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JESÚS

y
LOS DIEZ LEPROSOS

MIRADA A LA VIDA

Es necesario que, en ocasiones, volvamos la vista hacia atrás y


contemplemos la historia. ¡Ahí descubrimos tantas cosas, tantos aspectos tan
interesantes…! Y es que la humanidad (por mucho que a veces así lo creamos)
no ha “nacido” con nosotros. La historia de esta humanidad es una fuente
enorme de sabiduría. El negarlo sería una actitud no propia de personas que
han llegado al siglo XXI de nuestra era, con todos los logros alcanzados.

Nuestra civilización ha alcanzado cotas de bienestar, posiblemente


impensables en otros tiempos. Si bien, también es verdad que las diferencias
entre las diversas zonas de nuestra humanidad son tremendas, hasta el punto
de que dan vergüenza sólo acercarse a ciertos lugares, porque lo que
descubrimos nos asusta. Cada día podemos tomar conciencia de este hecho a
través de los medios de comunicación.

Además, en nuestra civilización tan “avanzada”, descubrimos realidades que,


cuando menos, nos asustan, porque simplemente nos desbordan. La
ENFERMEDAD con sus múltiples y nuevas expresiones; al ANCIANIDAD
con las consecuencias que conlleva, debido al tipo de familia y la vida laboral
que predomina y que tiene que soportar; un núcleo numeroso de
MARGINALIDAD, debido a la precariedad laboral y las condiciones sociales
que supone; y un largo etcétera.

Además, si seguimos reflexionando un poco más, descubrimos que también


hoy, como ayer, existen situaciones “límites” y que nuestra humanidad
“civilizada” sigue marginando por muy diversas razones. Son los “nuevos
tabúes” que afloran entre nosotros y “condenan” a personas y a grupos
enteros a un determinado tipo de marginalidad.

Es verdad que esta situación no es nada nueva; más bien, ha existido siempre y
en todas las culturas. Así, si nos centramos en el “cuadro” evangélico que hoy
se nos invita a contemplar, es necesario que tengamos en cuenta los
elementos culturales y religiosos, y que daban una “carga” especial a
algunos colectivos como el que hoy se nos ofrece a nuestra reflexión.

De hecho, en el pueblo de Israel la enfermedad de la lepra era considerada


un castigo divino. Hasta misma palabra original con que se denominaba la
enfermedad de la lepra (sara´at), viene a significar “ser castigado por Dios”.
Quienes contraían esta enfermedad eran vistos como personas “impuras”,
tanto legal como religiosamente, y eran expulsados tanto de la comunidad
civil como del culto. Así, los leprosos sufrían, a la vez, marginalidad moral,
social y religiosa. De hecho, en aquel tiempo, vivían en lugares apartados,
tenían estrictamente prohibido entrar en las aldeas y núcleos poblados;
incluso, cuando iban por los caminos, debían de avisar para que nadie se les
acercara.

Además, como la enfermedad era tenida por incurable, la única esperanza


que les quedaba a estos enfermos era UN MILAGRO o un algo
extraordinario. En todo caso, si la curación se producía, un sacerdote tenía que
comprobarla y certificar con su palabra que el hecho curativo era cierto
(Levítico 13-14). De ahí, que la esperanza de la llegada del Mesías era un
profundo deseo para estos enfermos, porque se creía y esperaba que con su
llegada, en la nueva sociedad por él inaugurada, desaparecería la lepra.

Estos “datos” señalados nos describen tanto el dramatismo en que se


encuentran este grupo de leprosos, como sus deseos de que suceda ese “algo
extraordinario” que pueda dar a su vida esa nueva luz y que todo lo
transforma. Así, el evangelista Lucas, siempre atento a la situación de los más
débiles y marginados, nos ofrece este relato que, efectivamente, supone una
transformación de aquellas personas.

En este caso, cumplen estrictamente lo que prescribía la Ley: “Vinieron a su


encuentro diez leprosos, que se pararon a los lejos y gritaban…”. Pero, al
mismo tiempo, “a gritos” lanzan al aire una súplica, que es dirigida a Jesús,
a quien le denominan “Maestro”, lo cual nos está indicando que, seguramente,
habían oído hablar de él y, precisamente, en él se centraban sus esperanzas de
curación.

