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CASOS DERECHOS HUMANOS

CASO MARITZA URRUTIA

Caso ilustrativo No. 33

Privación arbitraria de libertad y tortura de Maritza Urrutia

I. ANTECEDENTES

En 1992 el Gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) se


encontraban debatiendo, en el marco de las negociaciones de paz, el tema de los derechos
humanos, sobre el cual aún no habían llegado a consensos que les permitieran suscribir un
acuerdo. El último acuerdo alcanzado, sobre el tema de la “Democratización para la búsqueda
de la Paz por medios políticos”, había sido suscrito en julio de 1991.

En las negociaciones influían no sólo las acciones de guerra como tales, sino también las
denominadas operaciones psicológicas, desarrolladas por el Ejército, utilizadas como un factor
importante para la desmoralización del enemigo.

En este contexto, el Ejército presentó ante los medios de comunicación a más de diez
miembros de la URNG, indicando que habían desertado de las filas insurgentes y solicitado la
protección de las fuerzas armadas. En enero de 1992 seis de ellos fueron entregados por la
institución castrense al procurador de los Derechos Humanos. En dicho traspaso, el Ejército
aseveró que pertenecían a la guerrilla y que “fueron abandonados mal heridos por sus
compañeros en distintas partes del país en que opera la insurgencia”.

En relación con esta operación del Ejército, el procurador de los Derechos Humanos indicó que
dos de los presuntos guerrilleros puestos bajo su custodia habían pertenecido a la Institución
Armada desde hacía dos años, devengando un salario, y que al menos en uno de los otros
cuatro casos existía evidencia de que la persona no perteneció nunca a las filas insurgentes.

En este marco tuvo lugar la privación arbitraria de libertad y tortura de Maritza Urrutia García,
maestra, estudiante de antropología y miembro del grupo insurgente Ejército Guerrillero de
los Pobres (EGP), donde militaba utilizando un seudónimo.

II. LOS HECHOS

A las ocho y cuarto de la mañana del 23 de julio de 1992, mientras caminaba por la quinta
avenida de la zona 13 de la ciudad capital, después de dejar a su hijo en el colegio, Maritza
Urrutia fue secuestrada por cuatro hombres armados que se desplazaban en un vehículo
blanco con vidrios ahumados. Durante la captura hubo un forcejeo y Maritza perdió un zapato,
que sirvió como evidencia para la familia a la hora de presentar una denuncia a la Policía
Nacional, y solicitar la investigación del caso.

Una vez que la introdujeron en el vehículo, los captores, quienes conocían el seudónimo
político de la víctima, le taparon la cabeza con un chaleco y la condujeron a un lugar que
aparentaba ser un estacionamiento. Le cambiaron la capucha y en esta situación la
mantuvieron, de hecho, durante todo su cautiverio.

Sin embargo, la víctima pudo identificar el lugar: en varias oportunidades sintió el paso del
vehículo sobre túmulos y, bajo la capucha que le cubría el rostro, vislumbró mochilas verde
olivo y armas grandes. También escuchó redoblantes con toque militar a las seis de la mañana
y a las seis de la tarde. En otra oportunidad observó a una persona con los zapatos bien
lustrados y pantalones color caqui. Por fin, uno de sus captores le indicó que se encontraba en
poder del Ejército.

Asimismo, dos testigos, ex miembros de la Inteligencia militar, confirmaron a la CEH que


habían participado en el secuestro de Maritza y que ésta estuvo detenida en las instalaciones
ubicadas tras la sede de la Policía Militar Ambulante, exactamente en la 16 avenida, frente a
las casas marcadas con los números 13-65 y 13-85 de la zona 6, donde funcionaba una cárcel
clandestina denominada La Isla.

Además, a partir de una fuente sólida, la CEH ha podido determinar que “en el caso de Maritza
Urrutia participaron por lo menos ocho especialistas del Ejército y dos oficiales, todos
miembros de la Inteligencia del Ejército”.

El interrogatorio a que fue sometida la detenida versó, en un comienzo, sobre el padre de su


hijo —de nombre Esteban, quien también militaba en el EGP—, sobre su hermano y otros
miembros de la familia. Con este motivo, le presentaron correspondencia entre ella y Esteban,
que días antes los captores habían interceptado. Le mostraron, también, varias fotografías
para que identificara a las personas retratadas, algunas de las cuales mostrataban signos de
tortura o mutilaciones, siendo advertida que ella y el padre de su hijo seguirían esa misma
suerte si no cooperaba. También la amenazaron con que nunca más iba a ver a su hijo.

Desde el primer día de su detención se le permitió mantener comunicación telefónica con sus
familiares. La primera llamada la hizo desde el recinto donde estaba detenida, para solicitarles
que fueran por su hijo al colegio, pero las demás las realizó desde teléfonos públicos cercanos
al lugar, hasta donde era llevada sin previo aviso por sus celadores, quienes supervisaban tales
comunicaciones, en las que sólo debía referirse a su “buen estado”, a su deseo de abandonar
la organización guerrillera y a su pronto regreso a casa.

El cautiverio de Maritza Urrutia se prolongó por ocho días, durante los cuales, salvo las pocas
idas al baño o las llamadas telefónicas, fue mantenida en un cuarto, sentada en una cama y
con la mano esposada a la cabecera. En el lugar, día y noche se mantenía la luz encendida y un
radio con todo el volumen, lo cual le provocó tormento, le impidió dormir y causó graves
alteraciones en su sistema nervioso. Durante las noches, entraban y salían hombres de la
habitación, quienes la observaban y le repetían que tenía que cooperar con ellos.
La víctima pudo observar varias veces el rostro del militar que estuvo a cargo de la operación,
cuyas características físicas coinciden con las de un miembro de la Inteligencia militar. Otros
testigos también señalan que esta persona fue la encargada de dirigir la operación.

