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INTRODUCCION DE LA BIOETICA

La Bioética surge como necesidad en la época contemporánea para intentar regular la moralidad
de la toma de decisiones racionales en condiciones de incertidumbre en relación a la vida en su
totalidad como a la vida humana. Destacan como condiciones de posibilidad en su aparición el
desarrollo científico acelerado y la emancipación de los pacientes.

Su fundamentación es multidisciplinar y requiere para su expresión de pluralismo, racionalidad,


autonomía y condición crítica. Su método ideal se basa en la prudencia y responsabilidad,
condiciones necesarias de la razón práctica.

CONCEPTO

La Bioética surge como resultado de la maduración de una serie de condiciones que se fueron
gestando desde el advenimiento del mundo moderno y, de modo particularmente intenso,
durante el período comprendido entre la II Guerra Mundial y los primeros años de la década de
los 70 del siglo XX. Estas han sido convencionalmente agrupadas para su estudio, del siguiente
modo: premisas económicas y políticas; científico - tecnológicas; sociales; jurídicas; ético -
filosóficas y las médico - deontológicas

Premisas económicas y políticas: el Estado no debía asumir obligaciones con relación al


bienestar social, en este nuevo modelo estaría obligado a asumirlas por razones de utilidad
pública, es decir, para garantizar la supervivencia del sistema, y no por razones de justicia social

 Premisas científico - tecnológicas: Las preocupaciones éticas en relación con los


avances de la ciencia y la tecnología y su aplicación, generadas por el holocausto de
Hiroshima y Nagasaki, se multiplicarían en los años posteriores, como consecuencia de
los siguientes hechos:
 Posibilidad de manipulación de las funciones vitales
 Progresivo deterioro de las condiciones naturales de vida
 Creciente especialización, fragmentación, despersonalización y deshumanización de la
atención médica, asociadas a la utilización de nuevas y complejas tecnologías
diagnósticas y terapéuticas

Premisas sociales: profunda crisis de valores en la sociedad norteamericana de la época


expresada, entre otras cosas, en la generalizada desconfianza hacia las autoridades e
instituciones sociales, incluidas las de salud.

Como consecuencia, se generaron diversos movimientos sociales incluido el de consumidores,


este último, logró que la Asociación 11 11 Americana de Hospitales aprobara en 1973 la primera
Carta de Derechos del Paciente, considerada como uno de los documentos fundacionales más
relevantes de la Bioética.

Premisas jurídicas: Los criterios y métodos que sirvieron de base a las cortes norteamericanas
para juzgar casos clínicos, experimentarían significativas transformaciones en el período
comprendido entre 1890 e inicios de la década de los 70 del siglo XX.

Pasaría a primer plano la defensa de la autonomía del paciente, el derecho a elegir como desea
ser atendido por el médico y a establecer límites y prohibiciones específicas en relación con la
intervención de éste en su cuerpo. Se exigiría el consentimiento del paciente con independencia
de su significación terapéutica. No obtenerlo o violarlo sería considerado delito de agresión.

Premisas ético - filosóficas: La labor de sistematización del paradigma bioético, que traduciría al
lenguaje conceptual la influencia de todos los procesos anteriormente analizados, encontraría su
fuente de inspiración fundamental en las doctrinas éticas de Enmanuel Kant (1724-1804) y John
Stuart Mill (1806-1873) ambas defensoras de una ética autónoma.
La autonomía moral en la ética kantiana puede resumirse en el postulado de carácter
deontológico “es bueno hacer lo que se debe”, es decir, se considera moral sólo aquel acto que
se atiene a principios éticos previamente establecidos, con independencia de cuáles sean sus
consecuencias. En otras palabras, debe obrarse siempre por conciencia del deber, sin importar
las consecuencias.

Stuart Mill, por su parte, desde posiciones utilitaristas (consecuencialistas) concretaría el


principio de autonomía moral en una máxima diametralmente opuesta a la kantiana: ”se debe
hacer lo que es bueno”. La obligación moral de hacer algo, ahora se determinará en función de
las consecuencias previsibles de la acción, de acuerdo a la correlación de perjuicios y beneficios
(utilidad) que esta pueda reportar. Para el utilitarismo, lo bueno, es lo útil.

