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EL CARMELO, EL MONTE DE LA DESICIÓN

I. GEOGRAFÍA
El Carmelo, en el noroeste de Israel, desciende hacia el mar desde los montes
de Efraín, en una caída abrupta de 400 m. La vegetación es rica y variada. Reúne
la flora del valle con la de los montes y la franja costera. Esto convierte al
Carmelo en un jardín de especias de la naturaleza. El nombre “Carmelo” significa
“huerto de frutas”.
Desde muy antiguo las alturas del Carmelo sirvieron de lugares de culto a las
divinidades cananeas. En los días de la apostasía espiritual de Israel, durante la
época de los jueces, estos lugares altos tuvieron una especial relevancia en la
vida religiosa de Israel (Jueces 2:11-13).
II.- HISTORIA
¿Cuándo tuvo lugar la escena que comentamos? Ocurrió en Israel durante el
reinado de Acab. Este rey gobernó del 875 al 855 a. C. Así que el suceso
podemos situarlo alrededor del año 860.
Después de la división del reino en Judá e Israel, los reyes que gobernaron la
parte norte del país, denominada Israel, fueron casi todos reyes idólatras y
déspotas. Y Acab fue uno de los peores. Un hombre sin carácter, un juguete en
las manos de su mujer Jezabel. Ésta no era israelita. Procedía de Sidón, una
ciudad reino al norte del Israel, muy rica y con un extenso poder comercial
internacional. Su padre, Etbaal de Sidón, había sido una especie de sacerdote
idólatra con fuerte inclinación hacia la política. Un día conspiró contra su rey y le
dio muerte, apropiándose así de la corona de Sidón. De esta manera Jezabel ya
estaba marcada por las intrigas, la violencia, el crimen y el despotismo.
El rey Acab hizo de Samaria la capital de su reino. Su casamiento con Jezabel
puso a Israel en contacto con el poderoso reino comercial fenicio y, de esta
manera, le fue abierta la puerta para las relaciones comerciales con el vasto
mundo del Mediterráneo. Pero con la cultura fenicia se introdujo también en
Israel el culto al dios Baal, lo que potenció enormemente el antiguo culto cananeo
de los primitivos habitantes del país.
El retorno al paganismo condujo al pueblo de Israel a claudicar entre dos
pensamientos (1 Reyes 18:21), es decir, a servir a ratos a Jehová y a ratos a
Baal. Un pequeño remanente de la población continuaba cultivando el anhelo y
la inclinación por el verdadero conocimiento de Dios, pero, por otro lado, les
causaba honda impresión el fastuoso y brillante culto a la diosa Astarté y a su
divino consorte Baal, ya que se trataba de cultos muy lujosos y a los que se unían
también una relajación de la práctica sexual en la vida cotidiana. De esta manera
el pueblo llegó a ser un instrumento dócil y maleable en manos de una reina
idólatra y déspota.

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Humanamente hablando, era un tiempo inapropiado para la aparición de un
profeta. No cabía esperar que en medio de este ambiente cultual idólatra pudiera
crecer en el corazón de un hombre joven una entrega incondicional y ferviente al
Dios de los padres. Y esto fue precisamente lo que ocurrió en el caso de Elías.
La historia que protagoniza Elías en el monte Carmelo tiene una afilada punta
que señala al centro de nuestro corazón. Esto convierte al Carmelo en uno de
los montes más extraordinarios de la Biblia.
Con una pasión santa y una osadía sin precedentes Elías emprende la lucha a
favor del Dios viviente que no comparte con nadie su señorío ni su gloria. El
profeta no lucha por los ateos ni por los indiferentes hacia la divinidad. Su lucha
es a favor de los que creen en Dios, pero no le siguen de todo corazón. Elías
batalla por aquellos que claudican entre dos pensamientos, hombres y mujeres
que saben que sólo Jehová es Dios de verdad, pero que se dejan arrastrar por
un culto a un dios extraño, permisivo, aunque políticamente correcto.
Su grito al pueblo reza: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos
pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Reyes
18:21). Con estas palabras se establece un grandioso “o el uno o el otro”. Y de
esta manera el Carmelo llega a convertirse en el “monte de la decisión”. Se trata
de la decisión más importante para el hombre y la mujer, pues tiene que ver con
el primer mandamiento de la ley de Dios: “Yo soy Jehová tu Dios…no tendrás
dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3).
La apostasía trajo como consecuencia una devaluación del derecho y un
aumento del crimen institucionalizado (véase el caso de la viña de Nabot 1 Reyes
21:1-19). Y es en este tiempo terrible que aparece como un cometa el profeta
Elías tisbita. Se enfrenta a Acab cara a cara y le anuncia la gran sequía: “Vive
Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en
estos años, sino por mi palabra” (1 Reyes 17:1). Seguidamente Dios manda a su
siervo que se esconda de la ira del rey durante tres años y medio, y lo alimenta
milagrosamente por medio de cuervos en el arroyo de Kerit. Durante tres años y
medio no cae sobre Israel ni una gota de agua ni ningún rocío. La sequía, y la
consecuente hambruna, son terribles. Y la consecuencia es que Acab endurece
su corazón contra Dios.
Pasados tres años Dios dice a Elías: “Ve, muéstrate a Acab” (1 Reyes 18:1). El
resultado de este dramático encuentro es que Acab accede, a solicitud de Elías,
a convocar “en el monte Carmelo a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal,
y a los cuatrocientos profetas de Asera. De esta manera decidirán los mismos
dioses quién sea el verdadero. Elías no teme el enfrentamiento; la confianza en
su Dios es absoluta. Miles de israelitas acuden al Carmelo para asistir de testigos
a esta lucha entre dioses y profetas.
¡Ha llegado el día de la gran decisión! Los ochocientos cincuenta sacerdotes de
Baal y Asera comparecen unidos; frente a ellos, Elías en solitario. ¿Acaso no
tiene miedo este profeta?

