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PILO LIL
COSAS DE la querencia
RECOPILACIONES
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Recopilando 4
Adivinanzas 16
El Truco 23
Los dichos 24
Los versitos 26
Comidas y bebidas 34
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[Escriba aquí]
piolín, que en Paraguay llaman “araza”, las “choiqueras” de plomo, los cuchillos, los
molinos y los caballos de palo, etc.) y que tenían las inevitables imperfecciones de lo
artesanal; imperfecciones que yo subsanaba a fuerza de imaginación y de niñez.
Aquella antigua niñez que me abrigó y que me dejó únicamente la añoranza y este
viejo apellido que me pongo a diario.
Hasta no hace muchos años acompañaba a mis recuerdos, desde el telé-
fono, la resquebrajada vocecita de mi madre confirmándome o corrigiéndome algún
dato, hoy lamentablemente ya no…
Hurgando en mi memoria encontré y aún conservo los dichos de mi abuelo y
de aquellos sus coetáneos de la primera mitad del siglo XX. Por suerte apuntalándo -
los quedaron los manuscritos de mi viejo y míos propios.
RECOPILANDO
La mentada IDENTIDAD de ninguna manera es una generalización indefinida
y permanente de modismos, costumbres, ritos, música, supersticiones, etc. Es en sí
misma una originalidad temporal y geográfica; una particular forma de ver y de vivir el
tiempo y el lugar que nos toca. Cambia con el paisaje que nos cobija, con la época
que transcurre y las circunstancias que nos ocurren.
A aquella identidad temporal y geográfica de Pilo Lil la fui guardando en
apuntes que sumé a los muchos de mi padre y que hoy intento compartir con quien
quiera leerlos.
Recopilar es acercarse a las raíces, es dignificar los recuerdos, es ponerlos
en un cuadro de honor, es darle sentido a la memoria, es buscar en el pasado la lla -
ve del futuro, porque ocurre a veces que desde nuestra petulante actualidad insisti-
mos en negar la antigua sabiduría del dicho popular: “nada nuevo hay bajo el sol”.
A mediados del Siglo XX, la primera folcloróloga del Neuquén, doña Bertha
de Koessler Ilg refiriéndose a la labor recopiladora decía “…que todavía se podía
sacar agua del pozo oscuro y hondo llamado pasado...”
Muy distante estoy de doña Bertha, temporal e intelectualmente, pero apun-
tando en su misma dirección he tratado de volcar en estas páginas el caudal de reco-
pilaciones, apuntes y testimonios que acumulamos mi viejo Don Doroteo y yo, e in-
tento transmitirlos con la mayor fidelidad posible. Creo que recopilar es juntar vesti -
gios culturales de otro tiempo y simplemente mostrarlos; es como un museo de pala -
bras…
Este repertorio de vivencias, costumbres y testimonios, que compiló mi viejo
y luego yo continué, se refiere a las primeras siete décadas del siglo XX y algún añito
más.
Del primitivo y ancestral substrato indígena he tomado lo poco que aún per-
duraba, tratando de sustraerme a la enorme confusión que su análisis global implica.
Desde el primer cuarto del siglo XIX el avasallante ingreso de los araucanos
procedentes de Chile chocó con la pasividad “huinca” e inició un proceso de transcul-
turización enriquecido por el aporte de pehuenches, pampas, huilliches, ranculches
(ranqueles), tchehuelches y por supuesto blancos chilenos, bonaerenses, y mendoci-
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nos. De esa mixtura veníamos y así nos encontró el siglo XX en aquel Pilo Lil, ahora
lejano y añorado.
Los pilares sostenedores de aquella sociedad fueron la espontaneidad, la
confianza, la ingenuidad y la simpleza. Todos tratábamos de sobrevivir en un medio
difícil lleno de carencias y carente de grandes expectativas; el futuro estaba ahí y los
logros eran tal vez pequeños, manuales, casi artesanales, ¡pero como se notaban!
En aquel tiempo y en aquel lugar todo era difícil, todo era lejano seguramente porque
la soledad siempre agranda y agrava las distancias.
El yacimiento de recuerdos que hoy hurgo lo constituyó el campo heredado
de mi abuelo Enrique (“Káiser”) Prieto y mayormente el viejo boliche de mi padre,
creo que por ese y otros boliches pasaron las costumbres y la habitualidad cultural ya
precalentada en los fogones de los ranchos. Esa cotidianeidad telúrica fue sedimen-
tando esta “admapu”, como decía Tripailaf cuando se refería a las tradiciones, las
costumbres, la idiosincrasia y los recuerdos de la tierra…
Es mi obligación también decir aquí que algunos de los tópicos presentados
pueden coincidir o no con los analizados por otros tratadistas especialmente el Dr.
Gregorio Álvarez quien en varios de sus trabajos contó con la colaboración de quien
fuera mi padre y maestro: Don Doroteo Prieto.
Debo aclarar que en infinidad de casos menciono el nombre de mis informan-
tes, todos de Pilo Lil, al momento de consultarlos.
Guardo la esperanza que algunas nimiedades de aquel tiempo y de aquel
ámbito no se pierdan…
Contra el diablo
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Lo saco de la botella,
y en el vaso lo acomodo
para no sufrir por ella
¡mejor me lo tomo todo!
(Diógenes Torres - 1969)
a comer porotitos
con cochayuyo!
(Leonidas Prieto - 1970)
Un pelao se cayó
de la torre de una iglesia;
no se hizo nada en los pies
porque cayó de cabeza.
(Paralila - 1950)
Argentinas y chilenas
han aprendido esta maña:
que al hombre lo engañan,
porque el destino es ansí;
esto me pasó a mí,
y el engaño me lo hicieron
hasta en mi mesma nariz.
(Mi tío Segundo H. Prieto quien se lo había
escuchado a su abuelo Froilán en 1932)
De koltrito me gustaba
comer mote con huesillos,
pero ahura que soy grandote
tomo chupilka con vino.
(Ismael Prieto “Malito” – 1969)
Soy gorracho,
pero ¡güen muchacho!
(Facundo Figueroa - 1971)
“Tome contento,
tome con confianza;
pero antes de tomar:
¡poniendo estaba la gansa!”
(Leído en el boliche de Huinca en Las Coloradas-1971)
¡Que llueva!
El gallo pelao
Tocará en la banda
y lo veré marchar.
Con su cornetín
sonará rí, rí
y con su tambor
sonará ró, ró
A la lata latero
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¡A la lata, a latero!
a la hija del chocolatero
Don Juan de las Bellotas
que tiene la pipa rota.
- ¿con qué se la curaremos?
- Con un palo que le demos.
- ¿Adónde está el palo?
- El fuego lo quemó.
- ¿Adónde está el fuego?
- El agua lo apagó.
- ¿Adónde está el agua?
- El burro la tomó.
- ¿Adónde está el burro?
- El burro se murió.
- ¿Adonde lo enterraron?
- ¡Adonde quiso Dios!
(María Bogdanich)
Tiña verilla
CORDERITO CORDERÓN
Corderito, corderón;
tan chiquito y tan ladrón;
saca plata del cajón,
sin permiso del patrón
pa’ comprarse un pantalón
todo roto y sin botón.
(Sonia Iglesias)
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(1) Unilla
(2) Dosilla
(3) Tresilla
(4) Cuartana
(5) Colorde
(6) Manzana
(7) Conmigo
(8) Laté
(9) Contigo
(10) Son diez.
(Tradicional)
Saltando la soga
Saltando la soga
se cuentan los saltos,
unos son bien bajos
y otros son más altos:
a la una con la luna,
a las dos con el reloj,
a las tres salta el inglés,
a las cuatro salta el sapo,
a las cinco salta el gringo,
a las seis se escapa un güey
a la siete: ¡qué fresquete!
a las ocho llegó Pocho,
a las nueve truena y llueve
y a las diez llueve otra vez.
(Bernita Prieto)
A la gurrupata
canción de cuna
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TIRAR A LA CHUÑA
NOTA: La CHUÑA es un ave zancuda, un tipo de grulla, ajena totalmente a la zona de Pilo Lil. El ori -
gen de este juego quizá derive de otra latitud, donde se simula arrojar objetos al pájaro para que los
recojan los niños. (Apreciación del autor.)
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Adivinanzas
Las adivinanzas son pequeños enigmas planteados muy brevemente, por lo
general en verso. Su única finalidad es la de matar el aburrimiento obligando a los
participantes a ejercitar mínimamente su capacidad de análisis y deducción a partir
de alguna pista incluida en el enunciado.
Este juego oral seguramente es tan antiguo como la capacidad de hablar en
el ser humano. Muchos mencionan al “acertijo de la Esfinge”, resuelto por Edipo,
como el hito de las adivinanzas en la antigüedad.
En nuestra campiña piloleña de mediados del siglo pasado, no abundaban
los temas de actualidad, como no fuesen los cotidianos del campo: un caballo perdi -
do, un mínimo episodio con la leña, la rotura de un alambrado, la reparación de un
bozal, o alguna otra nimiedad. Muy de vez en cuando aparecía alguien que rascaba
una guitarrita y entonaba casi siempre la misma canción. Por eso las adivinanzas
junto con los piñones y el mate amargo constituían el epicentro de las reuniones alre -
dedor de los fogones.
Al carecerse de los divertimentos, que seguramente llegarían con el tiempo,
la adivinanza constituía un ameno pasatiempo que estimulaba la imaginación y la
creatividad en la búsqueda de la resolución del interrogante planteado a la par que
obligaba a cierta exploración lingüística y al conocimiento de un vocabulario no co-
mún.
La adivinanza aportaba, especialmente a los niños, la panorámica de un
mundo distinto y la posibilidad de un mínimo razonamiento abstracto.
Las adivinanzas no reconocían autores conocidos, eran fundamentalmente
anónimas y tradicionales.
En esta recopilación coloco el nombre de quien habitualmente las usaba pero
de ninguna manera significa autoría sobre alguna de ellas.
Doy comienzo con la versión piloleña del universalmente conocido “acertijo
de la Esfinge”, en este caso mi padre lo tomó de don Rafael Domínguez allá por
1959:
A la mañana temprano
como un caballo camina,
al mediodía apurado
suele andar como gallina
y a la noche ya cansado
sin apuro anda en tres pies.
¡Quiero ver si la sabés!
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El pobre lo tira
y el rico lo guarda.
R.:El moco.
y no tomó agua.
R.:El cencerro.
Perez anda,
Gil camina;
pavote es quien no adivina.
R.:El perejil.
De noche asusta
y de día mata.
R.:La mata.
De la pieza a la cocina
mueve la cola como una gallina.
R.:La escoba.
El boticario y su hija,
el médico y su mujer,
cenaron con nueve huevos;
¡justo tocaron de a tres!
R.:La hija del boticario es la mujer del médico.
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Las otras:
Te digo y te lo repito,
si no adivinás,
no valés ni un pito.
R.:El té.
(Luisa Ramírez, mi madre - 1953/ 1990)
No es lo que parece
porque no es es lo que es.
R.:La nuez.
(Adolfo Rodríguez - 1971)
Grande y peludo:
bien güeno pa’su culo.
R.:El cojinillo.
(Rogelio Gutiérrez - 1960)
No es mujer ni es muchacho,
no es marica ni es maraco;
siendo hembra muere macho.
R.:La uva y el vino.
(Aladino Hernández - 1959)
Corre y escucha,
saca una tumba largucha.
R.:El zorzal sacando lombrices.
(Luisa Ramirez, mi madre.)
Hediondito, hediondito,
envuelto en un pellejito.
R.:El ajo.
(Doña Esther Jara.)
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No es Mari ni Quita,
ni Remo ni Lacha;
Mariquita remolacha
en medio de las muchachas.
R.:El maricón. (gay)
(Mi primo Rogelio Gutiérrez- 1960)
EL TRUCO
Dicen que el Truco nos vino desde España y que allí habría sido introducido
por los moros. Cruzó el Atlántico, se aclimató en América y aquí permaneció en el
tiempo y en distintas geografías, adecuándose siempre a cada hábitat con el dina-
mismo que la gente le transfirió. Su vigencia seguramente se debió a lo ameno de su
práctica y a la picardía que llevaba implícita.
El Truco era sinónimo de simpática treta, de deliciosa argucia, de artimaña
salerosa… Este juego, también llamado en otros lugares Truque o Truquiflor, se con-
virtió casi en emblemático en Argentina y en Uruguay países donde reconoce distin-
tas reglas.
El Truco al igual que el Mate acompañó históricamente a nuestros gauchos
y luego al paisanaje derivado de la Inmigración por todo el territorio. En la Patagonia,
tal vez por una cuestión climática arraigaron ambos con más fuerza; tanto arraigaron
que Mate y Truco cruzaron la cordillera y se hicieron comunes y cotidianos también
en la campiña patagónica chilena.
A fines del siglo XIX, seguramente en los vivacs y en los fogones de las curti -
das tropas del General Villegas y especialmente en las los Ttes. Cnels. Uriburu, Orte -
ga y Godoy se ahumaron los naipes de las primeras partidas jugadas en la cordille-
ra. Y ahí quedó, casi para siempre, como amo y señor de fogones y mostradores.
Después pasaron los años, las modas, las costumbres y las generaciones pero el
Truco mantuvo su vigencia.
En los boliches de aquel Pilo Lil de mediados del siglo XX y años subsiguien-
tes, el Truco con relaciones fue la gran atracción “social” entre los parroquianos.
La picardía criolla y la gran variedad de “versitos” y de términos “truqueros”
alardeaban y competían entre sí con agudezas, astucias, bromas, travesuras, chas-
carrillos, “mentiras”, “vivezas” y “avivadas” de un paisanaje ingenuo pero no leso.
Aquel boliche que heredé de mi padre era un amplio rancho de adobes blan-
queado a la cal y descascarado en partes con “cielorraso de bolsas”. Por supuesto el
piso era de tierra, “pero regado”. Su mobiliario consistía en “el mostrador”, una impor-
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tante báscula para pesar hasta 400 kilos, una fornida mesa y uno o dos barriles va-
cíos. Estos últimos, barriles y mesa, concentraban las partidas de truco y muy even-
tualmente alguna de dados o de perinola.
A veces entre paisanos que hacía tiempo no se veían, apostaban al “peso”
es decir “se pesaban en la báscula”, según la previsión de los contendientes se otor-
gaban o no algunos kilos de ventaja. Pero el fuerte de todo encuentro “bolichero” era
sin duda el Truco.
Según la cantidad de parroquianos se lo jugaba “de a dos”, “de a cuatro”, “de
a seis” y hasta “de a ocho”.
Recordar aquellas “truqueadas” es retornar a un querible paisaje humano, in-
genuo, espontáneo y divertido donde todos nos conocíamos y aunque no nos quisié-
ramos nos respetábamos y compartíamos la vida.
El Truco surgía como una propuesta casi obligatoria y solía estirarse hasta
altas horas de la noche y a veces de la madrugada; lo regaban el vino, la cerveza, al-
guna sidra, un “coter” o una chupilka y lo amenizaban los “versitos”, los “ ” y la jocosa
creatividad oral y gestual de los menos “aburríos”.
Mientras tuve aquel “boliche” presencié infinidad de partidas e incluso mu-
chas veces fui “tantero” o “tanteador”, una especie de árbitro descomprometido.
Mi padre me había dejado la curiosidad y el respeto por las costumbres pata-
gónicas y en esa línea continué anotando las espontaneidades y hábitos de aquel
paisanaje.
A continuación transcribo “dichos” y “versitos” que andaban de boca en boca
entre mis parroquianos sin ser exclusivos de nadie. En esta recopilación menciono a
quien más los repetía o a quien primero se los escuché; de ninguna manera significa
una patente o registro de autoría.
LOS “DICHOS”
“¡A dormir a los yuyos!”: Se usaba como jocoso comentario hacia el adver-
sario, equivalía a ¡Quedaste afuera! (en las malas). (Audón Rodríguez)
“¡A tierra con los polacos!”: exclamación usada cuando con una sola juga-
da se ganaba la partida total. (Fernando Prieto)
“¡Ése es pollo de mis güevos!”: Expresión de orgullo y aprobación por el
puntaje ganado por el compañero. (Fernando Prieto)
“¡Eso sí que’s lindo, acostarse con la india y amanecer con el indio!”
Expresión aprobatoria de la jugada hecha por el compañero. (Don Segundo Prieto)
“¡Falta un gringo!; ¡Falta un vidrio!: Expresiones engañosas para confun-
dir al adversario supliendo a la Falta Envido. (Orlando Migoni C&A)
“¡Hembra…becida, la vieja…!”: Expresión de júbilo. (Doroteo Prieto, mi padre)
“¡Querosén!”: expresión engañosa simulando un “quiero” para el truco o el
envido.
“¿Ipa?”: apócope de: ¿y pa’l envido? (Consulta al compañero.)
“¿Qué hacemos en este caso, sin boleadora y sin lazo?”: para consultar
al compañero ante la duda o posibilidad de una jugada. (Octavio Ramírez)
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LOS “VERSITOS”
Me invitaron a jugar
y estoy jugando un partido
pa’ empezar tengo muy poco
apenitas pa’l ENVIDO.
