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Redes

sin causa. Una crítica a las redes


sociales

UOCpress
COMUNICACIÓN # 42

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Geert Lovink

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Redes sin causa. Una crítica a las redes sociales

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Editorial Advisory Board

Toni Aira (Universitat Ramon Llull)


Daniel Aranda (Universitat Oberta de Catalunya)
Jordi Busquet (Universitat Ramon Llull)
Josep Maria Carbonell (Universitat Ramon Llull)
Gustavo Cardoso (ISCTE, Instituto Universitário de Lisboa)
Anna Clua (Universitat Oberta de Catalunya)
Martin Kaplan (University Southern California)
Derrick de Kerckhove (University of Toronto)
Jacquie L’Etang (University of Stirling)
Charo Lacalle (Universitat Autònoma de Barcelona)
Ferran Lalueza (Universitat Oberta de Catalunya)
David Mckie (University of Waikato)
Lluís Pastor (Universitat Oberta de Catalunya)
José Manuel Pérez Tornero (Universitat Autònoma de Barcelona)
Antoni Roig (Universitat Oberta de Catalunya)
Gemma San Cornelio (Universitat Oberta de Catalunya)
Jordi Sánchez-Navarro (Universitat Oberta de Catalunya)
Jordi Xifra (Universitat Pompeu Fabra)
Silvia Sivera (Universitat Oberta de Catalunya)
Directores de la colección: José Manuel Pérez Tornero y Lluís Pastor

Diseño de la colección: Editorial UOC
Primera edición en lengua castellana: mayo 2016
Primera edición digital: julio 2016

Título original: Das halbwegs Soziale. Eine Kritik der Vernetzungskultur

© Geert Lovink, del texto

© iStock.com/Daniel Rodríguez Quintana, de la foto de cubierta
© Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición, 2016
Rambla del Poblenou, 156
08018 Barcelona
www.editorialuoc.cat

Realización editorial: Oberta UOC Publishing
Traducción: Lingüics Comunicació
Revisión técnica: Gemma San Cornelio y Karma Peiró
Maquetación: Sònia Poch

ISBN: 978-84-9116-538-5

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni
por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, grabación fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del
copyright.

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Agradecimientos

Han pasado más de cuatro años desde mi investigación «berlinesa» de Zero Comments
hasta la finalización de este último libro. Al final, ha sido una producción hecha en
Ámsterdam, la parte IV de mis investigaciones sobre la cultura crítica de internet. Si Dark
Fiber escrito en Sídney en 2001, trató temas como la cibercultura y la moda punto com,
My First Recession, terminado en 2003 en Brisbane, versaba sobre la transición del
estallido de la burbuja de la nueva economía hacia la primera era bloguera. Lo
medianamente social (Redes sin causa) se asemeja a los estudios precedentes en el
sentido de que vuelve a ser una mezcla de teoría, reflexiones sobre temas preeminentes,
elaboraciones de conceptos, ensayos críticos y estudios de caso. Es evidente que este
trabajo se centra en la era de la web 2.0 tardía, marcada no sólo por Google, Twitter,
YouTube y Wikipedia, sino últimamente sobre todo por WikiLeaks, Facebook y las
revoluciones de Twitter en el Magreb y Oriente Medio. Para mí, la mejor descripción para
este período es la de una era del Institute of Network Cultures –creado por mí en 2004– y
sus actividades de investigación, conferencias y publicaciones sobre temas como
Wikipedia (Critical Point of View), video online (Video Vortex), crítica de las industrias
creativas (My Creativity), pantallas urbanas, búsqueda en internet (Society of the Query)
y un gran experimento in situ sobre redes organizadas (Winter Camp).
Esta fase productiva coincidió con la salida de Emilie Randoe, fundadora de la School
of Interactive Media, en la que está integrado nuestro Institute of Network Cultures, a raíz
de la centralización y el cambio de política institucional de la Escuela Superior de
Ámsterdam (HVA). En cambio, en la Universidad de Ámsterdam, donde enseño, el
programa de máster de Nuevos Medios experimentaba una creciente popularidad. Éste
también incluye el blog estudiantil colaborativo Masters of Media, que creé en septiembre
de 2006. Debido al gran interés por mi ensayo «Bloguear, el impulso nihilista», continué
desarrollando este tema. Que si bien esta colaboración no llevó a una publicación directa
con Jodi Dean, el capitulo más largo de este libro se centra en su libro Blog Theory
(2010).
En febrero de 2009 puse a debate diferentes capítulos en mi mini seminario dentro del
programa de Énfasis de Teoría Crítica de la Universidad de California en Irvine. Quisiera
agradecer a Elisabeth Losch por hacerlo posible. Asimismo fue de ayuda la colaboración
con la red Eurozine, que no sólo publicó algunos de mis ensayos sino que también me
invitó a su conferencia en septiembre de 2008 en París para dar una charla sobre el papel
de la lengua en internet.
Ha sido de valor inestimable el apoyo de Sabine Niederer y Margreet Riphagen del
Institute of Network Cultures, que han creado un ambiente que me ha permitido escribir
al margen de todas las actividades de producción, visitas, consultas y plazos. Mi amistad
y colaboración con Ned Rossiter queda patente a lo largo del libro. Le agradezco
profundamente su apoyo continuo, sus propuestas y su colaboración en la redacción, en
especial en la introducción. Morgan Currie, con quien he tenido la ocasión de colaborar
en las conferencias Economies of the Commons II y The Unbound Book, ha contribuido
significativamente al desarrollo de los argumentos. Muchas gracias, Morgan, por todas las
correcciones en la estructura del material y el borrador. Linda Wallace también ha

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asistido en la elaboración de la versión final en inglés, invirtiendo mucho tiempo para dar
al texto su forma definitiva. En los respectivos capítulos se hace mención de mis
diferentes comentadores.
Una vez más, la editorial Transcript ha realizado un trabajo comprometido y
concienzudo, por lo que agradezco profundamente, entre otros, a Karin Werner, Kai
Reinhardt y sobre todo Jennier Niediek su cuidadoso trabajo editorial. Por la traducción al
alemán financiada por el Institute of Network Cultures doy las gracias a Andreas Kallfelz,
así como a todos quienes han contribuido a la misma con sus traducciones previas de
capítulos publicados con anterioridad o su colaboración en la producción de la versión
final: Marie-Sophie Adeoso, Ulrich Gutmair, Oliver Leistert, Ekkehard Knörer, David
Pachali, Christian Schlüter, Natalie Soondrum, Wolfram Wessels y Michaela Wünsch.
Este libro está dedicado a quienes más quiero: Linda y nuestro hijo Kazimir, que tanto
apoyo me han brindado.

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Introducción: un último vistazo a la web
2.0

La introducción ha terminado, comienza el capítulo.


Johan Sjerpstra

En su momento, internet cambió el mundo; ahora, el mundo cambia internet. Su fase de


introducción ya terminó hace tiempo y la irrelevante saga de la web 2.0 ha llegado a su
fin. De repente, el público participativo se encuentra en una situación llena de tensión y
conflictos: una tesitura infeliz para la clase pragmática que tenía bajo su control la
evolución de internet desde su inicio. Aumenta la crítica a Google y la manera como
Facebook trata la privacidad. Las luchas por la neutralidad de la red y WikiLeaks
demuestran que los días plácidos del control en manos de varios grupos de intereses –una
alianza suelta de empresas, ONGs e ingenieros que mantenían en jaque a los
representantes del estado y las telecos de la vieja escuela, en especial en cumbres
mundiales de la sociedad de la información– han pasado a mejor vida. Ha estallado otra
burbuja, pero esta vez por implosión del modelo de consenso libertario. Los reguladores
de internet, a quienes importaba principalmente el mundo de los negocios e impedir la
intervención estatal, están en franco retroceso. Al tiempo que la sociedad rechaza su ética
desconsiderada, también se desvanece la idea de internet como una esfera singular al
margen de toda regulación. Cada vez se acerca más el momento decisivo: ¿de qué lado
estás tú?
Durante mucho tiempo se ha creído que internet, como infraestructura de comunicación
de muchos hacia muchos, acabaría superando la asimetría de los medios clásicos de banda
ancha e incluso de la propia democracia representativa. Que la fuerza de los muchos
acabaría desmantelando una tras otra las instituciones anquilosadas. Al inicio, incluso
parecía ser capaz de superar muchas lagunas conocidas de la antigua «esfera pública», y
los primeros estudios sobre las formas de discurso público creadas online todavía estaban
claramente marcados por esta tradición aparentemente muerta. Las plataformas como
blogs, foros de discusión y sitios web participativos transmisores del «periodismo
ciudadano» eran consideradas el nuevo frente de la libertad de expresión, donde
cualquiera que tuviera una conexión a internet podía participar de la comunicación
política. Hasta aquí la capacidad de imaginación crítica. Siempre es posible tener tales
aspiraciones, pero internet no ha llenado un vacío. Algunos críticos han refutado la idea
de que el discurso público en foros online y blogs aumenta la «participación
democrática». Participación ¿en qué? En peticiones online, quizá. Pero ¿decisorias?
Muchos usuarios de blogs no corresponden a estos nobles ideales sino que practican
simplemente una cultura de la «participación sin compromiso». Jodi Dean afirma que ha
tomado cuerpo una nueva forma de «capitalismo comunicativo», en la que el discurso
ocupa más espacio pero no tiene poder político real alguno.1 Además, las discusiones
online no tienden a alentar una nueva forma de compromiso público sino que devienen

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más bien en «cámaras de eco» en las que colectivos de personas afines se sustraen,
consciente o inconscientemente, al debate con sus contrincantes culturales o políticos.
La sociedad ha emulado internet y ha puesto fin a los sueños tecnológicos del
ciberespacio como realidad artificial paralela. Cuando Oliver Burkeman del The
Guardian acudió en 2011 al South by Southwest Festival (SSXW), se percató con
sorpresa de que «[…] internet ha acabado. Precisamente esto es lo que más impide que
los no entendidos comprendan hacia dónde evoluciona la cultura tecnológica: ésta cada
vez más lo significa todo.»2 Dicho de otro modo, internet como proyecto con un conjunto
propio de protocolos, desligado del resto de nuestras vidas, con todos sus conflictos y
relaciones ambivalentes, ha perdido todo su sentido. Si los niños están actualmente online
con cuatro años, ya no hay que explicar cómo funcionan las redes informáticas. Pero
¿cómo puede crear tantas tensiones un medio tan aceptado y acaparado? Los nuevos
medios han dejado definitivamente atrás su fase de introducción, pero aun así siguen
entrando en conflicto con las estructuras sociopolíticas existentes, por ejemplo cuando las
empresas o instituciones de conocimiento tradicionales se ven confrontadas con los
cambios profundos causados por la integración en red. Si bien la introducción de las redes
informáticas modificó drásticamente las transacciones comerciales y los procesos
laborales en la década anterior, las tomas de decisiones continúan siendo prisioneras de
sus viejas estructuras organizativas jerárquicas. Basta ver el servicio centralizado de
información de Twitter: un buen instrumento de relaciones públicas para políticos, pero
que no ha ayudado a superar la crisis de legitimación política o ni siquiera a llevar la
política a un debate más abierto. ¿Estará este medio pasando por su adolescencia? Y, en
caso afirmativo, ¿llegará algún día a ser adulto? ¿O la cultura web se mantendrá, al igual
que la mayoría de sus agentes masculinos, en un estado de sempiterna infancia?
Este estudio indaga en una cultura de internet atrapada entre la autorreferencialidad y el
acomodamiento institucional. Ya no sirve quejarse de las disfunciones de la sociedad en
red en relación a la facilidad de uso, el acceso, la privacidad o el copyright, sino que hay
que analizar el delicado vínculo entre el refuerzo de las estructuras de poder por internet y
los mundos paralelos –cada vez más influyentes– en los que se pierde el control. La
crítica ideológica, combinada con la indignación moral sobre maquinaciones como la
censura política o la pornografía infantil, se queda corta, superada con demasiada
facilidad por el espectáculo mediático 24 horas al día. A menudo, los debates sobre la
web 2.0 desembocan en digresiones solemnes de lo que el periodismo debería hacer pero
no consigue, como se pudo ver en el momento álgido de los blogs. También ha quedado
sin efecto el intento de deconstruir la moda y rebajar el tono de una información
exageradamente optimista. Las culturas web 2.0 son altamente resistentes a la
manipulación de la opinión pública. Han creado entornos online cerrados en los que
trabajan, dependen, chatean y juegan literalmente decenas de millones de usuarios, sin
que les importe lo que tengan que decir los padres, profesores, columnistas u otros líderes
de opinión acerca de la integración social en red. Ya se trate del Wall Street Journal, The
Australian, Der Spiegel o The Guardian, ahí leemos lo que hacen los grandes mercados
informativos del fenómeno de internet y no lo que realmente se discute en los foros y se
intercambia en redes P2P o cómo la gente usa los buscadores.
En general, las culturas en red no encajan en el sistema. Los gurús asesores se han
pasado décadas reclamando un «cambio», pero cuando surgió una «tormenta perfecta»
como WikiLeaks, los tecnooptimistas de repente mostraron un desasosiego visible.

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Estamos experimentando una «profunda penetración» de las tecnologías en red en la
sociedad, pero el resultado no es el que esperaba el club de los MBA. ¿Por qué? No es
posible entender este complejo proceso con una simple lectura de los signos del tiempo.
Necesitamos un sexto sentido, más allá de la actualidad, para configuraciones inesperadas
que surgen de la nada y suben disparadas como un cohete. Los espacios en red son
acontecimientos sin compromiso que se saborean en exceso, para luego continuar como si
nada fuera, como si nunca hubiera existido una adicción. No tiene sentido derivar una
cosmovisión de la autopercepción quebrada de los nativos digitales. Deberíamos dejar de
emular incesantemente las ideas optimistas de un flujo interminable de startups que pasan
por delante nuestro en TechnoCrunch, y ocuparnos de los conflictos reales que surgen de
la situación en red. ¿Pretendemos esperar en vano la historia perfecta y dolorosa de
nuestra vida aturdida en Facebook? ¿qué buscamos si no una novela?

1. Una breve historia de la web 2.0


La socialidad es la capacidad de ser varias cosas al mismo tiempo.
G.H. Mead

Dejemos atrás a la web 2.0 de una vez por todas, antes de que este episodio termine
igualmente. Puesto en circulación en 2004 por el editor Tim O’Reilly, el término «web
2.0» dio al mundo casi paralizado de las startups de la costa pacífica estadounidense la
señal para recomponerse de nuevo después del estallido de las punto com. La historia
viene a ser la siguiente: en 1998, el cibermundo guay de los geeks, artistas, diseñadores y
pequeños empresarios fue atropellado por los hombres de traje: directivos y contables a la
caza del dinero fácil proporcionado por bancos, fondos de pensiones y empresas de
capital riesgo. En el punto álgido de la burbuja de las puntocom, toda la atención se
centraba en el comercio electrónico, pregonado grandilocuentemente como la nueva
economía. Los usuarios eran considerados ante todo clientes potenciales y había que
convencerles para que compraran bienes y servicios online. La culminación simbólica de
la era punto com fue la fusión de AOL y Time Warner en enero de 2000. La irrupción
repentina de los hombres de traje asestó un duro golpe a la cibercultura primigenia y otros
enclaves creativos, originando la merecida pérdida de su posición de vanguardia. Cuando
la burbuja de la nueva economía estalló en una nube de escándalos y quiebras en marzo
de 2000, los aclamados empresarios punto com abandonaron la escena con la misma
rapidez con la que la habían ocupado, pero la cotización de las acciones nunca más se
volvió a recuperar del todo.
Deberíamos tratar la web 2.0 como aquello que realmente es: un renacimiento de
Silicon Valley después de su desaparición casi completa a consecuencia de la crisis
financiera de 2000-01, la reorientación política tras la elección de G.W. Bush, los
atentados del 11-S y las subsiguientes invasiones de Afganistán e Irak. Si las startups de
la costa pacífica querían recuperar su dominio del mercado (global) en 2003 –una vez
superado en gran parte el drama de Enron y WorldCom– tenían que cambiar de
orientación, pasando del comercio electrónico y las salidas a bolsa rápidas y rapaces hacia
una fuerte «cultura participativa» (Jenkins), en la cual tuvieran la última palabra los

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usuarios (también llamados prosumidores) y no los capitalistas de riesgo y banqueros.
Con la adquisición de las mejores startups por los grandes dominadores del mercado
como Yahoo y también Newscorp surgió el modelo de negocio de lo «libre y abierto».
Había que dar una nueva apariencia a la postura intachable del pasado y Silicon Valley
encontró su inspiración renovada sobre todo en dos proyectos: Google, la startup de
búsqueda repleta de energía vital, y los blogs, en franco progreso y concentrados en
plataformas como blogger.com, Blogspot o LiveJournal. Cuando estuve en Sunnyvale a
principios de 2003 y pasé por delante de las oficinas abandonadas de Silicon Graphics, se
me presentó la situación con toda crudeza: el único aparcamiento lleno era el de Google.3
Su algoritmo de búsqueda, que vamos a analizar más a fondo en el capítulo de «La
sociedad de la búsqueda», y la invención de la tecnología RSS (en la cual se basan los
blogs) por David Winer son de los años 1997-98, pero consiguieron sustraerse a la
burbuja de las punto com para reaparecer como doble núcleo de la web 2.0. Si los blogs
representaban el aspecto no comercial y autoempoderador de las posiciones individuales
agrupadas en torno a un enlace, Google desarrolló tecnologías parasitarias para explotar
los contenidos de terceros, en lo que también se conoce como «organizar las
informaciones del mundo». El llamado «contenido generado por el usuario» produce
perfiles individuales que pueden venderse a clientes publicistas como datos de marketing
directo, y Google se percató rápidamente de los beneficios que podían reportar todas las
informaciones que fluían libremente en el internet abierto, desde vídeos aficionados hasta
páginas de noticias. La salida a bolsa de Google en 2004, seis años después de su
fundación, puede considerarse el acto simbólico de la introducción de la web 2.0: un
conjunto completo de aplicaciones web alimentado por el rápido crecimiento de usuarios
con acceso de banda ancha.
La web 2.0 se caracteriza por tres funciones decisivas: es fácil de usar, facilita el
intercambio social y brinda a los usuarios la posibilidad, a través de plataformas libres de
publicación y producción, de colgar en la red contenidos de todo tipo, ya sean imágenes,
vídeos o textos. Buscar y compartir: son los propios usuarios quienes recomiendan, y no
los profesionales. En este sentido, la idea de obtener beneficios de los contenidos libres y
generados por el usuario puede considerarse una respuesta inmediata al estallido de la
burbuja punto com. Las killer aplications no se basaban en transacciones financieras
directas (comercio electrónico) sino en anuncios personalizados que facilitaban
información indirecta y en el análisis de datos de perfiles de usuarios demográficamente
significativos, que se vendían a terceros. Así pues, las empresas ya no generan sus
beneficios a nivel de producción sino a través del control de los canales de distribución,
sin que los usuarios se den siquiera cuenta de que su trabajo no remunerado y su vida
social online significa dinero para Apple, Amazon, eBay y Google, los principales
beneficiarios de este juego. Ahora que el sector informático se está haciendo con el
control de los medios de comunicación, el culto de lo libre y abierto ya no parece más que
una venganza irónica de aquella fiebre del comercio electrónico que por poco no dio al
traste con internet.
Otra consecuencia de la web 2.0 es que los medios informativos son actualmente, en el
mejor de los casos, fuentes secundarias. Es una inversión irónica de la descripción que
Habermas hizo de internet como esfera pública informal sometida a la autoridad suprema
de los ofertantes consolidados, como las editoriales, la prensa y las revistas culturales.4 A
fin de cuentas, el paradigma de Habermas no es nada más que un juicio moral de cómo

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debería funcionar el mundo, mientras que para la mayoría de jóvenes, los «viejos medios
de comunicación» hace tiempo que han perdido su razón de ser. Pero ambas posturas
parecen tener validez absoluta: las redes son tan potentes como también deshacen el
poder. Internet puede ser «secundario» y dominante al mismo tiempo: es la dialéctica del
jacuzzi. Este es exactamente el motivo por el que algunos intelectuales «líderes» siguen
sin tener en cuenta las transformaciones actuales. La generación mayor lee sus periódicos,
está sentada ante sus televisores, mira sus tertulias favoritas y se pregunta por qué tanto
revoloteo: ¿qué tienen de dramático todos esos cambios invisibles? Sólo unos pocos
líderes de opinión tienen el valor de expresar en público su rechazo a tanto tuitear y
chatear inútil.
Mientras tanto, bienvenidos a lo social. Hoy en día, lo social es una característica. Ya
no significa un problema (el «problema social» que dominaba los siglos XIX y XX) o un
sector de la sociedad dedicado a la atención de personas diferentes, enfermas o ancianas.
Hasta hace poco era impensable utilizar una definición no moral de lo social. Éste era un
ideal al que uno se entregaba con dedicación vitalicia, una religión que proporcionaba una
identidad asegurada a millones de personas o una visión de horror: la invasión de los
otros que codiciaban nuestros ahorros y propiedades. Ahora, la bestia está domada. En la
larga posguerra de 1945 a 1989, lo social quedó neutralizado, volviendo en el siglo XXI
como efecto especial de unos procesos tecnológicos, incrustado en protocolos y disociado
de la comunidad. Lo social ha perdido su misteriosa energía potencial, para invadir de
repente la calle y hacerse con el poder. Por mucho que nos conmuevan las imágenes
católicas o gramscianas de gente común que se reúne en plazas y celebra su unidad, este
sentimiento es de corta duración y no consigue arrinconar la preocupación de que, tal y
como lo constató acertadamente Margaret Thatcher, la sociedad ha dejado de existir. Dad
la culpa al neoliberalismo, individualismo, consumismo, globalización y nuevos medios.
Todos ellos han destruido el sentimiento cohesionador de la comunidad, ante el cual
tantos se han echado a correr en la posguerra. Las redes sociales como tópico del epílogo
de la era web 2.0 no son más que un producto de las estrategias comerciales, y como tal
deberían ser valoradas. El ciudadano como usuario, encapsulado en Flickr, Wikipedia,
MySpace, Twitter, Facebook o YouTube, todavía no ha dejado atrás la época de las redes
sociales. Las plataformas aparecen y desaparecen (¿alguien se acuerda todavía de Bebo,
Orkut o Friendster?), pero la tendencia es clara: las redes sin causa sólo hacen perder el
tiempo, y cada vez nos dejamos arrastrar más hacia las profundidades de lo social sin
saber qué buscamos realmente.

2. ¿Qué es hoy la investigación crítica de la web 2.0?


Apenas existen estudios profundizados y críticos de la web 2.0, pero ello no debe
sorprender. La investigación académica no consigue mantener el ritmo de los cambios y
se limita a plasmar redes y patrones culturales que ya están desapareciendo. Desde
principios de los años noventa aparecen culturas de usuarios de la nada, pero los
investigadores se ven incapaces de anticiparse y asimilar el ritmo al que aparecen y
desaparecen esas grandes estructuras. Las culturas de usuarios hace tiempo que han
superado la imaginación de los periodistas informáticos, y la sociedad ha tomado mucha
ventaja sobre sus teóricos (incluido este autor). Como reacción, cunde el pánico o se gira

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del todo la espalda al tema de los nuevos medios. El objeto de estudio está en flujo
permanente y acabará por desaparecer en poco tiempo. La idea de que la teoría en forma
de estudios de caso detallados está condenada a limitarse a la historiografía puede
originar situaciones depresivas y sumirnos cada vez más en un estado de ánimo
farmacológico, en palabras de Bernard Stiegler.5 Reforzada por el declive de la filosofía
francesa, se produce una falta de orientación. Columnistas y cómicos tratan a los nuevos
medios como si fueran complementos, pero un smartphone no es un bolso de mano.
Necesitamos debates competentes llenos de gracia e ironía, pero en cambio discutimos la
actualidad tal y como la dictan los medios informativos. Una posible salida sería el
desarrollo de conceptos críticos que vayan más allá de generaciones individuales de
aplicaciones, sin caer en una teoría especulativa que se limite a celebrar el potencial
liberador de los tópicos y espere a ser traducida en un valor de mercado.
Veamos el estado de la crítica de la web 2.0 (dejando de lado el tema de la protección
de datos, que ya ha sido tratado en profundidad por autores como Danah Boyd). The Cult
of the Amateur de Andrew Keen es considerado una de las primeras aproximaciones
críticas al sistema de culto de la web 2.0. «¿Qué ocurre –se pregunta Keen– si se juntan
ignorancia, egoísmo, mal gusto y la norma de la masa? Que el mono escribe el guión.»
Cuando todo el mundo emite, nadie escucha. En este estado de «darwinismo digital» sólo
sobreviven las voces más fuertes y que más se atribuyen la verdad única. La web 2.0
«diezma las filas de los guardianes culturales».6 Si Keen se presenta como un
representante gruñón y celoso de la categoría de los antiguos medios, lo mismo no puede
decirse de Nicholas Carr, cuyo libro The Big Switch (2008) analiza el ascenso de la
informática en la nube. Para Carr (a quien encontraremos de nuevo en el capítulo de
«Psicopatología del aluvión informativo»), esta infraestructura centralizada simboliza el
final del PC autónomo como nodo en una red dispersa. El último capítulo del libro de
Carr, titulado «iGod», hace referencia al «giro neurológico» de la crítica de la web 2.0.
Partiendo de la observación de que Google tiene desde siempre la intención de convertir
su actividad en inteligencia artificial, «un cerebro artificial más listo que tu propio»
(Sergey Brin, fundador de Google, en Newsweek), Carr centra su atención en el futuro de
la cognición humana: «El medio no es sólo el mensaje. El medio es el espíritu. Decide
qué vemos y cómo lo vemos.» Con el dominio de la velocidad en internet nos
convertimos en sus neuronas: «Cuanto más enlaces cliquemos, más páginas veamos y
más transacciones realicemos, mayor valor económico y beneficio generará.»7
En su famoso ensayo publicado en The Atlantic en 2008, «Is Google Making Us
Stupid? What The Internet is Doing to Our Brains», Carr refuerza este argumento,
mostrando cómo nos acaba entonteciendo el salto constante entre ventanas y páginas web
y el uso compulsivo de los buscadores. ¿Es responsabilidad de cada individuo evitar un
efecto a largo plazo en sus capacidades cognitivas? En un texto exhaustivo sobre el
debate subsiguiente, Wikipedia remite al estudio de Sven Birkerts de 1994, The
Gutenberg Elegies: The Fate of Reading in an Electronic Age, y a la obra posterior de la
psicóloga del desarrollo Maryanne Wolf, que hace referencia a la pérdida de capacidad de
la «lectura en profundidad». Señala que los internautas altamente dirigidos ya no parecen
ser capaces de leer novelas largas o monografías extensas. Carr y otros se sirven
astutamente del entusiasmo anglosajón por todo lo que tiene que ver con la mente, el
cerebro y la conciencia. La sed de periodismo científico popular parece actualmente

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insaciable. En cambio, un análisis económico (y ya ni digamos marxista) detallado de
Google y del complejo de lo libre y abierto está preocupantemente fuera de lugar: si los
críticos culturales desean hacerse oír con sus preocupaciones, que hagan el favor de
cantar al son de los Daniel Dennett de este mundo, reunidos amenamente en edge.org.
En su libro Payback8, Frank Schirrmacher, editor de la Frankfurter Allgemeine y
miembro de Edge, también analiza la influencia de internet en el cerebro. Mientras la
perspectiva de Carr sobre el derrumbamiento de las capacidades de multitasking en la
cultura masculina blanca asume el localismo de un experto en economía informática
estadounidense disfrazado de intelectual de la costa este, Schirrmacher lleva el debate al
contexto continental europeo de una clase media en proceso de envejecimiento que ha
adoptado una actitud miedosa y defensiva ante el fundamentalismo islámico y la
hipermodernidad asiática. Al igual que Carr, Schirrmacher busca pruebas de la pérdida de
facultades mentales del ser humano, incapaz de seguir el ritmo del iPhone, Twitter y
Facebook, que se añaden a los caudales informativos previamente existentes de
televisión, radio y prensa. Instalados en un estado de alerta permanente, nos sometemos a
la lógica de la rapidez y disponibilidad continua. Schirrmacher habla de «agotamiento del
yo». La mayoría de alemanes han reaccionado negativamente a Payback. Además de los
errores factuales, se centran sobre todo en el pesimismo cultural antidigital implícito de
Schirrmacher (que él niega) y el conflicto de intereses entre su función de editor de
prensa y la de crítico de la actualidad. Sea como fuere la evolución futura del debate
cultural sobre los medios, el grito de alerta de Schirrmacher seguirá acompañándonos
durante algún tiempo. ¿Qué importancia debemos dar a los dispositivos y las aplicaciones
digitales en nuestro día a día? ¿Someterá internet nuestros sentidos y dictará nuestra
cosmovisión? ¿O desarrollaremos la voluntad y la visión de dominar esas herramientas?
En You Are Not a Gadget (2010), Jaron Lanier se pregunta: «¿Qué ocurre si ya no
somos nosotros quienes damos forma a la tecnología sino que es la tecnología que nos da
forma a nosotros?»9 Lanier es un caso especial. No es ni periodista ni académico, sino un
mega-friki, un científico informático de la cibercultura hippie pre-web. Es difícil
encasillarlo políticamente, pudiéndosele clasificar, si cabe, bajo la etiqueta de
contracultural y anticapitalista (si bien esto último sólo se puede afirmar bajo reservas en
relación a la cultura de la costa oeste estadounidense). Lo que hace especial la historia de
Lanier es su condición de conocedor de Silicon Valley, de manera que debemos leer su
libro largamente esperado más o menos del mismo modo que los observadores del
Kremlin descifraban en su día los órganos centrales oficiales. A su manera, Lanier es la
versión actual del disidente soviético. De modo parecido a Andrew Keen, en su defensa
del individuo remite a la pérdida de inteligencia a manos de la «sabiduría de la multitud»,
que oprime posturas independientes –por ejemplo, en Wikipedia– a favor de la norma de
la masa. Lanier se pregunta por qué en las últimas dos décadas no ha surgido ningún
estilo musical o subcultura nueva y denuncia el predominio de lo retro en la cultura
musical actual, marcada por el remix. La cultura de lo libre no sólo merma los ingresos de
los artistas escénicos, sino que también les disuade de experimentar con sonidos nuevos.
La democratización de las herramientas digitales no ha propiciado la aparición de algún
«súper-Gershwin», sino que Lanier ve en ella un «agotamiento de los modelos», el
fenómeno de que una cultura va agotando las variaciones de modelos tradicionales,
produciéndose una pérdida de creatividad generalizada. «No estamos atravesando una
calma transitoria antes de la tempestad. En cambio, hemos entrado en un letargo

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duradero, y estoy convencido de que sólo lograremos escapar a él si fumigamos toda la
colmena.»10 Tanto si estamos de acuerdo con Lanier como si no, al menos deberíamos
tomar nota de su crítica y distinguir exactamente qué tipo de experimentos e invenciones
se están produciendo realmente en el espacio online de la música electrónica o la cultura
hacker.
Según Thierry Chervel de la revista cultural online alemana Perlentaucher, «internet
aplasta el cerebro, como corrobora Frank Schirrmacher. Quiere recuperar el control. Pero
este se ha perdido definitivamente. La revolución devora a sus hijos, sus padres y sus
detractores.»11 ¿Será este el destino de la nueva hornada de críticos de la red, como Siva
Vaidhyanathan, Sherry Turkle o incluso Evgene Morozov?12 El debate social y de
internet no debe ser «medicamentado» ni moralista, sino centrarse más bien en la política
y la estética de la arquitectura de las redes.
En lugar de repetir lo que proclaman Carr, Schirrmacher y otros, afirmo que la crítica
de la web 2.0 debe seguir por derroteros totalmente distintos. Dejémonos ya de reproducir
efectos mentales, de elucubrar sobre la influencia de la red en nuestras vidas o de invocar
una y otra vez el destino del sector informativo y editorial, y pasemos a analizar las
nuevas lógicas culturales, menos aparentes, que van más allá de plataformas u organismos
específicos, como el tiempo real, enlazar vs. «me gusta» y el ascenso de las redes
nacionales. Aquí está el enfoque crítico de la red, al que me voy a dedicar en los
siguientes capítulos del libro. Deseo plantear aspectos del uso cotidiano de internet a los
que a menudo no se presta atención. Se trata de enfocar la transición invisible del uso de
internet como herramienta hacia la creación de extensas «culturas de usuarios»
colaborativas que desarrollan un perfil propio y diferenciado, ocupando nuestro espacio
vital en sentido tecnológico. En este ecosistema relativamente nuevo pueden desarrollarse
conceptos de forma inmediata a través del ensayo y error. Si bien los conceptos se pueden
entender como ideas abstractas, en el contexto de culturas en red vivas se desarrollan
desde dentro y no caen del cielo. Mi enfoque pretende determinar con precisión la
adaptación de conceptos así como proponer nuevos planteamientos que pueden
desempeñar un papel productivo. Para mí, el contexto de internet todavía está fluyendo:
¿por qué habría que estudiarlo y no dedicarse a temas más importantes e interesantes? La
lucha por internet todavía no ha terminado. Mientras haya algo en juego, habrá nuevas
delimitaciones que producirán nuevas generaciones fuera de la ley y posiciones críticas
que impulsarán sus proyectos.
Eslóganes y citas para la multitud en red:
¿No hay ideas? No hay problema (publicidad) – Volver a sentirse listo – Sí,
comentamos – Si estás aburrido, aburres – Deseo de bien común – Otoño del dominio
digital – La desesperación del dandyismo de masas – Inscríbase aquí para hacerse
partisano – Llenar el vacío americano – La creciente distancia interna – Experimenta la
belleza de la intensidad indirecta© – Un éxtasis tranquilo – Sirvo como pantalla vacía –
El observador está solo – Ésta es la soledad del hombre libre – La fe como decisión
racional – … software superior para las multitudes confundidas … – «Francia era el
centro del mundo y hoy padece una falta de grandes acontecimientos históricos. Este es el
motivo por el que se explaya en posturas radicales. Es la expectativa lírica y neurótica de
un gran acto surgido de sí mismo, pero que nunca llega y nunca llegará.» (Milan
Kundera) – Devolver a las personas su bien más fiable: la teoría (pancarta publicitaria) –

15
No anhelamos inversiones – «Es un oportunista de Google. Vale menos que un animal» –
Disfrutamos de independencia (Chatroulette) – Multitasking es para los pobres – Destino
técnica (miniserie) – Mentiras nobles para redes sociales – Me gusta reflexionar sobre mí
mismo – Enlazar las revoluciones no programadas – «Sobreprogramado, furioso, solo.»
(Zadie Smith) – Color preferido: opaco – De la impotencia no surge responsabilidad.

3. La colonización del tiempo real

Olvidad el navegador, el tiempo real es el nuevo crack.13 Dave Winer lo pregona en


Scripting News y Nicholas Carr escribe sobre ello en su serie de blogs The Real Time
Chronicles. Descubrimos la tendencia fluida y en constante cambio en metáforas como la
moda de Google y Twitter (el fenómeno más visible de esta tendencia de transición), pero
también se encuentra en chats y la telefonía vía internet tipo Skype, al igual que en la
vigilancia automática del tráfico de internet (Deep Pocket Inspection) o de movimientos
de cotizaciones de bolsa así como en videostreaming. En diciembre de 2009, Google
introdujo un interfaz de búsqueda en tiempo real que actualiza automáticamente los
resultados de la búsqueda sin necesidad de cargar de nuevo la ventana del navegador.
El tiempo real significa un cambio fundamental del archivo estático hacia el «flujo».
¿A quién le importan todavía las coordenadas de ayer? El tiempo se acelera y nos
deshacemos de la historia. En una economía 24/7 se comunica vía tuits, mientras que la
parte visible del archivo se reduce a las últimas horas.14 Silicon Valley se prepara para la
colonización del tiempo real, dejando atrás la «página» web estática, que tan solo perdura
como referencia al periódico. ¿Para qué almacenar un flujo? A los usuarios ya no les
importa poder almacenar información offline en sus terminales, y la «nube», junto con
nuevas creaciones de hardware (véase MacAir y sus diferentes limitaciones técnicas),
fomenta este movimiento liberador. Externalizamos nuestros archivos y confiamos su
gestión a instituciones externas. Si Google almacena los datos, nos podemos quitar de
encima el farragoso PC universal. Fuera este mobiliario de oficina pesado, feo y anodino.
La red se ha convertido en un entorno fugaz que llevamos en nuestros bolsos. Algunos
incluso se han despedido de la idea de una verdadera «búsqueda», ya que ésta lleva
demasiado tiempo y no produce sino resultados insatisfactorios. Por aquí podría empezar
a desmoronarse el imperio de Google, y es por ello que intenta por todos los medios
mantenerse al frente de una evolución que el filósofo de la velocidad francés Paul Virilio
predijo hace tiempo.
La televisión es hoy demasiado lenta, por lo que las noticias recurren a Twitter para
transmitir informaciones actualizadas al segundo. El aparato televisivo como tal puede ser
suficientemente rápido y sus señales se mueven a la velocidad de la luz, pero lo que ahora
se demanda son perspectivas múltiples y omnipresentes. El espacio real del plató de
televisión debe disolverse. Cuando la CNN, otrora una compañía global y poderosa,
moviliza sus múltiples canales en directo, deja patente hasta qué punto se ha vuelto
desesperadamente lenta y su perspectiva reducida. Incluso el tiempo real es relativo. Al
igual que el sector financiero, la industria audiovisual se ve obligada a aprovechar cada
milésima de segundo para incrementar el exceso. Sólo puede generar beneficios si
aprovecha la colonización de estos flujos a escala planetaria y en estructuras distribuidas.

16
En Mayo de 2009 se introdujo Google Wave como plataforma online de edición
colaborativa en tiempo real. Aunaba correo electrónico, mensajería instantánea, wikis y
redes sociales, lo que permitía introducir por ejemplo datos de Facebook. Una
metaherramienta online para comunicación en tiempo real que ofrecía revisión ortográfica
y gramatical contextual y traducción automática entre 40 idiomas. Desde el tablero podía
experimentarse Wave como si uno estuviera sentado a orillas de un río y viera cómo
fluye. Un año más tarde se cerró el servicio, aduciendo falta de interés y quejas por la
complejidad y dificultad de manejo, que «a la gente podría costarle demasiado siquiera
entenderlo».15 ¿Tenemos que batallar intentando captar streams multicanal en directo?
¿Y para qué? ¿Ya has instalado tu tablero de inteligencia personal que te ayudará a
solucionar el problema del aluvión informativo, y eres también capaz de utilizarlo?16
Las promesas utópicas sugieren que ya no debemos esperar más a que el PC procese
nuestras preguntas. Internet se aproxima al caos y la complejidad de nuestro espacio vital
social. No obstante, en relación al diseño, un paso adelante implica dos atrás. Sólo hace
falta ver a Twitter en el smartphone: parece un correo electrónico en ASCII o un SMS en
un móvil de 2001. ¿Hasta qué punto es un efecto visual intencionado? El burdo estilo
HTML, dependiente de la fuente, quizá no representa una insuficiencia técnica sino que
hace más bien referencia a la imperfección del ahora eterno en el que estamos atrapados.
Sencillamente hay demasiado poco tiempo para disfrutar de medios lentos. De vuelta al
modo relajado, es agradable ponerse cómodo y escuchar el silencio offline, pero ésta es
una excepción reservada para los momentos de calidad.
El acelerador del internet en tiempo real es el microblogging, pero también podemos
contemplarlo desde el otro lado de las redes sociales, que instan a sus usuarios a revelar
tanto como sea posible. Twitter preguntaba primero: «¿Qué estás haciendo?» «¿En qué
estás pensando?» «¿Qué está sucediendo?» Si la máquina no puede leer tus pensamientos,
se te pide amablemente que los comuniques. Únete al programa. Danos tu mejor autofoto.
Muestra tus impulsos. Como resultado vemos blogs frenéticamente puestos al día, sitios
informativos continuamente actualizados y petabytes de microopiniones. La tecnología
que impulsa estas aplicaciones es la cascada permanente de canales RSS que
proporcionan actualizaciones inmediatas de todo cuanto pasa en algún lugar de la red. En
la «movilización» del ordenador, la red social, la cámara de vídeo y fotográfica, la técnica
audiovisual e incluso la televisión, la difusión de la telefonía móvil tiene un papel
importante. A través de la miniaturización del hardware y la conexión inalámbrica, la
tecnología se convierte en un elemento invisible de la vida cotidiana. Las aplicaciones
web 2.0 reaccionan a esta tendencia, intentando obtener un valor añadido de cada
situación. La máquina quiere saber continuamente qué pasa, qué decisiones tomamos,
adónde vamos y con quién hablamos. Mientras tanto se exploran nuestros datos, sin que
nos percatemos de que nuestras identidades semiprivadas y mayormente públicas generan
un lucro grandioso para los propietarios de las redes sociales. Éste es el precio de lo libre
y parecemos estar más que dispuestos a pagarlo.
Los ciberprofetas estaban equivocados: no existe prueba de que el mundo se vuelva
más virtual. Más bien es lo virtual que se vuelve más real: quiere penetrar en nuestras
vidas reales y relaciones sociales y hacerlas públicas. La autogestión y el modelaje
tecnológico se vuelven esenciales: ¿qué forma damos al yo en los flujos en tiempo real?
Ya no se nos insta a jugar un papel sino que se nos fuerza a ser «nosotros mismos» (lo
que no es menos teatral y artificial). Continuamente nos registramos, creamos perfiles y

17
enviamos actualizaciones de estado para presentar nuestro yo en el mercado global de
empleo, amistades y amor. Podemos tener pasiones múltiples, pero sólo una identidad
acreditada en Facebook porque el retorno del sistema no está programado para la
ambivalencia. La confianza es el lubricante del capitalismo global y del aparato de
seguridad estatal, y éstos la exigen en cada transacción y punto de control para autorizar
el paso de nuestros cuerpos e informaciones. La idea de que lo virtual libera a uno de su
yo antiguo ha fracasado. No existe ninguna identidad alternativa.
En este sentido, el yo de la web 2.0 es poscosmético. El ideal no es ni el otro ni el
hombre mejor. Multihombre, no sobrehombre. La personalidad perfectamente arreglada
no tiene empatía y es íntegramente susceptible. Son los errores de las estrellas
(infidelidades, consumo de drogas, vestuario ridículo, problemas de peso, piel
descuidada) que las hacen tan irresistibles. Mejorar significa hoy también mostrar quién
somos, y las redes sociales instan a sus usuarios a «gestionar» sus dimensiones más
humanas en lugar de limitarse a ocultar o revelar sus lados polémicos. Nuestros perfiles
se mantienen fríos o incompletos si no damos a conocer al menos un pequeño aspecto de
nuestra vida privada. Si no, somos robots, participantes anónimos de la cultura de masas
del siglo XX, ahora en declive. En Cold Intimacies, Eva Illouz plantea un problema de la
identidad online al que volveremos en un capítulo posterior, «Facebook, anonimato y la
crisis del yo múltiple». «Es prácticamente imposible distinguir la racionalización y
mercantilización del ser propio, de la capacidad del yo de formarse, progresar y participar
en la reflexión y el diálogo con otros.»17
Y así se transforma cada minuto de la vida en «trabajo», o al menos en un estado de
disponibilidad, una permanente presencia online emparentada con lo que Tiziana
Terranova denomina «valor añadido social».18 Pero mientras nos apropiamos de la
tecnología y la adoptamos en nuestras vidas, creamos al mismo tiempo espacios para
retirarnos y ser por un momento nosotros mismos. ¿Cómo encontramos el equilibrio? Es
imposible acelerar y ralentizar al mismo tiempo, pero es exactamente así como las
personas viven su vida. Nos decidimos por tareas rápidas o lentas en función del carácter,
las capacidades y el gusto; el resto lo externalizamos.
Citas de nadie y todo el mundo:
Preocupación por un aumento inesperado de la inflación del ego (titular) – Mira mi
grandiosidad distribuida – Crítica del marxismo hipercafeinado – «¿Ha averiguado jamás
qué es irrelevante?» – Efectos cascada recomendados – deshacer amistad con amados –
Participa en la abolición de la autorrealización – E-mails importantes – Ser princesa –
Diseña tu lucha con nosotros (150 $/año) – Disidentes natos – «Siempre ha sido difícil
crear algo que da la sensación de ser más inteligente sin tener que invertir mucho trabajo.
Sólo unas pocas ideas han llegado a imponerse entre los blancos, de las cuales el
documental y la radio pública son las más importantes. Pero en la última década se ha
añadido un elemento nuevo a esta selección: las conferencias TED.» (cosas que las
personas blancas quieren) – «Simplemente ignorar lo que no se entiende.» (XML) – No
hay nada parecido a una comida neutra. – «‹Desvotar› es bueno para ti.» (página web de
escepticismo científico)

4. Del enlace al «me gusta»

18
Imaginemos esta frase: «No soy responsable de tu página web.» Surge de una cadena
de ideas impulsada por otra observación: «Este enlace no es ninguna recomendación.»19
Un momento: precisamente, sí lo es. Y por ello los abogados discuten en los juicios sobre
el tema de los enlaces. «No se permite establecer ni gestionar enlaces a este sitio web sin
el previo consentimiento por escrito […]», dice Ryanair. «Dicho consentimiento puede
ser revocado en cualquier momento a discreción de Ryanair.»20 Enlazar convierte a uno
en cómplice. Pero aquí discrepan los geeks y ciberoptimistas al dar explicaciones
apasionadas sobre el enlazar como tal. Wikipedia define el hipervínculo como «elemento
de un documento electrónico que hace referencia a otro recurso», pero lo que falta en esta
definición es el aspecto de la actuación. Si no se acepta una afirmación, se la ignora. Se
hace un no enlace. Si un vídeo no es bueno, no se recomienda. Se saltan las imágenes
aburridas y no se escucha música mala. Entonces ¿por qué no debería aplicarse a la web
esta regla básica? Además, los enlaces animan a los visitantes de una página web a
cambiar de página, dejando claro por qué la mayoría de internautas «calculadores»
desconfían de un exceso de enlaces en sus páginas.21 Saltar de un lugar a otro es un
patrón de comportamiento fundamental de las sociedades posmodernas. Si es que se usan,
los enlaces deberían ser útiles para una idea o un negocio. Los enlaces son vínculos que
representan una «buena reputación» (que puede luego ser medida y representada) y
constituyen la base del algoritmo de búsqueda de Google. La base de Google es la
afirmación positiva.
Hasta hace poco no existían enlaces subconscientes sino sólo el anodino formato
HTML. Ello cambió con los botones de marcadores sociales, descritos por Anne
Helmond como «enlaces preconfigurados que al clicarlos remiten de vuelta a la
plataforma ‹madre›. El botón ‹me gusta›, tan popular en Facebook y activado con un solo
clic, es mucho menos intencional que un enlace, pues la conexión establecida consiste
más bien en una asociación afectiva sin esfuerzo que en una referencia verdadera.»22 Si
no se asume el discurso de Habermas de una opinión pública sin intereses y si no se es un
bloguero populista de derechas cuyo hobby es provocar y atacar, ¿qué motivo existiría
para enlazar hacia competidores, páginas basura, informaciones falsas o enemigos
políticos o sociales?
Todo ello son las trampas en las que cae la retórica del enlace. La «libertad de enlazar»
niega deliberadamente la otra parte hacia la cual se enlaza. Así las cosas, no sería mala
idea disponer de un «software antienlaces» que inicie automáticamente un ataque de
denegación de servicios a un servidor que enlace a uno mismo sin autorización
(buscadores incluidos). ¿Acaso existe también la libertad de desenlazar? Los enlaces
generan tráfico, que a su vez genera ingresos. Si millones de personas borraran los
enlaces de Google a sus páginas, podría significar el fin de este servicio, de la columna
vertebral de todo un imperio. El problema es que hasta ahora, nadie lo ha hecho. Los
enlaces externos se aceptan, se toleran y en el fondo se ignoran, o incluso ni se conocen.
Los tecnomaterialistas afirman que los enlaces alimentan máquinas creadas para el
consumo cibernético. El spam en blogs con sus largas listas de enlaces muestra a la
perfección cómo funciona la economía de los enlaces producidos en masa. Un enlace es
la unidad básica de la economía de la información para explorar, cartografiar y reproducir
su propia existencia. El imperio de Google está basado en los enlaces que otros realizan
en sus páginas web y documentos. El inicio del análisis de enlaces web por Page y Brin

19
(1996) tiene su origen en la idea del enlace como apoyo positivo del otro. En el libro de
David Vise sobre Google leemos que «un método de medir la popularidad de una página
web se basaba en el recuento de enlaces hacia ella». Page lo explica así: «Si se cita
muchas veces un trabajo científico, es un indicio de su importancia porque otras personas
han creído que merece la pena mencionarlo.»23 Si no se comparte esa opinión y no se
desea fomentar todavía más la popularidad de un trabajo, la mejor posibilidad de invertir
este proceso consiste en no mencionarlo ni enlazar a él. Pero, como veremos más
adelante, esta lógica pone en peligro la categoría de la propia crítica.
Veamos el caso del juez estadounidense Richard Posner y su propuesta de prohibir
todo enlace a artículos de prensa o cualquier material protegido sin autorización del titular
de los derechos de propiedad intelectual. Escribe: «Puede ser necesario extender el
derecho de propiedad intelectual al bloqueo del acceso en línea a contenidos protegidos
sin autorización del titular del derecho así como al enlace a material protegido o su
paráfrasis, para que el aprovechamiento parasitario de contenidos financiados por
periódicos online no desincentive la creación de estructuras costosas de redacción de
noticias, por lo que al final sólo quedarían grandes servicios informativos como Reuters o
Associated Press como únicas fuentes no estatales de información y opinión.»24
A ello respondió TechCrunch: «Lo siento mucho, juez Posner, pero no tengo que
pedirle permiso para enlazar a su apunte de blog o un artículo online. Así funciona la red.
Si no le gusta a la prensa, nadie le obliga a publicar en internet.» Los blogs y otras
páginas web adoptan contenidos de periódicos pero no contribuyen a financiar los costes
de la creación de noticias, afirma Posner, a lo que TechCrunch contesta: «Esta afirmación
general no es cierta. Cada vez más blogs, incluido TechCrunch, realizan su propia
investigación informativa y encargan a autores que informen acerca de acontecimientos,
corriendo ellos con los costes. Pero incluso si limitamos el debate a páginas de copiar y
pegar, el argumento parasitario no procede. No se puede ser un oportunista si se devuelve
un valor añadido. Como tal, un enlace representa un valor. […] ¿De dónde cree el juez
Posner que obtienen todas estas páginas web informativas sus lectores? Principalmente de
enlaces y no de tráfico directo. Borrar los enlaces reduciría drásticamente el número de
lectores online de muchos periódicos.»25
Hay que considerar la presente pérdida de significado del enlace como un proceso
gradual, subyacente, casi invisible. En primer lugar, su estatus ha bajado debido a los
buscadores. Ya no clicamos de página en página y utilizamos los enlaces que allí
aparecen para llegar a un determinado sitio, sino que tomamos el atajo a través de la
búsqueda. Yendo más allá, puede constatarse que los buscadores adoptan una postura
parasitaria frente a los enlaces ya que son los mayores beneficiarios de éstos, al mismo
tiempo que erosionan su poder. En el estudio Blogging for Engines de Anne Helmond se
describe el mecanismo de modo certero: «Los buscadores hacen que se produzca un
segundo proceso de enlace en segundo plano. Los blogueros todavía enlazan a otros
blogueros, pero también emplean mucho tiempo y esfuerzo en formatear sus contenidos
de modo que los buscadores puedan procesarlos fácilmente.»26 Éste es un claro ejemplo
del fracaso de la estructura dividida de los enlaces. Éstos no se someten a las leyes del
poder de Clay Shirky ni padecen una tiranía de los nodos de la red, tal y como la describe
Ulises Mejias, sino que se generan desde el comienzo para colocar el blog arriba en las
listas de búsqueda. Generar enlaces ha dejado de ser sólo un medio para convertirse en un

20
fin en sí mismo.
Este proceso tiene continuidad en los jardines vallados de las plataformas sociales,
donde los enlaces han sido sustituidos por el botón «me gusta». Introducido en abril de
2010, éste representa lo último en la promoción de blogs. La idea es «compartir» un
apunte de blog en Facebook. El botón «me gusta» permite a los usuarios crear conexiones
con otras páginas, compartir con un clic contenidos con amigos y mostrar a otros usuarios
registrados a qué amigos «les ha gustado» la página. Se trata de la política de tráfico en
red. En las redes sociales, el enlace se ha reducido a una recomendación de contenidos
visitados, con el objetivo claro de que se vuelva a la plataforma, se diga algo al respecto o
se transmita a otros. El paso del enlace al «me gusta» como moneda predominante de
internet simboliza al mismo tiempo en la economía de la atención un cambio de la
navegación guiada por la búsqueda hacia la vida autorreferencial o cerrada en las redes
sociales.27

5. Los «netizens» y el ascenso de las opiniones extremas


Encontrar a participantes educados en la web 2.0 puede resultar muy difícil. Internet es
un caldo de cultivo para opiniones extremas y usuarios que buscan explorar los límites. Si
este espacio es, como dicen, un oasis de libertad, veamos qué nos podemos permitir
dentro de él. Esta postura niega un verdadero diálogo, lo que nos remite de nuevo a la
utopía comunicativa de Habermas. Nunca averiguaremos si los textos de una sola línea de
autores mayoritariamente anónimos son ciertos. Un intercambio continuado se produce en
otro lugar, en foros más ocultos, casi privados. El internet público se ha convertido en un
campo de batalla, lo que explica el éxito de jardines vallados como Facebook y Twitter,
que excluyen al otro agresivo (o al menos transmiten esta impresión, porque con el
advenimiento de acosadores, gamberros o incluso asesinos de Facebook se prenuncia el
avance del otro violento hasta en la seguridad higiénica de las plataformas sociales). La
web 2.0 facilita por ello a los usuarios unas herramientas para filtrar contenidos y
usuarios.
Si bien en la web 1.0 también existían áreas privadas, el internet público todavía no
transmitía en aquel momento la impresión de un entorno tóxico. La idea del «netizen» es
una reacción de mediados de los años noventa a la primera onda de usuarios comunes que
ocuparon la red. El ciudadano ideal de la red modera, enfría debates acalorados y
reacciona de manera amable y no represiva. El «netizen» fue ideado como algo parecido a
un «policía bueno» en un programa de metadona. Representa la idea de un gobierno
desde abajo, no es un representante de la ley y; además actúa como un asesor personal, un
guía por un nuevo mundo. El ciudadano de la red actúa conforme un espíritu de buen
comportamiento y ciudadanía común. De modo parecido a la burguesía neoliberal, se
insta a los usuarios a asumir un compromiso social: la red fue diseñada explícitamente
para mantener al margen la regulación estatal. Hasta principios de los años noventa, en la
fase académica tardía de la red, podía pensarse que todos los usuarios eran conocedores
de sus reglas (también conocidas por netiqueta), comportándose acorde a ellas.
Naturalmente, no siempre era el caso (en los inicios de Usenet ni tan solo existían los
ciudadanos de la red, sino que todo el mundo era potencialmente perverso). Pero si se
registraba un mal comportamiento, había manera de obligar a aquella persona a dejar de

21
enviar spam o insultar. Después de 1995, cuando internet pasó a ser accesible para el
público general, ello dejó de ser posible. Con el crecimiento rápido de la red y sus
navegadores fáciles de usar, el código deontológico desarrollado por ingenieros
informáticos y científicos dejó de poderse transmitir de un usuario a otro.
En aquel momento se consideraba internet un medio global apenas controlable por
leyes nacionales, una idea no muy alejada de la realidad. El ciberespacio estaba fuera de
control, pero de manera simpática, inocente. Que las autoridades instalaran una unidad
especial justo al lado de la oficina del presidente de Baviera para controlar la parte bávara
de internet transmitía una imagen entrañable y algo desesperada. Por aquel entonces,
aquella medida previsiblemente alemana nos parecía divertida, pero la risa se nos pasó
con el 11-S y el estallido de las puntocom. Una década después, existen leyes sobre leyes
y unidades policiales enteras destinadas exclusivamente al cibercrimen, así como un
arsenal completo de herramientas de software para controlar la red nacional, como se la
llama hoy en día. En retrospectiva, perdemos fácilmente de vista que el «netizen»
racional era una figura libertaria de la era neoliberal de la desregulación. Aun así, había
sido inventada para reaccionar a cuestiones que habían crecido exponencialmente y que
hoy se plantean en currículos escolares o grandes campañas informativas. El robo de la
identidad es una cosa seria. Los padres y los profesores deben saber cómo reconocer
ciberbullying entre los niños y reaccionar a este fenómeno. De modo similar a mediados
de los años noventa, todavía padecemos el problema de la «masificación». La imagen que
caracteriza a la web 2.0 debería ser una visualización de datos de su hipercrecimiento. El
mero número de usuarios en todo el mundo y la medida en que las personas dependen de
internet es un fenómeno que todavía impresiona a los propios expertos, muchos de los
cuales han dejado de creer que la comunidad de internet llegue jamás a aclarar estas
cuestiones.
En tiempos de recesión global, nacionalismo creciente, tensiones étnicas y obsesión
colectiva con la cuestión del islam, las culturas de comentarios en la web 2.0 se
convierten en un tema a tomar en serio por los órganos supervisores de los medios de
comunicación y la policía. Los blogs, foros y plataformas sociales brindan a sus usuarios
la oportunidad de dejar mensajes breves y los jóvenes reaccionan a los acontecimientos
(noticiables) a menudo de manera virulenta, llegando incluso a amenazar de muerte a
políticos y famosos, sin tomar conciencia de lo que realmente hacen. La vigilancia
profesional de comentarios requiere actualmente un esfuerzo considerable. Para citar sólo
algunos ejemplos de los Países Bajos: Marokko.nl analiza cada día 50.000 comentarios, y
la página del diario de derechas De Telegraaf recibe 15.000 comentarios diarios sobre sus
artículos seleccionados. A su vez, blogs populistas como Geen Stijl animan directamente
a sus usuarios a tomar posturas extremas, una táctica consolidada para llamar la atención
de la página web. Mientras algunos sitios cuentan con normas internas para borrar
amenazas de muerte y contenidos ofensivos, otros hasta incitan a sus usuarios a hacerlo,
todo en nombre de la libertad de expresión.
Si bien el software actual invita a los usuarios a dar opiniones breves, los demás no
suelen tener ninguna posibilidad de responder. La web 2.0 no ha sido diseñada para
articular debates con miles de aportaciones. Allí donde la red pasa a tiempo real, cada vez
queda menos espacio para la reflexión, sino que en su lugar prolifera la tecnología para
producir cháchara en caliente (un tema al que volveremos en «Tratado de la cultura de los
comentarios»). El software de backoffice sólo sirve para medir la «reactividad»: dicho de

22
otro modo, hay tal número de usuarios, tantas opiniones y tan poco debate. Esta evolución
reafirma obviamente a las autoridades en su intención de inmiscuirse en las pocas
conversaciones de masas online que han quedado. ¿Puede el diseño (de interfaz) proponer
una solución para todo este hipercrecimiento que prolifera en todas direcciones? La
Wikipedia es un buen ejemplo de proyecto que ha sabido mantener una masa crítica sin
desintegrarse en mil pedazos. Pero también en la Wikipedia, los bots están cobrando
mayor importancia en el control automatizado de la página web. Los bots funcionan en
segundo plano, mientras realizan su tarea silenciosa para sus dueños. ¿Cómo pueden los
usuarios recuperar el control y asimilar hilos complejos? ¿Deberían entrenar a sus propios
bots e instalar marcadores para recuperar una visión general al estilo Google Wave o
simplemente retirarse y no volver hasta que se solucione el problema?
Siga con nosotros estos eslóganes:
Compra introvertida – Trabajo en red de bajo ruido – Uniros en la autogestión –
Paralizar la sociedad – Los amigos son tóxicos – Se acabó el alboroto sin espíritu – Sé el
primero a quien no le guste – Memorial del terror de la recomendación – Trabajar para el
archivo – Percepción menos MyReality – He dejado Facebook. No soy un don nadie –
«PHP viene a ser tan apasionante como tu cepillo de dientes. Lo utilizas cada día, cumple
su cometido, es una herramienta sencilla, ¿cuál es el problema? ¿A quién le apetecería
leer algo sobre los cepillos de dientes?» (Rasmus Lerdorf, inventor de PHP) – Error,
conectando con Radiópolis – Cada generación tendrá que crear sus propios medios (según
Marinetti) – Guerra civil móvil y social en tiempo real – No te fíes de la base de datos –
Organizaciones indeterminadas – Mi tiempo tiene más valor que el tuyo – Objetivo:
reducir las transmisiones escolásticas en un 10 % hasta 2010 – Seguridad de servicio –
Aprender de los errores está sobrevalorado – like.com ha sido comprado por Google –
«Las ideas no hacen rico. Pero sí su correcta puesta en práctica.» (Felix Dennis)

6. El ascenso de las redes nacionales


Mientras la «gestión de derechos digitales» ha entrado en crisis debido a las culturas de
la copia como las redes P2P, los mecanismos de control de los estados se encuentran
claramente en auge. Con un número total aproximado de dos mil millones de usuarios, el
enfoque ha pasado de la «gobernanza global» a los niveles nacionales o locales. Las
personas están atentas a lo que sucede en su entorno inmediato, una perogrullada que ya
se conocía en los años noventa; lo que pasa es que se ha tardado un tiempo en encontrar
una forma de ponerla tecnológicamente en práctica. Actualmente con el 42,6 % de los
internautas procedentes de Asia, la era transatlántica se ha terminado. En agosto de 2008
se informó por primera vez que el número de usuarios chinos superó al de
estadounidenses. Ahora, sólo el 25 % del contenido de la red está en inglés.
La base tecnológica de las redes nacionales consiste en el desarrollo de herramientas
para controlar y limitar el rango de IP (las direcciones IP asignadas a un país). Dichas
tecnologías geosensibles pueden usarse en dos sentidos. Por un lado, bloquean el acceso
de usuarios extranjeros a canales de televisión online cuyos contenidos están financiados
por impuestos o cánones de televisión (como en Noruega, Reino Unido y Australia), lo
que da nueva vida a una ideología de nacionalismo cultural; por motivos similares
también se limita el acceso a páginas web de bibliotecas públicas que incluyen patrimonio

23
cultural protegido por copyright. Por otro lado, también puede impedirse a los ciudadanos
que viven dentro de las fronteras geotécnicas de un país que accedan a páginas web
extranjeras (los chinos del continente no tienen acceso a YouTube, Facebook o Twitter,
entre otros). Hace poco, China ha exportado incluso su tecnología de cortafuegos a Sri
Lanka, que ahora bloquea «páginas web enemigas» de grupos de tigres tamiles exiliados.
Mientras la postura china era considerada en el pasado una excepción retrógrada, ahora se
ha convertido en la norma, incluso en países de la OCDE que aseguran apoyar la libertad
en internet.
Culturalmente hablando, el idioma es el vehículo principal para crear estas «redes
nacionales». Para este proceso ha sido de suma importancia el desarrollo de un sistema
llamado Unicode, un protocolo que asigna un código propio a todos los símbolos de
cualquier idioma del mundo. Unicode permite leer y escribir los símbolos de muchos
idiomas importantes. Sin embargo, el software va a remolque de estos esfuerzos de
localización. Todavía se dan casos de navegadores y sistemas operativos antiguos que no
pueden reproducir algunos caracteres en japonés o hindi. En un momento dado,
Blogger.com comenzó a participar en el desarrollo de un software específico que
permitiera bloguear en hindi. Con el tiempo, la cultura de los blogs ha comenzado a crear
características nacionales propias, que trataremos más a fondo en el capítulo de este libro
dedicado a los blogs. Después de abrir oficinas en toda África, Google todavía está
ocupado en adaptar su buscador a los diferentes idiomas africanos. Ahora ya es posible
introducir caracteres en mandarín en la barra de direcciones, y quizá en breve ya veremos
programas que no sólo están escritos en inglés.
Por otro lado, el ascenso de las redes nacionales es políticamente ambivalente. Si la
comunicación en el idioma propio parece una liberación frente a la limitación de los
teclados y nombres de dominio en alfabeto latín, además de ser una necesidad para llevar
al 80 % restante de la población mundial a la red, las nuevas delimitaciones digitales
también representan una amenaza directa al intercambio libre y abierto que internet
supuso en su día. Los espacios definidos a nivel nacional permiten a los servicios secretos
controlar con precisión las telecomunicaciones dentro de las fronteras estatales. Como
expongo en el capítulo sobre la organización de redes, los regímenes autoritarios como
Irán utilizan internet de manera cada vez más estratégica para actuar contra la oposición,
recordándonos que el internet «inofensivo» difícilmente servirá como herramienta
revolucionaria. Contra todo pronóstico, el Gran Cortafuegos Chino construido con el
conocimiento técnico occidental de Cisco28 funciona remarcablemente bien para
rechazar contenidos indeseados y realizar un control inaudito de la población propia. Este
éxito demuestra que el poder ya no es absoluto sino dinámico, dirigido a controlar a toda
la población. Los ciberdisidentes que tratan de eludir el cortafuegos con servidores proxy
propios quedarán al margen mientras no logren trasladar su meme a un contexto social
más amplio. Si se producen protestas o revoluciones (que las hay, y muchas), éstas
parecen surgir de la nada, alcanzan una intensidad increíble durante poco tiempo y
desaparecen de nuevo, para «transmitir una onda de choque planetaria por las redes».29
Para usar la jerga del ramo: con independencia del tamaño y el objetivo, sólo importa la
gobernabilidad. ¿Cómo se domina la complejidad? La única manera de enfrentarse a este
enfoque administrativo consiste en organizarse: el cambio social ya no se produce a
través de la tecnoguerra de filtros y contrafiltros sino que es una cuestión de redes
organizadas que desencadenan una maratón de sucesos.

24
7. A la espera de la teoría de las redes

Estas ideas así como los siguientes capítulos forman parte de un proyecto de «crítica de
la red» que pretende desarrollar sistemas sostenibles. Un capítulo propio, llamado
«Repaso de la crítica de internet», que se remite a pensamientos previos de mi libro My
First Recession de 2003, está dedicado al estado actual de este género en fase de
construcción. Pueden considerarse ejemplos anteriores las ideas de los medios soberanos,
las redes organizadas, la estética distribuida y –la más conocida– los medios tácticos. La
base es que el uso de ideas como elementos individuales que se conjuntan en
interminables diálogos y debates acabe desembocando gracias al esfuerzo común en una
teoría integral materialista (orientada en el hardware y software) y afectiva. Ello todavía
no se ha producido a gran escala, pero quizá deberíamos reducir una marcha, relajarnos y
armarnos de paciencia.
Cuando apareció la teoría científica de las redes, fue recibida con gran esperanza por
investigadores de todas las disciplinas, pues sus generalizaciones transversales parecían
ofrecer justamente lo que los analistas de la «física social» de la sociedad en red habían
esperado durante mucho tiempo. Sin embargo, debido a su perspectiva excesivamente
humana y la falta de interés por la tecnología, el enfoque sociológico del análisis de la
dinámica interpersonal de las redes sociales resultó inadecuado para explicar las
contradicciones de la sociedad en red. El resultado es una pérdida de entusiasmo por las
teorías generales de las redes, que sólo ofrecen un modelo uniforme, lo que por cierto
también es aplicable a la teoría del actor-red (ANT). Si pretendemos estudiar el uso de
redes por grandes instituciones o bots como ejemplo de comportamiento autónomo de
software, la ANT puede tener sentido. Pero ¿qué ocurre si enfocamos el ámbito de la
estética de la red o la política de las redes sociales? ¿O las subjetividades online? Silencio
absoluto. Mientras los «estudios de internet» se basen en métodos sociológicos, como los
que lleva a cabo la Association of Internet Researchers (AoIR), seguirá siendo evidente la
falta de un proyecto de humanidades más amplio en este campo. Como explico en el
capítulo «Ciencias de medios: diagnóstico de una fusión fracasada», va siendo hora de
buscar elementos que puedan conducir a una teoría de las redes más allá de los estudios
culturales, obsesionados con la identidad, y el enfoque sociológico etnográfico o
cuantitativo. Lo que necesitamos son ideas críticas apasionantes que sobrevivan como
memes estables y puedan convertirse en normas sociotécnicas.
Si nos miramos la evolución de las teorías de internet, veremos que el objeto de
investigación de las comunidades virtuales (Rheingold), espacio de flujos (Castells),
multitudes inteligentes (otra vez Rheingold), vínculos débiles y puntos de inflexión
(Gladwell), crowdsourcing, cultura participativa (Jenkins) y sabiduría de las masas
(Surowiecki) se ha quedado estancado en etiquetas generales como web 2.0 (O’Reilly) y
redes sociales. A menudo, dichas teorías describen lúcidamente cómo se forman y crecen
las redes y qué forma y tamaño adoptan, pero no dicen nada acerca de cómo se integran
en la sociedad y qué conflictos ello produce.
¿Por qué no existe todavía ninguna «teoría (general) de internet» después de más de
dos décadas? Necesitamos una teoría de las redes actual que refleje los cambios rápidos y
se tome en serio las implicaciones críticas y culturales de los medios tecnológicos. De
momento, sigue predominando teóricamente una «teoría unificada de las redes» de corte
científico, para parafrasear a Albert-László Barabási. Pero la capacidad de rendimiento y

25
los patrones de crecimiento ya no se pueden investigar como meros fenómenos
pseudonaturales. La esperanza es que nos podamos rebelar contra las formas matemáticas
de las redes. Las humanidades deberían hacer más que sólo describir los tiempos en que
vivimos. Podemos vincular aforismos previos con la planificación de escenarios futuros,
el pensamiento especulativo con el periodismo de datos y la programación informática
con los estudios visuales. El objetivo supremo es desencadenar un futurismo especulativo
y dar más peso a las formas de expresión singulares que a las demostraciones de poder
institucionales. Muchos quieren saber cómo pueden las redes garantizar la «confianza»,
manteniéndose al mismo tiempo abiertas, transversales y democráticas. ¿Cómo se pueden
contrarrestar las concentraciones de poder que se están desarrollando con gran rapidez? Si
las redes están tan distribuidas y descentralizadas en su esencia, ¿por qué no se opone
resistencia a las economías del tamaño impulsadas por Google y Facebook? La solución
puede estar en la idea de las redes organizadas, presentada en Zero Comments y que ahora
genera estudios de caso que se mostrarán en el último capítulo. En cualquier caso ha
desaparecido el «consenso bruto».30 ¿Estás preparado para la era de los conflictos?