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Con voz atronadora Elías interpela al pueblo: “¿Hasta cuándo claudicaréis
vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en
pos de él”. Pero no hay respuesta de parte del pueblo. Sólo el silencio escéptico
y cobarde, propio de un corazón dividido. Entonces Elías apela al juicio de Dios,
y propone que se levanten dos altares, que se ofrezcan en ellos sendos
sacrificios y que el Dios que haga descender fuego del cielo para consumir su
sacrificio será el verdadero Dios. El reto es aceptado. Elías otorga la preferencia
a los sacerdotes paganos, y estos danzan alrededor de su propio altar e invocan
a Baal desde la mañana hasta el mediodía. Pero Baal no responde, pues, en
realidad, Baal es nada y menos; mera invención de poetas, fanáticos, y atrevidos
ignorantes. Baal no es nadie; simplemente no existe. Así son los ídolos y los
dioses que los hombres se inventan y fabrican en todos los tiempos, también en
los nuestros. Tienen muchos nombres, pero no son capaces de hacer nada,
porque simplemente no existen.
Tras el fracaso de los baalistas le toca a Elías el turno para ofrecer su sacrificio.
Hace que se viertan litros y litros de agua sobre el buey sacrificado, la leña y el
altar. Todo se empapa, lo que debería hacer más difícil la combustión.
Seguidamente Elías ora a Dios: “Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel,
sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por
mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme,
para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves
a ti el corazón de ellos” (1 Reyes18:36-37).¡Qué oración! – No hay en ella gritos,
ni mendicidad, ni conjuros, ni desesperación, sino brevedad, sólo dos frases, ni
una palabra de más ni una de menos. Y Elías no fue avergonzado. El Dios
viviente responde a su oración con fuego. De esta manera revela su cercanía,
poder y compromiso con su pacto y con los que creen en él. El profeta recibe la
señal por la que ha orado, pero no la recibe por su causa, sino por causa de
aquellos corazones del pueblo que han sido engañados y endurecidos por falsos
dioses. Llena de asombro y temor, la multitud cae a tierra de rodillas y grita:
“¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!”
Dios quiere que nosotros tomemos hoy la decisión de seguirle y servirle por
medio de Jesucristo. Para este fin nos ha dado su palabra que nos instruirá en
lo que le agrada. La historia ocurrida en el Carmelo nos muestra que no se trata
de estar con la mayoría. Un hombre con Dios de su parte es más que una
multitud de 850 falsos sacerdotes y profetas, y que millares de personas con
corazones incrédulos y endurecidos.
Lo importante en esta historia es que Dios tiene en la tierra hombres y mujeres
que le sirven de todo corazón. Y cada vez que leemos esta historia del Carmelo
es como si se nos estuviera preguntando si de veras queremos servir a Dios de
todo corazón o si preferimos vivir claudicando entre dos pensamientos. Está
claro que una brizna de religión o fe junto a todo lo demás que somos y tenemos
no es suficiente a los ojos de Dios. De nada nos sirve que vivamos enganchados
a cualquier ídolo o diosecillo, Dios no nos comparte con nadie, porque en este
compartimento o corazón dividido está nuestra desgracia. Por eso es que el

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primero y más grande mandamiento de la ley de Dios reza: “No tendrás dioses
ajenos delante de mí”.

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