(Adrián Contreras)
No se apure ni me empuje
si me quiere sacar güeno
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Desafina mi guitarra
cuando canto una milonga
tal vez si le grito ¡ENVIDO!
con el ¡TRUCO! se componga.
(Alberto “Beto” Cofré – C&A)
y al final en el boliche,
me encontré este ¡REAL ENVIDO!
(Marcelino Infante)
A su hermana no le doy,
pero tampoco le pido
porque si a ella le sobra,
a mi no me ¡FALTA ENVIDO!
(Orlando Migoni – C&A)
(Adrián Contreras)
Mi vecino Nicanor,
el hijo de doña Juana,
cuando está en pedo repite:
¡Qué FLOR…que tiene su hermana!
(Marcelino Infante)
Viniendo de “Chacabuco”
pasando por “Gente Grande”
llegué a cantar esta FLOR
a San Martín de los Andes.
(Fernando Prieto)
Mi mujer me abandonó,
y al verme tan disgraciao:
…¡la puta, se me cortó!
(Ambrosio Jara “Pocho”)
Se me cagó la nena,
¡FLOR chilena!
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Anoche la vi a tu hermana,
con ojos llenos de amor,
en su boca una sonrisa
y en cada teta una ¡FLOR!
(Orlando Migoni –C&A)
Un jabalí enamorao
miraba por la ventana
y entre hociqueadas decía:
que ¡FLOR de chancha es tu hermana!
(Daniel González –C&A)
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“A la moda de Antuco:
tengo FLOR y juego al TRUCO”
(Máximo Jara “el Pelao”)
Pajarito Ñico-Ñico
que andás por las quebráas
echando FLOR por el pico
y TRUCO por atrás.
(Facundo Figueroa)
A la moda de Temuco:
¡tengo FLOR y juego al TRUCO!
(Ismael “Malito” Prieto)
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Comidas y bebidas
En aquel Pilo Lil de las primeras tres décadas del Siglo XX no se conocían
los lujos, ni la refinación, ni las exquisiteces. Los alimentos, con su rusticidad y su
simpleza eran los que proveía la tierra.
La gastronomía, como todo a su alrededor; era básica, elemental, casi primi-
tiva. La manera de alimentarnos nos venía de indios trashumantes, carenciados y
vencidos, de inmigrantes escasos de medios y de conocimientos. Éramos una agres-
te y paciente pobreza que guapeaba entre los cerros; veníamos desde la escasez y
la resignación y nos dirigíamos a la esperanza.
Nadie era cazador, aunque de alguna manera todos lo éramos, si se cruzaba
un guanaco, un choique, una mara o un huillín, instintivamente se intentaba capturar-
lo. Unos proveían carne, otros plumas o pieles; pero la invasión “huinca” fue tan bru-
tal que a los pocos años ya no quedaban especímenes silvestres. Después esa mis -
ma colonización incorporó la liebre europea, los gorriones, el jabalí, el ciervo colora-
do, la trucha arco iris y todos los etcéteras malos y buenos del progreso.
El desconocimiento de manjares distintos y más elaborados hacía valorar la
escasa variedad existente.
El instinto de supervivencia había logrado que los mayores estuvieran allí en-
frentando permanentemente la necesidad y los mayores eran el ejemplo a seguir. La
herencia recibida hacía consumir, con o sin disfrute “lo que había”; la intensidad del
hambre o del cansancio sazonaba las comidas.
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longanizas, queso de cerdo, untosinsal, pancetas, jamones, morcillas, etc. Los embu-
tidos se conservaban en grasa o se secaban al humo. Casi todo se ahumaba, no
siempre con la intención en sí misma de saborizar sino simplemente porque los ali-
mentos eran lo más preciado y debían conservarse estando próximos y a buen re-
caudo de roedores, gatos y perros; entonces se los colgaba en los rincones del am -
biente más habitado del rancho es decir en la cocina, donde siempre había un fogón
encendido.
La veranada proveía, además de gordura a los animales, leche y quesos en
abundancia, piñones y muchas veces manzanas.
Llegada la primavera, a partir de octubre, comenzaba la parición de chivas y
ovejas, luego esos corderos y chivitos comenzaban a ser sacrificados y se convertían
en los clásicos y exquisitos “chivos y corderos patagónicos al asador”.
En los ranchos no abundaban las cocinas propiamente dichas, solo algunas
de latón o de tambores adaptados; después andando el tiempo aparecieron las más
sofisticadas de hierro fundido cuyas marcas: “Istilart”, “Inchausti”, “Crescent”, “Care-
lli”, “Tres Arroyos”, etc. se convirtieron en consulares.
No solo los productos de origen animal eran charqueados, también se dise-
caban los vegetales. Con los choclos se hacía “chuchoca”, las papas, las cebollas se
guardaban en bolsas, los piñones se enterraban, las manzanas se atesoraban en ca-
jones rodeadas con granos de avena. Las habas, arvejas y porotos y demás legum-
bres se secaban. Los duraznos y ciruelas deshidratados se convertían en “huesillos”
al igual que las guindas, las manzanas y membrillos que pasaban a ser orejones.
Ya superada la primera mitad del siglo XX el incipiente progreso arrimó re-
cursos y costumbres distintas a través de los “boliches”. Se popularizaron por ejem-
plo los fideos, el aceite, el café, la levadura seca, las sardinas en latas, el “corned
beef”, los duraznos en almíbar, las galletitas, el dulce de batata o membrillo, el pan
dulce, la leche condensada, la salsa (extracto) de tomates, etc., etc.
La educación formal que comenzó a brindar la Escuela 51 también influyó y
mucho en la alimentación. Uno de los maestros emblemáticos don Jorge Carlucci y
esposa hicieron conocer y divulgaron el chocolate con bollitos dulces y el pan dulce,
especialmente para las Navidades o el 25 de Mayo. Más tarde, ya superado el año
de 1950, el gobierno nacional y la Fundación Eva Perón “obsequiaban” para fin de
año, a través de la Escuela, pan dulce, sidra y algunos juguetes.
Las bebidas disponibles en los hogares no pasaban de la chicha, algún guin-
dado casero y muy eventualmente de una damajuana de vino. En los boliches tam-
poco la variedad era mucha: vino, a veces cerveza, “refresquina” y “juertes” (“3 Plu-
mas”, Ginebra, “Cubana Sello Verde”, Caña “Ombú”, Grappa “Chisotti”, “Licor de los
8 Hermanos”, etc.) Por supuesto también la “chupilka”, el “cote” y el “cola de mono”.
Seguidamente detallo una serie de términos y palabras referidas a elemen-
tos, objetos, comidas y bebidas utilizados y consumidos en el Pilo Lil de aquella épo-
ca; posiblemente no sea la más completa de las nóminas, pero lo intenta…
.
¡échele pa’dentro y güen provecho, pueh!
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Agraz: uva verde. Además de su uso como antifebril se utilizaba su jugo con
agua y azúcar como refresco. También al jugo se lo solía usar para acidificar ensala-
das supliendo al vinagre.
Almejas de agua dulce: (diplodon chilensis) Quizá algún resabio marisquero
traído desde Chile intentó utilizar las almejas de río con finalidades culinarias sin ma -
yor éxito. De todas maneras no abundaban. Hubo sí quienes las preparaban hirvién-
dolas mucho y condimentándolas con ají, sal y perejil. Eran sabrosas pero bastante
gomosas.
Apol: (también carrütu): Comida ya en desuso (afortunadamente) por el gra-
do de crueldad que implicaba. En Pilo-Lil, el último que lo practicaba era Jarita (Eli-
seo Jara) a fines de los años sesenta. Se colgaba de la cabeza o de los cuernos a un
chivito o a un cordero; luego en vez de degollarlo se le cortaba la tráquea de un tajo y
se le iban echando sucesivamente: ñorquín (apio silvestre o cimarrón) ajo picado, ají,
perejil picado y sal o directamente “merquén”. Había quienes preparaban una “sal-
muera” fuerte con todos los condimentos y cebollino. La pobre bestia sufría atrocida-
des y en su intento de respirar llenaba sus bofes (pulmones) con los condimentos.
Luego del carneo, se separaban los bofes así preparados, se los dejaba reposar
unas horas y se los consumía sin cocinar.
Arroz con leche: El universalmente conocido. Solían agregársele (cuando
había) cáscara triturada de limón o de naranja que se conseguía suelta en los boli-
ches. Había quienes le ponían “huesillos” o sea duraznos desecados con carozo.
Asado al asador: La comida por antonomasia del campo argentino. La cos-
tumbre nos llegó a Pilo Lil seguramente con los peones de Arze desde la pampa ar-
gentina y también desde Chile donde se lo llamaba “asao al palo”; realmente no sé
cómo lo llamaban los indios pero seguramente también lo consumían. Todo lo que
fuese carne se cocinaba de esa manera, como cumpliendo el precepto de Martín Fie-
rro: “todo bicho que camina va a aparar al asador”. Es de hacer notar que el asado
de cabrío, cuando el animal era adulto además al ser demasiado magro se consti-
tuía en duro y seco. Durante muchos años el asador fue el único utensilio para la co-
cina gaucha, la parrilla llegó recién a fines de la década de 1960 (con la construcción
del puente). El ahora popular disco de arado, hasta fines de 1972 (cuando yo me fui),
aún no había llegado.
Ayuya: pan con huevo. También con chicharrones.
Bebidas alcohólicas: En los boliches se podían adquirir y consumir distintas
bebidas alcohólicas; la más requeridas eran, por orden de importancia: vino suelto
(tinto, clarete, rosado, blanco), vermouth (“Cinzano” o “Martini”), “Gancia”, caña
(“Ombú”), ginebra (“Bols” o “Llave”), cerveza (los chilenos le decían “Pilsen”), grappa
(“Chisotti”), “Hesperidina”, Fernet (“Branca”), “Amargo Obrero”, Licor “8 Hermanos”,
“Tres Plumas”, “Ferroquina Bisleri”, Cubana (“Sello Verde” y “Sello Rojo”), etc. A las
bebidas que requerían refrigeración se las enfriaba en un pozo con agua de vertiente
y se las cubría con arpilleras mojadas. Este sistema no era del todo eficaz, segura-
mente por ello el consumo de sidra y cerveza no era demasiado. En cuanto a los tra-
gos preparados con el transcurso del tiempo se fue evolucionando desde la tradicio -
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nal “chupilka” (vino, ñaco y azúcar), al “cote” (vino, azúcar, yema de huevo y canela)
y ya a finales de la década de 1960 nos llegó desde Chile el “cola de mono” (leche
condensada, “Nescafé”, aguardiente o caña y canela).
Berro: (Huentrai en mapuche) Era protagonista de las ensaladas junto a
otras verduras de hoja. Solía mezclárselo con brotes de nalca, shangles, pinatras o
digüeñes.
Biñuelos: Buñuelos. Era la tradicional fritura. Se los preparaba agregándoles
pasas de uva o trozos de manzana. Junto con los “calzones rotos” constituían un ex-
celente acompañamiento para las mateadas en ocasión de visitas.
Bota vinera: La bota vinera era de cuero generalmente de cabra con el pelo
hacia adentro, y cubierta con “pez” en su interior lo que impedía la pérdida del líqui -
do. Su boca: brocal y boquilla eran de bakelita negra. La marca consular era “Pam-
plona”. En general los afectos al uso de la bota preferían cargarla con vino blanco o a
lo sumo con rosado.
Brote de quila: es el extremo tierno y apenas leñoso de la caña colihue. Cru-
dos o sancochados con algo de aliño tenían un muy lejano parecido a los espárra-
gos. Se los consumía casi por “supervivencia” siempre en primavera.
Cabezas de capón o de cordero, también de cerdo o vacuno: Se lavaban
las cabezas de los animales faenados y luego de condimentárselas se las cocinaba
al horno o al rescoldo. En el caso de las de vacuno solía hacérselas “enterráas” es
decir como si fuera un curanto. En un pozo cubierto su fondo con piedras se hacía
abundante fuego, se retiraban los tizones, se colocaba la cabeza ya condimentada y
se tapaba el pozo con una chapa sobre la que volvía a hacerse fuego; demoraba va -
rias horas en cocinarse (más de 8).
Café barato: Cierta vez don Francisco Rivera me preguntó el precio del café
molido, cuando se lo dije lanzó una exclamación de sorpresa y disconformidad, luego
me compró dos kilos de maíz, aclarándome que “el maíz estando bien tostaíto y mo-
lío es casi como el café…” En cambio mi tía Valentina ponía higos al horno hasta
que casi se calcinaban y luego los molía con el mortero obteniendo un sabroso “café
de higo” que a mí me encantaba. Creo que lo de Rivera constituía una variante de-
gradada de la malta.
Calafate: (Berberis barilochensis), Michai (berberis darwinii; berberis lineari-
folia). Para cosechar su fruta y “llevarla pa’ las casas” se extendía una tela o cuero
debajo de la planta y luego se la sacudía o apaleaba para que los frutitos cayeran.
Se hacía con ellos jalea o mermelada.
Caldillo: Consistía en un caldo de lo que hubiera; lo más común era de tro-
zos de charqui o carne, huesos de capón, alguna presa de ave, alguna cabeza seca
de pescado, cebolla picada, sal y “harto picante” o merquén. Se lo usaba como des-
ayuno “pa’ componer el cuerpo” y combatir la resaca después de algún jolgorio.
Callampa: Seta (esporocarpo). Hongo comestible, que crece en la base de
algunos árboles del bosque. Se usaba generalmente en “fritangas” mezclado con ajo,
cebolla, ají o merquén.
Callana: Asadera grande que se utilizaba para tostar (callanear) trigo o maíz
en el fogón o sobre las brasas; para ello se revolvían permanentemente los granos
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preparar Paralila y también Don Luis Pinilla, para acompañar los asados. También lo
hacía mi tía Valentina quien lo había aprendido de mi abuela Griselda Campos.
Charqui, charque: Carne deshidratada, salada y seca de cualquier animal,
incluidos los pescados. En mapuche se le decía anim.
Chuchoca, o Chichoca: Eran choclos cortados en rodajas o piñones sanco-
chados y deshidratados. Ambas se dejaban secar enhebradas en un hilo o sobre un
harnero o tamiz de madera y luego se guardaban para la época invernal en que se
los utilizaba para agregar al puchero, a la sopa o a la “cazuela de ave”. (Domitila Sanhue-
za). Había quienes preferían hacerla con piñones crudos, utilizando para ello los que
aún permanecían en la planta para lo que era necesario “descabezar la araucaria” es
decir sacar las piñas aún inmaduras del pehuén. A los piñones ya secos se los tritu-
raba en la piedra de moler y su harina se utilizaba en sopas, como ñaco o en pasta
(similar a la sémola). Todos estos alimentos en ristras eran secados colgados del te -
cho del rancho y lógicamente se ahumaban; esta particularidad les otorgaba un es-
pecial sabor y bouquet.
Cocaví: Mi abuelo Luis Ramírez le asignaba a esta palabra una simpática
etimología, seguramente personal; él decía que derivaba de COmida para el CAmino
y el Viaje. Era la comida que se llevaba justamente para eso, para el transcurso del
viaje; consistía generalmente en: huevos duros, piñones hervidos, sal, tortas fritas,
algún embutido, pollo asado, carne cocinada, etc. Era sinónimo de roquín.
Cochayuyo: alga marítima comestible (durillea utilissima) muy apreciada en
Chile. A comienzos del siglo XX era relativamente común en Pilo Lil, luego de la im-
plementación de los controles fronterizos en la década del 30, su consumo se tornó
cada vez más ocasional hasta desaparecer.
Cola de mono: cóctel o trago de preparación casera compuesto por leche
condensada, agua hervida, “Nescafé”, aguardiente y canela. Fue traído a Pilo Lil
como novedad (navidades de 1969) por algunos integrantes de la Empresa Conte-
grand & Alfonso constructora del puente.
Concones: Comida bastante elemental traída por los primeros inmigrantes
chilenos a fines del siglo XIX y principios del XX. Consistía en una masa hecha con
harina, huevos (no necesariamente de gallina), leche (o agua), pimienta, sal, perejil y
cilantro. Se picaban muy finitos el perejil y el cilantro y se los mezclaba con los de-
más ingredientes hasta formar una pasta blanda a la que se cortaba con una cuchari-
ta (como si fuese una especie de ñoqui). Por separado se hervía agua con sal y algu-
na “sustancia” que podía ser indistintamente un hueso, un trozo de gallina, de cuero
de cerdo, una “cabeza ‘e pescao”, o ajo; a esto se le agregan los “concones” y se los
servía colados o como sopa con poco caldo. (Adela Poblete, mi abuela materna)
Corned Beef, (Viandada): Carne de vacuno pre cocida y envasada. Creo
que era elaborada por Frigoríficos Swift. Allá por 1950 se la comercializaba en todos
los boliches de campo y se la consumía como alimento de emergencia generalmente
acompañada por galletitas “Criollitas”. Como la mayoría de los parroquianos de mi
padre eran poco alfabetizados, había quienes al no saber leer y guiándose solo por
la etiqueta impresa de la lata la pedía como: “carn’e vaca overa” (E.G.) Años des-
pués se comercializó un producto similar con la denominación de “Viandada”.
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Duraznos en lata: La más exquisita golosina traída por los boliches. No era
del todo barata, ¡pero que rica era!, sobre todo en invierno y primavera cuando los
sabores de las frutas eran solo recuerdo. ¡Y la lata era güena pa’ jarro!
