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Francamente me están hastiando las películas de hoy, son muy edulcoradas, poco apegadas a

decir algo sobre el mundo, y cuando lo dicen, lo hacen por un premio, y a fin de año. Miren, esto y
con una bala en la pierna, el hilo de sangre toca fin en una posa de miseria producida ha puñetazo
limpio en la cara de alguien que ya ni recuerdo el nombre. Me pongo a pensar. Lo único que
recuerdo son esas tardes de otoño. El sol golpeaba tímidamente al estar bloqueado por esas
nubes. Las hojas bailaban con el viento, el cual tocaba mi cara con dulzura. Mis manos se
entrelazaban en sus cabellos y mi voz le contaba sobre mis utopías. Estaba solo engañándome
cuando tocaron a la puerta.

Ahí venían, quieren tocarme, hacerme añicos, convertirme en su igual. Son zombis, entes
caminantes provenientes de una ciudad muerta, corroída por pecados eternos. Yo no soy así, ellos
lo quieren, no los dejare. La bala sigue alojada en mi pierna. Eso que está en el piso sigue muerto.
Así que solo consta pararse. Cuando el dolor corre por mi espalda lo escucho.

-No has cambiado nada- me dicen el muerto.

-Deja de imaginar cosas, eso ha perdido los dientes- dijo mientras apoyo mis manos llenas de
sangre en una mesa. En ella estaba mi cena: Carne con puré, un cuchillo, un tenedor y un vaso con
cerveza. Cierro los ojos, veo un golpe, un perdón y una huida. El resto deviene fácilmente. Con la
bala fuera, me presto a buscar algo en mi cabeza que me prepare para derramar sangre y evitar mi
caída. Pero la veo a ella.

Me cranee un mes para decirle que la quería. La perdí en un segundo. Le pedí mil perdones. En
cada uno de ellos se me fueron los mil discursos que me aprendí se fueron diluyendo. Me prometí
desde ese día que no volvería a ser lo yo era. Y hasta ahora lo cumplía, hasta que ese sujeto llego,
como loco a casa, a robarme.

-Tienes cosas que no mereces- me decía, me decía que la suerte que yo tenía era la peor inversión
de dios. Mi frente sudaba a mares y cuando le iba a responder algo, me pego un balazo

-El que manda aquí soy yo- me dijo cuándo prestaba a pegar otro balazo, pero por gracia divina la
pistola se trabo. Qué pena por él.

En una ciudad donde dios ha decidido callar, esa explosión llamo a su familia. La sangre derramada
voló en el aire y los hizo enfurecer. Al salir de mi casa vi a mis demonios personales encarnados en
los trabajadores y miserables que alguna vez prometí conducir a la victoria. Era yo y mis puños.
Corrí hacia ellos.

Fue la peor masacre que había visto. Ellos se aparecían en cada cara, les pedía que me dejaran en
paz, que quería estar solo. Los puñetazos corrían desesperados tocando sus caras igual que ese
viento, volaban como esas hojas de otoño. La sangre se pegaba a mis cabellos. Mi voz le gritaba
mis utopías egoístas. Mi última víctima olía a ella. Era una vil furcia.

Dios no existe. Lo único que existe es la sangre en mis manos. Un ratón que paso al lado mío me
pregunto si quería tomar una cerveza. Le dije que sí. Cuando me pregunto el porqué de esa pelea

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