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UCA – FACULTAD DE TEOLOGÍA 5to.año/1sem. –


2hs.
LECTURA DE TEXTOS Prof. Virginia R.
Azcuy

5. VOCACIÓN UNIVERSAL A LA SANTIDAD

5.1. COMENTARIO Y TEMA ESPECIAL

1. Presentación esquemática del capítulo1

 Clave: perspectiva universal de la santidad en la Iglesia, en coherencia con la


eclesiología de Pueblo de Dios que restablece la igual dignidad de todos sus
miembros por el bautismo, pero a la vez diversificada según los estados. Retoma la
dimensión mistérica y trinitaria de la Iglesia (LG 1-4), a la vez que se remarca el
cristocentrismo al proponer a Cristo como modelo de toda perfección.

 LG 39: como introducción, se afirma que esta vocación es en la Iglesia y no sólo de


la Iglesia, con lo cual se quiere subrayar que es un llamado esencial y propio de su
interioridad. El planteo tiene sus raíces en la S.E.: por su origen trinitario, la Iglesia
no puede dejar de ser santa y santificadora, en sentido ontológico. Dios no es sólo
santo, como atributo divino, sino el Santo, la santidad en persona; esta verdad, ya
revelada en el Antiguo Testamento, llega a su culminación en el NT: Dios muestra
su santidad trinitaria y el Espíritu de Cristo no cesa de entregarla a su Iglesia.
Para desentrañar mejor la realidad de la santidad, se puede hablar de una
santidad ontológica u objetiva (la que viene de Dios) y de una santidad moral o
subjetiva (la que obra el cristiano aceptando el don de la gracia). La Reforma
presenta en este punto un temor con respecto al catolicismo y es el de una “santidad
por las obras”, por lo cual el postulado de Lutero reza “sola fe” y las obras son, en
realidad, sola acción de Cristo en los creyentes; pero hay que tener en cuenta que, en
las iglesias de la Reforma, no se excluye por este motivo la exigencia de la santidad.
Dentro de este contexto, el n 39 de LG habla de “los frutos de la gracia que el
Espíritu produce” y que se orientan a una perfección de la caridad; así la caridad
está en la esencia de la santidad2.
Por último, entre los frutos de la gracia, se destacan los consejos evangélicos y
entre ellos los tres clásicos de virginidad, pobreza y obediencia. Esta práctica no está
reservada sólo a los religiosos y el Concilio advierte en este punto sobre la
inconveniencia de apropiarse de los dones de Dios (que sería discriminatoria), en el
hecho mismo de subrayar la universalidad de este camino y su realización según los
diversos estados.

 LG 40: el eje organizador de este párrafo es cristológico, ya que por la Encarnación


todos están llamados a la unión divina. El llamamiento a la perfección viene de
Cristo (cf. Mt 5,48) y, además, de su Espíritu recibimos el estímulo interior para
1
Si bien en la estructura de Lumen Gentium este capítulo acompaña al de vida religiosa –expresamente no
designada como “estado de perfección”–, en el planteo de los consejos evangélicos se quiere formular
claramente que se trata de una vocación que alcanza a todos los bautizados en sus diferentes estados.
2
Cf. Philips, La Iglesia y su misterio II, 95.
2

seguirlo. La idea de perfección evangélica consiste en hacer la voluntad de Dios y


en ser misericordiosos como él lo es (Lc 3,36). Las ideas patrísticas sobre la
santidad como semejanza con Cristo (Orígenes) y participación de la bondad del
Espíritu Santo (Macario el Grande), llegan al centro en el planteamiento de Santo
Tomás en la afirmación de la perfección de la vida cristiana como caridad3, en
coherencia con el mandamiento nuevo del NT (cf. Jn 13,34; 15,12). La caridad en
Cristo y por la eficacia del Espíritu, tal es por consiguiente el alfa y el omega de
toda santidad (cf. 1Cor 13).
Pero se alcanza esta cima por las propias fuerzas? En respuesta nuevamente a la
cuestión protestante, se repite que la santidad es fruto del llamamiento, de la gracia y
de la justificación –el acento está puesto sobre la santidad ontológica y no sobre la
moral–. La posición católica, entonces, se pronuncia diciendo que “somos” santos y
que en virtud de ello hemos de “obrar” como santos. Para completar la presentación
del tema, falta hablar de la dimensión pecadora o de purificación, y el Concilio lo
hace indicando la necesidad del perdón y la reconciliación.
El párrafo concluye con una nueva referencia a la universalidad y una breve
exposición sobre la dimensión social de la santidad y su sentido de glorificación a
Dios.