Duraznitos tempraneros de La Virgen: Los primeros duraznos de la tempo-
rada. En años normales comenzaban a madurar al igual que las cerezas y damascos
alrededor del 8 de diciembre “Día de la Virgen Inmaculada”.
Ensalada de pinatras o digueñes: Se trozaban las pinatras en rodajas, se
las mezclaba con cilantro, perejil picado, ajo picado, vinagrillo muy picado, aceite, sal
y merquén. (Juan Osés)
Frangollo: trigo o maíz machacado o cocido. Guiso mal hecho o cualquier
cosa mal hecha o desprolija.
Fritanga: Mezcla de alimentos fritos.
Frutilla (quillén): (Fragaria chiloensis) La conocida herbácea de tallos rastre-
ros. En estado silvestre su fruto era exquisito aunque de tamaño pequeño compara-
do con el comercial de las actuales fruterías. Abundaba en las zonas húmedas en los
espacios soleados en el bosque. Por supuesto se la consumía al natural. También
con ella se hacía mermelada.
Galuto: (fue un localismo) angurriento, ávido, hambriento, pedigüeño.
Gargal: Hongo que crecía pegado a los árboles del bosque en zonas muy
húmedas. (Al igual que el schangle se lo podía disecar, pero fresco resultaba más
agradable). Se lo incluía en las salsas y “fritangas” con cebolla y picante para acom-
pañar especialmente los concones u otros guisos.
Grasa: (Yahuiñ en mapuche) Durante muchos años la grasa animal suplió al
aceite vegetal en la cocina lugareña; seguramente influía el costo del producto.
Guindado: Era una de las pocas bebidas artesanales hechas en el pago.
Hubieron guindados que trascendieron el ámbito local, posiblemente debido a la ex-
celente calidad de la fruta empleada. El método utilizado por mi madre era el siguien -
te: en un botellón de vidrio incoloro de boca ancha (generalmente una botella de las
de aceite de 1,5 litros) colocaba guindas recién cosechadas y despalilladas hasta la
mitad, cubría con azúcar molida llegando a la tercera parte del frasco y tapando la
boca del botellón con un trozo de gasa (que permitiese el paso del aire) los exponía
al fuerte sol de enero durante varios días. Cuando la fruta había exudado todo su
jugo y quedaba inmersa en él, retiraba el botellón y completaba su capacidad con gi-
nebra, caña fuerte o mejor aún con alcohol puro. Luego tapaba y lacraba el envase y
simplemente lo dejaba envejecer. Este proceso de envejecimiento era fundamental
para que se mixturaran los sabores y el alcohol. Generalmente el guindado estaba
óptimo para el mes de julio, es decir más o menos a los seis meses. Existían otros
métodos de trámite más rápido pero el resultado final era de inferior calidad.
Guiso de carne y pinatras: En una olleta de “fierro” se sancochaba carne pi-
cada mezclada con cebolla; cuando perdía el aspecto rojizo se le agregaba aceite o
grasa, sal, ají o merquén, pimentón, orégano y pinatras sin lavar cortadas en rodajas;
se continuaba cocinando diez o quince minutos más y luego se le agregaba chorizo
picado y dos o tres huevos que se revolvían con el conjunto. Se servía caliente. (Juan
Oses)
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Hojas de parra: Se las usaba para elaborar “niños envueltos”. Esta costum-
bre fue traída seguramente por algún “turco mercachifle”. Siendo yo niño, la gran pa -
rra de mi casa, era una de las pocas de la zona; le llamábamos “el parrón”. Recuerdo
que venían a buscar sus hojas desde Junín de los Andes (donde no existía esta plan-
ta) don Salvador Asmar, don Roque Roca, don Julián Ahuri, don Alfredo Roca, don
Nallib Julián y otros, todos ellos de origen sirio libanés.
Huelán: En mapuche: semi seco. Trozo de árbol o de madera que aún con-
serva parte de su savia. La mayoría de la leña “huelán” calienta y dura más, aunque
cuesta encenderla.
Huesillos: Fruta de carozo desecada; especialmente los duraznos. Además
de usárselos en compotas durante el invierno, eran el complemento ideal para comer
“mote con huesillos”, también se le solían agregar al arroz con leche.
Ingestas cotidianas: Con respecto a la cantidad y orden de las comidas dia-
rias no existía un hábito demasiado definido. No obstante lo más generalizado era
por la mañana tomar unos mates, generalmente amargos o un café e iniciar la jorna-
da laboral; a media mañana se desayunaba algún churrasco con mate cocido, casca-
rilla o ñaco con leche. Se retornaba a las tareas laborales y pasado el mediodía se
almorzaba (era la comida importante del día). Por la tarde se reiniciaban los trabajos
y promediando las cinco de la tarde se tomaba “la once”, “causeo” o merienda refor-
zada (ñaco con leche, mote, carne asada, etc.). La cena en general era optativa o di-
rectamente se la omitía supliéndosela por mate, piñones o tortas fritas.
Leche condensáa: Otra de las tentaciones traídas a los boliches. Sumamen-
te valorada en invierno. Hirviendo la lata durante más de dos horas se obtenía un
maravilloso dulce de leche. Los chilenos que aún rondaban le decían “manjar”. Había
quienes preparaban con ella el “vino con leche” que consistía en diluir una lata de le-
che condensada en medio litro de agua y agregarle un litro de vino y canela. Se to-
maba frío. A fines de la década de 1960 y con el personal chileno arribado a Pilo Lil
para la construcción del puente apareció (para la navidad de 1969) el “cola de mono”
(leche condensada, agua hervida, canela, “Nescafé” y aguardiente o caña).
Llao llao: (araucano) Hongo ligeramente gelatinoso que aparece en los “nu-
dos” del ñire (nothofagus antártica) y del coihue (nothofagus dombeyi); es muy pare -
cido al digüeñe y a las pinatras. Se lo consume en ensaladas y también en “fritangas”
con cebolla, panceta y picante.
Lulos: Bizcochitos dulces caseros elaborados con harina y huevo.
Macachín: Pequeña planta de flores blanco-rosadas o amarillas en los me-
ses de octubre y noviembre. Su tubérculo de sabor dulce y fresco apreciado antigua -
mente para mitigar la sed. Se lo consumía tanto al natural como hervido o cocinado
al rescoldo. En la zona era más conocido como Poñi, Llocón o Yokón.
Majao: Trigo centeno que apenas sancochado se lo maja en el mortero o en
la “piegra‘e moler” hasta que su cáscara empieza a desprenderse; luego se lo aventa
para quitarle el polvillo y los restos de cáscara y se lo guarda en un recipiente para
utilizarlo como complemento fundamental en sopas, pucheros o “cazuelas de ave”.
(Domitila Sanhueza)
Majar: (castizo) machacar, moler.
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Peure: Pebre (del catalán pimienta), pebrada: salsa de cebolla, tomate, cilan-
tro, ajo, ají, aceite y vinagre. Similar al “chancho en piegra”.
Picana de choique: parte superior del lomo del choique. Si bien la carne del
choique era toda comestible, la picana constituía lo más apetecido.
Piedra de moler base: (Cudi en mapuche): base del mortero plano. (F.Tripailaf)
Pilsen: Los chilenos recién llegados denominaban así a la cerveza. (En reali-
dad era una marca chilena de la bebida.)
Pinatra: digüeñe de gran tamaño. Se los utilizaba en ensaladas o en salsas,
para la que se los freía junto con los demás ingredientes. Era fundamental no lavar -
los, porque “se ponían malos”.
Pino: relleno para pasteles (empanadas). Carne picada, cebolla, pasas de
uva (a veces se las suplía con guindas secas descarozadas), huevos duros picados,
sal, comino, pimienta, orégano. Se lo preparaba “de un día pa’ otro” dejándolo repo-
sar y al día siguiente se rellenaban con él, los pasteles (empanadas). También se le
llamaba pino al pehuén o araucaria araucana.
Piñones: (nguilliu en mapuche) Fruto del pehuén (araucaria araucana), árbol
emblemático de la cordillera neuquina que fructifica generalmente año por medio.
Sus piñas o “cabezas”, de importante tamaño maduran a mediados de otoño y espar-
cen sus frutos generalmente con el viento. Los piñones caídos son juntados y “des-
colados” acumulándoselos en bolsas. A la acción de juntar piñones los mapuches le
llamaban “yatén” (Francisco Tripailaf), los habitantes posteriores simplemente le decían
“piñonear” o “ir a los pinos”. El poder germinativo de la semilla (coincidente con su
palatabilidad y cualidades alimenticias) es relativamente corto, por ello, para prolon-
garlo se los enterraba en algún terreno levemente húmedo. Con los piñones verdes
se elaboraba el muday y también la chuchoca. Ya estando maduros se los consu-
mía hervidos con o sin sal y al rescoldo o tostados. A veces luego de pelarlos se los
trituraba en la piedra de moler o en el mortero y esa harina se la utilizaba como tal
mezclada con la de trigo para panecillos o se la agregaba a caldos, sopas y guisos.
Comer piñones simplemente hervidos o tostados constituía todo un ritual cordillerano
y acompañaba los momentos de ocio y conversación alrededor del fogón, juntamente
con el mate y las adivinanzas.
Poñi: papita silvestre. También llocón o yocón y en otras latitudes: maca-
chín.
Productos hortícolas en general: El microclima de la costa del río Aluminé
en Pilo Lil, según el año permitía el cultivo exitoso de papas, batatas, zanahorias,
nabos, nabizas, rabanitos, zapallos, melones, sandías, lechugas, choclos, perejil, ci-
lantro, coles, tomates, etc. Vale aclarar que estos productos se poducían en muy
baja escala y eran absolutamente estacionales; llegado el otoño/invierno desapare-
cían.
Refresquina: Era un granulado, de color blanco, efervescente y saborizado
que venía en frascos grandes color marrón oscuro y que se vendía por cucharadas
en algunos boliches. Era necesario agregarle agua y de alguna manera suplía a las
bebidas gaseosas.
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tronomía local tuvo su primera evolución, comenzaron a usarse ollas, sartenes y tam -
bién el horno. En los hornos de aquellas cocinas y dentro de una asadera se comen -
zaron a cocinar asados, papas, cebollas; pan, tortas y panes dulces.
Verduras buchén: Verduras “huachas” o aisladas que quedan en las huertas
de una temporada para otra.
Vinagre: Cuando por cualquier circunstancia no se conseguía vinagre, la aci-
dificación de las ensaladas y pebres se hacía de distintas formas. Por ejemplo, se pi-
caban minuciosamente hojas de “vinagrillo” o “cuchi-cuchi” y se los mezclaba con
las verduras. Si era fines del verano o comienzos del otoño podía recurrirse al jugo
de agraz. La más divulgada solución consistía en dejar agriar por completo una da -
majuana de chicha hasta avinagrarla o hacer lo propio con un poco de vino.
Vinagrillo: También llamado cuchi-cuchi de la familia de las oxalis una hier-
ba pequeña bastante común en los terrenos secos de Pilo Lil; poseía un notable te -
nor ácido y su sabor se asemejaba al vinagre. Picada la usábamos para acidificar
las ensaladas.
Yerba mate “Burrito”: Era la yerba por antonomasia de la paisanada allá
por la década de 1950; venía suelta en bolsas de 30 kilos con la marca “Burrito” y la
imagen de este animal. Era producida y embolsada por Mackinnon y Coelho Ltda. (El
envase de esta yerba era de un delgado lienzo de algodón que se usaba invariable -
mente para confeccionar prendas como camisas, blusas, calzoncillos, etc., previo te-
ñido con anilinas “Colibrí” y algún bordado). Cabe aclarar, como bolichero, que a las
demás marcas de yerba les costó mucho competir con el prestigio de la “Burrito”.
Yokón, llokón o poñi: (Arjona tuberosa) Es una hierba de aproximadamente
20 cm. de altura, posee una raíz fibrosa con abundantes nódulos blancos como pa-
pitas dulzonas. Es el macachín de otras latitudes. Crece en terrenos blandos o are-
nosos. Era muy apetecida y se la consumía cruda, al rescoldo y también hervida en-
tera o en puré.
Zanco: Caldillo de huesos, de gallina, o de “cabeza ‘e pescao” al que se le
agregaba abundante ñaco y condimentos, especialmente merquén.
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miel, ajenjo, botón de oro, menta, paramela, jugo del cactus poñi lahuén, vino hervido
con canela. (mi abuelo Luis Ramírez) También la infusión de agraz, culle, chilco, tomillo, sau-
ce, sauco, natre y hojas de nalca, entre otras.
Carqueja: (baccharis crispa) La infusión era sumamente apreciada por sus
propiedades colagogas y coleréticas. Además como diurética, antiparasitaria y sudo-
rífica. El agua de su cocción era recomendada para buches y gargarismos en afec-
ciones de la mucosa bucal y laríngea; también para problemas cutáneos, quemadu-
ras, psoriasis, heridas, úlceras, eczemas, etc.
Chacay: Árbol de la precordillera (Discordia serratifolia) cuya madera es muy
cotizada como leña. Como medicina se solía utilizar la infusión de la cáscara de la
raíz de chacay para combatir la tuberculosis (tisis) y en lavajes contra la blenorragia
agregándole piedra alumbre. (Doña Esther Jara de Gutiérrez)
Chilco o aljaba silvestre: la decocción de sus flores era utilizada como diu-
rético y tónico calmante en partos difíciles. Además como purgante y febrífugo.
Cochayuyo: los trozos de esta alga (de origen chileno) resultaban un exce-
lente mordillo para los bebés en su etapa de dentición. (Laura Figueroa de Prieto) También
se lo utilizaba para curar o atenuar la hemiplejía. Se hacía una infusión de cochayuyo
con limón, debía beberse diariamente al acostarse y por la mañana al levantarse. (Do-
roteo Prieto, mi padre)
Colapiche: (nassauvia glomerulosa) (en araucano: runca o rëna) Su raíz, si-
milar a una escobilla, luego de seca, era usada por los antiguos indígenas como pei-
neta. Medicinalmente su infusión se recomendaba para atenuar dolores reumáticos y
estados infecciosos en general.
Colligüay o duraznillo: (colliguaja integérrima) Es particularmente tóxico;
tanto que los antiguos indígenas usaban su savia para envenenar flechas y lanzas.
El jugo de sus hojas (con sumo cuidado) se lo usaba para combatir callos y verrugas.
El emplasto de sus hojas mezcladas con llantén como compresa externa para aliviar
el dolor de muelas (con sumo cuidado) (Amado “Lenco” Prieto)
Contra el mal de agua: Cuando se temía que la ingesta de agua luego de
comidas grasosas hiciese mal, se debía “verter un poco de esa misma agua en la
mano derecha, porque ésa era la contra”. (Segundo Figueroa).
Corazón: Las afecciones cardíacas podían prevenirse tomando té de “cora-
zón de güitre molío”. (Leonidas Prieto) También infusiones de poleo.
Cortadera: (cortaderia selloana) vulgarmente llamada cola de zorro o plume-
ro; es un gramínea originaria de la pampa que crece en lugares húmedos. Se la con -
sideraba con propiedades antifebriles y diuréticas.
Coto (bocio): Hipertrofia de la glándula tiroides. No era rara esta afección,
debido a la falta de yodo en la alimentación y fundamentalmente en el agua. Se reco-
mendaba consumir cochayuyo o mariscos secos traídos de Chile. Con el endureci-
miento de los controles fronterizos en la década de 1930, se convirtió en imposible
acceder a ese tipo de productos. A posteriori, quienes lograban acceder a alguna bo -
tica o farmacia en Zapala, Junín, San Martín o Bariloche se medicaban con pastillas
de yodo.
Creosota: Era un líquido incoloro de olor fuerte, sumamente cáustico que se
empleaba como desinfectante y antiséptico. Se lo comenzó a conseguir en los boli-
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consistía en “medir el empacho”, se lo hacía con una cinta métrica de las que usa-
ban las costureras. Cuando lo vi practicar (a Don Julio Arriagada), el método fue el siguien-
te: en primer lugar los presentes debimos santiguarnos; seguidamente el paciente o
su familiar apoyó el extremo de la cinta sobre la boca de su estómago; el “medidor”
desde el otro extremo midió su antebrazo (cabía casi siempre dos veces), lo que res-
tó de cinta entre el último punto y el estómago del paciente fue “la medida del empa-
cho”. En un nuevo intento el paciente apoyó la cinta en el lugar indicado por el “medi-
dor”, éste volvió a medir su antebrazo y otra vez corrigió el punto de apoyo. Final-
mente en la tercera oportunidad, la medida del antebrazo derecho del “medidor” coin -
cidió con la boca del estómago del paciente. Hecho lo antedicho el “medidor” reiteró
su santiguación y musitó una oración casi ininteligible. Finalmente todos volvimos a
santiguarnos y el empacho del paciente se consideró “medido”. Esta curación debía
realizarse por tres días seguidos. Otra forma. “Quebrar el empacho”: consistía en
acostar al paciente boca abajo, friccionar suavemente su espalda y luego pellizcar
con la yema de los dedos índice y pulgar la piel recorriendo toda la columna verte -
bral. Quien curaba decía “sentir cuando el empacho se despegaba, porque se que-
braba o tronaba”. Este trámite indefectiblemente se hacía acompañado de la corres-
pondiente santiguación. Otra forma. “de Palabra”: El sanador curaba a la distancia
simplemente conociendo el nombre del paciente. Lo efectuaba con distintas invoca -
ciones y oraciones. Estos métodos de cura se aprendían y podían ser transferidos a
quienes lo quisieran con la sola condición de hacerlo justo a las doce de una “noche
santa” es decir el 24 de diciembre, el 31 de diciembre o el Sábado de Gloria.
