inclinación. Por sus trabajos con el bolígrafo azul, estoy agra­
decido a Frederick Crews, Karel de Pauw, Anne Donnellan, Steven Flax, Ross
Gelbspan, Arrhur Golden, Stephen Golden, Holly Nixholm, Clara Park, Alfred
Singer, Dinah Singer y Susan West. No satisfecho con redactar, de Pauw, psiquia­
tra y lector voraz, se tomó el trabajo de enviarme un constante río de textos per­
tinentes pero oscuros.
Un investigador, Allen Esterson, merece especiales agradecimientos. Nunca
nos hemos visto. Escribí a Esterson una carta elogiosa después de leer Seductive
Mirage, su crítica a Freud, y empezamos una correspondencia por e-mail que ha
crecido más allá de todo límite razonable. Esterson es un estudioso imparcial,
meditabundo y escrupuloso; me he beneficiado enormemente de nuestras conver­
saciOnes.
Asimismo, estoy enormemente en deuda con Kate Headline, investigadora
extraordinaria. Ella reunió las i lustraciones, a menudo en contra todas las proba­
bilidades, reproducidas en el texto. Debido a su búsqueda celosa e ingeniosa de
documentos esquivos, estoy agradecido a Andy Puente. Le doy las gracias a Corby
Kummer, que me guió hacia mi agente, Raphael Sagalyn. Rafe es un lector sofisti­
cado y un aliado fiel pero sensato, y confío profundamente en él. En Simon &
Schuster, fui el feliz beneficiario del experto modo de manejar los manuscritos de
Roger Labrie. Fred Wiemer revisó el texto con atención y meticulosidad. Mi
mayor deuda es con Atice Mayhew. Apoyó este proyecto cuando apenas estaba
tomando forma y colaboró en alimentarlo para que creciera. Ella es, por decirlo
brevemente, el editor que todos los escritores desearían encontrar.
Un agradecimiento especial a Ruth Holmberg. Hace muchos años, antes de
que yo emprendiera realmente una carrera, me sugirió periodismo, algo que nunca
se me había ocurrido. Con este consejo, así como de incontables formas, ella ha
enriquecido mi vida. Mi mujer, Lynn, ha proporcionado apoyo y aliento a cada
etapa de un largo viaje. Leyó y releyó el manuscrito a medida que se iba desarro­
llando, lo preparó con una mezcla de amabilidad y crueldad, y lo mejoró inmen­
samente. Sus formidables talentos en la redacción son la parte menos importante
de la historia. Se necesitaría un escritor mucho más grande que yo para encontrar
palabras que expresaran mi devoción hacia ella, y hacia nuestros hijos, Sam y Ben.

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