El viernes 24 de julio los captores obligaron a la víctima a ser protagonista de un vídeo donde
manifiestaba su voluntad de abandonar las filas del EGP y “agradece” a las personas que la
habían ayudado a concretar dicho propósito. El vídeo finalizaba con un llamado a todos sus
compañeros para que abandonasen la lucha armada.

La filmación se realizó mediante la lectura obligada de guiones escritos en una pizarra o en


cartulinas. Además, se le proporcionó maquillaje y ropa, que llegaba con etiquetas de una
tienda cercana a la cárcel clandestina denominada La Isla, donde se estima permaneció
detenida.

El miércoles 29 se realizó la grabación final. Esa tarde la víctima fue obligada a llamar a dos
estaciones de televisión y a pedir que transmitieran una cinta que “les enviaría”. Esa
videograbación fue, en efecto, transmitida a las diez de la noche y en ella Maritza Urrutia
aparece asegurando que no fue secuestrada sino que se encontraba con personas a las cuales
había recurrido para obtener protección y poder abandonar las actividades ilegales. La familia
denunció a los medios de comunicación que la filmación era un montaje.

El jueves 30 de julio Maritza Urrutia fue conducida por sus captores al Ministerio Público, bajo
la condición de solicitar la amnistía, fundamentada en el Decreto 32-88 del Congreso de la
República. La amnistía le fue concedida a ella, que había sostenido públicamente su militancia
hasta 1992 en el EGP, pese a que el Decreto la hacía aplicable sólo a quienes habían militado
hasta el 23 de junio de 1988.

El propio fiscal general de la nación le acompañó al Juzgado Quinto de Instrucción del Ramo
Penal, donde se levantó el acta de aplicación de la amnistía.

Sin embargo, ninguna autoridad judicial indagó sobre la legalidad de su detención. El fiscal
general apoyó la versión oficial de que no existían indicios de secuestro, en clara contradicción
con el expediente que él mismo remitiera al Organismo Judicial, el cual contiene, como
resultado de la investigación policial, las declaraciones, ante la Policía, de dos testigos de los
hechos.

Por su parte, la juez del Juzgado Quinto de Instrucción no interrogó a Maritza Urrutia sobre su
captura y las condiciones de la detención, ni sobre su militancia política. La víctima sostiene
que el documento que le concedió la amnistía ya estaba preparado con anticipación a su
presentación ante la juez.

Al finalizar la diligencia, el fiscal general llevó nuevamente a Maritza Urrutia a la sede del
Ministerio Público, donde sostuvo una conferencia de prensa en la cual, aún presa del terror
debido a las amenazas, repitió lo dicho en la videograbación que había sido transmitida por los
medios de comunicación.

Al cabo de cierto tiempo, y ya bajo la protección de una entidad humanitaria, la víctima fue
trasladada por sus parientes a un lugar seguro, donde permaneció hasta el 7 de agosto,
cuando salió de Guatemala con rumbo a los Estados Unidos, pese a que los captores también
le habían impuesto la condición de no abandonar el país.

En su última semana en Guatemala, funcionarios gubernamentales intentaron insistentemente


comunicarse con ella, y el fiscal general la citó para que declarara ante los tribunales.

Por otro lado, el presidente Serrano objetó ante representantes de la Embajada de los los
Estados Unidos la emisión de una visa a favor de Maritza Urrutia, pues consideraba que la
URNG podría usar como pretexto este caso para romper las negociaciones de paz.

La víctima denunció el hecho ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde


presentó una declaración jurada sobre lo sucedido. Lo mismo hizo ante el Experto
Independiente de Naciones Unidas para Guatemala.

Luego que se halló en el exterior, el Gobierno reaccionó con dureza ante todas las entidades
que le habían prestado protección. El ministro de la Defensa acusó a la Oficina de Derechos
Humanos del Arzobispado de haber obligado a Maritza Urrutia a partir al extranjero y amenazó
a uno de sus abogados con expulsarlo del país. Otros funcionarios acusaron al procurador de
los Derechos Humanos de haber encubierto un delito. Además, el Gobierno solicitó a la
embajada de los Estados Unidos que retirara a uno de sus funcionarios por “injerencia en
asuntos internos”.

El expediente judicial No. 2038-92, Oficial 5º, a cargo del Juzgado Cuarto de Instancia Penal,
correspondiente a este caso, se encuentra desde el 19 de junio de 1995 en poder del
Ministerio Público, sin que hasta la fecha y de conformidad con lo que establece el Código
Procesal Penal se haya efectuado diligencia alguna.

III. CONCLUSIONES

La CEH, considerando todos los antecedentes reunidos en la investigación de este caso, llegó a
la convicción de que Maritza Urrutia sufrió violación de su derecho a la integridad personal,
mediante la tortura cometida por efectivos del Ejército, quienes le inflingieron sufrimientos
psicológicos y aplicaron sobre ella métodos tendientes a anular o disminuir su personalidad.
Esta violación no admite justificación basada en la calidad de miembro de una organización
insurgente que ostentaba la víctima.

Del mismo modo, la CEH llegó a la plena convicción de que la anterior violación ocurrió en el
marco de una detención arbitraria y contraria a la legislación guatemalteca, practicada por los
mismos agentes del Estado en la persona de la víctima, violando su derecho a la libertad
personal.

Además, atendida la evidente circunstancia de no haberse realizado una investigación sobre el


caso, de habérsele negado a la víctima el derecho a obtener protección judicial y de omitir un
procedimiento para hacer efectivas las responsabilidades de los autores, la CEH se formó la
convicción de que las autoridades del Estado de Guatemala faltaron gravemente a su deber de
investigar y sancionar estas violaciones de derechos humanos, desconociendo el derecho a la
debida protección judicial de la víctima y a la justicia.

Esta última violación se ve agravada por la circunstancia que el Estado, a través de agentes
suyos en el Ministerio Público y los tribunales, protegió a los autores y colaboró con ellos,
encubriendo la naturaleza de sus acciones y obedeciendo a la influencia ilegítima y perniciosa
que el Organismo Ejecutivo, en particular el poder militar, aún ejercía sobre otros organismos y
funcionarios del Estado en el año 1992.