 LG 41a: una vez planteada la vocación de santidad para todos (unidad), se inicia
ahora la presentación de la santidad según los diversos estados (multiplicidad). LG
41b: se refiere a la santidad de los obispos, designados como pastores, en alusión a
la solicitud, el afecto y la caridad pastoral con los que han de ejercer su ministerio.
La santidad personal del obispo está en relación con su servicio a la comunidad, su
crecimiento en la caridad da frutos apostólicos; en esto se pone de manifiesto, ya en
la tradición, lo importante de armonizar la contemplación y la acción de servicio. En
LG 41c se trata de la santidad de los sacerdotes, que ha de entenderse en conexión
con la del obispo: también ellos han de encontrar en su ministerio no un obstáculo,
sino un medio para llegar a ser más cristianos 4. La espiritualidad sacerdotal está
caracterizada claramente por el ministerio: plegaria, celebración de los misterios,
predicación, en y al servicio de la comunidad. LG 41d está dedicado a los ministros
de orden inferior, entre los cuales se destaca el diácono y los seminaristas.
Finalmente, en LG 41e se propone la santidad para los laicos, quienes recorren
un camino propio fuera del estado clerical. En el enfoque se privilegia la realidad
del matrimonio y la familia, que se pone en relación con el amor de Cristo por la
Iglesia: la unión conyugal no es sólo una imagen sino que participa de modo
místico y sacramental de esta unión.5 Se destacan luego tres grupos más: los célibes
(viudos y solteros), los trabajadores, los que sufren.

 LG 42: el último párrafo del capítulo está centrado en el tema de los consejos
evangélicos y trata acerca de los medios de la santidad. LG 42a expone el
fundamento de los diversos medios que es la caridad, que no es presentada primero
como mandamiento sino como don. Como exigencia de la caridad, se menciona en
primer lugar la escucha de la palabra, y luego la participación en los sacramentos y
el servicio a los hermanos. No se deja de introducir el grado supremo del amor que
es el martirio: “dar la vida” quiere decir ofrecer la vida en sacrificio a Dios y
asociarse al misterio redentor de Cristo mediante una gracia de caridad total. En 42b
3
Cf. Philips, La Iglesia y su misterio II, 99-100.
4
El tema está desarrollado más a fondo en Presbyterorum Ordinis y en Pastores Dabo Vobis.
5
Con este tema, se introduce lo que será materia de estudio en Gaudium et Spes.
3

se retoma el tema de los consejos y da prioridad a la virginidad por el Reino (cf. Mt


19,11-12).6

2. Trabajo Práctico: Santidad y el Pecado en la Iglesia7

A) Subrayar las ideas centrales del siguiente texto de Rahner de su artículo Iglesia de
los pecadores (en: ET VI, 295-313):

Por tanto si hay santidad y pecado en la “imagen manifestativa” de la


Iglesia (Iglesia es esencialmente “manifestación”, signo
históricamente perceptible y activo de la gracia de Dios en el mundo),
una y otra tienen la misma relación para con el fondo esencial de la
Iglesia y pertenecen a ella de igual manera. Su santidad
históricamente perceptible es expresión de lo que es y de lo que
sigue siendo hasta el fin de los tiempos indestructible e
inadmisiblemente: presencia de Dios y de su gracia en el mundo. La
Iglesia es siempre más que una asociación, más que una “Iglesia
jurídica” y una organización confesional, ya que a ella se ha vinculado
inseparablemente el Santo Espíritu de Dios. Ese Espíritu divino,
escondido en sí mismo, crea siempre una nueva visibilidad, que
convence al mundo, de su perdurable presencia en la santidad
perceptible de la Iglesia. (…) El pecado en la manifestación de la
Iglesia es, por el contrario, pecado en la Iglesia misma, en cuanto que
ésta es esencialmente “cuerpo” y figura histórica y en cuanto que
puede ser pecado en esa dimensión. El lugar existencial de origen del
pecado allí donde originariamente alienta, donde tiene su “corazón”,
está más hondamente escondido, está por debajo de las capas de lo
histórico y de lo social, en las cuales también, por supuesto, se
realiza, se hace pecado de la Iglesia. Pero ese pecado no es expresión
que manifieste lo que la Iglesia es en su viva y propia raíz, sino que es
contradicción que la oculta, en cierto modo enfermedad exógena de
su corporeidad (…) El pecado sigue siendo en ella lo que contradice a
su esencia. Su santidad, en cambio, es revelación de su fondo
esencial. (305-307)