Éste es el “marco” del relato. Nos introducimos en la escena y nos dejamos


envolver por cuanto allí se produce. Es necesario aprender de estos pobres y
marginados.

A LA LUZ DEL EVANGELIO

EVANGELIO: Lucas 17, 11-19

En aquel tiempo, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre


Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
- «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
- «Id a presentaros a los sacerdotes».
Y mientras iban de camino, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a


grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
- «¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están?
¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?».
Y le dijo:
- «Levántate, vete: tu fe te ha salvado».

HOY Y AQUÍ

¡Hermoso e inmenso “cuadro”, cargado de simbolismo y de significación


profunda! Vamos a destacar algunos elementos que nos hagan descubrir toda
la hondura que lleva y supone este ENCUENTRO de Jesús con aquellos
marginados.

Un primer dato: es el evangelista Lucas el que nos ofrece este relato. Y


curiosamente, una vez más, es el único evangelista que lo hace. Aquí, sin duda
alguna, se nos está diciendo al menos dos detalles que es necesario destacar. El
primero, hacer notar que Jesús es alguien muy sensible a toda situación de
marginación. En tantas ocasiones, el evangelista nos señala esta característica
de Jesús. Consciente como es de ser el portador del don de la VIDA de parte
de Dios, Jesús “acude” rápidamente ante el drama que viven aquellas
personas, y actúa ofreciendo la vida que desean. ¡Es muy claro!

Pero, también, otro detalle: son los POBRES y los MARGINADOS quienes
mejor entienden y acogen el DON de Dios que se da en Jesús. Mientras los
“grandes” y “poderosos” ven en él motivos de sospecha y, por lo tanto, un algo a
tener cuidado a lo que él propone, estos marginados son capaces de abrir su
ser más profundo y “gritar” una plegaria que nace en sus mismas entrañas:
“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

¡Inmensa plegaria que nace de la absoluta necesidad y que “camina” unida


a esa CONFANZA que nace muy dentro, en el mismo corazón! Y aquí se
produce el primero de los prodigios. Esta súplica hace que la fuerza sanadora
de Jesús alcance a TODOS. Ellos gritan a Jesús y éste acepta su deseo y
acoge, también, su súplica.

Ahora son enviados a cumplir con lo mandado en la Ley y ellos se fían de su


palabra y, efectivamente, mientras “iban de camino” experimentan lo que
deseaban. No nos dice el evangelista si tenían motivos o no para fiarse de la
palabra de Jesús, pero ellos aceptan su propuesta y ocurre algo
extraordinario.

Con todo, surge algo inesperado: todos ellos reciben el don de la vida que
Jesús les ofrece, pero solo UNO es capaz de interrumpir su camino en el
cumplimiento de la Ley, para volver sobre sus pasos y ENCONTRARSE
con Jesús. Los nueve curados, que eran judíos, aceptan el prodigio como algo
“natural”, ya que les sirve para integrarse en la vida humana y religiosa de
Israel. Pero, de hecho, la curación no les aporta ese algo TOTAL y que
afecta a TODA su vida. Su encuentro con Jesús ha sido importante (es la
salud), pero no pasa de ser un episodio superficial y pasajero. Esto es, las
RAÍCES de su vida no se han sanado.

En cambio, aquel extranjero (un “samaritano”) que precisamente por ello es


doblemente marginado (leproso y samaritano), éste sí que encontrado en
Jesús ese ALGO DISTINTO, de tal manera que le siente como el
SALVADOR y, por ello, ha retornado para darle gracias y ponerse a su
servicio: “Se volvió alabando a Dios a grandes gritos, se echó por tierra a los
pies de Jesús, dándole gracias”. Hermoso, muy hermoso y admirable la
actitud de este no-creyente (según la versión “oficial”), pero que ha
descubierto en Jesús lo que los otros no han alcanzado a ver. ¡Éste se
presenta como modelo de creyente!

