Sei sulla pagina 1di 119

2018

MAURO MAZZA:
BERGOGLIO E
PREGIUDIZIO

VERSIÓN ESPAÑOLA REALIZADA POR


RAFAEL BELLVER GALBIS
INTRODUCCIÓN
¿POR QUÉ AHORA?
También los historiadores de la Iglesia trabajan para individualizar un
pontificado contestado y discutido tan abiertamente como el actual. Los
papas del Concilio Vaticano II, Roncalli y Montini, fueron acusados de haber
quemado casi dos mil años de historia y de magisterio en nombre del abrazo
a la modernidad; de haber contraído el peligroso morbo que sus
predecesores habían contrastado y condenado; de haber introducido en la
misa elementos y sabores propios de la herejía luterana; de haber renegado
del latín, lengua universal de la Iglesia, para dar espacio a momentos
asamblearios y cancioncillas rock. Pero esa fue una contestación delimitada
culturalmente, expresión de un catolicismo tradicionalista y conservador,
que produjo un cisma a cargo del obispo de Ecône, Marcel Lefevbre y dio a
la luz en su seno, también una ulterior mini-escisión llamada
sedevacantista, así denominada porque sus exponentes consideran
ilegítimos a todos los pontífices que, después del Concilio, se han sucedido
en la cátedra de Pedro.
Hoy es diferente: Por las dimensiones no más marginales asumidas por la
contestación anti-Bergoglio (cardenales, obispos, teólogos, sacerdotes y
grupos de fieles) y por los contenidos del disenso. La oposición se expresa
con tonos variados y con motivaciones diferentes y diversas. Nace de un
ambiente no completamente reconducible del frente conservador. ¿Cuáles
son las principales contestaciones al papa argentino? Es acusado de haber
creado confusión en la doctrina y en los sacramentos con dos sínodos de
los obispos y con una exhortación apostólica en materia de comunión a los
divorciados y vueltos a casar. Se le atribuye la responsabilidad de haber
producido una grave turbación con su pregunta retórica “¿Quién soy yo
para juzgarlos?” en el tema de la homosexualidad.
Es acusado de migracionismo, una especie de ideología que alienta la
migración indiscriminada de las masas, sobrevalorando (ignorando y con
plena conciencia) que un futuro no lejano, la inmigración será como una
invasión que podría ocultar la identidad de los pueblos de Europa y la
civilización que una vez fue cristiana. Le acusan de haber relanzado, casi
fuera de tiempo, la teología de la liberación, desautorizada en los años
setenta por la Iglesia de Roma y ahora considerada inactiva incluso en
América Latina que la había mantenido en el regazo en la época post-

1
conciliar. Le reprochan no haber sabido llevar a término ninguna reforma
anunciada, de haber cometido una serie de errores delegando grandes
responsabilidades a personajes no merecedores de ello, que puntualmente
se revelaron inadecuados para tales cargos, y a veces corruptos. Imputan a
Bergoglio también de haber dado masivas dosis de poder, en el Vaticano, a
los exponentes de la curia más ambiciosos, intolerantes y vengativos que
han instaurado un clima insano de miedo, sospecha y maledicencia. El
elenco podría continuar. En esta investigación serán considerados también
otros temas que han suscitado alarma y perplejidad, incomprensiones y
desencuentros, como la desconcertante, entusiastica participación católica
en la celebración de los 500 años del cisma de Martín Lutero.
Hasta ahora la respuesta del papa y de sus colaboradores (respuestas casi
siempre inexistentes o tardías) a las críticas recibidas, no han sido
adecuadas a la seriedad de las dudas y de las argumentaciones aducidas.
Mejor dicho, han alimentado otras confusiones. Ha habido varias formas de
intolerancia en las confrontaciones de los cardenales obispos y teólogos
más comprometidos, firmantes de documentos, “dubbia” o súplicas. Se han
añadido daños a daños. Pocas aclaraciones, mucha acritud. Muchas,
demasiadas remociones, purgas, marginación... Muy pocas ocasiones de
aclaración y raramente intentos de recomposición.
Este libro nace también de la esperanza que el tiempo que resta del actual
pontificado pueda ser usado por el papa Francisco para someterse a una
revisión de lo que se ha hecho hasta ahora y hacer las correcciones
necesarias. Para mí, parece vislumbrarse la primera señal alentadora en
este sentido, aunque al lado de la repetición de mensajes ya mil veces
dados, a pesar de las reservas y perplejidades cada vez más extensas.
Entre las motivaciones de este estudio hay una muy personal que creo justo
precisar antes de comenzar. Pertenezco a la categoría de los creyentes
divorciados y vueltos a casar. Sé bien lo que significa e implica este estado
en relación con la Iglesia de la que me siento parte y los sacramentos a los
que no puedo acercarme. Mi esposa y yo, cuando asistimos a la misa,
sabemos bien que no podemos recibir la Eucaristía. Por esta razón,
invocamos con plena conciencia en la oración "Señor, no soy digno de
participar en Tu Mesa...” Y por esta razón, sobre todo, sin esperar ningún
giro o especial concesión en contraste con el Evangelio, el magisterio y la
doctrina, nos preguntamos por qué el Papa Bergoglio ha decidido