Finalmente, la CEH considera que este caso, acaecido en el período de las negociaciones de
paz, es ilustrativo de la intensificación de operaciones psicológicas del Ejército en apoyo a la
lucha contrainsurgente, entre las cuales destacó la manipulación publicitaria de prisioneros,
con la finalidad de bajar la moral a la contraparte. Algunas de dichas operaciones
prescindieron del respeto a los derechos humanos.

MASACRE PLAN SANCHEZ


La masacre Plan de Sánchez se produjo en el poblado guatemalteco de Plan de Sánchez,
departamento de Baja Verapaz, el 18 de julio de 1982. Más de 250 personas (principalmente
mujeres y niños, y casi exclusivamente de la etnia maya achí) fueron abusadas sexualmente,
torturadas y asesinadas por miembros de las Fuerzas Armadas de Guatemala y sus aliados
paramilitares de las PAC (Patrullas de Autodefensa Civil).

Los asesinatos ocurrieron durante una de las fases más violentas de la Guerra civil de
Guatemala, que arremetió contra varios grupos de insurgentes izquierdistas en contra del
gobierno y las fuerzas armadas. Después de asumir el poder en marzo de 1982, el presidente
Efraín Ríos Montt lanzó una campaña militar que triunfó ampliamente destruyendo la
insurgencia, pero a costa de muchas vidas y casos de violación a los derechos humanos. La
masacre en Plan de Sánchez fue un elemento en la política de tierra quemada del gobierno, y
el pueblo fue el objetivo debido a la sospecha de las autoridades de que los habitantes estaban
albergando o ayudando a los grupos guerrilleros.

Después de la masacre, el pueblo fue prácticamente abandonado por algunos años y a los
sobrevivientes les fue dicho que se tomarían represalias si ellos hablaban sobre el incidente o
revelaban la ubicación de las numerosas fosas comunes que habían ayudado a cavar. Con el
regreso gradual de la democracia, que empezó a finales de los años 80's y a principios de los
90's, muchos de los sobrevivientes sintieron que podían comenzar a hablar de los asesinatos
sin temer por sus vidas. Varias acusaciones fueron archivadas con las autoridades en 1992 y,
en 1993, una investigación criminal fue lanzada. De cualquier manera, haciendo frente a
retrasos y otras irregularidades en los procedimientos, y obstruida por una Ley de
Reconciliación Nacional que permitía amnistías a los perpetradores acusados, los
sobrevivientes vieron que las ayudas legales de Guatemala no fueron efectivas en este caso, y
consecuentemente decidieron presentar una queja con la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) en 1996.

La CIDH procesó la demanda, recibió un reconocimiento parcial de la responsabilidad


institucional del presidente electo democráticamente Alfonso Portillo en el primer año de su
mandato, y finalmente aludió el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para
juicio y arreglo final. En 2004, la Corte Interamericana decretó dos juicios, en los que se
estableció la deuda de Guatemala en el caso y se solicitaron varias formas de compensación
(monetarias, no monetarias y simbólicas) a los sobrevivientes y los parientes de los fallecidos.

CASO MOLINA THEISSEN


San José, 16 de julio de 2004

Un acto público de reconocimiento de responsabilidad internacional y desagravio de Marco


Antonio Molina Theissen y de sus familiares, con la asistencia de las más altas autoridades del
Estado; un Centro Educativo en memoria de los más de 4500 niños desaparecidos durante el
conflicto en Guatemala con una placa con el nombre de Marco Antonio; y la implementación
de un sistema de información genética que permita la determinación y esclarecimiento de la
filiación de los niños desaparecidos y su identificación, fueron algunas de las reparaciones
otorgadas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos para el caso de la desaparición
forzada del niño Marco Antonio Molina Theissen, ocurrida en Guatemala en 1981.

Marco Antonio fue secuestRado el 6 de octubre de 1981 y luego desaparecido, cuando tres
agentes del Estado ingresaron en la casa de su familia, golpearon y encerraron en una
habitación a la madre y se llevaron al niño, de sólo 14 años de edad.

El día de ayer, el alto tribunal notificó la sentencia del 3 de julio de 2004. La Corte reconoció en
su sentencia no sólo el sufrimiento y la angustia por la pérdida de Marco Antonio para sus
familiares, sino también la frustración de los proyectos de vida del niño y los miembros de su
familia. Asimismo, reiteró la obligación internacional de los Estados respecto a la obligación
especial de protección a los niños.

El Estado de Guatemala reconoció su responsabilidad internacional en este caso durante la


audiencia convocada ante la Corte el pasado 26 y 27 de abril del presente año en donde
expresó su sentimiento de pesar y pidió perdón por lo ocurrido a Marco Antonio y a su familia.

Un importante punto de la sentencia de la Corte establece la necesidad de que los familiares


de Marco Antonio conozcan la verdad de lo sucedido al niño y saber donde se encuentran sus
restos. Con el fin de satisfacer este derecho, la Corte estableció que el Estado debe localizar y
entregar a la familia los restos mortales de Marco Antonio en un plazo razonable.

De la misma manera, la sentencia hace énfasis en la obligación del Estado de investigar y


sancionar a los responsables de las violaciones cometidas en contra de Marco Antonio y sus
familiares y de garantizar que se realice el proceso penal interno tendiente a garantizar el
juzgamiento de los responsables de los hechos, sin eximirse de esta responsabilidad con el
establecimiento de medidas que impidan la persecución penal y que supriman los efectos de la
sentencia condenatoria.

Por otra parte, la Corte estableció reparaciones que superan a las víctimas en el caso y tienen
que ver con las garantías de no repetición que conserven viva la memoria de la víctima y
mantengan la conciencia pública: se designó que un Centro Educativo en Ciudad de Guatemala
lleve un nombre que aluda niños desaparecidos durante el conflicto en ese país y que en dicho
centro se coloque una placa en tributo de Marco Antonio Molina Theissen.