1 Jodi Dean, John W. Anderson, Geert Lovink (eds.), Reformatting Politics: Information Society and Global Civil Society, Nueva York: Routledge, 2006.
2 Oliver Burkeman, «SXSW 2011: the internet is over», en: The Guardian, 15 de marzo de 2011. http://www.guardian.co.uk/technology/2011/mar/15/sxsw-
2011-internet-online
3 http://techcrunch.com/2009/02/21/andreessen-in-realtime/ y http://www.roughtype.com/archives/2009/02/the_free_arts_a.php
4 Ver la ponencia de Habermas en marzo de 2006 en Viena, en la que defiende que internet es una forma secundaria de opinión pública (se encontraba en la
web: http://www.renner-institut.at).
5 Ver Bernard Stiegler, Taking Care of Youth and the Generations, Stanford: Stanford University Press, 2010 y For a New Critique of Political Economy,
Cambridge: Polity Press, 2010. Ambos libros contienen referencias y párrafos enteros sobre la relación entre actividades intensas de internet y juegos por un
lado y estados depresivos en los jóvenes por el otro, lo que Stiegler denomina la «batalla por la inteligencia». Stiegler reivindica una lucha contra la
infantilización y aboga por la reintroducción de los derechos de las minorías para menores. Sólo una atención constante podrá salvar la memoria cultural.
6 Andrew Keen, The Cult of the Amateur: How Today’s Internet is Killing Our Culture and Assaulting Our Economy, Londres: Nicholas Brealey Publishing,
2007.
7 Nicholas Carr, The Big Switch: Rewiring the World, From Edison to Google, Nueva York: W.W. Norton & Company, 2008.
8 Frank Schirrmacher, Payback, Múnich: Blessing Verlag, 2009.
9 Jaron Lanier, You Are Not a Gadget: A Manifesto, Nueva York: Alfred A. Knopf, 2010. Ver también: http://www.edge.org/discourse/digital_maoism.html
10 Lanier, ibid., p. 45.
11 Tierry Chervel, «Fantasie über die Zukunft des Schreibens», http://www.perlentaucher.de/blog/134_fantasie_ueber_die_zukunft_des_schreibens#521
12 Los siguientes títulos de estos tres críticos de la red fueron publicados a principios de 2011: Siva Vaidhyanathan, Googlization of Everything (And Why
We Should Worry). Los Ángeles: University of California Press, 2011; Sherry Turkle, Alone Together: Why We Expect More Technology and Less From
Each Other. Nueva York: Basic Books, 2011; y Evgene Morozov, Net Delusion: the Dark Side of Internet Freedom. Nueva York: PublicAffairs, 2011.
13 Según Steve Gillmor en TechCrunch, 21 de febrero de 2009.
14 Ver mi capítulo sobre el tiempo en internet en Zero Comments, publicado también en 24/7, Time and Temporality in the Network Society, ed. por Robert
Hassan y Ronald Purser, Stanford: Stanford University Press, 2007.
15 http://en.wikipedia.org/wiki/Google_Wave. A finales de 2010, el proyecto pasó a la Apache Foundation, que cambió su nombre por el de Apache Wave.
16 En este contexto sirvan los vídeos web de Howard Rheingold sobre tableros inteligentes, sistemas de radar de noticias y filtros de información:
http://vlog.rheingold.com/index.php/site/video/infotention-part-one-introducing-dashboards-radars-filters/. Para Rheingold, se trata de herramientas
educativas importantes del siglo XXI. Para poder asimilar el aluvión informativo hace falta dominar más competencias que sólo leer y escribir. No sólo es
importante saber qué informaciones bloquear sino también cuáles dejar pasar. Para Rheingold, «mindful infotention» (un término acuñado por él mismo)
significa en parte atención disciplinada, en parte competencia técnica.
17 Eva Illouz, Cold Intimacies: The Making of Emotional Capitalism, Cambridge: Polity Press, 2007; traducción al español: Intimidades congeladas. Las
emociones en el capitalismo. Madrid: Katz, 2007.
18 Tiziana Terranova, «Another Life: the Nature of Political Economy in Foucault’s Genealogy of Biopolitics», en: Theory, Culture & Society 26.6 (2009):
pp. 234-262. Ver también Tiziana Terranova, «New Economy, Financialization and Social Production in the Web 2.0», en: Andrea Fumagalli y Sandro
Mezzadra (eds.), Crisis in the Global Economy: Financial Markets, Social Struggles, and New Political Scenarios, trad. por Jason Francis McGimsey, Los
Ángeles: Semiotext(e), 2010, pp. 153-170.
19 Un ejemplo: «DASHlink enlaza a páginas web generadas y gestionadas por otras organizaciones públicas y/o privadas. Este enlace puede haber sido
habilitado por un miembro de la comunidad o del equipo de NASA DASHlink; aun así, el enlace no significa una recomendación de la página web por la
NASA o nosotros. Si los usuarios siguen un enlace externo, saldrán de DASHlink y estarán sujetos a las directrices de protección de datos y seguridad de los
propietarios/patrocinadores de la(s) página(s) web externa(s). NASA y DASHlink no se responsabilizarán de los métodos de recogida de información de
páginas web externas.»
20 http://www.malcolmcoles.co.uk/blog/links-banned-2011/
21 Nicholas Carr: «Los enlaces son una comodidad maravillosa, como sabemos todos (del clicar compulsivo todo el día). Pero también significan una
distracción, a veces una distracción muy grande: clicamos en un enlace, después en otro y otro, y ya nos hemos olvidado de lo que queríamos hacer o dejar
de hacer al comienzo. Otras veces sólo son pequeñas distracciones, pequeños mosquitos de texto que zumban alrededor de la cabeza. Incluso si no se clica en
el enlace, la vista lo percibe y la corteza frontal tiene que disparar una salva de neutrones para decidir si se clica o no. […] En cierto modo, el enlace es una
forma tecnológicamente avanzada de la nota a pie de página. En lo que a su carácter distractor se refiere, es también una forma violenta de nota a pie de
página.» Carr define el libro como experimento de «deslincación». http://www.roughtype.com/archives/2010/05/experiments_in.php
22 Extraído de un correo electrónico del 10 de enero de 2011. Ver también Anne Helmond y Carolin Gerlitz, «Hit, Link, Like and Share. Organizing the
social and the fabric of the web in a Like economy», presentado como ponencia en la Miniconferencia DMI en la Universidad de Ámsterdam, 24-25 de enero
de 2011. http://www.annehelmond.nl/2011/04/16/paper-hit-link-like-and-share-organizing-the-social-and-the-fabric-of-the-web-in-a-like-economy/
23 David A. Vise, The Google Story, Nueva York, Pan Books, 2005, p. 37 (ambas citas).
24 http://www.becker-posner-blog.com/2009/06/the-future-of-newspapers--posner.html
25 http://www.techcrunch.com/2009/06/28/how-to-save-the-newspapers-vol-xii-outlaw-linking/
26 http://www.annehelmond.nl/2008/09/23/blogging-for-engines-blogs-under-the-influence-of-software-engine-relations/

26
27 http://wiki.digitalmethods.net/Dmi/WebCurrencies
28 http://www.wired.com/threatlevel/2008/05/leaked-cisco-do/
29 «The Invisible Committee», The Coming Insurrection, Los Ángeles, Semiotext(e), 2009, p. 131.
30 Referencia a la famosa fórmula del Internet Engineering Taskforce, que forma parte de sus creencias básicas, descrita en su documento «tao» del modo
siguiente: «El IETF se fundamenta en las convicciones de sus miembros.» Una de dichas creencias queda expresada en una de las primeras citas de David
Clark sobre el IETF: «Rechazamos a reyes, presidentes y elecciones. Confiamos en el consenso bruto y la ejecución del código.» Otra cita primitiva que se
ha convertido en otro credo general del IETF proviene de Jon Postel: «Sé conservador en lo que envías y liberal en lo que aceptas.»
http://www.ietf.org/tao.html

27
1
Psicopatología del aluvión informativo

La vida es tan apasionante que apenas queda tiempo para cualquier otra cosa.
Emily Dickinson

Acaparándolo todo, extendiéndose por todos lados, metastásico e hipertélico: he


aquí un mundo saturado, condenado a la inercia. ¿Acaso no forma parte del
proceso evolutivo del cáncer negar el propio objetivo a través de la hiperfinalidad?
La venganza del crecimiento dentro de la excrecencia. La venganza y la
culminación de la velocidad en la inercia.
Jean Baudrillard

El aluvión informativo nos tiene ocupados desde hace bastante tiempo. Ya en los años
sesenta fue discutido por Marshall McLuhan y Herbert Simon. Primero fue la oferta
desmedida de canales de televisión y libros, más tarde la enorme capacidad de almacenaje
lo que causaba trastornos de atención, pero los síntomas eran siempre los mismos: no se
da abasto con el procesamiento, la información entrante se va acumulando y en algún
momento el sistema se colapsa. Actualmente, miles de millones de personas están
enfrentadas a la explosión de datos, 24 horas al día online y moviéndose por la red a
través de pantallas cada vez más pequeñas. Si cada día hay que leer y responder
centenares de correos electrónicos, tampoco ayuda la paradoja de la elección o la divisa
«menos es más». No se trata de una «tiranía de las pequeñas decisiones». No es más que
trabajo.1
Como tema predilecto de los medios de comunicación, el aluvión informativo refleja
sobre todo la percepción tecnológica de las clases medias inmóviles. Sin embargo,
debería discutirse a la vista de crecientes cargas de trabajo, horarios laborales
prolongados e ingresos reducidos. Pero mientras la comunicación y los medios pueden
constituir una posibilidad –y una necesidad– para los pobres del mundo, causan dolores
de cabeza entre los segmentos más prósperos de la sociedad. No obstante, dado que el
malestar no se expresa a nivel político, traducimos el problema en un discurso médico. El
usuario convertido en paciente debe compensar la sobrecarga sensorial con tiempo de
calidad offline. A menudo se representa la incapacidad de participar en la sociedad del
conocimiento como problema generacional. Mientras las sinapsis frescas y los cerebros
vacíos son capaces de absorber gigabytes de flujos de información varios, los hombres de
traje gris de las clases dirigentes acaban picando piedra tarde o temprano. Es más: debido
a sus capacidades limitadas de multitasking, los hombres tienen una mayor probabilidad
de padecer saturación informativa que las mujeres. Esos nativos digitales de pacotilla se
olvidan de su dieta y sufren un ataque de datos. Si se les roba su Blackberry, su portátil se
queda en blanco, su cuenta de correo electrónico se paraliza o dejan sin responder
preguntas de amigos, se desquician.
En su Psicopatología de la vida cotidiana publicada en 1901, Freud escribe acerca de

28
olvidar nombres, confundir letras y otras disfunciones del cerebro. Irritados, nos
preguntamos por la causa de tales errores y confusiones. Nuestros sentidos nos juegan una
mala pasada. Igual de insatisfechos que en el siglo pasado, en la era de la información
también nos echamos la culpa a nosotros mismos, sin saber por qué somos culpables. ¿Es
la educación, son las estructuras socioeconómicas o simplemente deficiencias humanas
con las que todavía tenemos que reconciliarnos? La diferencia está en el desplazamiento
repentino de la atención de la capacidad de la memoria humana hacia la arquitectura de
los sistemas de información. Un siglo después de Freud, preocupa menos olvidar que
encontrar. Ya no vemos ningún problema en olvidar el nombre de amigos o familiares,
pero nos molesta si no encontramos la carpeta de datos correcta o introducimos términos
de búsqueda inadecuados.
Los usuarios miran lo que hay por ahí y comienzan a hacer listas. Nos sentimos
honrados cuando una máquina nos insta a dar nuestra opinión e indicar nuestras
preferencias. ¿En qué categoría te pondrías? Una vez alimentadas las bases de datos, al
menos nos merecemos algún que otro contenido de calidad. Y cuando somos nosotros
mismos quienes nos topamos con algo de valor, empezamos enseguida a transmitir,
bloguear, tuitear o enlazar nuestros hallazgos. Mientras hay contenido hay esperanza.
Cedemos a la presión de clasificar datos y nos sumamos a enjambres de «inteligencia
colectiva». Dona tu sabiduría a las masas. Las páginas web nos dicen qué contenidos son
más leídos, vistos y enviados y nos informan de qué han pensado y comprado otros
usuarios como nosotros. Lo fascinante no es el flujo de opiniones, como Jean Baudrillard
calificó una vez a la democracia en la era de los medios, sino la predisposición a
amoldarse a los demás. Se nos solicita que confeccionemos listas de libros, creemos
rankings de músicas y recomendemos productos que hemos comprado: abejas usuarias
que trabajan para la reina Google. Es muy seductor participar en el mundo de la
«polinización» online, en palabras del economista francés Yann Moulier Boutang, con
miles de millones de usuarios que vuelan cual abejas de sitio web en sitio web,
incrementando de este modo el valor de éstos para sus propietarios.

1. La anestesia suave de la existencia en red


En abril de 2010 visité en Bolonia al teórico de medios italiano Franco «Bifo» Berardi.
Junto con Antonio Negri, Paolo Virno y otros formaba parte del movimiento
postoperaista creado en 1977, fundó la emisora pirata Radio Alice, participó en el
movimiento de medios tácticos Tele-Street y moderó el foro web Recombinant. Este
sexagenario que da clases en la Academia de Bellas Artes de Milán tiene una vista aguda
para la situación «precaria» actual, marcada por sobrecarga, contratos temporales,
antidepresivos, Blackberries y deudas de la tarjeta de crédito. Desde hace poco, los
trabajos de Berardi también están disponibles en inglés. The Soul at Work (2009) delinea
los cambios acaecidos en las últimas tres o cuatro décadas: de la enajenación a la
autonomía, de la represión a la autorrepresentación hiperactiva, de las esperanzas y los
anhelos del esquizoactivismo a la subjetividad difusa –cuando no depresiva– del
ciudadano web 2.0 farmacológico.2
En su compilación de ensayos Precarious Rhapsody (2009), Berardi escribe: «El
ciberespacio es teóricamente infinito, pero no el cibertiempo. Como cibertiempo califico

29
la capacidad del organismo consciente de procesar informaciones (del ciberespacio).»3
La flexibilidad ha conducido en la economía de la red a una fractalización del trabajo, que
sólo se remunera sobre la base de servicios ocasionales y temporales. La fragmentación
de nuestro tiempo usado activamente nos es harto conocida a todos. Según Berardi:
«Los trastornos psicopatológicos aparecen hoy día con una claridad cada vez más diáfana como
epidemia social, concretamente como epidemia sociocomunicativa. Quien quiere sobrevivir debe ser
competitivo, y quien quiere ser competitivo debe estar en red y absorber y procesar un inmenso
aluvión de datos en crecimiento constante. Ello conduce a un estrés permanente de atención,
quedando cada vez menos tiempo para la vida sentimental.»4

Para adaptar el cuerpo a las exigencias, las personas recurren a Prozac, Viagra, cocaína
o anfetaminas. Aplicando el análisis a internet, veremos hasta qué punto estos dos
procesos –la ampliación de la capacidad de almacenaje y la densificación del tiempo–
hacen el trabajo online tan agotador. Ahí está el «origen del caos de nuestro tiempo», un
caos que se produce cuando el mundo se vuelve demasiado acelerado para nuestro
cerebro.
Según Berardi, si realmente queremos entender el aluvión informativo, tenemos que
centrarnos en los «nativos digitales». En cambio, para nuestro análisis no es de relevancia
si las generaciones más viejas padecen de un exceso de información.
«No te preguntes si eres capaz de asimilar el aluvión o no. No se trata de adaptarse o escoger. Pan, el
dios griego del bosque y la naturaleza, representa el exceso y la abundancia, por lo que nunca ha sido
visto como problema. La humanidad siempre se ha sentido fascinada por el firmamento nocturno
repleto de estrellas, pero nunca ha entrado en pánico precisamente gracias a su abundancia.»5

Como afirma Berardi, debemos tener presente cómo crecen las personas dentro de la
infoesfera. Como inconformista que es, cuestiona el interés actual del arte contemporáneo
y otros círculos en boga en el «hacerse», un concepto básico de sus maestros Gilles
Deleuze y Felix Guattari, con quienes ha colaborado y sobre quienes ha escrito un libro.
El anhelo siempre ha sido algo positivo, pero hoy ya no es posible tal generalización. Ya
no se trata de «hacerse» digital, sino que estamos en medio del paradigma de la red, de
por sí bastante frenético.
Berardi me recomendó el estudio de Mark Fisher Capitalist Realism (2009), que
describe qué sucede cuando la posmodernidad se convierte en normalidad. Fisher define
esta cosmovisión no expresada como «impotencia reflexiva». «Saben que las cosas van
mal, pero también que no pueden cambiar nada. Pero este ‹saber›, esta ‹reflexividad› no
es una percepción pasiva de un determinado estado de cosas. Es una profecía
autocumplida.» Un motivo por el cual se opone poco contenido a este aluvión es que
siempre es posible retirarse hacia una posición de indiferencia. La juventud vive un
mundo en el que nada ya es posible. Siente que la sociedad se está fragmentando y que
nada cambiará. Para Fisher, esta impotencia está relacionada con una patologización
difundida que impide una posible politización. «Muchos estudiantes jóvenes con los que
me he cruzado –escribe– parecen encontrarse en un estado de hedonismo depresivo, en el
que no se pueden dedicar a nada más que no sea su propia diversión.» Los jóvenes no
reaccionan a la libertad que les conceden los sistemas posdisciplinarios «realizando
proyectos sino decayendo en una apatía hedonista: la suave anestesia, el cómodo
consumo olvidadizo de la Play Station, la televisión nocturna y la marihuana.»6 De

30
formación psicoanalítica, Berardi relaciona la situación descrita por Fisher con el
desplazamiento del amor materno y paterno hacia el mundo maquinal de la televisión y
los ordenadores como fuente más importante del aprendizaje lingüístico.
Cuando han dejado de echarse de menos los titulares de las noticias, la inercia se
convierte en virtud. Ésta es la estrategia del soberano de la red. Nadie reclama más
limitaciones o medidas para filtrar la basura para poder encontrar las joyas informativas
decisivas. En lugar de ello, navegamos y buscamos –con los ojos cerrados como platos–
el perfecto hallazgo casual. Estamos totalmente conectados, pero no tiene ningún
significado para nosotros. También las centelleantes seducciones visuales de las películas
publicitarias y los programadores de software son repelidas por esta actitud. Los flujos de
datos han dejado de penetrar en la estructura mental; de ello se encargan nuestros escudos
protectores.
Berardi afirma que no vivimos en una «economía de la atención», concepto basado en
la idea de la libre decisión, cultivada por las viejas generaciones liberales y
conservadoras, como si todavía existiera una libre decisión de participar en Facebook o
Twitter y estar disponible en el móvil 24 horas al día. Para la generación X post-baby
boom crecida en el realismo capitalista, sencillamente, no es este el caso. Según Berardi,
«el problema no está en la tecnología. A eso hay que amoldarse. Lo mortífero es la
combinación de estrés informativo y competencia. Tenemos que ser los primeros y
tenemos que ganar. El efecto realmente patógeno está en la presión neoliberal que vuelve
las condiciones de la red tan hostiles a la vida, y no en el propio aluvión informativo.»

2. El (auto)control sobre la información


¿Debemos exigir la soberanía sobre la información? El gurú tokiota de la red David
d’Heilly describió una vez esta reivindicación como camino hacia la «autonomía
informativa personal»: la capacidad de determinar la nube de datos propia. De manera
similar a otras patologías adictivas y dependencias, uno debe ser lo suficientemente fuerte
para apagar el iPhone. Ello requiere entreno, autolimitación y educación, al igual que
muchos otros ámbitos de la vida. Lo que necesitamos es una evaluación seria desde cero
de lo que significa la competencia en medios, no sólo en relación a la ética informativa, el
dominio del gadget o la «sabiduría de medios» (como son conocidas las normas de
competencia en medios en los Países Bajos, donde toda la población ya está online), sino
también en cuanto a la autodeterminación. Un aspecto importante de dicha competencia
está en la capacidad de dejar la pantalla. Solamente se dominarán las herramientas cuando
se sepa no sólo cuándo usarlas sino también cuándo prescindir de ellas. Hay que aprender
a valorar cuánto correo electrónico, Twitter y SMS es realmente importante, qué tareas
pueden dejarse para más adelante, qué es todavía entretenimiento y qué simple
distracción.
El problema de esta estrategia de negación y retiro no es la falta de verdad sino la falta
de popularidad. La postura postilustrada no está precisamente en boga. No podemos
cultivar un estilo de vida nietzscheano y esperar que todo el mundo nos aplauda. El
mundo funciona porque es normal y aburrido, no porque sea extraordinario. La diferencia
queda limitada a las diferentes opciones del menú desplegable. En el debate público, la
autolimitación en el consumo de información roza a menudo un discurso pedagógico y

31
moral; aplicado a unas normas, puede conllevar rápidamente una forma suave de
vigilancia. Para los más ricos y éticamente flexibles, la «solución» podría consistir en
externalizar la gestión de la información a un asistente personal en China. Al fin y al
cabo, los jugadores compran sus actualizaciones de avatares a gold farmers: así pues,
¿por qué no contratar a alguien que nos borre el spam cada mañana?
No será suficiente combatir la sobresaturación informativa con «dietas». Una anatomía
del intercambio acelerado de información debe deconstruir este error de sistema como
una película y repasarlo a cámara lenta para capturar los microsegundos decisivos en los
que se manifiesta el pánico. Si queremos alcanzar la soberanía informativa, es de
importancia estratégicamente fundamental que reclamemos nuestro derecho al tiempo. De
modo comparable al movimiento del comercio justo, quizá asistamos en breve a un
movimiento del tiempo justo. En primer lugar, debemos oponernos a las estrategias de
«tiempo real» de Google y Twitter y disociar los procesos de trabajo. Piénsese en las
«zonas temporalmente autónomas» (TAZ) de Hakim Bey. Si en el pasado se trataba sobre
todo de espacios (fiestas o casas okupadas), las TAZ del presente se centran en su primer
elemento, su cariz temporal, festejando Cronos, el arte de la larga duración.
Entonces, ¿después del slow food vendrá la slow communication? Sea como fuere, esta
vez no se trata de un movimiento reformista del estilo de vida centrado ante todo en su
propia imagen positiva. La reparación de lo que Clay Shirky llama «fracaso de los filtros»
puede no ser suficiente. El tiempo remite al núcleo de la explotación capitalista, y
sabotear la «gestión del tiempo» no es para nada un acto ingenuo. Sin embargo, Franco
Berardi tiene sus dudas acerca del escenario clásico de ruptura, revolucionario y
proletario. A su vez, el alegato de Virilio a favor de la reintroducción del tiempo, el
intervalo y los momentos de reflexión carece de posicionamiento político. Falta el análisis
de las condiciones laborales reales en el contexto del neoliberalismo: asunción del
principio de competencia, prestación voluntaria de jornadas laborales excesivas y uso de
medicamentos y drogas para combatir patologías estructurales como el pánico y la
depresión. Al igual que Mark Fisher, Berardi también reivindica un análisis del malestar
causado por el «semiocapitalismo» antes de volver a soñar con sujetos revolucionarios y
la liberación de la fantasía colectiva.
De vuelta a los Países Bajos, cogí el tren a Delft para reunirme con Wim Nijenhuis,
teórico de arquitectura y experto en Virilio. ¿Cree Nijenhuis que podemos parar o
resistirnos a la tendencia hacia el tiempo real y volver a expandir el tiempo para crear de
nuevo un espacio de reflexión? Me respondió que según Virilio, la velocidad absoluta
tiende a producir un «paro polar». Cuanto más expuestos estamos a la comunicación a la
velocidad de la luz, más alcanzamos un estado relativo de inmovilidad que imposibilita
realizar movimientos propios en relación a los sistemas de comunicación y vigilancia. En
la era de la velocidad de la luz, todos tus pasos pueden ser seguidos. La tendencia hacia la
comunicación en tiempo real, es decir, la duplicación inmediata de los movimientos,
acontecimientos y objetos reales de nuestra experiencia en la esfera reproducible de los
medios, nos barrará el paso hacia el tiempo esencial que necesitamos para nuestra
actuación, nuestra cronología y nuestra historia, para integrarnos en lo que Peter
Sloterdijk denomina «espacio esférico».
En lugar de ocuparse con el mundo, el individuo lo estará cada vez más con su propio
cuerpo. Al mismo tiempo, aumentará nuestro sentimiento de fracaso a la vista de las
exigencias laborales incrementadas por la aceleración del tiempo real. Nijenhuis

32
recomienda centrarnos en las reacciones físicas reales al aluvión informativo, como
pánico, estrés, burnout o trauma, como parte de lo que llama «estrategia de anticipación
negativa», que no parte de la conciencia de un individuo sino de su organismo vivo.
Todos quienes abandonan el tiempo cronológico de la actuación y los objetos concretos
se convierten paulatinamente en «personalidades frágiles» y estarán afectados por la
despersonalización, síntomas de disrupción, un ego frágil y una autoconfianza debilitada.
Esta degeneración o regresión es la experiencia que marca la sociedad neoliberal y crea
el sentimiento de que todo el mundo es de entrada un fracasado. Es ahí adonde debemos
mirar cuando nos preguntamos qué «hay que hacer» a la vista del aluvión informativo.
Haciendo referencia al libro de Peter Sloterdijk Has de cambiar tu vida, cuya versión
original alemana fue publicada en 2009, Nijenhuis aboga por el «ascetismo», tal y como
aquél lo reformula, oponiéndolo a la estética de la existencia de Foucault. Para Sloterdijk,
el ascetismo significa bastante más que restricción o resignación. Lo ve como un arte del
retiro y como sobrecompensación de déficits anteriores, como deficiencias físicas o
sentimientos psicológicos de fracaso, mediante el ejercicio y el entreno, orientado hacia
una nueva antropología poskantiana: el hombre que se ejercita, que hace valer su
distancia hacia el aluvión informativo. Pero el ascetismo también despierta
reminiscencias de otro pensador poskantiano: Arthur Schopenhauer. Se pregunta
Nijenhuis: «¿Qué podemos aprender de la indiferencia de Schopenhauer ante el avance
del tiempo y su filosofía del alivio?»
No se trata de postularse como víctima de la política de la velocidad o de la economía
de la disponibilidad, ni tampoco de desacelerar y echar una pausa. En cambio, es decisivo
declarar asunto público algo que parece un fracaso particular y ser consciente de lo que
significa la dependencia de medios en tiempo real. «Mi teléfono está apagado para ti.»7
Puede haber un sinfín de voces, pero a la vez no queda ningún tiempo para reflejar el
flujo constante de información entrante. Howard Rheingold propone el concepto de
«infotención cautelosa» (mindful infotention), animándonos a un uso incrementado de
interfaces de usuarios que ayudan a mantener el control. En la búsqueda de una
alternativa, el manifiesto Slow Media declara que «de modo análogo al Slow Food, Slow
Media no trata del consumo rápido sino de prestar atención a la selección de los
ingredientes y centrarse en la preparación».8 Otro aspecto debatido en el manifiesto es el
monotasking y su significado para un discurso lleno de contenido. Ned Rossiter lo resume
en un correo electrónico: «Los medios lentos son importantes en la medida en que ponen
un límite a la monotemporalidad del tiempo real.»
¿No fue Alan Ginsburg quien dijo que sólo se trataba de hacer la vida soportable? Un
paso concreto podría consistir en dejar las redes sociales como Facebook y Twitter para
sustraernos a la economía de la disponibilidad. Junto con decenas de millares de personas,
participé el 31 de mayo de 2010 en el Día de Dejar Facebook, borrando mi perfil con
todos los datos; no fue la primera ni seguramente será la última iniciativa de este tipo. No
fue por el tiempo que empleaba para ocuparme de mis casi 2000 «amigos» o por la
preocupación por la seguridad de mis datos privados: la motivación principal que hizo
que me sumara al éxodo fue el cuestionamiento de la creciente importancia de los
servicios de internet centralizados que se nos ofrecen gratis a cambio de nuestros datos,
perfiles, gustos musicales, patrones de comportamiento social y opiniones. No es que
tengamos nada que esconder. Lo que tenemos que defender es el principio básico de unas
redes descentralizadas y distribuidas. Ello es atacado por empresas como Google o

33
Facebook y por agencias estatales que se creen que tienen que controlar nuestra
comunicación y la infraestructura de datos en su conjunto.
Se hace patente una concienciación creciente de que debemos asumir nosotros mismos
la arquitectura de la conexión social en red. Dicha tendencia empezó hace poco con Ning,
iniciado por el fundador de Netscape Marc Andreessen, si bien no deja de ser un proyecto
comercial centralizado. A ello se suman comunidades de software libre y fuente abierta,
con iniciativas como Diaspora, Crabgrass y GNU Social. Existen motivos políticos para
apoyar dichos enfoques. No quisiera sobrevalorar el papel de la CIA, pero es sabido que
los activistas políticos deben ser muy cautos con el uso de Facebook. Durante un tiempo
fue posible difundir mensajes a través de dicha red social para tal o tal campaña, pero se
ha vuelto demasiado peligroso para servir como canal interno de desobediencia civil
organizada. No es suficiente avisar a los adolescentes de los riesgos de subir fotos de
fiestas comprometedoras en plataformas sociales. Todos nosotros debemos tener más
cuidado y centrarnos en las formas de expresión política más eficaces. Fortalezcamos la
autodeterminación de los nodos frente a la autoridad central de la nube de datos y
mantengamos la red descentralizada.

3. La cuestión canónica
En estrecha relación con el giro populista a la derecha después del 11-S surgió
repentinamente un amplio interés por la creación conjunta de rankings de las mejores
novelas, edificios históricos o diseñadores de moda. Si Occidente es atacado, es bueno
saber qué hay que defender. La necesidad de un «canon» surgió de la idea de que había
disminuido el conocimiento general de la historia, literatura y arte de la nación. Las
instituciones culturales empezaron a seleccionar sus obras maestras. Pero más inquietante
que los deficientes conocimientos de historia o la disminución del nivel científico era que
las personas que vivían en un determinado país o trabajaban en un mismo ámbito
profesional no compartían un conocimiento común, lo que se interpretaba como falta de
«comunidad». Un país se define por el conocimiento profundamente arraigado en
nosotros. La tradición es una parte de la memoria activa y no puede externalizarse en un
buscador. En este sentido, el estado nación es un organismo vivo de conocimiento común
compartido. La selección colectiva de «obras de belleza eterna» se convierte en momento
terapéutico en tiempos de tensiones étnicas, recesión y paro crecientes. La idea es que
cuanto más sepamos «nosotros» de dónde venimos, mejor sabremos cómo asimilar los
riesgos y fracasos de la política neoliberal.
Como afirma Ronan McDonald en The Death of the Critic, con el auge de los estudios
culturales como parte de las humanidades, el «canon» ha quedado bajo sospecha entre los
intelectuales progresistas. «Desde su perspectiva neomarxista, los estudios culturales
consideran lo ‹mejor› una categoría políticamente cuestionable, pues la selección llevada
a cabo en su nombre alimenta a menudo unos programas jerárquicos ocultos.»9 Como
escribe Pierre Bourdieu, el gusto es una categoría basada en clases y un campo de batalla
importante, y pese a todas las tendencias de abrir la alta cultura a la cultura pop, las élites
de la sociedad occidental continúan centradas en un número reducido de artistas
mayoritariamente blancos y masculinos. La cultura pop, los mass media y la
democratización de la educación superior no han conllevado, por el momento, una

34
disolución de los enclaves culturales que rinden culto a la autonomía autorreferencial del
arte, a pesar de que en las sociedades occidentales alimentadas por el crecimiento, la
división entre basura pop vulgar y arte elitista serio ha resultado ser falsa. Incluso en
tiempos de recortes presupuestarios, la cuestión no es escoger entre alta cultura y cultura
trivial. Los patrocinios, donativos, cachés elevados y subvenciones indirectas difuminan
la diferencia entre estado y mercado en relación a la financiación cultural. Desde esta
perspectiva, una «cultura libre» apoyada por capitalistas riesgo debería considerarse,
estrictamente hablando, un proyecto comunista.
No se trata de proponer un canon inclusivo sino de buscar nuevos criterios para
determinar las relaciones en entornos con elevado contenido informativo que puedan
asumir el papel de la crítica cultural tradicional. La difusión de los clásicos seleccionados
por expertos o fans es un reflejo de la masa desbordante de contenidos online. Pero en
lugar de interesarse por una mejor comprensión del «giro cuantitativo» en nuestra cultura,
como apuntan por ejemplo los «análisis culturales» de Lev Manovich, los canónicos se
quedan atrapados en la idea de una «leitkultur» para mostrarnos el camino a seguir. Según
Wikipedia, el de leitkultur es «un concepto político controvertido, introducido por
primera vez en 1998 por el sociólogo germano-árabe Bassam Tibi». El enfoque canónico
se aleja de una concepción contemporánea de la cultura de masas, representada por
ejemplo por la larga cola de Chris Anderson, y expresa la necesidad de orientarse en
«contenidos guía» en una época de desvanecimiento cultural. Los autoproclamados
líderes de opinión culturales de los «viejos medios», como prensa, radio y televisión,
hacen gala de su propia incapacidad de lidiar con procesos complejos y multiformes de
hibridación, dislocación y diferencia generadas por ordenador. «Ya no tiene sentido
hablar de un solo ámbito público: en cambio, ahora existen esferas públicas múltiples
transmitidas a diferentes niveles, a veces geográficos, a veces dentro de un espacio
nacional o urbano, pudiendo el individuo participar en varias esferas públicas.»10 Los
críticos necesitan hoy una «competencia cultural» excepcional en cuanto a dominio de
idiomas, métodos interdisciplinarios, formación técnica y percepción global. El clamor
nostálgico por un canon limita nuestra capacidad para desarrollar estilos personales y
reduce el papel de la creciente clase de creativos al de soldados dentro de un programa
nacional.
En una entrevista en la página web «Digirati» neoyorquina edge.org, el editor de la
Frankfurter Allgemeine Frank Schirrmacher plantea la cuestión del filtrado de contenidos
en relación con la pérdida de capacidad de concentración.11 Un ordenador que comienza
a pensar por nosotros supera a las personas. «El propio pensar abandona el cerebro y
utiliza una plataforma fuera del cuerpo humano. Ésta es obviamente internet, y es la
nube.» ¿O acaso se esconde aquí un mensaje oculto: los alemanes, tecnófobos miedosos y
ensimismados? Dice Schirrmacher:
«La cuestión de qué idea sobrevive y qué idea se pierde es harto conocida en nuestro sistema de
pensamiento en su conjunto; siempre está muy presente. ¿Qué es importante y qué no? ¿Qué hay que
saber? ¿Todavía podemos decidir qué es importante? Sólo hay que ver las noticias normales del día a
día. Pero ahora nos topamos, al menos en Europa, con muchas personas que se preguntan qué es
importante en su vida, qué no es importante para ellas y cuál es la información de su vida. Algunos
dicen que eso se encuentra en Facebook. Otros dicen: bueno, todo eso está en mi blog. Y parece que a
muchos les cuesta mucho poder afirmar que eso está en algún lugar de su vida, de su vida vivida.»

Las reservas de Schirrmacher apuntan a que sabemos mucho sobre otros pero nada

35
sobre nosotros mismos. Precisamente de ello trata el debate sobre el aluvión y el filtrado:
la pérdida del yo. El individuo autónomo occidental delega capacidades y conocimientos
a lo que Clay Shirky llama la autoridad algorítmica; en lugar de ayudar al sujeto a generar
fuerzas renovadas, este acto de externalización lo debilita todavía más.
Lo que queda es el arte de comisariarse a sí mismo –de modo comparable a las
«tecnologías del yo» de Foucault– que pretende crear colecciones temporales
constantemente cambiantes en nuestros portátiles e iPhones: el dinamismo de datos de la
agencia Bilwet como fenómeno de masas.12 Por naturaleza, filtramos, olvidamos, oímos
y vemos selectivamente, pero ello no significa que queramos que sean otros quienes
filtren. El peligro de filtrar es su invisibilidad. Por ello necesitamos una mayor conciencia
de la existencia y la arquitectura de los filtros que nos rodean. Debemos tomar conciencia
de nuestras preconfiguraciones culturales en lugar de esquivarlas. «El problema es un
fallo de los filtros, no el aluvión informativo», reza el título de una de las conferencias de
Clay Shirky, disponible online. Yo lo reformularía e identificaría la falta de percepción de
la arquitectura de filtros como causa del sentimiento de aluvión informativo. Hay que
desconfiar de la intención de Google de «organizar la información del mundo»: en ella
debemos ver más bien una tendencia mundial hacia la manipulación de datos, impulsada
por una curiosa combinación de control estatal e intereses empresariales. Pero antes de
empezar a maldecir los poderes del futuro, debemos plantearnos algunas cuestiones
fundamentales: ¿cómo podemos superar esta era paradójica del individuo exaltado, que
desemboca directamente a la externalización algorítmica del yo? ¿Cómo determinamos la
significancia más allá del paradigma de lo que está de moda y aprovechamos en su lugar
nuestra inteligencia para averiguar qué es importante?

4. El efecto Carr

En The Shallows, What the Internet is Doing to our Brains13, escrito en 2010,
Nicholas Carr se revela sorprendentemente como predicador apocalíptico. A diferencia de
su anterior crítica informática privilegiada de los grandes actores del juego de internet,
Carr se ha convertido en un intelectual público que da voz a las preocupaciones generales
sobre los efectos sociales a largo plazo. Es interesante ver que Carr ha pasado de ser un
redactor económico a convertirse en un filósofo tecnológico americano, siguiendo la línea
de Lewis Mumford y Langdon Winner.
En todo caso, The Shallows, nominado en 2011 para el Premio Pulitzer, es un libro
bien estructurado e investigado en profundidad. Puede contribuir a despertar la conciencia
entre la clase media emprendedora y formada de cómo la tecnología está remodelando sus
cerebros. Pero quienes seguían el blog Rough Type del autor han constatado con estupor
que su agudísima crítica de Google se ha convertido en ciencia de divulgación. En efecto,
con The Shallows, Carr ha elevado su famoso ensayo Is Google Making Us Stupid al
nivel de un análisis detallado, en el que también se tratan textos de revistas
neurocientíficas especializadas. La personalidad posiblemente dividida de Nicholas Carr
es un indicio de los diversos rumbos que puede tomar la crítica de internet. En su blog, las
entradas de Carr están llenas de humor, son cínicas, dan en el clavo y se revelan
netamente superiores al estilo apologético de Jeff Jarvis como evangelista de Google y al

36
homenaje sistemático de Clay Shirky a cualquier cosa 2.0. En cambio, en su encarnación
gutenberguiana, Carr se rebaja al nivel de un autor de divulgación de la escuela de John
Brockman.
Es posible resumir la literatura neurocientífica relevante y adaptarla a un público
generalista, pero entonces uno no debe sorprenderse de que los auténticos
neurocientíficos lleguen a conclusiones contrarias en su investigación. Según Carr,
«podemos suponer que las redes neuronales destinadas al repaso, la búsqueda y el
multitasking se amplían y refuerzan, mientas que las que hacen falta para una lectura
prolongada y la reflexión concentrada se debilitan y fragmentan cada vez más.»14 Pues
no, no podemos admitir eso. El debate sobre nuestras neuronas manipuladas es un
callejón sin salida que bloquea el cambio. En el mejor de los casos, este meme consolida
un régimen de culpabilidad y restricciones de uso dominadas por temores.
Dice Carr: «Lo que queda reducido por la red es el conocimiento primario mencionado
por Johnson: la capacidad de adquirir por sí mismo conocimientos profundizados sobre
un tema y crear en nuestra propia mente aquellas asociaciones ricas y específicas que
forman la estructura básica de la inteligencia de cada individuo.»15 Pero los usuarios no
absorben cosas irrelevantes sin ton ni son. Puesta en un contexto equivocado, dicha
representación puede entenderse rápidamente como «arrogancia del mejor». A todos nos
cuesta utilizar adecuadamente esas nuevas herramientas. Perder el tiempo en procesos
inútiles es un don universal de la humanidad. Hemos nacido para esperar (hasta morir).
¡Qué pena, todas esas horas perdidas con la «profunda reflexión» sobre el tema
equivocado! Todavía queda un montón de gente que necesita una terapia para quitarse de
encima este hábito. Curiosamente, Carr no llega a hablar explícitamente de la adicción a
internet. Ello podría deberse a un aspecto de clase. Como grupo social, los trabajadores de
la información desarrollan resistencias a diagnosticarse a sí mismos como pacientes
(potenciales), dado que el uso intensivo del ordenador sigue considerándose una actividad
empoderadora que conduce a una ampliación de las capacidades y al aumento de la
movilidad social. ¿Qué ocurriría si ya no nos reconociéramos en la imagen que Richard
Foreman proyecta de nosotros como «hombres crepe, anchos y pasados por el rodillo,
mientras nos conectamos a la amplia red informativa pulsando un solo botón»?16
En lugar de ello, propongo una visión liberadora y soberana del dominio de internet.
The Shallows apunta de varias maneras en esta dirección. De modo similar a Frank
Schirrmacher en Payback, Carr empieza con la confesión de un hombre activo de
mediana edad que ya no logra seguir el ritmo de las exigencias de multitasking en la
comunicación en tiempo real. Mientras escribía The Shallows, Carr se desconectó de
Facebook, RSS y Twitter y redujo considerablemente sus correos electrónicos. Hacia el
final –admite– relajó su dieta y volvió al uso intenso de internet de antes. De acuerdo con
la filosofía de Sloterdijk del «aprendizaje de por vida», no deberíamos entrenar nuestra
mente tan solo a dejarse distraer menos. Necesitamos sobre todo herramientas no
enfocadas en el tiempo real sino en las condiciones que permitan formar un pensamiento
contraintuitivo. El estado de distracción continua puede superarse si despojamos el culto
al multitasking y a la actualización de su factor de diseño cool. El movimiento de irse
offline estará menos dirigido contra la tecnología sino contra el tiempo real. La tecnología
tiene que volver a ser nuestro aliado. ¿Qué aspecto puede asumir un diseño que apoye el
pensamiento atento?

37
Lo que The Shallows no ha previsto es el «efecto Carr». La información abundante
sobre el lado negativo del multitasking, la pérdida de concentración por el correo
electrónico y Twitter, el aluvión informativo y el efecto de los buscadores sobre el
aprendizaje también afecta el uso general de los nuevos medios. Imagínese no escribir
correos profesionales desde casa por la noche, apagar el móvil durante la comida o
incluso limitar el tiempo de los niños ante una pantalla. El mensajero no es una persona
ajena neutra que se limita a observar. La popularidad del libro y el fervor con el que los
críticos hablan de las tesis de Carr y se posicionan frente a las mismas demuestra hasta
qué punto ha dado en el clavo. Después de la fase introductoria de la web con unos pocos
científicos, que tuvo lugar hasta 1993, la posterior burbuja de las puntocom, que estalló
en el año 2000, su renacimiento hacia 2003 como web 2.0 y su evolución hacia un medio
de masas, como lo vemos en 2011, estamos entrando ahora en la cuarta fase de la cultura
de internet, marcada por el conflicto en el ámbito público y la cuestión del (auto)control a
nivel individual. En esta siguiente fase, internet encontrará su lugar en la vida cotidiana,
absorberá la televisión, se instalará en la nevera, se expandirá en los teléfonos móviles,
mostrará su utilidad como asistente de cocina, etc. Lo que suena a un uso todavía más
intenso podría en realidad requerir menos atención por parte nuestra. Una vez entendidas
las funciones y los límites, los usuarios pueden continuar adelante y dejar atrás los
fastidiosos años de software idiosincrático, conexiones de banda ancha caídas, pertinaces
virus e incesantes actualizaciones.
El camino terapéutico hacia el (auto)control, tal y como lo propone Sloterdijk, no sólo
puede ser útil para quienes son propensos a una dependencia especial de gadgets o
plataformas, sino que también debería formar parte de la educación escolar. La cultura de
internet se encuentra en una transición rápida hacia la fase de aspirador. Todas las
tecnologías, por muy disruptivas que sean, acaban desapareciendo en un segundo plano,
donde asumen todavía más poder a nivel del subconsciente colectivo. A mediados del
siglo pasado, los electrodomésticos revolucionaron nuestro día a día: aparatos que hacían
nuestras tareas domésticas más eficientes y que al cabo de un tiempo eran lo más normal
del mundo. Todavía los usamos, pero ya no hablamos de ellos y todavía menos nos
molestamos con los planos del panel de mando del microondas (¿acaso deberíamos?). No
existen debates acalorados de miembros de delegaciones de la sociedad civil que
participan en foros mundiales sobre el dominio de la tostadera. De modo similar, un día
se acabará el «debate de internet».
1 Un estadounidense me escribió una vez: «Tengo que supervisar 163 artículos teóricos, 25 proyectos finales en medios digitales y 48 proyectos finales de
cuarto curso. Me siento medio muerto. […] No soy muy bueno en multitasking. En cuanto a mi producción, estoy algo trastornado: hago una cosa cada vez,
pero con bastante intensidad. Como artista he intentado siempre mantenerme dentro de la ‹zona›, el espacio creativo donde transcurre el tiempo y al final se
tiene un trabajo terminado (o digamos acabado). Con un trabajo a tiempo completo, la tesis doctoral y la familia ya estoy al límite. El día sólo tiene las horas
que tiene. Pero cuando me marco mis propios objetivos, la mayoría de veces los cumplo.»
2 Franco «Bifo» Berardi, The Soul at Work, Los Ángeles: Semiotext(e), 2009.
3 Franco «Bifo» Berardi, Precarious Rhapsody, Londres: Minor Compositions, 2009, p. 44; ver también pp. 69-71 y 143.
4 Ibid.
5 Esta y las demás citas de Berardi provienen de una entrevista que grabé en mayo de 2010 en su domicilio de Bolonia.
6 Mark Fisher, Capitalist Realism, Is There No Alternative? Winchester: Zero Books, 2009. Todas las citas en pp. 21-23.
7 http://www.frameweb.com/news/my-phone-is-off-for-you
8 Manifiesto Slow Media: http://www.slow-media.net/manifest
9 Ronan McDonald, The Death of the Critic, Nueva York: Continuum, 2007.
10 Michael Newman en: The State of Art Criticism, Nueva York: Routledge, 2008, p. 43.
11 Sobre el libro de Frank Schirrmacher Payback, publicado en 2009, ver la entrada del blog de Mattias Schwenk:
http://carta.info/18537/algoritmenstuermer-schirrmacher-payback/
12 Ver Agentur Bilwet, Der Datendandy, Mannheim: Bollmann, 1994.
13 Nicholas Carr, The Shallows, What the Internet is Doing to our Brains, Nueva York: W.W. Norton, 2010. Versión española: ¿Qué está haciendo Internet
con nuestras mentes? Superficiales, Madrid: Taurus, 2011.
14 Nicholas Carr, The Shallows: Mind, Memory and Media in the Age of Instant Information, p. 224.
15 Ibid., p. 226.
16 Cit. en Nicholas Carr, The Big Switch, Rewiring the World, From Edison to Google, W.W. Norton, Nueva York, 2008, p. 227.

38
2

Facebook, anonimato y la crisis del yo


múltiple

El hombre es menos sincero cuando habla por cuenta propia. Dale una máscara y te
dirá la verdad.
(Aforismo de Oscar Wilde, seleccionado por Julian Assange)

En El diario de Greg (2007) de Jeff Kinney encontramos el siguiente fragmento:


«En el colegio se ha celebrado hoy una asamblea general y hemos visto la película Es fantástico ser
yo, que nos pasan cada año. En esta película sólo se trata de ser feliz con lo que se tiene y que no hay
que cambiar nada de uno mismo. Para ser sincero, creo que es un mensaje muy estúpido para los
niños, en especial los de mi colegio.»1

Para muchas personas, internet supone un intercambio vivaz de argumentos y archivos.


Hablamos a través de Skype, enviamos imágenes, consultamos la previsión meteorológica
y descargamos software. No fue hasta la aparición de la blogosfera hacia 2003-2004 que
internet se vio inundado con autorrepresentaciones. Se creó una cultura de la
«autorrevelación». Las redes sociales, creadas poco después, desencadenaron un estudio
obsesivo de la «gestión de la identidad». Sobre todo el uso masivo de Facebook condujo a
una crisis de identidad de dimensiones inauditas, centrada en quién somos y cómo
debemos presentarnos online. En la era de las redes sociales no buscamos la
exteriorización de otro yo posible, sino la del yo auténtico que llevamos muy adentro.
Pero aquí no se trata de buscar el alma: lo que comenzó como una libreta de direcciones
para recuperar amistades y compañeros de colegio perdidos, se ha convertido en una
potente autopublicidad: «es fantástico ser yo». Pero ¿quién soy yo exactamente?2
En una entrevista con el periódico neerlandés NRC-Handelsblad, la retratista Rineke
Dijkstra señaló que, entre 2005 y 2010, los europeos, en especial los jóvenes,
«desarrollaron dos caras: una privada, que muestra cómo se sienten, y una pública para el
mundo exterior, que perfeccionan en YouTube y Facebook. La cara pública parece cobrar
importancia, como si existiera un instinto de ponerla, un desarrollo evolutivo para
sobrevivir.»3
La confusión en torno a qué somos y cuánto debemos revelar sobre nuestra vida
privada y nuestras opiniones personales aumenta, al igual que la creciente presión de «ser
uno mismo» entra cada vez más en conflicto con el conformismo social. Si es cierto que
está desapareciendo la diferencia entre lo real y lo virtual y que offline y online se están
confundiendo, ¿ello también significa que en internet ya no podemos hacer ver que somos
otro? Y si la privacidad está amenazada, ¿cómo diferenciamos entre privado y público?
De hecho, ¿qué es «el yo» en una sociedad en la que millones buscan la singularidad pero
están impulsados por deseos idénticos? El concepto del «anonimato de masas» quizá
constituya una posible salida.

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1. Elogio de las identidades múltiples

Todo empezó de manera muy inocente en los últimos años de la Guerra Fría. La
primera generación de internet, que estaba tan bien protegida tras los muros del quehacer
académico, escogía un nombre de usuario cualquiera, y el resultado fue una cultura hippie
desenfrenada que merodeaba por Usenet y en cajas de correo. La cibercultura temprana
era llenada de vida por el deseo común de ser alguien diferente. En La vida en la pantalla
(1995), Sherry Turkle describe como la adopción de una personalidad online diferente
puede tener incluso efectos terapéuticos. En su momento, las redes informáticas se usaban
como vehículo para escapar a la «realidad oficial», diseñar un futuro alternativo, ampliar
el cuerpo y expandir la conciencia. El festival Burning Man, las bebidas energéticas,
George Gilder, Ray Kurzweil y Mondo 2000 eran los referentes culturales que
representaban los valores de los primeros habitantes de internet. Por aquel entonces,
durante los apasionantes años noventa, el adversario ya no era la Unión Soviética, sino la
multinacional inerte en la que las «personas organizativas» (William H. Whyte)
burócratas de los suburbios esperaban órdenes de arriba. Frente a ello, internet
representaba el poder dividido: marcado por una amplitud de miras flexible y en cambio
constante y alerta ante instituciones orwellianas obsesionadas con el control. Durante casi
una década, el remake internauta del yo «flower power» dominó la percepción externa, tal
y como era transmitida por los «antiguos» medios de comunicación, la prensa y
radiotelevisión. La utopía tecnolibertaria era un potente meme. Dio a futuras generaciones
la idea de internet como instrumento de libertad personal, un concepto que más temprano
que tarde acabaría colisionando con el régimen burocrático de seguridad de la era de la
web 2.0.
La cultura masculina blanca geek, que se encuentra en páginas de internet como
Slashdot, continúa mezclando el juego y hackeo obsesivo con un irónico consumo de
medios postideológico. El uso de alias también está muy difundido en las comunidades de
juegos online. A estas subculturas les importa el juego de roles tecnomedieval del mismo
modo que el software de encriptación, que protege a sus miembros del control estatal. El
«pasotismo» es aquí de mayor distancia, cool y relajado. El yo múltiple no se entiende
como acto de liberación, sino que es sencillamente un resultado de circunstancias
tecnológicas. Lo que une a estas subculturas es su distancia tanto frente a la antigua «alta
cultura» como frente a proyectos políticamente correctos, dedicados a fenómenos como
clase, género, raza, ecología y guerras imperialistas. Dentro de estas culturas tecno, el yo
se entiende como mentira fundamental (yo no soy yo), como un antagonismo de lo que
uno tendría que haberse quitado de encima hace mucho tiempo. Si se viven mil vidas,
puede cambiarse fácilmente de identidad. No existe un yo real, sino sólo una serie
interminable de máscaras intercambiables. Una reliquia de este sistema pionero de
creencias es la afirmación muy difundida en ambientes tecnológicos de que la privacidad
no existe, que no es importante. En cambio, la personalidad desgranada puede dedicarse a
jugar eternamente.
Los excesos hedonistas puntocom, cometidos alrededor del cambio de milenio,
llegaron abruptamente a su fin con la crisis financiera de 2001 y los atentados del 11-S.
La guerra contra el terrorismo ahogó el deseo de una auténtica cultura paralela del
«segundo yo», creándose en su lugar una industria global de supervisión y control. La
web 2.0 reaccionó tácticamente a este ataque a la libertad con identidades singulares y

40
coherentes, que coincidían con los datos de la policía así como de los organismos de
seguridad y financieros. Gracias a la ideología de la «confianza» y los consiguientes
«jardines vallados» y centros comerciales online para el comercio electrónico seguro, la
computación centralizada en la nube permite tener «todas las cosas que a uno le importan
en un solo lugar»4, un lugar en que el usuario normal puede reunirse con sus amigos y
donde está protegido de la red salvaje y anárquica, con sus virus, mensajes spam y estafas
online. En lugar de oponer resistencia al poder de las multinacionales y exigir
regulaciones estatales, los tecnolibertarios se presentan autoconfiantes: estamos del buen
lado de la historia. Sus datos privados no serán utilizados contra usted. No existirá un día
del juicio final o una segunda toma de poder nazi. O bien ya hace décadas que vivimos
bajo el signo del gran hermano, sin notar que el poder está en sus manos desde hace una
eternidad, o la toma de poder por el monstruo que todos tememos no se producirá jamás.
En Facebook no existen evasores hippies, sino sólo una profesión excesiva del yo
auténtico, que va de la mano con la comodidad de encontrarse solamente entre amigos y
en un entorno seguro y controlado. Tampoco hay punks ni una cultura callejera
delincuente e inmigrante. Las decisiones diferentes son bien recibidas, siempre y cuando
se limiten a una identidad. Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Facebook, lo ha
formulado de la forma siguiente: «Tener dos identidades es señal de falta de integridad.»5
Peter Thiel, financiero de capital riesgo, señala: «En MySpace, rival de Facebook, se trata
de adoptar una identidad simulada en internet: cualquiera podría ser una estrella de cine.»
Thiel considera «muy sano que las personas reales se hayan impuesto a las personas
ficticias».6
La consecuencia es que hoy apenas existen posibilidades de presentarse online de
forma múltiple. Las redes sociales, que se han anticipado a este anhelo de seguridad (a
través de una única identidad), junto con nuestra inclinación personal hacia la comodidad,
ofrecen a sus usuarios opciones limitadas y fáciles de usar de cómo transmitir al mundo
sus datos privados y profesionales. En su crítica cinematográfica de The Social Network
(David Fincher, 2010), Zadie Smith establece una relación directa entre la normalidad de
Facebook y sus fundadores frikis informáticos autistas. «Quizá todo internet se convierta
en algo como Facebook: pretendidamente alegre, simuladamente amable, lleno de
autocomplacencia, profesionalmente mentiroso.» La generación web 2.0 merece algo
mejor. «Facebook es el Far West de internet, domado para las fantasías suburbanas de una
mente suburbana.» Smith se pregunta si no deberíamos resistirnos a esta pacificación.
«Estábamos viviendo online. Tenía que convertirse en algo extraordinario. Pero ¿qué vida
es esta? Dad un paso atrás de vuestro mural de Facebook: ¿no os parece de repente algo
ridículo? ¿Vuestra vida en ese formato?»7
¿Debemos buscar una salida de este escenario angosto? ¿Debemos todos volver a ser
de nuevo lúdicamente anónimos? Antes de analizar algunas posibles estrategias de salida,
se hace necesario entender cómo se ha creado el yo moderno y por qué ha apoyado tan
despreocupadamente el medio social limitado de la web 2.0.

2. De la autorrevelación a la autopromoción
No es posible resistirse a la presión pública de renunciar al anonimato si antes no se ha

41
obtenido una percepción avanzada de la onda de «autogestión», tal y como se manifiesta
en carteras online, páginas de citas y Facebook.8 En la era de la web 2.0, el afán de
autorrealización se ha arraigado profundamente en la sociedad. Según la socióloga israelí
Eva Illouz, el yo moderno es un ser autónomo, que a consecuencia de su imbricación con
las estructuras sociopolíticas no es capaz de apreciarse a sí mismo. Las redes sociales sólo
pueden entenderse como la última encarnación de esas instituciones. En su libro Cold
Intimacies, publicado en 2007, Illouz muestra como el capitalismo se ha convertido en
una «cultura emocional», en contra de la opinión corriente de que Facebook, el
anonimato, la crisis de la comoditización múltiple del yo, el trabajo pagado y las
actividades con ánimo de lucro generan relaciones «frías» y calculadas. Sitúa el ascenso
del «capitalismo emocional» en el contexto de una esfera pública, en la que la revelación
de la vida privada es omnipresente. A través de la industria de servicios, el afecto se
convierte en un aspecto esencial del comportamiento económico y en un objeto de moda
de la teoría contemporánea. Según Illouz, «es prácticamente imposible distinguir la
racionalización y la mercantilización del ser yo de la capacidad del yo de diferenciar,
seguir su propio camino y ayudar, entender a los demás y comunicarse con ellos».9 Illouz
ve la evolución de una narrativa centrada en la autorrealización y la puesta en escena en
escenarios institucionales y semipúblicos como el sector de la autoayuda y las
plataformas online. «La difusión y perseverancia de esta narrativa, que podríamos
denominar concisamente narrativa del reconocimiento, tiene que ver con los intereses de
grupos sociales que operan en el mercado, la sociedad civil y dentro de los límites
institucionales del estado.»
Illouz recalca que cada vez es más difícil diferenciar entre nuestro yo profesional y
nuestro yo privado. En el contexto competitivo laboral en red, estamos entrenados para
presentarnos como los mejores, los más rápidos y los más listos. Al mismo tiempo,
sabemos que eso es sólo una imagen artificial e inventada de nosotros, que no coincide
con nuestro yo «real», una contradicción con la que los famosos luchan desde hace
décadas. Dicha distinción es también esencial cuando se buscan relaciones íntimas o
parejas online. En las páginas web de citas, las personas buscan experiencias auténticas,
incluso si, como afirma Illouz, la tecnología de la que se sirven no hace sino destruir esa
intimidad desesperadamente buscada.
En una entrevista a través de Skype que llevé a cabo con Illouz, ésta destacó la
desvinculación a largo plazo entre la vida privada y la intimidad. «No deberíamos buscar
la culpa de la pérdida de vida privada en la tecnología. La pornografización de la cultura
y el afán político-económico de mayor transparencia de la vida privada están aumentando
desde hace décadas, e internet no ha hecho sino institucionalizar estas tendencias.» Según
Illouz, las redes formadas a través de páginas web como Facebook muestran dos formas
de capital social:
«Muestra que se es amado y a quién estamos vinculados. Hacer ostentación de la propia posición
dentro de la jerarquía no es, obviamente, un fenómeno exclusivamente moderno. Podríamos entender
el temor actual a las redes sociales como el regreso del motivo del sujeto burgués liberal, típico de
finales del siglo XIX, que se ve desbordado por las masas en las calles del mundo industrializado. En
la modernidad, era y sigue siendo igual de importante trazar los límites entre alto y bajo, entre público
y privado, así como borrarlos. La reivindicación de mayor regulación y control está a menudo
relacionada con miedos culturales ante una supresión de los límites. Esta reacción es normal.
Deberíamos recordar que patrullar fronteras mantiene una cultura con vida.»

42
3. La religión de lo positivo

Existen tres posibilidades de salir al paso de la maquinaria de la autopromoción. Por un


lado, podemos romper su razón de ser. Si hablamos sobre el lado oscuro del pensamiento
positivo, es un primer paso para recuperarnos de la locura colectiva del «sonreír o morir»
y es más eficaz que reírnos de la falta de un botón de «no me gusta» en Facebook o la
representación unidimensional de las relaciones, cuya única opción es «hacerse amigo».
En su libro Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has
Undermined America, publicado en 2009, Barbara Ehrenreich muestra como la presión
permanente de ver las cosas del lado positivo conduce a «un autoengaño intencionado y
un esfuerzo perpetuo de oprimir o excluir posibilidades desagradables e ideas
‹negativas›».10 En el contexto de las redes sociales, no podemos decir que el sesgo
optimista mine la capacidad de reacción y favorezca los desastres (tal como afirma Karen
Cerulo), pero en realidad, nivela la experiencia cotidiana al oprimir sentimientos
complejos. No están permitidas las ambigüedades. El optimismo despreocupado
prácticamente desactiva la capacidad de cuestionar las normas. Tenemos que estudiar
estas nuevas limitaciones en el sentido de una «crítica farmacológica de la economía
libidinosa», de la que habla el filósofo francés Bernard Stiegler.11 La reducción de
opciones termina por dirigir y desensibilizar a los usuarios, quienes, visto en positivo,
acabarán dejando estas plataformas en búsqueda de alternativas mejores. Para el resto del
mundo no sería problema alguno si los alegres americanos se importunaran mutuamente
con su folklore optimista. Pero el problema es que estos principios de diseño se aceptan
en software utilizado por miles de millones de personas en todo el mundo. Al final, no
queda más remedio que negarse a ello, darse de baja y borrar el perfil de usuario.
El yo como agente creativo y conocedor queda atrapado en una trampa, por el sencillo
motivo de que no existe un único yo auténtico que debemos desvelar sea como sea. Más
allá de la dualidad del yo y del otro, es también el yo fraccionado, altamente
ficcionalizado, sin esperanzas e ilusorio, como afirma Zygmunt Bauman.12 Incluso en
Facebook, entre «amigos», hacemos teatro, aparentamos representarnos a nosotros
mismos. No es ningún acto de «autocontrol», sino más bien una traducción técnica de
datos para tapar la banalidad del día a día. El mero número de experiencias paradójicas
demuestra que no se es único, de modo que debemos preguntarnos por qué tenemos que
realizar una síntesis. La multiplicidad de plataformas y funcionalidades permite la
formación de diferentes facetas del yo, siempre y cuando respeten las normas sociales y
no se contradigan manifiestamente. En redes sociales no se trata de demostrar algo como
una verdad, sino de crear la verdad a través de clics interminables. Como salida basta la
confesión de que «no soy quien soy». Es un paso en la dirección correcta: el hombre
moderno como alguien que intenta (re)inventarse a sí mismo.

4. El triunfo de las mentes huecas

Otra salida consiste en reducir la necesidad de consumir, principal motor de la


maquinaria de la autopromoción. Según esta idea, la promoción del yo no es tanto una
empresa narcisista que pretende satisfacer las necesidades interiores propias, sino que está

43
determinada principalmente por el consumo rápido de objetos externos, del afán
irrefrenable de coleccionar cada vez más, desde amigos y amantes hasta productos de
marca, servicios y otras experiencias casi exclusivas y de corta duración. Ahora se ha
vuelto seductor no registrarse, lo que en parte tiene que ver con la falta de escrúpulos del
algoritmo de Facebook para contactar nuevos usuarios potenciales, por ejemplo, a través
de libretas de direcciones de correo electrónico importadas, para solicitar a los
destinatarios hacerse «amigo» suyo. Este es el modelo ingenuo del crecimiento eterno, tal
y como lo propagan Facebook o Twitter, y que mide a uno incesantemente según la
cantidad de tuits. De acuerdo con esta idea, una vida sin tuits no es vida.
Tres publicaciones australianas aparecidas entre 2005 y 2007 tratan de esta
insatisfacción específica en sociedades hiperconsumistas, marcadas por el
endeudamiento, la sobrecarga laboral y enfermedades relacionadas. Aunque ninguno de
los tres autores estudia explícitamente la web 2.0, los mecanismos que describen bien
podrían explicar el culto de la autorrevelación con sus algoritmos incorporados para
coleccionar cada vez más «amigos». En primer lugar, las redes sociales pueden
entenderse como causa y síntoma de lo que Clive Hamilton bautizó en 2005 con el
término artificial de «affluenza»: la abundancia que hace enfermo. En Affluenza. When
Too Much is Never Enough, Hamilton da la siguiente definición: «1º La sensación
inflada, pesada e insatisfecha que se crea cuando se quiere seguir la estela del vecino. 2º
Una epidemia de estrés, sobrecarga, despilfarro y deudas. 3º Una dependencia del
crecimiento económico insostenible a la larga.»13 En las redes sociales vemos como éstas
continúan acelerando el «McLifestyle», al tiempo que se presentan como canal que desvía
la tensión acumulada en nuestras prisiones de confort.
En Blubberland. The Dangers of Happiness (2007), la crítica de arquitectura Elizabeth
Farrelly presenta más variaciones sobre el tema de «affluenza». Según la contraportada,
su crítica del estilo de vida occidental pretende «establecer lazos de conexión entre
consumismo, dispersión urbana, obesidad, depresión, ‹McMansiones› (edificios
ostentosos baratos), sostenibilidad y deseo». Si buscamos un sistema general de
referencia cultural de las redes sociales, ésta es una de las posibles direcciones. «La grasa
es energía no usada, como tal ni buena ni mala, pero que vibra de potencial, todo
sucedáneo o exceso, todo el tiempo perdido cada día.»14 También existen las pompas de
jabón físicas del supercentro comercial, el 4x4, las megaiglesias pentecostales, los home
cinemas y el reproductor MP3. Lo queremos todo y ya. Aparatos halagüeños como el
smartphone lleno de apps nos conducen por espacios urbanos amorfos, mientras nos
recuerdan dolorosamente quién deberíamos ser. «La grandeza es belleza» causa diabetes,
depresiones y desesperación. Farrelly escribe que «al igual que la caverna, el caparazón
(virtual) es al mismo tiempo una trampa y un escudo protector. Cuanto más gruesa la
máscara, más nos encierra, bloqueando precisamente la interacción que necesitamos para
curar el trauma.»15 La crítica de Farrelly del medio ambiente construido puede hacerse
extensible a los medios de la convivencia separada.
El libro The Triumph of the Airheads and the Retreat from Commonsense de la
periodista Shelley Gare, publicado en 2006, prefigura la crítica de Keen, Carr y Lanier de
los «nuevos medios como cultura pop». En estos tiempos de teflón, las «mentes huecas»
se dejan seducir por marcas de lujo y leen principalmente revistas en color y libros de
autoayuda, «que tan receptivas les hacen para la jerga, el argot y el lenguaje de

44
gestión».16 Carecen de toda duda de sí mismos y están tan encantados de haberse
conocido que no se percatan de que las infraestructuras públicas a su alrededor se están
desmoronando. ¡Imagínate que pudieras quedarte todos tus impuestos para ti solito! A los
«hijos de la revolución en tiempo real» sólo les interesa qué pasará en los próximos cinco
minutos. No entienden la diferencia entre algo y nada y les han enseñado que tienen
derecho a opinar de todo. Según Gare, «en el universo de las mentes huecas, la teoría
tiene prioridad máxima» y «la teoría se equivoca a menudo, pero las mentes huecas tienen
una memoria de mosquito, por lo que no les importa y no tienen que preocuparse a
posteriori».17 Gare ataca el relativismo posmoderno que ha reducido el nivel educativo.
Advierte de los efectos a largo plazo de poner el estilo sobre la esencia o los mensajes
publicitarios sobre el conocimiento técnico. Shelley Gare da en el clavo cuando describe
el estado mental de un sujeto flotando libremente, que no para de navegar, comprobar y
actualizar sin sentido, objetivo ni compromiso.
Una crítica moralista de la actualidad, como la practican Hamilton, Farrelly y Gare,
puede desacreditarse fácilmente como un refunfuño gruñón de babyboomers envejecidos
«con los pies en el suelo», que miran fijamente el espejo de los medios de comunicación
convencionales, de donde extraen todas sus informaciones. Pero en el contexto de la
«crítica de la red» es importante, dado que presentan un marco cultural extraacadémico,
con la ayuda del cual no sólo se entiende la arquitectura sino también el éxito de las redes
sociales. Ser malo es siempre mucho más sexy que ser bueno, pero en una sociedad que
ha perdido la noción de la realidad, no se trata tanto –como señala Gare– de que sea mala,
sino «estúpida, sin ideas e irresponsable». Las redes sociales no han hecho sino aumentar
la pobreza lingüística, tal y como la propagan los realities y programas como Gran
Hermano. Deberíamos interpretar a contrapelo los furiosos exabruptos de estos autores
sobre esa oferta cultural vacía, para desarrollar a partir de los mismos un análisis no
moralizante como salida de la trampa consumista.

5. La reintroducción del anonimato


La tercera posibilidad de desmontar la tendencia hacia la autorrepresentación y la
autorrevelación consiste en reflexionar sobre el anonimato en el contexto actual. ¿Cómo
podemos reactivar una idea del anonimato que no se base en un estado de categoría
alcanzable sino en la energía de la metamorfosis y el anhelo de ser alguien diferente? Sin
embargo, en la esfera política se nos explica que ni tan solo tenemos derecho al
anonimato completo. En 2009, el entonces ministro del interior alemán, Thomas de
Maizière, anunció en sus «14 tesis sobre las bases de una política de red común del
futuro»: «El ciudadano libre muestra su cara, indica su nombre, tiene una dirección […].
Un anonimato ilimitado […] no puede existir en internet.»18 Un perfecto resumen de la
cultura de la autorrevelación, tal como la encontramos en Facebook. En un animado
debate, el sitio web alemán Carta preguntó a sus lectores si existe un derecho al
anonimato. Los periodistas crean titulares cuando desvelan ciertas identidades, mientras
en otros casos deben proteger sus fuentes anónimas. Existen códigos deontológicos para
regular dichos casos, pero ¿cuáles son los derechos de los ciudadanos que utilizan
internet?

