La ciudad es un conjunto de identidades que se suman, se
confrontan o viven de forma más o menos aislada unas de otras; un constante devenir de cuerpos en tránsito que se esquivan, chocan, se miran, se reconocen, se buscan o ni se ven. Parece que el único deseo que tiene vía libre es el del consumo constante e indiscriminado, puesto que la cultura arquitectónica tradicional ha mantenido reprimida la sexualidad y ha conservado esterilizado el género en los espacios urbanos. Por esta razón, una de las tareas pendientes en la ciudad contemporánea es la reinvención del erotismo en sus calles para llegar a convertirla en un lugar de transparencia y sentido, pero también de misterio y trasgresión.
En las sociedades contemporáneas, el
racismo, lejos de desvanecerse, se presenta con mayor fuerza frente a un discurso políticamente correcto de equidad. Desde esta perspectiva, la etnocirugía nos plantea la sobrevivencia y la resignificación del racismo como un problema social con implicaciones individuales y colectivas que podemos y debemos repensar desde diversos enfoques. Como seres corpóreos siempre somos los otros de nosotros mismos porque hay una alteridad que nos constituye, que nos atraviesa y que nos interpela. La identidad nunca es del todo nuestra, y jamás está absolutamente fijada. No tenemos un “yo”, no estamos a solas con nosotros mismos aunque lo deseemos. Somos inconstantes y contradictorios, nos encontramos en estrechos callejones sin salida en los que quedamos perplejos porque no podemos acudir a manuales que nos digan lo que debemos hacer, decir o pensar. Vivimos en la ambigüedad y, sobre todo, en la insatisfacción. Los buenos momentos son efímeros oasis en noches de tormenta y los paraísos encontrados resultan ser estrellas fugaces. La ética tiene su punto de partida en esta corporeidad, porque hay algo así como una presencia extraña de la que no podemos dar cuenta, que escapa a nuestras planificaciones y organizaciones, que irrumpe en los momentos más inoportunos. Es esta extrañeza la que nos hace tremendamente vulnerables, y la que no nos deja estar a la altura de las circunstancias, la que nos impide tener buena conciencia, porque es ella la que no permite una coincidencia con lo que somos, porque es ella la que evita que seamos un proyecto, un diseño, y nos abandona a merced de los sucesos y de los acontecimientos.
Como ha subrayado la teoría política feminista, la dicotomía
público/privado en la que se funda la tradición del liberalismo ha servido para apartar a las mujeres de la categoría de ciudadanas (la ciudadanía que otorga la participación en la llamada “esfera pública”, así como para invisibilizar el trabajo de ciudadano y mantenimiento que éstas llevan a cabo en el ámbito doméstico, considerándolo como parte del mundo “privado”. El objetivo de este ensayo es revisar la obra de algunas artistas feministas que, ya en los años setenta, contribuyeron a cuestionar la división entre trabajo mercantil y trabajo de cuidados, entre producción y reproducción, y se atrevieron a denunciar la tendencia histórica del patriarcado a minusvalorar las labores básicas que permiten el sostenimiento de la vida. Ignoradas en las narraciones oficiales de la historia del arte del siglo XX y no siempre bien estudiadas en el campo más específico de la historiografía feminista, estas creadoras han recibido una atención tan escasa como la que concita el trabajo de mantenimiento en el conjunto del sistema económico. Su obra, sin embargo, sigue siendo muy sugerente para el espectador o espectadora de nuestros días y nos brinda importantes lecciones políticas que resulta necesario rescatar. Aquest assaig analitza les estratègies usades per
tres poetes lesbianes espanyoles a principis del
segle XX – les catalanes Elizabeth Mulder i Ana María Martínez Sagi, i la madrilenya Lucia Sánchez Saornil– per a donar espai a una subjectivitat
performativa, queer, resistent a tota concepció d’una
identitat estable.
Pese a su importancia crucial en la construcción
social y personal del género y la sexualidad, la heterosexualidad no ha sido analizada a fondo como tal. Igual que ha sucedido con la masculinidad y la raza blanca, su normatividad la ha preservado del escrutinio al que debe ser sometida no sólo para privarla de esa posición normativa sino también para que podamos construir una nueva consciencia de su mutabilidad histórica que lleve a un modelo realmente igualitario de ciudadanía. Debemos, además, distinguir cuidadosamente entre la heterosexualidad, que puede ser perfectamente antipatriarcal y aliada de las personas LGTB, y la normatividad patriarcal que nos oprime a todos, heterosexuales incluidos. La teoria queer ha col·locat el cos al centre de les seves propostes i l’ha considerat fonamentalment de dues maneres: o bé com una matèria enterament modelable per l’individu, sense límits potencials; o bé com una construcció social, sense negar-ne la materialitat ni el caràcter vulnerable, mortal. Aquest assaig exposa críticament aquest dualisme i es posiciona en aquesta segona línia, en tant que ens permet entendre (i combatre) el funcionament més material del gènere i de les formes de violència que desplega.
Històricament, la transsexualitat ha despertat un
gran interès en el camp de les ciències de la salut i de les ciències socials. Encara avui sorgeixen teories que, de manera quasi obsessiva, volen explicar perquè les persones trans existim. Per un moment, però, podríem canviar la mirada i plantejar que el conflicte i el debat que genera el fet trans a la nostra cultura és la transfòbia. La qüestió a investigar no seria llavors per què hi ha individus trans, sinó el rebuig social que aquestes persones generen. No serien més els nostres cossos l’objecte d’estudi, sinó la societat i els nostres referents culturals. La pregunta clau seria, per tant, ¿com i per què existeix la violència cap a les persones que viuen identitats de gènere que defugen el binomi home-dona? Aquest és el punt de partida d’una reflexió que s’obre com a inquietud entorn de la transfòbia, i de la convicció que és. El sujeto jurídico ha sido un intertexto común que ha transitado los senderos de la filosofía, la literatura y el derecho. A través de las herramientas proporcionadas por la teoría de la literatura y la literatura comparada, este trabajo intenta proponer un diálogo entre disciplinas pero también una suerte de juicio, un proceso que intente que el sujeto –y toda tradición que lo cobija– se siente en el banquillo de los acusados, para que confiese su, a menudo, tormentos relación con el cuerpo.