Según declaraciones de miembros de la familia Molina, es de gran importancia la impartición


de justicia en el caso y aunque valoran en toda su magnitud que la sentencia per se, tal como
lo estableció la Corte, es reparadora, renunciarían a todo con tal de tener a Marco Antonio en
su familia ya que no existe compensación suficiente para el sufrimiento que ha significado la
pérdida de Marco Antonio. Para su madre, Doña Emma Theissen de Molina, esta sentencia
representa una gran responsabilidad ante la sociedad guatemalteca porque es algo que muy
pocas familias van a recibir. Ella manifestó la necesidad de hacer algo que beneficie a su país
en nombre de Marco Antonio, en nombre de lo que él hubiera hecho en la vida que le fue
lamentablemente arrebatada.

CEJIL considera muy positiva la actitud del Estado de Guatemala en este caso. No obstante
ello, la voluntad política expresada en la audiencia deberá verse reflejada en el cumplimiento
oportuno por parte del Estado de todos y cada una de las reparaciones establecidas en la
sentencia de la Corte. Vale recordar que las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos son de cumplimiento obligatorio para los países miembros de la Organización de
Estados Americanos (OEA) que han aceptado su competencia.

CASO CARPIO NICOLLE


San José, 13 de Diciembre de 2004

El día 9 de diciembre la Corte Interamericana notificó la sentencia del caso Carpio Nicolle,
donde declaró que su ejecución extrajudicial tuvo una motivación política. Además, la Corte
estimó que en el proceso de investigación interno hubo una obstrucción continua por parte de
agentes del Estado y de los llamados “grupos paralelos” en el poder, así como una falta de
diligencia en el desarrollo de las investigaciones, lo cual ha determinado que hasta ahora exista
impunidad total respecto de los hechos ocurridos el 3 de julio de 1993. Todo ello se ha visto
acompañado de constantes amenazas y actos intimidatorios contra los familiares, testigos y
operadores de justicia.

Jorge Carpio Nicolle fue un connotado político y periodista guatemalteco que a través del
partido político Unión del Centro Nacional (UCN) y del Diario “El Gráfico” -ambas creaciones
suyas- expresaba sus ideas a la sociedad guatemalteca y participaba en decisiones políticas
trascendentales de su época. El 3 de julio de 1993, durante una gira de campaña presidencial,
la caravana con la comitiva que acompañaba a Carpio fue interceptada por miembros de las
Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). Fueron asesinados Carpio, Juan Vicente Villacorta,
Alejandro Ávila Guzmán y Rigoberto Rivas, y el entonces menor de edad Sydney Shaw Díaz fue
herido.

Carpio fue asesinado por su oposición a las propuestas de leyes de amnistía luego del
autogolpe de Jorge Serrano Elías en 1993, y para evitar que llegara a ser Presidente del país.

Durante las audiencias públicas convocados por la Corte y que se realizaron el 5 y 6 de julio del
presente año, el Estado de Guatemala aceptó su responsabilidad internacional por los hechos
y violaciones denunciadas y pidió perdón a los familiares. Sin embargo, no aceptó las
pretensiones de reparaciones morales y económicas de los demandantes, por lo cual la
audiencia se centró en las reparaciones debidas.

En su sentencia, el Máximo Tribunal ordenó al Estado reparar económicamente a las víctimas y


a sus familiares pero también le ordenó investigar efectivamente los hechos del caso con el fin
de identificar, juzgar y sancionar a los autores materiales e intelectuales de las ejecuciones
extrajudiciales, así como las lesiones graves de Sydney Shaw Díaz. El resultado del proceso
deberá ser públicamente divulgado para que la sociedad guatemalteca conozca la verdad. En
este sentido, la Corte indicó que el Estado no podría invocar como eximente de su obligación
de investigar y sancionar, las sentencias emanadas en procesos que no cumplieron los
estándares de la Convención Americana.

En cumplimiento de esta obligación, el Estado debe remover todos los obstáculos y


mecanismos de hecho y de derecho que mantienen la impunidad, otorgar las garantías de
seguridad suficientes a los testigos, autoridades judiciales, fiscales, otros operadores de justicia
y a los familiares de las víctimas, así como utilizar todas las medidas a su alcance para
diligenciar el proceso. Asimismo, a la luz del presente caso, el Estado debe adoptar medidas
concretas dirigidas a fortalecer su capacidad investigativa, para lo cual habrá de dotar a las
entidades encargadas de la prevención e investigación de las ejecuciones extrajudiciales, de
suficientes recursos humanos, económicos, logísticos y científicos para que puedan realizar el
procesamiento adecuado de toda prueba, científica y de otra índole, con la finalidad de
esclarecer los hechos delictivos.

Entre otras formas de reparación ordenadas por la Corte están: un acto público de
reconocimiento de responsabilidad internacional y de desagravio, y la publicación de las partes
pertinentes de la sentencia en el Diario Oficial, en otro diario de circulación nacional y en el
boletín de mayor circulación dentro de las fuerzas armadas guatemaltecas.

CEJIL, en su calidad de representante legal de los familiares de las víctimas de este caso,
considera que el señalamiento que hizo la Corte Interamericana sobre la investigación y
sanción de los responsables del cuádruple crimen, es un paso sustantivo en la lucha contra la
impunidad en Guatemala, principalmente porque la sentencia hace referencia a la “cosa
juzgada fraudulenta” que resulta de un juicio en el que no se han respetado las reglas del
debido proceso, o cuando los jueces no obraron con independencia e imparcialidad.