45
¿Qué pasaría con el yo democratizado si sus elecciones se hicieran públicas? ¿No sería
el momento para que el yo se dividiera y creara un doble? El activista estadounidense de
la e-democracia Steven Clift está preocupado con «la profunda intoxicación de la
democracia y las comunidades locales por los comentarios anónimos en periódicos
electrónicos».19 Para Clift, el uso de nombres reales en los debates locales es decisivo.
No obstante, no está claro cómo trataríamos a quienes cuestionan nuestra cultura de
consenso políticamente correcta. En un sistema que aspira a evitar la propagación del
inconformismo, los genios abiertos y las identidades fluidas no harían sino entrar en
conflicto con la ley. La mayoría de usuarios no se sienten a gusto con una existencia
paralela; desean seguir siendo ellos mismos y ocultarse en la mayoría silenciosa, al
tiempo que participan en diálogos informales dentro del «jardín vallado». Yo no soy
ninguna otra versión de mí mismo: Facebook sabe aprovecharse de ello, lo cual explica su
éxito con más de 500 millones de miembros a principios de 2011. Pero en determinadas
circunstancias políticas críticas, el uso activista de Facebook puede provocar una reacción
de termidorianos,20 como explicaré en el capítulo «Organización de redes en cultura y
política».
No obstante, una década después del 11 de septiembre de 2001, todavía existen
reductos en los que se han mantenido diferentes variantes de anonimato, desde blogs,
Wikipedia, P2P, Tor y Chatroulette hasta el tablón de imágenes 4chan. Los comentarios
breves y ofensivos quedan bien y son cada vez más anónimos. Dichas culturas online
también pueden interpretarse como formas de expresión de «pseudonimato», que dan al
otro yo una reputación honorable bajo un nombre de usuario constante, por ejemplo en el
caso de un redactor de Wikipedia. Sin embargo, este «estatus del yo» tiene cada vez
menos margen de maniobra. Si bien nos podemos registrar en Second Life y crear el
avatar de nuestras fantasías, diseñando un mundo virtual a nuestro gusto, tales identidades
paralelas no pueden trasladarse a otros contextos. Al final, Chatroulette ha cambiado sus
reglas. La cháchara puede ser sana, pero también puede ser mortal en medios en los que
todo el mundo puede husmear qué hace el otro. Mientras la antigua ideología de internet –
todavía mayoritaria– afirmaba constituir una base segura para la libertad de expresión, la
realidad post-11-S demuestra todo lo contrario. Las tecnologías sofisticadas de
persecución, usadas por la investigación policial y los servicios de seguridad y que
identifican las direcciones de protocolo de internet de los usuarios, han destruido
efectivamente cualquier anonimato online. Pero pese a estos hechos, la inmensa mayoría
de internautas siguen considerando la red un lugar descontrolado y libre para todo el
mundo, en lo que se puede decir lo que a cada uno se le antoje.

6. Anonymous no es tu amigo
«Somos anónimos. Somos la legión. No perdonamos. No olvidamos. Contad con
nosotros.»
(Anonymous)

Aquí se está creando un escenario peligroso. La conciencia colectiva puede conducir a


serios equívocos, tal como ocurrió cuando el colectivo que se autodenomina Anonymous

46
organizó la «Operación Payback». Se trató de una campaña solidaria a favor de
WikiLeaks, destinada a paralizar las páginas web de Mastercard, PayPal y Visa. Después
de la publicación de despachos secretos de diplomáticos estadounidenses en diciembre de
2010, algunos seguidores de Anonymous realizaron ataques DDoS contra las páginas de
bancos que habían bloqueado las cuentas de WikiLeaks. Un sitio web de seguridad de
internet informó: «Por primera vez, personas con conocimientos tecnológicos mínimos
han actuado como hackers profesionales y han participado en la destrucción masiva de
infraestructuras tecnológicas.»21 Usuarios a menudo jóvenes e inexpertos cargaron
software en sus ordenadores (los llamados botnets), por lo que su identidad (dirección IP)
fue fácil de averiguar por las autoridades. Una noticia aparecida inicialmente en 4chan
avisó a todos quienes se encontraban en los canales IRC de Anonymous o que habían
descargado y usado la herramienta LOIC para ataques DDoS que las autoridades podrían
encontrar su dirección IP.
Fue fácil descubrir a las personas que estaban detrás de la «Operación Payback». «Si se
envía un comunicado de prensa en nombre de Anonymous y se dejan los metadatos
identificables en el archivo PDF, apenas es posible esconderse de la policía. Un individuo
llamado Alex Tapanaris cometió este error incomprensible.»22 Historias como esta son
una muestra de la brecha entre los hackers de la vieja escuela (agrupados en colectivos
como 2600 o CCC), que ven con escepticismo los ataques DDoS, y la cultura pop
nihilista de 4chan, que reniega explícitamente de la nomenclatura hacker. Lo que vivimos
aquí es una retoma del debate de finales de los años noventa entre programadores y
activistas acerca de las estrategias de los «hacktivistas», pero esta vez ejecutadas a una
escala mucho mayor. Al fin y al cabo, WikiLeaks tampoco es anónimo.23 La «Operación
Payback» muestra lo difícil que es transmitir cuestiones de seguridad básicas a la cultura
de masas online. El colectivo Anonymous puede ser sexy como movimiento misterioso,
pero ¿por qué no se interesa por el anonimato de sus miembros y seguidores? También
podríamos invertir la pregunta y planteársela a los hackers: ¿no sería más inteligente
admitir que ya no existe el anonimato absoluto, si es que llegó a existir jamás? Existen
riesgos cuando se asumen actos de desobediencia civil. El crítico de la red bielorruso-
americano Evgene Morozov llamó los ataques DDoS «una expresión legítima de
contestación»;24 es posible, si bien una sentada virtual quizá no tenga el mismo valor
jurídico que una huelga o una manifestación. No obstante, cabe preguntarse si la protesta
anónima es realmente un derecho ciudadano básico. Si las elecciones se mantienen
anónimas –uno de los argumentos contra las dudosas máquinas de voto electrónico–, ¿qué
actuaciones nos llevan a levantarnos y expresar nuestra opinión en público? ¿O acaso se
ha vuelto demasiado peligroso, tal y como lo vemos en los actuales regímenes
autoritarios?
Si cuestionamos la naturalidad de Facebook y su algoritmo de «hacer amigos», ya
estamos dando un primer paso hacia el rechazo de las plataformas sociales controladas
por multinacionales: «prefiero no hacerlo». El paso siguiente podría consistir en dar
activamente forma a nuevas manifestaciones de actuación anónima colectiva: «debo
hacerme anónimo para estar presente».25 El anonimato como ejercicio de juego puede ser
una ilusión necesaria para quedar a salvo de la idea del yo verdadero, que Facebook
pregona como única opción posible. Se pretende hacernos creer que tras la máscara no
hay una cara real, o incluso hacernos cuestionar qué oculta la máscara y no qué representa

47
su portador. Frente a ello, debemos dejar claro el potencial de internet para la actuación
del yo y el juego creativo.
Ya no es suficiente reivindicar un derecho constitucional al voto anónimo. Trolls,
zombis y otras pseudopersonas se congregan en movimientos como Anonymous. No
importa si se organizan protestas a favor de WikiLeaks o contra la Cienciología, el punto
de partida es la idea de que «la visibilidad y la transparencia ya no son señales de abertura
democrática sino de disponibilidad administrativa». ¿Qué relación mútua guardan la
visibilidad pública y el camuflaje estratégico en un contexto online? ¿Vamos a «oscilar
entre la hiperpresencia de una máscara y la redundancia visual»?26 ¿Qué podemos hacer
para ser invisibles e indetectables? Al respecto, afirma Matthew Fuller: «Ello implica la
generación de un acoplamiento estructural inverso entre lo que existe como no visto y lo
que todavía está ciego ante ello, un despliegue mutuo de insensibilidad en el que ambas
partes se repelen la una a la otra.» Fuller lo llama la «estética de las cosas insensibles».27
El modelo opuesto a dicha estrategia de la dilución en segundo plano es la burka como
recurso artístico de intervención en el espacio público. La burka se revela como
provocación última a la transparencia occidental como ideal cultural y norma del estilo
de vida universal.28
En 1929, Virginia Woolf escribió en Una habitación propia: «Me aventuraría a decir
que Anon, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer.» En el
contexto de las redes sociales cabe preguntarse cómo pueden integrarse en la ecuación las
actuaciones offline sin convertir el mundo real en la siguiente onda snob. ¿Pueden
utilizarse las plataformas existentes únicamente a la sombra de acontecimientos futuros?
Las redes se encargan del trabajo previo a través de sus «vínculos débiles»: son buenas
precisamente en ello. Se sobrevalora su papel en la comunicación en tiempo real, cuando
se producen los acontecimientos. Si todo funcionara, las redes habrían iniciado hace
tiempo la erosión de las estructuras de poder existentes. ¿Qué ocurrirá si un día perdemos
el miedo a la vigilancia y al control? ¿Dejará de ser necesaria la actuación anónima, como
el voto en elecciones públicas, porque estas informaciones estarán disponibles
públicamente a través de otros medios? ¿O deberíamos continuar siendo prudentes y
considerar la fiesta de disfraces como excepción transitoria?
1 Jeff Kinney, Diary of a Wimpy Kid, Nueva York: Amulet Books, 2007. Versión española: El diario de Greg, Barcelona: RBA Molino, 2008.
2 Max Blecher: «La terrible pregunta de ‹¿quién soy yo exactamente?› se ha instalado dentro de mí como un cuerpo totalmente nuevo, con piel y órganos
propios que me son totalmente extraños. Es una claridad más profunda e intensa que la del cerebro y que me apremia a hallar la respuesta. Sea lo que sea que
es capaz de moverse dentro de mi cuerpo, gira, batalla y se rebela con mayor vehemencia y elementalidad que en la vida cotidiana. Todo suplica por una
disolución.» Occurrence in the Immediate Unreality, Plymouth: University of Plymouth Press, 2009, p. 26.
3 «Kwetsbaarheid is niks voor mij», entrevista de Hans den Hartog Jager a Rineke Dijkstra, NRC-Handelsblad, 7 de diciembre de 2010.
4 Fórmula publicitaria de Flipboard para iPad: «tu revista social personalizada».
5 Ver Michael Zimmer en http://michaelzimmer.org/2010/05/14/facebooks-zuckerberg-having-two-identities-for-yourself-is-an-example-of-a-lack-of-
integrity/ y Danah Boyd en http://www.zephoria.org/thoughts/archives/2010/05/14/facebook-and-radical-transparency-a-rant.html.
6 Wall Street Journal, 11 de octubre de 2010. Otro ejemplo se encuentra en las condiciones de usuario de LEGO: «Como titular de un perfil LEGO te
declaras de acuerdo con que no crearás más de una cuenta de usuario y que no se tolera usar nombres que atenten contra la moral, ofender sentimientos
religiosos y usar en general un lenguaje e imágenes obscenas e inmorales. Queda prohibido manipular los entornos de juego, chat o correo electrónico de
LEGO.com, someterlos a un uso inapropiado y alterar el software o el código de programación de LEGO.com.»
7 Ambas citas de Zadie Smith, «Generation Why?», en: New York Review of Books, 25 de noviembre de 2010, pp. 57-60;
http://www.nybooks.com/articles/archives/2010/nov/25/generation-why/
8 Para buen resumen de dicha tesis de la autogestión, ver Ramón Reichert, Amateure im Netz, Bielefeld: transcript, 2008.
9 Ambas citas de: Eva Illouz, Cold Intimacies, Cambridge: Polity Press, 2007; traducción al español: Intimidades congeladas. Las emociones en el
capitalismo. Madrid: Katz, 2007.
10 Barbara Ehrenreich, Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has Undermined America, Nueva York: Metropolitan Books,
2009, p. 5; traducción al español: Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo. Madrid: Turner, 2011.
11 Bernard Stiegler, For a New Critique of Political Economy, Cambridge: Polity, 2010, p. 41. En los sistemas actuales de diálogo interactivo, Facebook y
Twitter plantean preguntas como «¿qué estás haciendo?» y «¿qué hay de nuevo?» Brian Solis lo critica: «A nadie le interesa qué estás haciendo. ¿Tomarte
una taza de café? ¿Irte a la cama? ¿Levantarte? ¡Quédatelo para ti! La pregunta que deberías contestar es: ‹¿qué te inspira?› o ‹¿qué has aprendido hoy?›»
http://www.briansolis.com/2009/11/on-twitter-what-are-you-doing-is-the-wrong-question. En lugar de responder, deberíamos invertir el proceso, de acuerdo
con Joseph Weizenbaum: los usuarios deberían comenzar a hacer preguntas.
12 Zygmunt Bauman, «The Self in a Consumer Society», en: The Hedgehog Review, otoño 1999, p. 35.
13 Clive Hamiltion y Richard Denniss, Affluenza: When Too Much is Never Enough, Sídney: Allen & Unwin, 2005, p. 3.
14 Elizabeth Farrelly, Blubberland: The Dangers of Happiness, Sídney: University of New South Wales Press, 2007, p. 9.

48
15 Ibid., p. 136.
16 Sherry Gare, The Triumph of the Airheads and the Retreat from Commonsense, Sídney: Park Street Press, 2006. p. 11.
17 Ibid.
18 http://www.bmi.bund.de/SharedDocs/Pressemitteilungen/DE/2010/mitMarginalspalte/06/netzpolitik.html
19 http://groups.dowire.org/groups/newswire/messages/topic/6Qhy7BTkLXGXAr16uCarxs; visitada el 7 de marzo de 2011.
20 http://en.wikipedia.org/wiki/Thermidorian_Reaction; visitada el 7 de marzo de 2011.
21 https://www.netfort.com; Visitada el 28 de diciembre de 2010.
22 Jay Hathaway, «WikiLeaks Infowar Update – Assange Bail Stalled by Swedish Appeal, Anonymous Prepares for Arrests», publicado el 14 de diciembre
de 2010. http://www.urlesque.com/2010/12/14/WikiLeaks-infowar-assange-bail-anonymous-arrests/
23 En una entrevista chat con lectores del Guardian, el fundador de WikiLeaks Julian Assange escribió: «Al principio, era un firme partidario de que la
organización no tuviera una cara visible porque no quería que los egos incidieran en nuestras actividades. De este modo, seguimos la tradición de los
matemáticos puros anónimos franceses [sic], que escribieron sus artículos bajo el alónimo colectivo de ‹Bourbaki›. Sin embargo, ello suscitó rápidamente
una curiosidad extremamente molesta, haciendo que varias personas cualesquiera afirmaran representarnos. Al final, sí es necesario que alguien asuma la
responsabilidad ante la opinión pública, y sólo una dirección dispuesta a mostrar valor en público puede realmente conseguir que las fuentes de información
asuman un riesgo para el objetivo superior. En este proceso, me he convertido en pararrayos. Vivo ataques desproporcionados en cualquier ámbito de mi
vida, pero en contrapartida también soy partícipe de un reconocimiento increíble.» (texto que publicó The Guardian el 3 de diciembre de 2010).
24 Texto publicado en la web http://neteffect.foreignpolicy.com el 16 de diciembre de 2010.
25 Tiqqun, cit. en: Andreas Broeckmann y Knowbotic Research (ed.), Opaque Presence, Manual of Latent Invisibilities, Edition Jardin des Pilotes, Zúrich:
Diaphanes, 2010.
26 Epílogo de Andreas Broeckmann y Knowbotic Research, ibid., p. 148.
27 Ibid., p. 44.
28 Véase el proyecto Tele Trust de Karen Lancel y Herman Maat, en el que estos artistas holandeses se mueven en una burka en red. El proyecto pretende
estudiar cómo podemos crear una confianza mutua como cuerpos en red. «¿Es necesario que veas mis ojos para poder confiar en mí? ¿Es necesario que nos
toquemos?» http://www.v2.nl/archive/works/tele_trust

49
3
Tratado de la cultura de los comentarios

En memoria a la teórica alemana de medios Cornelia Vismann (1961-2010)


En realidad, la interpretación es un medio en sí mismo para dominar algo.
Friedrich Nietzsche

¿De dónde procede la información? Sólo existe una fuente, que es el ser humano
vivo. Una noticia que recibo, la convierto en información interpretándola. La
interpretación es el trabajo que debe emplearse para convertir una noticia, una
cadena de señales o bits en información.
Joseph Weizenbaum

No hay mucha vida en la larga cola. ¿Alguien todavía lee blogs? Los blogs personales
apenas contienen comentarios, aspecto que he analizado en el ensayo Blogging, der
nihilistische Impuls.1 O bien los blogueros han desactivado la función de dejar
comentarios, han configurado su blog en modo de moderación o simplemente se han
olvidado de publicar las respuestas acumuladas. Es difícil diferenciar los comentarios del
spam. Además, los blogs tienen poco tráfico. A lo mejor, contarán con nueve seguidores,
una docena de amigos y 43 accesos al vídeo de YouTube. Esta es la cruda realidad, tal
como está determinada en la «ley de potencias». La larga cola y las «páginas más
visitadas» no son polos opuestos, como afirma Clay Shirky en su post de 2003 titulado
Power Laws, Weblogs, and Inequality: «Está tomando cuerpo un nuevo sistema social,
que parece haber quedado felizmente libre del pensamiento elitista y el amiguismo de los
sistemas actuales. Luego, a medida que el nuevo sistema crece, aparecen problemas
relacionados con el tamaño. No todo el mundo puede participar en cada conversación. No
todo el mundo es escuchado. Algún grupo en el núcleo parece estar mejor conectado que
los demás.»2
Si mi último libro Zero Comments trataba del blog medio, la primera parte de este
tratado analiza el otro extremo del modelo de «ley de potencias» y desarrolla una teoría
propia de las culturas de los comentarios que han alcanzado una masa crítica. Las
respuestas atraen a visitantes curiosos y desencadenan reacciones posteriores. La norma
básica para reunir a grandes multitudes, tal como la describen los psicólogos de masas,
también es válida para internet y parece tener que ver con que las masas celebran su
propia presencia demostrando nada más que su mera cantidad. Como podemos leer en la
obra magna de Elias Canetti, Masa y poder, la intensificación y la densidad de la masa
alentada por rumores se desarrollan de manera aparentemente imparable. La turba se
vuelve invencible. En internet asistimos a concentraciones similares de usuarios. En lugar
de distribuirse por toda la red, la cultura del debate se concentra en unas pocas páginas
web, a menudo relacionadas con determinados autores, temas y amplios hilos de
discusión. Cuanto más novedades y más rápido el intercambio de mensajes, mayor es el

50
número de usuarios que tienden a realizar sus propios comentarios. Este modelo se ve por
todas partes, desde foros y blogs hasta páginas informativas, pasando por Twitter.

1. Contestar a la red
La libertad de responder es desde hace mucho tiempo una característica básica de
internet, comparable con el intercambio de archivos y la propia publicación online. Las
culturas de red son increíblemente «discursivas» y han generado cantidades de
comentarios de una magnitud inaudita hasta el presente. La participación ha pasado de ser
un caso especial por el que había que luchar a convertirse en norma; en las plataformas
comerciales no sólo se espera que exista, sino que incluso se exige activamente. Como
una de las formas más difundidas de comunicación –por ser de las más fáciles–, la
práctica de comentar no sólo es una parte integrante de los blogs y foros, sino que
también determina las experiencias de las redes sociales y en Twitter (el denominado
microblogueo), totalmente orientadas hacia las respuestas. Dichas incontables formas
profanas de discurso público dominan cada vez más las interacciones diarias de los miles
de millares de internautas.
A diferencia de los medios de comunicación tradicionales, que «impulsan» sus
contenidos de modo jerárquico, internet es percibido como espacio social en cambio
permanente, aunque basado en la igualdad de derechos. En cambio, las clásicas cartas al
director de los periódicos despertaban –como forma de «descontento producido»– más
bien desconfianza. Además, su efecto era reducido, sobre todo porque eran interpretadas
como prueba de la «tolerancia represiva» de los editores, amén del escaso espacio que se
destinaba a la opinión del lector. Por el contrario, los contenidos online están
acompañados por una esfera social viva, agrupada en torno a los mensajes, no sólo a nivel
de comentarios, sino también mediante el enlace hacia otras entradas, tuits y similares,
complementados por los botones de «compartir» y «recomendar» de las redes sociales.
Esta es al menos la ideología, y para algunos también es suficiente remitir a la posibilidad
tecnológica. Pero la realidad es a menudo diferente. Raramente ocurre que las personas
realmente comuniquen entre sí con sus mensajes. Los debates animados son la excepción
y dependen a menudo de una orientación intensa por moderadores desde un segundo
plano. Las culturas de los comentarios no son sistemas nacidos por méritos propios, sino
arreglos orquestados. Ello no siempre queda patente, incluso para los conocedores. La
mayoría de nosotros nos dejamos muchas veces ofuscar por su tecnooptimismo y creemos
que la mera disponibilidad de funciones de respuesta abierta conduce a discusiones
animadas y genera una comprensión más profunda, elevada y rica del tema en cuestión.
Sin embargo, la creación de una cultura de los comentarios activa no funcionaría sin
involucrar a autores, redactores y moderadores.
Una y otra vez, el pensamiento del siglo XX ha demostrado que los textos y los
lectores son lo mismo, dado que el texto no se constituye sino a través de las
convenciones interpretativas. Pero en este caso, se trataba de un proceso imaginativo que
se producía en la mente de los lectores. Actualmente, la interacción con el público es un
hecho, no sólo en relación al texto o la obra de arte, sino incluso con el propio autor, ya
sea a través de Twitter, blogs, llamadas a programas o en directo, en conferencias,
festivales y tertulias.3 No debemos olvidar que en esta era de la autorrepresentación, los

51
comentarios a menudo no entran en confrontación directa con el texto o la obra de arte. El
comportamiento reactivo de hoy no busca un diálogo de uno a uno con el autor. La
cultura de los comentarios debe diferenciarse de los diálogos y el discurso online. Otra
posible lectura de su auge también sería que (e)s(t)imula el tráfico. En cualquier caso, los
comentarios son ante todo una función de software (que puede activarse y desactivarse) y
guardan en última instancia relación con los flujos de beneficio de los proveedores de
servicios, que nos animan a expresarnos frente a otros, pero no tanto a hablar con ellos.
Los usuarios son conscientes de este principio económico subyacente, y sus aportaciones
a menudo cínicas reflejan que saben perfectamente que sus comentarios contribuyen a la
notoriedad de la plataforma, y en concreto a la participación en el tema o hilo de debate
en cuestión.
La cultura de los comentarios en internet es lo contrario de lo que Adorno describe
como «jerga de la autenticidad». En lugar de entender su lenguaje como «marca de
identidad de la esencia socializada del elegido, a un tiempo noble y cómoda»4, los
usuarios rebajan su nivel, muchas veces en aras de la brevedad. A menudo también oímos
que los comentarios online reproducen la voz no adulterada de las personas. No es éste el
lugar para expresar «reparos» al respecto; pero es una descripción demasiado amable.
Sólo podemos entender el auge de las «re:acciones online» como disponibilidad creciente
a crear hostilidades en público. En una mescolanza de jerga, eslóganes parapublicitarios y
sentencias semiacabadas, los usuarios confunden un sinfín de frases y aseveraciones que
han oído o leído en algún momento en algún lugar. Charlar no es el término apropiado
para describir este fenómeno: lo que aquí se nos presenta es el intento desesperado de
hacerse oír, influir como sea y dejar huella. La participación en debates ha dejado de
servir para «corregir» al autor o contribuir a la «cultura general», teniendo en su lugar una
finalidad efectista.
Así pues, ¿por qué habría que seguir la estela de los autores de comentarios? Si se ha
leído un artículo, se ha visto una foto o se ha constatado que alguien ha actualizado su
estado, y se desea reaccionar a ello, hay que registrarse (si no se está dentro del muro de
Facebook), pasar por la comprobación de identidad (nombre real, introducir dos veces la
dirección de correo electrónico, URL o página web), dejar el comentario y pulsar
«enviar». Un clic en «actualizar», y ya está aquí: nuestra propia microopinión. Quizá se
acceda más tarde de nuevo al artículo para mirar si ha pasado algo y, en caso afirmativo,
si el autor, un moderador u otros participantes conocidos se han hecho eco del argumento
(si es que existe alguno). Todavía se espera más, pero el comentario tan anhelado no
viene, o desgraciadamente –como lo ha formulado Bob Stein en su «ley inversa de los
comentarios en la red abierta»–, «cuanto mayor el deseo de ver los comentarios de
alguien sobre el texto propio, más improbable es que aquella persona tenga ganas de
participar en un foro abierto».5
Si bien las culturas tempranas de internet, como Usenet, listas de mailing y foros, ya
tenían que lidiar con trolls, anonimato y amenazas violentas, la magnitud y visibilidad de
los comentarios masificados actuales entran en una categoría totalmente diferente. Sin
embargo, considerar el griterío y el barullo como el fin de la civilización es una visión
demasiado simplista. Desde mi punto de vista, habría que entender la cultura de los
comentarios de hoy en día más bien como perpetuum mobile. Lo que salta a la vista de los
comentarios son sus saltos imprevisibles. Es improbable que se lean todos los
comentarios –¿54? ¿156? ¿262?–, pero la fascinación y el horror de los números fríos

52
permanece.
Bienvenidos a la era de la hermenéutica de masas. Pero ¿cómo vamos a extraer algún
sentido de tales cantidades? ¿Podemos encontrar nuevas vías para interpretar estas
aportaciones, o no son más que señales de vida de usuarios individuales, efectos
especiales del sistema interactivo, que no hay que tener en cuenta? Aunque no nos
subamos al tren del aluvión informativo e interpretemos estos datos como «error del
filtro» –de acuerdo con Clay Shirky–, ¿debemos ignorarlo todo y continuar como si no
hubiera pasado nada? Para citar tan solo dos ejemplos: en un día cualquiera, la página
web de Slashdot, frecuentada sobre todo por nerds, registraba 15 artículos, con una media
de 135 comentarios cada uno; el mismo día, en el blog sensacionalista populista holandés
Geen Stijl se publicó un promedio de 223 comentarios, con un máximo de 835.6 Sin
embargo, no existe posibilidad de averiguar cuántos comentarios provienen de las mismas
personas que utilizan varios nombres de usuario. Diferentes correos electrónicos de la
empresa norteamericana de ciberseguridad HB Gary Federal, que llegaron a manos del
colectivo Anonymous, confirman que las compañías utilizan «software de gestión de
personas» que multiplican las actividades de cada «usuario» que emplean para promover
o combatir un asunto concreto, de modo que se crea la impresión de un apoyo
impresionante a la causa de sus clientes (empresas o gobiernos). El software genera todas
las propiedades online que también presenta una persona real: nombre, dirección de
correo electrónico, página web e identidad en redes sociales.7 ¿Alguien ya ha oído hablar
del «YouTube Comment Poster Bot»?8
O bien ignoramos el contenido o participamos, pero ¿cuál es la política de los
comentarios? ¿Qué valor tienen dentro de la economía de la atención? El conocimiento se
verifica a través del diálogo y las respuestas; a través de este proceso de insistir y depurar,
alcanza presumiblemente un mayor grado de racionalidad. Cibernética para todo el
mundo: el retorno y el input son hoy en día los procedimientos estándar de casi todas las
actividades institucionales. Dicha forma de pensar procesual también engloba hostilidad y
mal humor. Ello es tanto más de aplicación en páginas de noticias en las que los
comentarios son obligatorios. ¿Cómo escapamos a la interpretación cínica de comentarios
como impulso humano necesario pero malgastado?

2. Una arqueología del comentario


Comparemos la cultura de los comentarios online con la tradición de la hermenéutica y
la filología, para quizá poder sacar a colación su arquitectura. ¿Existe una línea continua
que sigue la tradición de la interpretación? Se antoja una comparación con los
comentarios de la tora según la tradición judía, pero ¿deseamos tal paralelismo directo?
En hermenéutica, o sea, la práctica filosófica dedicada a la «interpretación» de diferentes
textos literarios, los comentarios están casi exclusivamente relacionados con las ediciones
en papel de los escritos canónicos. Pero ello no va en contra de tomar en préstamo
conocimientos y categorías o incluso de leer la propia filología como una metáfora. Con
sólo introducir algunas veces «buscar» y «sustituir», obtendremos resultados interesantes,
pero también previsibles. Si, por ejemplo, hablamos de la creciente importancia de los
respondedores, la referencia al papel del coro en el drama griego cae por su propio peso.

53
La historia de los medios no destaca precisamente por su progreso lineal hacia unos
textos abiertos. En su lugar, asistimos a ondas de intensidades reunidas en torno a la
plataforma del día. Ello es especialmente válido para el comentario. La antología que nos
remite directamente a Mesopotamia y a los tiempos del antiguo Egipto es Text und
Kommentar de Jan Assmann y Burkhard Gladigow (1995), surgida del sector de «historia
antigua» de la teoría de medios alemana, que trata de la arqueología de la comunicación
literaria. En la introducción, Assmann indica como forma más temprana de texto la
«comunicación retomada» entregada por un mensajero y, por ende, desligada de la
situación oral inmediata.9 Habla de una conferencia de 1987, dedicada exclusivamente a
las formas más primitivas de canonización: una vez un texto está fijado sin que se le
añada o cambie nada más, ¿puede dicho escrito convertirse en un «texto fundacional» que
define determinadas prácticas o procedimientos (por ejemplo, leyes)? No es hasta la
finalización del texto que aparecen los comentarios, a lo que se abre a la interpretación.
Assmann recurre a un concepto de texto amplio e intercultural. La palabra latina textus
(que significa un conjunto de signos lingüísticos) se opone aquí a commentarius. Lo que
define el texto temprano no es su forma material de almacenaje sino la transmisión de un
compromiso. Los textos culturales, a diferencia de las escrituras sagradas, de acceso
restringido, son propiedad general del pueblo, y como tales se permite su exegesis. Los
comentarios se producen cuando dichos textos se transmiten de una generación a la
siguiente en el contexto de la enseñanza, el aprendizaje y la lectura. En dicho proceso, el
alumno interpreta el texto como parte de su experiencia de aprendizaje. En cambio,
entender –tal y como destaca Assmann– presupone la explicación oral, que también llama
hodegética.10
¿Cómo se conservan durante un período prolongado los comentarios de texto y cómo
se transmiten de generación en generación? En la era gutenberguiana tardía, se realizaba
sobre todo a través de ediciones críticas. No obstante, con la producción de ediciones
completas comentadas en el siglo XIX, el centro de gravedad se trasladó del comentario a
la historia y la crítica. Esta evolución se refleja en la separación entre la profesión del
editor de textos clásicos y la del comentarista especializado en historia de la literatura. De
acuerdo con Bodo Plachta, la reintroducción de los comentarios se produjo alrededor de
1970 (con las nuevas ediciones de Kleist y Heine), como afirma en el número de
«Comentarios» de la Zeitschrift für Ideengeschichte de 2009.11 Es también Plachta quien
señala la relevancia de los comentarios más allá del mundo académico, el espacio
ilimitado de los medios digitales y la facilidad que existe hoy en día para realizar
cambios.
En su ensayo «Kommentar, Code und Kodifikation»12, Markus Krajewski y Cornelia
Vismann destacan la vertiente breve y viva de los comentarios. Está claro que los
comentarios también son texto, del mismo modo que la deconstrucción es una forma de
comentario.13 Pero lo que los diferencia de otros textos es su naturaleza inacabada: no
tienen fin. Mientras otros textos pueden considerarse herméticos o definitivos, el
comentario se percibe más bien como oral, informal, rápido y fluido. Los comentarios
giran en torno al texto original estático e inflexible. Desde que los manuscritos tienen
márgenes, también prevén espacio para comentarios, que dan vida al original mudo. Para
entender mejor el comentario de internet, también podríamos centrarnos con más detalle
en su fondo oral. En un debate encendido, a menudo no escuchamos exactamente lo que

54
dicen los demás. Algo parecido sucede cuando leemos textos en diagonal o navegamos a
través de los comentarios. La parte de las informaciones que no «oímos» es incluso
mayor cuando usamos buscadores.
Krajewski y Vismann hacen un repaso de la historia del derecho romano y su otrora
viva cultura del comentario, haciendo hincapié en su «codificación» en el Códice en 533
d.C. A partir de allí, ya no se permitieron más comentarios. De acuerdo con la ley, el libro
se convirtió en un objeto terminado. Esta división entre un texto congelado y la cháchara
indeseada ha perseguido desde entonces la producción de discurso en Occidente: una vez
un texto está aislado y codificado, ya no puede llevarse de vuelta hacia un intercambio
informal. Sin embargo, la industria informática ha retomado lo que en su momento quedó
truncado dentro del sistema jurídico, reintroduciendo los comentarios como parte
integrante de la producción de software. De modo muy parecido a lo que ocurrió con la
legislación en el siglo VI, es ahora el compilador que codifica el código fuente. El texto
se compone literalmente de la fuente y el código. Los comentarios no quedan excluidos,
sino que son legibles en combinación con el código ejecutable. El compilador finalmente
los separa.
A continuación, Krajewski y Vismann dan por sorpresa un salto para centrarse en el
procedimiento de «Request for Comments» (RFC) del Internet Engineering Task Force
(IETF). De acuerdo con la historia oficial de internet, este lazo de feedback de
comentarios genera un código de red (o protocolo, tal y como lo entiende Alex
Galloway), que desencadena a cambio una onda subsiguiente de comentarios, que a su
vez culminan en un código nuevo. Los autores concluyen que también en estos casos, el
poder del codificar permanece, por muy invisible que sea. Si desde un punto de vista
técnico, el compilador codifica un código fuente, ¿cómo hay que imaginar los
mecanismos que convierten los comentarios de blogs en un texto posterior? Para el
común de los usuarios, no existe –todavía– un proceso de codificación. Es aquí donde
debería terminar la analogía kittleriana establecida por Krajewski y Vismann, por la que
se centran en la hegemonía del sistema operativo.
Mientras la imbricación entre código y comentario es obvia a ojos de los
programadores, no es este el caso de los usuarios de interfaces gráficos. Entre el principio
de «programación literaria» de Donald Knuth, que destaca las ventajas de la
«comunicación» inmediata del programador con el ordenador, y entornos
extremadamente blindados como Facebook, donde absolutamente nada puede
programarse (pero los usuarios se comentan incesantemente entre sí), existe un abismo
profundo. Desde la perspectiva de la situación caótica actual, los programadores, que
extraen los mejores comentarios y los elevan al siguiente nivel del discurso (como lo
describen Krajewski y Vismann en el caso del jurista Triboniano, que aplicó este método
para revisar las normas jurídicas del Imperio Romano), son seres de un futuro lejano.
Quizá podría tenerse en cuenta este cometido al diseñar la web 3.0.
En el editorial del número sobre comentarios de la Zeitschrift, Vismann y Krajewski
señalan que hasta la época de Hegel, el comentar textos clásicos formaba parte del
repertorio filosófico. Hacer comentarios no era una simple aptitud, era parte de un arte de
vivir. En cambio, en los siglos XIX y XX, la realización de comentarios escritos
desapareció del campo de visión de las ciencias, siendo practicado antes de la aparición
de internet tan solo por juristas, teólogos y editores de obras críticas. Sin embargo –tal y
como destacan–, el comentario no ha perdido su fuerza para generar textos significativos.

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En este punto echamos el ancla para seguir analizando el papel de los comentarios en la
cultura contemporánea de internet.

3. Después de la domesticación de los comentaristas


Ahora bien, no debemos caer en el error de creer que sólo las sociedades antiguas nos
transmiten una idea de que una humanidad otrora pura y libre de medios asistió al
nacimiento del comentario. Pero sí podemos aprovechar determinados elementos de las
narraciones historiográficas, como el papel de la memoria cultural, para aplicarlos a la era
del uso democratizado de los medios. Al contrario del comentario impreso, la cultura
actual de los comentarios es el producto de una era tecnosecular. Su objeto consiste en
una forma amoral de participación, desarrollada para averiguar qué ocurre dentro de las
personas y a qué reaccionan. Los flujos de texto son diseñados e instaurados por nuevas
autoridades: ya no por maestros o sacerdotes, sino por ingenieros. Éstos han creado
sistemas que ya no se basan únicamente en la propia interpretación del texto. No nos
interesa lo que el texto «dice» exactamente, sino su ecología más amplia. En lugar de leer
atentamente, practicamos el escaneo intuitivo. Al realizar un comentario, se trata a
menudo de un metacomentario irónico, una observación de qué posibles implicaciones
puede tener el respectivo mensaje o qué podría querer decir el autor estrella. Los
contenidos ya no se consideran dentro de un espacio vacío, sino que se leen
automáticamente en su contexto político, cultural y mediático. Todo el sistema mediático
de textos, imágenes en movimiento y la experiencia mediática en directo se almacena y
reproduce a través de su reutilización y remix.
Debemos superar la distinción entre alta cultura y cultura trivial y leer a contracorriente
el ataque de los comentarios en internet, como borrador de una sociedad en la que el
comentar será un elemento fijo de todos los dispositivos y servicios de comunicación.
Veamos el maestro alemán de la hermenéutica del siglo XX; un Hans-Georg Gadamer 2.0
actualizado podría verlo del modo siguiente: si la ontología de la comprensión y la
hermenéutica de la interpretación están entrelazadas, como afirma Paul Ricoeur, y si
queremos emplear serios esfuerzos en «entender los medios», no podemos continuar
ninguneando la exegesis online como simple ruido de fondo. Algunos incluso ven en tal
proyecto una perspectiva de futuro para las letras, ahora en peligro.14 En un estudio de
los poemas de Bertolt Brecht, Walter Benjamin recalca el papel del comentario en la
creación de textos clásicos. Actualmente, los comentarios online determinan buena parte
de la efectividad de la red; ignorarlos o pasar de puntitas por este elemento significa haber
entendido sólo la mitad de la historia.
«Sin historia de medios no hay historia», escriben los editores de la Zeitschrift.
Deberíamos adoptar esta idea para escenarios futuros. ¿Sobre qué conceptos de diseño
podría edificarse una cultura de los comentarios rica, diversa y polémica? ¿Cómo sería un
patronato de textos contemporáneo: aceptaría activamente el cambio cuantitativo de la
cultura de los comentarios de internet y lo aprovecharía? ¿Cómo podemos escapar a las
manidas quejas de la «basura» y el «aluvión informativo»? La pregunta a responder es
qué aspecto tendría una «escritura distribuida». La tradición del hipertexto ofrece en este
sentido una aproximación. El conocimiento está hoy organizado en una red de
hiperenlaces, quedando abierto a comentarios y colaboraciones. Ello puede sonar al

56
mismo tiempo banal y utópico. Las relaciones entre textos primarios y secundarios están
cambiando, acarreando enormes implicaciones.15
¿Cómo pueden los comentarios –incluso si los publican millones de personas– salir
más allá de los márgenes e integrarse en la fuente? ¿O deberíamos separar a ambos? No
se trata solamente de un tema científico, sino que también forma parte de un creciente
movimiento de cómo concebir competencias radicales en medios. No es suficiente
confeccionar listas con anticlásicos para oponerse a las campañas nacionales de
canonización del patrimonio cultural y científico. La reivindicación reaccionaria de
cánones nacionales, perceptible en un sinfín de contextos por todo el mundo, constituye
claramente una reacción a la explosión silenciosa del comentario indomado y la pérdida
de autoridad del artista, antes llamado autor.
Por otro lado, tampoco es necesario repetir las numerosas críticas al meme de la
sabiduría de la multitud. En la cultura de los comentarios de internet de principios del
siglo XXI es mucho más interesante –e inquietante– el fervor hostil con el que se atacan
las voces discordantes. La falta real de racionalidad conduce a una avalancha de
comentarios tan indiscriminados como repetitivos. Predomina una falta de voluntad
generalizada de encontrar un consenso y cerrar las discusiones con un resultado concreto.
El software podría proporcionar nuevos impulsos, por ejemplo a través de mapas
mentales o la captación de la frecuencia de palabras usadas y su visualización en «nubes»;
sin embargo, ni los blogs ni los foros han registrado progreso significativo alguno desde
mediados de los años noventa. El uso del llamado «software de toma de decisiones»
(DMS en sus siglas inglesas)16 burdo en debates congestionados y caóticos no ha tenido
buena acogida, y con razón. El rating de comentarios también sería una posibilidad, del
mismo modo que el borrado por editores o la comunidad, pero la economía de las abejas
de la web 2.0 necesita plataformas –como lo formula Yann Moulier Boutang–17 capaces
de explotar y no limitar la participación masiva. Por todas partes saltan chispas de datos,
seduciéndonos para que comentemos. Lo que para algunos es información, para otros es
interpretación y para la mayoría es un lastre inútil. Por favor, decid algo de mí, pasad mi
contacto, enlazad hacia mí y haced clic en el botón «me gusta». Pero cuando el debate
está al rojo vivo, ya no sabemos exactamente qué interpretación extraer de lo que dicen
los contertulios.

4. El diseño de la hermenéutica de masas


Para superar la banalidad radical a la que nos enfrentamos en el intento de entender las
culturas de los comentarios online, podríamos retomar algunos elementos del ensayo
publicado en 1952 por Leo Strauss, Persecution and the Art of Writing. Según afirma, la
persecución «permite la formación de una técnica de escritura especial y, por
consiguiente, un tipo peculiar de literatura en la que se transmite la verdad sobre todas las
cuestiones importantes exclusivamente entre líneas». Una táctica parecida debería
aplicarse si queremos recuperar el control sobre las formas colaborativas de la producción
de significado online. Dice Strauss: «Dicha literatura está dirigida con precisión, no a
todos los lectores, sino sólo a los que merecen confianza y son inteligentes.» Dejando de
lado el manifiesto elitismo, aquí se plantea en todo caso una cuestión decisiva: «Presenta

57
todas las ventajas de la comunicación privada, pero no su principal inconveniente: que
sólo llega a aquellas personas que el autor conoce personalmente.» Para Strauss, la
solución está en el axioma de que «las personas sin ideas son lectores negligentes, y sólo
personas con ideas son lectores atentos».18 Podríamos traducir el axioma de Strauss en
código. Como sabemos, no es suficiente ir offline y crear una sociedad secreta cualquiera.
Borrarse es un gesto de ocio, reservado a quienes pueden permitirse delegar su «gestión
de las relaciones» a sus empleados encargados de ocuparse de tareas de relaciones
públicas, como actualizaciones del estado de Facebook, tuitear, publicar en blogs y
redactar correos electrónicos profesionales. (Es curioso que los smartphones se
consideren sistemas de comunicación personal, como en el caso del presidente de EE.UU.
Obama, quien después de salir elegido se negó a dejar su Blackberry.19)
En El orden del discurso de Michel Foucault, leemos acerca de las limitaciones que la
sociedad impone al intercambio de textos: «Supongo que en toda sociedad, la producción
de discurso es al mismo tiempo controlada, seleccionada, organizada y canalizada,
mediante determinados procedimientos cuyo objeto es dominar las fuerzas y los peligros
del discurso, alejar su circunstancialidad imprevisible y eludir su materialidad pesada y
amenazadora.»20 ¿A qué limitaciones somete la web 2.0 al intercambio de textos? La
ideología simplificadora de la cultura de participación, con su aspiración a la inclusión
general, oculta sus propios mecanismos de selección editorial (Wikipedia es el ejemplo
clásico). ¿Cuántas entradas y comentarios se borran? ¿Es complicado registrarse? ¿Hay
que estar dado de alta como usuario en Facebook antes de poder empezar? ¿Cómo
creamos una hermenéutica específica de internet como «disciplina que aspira a entender
un texto», es decir, la intención del texto, su mensaje?
Según Paul Ricoeur, «toda interpretación muestra un afán profundo por superar la
distancia y las diferencias culturales».21 Pero ¿qué ocurre si ni siquiera entendemos las
máquinas hermenéuticas que tenemos a nuestra disposición? Podríamos revertir del
mismo modo nuestras expectativas en los programadores informáticos y exigir de la
siguiente generación de software –y de diseño de interfaces– que aúne comprensión e
interpretación. Según Günter Figal, comprender significa «ser capaz de volver a algo».22
Debemos remitirnos a los datos y sacarlos del archivo, para crear nuevas relaciones entre
objetos. Entender significa volver sobre un tema anterior. Pero ¿cómo vamos a hacerlo si
el «re:sponder» se reduce a una breve impresión? La severa afirmación de que sólo
pueden existir respuestas si incluyen un análisis serio basado en una reflexión diferida en
el tiempo, es demasiado simple. En cambio, debe introducirse una «búsqueda» de los
flujos en tiempo real para poder obtener un mejor acceso a los archivos relevantes tanto
dentro como fuera del hilo actual. Saber utilizar un buscador y utilizar un enlace no es
suficiente. Lo que necesitamos es contextualizar, por ejemplo mediante referencias a
otros participantes en el debate o a textos secundarios que faciliten más información
acerca del lugar y el momento de origen.
Este debate sobre la arquitectura de software debería partir del requisito de la libertad
del intérprete que, como recalca Figal, es en realidad la libertad del propio texto.23 Existe
una libertad de interpretación, basada en la ambigüedad del significado y que florece
gracias a la energía liberada por la separación entre autor y receptor. Este es el momento
en el que debemos despedirnos de las tensiones creadas con el privilegio otorgado al texto

58
clásico frente a la interpretación, donde empieza el proyecto de la «hermenéutica de
masas». Ya no es la mayoría que permanece silenciosa, sino sus supuestos líderes y
cuadros intelectuales, incapaces de expresarse cuando están confrontados con cambios
repentinos en la sociedad. Los soberanos modernos en política, las artes y la cultura pop a
menudo se quedan mudos, pero la interpretación de sus posicionamientos vacíos (léase
«correctos») es relativamente inofensiva y de poco alcance. En lugar de centrarse en los
temores de los grandes creadores de egos (el autor como famoso estándar), el lector se
convierte en el comentarista estándar.
En Die Macht der Philologie de Hans Ulrich Gumbrecht (2003) encontramos un
fragmento que analiza directamente la cuestión de cómo cambiará la tradición editorial de
la generación y comprensión de las obras completas de autores canónicos en la era digital.
Establece una relación histórica entre el «regreso del comentario» y el ascenso del
hipertexto, que culmina en una «filología de alta tecnología».24 Para Gumbrecht queda
fuera de toda cuestión que en poco tiempo, todos los textos de la humanidad, incluida la
totalidad de comentarios registrados, estarán disponibles online. Google Books,
Europeana y otros proyectos de digitalización han dado los primeros pasos. Ello acabará
significando el fin del espacio limitado que existía tiempo atrás con el libro físico. Pero la
pregunta es qué efectos tendrá a largo plazo este exceso y al mismo tiempo este vacío
estructural de los límites para las cinco actividades principales de los filólogos: la
colección de fragmentos, la edición de textos, la producción de comentarios, la
historiografía y la docencia. ¿Es posible imaginar lo mismo para las grandes colecciones
de comentarios de internet? Bodo Plachta incluye asimismo la dimensión multmedia: al
libro electrónico también le añadimos archivos de vídeo, entrevistas radiofónicas y clases
magistrales.25 Si nos miramos los comentarios 2.0, es fácil marcar los pasos necesarios:
procesamos los comentarios mediante una interpretación detallada, y más tarde, todo ello
se convierte en un canon. Previsiblemente, se producirá un punto final radical para los
comentarios dentro de las obras completas impresas y un cambio hacia un nuevo culto de
grandes colecciones privadas de archivos (de libros) digitales que posiblemente –pero no
necesariamente– englobarán comentarios (online).
Los signos son omnipresentes: el texto despierta (¿de nuevo?) a la vida. Para mostrar
que el «texto social» es en sí mismo un concepto útil, sólo hace falta ver Commentpress,
desarrollado por Bob Stein y sus colegas del Institute for the Future of the Book. Se trata
de un complemento para documentos terminados así como para blogs en curso, que
«permite a los lectores comentar un texto en los márgenes, párrafo a párrafo. Notas,
comentarios, talleres o debates: con Commentpress puede transformarse todo ello en un
diálogo con mucha más precisión y en un solo documento.»26 Con Commentpress, los
comentarios se convierten en «pensamiento y escritura colaborativa». La «lectura social»
y la «escritura social» se mezclan, con todas las posibles consecuencias para la titularidad
colectiva de ideas. Commentpress es un ejemplo pragmático del desarrollo de un código
inspirado por el deseo de diseñar la ecología del comentario, y una prueba más de la
teoría de que el software no desemboca en una profesión de fe o un conjunto de dogmas,
sino en un orden social.
«En lugar de una hermenéutica necesitamos un erotismo del arte», es la conclusión de
Susan Sontag en su ensayo Against Interpretation, publicado en 1964. La autora exige del
comentario que haga más reales las obras de arte. La crítica debe producir menos

59
significado y en su lugar arreglar el contenido para que podamos comenzar a ver de
nuevo el propio objeto. ¿También diríamos que, «del mismo modo que las emisiones de
los coches y la industria pesada contaminan el aire de las ciudades, el flujo de las
interpretaciones artísticas intoxica nuestra sensibilidad»?27 No. El peligro de que los
políticos, las empresas y la policía del gusto se entrometan en internet para desactivar
páginas web es demasiado real. La libertad es un valor absoluto y no debería negociarse
caso a caso. De otro modo, no existirían páginas denunciantes como WikiLeaks, tablones
de imágenes como 4chan o colecciones de literatura teórica escaneada como aaaarg. Pero
tampoco podemos ser liberales sin más, ya que ello significaría desactivar nuestra razón.
Debemos seguir planteando preguntas. ¿Cómo pueden cultivarse culturas de comentarios
salvajes que resistan al filisteísmo de la interpretación, del que habla Susan Sontag? En
nuestra situación, ¿qué significaría recuperar nuestros sentidos, aparte de irnos fuera de
línea, introducir medios lentos u otras medidas de largo recorrido?
Las culturas de comentarios online, actualmente excesivas, plantean la cuestión del
aspecto que puede asumir la singularidad creativa en un mundo profundamente
cuantitativo. ¿Qué ocurriría si la cultura de los comentarios empleara todos sus esfuerzos
solamente en la producción en masa de aforismos? ¿Un proyecto Dadaísta para el siglo
XXI? ¿Ya sabes cómo se pueden morfologizar eslóganes en poesía y cómo puede
convertirse un comentario en un aforismo? El hecho de que allí fuera ya no existen
metanarraciones ya no es un lugar común postestructuralista, sino la realidad firmemente
afianzada. Los patrones actuales de la interpretación, a los que se oponía Sontag, son de
naturaleza tecnológica. El poder de los críticos profesionales que pretendía quebrar ya ha
sido reducido eficazmente. La revolución de las memorias que estamos experimentando
elimina todo contenido y conduce a las aguas pantanosas del relativismo de datos
ilimitado. Escribe Sontag: «Al reducir la obra de arte a su contenido e interpretar éste
último, se la domestica.» ¿En qué casos resistiríamos a la tentación de la interpretación,
añadiendo en su lugar una dimensión adicional al debate online y exigiendo asimismo
públicamente el fin de la «cultura de la queja», que no hace sino multiplicar las
ideologías? Debemos abrirnos a las culturas de los comentarios, no cantando alabanzas a
la interpretación, sino para mantenernos alerta y conectados a los signos del tiempo, por
muy desagradables que puedan resultar ocasionalmente.
1 En: Geert Lovink, Zero Comments, Elemente einer kritischen Internetkultur, Bielefeld: transcript, 2008.
2 Clay Shirky, «Power Laws, Weblogs, and Inequality», 8 de febrero de 2003. http://www.shirky.com/writings/powerlaw_weblog.html
3 Un ejemplo: «Durante los últimos cincuenta años, los artistas han incluido cada vez más la presencia del público en la concepción, producción y
presentación de sus trabajos. Without You I’m Nothing: Art and its Audiences engloba trabajos de la colección del MCA que dejan patente un desplazamiento
cultural hacia una creciente inclusión del individuo en el ámbito público.» Dicha exposición en el MCA de Chicago mostraba artistas «cuyo trabajo
multidimensional apelaba a la interacción con el público para reflejar en qué medida la arquitectura y la tecnología de internet han fomentado una mayor
integración en red de la esfera social. En los últimos años, los artistas que trabajan con cine y vídeo, como por ejemplo Aeronaut Mik, incluso han
abandonado la idea de un espacio clásico para el público, exponiendo sus narrativas cinemáticas dentro de una presentación arquitectónica o escultural que el
observador tiene que recorrer para poderla experimentar en su totalidad.» E-Flux, 25 de diciembre de 2010.
4 Theodor W. Adorno, Der Jargon der Eigentlichkeit, Frankfurt: Suhrkamp, 1964, p. 5. Versión española: La ideología como lenguaje, Madrid: Taurus,
1971.
5 Bob Stein, entrada en if: book blog, 10 de noviembre de 2010.
6 Cifras del 27 de diciembre de 2010.
7 Información procedente del blog de George Monbiot, entrada del 23 de febrero de 2011. http://www.monbiot.com/2011/02/23/robot-wars/
8 «Descubra el bot que le proporciona cientos o incluso miles de visitas cada día. Con el bot publicador de comentarios en YouTube se obtiene con toda
seguridad la notoriedad deseada. Gracias a la colaboración con algunos de los máximos gurús del marketing en internet y supersocios en el negocio actual,
hemos encontrado finalmente una solución sencilla para inundar sus páginas web con tráfico dirigido.» http://youtubecommentposterbot.com/
9 Jan Assmann en la introducción de Text und Kommentar, Múnich: Wilhelm Fink Verlag, 1995, p. 9.
10 En la hodegética se imparte la teoría del estudiar a alumnos que todavía no son capaces de estudiar por sí solos, ayudados por el profesor mediante
comentarios de texto. En cambio, la hermenéutica consiste en el arte de la lectura autónoma. Assmann concluye su introducción del modo siguiente: «El
comentario se genera como codificación escrita de la explicación dada en un principio de forma oral, en transición hacia la lectura en solitario.» (p. 31) De
este modo, queda claro el motivo por el cual Assmann entiende la hodegética, la hermenéutica y la deconstrucción como tres pasos interrelacionados en el
tratamiento de textos.
11 Bodo Plachta, «Philologie als Brückenbau», Zeitschrift für Ideengeschichte. Kommentieren. Fascículo III/1, Múnich: C.H. Beck, 2009, pp. 17-32.
12 Markus Krajewski, Cornelia Vismann, «Kommentar, Code und Kodifikation», en: Zeitschrift für Ideengeschichte. Kommentieren, pp. 5-17.
13 Al menos hasta la introducción por Seesmic de hilos de vídeo, por ejemplo en vlogs (videoblogs), donde los usuarios envían sus comentarios desde su
webcam o teléfono móvil.

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14 Ver Hans-Ulrich Gumbrecht. Die Macht der Philologie. Über einen verborgenen Impuls im wissenschaftlichen Umgang mit Texten. Frankfurt: Suhrkamp,
2003.
15 Este cometido podría iniciarse con una actualización del intelectual virtual, una figura imaginaria presentada en julio de 1997 en la Documenta X
(http://www.thing.desk.nl/bilwet/Geert/100.LEX). Ver también el debate llevado a cabo al mismo tiempo a través de Nettime sobre cómo se pueden
desarrollar «filtros colaborativos» para hacer inteligible este mundo compuesto por las perspectivas de múltiples autores (más detalles acerca de ambos textos
se encuentran en mi libro Dark Fiber. Auf den Spuren einer kritischen Internetkultur, Bonn: Bundeszentrale für politische Bildung, 2003).
16 DMS: o se ama o se odia. Según Wikipedia, «el ‹decision-making software› es un concepto bajo el cual se captan herramientas para analizar decisiones y
destinadas a facilitar el proceso de toma de decisión de una persona, lo que resulta en la selección de una estrategia de actuación o de una variante entre
diferentes alternativas. El DMS forma parte de la categoría de sistemas de ayuda a la toma de decisiones, usados para estructurar informaciones, identificar y
solucionar problemas así como tomar decisiones. El DMS se basa en el análisis de decisión multicriterio (MCDM) y sus variantes: proceso de jerarquía
analítica (AHP) , proceso de red analítica (ANP, una extensión del AHP), PROMETHEE, teoría de valor multiatributo (MAVT), teoría de utilidad
multiatributo (MAUT), interferencia de calidad multiatributo global (GMAQI), etc.»
17 Ver http://networkcultures.org/wpmu/query/2009/11/13/yann-moulier-boutang-asks-are-we-all-just-googles-worker-bees/ y su nuevo libro Cognitive
Capitalism, Cambridge: Polity Press, 2011.
18 Leo Strauss, Persecution and the Art of Writing, Chicago: The University of Chicago Press, 1988.
19 «Barack Obama insistió con vehemencia en poder conservar su Blackberry siendo presidente, pero admitió que ‹no es divertido› si sólo diez personas
están autorizadas a enviar mensajes a un dispositivo altamente codificado. […] ‹Debo admitir que no es divertido, porque se creen que todo pasa a los
archivos del presidente, de modo que nadie más quiere mandarme mensajes jugosos.›» The Telegraph, 20 de julio de 2010.
http://www.telegraph.co.uk/news/worldnews/barackobama/7917368/Barack-Obamas-BlackBerry-no-fun.html
20 Michel Foucault, L’ordre du discours, París: Gallimard, 1971. Versión española: El orden del discurso, Barcelona: Tusquets, 1999.
21 Paul Ricoeur, Der Konflikt der Interpretationen, Múnich: Verlag Karl Alber, 2010, p. 24.
22 Günter Figal, Der Sinn des Verstehens, Stuttgart: Reclam, 1996, p. 7. En este sentido, es significativa una referencia a Walter Benjamin, que dijo: «El
pensamiento arranca incansablemente de nuevo, y de manera enrevesada vuelve a la propia cuestión. Esta incesante toma de aire es la forma de existir más
genuina de la contemplación.» ¿Cómo puede transformarse en software?
23 Figal, p. 18.
24 Gumbrecht, op. cit., pp. 85s.
25 Plachta, op. cit., pp. 25-26.
26 http://www.futureofthebook.org/commentpress/
27 Todas las citas de Susan Sontag, Against Interpretation, Nueva York: Dell Publishing, 1966, pp. 3-14. Versión española: Contra la interpretación,
Barcelona: Seix Barral, 1984.

61
4
Repaso de la crítica de internet

«Creo que no es posible hacer cálculos numéricos de las personas ni de las situaciones. Las
economías planificadas nunca han funcionado: las personas pasan automáticamente a la resistencia.
Después de la invención de la imprenta por Gutenberg se desencadenó un aluvión de informaciones:
todo podía imprimirse, y la mayoría eran panfletos, o sea, llamamientos a la guerra civil,
llamamientos a la guerra de religión, llamamientos a la intolerancia. A ello se resisten las personas:
inventan la crítica. Kant es asimismo la respuesta a la hegemonía de lo impreso. Dirk Baecker lo ha
estudiado. Y hoy puede observarse que las personas que utilizan la red son casi inmunes al exceso de
información: cogen las primeras 40 palabras y se dejan 1800. Este reduccionismo tiene algo de sano y
algo de malo. Usuarios de este corte no se sentarán a leer Anna Karenina de noche. Pero tampoco se
ahogarán en la información. El hombre se crea su propia inteligibilidad.»1

Este capítulo plantea la cuestión del género de la «crítica de internet» y sus contornos
analíticos. Vista la obligación de ser siempre sencillo y optimista, se considera señal de
pesimismo cultural poner en tela de juicio los conceptos dominantes de internet:2 nada de
pensamientos negativos, por favor. Así pues, ¿cabe equiparar crítica y civismo? No
debemos perder de vista que la crítica es una tarea necesaria pero molesta: desarrollar una
argumentación coherente, en la que se enlazan diferentes ideas, puede ser de todo menos
sexy. La crítica debe construirse de nuevo una y otra vez, y pese a su rica historia no es
posible sacarla sin más de la chistera. ¿Cómo podemos desarrollar una retórica que siga
los pasos de la crítica literaria y teatral pero que esté adaptada a las especificidades
tecnológicas de internet y los condicionantes globales del siglo XXI? ¿Marcará la crítica
de la red un estilo literario propio, de modo parecido a las reseñas y los ensayos, con sus
vínculos con la incipiente cultura del libro en el siglo XVIII? No tenemos que empezar
totalmente de cero. Ya se han dado primeros pasos, de la mano de Nettime o Nicholas
Carr, pero también podemos inspirarnos en las voces de África, las críticas de Facebook
de India y los conceptos radicales brasileños. La crítica de internet también puede adoptar
formas nuevas, diferenciadas de géneros conocidos como el artículo, la reseña, el ensayo
o el libro. Bajo aspectos de software, podría pensarse, por ejemplo, en hilos de correo
electrónico, discusiones de foros, entradas de blogs, tuits u otras culturas de comentarios.
Pero antes de entrar más a fondo en las bases de los géneros de nueva creación, debemos
atravesar primero el desierto de lo real y analizar la supuesta crisis de la crítica en ámbitos
afines, como las artes plásticas, el cine y la cultura del libro. Así pues, participemos en la
búsqueda interminable del paradero de la crítica.

1. La crítica en la era de la sobreoferta

En The Death of the Critics, Rónán McDonald propone clasificar la crítica como relicto
de la modernidad. En su afán por un mejor gusto, el crítico instruía al público. Antes de
los cambios culturales de finales de los años sesenta, la tarea generalmente aceptada del
crítico consistía en definir el canon, no en términos restrictivos sino desde la perspectiva
de una ilustración emancipadora. Los críticos debían esforzarse en encontrar y difundir lo

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mejor de lo que el mundo conocía y pensaba. El gusto de la élite era compartido con las
masas –y prescrito a éstas– como medida educativa para elevar el nivel de la gente común
e integrarla en la civilización occidental: la belleza envuelta en un mensaje.
Hasta bien entrado el siglo XX, cabía al crítico definir el gusto y decidir sobre la
autenticidad de las creaciones culturales. Mirando hacia atrás, el apogeo de la crítica
coincide exactamente con la era de los periódicos y las revistas, con enormes tirajes que
captaban, centralizaban y dirigían la atención colectiva y reunían a los ciudadanos
lectores en torno al debate de la última novela o la obra de teatro de la noche anterior. En
la crítica se hallaba el sentimiento y la razón. Según Rónán McDonald, el declive vino
con la «democratización del gusto» en los años setenta. Como reacción al surgimiento de
la cultura pop, la crítica se retiró tras los muros del mundo académico. Los estudios
estéticos «se orientaban cada vez más hacia dentro y eran neutros».3 En las últimas
décadas, el abismo entre la teorización académica y la información periodística sobre
artistas célebres no ha hecho sino aumentar, conduciendo al meme de la «muerte de la
crítica». Michael Schreyach escribe que hoy en día, la crítica de arte «puede hacer poco
más que crear un determinado contexto para el arte contemplado y presentar algunas
observaciones acerca de su valor de mercado, popularidad y significado social (o la falta
de ello)».4 En el mejor de los casos, la crítica se ha convertido en un mensaje en botella.
Estas dos influencias coincidentes –la cultura pop y el paso de la crítica literaria al
mundo académico– han minado juntas la autoridad del crítico. La velocidad de la «crítica
no autorizada», como se encuentra en blogs y en Amazon, y la retirada a las
universidades, donde los expertos libran una lucha autorreferencial de discursos, son dos
caras de la misma moneda. En relación a internet, se mantienen afirmaciones como esta
de John Sutherland: «Existen personas que ven en la crítica de la red una evolución hacia
el ‹poder del lector›, la democratización de un ámbito tradicionalmente monopolizado por
mandarines literarios. Y existen otras que reconocen en ella el declive del gusto
literario.»5
Para McDonald, la crítica oscila entre los medios y la academia: «La democratización
de estándares críticos objetivos puede ser en parte una consecuencia de las tendencias
culturales antiautoritarias y antijerárquicas de los años sesenta y setenta. Tanto en la
cultura de masas como en el mundo académico, ya no se considera que la misión de la
crítica consista en emitir juicios de valor.»6 En la era de internet, todavía operamos bajo
las mismas condiciones. Tanto el lenguaje posmoderno barroco como las respuestas más
escuetas de aficionados en las páginas de comentarios evitan la representación normativa
tradicional del crítico profesional. Ya no necesitamos un juicio, pero ¿qué harán los
críticos con el aluvión continuo de nuevas aplicaciones, herramientas de publicación y
plataformas sociales? Acorralados a la defensiva, deben reaccionar a un flujo incesante de
nuevos productos, servicios y patrones de comunicación, que dificultan la distinción de
tendencias generales.
Mientras en la red se desatan las guerras de comentarios, la mayoría de expertos de las
disciplinas tradicionales coinciden en que su tipo de crítica está en crisis. La antología
The State of Art Criticism, publicada en 2007 por James Elkins y Michael Newman, que
contiene un sinfín de posiciones de partida, actas de seminarios y apreciaciones, expresa
esta incertidumbre. La crítica de arte «no tiene claro su lugar y su función dentro de la
sociedad».7 Según Schreyach, «es producida en masa y también ignorada en masa; al

63
mismo tiempo, rezuma salud y padece de una enfermedad incurable».8 Existe una
sobreproducción de crítica con vida útil corta, que acarrea una gran variedad de
perspectivas de «importancia» y una falta de codificación. «Cualquiera con acceso a
internet puede ser un crítico. Ahora existen opiniones públicas múltiples, a las que se
puede acceder por las vías más diversas», escribe Newman, que concluye que «el papel
del juicio crítico vuelve a ser cuestionado, al igual que en los años sesenta y setenta.
¿Pero acaso los juicios ponderados no han tenido que hallar siempre sus propios criterios,
que en ningún momento ya estaban dados?»9
En la edición online del Guardian del 22 de febrero de 2010, Jonathan Jones escribe
que cabe al crítico
«rechazar el relativismo y el pluralismo de la vida moderna. De modo incesante se nos bombardea
con informaciones culturales procedentes de millones de fuentes. Cada nueva película, cada música
actual puede penetrar en nuestras mentes, independientemente de su calidad o de si despierta siquiera
interés. En realidad, en esta era de la sobreoferta, el efecto más probable de tantas imágenes que
compiten entre sí es la indiferencia. Si no tomamos una elección estética, posiblemente tomaremos
una consumista, un gusto transitorio que acabará cayendo en el olvido y luego sustituido.»10

A finales de 2009, participé como coorganizador en un acto en el centro cultural y


político De Balie de Ámsterdam acerca de la crisis de la crítica, organizado en conjunto
con la sección neerlandesa de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA).
Bajo el título de Critics Floating in the Virtual Sphere: Will Art Criticism Survive?, se
analizó la relación entre la crítica de arte y el ascenso de la red. En su discurso de
apertura, la comisaria Maria Hlavajova recordó al público que la muerte de la crítica de
arte, declarada en 1989, coincidió con la caída del Muro de Berlín y la invención del
World Wide Web. La ponente Regine Debatty, impulsora del blog We Make Money Not
Art11, señaló de entrada que es bloguera y no crítica de arte. Se preguntó por qué las
personas vinculan los blogs solamente a términos como «impresionista», «subjetivo» y
«populista», si Art Forum y Art Review también cuentan con sus páginas de corazón.
Últimamente, el mundo del arte ha empezado a aceptar los blogs e incluso ya ve en sus
textos un estilo con calidad propia. A menudo se le pregunta a Debatty «si sabe escribir
en el estilo de su blog». Allí, siempre es positiva, escribe sólo acerca de lo que le gusta y
no entra en descalificaciones ni provocaciones. Su blog no plantea preguntas. Tiene
mucho tráfico, pero pocos comentarios.
La última ponente fue la crítica de arte norteamericana Jennifer Allen, establecida
desde 1995 en Berlín y que escribe, entre otros, para frieze, Monopol y la Süddeutsche
Zeitung. Allen constata ante todo que la crítica de arte se paga cada vez peor. Se ha
convertido en un formato de reportaje egocéntrico, siempre con un ojo puesto en los
famosos, inundado de aficionados. La tendencia se inició con artforum.com, desde donde
se abrió camino por la propia revista, de la mano de la sección «Seen & Heard». Al
mismo tiempo, la crítica seria en forma de libros es cada vez más difícil de publicar, dado
que las editoriales han dejado de financiar viajes de lectura. Las revistas han perdido a sus
lectores en beneficio de las ediciones online, aunque «escribir para el mundo online te
marca para el resto de tu vida y te reduce los ingresos a un tercio». Otro problema resulta
a sus ojos de la rapidez incrementada. No hace mucho tiempo, la película Brüno fue un
fracaso por los tuits negativos a raíz de su estreno. A causa de estos comentarios, el
número de espectadores se redujo drásticamente. A ello se junta una falta de críticos con

64
autoridad. Los blogs y Twitter pueden tener muchos seguidores, pero no han ocupado la
posición que tenían antaño las revistas líderes, ni ocupan ninguna otra posición. ¿Por qué
no se quedan con Christie’s, Artforum, la Bienal y los comisarios? La red raramente da
respuesta –resumió Allen– y las críticas online no expresan ninguna opinión. No adoptan
una postura divergente ni cambian para nada las estructuras de poder elitistas del mundo
artístico contemporáneo.
El debate dejó patentes varias tendencias. La crítica de arte ha entrado en la era de los
medios informales e integrados en red; no hay vuelta de hoja. Como consecuencia, el
estilo personal ha sustituido el lenguaje formal de la teoría. Aquellas personas que todavía
discuten cómo mezclar la crítica de arte y los nuevos medios van a remolque de los
acontecimientos. Como destaca Jennifer Allen, la crítica de arte –ya sea online o
impresa– no ha sido capaz de convencer a la sociedad de la relevancia del arte: «No
conseguimos transmitir el entusiasmo y la pasión que sentimos por la cultura.» Los
jóvenes están totalmente al día de zapatillas deportivas y teléfonos móviles. «¿Por qué no
percibimos el arte del mismo modo que los móviles?»12
¿Pueden estas observaciones ser de utilidad para la crítica de la red? Para qué tomarse
la molestia, podría preguntarse uno. ¿Qué sentido tendría reintroducir la «crítica», un
género que aparentemente ha perdido su fuerza vital y quizá incluso haya desaparecido?
¿Debemos acercarnos a la posición «fatal» de Jean Baudrillard, presentada por éste como
adversaria de la crítica, o alejarnos de ella?13 ¿Qué significaría proponer una nueva onda
de crítica en un tiempo caracterizado por la ausencia de juicio? ¿Por qué no abrazamos
simplemente el objeto para acabar con él? ¿La propuesta de crítica de la red no lleva a la
trampa de identificarse posiblemente con la «teoría crítica» histórica? En este caso, antes
de comenzar, deberíamos atravesar las gélidas planicies de la abstracción y hablar con
Walter Benjamin, no sin antes haber comparado nuestras anotaciones con Adorno,
Horkheimer, Habermas y Axel Honneth.14 En lugar de una fuente de inspiración o una
corriente filosófica productiva para comparar explicaciones, la idea de la crítica de la red
como continuación de la Escuela de Frankfurt ha resultado ser un callejón sin salida. Su
simple mención acaba con conversaciones enteras. Se puede ser crítico sin ser crítico:
quizá sea esta la razón principal por la que debe evitarse en la medida de lo posible un
vínculo (público) con la Escuela de Frankfurt. Lo que queda es la lectura a escondidas,
una admiración tácita y una interpretación informal de su obra.