2
comprometerse y trabajar tanto para permitir que los divorciados vueltos a
casar incluso en presencia de relaciones matrimoniales normales, puedan
recibir la comunión (tal vez, quién sabe, bajo ciertas condiciones, pero
¿cuáles? Nadie realmente lo aclara). Y por qué ha hecho un forcejeo y ha
provocado conscientemente tantas reacciones y reservas, dudas y miedos,
a menudo legítimos y totalmente motivados. Me temo que incluso estas
dudas mías están destinadas a permanecer sin respuesta.

UN TIEMPO DE INFLEXIÓN

Tengo la sensación que mi pontificado será breve: cuatro o cinco años…tengo la sensación que el
Señor me había puesto por poco tiempo.” (Francisco, 2013)

Superado el primer lustro del pontificado ya es hora de hacer un balance de


este tiempo de la Iglesia católica que el 13 de marzo de 2013 fue confiada
a Jorge Mario Bergoglio. Es un derecho (deber de quien observa –estudioso,
periodista, laico, creyente- evaluar la dirección de la marcha emprendida
por el catolicismo: reconociendo las huellas impresas por este papa a lo
largo del camino; recorriendo los puntos más sobresalientes: pensamientos
y palabras, obras y omisiones- que lo han caracterizado; examinando
desarrollos y efectos colaterales, comprendidos estridencias y estupores,
alarmas y temores, críticas y acusaciones.
Es necesario comenzar este análisis eliminando del propio campo de visión
ese prejuicio que parece haber infectado un poco a todos: ciertos
manifestantes con los rifles listos para disparar a cada iniciativa o suspiro
del Papa, ya sea en Angelus dominical o en un mensaje de saludo en un
simposio académico. Pero por otra parte es evidente que la mente de
Bergoglio hasta el inicio de su pontificado también había albergado un
prejuicio anti-romano, al lado de una intolerancia a la crítica creciente y
mal disimulada, que a lo largo del tiempo se ha vuelto cada vez más
generalizada, autoritaria y severa.
Ha llegado la hora de hacer la primera suma, porque los cuatro/cinco años
son el periodo que el mismo Bergoglio había imaginado para que se
completase su aventura de obispo de Roma: “Es una sensación un poco
vaga –había dicho- por esto dejo siempre las posibilidades abiertas.” Pero
3
nadie ha caído nunca en la cuenta que el papa Bergoglio pueda dimitir de
verdad; y no solamente porque –viviendo el papa emérito- una Iglesia con
tres papas sería una proposición absurda.
La situación vivida con Benedicto XVI era profundamente distinta. La
dimisión anunciada el 11 de febrero de 2013 fue clamorosa e inesperada.
Y, sin embargo, la posibilidad de su renuncia, aunque con pocos
precedentes en la historia de dos mil años de la Iglesia, se consideró realista.
El mismo papa alemán lo había dejado caer en un libro entrevista (Luce del
mondo, 2010) que le realizó Peter Seewald: “Si un papa comprende que no
está en condiciones físicas, psicológicas y espirituales para asumir los
deberes de su oficio, entonces tiene el derecho, y en algunas circunstancias,
incluso la obligación de dimitir.” A diferencia de su sucesor, Ratzinger
razonaba en línea teórica, no se expresaba en primera persona. Sin
embargo sus palabras fueron tomadas en serio. Casi un año antes de la
renuncia, Giulano Ferrara escribió en Il Foglio un artículo titulado “La
dimisión del papa”: no una sugestión profética sino un atento análisis de las
palabras y de los comportamientos del papa alemán.