CASO FERMIN RAMIREZ


1. El 9 de junio de 2000, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante
la “Comisión Interamericana”, la “Comisión” o “la CIDH”) recibió una denuncia presentada por
el Instituto de Defensa Pública Penal (en adelante “el peticionario”), en representación del Sr.
Fermín Ramírez o Fermín Ramírez Ordoñez (en adelante la presunta víctima), en contra de la
República de Guatemala (en adelante “el Estado”, “el Gobierno” o “Guatemala”). La petición
se relaciona con la imposición de la pena de muerte al Sr. Fermín Ramírez el 6 de marzo de
1998, por el Tribunal de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el ambiente del
departamento de Escuintla al declarar al procesado responsable como autor del delito de
asesinato de la niña Grindi Yasmín Franco Torres. En esa misma oportunidad, los peticionarios
solicitaron a la Comisión medidas cautelares en favor de la presunta víctima.

2. El peticionario alegó la responsabilidad del Estado por la violación de los derechos a la


vida, y a las garantías judiciales y a la protección judicial contemplados en los artículos 4, 8 y 25
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante “la Convención
Americana”) en perjuicio de Fermín Ramírez, en conjunción con la obligación genérica de
respeto y garantía de los derechos establecidos en la Convención.

3. El Estado, por su parte, alegó que la actuación del Tribunal que le impuso a la presunta
víctima la pena de privación de la vida fue ejercitada en el estricto marco jurídico
guatemalteco y que además, la misma contó con todos los medios de defensa necesarios para
repeler las decisiones judiciales que le fueron desfavorables. Por lo tanto, solicitó a la Comisión
que declarara inadmisible el reclamo de los peticionarios.

4. Con base en el análisis de las posiciones de las partes, la Comisión concluyó que era
competente para conocer el presente reclamo y que éste era admisible conforme a las
disposiciones de los artículos 46 y 47 de la Convención Americana.

II. TRÁMITE ANTE LA COMISIÓN

5. La petición fue presentada ante la Comisión, el 9 de junio de 2000. En aquella


oportunidad, el peticionario solicitó también medidas cautelares a favor de la presunta
víctima. El 27 de junio nuevamente el peticionario se dirigió a la CIDH requiriendo que la
misma solicite a la Corte Interamericana de Derechos Humanos medidas provisionales a favor
del condenado. La CIDH, en virtud de tal pedido, el 19 de junio de 2000 transmitió las partes
pertinentes al Estado guatemalteco y le solicitó presentar información respecto de la solicitud
de medidas cautelares en el plazo de 7 días. Seguidamente, el 21 de junio del mismo año, el
Estado manifestó a la CIDH que su requerimiento sería satisfecho lo antes posible con la
actuación de los tribunales de justicia que tienen competencia al efecto y a quienes se les
había realizado el traslado del expediente en cuestión.

6. El Estado, mediante comunicación fechada el día 11 de agosto de 2000, se dirigió a


la Comisión manifestando que no se había configurado en el presente caso ninguna violación a
los derechos consagrados en la Convención y que además, la falta de agotamiento de los
recursos internos a disposición del Sr. Ramírez constituía otra causal que impedía a la CIDH
decretar cualquier tipo de medidas cautelares a favor de la presunta víctima o solicitar a la
Corte Interamericana de Derechos Humanos medidas provisionales en su favor.

7. En fecha 7 de diciembre de 2000, el peticionario presentó a la Comisión una reiteración


de la solicitud de medidas cautelares a favor de la presunta víctima, en virtud de haber sido
agotados todos los recursos ordinarios de la jurisdicción interna y ser inminente la fijación de
la fecha para su ejecución.

8. El 3 de mayo de 2001 la Comisión inició el trámite de la petición, transmitió las partes


pertinentes de la denuncia al Estado guatemalteco y le solicitó presentar una respuesta a la
petición dentro del plazo de dos meses de conformidad con el artículo 30 de su Reglamento. El
Estado envió sus observaciones a la CIDH el 11 de julio de 2001, en la misma solicitó a la CIDH
que declarase la inadmisibilidad del presente caso y que se abstenga de solicitar medidas
cautelares a favor del Sr. Ramírez.

9. El 3 de octubre del año 2001 la Comisión trasmitió al peticionario las partes


pertinentes de la respuesta del Estado y le solicitó presentar sus observaciones en un plazo de
30 días. El 12 de noviembre el peticionario presentó sus observaciones al informe presentado
por el Gobierno de Guatemala donde nuevamente solicitó a la Comisión la adopción de
medidas cautelares y que se continúe con el trámite del presente caso.

10. Finalmente el peticionario presentó un nuevo informe de ampliación a las


observaciones presentadas en fecha 12 de noviembre de 2001.

III. POSICIÓN DE LAS PARTES

A. Posición del peticionario

Sobre los hechos

11. El peticionario sostiene que al Sr. Fermín Ramírez se le impuso la pena de muerte en
un proceso en el que no se respetaron varias de las garantías mínimas establecidas en el
artículo 8; como consecuencia de ello, a su juicio, la aplicación de dicha pena viola el artículo 4
del mismo instrumento interamericano.

12. En primer lugar, el peticionario informó a la CIDH que en la presente causa el


Ministerio Público acusó al sindicado del delito de violación calificada, el cual no está sujeto a
la pena de muerte en los casos en que la víctima sea mayor de 10 años, de conformidad con la
legislación penal de guatemalteca. [2] Indica, además, que el auto de apertura a juicio fue
también por el delito de violación calificada, y que todo el desarrollo del debate se realizó por
el mismo delito. El peticionario indica que no obstante lo anterior, en la sentencia el Tribunal
calificó los hechos como asesinato y en consideración a la “peligrosidad” de la presunta
víctima, le impuso la pena máxima. Asimismo, el peticionario señala que en el transcurso del
debate oral el Tribunal advirtió a las partes sobre una posible variación en la calificación
jurídica de los hechos, en uso de una facultad legal establecida en la normativa de
procedimiento penal de Guatemala,[3] y que el Ministerio Público, en las conclusiones finales,
solicitó la calificación jurídica por el delito de asesinato.