La doctrina utilitarista, dominante en el mundo anglosajón, sería sometida a fuertes críticas en la


obra “The Right and the Good”, de W. David Ross, publicada en 1930. De acuerdo a su
concepción, existe un conjunto de deberes básicos a los que denomina “deberes prima facie”.
Estos son deberes condicionales, es decir, deberes que deben cumplirse siempre que no entren
en conflicto con algún otro deber de esta clase. Si no hay conflicto, su condicionalidad
desaparece y se convierten en deberes reales y efectivos. Pero en caso de conflicto, estos
deberes se hacen sólo probables, y se hace también sólo probable la corrección del acto en
cuestión. Deberá entonces decidirse atendiendo al deber mayor en dicha circunstancia, que será
el que maximice las consecuencias buenas, el que ofrezca una mejor correlación de
consecuencias buenas y malas.

BIOETICA EN LA PRACTICA MEDICA

En el “acto médico”, definido como la relación entre el profesional de la salud y el paciente, se


han detectado situaciones que se alejan de lo que la bioética como ciencia establece, en las que
algunos médicos han mercantilizado su relación con el paciente, enfocando la terapéutica a sus
posibilidades económicas. Así, entre los criterios de racionalización de los servicios de salud, se
da el criterio de “contribución económica”, que señala que es muy diferente lo que un individuo
pobre o de clase media recibe en cuanto a un tratamiento médico con respecto a uno de clase
acomodada, pues este último tiene acceso a terapéuticas sofisticadas y tratamientos avanzados.
Como los primeros no tienen condiciones de solventar los servicios de salud, se conforman con
lo medianamente bueno o lo que el Estado les puede proporcionar. En ocasiones, estos servicios
implican deficiencias, como sería la carencia del medicamento adecuado, diferimiento o peor
aún, la cancelación de cirugías a causa de no contar con los insumos adecuados, lo que se
traduce en muchas ocasiones en obligar a los familiares a obtenerlos a costa de su propio dinero
y con la urgencia que el caso lo requiera, pues de lo contrario no podría efectuarse el
procedimiento quirúrgico con todas las consecuencias que esto acarrea, lo cual significa una
pérdida de tiempo y de gastos no programados e inclusive el agravio de las condiciones del
paciente.

También se ha visto el resurgimiento de la nefasta práctica de la dicotomía, que consiste en que


el médico, olvidándose de sus principios éticos, efectúa tratos con otros médicos especialistas
para obtener un beneficio al enviarle el paciente ya sea para su intervención quirúrgica o su
tratamiento especializado, haciendo que el paciente se vea reducido a un elemento de
intercambio. De igual forma, se siguen estas malas prácticas para obtener beneficios de las
farmacias, laboratorios de análisis clínicos, gabinetes radiológicos e inclusive hospitales. Esto,
en otros países, es duramente castigado, pero en nuestro país se soslaya.

Se ha dado el caso de que, en las pequeñas comunidades, el médico general, quien además es
el dueño de la clínica, “alquila” los servicios de un cirujano para que se encargue de efectuar la
intervención quirúrgica, cobrando su participación correspondiente y como consecuencia
elevando los gastos. Ha sucedido que, para no ser identificado, este cirujano entra
subrepticiamente y sale de la misma manera, ocurriendo eventos de negligencia médica; como
el caso aquel en que después de la salida del cirujano, el paciente se cayó de la mesa de
operaciones, provocándole una fractura de vértebras cervicales con las correspondientes
secuelas.

Hablando de esto podríamos comentar lo que sucede en algunos hospitales públicos y también
en privados los fines de semana, ya que, al no contar con el personal titular, contratan médicos
que no están correctamente capacitados o que actúan de manera negligente, preocupados
únicamente por hacer el trabajo lo más rápido posible y dedicarse a otras actividades,
provocando con su actitud que los casos no sean resueltos al no establecerse los diagnósticos
precisos o emplear la terapéutica adecuada.

Es necesario volver al médico de la familia, profesional respetado, de conducta ética y moral


intachable, que conocía a toda la familia y que buscaba ante todo preservar su salud. En
resumen, debemos devolver el carácter humanista a la práctica médica.

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