2. Contornos de la crítica de la red


El discurso no procede de un concepto al siguiente de manera lineal. ¿Por qué debería
internet, tan novedoso y repleto de opciones, asumir el pesado lastre de estos géneros de
texto en apuros? La crítica es tal vez una fase histórica que ahora recobra vida como
postura supuestamente cool. La crítica de la red también podría ser uno de muchos modos
de escribir, una forma básica de reflexión, también conocida como estilo de vida
alternativo para rebeldes que cuestionan prontamente la jerarquía. En lugar de avanzar en
esta dirección cínica, entiendo la crítica –de manera similar a Rónán McDonald– no como
programa ideológico sino como oficio básico de primera necesidad para desarrollar
estilos literarios y como invitación a participar en un pensamiento radical que contenga

65
algo más que el comentario fácil y la cháchara sobre el último tuit. ¿Cómo podría
expresarse ello? En esta era de internet, el polo opuesto a la crítica está en la jerga de los
mensajes y el lenguaje de relaciones públicas, adaptados a la lectura superficial. Si el
crítico del futuro tuviera que enfrentarse a un adversario, éste sería el repartidor de
información profesional anónimo o ejércitos enteros de clones veloces del mismo que
reciben el material escrito y gráfico, lo reempaquetan y lo sueltan sobre los usuarios
globales participativos, que a su vez lo enlazan, lo identifican marcando «me gusta» y lo
reenvían. En cambio, el crítico de la red se mueve en un universo paralelo kafkiano, pues
no quiere competir con estos spin doctors, cuyo terreno de juego tradicional ha sido hasta
ahora la televisión y la prensa, pero que ahora irrumpen con fuerza en internet.
No nos engañemos. Debemos aceptar que internet se ha convertido en una tecnología
mayoritaria. Si bien nos fascinan sus características constantemente cambiantes, ha
perdido toda su espectacularidad. Estamos en el tiempo de lo postespectacular. Esta es la
sociedad de la información convertida en realidad: bienvenidos a la sociedad de la
búsqueda. Nos aproximamos al poder con una pregunta y esperamos mientras la nube
calcula. Lo que ocurre exactamente es bastante abstracto y apenas llama visualmente la
atención. Precisamente por ello, los principales intelectuales y teóricos tampoco toman
nota de las transformaciones actuales. De hecho, es difícil seguir el ritmo del crecimiento
exponencial de las aplicaciones y los servicios. También la mayoría de empresas e
instituciones todavía andan ocupadas en entender la influencia de las tecnologías de red
en sus organizaciones, integrando algunas partes por aquí y desconectando otras por allí
(sobre todo los elementos interactivos y upstream). La introducción de redes informáticas
en estos dispositivos ha cambiado los procedimientos de trabajo a lo largo de la última
década, pero no ha llegado al nivel de los centros de decisión. Parecemos habernos
quedado atrapados en una fase de transición permanente. A la pregunta de si los «nuevos
medios» ya forman parte por derecho propio de nuestra cultura, sólo salen respuestas
ambiguas. Incluso en países con un elevado uso de banda ancha y telefonía móvil existe
una «cultura dominante» dubitativa, incapaz de decidirse entre si hay que institucionalizar
los nuevos medios como esfera propia o si éstos deben diluirse e integrarse en los sectores
tradicionales existentes como cine, televisión, prensa y radio.
Con el dominio que ejerce actualmente, internet es en este sentido sorprendentemente
invisible. Según esta lógica de la invisibilidad, la crítica de la red ocuparía una posición
marginal dentro de la investigación académica, que en general se corresponde con el
declive de la importancia de la crítica y la teoría en la sociedad. La mayoría de
investigaciones continúan atribuyendo a internet un papel secundario en relación a la
prensa escrita y la radiotelevisión. Pero internet ya no es una simple herramienta, sino que
se ha convertido en una parte indisociable de los procesos económicos, sociales y
culturales. Actualmente, el propio mundo académico depende totalmente de las
tecnologías de la información en red. Este cambio exige un nuevo nivel de pensamiento,
en el cual las humanidades todavía no han entrado activamente en escena. La idea es
sencilla: al igual que el teatro, las artes plásticas, el cine y la literatura, internet también
merece una forma de crítica y teoría, con el debido nivel de conocimiento y exigencia,
que trascienda el periodismo y el puro hecho informativo. Sin embargo, la posición
marginal de la crítica de la red le ha permitido desarrollarse curiosamente en espacios
extraacadémicos a lo largo de los últimos años: proyectos artísticos contemporáneos,
listas de mailing online y redes de activismo de medios. Todavía queda por escribir la

66
historia de esta era de refugios artístico-culturales.
¿Cómo podemos superar el viejo paradigma de las noticias? La invisibilidad de internet
no se puede entender si nos fijamos solamente en la oferta de las instituciones mediáticas
tradicionales y en deconstruir la agenda de estos mensajeros de los viejos medios. No
entenderemos la red deconstruyendo el New York Times. Una y otra vez, ha quedado
demostrado que no es suficiente analizar fórmulas simplistas, para después quejarnos del
carácter engañoso de las técnicas de marketing. Si la crítica de la red quiere enfrentarse a
esta moda, deberá optar por mostrar cómo las ideas normativas se convierten en su
contrario, es decir, en prácticas de dominación.
La crítica de la red debe ser capaz de aportar algo más que crítica ideológica o análisis
del discurso. Su objetivo es afianzar firmemente la autorreflexividad en los lazos de
feedback y cambiar de este modo la arquitectura. Deben desarrollarse conceptos e ideas
de largo recorrido, que arraiguen profundamente en la arquitectura de la red. En lugar de
centrarse en las realidades sociales rápidamente cambiantes, como propone Manuel
Castells,15 me he propuesto analizar con más detalle la función que cumplen conceptos
como libre, abierto, comunidad, blog, compartir, cambio, amigos, enlace o me gusta en
la formación de sociedades en red. No hay que ser idealista para reconocer la importancia
de tales conceptos que se van cocinando durante años, aparecen de la nada y se
desarrollan de manera segurísima en pequeñas iniciativas, para convertirse de la noche a
la mañana en sistemas usados por cientos de millones de personas. Debe repensarse la
forma de usar y aplicar la teoría. El proyecto de la crítica de internet consiste en una
búsqueda conjunta de conceptos específicos de medios que podrán luego implementarse
en códigos, normativas, retóricas y culturas de usuarios.
Se trata de un proceso de ensayo y error. Sorprendentemente, algunos de los conceptos
de los años noventa en los que yo participé todavía son válidos, como los medios
soberanos, el dandy de datos y sobre todo los medios tácticos.16 Otro caso es la crítica
de la red, idea desarrollada en 1995 junto con Pit Schultz. Entre los ejemplos más
recientes cabe contar las redes organizadas, la estética distribuida y el concepto más
amplio de las culturas en red. A veces es útil desarrollar docenas de ellos, sólo para ver
con qué eco topan. En otros casos, también merece la pena invertir mucho tiempo
(colectivo) y convertir a uno de ellos en una máquina que funcione bien. Naturalmente,
esta metáfora está prestada de Deleuze y Guattari, que han explorado el aspecto teórico de
este proceso como pocos lo habían hecho antes.
El pensamiento pragmático amenaza dejar el desarrollo de conceptos en un segundo
plano. No obstante, el «pensamiento salvaje» sigue siendo importante, ya sea en forma de
ensayos, eslóganes, estudios de caso o debates. Si las humanidades quieren recuperar
terreno perdido, deberán desarrollar conceptos que puedan realmente conducir a una
actuación en el mundo real, al cual pertenecen tanto actividades políticas, movilidad,
culturas de trabajo y relaciones sociales como también su inserción en códigos de
programas y protocolos. ¿Acaso no es posible crear conceptos críticos a partir de
servicios, software, orgnets y materiales didácticos? La crítica puede ser un acto
productivo que genera un conjunto de conceptos realmente aplicables. Mediante la
creación de conceptos, el proyecto puede ir más allá del nivel del pensamiento de internet,
con su apariencia en cambio constante y limitado a generar información, y alcanzar una
nueva fase en la que la comprensión pasa al código. La crítica depende aquí de su

67
capacidad de modificar el objeto de estudio.17 La cuestión decisiva es que lo crítico entre
por su propio pie en el modo de integración en red.

3. La cultura de la reseña en la era de internet


Como ejemplo de una estrategia para introducir una serie de prácticas vivas, la «crítica
de la red» podría analizar cómo cambia la práctica crítica de la reseña en el mundo online
digital. En otros contextos, como el cine, la literatura o el teatro, la crítica representa en la
mayoría de casos la discusión de obras actuales. Pero en un contexto de internet, ¿en qué
consistiría una reseña detallada de una página web o una nueva aplicación? ¿Y cómo es
que los criterios de «usabilidad» están redactados en el lenguaje protestante-empresarial
de un Jakob Nielsen, sin que nadie los cuestione? ¿Podríamos popularizar los debates de
software altamente técnicos? ¿Cómo sería una buena reseña de apps, más allá de una pura
descripción de sus funciones? A lo largo de los años, hemos podido constatar un nivel
intelectual en ascenso continuo en el ámbito de la crítica de juegos influenciada por la
cinematografía y los estudios culturales, pero ello no puede afirmarse de la cultura de
internet en sentido más amplio. En general, las reseñas se asocian a un proceso de lectura
prolongado, en contraposición a la recompensa inmediata del proceso de búsqueda. A ello
podría oponerse la afirmación de que una cultura de la reseña rica y diversa haría
superfluas la mayoría de nuestras consultas de búsqueda. Sin embargo, para los
comentaristas de la vieja escuela, que se ven superados por la galopante acumulación de
datos, la democratización radical de las reseñas en páginas web como Amazon es, a todas
luces, motivo de preocupación. El libro de Gail Pool Faint Praise, The Plight of Book
Reviewing in America (2007) trata del declive continuo de las reseñas de libros
tradicionales. «Las reseñas nos ayudan a decidir qué debemos leer y a averiguar qué hay
de interesante para leer. […] Leemos reseñas porque nos gusta el juego de ideas o la
lectura acerca de la lectura, o en general las reseñas bien escritas como forma literaria.»18
Según Pool, la cultura de la reseña clásica ha depositado durante mucho tiempo su
confianza en generalistas que también gozan de autoridad, como intelectuales públicos,
totalmente al contrario de las páginas de librerías y reseñas en internet, que «representan
la idea democrática de que todo lector tiene algo importante que aportar».19 Es muy
importante distinguir entre un enfoque generalista, la recepción por expertos y las
impresiones de aficionados. La cultura en red debe dar más espacio a los especialistas
experimentados, capaces de transmitir a un público general los aspectos complejos de los
protocolos técnicos. ¿Cómo podemos dejar atrás la producción masiva de reseñas de
productos, que en el fondo sólo giran alrededor de errores de comunicación, fallos de
fabricación y problemas de entrega de los artículos de consumo más recientes? Gail Pool
describe el problema clásico de navegación del modo siguiente:
«¿Realmente existe alguien que quiera leerse 600 reseñas sobre un solo libro, cada una con su propia
idea y valoración, para averiguar cuántas de ellas son buenas? No me imagino ninguna experiencia
lectora menos gratificante: el simple hecho de moverse por ellas es extenuante, y después de leer
algunas docenas de reseñas, seguro que ya me habrían pasado las ganas de leer el propio libro.»20

La cuestión es: ¿dónde nos alistamos en la War Against Cliché de Martin Amis, que

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desea poner fin al dominio de la banalidad? ¿Debe Amazon desactivar la función de
reseña o deben ser los usuarios quienes las filtren? Sin embargo, no sólo puede
responsabilizarse a los «críticos autoproclamados». Por el lado profesional están las
editoriales, que instrumentalizan a los reseñadores como máquinas publicitarias:
enviadnos afirmaciones cortas e impactantes que nos sirvan como gancho. El ascenso de
la información ha marginado las reseñas sofisticadas. Según Pool, «tenemos que
encontrar mejores maneras para seleccionar los libros a reseñar. Nuestro sistema actual
hace inevitablemente que no reconozcamos libros buenos, que sobrevaloremos los malos
y que minemos el libro como tal.»21
Curiosamente, Gail Pool menciona a Virginia Woolf, quien en su escrito Reviewing
(1939) aboga por abolir completamente el género, tildando al reseñador como «un piojo,
un lazo perturbado en la cola del dragón político». Una página web dedicada a este texto
ve la motivación del mismo en su anhelo por «la opacidad del taller oscuro, donde los
autores son respetados y no ridiculizados, como si fueran una mezcla de pavo real y
mono».22 En nuestra era del hipertexto se ha hecho imposible hacer estas distinciones
entre literatura primaria (original) y secundaria (interpretación), tal como señala George
Steiner, para proponer a continuación «la preferencia por la locura mandarina de lo
secundario».23 Para autores y lectores intelectualmente afines, ello se convierte en una
cuestión del «dominio de internet» para evitar la distracción –y la disrupción– por la
necedad de las masas: moverse tácticamente dentro y fuera de la arena pública como
estrategia de supervivencia. La opinión pública de los años treinta, que volvió loca a
Virginia Woolf, no es nada en comparación con las entrevistas de radio y televisión, giras
de lecturas, consultas por correo electrónico y obligaciones 24/7 en redes sociales a las
que actualmente se exponen los autores. Las reseñas impresas de hoy, por muy breves y
descuidadas que sean, no dejan de ser un oasis de contenido ante los crudos e
impertinentes mensajes cortos de las redes sociales. De este modo, se plantea la siguiente
pregunta: ¿cómo pueden los lectores decidir por sí solos, fuera de la influencia de los
algoritmos de recomendación de Amazon? Es demasiado fácil decir, como lo hace Pool,
que «necesitamos formas de comentarios imparciales, fundadas y críticas»,24 obviando
que hace tiempo que navegamos, buscamos y filtramos colaborativamente.
Otra fuente relevante para nuestro contexto es el ensayo Reviewer’s Dues de L.E.
Sissman (1978), en el que establece las siguientes reglas: «Nunca reseñes la obra de un
amigo. Nunca reseñes la obra de un enemigo. Nunca te subas a un tren en marcha. Nunca
reseñes un libro de un ámbito que no conozcas o que no te interese.» Y finalmente:
«Nunca rehúyas correr riesgos al emitir un juicio.»25 ¿Qué reglas indispensables habría
que respetar en el ciberespacio? Propondría las siguientes: Nunca reseñes un objeto del
que nadie más habla. Nunca reseñes algo que no sea accesible online y a lo que no pueda
hacerse referencia libremente. Nunca reseñes algo que no se pueda debatir en foros online
o en listas de mailing.

4. La cultura en red como concepto y agenda


Para entrar en otro ejemplo de crítica práctica de la red, veamos de cerca el concepto de

69
la «cultura en red». La crítica de la red sólo puede producirse si antes existe una cultura
en red viva y activa. Esta es una condición previa indispensable que subraya la diferencia
sutil entre adaptación y evolución: el uso por sí solo no será suficiente. Para que pueda
proliferar la crítica de la red, deberá existir una relación productiva con la propia
tecnología. Tanto las «culturas en red» como la «teoría de la red» remiten a contextos más
amplios que superan la dualidad entre real y virtual, propagada por la literatura de
divulgación.26 Esta dualidad era hegemónica sobre todo en los años noventa, siendo un
ejemplo más reciente el meme «vida real» contra Second Life. Las grandes redes
complejas actuales borran esta oposición binaria y reúnen en un solo sistema
socialización, software, interfaces y rúters. El término «red» reviste una ambigüedad
específica, dado que hace referencia tanto a lo social como a lo maquinal. Lo que aquí
interesa es una estructura social cuya forma está determinada por una infraestructura
tecnológica, pues ya no existe una «tecnología de internet pura» sin enormes enjambres
de usuarios.
La crítica de la red, tal y como se la conoce en Alemania, selecciona determinados
temas y casos prácticos, tanto en relación a la autorreferencialidad específica de las redes
como a los arreglos mayoritarios entre los medios y las organizaciones. Con estas últimas,
así como sus imbricaciones institucionales y estructuras sociales, la cultura de internet
continúa estando en confrontación. De ello deberíamos ser conscientes. La cultura en red
es una molestia para las academias, los órganos subvencionadores, la televisión, las
instituciones culturales y el mundo artístico y de la performance; los órganos de poder
están preparados en todas partes para contraatacar, como ha demostrado el caso
WikiLeaks. No estamos viviendo en tiempos progresistas. Al mismo tiempo, debemos
entender que las «redes de nuevos medios» (sean quien sea o sean lo que sea) no tratan de
robar recursos y hacerse con el poder, ya que hay que redefinir el propio poder. Las redes
son informales, fluidas e invisibles, lo que al fin y al cabo causa pánico y desconcierto.
Tal como pregonan los gurús de los negocios, la tecnología es disruptiva. Sin embargo,
este romper la baraja, ya sea creativo o no, no puede interpretarse como triunfo fácil de lo
nuevo sobre lo antiguo, ni parece evolucionar en ningún momento según las predicciones
de la clase asesora y los futuristas de los think tanks.
La cultura en red es un fenómeno muy difundido en la sociedad, así como un concepto
vinculante que sirve tanto para la investigación como para la actuación práctica. Como
comodín abierto, sugiere un estado determinado, pero se convierte –lo que es todavía más
decisivo– en un «atractor raro» que aglutina a las personas. En 2004 se incorporó en la
denominación de un programa entero, cuando fundé el Institute for Network Cultures
(INC) con la ocasión de la creación de mi cátedra de investigación en el Departamento de
Medios Interactivos de la Escuela Superior de Ciencias Aplicadas de Ámsterdam. Sus
puestos docentes eran considerados pequeñas unidades que debían impulsar la
investigación, a la que el sistema neerlandés de universidades politécnicas prestaba
demasiado poca atención. Ned Rossiter, Sabine Niederer y Linda Wallace participaron en
la acuñación del término. También en 2004 se publicó el libro Network Cultures de
Tiziana Terranova. El nombre da buena cuenta de un concepto híbrido que actúa tanto de
atractor raro como de significante vacío. Este término de segundo orden, culturas + red,
que sigue a la tecnología, remite a unos vínculos que pueden formarse con el tiempo, a
medida que el entusiasmo por lo nuevo se va apaciguando. Parafraseando a la científica
británica Irit Rogoff, podríamos decir que el INC como marca da expresión a una mezcla

70
de culturas que están expuestas en gran medida a los efectos de la tecnología, por lo que
han perdido su «identidad original».27 Los ámbitos tratados –desde pantallas urbanas a
buscadores y Wikipedia, pasando por el vídeo online– evolucionan más allá del eco
inmediato; lo que fascina son los elementos que escapan a esta lógica.
La investigación del INC abarca diseño, activismo, arte, filosofía, teoría política y
urbanismo, y no se limita a internet. Éste sólo puede entenderse en una conjunción de
estos diferentes campos y líneas de investigación. Pero no hay que confundirse: no se
trata de ningún concepto multidisciplinario ingenuo con agentes totalmente distintos, sin
importar su tamaño, edad y poder. La necesidad de contribuir a la exploración crítica de
internet (con ideas y recursos) existe para las otras disciplinas, y no al revés. El término
de «culturas en red» debe entenderse como concepto estratégico para los estudios de
internet de base humanística, con la misión de analizar los desarrollos políticos y estéticos
en procesos de comunicación basados en usuarios. Las culturas en red también pueden
percibirse como formaciones sociotécnicas en construcción. Éstas se crean en tiempo
récord, pero también pueden desaparecer con la misma rapidez, generando una sensación
de espontaneidad, transición e incluso incertidumbre. Aunque pueda parecer una
perogrullada, la base de las culturas en red es la colaboración. Sin embargo, su novedad
consiste en que la cooperación mutua en redes online distribuidas conduce a menudo a
tensiones que no pueden recurrir a las reglas tradicionales de la solución de conflictos.
Desde su creación, el INC constituye un marco que permite realizar un amplio abanico
de proyectos, con un claro acento en la investigación como contenido, y no como política,
desarrollo comercial o código. Su objetivo ha sido crear formas organizativas abiertas que
otorgan un contexto institucional temprano a las ideas tanto de individuos como de
organizaciones. Un elemento clave es la creación de redes de investigación (más o
menos) sostenibles en torno a temas surgidos recientemente. Al cabo de unos años, dichas
redes de investigación vuelven a desaparecer, se consolidan como organizaciones
independientes o son absorbidas por otras. Esta estrategia puede tal vez resumirse en
conceptos como «crítica en acción» o «investigación actuante».
Un objetivo a largo plazo de la crítica de la red es reforzar y desarrollar el aspecto de la
educación en nuevos medios. El «científico» actual es una figura controvertida. ¿Los
nativos digitales leen menos o más? La educación digital ha sido hasta la fecha más bien
un tema de investigación en industrias creativas y estudios culturales, que defienden el
uso actual de internet argumentando que el sistema educativo y el mundo laboral deberían
«aprender» de la industria del entretenimiento y los nuevos medios participativos, como
los juegos. El enfoque del INC ofrece una alternativa a dichos programas
bienintencionados, sin perder de vista el potencial progresivo de internet, alternativa
dirigida sobre todo a la neutralización de temores y que aboga por la inversión pública en
la digitalización –por ejemplo a través del uso de ordenadores en la escuela– mediante la
reforma de estructuras normativas y los condicionantes políticos y gubernamentales. La
crítica de la red no busca aumentar el uso de ordenadores. La cuestión de fondo es
entender el poder del desarrollo de conceptos como tal y participar en el mismo. Se trata
de encontrar vías de cómo aplicar el desarrollo de conceptos tanto en códigos de
programa como en la vida práctica, desde las costumbres y la cultura hasta nuevas formas
de organización e ingresos.
Otro aspecto – más importante, si cabe– de las culturas en red reside en su dimensión
geopolítica y poscolonial: el hipercrecimiento del número de internautas fuera del mundo

71
occidental (Brasil, China, India, Sureste Asiático, partes de Oriente Medio y África). La
investigación del INC se insiere en dicha evolución y se ha marcado el objetivo muy
ambicioso de fortalecer el papel de la teoría cultural global. La idea es convertir a las
artes y humanidades en una parte integrante de las culturas de internet y transformar la
actual apatía entre los académicos –que tienen la sensación de «ir a remolque» de la
tecnología– en un movimiento internacional vivo de la «anticipación crítica». Es urgente
ir más allá de la interpretación de noticias y dominar los flujos en tiempo real que nos
rodean. Para alcanzarlo deberíamos estar abiertos a la aportación de los «nativos
digitales» y los métodos de investigación que emanan de las propias tecnologías en red.
¿Qué queremos decir cuando afirmamos que la propia crítica de la red debe ser más
técnica? Lo técnico debe pasar al primer plano mediante negaciones y falsificaciones, no
a través de afirmaciones de una realidad positiva. La crítica no se basa en aseveraciones
filosóficas, aplicadas a su vez al objeto, en este caso internet. Empezamos y acabamos
con un gran no. El propio acto de cuestionar es en sí mismo suficiente para alcanzar
resultados interesantes. La gracia de la inversión es real. Por ello lo llamamos crítica.
1 Entrevista con la revista semanal Der Freitag, 24 de diciembre de 2009. http://www.freitag.de/kultur/0952-zukunft-netz-kluge-interview
2 Argumentos contra una crítica negativa y a favor de un estilo diferente se encuentran por ejemplo en Rosi Braidotti, Op doorreis, nomadisch denken in de
21ste eeuw, Ámsterdam: Boom, 2004, pp. 7-9.
3 Rónán McDonald, The Death of the Critic, Londres/Nueva York: Continuum, 2007, p. ix.
4 Michael Schreyach, «The Recovery of Criticism», en: James Elkins, Michael Newman (eds.), The State of Art Criticism, Nueva York: Routledge, 2007, p.
3.
5 En el Sunday Telegraph del 12 de noviembre de 2006, citado en: Rónán McDonald, The Death of the Critic, p. 6.
6 Rónán McDonald, op. cit., p. 36.
7 Michael Schreyach, en: The State of Art Criticism, p. 12.
8 Ibid., p. 11.
9 Michael Newman, en: The State of Art Criticism, p. 56.
10 Jonathan Jones, «Critics? You need us more than ever», http://www.guardian.co.uk/artanddesign/jonathanjonesblog/2010/feb/22/critics-need-us
11 Ver http://we-make-money-not-art.com/
12 Ver mi entrada de blog sobre este evento: http://networkcultures.org/wpmu/geert/2010/01/20/state-of-the-art-critic
13 Más detalles sobre esta presentación en Jean Baudrillard, Las estrategias fatales, Barcelona: Anagrama, 1984.
14 En su discusión de Pathologien der Vernunft, Geschichte und Gegenwart der kritischen Theorie de Axel Honneth (2009), Barret Weber llega a una
conclusión similar. La obra de Adorno muestra «una falta de cualquier base sociológica reconocible o de un lugar de crítica. Contrariamente a las mejores
intenciones de Adorno, la crítica se convierte en su obra en algo abstracto, y en este sentido no puede englobarse en ningún espacio sociológico reconocible.
[…] La crítica de Honneth a Adorno comienza con la pregunta de por qué el proyecto de la ‹teoría crítica›, a través de la cual Adorno adquiere fama, fue
rechazado de plano por el movimiento del 68 y finalmente también por todos los demás. En opinión de Honneth, el motivo por el cual el proyecto clásico de
la Escuela de Frankfurt hoy no puede tener continuidad está en que sus bases se mantienen demasiado abstractas y dogmáticas: no son capaces de explicar la
práctica ni mostrar con claridad las diferencias respecto a otros proyectos críticos.» (http://www.long-sunday.net) Ello hace inútil el argumento de la
necesidad de recurrir a Adorno antes de poder iniciar cualquier proyecto crítico.
15 Manuel Castells se enorgullece de no ser un teórico. En una entrevista con Occupied London, dice: «Me parece importante que no se construya un sistema
teórico cerrado que sólo sirva para asegurarse su parte del mercado intelectual de la teoría social. Una y otra vez, regreso a la tabla de dibujo. Es mucho más
divertido investigar nuevas formas y procesos sociales que hacer juegos de palabras. Los teóricos son en su mayoría bastante aburridos. No caigáis en esa
trampa. Vivid en la práctica, no en vuestros libros. Ceñíos a los hechos, plantead vuestras propias preguntas, desarrollad vuestro propio modelo y tomad todo
lo que os pueda servir para ello. Deberíais ignorar las palabras o conceptos que incluso sus propios autores sólo entienden a medias. Huid de los cursos
teóricos, el último reducto de la hidalguía intelectual. Mirad a vuestro alrededor e intentad entender el mundo tal como es, vuestro mundo. Y cambiad. El día
en que dejéis de cambiar, habréis muerto de hecho. La vida es cambio.» También afirma: «No necesitáis palabras altisonantes. Simplificad las cosas,
normalmente son más sencillas que vuestros conceptos. Algunos sociólogos tan solo aprovechan la abstracción para elevar su estatus, pero no su
conocimiento.» Este llamamiento puede sonar simpático y roza ciertamente el límite del resentimiento antiintelectual, pero Castells rehúye mencionar de
dónde proceden los conceptos clave de las redes. Aquí no existe ninguna historia intelectual, ningún lugar de debate y por ende tampoco una percepción de
cómo se forman conceptos nuevos, salvo mediante el estudio de la realidad social. El mundo clama por conceptos críticos, incluso la evolución de la teoría
propia de Castells de la «sociedad en red». Que este trabajo importante se lleve a cabo de manera abierta o cerrada, aburrida o apasionante, dependerá
exclusivamente del autor. http://www.occupiedlondon.org/castells/
16 Ver Adilkno, The Media Archive, Brooklyn: Autonomedia, 1998 y Geert Lovink, Dark Fiber: Tracking Critical Internet Culture, Cambridge, MA: MIT
Press, 2002.
17 Irit Rogoff, que se mueve dentro del centenario discurso artístico, distingue entre criticismo, crítica y criticidad. En el contexto de internet, bastante burdo
y primitivo, ello puede resultar ciertamente baldío. Pero lo que me gusta es el énfasis que Rogoff pone en el desaprender: «Tal y como yo entiendo la
‹criticidad›, representa aquella operación de reconocer los límites del propio pensamiento, pues nadie aprende algo nuevo sin desaprender algo antiguo; de
otro modo, sólo se acumularía información en lugar de repensar una estructura.» http://eipcp.net/transversal/0806/rogoff1/de
18 Gail Pool, Faint Praise, The Plight of Book Reviewing in America, Columbia, MO: University of Missouri Press, 2007, p. 4.
19 Ibid., p. 56.
20 Ibid., p. 123.
21 Ibid., p. 125.
22 http://www.smith.edu/library/libs/rarebook/exhibitions/penandpress/case15a.htm
23 Ver George Steiner, Real Presences, Chicago, IL: University of Chicago Press, 1991.
24 Gail Pool, Faint Praise, p. 124.
25 L.E. Sissman, «Reviewer’s Dues», en: Sylvia Kamerman (ed.), Book Reviewing, Boston, MA: The Writer, 1978, pp. 119-125.
26 Más detalles sobre esta cuestión en Richard Rodgers, The End of the Virtual, Ámsterdam: Vosius Press, 2009.
27 Parafraseo aquí a Irit Rogoff y su ensayo «What is a Theorist?», en: James Elkins y Michael Newman (eds.), The State of Art Criticism, pp. 107-109,
tratando de mostrar que existen ciertas similitudes entre los programas de estudios de internet críticos y estudios culturales visuales.

72
5
Ciencias de medios: diagnóstico de una
fusión fracasada

Al principio está el final; de lo contrario, lo nuevo sería lo antiguo.


Extracto del editorial de la revista Radikal, 126/127, marzo 1984

La cuestión de cómo interpretar internet y los nuevos medios es demasiado importante


para dejarla en manos de burócratas universitarios. Las ciencias de medios procedentes de
las humanidades nunca han llegado a dominar los nuevos medios y el trabajo de
investigación en el ámbito de internet. Nunca han formado parte de los primeros
adoptadores, de modo que tampoco han influido significativamente el campo de los
nuevos medios. A través de vínculos inefectivos, anquilosados y divergentes, las
«ciencias de medios» como «concepto contenedor» aúnan literatura, cine, radio y
televisión así como teatro, diseño y artes plásticas y performativas a la fuerza con nuevos
medios, bajo una etiqueta difusa y equívoca. Las ciencias de medios inscritas en las
humanidades ni han destacado como reducto de crítica radical ni han desarrollado una
perspectiva del pasado específica para generar un enfoque «arqueológico» de los medios.
Este manifiesto dialógico pretende pulir la mugre institucional. Sobra decir que ello es
en beneficio de los nuevos medios, la cultura digital, internet y los estudios de software.
Los tiempos en que hablábamos de «los medios (de comunicación)» en general ya han
pasado. El término «medios» se ha convertido en un significante vacío. Lo mismo puede
decirse también de los «medios digitales», pues todo es digital. En tiempos de recortes
presupuestarios, economía creativa y pobreza espiritual, debemos dejar de lado los
enfoques difusos de convergencia e impulsar en su lugar profundos estudios detallados de
redes y cultura digital. La visión supuestamente amplia y la profundidad histórica que
sugiere el término «medio» ya no son suficientes para formar conceptos críticos. Ha
llegado el momento de que los nuevos medios reclamen autonomía y recursos para
abandonar por fin la periferia institucional y conectarse con la sociedad. A ello se oponen
al menos tres obstáculos de envergadura: primero, la teoría va a remolque de su objeto y
es víctima de sus propias pretensiones; segundo, las ciencias multimedia todavía siguen
estando marcadas por su molesto legado académico; y tercero, el panorama de los nuevos
medios cambia tan deprisa que apenas es posible captarlo como objeto de investigación.
Antes de presentar unas improbables perspectivas de futuro para este campo, analicemos
estos reparos.

1. Cuando la teoría pierde su estilete


En la primera década del siglo XXI, las ciencias de medios han intentado, en una lucha
a la desesperada, mantener el ritmo de los cambios tecnoculturales. Si queremos tener

73
alguna oportunidad de seguirles la estela, debemos reconocer el espacio digitalizado en
red como una esfera independiente que requiere conceptos y métodos propios. Los
estudios sobre medios digitales raramente se presentan como proyecto intelectual
especialmente crítico. La cultura pop maníaco-impulsiva ha resultado ser un agujero
negro para demasiados talentos teóricos. En lugar de presentar conceptos a velocidad de
Twitter, la mayoría de ideas sobre nuevos medios se neutralizan, quedando engullidas por
el entorno generalizado de recortes presupuestarios y cambio apacible. El personal de las
universidades igualmente está cansado de reformas. La investigación académica en
medios hace todo lo posible para mantenerse al margen del ámbito de la formación
profesional, pero de momento ha fracasado siempre que ha querido desarrollar escuelas
de pensamiento atractivas. A la vista del creciente abismo entre teoría y práctica, los
científicos en medios andan ocupados en combatir el monstruo burocrático que su
metadisciplina proliferante ha criado. Las ciencias de medios se asemejan actualmente a
unas obras abandonadas que decaen por su propia dejadez. ¿Queremos seguir
empecinándonos en este proyecto fracasado? ¿O no será mejor que admitamos las
crecientes grietas y celebrar los éxitos del proyecto, arrasándolo todo y empezando desde
cero? Demasiadas veces nos preguntamos: ¿cómo encajan aquí los nuevos medios? Por
motivos pragmáticos, los científicos hasta ahora han argumentado que su disciplina
guarda un «parentesco selecto» con el diseño, la televisión, el cine, la gestión empresarial
o lo que sea… pero nunca ha sido así. Esta estrategia de ocultación está agotada.
La causa de este estancamiento conceptual está en el propio concepto de las ciencias de
medios. En lugar de fundir los métodos de investigación y los conceptos teóricos básicos
en una unidad filosófica o teórica ambiciosa, las ciencias de medios generales arrastran el
lastre de una mochila pesada y llena de paradigmas heterogéneos del siglo XX, que
abarcan desde la hermenéutica y la comunicación de masas hasta los estudios visuales,
pasando por el feminismo y el poscolonialismo, en función de la herencia humanística de
cada país. Si echamos un vistazo a la bibliografía, veremos que el canon se ha mantenido
estable en los últimos 15 años, desde Benjamin y Brecht hasta Baudrillard y Kittler,
pasando por Innis y McLuhan y con preferencias personales por Flusser o Virilio, Ronell
o Luhmann. Si bien ninguno de estos pensadores trata directamente los problemas
actuales de los entornos digitales en red, existen suficientes fragmentos conceptuales o
material encontrado dentro de estas teorías a menudo generalistas para satisfacer a
científicos de nuevos medios más jóvenes. Las perspectivas frecuentemente negativas y
sombrías actúan como antídoto del positivismo incorregible de los gurús y consultores
económicos. Mientras la caja de herramientas teórica era útil, existía una relación
productiva. Celebrar el fin de lo social, lo político y la historia era un gesto poderoso. Ello
empezó a cambiar hacia 2001, después del 11-S y la crisis de las punto com, cuando los
años de la especulación llegaron a su fin. Poco a poco, la teoría se volvió histórica. La
diferencia entre la teoría de medios (como reserva de conceptos) y la «arqueología de
medios» empezó a difuminarse. El legado humanístico, considerado antaño una mina de
extraños (por irrelevantes, no empíricos y fuera de tiempo) conocimientos contundentes,
pasaba a mostrar su déficit: lo social. Lo que había sido una sensación liberadora de no
tener que hablar sobre los temas convencionales de la sociología, está volviendo como
redescubrimiento de fenómenos sociales como comunidades, multitudes, tribus y, sí,
redes sociales.
Desgraciadamente, estos conceptos están poco preparados para los objetos de medios

74
fluidos de nuestra era en tiempo real. Dichos análisis suelen preferir representaciones
visuales (porque es el tipo de análisis practicado en la ciencia, con su trasfondo de cine,
televisión e historia del arte), mientras descuidan las dinámicas sociales e interactivas.
¿Esperamos realmente descubrimientos apasionantes e ideas útiles al «leer» YouTube a
través de Spivak, mirar Héroes con la ayuda de Žižek desde nuestra privilegiada
perspectiva interpasiva, repasar las bibliotecas nacionales con Castells, entender Google
al estilo Deleuze o interpretar Twitter a través de Butler? Los resultados que se puedan
esperar de estos «estudios culturales» no sólo serán inadecuados, sino que el propio
enfoque está equivocado. Si esta crítica de la teoría es válida para muchos ámbitos, lo es
de manera muy especial para las ciencias de medios. La aplicación mecánica de la teoría a
objetos (leer X a través de Y) perdió su agudeza crítica hace algún tiempo, si bien puede
tener sus momentos subversivos e innovadores en sentido abstracto. Una de las funciones
principales de la teoría –presentar planteamientos socialmente decisivos y prestar apoyo y
energía a quienes realizan el trabajo teórico– ha quedado neutralizada.
Muchos profesionales de los medios no están acostumbrados a pensar en referencias
teóricas y todavía menos a jugar con ellas. El científico norteamericano Henry Warwick,
profesor de nuevos medios en la Ryerson University, escribe al respecto:
«Siempre se corre peligro de dejarse ofuscar por la aceptación irreflexiva y acrítica de figuras de
pensamiento populares, en un formalismo vacío e ignorante […]. Los medios digitales son vistos
desde una perspectiva no teórica y tratados de manera instrumental. Los institutos cinematográficos a
menudo ni tan solo piensan en hacer cine sino que producen realmente vídeos. Las carreras de
comunicación visual ya no tratan los colores sino que enseñan Photoshop. […] Un ejemplo
económico de los efectos de las contradicciones surgidas de esta situación es el Canadian Television
Fund, que ha cambiado su nombre por el de Canadian Media Fund y ahora exige de sus aspirantes
que adjunten estrategias online a su solicitud de trabajo para la televisión, si quieren que ésta se tenga
siquiera en cuenta.»1

De manera similar, el Fondo Neerlandés de Cultura y Radiotelevisión (Stifo) fue


rebautizado Fondo de Medios.2
El problema de fondo de las ciencias de medios es que la «teoría» ya no fascina a
nadie. Ha perdido su capacidad de ganarse la imaginación colectiva o de entusiasmar al
núcleo duro de sus seguidores. Los contenidos progresistas del pasado ya no atraen a
ningún público, sobre todo joven. Algunas teorías iban con el zeitgeist de ciertas décadas.
Como por arte de magia, parecían ocuparse de los asuntos de todo el mundo. Veinte años
más tarde, están muertas. Si volvemos a ellas en 50 años, su tono pasado de moda incluso
tendrá encanto. Hoy en día, las Santas Escrituras de la teoría de París a menudo se
perciben simplemente como máquinas de texto indiferentes que sólo existen por un único
motivo: para legitimar carreras académicas. Representan lo obvio en un código secreto
que parece estar escrito para extraterrestres. ¿Cómo hemos podido meternos en una
situación tan lamentable? ¿Por qué está descatalogada la teoría de medios? A causa de las
definiciones constantemente cambiantes de los medios, las teorías «posmodernas»
pasaban de moda muy deprisa. Por ejemplo, no tiene sentido aplicar McLuhan o
Baudrillard a la Wikipedia. En el pasado, la teoría de medios, combinada con la
metafísica especulativa y amplios paisajes conceptuales, ofrecía una salida del ambiente
rígido de los departamentos de filología inglesa y germánica, pero las ciencias de medios
ya no tienen que lidiar con esta situación. La situación desarraigada y descontextualizada
que ha marcado la hermenéutica basada en texto de la teoría de la literatura ha sido

75
sustituida por dirigentes neoliberales que controlan al detalle los resultados de la
investigación sobre revistas académicas y descartan formas de escritura más
experimentales y especulativas que transcienden géneros y disciplinas, por ejemplo los
ensayos.
El teórico de medios australiano-americano McKenzie Wark, que trabaja en la New
School de Nueva York, lo formula de este modo: «Las personas pueden hacer grandes
cosas con pocos recursos si creen en ello. Incluso harán un mejor trabajo. No es
casualidad que nuestro canon esté lleno de outsiders: Marx, Benjamin, Debord,
Baudrillard. No tenían becas de la National Science Foundation, pero tenían pasión.
Tenían ‹biografías variopintas›.»3 Lev Manovich, director de un centro de estudios de
software en San Diego (EE.UU.), explica que la teoría producida entre los años sesenta y
ochenta a menudo no es muy relevante «porque la cultura de negocios e informática de
hoy se basa en muchos principios de estas teorías, desde la ironía hasta las redes
‹rizomáticas›, pasando por la autorreferencialidad de la publicidad. De ahí que el uso de
tales conceptos teóricos sólo signifique constatar lo obvio.»

2. El éxodo de las ciencias de medios


Si la ciencia de los nuevos medios quiere ser adulta y desplegar todo su potencial para
dominar el alcance real y la complejidad de su objeto de estudio, deberá deshacerse de los
«viejos medios» y seguir su propio camino. Hace tiempo que dejamos atrás el momento
en que teníamos que explicar a los científicos técnicamente menos versados el uso del
ordenador, lo digital y la red. En lugar de pelearnos por recursos menguantes, va siendo
hora de dejar de lado la cautela y apostar por un desarrollo sin concesiones. Las grandes
sinergias de enfoques multimedia, hipermedia y crossmedia pueden haber funcionado
como modelos de negocio en la acelerada cultura de «demo o muerte», pero en la cultura
de «publicar o perecer» del mundo académico, estos enfoques sintetizadores no han
hecho sino frenar la investigación en nuevos medios. Las producciones de Hollywood
como El cortador de césped o Matrix nunca han tenido mucho que decir acerca de la
cultura (global) actual de los nuevos medios. En el mejor de los casos, se trataba de
fantasías interesantes de cómo huir de la vida aburrida, ajetreada y neoliberal («no hay
alternativa») en la que la gente se encuentra atrapada. En retrospectiva, la cibercultura ha
sido una trampa subcultural para quienes estaban interesados en la política corporal y la
representación visual, y un callejón sin salida para teorías de internet y nuevos medios.
Debemos decir no a la escuela «representativa» de las ciencias de medios, que reduce
todos los problemas a aspectos comparativos de lo visual, no porque hayamos resuelto la
cuestión de los medios y dejado atrás todos sus problemas, sino porque necesitamos la
velocidad y el crecimiento que otorga esta independencia.
Para investigar debidamente internet y otros ámbitos en franco crecimiento, como las
comunicaciones móviles, los geomedios y los juegos, debemos liberar lo «digital» de las
garras de las ciencias de medios generales. La docencia e investigación de redes digitales
deben declarar su independencia. Dejemos atrás la dialéctica cansina entre viejo y nuevo
y olvidemos la triste atmósfera de la competencia con la prensa y la radiotelevisión. En
lugar de negociar eternamente las similitudes generales, debemos definir lo específico de
estas novedosas plataformas. Las analogías bibliográficas no pueden traducirse en

76
conocimiento actual que pueda movilizarse para la política y la estética de las luchas
«protocolistas» diarias que ocurren a nuestro alrededor. La remediación ha existido
siempre y seguirá existiendo siempre; forma parte de lo digital. Nadie afirma empezar de
cero, pero la infancia ya pasó. Las implicaciones de la tan anunciada «muerte del cine» o
del «fin de la televisión»4 deben preocupar a otros. Nosotros debemos centrarnos en las
peculiaridades de lo digital, las formas de trabajo en red, las exigencias del tiempo real y
la dimensión móvil de la experiencia de medios actual. Va siendo hora de enfrentarse a
internet, los juegos informáticos y la telefonía móvil –actualmente resumidos de modo
suelto en la etiqueta difusa de nuevos medios– en sus propias condiciones. En lugar de
perder el tiempo con el destino de la prensa en papel, nuestra atención es requerida con
urgencia para fenómenos como los servicios geolocalizados, la informática en la nube, los
buscadores, el vídeo online y el «internet de las cosas»5. El debate sobre unos modelos
«libres» y sostenibles de la economía de internet ha llegado al público generalista, pero
las bases teóricas –ya sean favorables o contrarias– son demasiado débiles para
conducirnos a través de estos tiempos inciertos.
También hay que considerar la metáfora fundamental que impulsa las ciencias de
medios: la idea de la «fusión», en este caso de disciplinas y plataformas, alimentada por
el sueño multidisciplinario de que «al fin y al cabo, todos trabajamos en lo mismo». Steve
Tobak, autor de CNET, resume certeramente el destino de las agonizantes fusiones en el
ámbito económico: «Algunas han fracasado tan estrepitosamente que las empresas
fusionadas se fueron enteras al agua, otras acabaron con la dimisión de sus directores,
otras hicieron marcha atrás y otras no fueron más que ideas estúpidas que nunca tuvieron
posibilidad de éxito.»6 Así pues, ¿cuál es el destino de las ciencias de medios? «Un
estudio de Bain & Company de 2004 demuestra que el 70 % de las fusiones no han
logrado aumentar el valor de la empresa. Más recientemente, un estudio del grupo Hay y
la Sorbona de 2007 ha constatado que más del 90 % de las fusiones en Europa no
cumplen sus objetivos financieros.»7
Si bien es plausible rechazar la aplicación banal del lenguaje de negocios al mundo
académico, ¿cuál es entonces la diferencia con la educación? Debido a las continuas
reestructuraciones, los currículums y las facultades de los que hablamos no son unos
matrimonios stricto sensu (y aun así, su tasa de divorcio sería del 40-50%). ¿Qué pasa si
las supuestas cosas en común y sinergias entre viejos y nuevos medios no son realidad?
Sólo hay que ver cómo Time Warner deshizo su fusión con AOL, «por lo que Time
Warner pudo centrarse en la producción de programas de televisión, películas y otros
contenidos sin tener continuamente a AOL encima como si fuera un albatros.»8 Vista la
tendencia hacia una formación profesional práctica, el estancamiento de los estudios
culturales y la repulsa generalizada hacia la teoría, las carreras de ciencias
cinematográficas y televisivas no son nada más que gesticulaciones a la defensiva contra
un imperio de lo digital en constante expansión. Si no funciona tal o tal fusión de
disciplinas y carreras, todo está perdido.
El futuro de las ciencias de medios dependerá de su capacidad de evitar estas sinergias
forzadas hacia las «culturas de la pantalla» o los «estudios visuales», consagrándose en su
lugar al desarrollo de nuevas formas institucionales que se vinculen con la cultura
colaborativa y autoorganizada de las redes de docencia e investigación. Pero mientras las
ciencias de medios no den este paso, serán uno de estos objetos en vías de extinción que

77
tanto les gusta estudiar. ¿Qué se perdería exactamente si se ensayara un nuevo enfoque?
¿No es hora de despedirse y echarse a andar? En algunos contextos institucionales, la
fusión de las ciencias de medios con las de la comunicación puede tener sentido
(igualmente, la mayoría de expertos no tienen ni idea de dónde está el límite entre las
humanidades y la sociología). En otros casos, podría ser más interesante juntarse con los
departamentos de arte e historia del arte, reforzando la rama «tecnológica», todavía débil,
de las ciencias de la imagen. En raros casos, incluso podría pensarse en integrar los
nuevos medios en la informática, pero hasta ahora no se ha dado ni un solo ejemplo en
todo el mundo de que un enfoque «cultural» fuera bienvenido en este contexto bien
dotado y (por ello) ensimismado y autocomplaciente.
Desgraciadamente, la teoría cultural contemporánea denota una actitud tácita de
indiferencia, cuando no soberbia, ante los nuevos medios. ¿Estaremos repitiendo otra vez
la separación entre alto y bajo?9 ¿Qué precio se paga cuando se ignoran las exigencias
especiales de un medio, aplicando groseramente las obras de Freud, Lacan y Foucault a
los productos de medios, en una lucha desesperada por el reconocimiento científico?10
Este recurso a la teoría, practicado en los currículums de estudios culturales y en las
academias de bellas artes de todo el mundo, puede interpretarse como herencia de los
años noventa, cuando existía un exceso de teorías especulativas y una falta de datos
empíricos y métodos (digitales). Una década más tarde, tenemos que renegociar cuántas
nociones de programación necesitan los humanistas como kit básico. ¿Hasta qué punto
debe uno ser capaz de programar software para poder trabajar con medios digitales de
manera realmente creativa? ¿Es necesario escribir en código en el primer ciclo de la
carrera de ciencias de medios? Explícaselo a tu sobrino: las ciencias de medios no son
ciencias culturales, no son ciencias de la imagen, no son ciencias de la comunicación;
entonces, ¿qué son?

3. Un legado difuso
Ello nos lleva al segundo problema, que el primero lleva implícito: las ciencias de
medios como campo o discurso han carecido de coherencia desde el principio; en cambio,
se les atestaba incesantemente cambios de humor y grandilocuencia, y ello antes de
ponerse a trabajar en serio. Lo que les falta es un mito fundador.11 Como disciplina
académica, salieron de las mentes de responsables de educación y de burócratas,
uniéndose –para aumentar la producción– con facultades y culturas mentales con las que
no guardaban relación alguna. A diferencia de los estudios culturales, creados a partir de
los conflictos sociales y el descontento de la posguerra en el Reino Unido, las ciencias de
medios han sido desde sus inicios un engendro administrativo, un conglomerado
desangelado de literatura, teatro, ciencias de la comunicación y algunas más, hecho de
arriba abajo, según la situación sobre el terreno.12 Debido a la torpeza de los primeros
desarrollos tecnológicos, las ciencias de medios se han convertido en ciudadanos de
segunda clase dentro de la sociedad académica: no están ni dentro ni fuera. Se orientan
suficientemente hacia el mercado laboral para interesar al sector de los medios de
comunicación: son robustas, pero poco elaboradas en comparación con la filosofía. A
posteriori habría sido quizá un mejor plan instaurar las ciencias de medios como derivado

78
de las ciencias de la literatura (como sigue siendo el caso en algunos lugares), que al fin y
al cabo son el lugar de origen de la mayoría de teorías de medios, desde McLuhan hasta
Kittler.
Las ciencias de medios habitan en un sinfín de situaciones precarias: están ubicadas en
las ciencias de medios y comunicación, con el acento puesto en el aspecto sociológico, en
la creciente y económicamente exitosa formación práctica de las universidades de
ciencias aplicadas, a las que se debe la creciente importancia del pensamiento empresarial
en la reciente recuperación de la sociología, así como en el paradigma de la economía
creativa. Pero también se sitúan dentro de la informática, que pese al número decreciente
de estudiantes debido a la externalización a India de servicios informáticos, todavía
obtiene cientos de millones de euros de subvenciones.
Un agravante para la situación consistía en que apenas había nadie que previera la
expansión exponencial de las tecnologías de la información, en cuyo decurso se
difundieron en todos los ámbitos sociales el software y las infraestructuras. Pero en lugar
de alentar debates y desarrollar conceptos críticos, se perdió tiempo precioso con la
cuestión improductiva de cómo integrar los nuevos medios en las facultades de los viejos
medios.13 La genealogía del ordenador en las matemáticas, el ejército y la cibernética
todavía no ha encontrado ningún equivalente en el enfoque histórico-artístico de las
ciencias de la imagen, que integra pintura, fotografía, cine e internet en un solo análisis.
Desde la perspectiva de estas últimas, no se da al concepto de portador (tecnológico) la
misma importancia que en las ciencias de medios. Las historias paralelas de los códigos y
la imagen dificultan mucho juntarlas en un currículum, sólo para hacer ver a los
estudiantes que todo es lo mismo, o sea, «medios». La convergencia, con sus últimas
encarnaciones como «crossmedia», «estudios de la pantalla» o «transmedia», siempre ha
sido criticada por su enfoque empresarial reduccionista. No todo puede –o debe–
reducirse a ceros y unos, del mismo modo que la experiencia humana no se puede reducir
a la «cultura visual». Los medios se definen por algo más que su recepción. Como
constata Matthew Fuller, «si en su lugar nos centramos en la producción, ya sea como
investigación basada en la práctica o como énfasis deleuziano de la expresión, la cuestión
de la genealogía adquiere un giro diferente».14 ¿A un usuario normal de medios
tecnológicos le parecería una decisión acertada mezclar televisión, radio y artes plásticas
en un popurrí con telefonía móvil, Twitter o Google? Los usuarios participan activamente
y se intercambian a diario. ¿Adónde les llevará esta clasificación en nuestras instituciones
educativas superiores? ¿Hacia la vanguardia de los expertos o a un marasmo de ideas en
el culo del mundo?
En comparación con la creciente demanda por parte del mercado laboral de
competencias específicas en este ámbito, el mundo académico ha estudiado
escandalosamente poco los nuevos medios o su evolución. ¿Por qué deberían las ciencias
de la comunicación, las carreras de ciencias de la literatura, las ciencias cinematográficas,
televisivas y culturales, ellas propias con pocas décadas de historia, dar la bienvenida a un
depredador tan agresivo? Mientras a nivel de infraestructura técnica ya se ha hecho
mucho, la percepción pública de los «viejos» y «nuevos» medios no ha hecho sino
divergir aún más. En toda la sociedad se han creado serias tensiones y conflictos en torno
a temas como la propiedad intelectual, la política lingüística en la red y el
tecnolibertarismo, pero los supuestos expertos intelectuales en nuevos medios tan solo
desempeñan un papel de comparsa en estos debates. Ello es tanto más preocupante porque

79
las facultades de letras se ven enfrentadas a una creciente competencia por parte de la
antropología, la sociología, las ciencias de la información, currículums de ciencia,
tecnología y sociedad (CTS) e incluso carreras de empresariales. Para la comunidad de
humanistas enfrentados a los nuevos medios va siendo hora de dar la señal la alarma. Hay
que defender unos enfoques basados en la historia de las ideas, enfoques que pongan de
relieve la importancia de la estética y de un pensamiento conceptual crítico que refleje el
estado actual de las cosas. La sociedad está planteando preguntas críticas que afectan
directamente el ámbito de los nuevos medios: ¿cuáles son las implicaciones sociales de la
generación de identidades online? ¿Cuáles son las políticas de la visualización de
información? ¿Cómo pueden las relaciones globales y las culturas locales lidiar con la
avalancha informativa? ¿Qué efectos debemos esperar de los «jardines vallados» de las
grandes empresas y las webs nacionales?15
Tampoco ayuda la importancia en declive de la teoría lingüística, junto con la menor
presencia de las humanidades y el estancamiento de las plantillas. Ahora disponemos de
una perspectiva de toda una década en la que los pioneros de los nuevos medios han
creado programas trabajando duramente, pero logrando finalmente unos resultados
discretos. Han empezado a crear un amplio corpus de conceptos críticos con estudios de
caso correspondientes, pero entre 2001 y 2009 se han escrito pocos textos clásicos. De los
libros y obras de arte, apenas alguno puede compararse con la vivacidad y la locura
especulativa de los años noventa. Pese a varias lagunas, Language of New Media (1999)
de Manovich se mantiene como uno de los pocos textos canónicos también conocidos
entre profanos. Pero desde una perspectiva actual, este texto también nos enseña más
acerca de la cultura multimedia de los años noventa que de la era de Google, los blogs,
Twitter y las redes sociales. Lo mismo puede decirse del New Media Reader, una
compilación de textos bastante útil, editada por Noah Wardrip-Fruin y Nick Montfort, que
sirven hoy como referencia histórica. Pero ¿por qué termina esta antología con la
invención del World Wide Web a principios de los noventa? Es bastante significativo que
mi heroína personal de la era digital, Saskia Sassen, sea socióloga urbanista. El canon de
los estudios críticos de internet todavía está por escribir, y deberá hacerse en forma de
libro de texto científico.16 La antología Proud to be Flesh compuesta por Mute Magazine
es ciertamente un buen comienzo. Pero ¿quién dará a conocer en otros contextos esta
crítica radical que se ha desarrollado en el mundo en red en los últimos quince años?
¿Volverá al final a reducirse al denominador común, de modo que nuestras mentes y
cuerpos no logren seguir el ritmo y corramos peligro de desmoronarnos bajo la avalancha
informativa?
A la vista de esta situación pantanosa, los pensadores jóvenes y ambiciosos eluden
adrede las ciencias de medios, ya sea en relación al cine, la televisión o los nuevos
medios. Para hacer carrera es más aconsejable ubicar el currículum en las artes visuales o
la filosofía, o bien especializarse directamente en historia de los medios de comunicación
impresos, del cine o de la televisión.17 En estos tiempos de crisis, el New Deal verde ha
asumido el papel de proyecto de futuro de las tecnologías de la información y
comunicación, que además padecen de modo creciente –al menos en Occidente– de
externalización y su mala fama en cuestiones de género. Las inversiones en I+D se
dedican a coches eléctricos, energía eólica y similares. En lugar de erigirse en centro
neurálgico que marca tendencia, las ciencias de medios se perciben como vertedero de

80
académicos de mediana edad, dispersos y pasados de moda, que tienen todos los motivos
para quejarse de falta de promoción e inspiración. Para muchos, la imagen friki ya no
hace gracia. A las personas de las menguantes facultades de letras sólo les quedaba un
camino: meterse en el remolino de la corriente. La globalización de la formación
universitaria y la creciente competencia entre disciplinas por subvenciones reducidas y
estudiantes con talento no han hecho sino reforzar el sentimiento de crisis en los años de
juventud de la investigación y docencia en nuevos medios. Si queremos superar estos
retos, necesitamos una cultura de «promoción colectiva» de fases de crecimiento, pues la
siguiente metamorfosis del campo ya está a la vista, mientras se sigue todavía inmerso en
una fase de debilidad e inseguridad conceptual. En medio de este clima de parálisis,
¿están los actores de los nuevos medios preparados para el siguiente gran salto?

4. Seguir el ritmo de los Googles


Al margen de la complicada política institucional que dificulta la investigación en
nuevos medios, aparece de nuevo otro problema más general. Estamos llegando al tercer
elemento de la problemática que caracteriza el estado actual de los nuevos medios dentro
de las ciencias de medios: el estudio científico de los nuevos medios está cada vez más
desfasado en relación a los tiempos actuales, ocupado más bien con la historiografía en
lugar de diseñar teorías críticas que podrían influir en nuevos desarrollos. El horizonte
temporal de la investigación académica está pensado a tan largo plazo y continúa tan
centrado en la producción de libros, que cada vez queda menos espacio para
intervenciones inmediatas, y ya ni hablemos de realizar aportaciones humanísticas para
diseñar la tecnología y la sociedad del futuro. Hay que aceptar que Twitter ha tomado el
lugar de CNN y las agencias mundiales de noticias, y la investigación académica hace
años que ha abandonado la carrera tecnológica. ¿Qué puede ser la investigación en una
sociedad en tiempo real? No podemos eludir más esta pregunta y escudarnos una y otra
vez en las restricciones institucionales con las que estamos batallando. La estrategia de las
ciencias naturales de obtener buena parte de su financiación a través de la «investigación
básica» suena alentadora, pero es altamente irreal, dado que no conduce de modo alguno
a resultados con efectos inmediatamente prácticos. Las humanidades siguen sufriendo,
mientras las «ciencias exactas» se llevan de media el 85 % de los fondos de investigación.
¿Se han discutido suficientemente todos los problemas éticos relacionados con el CERN,
la extracción de datos y la biotecnología? ¿Dejaremos en manos de los estados y las
grandes multinacionales que se controlen a sí mismos? ¿Pueden la teoría y la estética
recuperar en este clima su posición de liderazgo para desarrollar visiones, ya sean
positivas o negativas? Qué ironía que en tiempos en los que tanto se habla de la «ciudad
creativa» y las «industrias creativas», las humanidades reciban cada vez menos apoyos.
Quizá no disponen de las estrategias adecuadas para demostrar su propia vinculación y la
urgencia de los temas y enfoques. ¿No sería mejor empezar con una investigación
«obsoleta»?
En nuestro intercambio de correos electrónicos, Henry Warwick comenta:
«Literalmente centenares de institutos de ciencias de medios en todo el mundo se enfrentan a la
misma dinámica: la idea de que el régimen de lo analógico, la radiotelevisión y las artes visuales está
en el centro ya no se sostiene, pues todo ha sido disgregado en elementos parciales y cada elemento

81
no constituye más que un hilo dentro del gran conglomerado de medios. A consecuencia de ello se
han dejado de lado, ignorado o castigado reparos teóricos ‹molestos›. La precariedad resultante se
acepta como ‹parte del juego› […]. Mientras tanto, se pasa por alto que el cambio hacia la perspectiva
de los medios desde el aspecto de la previsibilidad –gracias al espacio de memoria barato y al bando
de ancha cada vez mayor– tiene enormes y amplios efectos teóricos, sociales, políticos y estéticos (y
muchos más).»

Al hablar con los pioneros de la investigación y docencia en nuevos medios, se nota la


posición a la expectativa que se ha infiltrado a medida que la generación X se ha hecho
adulta: las conversaciones están marcadas por una cultura de la queja. La crítica del
neoliberalismo y el capitalismo desbocado puede ser aguda y correcta, pero entre líneas se
perciben voces cansadas. Después de diez o quince años de trabajar duramente en la
creación de programas de investigación digital e interactiva, muchos han perdido su
vitalidad y ya no se ven capaces de aventurarse por iniciativas atrevidas y seguir caminos
nuevos. Se está imponiendo una actitud defensiva. ¿Hay que esforzarse por obtener un
mayor reconocimiento institucional, o en la propia institucionalización está la raíz del
estancamiento? El sistema destruye las fuerzas vitales de aquellos a quienes se limita a
echar cuatro migas de pan. El cuerpo docente «digital» es nuevo, provisto con contratos
temporales y sin apoyo de cátedras o carreras de grado: docentes en situación precaria de
entrada. Creado para caerse, como se habría dicho en la nueva economía de finales de los
noventa. Queda clara la suposición subyacente: lo novedoso no se mantendrá; la moda
digital volverá a desaparecer. La precariedad estructural que resulta de ello es
desagradable y amenazadora para quienes se dedican a la docencia. Lo que falta es una
visión a largo plazo de cómo estos ámbitos podrían ganar influencia: una idea
preocupante. Mientras no se atreven a montar a caballo del capital ni tampoco a negarse a
ello radicalmente, las perspectivas para los artistas de medios, programadores y críticos
empeora cada vez más, al mismo tiempo que la disciplina en su conjunto se expande más
allá de su alcance. ¿Dónde está nuestra competencia? Si queremos escapar al
estancamiento, debemos identificar los elementos y prácticas obsoletos e ineficientes y
abolirlos, antes de abrir wikis colaborativas. Hace falta un cambio radical de mentalidad
en la cultura para no pensar siempre automáticamente en términos institucionales. ¿La
teoría, con todo el peso que conlleva este concepto, es un elemento básico necesario del
trabajo a realizar?

5. Las ciencias de medios en los Países Bajos

Veamos de cerca el caso de los Países Bajos, donde los departamentos de nuevos
medios en Utrecht y Ámsterdam libran una tediosa guerra por su propia cuenta. Con raras
excepciones, la sociedad nacional de investigación académica NWO no ha sido capaz de
dar prioridad a los nuevos medios (desde una perspectiva de las humanidades). Ello es el
motivo principal por el que los programas de investigación académica en nuevos medios
son mínimos, en comparación con los programas de formación en escuelas superiores.
Para aumentar el número de matriculaciones, éstas han recibido un apoyo activo para
ofrecer diplomas propios. En lugar de crecer para seguir el ritmo de internet (incluidos los
juegos informáticos y la telefonía móvil), las iniciativas académicas en el ámbito de los
nuevos medios se han visto obligadas a hacerse un hueco en facultades existentes, que
apenas tenían interés en prestar apoyo a la nueva competencia en tiempos de recortes de

82
recursos.
Tampoco la antología Digital Material,18 presentada en 2009 con motivo del décimo
aniversario del Instituto de Ciencias de Medios de Utrecht, reivindica un programa
propio, sino que se limita a proponer un resumen de la cuestión de los medios en forma
del concepto pragmático y bastante artificial de la «materialidad digital». En principio, la
diferenciación consiste más bien en determinados métodos y enfoques y no tanto en la
plataforma. Mientras algunos celebran típicamente la heterogeneidad de la investigación
–y eso que no existe una Escuela de Utrecht o una Escuela de Ámsterdam en
investigación de nuevos medios–, otros ven en la falta de uniformidad una oportunidad
perdida, especialmente para el sinfín de estudiantes que se ven obligados a abandonar el
país porque sigue sin existir un doctorado con cara y ojos y ni tan solo un máster en
nuevos medios. Si lo que queremos es reducir los nuevos medios a la mínima expresión,
debemos seguir creando grupos de investigación multidisciplinarios con intereses
diametralmente opuestos: ¡divide y vencerás! Lo que tenemos ahora es un montón
confuso y lentamente creciente de científicos que realizan un trabajo interesante, pero
relativamente poco apoyado en comparación con la magnitud y las implicaciones sociales
del campo de estudio. ¿Cómo puede la investigación en nuevos medios salir de este
círculo vicioso y dar un salto cualitativo para recuperar el terreno perdido frente a la
evolución de la sociedad?
Lo que falta es la capacidad o la voluntad común de crear programas, institutos y quizá
escuelas enteras, con determinación y coherencia, mirando hacia un futuro que se ajuste a
una realidad que salta a la vista: la digitalización y las redes permanecerán y no
desaparecerán de la noche a la mañana. Precisamente por ello, si las carreras de nuevos
medios deben asumir una función crítica, debemos reclamar el espacio para habilitar
precisamente estas iniciativas decididas. Hay que anotar en sentido positivo que el interés
por las herramientas y los métodos de los nuevos medios está creciendo (ver la iniciativa
de métodos digitales de Richard Rogers en Ámsterdam y la analítica cultural de Lev
Manovich en San Diego), pero observando los desarrollos tecnológicos actuales, dicho
interés es más bien parco. Además, estas herramientas y métodos apenas nos
proporcionan una visión global que debería dar una respuesta urgente a la pregunta de
hacia dónde debe moverse la ciencia de los nuevos medios como tal. El método es el
mensaje. ¿Quién sabe? ¿Qué propuestas han venido del propio campo?