13. Al respecto, el peticionario alega que en la sentencia fueron alterados los hechos
objeto de la acusación y del debate oral, sin que el acusado tuviera la oportunidad de ser oído
sobre esta nueva imputación, ni presentar pruebas de descargo en relación con el delito de
asesinato ni controvertir los hechos que condujeron a considerarlo como “peligroso” de una
manera práctica y efectiva. El peticionario sostiene que es precisamente el estado de
indefensión al que fue sometido el que constituye una ruptura radical de las garantías mínimas
que tiene todo acusado en un proceso penal, particularmente si este proceso termina con la
imposición de la pena capital.

14. En segundo lugar, el peticionario alega que la sindicación del imputado como
peligroso no fue oportunamente imputado al condenado, dado que ni en la acusación, auto de
apertura a juicio, ni en el debate se le hizo mención alguna a dicha circunstancia, que
conforme a la legislación penal guatemalteca es la única que habilita la imposición de la pena
de muerte a un delito de asesinato. El peticionario alega que para que el tribunal pueda
imponer la pena de muerte es necesario probar la peligrosidad del agente[4] y en el proceso
contra el Sr. Ramírez en ningún momento el Ministerio Público formuló imputación en su
acusación sobre la peligrosidad, ni tampoco según la argumentación de los peticionarios, el
tribunal podría tener por probado este extremo, ya que el tribunal tiene como límite de la
determinación de los hechos la imputación conocida por la defensa en la acusación, de tal
modo el peticionario afirma que la defensa no pudo ejercer ni prever una estrategia para
refutar tales afirmaciones en cuanto a la peligrosidad.

15. Asimismo, el peticionario manifestó que se vulneró la garantía de la presunción de


inocencia, que supone en los casos en que se aplique la pena de muerte la prohibición de
aplicación de dicha pena sobre la base de presunciones que admitan la posibilidad de una
explicación diferente de los hechos. En el presente caso, se alega que no se expresaron los
hechos en virtud de los cuales el tribunal de primera instancia consideró por acreditadas las
causales agravantes, limitándose a señalarlas como concurrentes. Se alega también que la
ausencia de expresión en la sentencia de primera instancia de los hechos en que consistían la
mayoría de las causas de agravación indicadas por el Tribunal y la falta de fundamentación de
las mismas en los principios de la sana crítica razonada restringieron objetivamente la
posibilidad de la defensa de controvertir cuestiones de derecho relevantes sobre tales
circunstancias agravantes en los recursos de apelación especial y de casación interpuestos por
la vía de la impugnación.

16. Finalmente el peticionario alegó que en los recursos que se interpusieron para
impugnar la sentencia de primera instancia se planteó la inadecuada calificación del delito y
concurrencia de calificantes, pero dada la estructura del proceso legal en Guatemala por la que
las cuestiones de hecho se debaten únicamente en la primera instancia del procedimiento, la
posibilidad de contradictorio quedó circunscripta a cuestiones puramente de derecho y no
sobre las circunstancias de hecho constitutivas de causales de agravación. Lo que determinó,
en últimas, que la presunta víctima no gozara del derecho a la protección judicial.

17. En cuanto al artículo 4 de la Convención, el peticionario manifestó que el Estado de


Guatemala violó la referida disposición convencional debido a que no observó las garantías
judiciales de manera abierta, las mismas que deben ser respetadas con mucha mayor
rigurosidad en procesos por delitos sancionados con la pena de muerte. El peticionario invoca
tanto la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos como la opinión del
Comité de Derechos Humanos[5] sobre la obligatoriedad de observar de manera estricta las
garantías del debido proceso, cuando cabe la posibilidad de aplicarse la pena capital, a fin de
que la misma no sea impuesta arbitrariamente.

Sobre el agotamiento de los recursos internos

18. Los peticionarios informan que la sentencia del 6 de marzo de 1998 por medio de la
cual se impuso la pena de muerte al señor Fermín Ramírez fue impugnada a través del recurso
de apelación, el cual fue rechazado por la Corte de Apelaciones de Guatemala en providencia
del 27 de mayo de 1998; que la defensa interpuso un recurso de casación en contra de dicho
fallo, el cual fue rechazado por la Corte Suprema de Justicia el 17 de agosto de 1998; que
posteriormente la defensa presentó un recurso de amparo ante la Corte de Constitucionalidad,
el cual fue rechazado el 18 de febrero de 1999; y que, finalmente, interpuso un recurso de
revisión ante la Corte Suprema de Justicia, el cual fue rechazado mediante resolución del 12 de
julio de 1999. Asimismo, los peticionarios informan que el 27 de julio de 1999 se presentó un
recurso de gracia ante el Presidente de la República, el cual fue rechazado el 31 de mayo de
2000.

B. Posición del Estado

19. En su respuesta a las argumentaciones de los peticionarios, el Gobierno de Guatemala


señaló que no se referiría a todos los puntos relativos al derecho de defensa referidos por el
peticionario en la petición porque consideraba que ello implicaría discutir sobre la
interpretación y la aplicación de preceptos jurídicos de orden interno, lo que en definitiva
constituiría la creación de una cuarta instancia y el debilitamiento institucional guatemalteco,
toda vez que se pondría en tela de duda un asunto que ha pasado por todas las etapas y
procedimientos establecidos por el Código Procesal Penal (en adelante CPP) y otras leyes
relativas a la materia.

20. El Estado manifestó que en el presente caso el cambio de la calificación jurídica del
delito efectuado por el Tribunal de Primera Instancia al dictar sentencia no ha vulnerado el
derecho de defensa del Sr. Ramírez, ya que se realizó en estricto cumplimiento de las garantías
judiciales que supone el debido proceso. Al respecto, el Estado argumentó que al imputado se
le formuló auto de prisión preventiva por los delitos de Asesinato y Violación Calificada y que
como lo reconoció el peticionario, se advirtió a la defensa durante el debate de una posible
modificación del tipo penal, circunstancia que se encuentra prevista expresamente en el
CPP[6] y que posteriormente, en las conclusiones finales, fue solicitada también por el
Ministerio Público.