Empeines (peladillas): Los empeines, tan comúnmente contagiados por los
gatos, se curaban con óxido de acero pulido. Se utilizaba preferentemente el hacha
(pero podía ser también una pala, la cuchilla del arado, la hoja de un cuchillo e inclu-
so la plancha). Se dejaba el elemento de acero al sereno y a la mañana siguiente
antes de que saliera el sol se embebía un trozo de algodón o de tela de algodón en
el óxido y se lo colocaba sobre la parte afectada. (Lo hacía mi madre en Pilo-Lil)
Enjundia: (castizo) grasa, especialmente de ave. Se la utilizaba para hacer
friegas y cataplasmas para aliviar dolores musculares y también óseos.
Éter: (artemisa abrotanum) El agua de la cocción de sus ramas era utilizada
para teñir de amarillo las madejas de lana con que se tejían prendas personales y
matras. Sus hojas y flores en infusión eran altamente consideradas para combatir do-
lores estomacales, hepáticos y como emenagogo y calmante para la ansiedad. Habi-
tualmente se la combinaba con toronjil y azúcar quemada. Sus flores solían dejarse
secar en los bolsillos o entre los pliegues de la ropa para repeler insectos.
Esterilidad: La mujer debía hacerle una novena a Santa Ana.
Flor de San Juan: (Trrápi-trrápi): Flor de tallo alto, de más de 50 cm. Florece
en diciembre en zonas áridas, su flor es grande y amarilla. El agua obtenida de la
cocción de sus pétalos es utilizada para hermosear el cabello femenino. Como infu-
sión, se le reconocían cualidades para aliviar dolores de parto y malestares estoma-
cales.
Garganta: Las molestias y dolores de garganta se atenuaban con infusiones
de natre, sauco, sauce, nalca, gordolobo, quintral y friegas con untosinsal y en épo-
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cas más modernas con “Vick Vaporub”. Era recomendable pedir ayuda a San Quintín
y San Blas.
Geniol: Una de las más conocidas marcas comerciales de la aspirina. Similar
al “Aliviol”, al “Mejoral” y a la “Cafiaspirina”; era de venta libre y divulgada en los boli-
ches.
Gordolobo o tabaco del indio: (verbascum thapsus) la infusión de sus flo-
res y hojas se utilizaban para las afecciones de la garganta y para calmar la tos. Para
atenuar problemas pulmonares se recomendaba aspirar el humo de sus hojas, por
supuesto fumándolas. (Doña Rosa Rodríguez) El agua de la decocción de sus flores y hojas
se ingería como antidiarreica; también se la usaba para lavajes de las hemorroides.
(Doña Rosa Aguilera) El aceite de sus flores era usado como cicatrizante y para aliviar pro-
blemas cutáneos. (Don Julio Arriagada)
Guaguas: Cuando un bebé estornudaba había que decirle: “Jesús, María y
José” para protegerlo de lo que el estornudo simbolizaba: la enfermedad. (Luisa Ramírez,
mi madre)
Heridas: para lavaje y como desinfectante se usaba agua: de alfilerillo; agua
de carqueja; Leche de Magnesia Phillips; agua de nalca; agua de Ñancolahuén, y
como coagulante agua de quinchamalí, también hojas de llantén hervidas y macera-
das.
Hígado, malestar: Para aliviar problemas hepáticos se recomendaban infu-
siones de raspadura de “piedra ‘e guanaco molía” (piedra bezoar) con carqueja o de
poleo con culle. (Doña Rosa Aguilera) También infusiones de tallo de nalca, de malva rubia
o de pañil.
Hipo: Para interrumpir el hipo se recomendaba lo siguiente: con el crucifijo
de un rosario se santiguaba a un vaso grande con agua y luego se lo bebía de una
sola vez y sin respirar. (Doña Cecilia Cisterna) Se curaba inmediatamente poniendo un te-
rrón de azúcar en la boca. (Doña Rosa Rodríguez)
Huesero: (traumatólogo autodidacta) persona que acomodaba los huesos en
caso de fractura o de disloque. Para inmovilizar y propender a la soldadura del hue -
so, supliendo al yeso, usaba las tablillas a las que envolvía con una tela. No llegaba
a ser curandero ni “meico”. Su conocimiento era absolutamente empírico. Algunos
mapuches, Francisco Tripailaf por ejemplo, lo llamaban “wutave”.
Jaqueca: Cuando la jaqueca se tornaba habitual se recomendaba comer du-
rante cinco días bifes con bastante azúcar. (Luís Ramírez, mi abuelo) Beber el agua de la
decocción de la raíz de Ñancolahuén. (Doña Gumersinda Acuña de Prieto) Al igual que para el
dolor de cabeza se recomendaban los “parches de papa con vinagre” sobre el lugar
dolorido. (Doña Adela Poblete, mi abuela materna) También se estilaba encomendarse y rezarles
a San Acacio y a San Dionisio. (Doña Felisa Figueroa)
Leche de madre: Para las afecciones en los ojos de los niños (conjuntivitis)
se recomendaba echarle directamente en el ojo leche de la teta de la madre. Tam-
bién para el oído en caso de mucha molestia. (Mi tía Valentina Prieto)
Leche de Magnesia Phillips: Era un laxante comercial que además se lo uti-
lizaba para atenuar problemas dermatológicos: quemaduras, dermatitis, para desin-
fectar heridas, etc. Se lo conseguía en todos los boliches.
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Limpia plata: (Equisetum bogotense) cierto pasto crecido próximo a los ríos.
En infusión con azúcar quemada se lo recomendaba para combatir la diarrea.
Linimento Sloan: Era una emulsión preparada en laboratorio que se conse-
guía en cualquier boliche. Fue muy apreciado para combatir dolores articulares, mus-
culares, de ciática, esguinces, contusiones, tortícolis, calambres, etc.
Llantén: (plantago lanceolata) Sus hojas hervidas y maceradas mezcladas
con azúcar quemada eran muy apreciadas como jarabe contra la tos. La infusión de
sus hojas era diurética y saludable para las vías urinarias. Sus hojas levemente san -
cochadas eran utilizadas para calmar ulceraciones, quemaduras y heridas. (Luisa Ra-
mírez, mi madre) Sus hojas maceradas en vinagre caliente se usaban como cataplasmas
externas para aliviar el dolor de muelas. (Mi tía Valentina Prieto)
Machi: Curandera o curandero, bruja buena: antagonista del “kalcu”; nunca
era mestiza, siempre era mapuche pura. (Francisco Tripailaf)
Mal de Ojo, Ojeadura: También llamado “fascinación”, producía decaimiento
físico y mental, especialmente en niños menores de 5 años. Se lo curaba santiguan -
do el cuerpo del ojeado con una ramita de “colliguay” y recitando distintas oraciones
“contra” el mal. Solían rezarse varios Credos y Salve María. La invocación más co-
mún era: “Que salga el mal y dentre el bien, como la Virgen dentró en Belén” o su si-
milar: “Dios conmigo y yo con él, salga el mal y dentre el bien como entró Cristo en
Jerusalén”. (Rogelio Gutiérrez, mi primo) Otra forma de curación era: acostar y arropar mu-
cho al enfermo dándole alguna infusión sudorífera; a su lado se encendía una vela
poniendo como testigo un crucifijo. Luego se hacía un sahumerio quemando tres vai-
nas de “ají juerte” y aventando el humo hacia el enfermo. Seguidamente debía quitár-
sele al enfermo esa ropa transpirada y ahumada e inmediatamente quemarla para
que no contagie a nadie más. Hecho esto debían rezarse tres padrenuestros, tres
avemarías y tres glorias dejando que la vela se consumiera totalmente. (Método presencia-
do por mi padre en su infancia) Otro método consistía en averiguar al responsable de la “ojea-
dura” y con cualquier pretexto invitarlo a tomar mate; aceptado el convite se coloca-
ba un alfiler o una aguja fina en un almohadón o en el cuero que servía de cojín al
asiento del invitado. Cuando éste llegara, lógicamente al sentarse se pincharía. El
dueño de casa disimularía el incidente cambiándole el almohadón. Finalizada la visita
se tomaba el alfiler o aguja y se lo colocaba en un jarro con agua, se lo hacía hervir
hasta que se evaporase gran parte del líquido, el restante se dejaba enfriar y se le
administraba como infusión al paciente ojeado. (Recopilado por mi padre a Doña Cecilia Sanhueza)
Otra manera de prevenirlo era poniéndole a los niños una pulsera de lana roja. (Susana
de Carrizo)
Malva rubia: (marrubium vulgare) En infusión se la tomaba como expecto-
rante y como diurético. Se lo consideraba eficaz para combatir el nerviosismo y tam-
bién contra las molestias hepáticas y urinarias. Macerada se la usaba en emplastos y
cataplasmas para atenuar dolencias articulares y de la piel. (Doña Rosa Alsina de Aguilera)
Manzanilla: (matricaria chamomilla) su infusión se usaba para atenuar cóli-
cos estomacales y para inflamaciones del colon. Muy usada en problemas digestivos
de los niños.
Mata mora: (senecio filaginoides) (en araucano: charcao) La infusión de sus
flores y hojas era considerada antitusiva. El emplasto de sus flores se usaba para
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Paramela: (adesmia boronoides) (en araucano: llaquéñ) Con sus hojas y ta-
llos se preparaba una infusión a la que se agregaba abundante azúcar quemada y se
la ingería como antigripal, antitusivo y antifebril. Además se le atribuían efectos esta-
bilizadores de la digestión. El vapor desprendido del hervor de sus hojas y tallos era
considerado como descongestivo de las vías respiratorias. (Mi tía Valentina Prieto) El agua
de su decocción era usada para combatir la caspa. En los lugares donde abundaba
era notorio el agradable aroma que despedían sus hojas y tallos al ser rozados por
quien pasara entre ellos.
Parches de papas: Se cortaban rebanadas finas de una papa sin pelar y se
las remojaba en vinagre durante unos minutos. Se colocaban luego sobre la frente y
sienes para calmar jaquecas o migrañas. También se aplicaban sobre zonas afiebra-
das del cuerpo (golpes y contusiones). (Adela Ramírez, mi abuela materna)
Pares: Era la denominación vernácula de “placenta”.
Parrilla: (Ribes magallanicum). Vid silvestre o parriza que suele crecer entre
las lengas y otros árboles del bosque. La decocción de sus hojas y frutos era consi -
derara depurativa para problemas dérmicos y renales. (Octavio Ramírez)
Partos: Las comadronas practicaban distintos métodos para atender a sus
“pacientes”; y generalmente cada uno de ellos tenía por referencia alguna supersti-
ción. Mencionaremos aquellos que nos constan ya sea por testimonios o vivencias:
1) Cuando se iniciaban los dolores de parto “la enferma” no debía sentarse; solía col-
gársela, desde las axilas, levemente y de una viga del techo atándole por sobre “la
panza” la faja del marido. Hubo casos en que siendo la madre soltera, los familiares
de la parturienta buscaban al presunto padre para que “prestara su faja” y “aliviar así
a la enferma”. (Doña Ernestina Prieto de Rodríguez). 2) Apenas se iniciaban los dolores de par-
to se le ataba la cabeza a la parturienta con un pañuelo para que “el hijo salga güeno
‘e cabeza” o sea normal. (Doña Rosa Alsina de Aguilera) 3) Al comenzar los dolores del parto,
el marido debía colocar su sombrero sobre el vientre de la mujer; con ello asumía su
paternidad y responsabilidad; si después de este acto se suscitaban problemas gra-
ves en el parto, la fidelidad de la mujer podría ser seriamente cuestionada. (Doña Rosa
Alsina) 4) Si el parto se demoraba, el marido apoyaba su mano derecha sobre el vien-
tre de la mujer y haciendo un breve rezo, tomaba su sombrero e iba corriendo a bus-
car “agua de la correntá”. Para ello debía ir al arroyo o río más próximo y tomar con
“su” sombrero un poco de agua; sin derramarla, luego volver al rancho y su mujer de-
bía tomarla toda. Si pese a todos estos rituales el parto salía mal, el marido tendría
todo el derecho a suponer que el embarazo no era suyo. (Doña Esther Jara) 5) Uno de los
temores más comunes en las matronas (o “ayudadoras de parto”) era que su partu-
rienta no pudiese expeler la placenta. Uno de los métodos utilizados: como preventi -
vo era colocar dos ovillos de hilo de lana negra cruda, uno a cada lado del vientre.
(Doña Herminda y doña Rosa se lo hicieron a mi madre cuando nació mi hemano menor Eneas.) 6) “El man-
teo”: Cuando la “partera” palpaba o intuía que la criatura venía mal acomodada, re-
curría a la técnica del “manteo” que consistía en ubicar a la parturienta sobre una
manta o matrón que tomaban por sus extremos cuatro personas (preferentemente
hombres) y que movían a la “enferma”, para que el chico se acomodara. (Mi mamá)
Luego del parto, la comadrona hacía pujar a la parturienta provocándole tos o vómi-
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tos, para lo primero quemaba yerba en una sartén y se le daba a aspirar; para lo se-
gundo le hacía ingerir “cenizas de pluma”. También para expulsar la placenta se le
daba a beber inmediatamente después del parto “té de plumas de la cola de una ga-
llina castellana” (batarás). (Doña Rosa Alsina) Por último, para el día del parto siempre se
tenía preparada una gallina vieja (por ser más sustanciosa) y luego del alumbramien-
to, se la hervía y se le daba el caldo a la madre. Recién al 2º o 3er día se le agregaba
algo sólido; cuando bajaba el calostro. (Doña Aurelia Pinto) En todos los casos se reco-
mendaban infusiones de chilco, flor de San Juan y culle. Por supuesto era de estilo
encomendarse y orar a Santa Margarita y a San Ramón.
Pastillas Valda: Era una pastilla-caramelo color verde muy promocionada y
de uso divulgado para el tratamiento de problemas respiratorios. Era rica en eucalip -
to, mentol, tomillo y esencias de pino y otros vegetales. Se la conseguía en todos los
boliches.
Pichoga: (también pichoa) Planta de no más de 20 cm. de alto; de tallo ro-
sado y lechoso. Su raíz era consideraba altamente purgante. Era utilizada para hacer
bromas a los que acostumbraban tomar mucho mate. También he oído que algunos
usaban su lechosidad para combatir verrugas. Luciano Huenufil la llamaba podmeng.
Pimpinela: (acaena pinnatifida) un abrojo muy común en verano y otoño. La
infusión de sus hojas y tallo era tomada como diurético. (Doña Rosa Alsina de Aguilera)
Pitiojo: afección a los ojos que producía ardor y lagaña; se atribuía al hecho
de lavarse la cara con agua muy fría después de haber estado mucho tiempo cerca
del fuego. Para aliviarlo, se adhería con saliva “papel de pucho” sobre los pómulos,
exactamente debajo de los lagrimales. (Mi tía Valentina Prieto)
Poleo: en infusión se usaba para combatir problemas cardíacos y hepáticos.
Poñi lahuen: un cactus que apenas asoma del suelo, su cuerpo está ente-
rrado casi por completo. El agua de su cuerpo suple mínimamente al agua común y
además es utilizado para combatir la fiebre y la cefalea.
Quemaduras: Se recomendaban cataplasmas de hojas de llantén hervidas
colocadas sobre la zona afectada u hojas peladas de aloe vera. También aplicacio-
nes de “enjundia de pavo” con azúcar o de “Leche de Magnesia Phillips”. Y por su-
puesto orar y pedir ayuda a San Lorenzo y a San Eustaquio.
Quilimbai: (chuquiragua avellanedae) (en araucano: trayau) La infusión de
sus hojas y tallos se usaba para combatir la cefalea y la fiebre.
Quillai: (quillaja saponaria) es un árbol de importante porte cuya cáscara era
considerada antiséptica. Se la usaba también como detergente y para combatir la
caspa y la calvicie. Esta planta no era de la flora de Pilo Lil, pero a principios del siglo
XX se traía su corteza para remedio, desde Chile.
Quinchamalí: (quinchamalí majus) El líquido de su decocción para aminorar
hemorragias en las heridas (coagulante), además como depurativo, emenagogo y as-
tringente.
Quintral: (phrygilanthus spp.) Es una planta parásita que crece sobre algu-
nos árboles del bosque patagónico, especialmente el chinchín, el maqui, el ñire, o la
lenga. Su flor, parecida a la del notro y de un intenso color rojo, es usada en infusión
para combatir el dolor de garganta. (Doña Paula Cisternas)
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por simple tacto de acomodar el hueso debidamente y luego lo inmovilizaba con unas
pequeñas maderitas envueltas con un trapo. Esas maderitas eran las tablillas.