B) A partir del siguiente texto, meditar acerca de la exigencia espiritual que nos plantea
el pecado de la Iglesia y expresarlo brevemente:

Si el pecado en la Iglesia llamase por de pronto a nuestra conciencia


los propios pecados; si nos aclarase para nuestro propio
estremecimiento que –sacerdotes o seglares, gentes poderosas o
pequeñas que seamos en el reino de Dios– también nuestros pecados
son pecados de la Iglesia, que todos contribuimos con nuestra parte a
su pobreza y a su indigencia; que así vale, aunque nuestros pecados
no tengan su sitio en ninguna crónica de escándalos eclesiásticos;
entonces nos encontramos en la auténtica actitud, a saber, en la

6
Para más desarrollo, cf. el esquema sobre vida religiosa (LG VI).
7
Referencias conciliares: LG 8c; 40a; 48c.
4

cristiana, para ver en su luz verdadera los pecados de la Iglesia. (…)


si hemos llorado alguna vez honradamente sobre nuestros pecados y
los pecados de la Iglesia, si nos hemos percatado en la confesión de
nuestra culpa de que toda santidad verdadera es gracia y milagro de
Dios y no evidencia engreída, entonces se aclarará nuestro ojo, limpio
en las lágrimas del arrepentimiento, para el misterio santo de Dios en
su Iglesia que se hace nuevo cada día (…) Una y otra vez podremos
rezar entre lágrimas, ya sean las lágrimas del arrepentimiento o las
lágrimas de la alegría: creo en la santa Iglesia (311-312).

5.2. ANTOLOGÍA DE TEXTOS: SANTIDAD Y PECADO

1. BALTHASAR, TEOLOGÍA DE LA HISTORIA


FUENTE: H.U. von Balthasar, Teología de la historia, Madrid, Encuentro, 1992.
TEMA: Iglesia de los santos
REFERENCIA CONCILIAR: LG 39-42; 48-51.

Las sorpresas y regalos del Espíritu a la Iglesia consistirán sobre todo en la


manifestación de aquella verdad que para una época —e igualmente, para una época de
la Iglesia— tenga importancia básica. El Espíritu da la palabra clave y la solución a las
preguntas candentes de la época: nunca en forma de una expresión abstracta (para
elaborar tal cosa ya están ahí los hombres), sino casi siempre bajo la figura de una
nueva misión concreta, sobrenatural, con la producción de un Santo, que haga vivir para
una época el mensaje del Cielo, la interpretación correspondiente del Evangelio, el
acceso concedido a esa época para entrar a la verdad de Cristo, propia de toda época.
¿De qué otro modo puede ser interpretada la vida sino mediante vida? Los Santos son la
tradición más viva, ésa misma también que siempre está indicada en la Escritura cuando
se habla del despliegue de las riquezas de Cristo, de la aplicación de su norma a la
Historia. Las misiones de los Santos son respuestas de arriba a las preguntas de abajo,
de tal modo que no es raro que empiecen por producir un efecto como de algo
incomprensible, como signos a los que hay que oponerse en nombre de todo lo sensato,
hasta que se presenta la «prueba de la fuerza». Pruebas tales fueron San Bernardo, San
Francisco, San Ignacio, Santa Teresa: todos ellos como montañas escupiendo fuego, que
lanzan continuamente lava candente desde la hondura más profunda de la Revelación, y
a pesar de toda tradición horizontal demuestran incontrastablemente la presencia
vertical del Kyrios vivo [el Señor], ahora y hoy.
Todas estas normas concretas en que el Espíritu expone a la Iglesia la Palabra de
Dios, están sometidas a variados azares y peligros: resistencias en los propios elegidos,
resistencias en su circunstancia, que obstaculiza su misión, resistencias, por fin, en la
Iglesia, que no escucha su mensaje o lo escucha sólo con desconfianza. Por eso tales
normas del Espíritu nunca pueden ser aplicadas independientemente de esas otras
normas «más formales» que son la Escritura, la Tradición y la función de enseñanza y
pastoral. Deben dejarse medir por éstas y no eludirán tal juicio si tienen el Espíritu de
Dios; pues éste es un Espíritu de Iglesia. Pero con todo, sigue siendo verdad que las
normas formales existen en obsequio a las normas vividas de la santidad. Y todo lo que
se establece para examinar y juzgar la santidad en la Iglesia, debe tener conciencia de
que en todo caso sólo puede serlo en el Espíritu Santo, el cual, como Espíritu de Cristo,
es siempre un Espíritu de humildad. Con la misma y humildad con que el individuo
debe dejarse orientar por la función eclesiástica, ésta debe dejarse orientar a su vez por
5

