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LG 41a: una vez planteada la vocación de santidad para todos (unidad), se inicia
ahora la presentación de la santidad según los diversos estados (multiplicidad). LG
41b: se refiere a la santidad de los obispos, designados como pastores, en alusión a
la solicitud, el afecto y la caridad pastoral con los que han de ejercer su ministerio.
La santidad personal del obispo está en relación con su servicio a la comunidad, su
crecimiento en la caridad da frutos apostólicos; en esto se pone de manifiesto, ya en
la tradición, lo importante de armonizar la contemplación y la acción de servicio. En
LG 41c se trata de la santidad de los sacerdotes, que ha de entenderse en conexión
con la del obispo: también ellos han de encontrar en su ministerio no un obstáculo,
sino un medio para llegar a ser más cristianos 4. La espiritualidad sacerdotal está
caracterizada claramente por el ministerio: plegaria, celebración de los misterios,
predicación, en y al servicio de la comunidad. LG 41d está dedicado a los ministros
de orden inferior, entre los cuales se destaca el diácono y los seminaristas.
Finalmente, en LG 41e se propone la santidad para los laicos, quienes recorren
un camino propio fuera del estado clerical. En el enfoque se privilegia la realidad
del matrimonio y la familia, que se pone en relación con el amor de Cristo por la
Iglesia: la unión conyugal no es sólo una imagen sino que participa de modo
místico y sacramental de esta unión.5 Se destacan luego tres grupos más: los célibes
(viudos y solteros), los trabajadores, los que sufren.
LG 42: el último párrafo del capítulo está centrado en el tema de los consejos
evangélicos y trata acerca de los medios de la santidad. LG 42a expone el
fundamento de los diversos medios que es la caridad, que no es presentada primero
como mandamiento sino como don. Como exigencia de la caridad, se menciona en
primer lugar la escucha de la palabra, y luego la participación en los sacramentos y
el servicio a los hermanos. No se deja de introducir el grado supremo del amor que
es el martirio: “dar la vida” quiere decir ofrecer la vida en sacrificio a Dios y
asociarse al misterio redentor de Cristo mediante una gracia de caridad total. En 42b
3
Cf. Philips, La Iglesia y su misterio II, 99-100.
4
El tema está desarrollado más a fondo en Presbyterorum Ordinis y en Pastores Dabo Vobis.
5
Con este tema, se introduce lo que será materia de estudio en Gaudium et Spes.
3
A) Subrayar las ideas centrales del siguiente texto de Rahner de su artículo Iglesia de
los pecadores (en: ET VI, 295-313):
B) A partir del siguiente texto, meditar acerca de la exigencia espiritual que nos plantea
el pecado de la Iglesia y expresarlo brevemente:
6
Para más desarrollo, cf. el esquema sobre vida religiosa (LG VI).
7
Referencias conciliares: LG 8c; 40a; 48c.
4
ecclesia gloriae?. Es una cuestión seria que la teología protestante nos plantea. Por eso,
nuestro tema es también de gran importancia ecuménica.
No por ello es menos real la santidad de la Iglesia, pero es una santidad realista, una
santidad de la Iglesia militante, que es santa por lo que Dios pone en ella, por lo que Dios obra
en ella. No lo es por lo que los hombres aportan a ella, de sí mismos, ni tampoco por la
actividad que aquéllos desarrollan en ella, en la medida en que este obrar procede de hombres.
¡Ay de los hombres de la Iglesia que se consideran a sí mismos justos y mejores que los demás!
Entre los miembros del Cuerpo místico y los más pobres existe, por el contrario, un profundo
parentesco, que es percibido y querido por los que son sinceros. Mas si los miembros del
Cuerpo místico son pecadores, tienen que comportarse también como pecadores, e incluso allí
donde quieren librarse de su pecado atestiguan de múltiples modos, y no en el último lugar por
el modo como quieren liberarse del pecado, que permanecen siempre adheridos a él. Hay que
exceptuar, naturalmente, aquellos actos de la Iglesia que son actos del Señor y en la medida en
que lo son; por ejemplo, la realización de los sacramentos o la solemne proclamación de una
verdad de fe. Aquí no hay más que santidad. Pero en todos los demás sitios, en todos los lugares
en que el hombre actúa como hombre, en todo lo que hacen los cristianos, incluso los mejores,
en todo lo que hacen los dirigentes de la Iglesia, incluso los que ocupan puestos más altos, se
darán a conocer de manera inevitable y frecuente la debilidad y la astucia humanas, la huella del
pecado humano. Incluso los santos sólo escapan completamente a esta miseria cuando han
llegado a su máxima madurez espiritual, en el momento de su muerte. Ciertamente la Iglesia
hace lo que puede para preservar de esto a los pastores de la Iglesia, tanto más cuanto más
graves consecuencias tengan sus acciones, pero no los violenta, pues esto equivaldría a suprimir
al hombre" (Emile Mersch: Théol. du Corps Mystique, 1944, I, pp. 364-368).
nace el interrogante de cómo conciliar los dos aspectos: de una parte, la afirmación de fe
de la santidad de la Iglesia; de otra parte, su necesidad incesante de penitencia y de
purificación.