¿QUÉ PAPA TENEMOS?

Su cordialidad, su atención en las confrontaciones con los otros son aspectos de él que no conocía.”
(Joseph Ratzinger, 2016)

Es verdad que la historia la escriben los vencedores. La biografía de Jorge


Mario Bergoglio no es una excepción, al menos en el primer periodo de su
pontificado. Han sido escritas numerosas biografías hagiográficas, en
Europa y en América Latina. También el cine ha cabalgado la ola contando
la vida del nuevo papa, que la voluntad de los cardenales electores, el
destino y el Espíritu Santo, por este orden, han querido poner en el vértice
de la Iglesia para que testimonie y protagonice un catolicismo popular, al
servicio de los pobres y de los excluidos, del mismo modo que el padre
jesuita Bergoglio había hecho (en la medida de sus posibilidades) siendo
sacerdote, después arzobispo de Buenos Aires.
Absolutamente bergoglianas son las películas sobre la biografía celebrativa.
De una película argentina, Francisco, el padre Jorge (2015) hemos tenido
4
pocas y escasas noticias en Europa. De la película firmada por el cineasta
italiano Daniele Luchetti siempre en 2015, Chiamatemi Francesco –il papa
della gente, conocemos la acogida positiva al box office y de la transposición
televisiva en forma de miniserie retransmitida por el canal Mediaset, la
empresa que ha financiado y producido el filme. Con ocasión del estreno,
el 1 de diciembre de 2015, el papa quiso que todo el aforo de la sala Nervi
en el Vaticano se reservara para siete mil pobres acogidos en la casa-familia
del Lazio; y todos, al final de la proyección, tuvieron también una cestita
con víveres para su cena. El filme fue distribuido en 40 países y tuvo éxito
sobre todo en América Latina, también gracias a la presencia en el cast de
actores sudamericanos muy populares.
Ahora (hacia el 2018) se realizará también un filme-entrevista, dirigido por
el famoso director alemán Wim Wenders, en el cual –como anunció el
prefecto para la comunicación de la Santa Sede, monseñor Darío E. Viganò-
el papa contará en primera persona afrontando temas muy queridos para
él como la ecología, las migraciones, el consumismo o la justicia social.
Después de la euforia inicial, en años más recientes algunos estudiosos han
querido iluminar las diversas estaciones de la vida precedente a 2013,
recogiendo historias, anécdotas y testimonios, tal vez también acudiendo a
algunas afirmaciones hechas por el mismo pontífice en el curso de sus
numerosas entrevistas. Sobre todo, desde Buenos Aires y desde la
compañía de Jesús hubo voces altas, a veces precisas y llenas de detalles, a
veces en forma de murmullos que se asemejan a calumnias, que
contribuyeron al conocimiento más completo del obispo llamado "casi del
fin del mundo" para dirigir la Iglesia Católica.
Es comprensible. Al menos periodísticamente, que para despertar más
atención y curiosidad, son biografías e historias que, en general, se llaman
no autorizadas. Una nota recurrente, que encaja con lo que se ha filtrado
desde dentro del Vaticano, pone en duda el personaje de Bergoglio, que
parece ser profundamente diferente del que se mostró en todo el mundo
en las primeras apariciones oficiales. En otras palabras, el verdadero
Bergoglio no se parecería al obispo sonriente y jovial, comprensivo, gentil,
refractario a los acuerdos y convenciones. Quien lo conoció simple
sacerdote y obispo recordaba nítidamente un Bergoglio serio y severo,
primero sacerdote rebelde, luego jefe autoritario y temido, incluso criticado
por sus frecuentes ataques de ira y por el modo de gestionar las relaciones