21. El Estado argumentó además, que el Tribunal de sentencia no hizo más que
valorar la prueba obrante en la causa de la cual no surge que la muerte de la menor se hubiera
producido por el hecho de la violación o por circunstancias secundarias a la misma; por el
contrario, se sostiene que en este caso se logró distinguir y probar fehacientemente, mediante
el informe del médico forense que intervino en el proceso, que la causa de la muerte fue la
asfixia por estrangulación. El Estado añadió al respecto que existió lo que doctrinariamente se
conoce como “concurso real o material de delitos” ya que el imputado, según las constancias
procesales, ejecutó dos acciones, la de “dar muerte” a la menor y la de ”violarla”. Estas dos
acciones por separado constituyen un delito y el Tribunal de Sentencia interpretó que la acción
de dar muerte a la menor, con las agravantes respectivas, accionó en su contra la disposición
de derecho que apareja la privación de la vida. Es por todo ello que el Estado considera que la
alteración de los hechos que alega el peticionario y por lo que según sus argumentaciones se
produjo la violación de derechos del procesado no ha existido y señala asimismo que si tales
argumentaciones resultaran verídicas el sindicado contó con todos los medios necesarios para
hacer valer su defensa.

22. En cuanto a los alegatos del peticionarios referentes a la violación de la presunción de


inocencia, el Estado manifestó que si existió una sentencia condenatoria en la presente causa
es porque se probó debidamente que el Sr. Ramírez fue el autor de un crimen que los
tribunales de justicia calificaron como asesinato. Asimismo el Gobierno manifiesta que el
Tribunal de Sentencia no estaba obligado a expresar los fundamentos de todas las agravantes,
ya que tan sólo con la concurrencia de una de ellas, y atendiendo a la naturaleza y
circunstancias propias del ilícito, éste está facultado para imponer la sanción. Finalmente se
señala que el Tribunal sí declaró que tenía por concurridas las agravantes de alevosía,
premeditación conocida, abuso de superioridad, despoblado y menosprecio de la víctima.

23. En cuanto al derecho a la protección judicial, el Estado alega que de los recursos y
acciones agotadas por los peticionarios se concluye que el Sr. Ramírez contó con los medios
jurídicos idóneos para que tribunales superiores conocieran de la causa instruida en su contra
y que en todos y cada uno de los recursos no se encontraron motivos en cuanto a la violación
señalada.

24. Por las razones anteriormente expresadas el Estado alegó que no existió ninguna
violación a un juicio justo o al debido proceso y a las garantías judiciales previstas en la
Convención, por lo que en consecuencia, se le pueda atribuir responsabilidad internacional por
la violación del derecho a la vida del Sr. Ramírez.

IV. ANÁLISIS

25. La Comisión pasa a analizar los requisitos de admisibilidad establecidos en la


Convención Americana.

A. Competencia de la Comisión

26. La Comisión tiene competencia ratione materiae para conocer la presente petición
porque en ella se denuncian violaciones a derechos protegidos en la Convención Americana,
de la cual el Estado de Guatemala es Parte al haberla ratificado el 25 de mayo de 1978.

27. La Comisión tiene competencia ratione personae para conocer la presente petición
porque tanto la naturaleza de los peticionarios, como la de la presunta víctima, satisface los
requerimientos señalados, respectivamente, en los artículos 44 y 1(2) de la Convención

28. La CIDH tiene competencia ratione temporis para conocer la presente petición por
cuanto la obligación de respetar y garantizar los derechos protegidos en la Convención
Americana ya se encontraban en vigor para el Estado guatemalteco en la fecha en que habrían
ocurrido las violaciones alegadas.

29. Finalmente, la Comisión tiene competencia ratione loci para conocer la presente
petición por cuanto en ella se alegan violaciones de derechos ocurridas dentro de la
jurisdicción del Estado denunciado.

B. Requisitos de admisibilidad de la petición

1. Agotamiento de los recursos internos

30. El artículo 46(1)(a) de la Convención Americana establece que la admisibilidad de una


determinada petición depende directamente de “que se hayan interpuesto y agotado los
recursos de jurisdicción interna, conforme a los principios de Derecho Internacional
generalmente reconocidos”.[7] Tanto la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en
adelante “la Corte”), como la Comisión han sostenido en reiteradas oportunidades que “(…)
según los principios del Derecho Internacional generalmente reconocidos y la práctica
internacional, la regla que exige el previo agotamiento de los recursos internos está concebida
en interés del Estado, pues busca dispensarlo de responder ante un órgano internacional por
actos que se le imputen, antes de haber tenido la ocasión de remediarlos con sus propios
medios”.[8]

31. Al respecto, el Estado de Guatemala manifestó en su primera comunicación de fecha


11 de agosto de 2000 que la falta de agotamiento de los recursos internos constituía para la
Comisión una causal impeditiva para el conocimiento del fondo del asunto. Sin embargo, en su
última comunicación fechada el 10 de julio de 2001, el Estado alegó que el procesado tuvo a su
disposición todos los recursos procesales para atacar la resolución que lo encontró culpable y
que aunque los mismos fueron agotados, ninguno de ellos, actuando en el marco del debido
proceso, consideró que el Tribunal de Sentencia haya actuado inobservando las garantías
judiciales.

32. La Comisión ha recibido información aportada por ambas partes que se refiere a los
recursos agotados por el peticionario. En primer lugar, la sentencia de primera instancia fue
impugnada a través del recurso de apelación especial que fue rechazado el 27 de mayo de
1998, por ello se interpuso un recurso de casación que fue también rechazado el 17 de agosto
del mismo año. Seguidamente se interpuso un recurso de amparo ante la Corte de
Constitucionalidad que fue rechazado el 18 de febrero de 1999. Posteriormente se interpuso
un recurso de revisión ante la Cámara Penal de la Corte Suprema de Justicia, la que lo rechazó
por resolución del 12 de julio de 1999, contra esa sentencia se interpuso un recurso de amparo
ante la Corte de Constitucionalidad. Finalmente, y ante un nuevo rechazo del amparo se
interpuso un recurso de gracia y un incidente de falta de ejecutoriedad con sustento en la
normativa constitucional guatemalteca, por la cual no puede ejecutarse la pena de muerte
mientras esté pendiente algún recurso. En este caso los peticionarios aluden al trámite ante la
jurisdicción internacional que se tramita por esta Comisión.