6. El giro cuantitativo
El «giro cuantitativo», la «mejor respuesta» quizá más difundida y manida del arsenal
de las ciencias de medios, todavía no representa un programa; en el mejor de los casos, es
una reacción astuta por parte de las humanidades digitales para entender y aprovechar las
ofertas tecnológicas más recientes.
Cuando afirmamos que «el texto se ha vuelto registrable» y «las imágenes previsibles»,
ello significa que podemos investigar otra capa de conocimiento, concretamente patrones
que se vuelven visibles en comparación con otros trabajos. Este enfoque comparativo
sitúa al respectivo trabajo en un contexto más amplio que supera la expresión individual.
Adorno y Horkheimer demuestran que la investigación cuantitativa, como el Princeton
Radio Project, y el análisis cualitativo, como la Dialéctica de la Ilustración, sí pueden

83
partir de las mismas personas. No hay que decidirse por uno u otro. Mientras en el
análisis cultural no existe necesidad alguna de usar tales herramientas (y ni tan solo queda
claro si son útiles los resultados obtenidos mediante extracción de datos y procesos de
visualización), deberíamos considerar su propia evolución como un prototipado cultural
que no es ni bueno ni malo. Sin embargo, quedan muchas cuestiones por responder:
¿necesitamos estas herramientas para entender las grandes tendencias? ¿Existen otras
maneras de pensar en global? ¿Para qué necesitamos grandes conjuntos de datos y
patrones? ¿Existe realmente una crisis de «legibilidad» de la sociedad? Las generaciones
anteriores creían poder reconocer los signos del tiempo a través de una sola novela,
película o canción, ¿pero este método todavía sirve hoy en día? ¿No se ha vuelto
demasiado fácil descubrir enseguida los intereses de género, clase o raza de la obra de un
autor? Sólo es una opinión: ¿por qué deberíamos satisfacernos con un solo juicio (o
síntoma)?
La incertidumbre en relación al significado de una expresión cultural individual dentro
de la sociedad de masas ha impulsado todavía más la tendencia hacia la «gran imagen».
Según Alex Galloway,
«La crisis gira en torno a las ciencias sociales y la acumulación de datos, el llamado ‹giro
cuantitativo›. Hasta ahora, los científicos tenían un monopolio sobre la recogida e interpretación de
información. Hoy, Google, Monsanto y Equifax se encargan de ello. Los científicos están siendo
superados y relegados a un segundo plano por la industria. Por ello, es necesario anular y repensar el
concepto de ciencias de medios. La ironía está precisamente en que las universidades son el lugar
donde ello nunca se producirá, de lo conservadoras que son estas instituciones. Esta es la pobreza de
la vida académica. Así pues, ¿debemos dejar atrás la universidad?»19

Mientras a mediados de los salvajes noventa existió un atisbo de esperanza de que una
bohemia de los nuevos medios asumiría el papel al que hace referencia Galloway, la ola
de las punto com ha asfixiado prácticamente toda producción teórica independiente. En
este entorno, ¿cómo podemos aprovechar de la mejor manera las actividades de
codificación en continuo crecimiento, desde las desconferencias hasta BarCamps, desde
BricoLabs hasta Book Sprints? ¿Realmente vamos a aceptar que la máxima competencia
en la materia se encuentre a puerta cerrada, en Google, Monsanto y Equifax?
¿Puede el giro cuantitativo o informatizado reactivar la teoría de medios? Dice Lev
Manovich:
«Aunque me alegra mucho la amplitud de posibilidades que abre (y este es el motivo por el que en los
últimos dos años he centrado toda mi energía en el concepto del ‹análisis cultural›), no estoy seguro
de cuál es la respuesta a esta pregunta. Primero, se tardará unos diez años hasta que las personas que
estudian medios sean capaces de adoptar este enfoque. En segundo lugar, debe acarrear un cambio
conceptual importante en el estudio de la cultura, diferente de todo lo que todo el mundo crea, en
lugar de limitarse a objetos y personas seleccionadas y consideradas importantes por determinados
motivos. Este es realmente un cambio de paradigma muy grande, del que no estoy seguro que llegue a
producirse. Sin él, seguiremos con las humanidades digitales, tal y como ya se practican desde hace
dos décadas en la ciencia de la literatura: como análisis de estilo y de formaciones históricas, pero
sólo a través de ‹textos literarios› importantes.»20

7. Perspectiva de un nuevo programa

En lugar de intentar imponer a los nuevos medios una y otra vez los paradigmas del

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cine y la televisión, podríamos buscar disciplinas que hasta ahora se han ignorado en este
proceso. Para algunos, éstas serían la informática y las matemáticas; para Lev Manovich,
es el diseño:
«La clave para desarrollar una teoría autárquica de la cultura de software, o como se le quiera llamar,
consiste en tomarse en serio el diseño. Al ignorar generalmente el diseño, las universidades obvian un
80 % de la cultura contemporánea. Así que empiezan a tomárselo en serio –diseño gráfico, diseño
web, diseño interactivo, diseño de experiencias, diseño de software, etc.–, ello puede resultar en una
aproximación más concreta al hardware, software y aplicaciones web, analizándolos con más detalle
en lugar de observarlos desde el prisma de la ‹alta teoría›.»21

En lugar de crear fusiones artificiales, Matthew Fuller y Andrew Goffey han fundado
los fascinantes «evil media studies» (estudios de medios maliciosos), que no representan
tanto una disciplina, sino más bien «una manera de trabajar con un conjunto de prácticas
y conocimientos informales», descritos como «estratagemas».22 A dicho respecto
proponen lo siguiente: «elude la representación; explota los anacronismos, despierta la
malicia, genera maquinalmente banalidades, convierte lo casual en importante, exige
compensación por las artimañas, complica la maquinaria, lo que es bueno para el lenguaje
natural también es bueno para el lenguaje formal, conoce tus datos, libera el
determinismo, economía de la distracción, cerebros más allá del lenguaje, mantén en
secreto tu astucia tanto tiempo como puedas, está atento a los símbolos, el sentido
seguirá, y la creatividad de la materia». Estas declaraciones programáticas pueden
oponerse a la literatura empresarial, las convenciones académicas y otros dictámenes
autocomplacientes de la bendición que pueden suponer los medios (pero que en la
realidad caótica del día a día no lo son).
Maliciosas o no, va siendo hora de dejar atrás las limitaciones académicas y dar alas a
la imaginación colectiva. Poco a poco habría que ir acabando de hablar de límites locales
y buscar los objetivos comunes. Existen suficientes herramientas y plataformas (aunque
pocos saben cómo usarlas adecuadamente). Demasiadas veces nos autolimitamos por
«sus» reglas, creyendo ingenuamente que una voluntad positiva por nuestra parte
ampliará el horizonte negociador. Ello queda precisamente de manifiesto cuando los
teóricos, artistas y activistas de los nuevos medios se enfrentan a las impermeables
normativas en materia de derechos de autor impuestas por el mundo académico y el sector
editorial corporativo. Observamos como las mentes subversivas ceden a ciegas sus
derechos a la SGAE, Reed Elsevier y otros gigantes. ¿Por qué? En un momento en el que
el movimiento de acceso libre está tomando impulso, hay que preguntarse cuándo se
desatará la desobediencia civil en este ámbito y los casos de microrresistencia (que ya se
están produciendo) alcanzarán una masa crítica. Ya es hora de que nos neguemos a firmar
contratos editoriales restrictivos y nos autoorganicemos. Dejémonos de quejas y
desarrollemos una cultura editorial diferente, que esté a la altura de los tiempos que
corren. Actualicemos nuestra propia manera de pensar sobre nuestro ámbito. Aun sin
revelar totalmente la «marca» de las ciencias de medios, McKenzie Wark propone una
perspectiva alternativa para clasificar la evolución de este campo desde un punto de vista
histórico:
«Declarar repetidamente algo liquidado está ligado a la negativa de historizarlo. Existen dos
posibilidades de clasificar históricamente las ciencias de medios. Una es considerar a los nuevos
medios como apéndice o extensión de los viejos medios: por ejemplo, empezando con el cine y
posicionando a lo nuevo como ‹lo mismo pero diferente› dentro del mismo espacio mental y la misma

85
categoría disciplinaria. La otra vía empieza con los fenómenos que tenemos ante nosotros: juegos,
telefonía móvil, internet: ¿hasta qué punto generan genealogías (amplias) totalmente nuevas? ¿Hasta
qué punto nos conminan a rechazar o corregir historias prevalecientes? Hay que unificar tres
métodos: el conceptual, el etnográfico y el experimental. La simple lectura de ‹textos› actualmente no
nos ayuda a progresar.»23

Allí en Nueva York, McKenzie Wark prevé revolucionar las ciencias de medios.
«Supongo que existe una lucha intelectual dentro de este espacio. La infancia ya ha
terminado, y con ello también nuestra inocencia. Posicionar un proyecto intelectual está
relacionado con recursos y con desatar luchas y encontrar aliados.» Dentro de este
diálogo, Toby Miller, director del Departamento de Estudios Culturales y Medios de la
Universidad de California en Riverside, ve a las ciencias de medios dominadas por tres
temas: la propiedad y su control, el contenido y el público. «Las ciencias de medios 1.0
entran en pánico cuando ven ciudadanos y consumidores, mientras que las ciencias de
medios 2.0 los celebran. Yo preferiría unas ciencias de medios 3.0, libres de pánico,
críticas e internacionalizadas.» Para Miller, las versiones anteriores de las ciencias de
medios están estrechamente ligadas a epistemologías nativistas e imperialistas, que deben
superarse. Propone una versión 3.0 de las ciencias de medios que
«aúne análisis etnográficos, político-económicos y estéticos a nivel global y local, genere vínculos
entre temas clave de la producción cultural en todo el mundo (África, América del Norte y Sur, Asia,
Europa y Oriente Medio) e incluya a comunidades en la diáspora / desheredadas y su propia
producción cultural (pueblos indígenas, diásporas africanas y asiáticas, latinos y pueblos de Oriente
Medio). Las ciencias de medios 3.0 deben ser una versión centrada en medios de las ciencias
regionales, que se tomen en serio a la diáspora del mismo modo que las propias regiones. Deben
hacer referencia a la identidad y al poder colectivo, a cómo se forman los sujetos humanos y cómo
éstos experimentan los espacios socioculturales.»24

Necesitamos una perspectiva global de las ciencias de medios como fuerza productiva
que supera el simple estudio de los efectos de los medios en dichos lugares. Los nuevos
medios deben considerarse un sistema integrado, cuyos usuarios contribuyen al núcleo
vivo de la propia tecnología. Este enfoque no sólo requiere soporte intelectual, sino que
también debe aplicarse. La perspectiva humanística, por ejemplo, corta de manera más
radical y acude a otros registros. La crítica pone a la plena autonomía (desde la carrera de
grado hasta el doctorado, para expresarlo en jerga educativa) como condición para poder
volver a hablar de una colaboración interdisciplinaria. Otro enfoque diferente sería
desarrollar formas organizativas totalmente nuevas. ¿Qué recursos tácticos hacen falta
para que las «redes organizadas», los think tanks diseminados y los laboratorios de
medios temporales puedan trabajar razonablemente? Buena parte de la infraestructura
tecnológica ya se encuentra disponible: a veces gratis, otras a cambio de dinero contante y
sonante. Aunque ya se hayan puesto los cimientos de la teoría, este camino sólo puede
completarse a través de la práctica. Todo depende de conceptos, demos, betas, versiones y
encuentros personales directos, la parte más cara y valiosa de la aventura.
Según el teórico de medios alemán Florian Cramer, profesor del Piet Zwart Institute for
Media Design de Rotterdam, uno de los legados más horribles de las ciencias de medios
es el juego de las profecías / futurología:
«Personas como Marshall McLuhan o Norbert Bolz hicieron una segunda carrera ganando una
fortuna como consultores, con sus ‹visiones› de una cultura de la comunicación futura. Las artes
mediáticas, como se presentan desde la Ars Electronica de Linz hasta el Festival STRP de Eindhoven,

86
todavía persisten pintando libros ilustrados o con basura tecnoartística de ‹Art Media Labs› producida
a precio de oro pero que no funciona, porque de alguna manera, ello podría ser la visión de los
medios del futuro (aunque nunca se haya hecho realidad), y todavía recibe subvenciones públicas.»25

Lo que según Cramer realmente necesitamos son estudios críticos sobre el uso
contemporáneo y las culturas de la tecnología electrónica/digital de la información.
Ello no es motivo para reclamar inmediatamente las ciencias de medios 2.0 o 3.0. No
hablamos de la siguiente generación, y ni tan solo de una simple mejora de la
configuración institucional actual. Los protagonistas de las ciencias de medios no
necesitan ser informados de las posibilidades de la web 2.0; podemos presuponer que son
plenamente conocedoras de las mismas. No es el momento de plantear exigencias a
quienes «mandan» actualmente. Más bien debemos recuperar para nosotros mismos las
formas sociales de la investigación filosófica. Se ha desperdiciado demasiada energía en
la pregunta de cómo podrían encajar los nuevos medios en el entramado institucional.
Toda una generación se ha perdido en una lucha confusa y tediosa a través de las
instituciones, mientras la vitalidad alegre del mundo se ha hecho digital. ¿Qué podemos
presentar a cambio de tanta energía derrochada? ¿Los ordenadores e internet devoran
tanta libido creativa, que apenas queda algo para cambiar la situación ancestral en la que
se ha desarrollado la vida tradicional? ¿Qué ocurrirá si generamos una mayor
autoconfianza entre los teóricos y prácticos de los nuevos medios? ¿Qué ocurrirá si nos
presentamos como actores en la epopeya de los nuevos medios y nos relacionamos de
manera abierta y, en definitiva, autónoma con las tecnologías de medios que nos rodean?
26
1 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 6 de junio de 2009.
2 http://www.mediafonds.nl/page.ocl?mode=&version=&pageid=10&MenuID=0
3 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 6 de junio de 2009.
4 «Ends of Television» es el título de una conferencia pronunciada en la Universidad de Ámsterdam (UvA) (texto que se publicó en
http://www.mediastudies.nl/vv-conferenties/).
5 Mirko Tobias Schäfer, profesor de ciencias de medios en la Universidad de Utrecht, disiente de ello: «Una investigación seria estudiaría el análisis de las
metáforas. Temo que estos intentos constantes de seguir el ritmo de la ‹maquinaria de marketing› conducirán a una investigación mal hecha y determinarán
objetos de investigación erróneos e inadecuados.» (extraído de una correspondencia privada por correo electrónico, 18.9.2009)
6 http://news.cnet.com/8301-13555_3-9796296-34.html
7 http://edition.cnn.com/2009/BUSINESS/05/21/merger.marriage/
8 Texto que apareció en la web http://www.tvweek.com en mayo de 2009.
9 Florian Cramer, en una respuesta privada por correo electrónico del 16.9.2009: «Ya se está produciendo. Si, como científico, sólo publicas online, se te
considera ‹de perfil bajo›, pero si publicas libros, se te considera ‹culto›. Si, como director, llevas al cine una película de 35 mm, eres ‹culto›. Si publicas algo
en YouTube, eres ‹de perfil bajo›.»
10 Esta es la afirmación de Jordi Wijnalda, «What is Film? Manifest for a New Film Analysis», en: Xi, número 17/4: 6, una revista estudiantil trimestral de
ciencias de medios de la Universidad de Ámsterdam. Wijnalda se desdice de las «grandes teorías» y reclama ser selectivo al seleccionar el marco teórico.
Reivindica un renacimiento de la estética cinematográfica frente a los enfoques unidimensionales que reducen el cine a texto. En general, los críticos
deberían respetar más sus objetos de investigación. El cine habla otro idioma, que se diferencia de otras formas artísticas y medios.
11 Una historia alternativa de las ciencias de medios apuntaría a las conferencias Macy y otras fuentes de la historia de la cibernética. Sin embargo, las
arqueologías escritas de medios no han incluido suficientemente estas fuentes, de forma que se perciben como punto de partida las actividades de cine y
teatro de los años setenta (dejando de lado las referencias sociológicas al ámbito de los medios y la comunicación).
12 La entrada en Wikipedia sobre las ciencias de la información (en inglés, media studies) constituye un caso interesante, que muestra su frágil definición;
Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Ciencias_de_la_informaci%C3%B3n_%28disciplina%29
13 En su ensayo «Media Studies 2.0», David Gauntlett observa en las carreras de «estudios de medios 1.0» una «adopción indeterminada de internet y los
nuevos medios digitales como ‹ampliación› de los medios tradicionales (tratados como un segmento cerrado en sí mismo, adjuntado a un módulo científico,
libro o grado académico).» http://www.theory.org.uk/mediastudies2.htm; Ver también su foro http://twopointzeroforum.blogspot.com/
14 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 30.6.2009.
15 Florian Cramer en un correo electrónico del 16 de septiembre de 2009: «El problema es que, debido a su fijación en el canon, las humanidades nunca se
han interesado por producir conocimiento o inputs a corto plazo. Al escribir una tesis doctoral o una monografía, el académico escogerá un objeto que cree
idealmente una reputación perpetua y genere una crítica ‹atemporal› de validez universal. Ello es cierto para todos los hitos de la crítica moderna, desde
Walter Benjamin, pasando por ‹Mimesis› de Auerbach hasta Northrop Frye, Harold Bloom, etc. Con este objetivo nunca escribirás un libro sobre Twitter:
cualquier director de tesis profesional avisará que habrá pasado de moda cuando la hayas terminado y que te arruinará tu carrera. Por ello, las humanidades
son estructuralmente conservadoras y no se interesan por temas culturales de actualidad.»
16 En su respuesta por correo electrónico, Mirko Tobias Schäfer destaca la necesidad de llamar por su nombre a la mala investigación, la docencia deficiente
y la administración incompetente, en lugar de responsabilizar a las propias ciencias de medios de la situación actual. «A los estudiantes se les enseña mal: de
repente, las charlas TED se confunden con conferencias académicas, se citan entradas en blogs como si fueran ensayos y se sobrevaloran los comentarios
como si fueran revisiones por pares. Se consideran nuevos logros académicos la visibilidad y la notoriedad. Es interesante repasar la lista de los llamados
blogs académicos: está repleta de ponentes populares y ciertamente graciosos, pero son raros los enlaces a First Monday, Arxiv u otros.» (18.9.2009)
17 Florian Cramer en una correspondencia privada por correo electrónico del 16 de septiembre de 2009: «Si tuviera a un hijo de 21 años a punto de entrar en
la universidad, y si se me preguntara, le aconsejaría estudiar filosofía combinada con informática e historia de la literatura o del arte en lugar de ciencias de
medios. Todo este campo se basa en una esquizofrenia. Todos los buenos investigadores de medios han estudiado humanidades clásicas y no conozco a
ningún buen científico de medios que tenga un diploma de ciencias de medios. El problema con la carrera de teoría de medios es que la enseñanza suele
basarse en un canon teórico de segunda clase, con McLuhan y todo el resto que suele encontrarse en las listas bibliográficas de la teoría de medios.»

87
18 Marianne van den Boomen et al. (eds.), Digital Material, Tracing New Media in Everyday Life and Technology, Ámsterdam: Amsterdam University
Press, 2009. Ver también http://www2.let.uu.nl/Solis/ogc/agendaitems/10th_anniversary_new_media.htm. La idea de este texto surgió de una breve
declaración que realicé allí junto con Florian Cramer, proponiendo la desvinculación de los nuevos medios del contexto de las ciencias cinematográficas y
televisivas.
19 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 1.1.2010.
20 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 9.6.2009.
21 Ibid., 9.6.2009.
22 Matthew Fuller y Andrew Goffey, «Evil Media Studies», en: Jussi Parikka, Tony Sampson (eds.), The Spam Book: On Viruses, Porn, and other
Anomalies from the Dark Side of Digital Culture. Creskill: Hampton Press, 2009. Versión online: http://www.spc.org/fuller/texts/10/
23 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 9.6.2009.
24 Toby Miller, «Step Away from the Croissant, Media Studies 3.0», en: David Hesmondhalgh y Jason Toynbee (eds.), The Media and Social Theory.
Londres: Routledge, 2008, pp. 213-230; Toby Miller, «Media Studies 3.0», en: Television & New Media, 10/1, 2009, pp. 5-6.
25 Extraído de una correspondencia privada por correo electrónico del 16.9.2009.
26 Quisiera dar las gracias a Matthew Fuller, Alexander Galloway, Josephine Berry, McKenzie Wark, Toby Miller, Florian Cramer, Mirko Tobias Schäfer y
Lev Manovich por sus conversaciones para el presente texto, así como a Henry Warwick y Tim Syth por su apoyo editorial.

88
6
Bloguear después de la moda: Alemania,
Francia, Irak

Estoy tentado a afirmar que debemos regresar al sujeto, aunque no a uno puramente
racional y cartesiano. Desde mi perspectiva, el sujeto es políticamente inherente, en
el sentido de que ‹sujeto› significa para mí un pedazo de libertad, en que uno ya no
está arraigado en una sustancia sólida sino que se encuentra en una situación
abierta. Hoy ya no podemos seguir aplicando las reglas antiguas sin más. Estamos
ante paradojas que no permiten una salida inmediata. En este sentido, la
subjetividad es política.

Slavoj Žižek en una entrevista a Spiked Online1

¡Viva los blogs! Como sucesores de las páginas web de los años noventa, los weblogs
o bitácoras crean una mezcla única de privado (diario online) y público (gestión
publicitaria del yo). Constituyeron el recurso de software para la transición de la
cibercultura utópica anterior al internet actual como cultura de masas. Los blogs y las
plataformas sociales, con las que se intercambian datos, se han convertido en la nueva
norma de los medios: los blogueros son la multitud digital. Con una cifra relativamente
estable de 150 millones de blogs (según cálculos de 2010), lo que corresponde a un 10 %
de la población internauta, están generalmente unificados desde un punto de vista
tecnológico. Al fragmentar el público y la atención, neutralizan las estructuras de
significado centralizadas del siglo XX, tal y como las conocíamos de la prensa, radio y
televisión. Los blogueros ni son periodistas ni frikis. Más que cualquier otra cosa,
encarnan la cultura de la web 2.0.
Si queremos analizar los blogs, debemos entender que se trata de algo más que medir la
producción de tal o cual aplicación. En cambio, los estudios críticos de internet deberían
suponer que los medios no sólo informan sino que asumen un papel esencial en la
difusión de estados de ánimo. Los usuarios están atrapados en una red de estímulos y
sentimientos, canalizados de forma específica. Cada aplicación influye en nosotros: hace
que digamos tal cosa y dejemos de decir tal otra, para después dar forma a dichos estados
de ánimo y empaquetarlos de una nueva manera diferente. Debemos desarrollar una
conciencia de las reacciones emocionales a las que apela directamente el propio software.
Las redes sociales, MSN, Twitter, los blogs, los chats IRC, Usenet y los foros web, todos
ellos no contribuyen precisamente a domesticar el animal que llevamos dentro. En lugar
de animar explícitamente a sus usuarios a mantener una actitud civilizada, internet los
atrae más bien hacia una zona gris informal entre la esfera pública y privada.
Algunas plataformas logran más que otras captar, guardar y atribuir las expresiones de
emoción de los usuarios. Antes, las máquinas de escribir se consideraban una condición
de la inspiración, siempre y cuando el escritor dispusiera de una (mujer) secretaria a quien
pudiera dictar los flujos de su subconsciente. Hoy, internet genera un flujo interminable

89
de reacciones del sistema nervioso. El correo electrónico es considerado más personal y
directo que la carta en papel. En Facebook intentamos ser amables, pues estamos entre
«amigos». En cambio, bloguear es un ejercicio conjunto desde el comienzo, destinado
principalmente a procesar la información y a reflexionar sobre ésta, pero que raramente
conduce al intercambio social, aunque otros reaccionen. Remitidos a Nietzsche, que
reconoció que «nuestro material de escritorio también trabaja en nuestras ideas»,2
observamos que cada aplicación de internet canaliza toda su propia combinación de
características humanas.

1. Winer y el individuo bloguero


¿Qué hace que un blog sea un blog? Las entradas son a menudo reflexiones personales
escritas deprisa y corriendo, articuladas en torno a un enlace o un acontecimiento. En la
mayoría de casos, los blogueros no disponen de tiempo, capacidades o recursos
económicos para una investigación más detallada. Ahora bien, los blogs tampoco son
páginas informativas anónimas: son profundamente personales, incluso si nadie se da a
conocer con su nombre. El software de blogs tiene un efecto maravilloso: crea
subjetividad. Al bloguear, nos convertimos (de nuevo) en individuos. E incluso si
blogueamos en conjunto, seguimos respondiendo a la llamada del código para explicar
algo acerca de nosotros como personas singulares.
El pionero de los blogs e inventor de RSS Dave Winer define una bitácora como «la
voz sin revisar de una persona». No es tanto la forma o el contenido, sino más bien «la
voz» lo que caracteriza al blog como forma propia de medio. «Cuando es una voz que no
ha sido revisada ni está determinada por el pensamiento de grupo, es un blog, sin importar
la forma que adopta. En cambio, si se trata del resultado de un proceso colectivo, en el
que uno se mantiene en un discreto segundo plano y evita la confrontación, no lo es.»3
Winer no cree que la definición de blog también incluya los comentarios externos. «Lo
bueno de los blogs es que, aunque sean silenciosos y quizá cueste encontrar lo que se
busca, al menos puede decirse lo que se piensa sin que te chillen a la cara. De este modo,
también es posible expresar ideas impopulares. Si repasamos la historia, las ideas más
importantes a menudo fueron las impopulares.» Mientras las redes sociales y la cultura de
listas de mailing se basan en la integración en red, el intercambio y el discurso, bloguear
es antes que nada, según Winer, un acto de introspección, en el que un individuo
reflexiona acerca de sus ideas e impresiones. Como tecnolibertario americano clásico,
percibe los blogs como una forma de libertad de expresión y de un individualismo que
presupone que todo el mundo tiene derecho a su propia opinión y debe tener el valor de
expresarla.
La definición de Dave Winer es un buen ejemplo de una forma especialmente
primigenia y heroica del individualismo occidental. «Me encanta la diversidad de
opiniones. Aprendo de los extremos.»4 Con él, el bloguero asume el aspecto de disidente
occidental: el solitario a quien le importa ser diferente. Pero no hace falta mucho coraje
para expresar en un blog lo que se piensa. El medio lo sabe: lo que se anima y se aplaude,
lo que alienta los comentarios y desata una cascada de mensajes cruzados, es lo chocante,
lo inaceptable, lo extremo. No importa si alguien apoya la postura exagerada: ésta puede

90
plantearse sin esfuerzo, por pura diversión y por el chute de adrenalina, o para atraer
visitas y llamar la atención.
La descripción de Winer nos remite a una experiencia de los inicios de la red, a finales
de los años noventa. Los blogs todavía estaban impregnados de la excitación primitiva de
los programadores y adoptadores tempranos por ir adonde nadie antes se había
aventurado y explorar los límites de la ética, la libertad de expresión, el lenguaje, la
publicación y la aceptación en general. Eran la última frontera, donde se podía escribir lo
que a uno se le ocurriera. Los usuarios, que entran en liza una década más tarde, no
experimentan esta sensación sino raramente. Se ven confrontados con un entorno social
extremamente vivo y no saben cómo ubicarse en éste. El problema no está en lo que
sueltan, sino en cómo orientarse en ese ajetreado hormiguero llamado «blogosfera». ¿Soy
una persona visual y encajo mejor en Tumblr o Flickr, soy más bien adicto al aspecto
comunitario del blogueo que me ofrecen por ejemplo LiveJournal o SkyBlog, o entrego
mi pasión al ruido social del servicio de microblogueo Twitter?
Aunque un blog es rápido de montar y fácil de utilizar, tarda algún tiempo hasta que los
usuarios estén familiarizados con las reglas del juego. No se trata tanto del momento
autorreferencial, en el que uno se sumerge para escribir una historia importante; en la
ontología de Winer, la esencia de la experiencia bloguera está en iniciar un blog. No es el
software o la moda social, sino la excitación por crear una cuenta, dar un nombre al blog
y seleccionar una plantilla:
«En un blog no importa que las personas puedan comentar tus ideas. Mientras puedan iniciar su
propio blog, no faltarán lugares para comentarios. Pero lo que siempre faltará es el coraje de expresar
lo extraordinario, el ser un individuo, el mantenerse fiel a las propias convicciones, aunque no sean
del agrado de la mayoría.»5

Para Winer, bloguear es un acto de coraje que exige una escritura auténtica, sin
revisiones ni influencias de un grupo. A su modo de ver, es la pura expresión del
individuo, mientras los comentarios sólo la diluyen para generar conformidad. Al fin y al
cabo, el énfasis de Winer en la autenticidad remite a una vieja idea del romanticismo, que
en la sociedad posmoderna ha sido reemplazada por conceptos como repetición, mimesis
y el tan manido «gran Otro». De acuerdo con ello, lo que decimos y pensamos no es más
que una repetición de lo que ya hemos leído u oído, y lo sabemos. En lugar de ser sujetos
autónomos que realizan cosas nuevas de manera creativa, dejamos que otros hablen a
través nuestro. No es que ello sea malo, negativo o motivo de preocupación: podemos
liberarnos del fetichismo de lo nuevo y cederlo al capitalismo consumidor. Los
desplazamientos y las modificaciones, los cambios de ideas y pensamientos igualmente se
producen por casualidad y a posteriori.
La percepción que Winer tiene de la voz del autor se diferencia en cierto modo de la
del filósofo esloveno Mladen Dolar, un lacaniano y autor del libro A Voice and Nothing
More. Trasladando las ideas de Dolar a las bitácoras, podríamos decir que la voz del blog
aparece como efecto no intencionado. Sólo puede surgir a través de la escritura, sin que el
autor la genere deliberadamente, pudiéndose luego entender como subjetividad del blog o
de su persona (que puede beneficiarse de la obligación de imitarla). El error de Winer
podría estar en que identifica dicha voz o persona con autenticidad y coraje. Partiendo de
Dolar, sería más convincente asociar la voz con el arte de crear una persona. Bloguear es,
por definición, una mascarada. Es imitación, presentación y el afán de ser visto, presente,

91
reconocido y apreciado. O simplemente el afán de ser. Punto.
Para precisar la definición de blog según Winer, debemos entender asimismo que la voz
del bloguero también remite a una relevancia incrementada de lo oral en los nuevos
medios. En este sentido, son obvias las referencias a Walter Ong y Marshall McLuhan.
Los blogs son más bien una ampliación digital de las tradiciones orales que una nueva
forma de escribir.6 Las entradas en blogs se consideran demasiadas veces una forma de
escritura creativa; en cambio, debería considerárselas más bien como entretenimiento
registrado, que en una siguiente fase se mercantiliza y comercializa como contenido. A
través del blogueo, las novedades pasan de la ponencia a la conversación. Los blogs
transmiten rumores y chismorreos, conversaciones de cafés, bares, plazas y pasillos.
Registran «los acontecimientos del día», como los define Jay Rosen, profesor de la New
York University. Actualmente, las posibilidades de registro están tan desarrolladas que ya
ni nos molestamos si los ordenadores «leen» todos nuestros movimientos y expresiones
(sonido, imagen, texto) y los «escriben» en series de ceros y unos. En este sentido, los
blogs coinciden con la tendencia general de observación y registro de todos nuestros
movimientos y actividades, pero en este caso no por una autoridad invisible y abstracta,
sino por el propio hombre, que registra toda su vida cotidiana.7 De modo parecido al
lenguaje SMS de los teléfonos móviles, las bitácoras adoptan el lenguaje oral del día a
día. Por este motivo, no deberían despreciarse como variante «degenerada» de la lengua
escrita en literatura, periodismo o textos científicos, aunque ello pueda confundir a
primera vista. ¿Los blogs no tratan precisamente del regreso de la buena escritura entre
los ciudadanos de a pie?
De todos modos, deberíamos ver el estilo informal e inacabado del blogueo en el
contexto de una evolución tecnológica en la que cada vez más dispositivos registran el
idioma, incluidos paradojalmente los teclados. No todo lo nuevo es novedoso.
Deberíamos reconquistar la libertad de hacer cosas extemporáneas. No todo fichero
acabado de cargar será categorizado y aprovechado por la economía en tiempo real.
Como sistema de registro secundario, los blogs se sitúan a caballo entre la escritura
sancionada oficialmente en libros o periódicos, revisada y verificada en cuanto a su
corrección ortográfica, y la comunicación informal mediante correo electrónico,
mensajería de texto y chats, encontrándose algo más cercanos a la escritura sancionada,
pues representan una forma de publicar: en el momento en que clicamos en «publicar»
añadimos un nuevo fichero a la base de datos. Al mismo tiempo, esta forma, basada en
texto, con la que hablamos a la pantalla es una manera personal de almacenar una
comunicación que llevamos a cabo con nosotros mismos (y con la máquina). Chatear es
hablar en lenguaje escrito; pero mientras en los chats y el correo electrónico nos
comunicamos con otras personas, en los blogs muchas veces no queda tan claro a quién
nos dirigimos. Sobre todo los medios generalistas tienen problemas en entender este
nuevo espacio intermedio. A consecuencia de este malentendido, los blogueros son
declarados participantes de segunda clase en un concurso en el que ni tan solo se han
inscrito.

2. Los blogs son tan 2004

92
Una cosa está clara: los estudios sobre los primeros blogs son totalmente obsoletos. Los
millones de bitácoras actualmente existentes, que aparecen y desaparecen a un ritmo cada
vez más vertiginoso, ya no pueden explicarse con el ejemplo de los pioneros de antaño.
Su enorme volumen supera los parámetros diseñados para la «lista A» de gurús blogueros
norteamericanos, blogs alarmistas y de eventos y enjambres políticos. Lo que empezó con
la introducción de banners y Google Ads, acabó desembocando en la compra de
Huffington Post por AOL, y no parece existir nada ni nadie en el mundo que pueda parar
la evolución hacia la agregación centralista. Vista la expansión de la blogosfera y la
diversidad de fines, prioridades, anexos, performances, redes y contenidos generados por
la práctica del blogueo, clama al cielo la falta de una teorización adecuada. La mayor
parte de la bibliografía proviene del período comprendido entre los años 2004 y 2008;
aparte de analizar algunos blogueros conocidos, se limita a destacar el potencial del
blogueo en general. Pero apenas existen análisis de discurso que estudian blogs concretos
detalladamente.
Repetimos: la cuestión de fondo no es la relación (potencial) con el sector informativo,
sino la autorrepresentación en blogs personales. ¿Qué relación guarda la voz sin revisar
del individuo con la creciente tendencia, apoyada por software, de inscribir al sujeto en un
tejido de usuarios y sus enlaces a documentos y objetos multimedia? En este sentido,
podría hablarse en el caso de los blogueros de una «subjetividad distribuida». Si el blog
forma parte de una red social existente, es sencillamente un nodo en el que se almacena
material (textos, imágenes, perfiles). Si falta la lista de enlaces o si sólo remite a las
típicas «afinidades» con blogueros de lista A o medios informativos, podemos suponer
que dicho blog sigue un estilo principalmente reflexivo e introspectivo. En primer lugar,
los blogs trasladan nuestra «subjetividad distribuida» a un campo de nubes de «amigos»
que se encuentran en el espacio de los medios populares. Mientras la cultura de blogs
sigue evolucionando y entra en su segunda década de existencia, asistimos a una creciente
presión sobre la arquitectura de software subyacente para pasar de una cultura de la
retrospectiva insular a la ubicación técnica del bloguero dentro de redes, lo cual fomentan
los buscadores (léase Google). De ahí en adelante, la máquina genera automáticamente
relaciones sociales por nosotros; ya no tenemos que hacer nada solos, mientras
alimentemos el buscador con nuestros datos personales. Lo que percibimos como
personal ya ha sido redefinido por el sistema como trabajo para la máquina.
Los blogs atestan y celebran lo personal, lo individual, lo único. Dejan que las
personalidades brillen con luz propia y luchen por la causa del individuo, aunque las
buenas y viejas libertades civiles liberales estén siendo reescritas y vaciadas por el capital
neoliberal, al menos en Estados Unidos, mediante la aceptación de la tortura, la seguridad
y la vigilancia. En cierta manera, los blogs documentan un cambio del estatus de lo
personal, que tanto se moviliza como también se liquida y asimila (liquidar en el sentido
de que el blogueo prioriza la representación externa por encima de la autopercepción e
induce a documentar sin reflejar y a archivar sin interiorizar). Lo personal producido para
la representación externa se desliga de toda condición previa de un yo auténtico o
profundo; dicha cuestión sencillamente no es relevante. Lo que importa es la apariencia.
El capitalismo comunicativo no crea espacios para identidades. En su lugar, las personas
utilizan los medios de comunicación en red para producir identidades. Internet es un
medio para la experiencia en masa, pero al mismo tiempo altamente diferenciado y
singularizado. El blogueo se presenta como la tecnología de esta experiencia.

93
Que el software genera y forma subjetividad y que dirige al usuario dentro de su
arquitectura, es algo sabido. Voy a añadir al análisis de los blogs un nivel adicional,
preguntando cómo las diferencias culturales marcan la subjetividad transmitida. Por
ejemplo, en Japón se observa una clara tendencia hacia el anonimato, mientras que la
blogosfera estadounidense trata sobre todo de cultivar y representar el verdadero yo. En
algunos lugares, los blogs son unidades independientes con páginas web propias, en otros
lugares se diluyen en chats y aceleradísimas redes sociales, donde el renacimiento estético
de Tumblr, para poner un caso, recalca totalmente el encanto visual del blogueo. Si los
blogs juegan un papel tan importante en la unión entre internet y la sociedad por un lado y
la difusión global de los valores de la web 2.0 por el otro, es hora de ir más allá de la
harto conocida blogosfera norteamericana y estudiar otras. He seleccionado tres ejemplos
que son de importancia especial para mí; por diferentes motivos, los tres superan sus
límites estatales: Alemania, Francia e Irak.

3. Un recorrido por la blogosfera alemana


Los grandes blogueros negativos alemanes ya murieron hace tiempo, y utilizaban
papel: Friedrich Nietzsche, Walter Benjamin, Karl Kraus. La afirmación o negación
y el ‹mejor no› divertido de la cultura bloguera alemana tal vez están dominados
por un nihilismo alegre. Para muchos, bloguear es una forma eficaz de quejarse y
refunfuñar, como arma complementaria –si bien relativamente inofensiva– del
arsenal de la crítica.8
Pit Schultz

Pocos se habrán percatado de ello, pero la pasión alemana por bloguear se ha


mantenido a muy bajo nivel a lo largo de los años. Ello requiere una explicación, pues el
alemán es el idioma más hablado de Europa y ocupa el sexto lugar de internet a nivel
mundial. Según la estadística, 75 de los 98 millones de germanohablantes (sobre todo de
Alemania, Suiza y Austria) estaban online en 2010,9 pero la blogosfera se calcula que no
llega ni a medio millón de participantes. Blogcensus.de ha contado todos los blogs activos
en alemán, que incluye los blogs con un mínimo de una entrada en los últimos seis meses,
verificando sus cifras mediante comprobaciones directas. Su estimación de febrero de
2008 arrojó una cifra de 204.500 blogs activos. John Yunker de Byte Level Research
opina que este número es demasiado bajo. La revista Focus afirma haber contado
aproximadamente 1,1 millones de bitácoras en alemán, cifra que para Yunker es en
cambio excesivamente elevada:
«La estadística de la blogosfera de Technorati contó 50 millones de blogs en 2006, afirmando que
aproximadamente un 1% de las entradas de blogs era en alemán. Partiendo de la suposición genérica
de que la actividad bloguera está al mismo nivel en todo el mundo, ello resultaría en unos 500.000
blogs en alemán. Me parece una cifra más realista, que también se corresponde con las estimaciones
de otras fuentes.»10

Yunker concluye: «La blogosfera alemana es muy, muy reducida, tanto en términos
absolutos como relativos.»11

94
4. Desconfía de las cifras

¿Por qué el software de blogs tiene tan poco atractivo para los alemanes? Dicho de otro
modo, ¿existe una tendencia tecnocultural o una forma de subjetivación dentro del
software de blogs que los usuarios germanohablantes encuentren especialmente
desagradable? La respuesta a esta pregunta debería revelarnos algo acerca del carácter de
los blogs y no sobre las peculiaridades etnográficas de un par de europeos continentales.
¿Podría surgir esta negativa a comprometerse de una preocupación colectiva por
alimentar a las autoridades con datos personales acerca del mecanismo del perfil de
usuario? De hecho, al registrar un blog, los usuarios facilitan a menudo información
acerca de sus gustos musicales, sus películas preferidas o sus listas de lectura. ¿Pero
obliga el software de blogs realmente a revelar más de lo que se quiere? ¿Deberían, pues,
los usuarios alemanes participar en el culto a la fama, tunear su biografía y actuar como
Yo, S.A.?
He hablado de esta cuestión con el autor y bloguero a tiempo completo Oliver Gassner.
A su modo de ver, la causa del reducido número de blogueros yace en la desconfianza
generalizada frente al discurso público, tanto a nivel político como privado. La historia ha
enseñado a los alemanes que sostener en público su propia opinión puede tener
consecuencias inesperadas. La reticencia al discurso público se remite a esta experiencia.
En el contexto alemán, «abierto» tiene la connotación de «desprotegido», por ejemplo,
contra la injerencia de las fuerzas de seguridad o el estado policial. También existe una
tendencia a delegar, considerándose responsables de la opinión pública a los expertos:
periodistas, científicos y políticos, pero no al ciudadano medio, que –cierto o no– es
tenido por xenófobo y antisemita. Dice Oliver Gassner: «Hablamos de una actividad que
se practica en público. Debatir es una práctica muy difundida, pero permanece
estrictamente dentro del reino de la razón. Como resultado, la creatividad y el
individualismo quedan al margen de la esfera pública.»
A ello se añade la obligación del aviso legal, que por lo general también afecta a blogs:
un elemento básico que controla el límite de la libertad de expresión, establece la
responsabilidad legal por supuestas contravenciones y disuade a la gente de expresar todo
lo que piensa. Precisamente por estos motivos jurídicos, muchas empresas alemanas
dudan en cruzar el umbral de la era de la web 2.0. Por otro lado, apenas sorprende que
esta fórmula de conformidad no cause impresión en las personas jóvenes, que parecen
hablar sin pelos en la lengua. Aun así, Gassner considera que ellos también continúan
influidos por la cultura legalista en la que han crecido.
En lugar de exponerse a los focos de los blogs y los perfiles de las redes sociales, los
alemanes se sienten más seguros al amparo de grupos. Por este motivo, los foros online
son mucho más populares, aunque la mayoría de ellos se confunde en la «larga cola» de
la red. A diferencia de los blogs, los foros cuentan con un público estandarizado y ofrecen
a sus usuarios lugares de acceso y culturas de comunicación claramente definidos. Sin
tener que recrear una escena o preocuparse por conexiones, se forma parte de un contexto
social. Los foros no están preconfigurados a través de gráficos sociales («el mapa global
de todos y cómo están en contacto entre sí»12) y transmiten una apariencia y sensación
más protegida y anónima. El teórico de medios Stefan Heidenreich ve en este interfaz
predefinido un «efecto orquesta»: la preferencia está en expresarse dentro de grupos
cerrados.

95
Florian Cramer, teórico de medios berlinés que trabaja en Rotterdam, coincide: «La
flor y nata bloguera alemana, es decir, aquellos que se consideran ‹la blogosfera›, están
atrapados en una ‹cultura asociativa› típicamente alemana, una especie de mentalidad
filatélica. No extraña que la blogosfera alemana irradie el tufo cochambroso de un
casposo club de señores mayores. Uno se siente inmediatamente trasladado al mundillo
de la ‹hiperficción› de los años noventa, igual de cerrado, provinciano e irrelevante.»13
En Alemania, las personas dudan en expresarse en público y revelar su nombre real,
prefiriendo aparecer como trol bajo un pseudónimo. ¿Esta tendencia representa una
mentalidad subversiva de quien se siente inferior o es un ejemplo del eterno medio a
darse a conocer? Sea cual sea el motivo, esta actitud del usuario marca la forma como se
discuten en Alemania las leyes de protección de la intimidad en los nuevos medios. Como
continuación del movimiento de boicot del censo nacional de mediados de los años
ochenta, esta postura reproduce la idea de que no se puede confiar en los órganos del
estado. Según Cramer, la libertad de información puede, en el contexto alemán, traducirse
en el derecho de «mejor no» tener identidad pública. Ello quedó patente en 2010 con la
enorme oposición a Google Street View, por la que Google se vio obligado a editar
300.000 entradas y ocultar casas y apartamentos en Alemania.
En este sentido, no sorprende que los blogs alemanes estén integrados en foros
(opiniones) o páginas de noticias (información). Si los blogs funcionan bien, constituyen
una continuación de las «tendidas conversaciones» en Usenet y los foros web, si bien de
forma más descentralizada y privada. En lugar de contestar a través de la función de
responder, adoptan el enlace. Con los algoritmos correctos, los usuarios pueden
recomponer las entradas esparcidas y enlazadas entre sí, así como los hilos de
comentarios de los blogs gestionados por cada autor, para crear un formato de foro
basado en temas. En techmeme.com y su equivalente alemán, rivva.de, los enlaces
mutuos recogidos estadísticamente en torno a títulos y cascadas temáticas asumen casi el
aspecto de un foro de discusión descentralizado.
La teórica de medios de Frankfurt Verena Kuni, que analiza blogs de interés especial
relacionados con arte, cultura de medios, ciencia, vídeo y juegos, sobre todo de Suiza,
constata que las culturas blogueras de diferentes países se diferencian mucho, incluso
dentro de un mismo ámbito lingüístico. Lo que según Kuni caracteriza a Alemania es;
«La ausencia de una cultura de compartir, la falta de abertura cuando se trata de publicar en abierto e
intercambiar conocimiento. La desconfianza frente al bien común es real. No se trata solamente de
observaciones personales: los sociólogos que han estudiado el patrocinio cultural han llegado a
conclusiones similares. Además, hay que añadirle el temor generalizado ante responsabilidades por
violar la propiedad intelectual al reutilizar material creativo de otros.»14

5. Webs antinacionales

Los alemanes parecen tener reparos en crear una cultura nacional, lo que en parte
puede deberse a que son conscientes de las connotaciones culturales del «alemán feo». El
impulso «antialemán» todavía se nota incluso en procesos económicos «racionales».
Obviamente, existe un mercado nacional, pero los productores culturales prefieren
identificarse con su propia región o ciudad, o bien se sitúan en una lógica internacional.
Podría llamársele una especie de cosmopolitismo de patria chica para creativos. Esta

96
mezcla de interactuaciones hiperlocales de pueblo y la orientación hacia el mercado
internacional es característica de los nuevos sectores creativos, como la música
electrónica, la arquitectura y el arte contemporáneo. Pero el sentimiento antinacional
frena a su vez el desarrollo de una cultura de blogueo germanohablante constituida
internamente en red. Incluso cuando parte de las personas se especializan en «empleos
alemanes», siguen considerándose dentro de un entorno local, pero situado en una
diáspora europea o mundial de la lengua alemana. Con sus contenidos a menudo muy
específicos, los productores culturales deben buscar su público nicho a nivel
internacional, ni que sea por motivos económicos. Las start-ups y empresas de software
de Berlín suelen contar con entre un 20 y un 50 % de trabajadores no alemanes. Por otro
lado, los reparos a un «Krautnet» apuntan sobre todo a la cultura industrial «anónima»
especializada de las pequeñas y medianas empresas alemanas, de las que muy poca gente
jamás ha oído decir que fabrican los elementos ocultos de las infraestructuras de sistemas.
Dicha «intransparencia» la comparte el opaco software corporativo SAP, conocido, entre
otros, por las interfaces complejas de sus programas de gestión de la cadena de suministro
de supermercados y aerolíneas; SAP es la empresa informática más importante de Europa
y la tercera del mundo.
Bloguear sigue un impulso postestructuralista. Sin embargo, en este caso, es más
americano que francés: totalmente centrado en la carrera y el ego. No obstante, denuncia
el régimen de un poder blando de las redes basadas en la descentralización y la
heterogeneidad, para desplegar sobre las mismas una forma concreta de hegemonía, en
una producción de subjetividad orientada al mercado y la competencia. En el caso de
Alemania, la postura básica del blogueo es más bien deleuziana y ajustada en modo de
«mejor no». Los usuarios alemanes no suelen participar en el intercambio internacional
sino a través de la lectura. Como recurso principal les sirven los blogs estadounidenses,
puesto que aparecen en primer lugar en las búsquedas, por lo que a menudo se les
considera un referente. Para los usuarios alemanes, los blogs suponen a menudo una
experiencia indirecta y «pasiva», lo cual les sitúa cerca de otros productos culturales de
Estados Unidos que consumen. Sin embargo, mientras las películas alemanas presentan
unos rasgos claramente diferenciados del cine de Hollywood, es bastante difícil adaptar el
software de blogs de modo acorde. Con sus parámetros limitados para la adaptación
individual, los blogs impiden que sus usuarios modulen diferencias culturales; en su
lugar, imponen técnicas que reproducen una y otra vez la cultura de origen. ¿Quién ha
afirmado que el imperialismo en la cultura de medios forma parte del pasado?
La configuración de los buscadores es otro elemento básico de un gueto lingüístico. A
muchos les es molesto que google.de busque automáticamente contenidos en alemán.
Éstos sólo hacen falta para buscar direcciones, tiendas o similares a nivel local. Sería
interesante averiguar cuántos usuarios tienen el idioma alemán configurado. ¿Por qué no
existen más blogs alemanes en inglés? ¿Y por qué no existe a su vez una blogosfera más
independiente en alemán? La respuesta podría hallarse en blogs como Riesenmaschine,
Spreeblick, Netzpolitik o Carta. Estas plataformas están estrechamente relacionadas con
los medios de masas, se fijan en la cultura mayoritaria y no exigen ningún conocimiento
específico de internet. El mal diseño de muchos blogs no se debe solamente al software.
Con vistas a la diversidad geográfica de la identidad alemana, el regionalismo
fragmentado y las diferentes mentalidades, el enfoque de publicación abierta de los blogs
no parece ayudar mucho. La experiencia muestra que, al comenzar a escribir a nivel

97
nacional, uno se convierte rápidamente en una figura oficial que se dirige a un mercado
de medios específico, pero aun así grande. Como respuesta a este riesgo (o si se quiere,
esta oportunidad) inherente, las redes sociales y la cultura de foros trata con vehemencia
de reactivar la idea de la hiperlocalidad, es decir, una identidad cultural dentro de un
estado federal más o menos descentralizado, impulsando un exitoso negocio con
información privilegiada en torno a eventos, expresiones, chistes y elementos de culto.

6. Alto vs. bajo


Vista la falta de presión social o incentivos económicos para una cultura viva de blogs,
éstos también carecen de prestigio. Existe una cierta cultura lingüística discursiva
alemana que se basa en la dualidad de los textos de referencia y los debates sempiternos.
El estilo «ligero», subjetivo y periodístico de los blogs no casa fácilmente con la
percepción alemana del texto, lo cual podría explicar que –como afirma Florian Cramer–
los blogs y los periódicos alemanes, en especial los suplementos culturales de éstos
últimos, se bloqueen mutuamente. Estos clásicos de la cultura alemana todavía rehúyen la
entrada en la blogosfera. La generación más joven de comentaristas impulsa revistas
como Monopol o Vanity Fair, si quiere tener éxito, dejando la redacción de artículos para
académicos autónomos que desean consolidarse como intelectuales públicos. Dice Florian
Cramer:
«Periódicos como la Frankfurter Allgemeine tiran casi a diario diatribas contra internet,
especialmente los blogs, responsabilizándolos del fin de Occidente, mientras los blogueros alemanes
señalados no hacen más que atacar estas invectivas y hacer promesas vacías de un periodismo
ciudadano, intentando aparentar que el cuento chino de la web 2.0 constituye un movimiento
social.»15

A Cramer no se le ocurre un solo blog alemán interesante:


«Un motivo es que algunas editoriales de revistas alemanas –sobre todo Heise con heise.de y
Telepolis (incluidos los foros de discusión asociados), y en menor medida también Spiegel Online,
Netzeitung y Die Zeit– realizan un trabajo bastante profesional y en parte incluso excelente en
internet. A consecuencia de ello, hacen falta menos blogueros para ocupar nichos abiertos.»16

Los medios generalistas ya se han apropiado de la aldea bloguera alemana con sus
representantes más destacados, como Mercedes Bunz, que durante un tiempo dirigió
Tagesspiegel online, Katharina Borchert, antes en WAZ con DerWesten.de y hoy en
Spiegel Online, y Katrin Bauerfeind, que moderaba primero el videoblog Ehrensenf y
ahora hace programas de televisión.
La blogosfera alemana se centra menos en la función de búsqueda y algoritmos, sino en
el trabajo de redacción colaborativo con orientación profesional. Buen ejemplo de ello es
el sitio web perlentaucher.de, creado por dos exredactores de la TAZ y que hace un repaso
diario de los temas de los suplementos culturales alemanes. A diferencia de Google
News, que transmite una impresión de estar generado exclusivamente por ordenador,
Perlentaucher ofrece a sus lectores pequeños resúmenes redactados individualmente de
los suplementos de cultura de los periódicos alemanes. Esta página web, que tiene el
carácter de boletín electrónico diario, parece casi un equivalente de un RSS bien
organizado, pero producido con métodos tradicionales.

98
He preguntado a la crítica de medios Mercedes Bunz, antigua editora de la
tecnorrevista DE:BUG y ahora autora del Guardian, qué le gusta de los blogs alemanes:
«Quizá no en términos cuantitativos, pero sí en términos cualitativos, la blogosfera alemana presenta
un alto nivel, desde los blogs de Mediawatch de Stefan Niggemeier17, pasando por las maravillosas
observaciones poéticas del autor alemán Rainald Goetz18 en Klage, hasta el blog sobre Hitler del
joven periodista alemán Daniel Erk19, para mencionar a algunos. Las entradas de estos blogs son
atentas, llenas de observaciones sorprendentes y a menudo punto de partida de debates que luego
continúan en los suplementos culturales de los periódicos alemanes.»

Aun así, los blogs no gozan de una gran imagen en la opinión pública alemana. ¿Por
qué? Mercedes Bunz da la siguiente explicación:
«A los blogs no se les da un gran valor cultural porque tienen un enfoque tecnológico. La tecnología
tiene un serio problema en Alemania. Desde que la teoría cultural de la Escuela de Frankfurt ejerció
su fuerte influencia en el pensamiento alemán después de la Segunda Guerra Mundial, la tecnología
está bajo sospecha y se la considera contraria a la cultura y la autenticidad. Los debates cansinos
sobre los blogs siguen exactamente este patrón. Mientras el periodismo aspira al ideal de la verdad,
los blogs sólo giran en torno al narcisismo propio y a difundir rumores en un intento desesperado por
llamar la atención.»

7. Hacia una cultura de red alemana

Al igual que muchos otros expertos, Pit Schultz parte en su análisis de la observación y
el «estudio». Es un crítico de la red, productor de radio y programador autónomo, además
de observador apasionado de la web 2.0 como cofundador de Nettimeister. Sin embargo,
si se quiere jugar seriamente el juego de la legitimación académica, hay que publicar en
inglés, algo cierto desde hace tiempo en el ámbito de la publicación científica. Sólo así se
tiene una oportunidad mínima de ser percibido como experto en economía del discurso en
red, marcada por lo anglosajón. Para Pit, es una perspectiva bastante aburrida. La
investigación de culturas en red y nuevos medios en Alemania es, como no podía
esperarse de otra forma, bastante reducida. No obstante, a nivel de cultura popular, existe
una «inteligencia colectiva» dedicada a la creación de una «red alemana», si se le quiere
llamar así. Su ámbito de especialización son aplicaciones nicho, software e infraestructura
adaptados al usuario germanohablante. Esta comprometida cultura inventora se expresa
sobre todo en «barcamps» y eventos similares, en los que se mezclan cultura mayoritaria,
política y negocios con un ambiente favorable a geeks, en consonancia con la imagen
abierta de Berlín como destino de bajo coste por excelencia y cool de turismo cultural y
vida nocturna.
Los organizadores de re:publica, la conferencia de blogueros que tiene lugar en Berlín
cada año desde 2007, han entendido la dialéctica productiva (pero también incestuosa)
entre los medios tradicionales y los blogueros. A diferencia de las conferencias LeWeb de
Loïc Le Meur celebradas en París («the #1 European Internet Event»), que sólo atraen al
mundo de las start-ups comerciales (con más de tres mil visitantes), re:publica tiene un
enfoque cultural y su irradiación pública se limita al área germanohablante. La receta
exitosa, si bien algo difusa de la conferencia sitúa a las redes sociales en primer plano y
desvía la atención de los temas hackers, que habían centrado algunos meses antes el
congreso de Chaos Computer Club, aunque ambos eventos giran en torno a las libertades

99
ciudadanas. Gracias al soporte de patrocinadores y subvenciones públicas, re:publica
pudo contar con 2500 visitantes en 2010, si bien su imagen de sólo para blogueros ya no
se ajusta del todo a la realidad.
Concebidos para su aceptación tecnocultural y una amplia resonancia, los eventos
como re:publica van a remolque de la cultura informática en lugar de definirla, explica Pit
Schultz. Si ampliamos la mirada hacia la producción cultural y la cultura pop en general,
incluyendo por ejemplo música, televisión, moda y literatura pop, el terreno de las
conferencias de blogueros y los festivales de medios se amplía aún más. Pero a este nivel,
y de manera sorprendente, los blogs apenas son relevantes en Alemania, aunque intentan
entrar en las corrientes mayoritarias. Internet, los nuevos medios y la cultura informática
todavía se perciben en Alemania como campo de experimentación de bricoleros,
especialistas, hackers, frikis y artistas, pese a todos los esfuerzos por popularizar la
tecnocultura. Incluso dentro del discurso del panorama bloguero alemán existe poco
interés por temas internos de la red de hackers de Chaos Computer Club, las artes
mediáticas de la Transmediale, las culturas «minoritarias» consolidadas de la música
electrónica, la cultura de discotecas o el sector creativo, tal y como se transmiten a través
de Ableton o Native Instruments. No se encuentran referencias a las revistas DE:BUG o
Spex ni a diseñadores o arquitectos como Graft. En su lugar, la atención se centra en
páginas de televisión o noticias como Spiegel Online, que crean un entorno web para
quien no desea fiarlo todo a su dominio de inglés.
La idea de unas subculturas investigadas y transmitidas por especialistas y que generan
algo parecido a una «cultura en red» o «artes mediáticas» como productos nicho ha
quedado superada. Una década después de la manía punto com, la red forma hoy parte de
la cultura general y ya no se distingue de la cultura popular. En este sentido, no hay futuro
para una «blogosfera» como contracultura que se diferencia de los medios comerciales.
Para reconocerlo basta echar un vistazo a las inversiones de las editoriales alemanas en la
web 2.0, por ejemplo la compra de StudiVZ, el equivalente alemán de Facebook, por
Holtzbrinck en enero de 2007.
Pese a todo esfuerzo contrario, la blogosfera alemana forma parte de la esfera pública
según Habermas. Ejemplo de ello es el activismo online contra el control estatal: el
correspondiente proyecto de ley fue finalmente rechazado por el tribunal constitucional
alemán. A ello contribuyó seguramente que innumerables blogs y páginas web
colaboraran en una campaña. Los iniciadores e impulsores no eran personalidades
conocidas, sino iniciativas como Chaos Computer Club y netzpolitik.org, proyectos
relativamente anónimos y colaborativos que operan fuera del radar, pero aun así minan
ocasionalmente el «debate» sobre la vigilancia y la protección de datos a base de
brillantes hackeos publicitarios. Sus campañas apuntaban a su percepción por los medios
generalistas, percepción que finalmente lograron los «blogueros alfa», con la ayuda de
acciones, artículos y telediarios de noche. Si por un lado, también existían figuras clave y
un culto al autor, las campañas no siguieron la lógica de los famosos. El autor Rainald
Goetz, que a finales de los años noventa escribió su diario online Abfall für alle, da
posiblemente un ejemplo de cómo podrían funcionar los blogs en Alemania. En su último
blog (financiado por una gran revista impresa), celebra la imposibilidad de escribir,
expresando de este modo una firme postura de repulsa frente al clima cultural estancado
de Alemania.20
La opinión pública mediática alemana tiene sus dificultades en clasificar dentro de su

100
panorama a los blogs y la web 2.0. Los proyectos alternativos y el «periodismo
ciudadano» no alcanzan una masa crítica, mientras los viejos medios observan la
blogosfera con desdén. Internet difícilmente se integrará en una cultura centrada en
normas y regulaciones. Para poner un ejemplo, los inmensos archivos de las radios y
televisiones públicas alemanas no disponen de acceso online, y cambiar las complicadas
normativas tardaría años, si no décadas. El 20 de abril de 2008, la Süddeutsche Zeitung
publicó un artículo provocante, titulado «Asociación local en lugar de blog», cuyo autor,
Simon Feldmer, denuncia la falta de un panorama de blogueros políticos
comprometidos.21 Constata que los políticos no tienen ni idea de internet, mientras los
blogueros sólo se dirigen a sus seguidores, y se pregunta dónde están los Daily Kos,
Huffington Post y Moveon. org de Alemania. Los partidos políticos carecen de una
estrategia fundamental de internet, escribe Feldmer. La blogosfera alemana puso el grito
en el cielo, pero la indignación no demostraba sino la relación estrecha pero improductiva
entre los medios informativos y los blogs: un ejemplo más de la avanzadísima cultura del
estancamiento que azota Alemania.

8. Los éxitos de la blogosfera francesa


Francia es uno de los principales países blogueros. Según el International Herald
Tribune, «los franceses, con su entusiasmo por los blogs, los diarios personales y públicos
de la era de internet, se diferencian claramente de los alemanes, británicos e incluso
americanos, tanto estadística como anecdóticamente».22 Un motivo podría ser que, a
diferencia de Minitel y el CD-ROM, accedieron a internet relativamente tarde. En lugar
de tener que aprender HTML o el sistema operativo UNIX basado en líneas de comandos,
los franceses simplemente se saltaron el culto a la página web y empezaron directamente
con los blogs. La notable desconfianza hacia la prensa, radio y televisión podría ser otra
razón, combinada con la propensión a formas de comunicación informal y expresiva.
«Está claro que en Francia tenemos grandes egos y muchas ganas de hablar de nosotros
mismos», señala Loïc Le Meur, pionero del (video)blogueo francés, propietario de
LeWeb y empresario punto com.23
A mediados de 2006, CRM Metrix realizó un estudio, que arrojó que más de una cuarta
parte de los internautas franceses entran en un blog al menos una vez al mes;
aproximadamente un 20 % también publican comentarios en blogs y un 5 % tienen una
bitácora propia. Los tres temas preferidos de los blogs son noticias, música y ocio. Los
blogs son en primer lugar aplicaciones fáciles de usar. En este sentido, no tienen una
marca francesa ni anglosajona. El autor de la bitácora Language Log señala al respecto:
«Nadie ha prestado atención a la decisión de la Comisión General de Terminología y Neología del
Ministerio de Cultura francés de primavera de 2005, por la que la expresión correcta de blog en
francés es ‹bloc-notes› (bloc de notas) o ‹bloc› en su forma abreviada. Los canadienses, algo más
pragmáticos, han optado por hablar de ‹bloques›, como alternativa francesa al término inglés. Pero en
todos los periódicos así como en los propios blogs, los blogs sólo se llaman ‹blogs›.»24

Los tópicos nacionales son un tema propio de los blogs. En el mismo artículo del
Herald Tribune, Laurent Florès, presidente de CRM Metrix, nacido en Francia y residente

101
en Nueva York, constata: «Los blogs franceses son considerablemente más largos,
críticos, negativos, egocéntricos y polémicos que los estadounidenses.» Dice Loïc Le
Meur: «Los franceses tienen una larga tradición de expresarse por sí mismos. Somos el
país de la revolución; sólo hay que ver cuántos cafés están llenos de gente que discute de
política y cuántas huelgas tenemos. Los blogs son para los franceses una oportunidad
maravillosa para influir, y lo han entendido.»25
El economista Yann Moulier Boutang trabaja en la Universidad de Tecnología de
Compiègne y es editor de la revista Multitude. Considera la inclinación francesa hacia los
blogs como un indicador de sociabilidad, al igual que el elevado número de asociaciones
a las que pertenecen los franceses y que ningún otro país del mundo supera: «Lo que se
denomina la ‹sociedad civil› (sindicatos, empresas, administraciones locales, partidos
políticos) es débil, y el poder estatal es jacobino y centralista, al igual que la iglesia
católica. Antes de la era digital, estas asociaciones eran percibidas –y todavía lo son–
como lugar en el que uno podía sustraerse a la esfera institucional.» Según Moulier
Boutang, los usuarios prefieren blogs porque los chats y los foros son demasiado tediosos
y no crean un espacio común. Comparado con el norte de Europa, en Francia existen
pocos espacios alternativos, como casas okupadas, cibercafés o librerías, lo que junto a la
sindicación y los enlaces ha sido otro factor determinante para la difusión de los blogs.
Moulier Boutang también constata: «En el momento en que los periodistas y políticos
descubrieron que la blogosfera se expandía exponencialmente, pasaron a ocupar el
terreno. Los periódicos reconocieron enseguida las ventajas que ello ofrecía, máxime
cuando las tiradas no paraban de disminuir. Los periodistas crearon rápidamente sus
blogs, y los periódicos los incorporaron en sus páginas web.»26 En cambio, el filósofo
parisiense Paul Mathias afirma que en Francia sí existe una tradición de encuentro, en el
«bistrot» francés, donde –ya sea en la ciudad o en zonas rurales– los ciudadanos se reúnen
varias veces al día para discutir temas locales y nacionales:
«Piénsese en el ‹sacrosanto› almuerzo francés: para comer, preferiblemente en compañía, la gente lo
deja todo. Por ello, no creo que el éxito de los blogs en Francia tenga que ver con una falta de lugares
de encuentro, sino más bien con el hecho de que obran la puesta en práctica tecnológica de un patrón
cultural muy antiguo: el famoso ‹descontento› francés.»27

En septiembre de 2007, Christiphe Druaux publicó un «mapa subjetivo» de la


blogosfera francófona.28 Druaux divide los blogs en categorías como juventud, medios,
Technorati, arte o mujer. Todo el directorio ha sido creado a mano. Dice Christophe
Druaux:
«A nivel global, no existe un método fiable para calcular el tamaño de la blogosfera. Constato que
Technorati prefiere blogs especialmente apreciados entre blogueros, por ejemplo aquellos que tratan
de marketing, geeks, tecnología o web 2.0. Y sólo quien tiene un blog puede enlazar a otro. Lo que
me importaba era encontrar un método complementario de valoración y visualizar blogs que la
estadística no tiene en cuenta. Así, he decidido centrarme en los comentarios publicados. Esta
fórmula es más compleja ya que considera la frecuencia de las entradas de blogs y las valora. Si se
publican tres entradas al día y se obtienen cien comentarios por cada entrada, es diferente de si se
reciben cien comentarios por una entrada escrita a la semana.»29

Según Druaux, los franceses están entre los internautas que bloguean más
apasionadamente (en relación al número de habitantes). Los medios generalistas citan

102
blogs a diario, y los periodistas los utilizan con toda naturalidad para buscar ideas. En la
misma entrevista por correo electrónico, Druaux afirma:
«También puede ser que los blogs sean el medio perfecto para el temperamento gruñón de los
franceses, que impulsa los debates y al mismo tiempo dispara las estadísticas. También es
característico de los blogs franceses que entre los más apreciados están los que tratan de cocina y
cómics, tanto por su número como por el de sus visitantes. Incluso se publican en formato de libro.»