el Espíritu de Cristo, que refulge en la santidad de la Iglesia. Porque no serán los


dignatarios los que se sienten con Cristo a juzgar en el día del Juicio Final, sino los
santos. Pero como el mismo Espíritu Santo produce tanto la santidad subjetiva cuanto la
objetiva, ambas están mutuamente implicadas, y sólo un espíritu de división podría
intentar sembrar desconfianzas entre ellas o afirmar su inconciliabilidad.

2. KARL RAHNER, EL PECADO EN LA IGLESIA


FUENTE: K. Rahner, El pecado en la Iglesia, en: G. Baraúna, La Iglesia del Vaticano
II, Barcelona, Flors, 1966.
TEMA: El pecado en la Iglesia.
REFERENCIA CONCILIAR: LG 8c.

En resumen: por el objeto mismo y por la historia del dogma eclesiológico la


cuestión de la Iglesia de los pecadores es un problema real, el cual, todavía no ha sido
suficientemente elaborado y, en una eclesiología normal de nuestro tiempo, aún no ha
encontrado el lugar que le corresponde. Sin embargo, esta pregunta es de verdadera
importancia religioso-existencial, tanto para la vida del individuo como para la de la
misma Iglesia. El hecho es que el pecado del individuo (el de los pastores y el de la
grey) tiene importancia para la Iglesia, le afecta, es una cuestión que apenas aparece en
la doctrina sobre el pecado que la teología y la predicación normales nos ofrecen, aun
con ser un tema que se remonta a la tradición más antigua, a la misma Escritura. Pues,
sin la doctrina sobre la trascendencia del pecado y de la culpa individuales para la
Iglesia, no se puede comprender toda la polifacética historia de la penitencia, desde sus
raíces en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento hasta la Edad Media
posterior. Este tema puede y debe tener gran importancia en la vida religiosa del
individuo y en el «despertar de la Iglesia en las almas». Y, cuando se trata de una
constante «metanoia» en la Iglesia y no de una mera adaptación de la liturgia, del
derecho y de la pastoral a las circunstancias del tiempo, ¿cómo puede estar viva en toda
su agudeza y profundidad la conciencia de Ecclesia semper reformanda, si
instintivamente nos hacemos la idea de que sus miembros son imperfectos e incluso
pecadores, pero ella en sí misma no tiene ningún defecto, pues es indefectiblemente
«santa» y las deficiencias de los individuos son incapaces de proyectar ninguna sombra
sobre la Iglesia?
El tema tiene también una gran importancia ecuménica. La teología protestante
hace constantemente el reproche de que la eclesiología católica procede: «desde
demasiado arriba», considerando la Iglesia solamente como una institución objetiva,
como una «institución salvífica», y glorificándola luego con una luciferiana theologia
gloriae (teología de la gloria), en lugar de ver en ella—con una theologia crucis
(teología de la cruz)—la comunidad de los Pecadores. La cual necesita purificarse de su
culpa siempre nueva, suplica cada instante el evento actual de la gracia de Dios, siendo
verdadera Iglesia, en la medida en que está bajo la Cruz; de modo que no se
enorgullezca de su gloria, sino confiese su pecado y, solamente así, sea «santa». Una
respuesta católica a esta «protesta» contra la verdadera –o aparente– idea del
catolicismo acerca de la santidad de la Iglesia, ha de tener en cuenta toda la doctrina
católica sobre la relación entre la naturaleza y la gracia; la esencia de la gracia y de la
justificación; la verdad y la falsedad del principio luterano simul iustus et peccator
(simultáneamente justo y pecador); la relación entre el aspecto presente y el futuro de la
existencia cristiana y de la Iglesia» Pero la pregunta: ¿En qué medida los católicos
respetamos doctrinalmente y traducimos a la práctica de nuestra vida eclesiástica la
condición peregrinante de la pecadora ecclesia crucis, a la vez que creemos en la santa
6

ecclesia gloriae?. Es una cuestión seria que la teología protestante nos plantea. Por eso,
nuestro tema es también de gran importancia ecuménica.

