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El desarrollo exacerbado de la tecnología, a finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, ha
provocado una suerte de vorágine en el conocimiento al grado que no tenemos manera de
asimilar los datos ofrecidos y de pronto tenemos en la puerta otras innovaciones. Es evidente que
el desarrollo tecnológico implica un ineludible proceso de cambio social que nos enfrenta a
nuevos problemas ético-sociales ante los que la filosofía tiene que asumir una revaloración de la
relación entre las tecnologías y la bioética como saber práctico/teórico.
La bioética emergió como campo del conocimiento en la década de los 70´s del siglo
pasado. Al correr del tiempo se ha enfrentado a una gama de temáticas que han enriquecido y
actualizando sus principios. Los cuatro sus principios: autonomía, beneficiencia, no
maleficiencia y justicia, que en sus orígenes la constituían y que giraba en torno a dos temas
concretos (el aborto y la eutanasia), ha aumentado la complejidad con fenómenos como la
clonación, los transgénicos o las células madre. Así, un nuevo giro de consecuencias
impredecibles, a comienzos del siglo XXI, fue el estudio del genoma humano provocando el
desarrollo de terapias genéticas y, en consecuencia, un exacerbado interés económico por la
explotación de estas tecnologías. En consecuencia, la posibilidad de que los manipulados
genéticamente seamos los seres humanos abre el debate bioético. Al respecto se manifestaron
posturas desde la clásica retórica apocalíptica sobre un mundo feliz genéticamente programado,
hasta aquellas que afirmaban que cualquier intento de regulación implicaría bloquear el camino
hacia una sociedad futura más preparada para afrontar sus proyectos vitales.
En este sentido, ante la necesidad de una reflexión rigurosa bioética el filósofo alemán
Jürgen Habermas ofrece en su obra El futuro de la naturaleza humana, ¿Hacia una eugenesia
liberal? una perspectiva sugerente que superpone a su ética del discurso una (bio) ética en la
autocomprensión ética de la especie.
Habermas entiende por Bioética las diversas estrategias de intervención que regula
nuestro vínculo con el mundo. Después de las ofensas que Copérnico y Darwin infligieron a
nuestro narcisismo al destruir nuestra imagen geocéntrica y antropocéntrica del mundo, quizá
asistimos con mayor sosiego al tercer descentramiento de nuestra imagen del mundo: la
sumisión del cuerpo (Leib) y la vida a la biotécnica (p. 77), añade el filósofo y con esto sugiere la
idea del hombre por asumirse como hacedor en una suerte demiurgo.
En este sentido, para Habermas el problema no radica en la propia técnica genética, sino
en su modo de aplicación y su alcance; sostiene que las intervenciones genéticas en seres
humanos “modificarán” nuestra autocomprensión ética, en tanto que afectan a nuestra autonomía,
igualdad, libertad y al modo de orientarnos como “seres morales”. Su rechazo a la eugenesia
liberal radica en que éste toca a un presupuesto natural de la consciencia de la persona afectada
de poder actuar autónoma y responsablemente (…) en dicha comunidad (…) se excluye la
determinación ajena en el sentido de someter a una persona al arbitrio injustificado de otra (p.
#).
Por último, es un hecho que los avances tecnológicos condicionan la forma de entender
nuestra propia naturaleza, dejando en manos del ser humano la capacidad de modificar su propia
esencia biológica. Al hablar de eugenesia y eutenasia estamos aludiendo al principio y al fin del
ciclo de la vida humana. Las consideraciones sociales, políticas, económicas, médicas y éticas,
etc, implicadas en los conceptos sobre los que giró el curso me dan a reflexionar sobre lo que nos
espera en un futuro cercano, a saber: la humanidad será cambiada de forma radical por la
tecnología. Se prevé la viabilidad de rediseñar la condición humana que incluya parámetros como
lo inevitable del envejecimiento, la psicología indeseable, el sufrimiento.