Te de lechuga: Se usaba para calmar el nerviosismo, generalmente de los
niños pequeños y para inducirlos al sueño, de alguna manera suplía al anís estrella -
do. En adultos más que nada se lo usaba para combatir el insomnio. (Doña Juana Prieto)
Tilo: la flor de este árbol, en mi casa habían dos, en infusión era usada como
calmante nervioso, como diurético y relajante.
Tomillo: (acantholippia seriphioides) Su infusión se consideraba antifebril y
era muy utilizada en caso de resfríos y gripe.
Toronjil: mezclado con éter y azúcar quemada contra el malestar estomacal.
Tos: Se recomendaban infusiones de hojas y ramas finas de “natre”; de cor-
teza raspada de saúco o de sauce de río. (Doña Aurelia Pinto de Prieto) También la jalea de
sauco o su mermelada. (Doña Lidia Prado) Vahos de Vick Vaporub, de vapor de paramela
o de eucalipto; también pastillas “Valda” o infusiones de churcao (mata mora), ca-
chanlagua, gordolobo (tabaco del indio) (Elba Prieto)
Úlceras epiteliales: Hojas maceradas de llantén en cataplasmas. (Mi tía Valenti-
na Prieto) También aplicaciones de Leche de Magnesia Phillips. (Doña Ernestina P. de Rodríguez)
Untisal: Marca comercial de una pomada o crema de uso muy divulgado
para combatir dolores musculares, óseos, articulares, etc. Se la conseguía en los bo-
liches.
Untosinsal: En los cerdos adultos, tejido grasoso en forma de manto desa-
rrollado entre el diafragma (entraña) y la riñonada. Se lo enrollaba sobre sí mismo
atándoselo con un hilo (similar a un matambre) y luego envuelto en papel de diario,
de estraza o arpillera, se lo mantenía colgado en alguno de los rincones de la cocina
del rancho donde recibiera humo pero no calor. Cuando esta grasa estaba rancia y
levemente amarilla, se la consideraba a punto para ser utilizada medicinalmente. Con
ella se hacían friegas y emplastos en los lugares afectados por dolores óseos, torce -
duras, garganta, cuello, base del cráneo, zona lumbar y pulmones. También en frie-
gas para curar el empacho y el reumatismo.
Untura blanca: Era un líquido blanco también llamado “Linimento Stokes”.
Por sus cualidades como vasodilatador generaba calor en las zonas afectadas del
cuerpo activando la función muscular. Se la usaba para combatir lumbalgias, tortíco-
lis, esguinces, luxaciones, etc. Se vendía libremente en los comercios.
Ventosas: Era un sistema de curación epidérmica. Se colocaban unas espe-
cies de vasos o recipientes a los que se les quitaba el aire quemándoles el oxígeno y
aplicándolos inmediatamente sobre la piel para así “extraer el aire del cuerpo”. Gene -
ralmente se aplicaban en la espalda o en los pectorales para todo tipo de dolor. La
forma más práctica para aplicarlas era cortar rodajas de papa, no muy delgadas y
clavar en ellas un fósforo apagado, luego con otro se lo encendía e inmediatamente
se cubría todo con el vaso (ventosa); el oxígeno del vaso desaparecía y se producía
la succión sobre la piel. En aquel tiempo los fósforos eran habitualmente de papel o
de cera y de menor tamaño que los actuales de madera. (Luisa Ramírez, mi madre)
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Ver las aguas: acción del curandero para establecer a través de la visualiza-
ción de la orina, la enfermedad del paciente y determinar, en consecuencia, el trata-
miento correspondiente.
Verrugas: 1) Cuando alguien tenía verrugas, se le arrancaba, sin que se die-
ra cuenta, un pelo por cada verruga a curar. Al pelo se lo enterraba con la raíz hacia
abajo en un menuco próximo, donde se convertiría en gusano. Cuando ello sucediera
la verruga desaparecería. (Don Rafael Domínguez) 2) Con un cuchillo muy filoso se le hacía
un corte en cruz a la verruga, se empapaba con su sangre un grano de sal y se lo
arrojaba al fuego. Debía retirarse enseguida antes de que crepite para que el mal no
lo siguiera. (Julio Arriagada) 3) Durante toda la luna menguante, quien tuviera verrugas,
debía salir al patio y mirando la luna decirle: “Luna, luna, llévate estas verrugas”. (Do-
mitila Linares) Y si era en días de luna llena, durante tres jornadas deberían frotarse en
ayunas, con saliva. (Domitila Linares) 4) En la corteza de un árbol que tuviese una protu-
berancia similar a una verruga se le hacía una incisión en cruz y se le colocaba gra-
nos de sal. Con este sencillo método, se decía, quedaban eliminados callos y verru-
gas en quien lo hiciese. (Octavio Ramírez) 5) Para eliminarlas se las atravesaba en cruz
con dos espinas de neneo, después se las quitaba y arrojaba hacia atrás sin mirar.
(Rogelio Gutiérrez) 6) Además era muy divulgado ponerse savia de colliguay (con sumo
cuidado) o la lechosidad de plantas como el Botón de Oro (antu rayén) o de pichoga.
Vick Vaporub: Es el tradicional ungüento aún vigente: se lo conseguía en los
boliches y servía para atenuar picaduras de insectos, como analgésico muscular,
como antitusígeno sobre el pecho, espalda y garganta. También para facilitar la res-
piración en casos de sinusitis. A veces se lo suplía por un producto similar de origen
chileno llamado “Mentholatum”.
Vino hervido: Se colocaba vino, preferentemente tinto, en un jarro y se lo
calentaba; al romper el hervor se flameaba el alcohol. Luego se le agregaba, canela,
cáscara de naranja, clavo de olor, azúcar quemada o miel. Debía beberse caliente.
Estaba indicado para mejorar resfríos intensos, gripes y fiebre. Había quienes en vez
de canela, cáscara de naranja y miel lo preparaban con cebolla picada y pimienta.
(Luis Ramírez, mi abuelo materno)
Zampa:(Atriplex lampa); en mapuche: chillpé. Sus tallos y hojas aplastadas
se usaban como emplasto para calmar las quemaduras o aliviar golpes, machucones
y torceduras. Su ceniza mezclada en el agua protegía al cabello de la caspa y era
muy utilizada como “lejía” para “pelar mote”. También, el agua de su ceniza se utiliza-
ba para lavar y desinfectar los chancros sifilíticos.
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perstición con un pensamiento que allá por 1968 o 69 me arrojó a la cara mi buen
amigo e informante indígena Francisco Tripailaf: “Lo que decimo’nosotro lo’pai-
sano, puede que sea una inorancia nomás, pero tamién puede que sea una sa-
biduría distinta.” Con esta ingenua pero profunda reflexión de Francisco elijo no
desdecirme pero tampoco ratificar nada… Prefiero ser simplemente el eco de la voz
testimonial de mi padre, de sus informantes y de los míos…
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era lo que decía don Juan Huenufil; por su parte su vecino, Horacio Antimán amplia-
ba explicando que antiguamente los brujos o “kalcus” efectuaban una ceremonia se -
creta cuando se apropiaban de niños recién nacidos generalmente de madres solte-
ras y con el consentimiento de éstas. Según el tipo de brujería aplicada los transfor-
maban en “Ivunche” o en “Anchimallen” que vendrían a ser una especie de duendes
o trasgos. Aprovechaban del niño su vitalidad y deformando su cuerpo e intelecto los
convertían en “pura maldad” o sea en “huecufü”, todo esto a base de hábitos, rogati-
vas, invocaciones y cierto tipo de alimentación.
Los “anchimallen” eran los encargados de cuidar los bienes materiales de los
brujos o los de aquellos que se los alquilaban a los brujos. Poseían la cualidad de en-
cenderse esporádicamente como una luz brillante durante la noche y luego hacerse
invisibles.” (Horacio Antimán) Cuando alguien sin querer los molestaba y estando ellos en-
cendidos solían subirse en ancas del caballo del intruso; para expulsarlo se debía ha-
cer aunque fuera en el aire la estrella de cinco puntas (Cruz de Salomón).
La poca diferencia entre Ivunches y Anchimallenes radicaba en que los pri-
meros eran más violentos y agresivos, en cambio los segundos solo afectaban por
proximidad. También éstos podían ser alquilados, luego de un pacto con el brujo o
“kalcu”, por mortales comunes para el cuidado y custodia de sus bienes.
IVUNCHE: (mapuche) Era un ser cooptado por un “kalcu” y que siendo ni-
ño, éste lo deformaba cruelmente, incluso desarticulándole algunos huesos y fractu -
rándole la pierna derecha que dicen se la ataba a la espalda para luego idiotizarlo
encerrándolo en un lugar oscuro y alimentándolo con carne humana o de animales
repugnantes tales como culebras, jotes, sapos y lombrices. El kalcu utilizaba al ivun-
che como custodio propio y ayudante para ejercer la brujería. (Horacio Antimán)
TRAUCO: (mapuche) Duende similar a un hombre enano de talla inferior
a 1 metro, que usaba un sombrero cónico de paja tejida; habitaba en los ñirantales
de la cordillera y cuando los “veranadores” subían anualmente a las “veranadas” los
espiaba, especialmente si tenían hijas menores a quienes seducía, y violaba. Tenía
el poder de enfermar gravemente a quien se expusiera a su mirada. Era particular-
mente idiota, leso y malo. Se lo alejaba mostrándole dos cuchillos en cruz o arroján-
dole a la cara cualquier cosa molida o en trozos (un puñado de arena, hojas, piño-
nes, porotos, etc.) ya que no podía evitar ponerse a contar minuciosamente unidad
por unidad.
HUECHAL: En el Pilo Lil de los años 50, cuando hablábamos de duen-
des, alguien siempre mencionaba al Huechal, pero nunca logré una definición clara
respecto de él. Mi compañero de infancia Fernando Godoy decía que era medio gela-
tinoso y traslúcido, “livianito ‘e sangre” y “muy miedoso” (tímido). Según Fernando,
quien tampoco lo había comprobado, el “Huechal” andaba por los cañadones y por la
orilla del río y solía, muy de vez en cuando, emitir silbidos o chillidos. (Fernando Godoy)
Consultados otros coetáneos, ninguno lo negó pero tampoco pudo aportarme más
datos, es como si su presencia se diluyera en la eterna indefinición del “creer o no
creer”.
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rrán que cuando el tiempo estaba por descomponerse, Caguacagua emitía un largo y
penetrante chillido que se oía desde muy lejos… (Escuchado por mi abuelo Luis Ramírez de boca
de Francisco Purrán aproximadamente en 1905)
del Ejército; pero no se consideró su petición y finalmente en 1883 debió rendirse to-
talmente a las huestes del Coronel Godoy.
Por esa época se destacaba entre los conas (capitanejos jóvenes) un indio
que se hacía llamar Nahuel, era según él y sus seguidores “el tigre”. Este joven capi -
tanejo insistió firmemente en luchar hasta la muerte contra los “huincas” pero ante la
evidencia de la realidad optó al menos por no rendirse. Reunió a su gente en un apu-
rado “nguellipún” (pequeña rogativa) y fiel a sus convicciones y a las predicciones de
la machi decidió “hacerse enterrar vivo junto a sus dos mujeres y sus dos más valien-
tes mocetones”. Eligió una ignota caverna en las nacientes del arroyo; bebió junto a
sus mujeres y mocetones el “huenu pütupeyel“(bebida para el cielo), extraño brebaje
preparado por su machi. Sentados en rueda, los cinco se adormecieron luego de ju-
rar volver algún día desde el fondo de la tierra para redimir a su raza ahora vencida.
Sus familiares y amigos bloquearon minuciosamente la boca de la caverna;
después arriados por los sables y los Remington de los soldados de Godoy, huyeron
tras la cordillera. Años después volvieron algunos que se radicaron en Aucapán y en
las nacientes de ese arroyo al que llamaron Nahuel Mapu (Tigre de la Tierra) en ho-
nor al caudillo allí enterrado. Después el transcurso del tiempo y el idioma desapren -
sivo de los vencedores huincas deformaron el nombre y de Nahuel Mapu pasó a ser
Nahuel Mapi. Francisco, al finalizar su contada me dijo: “Por eso es que losotro’
cuando suele haber temblor de suelo lo’juntamo todo lo que vivimo’ cerca en
Nahuel Mapi, porque puede ser que’s Nahuel que se levanta y güelve…” (Francisco
Tripailaf)
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lado del mismo. También podía ser invocado y convocado por el kalcu como ayudan-
te para hacer el mal. Además de atacar a las personas, también solía hacerlo a ani -
males como guanacos, vacas, ovejas e incluso perros. (Francisco Tripailaf)
“TOKI” HACHA Y SIMBOLO: Primero fue centella, después hacha
de guerra, y en su destino de piedra se volvió superstición y concluyó en un museo
para seguir siendo piedra... Seguramente esa sería la síntesis de la milenaria vida de
un “toki cura”. Cuando mencionamos al Cherufe nos referimos tangencialmente a la
piedra “rayo”. Dijimos que se trataba de un trozo de anfibolita, posiblemente resto de
algún remoto asteroide o de las entrañas de algún volcán. De ahí seguramente en la
antigüedad (fines del paleolítico o comienzos del neolítico) se lo relacionó con las es -
trellas o con el escupitajo ígneo de algún volcán, quizá el Lanín, por eso muchos lo
llamaban también “pillán toki”.
El toki cura o pillán toki era entre los primitivos pehuenches, en situación de
guerra, la “piedra del jefe” y esa piedra era un hacha generalmente negra. Toki signi-
ficaba hacha del jefe en la guerra y cura: piedra. Es decir “hacha de piedra del jefe”.
Estas hachas tenían en común su material y sus formas podían incluir o no perfora -
ciones para atarlas a un mango. Quienes las portaban eran jefes o cabecillas (lon-
cos) de una fracción de combatientes. El Gran Jefe o comandante general de una
confederación usaba un “toki cura” distinto que no tenía la forma de un hacha sino
más bien la de una cabeza de cóndor estilizada y adornada con líneas y guardas
geométricas. Hay quienes atribuyen a este “toki cura” y una especie de significado
simbólico similar al de un bastón de mando. (Doroteo Prieto, mi padre)
Quienes las hicieron, aquellos lejanos indígenas del neolítico, seguramente
le dieron la forma y luego con paciencia y tiempo pulieron su filo dejándolo cortante y
brilloso; siglos, quizá milenios, después los primeros huincas y los últimos mapuches
al encontrar estas hachas en el campo les agregaron creencias y supersticiones. De-
cían aquellos paisanos que los “toki cura” eran pedazos de centellas o punta sólida
de un rayo; que caía desde el cielo y que podía iniciar incendios, derribar casas y
partir en astillones a árboles gigantes.
Decían también que al caer se enterraban siete “estados” (*) bajo tierra y
que a los siete años aparecían espontáneamente y que quien los encontrara tendría
suerte y fortuna en su porvenir. Estos paisanos ya mucho más “huincas” que mapu-
ches le solían llamar “hacha del cielo” en vez de “toki cura”. (Octavio Ramírez, Juan Arriegada y
Manuel Prieto)
(*) “Estado” es una antigua medida española equivalente a la estatura de un hombre (1,67 m.).
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(1920) doña Mercedes Polanco para la víspera de San Juan carneaba el borrego
más gordo que hubiera y con su grasa hacía una vela expresamente para homena-
jear al Santo, esta vela era mostrada por cada anciana presente antes de comenzar
el baile y en voz alta pedía que la iluminara luego de su muerte. (Doroteo Prieto, mi padre)
La víspera de San Juan estaba cargada de creencias, por ejemplo las chicas
jóvenes no debían mirarse al espejo porque en él se les aparecería el diablo y se las
llevaría.
Durante la noche de la víspera, se solía hacer una cruz con un cuchillo en la
corteza de los frutales (no debían ser más de tres), de esta manera su producción se
duplicaría. Además esta noche era considerada como la mejor del año para predecir
el futuro, a estas predicciones se las llamaba “las pruebas de San Juan”. Las más
comunes de esas pruebas eran: tirar debajo de la cama tres papas, una con cáscara,
otra semi pelada y la tercera totalmente pelada. Al “amanecer San Juan” se retiraba
una de las papas, si era la con cáscara, el pronóstico era bueno; si tocaba la pelada,
el augurio era malo y si tocaba la semi pelada el año sería regular. Similar a ésta era
otra que consistía en colocar dentro de un sobre tres fósforos: uno usado, uno desca-
bezado y el otro sin uso; la interpretación era similar a la anterior.
Otra: se hacían manchas de tinta en tres papeles distintos que eran doblados
en forma parecida y que luego se colocaban debajo de la almohada. A la mañana si -
guiente eran interpretadas por el más viejo de la casa. (Doña Paula Cisterna)
Veranito o Veranillo de San Juan: todos los años, rondando el 24 de junio
“debía producirse” un alto en el invierno con días soleados y apaciblemente cálidos.
Si esto no ocurría era interpretado como una mala señal para el futuro.
29 DE JUNIO “PEDRO Y PABLO”: Estos sin duda, juntamente con San
Juan eran los santos consulares del cristianismo. Sus nombres se repetían respe-
tuosamente en casi todas la familias y junto a esa reiteración también iba el festejo
que se diluía entre el onomástico familiar y la conmemoración religiosa.