3. H.U. VON BALTHASAR, CASTA MERETRIX


FUENTE: H. U. Von Balthasar, “Casta Meretrix”, en: Ensayos teológicos 2. Sponsa
Verbi, Madrid, Guadarrama, 1964.
TEMA: El pecado de la Iglesia
REFERENCIA CONCILIAR: LG 8c; V.

El pecado causó la muerte redentora de Cristo; él es también el que causa la pasión y la


muerte del Cuerpo místico, en el que se prosigue la redención. No hay otra diferencia sino la de
que el Señor muere únicamente por el pecado de los otros, y, en cambio, el Cuerpo místico, en
cuya muerte se redime la humanidad a sí misma, muere por su propio pecado. Ambas pasiones
son, pues, distintas. La de la Cabeza es inmaculada..., la de la humanidad no posee esa pureza,
sino que aspira hacia ella... Todavía la ley del pecado desahoga su cólera en todos los hombres,
y el 'Cuerpo de Cristo' está ahí para ellos, para los hombres todos, tal como son, y ello, en no
pequeña parte, mediante los sufrimientos y dolores que los hombres se ocasionan mutuamente,
que cada uno, consciente o inconscientemente se ocasiona a sí mismo, con frecuencia en una
mezcla extraña de inconsciencia, maldad y buena intención...
La humanidad es pecadora, lleva el peso de los pecados ya cometidos y lo aumenta con
sus nuevas prevaricaciones. De esta manera se va formando, no sin que la gracia intervenga, un
inmenso anhelo de justicia y de amor en ella (la humanidad), un anhelo que, sin embargo,
permanece tan vago, tan lleno de malentendidos, que se parece a la tragedia de un gigante ciego
que se devorase furiosamente a sí mismo durante la noche. De esta humanidad está hecha la
Iglesia, sin embargo. Aquí reside la dificultad, aquí comienza el increíble asombro, el escándalo.
Que la Iglesia tenga mártires, que los inocentes hayan de ser perseguidos y padecer
enfermedades, es algo que podría en todo caso comprenderse. Pero que la Iglesia de Cristo,
elegida por El para ser santa e inmaculada, sin mancha ni arruga de ningún tipo, elegida por
Dios desde la eternidad para recibir la fe en lugar del niño, en santidad y pureza, que esta Iglesia
sea un cuerpo de pecado, manchada, tan mísera y perversa que incluso en sus manifestaciones
más auténticas aparezca ampliamente su miseria moral: esto, decimos, es incomprensible. Y, sin
embargo, así es verdaderamente. El santo Cuerpo místico de Cristo es un cuerpo en el que se
está realizando la redención sin haberse realizado ya completamente; el pecado permanece,
pues, siempre presente y activo, pues toda generación que retrocede le hace florecer de nuevo
allí donde, en última instancia, tiene su lugar necesario; el lugar de aquel que debe ser arrojado
fuera constantemente, de aquel que es ocasión de todas las insidias que hacen que aquélla sea
arrojada siempre fuera, el lugar en el que la redención realiza su difícil obra.
El bautismo, que otorga la redención a cada individuo, elimina ciertamente todos los
pecados que el alma tiene en ese momento, mas no por ello ciega la fuente de los pecados, como
dice explícitamente el Concilio de Trento (Dz 802-806). E bautizado tiene que luchar dentro de
sí mismo contra las potencias que le inducen al pecado, más aún, tiene que luchar contra sí
mismo, pues con demasiada frecuencia es él el más grande tentador de sí mismo; y al bautizado
le es imposible, sí, realmente imposible evitar todo pecado (Dz 833). Siempre se cernirá sobre
su existencia la terrible posibilidad de perder la bienaventuranza. De igual manera (salvando
todas las distancias, desde luego, pues la Iglesia, en cuanto es Cristo que sigue viviendo, es
fuente de la santidad y, en cuanto tal, inmaculada), en la Iglesia militante, en su generalidad,
sigue estando viva la fuente del pecado. Pues lo que el bautismo es para el individuo, eso es la
muerte de Cristo para el Cuerpo místico en su conjunto. La Iglesia consta de pecadores; su
oración es oración propia de pecador: 'Perdónanos nuestras culpas, así como nosotros
perdonamos a nuestros deudores. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores'.
De igual forma que la cizaña prolifera siempre, obstinadamente, en el campo, así crece en la
Iglesia el pecado, contagioso y obstinado: sólo será arrancado cuando la misma Iglesia muera, al
final de la Ultima Cosecha.
7