Skyrocket es una de las mayores plataformas web 2.0 europeas. Pese a ser conocida
fuera de Francia más bien como página web de «interacción social», esta gran
recopilación de blogs mutuamente enlazados también puede considerarse un servicio de
blogueo. Arrancó en 2002 como servidor de blogs, bajo el nombre de Skyblog, y tenía
como público objetivo a los oyentes de la emisora de radio Skyrock FM, fundada en
1986, compuestos sobre todo por un público joven entre 15 y 25 años. Inicialmente, esta
«red para personas libres» constituía un simple servicio de blogueo, financiado con
publicidad. A partir de marzo de 2007, empezaron a sindicarse los contenidos de los
blogs, y con el cambio de nombre en mayo de 2007 se presentó la nueva plataforma
Skyrock.com como red social completa,30 convirtiéndose de este modo en un ejemplo
interesante de cómo la blogosfera es literalmente capaz de fundirse con el paradigma de
las redes sociales. Bajo el lema «blog, profile, chat», Skyrock FM insta a sus oyentes a
darse de alta, registrarse, chatear, utilizar el servicio de mensajería y anuncios
clasificados, buscar perfiles y soltar comentarios (lâcher vos com). Cuando visité la
página web en febrero de 2008, contaba con 5.275.173 perfiles, y en aquel momento se
encontraban online 14.784 usuarias femeninas y 17.330 usuarios masculinos. Con 160
millones de usuarios al mes, Skyrock es la página web francesa más visitada. Al igual que
otras redes sociales, como MySpace, anima a sus miembros a «personalizar» las plantillas
de sus blogs.
Skyrock domina el blogopolio francófono. No obstante, según Wikipedia, su estatus
como auténtico servicio de blogueo está en tela de juicio, dado que los «Skyblogueros» a
menudo aprovechan su cuenta solamente para publicar fotos, vídeos y enlaces sin
comentario alguno. La mayoría de Skyblogueros utilizan asimismo para sus entradas el
lenguaje SMS abreviado, conocido de los móviles, foros web y chats. Por ejemplo
deletrean «j’ai un chien» («tengo un perro») «G 1 chi1». Como variante francesa de
MySpace, LiveJournal y Xanga, Skyrock ocupa, según el servicio de rankings Alexa, el
20º lugar de las páginas web más populares del mundo. Además, está muy difundido en
Bélgica, Marruecos, Quebec, Suiza y otras áreas francófonas, encontrándose disponible
también en inglés, alemán, holandés, italiano, español y portugués.
Según Druaux, los Skyblogs son blogs auténticos, pero siguen permaneciendo dentro
del contexto de una radio juvenil popular. Ello explica por qué la mayoría de usuarios
forman parte de la misma franja de edad y comparten los mismos intereses (música,
bailar, cine y salir). Un adolescente que blogueara fuera de Skyblog estaría igual de
perdido y aislado que un adulto que gestionara un Skyblog sobre literatura. Dice Druaux:
«No era mi intención incluir a los Skyblogs en mi mapa, dado que ya suponen el 75 % de
todos los blogs del mapa general. Si se quiere ser minucioso, habría que crear un mapa
propio para los blogs de Skyrock.»
También he contactado con Laurence Allard de la Universidad de Lille, que estudia
wikis y blogs y es autora del libro Mythologie du Portable.31 A varias preguntas que le

103
envié, respondió:
«Skyrock fue una de las primeras fuentes que dio una pincelada de las condiciones de vida de los
inmigrantes de la banlieue. Los estilos preferidos en Skyrock Radio son rap y R&B. Habría que ver la
potente cultura de Skyrock desde el espíritu del estudio The Black Atlantic de Paul Gilroy. Debemos
entender la forma como la gente se siente representada por la música rap, tanto su texto como su
representación. Gracias a ello ha sido posible que los hijos y nietos de los inmigrantes que viven en
las banlieues pobres se sientan a gusto en Skyrock. Se trata de una identificación positiva, si bien la
mayoría de intelectuales franceses no tienen ni idea de cómo describir estas relaciones entre medios,
cultura popular e identidad a través de las teorías poscolonialistas anglosajonas y los estudios
culturales. […] Si existe algo parecido a una blogosfera ‹francesa›, ésta está estrechamente ligada con
la situación poscolonial francesa, en la que uno no puede decidirse entre universalismo y
comunitarismo, las dos caras del mismo problema. Los blogs de Skyrock representan un ‹tercer
espacio›, tal y como lo describe Homi Bhabha en su libro El lugar de la cultura.»32

Cuando los disturbios de las banlieues llegaron a los medios de comunicación en


noviembre de 2005, los blogs de Skyrock se convirtieron en un interesante campo de
estudio, pues mostraron cómo el propio grupo debatía las imágenes mostradas en la
televisión. Dice Allard: «Skyrock se convirtió en un lugar de discusión y difusión de
rumores dentro de una comunidad cerrada, en la que se formó un equipo de ‹Skypolicías›
que actuaban como moderadores. Dado que en aquel momento, todavía no era posible
sindicar contenidos, pudieron censurar artículos y comentarios. Hoy, los usuarios están en
contacto mucho más directo, pero a finales de 2005, muchos blogs se desactivaron
brutalmente.» En total, se eliminaron en aquel momento unos diez blogs al día y se
notificaron 6.500 comentarios a la policía.
En un texto escrito junto con Olivier Blondeau, Allard describe las conversaciones
como «diálogos espejados».33 Los jóvenes tienen una competencia lúdica, lo que
significa que también saben combinar lúdicamente y cambiar entre diferentes
plataformas. Además de los juegos informáticos populares, existen los «juegos serios»,
que mezclan realidad y ficción de forma más sutil.34 Es en este contexto que hay que ver
las conversaciones en blogs. El chateo lúdico aparece como producto de una «sociedad
destradicionalizada». Lo que los blogueros muestran en esta «era expresiva» es su
«existencia estilizada». Los sujetos compilados presentan su particular arte de recombinar
y mezclan fragmentos de vídeos de MTV y la iconografía de los famosos con imágenes
de sí mismos y sus amigos tomadas con el móvil. La identidad no sólo está marcada por
la etnicidad, el idioma y la nacionalidad, sino que también se enriquece y distribuye a
través de un inventario de datos fluido que se alimenta de juegos, música, televisión e
internet. Esta identidad heterogénea no sólo está fragmentada, sino que también permite a
las personas contactar con más facilidad entre sí. Si los elementos de identidad se extraen
de la reserva grande pero limitada de la cultura pop, es más fácil enlazarse y crear redes.
Ello podría ser un motivo del gran éxito de Skyblog. En torno a intereses o
acontecimientos concretos pueden formarse rápidamente grupos, como fue el caso de los
disturbios de noviembre de 2005.
Sobre una variación de Gayatri Spivak, Laurence Allard se pregunta: «La racaille peut-
elle parler?» («¿Puede hablar la chusma?»). El entonces ministro del interior Nicolas
Sarkozy empleó la expresión despectiva «racaille» para tildar a los jóvenes sublevados de
escoria que había que eliminar con hidrolimpiadoras. Pero podemos modificar la
pregunta: ¿puede la chusma hablar a través de canales individuales, puestos a disposición

104
por un grupo de comunicación comercial? La «chusma digital» que chatea en sus
Skyblogs se encuentra en una oposición de «hágalo usted mismo» frente a las estructuras
mediáticas tradicionales, ocupando y cultivando blogs para dedicarse a su propia
comunicación. Sin embargo, para Paul Mathias, la contraposición entre unas estructuras
mediáticas tradicionales y enajenadoras y unas tecnologías de blog liberadoras es
demasiado simplista. «Interpretaría el cambio de unos medios tradicionales hacia unos
medios en red más bien como una internalización de procesos enajenadores. Las personas
no se enajenan a través de una máquina pilotada como los sistemas de presentadores de
un canal de televisión, sino de programas informáticos autodirigidos.»35

9. El declive de la blogosfera en Irak


El ascenso de la blogosfera iraquí coincidió con la «guerra contra el terrorismo»
desencadenada a raíz del 11-S y después de la invasión de Afganistán e Irak liderada por
Estados Unidos. Muchos quizá oyeron la palabra «blog» por primera vez en relación con
las informaciones acerca de un bloguero anónimo llamado Salam Pax, que en septiembre
de 2002, todavía bajo el régimen de Saddam Hussein, empezó a redactar entradas
personales. En su bitácora en inglés, escribía sobre la guerra, sus amigos, la desaparición
de personas bajo Saddam y su trabajo como traductor y periodista. La importancia de
Salam Pax no sólo está en que fue el primer bloguero iraquí, sino también un modelo y
una luz de esperanza en la historia del blogueo en Irak en general. Después de una breve
carrera como estrella mediática internacional posteriormente a la invasión en marzo de
2003, abandonó su blog Where is Raid?, cuyos contenidos fueron publicados más tarde
como libro. En 2004 inició otro blog titulado Shut Up You Fat Whiner!, además de
escribir para el Guardian y llevar un diario en vídeo emitido a través de la BBC, antes de
trasladarse a Londres en 2007 para completar un máster en periodismo. Desde 2009
reside de nuevo en Bagdad, desde donde envía ocasionalmente noticias breves a través de
Twitter.
Salam Pax formaba parte de una red de amigos como Abdul Ahad y Raed Jarrer, que
también estaban entre los primeros blogueros. A este grupo pertenecía asimismo Zeyad
Kasin, con su blog Healing Irak, activo todavía hoy, cuyo lema reza: «No tiene sentido
intentar sacar de la cabeza de alguien algo que nunca se le ha inculcado» (una cita de
Jonathan Swift). Su hermano más joven también inició un blog, con una entrada en la que
describe como fue sorprendido por un tiroteo masivo mientras grababa una canción de
Cat Stevens y que pocos olvidarán fácilmente.36 Otra bloguera importante es Riverbend
y su bitácora Baghdad Burning, una programadora cuyas entradas magníficamente
escritas han sido publicadas en dos libros y también se han adaptado al teatro y
radioteatro.37 Aunque Salam Pax mantuvo al comienzo contacto con ella, su identidad se
mantiene hasta hoy en el secreto más absoluto. Después de huir con su familia a Siria a
finales de 2007, dejó de bloguear.
Estos y otros blogs deben verse en el contexto de una comunicación lingüística
limitada, pues dependemos del dominio de inglés y, al igual que la mayoría de
observadores internacionales, no sabemos leer árabe. El problema surge incluso en
agregadores internacionales como la página Iraqi Blog Count, impulsada desde

105
Melbourne, que ha recopilado enlaces a un sinfín de blogs iraquíes, la mayoría de los
cuales sin embargo sólo están en árabe. Entre las excepciones se incluye quizá Niqash,
una página de periodistas angloárabe apoyada desde Alemania, especializada en el
intercambio internacional pero no centrada específicamente en blogs, así como Global
Voices, donde pueden leerse resúmenes en inglés de la blogosfera iraquí.38
Escribir sobre blogs iraquíes y la situación en Irak después de 2003 puede ser bastante
decepcionante. Pasada la fase extremadamente sangrienta de 2006 y 2007, la situación se
calmó algo un año después, con menos atentados con coche bomba y víctimas civiles,
pero sin que se vislumbrara solución política alguna. Con la elección de Barack Obama y
la retirada parcial de tropas extranjeras entre 2009 y 2010, la situación desapareció en
buena medida del radar de las redacciones de noticias globales. Sólo ocasionalmente se
oían informaciones de las interminables negociaciones de coalición bajo la dirección del
primer ministro Nuri al-Maliki. Hoy parece todavía prematuro escribir la historia de los
blogs de guerra iraquíes. Aun así, no deberíamos interpretar la situación de las bitácoras
como espejo de la violencia cotidiana. No podemos olvidar la ductilidad, la ironía y el
humor de los blogueros iraquíes. Es gracias a esta valentía de vivir que merece la pena
leerlos y apoyarlos.
Este estudio de caso relata la historia del agregador Streamtime, actualizado a diario,
una campaña solidaria iniciada en 2004 en Ámsterdam por el activista radiofónico Jos
van der Spek y con la periodista de investigación Cecile Landmann como responsable de
redacción y la asistencia técnica del activista de Floss y artista Jaromil. Inicialmente, se
trataba de una iniciativa provisional de radio web y software libre combinados, pero que
con el tiempo se ha ido desarrollando hacia una campaña internacional para apoyar a los
blogueros iraquíes. Streamtime se caracterizaba a sí mismo como «red suelta de activistas
de medios que apoya medios locales a conectarse a grandes estructuras de información.
Usamos viejos y nuevos medios para la producción de contenidos y el desarrollo de redes
en el ámbito de la música, el arte, la cultura y el activismo en zonas en crisis como
Irak.»39 A diferencia del típico profesionalismo seco de las ONGs, se siguió una
estrategia poética. «Streamtime es sobre todo un gesto de solidaridad: puede asumir tanto
la forma de una campaña como la de una obra de arte colaborativa, un flujo de sonidos
inauditos, palabras impronunciables e imaginaciones nunca vistas.»
En retrospectiva, el primer año después de la invasión pareció tranquilo e invitaba al
optimismo, sobre todo en relación a los medios de comunicación: internet pasó a ser
generalmente accesible, la prensa experimentó un auge y en la sociedad civil iraquí se
desarrolló un intercambio activo. Sin embargo, ello cambió en la primavera de 2004,
cuando los disturbios aumentaron a raíz del uso indiscriminado de fuerza por las tropas
norteamericanas que buscaban a «terroristas» y la publicación de las fotografías de
torturas en Abu Ghraib. Justo en aquel momento (junio 2004) se inició Streamtime.
Entonces ya se notaba que la libertad de los medios de comunicación acabada de
conquistar estaba bajo amenaza. Se secuestraron y asesinaron periodistas, y el país dejó
de ser seguro para los extranjeros. La primera fase de la invasión y las protestas que le
siguieron finalizó, pero la violencia no paraba de extenderse cada vez más. Pero al inicio,
no se notó una disminución perceptible de la comunidad bloguera y de entradas. En 2005,
el número de atentados aumentó a 34.131, cuando en el año anterior se habían
contabilizado 26.496.
En una entrevista que realicé en 2006 con Cecile Landmann, ésta describió su

106
intercambio diario con la blogosfera iraquí de la manera siguiente:
«Cuando empecé con Streamtime en 2004, observé un gran número de blogs iraquíes y sus espacios
de comentarios, todavía más ilustrativos. Eran claramente el lugar donde todo pasaba. Cada entrada
podía llegar a tener varios centenares de comentarios cada día o, para ser más precisos, cada noche.
Lo más impactante era el tono violento, la postura violenta de esos debates. Estaba consternada, pero
al mismo tiempo también fascinada. Empecé a relacionarme con los participantes, sobre todo para dar
a conocer Streamtime, a tomar parte en las discusiones y echar algo de revuelo. Pero ello no duró
mucho, porque a menudo, con este tipo de interacción tenía rápidamente la impresión de que alguien
me estuviera apaleando con un bate de béisbol. ‹Eso es masoquismo puro y duro›, me dijeron el
iraquí Raed Jarrar y su novia iraní Niki, ambos blogueros, cuando me visitaron en Ámsterdam en
noviembre de 2004. Aun así, los comentarios de los blogs me enseñaron mucho; desde allí seguí un
montón de enlaces, de los que un 75% no tenían ningún interés, pero el resto era de gran utilidad.»40

Entre los contactos de los primeros momentos también se encontraba Abu Khaleel
(ahora de nuevo activo bajo su nombre real, Ibrahim M. Al-Shawi), que gestionaba dos
blogs, Iraqui Letters y A Glimpse from Iraq. Al igual que Salam Pax y Riverbend,
también ha compilado sus entradas en bitácoras en un libro, publicado a través de la
página web de impresión bajo demanda Lulu. En esta primera fase, también jugó un papel
importante el grupo iraquí de Linux, que ya había conseguido superar las barreras de
comunicación del régimen de Saddam. Incluso sin mantener un contacto directo con
blogueros activos, fueron aquellos técnicos quienes crearon la infraestructura necesaria
para los blogs.
Después de 2004 quedó patente la fragilidad de la blogosfera iraquí. Mirando más
adelante, a principios de 2006, hay que recordar la publicación de las caricaturas danesas
de Mahoma, un tema intensamente discutido en los blogs iraquíes, al mismo tiempo que
se desencadenaba una disputa de si había siquiera que discutirlo. Muchos blogueros de
Irak o Afganistán comentaron las caricaturas danesas con una buena dosis de humor. El
iraquí Konfused Kid escribió sobre el caso «Mahoma vs. Laudrup», luchando contra la
mantequilla danesa en su nevera. El bloguero saudí The Religious Policeman publicó
unas extrañísimas entradas y creó un sistema de puntuación de «niveles de insultos a
musulmanes».
Las entradas sobre las caricaturas quedaron eclipsadas por las informaciones sobre el
ataque con explosivos al santuario Al Askari en Samarra, el 22 de febrero de 2006, el
acontecimiento que despejó toda duda de que podría desencadenarse una guerra civil.
Aquella fecha marcó un punto de inflexión peligroso para las fuerzas de ocupación
americanas y también para los blogueros iraquíes. Según Iraq Body Count, la media
diaria de víctimas de tiroteos y ejecuciones subió de 27 en 2005 a 56 en el año 2006. El
número de civiles muertos alcanzó su punto máximo en 2006, con un total de 26.000
víctimas; en 2007 fueron 23.000, y para todo el período comprendido entre 2003 y 2010
se calcula un número total superior a 100.000 víctimas.41
En una entrada en su informativo blog de comentarios publicado bajo el título de
«Protestas chiíes sumen al Irak en el caos» y citado en la página de Streamtime, el
profesor Juan Cole resumió la situación caótica de aquel día fatídico:
«El día comenzó con una manifestación de diez mil personas en la ciudad santa chií de Karbala
contra las caricaturas danesas del profeta Mahoma. Durante esos días, los chiíes lloran, lamentan y se
flagelan en memoria del martirio del nieto del profeta, el imán Husayn. Es, por lo tanto, un período
muy emotivo del calendario ritual, en el que los sentimientos pueden entrar rápidamente en
efervescencia con cuestiones como la ofensa al profeta. La manifestación antidanesa de Karbala es un

107
sustituto de los sentimientos antiamericanos y contra la ocupación. Los americanos no podrán
mantenerse en Irak sin que aumenten estos problemas.»

El mismo día, unos guerrilleros habían hecho explotar un poco antes una bomba en un
rincón chií del barrio mayoritariamente suní de Dura, causando 22 muertos y 28 heridos.
Otras nueve personas murieron en incidentes sangrientos en otros lugares de Irak. Según
Cole, los atentados «eran la manifestación de una guerra civil librada con medios no
convencionales». La voladura de la mezquita Al Askari en Samarra fue el gran desastre
de la jornada.
Aquel día, el bloguero Average Iraqi escribió:
«Creo que estos atentados no están destinados a nada más que alimentar la guerra civil entre chiíes y
suníes. Además, y como era de esperar, Al Sadr no hace absolutamente nada para calmar la situación.
Sus milicias ya claman venganza y atacan mezquitas suníes. Habría que decirle que los suníes
también condenan estos atentados y que nadie ha asumido la autoría de los mismos. ¿Por qué debería
suponer que han sido suníes?»

Todo el mundo tenía miedo. Había otras entradas en blogs iraquíes sobre el atentado en
el santuario, todas ellas con un tono pesado como el plomo. Poco después, Average Iraqi
dejó de bloguear y acabó volviendo las espaldas a Irak.
Mientras tanto, proliferaban las informaciones e imágenes desde Bagdad sobre los
«hombres de negro». Konfused Kid anotó: «Los acontecimientos han culminado en la
aparición de los hombres de negro, que merodean con sus pickups y pertenecen
aparentemente al ejército de Mahdi, aunque Moqtada al Sadr niega una relación entre
ambos. Muchas mezquitas de la zona de Bagdad han pasado bajo su control.» Un artículo
de Patrick Cockburn publicado el 6 de marzo en el Independent lleva el título «Y ahora,
los escuadrones de la muerte». Podría citar más informaciones de la página de
Streamtime. Esos inquietos e interminables tiempos de cambio de principios de 2006
apenas parecían calmarse, ni tampoco disminuyeron los atentados violentos y la retahíla
de muertos. La historia iraquí del terror cotidiano superó lentamente el límite de lo
soportable para muchos. En consecuencia, un tema recurrente de los blogs pasó a ser este
creciente agotamiento a raíz de las incesantes bombas, asesinatos, secuestros, escuadrones
de la muerte y también la escasez de electricidad y gasolina, junto con la idiotez política
general, con sus enormes consecuencias mortales.
¿Por qué apenas sabemos nada de los blogueros iraquíes desde 2007? Sólo unos pocos
se han quedado en Bagdad y Mosul y siguen blogueando, como Sunshine en Mosul, que
inició su bitácora en 2005; o bien el muy activo Last-of-Iraqis de Bagdad, que ha
informado muchas veces de explosiones que por poco no le hacían callar para siempre.
He aquí una instantánea con titulares de entradas de blogs en Streamtime a finales de
2007: «El ejército americano, en conversaciones con movimientos de renovación suníes.
Civiles heridos y muertos en un tiroteo en la frontera turca. Pequeña acción humanitaria
para refugiados iraquíes: tropas extranjeras acusadas de la masacre de Helmand Raid. A
la m***** al-Qaida, a la m***** el ejército de Mahdi, a la m***** todos los
responsables.»
Vista la interminable espiral de violencia cotidiana, a posteriori parece mentira que
algunos blogueros iraquíes sigan teniendo el valor y la fuerza para describir lo que pasa a
su alrededor. Streamtime no ha sido la única iniciativa para mantener la conexión: el
proyecto Alive in Baghdad, iniciado por unos estadounidenses, realizaba reportajes
semanales con material de vídeo original desde Irak, a veces también de Siria y Jordania.

108
Se formaba y apoyaba a iraquíes residentes en el país para rodar y editar vídeos. Uno de
estos corresponsales fue muerto a tiros en Bagdad. En la práctica se trató de una ejecución
en su propio domicilio, donde se encontraba solo, cuando poco antes de medianoche, la
Guardia Nacional iraquí «llamó» a su puerta. Después de marcharse hacia las 3 de la
madrugada, unos vecinos encontraron al cuerpo de Ali Shafeya cosido con 31 balas.
Continuar escribiendo bajo la amenaza de todos estos ataques debe de ser una
experiencia intensa y agotadora, pero también aturdidora. La lista de víctimas en el
entorno inmediato de estos blogueros no podía sino crecer. Olvidamos con demasiada
facilidad las atrocidades que se producen en Irak, porque no paran de suceder. Dice
Cecile Landmann:
«El nivel de violencia continua es aturdidor e incomprensible para nosotros los ‹foráneos›, y todavía
más para las personas en Irak. Existe una gran ‹cantidad› de noticias de Irak, pero éstas no siempre
son de mucha calidad. Otro factor al que se hace referencia en muchas informaciones es que el
‹individuo iraquí› prácticamente no existe en las numerosas noticias sobre Irak, a menudo
relacionadas con cuestiones militares.»

Los chats y las salas de chat tienen un papel importante en el proyecto de Streamtime.
Pero como lectores de blogs, sólo vemos las entradas seleccionadas por Cecile.
«Sin los chats con los blogueros, nunca habría desarrollado mis conocimientos sobre Irak o
Streamtime como vehículo de contacto y la forma especial del archivo de blogs sobre la guerra de
Irak, en el que finalmente se ha convertido. Mis primeros chats con blogueros iraquíes tuvieron lugar
a finales de 2004 y principios de 2005. A finales de 2005, el primer bloguero afgano me contactó a
través del chat. Se trata de periodismo ‹normal›, si es que existe algo así. Los periodistas suelen saber
más sobre un tema de lo que pueden escribir en un artículo. Ello también es válido para las entradas
en blogs. Los periodistas chatean o telefonean con su redactor sobre su tema, y los blogueros chatean
conmigo y con otros. Detrás de lo que realmente se publica se oculta mucha más información. En
algunos casos, edito entradas escritas en inglés, pero ello sucede ‹a puerta de chat cerrada› y antes de
publicarse una entrada. A menudo, en los chats se me indican ciertas entradas, y a veces publico
extractos de los chats en la página web, pero nunca sin antes obtener la autorización de las personas
afectadas.»

¿Ha cambiado el estilo de los blogueros iraquíes con los años? Responde Cecile:
«La calidad de los textos de los blogs iraquíes ha disminuido, lo que en parte tiene que ver con que el
‹bloguero innato› Salam Pax, cualitativamente sobresaliente, ha dejado de bloguear sobre Irak.
Algunos han continuado con un enfoque más periodístico, pero la mayoría se ha ido a Estados Unidos
para estudiar periodismo, por lo que su perspectiva de Irak, lógicamente, ha acabado cambiando. A
otros que seguían escribiendo desde Jordania u otros lugares de Oriente Medio se les han acabado los
temas inmediatos, lo que a su vez también ha hecho que sus blogs fueran más personales. Bloguear
desde Damasco acarrea nuevos problemas, por ejemplo el bloqueo del servicio de Google
blogger.com, lo que significa que, estando en Siria, no se pueden leer blogs iraquíes –ni otros– ni se
puede actualizar el blog propio. Fuera de Irak, los blogueros pueden centrarse más en su vida
personal. En cuanto al gran número de refugiados iraquíes, quizá hubiera sido una buena idea crear
un panorama de blogueros exiliados, lo cual no se ha producido.»

A mediados de 2009, Cecile dejó de publicar sus entradas diarias en Streamtime, pero
la página se mantiene activa hasta el presente. La manera como las personas de Irak
descubrieron internet entre 2003 y 2004 y aprovecharon las posibilidades que brindaban
los blogs es una historia fascinante que hay que contar. Cecile Landmann tiene pensado
visitar a los personajes más importantes y escribir un libro sobre el destino de todos ellos,
con la mayoría de los cuales nunca se ha encontrado en la vida real, esperando poder
captar de nuevo esta atmósfera especial:

109
«Los blogs transmiten una buena impresión de la vida cotidiana de las personas, ¿pero qué sucede si
tu sala sufre constantemente daños porque al lado estalla una bomba? ¿Qué sucede cuando hay cortes
de electricidad durante horas y tienes que anotar tus ideas a la luz de una vela para publicar más tarde
tu frustración, esperando que alguien se interese por la situación desesperada de la población iraquí?
Aunque algunas cosas quizá hayan mejorado, el humor negro sigue ahí, como el caso del bloguero
que hace poco dijo en el chat: ‹¡La violencia es tan 2005!›»

1 Entrevista con Sabine Reul y Thomas Deichmann, 15 de noviembre de 2001, en Spiked Online (http://www.spiked-online.com).
2 Friedrich Nietzsche, «Brief zum Ende des Februars», en: Friedrich Nietzsche, Briefwechsel: Kritische Gesamtausgabe, eds. G. Colli y M. Montinari.
Berlín, 1975-84, cap. 3.1, p. 172.
3 Dave Winer, Scripting News: http://www.scripting.com/2007/01/01.html
4 Ibid.
5 Ibid.
6 Nick Gall: «Muchos medios creen que los blogs son una nueva forma de publicar, pero en realidad son una nueva forma de conversación y de comunidad.»
En: David Kline y Dan Burstein (eds.), blog! Nueva York, CDS Books, 2005, p. 150.
7 Extraído de Wolf-Dieter Roth, «Mein Blog liest ja sowieso kein Schwein», Telepolis, 27 de diciembre de 2005.
http://www.heise.de/tp/artikel/21/21643/1.html
8 Extraído de una entrevista por correo electrónico con Pit Schultz en abril de 2008.
9 http://www.internetworldstats.com/stats7.htm
10 http://www.globalbydesign.com/blog/2007/12/05/marketing-opportunities-in-the-german-blogosphere/
11 Ibid.
12 http://www.readwriteweb.com/archives/social_graph_concepts_and_issues.php
13 Extraído de un intercambio de correos electrónicos con Florian Cramer.
14 Extraído de un intercambio de correos electrónicos con Verena Kuni.
15 Extraído de un intercambio de correos electrónicos con Florian Cramer.
16 Ibid.
17 http://www.bildblog.de y http://www.stefan-niggemeier.de/blog
18 De 2007 a 2008 en http://www.vanityfair.de
19 http://taz.de/blogs/hitlerblog/
20 El blog Klage estuvo dirigido por él entre febrero de 2007 y junio de 2008 dentro de http://www.vanityfair.de, siendo publicado poco después en formato
de libro: Rainald Goetz, Klage, Frankfurt: Suhrkamp, 2008.
21 http://www.sueddeutsche.de/digital/politik-im-netz-ortsverein-statt-bloggen-1.182567
22 Thomas Crampton, France’s Mysterious Embrace of Blogs, 28 de julio de 2006 (en http://www.iht.com).
23 Loïc Le Meur, conocido como organizador de las conferencias LeWeb y el «Joy Ito francés», saltó a los titulares en 2007 por su apoyo a Nicolas Sarkozy
en las elecciones presidenciales. Dado que Sarkozy era el candidato claramente más represivo y al mismo tiempo menos informado en materia digital, la
toma de partido de Le Meur fue percibida como traición, como demostración de la reconquista o incluso colonización del otrora espacio libre de internet por
políticos, periodistas profesionales y vendedores comerciales. Otro capítulo de esta saga es el evento E-G8, que tuvo lugar en París a finales de mayo de
2011, coincidiendo con la cumbre del G8. «Por primera vez, la tecnología de la información entra formalmente en la agenda de una cumbre de jefes de
estado, en reconocimiento de la importancia decisiva de este ámbito para un crecimiento económico global sostenible y creciente.» Más tarde, el acto fue
discutido con mucha polémica, precisamente a causa de la invariable postura entre crítica y represiva de Sarkozy frente a internet.
24 Language Log, 31 de marzo de 2007, http://itre.cis.upenn.edu/~myl/languagelog/archives/004352.html
25 Loïc Le Meur en una entrevista con el bloguero alemán Oliver Gassner, 15 de septiembre de 2006: http://netzstimmen.blogg.de/eintrag.php?id=13>
26 Extraído de un intercambio de correos electrónicos del 2 de marzo de 2008. Un ejemplo de una página web que ha sabido integrar blogs es
http://www.lemonde.fr.
27 Intercambio de correos electrónicos del 10 de marzo de 2008.
28 Ver http://www.ouinon.Net/index.php?2007/09/24/215-cartograhie-blogosphere-francophone. El mapa puede descargarse como archivo PDF; además de
explicaciones, también contiene una lista con las URLs de 200 blogs seleccionados.
29 Entrevista por correo electrónico del 12 de febrero de 2008.
30 La información al respecto proviene de Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Skyrock
31 Existe un comentario en inglés de este libro, publicado por Catalina Iorga en el blog Masters of Media:
http://mastersofmedia.hum.uva.nl/2010/09/20/book-review-mythologie-du-portable-laurence-allard/
32 Extraído de una entrevista por correo electrónico a Laurence Allard del 20 de febrero de 2008.
33 Laurence Allard y Olivier Blondeau, «Racaille digitale. Les émeutes de banlieue n’ont pas eu lieu», en: Contemporary French Civilization 31/1,
Université de Lille, invierno 2006.
34 Ver http://parisriots.free.fr/page1/page1.html
35 Ver la conferencia de Lyon sobre el trabajo de Jack Goody: http://barthes.enssib.fr/colloque08/programme.html y Paul Mathias, Des libertés numériques,
París: PUF, 2008.
36 «Me encontraba en mi habitación, tocando guitarra como de costumbre y grabando la canción ‹Peace Train› de Cat Stevens, cuando aproximadamente 30
segundos después del comienzo de la canción, en la primera línea que dice ‹Now I’ve been happy lately›, una bala extraviada atravesó la ventana y rompió el
cristal en mil pedazos, a lo que se inició un tiroteo intenso en la calle. Estaba en mi habitación como petrificado, totalmente asustado por el fuego cruzado.
Paré la grabación y me alejé de la ventana para no llevarme un balazo accidental, y cuando el horror terminó, volví a la habitación y escuché lo que había
grabado: lo curioso era que justamente después de las palabras ‹I’ve been happy lately›, la bala impactó en la habitación.» http://nabilsblog.blogspot.com/, 7
de abril de 2007.
37 Riverbend, Baghdad Burning: Girl Blog from Iraq, Nueva York: The Feminist Press, 2005; y Baghdad Burning II: More Girl Blog from Iraq, Nueva
York: The Feminist Press, 2006.
38 Niqash: http://www.niqash.org/; Global Voices: http://globalvoicesonline.org/-/world/middle-east-north-africa/iraq/
39 streamtime.org
40 Entrada en la página web del Institute of Network Cultures del 17 de enero de 2006 y la lista de mailing de Nettime del 16 de junio de 2006. Una versión
ligeramente modificada fue publicada en Sarai Reader 06, Delhi, 2006.
41 Para estimaciones detalladas, ver http://www.iraqbodycount.org/analysis/numbers/2007/

110
7
La radio después de la radio: de los
experimentos piratas a los experimentos en
internet

¿Qué es la radio en la era de internet? ¿Se define la experiencia de escuchar online a


través del carácter interactivo en directo del streaming? La cuestión de fondo ya no es la
transmisión de contenidos de radio a través del cable en lugar del dial, sino si se puede
siquiera considerar «radio» el material de audio difundido en masa a través de la red.
¿Todavía existirá la «radio» como medio en un par de décadas? Algunos de nosotros
todavía guardamos una relación emotiva y nostálgica con la radio como formato de
transmisión de contenidos, pero ¿tiene ello importancia? ¿No sería mejor reinterpretar la
palabra «radio» como «experiencia auditiva social»? ¿Por qué no nos imaginamos el
futuro de la radio como intercambio P2P de audio, de modo parecido a Skype? ¿O como
un entorno gigantesco, usado en común, basado en recomendaciones y rumores sobre lo
más nuevo y de moda? ¿O acaso es la radio por definición un canal de «uno a muchos»?
Si leemos la teoría de la radio de Brecht y consideramos experimentos tempranos con
sistemas bidireccionales, seguro que no. Siempre ha habido respuestas y llamadas en
directo. Sin embargo, este ensayo no pretende especular sobre el futuro, sino que describe
y refleja la transición del medio analógico al online, pasando por el digital, tomando
como ejemplo el caso concreto del panorama de las radios piratas de Ámsterdam.

1. Tecnologías radiofónicas libres en Ámsterdam


La cultura radiofónica holandesa siempre ha marcado un perfil propio. Allí existe una
rica historia de radios piratas, desde Radio Mokum, del movimiento okupa de principios
de los años setenta, y cadenas comerciales que emitían desde barcos situados en el Mar
del Norte, como Radio Verona, hasta las radios libres, que en los años ochenta y noventa
programaban música indie pop y tecno multicultural desde casas okupadas, pasando por
otras numerosas emisoras de dance y pop más o menos comerciales. Aunque existían
radios locales de este tipo por todas partes, ya fuera Rotterdam, La Haya, Nimega o
Groninga, esta investigación se centra sobre todo en Ámsterdam por la relación biográfica
del autor. Uno de los puntos de partida es Radio De Vrije Keyser, que a principios de los
años ochenta inició sus emisiones desde el edificio monumental atrincherado De Groote
Keyser1. Después de una fase activista, de tono más bien político, De Vrije Keyser
suscitó toda una serie de emisoras libres, que juntas emprendieron un amplio viaje al
terreno experimental de los nuevos estilos y formatos musicales.
Debatir adecuadamente el futuro de la radio en los Países Bajos puede revelarse
rápidamente una empresa difícil. Al igual que en otros sitios, los modelos comerciales,
jurídicos y políticos han quedado superados, a lo que los podcasters reaccionan

111
declarando su victoria sobre la radio pública. Los entusiastas de la radio online ven en la
«muerte de la radio» un momento de liberación2: al fin se ha alcanzado la
democratización del medio. Pero la realidad institucional es otra. No existe ninguna
revolución, ninguna desregulación de frecuencias ni ningún cambio sustancial en la
financiación de la radio pública. Pese a la crisis, todo sigue de alguna manera igual que
hasta ahora. Los debates ecuánimes acerca del auge de internet y sus efectos en la radio se
ciñen a resumir las ventajas y desventajas, para volver acto seguido al orden del día. Si
ahora todo el mundo puede entrar en internet y sintonizar allí casi todas las emisoras de
radio, ¿qué más se quiere?
Limitarse a difundir señales existentes a través de otros canales no es algo que dé alas a
la fantasía radical. El desvío mediático es un callejón sin salida. Los artistas y frikis, que
consideran la radio web como un proceso interactivo, tienen menos interés en el efecto
del tiempo real de Twitter o Facebook, concentrándose más bien en el aspecto del tiempo
expandible de este medio esférico. Pese a los profetas del apocalipsis, la promesa de la
radio como éxtasis de audio local ha conservado su atractivo. Ondas de radio que pululan,
saltan y brincan sobre el cielo urbano: ¿cómo puede traducirse esta imagen en las
metáforas de los nuevos medios? Esta energía ha impulsado en las últimas décadas una
variada red de emisoras de radio libres, que sin embargo ha dejado prácticamente de
existir a día de hoy. ¿Qué significa que ahora naveguemos de un paisaje sonoro al
siguiente como individuos? La radio no necesita amigos, sólo necesita nuevas estructuras
sociales en las que los radionautas del futuro puedan viajar libremente. ¿Pero qué es la
radio después de la radio?
Mi propio texto sobre la radio ya tiene algunos años. Después de una crisis de
dimensiones existenciales en verano de 1987, al cuarto año de estar en paro, tomé la
decisión de seguir mi vocación y mi necesidad, pese a las parcas perspectivas
económicas, de declararme «teórico de medios». Como intelectual y activista libremente
flotante, dedicado principalmente a escribir y publicar, compré mi primer PC (un clon
IBM con procesador Intel 8086) y me uní al mundo de la radio libre de Ámsterdam,
integrado en el movimiento okupa (entonces ya en declive).3 Radio De Vrije Keyser,
Radio 100, Radio Papatoe (inicialmente Radio Dood) y algunos otros programas
(étnicos), difundidos a través del cable legal SALTO y algunas frecuencias de FM y OM,
formaban juntos un panorama sólido pero variopinto que sumaba entre 120 y 150
productores de radio. Todos los participantes también escuchaban los programas de los
demás, desarrollando de este modo la radio como medio. En otras palabras, gracias a
alcanzar una masa crítica, surgió una dinámica autorreferencial que generó una cultura
radiofónica densa y completa.
Empecé con un programa de radio semanal propio en Radio 100, llamado Bilwet
Portrait Gallery, en el que mentes radicales e independientes hablaban durante una hora
sobre un tema, sin ser interrumpidos por preguntas. El objetivo declarado del programa
era pedagógico: generar una autoconfianza de expresarse en un discurso público sobre
todas las cuestiones de la teoría e historia y dejar atrás la triste era del antiintelectualismo
pos-punk. El llamamiento a la acción («deja de pensar y empieza a actuar») había
desembocado en un activismo ciego y una continuidad irreflexiva de movimientos como
el feminismo radical, el mundo okupa, el antimilitarismo, el movimiento antinuclear y el
activismo por los derechos gays. Se trataba de uno de los pocos programas hablados, y
para mí era bastante irrelevante si las aportaciones sobre temas como Bataille y otros

112
pensadores franceses, la historia del fascismo alemán, la teoría de la arquitectura
holandesa o la arqueología del síndrome Amok en Indonesia guardaban una relación
mutua o no. Al igual que mis compañeros de las radios piratas, exploraba los límites
externos del espacio del medio. Eran especialmente remarcables mis encuentros y
entrevistas con Toek, Reinout y Chris del grupo DFM (DeForMation). En 1990 pasé a la
todavía más radical y opaca Radio Patapoe, donde coincidí con grupos underground como
STORT y personalidades del audio como Evangelina, Agent B. y Wolf.

2. Mezcla soberana
Dado que los ordenadores ya procesaban sonidos desde hacía tiempo, el panorama
radiofónico de Ámsterdam comenzó hacia 1990 a conectar PCs a la red telefónica y
transmitir archivos mediante software de boletines electrónicos. La misión principal de
los nuevos medios quedó clara desde el principio: romper el sistema centralizado y
controlado de los mass media y fragmentarlo en un «paisaje de 1001 antenas
florecientes». Los radionautas de Ámsterdam abandonaron el concepto de audiencia y se
embarcaron alegres hacia su misión futurista en los confines del universo radiofónico.
Publiqué mis ideas sobre la teoría de la radio por primera vez en el ensayo «The
Theory of Mixing», aparecido originalmente en la revista Mediamatic.4 Aquel mismo año
se creó toda una recopilación de textos de radio, traducida al alemán y publicada bajo el
título Hör zu oder stirb!, el primer libro en el que figuró mi nombre. En estos ensayos
explicaba por qué el cut-up y el live-mix eran tan típicos del sonido de Ámsterdam. Estas
técnicas eran mucho más radicales que la forma de mezclar de los DJs en las discotecas.
Al contrario de la imperceptible transición de una pista a la siguiente y la intensificación
del sonido a través del pulso, la escuela de Ámsterdam de mezcla de radio resaltaba la
rasgadura, el scratching o el contraste forzado entre diferentes estilos: por ejemplo,
Giuseppe Verdi revuelto con la banda de punk Crass. El sonido de Ámsterdam pasaba por
la mezcla musical para el remix de flujos de información; su fortaleza estaba en el
«directo» y no en el equipamiento profesional de su enfoque periodístico.
Al contrario de la pista de CD, limitada temporalmente, los productores de radio libre
se toman tiempo. Así pues, los programas de noche no tenían final previsto. Los
mezcladores crean universos sonoros propios, que se expanden infinitamente hacia todas
las dimensiones y navegan a la deriva por un océano de tiempo sobrante. Las
exploraciones de panoramas radiofónicos radicales llevaron a Bilwet finalmente a la
teoría de los «medios soberanos», que ya no tratan de difundir la verdad o emitir mensajes
políticos con contrainformación.5 Sin pretender informar, educar o entretener, los medios
soberanos van en búsqueda de sus propias mónadas de emisión viajera, que merodean
alrededor de la larga cola de Chris Anderson, libres de toda audiencia o grupo objetivo.6
La debilidad por mezclar remite a la transición de unos medios alternativos que todavía
esperan ocupar un vacío en el repertorio existente hacia unos medios soberanos que se
han desvinculado completamente de su público potencial. Lejos del acceso a los medios y
la democratización, se pasa al terreno inexplorado de la libertad radiofónica.
A finales de los años noventa, el movimiento de las radios libres de Ámsterdam ya
había superado su cénit. Entre 1995 y 2001, los Países Bajos experimentaron el mayor

113
crecimiento económico en décadas, bajo una singular coalición «lila» de
socialdemócratas y liberal-conservadores. El país fue presa de reformas de mercado
neoliberales. Casualidad o no, aquel período marcó también el éxito comercial de
internet. El mercado inmobiliario holandés vivió un boom y el paro (juvenil) al fin se
redujo. Ello también significó obviamente que se hizo más difícil vivir
despreocupadamente a expensas del estado y que cada vez había menos casas libres. Un
estudio del investigador inglés Lynn Owens muestra el declive del movimiento okupa de
Ámsterdam en este tiempo después, en cuyo término también se echaron a la calle a las
tres radios libres.7 Sólo Radio Patapoe logró encontrar un nuevo hogar y volver a emitir,
pero con una señal mucho más débil.
No puede tildarse a los fanáticos radiofónicos de Ámsterdam de fetichistas
monomediáticos. Para ellos, la radio era una herramienta y no un medio de nostalgia. Ya
a finales de los años ochenta mantenían contactos con grupos hackers como Hacktic y se
intercambiaban archivos de audio a través de boletines informáticos. Más tarde, después
de lanzarse el programa Real Player en 1996, experimentaron con la combinación de
radio e internet y crearon posibilidades para escuchar radio online. Donde los usuarios
necesitaban al principio conexiones caras punto a punto, el software Real abrió la era del
«streaming». La cadena pública holandesa VRO estuvo entre las primeras que utilizaron
RealAudio. Uno de los primeros webcasts a través de radio en internet se realizó durante
el festival de medios tácticos Next Five Minutes 2 en enero de 1996, cuando un equipo
temporal de radio con participantes de Radio 100, Papatoe y De Vrije Keyser emitió en
directo desde el Paradiso y De Balie, en parte vía streaming a través de un servidor de
RealAudio. Josephine Bosma recuerda: «Utilizamos un servidor destinado expresamente
a ello, a través del cual se podía suministrar el streaming a un máximo de cinco oyentes
simultáneos.»
Con el apoyo de De Balie, xs4all y De Waag, esta tecnología también se utilizó para la
campaña de solidaridad con la emisora serbia B92, permitiendo que continuara emitiendo
a través de internet. En diciembre de 1996, el proveedor de Belgrado OpenNet tomó
medidas preventivas, con la ayuda de xs4all, por si Miloševi desconectaba las emisiones
terrestres. La campaña global Help B92 alcanzó su punto álgido durante la guerra de
Kosovo y los bombardeos de Serbia por la OTAN, entre marzo y junio de 1999. Help
B92 tenía su central de operaciones global en la buhardilla de De Balie. Un centro de
emisiones en el edificio de De Waag en el Nieuwmarkt emitía los datos de Belgrado por
el aire de Ámsterdam. En aquel tiempo, la mayoría de ordenadores todavía no podían
recibir streamings, pues las conexiones con módem de 14,4 kb eran lentas e inestables.
No fue hasta principios de 2000 que llegaron el ADSL y ordenadores más rápidos. Otro
impedimento era la capacidad limitada de los llamados servidores de streaming: si una
emisora online podía servir a algunos centenares de oyentes, ya era algo extraordinario.
B92 fue efectivamente cerrada varias veces por Miloševi , pero a través de internet se
logró seguir emitiendo la señal dentro y fuera de Serbia.

3. La desaparición de las ondas de radio libre


El fin simbólico de la radio libre en Ámsterdam coincidió con la muerta del técnico
Rob van Limburg en julio de 2003. Según el conocedor Mauzz, este todoterreno era

114
prácticamente el único capaz de subirse, sin sufrir vértigo, a las frágiles antenas de las
emisoras tanto legales como ilegales para colocarlas, repararlas o sustituirlas. En aquel
tiempo, Radio 100 perdió su frecuencia a raíz de una reestructuración del dial, y De Vrije
Keyser la perdió incluso dos veces. Más tarde, la antena de Radio 100 cayó víctima de un
temporal. De Vrije Keyser corrió una suerte similar, cuando la emisora privada 100% NL
se quedó con la nueva frecuencia que había acabado de escoger, causando interferencias,
pese a que las radios libres de Ámsterdam se habían mantenido fieles a su principio de
nunca interferir en la frecuencia de otra emisora. Las consecuencias de que las otras
emisoras no compartieran los mismos valores, además de la falta de capacidades técnicas
propias, fueron fatales. Dice Mauzz: «La antena tiene que ajustarse de nuevo para cada
nueva frecuencia, y al parecer, nadie en el grupo de voluntarios, cada vez más reducido,
tenía el conocimiento y el valor de realizar este número arriesgado, además de tantas otras
privaciones.» La desaparición de esta cultura radiofónica única también coincidió con el
auge del populismo de derechas en Holanda a consecuencia del 11-S, junto con las
muertes violentas del político Pim Fortuyn y del cineasta Theo van Gogh, así como el
surgimiento de los políticos antiislam y antiintegración Rita Verdonk, Ayaan Hirsi Ali y
Geert Wilders.
En 2010, la música se había convertido en un comercio de ocio, perdiendo todos los
vínculos con la contracultura. El ambiente era de nostalgia, no sólo de todo tipo de
música de los 50 años anteriores, sino también del auténtico sonido de vinilo y otras
experiencias equivalentes. ¿Ha llegado el momento del renacimiento de la radio libre?
François Laureys, que participó activamente en De Vrije Keyser y Radio 100 y hoy
trabaja por el IICD, una organización de desarrollo que pone en práctica proyectos
informáticos en África, no cree que se produzca otro movimiento colectivo, a pesar de
que muchas personas creativas utilicen el audio y la radio como medio de expresión.
«Entonces, a principios de los años ochenta, la propia escasez de medios de comunicación
nos obligaba a colaborar y organizarnos. Las emisoras de Ámsterdam que no se juntaron
con WHS, Rabotnik, DFM, Radio Got y RVZ para formar Radio 100 fueron perseguidas
sin piedad por las fuerzas policiales.»
Hoy, cualquiera puede producir podcasts e iniciar su propia radio web casi sin
presupuesto. Pero para formar una comunidad hacen falta puntos de encuentro, como un
estudio, una oficina o un café. La ex productora de Patapoe y crítica de arte en red
Josephine Bosma coincide:
«Cuando cerró Proeflokaal Marconi, que más tarde se convertiría en Tesla, también desapareció un
punto de encuentro para productores y oyentes de radio libre, un lugar que creaba un vínculo. De
repente, la radio volvía a ser invisible y había perdido la conexión directa con el público. Cuando la
radio por cable se volvió en algo normal, antes de la radio en internet y MP3, la gente se olvidó de
cómo encontrar una emisora en el dial. Para el ciudadano medio es difícil entender que el cable o la
digitalización generan un paisaje de medios totalmente diferente. Sin la desaparición de la conexión
física con el público, los cambios tecnológicos no habrían tenido un impacto tan drástico en la
situación.»

Lo mismo puede afirmarse de las locas noches de domingo que tenían lugar a
principios de los años noventa en el Bar de Patapoe, en una casa okupada cerca del
Zeedijk. Eran precisamente estos acontecimientos que mantuvieron cohesionada a Radio
Patapoe.
El mundo de la radio libre no es muy nostálgico por naturaleza. Todos producimos para

115
el Archivo Universal. Aun así, a nadie se le escapa que la pasión de la mezcla loca en
vivo y del charlar sin orden ni concierto en el exiguo dial libre se ha trasladado ahora a las
inmensas posibilidades de distribución global de internet y los rituales de conexión social
en redes que lo acompañan. La cultura radiofónica libre de Ámsterdam constituyó en
1989 un asunto local radical: un regalo unilateral a los habitantes de la ciudad siguiendo
el espíritu de Jean Baudrillard, sin esperar nada a cambio. Sonidos dorados para la gran
nada, que nadie ha solicitado. Lo que queda es una caja con cintas de audio y un
archivador con ficheros digitales. Pero eso no importa, pues la radio es igualmente un
medio perecedero y transitorio. Dice Josephine Bosma:
«¿Qué ha quedado? A consecuencia del auge de los medios digitales, la radio se ha convertido en una
experiencia más individual. No uso adrede la palabra fragmentada, porque la considero demasiado
negativa y demasiado orientada hacia las estructuras de poder tradicionales y la lucha contra éstas. En
el panorama de Ámsterdam, hacer radio siempre fue algo muy individualista y liberal. El motivo por
el que no me gusta hablar de una experiencia fragmentada es que para mí, en la radio no se trata de
llegar a todo el mundo o movilizar a grandes masas con la voz propia. Se trata de un ‹panorama
mediático› que contiene y mantiene una estructura multiforme. En este sentido, nada ha cambiado. El
público no ha crecido actualmente, sino que está más disperso. Sólo tenemos que estar atentos a que
se quede y también a que se generen nuevos ‹productores de radio› y ‹audiencias›.»8

Para Bosma, hacer radio era –de modo similar al arte– antes expresivo que
comunicativo. Esta tendencia hacia la expresión perdura, especialmente en Radio
Patapoe, que todavía se sigue emitiendo, si bien con una difusión menor que antes y
adicionalmente con streaming en directo en internet. Según Bosma:
«No les importa en absoluto que tengan algunos oyentes menos; siguen igual que antes.
Patapoe continúa haciendo el mismo tipo de programa, y no sólo porque no se les ocurre
nada más, sino porque es la manera como siempre han hecho radio: como diario o como
arte. Veo ahora la situación antigua (con gran difusión y una audiencia mayor) como una
especie de recopilación de ‹blogs radiofónicos› avanzados a su época, un portal en el
sentido auténtico del término.»9

4. Radio de campamento online


El caso de la emisora De Vrije Keyser, impulsada por activistas políticos, es
diferente.10 Escribe Mauzz: «De Vrije Keyser era ante todo una fuente alternativa de
información para activistas y el movimiento okupa. Este trabajo fue continuado en
internet por sitios web como squat.net, kraken-post.nl, kraakforum.tk y sobre todo
Indymedia.nl.» Según el productor de radio Lizet, que colabora con De Vrije Keyser
desde 1986, las posibilidades de producir programas de radio incluso han mejorado.
«Desde que existe internet, ya no hace falta trabajar como colectivo. Y esporádicamente
también salen proyectos de radio en FM u OM, de carácter diverso y a menudo sólo para
un público reducido, como Radio Rietveld.»11 Lizet hace referencia a otra tendencia:
salir del estudio y hacer programas en directo in situ, por ejemplo en el festival anarquista
anual Pinksterlanddagen.
«Otros colectivos mediáticos trabajan así, como Mobile Radio, Ascii y squat.net, así como grupos
formados espontáneamente de jóvenes productores de radio de todo el país, que inundan el dial con

116
informaciones, música y paisajes sonoros. Utilizan tanto la radio como internet, informando en
directo o a demanda. Los programas de radio tenían el carácter de resumen del día.»

Bosma ve una continuación del trabajo de De Vrije Keyser en M2M (Migrant to


Migrant) Radio, un proyecto de «medios tácticos» surgido de las protestas posteriores al
incendio en la zona de internamiento del aeropuerto de Ámsterdam Schiphol, en la que
perecieron once inmigrantes a punto de ser expulsados. M2M utiliza el servidor de
Streamtime.org, que en 2004 también había sido usado para emitir programas desde Irak,
transmitiendo un stream en directo desde el museo de Halabja. M2M es el ejemplo
perfecto de un medio soberano, si bien con un enfoque de contexto situacional. Los
programas constan de jam sessions (en vivo). M2M comenzó como iniciativa de
«narrowcasting», pensada para unir a los supervivientes del desastre de Schiphol. El
productor de radio Jo van der Spek lo llama «radio de campamento».
«El lema es: “el alimento es el programa”. El formato de entrevista estática forma parte del pasado.
Lo único que cuenta es la conversación, el diálogo y la cacofonía. M2M explora inequívocamente los
límites de lo que todavía se puede denominar radio. Sus programas podrían describirse más bien
como una especie de monitorización: escuchamos momentos concretos, mientras el grabador
funciona y el streaming en directo está activado.»

Pero ¿debe emitirse eso en internet? ¿Qué pretendemos con estas conversaciones
informales? El medio paternal, orientado estrictamente al oído sumiso y controlado
férreamente por el gobierno y el partido, se inmiscuye en la vida cotidiana. Afirma van
der Spek: «El punto fuerte del streaming en directo es que visualiza entornos íntimos que
se transmiten a todo el mundo.»
Para los talleres de M2M no se necesita equipamiento de radio alguno. Dice van der
Spek:
«Las personas llevan un grabador en el bolsillo, por ejemplo su teléfono móvil. No hacen falta más
inversiones. Lo que importa es la capacidad de utilizarlos. Con la mayoría de teléfonos móviles es
posible realizar grabaciones en los entornos más extraños, no importa donde uno se encuentre.
Solamente hay que descubrir las posibilidades que brinda el hardware que uno lleva consigo. Por
ejemplo, una vez grabé como fui detenido. Fue en el centro comercial de Schiphol. Y ahora, las
personas pueden escucharlo en sus móviles como archivo para descargar.»

Para M2M, el material básico no consiste en música, sino en el lenguaje hablado en los
confines cosmopolitas y multilingües. Los grabadores de MP3 en formato bolsillo que
pueden llevarse a todas partes sirven como equipo de documentación. O bien escuchamos
a inmigrantes detenidos que llaman desde sus móviles. M2M se hace cargo de los gastos
de telefonía y emite desde lugares públicos de la ciudad. En el centro de artistas Het
Blauwe Huis, en el nuevo barrio artificial de Ijburg, se creó por ejemplo un radio café los
viernes por la noche, que más tarde tuvo continuidad en la Wereldhuis en la Nieuwe
Herengracht; entre tanto, también tuvo lugar en Scub, un punto de encuentro temporal de
moda cerca de la estación central de Ámsterdam.

5. La radio pirata se globaliza

La desaparición de puntos de encuentro y la falta de grandes eventos radiofónicos


acarrean otro gran problema: el conocimiento de las técnicas radiofónicas deja de

117
transmitirse. A este respecto, dice Bosma:
«Cada vez menos personas son conscientes de lo fácil que es producir radio o paisajes sonoros, y ello
significa menos jóvenes talentos y menos innovación. La modernización se ha trasladado a otros
ámbitos, por ejemplo a la danza y el tecno. Allí, ahora se experimenta con tecnología y sonido. El
panorama radiofónico de Ámsterdam siempre ha mantenido un fuerte vínculo con la música
alternativa y sellos como Staalplaat. Actualmente, la plataforma de música y nuevos medios Worm
realiza un programa en Patapoe. Pero en este mundillo apenas existe interés por la palabra hablada, ya
sea en relación al periodismo o a la literatura. Eso queremos cambiarlo.»

A juzgar por los correos de fans enviados a Patapoe, todavía existe público, pero ahora
está disperso por todo el mundo y se ha convertido en una audiencia nicho. No se
desarrolla en torno a una tecnología que puede adaptarse una y otra vez. En tiempos de
las antiguas represiones existía el casete, que pasaba de mano en mano (su equivalente
actual serían las recopilaciones de podcasts y MP3 en un lápiz USB). Pero si, por un lado,
existe espacio disponible en masa, lo que hoy falta es la comunidad. Bosma hace varias
propuestas para cambiar esta situación: «Grandes encuentros, eventos apasionantes, hacer
radio como parte del currículum escolar, todo ello es posible. Pero sólo podrá tener éxito
si también inspira de verdad. Necesitamos una nueva filosofía radiofónica. No tengo
intención de hacer proselitismo de la radio como fin en sí mismo, aislada de los demás
medios. Eso está superado.» En unos tiempos en los que los movimientos sociales
retroceden, existen cada vez menos manifestaciones y tiene lugar un desplazamiento
hacia formas organizativas virtuales, a la radio, que ahora forma parte de los «medios
menores», le cuesta reinventarse. Las personas ya no están sentadas en el sofá para
escuchar la radio o ver la televisión, sino que tuitean y hacen multitareas. Los medios son
móviles y están en conexión mutua permanente. Esta nueva situación debe reflejarse si se
quiere desarrollar una comunidad activa de productores y oyentes de radio. Según Anja
Kanngieser, investigadora y productora de radio australiana residente en Londres, una
filosofía de la radio debe estudiar hoy las geografías radiofónicas y los nuevos espacios y
lugares relacionales en los que se hace radio.
«Cómo lo hacemos, con quién lo hacemos y también las nuevas geografías sonoras que se forman,
todo ello tiene que ver con cómo y dónde oímos. Ello representa una reconfiguración tanto política
como social, pues cuestiona nuestra idea de las relaciones en las que se basa el papel de la radio como
medio comunicativo y afectivo. También supone una reconfiguración de las interfaces entre
imaginaciones y deseos alrededor de la radio como forma y de las tecnologías y formas organizativas
materiales de la emisión, streaming y podcast: interfaces decisivas para la comprensión de los flujos
de la producción radiofónica casera.»12

El grupo DFM (DeForMation) ocupa en el panorama radiofónico de Ámsterdam una


posición especial. En el diario holandés Trouw, el crítico musical y DJ Stan Rijven
escribe:
«No sólo fue una de las primeras emisoras de radio web en los Países Bajos, sino que también es el
único sucesor del panorama radiofónico alternativo, muy potente en los años ochenta. DFM devuelve
la fuerza de lo que puede ser la radio: teatro ilusorio para los oídos. Exactamente lo que nuestras
emisoras públicas dejaron de hacer hace años.»13

Toek, que ya hizo radio a principios de los años noventa, es la fuerza impulsora de
DFM. Después de haber trabajado durante muchos años en Radio 100, convirtió la página
web de DFM en una plataforma global para oyentes y productores sonoros que durante

118
los webcasts están conectados a través de una sala de chat. La comunidad aporta
regularmente pequeñas cantidades de dinero para mantener la independencia (económica)
del proyecto. Las subvenciones y el negocio quedan fuera.
Mauzz señala que las emisiones tradicionales en FM aún no han desaparecido del todo.
«Se olvida fácilmente que en la parte occidental de los Países Bajos, existe otra emisora activa
además de Patapoe: Dance Radio 992, que emite irregularmente en la frecuencia 99.2 de FM (justo al
lado de la frecuencia 99.3, que Radio 100 tuvo que abandonar después de que SALTO se quedara con
la frecuencia 99.4 a raíz de la redistribución del dial para cadenas privadas). Chateo asiduamente con
la gente que saca adelante esta emisora. No son comerciales, es pura pasión. Utilizan la técnica más
inteligente, por ejemplo ‹transmisores de usar y tirar› chinos con los que emiten desde lugares tan
raros como una torre de alta tensión en medio del IJ [un río interior de Ámsterdam]. El estudio
retransmite la señal sin riesgo alguno a través de internet. Los transmisores pueden activarse y
desactivarse a distancia.»14

Mauzz ha descubierto un nicho en el que la radio puede recomenzar de cero: el entorno


de internet en 3D de Second Life (SL):
«Personas y colectivos de los que nunca lo hubiera esperado emiten con entusiasmo streams de MP3
en directo desde su casa, café o fiesta a un grupo con el que comparten un espacio virtual en Second
Life. Cada zona en Second Life puede tener su propio stream en MP3. Además, pueden adquirirse
‹reproductores de radio› virtuales, en los que se puede escuchar un sinfín de emisoras y guardar las
cadenas preferidas. Incluso existen receptores de radio gratis de fuente abierta, y los usuarios se
enseñan mutuamente a emitir radio en streaming. El directo es decisivo. Lo que cuenta es la
experiencia común y la interacción entre los oyentes, DJs y otros productores de radio. La interacción
en SL no sólo es verbal, sino también no verbal y visual.»

Así, por ejemplo, DFM es muy activa en Second Life. Mauzz, que también es artista de
medios, ha explorado Second Life durante dos años y medio, coleccionando numerosos
streams en directo no comerciales.
«Existen varias empresas de servidores de streaming en MP3, en las que los usuarios pueden pagar
las capacidades de almacenaje alquiladas en dólares Linden. Se han formado nuevos grupos
musicales, cuyos miembros están esparcidos por todo el mundo, como el grupo de versiones Virtual
Live Band y la orquesta experimental de avatares Metaverse, con la que he colaborado algunas veces.
Desarrollan por ejemplo instrumentos 3D virtuales, que pueden utilizar, tanto ellos como el público
virtual, en jam sessions en vivo.»15

Second Life es también una plataforma para activistas como Second Life Left Unity,
cuyos eventos virtuales giran en torno a problemas actuales del mundo. Durante el
festival maratón virtual Teknival, que contó con numerosas visitas, los DJs pusieron
música tecno alternativa durante 66 horas en seis diferentes escenarios, aprovechando al
mismo tiempo el evento para llamar la atención del problema de Palestina.
Todas estas actividades no son sólo una evolución de la radio como medio. Estas
tecnopolíticas de abajo hacia arriba también se deben a la evolución del hardware, el
software, la banda ancha y la caída drástica de las tarifas de telecomunicaciones, que nos
han permitido dar el paso de la era de la mezcla de audio a la era de la mezcla de medios.
Para Jo van der Spek, la radio es al fin y al cabo todo lo que se hace con audio en una
situación en directo. La radio anima a interferencias insospechadas en el flujo habitual de
música e información.
De manera sorprendente, algunos híbridos tecnológicos todavía no se han explorado,
en especial el uso de Skype y otros servicios gratuitos de telefonía online. Con Skype

119
como servicio gratis, los oyentes podrían realizar aportaciones propias a los programas.
Podría crearse una red de corresponsales vía Skype y llevar a cabo conferencias
telefónicas mundiales entre cuatro o cinco lugares diferentes, una configuración que
podría denominarse microrradio de muchos a muchos. Esta señal puede difundirse como
streaming en directo, o también en formato clásico a través del dial. Pocos saben que el
primer servicio audio de Linden Lab (el operador de Second Life) es el segundo mayor de
su categoría. También va siendo hora de actualizar nuestra idea de la telefonía colectiva.
Los smartphones también se denominan equipamiento «testimonio», por la cámara que
llevan incorporada, cuyas imágenes y vídeos pueden cargarse en Flickr y YouTube. Sólo
hay que imaginar las posibilidades tácticas que brindan los smartphones en combinación
con la radio libre. Finalmente, también podremos ocupar las frecuencias abandonadas de
FM y AM. Todavía no hemos llegado a este punto, y quién sabe si la radio digital pasará
a ser dominante y cuando, y qué vendrá después. Pero todavía queda por descubrir un
amplio abanico inexplorado, una vez las tecnologías hayan caído en el olvido. Sintonice y
hasta pronto.
1 http://www.vrijekeyser.nl/
2 Dick Rijken, «Radio is dood, lang leve audio» (La radio ha muerto, viva el audio). «¿Por qué hablamos de radio, cuando en realidad ni es radio?» En lugar
de subordinar el podcast a un término (amplio) de radio, Dick Rijken define al podcast como audio inteligente. «El oyente puede escoger el programa que
desea y escucharlo cuándo y dónde le plazca.» http://www.denieuwereporter.nl/2006/06/radio-is-dood-lang-leve-audio/ (en holandés).
3 El año decisivo de 1987, en el que el movimiento okupa de Ámsterdam se desintegró dramáticamente, está descrito en el Capítulo 8 de Agentur Bilwet,
Bewegungslehre, Berlín: Edition ID-Archiv, 1991.
4 http://www.mediamatic.net/page/5750/nl
5 Las primeras referencias a las prácticas radiofónicas como medios soberanos se encuentran en la doctrina de movimiento de Agentur Bilwet. Eric
Kluitenberg trata este tema a fondo en el capítulo «Media Without an Audience» de su libro Delusive Spaces, INC/NAi, Rotterdam, 2008. Para más detalles
sobre la transición de la radio al streaming, ver también el capítulo «Principles of Streaming Sovereignty», en: Geert Lovink, My First Recession, V2/NAi,
2003.
6 El núcleo de la teoría de Chris Anderson es que las numerosas pequeñas empresas y los diferentes productores con baja facturación son aun así de gran
importancia económica, también en comparación con los gigantes mediáticos. http://www.thelongtail.com/
7 Lynn Owens, Cracking under Pressure, Amsterdam University Press, 2008.
8 Extraído de una entrevista por correo electrónico realizada en septiembre de 2009 para este ensayo.
9 Íbid.
10 http://www.vrijekeyser.nl/
11 http://www.myspace.com/rietveldradio. Ver también el ejemplo de la iniciativa Oltranszista de 2007, que se considera una emisora de radio temporal
alternativa: «Hemos organizado un pequeño estudio de medios, transmitimos informaciones de cómo hacer una radio propia con software libre y hardware
reciclado barato, queremos contribuir a situaciones interesantes y crear el gradiente para emitirlas al cielo.» http://www.radioltranzista.net/
12 Correspondencia por correo electrónico con Anja Kanngieser, 24 de enero de 2011.
13 Stan Rijven, «DFM brengt avontuur terug in de digitale ether» («DFM devuelve la aventura al dial digital»), Trouw, 12 de septiembre de 2009. Para más
información acerca del streaming 24/7 de DFM, ver http://www.dfm.nl.
14 Ver las imágenes en su página web: http://danceradio992.cz
15 http://www.avatarorchestra.org

120
8
Estética del vídeo online o el arte de ver
bases de datos

El retorno de carro automático de la máquina de escribir, los coches con cierre


centralizado: estas son las cosas que cuentan. El resto sólo es teoría y literatura.
Jean Baudrillard

Ya no miramos películas o televisión; miramos bases de datos.1 En lugar de seguir


programas predeterminados, buscamos en una lista tras otra y llegamos a los límites de
nuestras capacidades mentales. ¿Qué término de búsqueda genera los mejores resultados
en YouTube? ¿Cuál era el título? ¿Sabe alguien el nombre del director? ¿Recuerdas el
nombre del grupo? ¿En qué categoría estaba? ¿La referencia estaba en uno de los blogs?
¿Quién sabe la URL? ¿Estaba eso bajo animales domésticos o entretenimiento? Este es el
«giro de las bases de datos». Hemos escapado a la benevolencia de críticos
malhumorados y al monocultivo de los múltiplex. Bienvenidos a la cultura snack de
prosumidores multitarea: mírate el clip y sigue.
Hasta la fecha no ha quedado del todo claro qué significa mirar bases de datos.
Estamos contentos por integrar a YouTube en nuestra ajetreada vida diaria, ignorando las
consecuencias de estar frente al ordenador las 24 horas del día. Ya es un rasgo cultural
llevar la televisión a todas partes y ver rápidamente un clip mientras esperamos el
autobús. ¿Qué significa que nuestra atención esté dirigida por sistemas de bases de datos?
¿Buscar es realmente más importante que encontrar? ¿Por qué se ha convertido la
posibilidad de búsqueda en un principio organizativo tan fundamental? ¿Por qué
convertimos las relaciones personales en bases de datos relacionales? ¿Quién nos llevará
a los términos que generan resultados interesantes? ¿Estamos realmente dialogando con la
máquina? ¿Obtenemos respuesta por vía democrática a nuestras preguntas, como a
menudo se insinúa, o están por detrás redactores que recomiendan «los vídeos más
vistos»? Todavía estamos a años luz de una conciencia cultural de cómo funcionan los
algoritmos. El carácter tecnológico del proceso de búsqueda también merece mayor
atención, ya que la caza de y entre imágenes en movimiento es tan importante como la
captación de resultados de búsqueda.
Debemos investigar el sinfín de smartphones, notebooks, portátiles, pantallas LCD en
coches, monitores de techo, reproductores de vídeo portátiles, televisores y PCs de
bolsillo que nos permiten producir y consumir al mismo tiempo imágenes en movimiento,
no importa dónde nos encontremos. El artista italiano Albert Figurt lo demuestra en su
brillante vídeo Notre-Cam de Paris.2 Los turistas se mueven por la catedral parisina de
Notre Dame, grabando y fotografiando. El vídeo observa con gran exactitud a los
aficionados en sus imágenes, sus cuerpos que se adaptan a la cámara: cómo mueven y
estiran los brazos para acercar o volver a alejar el zoom de las esculturas o vitrales que
desean inmortalizar. Figurt no sólo plasma la producción en masa de material visual, sino

121
también el estatus de la imagen como extensión tecnológica flexible del cuerpo y el
carácter compulsivo de la producción de imágenes turísticas. Más allá de la frecuente
crítica moralista del fetichismo de gadgets y de la alabanza de la visión desvinculada de la
técnica, debemos desarrollar y afinar nuestro «arte del ver» (John Berger) y nuestros
métodos para describir la composición de nuestra cultura contemporánea.

1. Después del fin de las Grandes Narraciones


«Un niño bailante» en YouTube estuvo enzarzado en una disputa jurídica con la
estrella de pop Prince y una de las mayores discográficas del mundo. Stephanie Lenz
había grabado un vídeo de su hijo pequeño que se movía al ritmo del hit «Let’s Go
Crazy» de Prince de 1980. En el vídeo, el pequeño corre por la cocina mientras suena la
canción en segundo plano. Lenz cargó el vídeo en YouTube, «para que lo pudieran ver
familiares y amigos».3
Así se leía en una noticia. Lo sorprendente de todo no es la disputa por el copyright,
sino que tengamos conocimiento de este pseudohecho. ¿Por qué nos preocupan las
grabaciones de tales banalidades? No planteo esta pregunta desde la arrogancia o el
rechazo, sino porque afecta a nuestro propio ser online: ¿por qué tenía que verlo? ¿Cómo
he llegado aquí? ¿Qué es la serendipidad ontológica?
Los comentarios sobre YouTube en los viejos medios raramente van más allá de la
queja sobre el ocaso de Occidente en general y los derechos de autor en particular. Los
pesimistas culturales están de acuerdo en su denuncia del fin de la Gran Narración. No
sólo leemos pocos libros o ninguno, sino que ahora resulta que vemos demasiado pocas
películas y televisión. Al igual que los niños pequeños, somos incapaces de estar sentados
quietos y escuchar atentamente, mientras papá cine nos cuenta una historia. Todavía antes
de terminar la película, ya hemos tuiteado nuestro juicio de valor. La «neurosis moderna»
freudiana se presenta como atención dispersa en el ciberespacio. En lugar de observar y
escuchar con atención, sólo hay multitasking desconcentrado. Apenas nos sentamos ante
el ordenador, ya nos asalta el TDAH. Si vemos videoclips online con una duración media
de dos minutos y medio, nos movemos inquietos, canturreamos y fingimos tocar la
guitarra. Nos comportamos como niños hiperactivos a quienes se presta demasiado poca
atención, y si algo no nos gusta, enseguida surgen las quejas o, como dicen los psicólogos
que han analizado el comportamiento online, dirigimos inmediatamente nuestra atención
a otra cosa.
El presentador de la NBC Brian Williams dijo una vez:
«Si todos miramos los gatos cómo se quedan colgados de la cisterna del wáter, ¿qué dejamos de leer
mientras tanto? ¿Qué grandes autores nos perdemos? ¿Qué historia extraordinaria ignoramos? Es la
sociedad, es la cultura, no puedo cambiarlo. Al igual que cualquiera, puedo perder el tiempo durante
una hora en YouTube o con Paris Hilton; no hay problema. ¿Y qué he ignorado durante todo este
tiempo, que hace diez años sí habría consumido?»4

¿Qué puede hacerse si lo cotidiano se convierte en canónico? Debemos tomarnos en


serio la visualización de bases de datos, pero no podemos ningunearla como «consumo de
videoclips». Guste o no, ver vídeos online es a lo que la gente dedica su tiempo. En 2010,
cada usuario pasaba un promedio de 15 minutos en las páginas de YouTube. Actualmente

122
se cargan en el servidor 35 horas de material nuevo cada minuto. La interfaz hace que no
paremos, la retahíla de clips no tiene fin. Dejarse guiar por una base de datos con
ramificaciones interminables es la constante cultural de principios del siglo XXI. El viaje
de ensueño online no puede acabar. La brevedad de tantos vídeos online no quita nada a
este salto continuo. Su brevedad se adecúa a la perfección al escaso nivel de
concentración que las personas dedican al producto mediático medio. ¿Para qué mirar
algo si ya conocemos el mensaje de antemano? Podrían concentrarse horas de material en
unos pocos minutos, y el observador podría pasar años descifrando su sentido más
profundo. La divisa es: el tiempo es el mensaje. Como escribe Maurizio Lazzarato en su
Videophilosophie, «las máquinas de la tecnología de vídeo y digital cristalizan –al igual
que el espíritu– el tiempo.»5 Con los vídeos online consumimos nuestra propia falta de
tiempo. Diviértanse descodificando las imágenes; lo que pasa es que en realidad, nadie
llega a hacerlo. Sólo seguimos igual y olvidamos hacer clic en «borrar historial».
Después de cinco años de YouTube somos testigos del necesario paso a la centralidad
de la oferta. Tanto los líderes de opinión como las elites culturales se han adaptado con
rapidez asombrosa a las videotecas online con sus millones de minifilmes; la
documentabilidad total de todas las situaciones ha penetrado hasta los rincones más
íntimos y remotos a los que la cámara puede llegar. En nuestra cultura de «no importa
qué», ya nada parece sorprendernos. Las alucinantes estadísticas del hipercrecimiento ya
no nos impresionan. Las enormes cantidades de usuarios ya no tienen nada que ver con la
relevancia, ni tampoco conducen automáticamente a una investigación debidamente
financiada o a una práctica crítica del arte. Las constantes revoluciones tecnológicas
tienen el potencial de aturdirnos. ASA: aburrimiento – sorpresa – aburrimiento. En lugar
de una explosión de la fuerza imaginativa radical, asistimos a la decepción digital: quizá
sea este el motivo por el que los inicios de la teoría online son poco espectaculares.
¿Estará condenado el estudio de vídeos online, al igual que la mayoría de temas
relacionados con los nuevos medios, a mantenerse como actividad nicho, o experimentará
un salto cualitativo conceptual, correspondiente a los miles de millones de clips
visualizados a diario? La mala calidad de los vídeos de YouTube más vistos se debe con
toda seguridad a que dicha plataforma no es precisamente una incubadora de estéticas
innovadoras, y de momento, tampoco se ha producido el cambio dialéctico de cantidad a
calidad. Va siendo tiempo de dejar atrás un «reality video» a nivel de cámara oculta de
telebasura y explorar nuevas formas inéditas de una cultura visual dialógica.