Como casi toda festividad relacionada con la fe implicaba una novena, una
gran vela y la infaltable comilona de “cazuela” o “asao”.
10 DE JULIO “SAN CRISTOBAL” (Santo Auxiliador): Protegía y “auxiliaba”
contra la peste bubónica y los problemas dentales.
16 DE JULIO “LAS CÁRMELES” (Ntra. Sra. del Carmen): La veneración a
la Virgen María a través de esta denominación nos llegó, como muchas, desde Chi-
le.
Adquirió especial relevancia por ser la devoción religiosa de personajes muy
queridos y respetados en la comarca como Doña Aurelia Pinto de Prieto, su concu-
ñada Doña Gumersinda Acuña de Prieto, por ejemplo. Las devotas estilaban vestirse
con ropa marrón similar a las túnicas de las monjas y monjes carmelitas.
En el viejo Pilo Lil se destacó el festejo anual que hacía Doña Carmen Mu-
ñoz, incluía la novena previa desde el 8 de julio hasta el 16 inclusive, cuando culmi -
naba con una comilona y baile. Durante la novena y muy especialmente el día del
festejo los vecinos y participantes acercaban ofrendas generalmente en velas para la
Virgen y comida y bebida para el grupo de devotos y festejantes..
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ADDENDA: En Paraguay a la “caña con ruda” la llaman “carrolim” y se toma para “purificar la sangre.
La preparan mezclando caña, limón y siete hojas de ruda o según otra versión: caña, ruda y seis hierbas medici-
nales.
1er.LUNES DE AGOSTO Tenía “una hora mala” y por supuesto no se sabía
cuál era. Se decía que ese día Caín había matado a su hermano Abel. (Catalina Soto de
Mora) Según algunos, muy antiguamente el primer día de agosto siempre era lunes.
Esta afirmación generaba dudas entre las maliciosas cualidades del Primer día de
Agosto y el Primer lunes de Agosto. Había quienes afirmaban que al comienzo de los
tiempos el año se medía distinto, tenía 13 meses todos de cuatro semanas; por eso
el Primer día de agosto siempre caía lunes. (Doña Esther Jara de Gutiérrez) Esta creencia lla-
maba a confusión entre el Primer día y el Primer lunes de agosto. (¡¿?!)
Con el tiempo y la mezcolanza de supersticiones la “hora mala” se fue fusio-
nando con los posibles achaques de agosto y finalmente la “caña con ruda” terminó
siendo la vacuna para todo.
8 DE AGOSTO “SAN CIRIACO” (Santo Auxiliador): protegía y “auxiliaba” contra
las tentaciones. Tentación era el deseo irrefrenable de infringir alguna norma o ley
especialmente religiosa. Generalmente las tentaciones estaban referidas al incumpli-
miento de los Mandamietos de la Ley de Moisés.
10 DE AGOSTO “SAN LORENZO”: Según el santoral católico éste santo
fue mártir y murió asado en una parrilla. En Pilo Lil se consideraba esta fecha como
la apropiada para conjurar anticipadamente cualquier posibilidad de incendio en el
rancho. El ritual consistía en que a las cero horas del 10 de agosto debía sacarse del
fogón el tizón más encendido e ir corriendo hasta “el agua” (arroyo o vertiente más
próxima) y apagarlo allí; luego encajar el tizón apagado y aún caliente en la unión de
la pared con el techo del rancho. (Recopilado por mi padre a don Evangelista Benavidez – Aprox. 1918/19)
También se consideraba a San Lorenzo como protector contra las quemaduras.
14 DE AGOSTO Durante este día debían extremarse las medidas higiénicas
y sanitarias porque se corrían gravísimos riesgos de contraer enfermedades incura -
bles, que podrían manifestarse no solo en esa fecha sino a lo largo del año. No logré
averiguar los motivos ni el origen de esta creencia que me transfirió Don Valentín In-
fante.
16 DE AGOSTO “SAN ROQUE”: Debido a la tradición que lo mencionaba
como afectado por una peste y el cuidado que le había dispensado un perro, se lo
consideraba como protector contra las llagas y por supuesto de los perros. Se lo so-
lía invocar con la famosa frase, muchas veces recitada como copla: “San Roque, San
Roque, que este perro no me mire ni me toque”. También en esta fecha (e indepen -
dientemente de San Roque), por ser la mitad del “pior mes”, se creía que comenza -
rían lentamente a decaer las maldades de agosto. (Doña Esther Jara)
24 DE AGOSTO “SAN BARTOLOMÉ”: Era el “día del diablo”; no se debía
trabajar porque el diablo andaba a “media rienda” y se podía llevar a cualquier incré-
dulo. (Adelaida Infante de Figueroa) Según otros en esa fecha “todos los diablos andaban jun-
tos”. Por lo tanto se recomendaba en lo posible pasar este día en la cama. Contradic-
toriamente se recomendaba para ese día, sembrar legumbres en abundancia porque
serían protegidas por San Bartolomé. (Mi tío Segundo Prieto) Preguntando los porqué de la
relación: San Bartolomé con los diablos sueltos, nadie me la aclaró; apenas el viejo
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“Pancho” Prieto me dio una desteñida explicación diciéndome que según una leyen-
da el santo compitió en un carrera con el diablo y que al ganarle Bartolomé llegó a su
casa o convento en plena tormenta y el diablo y sus seguidores quedaron afuera a la
intemperie, sueltos, haciendo diabluras… (¿?)
28 DE AGOSTO Día de San Agustín. Lo llamaban “el día de los ratones”. Se
recomendaba abstenerse de realizar cualquier trabajo que pudiese ser víctima, a fu-
turo, de los roedores. Especialmente se hacía mención de las tareas de tejido a telar
o confección de sogas, aperos, curtiembres e incluso horticultura. Además de no rea-
lizar ese tipo de tareas debía invocarse durante el día en forma repetida a San Gil,
“auxiliador y protector” contra los ratones. Desconozco las razones que relacionaban
a San Agustín con los roedores; de mis informantes, ninguno pudo dármelas.
30 DE AGOSTO “SANTA ROSA DE LIMA”: Huelgan los comentarios res-
pecto del reconocido “temporal de Santa Rosa” que se produce anualmente para esa
fecha o con una aproximación notable. Los episodios climatológicos que rodean a
esta fecha son comunes a gran parte de Sudamérica; por supuesto Pilo Lil no estaba
exento.
31 DE AGOSTO “SAN RAMÓN NONATO”: Según la tradición la madre del
santo murió al darlo a luz. Por esa circunstancia se lo consideraba patrón y protector
de las embarazadas y parturientas. Protegía, además, contra las hemorroides y pro-
blemas puerperales.
1° DE SEPTIEMBRE “SAN GIL” (Santo Auxiliador): Protector y “auxiliador” contra
la peste bubónica y toda enfermedad que contagiaran los roedores.
20 DE SEPTIEMBRE “SAN EUSTAQUIO” (Santo Auxiliador): es uno de los 14
“Santos Auxiliadores”, protegía contra las quemaduras y contra las peleas familiares.
San Eustaquio fue un joven General Romano que en el siglo I/II fue quemado junto
con su mujer y sus hijos por no renunciar al cristianismo.
29 DE SETIEMBRE “SAN MIGUEL ARCÁNGEL”: Era el “patrono de los fru-
tales”; si el día de su festividad (29 de setiembre) estaba radiante o al menos bueno,
se tomaba como indicio del santo de qué habría abundancia de frutas en la zona ese
año. (Don Segundo Prieto)
04 DE OCTUBRE “SAN FRANCISCO”: El primer blanco en asentarse en
Pilo Lil fue mi abuelo don Enrique Prieto Lagos (“El Káiser”), su hermano Froilán y
otros peones de Arze. Mi abuelo era fundamentalmente herrero y agricultor; cuando
se instaló en el actual Pilo Lil (1894) próximo al Río Aluminé lo hizo en una zona lla -
mada “Maico” por los indios. A ese lugar lo bautizó como “San Francisco de Pilo Lil”.
El lugar poseía un interesante arroyo y algunas explanadas naturales entre cerros y
cañadones que eran potencialmente aptas para la agricultura. Allí tras realizar obras
de regadío y desmonte cultivó fundamentalmente trigo y cebada además de otras
gramíneas, cereales y hortalizas. Por su devoción a San (“Pancho”) Francisco ade -
más de bautizar al lugar con su nombre lo homenajeó y honró formalmente al menos
hasta 1918/19. Este homenaje era en agradecimiento y en súplica por buenas cose -
chas; según mi padre era una costumbre traída de Chile y que consistía en confec-
cionar una importante cruz de madera que se pintaba de blanco y adornaba con cin-
tas de colores, ramas de maitén y las pocas flores disponibles para la época. Esta
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era la “Cruz de San Francisco” y el día 3 de octubre se la ubicaba en uno de los bor -
des más elevados del sembrado. Allí, al día siguiente, junto a ella se hacía una comi-
lona con rezos y jarana. Vale aclarar que esta cruz era exclusiva de San Francisco y
se la reacondicionaba anualmente; no debe confundírsela con “la Cruz de Mayo” que
era más pequeña y también era exclusiva de su fecha. (Doroteo Prieto, mi padre)
9 DE OCTUBRE “SAN DIONISIO” (Santo Auxiliador): Era uno de los protectores
y “auxiliadores” especialmente contra los dolores de cabeza juntamente con San
Acacio.
31 DE OCTUBRE “SAN QUINTÍN” (Quentín): Protector contra la tos, tos fe-
rina, goteo de nariz, hidropesía.
1º DE NOVIEMBRE “TODOS LOS SANTOS”: Quienes poseían huerta o
“quinta” debían tener especial precaución con “la heláa de Too Santos” que siempre
debía ocurrir para los primeros días de noviembre. (Doña Esther Jara Vda. de Gutiérrez)
25 DE NOVIEMBRE “SANTA CATALINA” (Santa Auxiliadora): Protectora y “auxi-
lioadora” contra la muerte súbita juntamente con Santa Bárbara.
4 DE DICIEMBRE “SANTA BARBARA” (Santa Auxiliadora): Protectora y “auxilia-
dora” contra los rayos y las tormentas. También contra la muerte súbita al igual que
Santa Catalina.
13 DE DICIEMBRE “SANTA LUCÍA”: Protectora de la visión al igual que
San Ciriaco.
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billetera alguna mota de lana de sus ovejas o crines de sus caballos o pelos de sus
vacas. (Recopilado por mi padre a Don Evangelista Benavídez aprox. 1915/18)
Amuleto para enlazar certeramente: Decía don Juan Prado (antiguo pues-
tero de Antonio Herrera) que el puma tenía un huesito en la paleta y que si se lo colo-
caba en la presilla del lazo, nunca se erraba en la enlazada. (Recopilado por mi padre a Don
Juan Prado)
Amuleto para la buena suerte: Cuando yendo de viaje se veía un zorrino
debía arrojársele inmediatamente un pañuelo. Al retorno del viaje si se lo recuperaba
sería un excelente “llamador” de buena suerte. (Recopilado por mi padre a don Domingo Muñoz)
Angelitos: Los niños que nacían muertos debían ser sepultados detrás de la
“pieza” del rancho, preferentemente debajo de la gotera, justo atrás de la cama de
sus padres, para proteger a éstos desde cerca. Vale recordar que “las casas” de
aquel tiempo eran construcciones separadas entre sí, para evitar la propagación de
posibles incendios. Generalmente uno era la cocina y los demás eran “las piezas” o
dormitorios, uno para los familiares y otra “para los alojaos” o huéspedes. (Doña Esther
Jara de Gutiérrez)
Aventar el fuego: Para avivar las llamas de cualquier fuego debía soplarse
con la boca, nunca apantallando con el sombrero porque “la mujer de la casa, se po -
día ir”. (Doña Paulina Pintos)
Barrer de noche: Nunca, por ninguna circunstancia debía barrerse el piso de
noche, porque al hacerlo “se barría la güena suerte y se la llevaba el Diablo”.
Bendición: Cuando se adquiría cualquier objeto de valor, lo primero que de-
bía decirse era: “Que sea en güena hora y que Dios lo bendiga”. (Luisa Ramírez, mi madre)
Botones: No era bueno coserse los botones con la ropa puesta, porque la
pareja le sería infiel; se podía neutralizar este maleficio si en el momento se comía
miga de pan caliente. (Laura Figueroa)
Caballo prestado: Si se le prestaba el caballo a alguien de “sangre juerte”
(impetuoso, fogoso, furioso, impulsivo, osado) el pelaje del animal se pondría opaco
y deslucido. (Recopilado por mi padre a Doña Gumersinda Acuña de Prieto)
Cactus no: No era conveniente tener dentro de la casa maceta alguna que
portara una planta con espinas y mucho menos cactus porque si no las muchachas
de la casa (las hijas) nunca se casarían. (Doña Peta -Petronila Infante)
Canto del gallo. Cuando el gallo canta fuera de hora, sobre todo de noche
es presagio de muerte para alguien de la casa o para algún vecino. Cuando esto
ocurre se aconseja matar el gallo. (Doña Esther Jara – Pilo-Lil)
Carancho: Cuando, cerca de la casa, el carancho se arrastra con las alas
extendidas atrae la mala suerte. (Serodino Prieto)
Castración de potros: Llegados aproximadamente a los dos años de edad,
los equinos machos debían ser castrados o dejados como reproductores. En el pri-
mer caso, que era lo más corriente, se enlazaba y volteaba al animal entre dos o tres
hombres; uno le sujetaba la cabeza por las orejas y le apoyaba su rodilla en el cuello,
otro maneaba sus patas y el tercero lo “capaba” es decir con un corte en el escroto le
extirpaba los testículos. Los “buenos capadores” al momento de efectuar la opera-
ción, arrojaban los testículos extraídos por sobre el cuerpo del animal pero en direc-
ción a su cabeza. Luego hacían dos pequeños tajos en cruz en la piel del animal, jun-
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to a la capadura. La primera acción (la de tirar los testículos hacia adelante, por so -
bre la cabeza) la justificaban diciendo que de esa manera el caballo luego de ser
amansado, siempre sería voluntarioso, ágil y bueno, en cambio sí se los arrojaba ha -
cia otro lado el animal sería lerdo y atontado. La otra acción, la de los tajos en cruz
tenía por finalidad que el caballo no saliera “pedorro” es decir que cuando se lo cin-
chara “al medio” y luego se lo montara no saliera emitiendo ruidos merecedores de
burlas. (Recopilado por mi padre, en su niñez, a Don Evangelista Benavídez en 1915)
Cementerio: Una pareja nunca debería entrar junta (de la mano) a un ce-
menterio porque les acarrearía mala suerte. Tal vez la muerte los separase pronto o
tal vez la vida… (Doña Ernestina Rodríguez)
Comadres tejedoras: Si dos mujeres al tejer chocaran los palillos (agujas)
terminarían siendo comadres. (Doña Esther Jara)
Compartir con la tierra y con el Aire (Neyenmapu): Compartir con el am-
biente de la tierra (aire, atmósfera). El indígena compartía con el aire y con su tierra
lo que el aire y la tierra le daban. Antes de comer o de beber se le convidaba a la tie -
rra un poquito de la bebida y del alimento distribuyéndolos en cuatro direcciones
(norte, sur, este y oeste). He visto que algunos (F. Tripailaf, por ejemplo) directamen -
te volcaban una pequeña parte del líquido del vaso; en cambio otros (Huenufil, Anti-
mán, Valdebenito, etc.) mojaban sus dedos en el líquido y luego salpicaban el suelo
en las cuatro direcciones. También cuando encendían un cigarro (pitrem) de la pri-
mera bocanada le ofrecía al aire el humo en cuatro direcciones: este, sur, oeste y
norte. Estos actos adquirían cierta solemnidad e iban acompañados de invocaciones
de agradecimiento y de súplica. (Francisco Tripailaf, Luciano Huenufil, Horacio Antimán y otros.) Me
aclaraba F. Tripailaf que cuando se le daba de beber a la “mapu”, el piso, necesaria-
mente, tenía que ser de tierra, para que absorbiera y que este acto de ofrecimiento e
invocación debía hacerse “mirando al Puel”, es decir parado frente a la salida del sol
o sea el Este.
Contra: En nuestro brevísimo diccionario piloleño hemos definido a las
contras como: el antídoto o la acción o invocación precautoria o remediadora “del
daño”. Se las aplicaban para combatir o enfrentar las brujerías y también ciertas en-
fermedades.
Contra el Diablo: Cuando se producía un remolino (meulén) que se cruzaba
en el camino, era indicio que el diablo quería llevarse al transeúnte, por ello y para
engañarlo se le arrojaba el sombrero. El diablo creería entonces que se lo habría lle-
vado. (Don Antonio Herrera).