33. La Comisión observa que de la información aportada por las partes al tiempo de
redactarse el presente informe, el peticionario ha interpuesto todos los recursos ordinarios y
extraordinarios previstos en la legislación de Guatemala para controvertir la sentencia por la
que se impuso la pena de muerte y que por ello el requisito establecido en la normativa
internacional ha quedado satisfecho. Asimismo, la CIDH señala que en la oportunidad en que
el Estado alegó la falta de agotamiento de los recursos de la jurisdicción interna no indicó
cuáles recursos quedaban aún por agotar ni la prueba de su efectividad,[9] lo que a la fecha
carece de relevancia si se tiene en cuenta que en su último escrito el mismo Estado alega que
la presunta víctima hizo uso de todos los recursos ofrecidos por la jurisdicción guatemalteca en
la defensa de sus derechos.

2. Plazo de presentación

34. El artículo 46(1)(b) de la Convención Americana señala que para que una petición o
comunicación sea admitida por la Comisión se requerirá que sea presentada dentro del plazo
de seis meses, a partir de la fecha en que el presunto lesionado en sus derechos haya sido
notificado de la decisión definitiva.

35. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha señalado, respecto a los recursos


que se exige intentar y agotar a objeto de establecer si se ha dado cumplimiento con el
requisito contemplado en el artículo 46(1)(b) de la Convención, que éstos deben ser
adecuados, lo que “significa que la función de esos recursos, dentro del sistema del derecho
interno, sea idónea para proteger la situación jurídica infringida”.[10]

36. En este orden de cosas, la CIDH nota que la petición fue recibida en la CIDH el 9 de
junio de 2000. De acuerdo a la información aportada, la defensa jurídica del Sr. Fermín Ramírez
planteó el Recurso de Gracia ante el Presidente de la República de Guatemala el 27 de julio de
1999. Dicho recurso fue denegado el 31 de mayo de 2000, mediante Acuerdo Gubernativo del
31 de mayo de 2000. En consecuencia, la CIDH considera satisfecho el requisito señalado en el
artículo 46(1)(b) de la Convención Americana.

3. Duplicación de procedimientos y cosa juzgada

37. El expediente de la petición no contiene información alguna que pudiera llevar a


determinar que el presente asunto se halla pendiente de otro procedimiento de arreglo
internacional o que hubiera sido previamente decidido por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Por lo tanto, la CIDH concluye que se ha cumplido el requisito previsto en
el artículo 46(1)(c) de la Convención Americana.

D. Caracterización de los hechos alegados

38. El Estado argumenta que en el proceso por el cual se impuso la pena de muerte a la
presunta víctima no tuvo lugar ninguna violación al juicio justo ni a las garantías judiciales
previstas en la Convención Americana.

39. La Comisión ha expresado que no corresponde en esta etapa del procedimiento


establecer si hay o no una violación de la Convención Americana.[11] A los fines de la
admisibilidad, la CIDH debe decidir si se exponen hechos que caracterizan una violación, como
estipula el artículo 47(b) de la Convención Americana, y si la petición es “manifiestamente
infundada” o sea “evidente su total improcedencia”, según el inciso c) del mismo artículo. El
estándar de apreciación de estos extremos es diferente del requerido para decidir sobre los
méritos de una denuncia. La CIDH debe realizar una evaluación prima facie para examinar si la
denuncia fundamenta la aparente o potencial violación de un derecho garantizado por la
Convención y no para establecer la existencia de una violación. Tal examen es un análisis
sumario que no implica un prejuicio o un avance de opinión sobre el fondo. El propio
Reglamento de la Comisión, al establecer dos claras etapas de admisibilidad y fondo, refleja
esta distinción entre la evaluación que debe realizar la Comisión a los fines de declarar una
petición admisible y la requerida para establecer una violación.

40. La Comisión considera que los hechos alegados por el peticionario caracterizan prima
facie una violación de los derechos a la vida, garantías judiciales y protección judicial
consagrados en los artículos 4, 8 y 25 de la Convención Americana, en conjunción con la
obligación genérica del Estado de respetar y garantizar los precitados derechos, establecida en
el artículo 1(1) del mencionado instrumento. Por lo tanto, la Comisión concluye que en la
presente petición se encuentran reunidos los extremos requeridos en el artículo 47(b) y (c).

V. CONCLUSIÓN

41. La Comisión concluye que tiene competencia para conocer de este asunto y que la
petición es admisible, de conformidad con los artículos 46 y 47 de la Convención Americana,
respecto a los artículos 1(1), 4, 8 y 25 del referido instrumento. Con fundamento en los
argumentos de hecho y de derecho antes expuestos y sin prejuzgar sobre el fondo de la
cuestión,

LA COMISIÓN INTERAMERICANA DE DERECHOS HUMANOS,

DECIDE:

1. Declarar admisible el presente caso, en lo que respecta a las eventuales violaciones de los
artículos 1(1), 4, 8, y 25 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.

2. Notificar esta decisión a las partes.

3. Continuar con el análisis del fondo de la cuestión.

4. Publicar esta decisión e incluirla en su Informe Anual a la Asamblea General de la OEA.

Dado y firmado en la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la ciudad


de Washington, D.C., a los 21 días del mes de octubre del año 2002. (Firmado): Juan Méndez,
Presidente; José Zalaquett, Segundo Vicepresidente; Comisionados: Robert K. Goldman, Julio
Prado Vallejo, Clare K. Roberts y Susana Villarán.

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