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Hotel Transilvania 3:

Unas vacaciones monstruosas

Durante la premiere mundial de Hotel Transilvania 3: Unas vacaciones

monstruosas en el Festival de Annecy se sucedieron tres gestos que bien nos

valen para poner esta tercera entrega en perspectiva. Primero: el auditorio

absolutamente rendido a la entrada en escena de Genndy Tartakovsky, su artífice.

Nos contaba el cineasta ruso-americano que él ante todo quería, y quiere, ser

animador. Su ideal pasa, sencillamente, por «realizar películas que me gustaría

animar». Porque el autor de series tan icónicas como El laboratorio de Dexter y

Las Supernenas es, esencialmente, un animador de animadores, de ahí que el

auditorio del festival internacional de animación más importante del mundo le

recibiera con una ovación clamorosa. Porque a pesar de su condición de secuela

inserta en la maquinaria del blockbuster de gran estudio hollywoodiense, en Hotel

Transilvania 3 encontramos un alarde de diseño de personajes que, además, no

paran de estirarse y contraerse, de dinamitar sus ángulos en materia dúctil en

busca del gag espídico y cartoon. Un festín colorido en el que laten tanto los

hermanos Fleischer -de hecho, Tartakovsky recupera diseños de su truncada

versión de Popeye- como la UPA, un torbellino personalísimo de un tipo que

este mismo año entregaba con el cierre de Samurai Jack una obra maestra
formalista, violenta y cargada de acción, que sin salirse de su poética se

situaba justo en la otra orilla de lo que aquí se practica, dando buena medida del

espacio sin límites del lenguaje animado. No olvidemos tampoco que suya es la

mejor entrega de Star Wars en lo que va de siglo: busquen Las Guerras Clon si

quieren disfrutar de las aventuras galácticas más emocionantes y las escenas de

acción jedi más alucinantes jamás filmadas.

Segundo gesto, Tartakovsky afirma rotundo: "Hotel Transilvania 3 es la entrega

que más siento mía. Si fracasa será mi fracaso, si triunfa, será mi éxito". Conviene

recordar entonces que la intrahistoria de la saga Hotel Transilvania es un relato

lleno de baches en el camino. Cuando Genndy Tartakovsky dio a parar en la


franquicia de Sony habían sido ya seis los directores que habían ocupado en

algún momento la silla del director. Una tesitura extraña para un tipo que venía de

ser la estrella de Cartoon Network y del que los aficionados esperaban que se

erigiera como una de las voces autorales más relevantes del cine de animación.

Pero se topó con la industria y su escala de poder: Hotel Transilvania era, en

primer lugar, una producción animada a mayor gloria de Adam Sandler, que

prestaba su voz al conde Drácula protagonista. La célebre estrella cómica de Little

Nicky y Un papá genial apostó por mantener la película en las coordenadas de su

cine, mientras que Tartakovsky abordaba el proyecto con una sensibilidad

diferente. Frente a la comedia familiar de personajes inadaptados y pedorretas

varias, para Tartakovsky Hotel Transilvania era un cartoon protagonizado por

monstruos, un vehículo para su forma eminentemente plástica de entender la

narración. Esa tensión dio lugar a dos películas que si bien arrasaron en taquilla,

acababan siendo insatisfactorias para cualquiera que esperara disfrutar de alguna

de las dos fórmulas que cohabitaban en su interior. Un choque accidentado. "Con

Hotel Transilvania además tienes que hacer algo que haga reír a los ejecutivos del

estudio, a los amantes de la animación y al público generalista. Y eso son tres

tipos de espectadores muy diferentes". Una cláusula de mercado ante la que

Tartakovsky nunca ha escondido su descontento, encontrando en el movimiento

su particular forma de rebelión. A cada entrega, el movimiento de sus personajes,

su gestualidad y su forma de andar, así como la velocidad de lo que ocurre en

pantalla, ha ido aumentando hasta el paroxismo de la tercera entrega, que llega a

dejar exhausto por momentos. De este modo, una vez Tartakovsky situado en el

proceso de escritura y Sandler en un segundo plano, Hotel Transilvania 3 se vacía


de armazón narrativo para lanzarse al mar a pulmón: las vacaciones en crucero

de Dracúla y su pandilla no será sino una mera excusa para que el realizador

de Sym-Bionic Titan pueda desfogarse a lo grande. Del Triángulo de las

Bermudas a una Atlántida que se quiere Las Vegas, de un paseo bajo el mar a un

tango de la muerte divertidísimo, de un diseño steam-punk bizarro a un cuidado

gestual inaudito en esta liga del blockbuster animado. O unas benditas aerolíneas

Gremlin que trazan el camino a seguir. En Hotel Transilvania 3 todo es bigger,

faster, stronger.

Tercer gesto: Tartakovsky está pletórico. "Creo que con Hotel Transilvania 3

tenemos algo grande entre manos". Bis: "Soy el rey de la diversión familiar". Esta

frase la pronuncia Drácula en el trasatlántico, no Tartakovsky. Nada que objetar a

un poco de swag. Salvo que de la combinación de ambas oraciones con la

película que tenemos delante transpira cierta sensación de claudicación de

un autor que celebra la libertad de la que ha disfrutado a la hora de hacer

Hotel Transilvania 3 mientras seguimos encontrando en ella todos los peores

vicios de los que ha hecho gala en anteriores entregas. De ese humor que se

quiere infantil y se desarrolla infantiloide a las diversas concesiones de despacho

(las terribles escenas musicales)… En definitiva, se ha eliminado de la ecuación a

Sandler, pero no a Sony. ¿Es esto a lo máximo que puede aspirar un autor de la

talla de Tartakovsky dentro de la dinámica de las major?

Una pregunta de la que esperamos obtener respuesta si Tartakovsky consigue

llevar a buen puerto el proyecto personal que prepara ahora con Sony. Será el

tercer intento de hacer un producto original para la casa que le acoge como
máxima figura de su división animada. Esperemos que esta vez, a la tercera si

vaya la vencida. Mientras tanto, cabe celebrar, con moderación, la entrega más

divertida, delirante, cinética y colorida de Hotel Transilvania.

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