Contra la “mala suerte” en los caballos: Las herraduras de un caballo
muerto no debían ser usadas en otro, aunque estuviesen nuevas, porque el fierro de
las herraduras contagia la muerte. (Alfredo Rivera)
Contra la Brujería: En la puerta del rancho se debía dibujar una cruz y/o una
estrella de cinco puntas. La estrella debía ser realizada de un solo trazo, sin levantar
la mano. (Otra) Llevar siempre ajo en los bolsillos. (Otra) Colgar en la cocina un ajo
atado con una cinta roja. (Susana de Carrizo –H.H.) (Otra) Era muy efectivo como “contra” el
sudor del caballo y todo aquello que hubiese estado en contacto con él. Cuando en
alguna bebida se detectaba alguna basurita o elemento extraño, se la sacaba con la
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punta de la azotera (sotera) del rebenque. Ante esta precaución, si había realmente
brujería, el líquido de “subía” efervesciendo ya que la lonja del rebenque era “contra”
por el hecho de poseer siempre restos del sudor del caballo. (Lo vi hacer infinidad de veces en
mi boliche)
Contra la Infidelidad: Las mujeres casadas no debían revolver el fuego con
el cuchillo ni con un tenedor porque si lo hacían incentivarían el engaño por parte del
marido. (Domitila Linares)
Contra la Mala Suerte (como ahuyentarla): Cuando una racha de mala suer-
te se instalaba en una casa, debían plantarse a ambos lados de la entrada plantas de
ruda macho y de romero. En un lugar destacado de la casa debía ubicarse una es-
tampita de San Jorge (el que mató al dragón). Mientras durase la “mala racha”, los
días viernes se prepararía una infusión abundante de hojas frescas de ruda macho y
de romero; paralelamente el jefe de familia se daría un baño en una tina, al que se
agregaría parte de la infusión ya preparada. Luego de por lo menos 15 minutos de
remojo (durante los cuales se “lavaba” la mala suerte) y sin secarse, se bebería
“toda” la infusión restante mientras se rezaba la oración a San Jorge frente a su es -
tampita. Finalmente las hojas hervidas sobrantes de la infusión se conservaban y dia-
riamente se las colocaba en la plantilla del calzado izquierdo al iniciar la jornada.
Quien debía realizar esta ceremonia era el jefe de la familia. Toda esta operación se
repetiría cuantas veces fuera necesaria hasta que la mala suerte desapareciera. (Susa-
na de Carrizo)
Contra los Brujos: Si la mujer se levantaba de noche debía ponerse ceniza
en la cara para que los brujos no la conocieran y abusaran de ella. (Serodino Prieto)
Corte de cabello: Había que cortarse el cabello y las uñas en cuarto crecien-
te para que volviesen a crecer fuertes. (Rogelio Gutiérrez)
Cuadreras, pronóstico: Para predecir el resultado de una carrera se le
arrancaba un cabello a una niña mientras dormía; si la niña era quinceañera y “rusia”
(rubia) mucho mejor. En el extremo del cabello se ataba un anillo de oro (de quien
encargaba la consulta o de algún familiar). Se preparaba un vaso con un poco de
agua, no más de un cuarto, se lo apoyaba sobre una mesa o superficie plana y fija,
se marcaban sus dos hemisferios en el borde, asignándole un hemisferio a cada uno
de los caballos contendientes. Con la mano izquierda (“la mano del corazón y la sin-
ceridad”) el consultante apoyando su codo sobre la mesa suspendía el anillo dentro
del vaso sin que toque el agua. Luego de unos instantes era observable que el anillo
comenzaba a moverse y transcurrido cierto tiempo incrementaba su ímpetu hasta to-
car uno de los hemisferios en las paredes del vaso indicando con ello cual sería el
caballo victorioso. En el supuesto caso que esta predicción no se cumpliera se consi-
deraba que la niña a quien se la había extraído el cabello no era virgen. (Aportado a mi
padre por Don Raimundo Alfaro)
Cuadreras, pronóstico (otro): Alfredo Rivera me contaba que su padre,
quien había sido un gran “carreristo”, entre las muchas técnicas que usaba para eva-
luar las posibilidades de los caballos antes de una carrera, figuraba la siguiente: disi -
muladamente medía con una soga a cada animal desde la uña de una mano hasta la
cruz; el que fuera más alto tenía más probabilidades de ganar que el otro.
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maban: “el muerto avisa”. (Le pasó a Carlos De la Rosa en Mendoza, cuando murió
su madre)
En las señaladas: Había quienes (Don Tomás Moscoso, por ejemplo) en
medio del baile de su señalada, interrumpía la música y desparramaba en la pista los
trozos de orejitas de sus corderos (de la señal, generalmente “muescas” y
“martillos”). Luego de desparramarlos solía invitar: “¡bailen, bailen, sobre las orejitas
de mis corderos, pa’ que’l año que viene sea mejor todavía mi señalada!”. También
solían juntarse los huesitos del primer cordero y del primer chivito y enterrarlos en la
gotera del rancho en la creencia que la acumulación de humedad haría proliferar la
majada para el año siguiente. (Don Tomás Moscoso)
Entierros (otra) Según mi primo Amado “Lenco” Prieto, de los entierro ema-
naban distintas luminosidades, algunas veces rojizas y otras veces blanquecinas con
reflejos azules; éstas últimas indicabas un entierro de piezas de plata; las primeras,
en cambio señalaban la existencia de doblones de oro. (“Lenco” Prieto)
Entierros (otra): Si se descubría un entierro que tuviese riquezas y se saca-
ran éstas; quien lo hiciese debería irse del pago o de lo contrario cambiar las puertas
de su casa para impedir que el espíritu cuidador lo volviese loco. (Paulina Pintos)
Entierros, Señales y Señas: Las sepulturas indígenas, como las de cual-
quier civilización, siempre tenían sobre sí algo que indicara su presencia o al menos
algún vestigio de ella. En la gran mayoría de los casos los cadáveres eran sepulta-
dos, no obstante la forma y ubicación tanto de la sepultura como la del cuerpo dentro
de ésta dependía de factores y motivaciones distintos. Estas circunstancias tenían
que ver con la época, la etnia, el nivel social, razones de la muerte (natural, en com -
bate, por peste, etc.), ritual practicado, disponibilidad de tiempo y elementos, profun-
didad de la excavación, método de excavación, recaudos adoptados para su conser-
vación, etc. Es decir no podía de ninguna manera generalizarse sin tener ciertos co-
nocimientos antropológicos y arqueológicos. En las charlas de boliche siempre se
“decía que…”, “parecía que…”, “contaban que…” pero todo quedaba en un mar de
dudas y de suposiciones tales como la percepción de luces, silbidos, ruidos de cade -
nas, fosforescencias, sueños, visiones y apariciones. Había quienes impulsados por
la curiosidad o la avaricia ubicaban algún entierro aislado en el campo y al escarbarlo
se daban cuenta que no solo carecía de riquezas sino que a veces ni siquiera era de
un indio, por los objetos hallados. En algunos casos en la tumba podían encontrarse
elementos de valor arqueológico, pero no siempre.
Entierros: Pasados 30 años, la plata de los entierros (“Rigal Plata”) pasaba
a ser propiedad del diablo y era a él a quien debía quitársela quien quisiera desente -
rrarla. (Carlos Rivera)
Estrellas fugaces: A las estrellas que “caían” en el cielo (estrellas fugaces)
se las catalogaba como almas que andaban vagabundas pidiendo “oración y luz”, por
eso se les debía decir “Que Dios te guie por la buena senda, que apenas yo pueda te
encenderé una vela”. (Doña Elba Prieto)
Fruticultura: Cuando un árbol no fructificaba se lo “apaleaba” o “cadeneaba”
(se lo castigaba con un palo o con una cadena) desconsideradamente mientras se le
recriminaba su inconducta por no dar frutos. De esa manera el remiso al año siguien-
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te cumpliría con su deber de proveer fruta. (Mi abuelo Luís; también mi suegra Mónica que era de Pa-
raguay)
Golondrinas: No se las debía matar ni combatir porque ellas fueron las que
le sacaron las espinas de la frente a Jesús luego de ser crucificado. (Doña Aurelia Pinto de
Prieto)
Güichanalhue: Era un hombre flaco que el “kalcu” hacía salir de los huesos
robados a una sepultura, andaba en un caballo tordillo. Este extraño ser era una es-
pecie de ayudante del brujo. (Lenco Prieto)
Helada: Según me contaba don Gil Sobarzo, en un espacio de pocos metros
la helada variaba notablemente su intensidad. El aprovechaba esta particularidad
para obtener mejor cosecha en sus cultivos de papas, habas, “alverjas”, etc. Para sa-
ber exactamente el lugar más propicio “ponía fijeza” después de las nevadas, y en
aquellos de los que se iba primero la nieve, eran según él, los más “cálidos”. Mario
Melo, en Hua-Hum me corroboró esta creencia, acotando que “la heláa tiene mucho
que ver con el reparo‘el bosque”. (Gil Sobarzo y Mario Melo)
Herradura: Encontrar una herradura de 7 agujeros traía buena suerte; pero
para que se cumpliera debía arrojársela hacia atrás y no mirar adonde cayera. Los
más “léidos” solían decir que “Para no errarle a la suerte, hay que herrarla.” (Fernando
Prieto)
Huecufu: Era lo diabólico, lo malo; no era una persona sino una cualidad. La
prueba de que existía la constituían la muerte y la enfermedad. La machi lo corpori -
zaba en “basurita”, “pelo”, “piegrita” y lo eliminaba. (Horacio Antimán)
Infidelidad: Cuando una mujer se sabía engañada por su marido y conocía a
la causante del engaño debería orinar la noche de un viernes a la luz de la luna y co-
locar la orina en una botella. Esperar el momento adecuado e ir a la casa de la rival,
sin que ésta lo advirtiese, y tirarle la botella de tal manera que se rompiese lo más
cerca posible de la puerta. Este olor rechazaría a su marido al concurrir a esa casa.
(Domitila Linares)
Kalcu: era el brujo malo; su cabeza era chonchón. (Francisco Tripailaf) Con el
transcurso del tiempo cada vez se lo fue relacionando más con el “huinca”.
Koltritos (güagüas), precaución: Cuando los bebés despertaban y estaban
por llorar se les debía decir: “Dios te bendiga”. Esto era para prevenir cualquier futuro
daño. (Mi mamá)
La hiel: Cada vez que se carneaba, se estilaba tirar la hiel del animal en el
piso de la pieza-dormitorio del patrón. Esta práctica aseguraba la conservación y au-
mento de la cantidad de animales. (Según mi padre, los peones de mi abuelo Enrique Prieto habían im-
puesto esta modalidad traída de Chile.)
La pena de la alegría: Se solía decir que “por cada alegría siempre había
una pena”, por ello y para contrarrestar el efecto de la sentencia, se aconsejaba: que
“siempre había que llorar un poquito en cualquier fiesta, y procurar que alguien lo vie-
se”. (Valentina Prieto, mi tía)
Lo que no se debía descuidar: “Nunca se deben dejar al descuido caballo
ensillado, cuchillo afilado, ni mujer propia”. En esta sentencia estaba resumida la sín-
tesis de los atributos del “macho campesino”. (Francisco “Pancho” Prieto)
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tía y ya al noveno se entregaría en sus brazos. (Recopilado por mi padre a Doña Mercedes Milla de
Polanco aprox. en 1935)
“Pulvum eris et pulvis reverteris” - Esa vieja costumbre de morirnos.
En el Pilo Lil de las primeras décadas del siglo XX era realmente difícil conseguir ma-
dera aserrada (tablas y tablones) por cuanto no existían aserraderos locales y desde
los distantes el acarreo resultaba sumamente engorroso por elementales razones de
transporte y caminos. Esta carencia agravaba aún más los difíciles momentos poste-
riores a los fallecimientos, sepelios y enterratorios. Por ello al no poderse confeccio-
nar ataúdes comunes, al cuerpo del difunto se lo envolvía en una arpillera muy grue-
sa (*) o en un cuero de vacuno que se cosía y luego se depositaba en la fosa cu -
briéndolo con tierra y señalizándolo con una cruz donde por supuesto se inscribía su
nombre y fechas de nacimiento y muerte. Como superstición referida al tema anota-
mos que: “era güeno sacar de la casa del finado todas sus pertenencias personales
para que él no venga a penar.” (Bernabé Pintos) Tampoco se consideraba correcto ni pia-
doso que los familiares directos acarrearan el cadáver al cementerio por cuanto era
posible que la “muerte golviera a la casa.” (Doña Esther Jara de Gutiérrez)También decían que
los familiares debían permanecer 4 días sin lavarse la cara ni arreglarse en señal de
duelo, además de usar ropas negras. (Doña Rosa Rodríguez) Era cosa común respetar el
luto a ultranza. El grado de parentesco con el difunto marcaba la intensidad y dura-
ción del duelo; los familiares directos debían usar vestimenta totalmente negra duran-
te un año entero; además no debían permitirse a sí mismos oír música de ningún tipo
ni tampoco reír o hacer bromas. (Ambrosio Prieto) En cuanto al lugar del enterratorio,
existían un cementerio común (en la “Pampa de la Escuela”, próximo al río) y cemen-
terios privados de uno, dos o tres tumbas. Este fue el caso de mis abuelos Enrique
(El Káiser), Griselda, mi tía Luisa Prieto de Gutiérrez y mi padre.
Puma: Me contaba don Alfredo Rivera de Nahuel–Mapi Arriba, que para evi-
tar que el “lión” le comiera los potrillitos recién nacidos les colocaba a éstos una soga
corta colgando del cogote; según él suponía, el puma no los atacaba porque les te-
mía a las víboras. Según Carlos Rivera (primo de Alfredo) cuando alguien se en-
contrase frente a un puma debía sostenerle la mirada, de no hacerlo el animal sabría
que era más fuerte y seguramente lo atacaría. (Alfredo y Carlos Rivera)
Quetral plata o rigal plata: En las postrimerías de la Conquista del Desierto,
los indios acorralados y perseguidos por las tropas del Ejército huyeron hacia Chile.
Antes de hacerlo, los más acaudalados y temerosos ocultaron sus mejores prendas
(obtenidas en los malones) enterrándolas. Otras veces simplemente colocaban esos
objetos en la sepultura de quien fuera su dueño. En ambos casos mediante invoca-
ciones y eventualmente “machitunes” encomendaban la custodia de los bienes a un
“espíritu cuidador”. Distintas versiones circulaban respecto del “Quetral plata” o fue-
go fatuo. Consultados mis amigos y clientes mapuches (Tripailaf, Huenfufil, Antimán,
Ñanco), al respecto; todos coincidieron en guardar la mayor reserva y respetuoso si -
lencio diciendo apenas que “eran cosas de los antiguos y no se debían tocar ni mo -
lestar”. Había otros (huincas, no indígenas) que aseguraban que la luminosidad era
provocada por las emanaciones fosforescentes de los huesos humanos mezclados
con los “vapores de la plata” y que estas emanaciones eran mortales para quien las
respirara. No faltaban quienes aseguraban conocer casos de gauchos corajudos que
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habían enriquecido gracias al hallazgo de prendas de plata y oro (Uno de los casos
era el de Don Antonio Herrera, por ejemplo). La mezcla de avaricia, miedo y supersti-
ción daba pie a las elucubraciones más ingenuas, curiosas y absurdas que se pue-
dan imaginar.
Semana Santa: Durante la Semana Santa los niños debían acompañar las
creencias de los mayores, especialmente las de privación y sacrificio. Además del
“ayuno” absoluto del viernes, al jugar no podían hacer rayas en el suelo “porque se le
rayaba la cara Dios”. (Recordemos que el piso de todos los ranchos era de tierra y
que los niños no disponían de juguete alguno como no fuera algún palito y su imagi-
nación.)
Semilla voladora: Cuando un vilano de cardo, de achicoria, de romerillo u
otra planta se depositaba en la ropa o en el cuerpo, era considerado de buen augurio
y anticipo de prosperidad siempre y cuando se comiese la semilla y se dijese la si -
guiente fórmula: “¡Panadero, panadero; traeme una torta frita, amor y mucho di-
nero!” (Eva Coronado)
Sobrehueso en un caballo: Se aconsejaba colocar sobre el sobrehueso un
cuero de zorrino fresco; se lo ataba y mantenía hasta que se secara; luego se repetía
la operación dos veces más es decir tres en total. Finalizado este “tratamiento” el ca-
ballo debería estar curado. (Informado a mi padre por el viejo Ramón Lastra)
Tercer cigarrillo: Nunca se debían encender tres cigarrillos con el mismo
fósforo porque el tercer fumador moriría. Decían que esta creencia se habría origina-
do durante la Primera Guerra Mundial, específicamente en las trincheras de la infan -
tería en Francia. Según esa versión, cuando un soldado encendía su cigarrillo alerta-
ba al de la trinchera enemiga quien apuntaba al segundo y disparaba sobre el terce-
ro. Don Luis Losso (viejo maderero de Quillén y S.M.Andes), veterano de esa guerra
no afirmaba pero tampoco negaba esa versión.
Trébol: El trébol es una herbácea que siempre tiene tres hojas; excepcional-
mente por alguna anomalía existen casos con cuatro, cinco y hasta de seis hojas.
Encontrar uno de éstos se consideraba de muy buen augurio. Se los solía guardar
dentro de un libro, preferentemente la Biblia para que su influencia fuese mayor.
Tormentas: Cuando se avecinaba una tormenta y era necesario salir al cam-
po, debía evitarse portar sobre el cuerpo o en la cabalgadura objetos metálicos lus-
trados y brillantes especialmente de plata, alpaca o acero porque “atraían el rayo”.