Está claro: la SALVACIÓN TOTAL supone una plenitud que va más allá del
hecho externo de la curación de la lepra. La salvación de Jesús, la TOTAL,
exige una respuesta abierta y agradecida. El samaritano se introduce
plenamente en el campo del don de Dios, que Jesús le ofrece en su nombre:
“Vete, tu fe te ha salvado”. Aquí llega su proceso de fe y de encuentro.

HOY y AQUÍ, para NOSOTROS, este “cuadro” evangélico presenta tantos


y tantos interrogantes. Quien sabe si también nosotros, en tantas ocasiones,
estaremos más preocupados por las exigencias “legales” y éticas de la fe, que
obsesionados por revitalizar nuestra relación GOZOSA con Dios, que en
Jesús se nos ofrece de forma tan impresionante. Acaso hemos insistido tanto
en el cumplimiento y en la práctica religiosa, pero no hemos aprendido a
CELEBRAR con EMOCIÓN a Dios como fuente amorosa de la VIDA. De
hecho, la queja dolorosa de Jesús ante la ausencia de los nueve restantes, algo de
esto nos está indicando. ¡Atentos!

Sólo aquél que es capaz de descubrir el DON que Jesús aporta, es quien ha
alcanzado, en plenitud, este ENCUENTRO SANADOR y que afecta a las
raíces de su vida, de TODA su vida. ¡Una inmensa “lección” que necesitamos
aprender y hacerla EXPERIENCIA concreta y gozosa!
¡Hermoso y sugerente encuentro de Jesús con el Samaritano! Toda una
ESCUELA donde pararse y aprender desde dentro. ¡Suerte!

ORACIÓN

Tú, Padre bueno,


que, por medio de Jesús,
te has mostrado tan misericordioso y lleno de amor
con cada uno de nosotros:
¡Ten compasión, también de nosotros!

Padre,
concédenos sentirle y experimentarle a Jesús
como aquel que sana nuestros males,
y así podamos vivir como hijos/as tuyos
y en toda la plenitud.

Y que al estilo del mismo Jesús,


carguemos con los males de nuestros hermanos/as,
y así mostremos al mundo,
y a cuantos necesitan de tu protección,
tu ROSTRO y CORAZÓN de Dios de la Vida.

Y que cuando vean nuestras obras


te glorifiquen a Ti, Padre,
y lo hagan
en todo momento y en toda circunstancia.

AQUÍ ESTOY, SEÑOR

Aquí estoy, Señor.


Quiero ir en tu nombre adonde quieras.
Me pongo en tus manos
como el barro en las manos del alfarero.

Haz de mí un testigo de la fe
para iluminar a los que andan en tinieblas;
un testigo de esperanza,
para devolver la ilusión a los desencantados;
un testigo de amor,
para llenar el mundo de solidaridad.
Aquí estoy, Señor, mándame.
Pon tu Palabra en mis labios,
pon en mis pies tu diligencia
y en mis manos tu tarea.

Pon tu Espíritu en mi espíritu,


pon en mi pecho tu amor,
pon tu fuerza en mi debilidad
y en mi duda tu voluntad.

Aquí estoy, Señor, mándame


para que ponga respeto entre los seres,
justicia entre los hombres,
paz entre los pueblos,
alegría en la vida,
ilusión en la Iglesia,
gozo y esperanza en la misión.
Amén.

CANTO

PEQUEÑAS ACLARACIONES

1. Cuando un pobre nada tiene y aún reparte,


cuando un hombre pasa sed y agua nos da,
cuando un débil a su hermano fortalece,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.

2. Cuando sufre un hombre y logra su consuelo,


cuando espera y no se cansa de esperar,
cuando amamos aunque el odio nos rodee,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.

3. Cuando crece la alegría y nos inunda,


cuando dicen nuestros labios la verdad,
cuando amamos el sentir de los sencillos,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.

4. Cuando abunda el bien y llena los hogares,


cuando un hombre donde hay guerra pone paz,
cuando hermano le llamamos al extraño,
va Dios mismo en nuestro mismo caminar.
VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.

(M. Manzano – J. A. Olivar – Disco: “Aquí en la tierra” – Ediciones Paulinas)

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