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La autoridad del profesor

Pau Arlandis Martinez


Cuando estaba preparando este ensayo mi mujer, profesora de inglés en el IES Joaquín Rodrigo,
dio con una frase que lo resume todo: “Básicamente, si quieres que te respeten, tienes que
currártelo” (M. Sepúlveda, comunicación personal, 3 de enero, 2018). Sin haber leído a Meirieu,
establece la misma premisa que él (aunque con un lenguaje menos elevado) “Es pues en la
profundización de la disciplina que se enseña donde se encuentran los fundamentos de la
disciplina que se hace respetar” (Meirieu, 2006). Creo sinceramente en esta máxima, sobre
todo porque es en realidad todo lo que nosotros como profesores podemos llegar a controlar
de la autoridad que poseemos. Si damos lo máximo de nosotros en la asignatura que
impartimos, hemos profundizado en la disciplina todo lo posible y seguimos sin ser una
autoridad respetada para nuestros alumnos significa que ya no depende de nosotros y nada
podemos hacer, pero si no ponemos eso de nuestra parte de nada sirve poner excusas en el
trabajo de los demás.

Sin embargo, siempre que se discute sobre este tema nunca queda claro qué es la autoridad,
qué es lo que se entiende por autoridad o la pérdida de autoridad de los profesores. Yo cuando
era alumno sentía máximo respeto por todos mis profesores. Algunos de ellos emanaban una
autoridad más propia de la potestas que de la autoritas, era un respeto que nacía del miedo.
Con otras, sin embargo, mi relación era mucho más abierta, mucho menos autoritaria y, desde
alguna perspectiva, incluso irrespetuosa, pero el respeto que sentía por ellos, la autoridad que
tenían para mi estaba fuera de toda duda. Nunca me levanté cuando entraban en clase o les
llamé de usted, pero la relación educativa que mantuvimos fue la más real, duradera y profunda
que la relación anterior. “La relación educativa no puede sustentarse sobre el mero recurso a la
autoridad. […] la relación educativa es radicalmente distinta a la que de un modo puntual
podemos establecer con el guardia que nos multa por cometer una infracción de tráfico. Aquí
damos preeminencia al agente para salvaguardar el bien común de la seguridad.” (Feito, 2009) y
“No podemos reclamar autoridad si no sabemos qué autoridad estamos reclamando. Con
frecuencia, al hacerlo, sólo se pide «mano dura», «orden» y «disciplina», y esto tiene poco que
ver con la verdadera autoridad.” (Marina, 2009) apuntan claramente en este sentido. La
autoridad que emana de una relación de jerarquía o de poder no resulta realmente educativa y
por mucho que hagamos de ella un decreto ley no vamos a seguir teniéndola.

De esta autoridad tan íntima del acto pedagógico no creo que medie crisis alguna porque los
profesores siguen trabajando con la misma máxima que siempre como explica Juanatey “explica
la profesora. “La figura del profesor como grupo social encarna esos valores de no tratar de ser
famoso, de no triunfar, de no tener dinero o un gran coche, ni es el modelo del deportista
esforzado y triunfador al que continuamente están expuestos los alumnos” (Juanatey en
Barnés, 2015).Sin embargo, la autoridad del profesor no solo nace de lo que ofrecemos a los
alumnos y de lo que ellos ven en nosotros. En el caso particular de la relación pedagógica en el
que tratamos con alumnos muy influenciables por su entorno hay una variable más en juego y
es la autoridad propia del cuerpo que influencia a nuestros alumnos a través de la sociedad que
le rodea. La crisis de autoridad es en esencia una crisis de jerarquía más que una crisis de
verdadera autoridad y es que hay un verdadero movimiento de desprestigio social que se siente
a poco que escuches a alguna madre o padre de hijos adolescentes, “De la noche a la mañana
llegó lo de que no servíamos para nada, que éramos material de desguace, ¡pero éramos los
mismos que el año anterior!” (Juanatey en Barnés, 2015). Es irónico que en muchos de estos
comentarios de desprestigio es que suelen acompañar con una exigencia de valores del pasado
que intentan poner el peso de la prueba en el profesor que ahora ha cambiado y ya no sabe dar
clase, en vez de en el prestigio del cargo. El profesor de los años 50 no era más venerado por los
alumnos por la mano dura, sino precisamente porque era venerado por la sociedad. “Lo
decisivo es proteger la escuela, prestigiarla, con todos los recursos estatales, porque de ahí
deriva todo lo demás: la dignidad de la función docente, y la necesidad de que sus protagonistas
puedan ejercerla debidamente. La escuela es un ámbito que debe ser especialmente cuidado y
protegido -y querido- por la sociedad entera” (Marina, 2009). Si es el prestigio del profesor de
escuela el que muere asesinado por la sociedad, ¿Qué puede hacer realmente el profesor? Creo
que es una cosa de todos, una concienciación social que debería empezar desde el ámbito
político pero no creado la figura de autoridad. Sino cuidando y respetando a los profesores. “El
concepto de autoridad nos introduce en un régimen de legitimidad, calidad, excelencia,
dignidad. Por eso tenía razón Hannah Arendt al decir que si desaparecía, se hundían los
fundamentos del mundo. Al menos, del mundo democrático, que es al que ella se refería.”
(Marina, 2009) “debemos poner en funcionamiento los mecanismos legales, económicos,
pedagógicos, necesarios para que todos los que trabajan en el sistema educativo -desde los
profesores a los conductores de los autobuses escolares- sientan que su misión es importante y
respetada. Y, por último, los docentes deben responder a esa dignidad, buscando
continuamente la excelencia.” (Marina, 2009)

Referencias
Barnés, H. G. (21 de Abril de 2015). Cómo la educación española se echó a perder, contado por
una profesora veterana. El confindencial.

Feito, R. (21 de Septiembre de 2009). Autoridad y autoritarismo en la enseñanza. El País.

Marina, J. A. (1 de Octubre de 2009). La recuperación de la autoridad. El Mundo.


Meirieu, P. (2006). Carta a un joven profesor. Barcelona: Editorial GRAÓ.

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