Esta precaución incluía espuelas, rastra, cuchillo (que pudiera mojarse) y chapeado
en las sogas del apero. Era recomendable ensillar únicamente caballos moros, oscu-
ros o colorados, por ser los que menos atraían el rayo. (Amado “Lenco” Prieto)
Verrugas en los caballos: Cuando a algún potro o potrillo se le advertía al-
guna verruga de gran tamaño que lo afeara y le quitara mérito, se lo curaba de la si -
guiente manera. Se derribaba y maneaba al animal en proximidades de un “arroyo
con juerza” (de corriente rápida o impetuosa), luego el dueño debía hacerle dos cor -
tes en cruz sobre la verruga y sobre ambos pasarle reiteradamente una torta frita po-
niendo sumo cuidado en no mancharse las manos. Luego debía arrojar la torta en-
sangrentada a la corriente para que “el mal se vaiga y no güelva” Si se manchara las
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manos corría riesgo de que el mal se le transfiera a él. (Se lo vi hacer con todo proto -
colo a mi socio medianero Miguel “Peto” Gutiérrez en 1970)
Viernes 13: Respecto de esta superstición universal, mi abuelo sostenía que
si en esa fecha ocurriera algo malo, al día siguiente (sábado 14) se lo podría contra-
rrestar, salvo por supuesto lo imposible. (Luis Ramírez, mi abuelo).
Violencia de Género: Una muchacha soltera nunca debía comer en dos pla-
tos a la vez porque al casarse su marido “le tiraría los platos por la cabeza”, es decir
la maltrataría y golpearía. (Domitila Linares) Por otro lado, los santos protectores contra la
violencia de género eran San Eustaquio y Santa Mónica.
Visita no grata: Cuando una visita no era bienvenida o su presencia se tor-
naba molesta debía colocarse detrás de la puerta una escoba parada al revés. (Esther
Jara)
Zorros: Cazar muchos zorros seguidos, atraía la mala suerte. Seguramente
acarrearía la muerte de un ser querido. (Eduardo Prieto)
VOCABULARIO
Brevísimo Diccionario Piloleño
“El Habla de Aquel Lugar en Aquel Tiempo”
En aquel Pilo Lil amanecido con el siglo XX y transitando sus décadas inicia-
les, la gente vivía dispersa y atomizada entre los cerros. Los boliches constituían el
ámbito lógico y único de sociabilización; no existían otros entornos que permitiesen
el diálogo y la alternancia de modos, costumbres y experiencias.
Allí en los boliches se intercambiaban novedades, noticias, modismos y for-
mas de vivir, de hablar y de convivir. Años después de 1960 la radio a transistores
modificaría estos paradigmas iniciando una incipiente globalización oral.
Cada individuo en cada lugar tenía una manera personal de expresarse, esto
generaba pequeñas diferencias en el léxico, en la entonación y en la elaboración de
frases y locuciones. Con el aislamiento este fenómeno se potenciaba. Ocurría a ve-
ces que por exceso de incomunicación y falta de diálogo con personas ajenas al gru-
po familiar, existiese cierta tendencia a deformar algunos giros idiomáticos en su es -
tructura o en su pronunciación. Así es como, por ejemplo, en un erróneo concepto de
pulcritud idiomática se cambiaba la sílaba “Ju” por la “Fu” o viceversa. (jutre por futre;
fueves por jueves, funio por junio; jué por fué; Funín por Junín, etc.) Esto no era co-
mún pero sí recuerdo un caso donde toda la familia cometía este dislate idiomático.
El ensamble desprolijo de dos culturas tan disímiles y endebles como la indí-
gena y la hispano parlante generaba en el idioma neologismos y localismos lógicos
aunque artificiosos, especialmente cuando castellanizábamos palabras araucanas o
araucanizábamos términos castizos deformándolos o colocándoles antojadizamente
género y plurales. P.Ej.: chucara (azúcar), huaca (vaca), machitunes (por más de un
machitún), lahuenes (por varios remedios), buchenes, rucas, chonchones, huechales,
koltros, koltras etc.)
En el habla de todos los días, se usaban arcaísmos (aunque los arcaísmos
dejan de serlo cuando se los usa), términos castizos y chilenismos, algunos defor-
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mados en su pronunciación. De vez en cuando se colaba una que otra palabra o fra-
se de origen mapuche-araucano o derivada del quechua.
Las “malas palabras” o “palabrotas” eran estigmatizadas; se evitaban los tér-
minos “groseros” o “güasos” y se morigeraban los “de mal gusto” o “fieros”.
Como recurso de “buena educación” se suplían las palabras de mal gusto
por algunas similares o por eufemismos; por ejemplos: culo por cola, poto, trasero o
asentaderas; mierda por meca, bosta, boñiga, caca o miéchica; carajo por caramba,
caray o carambola; puta por pufa, porra, perra o punta del cerro, etc., o por ingenuas
y reprimidas imprecaciones como “hijo de tal por cual”, “hijo de mala madre”, “jué pe-
rra"…
En la cotidianeidad de mujeres y niños, las “palabrotas” eran absolutamente
omitidas. El listado abarcaba desde “carajo” o “culo” hasta las más soeces. En cam-
bio el habla entre varones adultos era “más liberal” y se permitían ciertas licencias y
de vez en cuando algún exceso.
Las palabrotas, devenidas en insultos empantanaban los diálogos alcohóli-
cos de los pendencieros que las utilizaban para generar discordia y pelear. En estado
de sobriedad etílica, el paisanaje en general era sumamente discreto y medido en su
vocabulario.
La forma de hablar, la entonación y los gestos marcaban ya cierta idiosincra-
sia campesina y denotaban siempre una raigambre achilenada.
Vale aclarar que al intentar trasvasar los vocablos araucanos o mapuches al
castellano siempre existió el grave inconveniente de mantener fiel su fonética; ade-
más por carecer esta cultura de grafía, hay infinidad de términos cuya pronunciación
se tornan nebulosos y habitan el mundo de la duda. Es así como muchas veces vaci-
lamos en el uso literario de fonemas tales como, “he”, “u”, “ju”, “w” o “tú”, “chor”
y otros. En cuanto a la prosodia de las palabras araucanas/mapuches más comunes
existían variaciones dialectales de origen geográfico. Así la misma palabra siendo
aguda entre los pampeanos o argentinos pasaba a ser grave entre los occidentales o
chilenos. (P. Ej.: Curá o cura; mapú o mapu; cayú o cayu; quiñé o quiñe, chadí o cha-
di, etc. etc.)
No obstante y no siendo éste un texto con intenciones lingüísticas específi-
cas, incluyo seguidamente las voces que se oían en aquel Pilo Lil de mediados del
siglo XX.
Manteniendo el criterio usado en otros listados de este trabajo recopilatorio
reitero que las personas mencionadas a pie de cada cita son simplemente quienes
más utilizaban ese giro idiomático o a quien se lo escuchamos más veces mi padre o
yo.
Habitualidades en el habla
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Aconchar: sedimentar.
Acriminarse: delinquir, hacerse criminal; cometer delito.
Acristianar: Hacer cristiano, bautizar, dar las aguas, poner las aguas.
Adelantito: diminutivo de adelante. Inmediatamente antes de algo o alguien;
también “delantito”.
Admapu: (araucano) como sustantivo: “tradiciones o costumbres de la tierra”
(según Francisco Tripailaf). Como adjetivo: “persona de la misma tribu o zona” (Ignacio Huenufil).
Afiebráa como gallina culeca. (Doña Paula Cisterna)
Agarrao como mamao a la pared: Amarrete, tacaño, cicatero, manicorto.
Agraz: (casticismo) uva verde, ácida.
Agrandao como calzón de gorda: engreído, envanecido, orgulloso, presumi-
do, pedante. (Ambrosio Jara)
Aguaitar: Esperar.
Ahí está el güevo, ¡no lo pise!: ¡Cuidado! Expresión de alerta. (Doroteo Prieto, mi
padre)
Ahí está mi Dios mirando: Dios por testigo.
Al pedo como alambre caído. Inutilmente. Sin razón. Innecesario. Sin sentido.
Al pedo como corpiño’e flaca. Id. Anterior. (Orlando Migoni – C&A)
Al pedo como puente sin río. Id. Anterior. (Sabino Barros)
Al pedo como rasguñar un vidrio. Id. Anterior . (Ismael Prieto)
Al pedo como teta ‘e monja. Id. Anterior. (Carlos González – C & A))
Alentao: estar bien. Estar con buen ánimo. Se usaba generalmente después
del saludo, cuando llegaban las preguntas de cortesía referentes a la familia.
Alojo: alojamiento.
Alzao como primer nieto. Homógrafo picaresco (excitado sexualmente y le-
vantado), (en celo y en brazos). (Don Segundo Prieto)
Amurrar las orejas: estar melancólico. Echar los equinos, las orejas hacia
atrás en señal de enojo o de excitación. Molestarse por algo. Excitarse con alguien.
Picarescamente se solía decir también: “Echar las orejas pa’tras”
Amutuy ruca: (araucano) irse a casa. (Ignacio Huenufil – Francisco Tripailaf)
Anchimallen: (araucano) Duende pequeño y maléfico, deformado y brillante.
Quienes lo veían desde muy cerca se encandilaban y enfermaban de la vista. A ve -
ces se convertía en una especie de nuco negro que al volar por la noche dejaba caer
pedazos de muerte y de enfermedad sobre las rucas. (Juan Huenufil) (Ver: Anchimallen
en Leyendas, Creencias y Supersticiones.)
Andando el carro, solitos se acomodan los melones. (Adolfo Rodríguez)
Andar con las velas colgando: Con los mocos fuera. Sobre todo en los niños.
Apedazar: hacer pedazos. Romper.
Apercanao: apercancado. Con percán, con moho u hongos. Enmohecido.
Apretao como bollo’e zorro: amarrete, manicorto, cicatero, mezquino. Tam-
bién: entallado o ajustado. (Eduardo Prieto)
Apretao como gombacha’e gorda. Id. anterior. (Pocho Jara)
Arrancar: (chilenismo) ir, huir, retirarse, marcharse.
Arrejonao como novio con ganas. (Pocho Jara)
Arrejonao: arrejonado, arriesgado, corajudo.
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Lacha: (chilenismo) Versión femenina del “lacho”. Mujer vivaracha, disipada, pi-
zpireta, presumida, agraciada, desenvuelta, “liviana”, confianzuda, muy dada.
Lacho: (chilenismo) Varón bien parecido, galante, acicalado, Don Juan, muje-
riego, disipado, lanzado.
Lahuén: (araucano) remedio.
Lake o lakai: en mapuche, genéricamente: boleadoras. (Francisco Tripailaf)
Largo como miá’e curao.
Largo como putiada’e tartamudo.
Largo como suspiro’e culebra.
Lata: Era un “vale” que en la época de esquila equivalía a un animal esquilado.
El término derivaba de las primeras “latas” que se usaban en los grandes estableci-
mientos laneros del Sur, que incluso tenían impreso el nombre de la estancia. En Pilo
Lil, donde las majadas eran muy pequeñas, las “latas” se confeccionaban simple-
mente de cartón y con una firma o sello del dueño. Cada vez que un esquilador con -
cluía con un animal gritaba: “¡lata, latero!” y entonces el dueño de la majada o su re -
presentante le entregaba una “lata”.
Le late como pavo arrib’el alambre: siente miedo; está temeroso. Cuando un
pavo se posa sobre un alambrado adopta una actitud intranquila y vacilante debido a
la falta de equilibrio y seguridad. (Leonidas Prieto)
Le que’a (queda) grande como recao a la chancha: lo excede, lo supera, es
demasiado para sus merecimientos. (Leonidas Prieto)
Lesera: (castizo) tontera.
Leso: tonto, lelo.
Levantar la cola: ceder, hacer un favor, permitir o facilitar el acceso a algo.
“Hay que ver si los levanta la cola, tamién”: Hay que ver si accede; hay que ver si nos
hace el favor. (Ambrosio Jara)
Levantisco: rebelde, indócil, díscolo, revoltoso.
Ligero ‘e genio: arrebatado, impetuoso, precipitado.
Lindo te va’ir tamién: Expresión irónica para significar que fracasará o le irá
mal.
Liviano’ e sangre: simpático, agradable, con donaire, compatible, “entrador”.
Loica, lloica: (araucano) pájaro de pecho colorado (sturnella defilippii).
Lonco: (araucano) cabeza, cacique, jefe.
Los juntamos una “punta” de amigos: (“nos juntamos un grupo de amigos”)
Chanza de uso común en los asados; lo de “punta” refiere jocosamente a algún cu-
chillo demasiado puntudo.
Luna escondía: luna nueva.
Lunanca / o: equino con el anca blanca.
Macetiao: Macizo, musculoso, de físico imponente, hecho a los golpes.
Machi: (araucano) Generalmente de sexo femenino, pero no excluyente. Era
una especie de hechicera, médica, curandera, adivina, profetisa, poseedora de dotes
paranormales.
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Machitún: (araucano) ceremonia de curación hecha por una machi. Incluía co-
nocimientos de hierbas medicinales, ritos con invocaciones, exorcismos, formulas ca-
balísticas, algo de prestidigitación y cierta teatralización.
Macollao: robusto; fuerte; reforzado por el apoyo de sus familiares, amigos o
peones.
Madurao a fomentos: Improvisado. Poco experimentado. Inmaduro.
Maitén: (araucano) árbol globoso muy elegante de hoja perenne (maytenus
boaria). En épocas de grandes nevadas, su follaje se usaba como forraje para ovi-
nos, caprinos, bovinos y equinos.
Mal encachao: De aspecto torvo, desagradable, hosco, desconfiable.
Maldahoso: maldadoso, que hace maldades incluso travesuras excedidas.
Mallín: (araucano) zona muy húmeda, aguazal.
Mallo: (araucano) Greda o tierra blanca. Se la usaba como talco para blanquear
los tejidos a telar.
Malo como calambre en la güata. (Valentín Infante)
Malulo: (localismo coloquial) malo, malicioso.
Malura: (chilenismo) mal menor. Malestar (malura de cabeza: puede ser dolor
de cabeza o problemas sicológicos; malura de guata: dolor de barriga, malura de
tiempo: tiempo malo.)
Malurita: (chilenismo) pequeña malura; se aplica generalmente a los niños.
Manda: promesa, obligación, compromiso, voto, oferta, juramento.
Mandar pezuña: Huir. Escapar precipitadamente. Emprender carrera muy ve-
lozmente.
Maniar de día, pa’ robar de noche: Premeditar. (Fernando Prieto)
Manosiada como mat’e puestero.
Mañanero: caballo que siendo manso; todas las mañanas, con el “lomo frío”, es
mañero y corcoveador. Se aplica también a las personas de carácter irascible por la
mañana.
Maraco: maricón, homosexual, amanerado, “rarito”, gay.
Mari mari, peñi: (araucano) Te saludo, hermano.
Mari, mari, cüme le caimi hueney (araucano) Te saludo, como estás, amigo.
Mariguancia: (regionalismo) Tics. Gestos o muecas involuntarias.
Marucha: yegua madrina. También: corte de carne vacuna.
Marucho: Tentemozo. Palo que cuelga en el ángulo de los varales de un carro
y que tiene por finalidad que al desuncirse los bueyes, se mantenga, el carro, equili-
brado y al mismo nivel. También se le decía al joven ayudante del boyero o carrero.
Más boludo que toro boliviano. (Marciano Prieto)
Más tonto que parvada ‘e pavitos. (Máximo Jara)
Matuasto: Lagarto verde grisáceo y marrón, de tamaño mediano, de cola roma,
venenoso y agresivo. Al morder podía trabársele la mandíbula. En raras ocasiones
lograba matar a algún vacuno o yeguarizo.
Matra: manta artesanal de lana gruesa, tejida al telar.
Matrón: matra grande.
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LA SABIDURÍA DE LA EXPERIENCIA
Alambrados: Mi padre todos los años luego de bajar la hacienda de la vera-
nada hacía aflojar los alambrados, especialmente los ubicados en las laderas, para
evitar que la nieve al acumularse formase sobre él un bardón y lo rompiera.
Armas (cuchillo y revólver): Nunca se les debían grabar las iniciales como
precaución ya que se las podían robar y cometer con ellas algún delito. (Mi abuelo Luís Ra-
mírez)
Peuco (gavilán): La primera vez que visité “La Huincha” (ese villorrio made-
rero entre Hua-Hum y Pirehueico), me llamó la atención que la mayoría de las casas
tenían una caña colihue clavada en su patio y sobre la caña invertida una botella de
vidrio incoloro; cuando pregunté me dijeron que era “contra el peuco” ya que el brillo
de la botella asustaba al gavilán, verdadero depredador de pollos y gallinas sueltas.
Sauces: no se deben plantar sauces en las vertientes porque las secan. (tal
vez se deba a que las raicillas forman una gruesa champa que termina aislando la
napa de agua de la superficie).
Mitón de guanaco: Para protegerse del frío en la mano izquierda (la mano
de las riendas) mi abuelo confeccionaba un mitón con el cuero curtido e invertido del
cogote de un guanaco. Esta prenda pasaba a ser complemnteo del poncho, las rodi -
lleras, botas y sombrero del campesino patagónico. También se lo confeccionaba
con piel de zorro, de chinchillón, de cabrito o corderito, sacados “hechos bolsa”.
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