No por ello es menos real la santidad de la Iglesia, pero es una santidad realista, una
santidad de la Iglesia militante, que es santa por lo que Dios pone en ella, por lo que Dios obra
en ella. No lo es por lo que los hombres aportan a ella, de sí mismos, ni tampoco por la
actividad que aquéllos desarrollan en ella, en la medida en que este obrar procede de hombres.
¡Ay de los hombres de la Iglesia que se consideran a sí mismos justos y mejores que los demás!
Entre los miembros del Cuerpo místico y los más pobres existe, por el contrario, un profundo
parentesco, que es percibido y querido por los que son sinceros. Mas si los miembros del
Cuerpo místico son pecadores, tienen que comportarse también como pecadores, e incluso allí
donde quieren librarse de su pecado atestiguan de múltiples modos, y no en el último lugar por
el modo como quieren liberarse del pecado, que permanecen siempre adheridos a él. Hay que
exceptuar, naturalmente, aquellos actos de la Iglesia que son actos del Señor y en la medida en
que lo son; por ejemplo, la realización de los sacramentos o la solemne proclamación de una
verdad de fe. Aquí no hay más que santidad. Pero en todos los demás sitios, en todos los lugares
en que el hombre actúa como hombre, en todo lo que hacen los cristianos, incluso los mejores,
en todo lo que hacen los dirigentes de la Iglesia, incluso los que ocupan puestos más altos, se
darán a conocer de manera inevitable y frecuente la debilidad y la astucia humanas, la huella del
pecado humano. Incluso los santos sólo escapan completamente a esta miseria cuando han
llegado a su máxima madurez espiritual, en el momento de su muerte. Ciertamente la Iglesia
hace lo que puede para preservar de esto a los pastores de la Iglesia, tanto más cuanto más
graves consecuencias tengan sus acciones, pero no los violenta, pues esto equivaldría a suprimir
al hombre" (Emile Mersch: Théol. du Corps Mystique, 1944, I, pp. 364-368).

4. COMISIÓN TEOLÓGICA, MEMORIA Y RECONCILIACIÓN


FUENTE: Comisión Teológica Internacional, Memoria y reconciliación. La Iglesia y las
culpas del pasado, Madrid, BAC, 2000, III. Introducción, 41-42.
TEMA: El misterio del pecado en la Iglesia.
REFERENCIA CONCILIAR: LG 8c.

FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS. «Es justo que, mientras el segundo milenio del


cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de
sus hijos recordando todas las circunstancias en las que, a lo largo de la historia, se han
alejado del espíritu de Cristo y de su evangelio, ofreciendo al mundo, en vez del
testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el espectáculo de modos de
pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y de escándalo. La Iglesia,
aun siendo santa por su incorporación a Cristo, no se cansa de hacer penitencia: ella
reconoce siempre como suyos, delante de Dios y delante de los hombres, a los hijos
pecadores» (TMA 33). Estas palabras de Juan Pablo II subrayan cómo la Iglesia se
encuentra afectada por el pecado de sus hijos: santa, en cuanto hecha tal por el Padre
mediante el sacrificio del Hijo y el don del Espíritu, es en un cierto sentido también
pecadora, en cuanto asume realmente sobre ella el pecado de aquellos a quienes ha
engendrado en el bautismo, análogamente a como Cristo Jesús ha asumido el pecado del
mundo (cf. Rom 8,3; 2 Cor 5,21; Gal 3,13;1 Pe 2,24)8. Por otra parte, pertenece a la más
profunda autoconciencia eclesial en el tiempo el convencimiento de que la Iglesia no es
sólo una comunidad de elegidos, sino que comprende en su seno justos y pecadores, del
presente y del pasado, en la unidad del misterio que la constituye. De hecho, tanto en la
gracia como en la herida del pecado, los bautizados de hoy son convecinos y solidarios
con los de ayer. Por ello se puede decir que la Iglesia, una en el tiempo y en el espacio
en Cristo y en el Espíritu, es verdaderamente «santa al mismo tiempo y siempre
necesitada de purificación» (LG 8). De esta paradoja, característica del misterio eclesial,
8
Se piense en el motivo, presente en autores cristianos de diversas épocas, del reproche a la Iglesia a
causa de sus culpas, uno de cuyos ejemplos más representativos lo constituye el Liber asceticus, de
Máximo el Confesor, PL 90, 912-956.
8

nace el interrogante de cómo conciliar los dos aspectos: de una parte, la afirmación de fe
de la santidad de la Iglesia; de otra parte, su necesidad incesante de penitencia y de
purificación.

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