2. Proactividad y visionado social


Aunque la imagen en movimiento existe en internet desde 1997 gracias al formato
propietario RealVideo, las pequeñas pantallas de vídeo no pasaron a ser un fenómeno
habitual para los usuarios hasta 2005 o 2006. El secreto del éxito de YouTube está en la
pura suerte de implementar una idea exactamente bajo las circunstancias ideales. En 2005
resurgieron las start-ups de internet, creció el número de usuarios con acceso de banda
ancha, y la conexión entre reproductores de vídeo preinstalados en los navegadores y una
actitud liberal hacia el «compartir» (léase infracción de copyright de contenidos
televisivos) hicieron que YouTube alcanzara rápidamente una masa crítica tanto de
contenidos como de usuarios. Hubo un punto de inflexión, a partir del cual el

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hipercrecimiento fue imparable. Google compró YouTube en otoño de 2006 por 1.650
millones de dólares en acciones. La mayor atención fue acaparada en los primeros años
de la investigación de vídeo online por la apreciación acrítica de Henry Jenkins de la
«cultura participativa» y el culto a los productores amateurs. Pese a la crítica de Sunstein,
Keen y Lanier, el enfoque académico de los estudios culturales está dominado por la
lógica del contenido amateur «más visto». En lugar de formular juicios pesimistas contra
la verborrea optimista mercadotécnica, deberíamos analizar nosotros mismos con lupa la
desordenada realidad online dirigida por grandes multinacionales. A principios de los
años setenta, Jean Baudrillard definió los mass media como «discurso sin respuesta». Hoy
en día, los mensajes sólo existen si los escupen los buscadores, se tuitean con URLs
abreviadas, se transmiten por correo electrónico o RSS, se aceptan cual oveja con un «me
gusta» en Facebook, se recomiendan en Digg y –no lo olvidemos– se comentan en la
propia página. Los medios sin respuesta son hoy impensables.
Puesto que la fase de entretenimiento como distracción ha terminado, nos dispersamos
literal y figuradamente por la red. El deseo de la generación cinéma vérité de una cámara
como bolígrafo se ha cumplido: miles de millones garabatean con deleite sin ton ni son.
Los vídeos más apreciados de YouTube, con su limitada capacidad de entretenimiento, ya
no son una basura cualquiera o una distracción de algo más importante o de algún modo
más real: tocan la esencia de internet, tienen lo que John Hartley llama «función de
bardo»: ¡toca el arpa y canta!6 El núcleo del proyecto de YouTube está en este gesto de
invitación. Aunque menos de un uno por ciento de los usuarios realmente siguen el lema
de YouTube «Broadcast Yourself!» –la mayoría comparte material ya existente–, internet
actúa como espejo, y apenas logramos evitar reconocer el sutil juego con el afecto.
YouTube es un servicio de hospitalidad que nos transmite la energía para la
autoexpresión y el calor de saber que existimos y que al menos importamos a alguien.
Esta capa adicional del visionado social marca la diferencia frente a la era del cine y la
televisión. Investigar vídeos online significa analizar este aspecto íntimo del afecto: no se
trata de teorías de un recauchutado comercial, recurrente en la retórica muy difundida
sobre el tema de la remediación. Lo social es el elemento clave constitutivo de la práctica
contemporánea de vídeo y no un ruido de fondo más bien casual del contenido
audiovisual.
Mientras observamos material de YouTube, todas las demás ventanas suelen estar
abiertas. Uno estará en un chat o en Skype, enviará un correo o leerá un blog; otro
tuiteará, jugará o telefoneará. Los estudios culturales constataron hace tiempo que
soñamos de ojos abiertos al ver películas y fregar platos o que telefoneamos con amigos
mientras la televisión está en marcha; sólo existe atención absoluta en la residencia de
ancianos. Esta idea fue adoptada hace ya tiempo por la arquitectura de los vídeos online,
basada cada vez más en sistemas de recomendación situados en algún lugar fuera del
ámbito de las redes sociales. Mientras consultamos la última actualización del estado de
Facebook, a la izquierda se reproduce un clip que «gusta» a un amigo, mientras los
«vídeos relacionados» del mismo cargador están a la derecha. La interfaz informática
funciona según el método de «más de lo mismo». La programación antagónica o
dialéctica todavía parece estar muy lejos. De modo similar a otras redes sociales, los sitios
de vídeos online también presuponen que sentimos un anhelo incestuoso de ser
exactamente como nuestros amigos. El hecho esencial de la posmodernidad –buscar la
diferencia y no la similitud– (todavía) no ha acabado de convencer a los emprendedores

124
de la web 2.0.
La máxima implementada en el código reza: quiero ver lo que tú ves. ¿Qué ven mis
amigos? ¿Cuáles son sus favoritos? Vamos a clicar a través de tus listados. ¡Mira este
canal! El navegar asociativo y dirigido por búsqueda está pasado de moda. Quien busca
profundidad va por mal camino. Los muchos programas abiertos indican ocupación
intensa, y en ningún caso una juventud perdida. Hoy, el multitasking es la esencia y no un
efecto no deseado de la experiencia mediática. En lugar de movernos desde y hacia
diferentes experiencias visuales como el cine o el ordenador de sobremesa, vemos
películas en el metro, el coche o el avión para matar el tiempo o intensificar nuestro día a
día. La movilización general de la cultura visual, pronosticada hace años, finalmente se ha
alcanzado. Con la difusión de teléfonos con pantalla incorporada y reproductores MP4, el
complejo de cine, vídeo y televisión se mueve con nosotros y se convierte en parte
integrante de nuestra propia intimidad. Llevamos los soportes de imágenes en nuestros
bolsillos, junto al cuerpo, y los sostenemos directamente frente a la cara al visualizarlos.
La intensidad de la observación solitaria, de camino, en la cama, en la cocina o frente a la
pantalla de plasma del home cinema define la experiencia de vídeo online.
En sentido macroeconómico, el vídeo online como medio, con sus millones de
películas visionadas cada día, es toda una mina de datos de usuario para Google,
propietaria de YouTube. ¿Qué vale tu economía de la «asociación»? ¿Sé realmente por
qué cierro un clip con un clic para pasar al siguiente? Si no, siempre puedo volver a la
línea de tiempo de mi propio historial de YouTube. Podemos encontrarlo todo, pero al
final, sabremos sobre todo más acerca de nosotros mismos. En algún momento,
acabaremos cansados de tanto estudiante universitario americano superexperto en medios
y su gusto de rock adocenado y saldremos con un clic.
Al final está la infantilización automática, porque no hay autoridad alguna a la vista. El
poder existe, pero se mantiene invisible e innombrable. Google lo permite todo, desde
pornografía hasta chistes políticamente incorrectos; igualmente, nadie se da cuenta (al
menos, así parece) hasta que se retiran los vídeos. En esta zona de comunicación sin
riesgo, que apenas ha salido de sus pañales, vivimos de nuevo nuestra niñez, mientras
sabemos perfectamente que nos están observando multinacionales desconocidas. El poder
del control es tan anónimo como nosotros creemos serlo. Mientras no dejemos de
extender esta fase ingenua y no asumamos la red como autoridad, no habrá problema.
Este es el dilema de la crítica radical de YouTube: ¿para qué aguar la fiesta a millones de
personas que igualmente ya saben desde siempre que están siendo observadas de cerca?

3. Crítica de vídeo online: Video Vortex


Al poco tiempo de surgir el vídeo online, nos vinieron estudiantes al Institute of
Network Cultures para pedir prestados libros sobre YouTube. Esta demanda de un
análisis inmediato puede causarnos hilaridad, pero la pregunta es legítima: ¿sería posible
elaborar una teoría crítica de las evoluciones actuales? ¿Cómo puede la investigación
artística y el uso político contribuir al desarrollo del vídeo online? ¿Es posible desarrollar
conceptos que superen la cultura de fans acrítica saludada por Henry Jenkins y cuestionen
la retórica de relaciones públicas de las multinacionales, sin que ello relegue a un segundo
plano el uso artístico-creativo y sociopolítico del vídeo online? Estas preguntas nos

125
fascinaron a Seth Keen y a mí, cuando creamos en 2006 el proyecto Video Vortex en
Sídney. Video Vortex se convirtió en una red viva de investigación para artistas,
activistas, programadores, comisarios, investigadores y críticos, con conferencias en
Bruselas (octubre 2007), Ámsterdam (enero 2008), Ankara (octubre 2008), Split (mayo
2009) y otra vez Bruselas (noviembre 2009) y Ámsterdam (marzo 2011). El resultado son
dos antologías, una página web, una lista de distribución y una serie de exposiciones,
previéndose más.7
Después de los muchos cambios de la última década, ya no queda tan claro cómo hay
que valorar el statu quo del vídeo online. Más allá de un entusiasmo justificado y la
satisfacción espontánea a través de los datos fríos («Mayo 2010: YouTube supera por
primera vez los dos mil millones de visitantes diarios»8), ahora toca realizar una
investigación más profundizada. A continuación figuran algunas de las preguntas
planteadas por la red de Video Vortex: ¿Qué conceptos específicos de la plataforma
podemos encontrar para valorar los aspectos estéticos, políticos y culturales del vídeo
online? ¿Por qué nos «gustan» determinados vídeos? ¿Qué papel tienen los usuarios, ya
sea al cargar, recomendar, seleccionar, comentar o marcar? Video Vortex tiene como
objetivo juntar en una sistemática los resultados de las conferencias publicadas en los dos
INC Readers de 2008 y 2011 y The YouTube Reader de 2009, recopiladas por Snickars y
Vonderau9.
Las investigaciones de Video Vortex, por ejemplo, tratan de entender el estilo de base
de datos de YouTube no sólo como éxito, porque a las personas les gusta navegar por
clips breves, sino también como efecto especial de sus limitaciones técnicas originales.
Piénsese en la limitación original de tres minutos, que propició la tendencia a cargar
contenidos cortos y efímeros, o que, aunque las plataformas de vídeo permiten a los
usuarios crear sus propias colecciones (los llamados «canales»), también contienen
restricciones menos conocidas, más o menos automatizadas. Mientras YouTube creó su
reputación animando a los usuarios a «compartir» libremente, hoy interviene mucho más
y es muy estricto en materia de protección de menores y copyright. Pronto comenzará a
organizar contenidos por «canales» comisariados que competirán con la televisión.
¿Cómo puede formularse una teoría del filtrado y marcado, tal y como ha tratado de
desarrollarla Minke Kampmann?10 ¿Cuál es el papel de los bots de filtro o del modelo de
«autorregulación», también conocido como censura generada por el usuario? ¿Qué hay
que pensar de la confusión creada por millones de marcas incoherentes? ¿Solucionará la
web semántica estos problemas, considerando que el buscador de YouTube no deja de ser
el segundo mayor del mundo después de Google?
Entre los primeros objetivos de Video Vortex estaba la selección, organización y
conservación de vídeos online en servidores (de arte) independientes. Estos aspectos
todavía son importantes tanto para usuarios como para expertos de arte; constituyen una
extensión del mundo del videoarte y del documental, que han pasado por una evolución
de lo analógico a lo digital y del VHS a la distribución online pasando por el DVD. ¿Qué
estrategias estéticas persiguen artistas como Natalie Bookchin o Perry Bard11 cuando
integran «crowd videos» en sus trabajos? Su pregunta es estratégica: ¿cómo pueden
contenidos generados por usuarios superar el nivel individual del ciudadano que remixa y
se reapropia de la cultura, convirtiéndose en una verdadera obra de arte coherente, creada
en colaboración? Si coincidimos en que todas las obras de arte son colaborativas y

126
producidas por muchos autores, ¿cómo pueden transmitir un estilo y mensaje único? La
videoinstalación de Bookchin Mass Ornament de 2009 es en este sentido paradigmática.
Vemos a adolescentes que convierten sus casas en teatros, cada uno bailando por sí solo
pero todos juntos. Estas actuaciones en solitario y autorretratos, exhibicionistas por
naturaleza y editados digitalmente por la artista, pasan a integrar una declaración
colectiva. «Más que sólo fragmentos» es como formularon su reivindicación las
feministas sociales británicas Rowbotham, Segal y Wainwright a finales de los años
setenta en el decurso del surgimiento de los nuevos movimientos sociales y el declive de
los sindicatos y partidos.12 Esta reivindicación ha llegado actualmente al contexto de la
cultura digital. ¿Cómo puede convertirse un mejunje de archivos en una obra de arte
inteligible? ¿Cómo puede transformarse una multiplicidad de formas de expresión
individual en una imagen convincente de los tiempos actuales? Las mismas preguntas
podríamos plantear en relación a la «analítica cultural» de Lev Manovich.13 ¿Puede una
multiplicidad de datos expresar la unidad del arte? ¿Cómo podemos encontrar un
equilibrio entre las diferentes voces y los resultados generales que éstas generan? ¿Existe
un lugar para la anomalía y la percepción pasajera? ¿En qué momento desemboca la
complejidad en distorsión? ¿O debemos solamente limitarnos a aprender a leer aquellas
«imágenes técnicas» que Vilém Flusser nos ha mostrado?

4. Vista previa de vídeo


¿Adónde nos llevará todo ello? En Beyond Viral: How to Attract Customers, Promote
Your Brand, and Make Money with Online Video, el cómico de YouTube –o
comercializador– Kevin Nalty, que afirma haber logrado 160 millones de visitas con 800
vídeos, resume la filosofía del experto en vídeo online conocedor de las reglas de juego.
El secreto está en un marketing agresivo, que empieza con la idea de que nadie quiere
quedarse atrapado en algún lugar de la «larga cola». El género masivamente consumido
de los vídeos divertidos genera sus propios profesionales. Desde la perspectiva de
YouTube, el futuro es «crossmedia» y es impulsado por estos profesionales emergentes,
con el apoyo de conjuntos institucionales como negocios de contenido y patrocinios. Para
el creciente grupo de ex amateurs («weblebrity»), Nalty explica cómo convertir los vídeos
en dinero. Según él, primero hay que reconocer que lo «viral» ha dejado de funcionar. La
estrategia del boca a boca es demasiado lenta y no genera ingresos. En cambio, se hace
patrocinar sus vídeos por Fox MTV, Logitech, Microsoft, Holiday Inn Express, Crowne
Plaza y Mentos. La llamada iniciativa «YouTube Next» pretende convertirse a través de
la «larga cola» en una especie de televisión por cable, pero con una dimensión de
personalización de la audiencia que los medios de banda ancha tradicionales nunca
lograrán. Pero queda por ver si YouTube se convertirá realmente en una magnitud a tener
en cuenta para la lucha por la futura definición del formato televisivo. Probablemente
explorará y explotará otras posibilidades de generar dinero con los contenidos de otras
personas, agrupándolos en canales dentro de un metacanal y compartiendo los ingresos
con los actores más vistos, como la serie cómica web Annoying Orange (con más de 500
millones de accesos sólo en YouTube).14
¿Podemos todavía especular con una evolución más interesante que incluya el

127
«directo» de los vídeos online? Pese a ser técnicamente posible, el streaming en vivo a
gran escala todavía no ha tenido gran éxito, lo cual sorprende ya que la distribución de
streaming en directo forma parte de su promesa desde el inicio. Vemos clips, reportajes y
películas en las coordinadas de tiempo y espacio que escogemos nosotros. Pese a ser
viral, el vídeo todavía no ha calado hondo en la experiencia de las redes sociales. El
vídeo, ni siquiera en formato incrustado, se cuenta entre lo que recomendamos o nos
«gusta». Los mundos del contenido generado por el usuario y del vídeo por IP todavía
están separados, pese a que cientos de millones de usuarios usen ambos. La banalidad
íntima de Chatroulette, Skype y demás software basado en webcam aún no se considera
una señal legítima de input de vídeo para consumo cinematográfico y televisivo. Podría
achacarse esta circunstancia a la mala calidad de imagen y la elevada tasa de parones,
pero es más probable que se deba a la ideología predominante de medio único (en este
caso, señales de video registrados), que nos detiene de crear relaciones anómalas. Incluso
los técnicos y gestores pasan por alto dichas conexiones.
¿Tendrán éxito servicios como Seesmic (diálogos en vídeo entre varios usuarios) o es
prematuro integrar al vídeo (en directo) plenamente en el mundo de las redes sociales? En
abril de 2009, Seesmic cerró por sorpresa su innovador servicio de vídeo, sustituyéndolo
por un agregador de redes sociales. El futuro de vlogs (videoblogs en formato diario) es
igual de incierto: esta moda pareció haber alcanzado su punto álgido al término de la onda
de los blogs de 2006. A pesar de superarse la mayoría de problemas técnicos, ¿quién
siente la necesidad de llevar un diario en vídeo? Mientras cada vez más portátiles, PCs y
notebooks están equipados con webcam y cada vez más teléfonos llevan una cámara
incorporada, el uso de estas herramientas de vídeo para el diálogo público sigue estando
infradesarrollado.
¿Qué quiere el medio? ¿Debemos comprometernos más con los contenidos generados
por el usuario que con el material cinematográfico y televisivo remedializado o al revés, o
quizá es precisamente la perspectiva complementaria la que define a la plataforma?
¿Quedará el vídeo online como un elemento de gramola que pasará de una red social a
otra? ¿Nos hemos pasado todos del zapping a la búsqueda? ¿Deberíamos aproximarnos a
la cultura de YouTube desde la perspectiva de la pantalla de plasma? ¿Es el destino final
una sala de estar donde la lógica del vídeo online compite con la televisión por cable y
antena? ¿El vídeo online nos libera de algo? En lugar de medir el campo constantemente
cambiante, también podríamos determinar escenarios de futuro. Echemos un vistazo al
destino del vídeo online y discutamos tres posibles tendencias:
1. Con la ayuda de sus medios de poder financiero y jurídico, las industrias
cinematográficas y televisivas formarán una coalición para marginar plataformas de vídeo
online como YouTube. No lo harán empujando a YouTube fuera de la red, por ejemplo a
base de juicios por copyright, sino desarrollando aplicaciones online atractivas que
combinen el confort del home cinema con la movilidad de los smartphones. En
combinación con nuevas conexiones de fibra en los domicilios de los usuarios, se
impondrán unos sistemas de pago de estructura sencilla y nuevos modelos publicitarios.
El vídeo online, tal y como lo conocemos, está demasiado ligado a las prácticas de
multitasking del usuario vinculado al ordenador, sentado en una silla junto a una mesa
cual comandante cibernético. En este escenario, el vídeo online es una tecnología
transitoria pedestre condenada al fracaso porque está demasiado radicada en una cultura
friki masculina blanca y también porque no encaja en la de por sí ajetreada vida de los

128
miles de millones que desean interfaces sin solución de continuidad y un acceso fácil al
infotainment inmediato.
2. Siguiendo la retórica heroica de la batalla entre lo viejo y lo nuevo, muchos expertos
consideran que el vídeo online resultará el gran vencedor. Google, Facebook y Twitter
son las multinacionales mediáticas de la era de la web 2.0. ¿Qué efecto tendrá este hecho
económico en el futuro de la propiedad visual? Los ciberevangelistas destacan la
transición del contenido muerto a la interacción y agregación, al clic, al enlace y al «me
gusta»; llano y raso, a «lo social» que genera valor. Cuanto más se conecte el material
visual con los usuarios y se configure en «nubes de significado» (como en YouTube y
Flickr), con más fuerza marcará a los futuros mercados mediáticos. La estrategia
parasitaria de lo «libre» y «abierto» nos ayuda a navegar en la multiplicidad de imágenes
y ya no importa si los contenidos son viejos o nuevos, mientras intercambiemos nuestras
microimpresiones.
3. El tercer escenario contempla una Guerra de los Cien Años entre las plataformas y
las multinacionales, que compiten por la atención de sus usuarios. Como acontecimiento
interminable de incompatibilidad y obsolescencia programada, este drama tecnomediático
marcaría una época sin claro vencedor, a no ser que el panorama general cambie
radicalmente. De momento, el crecimiento en los mercados emergentes de Asia, África,
Oriente Medio y Latinoamérica todavía garantiza una expansión en todas direcciones.
Pero este crecimiento espectacular puede llevar a un equívoco. La guerra por la atención
es real. Todos participamos en ella a través de nuestras decisiones, y la aportación de
nuestros microdatos al vídeo online (o bien la renuncia a hacer una aportación) sólo es
una de tantas actividades con las que pasamos nuestro tiempo. El vídeo online es tan sólo
una manifestación de configuraciones de hardware, software y redes, una interminable
cadena en espiral de códecs, protocolos y modelos que generan su propia estética
«autopoyética». En este caso, coexistirán durante un buen tiempo un sinfín de plataformas
de nuevos medios (pads, pods y smartphones) con la televisión y el cine. Conceptos como
medios cross, trans, locales o geo resultarán ser memes comerciales de poca duración. En
esta perspectiva maquiavélica, los medios no tienen «telos». Este juego cínico afecta al
poder y los recursos, de los que la mayoría de actores idealistas y utópicos de los nuevos
medios no saben nada y a los que ni siquiera quieren reaccionar.
Independientemente del resultado, los tres escenarios reposan en la especificidad de la
plataforma. ¿Cómo podemos prever nuevas formas de producción de imágenes en
movimiento que se crean bajo «condiciones de red»? ¿Cuáles son las cualidades únicas
del vídeo online? ¿Estamos abiertos a lo imprevisto e inesperado, o nos fiamos de la tesis
segura de la restitución, que afirma que el contenido sigue siempre igual y que sólo se
mueve de una plataforma a otra? En An Introduction to Visual Culture, Nicholas Mirzoeff
se pregunta: «¿Podemos sólo escribir sobre el presente digital y su futuro implícito
creando una contrahistoria que se niega a dibujar una historia de progreso? ¿Cómo
podemos escribir la historia de algo que cambia tan deprisa que sólo mantener el ritmo ya
supone un trabajo a tiempo completo, para no hablar del aprendizaje de software?»15 En
un tiempo en el que se cierra el hueco entre subcultura y la cultura principal, ¿puede la
vanguardia reaccionar solamente frente a la cultura pop de ayer?
1 Este texto está basado en las dos introducciones que escribí para los Video Vortex Reader I y II (editados junto con Sabine Niederer), Ámsterdam: Institute
for Network Cultures, 2008 y 2011. Para una teoría de las bases de datos exhaustiva desde una perspectiva humanística, ver David Gugleri, «Die Welt als
Datenbank», en: Nach Feierabend, Zürcher Jahrbuch für Wissenschaftsgeschichte, Zúrich: Diaphanes, 2007, pp. 11-36.
2 http://www.YouTube.com/watch?v=VIrjZYqJ640
3 http://www.ctvnews.ca/mom-takes-on-prince-over-youtube-video-1.261886
4 Citado de un discurso pronunciado en 2007 en la New York University,

129
http://journalism.nyu.edu/publishing/archives/bullpen/brian_williams/lecture_brian_w/
5 Maurizio Lazzarato, Videophilosophie, Berlín: b_books, 2002, p. 9.
6 John Hartley, «Uses of YouTube: Digital Literacy and the Growth of Knowledge», en: Jean Burgess y Joshua Green, YouTube, Online Video and
Participatory Culture, Cambridge: Polity, 2009, p. 132.
7 http://networkcultures.org/wpmu/videovortex/about
8 http://mashable.com/2010/05/17/youtube-2-billion-views/
9 Pelle Snickars y Patrick Vonderau, The YouTube Reader, Estocolmo: National Library of Sweden, 2009.
10 Minke Kampman, Universidad de Ámsterdam, tesis de maestrazgo, programa de estudios de medios / nuevos medios, septiembre 2009 (en la web
http://www.minkekampman.nl).
11 Trabajo de Natalie Bookchin, The Trip, Mass Ornament and the Testament (http://bookchin.net/projects.html); y remake global de Perry Bard de Der
Mann mit der Kamera von 1929 de Dziga Vertov (http://dziga.perrybard.net/).
12 Sheila Rowbotham, Lynne Segal y Hilary Wainwright, Beyond The Fragments: Feminism and the Making of Socialism, Londres: Merlin Press, 1979.
13 http://lab.softwarestudies.com/2008/09/cultural-analytics.html
14 Andrew Clay facilitó más información sobre este aspecto en su ponencia en Video Vortex #6, Ámsterdam, 11 de marzo de 2011.
15 Nicholas Mirzoeff, An Introduction to Visual Culture, 2ª ed., Nueva York: Routledge, 2009, p. 241.

130
9
La sociedad de la búsqueda: preguntar o
consultar en Google

En memoria de Joseph Weizenbaum

Desde el auge de los buscadores es imposible distinguir entre conocimiento patricio y


cháchara plebeya.1 La separación entre alto y bajo y su mestizaje durante el carnaval
provienen de tiempos pasados y no deberían concernirnos. Hoy en día, es un fenómeno
totalmente distinto que nos debe preocupar: los listados de los buscadores clasifican por
popularidad, no por verdad. La búsqueda es el código tecnocultural que domina nuestra
vida presente. Ya no recordamos nada sino que consultamos. Con el crecimiento
dramático de la información consultable nos hemos vuelto dependientes de las
herramientas de la captación de información. Buscamos números de teléfono, direcciones,
horarios de apertura, nombres de personas, fechas de vuelo y gangas, y cuando todo ello
nos vuelve locos, declaramos la montaña de materia gris que no cesa de crecer como
«basura de datos». Poco falta para que no hagamos sino perdernos al buscar.
El fantasma de la avalancha informativa persigue a las elites intelectuales del mundo.
El pueblo raso se ha apropiado de los recursos estratégicos y colapsa unos canales
mediáticos antaño escrupulosamente vigilados. Antes de internet, el poder de la clase
mandarín residía en la idea de poder separar la «cháchara» del «saber». Pero no sólo se
han colapsado las antiguas jerarquías de la comunicación, sino que la propia
comunicación ha adoptado una forma que supone un ataque al sistema cerebral. El ruido
ha crecido hasta cobrar una fuerza notable. Incluso los saludos amables de familiares y
amigos pasan a formar parte del molesto coro de quienes quieren una respuesta. Lo que
más preocupado tiene a las clases educadas es que la verborrea ha penetrado en las zonas,
hasta entonces protegidas, de la ciencia y la filosofía; en cambio, deberían más bien
reflexionar quién controla la red informática cada vez más centralizada.
La aparición de los buscadores en los años noventa condujo a una «sociedad de la
búsqueda» que no se diferencia mucho de la «sociedad del espectáculo» de Guy Debord.
El análisis situacionista de finales de los años sesenta de éste último se basaba en el
ascenso de los sectores cinematográfico, televisivo y de relaciones públicas. La principal
diferencia frente a hoy está en que ahora se nos exhorta explícitamente a interactuar. Ya
no se nos habla como masa anónima de consumidores pasivos, sino que nos hemos
convertido en «participantes distribuidos» que se presentan en un gran número de canales.
La crítica de la mercantilización de Debord ha dejado de ser revolucionaria. Las alegrías
del consumo se han difundido tanto que han alcanzado el estatuto de derecho humano
universal. A todos nos encanta el fetiche de la mercancía y las marcas y nos sumimos en
el glamur que la clase famosa global nos trae al escenario. No existe ningún movimiento
social o práctica cultural, por muy radical que sea, que pueda escapar a la lógica
mercantilista, ni tampoco se ha elaborado todavía ninguna estrategia para vivir en la era
del postespectáculo. En lugar de ello, nos preocupamos por nuestra intimidad o lo que ha

131
quedado de ella. La capacidad del capitalismo de absorber a sus detractores es tan
universal que es casi imposible encontrar siquiera argumentos a favor de la necesidad de
una crítica –en este caso de internet–, a no ser que un día se publiquen todas nuestras
conversaciones telefónicas y mensajes comunicados a través de la red. Incluso entonces
sería difícil articular una crítica, pues al final volvería a adoptar la forma de una denuncia
colectiva de consumidores: «democracia accionarial» en su perfección. En este caso, el
tema sensible de la intimidad podría convertirse en catalizador de una creciente
conciencia de los intereses empresariales, pero sus participantes estarían cuidadosamente
segmentados. Sólo tienen acceso a las masas accionariales los miembros de las clases
medias y superiores. Pero ello no hace sino reforzar la necesidad de una opinión pública
viva y polifacética que no esté dominada por el control estatal ni los intereses del
mercado.

1. Las islas de la razón de Weizenbaum


Mi interés por los conceptos tras los buscadores renació cuando leí un libro con
entrevistas del profesor del MIT y crítico informático Joseph Weizenbaum, cuya fama se
debe sobre todo a su programa terapéutico automático ELIZA de 1966 y su libro Die
Macht der Computer und die Ohnmacht der Vernunft 2 de 1976. Weizenbaum falleció el
5 de marzo de 2008 a la edad de 84 años. Algunos años antes había regresado de Boston a
Berlín, la ciudad que le había visto crecer, antes de huir en 1935 con sus padres de los
nazis. Además del documental Weizenbaum. Rebel at Work, producido en 2006 por Peter
Haas y Silvia Holzinger, que da un repaso de su vida,3 también está el libro en el que la
periodista muniquesa Gunna Wendt compila las entrevistas realizadas con Weizenbaum.4
Algunos reseñadores en Amazon se han quejado de las preguntas acríticas de Wendt y el
carácter amable y superficial de sus propias aportaciones, pero a mí no me ha molestado:
he disfrutado con las ideas de uno de los pocos críticos de las ciencias informáticas que
realmente las conoce desde dentro. Son especialmente interesantes las historias de
Weizenbaum sobre su juventud en Berlín, el exilio en EE.UU. y cómo entró en contacto
con los ordenadores en los años cincuenta. El libro se lee como una suma de la crítica que
Weizenbaum hace de la informática, sobre todo que los ordenadores imponen a sus
usuarios una perspectiva mecanicista y que, como máquinas autónomas, niegan el nivel
de la experiencia inmediata. Weizenbaum insiste en que el cálculo no debe anteponerse a
la capacidad de discernimiento.5 Lo que me interesó en especial fue la forma como el
«hereje» Weizenbaum formulaba sus argumentos desde su postura de conocedor
informado y respetado, parecida a la de la «crítica de la red» que he desarrollado con Pit
Schultz en el proyecto Nettime iniciado en 1995.
El título y el subtítulo del libro suenan fascinantes: ¿Dónde están las islas de la razón
en el ciberflujo? Salidas de la sociedad programada. La cosmovisión de Weizenbaum
puede resumirse del modo siguiente: «No todos los aspectos de la realidad son
previsibles.» Su crítica de internet es genérica y debemos aceptarlo. Quien conoce su obra
no extraerá ninguna conclusión nueva de este escéptico de todo culto informático: la red
es un montón de basura, un medio de masas que consiste en un 95 % en tonterías, al igual
que la televisión, en cuya dirección está evolucionando irremisiblemente. La llamada

132
revolución informativa ha degenerado en una avalancha de desinformación. Un motivo es
la ausencia de un redactor y de todo principio editorial en general. Sin embargo, el libro
no responde por qué este principio decisivo de los medios de comunicación no fue
incorporado por las primeras generaciones de programadores informáticos, de las que
Weizenbaum fue miembro destacado. La respuesta probablemente está en que el
ordenador se usaba originalmente como instrumento de cálculo: los tecnodeterministas
insisten en que la esencia del ordenador sigue estando en el proceso de cálculo
matemático. El uso o abuso del ordenador para fines mediáticos no fue previsto por los
matemáticos. ¿Por qué habría que escuchar discos en un ordenador? Si se quiere ver una
película, hay que ir al cine. Así, quienes diseñaron los primeros ordenadores se zafan de
la responsabilidad por la torpeza de las interfaces y de la gestión de la información.
Pensado originalmente como máquina de guerra, el ordenador digital ha recorrido un
camino largo y tortuoso para alcanzar su nuevo fin como herramienta humana universal al
servicio de nuestras necesidades e intereses de información y comunicación infinitamente
amplios y diversos.
Lo que hace tan interesantes las entrevistas con Weizenbaum, dejando de lado sus
temores ante la información, es su insistencia en el arte de formular las preguntas
correctas. Weizenbaum avisa del uso acrítico de la palabra «información»6. «Las señales
en el ordenador no son informaciones. ‹Sólo› son señales. Y sólo existe una forma de
convertir señales en información, que es interpretar las señales.» Para ello dependemos
del funcionamiento del cerebro humano. Según Weizenbaum, el problema de internet está
en que se nos insta a verlo como un oráculo de Delfos. Ya nos dará respuesta a todas
nuestras preguntas y problemas. Pero la red no es una máquina expendedora en la que se
mete dinero para obtener lo que se desea. Requiere adquirir una formación adecuada y los
conocimientos que nos permiten formular la búsqueda correcta. Pero no alcanzamos un
nivel superior de educación sólo mejorando las posibilidades de publicar. Según
Weizenbaum, «la posibilidad de que todo el mundo pueda poner algo en internet no
significa gran cosa. Echarle cosas arbitrariamente sirve tan poco como pescar
arbitrariamente.»7 En este contexto, Weizenbaum establece una comparación entre
internet y la desaparecida radio CB. La comunicación por sí sola no generará un
conocimiento útil y sostenible.
Weizenbaum relaciona la creencia incontestada en las búsquedas con el surgimiento
del «discurso del problema». Los ordenadores se pregonaron como «solucionadores de
problemas generales», cuya misión era encontrar una solución a todo. Se sugirió a la
gente que delegara su vida en el ordenador. «Tenemos un problema», señala
Weizenbaum, «y un problema reclama una solución.»8 Pero las tensiones personales y
sociales no pueden solucionarse declarándolas un problema sin más. Lo que necesitamos
con mayor urgencia que Google y Wikipedia es la capacidad de cuestionar y pensar
críticamente, lo que para él equivale a la diferencia entre oír y escuchar. Una percepción
crítica requiere que primero nos sentemos a escuchar, y sólo entonces no oiremos
simplemente algo, sino que aprenderemos a interpretar y entender.
La web semántica o web 3.0 es propagada como respuesta tecnocrática a la crítica de
Weizenbaum. En lugar de los algoritmos de Google basados en palabras clave y los
resultados de búsqueda indicados en rankings, podremos recurrir en breve a la siguiente
generación de buscadores que entienden el lenguaje natural, como Powerset (adoptado y

133
luego suprimido por Microsoft)9 y Wolfram Alpha. Actualmente, podemos suponer que
los lingüistas computacionales son escépticos ante el enfoque de pregunta y respuesta y
estarán atentos a no quedarse con un mero papel de «policía de contenido» que decidirá
qué informaciones en internet están fundadas y cuáles no son más que basura. Lo mismo
puede decirse de las iniciativas de web semántica y tecnologías de inteligencia artificial
similares. Estamos inmersos en una era de la consulta de información basada en web.
Mientras el paradigma de Google consiste en el análisis de enlaces y el ranking de
páginas, los buscadores de próxima generación podrían, por ejemplo, hacerse visuales y
empezar a indexar las imágenes del mundo, pero ya no según las etiquetas con las que los
usuarios identifican dichas imágenes sino en base a las características específicas de las
mismas. Bienvenidos a la jerarquización de lo real, donde los manuales informáticos del
futuro introducirán a los frikis programadores en la «estética y cultura 101». Los
fotógrafos aficionados convertidos en informáticos quedarán entonces como los nuevos
verdugos del «buen gusto».
En diferentes ocasiones he formulado una crítica de la «ecología de medios» dirigida a
filtrar informaciones «útiles» para el uso individual.10 Hubert Dreyfus y su libro On the
Internet, publicado en 2001, es uno de los principales culpables. No creo que corresponda
a un profesor, redactor o programador decidir por nosotros qué es una tontería y qué no.
Más bien debería ser una tarea compartida, insertada en una cultura que permita y respete
diferencias de opinión. Deberíamos luchar por la diversidad e incorporar nuevas
tecnologías de búsqueda en nuestra cultura general. Un camino hacia allí podría pasar por
revolucionar todavía más las herramientas de búsqueda e incrementar la competencia
general en medios. Cuando entramos en una librería o una biblioteca, nuestra cultura nos
ha enseñado a movernos entre millares de títulos. En lugar de quejarnos al librero o
bibliotecario de que tiene demasiados libros, solicitamos ayuda o tratamos de solucionar
nosotros mismos el problema. Weizenbaum deseaba que recelemos de lo que vemos en
nuestra pantalla, ya provenga de la red o de la televisión. Pero no supo decirnos quién
debe asesorarnos, en qué podemos confiar si algo es cierto o falso y cuál de las
informaciones que extraemos es más importante. En pocas palabras, se sacrifica el papel
de mediador en favor de mantener una sospecha general.

2. La agregación de todo
Lo que los actuales administradores de la simplicidad noble y la grandeza tranquila no
saben decir, deberíamos pronunciarlo en su lugar: existe un creciente malestar con
Google y la forma como está organizada la búsqueda de información en internet. El
establishment científico ha perdido el control sobre uno de sus proyectos clave: el diseño
y la posesión de las redes informáticas utilizadas hoy por miles de millones de personas.
¿Cómo ha sido posible que tantos dependan de un solo buscador? ¿Por qué se repite una y
otra vez la historia de Microsoft? A uno se le queda cara de tonto al quejarse de un
monopolio, mientras el usuario medio tiene a su alcance un sinfín de herramientas para
distribuir el poder. Una posible escapatoria a este callejón sin salida es una redefinición
positiva de la habladuría de Heidegger. En lugar de una cultura de la queja, que sueña
con una vida offline sin perturbaciones y métodos radicales de filtrado contra el ruido,

134
habría que estudiar abiertamente las actuales formas triviales de la existencia en blogs,
mensajes SMS y juegos de ordenador. No tiene sentido que los intelectuales sigan
tildando a los internautas de aficionados de segunda, desconectados de una relación
primaria y original con el mundo. Los temas candentes exigen más bien aventurarse en la
política de la vida bajo las condiciones de la informática. Y es hora de hablar de la
creación de un nuevo tipo de empresa que poco a poco va superando los límites de
internet: Google.
El World Wide Web, que debía hacer realidad la biblioteca infinita, como la describió
en 1941 Borges en su cuento La biblioteca de Babel, es visto actualmente por muchos
críticos como una simple variante del Gran Hermano de 1984 de Orwell. En este caso,
quien detenta el poder no es un monstruo malvado sino un grupo de jóvenes cool cuyo
lema de responsabilidad empresarial es «don’t be evil» («no seas malo»). Dirigido por
una generación mayor y experimentada de gurús informáticos (Eric Schmidt), pioneros de
internet (Vint Cerf) y economistas (Hal Varian), Google ha crecido tan deprisa y en
campos tan variados que prácticamente ya no existen críticos, académicos o periodistas
económicos capaces de seguir el ritmo del alcance y la rapidez de esta evolución.11
Nuevas aplicaciones y servicios se acumulan a ritmo creciente cual pongos. Ello incluye
el servicio gratuito de correo electrónico Google Mail, la plataforma de vídeo YouTube,
la red social Orkut, Google Maps y Google Earth, su principal fuente de ingresos
AdWords con sus anuncios pagados a base de clics, así como aplicaciones ofimáticas
como Calendar, Talks y Docs. Google no sólo compite con Microsoft, Apple y Yahoo,
sino también con multinacionales de entretenimiento, empresas de software de viajes,
bibliotecas públicas (a través del escaneado masivo de libros), telecos y también sus
competidores en redes sociales, Facebook y Twitter. Después de desarrollar e
implementar con éxito el sistema operativo para aplicaciones móviles Android, los
rumores sobre los siguientes pasos de Google van desde la introducción de un smartphone
propio que compita con Nokia, Samsung e iPhone hasta posibles ambiciones de
convertirse en un gigante de las telecomunicaciones como AT&T, Verizon, T-Mobile o
Vodafone. Si se le añaden todas las actividades relacionadas con la telefonía móvil, es
fácil presentar a Google como genio malvado que aspira al dominio mundial y al control
de todo el espectro desde la informática en la nube hasta el almacenaje de datos, de
infraestructuras inalámbricas a apps y de sistemas operativos hasta la propia estructura de
chips de los dispositivos, para no hablar de notebooks y tablets que funcionan con el
navegador de Google Chrome, que sustituye los sistemas polifacéticos pero farragosos de
Windows o Linux.
Apenas existe una semana en la que Google no saque a la luz una nueva iniciativa.
Incluso para conocedores de la materia es prácticamente imposible averiguar el plan
maestro que se esconde detrás. ¿Quién recuerda todavía Google App Engine, la
«herramienta para programadores que le permitirá ejecutar sus aplicaciones web en la
infraestructura de Google»? App Engine permitía a las jóvenes start-ups utilizar los
servidores web, interfaces de programación y otras herramientas de desarrollo como
arquitectura primaria para crear nuevas aplicaciones web. Como anota Richard
MacManus en su ensayo «Google App Engine: Cloud Control to Major Tom», publicado
en 2008: «Google tiene sin duda la grandeza y la inteligencia de ofrecer este servicio de
plataforma para programadores. Sin embargo hay que preguntarse por qué debería una
start-up permitir estar bajo tal control y dependencia de una gran empresa de internet.»12

135
La infraestructura informática se convierte progresivamente en un servicio de suministro
general, tal y como lo deja patente Google App Engine. MacManus cierra con una
pregunta retórica: «¿Cederíais a Google el control sobre todo vuestro entorno de
programación de sistemas? ¿No era eso lo que los programadores temían de Microsoft?»
La respuesta es sencilla: el deseo para nada secreto de los programadores es que Google
los compre. Millones de usuarios participan, intencionadamente o no, en este proceso,
regalando sus perfiles y su atención –la moneda de internet– a empresas como Google.
Ésta patentó en 2008 una tecnología que mejoraba las posibilidades de «leer al usuario».
La intención era averiguar, en base a su comportamiento en una página web, qué regiones
y temas interesan a un usuario, para citar sólo un ejemplo de las muchas técnicas de
análisis que desarrolla esta empresa para estudiar y explotar comercialmente los
comportamientos de los usuarios.
Una de mis pocas familiares informáticamente versadas dijo que había oído decir que
Google puede usarse mucho mejor y más fácilmente que internet. Esta malinterpretación
parece graciosa, pero en realidad tenía razón. Google no sólo se ha convertido en la mejor
versión de internet; también ha asumido tareas de software del ordenador personal, de
modo que es posible acceder a los datos propios en la «nube» desde cualquier terminal o
dispositivo móvil. Google mina activamente la autonomía del ordenador personal como
herramienta informática universal y nos devuelve a los tiempos oscuros en que el
presidente de IBM, Thomas J. Watson, vaticinó para el PC un mercado mundial de cinco
dispositivos. Los frikis siempre se han reído de la tozudez de los burócratas megalómanos
que creen poder prever el futuro, pero si trasladamos esta imagen a un gran centro de
datos de Google por cada continente, la apreciación de Watson no nos cae nada lejos. La
mayoría de usuarios así como universidades y ONGs ceden con demasiada facilidad la
gestión propia de sus recursos informativos. Conspiración o no: Google también ya mira
hacia la energía nuclear y eólica. ¿Es ello motivo de sospecha? El activista de derechos
humanos, hacker y programador de TOT Jacob Appelbaum, que también participa en
WikiLeaks, lo formula del modo siguiente: «Me encanta Google y me encanta su gente.
Sergey Brin y Larry Page son buenos. Pero tengo miedo de cuando tome el mando la
siguiente generación. Una dictadura bienintencionada no deja de ser una dictadura. En
algún momento, la gente se dará cuenta de que Google lo sabe todo de todo el mundo.
Sobre todo, incluso ven qué preguntas formulas, y en tiempo real. Pueden leer
literalmente tus pensamientos.»13

3. Runruneo de Europa
Ya en 2005, el presidente de la Biblioteca Nacional francesa, Jean-Noël Jeanneney,
publicó un pequeño libro en el que advertía de la aspiración de Google de «organizar las
informaciones del mundo».14 No corresponde a una empresa privada asumir tal papel. El
reto de Google continúa siendo uno de los pocos documentos que cuestiona abiertamente
la otramente indiscutida hegemonía de Google. Jeanneney sólo apunta a un proyecto
específico, BookSearch, que consiste en digitalizar millones de libros de bibliotecas
americanas. El argumento de Jeanneney es muy franco-europeo: dado que la selección
por Google de los libros en cuestión no es nada sistemática y no sigue ningún criterio

136
editorial, el archivo que de ello resulte no representará adecuadamente a los gigantes de
las literaturas nacionales, como Hugo, Cervantes o Goethe. Debido a su tendencia a
basarse en fuentes en inglés, Google no es el aliado indicado para crear un archivo del
patrimonio cultural mundial. Según Jeanneney, la selección de los libros a digitalizar
estará impregnada de un «ambiente anglosajón».
Como tal, ello constituye un argumento legítimo, pero el problema es que Google no
tiene interés especial en crear y gestionar un archivo online. Ante todo, Google aspira a
un beneficio y no a un servicio (público) de información sostenible. Ya se han dado
numerosos casos en los que empresas de este tipo han suprimido literalmente de la noche
a la mañana servicios online de gran valor. Como entidades con ánimo de lucro, tienen
derecho a tomar tales decisiones. Google padece de obesidad de datos y permanece
indiferente ante reivindicaciones de su cuidadosa salvaguarda y llamamientos ingenuos a
su responsabilidad cultural. El principal interés de esta empresa cínica está en observar el
comportamiento de los usuarios para vender datos de conexión y perfiles a terceros
interesados. Google no aspira a la propiedad sobre Émile Zola. Su intención está más bien
en alejar del archivo al incondicional de Proust.
Quizá exista alguien interesado en una taza chula de Stendhal, una camiseta de Flaubert
en tamaño XXL o una compra de Sartre en Amazon. Para Google, las obras completas de
Balzac son basura de datos abstracta, una materia prima cuya única utilidad está en
generar beneficios, mientras que para los franceses constituyen la epifanía de su lengua y
cultura. Queda por ver si la respuesta europea a Google, el buscador multimedia Quaero,
llegará jamás a entrar en funcionamiento, para no hablar de si coincidirá con los valores
de Jeanneney. Cuando se introduzca Quaero, el mercado de buscadores ya habrá llegado a
la siguiente generación en cuanto a capacidad de almacenaje y rendimiento. Ello hace
pensar a más de uno que el Sr. Chirac está más preocupado con el orgullo francés que con
el desarrollo global de internet.15
La bibliografía sobre Google en sus primeros diez años puede dividirse en tres
categorías. En primer lugar, están los manuales informáticos, a menudo pasados por alto,
desde Google para dummies hasta Search Engine Optimization: An Hour a Day. El
segundo género es «porno corporativo» de puño y letra de evangelistas informáticos
hiperentusiastas como John Batelle, Randall Stross, David Wise o Jeff Jarvis. La tercera
categoría consiste en las estrafalarias quejas europeas del monstruo, que se traducen en
advertencias de la última encarnación del Gran Hermano. The Google Trap: The
Internet’s Uncontrolled World Power de Gerald Reischl afirma ser el primer libro
europeo crítico sobre Google. Reischl juega con el miedo de los alemanes ante las
empresas (norteamericanas) y su sed insaciable de datos privados: de modo parecido a la
Gestapo y la Stasi, Google lo sabe todo de ti.16 El título publicado en 2009 Klick:
Strategien gegen die allgemeine Verdummung de la periodista Susanne Gaschke persigue
un enfoque más genérico al estilo Carr y advierte que el ordenador, internet y las
empresas que están detrás se están apoderando de nuestras vidas (en especial las de
nuestros hijos).17 En Das Google-Copy-Paste-Syndrom, también de 2009, Stefan Weber
hace referencia a la aparición de los plagios en las aulas y publicaciones académicas, el
declive de la expresión escrita y la «Googlización de la educación». ¿Para qué aprender
algo de memoria si se puede buscar en cuestión de segundos?18

137
4. Crítica de buscadores norteamericana

Pese al runruneo procedente de Europa, la mayoría de críticos de Google son


norteamericanos. Hasta la fecha, los europeos han empleado pocos medios para un
análisis conceptual de la cultura de la búsqueda. En el mejor de los casos, la Unión
Europea es el primer usuario de estándares y productos técnicos desarrollados en otro
lado. Pero lo que cuenta para la investigación de nuevos medios es la soberanía
conceptual. La mera investigación tecnológica no será suficiente, con independencia de
cuántos recursos dedique la UE a la investigación de internet.
Mientras se mantenga la brecha entre la cultura de los nuevos medios y la política,
entre instituciones culturales privadas y públicas, tampoco seremos capaces de generar
una cultura tecnológica floreciente. Llano y raso, deberíamos acabar de considerar la
ópera y otras bellas artes como una forma de compensación por la insoportable ligereza
del ciberespacio. Además de su imaginación, una voluntad común y una buena dosis de
creatividad, los europeos podrían movilizar su capacidad única de refunfuñar para
transformarla en una forma productiva de negatividad. Su pasión colectiva por reflexionar
y criticar podría aprovecharse para un movimiento de «anticipación crítica» que supere el
síndrome del outsider, desplegado en su papel de simple usuario y consumidor.
En su homenaje a Weizenbaum, Jaron Lanier escribió:
«No admitiríamos que un estudiante trabajara en investigación médica sin haber aprendido nada de
ensayos doble ciego, grupos de control, placebos y el cotejo de resultados. ¿Por qué se da a la
informática una patente de corso que nos permite ser tan permisivos con nosotros mismos? Todo
estudiante de informática debería formarse en el escepticismo weizenbaumiano y tratar en adelante de
transmitir esta valiosa disciplina a los usuarios de nuestros inventos.»19

Aquí deberíamos preguntarnos por qué la mayoría de críticos inteligentes de Google


son estadounidenses. Ya no podemos remitirnos a que están mejor informados. Dos
críticos continuadores de la postura de Weizenbaum son Nicholas Carr y Siva
Vaidhyanathan. Carr, ex editor de la Harvard Business Review con experiencia en el
negocio informático, ha evolucionado hasta convertirse en el crítico insider ideal. Su libro
The Big Switch describe la estrategia de Google de centralizar y controlar la
infraestructura de la red a través de su centro de datos.20 Los ordenadores son cada vez
más pequeños, baratos y rápidos. Esta «economía de escala» permite externalizar la
capacidad de almacenaje y las aplicaciones a un coste bajo o incluso nulo. Las empresas
pasan a sustituir sus departamentos informáticos por servicios de red. En lugar de
descentralizarse más, el uso de internet pasa a concentrarse en pocos centros de datos que
consumen una enorme cantidad de energía.21 Dice Lanier: «Lo que el internet de fibra
óptica significa para la informática equivale exactamente a lo que la corriente alterna
representó para la electricidad: la ubicación de los dispositivos deja de ser importante
para el usuario, porque las máquinas son ahora capaces de funcionar como un solo
sistema.»22
El proyecto de blog The Googlization of Everything de Siva Vaidhyanathan estaba
dedicado a una compilación ambiciosa de análisis críticos de Google, que desembocó en
un libro publicado en 2011.23 Trata cuestiones como Google Street View, Google Book
Search y la relación de la empresa con China. Su conclusión de que confiamos demasiado

138
en Google es sorprendentemente poco americana: «Deberíamos influir activa y
conscientemente en los sistemas de búsqueda e incluso regularlos, asumiendo de este
modo la responsabilidad de cómo la red transmite el saber. Debemos crear un ecosistema
online que a largo plazo revierta positivamente en el mundo y no uno al servicio de los
objetivos cortoplacistas de una empresa poderosa, por muy brillante que sea.»24 De vez
en cuando se reúne un grupo informal de investigadores de la búsqueda críticos bajo
pseudónimos como Deep Search, Society of the Query o The Shadow Search Project.25
Estas iniciativas no se paran en una crítica moralista de Google como empresa malvada
(«estilo César», como lo llama Vaidhyanathan) sino que abogan activamente por unos
buscadores alternativos que incluso trasciendan el propio principio de «búsqueda». Existe
una necesidad común de desarrollar algoritmos radicales, en combinación con una crítica
de nuestra tecnocultura algorítmica, tal y como lo ha formulado el colectivo italiano
Ippolita. Según Siva Vaidhyanathan, esta coalición suelta aspira a batir a Google en su
nivel original, a través de conocimiento producido dentro y fuera de las universidades y
creado y marcado por matemáticos, artistas, activistas y programadores.
No sólo crece el malestar con un gigante corporativo intocable y ávido de datos, sino
que también empiezan a vislumbrarse estrategias para que Google deje de parecer
«guay». La respuesta capitalista es dejar que el mercado haga su trabajo. El ascenso de
Facebook es el caso más interesante de un competidor que actúa al mismo nivel de la
economía de la atención de Google, pero que representa un caso todavía más flagrante de
violación de la privacidad. Aquí no debería ser tan difícil despojar a la marca de su
imagen cool. Si los adolescentes huyeran de los monopolios deseosos de poder, sería
probablemente la forma más eficaz de acción política. Pero también podría surtir efecto si
se empezara a tildar a Google de empresa publicitaria, lo que al fin y al cabo es en lo que
a sus ingresos se refiere. Las regulaciones de Bruselas llegan con una década de retraso.
La propuesta de nacionalizar partes de Google, por ejemplo su proyecto de libros,
siempre puede agitar cualquier debate, aunque también se están tomando medidas para
trasladar el escaneado de libros a gran escala a bibliotecas y archivos públicos.
Criticar a Google en debates públicos y aplicar la estrategia de publicidad
(«publicness») de Jeff Jarvis a la propia empresa seguro que tiene futuro, porque mucho
de lo que hace Google es de naturaleza secreta, como los centros de datos, la política
energética, las políticas de datos, el ranking de búsqueda y la cooperación con servicios
secretos. En el caso de Google Books, el uso con ánimo de lucro de un bien público es tan
manifiesto que es hora de levantarse y reclamar la devolución de los bienes comunes.
Mucho de lo que Google desarrolla debería en realidad formar parte de la infraestructura
pública, y también podría haber sido así, si las universidades y los centros de
investigación hubieran percibido mejor su misión pública. Imagínese a Google como
depósito de saber global no comercial: viendo Wikipedia, esta idea no es tan utópica.
Para volver a la búsqueda, nos preocupamos obsesivamente con el resultado
insatisfactorio de nuestras búsquedas, pero no con el problema fundamental de la baja
calidad de nuestra educación y la decreciente capacidad de pensamiento crítico. ¿Qué
postura adoptarán las generaciones futuras ante las «islas de la razón» de Weizenbaum, y
qué forma les darán? Es necesaria una reapropiación del tiempo. Actualmente, una
«cultura del tiempo» ya no se puede permitir vagar como un paseante. Cada información,
incluso objetos o experiencias de todo tipo, debe estar inmediatamente a disposición. La
postura tecnocultural básica es la intolerancia temporal. Nuestras máquinas registran una

139
redundancia de software con impaciencia creciente y piden continuamente
actualizaciones, y nosotros correspondemos sumisamente por miedo a rendir con mayor
lentitud. Los expertos en usabilidad miden las fracciones de segundo en las que decidimos
si la información en la pantalla corresponde a lo que buscamos. Si estamos insatisfechos
seguimos clicando. También podríamos comenzar a apreciar la casualidad de los
resultados de la búsqueda, pero apenas practicamos esta virtud.
Las coincidencias felices requieren mucho tiempo. Si nuestras búsquedas ya no nos
llevan a unas islas de la razón, podemos provocar nosotros mismos esta capacidad.
Considero que debemos encontrar nuevos caminos de cómo tratar informaciones,
representarlas y extraer un sentido de ellas: técnicas pioneras como los «análisis
culturales» de Lev Manovich. ¿Cómo responden artistas, diseñadores y arquitectos a estos
retos? Para de buscar; empieza a preguntar. En lugar de tratar de protegernos del aluvión
informativo, podemos enfrentarnos creativamente a la situación, como oportunidad para
inventar nuevas formas que se correspondan con nuestros tiempos tan informativos.
1 Este capítulo es la versión actualizada de un ensayo publicado en junio de 2008 en la revista de internet Eurozine. Volvió a publicarse en las ediciones
inglesa y alemana de: Konrad Becker, Felix Stalder (eds.), Deep Search – Politik des Suchens jenseits von Google, Innsbruck: Studienverlag, 2009. Quisiera
agradecer a Ned Rossiter sus correcciones y añadidos. El artículo sirvió como base para la conferencia de Society of the Query organizada por el Institute of
Network Cultures en noviembre de 2009. En 2010, la iniciativa se integró en una red sobre la investigación crítica de buscadores, creada junto con
compañeros de Viena.
2 Joseph Weizenbaum, Die Macht der Computer und die Ohnmacht der Vernunft, Frankfurt: Suhrkamp 1978.
3 Para más información sobre el documental, ver http://archive.is/www.ilmarefilm.org.
4 Joseph Weizenbaum, Gunna Wendt, Wo sind sie, die Inseln der Vernunft im Cyberstrom? Auswege aus der programmierten Gesellschaft, Friburgo: Herder
Verlag, 2006.
5 Prólogo de 1983 en: Joseph Weizenbaum, Computer Power and Human Reason, Londres: Penguin, 1984, p. 11; original, San Francisco: W.H. Freeman,
1976. Versión española: La frontera entre el ordenador y la mente, Madrid: Ediciones Pirámide, 1977.
6 Weizenbaum, Wendt, op. cit., p. 25.
7 Ibid., p. 29.
8 Ibid., p. 82.
9 Según Wikipedia, «Powerset trabajó en el desarrollo de un buscador que funciona a nivel de lenguaje natural, capaz de responder exactamente a las
preguntas de los usuarios (a diferencia de la búsqueda por términos). Al formular por ejemplo una pregunta como ‹¿qué estado de EE.UU. tiene el impuesto
sobre la renta más elevado?›, los buscadores convencionales ignoran la frase interrogativa y se limitan a buscar a partir de los términos ‹estado›, ‹impuesto›,
‹renta› y ‹elevado›. En cambio, Powerset se centra en procesar el lenguaje natural para entender el contenido de la pregunta y presentar las páginas en las que
se encuentra la respuesta.»
10 Por ejemplo en Geert Lovink y Pit Schultz, «Academia Cybernetica», en: Jugendjahre der Netzkritik, Ámsterdam: Institute of Network Cultures, 2010,
pp. 68-72; y Geert Lovink, My First Recession, Rotterdam: V2/NAi, 2003, pp. 38-46.
11 Un intento logrado de presentar un repaso más o menos completo de las actividades de Google es el libro del periodista informático holandés Peter
Olsthoorn, De Macht van Google, Utrecht, Kosmos Uitgeverij, 2010.
12 Richard MacManus, «Google App Engine: Cloud Control to Major Tom», ReadWriteWeb, 8 de abril de 2008.
http://www.readwriteweb.com/archives/google_cloud_control.php
13 Nathanie Rich, «The American WikiLeaks Hacker», en: Rolling Stone, 1 de diciembre de 2010. http://www.rollingstone.com/culture/news/meet-the-
american-hacker-behind-WikiLeaks-20101201?page=5
14 Jean-Noël Jeanneney, Google and the Myth of Universal Knowledge: A View from Europe, Chicago: University of Chicago.
15 Ver la entrada de Wikipedia http://en.wikipedia.org/wiki/Quaero. En diciembre de 2006, Alemania se retiró del proyecto de Quaero. En lugar de un
buscador multimedia, los programadores alemanes preferían un sistema basado en texto. Según Wikipedia, «muchos programadores alemanes recelaban de
participar en un proyecto que consideraban demasiado orientado contra Google en lugar de guiarse según ideales propios».
16 Gerald Reischl, Die Google Falle – Die unkontrollierte Weltmacht im Internet, Viena: Ueberreuter, 2008. Ver también el comentario de Dennis Deicke:
«Google Unleashed – The New Global Power?», publicado en Nettime, 2 de julio de 2009.
17 Susanne Gaschke, Klick – Strategien gegen die digitale Verdummung, Friburgo: Herder, 2009. Ver también el comentario de Dennis Deicke publicado en
Nettime, 26 de junio de 2009.
18 Stefan Weber, Das Google-Copy-Paste-Syndrom, Hannover: Heise Verlag, 2009. Ver el comentario de Dennis Deicke: «Brainless Text Culture and
Mickey Mouse Science» en http://networkcultures.org/wpmu/query/2009/06/19/brainless-text-culture-and-mickey-mouse-science/
19 http://www.edge.org/3rd_culture/carr08/carr08_index.html
20 Nicholas Carr, The Big Switch: Rewiring the World, from Edison to Google, Nueva York. W.W. Norton & Company, 2008.
21 «Los planes del centro de datos de Google en The Dalles, Oregón, demuestran que la red no es un almacén de ideas etéreo que resplandece sobre nuestras
cabezas como una aurora boreal. Se trata de una nueva industria pesada, un devorador de energía cada vez más insaciable.» (Ginger Strand, Harper’s
Magazine, marzo 2008, p. 60).
22 Lanier, cit. en Nicholas Carr, The Big Switch
23 http://www.googlizationofeverything.com/
24 Siva Vaidhyanathan, The Googlization of Everything (and Why We Should Worry), Los Ángeles: University of California Press, 2011, p. xii.
25 Ver http://northeastwestsouth.net/ y el blog de investigación mencionado en la nota 20.

140
10
Organización de redes en cultura y política

Las herramientas del señor nunca derribarán la casa del señor.


Audre Lorde

No es decisivo estar mejor armado sino tomar la iniciativa. El coraje no es nada, la


confianza en el coraje propio lo es todo. Mantener la iniciativa ayuda.
The Invisible Committee

Para Voltaire, las fases oscuras de la historia de la humanidad no merecían la


atención del hombre inteligente. El sentido de la historia consiste en transmitir la
verdad y no en satisfacer la curiosidad inútil; ello se consigue a través del estudio
del triunfo de la razón y la fantasía y no de su fracaso.
Isaiah Berlin

Actualmente podemos constatar que internet no sólo es una herramienta del activismo
sino que también da cada vez más forma a la organización de movimientos sociales. En
los años noventa, internet se usaba a pequeña escala para enlazar colectivos y ONGs,
mientras que el grueso de la población todavía no estaba familiarizada con su aplicación y
lógica organizativa. Ello ha cambiado radicalmente con la aparición del «contenido
generado por el usuario». Internet ya no sólo constituye un mecanismo de coordinación,
sino que las estructuras del activismo y las propias actividades políticas están
determinadas por sus posibilidades de constituirse en red. Se moviliza y se acelera la
concienciación por determinados temas. Al mismo tiempo, cada vez existen más
campañas que reclaman nuestro tiempo y recursos. Cada periódico plantea ahora la
pregunta de si Facebook y Twitter son capaces de derribar regímenes autoritarios. Si
autores conocidos como Malcolm Gladwell advierten que «la revolución no se tuitea»,1
hemos entrado a todas luces en un estado de dialéctica de jacuzzi, en la que lo real y lo
virtual empiezan a desplegar su juego seductor de atracción y destrucción.
Pero un momento: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Desde cuándo está tan en boga el
activismo en internet? Un motivo se halla seguramente en la desaparición de los lugares
reales donde pueden llevarse a cabo encuentros. La escasez de espacio urbano a
consecuencia del aumento del precio de la vivienda y la especulación inmobiliaria ha
empujado a muchos activistas a la red, donde es más fácil reunir a gente dispersa. Esta
sola circunstancia social nos confronta con la cuestión de la web 2.0. Las ruinas de la era
industrial se han recolonizado y convertido en valiosos inmuebles. Todavía queda por
llevar a cabo la ocupación de oficinas vacías –los símbolos de la era postindustrial–, que
quizá no llegará a producirse nunca debido a las duras medidas legales y de vigilancia.
Incluso escasean los propios espacios abandonados, salvo en el desierto cada vez más
extenso.

141
La crítica de esta situación es abundante. Primero debemos ser conscientes de la
separación más estricta entre la organización interna y externa. Debido a la disminución
de la protección de datos y la vigilancia reforzada, la protesta (militante) ya no puede
fiarse de los dispositivos electrónicos en la fase preparatoria ni en los momentos decisivos
de la acción socioestética. Ello constituye un problema, pues el correo electrónico, para
poner un ejemplo, todavía sigue utilizándose como herramienta de movilización y
comunicación interna, así como el teléfono móvil para la coordinación de acciones
callejeras. Renunciar a estos recursos en el momento adecuado es un arte en sí mismo,
comparable con el sexto sentido que hay que desarrollar para detectar las cámaras de
videovigilancia. El activismo debe volver a ser hiperlocal y pasar a offline para cumplir
sus objetivos, una tendencia que posiblemente también se impondrá en breve en las
grandes ONGs.
La crítica justificada de Evgeny Morozov del uso de internet en estados autoritarios
como Irán, Bielorrusia, Rusia y Moldavia quizá surte unos efectos no deseados.2 Si bien
es importante mostrar las debilidades del tecnooptimismo y los límites de la ciberagenda
libertaria, el tiro puede salir por la culata, sumiendo a los activistas en un estado de apatía
e indiferencia. Dice el inventor de RSS y bloguero de primera hora Dave Winer: «La
tecnología es importante porque da poder a la gente. Ahí es donde hay que entrar. No
porque sea nueva o limpia, o porque cambie las cosas, pues el cambio también podría
originar su debilitación. El cambio como tal no justifica nada de entrada.»3 El cambio
puede evolucionar en todas direcciones, por lo que la reivindicación del «cambio» como
tal carece de significado. En sentido contrario, lo mismo puede decirse de los lugares
comunes, como que la tecnología en sí mismo no es un motor de libertad. La crítica de
Morozov de la ciberutopía con su creencia ingenua en el carácter emancipador de la
comunicación online debe combinarse con una visión competente desde dentro.4
A fin de cuentas, Morozov sólo se preocupa por la política exterior estadounidense y
no por las vejaciones y procesos a los que son sometidos los activistas de medios. La idea
de que internet puede usarse para fines tanto buenos como malos no nos hace más listos,
y tampoco volverá el activismo heavy de la vieja escuela. Incluso si admitimos que una
determinada situación ha sido desencadenada por una concatenación de acontecimientos
offline (como la autoinmolación del vendedor ambulante tunecino que posteriormente
acarreó la caída del régimen de Ben Ali en enero de 2011, o el movimiento Kifaya en
Egipto), no deberíamos caer en un romanticismo offline. Necesitamos una perspectiva
duradera de cómo integrar la tecnología de redes en la práctica política y cultural y de
cómo no hacerlo. Se trata de una mezcla de objetivos a largo plazo y experimentos de
ensayo y error. Aunque sea cómodo utilizar aplicaciones comerciales de la nube, debemos
centrarnos en la creación y el funcionamiento de infraestructuras independientes que
garanticen la encriptación para proteger la información privada. Ello incluye naturalmente
el uso de software libre de fuente abierta. Si las tecnologías actuales crecen con tanta
rapidez, ¿por qué quedan todavía tantos activistas al margen? Las preguntas son
múltiples. ¿Cómo pueden contrarrestar los activistas unas modas que de otro modo se
volverían contra ellos mismos? ¿Cómo podemos ver más allá de las luchas callejeras en
las que se centran los medios de comunicación y desarrollar una mejor percepción de
cómo se generan los conflictos (abiertos)? ¿Es suficiente «reintroducir la pasión en la
política» o responder al reto de Slavoj Žižek de «juntar el rechazo a una alteridad divina y

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el elemento del compromiso sin condiciones»5 con la traducción de su llamamiento en
protocolos de red?

1. Pasitivismo
No obstante la cuestión acuciante de la protección de datos así como nuestras
preferencias personales (¿usamos Facebook o no?), cabe señalar que las redes sociales
desempeñan un papel cada vez más importante en la «organización de la información» en
general, donde compiten con buscadores, correo electrónico y portales web. Si al
principio se les tildaba de meros directorios online cuyo contenido no pasaba de chats
informales entre «amigos», ahora constituyen una de las principales fuentes de
información para millones de personas. Ello influye a su vez la forma de cómo
convertimos noticias en temas que determinan nuestra actuación. ¿Cómo se genera esta
urgencia? Para responder a esta pregunta debemos diferenciar entre un activismo de
medios «cristalino» y otro dirigido a las masas. De modo parecido a Masa y poder de
Elias Canetti, podemos observar cómo se forman pequeños núcleos a cuyo alrededor se
generan masas, a menudo de un momento al otro. En los acalorados debates sobre la
«revolución de Facebook» es importante distinguir por un lado cómo se crean dichos
núcleos y unidades organizativas y por el otro cómo logran transmitir su mensaje para
originar acontecimientos más importantes.
Lo que cuenta en ambos casos es el uso real de internet y no cómo perciben el tema
editorialistas, columnistas, periodistas radiofónicos o incluso autores de libros. El arte, la
cultura y las campañas políticas integran a las redes sociales en buena medida en sus
estrategias, desde la organización interna, pasando por la movilización hasta el propio
efecto en la opinión pública. Lo que en principio parece una forma de expresión más del
libre arbitrio social es en realidad mucho menos informal y presupone unas decisiones
fundamentales. Los debates moralistas que tildan la web 2.0 de moda pasajera y exigen su
abandono han obviado hasta ahora por qué millones de personas se agrupan en torno a
Facebook. Por experiencia sabemos que un software fácil de usar y estable en
combinación con interfaces sencillas que no avasallan al usuario con funciones
adicionales constituye un éxito. El afán por satisfacer una necesidad con algo todavía más
interesante siempre será más poderoso que la presión moral para abandonar. Asimismo, la
crítica ideológica desenfrenada nos impide realizar observaciones exactas. Las redes
sociales penetran por todas las facetas de nuestras vidas. Visto desde la perspectiva
tradicional «clandestina» puede resultar difícilmente imaginable usar Facebook o Twitter,
del mismo modo que los maquis sólo se comunicaban «cara a cara». Es lógico. Pero la
realidad caótica actual nos enseña algo distinto. ¿Alguien ha tratado de renunciar durante
una semana a Google, Facebook o el smartphone? La probabilidad de superar esta prueba
es prácticamente cero.
El problema con la estrategia habitual del activismo de medios en la era de las redes
sociales reside menos en su incapacidad por alcanzar una masa crítica –lo que logran
bastante bien– sino en la falta del doloroso revés del encuentro con los detentores del
poder. Las cibercascadas al estilo de Avaaz.org, que organizan peticiones online con
millones de firmas, generan señales de una percepción masiva, pero fracasan en su
capacidad de resistencia. Resistir significa que la lucha puede desembocar en una derrota

143
real, lo que suena poco atractivo. Recibir un «no» por respuesta no queda nada bien.
Protestar no significa actualmente otra cosa que fiesta y trabajo para gestores de eventos.
La cultura, tanto marginal como mayoritaria, resulta menos útil en la cuestión
organizativa de lo que generalmente se espera. El punto culminante es aquí The Rebel
Sell, Why Culture Can’t be Jammed (2005) de Heath y Potters. Los relaciones públicas de
los movimientos reformadores actuales, con Tony Blair como su gurú, insisten en una
actitud positiva y pretenden revestirse de supremacía moral, al mismo tiempo que tachan
de perdedores del siglo XX a los incansables luchadores que defienden derechos, atacan
al sistema y oponen resistencia.
En el pasado, las estrategias del activismo hacker presentaban determinados elementos
de esta negatividad radical, al mismo tiempo que los medios tácticos les servían como su
equivalente lúdico. Encontramos en retrospectiva otros modelos de resistencia inspirada
en la literatura de los años cincuenta sobre el usuario como rebelde (Albert Camus) o
outsider (Colin Wilson). El usuario protestador actual no es ni el e-ciudadano perfecto ni
un hombre solitario patológico, tarado y blanco haciendo multitarea. ¿Cómo podemos
definir la estética de la protesta online en la era pos-pop?
Hartos de pasitivismo, nos hemos aprendido la lección: las estructuras organizativas
fuertes firmemente ancladas en la realidad y capaces de movilizar recursos (financieros)
acabarán imponiéndose al débil compromiso online («me gusta» tu rebelión). Si se hace
caso a las predicciones del mercado, llegaremos a unas interfaces que mezclarán
virtualmente lo hiperlocal y lo global y nos transportarán al siguiente nivel de
compromiso político. Como apunta Malcolm Gladwell en el New Yorker, Twitter no nos
traerá por sí solo la democracia.6 Los luchadores experimentados pensarán: «Bien dicho,
Malcolm, ¿pero cómo llegamos hasta allí? Ya no es suficiente deconstruir la moda
mediática: ¿podrías presentarnos algunas propuestas de qué debemos hacer?»

