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El sistema financiero debe brindar confianza a la población para que ésta deposite
sus ahorros y con éstos las entidades financieras puedan otorgar créditos. Los
riesgos forman parte del negocio de intermediación y son las propias entidades las
que deben tomar medidas para mitigarlos; por esta razón las entidades financieras
son objeto de regulación y supervisión prudencial.
Los bancos aquí y en todas partes son instituciones muy delicadas porque están
en un mercado imperfecto, por su propia naturaleza. El ejemplo más reciente es el
de la crisis financiera internacional de 2008. Una manifestación importante de la
imperfección de los mercados es el llamado problema de información asimétrica,
que quiere decir que no todos poseen la misma información. Los bancos tienen
mejor información que los depositantes y los clientes tienen mejor información
acerca de los riesgos del proyecto para el que piden un préstamo, que los bancos.
Esta desigualdad de información tiene varias consecuencias.
La supervisión bancaria tiene entonces un papel esencial para atenuar los riesgos,
pero ella no los elimina completamente, no es tampoco su papel. Los seguros de
depósitos, como el Fondo de Protección del Ahorrista, creado por la Ley 393 del
2013, protegen a los pequeños ahorristas, con el argumento correcto de que están
menos informados.
A los grandes ahorristas les corresponde vigilar la salud de los bancos donde
depositan sus ahorros.
El análisis de riesgos es central, tanto para los bancos como para la supervisión
bancaria. No basta conformarse con los estados contables, que son más bien
relatos históricos, que obviamente tienen valor, pero no lo dicen todo. Me acuerdo
que, a principios de este siglo, el entonces director Gerente del FMI, señor Rodrigo
de Rato, nos visitó en La Paz. Cuando le comentamos que habíamos superado
cinco crisis bancarias, su respuesta fue “nada les asegura que vayan a poder vencer
la sexta crisis”. La respuesta me pareció brutal pero me dejó pensando y con la
lección de que hay que mirar al futuro, y no fijarse de manera obsesiva en el pasado.
A primera vista pareciera que la estabilidad política es una condición necesaria para
la estabilidad financiera. Hay, empero, numerosos contraejemplos de que, aún
habiendo inestabilidad política, había estabilidad financiera. Tampoco estabilidad
política quiere decir prorroguismo, más al contrario.
Los indicadores actuales de desempeño del sistema financiero son sin duda
buenos, pero no invitan a la complacencia. A veces la liebre salta donde menos se
la espera.
Se puede considerar que existe solidez en el sistema si tomamos en cuenta las
captaciones que han crecido, la cartera que tiene un nivel aceptable, pero no
deseable, una mora que no alcanza al 10 por ciento, previsiones que cubren un nivel
de mora mayor al actual e inversiones mayores que las colocaciones de cartera en
papeles del Banco Central de Bolivia.
En resumen, hay una aparente estabilidad basada en una confianza relativa de los
depositantes en el sistema, las empresas se endeudaron apostando al crecimiento
de sus operaciones y hoy día el cuadro de situación es inverso, la construcción
¿podrá resistir la mora del sector público y del privado, sin impactar la cartera del
sistema? El gobierno ¿podrá mantener su ritmo de endeudamiento actual (casi $us.
100 millones al mes) si sus ingresos se verán disminuidos?