2. Pasar al modo offline


Después del slow food, los ecocomercializadores han descubierto ahora la slow
communication.7 ¿Tendremos en breve salas de aeropuerto sin wi-fi en nombre de un
nuevo estilo de vida de ocio? ¿Qué tal unas interfaces «suaves» para niños hiperactivos?
Lo que puede ser adecuado para la salud propia, no tiene por qué ser de interés general.
Hay muchos motivos para acelerar la difusión de la información y la inclusión en debates
importantes. En algunos casos aumentaremos la velocidad, en otros reduciremos el ritmo.
El voluntarioso (auto)control de la tecnología contendrá un componente sociopedagógico
importante, pero está a años luz de la idea de «infodieta». Pasar a offline puede mejorar el
equilibrio entre cuerpo y mente, pero no debería difundirse como dogma de fe definitivo.
La necesidad de movilizar las disputas no debe confundirse con tendencias ecológicas
como los mercados productores regionales. La motivación activista se sitúa en un
contexto radicalmente diferente a los llamamientos New Age a relajarse offline. El paso
estratégico de cortar (¿temporalmente?) la comunicación debería fijarse más bien en
Danah Boyd, que advierte a los jóvenes especialmente de los riesgos para la intimidad
que surgen de las redes sociales.8 En lugar de dar instrucciones moralizantes de alejar a
los niños, su método explora la vida cotidiana real de los adolescentes para ayudar a los

144
padres, profesores y los propios niños a conciliar la necesidad de estar online con los
amigos con las preocupaciones justificadas por la protección de datos.
Las estrategias offline hostiles a la tecnología sólo son efectivas si se practican
colectivamente en forma de huelga general, desvinculadas de estilos de vida individuales.
Después de que Facebook cambiara su configuración de protección de datos, la página de
DigiActive hizo un llamamiento entre sus activistas a dejar de ser amigos entre sí y
abandonar los grupos políticos online. «Borrad informaciones de estado político, registros
y enlaces y no añadáis ninguno nuevo, borrad vuestras etiquetas de fotos que os muestran
en actividades políticas o junto con activistas conocidos y retirad todos los enlaces que os
relacionan con personas, ideas y organizaciones políticamente peligrosas.»9 Continúa
explicando DigiActive:
«Los activistas deben crear perfiles anónimos separados para sus actividades políticas, que no
contengan informaciones personales correctas y no mantengan vínculo alguno con amigos,
agrupaciones y lugares reales. En algunos casos puede ser incluso aconsejable crear una ‹cuenta de
usar y tirar›, del mismo modo que los activistas también utilizan tarjetas telefónicas de un solo uso:
crear una cuenta ficticia para realizar una acción delicada y no volver a usarla nunca más. Para que no
se pueda relacionar una determinada dirección IP con la cuenta activista, debería accederse a dicha
cuenta solamente desde diferentes ordenadores públicos en cibercafés y en ningún caso desde un
ordenador particular en el domicilio propio.»

Nunca es temprano para aprender a desactivar la tecnología «Deep Packet Inspection»


instalando PGP (para correo electrónico), TrackMeNot (para navegadores) o Tor Identity
Cloakers o adquiriendo un teléfono encriptado.
Hoy en día, los comités activistas ya no sueñan con hacerse invisibles, pues están
sometidos a la misma vigilancia tecnológica que todo el mundo. En cambio, las
subculturas blandas crean alegremente nuevas páginas web, grupos y canales, creyendo
que como comunidad se les dejará en paz. De hecho, el final de la larga cola puede ser
muy tranquilo.10 Pero las masas todavía no han descubierto que ostentar el último bien
cultural tampoco está de moda y que no existe vanguardia alguna fuera del ámbito del
marketing. Todos nosotros hemos entendido las leyes de lo chulo, ¿pero cómo podemos
volver a desactivar esta lógica? No basta liberarse de lo «chulo» a lo chulo (si podemos
resumir los adbusters de este tipo). ¿Es posible ignorar los iProductos? Las redes sociales
prometen crear vínculos directos e inmediatos entre las personas, y esta energía utópica
nos arrastra cada vez más hacia las profundidades de los entramados mediáticos de las
multinacionales. ¿Pero qué hay que hacer en lugar de limitarse a reivindicar el abandono
definitivo de estas tecnologías?

3. Encuentros con significado


Que no todos somos «amigos» es una perogrullada de la era web 2.0 tardía que acaba
con las conversaciones antes de desatar la fantasía colectiva de cómo crear una «conexión
en red diferente». Así pues, ¿cómo definimos las relaciones contemporáneas? ¿Cómo
damos forma a relaciones duraderas que tienen un valor y van más allá de la dicotomía
amigo-enemigo y la representación simbólica de los vínculos afectivos? Soñamos
relaciones verosímiles, encuentros espontáneos (y cómo consolidarlos) y tecnologías que
ponen activamente patas arriba los hábitos cotidianos. Los smart mobs eran demasiado

145
inocentes; 4chan contiene elementos radicales que nos ponen en contacto con usuarios
online desconocidos, pero al cabo de unos momentos de entusiasmo decaímos en un
aburrido voyerismo. ¿Qué significaría una solidaridad al estilo 4chan o ChatRoulette: una
especie de proyecto de ayuda al desarrollo P2P de la era post-ONG, en la que uno se
reúne a través del ordenador con un compañero del Tercer Mundo?
Puede aprenderse mucho del movimiento Anonymous. Pero lo que le falta a esta
cultura irónica de la web 2.0 es el elemento «sweet stranger»,11 en el sentido de lo que
Jean Baudrillard ha denominado estrategias de objeto. Fuera se producen encuentros
casuales que pese a todo tienen un significado. Para estar abiertos a opciones
radicalmente diferentes, debemos deshacernos del paradigma de la «confianza», cuyo
concepto promueve sistemas de seguridad paranoicos y desemboca en «jardines
amurallados». El discurso del «riesgo» debería dejar de ceñirse a las empresas, a las que
se alaba por su valiente disposición a arriesgar (con el dinero de otros), mientras que la
inmensa mayoría de usuarios se encierra en jaulas de «confianza». Las redes no sólo
deberían reproducir las antiguas dependencias; tienen otro potencial. Debemos
deshacernos de la lógica de los «amigos» y comenzar a jugar con la idea del diseño
peligroso.
En cuanto a las estrategias activistas, superémonos y dejemos atrás la herencia de los
«medios tácticos» turbulentos y especuladores de los años noventa.12 Una cuestión
fundamental es por qué los movimientos sociales, colectivos artísticos e iniciativas
culturales deben usar tanto las redes sociales. Una cosa es que nos independicemos de la
nube de Google y las definiciones de las relaciones sociales de Facebook; pero el
problema real es cómo abordamos la cuestión organizativa. Žižek, Badiou y Agamben
como los próximos Marx, Lenin y Mao (decidid vosotros quién es quién): estos filósofos,
por muy interesante que pueda ser su trabajo, no nos ayudan porque recaen una y otra vez
en una nostalgia leninista superada. Su negativa común a debatir (nuevas) formas
organizativas no deja lugar a dudas. En la era del intercambio digital en red, lo social es
más ambivalente que nunca. Los protocolos de la colaboración humana no existen por la
gracia de Dios, sino que pueden determinarse libremente. Dicha misión ya no es un coto
exclusivo de la iglesia, del pueblo, del clan o incluso del partido. ¿O deberíamos dejar
nuestro destino acríticamente en manos de Palo Alto como si del nuevo Kremlin o
Vaticano se tratara?
En un debate con Clay Shirky, Evgeny Morozov apunta: «Creo que una protesta de
masas necesita un líder carismático, un Sájarov, para poder desplegar todo su potencial.
Me temo que en la era de Twitter ya no puede existir ningún Solzhenitsin.»13 Dicha
afirmación se hizo a todas luces antes del culto a Julian Assange. Sin embargo, lo que
Morozov considera una laguna, deberíamos verlo como una circunstancia: las redes
fomentan un liderazgo informal, difícil de sustituir. Las masas de la vieja escuela en la
calle proyectaban en su momento sus anhelos en líderes carismáticos, pero los activistas
de hoy se enfrentan a la situación de que los medios movilizan pero también
deconstruyen, desmontan, fragmentan e ignoran la vieja escuela. El ordenador en red es
una máquina de la Guerra Fría profundamente posmoderna y paralizadora. En balde
buscamos un camino para volver a unir a las masas y utilizamos redes para construir
sistemas formales de representación. La propuesta de Morozov también puede leerse
como nuevo punto de partida: no existirán masas si de entrada saboteamos la aparición de

146
líderes. En lugar de crear un contrapoder hemos disuelto el poder como tal. Ello implica
que, de hecho, hemos alcanzado –mejor, cumplido– la era foucaultiana. Bajo estas
condiciones, las estrategias alternativas son menos «utópicas», lo que explica por qué
salen por todas partes anarquistas y tecnolibertarios como setas.
Un momento clave de todo movimiento social es el primer contacto entre dos o más
unidades aparentemente autónomas. Llamémoslo el erotismo del contacto. ¿Alguien ha
vivido la metamorfosis de conexiones sueltas que se convierten en vínculos
revolucionarios? Es difícilmente imaginable que pueda desprenderse esta fase
apasionante de la ecuación digital. Crear nuevos vínculos forma parte del núcleo de los
procesos artístico-políticos. Es el momento de «cambio», cuando el desierto del imperio
del consenso se convierte en un floreciente oasis. Dicen Michael Hardt y Antonio Negri:
«La transición de la que partimos aquí requiere en cambio una creciente autonomía de la
multitud frente al control estatal; la metamorfosis de sujetos sociales a través de la
formación y ejercitación en la cooperación, comunicación y organización de encuentros
sociales; y con ello, una progresiva acumulación del común.»14 No es otra cosa que la
ciencia de la revolución: el objeto definitivo para el estudio de organizaciones y sus
contrapartidas clandestinas.
Si queremos llegar allí no basta interpretar correctamente los signos del tiempo.
Debemos experimentar con nuevas formas organizativas. Instalar, actualizar, caída,
reiniciar, desinstalar. Por muy honrados que sean los revolucionarios académicos, sus
interpretaciones son inapelablemente retro y carecen de toda curiosidad por las formas
organizativas contemporáneas. ¿Dónde están sus historias de ensayo y error? La web 2.0
plantea el problema, preguntándose cómo organizar la disparidad de opiniones en la era
digital. ¿Cómo se forman hoy en día los movimientos sociales? Si uno no puede
esconderse en ningún lado, ¿debemos cambiar a un modelo de «conspiración abierta»?
¿Los movimientos surgen de «cristales de masas», como lo definía Elias Canetti, aquellos
pequeños grupos rígidos que sabían cómo reunirse en masa en calles y plazas? ¿Todo ello
se debe a que nos fascina tanto la «comunicación viral»?15 Hasta ahora, la curiosidad se
expresaba ante todo en el acto de duplicar y «hacerse viral». ¿Cómo puede instarse a
alguien a actuar más allá de unas formas inconcretas de difusión de la información? ¿Son
las redes organizadas los «cristales de masas» del siglo XXI?

4. Las orgnets en la práctica


Uno de los pocos modelos de cultura de nuevos medios todavía inexplorados es el de
las propias redes. Si han venido para quedarse, debemos tomarnos las redes en serio y
radicalizar su forma. Las redes continúan considerándose plataformas secundarias e
informales del intercambio entre personas. En lugar de orientarnos según la «organización
de redes» –la perspectiva instrumental de la redes como herramientas de organizaciones,
movimientos sociales o empresas para intercambiar información y experiencias–
deberíamos obtener un mejor conocimiento de las «redes organizadas», una idea que he
venido desarrollando junto con Ned Rossiter desde 2005.16 En estas «redes organizadas»
en auge, la cooperación aspira a realizar proyectos y escribir software: en pocas palabras,
producir bienes culturales. Si por un lado, las organizaciones en red mantienen unos

147
vínculos sueltos y unas relaciones más bien informales destinadas a «cargar pilas» a
través del intercambio de información y conversaciones inspiradoras, por el otro, el
concepto de «redes organizadas» parte de una base más transformadora, trasladando la
producción cultural directamente a la red y cambiando de este modo el propio modelo
organizativo. La evolución de tales ideas responde a una falta de conceptos necesarios.
Como escribe Simon Critchley, «la política siempre tiene que ver con denominaciones. Se
trata de dar nombre a una subjetividad política y de organizarse políticamente en torno a
dicho nombre.»17 Según Critchley, no deberíamos vincular nuestras esperanzas a una
ontología sino tratar de «diseñar formas de asamblea, coalición y unión en relación a un
ser social más salvaje e informe». La denominación que discuto aquí proviene del mundo
de las tecnologías de redes. Es remarcable que los pensadores contemporáneos obvien
esta parte vital de nuestra vida presente, pero este es otro asunto.
Las redes organizadas u «orgnets» son nuevas formas institucionales de colaboración,
creadas una vez completado el proceso de digitalización e informatización y centradas en
cuanto a su investigación sobre todo en la tensión potencialmente productiva entre
descentralización e institucionalización. De modo parecido a la relación cambiante entre
los movimientos sociales y las ONGs hace diez o quince años, estamos asistiendo a una
creciente tensión entre los modelos consolidados de «organizaciones culturales»
dedicadas a la cultura, el arte y los nuevos medios y redes informales sustentadas por
determinados artistas. A diferencia de una década atrás, el sector cultural de los nuevos
medios ya no puede reclamar una postura de «vanguardia», pues la vanguardia ha sido
adoptada por el mercado. Esta situación abre un vacío. Al haber dejado de ser realmente
innovadoras y explícitamente críticas, las organizaciones no comerciales de nuevos
medios se ven sumidas en la incertidumbre. ¿Qué rumbo deben tomar? Si no realizan una
investigación adecuada, útil para la política o la ciencia, ¿cuál es su papel? Dado que la
fase introductoria de los nuevos medios está tocando a su fin, ¿deberían sobrevivir sin
subvenciones públicas o disolverse? La digitalización masiva del «patrimonio cultural»,
altamente subvencionada, ha resultado infructuosa para el sector de los nuevos medios,
limitándose a reproducir el panorama cultural conservador actual con sus museos, óperas
y auditorios. Algo parecido puede decirse de los programas de «sabiduría de medios» en
el sector educativo, que sólo se articulan para «gestionar» (léase controlar) la de por sí
elevada competencia informática de los jóvenes y la ignorancia y paranoia de padres y
profesores.
En lugar de adaptarse a la agenda de las industrias creativas, los modelos organizativos
actuales tienen que convertirse en nodos de apoyo y reforzar las redes organizadas. No se
trata de seguir investigando (y explotando) los vínculos sueltos, sino que las redes
organizadas apunten más bien a unos lazos más sólidos dentro de unidades menores que
surgen de encuentros entre iguales. Deberíamos quejarnos menos del declive del
compromiso para comenzar a dar forma a estructuras densas que facilitan y ayudan a
coordinar el trabajo colaborativo en proyectos culturales, políticos y pedagógicos. Del
mismo modo, deberíamos terminar con la explotación del trabajo no remunerado y
asegurar unas fuentes de ingresos adecuadas para los nuevos ámbitos profesionales
desarrollando modelos retributivos y sistemas de pago alternativos. ¿Qué protocolos están
indicados para estructurar las redes organizadas? ¿Cuáles son las modalidades de
autoorganización? ¿Cómo pueden ampliarse las redes organizadas? ¿Y hasta qué punto
son sostenibles estas redes, considerando que de entrada carecen de acceso a los recursos

148
(económicos) habituales?
El concepto de orgnet surge de un entorno activo y dinámico que plantea más
preguntas de las que posiblemente pueden responderse. Los activistas organizan
campañas transnacionales online y las empresas de la web 2.0 se benefician del trabajo y
la atención gratuitos de su red de usuarios. Si nos tomamos en serio estas tecnologías de
red, debemos preguntarnos qué vendrá después de este entusiasmo inicial. ¿Generará la
conexión en red un nivel disperso y suelto de socialización o serán las relaciones más
sustanciales? ¿Qué transformaciones a largo plazo resultarán de la actuación conjunta en
red? ¿Cómo podrán las redes mantener su mordacidad crítica, al mismo tiempo que se
profesionalizan? ¿Los contenidos generados en el contexto de la «cultura libre» estaban
realmente pensados para su difusión gratuita o sólo se hizo porque lo «libre» era la única
opción? ¿Regresaremos a nuestra ajetreada vida cotidiana cuando la moda pierda fuerza o
aspiraremos entonces a un compromiso social 2.0 todavía más fuerte? Si artistas,
investigadores, activistas, pedagogos y trabajadores del sector cultural se ven cada vez
más inmersos en el paradigma de red, debemos preguntarnos urgentemente qué significa
que las redes se conviertan en el motor tanto en el ámbito laboral como en el ocio.
Aunque no sustituyan la cultura de oficina real, ¿cómo transformarán las organizaciones
culturales?
Por este motivo habría que tratar de generar fuentes de ingresos y formas organizativas
independientes que reflejen las condiciones de la conexión en red que a su vez determinan
el trabajo cultural. Bajo los condicionantes del capitalismo neoliberal encontramos en el
día a día caótico un sinfín de ideologías prefabricadas y listas para usar, pero también nos
podemos abrir a nuevos diseños estratégicos. Las arquitecturas de red permiten una libre
elección y la base de sus aspectos sociales promete unas posibilidades vagas de
(re)engancharse. Poderse mover de una ciudad o un ámbito profesional a otro conlleva
tanto libertad como estrés, tanto la alegría de vagar cual nómada como sus riesgos.
¿Cómo encontramos un equilibrio entre el deseo de proseguir el camino y la importante
defensa de derechos y recursos? La obligación de autopromoverse implacablemente, al
tiempo que se procura no practicar una autorrevelación arriesgada en las redes sociales,
desemboca en un dilema similar. Sin embargo, la opción de no registrarse en las redes
sociales ya ha caducado. Muchos trabajadores «precarios» del sector cultural notan que
tienen que participar en grupos, listados o redes profesionales como LinkedIn, pues la
conexión en red social online ha resultado ser un aspecto irrenunciable del desarrollo
profesional. En esta era de McEmpleos, los artistas y trabajadores culturales deben tener
planificados una serie de proyectos paralelos que quizá conducirán a un trabajo
remunerado, o quizá no. Por ello, no constituye superioridad moral alguna mantenerse al
margen de la participación en plataformas comerciales como Facebook o Twitter, aunque
sería mejor idea promover activamente un software distribuido alternativo de redes
sociales, basado en los principios de software libre y fuente abierta.
La influencia actual de la ideología de lo libre y abierto, propagada por algunos
representantes del movimiento de la «cultura libre», debe considerarse una posible
trampa. Creative Commons, software libre, Open Content y Open Access son fantásticos,
pero sólo si pasan a formar parte de un movimiento más amplio que aspira a desarrollar
modelos de ingresos alternativos. En este sentido, también necesitamos una nueva
concepción del dominio público y especialmente de la difusión pública que equipare los
nuevos medios al cine, la radio y televisión pública y la prensa escrita. Barcamps,

149
Unconferences, Book Sprints, Hackathons, Contentfests y Bricolabs son manifestaciones
de una floreciente cultura de laboratorios mediáticos temporales. En lugar de plantear
cómo pueden estas nuevas prácticas contribuir a «hacer política», podría invertirse la
pregunta: ¿cómo puede la política cultural reforzar las redes? Uno de los pasos a seguir
consiste en percibir las redes como lógica cultural que se contradice con los mecanismos
democráticos habituales. Las redes parten de una postura postrepresentativa. Una red no
puede afirmar hablar por nadie más que sus propios miembros.
Veamos tres casos de redes organizadas en acción. Dado que no constituyen religiones,
identidades ni sistemas de gestión de calidad, es irrelevante si los individuos o las
instituciones involucradas están explícitamente de acuerdo con la idea de «orgnet». Al
menos en esta fase inicial, la idea de las orgnets debería entenderse ante todo como
propuesta, como concepto crítico y atractivo extraño que, a partir de un potencial, crea un
espacio para originar acontecimientos.

5. Caso nº 1: Culturemondo

Culturemondo es una red de portales culturales centrada en el patrimonio cultural,18 a


la que pertenecen tanto investigadores –incluidos Ilya Lee de Taipéi y Alexandra Uzlac
de Culture Link de Croacia– como líderes de opinión política como Frank Thinnes del
portal cultural luxemburgués plurio.net y Jane Finnis de Culture24 del Reino Unido,
expertos informáticos de museos como Seb Chan del Powerhouse Museum de Sídney y
otros representantes del ámbito de la difusión cultural. Según Ilya Lee, los miembros de
Culturemondo se basan en el valor de compartir entre iguales que desean incrementar la
influencia y la visibilidad de su trabajo e impulsar el conocimiento del desarrollo
progresivo de la red en sus propios campos. Según Ilya Lee, «reconocen que internet
promueve unas conexiones sueltas, unas formas informales de organización burocrática
global. Es realmente importante coordinarse y practicar el valor de la colaboración en el
ámbito de la difusión cultural.» Además de muchos otros temas, en Culturemondo
también se debate cómo lograr que la política cultural se vincule con la política y las
estrategias de lo digital. La sexta mesa redonda celebrada en Ámsterdam, que coincidió
con el festival PICNIC, tenía como lema «Llevar la práctica a la política cultural digital».
La red Culturemondo surgió de un encuentro de administradores de portales culturales
celebrado en junio de 2004 en Dublín con motivo de la Minerva International Digitisation
Conference. Jane Finnis del portal cultural inglés Culture24 y Vladimir Skok de
culture.ca fueron determinantes en su fundación. En sus primeros años, Cuturemondo se
financió con fondos canadienses y del programa taiwanés TELDAP. No se trata de una
organización mundial con numerosas delegaciones o una especie de asociación del sector,
sino de una red informal activa que basa su éxito precisamente en sus enfoques culturales
diferenciados. Culturemondo no organiza conferencias o encuentros anuales sino que crea
«mesas redondas». Es remarcable su orientación transdisciplinaria y la diversidad de
expertos que logra reunir: divulgadores culturales, políticos culturales, programadores
web, diseñadores, lectores y productores de contenidos.
¿Los portales web no son una rémora de las dotcom de los años noventa? No se
corresponden con la forma de difundir contenidos en la era de la web 2.0, es decir, a
través de recomendaciones, enlaces y «me gusta». Los miembros de Culturemondo son

150
conscientes de estos cambios. La etiqueta de «portal cultural» sigue utilizándose porque
este es el discurso que entienden las instancias subvencionadoras y los ministerios. Y no
nos engañemos, es harto sabido que el sector de la difusión cultural es inerte. Los
miembros de Culturemondo hablan de cómo lidiar con estas estructuras institucionales
anquilosadas. En una conversación por Skype pregunté a Ilya Lee si considera
Culturemondo una «red organizada», a lo que respondió: «Culturemondo reúne a
políticos y geeks. Nos centramos en el nivel personal, el intercambio informal y el
desarrollo interno de la red. Los miembros activos provienen de quince países y contamos
con 250 organizaciones participantes. Desarrollamos Culturemondo para que se convierta
en una organización real, en la que se encuentran lo global y lo local. En este sentido sí
puede afirmarse que presenta características de una ‹orgnet›.»
¿Coincide Culturemondo con la retórica de las industrias creativas? Dice Lee:
«En relación al patrocinio, sí. Pero por suerte, la presión nos llega retardada. En este preciso
momento en el que estamos hablando, algunos de los programas y socios con los que hemos
colaborado tienen que dejarlo. En todas partes se plantea la cuestión del modelo de negocio. Ello se
manifiesta concretamente en la presión por parte de las industrias creativas de desarrollar apps
móviles, como reacción a los rumores difundidos por Chris Anderson, redactor jefe de Wired, de que
‹la red está muerta›. Las instituciones y empresas aprecian mucho su carácter cerrado. La cultura
vallada está avanzando. Para contrarrestar esta evolución, debemos hablar de nuestros valores
básicos. Para ello necesitamos teorías. ¿Cómo podemos introducir prácticas de fuente abierta en la
política cultural? Ello se remonta a la agenda ‹de la práctica a la política› de Ámsterdam de 1997, y
merecería la pena escribir la historia de estos esfuerzos.»

Culturemondo puede alcanzar fácilmente 5000 «amigos» en Facebook y reunir a


cientos de nuevos miembros, ¿pero de qué serviría? En diciembre hablé en la cuarta mesa
redonda de Culturemondo en Taipéi sobre la relación entre las redes organizadas y la
moda de las redes sociales. En mi presentación contrapuse a la explotación de los
«vínculos débiles» por redes sociales como Facebook y MySpace y la necesidad de los
usuarios de coleccionar cada vez más «amigos» (efecto causado por algoritmos) la
tendencia de fortalecer los lazos existentes –pero igualmente muy virtuales– dentro de
redes que a partir de ahí apuntan a un intercambio intenso y una colaboración estrecha. El
malestar causado por la política insensata de Facebook en materia de protección de datos
no sólo ha llevado a las protestas de artistas, activistas y hackers, con acciones como la
máquina suicida de la web 2.0 desarrollada por Moddr-Lab de Rotterdam, sino también al
desarrollo de software alternativo de redes sociales como Crabgrass, Diaspora, Applesee
y GNU Social. Un rumbo parecido tomaron los blogs, pasando de una plataforma
centralizada, comercial y propietaria (blogger.com) a software de fuente abierta
(Wordpress), que todo el mundo podía bajarse e instalar en su propio servidor. Además de
unas interfaces de usuario agradables e innovadoras, el principio de «gráfico abierto»
pudo contribuir al éxito de estas iniciativas, que permite llevarse a todos los «amigos» de
una red social a otra.
El teórico alemán Soenke Zehle fue uno de los ponentes de la mesa redonda de
Culturemondo durante el sexto festival PICNIC. Le pregunté cómo describiría la red:
«Culturemondo atrae a personas que no preguntan si alguna vez cambiará la forma de funcionar de
las redes, sino que cuentan con capacidades (conceptuales y tecnológicas) de incidir activamente en la
transformación institucional del sector cultural. El compromiso necesario para lograr tales
transformaciones en la dinámica de la institucionalización se mantendrá elevado mientras el objeto
noble de la producción cultural siga siendo el museo. Culturemondo no es el único intento ni el

151
primero de cuestionar la forma como se determinan los límites dentro del ámbito cultural, pero está
bien posicionado para estudiar el cambio de la respectiva opinión pública que ello conlleva, puesto
que los portales online se sitúan por definición en los márgenes institucionales y abren un nuevo
entorno de experimentos ético-estéticos, también porque la propia interfaz se ha convertido en el
centro de atención. Por ello, estas actividades interrelacionadas, basadas de modo igual en
investigaciones comunes y en eventos, permiten una lógica más bien de espacios intermedios y de
iteración que institucional, que va más allá de sus actividades de red, y con ello también la urgente
fragmentación de las formas de cómo se articula la producción y difusión pública de la cultura.»

6. Caso nº 2: Wintercamp 09
El Wintercamp 09 fue organizado en marzo de 2009 por el Institute of Network
Cultures como evento de una semana al cual se invitaron a Ámsterdam redes de artistas y
activistas para que trataran explícitamente la cuestión de cómo deberían «organizar» su
red.19 El objetivo era combinar lo real con lo virtual y averiguar cómo pueden colaborar
mejor las redes sociales dispersas. Cuanto más personas trabajan en conjunto online, más
urge la cuestión de unos modelos de red viables. Encontrarse en directo es normalmente
muy caro para las redes (virtuales). Sus miembros están distribuidos por toda Europa o
todo el mundo, y cuando se reúnen se trata de breves sesiones de coordinación al margen
de una conferencia o un festival. Por ello, estos talleres deberían ser ofrecidos sobre todo
por los grandes agentes de este ámbito. Entre los 150 participantes del Wintercamp
procedentes de doce redes se encontraban programadores, activistas, científicos, autores,
diseñadores, divulgadores culturales y artistas. Algunas de las redes participantes
provenían del entorno del INC, como MyCreativity del ámbito de las profesiones
creativas. Algunas ya estaban consolidadas (Dyne.org y Upgrade!), mientras que otras se
estaban constituyendo en red. Las redes se movían entre unas estructuras extremamente
informales (Goto10) y bastante formales (blender.org, FreeDimensional), y los
participantes venían en gran parte de Europa Occidental y Norteamérica, y sólo unos
pocos de otras partes del mundo.
El formato del Wintercamp consistió en una mezcla de presentaciones improvisadas a
modo de conferencia y sesiones de trabajo destinadas a impulsar cuestiones concretas,
desde la confección de solicitudes de investigación hasta la escritura en código. Se intentó
encontrar un equilibrio entre sesiones de grupo intensivas, asambleas plenarias y
reuniones de tamaño medio, dejando al mismo tiempo suficiente espacio para el
intercambio informal. De los detalles del programa y producción del evento se encargó un
«metagrupo», que a su vez colaboraba estrechamente con un grupo de blogueros. El
metagrupo llevó a cabo entrevistas con casi 30 participantes de diferentes colectivos,
todas ellas disponibles online en Vimeo. Allí se trataron aspectos como la tensión entre lo
formal y lo informal, recursos económicos y materiales y las relaciones con otras redes y
grupos. En el Wintercamp se realizó un intercambio de experiencias sobre varios temas,
de los que quisiera destacar tres:
Crecimiento: Las redes se quedan a veces demasiado pequeñas o crecen demasiado
deprisa, sin motivo aparente. ¿Existe una dimensión ideal? Las investigaciones han
mostrado que una red de 50-150 miembros activos puede funcionar durante años. ¿Es la
expansión siempre la respuesta correcta cuando una red se estanca? ¿Está condenada al
fracaso una comunicación en red con más de 500 participantes, tal y como se afirmaba

152
antiguamente? ¿Sería «lo pequeño es hermoso» una respuesta válida a las masas de
Facebook?
Conflicto: Las redes se ven a menudo afectadas por conflictos repetitivos entre sus
miembros (guerras, trolls, marcar el coto) que pueden conducir al colapso de toda la red.
¿Basta dar tiempo al tiempo y traer a personas nuevas, esperando que de este modo cesen
las hostilidades? ¿Qué papel pueden desempeñar los códigos éticos u otros
procedimientos para desactivar estos conflictos personales? En la era actual de
«confianza» entre «amigos» es tan fácil irse, expresarse, ocultar a personas a las que no se
quiere, ignorar e-mails o abandonar redes. Las redes son a menudo transnacionales, lo
cual conlleva unas enormes diferencias culturales de cómo tratar con éxito la raíz o la
situación de conflicto.
Software y el dilema tecnológico: Existen montones de herramientas adecuadas para la
colaboración. ¿Dónde están los límites de los protocolos de comunicación habituales
(correo electrónico, listas de distribución, páginas web, redes sociales, Skype) y existen
herramientas alternativas que pueden aumentar la independencia? ¿Existen posibilidades
de simplificar procedimientos complejos y reducir la posible avalancha informativa?
¿Cómo puede aprender una red de aficionados a programar y manejar software
específico? ¿Es la tecnología una posibilidad de ampliar la red y experimentar con ella, o
es más bien una fuente susceptible de frustración que ahuyenta a los recién llegados?

7. Caso nº 3: RIXC en Riga


El último ejemplo presenta el caso de un encuentro dedicado a la problemática de la
sostenibilidad cultural desde la perspectiva de las redes. Bajo el título de «Organized
Networks», se organizó en Riga, la capital de Letonia, en diciembre de 2009 un programa
de formación en gestión de redes culturales.20 El evento reunió a representantes de más
de veinte organizaciones culturales, centros de nuevos medios y redes del Báltico,
Escandinavia y otras zonas de Europa así como del Cáucaso. El programa había sido
creado por el RIXC, el Centro de Cultura de Nuevos Medios, de Letonia, junto con otros
socios de Finlandia, Noruega, Islandia, Suecia, Dinamarca, Lituania, Letonia, Países
Bajos, Armenia y Georgia. Para los organizadores, las redes no sólo son estructuras
virtuales: «detrás suyo están personas e infraestructuras técnicas, y nuestras culturas de
red también se enfrentan a los mismos problemas de sostenibilidad».21 La pregunta
principal era qué nuevas estrategias y métodos pueden aplicarse para lograr una práctica
cooperativa translocal más sostenible. ¿Cómo desarrollamos nuevos modelos basados en
red que presten apoyo tanto a personas como a organizaciones culturales locales? ¿Qué
relación mutua guardan las redes y los nodos? De modo parecido a Culturemondo, el
programa de formación siguió un enfoque interdisciplinario, reuniendo a artistas,
activistas de nuevos medios, investigadores en tecnologías eficientes, programadores de
software social, activistas de fuente abierta y diseñadores centrados en infraestructuras
autónomas y alternativas, que debatieron juntos cómo tratar los problemas de la
sostenibilidad. Mientras la sostenibilidad se utiliza generalmente como término
metafórico de moda, aquí se pudo asistir a la transposición inmediata de los conceptos de
sostenibilidad del contexto de los recursos naturales al ámbito cultural.

153
En noviembre de 2010 pregunté a Rasa Smite, organizadora del evento, a través de
Skype si las «redes organizadas» realmente existen o si sólo son una entelequia útil pero
poco realista:
«En comparación con los locos años noventa, hemos constatado que las redes ya no crecen por sí
solas. ¿Quizá ya no somos tan idealistas? Ya no somos capaces de reconocer que a nuestro alrededor
crece un sinfín de rizomas. Pero aun así persiste el mito de redes autoorganizadas que nos rodean,
aunque la realidad es bastante diferente. Lo que falta es continuidad. En el RIXC tuvimos que
adaptarnos a esta nueva situación y empezar a ensayar modelos de red mejores. Hoy ya no esperamos
nada especial de otros participantes en la red, lo que resultó ser un momento de liberación. Y aquí
surgió la idea de la orgnet. El modelo significa asumir la plena responsabilidad, y a partir de allí
comenzó a funcionar de verdad.»

Una fuente de inspiración para Rasa es la Fundación Peer to Peer impulsada por
Michael Bauwens. En los viejos tiempos, entre 2006 y 2008, cuando la crisis financiera
todavía no se había cebado con toda su violencia en Letonia, el RIXC contaba con ocho
trabajadores remunerados, que a finales de 2010 se habían reducido a tres. Mientras tanto,
Rasa Smite completó su doctorado sobre los inicios de las comunidades de redes
creativas. Para sobrevivir, los fundadores del RIXC han integrado una área comercial, de
modo que llevan tanto una organización sin ánimo de lucro como una empresa con fines
comerciales.
Quizá la pregunta no sea tanto cómo puede la política cultural fortalecer las redes. Ello
puede ser así a corto plazo. Pero en un futuro próximo, los límites entre las
organizaciones políticas y culturales se difuminarán todavía más. De momento, las redes
todavía necesitan las instituciones tradicionales para poderse sustraer a lo virtual y
legitimarse. ¿Pero qué sucederá si la situación se revierte y la inmensa mayoría de agentes
se compone de autónomos «precarios»? Las redes quizá serán capaces de tomar cuerpo
como unidades virtuales y llevar sus asuntos jurídicos y económicos sin tener que
mantener una base en un determinado país. Llegados a este punto, la autoorganización, la
libre cooperación y los recursos compartidos dejarán de estar al margen y llamar a las
pesadas puertas de una cultura atrincherada, para liberarse de su papel subordinado y
pasar a ser portadores del desarrollo cultural.
Slavoj Žižek apunta hacia la dirección correcta cuando declara:
«No tiene sentido –o cuanto menos es profundamente ambiguo– enfrentarse a los devastadores
efectos de la modernización capitalista que están llevando al mundo hacia el abismo, inventando
nuevas ficciones e imaginándose ‹nuevos mundos›: todo depende de qué relación guardan dichas
ficciones con la realidad más profunda del capitalismo: ¿sólo lo complementan con una diversidad
imaginaria, tal y como lo hacen las ‹narrativas locales› posmodernas, o también estorban su
función?»22

El conocimiento conceptual está integrado en el software, y conceptos como el de las


«redes organizadas» tendrán la misión –para usar las palabras de Žižek– de «generar una
ficción simbólica (una verdad) que interviene en lo real y conlleva cambios en éste».23
¿Pueden las redes organizadas contribuir a superar el temor (de la izquierda) a la
discusión directa del poder del estado? Las prácticas de las orgnets discutidas aquí tratan
precisamente de lo que Žižek plantea en diálogo con Hardt y Negri: «¿Qué tipo de
representación debería reemplazar al estado liberal-democrático representativo actual?»24
Si el formato de red se convierte en poco tiempo en la expresión de facto de lo social, no

154
debemos introducir en el debate de los Critchleys, Mouffes y Badious «ningunas redes sin
organización» y preguntar si habría que responder a «ningún gobierno sin movimientos»
(Negri) con «ningún movimiento sin gobierno» (Žižek). En lugar de repetir el debate del
siglo XX sobre el modelo de partido vanguardista de Lenin frente a la autodeterminación
anarquista vitalista, deberíamos experimentar con nuevas formas institucionales surgidas
de la fase actual de la evolución de internet, en la que las redes sociales maduran y
alcanzan su pleno potencial.
1 Malcolm Gladwell, «Small Change: Why the Revolution Will Not Be Tweeted», en: The New Yorker, 4 de octubre de 2010.
http://www.newyorker.com/reporting/2010/10/04/101004fa_fact_gladwell
2 Ver Evgeny Morozov, The Net Delusion, Nueva York: Public Affairs, 2001, y sus múltiples artículos relacionados con la publicación del libro, como «Why
the World’s Secret Police Want You to Join Facebook», en: The Sunday Times, 2 de enero de 2011.
3 Dave Winer, «Why is Technology so Important?», en: Scripting News, 2 de diciembre de 2009. http://scripting.com/2009/12/02.html
4 Como escribe Cory Doctorov en su comentario sobre The Net Delusion en el Guardian del 25 de enero de 2011: «Cuando Morozov habla de los riesgos
para la seguridad que entraña para los disidentes el uso de Facebook, lo hace sin mencionar una sola vez las advertencias habituales y sombrías de este
mismo problema emitidas por la vanguardia ciberutópica, de la mano de colectivos como Electronic Frontier Foundation, NetzPolitik, Knowledge Ecology
International, Bits of Freedom, Public Knowledge y docenas más.» Esta lista podría ampliarse con nombres como Tactical Tech, Engage Media, Hivos,
Global Voices y sobre todo DigiActive, que han publicado manuales para activistas sobre el uso de Facebook y Twitter. Sin embargo, DigiActive perdió
fuerza en 2010, justamente cuando el tema pasó al centro de la actualidad.
5 Slavoj Žižek, Living in the End Times, Londres: Verso, 2010, p. 352.
6 Ver http://www.newyorker.com/reporting/2010/10/04/101004fa_fact_gladwell
7 John Freeman, «Not So Fast, Sending and Receiving at Breakneck Speed Can Make Life Queasy: A Manifesto for Slow Communication», en: Wall Street
Journal, 21 de agosto de 2009.
8 Ver http://www.zephoria.org/thoughts/
9 Mary Joyce, «What the New Facebook Privacy Rules Mean for Activists». Ver http://www.kabissa.org/blog/how-new-facebook-privacy-rules-affect-
activists
10 Chris Anderson, The Long Tail: Why the Future of Business Is Selling Less of More, Nueva York: Hyperion, 2006.
11 «Sweet stranger, sweet of you to come my way, tell me you have come to stay, sweet stranger. There’s danger every time I meet your glance, danger of a
big romance, sweet stranger. You’re a brand new brand of honey from a brand new honeycomb. You could make life sweet and sunny. Won’t you step right
in and make yourself at home. Sweet stranger, let me introduce you to someone who will be sweet to you, sweet stranger.» Texto de una canción de Glenn
Miller, 1937.
12 En Zero Comments (pp. 185-206 de la edición alemana) realizo un análisis de la evolución del concepto de medios tácticos. Ver también Rita Raley,
Tactical Media, Minneapolis, MN: University of Minnesota Press, 2009.
13 «Das Unbehagen an der digitalen Macht. Ein skeptischer Dialog», en: Frankfurter Allgemeine Zeitung, 11 de abril de 2010.
http://www.faz.net/aktuell/feuilleton/internet-das-unbehagen-an-der-digitalen-macht-1626460.html
14 Michael Hardt y Antonio Negri, Commonwealth, Cambridge, MA: Harvard University Press, 2009, p. 311. Versión española: Commonwealth. El
proyecto de una revolución del común, Madrid: Akal, 2011.
15 Véase la conferencia «Viral Communication» organizada por Florian Cramer el 12 y 13 de abril de 2010 en Rotterdam.
16 Para más información acerca de las orgnets y la colaboración con Ned Rossiter, ver el capítulo «Die Einführung organisierter Netzwerke» en Geert
Lovink, Zero Comments, pp. 301-318 y Ned Rossiter, Organized Networks, Rotterdam: NAi, 2006. Ver también: Geert Lovink y Ned Rossiter, «Urgent
Aphorisms, Notes on Organized Networks for the Connected Multitudes», en: Mark Deuze (ed.), Managing Media Work, Thousand Oaks, CA: Sage, 2011,
pp. 279-290.
17 Simon Critchley, Infinitely Demanding: Ethics of Commitment, Politics of Resistance, Londres: Verso, 2007, p. 103.
18 Ver http://www.culturemondo.org/
19 Para información detallada y enlaces a vídeos y publicaciones, ver http://networkcultures.org/wpmu/wintercamp/
20 Ver http://orgnet.rixc.lv/
21 Ver convocatoria del evento en http://kyberia.sk/id/5041628
22 Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes, Londres: Verso, 2008, p. 33.
23 Ibid.
24 Ibid., p. 375.

155
11
Política tecno con WikiLeaks

Esta es la primera verdadera guerra informativa, y vosotros sois los soldados.


John Perry Barlow

Las revelaciones y filtraciones han existido siempre, pero nunca antes había logrado
una organización no gubernamental e independiente de los intereses de las
multinacionales dar un golpe tan grande como WikiLeaks.1 Creado a finales de 2006,
WikiLeaks alcanzó en 2010 una gran notoriedad, dividida en cuatro fases: primero fue la
publicación de un vídeo grabado desde un helicóptero estadounidense que documenta el
asesinato de civiles iraquíes (Collateral Murder), seguido por los Afghan War Logs
(91.000 archivos), más tarde los Iraq War Logs (391.000 archivos) y finalmente la
publicación de 250.000 cables diplomáticos estadounidenses, que causaron un terremoto
nunca visto. Con la publicación del Cablegate, millones de documentos puestos online
convirtieron la filtración de cuantitativa en cualitativa. Por primera vez, una iniciativa de
activistas de la red forzó la dimisión de embajadores y ministros de todo el mundo.
Cuando WikiLeaks se difundió ampliamente en abril de 2010 y captó una creciente
atención mediática, estos acontecimientos todavía no eran previsibles. La red, compuesta
por un pequeño núcleo de activistas y unas pocas docenas de apoyantes vagamente
asociados, ni tan sólo disponía de una oficina con cara y ojos. Apenas había superado una
reestructuración profunda, después de tener que desconectar temporalmente los servidores
debido a la inminente quiebra. En esta fase de crecimiento –llamémosle crisis– se
abandonó la vertiente «wiki», a lo que WikiLeaks comenzó a centrarse en torno a la
personalidad de su fundador, el hacker y activista de la red australiano Julian Assange.
Este capítulo explora el alcance de las decisiones tomadas en aquel momento de calma
antes de la gran tempestad mediática y aboga por recurrir a un eslogan del movimiento
antiglobalización de que «otro WikiLeaks es posible». Después de centrarme primero en
los aspectos estratégicos específicos de WikiLeaks, debatiré la posterior interpretación
tecnomaterialista de las filtraciones de datos en la era de la web 2.0 tardía.

1. El poder de los agentes diminutos


Las revelaciones de WikiLeaks están directamente relacionadas con la difusión
acelerada de las tecnologías de la información a consecuencia de la reducción de costes,
basada en tres elementos: procesadores y hardware, ancho de banda y –lo más
importante– capacidad de almacenaje.2 No hay que rendir pleitesía a Ray Kurzweil («la
singularidad está cerca») o creer en la agenda conservadora de George Gilder para
comprender la importancia de la velocidad incesantemente creciente de los
semiconductores, el ancho de banda barato y capacidades de almacenaje asombrosas de
unidades de disco pequeñas y lápices USB, que no paran de abaratarse.3

156
También ha contribuido al éxito de WikiLeaks la circunstancia que en una era de
reproducibilidad y difusión inmediatas, cada vez se hace más difícil proteger los secretos
de estado y empresariales (y ya ni hablemos de los privados) del acceso no autorizado. No
sólo se trata de proteger documentos secretos diplomáticos, a todas luces difícilmente
accesibles, sino que gran parte del material filtrado está constituido por datos brutos, una
acumulación caótica de carpetas en innumerables versiones, correos electrónicos
perdidos, PDFs descargados y hojas de Excel y presentaciones de PowerPoint sueltas. Un
nuevo ramo científico, que se denomina e-discovery o análisis forense digital, ya se ha
especializado en salvar, abrir y clasificar material digital de prueba.4 WikiLeaks es un
símbolo de esta transformación de la «sociedad de la información» en su conjunto, un
espejo de las evoluciones futuras. Si por un lado, se le considera un proyecto (político),
pudiéndose criticar su forma de proceder, por el otro, también se puede reconocer como
fase piloto de una evolución hacia una cultura mucho más amplia de la revelación
anárquica que deja atrás la política tradicional de abertura y transparencia.
Ya sea para bien o para mal, WikiLeaks se ha aupado a sí mismo a las vertiginosas
altas esferas de la política internacional. Esta plataforma de internet surgió de la nada, no
sólo como agente importante a nivel mundial, sino que también desempeña un papel
preponderante en algunos países. Sólo con sus revelaciones, WikiLeaks, por pequeña que
sea esta «organización», ha logrado entrar en escena como fuerza política de peso y tratar
de tú a tú a gobiernos y grandes multinacionales, cuanto menos en el ámbito sensible de
la recogida y publicación de informaciones. Todavía no está nada claro si estamos ante un
fenómeno duradero o más bien pasajero, una dimensión política constante o un simple
fenómeno mediático; WikiLeaks parte del primer supuesto, y los hechos parecen darle
razón. Sea como fuere, WikiLeaks, un agente diminuto, no gubernamental e
independiente de las multinacionales, cree de verdad poder competir en la misma división
que el gobierno estadounidense, y así se comporta. Ello podría interpretarse como la fase
de talibanización de la teoría posmoderna de un «mundo plano», en el que cada vez
cuentan menos el tamaño, el tiempo y el lugar.
Lo que cuenta y aburre hasta la saciedad es la avidez de fama y la densificación
avasalladora de la atención mediática. Gracias a sus hackeos informativos espectaculares,
WikiLeaks ha logrado copar esta atención, mientras que otros grupos, por ejemplo de la
sociedad civil y los derechos humanos, luchan desesperadamente por hacerse oír. Los
documentos del Cablegate han hecho que algunos temas que languidecían durante años,
como el papel de Shell en relación a los derechos humanos y la destrucción
medioambiental en Nigeria, de repente ocuparan las portadas. Mientras las organizaciones
de la sociedad civil se suelen atener a las reglas establecidas y esperan el reconocimiento
de las instituciones, WikiLeaks persigue una estrategia populista y se aprovecha del
descontento con el establishment político. Elude las estructuras de poder del viejo mundo
y busca su legitimidad política allí donde se genera mayoritariamente en la sociedad de la
información actual: en la banalidad extática del espectáculo. WikiLeaks aprovecha de
manera genial la «velocidad de escape» de las tecnologías de la información, sirviéndose
de éstas para acto seguido dejarlas de lado y penetrar suavemente en el mundo real de la
política. La legitimidad política de WikiLeaks no es una concesión condescendiente de
los poderosos.
En la saga continua titulada «El hundimiento del imperio estadounidense», WikiLeaks
aparece como asesino de un objetivo más bien blando. Sería difícilmente imaginable

157
proceder del mismo modo contra el gobierno ruso, chino o incluso singapurense, para no
hablar de sus socios comerciales de la industria. Además de los obstáculos puramente
políticos, en Rusia o China deberían, para empezar, superar la enorme barrera cultural y
lingüística. En este sentido, WikiLeaks sigue siendo actualmente un producto típicamente
occidental, que no puede reivindicar para nada su validez universal o global.

2. Más allá del debate entre canal y contenido


Uno de los motivos principales por los que es tan difícil definir a WikiLeaks está en
que, tanto para nosotros como incluso para las propias personas de WikiLeaks, no queda
claro si se trata de un proveedor de determinados contenidos o una especie de canal
neutro para datos filtrados; parece que la decisión por una u otra variante depende de las
circunstancias. Este es, por cierto, un problema general desde que los medios pasaron
masivamente a online y el negocio de la publicación y comunicación se ha ido
trasladando progresivamente de los productos a los servicios. Julian Assange se estremece
cada vez que se le presenta como redactor jefe de WikiLeaks; pero por otro lado,
WikiLeaks afirma que edita su material antes de publicarlo y que comprueba la
autenticidad de los documentos con la ayuda de cientos de voluntarios. El debate entre
contenido y contenedor está presente desde hace décadas entre los activistas de medios,
sin que haya generado hasta la fecha un resultado claro. Por ello, en lugar de tratar de
deshacer las incoherencias, quizá sería recomendable desarrollar nuevos enfoques y
conceptos críticos para una práctica de publicación híbrida, en la que participan agentes
que apenas están relacionados con los medios informativos profesionales. Aquí podría
estar el motivo por el que Assange y sus colaboradores rechazan que se les etiquete según
las viejas categorías (como hacker o periodista), prefiriendo hablar de una nueva «figura»
en el panorama informativo mundial.
El declive constante del periodismo de investigación a consecuencia de una
financiación deficiente es un hecho irrefutable. El periodismo de hoy en día a menudo no
pasa de edición mercadotécnica externalizada. La creciente aceleración y superpoblación
de la llamada economía de la atención ya no permite historias complejas. Los propietarios
privados de los mass media consolidados están cada vez menos dispuestos a admitir un
debate exhaustivo del funcionamiento y la política del sistema económico neoliberal
global. También muchos periodistas mismos sustentan el cambio de información a
infotainment, lo que dificulta todavía más la divulgación pública de situaciones
complejas. Ante este panorama irrumpe WikiLeaks, como un outsider del ambiente
caldeado del nuevo periodismo ciudadano, los reportajes al estilo «hágalo usted mismo»
de la blogosfera y redes sociales todavía más rápidas tipo Twitter.
A lo que WikiLeaks apunta, pero sin haberlo podido estructurar hasta ahora, es el uso
de crowdsourcing para la interpretación de documentos filtrados. Desde mediados de
2010, esta tarea la asumen los periodistas de algunos «medios de comunicación de
calidad», que analizan con detalle una selección de cables para su publicación.
Posiblemente, algunos científicos recogerán más tarde los restos y contarán la historia
fuera de los recintos cerrados de las editoriales. ¿Pero dónde están los comentaristas
críticos conectados en red? Claro que todos nosotros estamos ocupados con nuestras
pequeñas críticas, pero es y sigue siendo un hecho que WikiLeaks extrae su capacidad de

158
impresionar a los poderosos precisamente de una relación transversal y simbiótica con los
medios de comunicación tradicionales. Esta es la lección para las multitudes: salid del
gueto y conectaos con el otro edípico. Ahí reside la zona conflictual de lo político.
El periodismo de investigación tradicional constaba de tres fases: investigar los hechos,
comprobarlos e inserirlos en un contexto inteligible. WikiLeaks hace lo primero y
pretende hacer también lo segundo, pero lo tercero ya no se produce. Ello es sintomático
para un ámbito determinado de la ideología de acceso abierto, que traslada la propia
producción de contenido a unos seres desconocidos «ahí fuera». ¿Han sido esta vez las
masas lo suficientemente sabias para desaparecer, después de sus primeras experiencias
con la personalidad «compleja» de su líder? Wikipedia muestra que es posible colaborar
con miles (si no millones) de voluntarios, pero ello requiere tiempo y también conlleva
conflictos al desarrollar una «cultura de colaboración» basada en la confianza y
comprensión mutua. Este proceso incluye estructuras de toma de decisión adaptadas al
trabajo online, con una clara división de tareas entre quienes realizan simples revisiones,
expertos de redacción especializados en determinados ámbitos y entradas y personal
administrativo que a menudo sólo trabaja con su respectiva organización nacional.
De los detalles informativos sabemos que la colaboración entre WikiLeaks y el
Guardian (así como el New York Times) tampoco ha sido exenta de rifirrafes. Dejando de
lado la colisión de las personalidades de los protagonistas, también surgió la
incompatibilidad de los sistemas de valores entre la ética hacker de Assange y los hábitos
periodísticos de las organizaciones informativas tradicionales.5 Aquí no se entiende y ni
siquiera se toma nota de la crisis del periodismo de investigación. No se aclara cómo se
deben sustentar materialmente los productores de contenidos: se presupone, como si fuera
la cosa más natural del mundo, que los medios informativos tradicionales pueden adoptar
sin más los análisis e interpretaciones de otros. Pero los análisis realizados en conjunto no
se generan por sí solos. La saga de los Afghan War Logs y Cablegate deja patente que
WikiLeaks debe abrirse a los medios de comunicación tradicionales consolidados y
colaborar con ellos para asegurarse su propia credibilidad. Por otro lado, estos grupos de
comunicación han demostrado que no son capaces de procesar correctamente el material,
sino que filtran inevitablemente los documentos según sus propios criterios de redacción.

3. Política de figuras simbólicas


WikiLeaks es una típica organización unipersonal o de personalidad única. La
iniciativa, toma de decisiones y ejecución está generalmente centralizada: se encuentra en
manos de un solo individuo. De modo parecido a las pequeñas y medianas empresas, su
fundador no puede ser cesado, y a diferencia de muchos colectivos, no existe una rotación
en la dirección. Ello no es nada inusual en organizaciones, independientemente de si
actúan en el ámbito de la política, la cultura o la sociedad civil. Las organizaciones
unipersonales son claramente reconocibles, apasionantes, inspiradoras y mediáticamente
fáciles de representar. Sin embargo, su continuidad depende en fuerte medida de su líder
carismático y su funcionamiento apenas es compatible con los valores democráticos. Por
este motivo son difíciles de copiar y no crecen sino lentamente. La estructuración de los
procesos internos de toma de decisión en proyectos mediáticos independientes es una
cuestión de estilo y de opciones personales. El problema comienza cuando las jerarquías

159
no se comunican claramente ni son aceptadas internamente.
El monarca hacker Julian Assange es la figura simbólica de la plataforma WikiLeaks,
cuya reputación notoria se mezcla con la del propio personaje. De este modo se
difuminan los límites entre lo que es y representa WikiLeaks por un lado y la agitada vida
privada de Assange y sus opiniones políticas algo toscas por el otro. Las memorias
publicadas a principios de 2011 por el hacker alemán Daniel Domscheit-Berg, segundo y
portavoz de WikiLeaks entre 2008 y 2010, describen minuciosamente la falta de
profesionalidad con la que funcionaba la «organización sin oficina» hasta septiembre de
2010, cuando Assange «despidió» a Domscheit-Berg, aunque jurídicamente ni tan sólo
era su jefe. Los colectivos de proyectos autoorganizados de los años ochenta, que
funcionaban sobre la base de consenso e igualdad, podían entonces estar superados y
resultar molestos, pero el caos dentro de WikiLeaks por su falta de transparencia (incluso
para los propios miembros), la situación económica opaca y el clamoroso déficit
democrático lo superaba todo, hasta el punto de que Domscheit-Berg acusó al paranoico
fundador, dominado por manía persecutoria, de gestionar «su» WikiLeaks como un culto,
a lo que éste respondió: «No cuestiones el liderazgo en tiempos de crisis.»6 Tampoco le
gustó a Domscheit-Berg que se le denominara un «activo». Cuando Assange echó a
Domscheit-Berg, le acusó de deslealtad, insubordinación y desestabilización: expresiones
del lenguaje militar que se utilizan al hablar de traidores. Assange amenazó con publicar
material comprometedor sobre Domscheit-Berg y escribió en un chat: «Si vuelves a
amenazar esta organización, te esperaremos. Eres un criminal. (…) Nuestros deberes son
más grandes que esta imbecilidad.»7 Y para terminar: «Se me están acabando las
opciones que no sean destruir a personas.»8 En lugar de crear su propia organización,
OpenLeaks, Domscheit-Berg quizá debería haber considerado seriamente la posibilidad
de «bifurcar» WikiLeaks, es decir, asumir primero todo el proyecto mediante copiar y
pegar y seguir a continuación su propio camino, tal y como lo propuso otro miembro
central de WikiLeaks –llamado «el arquitecto»– según el libro de Domscheit-Berg.

4. La red postrepresentativa
WikiLeaks plantea la pregunta de qué tienen en común hackers y servicios secretos,
dada la evidencia de una afinidad puntual entre ambos. Su relación de amor-odio se
remonta a los inicios de la era de la información. No hay que ser seguidor del teórico de
medios alemán Friedrich Kittler o de ninguna teoría de la conspiración para reconocer
que los ordenadores son una creación de la industria militar. Desde Alan Turing, que
descifró las comunicaciones de radio de los nazis codificadas en Enigma, y el papel de los
ordenadores en la invención de la bomba atómica hasta la participación del Pentágono en
el desarrollo de internet, pasando por el movimiento cibernético, en todos los casos es
conocida la relación mutua entre la computación y el complejo industrial militar.
Informáticos y programadores han dado forma a la revolución de la información y la
cultura de lo abierto. Pero al mismo tiempo, han desarrollado códigos («encriptación»)
que impiden el acceso de personas ajenas a los datos. Lo que algunos ven como
«periodismo ciudadano», otros lo denominan «guerra informativa».
WikiLeaks también está fuertemente influido por la cultura hacker de los años ochenta

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y los valores políticos del tecnolibertarismo surgido en los años noventa. El hecho de que
WikiLeaks fuera creado por Hardcore-Nerds y todavía hoy esté dirigido por ellos, es
importante para comprender sus valores y actuaciones. A ello se le añade
desgraciadamente una fuerte dosis de aspectos menos digeribles de la cultura hacker. No
puede negarse a WikiLeaks un idealismo de salvar el mundo, al contrario. Pero este tipo
de idealismo (o, si se quiere, anarquismo) viene de la mano de una tendencia a ver
conspiraciones, una actitud elitista y un culto al secretismo (que raya la arrogancia). Todo
ello no es precisamente útil para la colaboración con correligionarios, que se ven
reducidos al papel de consumidores de la producción de WikiLeaks. El afán misionero de
educar a las masas ignorantes y «dejar en evidencia» las mentiras de gobiernos, militares
y multinacionales recuerda al (tristemente) conocido patrón de la cultura mediática de los
años cincuenta.
La falta de puntos en común con movimientos congeniales de «otro mundo es posible»
lleva a WikiLeaks a acaparar la atención de la opinión pública con revelaciones cada vez
más espectaculares, pero también cada vez más arriesgadas. De este modo, la
organización agrupa a un colectivo de apoyantes altamente entusiasmados, pero a menudo
pasivos. El propio Assange ha afirmado que WikiLeaks se ha alejado deliberadamente de
la blogosfera «egocéntrica» y las redes sociales, pasando a colaborar ahora sólo con
periodistas profesionales y activistas de derechos humanos. Aun así, si se sigue la forma y
la cantidad de revelaciones de WikiLeaks, desde sus inicios hasta el presente, a uno le
vienen en mente de manera fantasmagórica unos fuegos artificiales, con la traca final en
forma de la llamada «máquina del apocalipsis»: el documento, todavía no publicado, de
«seguro de vida» (conocido como «insurance.aes256»). Ello plantea serias dudas sobre el
futuro de WikiLeaks, y posiblemente también su propio modelo como tal. WikiLeaks
opera con un número irrisorio de trabajadores, cuyo núcleo probablemente no llegue a la
docena. Si bien el alcance y la competencia del servicio técnico de WikiLeaks quedan
demostrados por su propia existencia, no se mantiene la afirmación de que trabaja con
varios centenares de analistas y expertos voluntarios, lo que, para ser sinceros, a duras
penas parece verosímil. Aquí está el talón de Aquiles de WikiLeaks, no sólo en cuanto al
riesgo o su continuidad, sino también desde un punto de vista político.
Las estructuras organizativas internas de WikiLeaks son sorprendentemente opacas.
Ello no se justifica con frases del estilo «WikiLeaks tiene que ser totalmente opaco para
obligar a otros a ser del todo transparentes». Seguid así y venceréis al enemigo, pero al
final tampoco os distinguiréis de él. Sentirse después con superioridad moral tampoco
ayuda mucho; basta ver el ejemplo de Tony Blair.
Dado que WikiLeaks no es un colectivo político ni una organización no gubernamental
en sentido jurídico, una empresa o parte de un movimiento social, debemos reflexionar
ante qué tipo de organización nos encontramos realmente. ¿Es WikiLeaks un proyecto
virtual? Al fin y al cabo, existe en forma de una página web (alojada) con un dominio;
algo es algo. ¿Pero tiene WikiLeaks un objetivo más allá de las ambiciones personales de
su fundador? ¿Puede reproducirse WikiLeaks? ¿Asistiremos a la creación de grupos
nacionales o locales que mantendrán el nombre? ¿A qué reglas del juego se atenderán?
¿O deberíamos ver WikiLeaks más bien como concepto que se mueve de contexto en
contexto, convirtiéndose cual meme en tiempo y espacio?
¿Se organizará WikiLeaks según una versión propia del eslogan del Internet
Engineering Task Force, «Creemos en el consenso aproximado y un código que

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funciona»? Proyectos como Wikipedia e Indymedia han solucionado este problema a su
manera, pero no sin superar crisis, conflictos y escisiones. Las experiencias de ONGs
globales, como Greenpeace, Amnistía Internacional y George Soros’ Open Society
Foundation con sus filiales nacionales, han sido más bien desalentadoras. Incluso
organizaciones estructuradas de abajo arriba sin una marca global centralizada mantienen
una cooperación internacional. Esta crítica no apunta a forzar a WikiLeaks a adoptar un
formato tradicional; al contrario, pretende dilucidar hasta qué punto WikiLeaks (y sus
futuros clones, socios, avatares y parientes congeniales) puede servir como modelo para
nuevas formas de organización y colaboración. De momento, WikiLeaks es cualquier
cosa menos una «red organizada». Quizá tienen desarrolladas desde hace tiempo algunas
ideas sobre la dirección a seguir, ¿pero dónde están? Hasta la fecha no hemos visto
ninguna respuesta real, y corresponde a otros plantear preguntas, por ejemplo acerca de la
legalidad del modelo de financiación de WikiLeaks (ver el titular del Wall Street Journal
del 23 de agosto de 2010: «WikiLeaks mantiene el secretismo sobre su financiación»).
No debemos huir ante el reto de experimentar con redes postrepresentativas. Como ha
dicho el bloguero de primera hora Dave Winer sobre los programadores de Apple,
«no es que vayan con mala fe; simplemente están mal preparados. Viven en un mundo todavía más
irreal que sus usuarios, y las personas que desarrollan el ordenador para todos los demás no tienen ni
idea de quién son todos los demás y qué hacen. Pero no hay problema, hay una solución. Investigue,
plantee un par de preguntas y escuche.»9

5. El nuevo paradigma de denuncia

La crítica generalizada al culto personal a Julian Assange impulsado por él mismo reta
a formular alternativas. ¿No sería mejor gestionar WikiLeaks como colectivo anónimo o
red organizada, un concepto debatido en el capítulo anterior y que empieza a ser realidad
una vez completada su fase beta? Algunos desean que pudiera existir toda una serie de
páginas web que hagan lo mismo que WikiLeaks. El grupo en torno a Daniel Domscheit-
Berg sabe después de experiencias previas «que no lo han dimensionado bien».10 Sin
embargo, al reclamar una propagación de proyectos de WikiLeaks se olvida fácilmente
cuánto conocimiento experto hace falta para gestionar una página de filtraciones que
ofrezca las garantías necesarias a los denunciantes. Necesitamos un kit básico con
software seguro para transmitir documentos sensibles. Y quién sabe, cuando se haya
disipado la polvareda levantada en los medios de comunicación y los tribunales,
WikiLeaks quizá se convertirá en retrospectiva en el prototipo de una familia totalmente
nueva de software de denuncia.
Quizá suene paradójico, pero esta manera de llevar las cosas a la opinión pública tiene
mucho de secretismo. ¿Sería realista propagar la idea de que unos internautas normales y
corrientes puedan descargar el paquete de software de OpenLeaks y ponerse manos a la
obra? WikiLeaks no es una aplicación plug and play de blog como Wordpress, y la
palabra «wiki» en su nombre se presta a confusión. A diferencia de la filosofía
colaborativa de Wikipedia, WikiLeaks se ha constituido en un círculo cerrado que sólo
admite a unos pocos participantes. Los miles de voluntarios de los que la organización
hablaba en 2009 y 2010 eran una ilusión, y el paso de colaborar con el Guardian y otros
periódicos se había hecho necesario a causa de la ausencia de una red de editores e

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investigadores amigos.11 Hay que admitir que el conocimiento necesario para impulsar
un proyecto como WikiLeaks se parece más bien a una ciencia secreta. Los documentos
no sólo deben poderse recibir de forma anónima, sino que también tienen que mantenerse
como tal antes de publicarse online. Asimismo, hay que editarlos antes de transmitirlos a
los servidores de las organizaciones informativas internacionales u otras partes de
confianza, como ONGs o sindicatos. Queda la duda de si unas tareas tan sensibles como
éstas pueden externalizarse a las masas. Lo que WikiLeaks nos revela en este sentido es
cómo no organizar procesos colectivos de redacción.
WikiLeaks ha creado una gran dosis de confianza a lo largo de los años, y los recién
llegados deben pasar exactamente por este mismo proceso tan largo. El principio de las
filtraciones no está en hackear (redes estatales o comerciales privadas) sino en permitir a
los conocedores de las grandes organizaciones copiar datos sensibles y secretos y
transmitirlos a la opinión pública, sin que pierdan su anonimato. Si se quiere crear tal
nodo de filtraciones, hay que familiarizarse con procesos como OPSEC («operation
security»), un procedimiento paso a paso que según Wikipedia «identifica informaciones
críticas para determinar si los sistemas de espionaje enemigos pueden seguir acciones
amistosas, determina si informaciones que llegan a sus manos son de utilidad para ellos y
a continuación realiza pasos seleccionados que limitan o impiden completamente la
posible evaluación de informaciones críticas amistosas por el enemigo».12 El lema de
WikiLeaks es: «El coraje contagia». Desde una perspectiva experta, las personas que
desean llevar un servicio como WikiLeaks necesitan mucha sangre fría. Así pues, antes
de reclamar uno, diez o muchos WikiLeaks en la red, deberíamos tener claro los riesgos
que asumen las personas involucradas. La máxima es la protección de los denunciantes.
Otro aspecto es la protección de las personas mencionadas en los documentos. Los
Afghan War Logs demostraron que también las propias filtraciones pueden causar daños
colaterales. Editar (y omitir) es decisivo: no sólo hace falta OPSEC, sino también
OPETHIC. Si estas publicaciones no se realizan de modo absolutamente seguro para
todos los afectados, se corre el riesgo de que la «revolución periodística» y la política
desencadenada por WikiLeaks llegue abruptamente a su fin.
No creemos que se trate de posicionarse a favor o en contra de WikiLeaks. El principio
de WikiLeaks se mantendrá hasta que se derrumbe solo o sea destruido por sus enemigos.
Nuestro interés consiste más bien en averiguar y valorar qué puede, podría e incluso
debería hacer WikiLeaks y determinar cómo «nos» relacionamos e interactuamos con
ello. A pesar de todas sus debilidades y adversidades, WikiLeaks ha prestado un gran
servicio a los valores de transparencia, democracia y abertura. El cambio cuantitativo –y,
por lo que parece, próximamente también cualitativo– de la avalancha informativa forma
parte de nuestro presente. Debemos percibir la sistematización e interpretación de este
Himalaya de datos como reto colectivo, ya se llame WikiLeaks o de otro modo.
En conjunto, se trata de pasar del hackeo a la filtración de informaciones, lo que tiene
que ver tanto con una democratización de las herramientas informáticas más allá de los
círculos frikis y hackers como con los crecientes problemas de legitimación a la vista de
los escándalos financieros, la crisis económica y el aumento de las diferencias sociales.
Los individuos desposeídos que sienten que ya no tienen nada más que perder superarán
sus miedos y desvelarán la comunicación secreta de los aparatos de poder. Las
plataformas van y vienen, pero lo que quedará de la saga de WikiLeaks, por muy banal
que sea su vida interior, es la propia idea de la filtración. ¿Se convertirán las filtraciones

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en cascadas?
1 Esta es una versión revisada y ampliada de las «Diez tesis sobre WikiLeaks», redactadas junto con Patrice Riemens y publicadas originalmente en la lista
de distribución Nettime y el blog del INC el 30 de agosto de 2010 (http://www.nettime.org/Lists-Archives/nettime-l-1008/msg00037.html). Las tesis fueron
actualizadas a principios de diciembre de 2010, cuando el Cablegate estaba arreciando, logrando una gran difusión con sus traducciones al neerlandés,
alemán, francés, italiano y español como «12 tesis sobre Wikileaks». En alemán fueron publicadas adicionalmente en la Frankfurter Rundschau el 6 de
diciembre de 2010 (http://www.fr-online.de/debatte/wikileaks-die-anarchie-der-transparenz,1473340,4900902.html) y, complementadas con algunos
fragmentos más, en la antología Wikileaks und die Folgen, Frankfurt: Suhrkamp, 2011.
2 Para un repaso histórico de la evolución del coste del espacio de almacenaje en disco duro, ver http://ns1758.ca/winch/winchest.html. Agradezco a Henry
Warwick que me haya facilitado el enlace.
3 En EE.UU., los lápices USB de 4 GB cuestan entre 4,50 y 11 dólares, los de 16 GB alrededor de 20 dólares, mientras que los lápices de 32 GB están entre
los 40 y 50 dólares (precios de principios de 2011).
4 Ver http://en.wikipedia.org/wiki/Electronic_discovery
5 http://www.guardian.co.uk/media/2010/dec/21/julian-assange-defends-decision-sweden
6 Comentario realizado en referencia al grupo Anonymous, sus actuaciones contra la Iglesia de la Cienciología y el material que WikiLeaks publicó sobre
dicha secta. Ver: Daniel Domscheit-Berg, Inside WikiLeaks, Meine Zeit bei der gefährlichsten Website der Welt, Berlín: Econ Verlag, 2011, p. 202.
7 Ibid., p. 239.
8 Ibid., p. 253.
9 Dave Winer, Scripting News, 3 de septiembre de 2010, http://scripting.com/stories/2010/09/03/appleIsGreen.html
10 Cita del vídeo introductorio de la página web de OpenLeaks, 10 de enero de 2010.
11 En WikiLeaks, Inside Julian Assange’s War on Secrecy de los periodistas del Guardian David Leigh y Luke Harding (Nueva York: Public Affairs, 2011)
encontramos una versión –posiblemente no del todo correcta– de cómo Assange aparentemente cambió a comienzos de 2010 su postura frente a la vertiente
colaborativa wiki del proyecto. «Assange había constatado para desesperación suya que no era posible cambiar el mundo publicando grandes cantidades de
documentos brutos y desordenados en una página web. Reflexionó sobre el fracaso de sus ideas originales de crowdsourcing. ‹Nuestra idea inicial era: «mira
toda esta gente que participa en el trabajo de redacción de Wikipedia, y mira todas estas chorradas que tienen que revisar…» […] Claro que todos ellos
quieren ir un paso más allá cuando reciben material original fresco y se ponen a trabajar.› Eso es una tontería. En realidad, las personas escriben sobre
cualquier cosa porque quieren demostrar sus valores ante sus iguales. El propio material, al fin y al cabo, les importa un bledo.» (p. 61)
12 http://en.wikipedia.org/wiki/Operations_security

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