5
con sus obispos, con los movimientos eclesiales, con el poder político y con
los fieles.
Para ellos fue una sorpresa muy grande ver en la televisión a un Bergoglio,
convertido en jefe de la Iglesia, tan diferente al que ellos conocían, antes
de la elección. Ese mismo estupor sintió el papa emérito Joseph Ratzinger.
En sus “Últimas conversaciones” (2016) Benedicto XVI contó a su
entrevistador Peter Seewald: “Lo conocí como un hombre muy decidido,
uno que en Argentina decía con muchas resolución: esto se hace, esto no se
hace. Su cordialidad, su atención en la confrontación con los demás son
aspectos de él que yo no había notado.” En unos pocos chistes se lanzaba
apertis verbis la duda acerca de cuál era la verdadera índole de Bergoglio,
cual su carácter, cual la verdad de su persona. ¿El Bergoglio auténtico era
aquel sonriente y cordial de los primeros tiempos, que telefoneaba
personalmente a simples fieles presentándose con un “pronto, sono
Francesco”? ¿O quizá aquel que después de un par de años se ha convertido
en alguien permanentemente enfurruñado, severo, casi ofendido por no sé
sabe bien qué tipo de males que sufre? ¿Era aquel jovial y siempre abierto
en las relaciones con los otros, dentro y fuera de la iglesia? ¿O quizá aquel
intolerante a las críticas, durísimo en el castigo a los disidentes y la
oposición?
Presentado como una síntesis de las contradicciones y de su compleja
biografía, ha sido editado con mucha polémica, a finales de 2017, un librito
difundido en Italia como e-book y firmado con el seudónimo Marcantonio
Colonna, evidentemente un reclamo explícito al comandante de la flota
pontificia que en 1571 derrotó a los turcos en aguas griegas de Lepanto.
Título máximamente explícito: El papa dictador. La tesis de fondo,
reafirmada en cada página: papa Francisco es “inadecuado”, “ambiguo”,
“peligroso”, de índole “violenta” “tiene comportamientos de dictador”,
políticamente es una verdadera “transposición eclesiástica de Juan
Domingo Perón”. El presidente argentino (dos veces subido a los altares,
una vez en el polvo) pudo ser considerado una de las referencias no solo
políticas para la mayoría de los argentinos (Colonna sostiene: Bergoglio
incluido).
Precisamente por haber asimilado y hecho propio el pragmatismo un poco
cínico de Perón, el sacerdote Bergoglio acabó por establecer excelentes
relaciones con exponentes del gobierno militar golpista (1976-1981) del

6
general Jorge Rafael Videla y sucesivamente con el presidente peronista
Carlos Menem (1989-1999). Pero en los primeros años del nuevo siglo fue
también capaz (él, que era considerado en aquel periodo como un obispo
exponente del catolicismo tradicional) de aliarse con los sindicatos y con las
fuerzas de la oposición de izquierdas para contrarrestar (2003-2007) al
gobierno progresista de Néstor Kirchner y el de su mujer Cristina, que lo
sustituyó (en 2007) e introdujo nuevas leyes ultra liberales sobre el aborto
y las uniones gay. Austen Ivereigh dijo: “Era una paradoja absolutamente
típica de Bergoglio: el místico austero e incorruptible, el obispo pastor que
huele a sus ovejas, fue el político argentino más astuto de los tiempos de
Perón.
En los tiempos del segundo Perón sobresale el capítulo más controvertido
de la biografía del futuro papa, en primer lugar alejado de la capital
argentina y transferido a la ciudad de Córdoba (1990-1992 a causa de las
confrontaciones más bien fuertes en el interior de la Compañía de Jesús,
luego reclamado y remitido a su lugar, sobre todo gracias a la estima
demostrada por el cardenal Quarracino, arzobispo de Buenos Aires. El 1991
fue el propio purpurado, italiano de Salerno considerado de orientación
conservadora, quien pidió –un acto debido, tratándose de un padre jesuita-
el parecer del superior general de la compañía, Peter Kolvenbach, acerca
de su idea de nombrar obispo a Jorge ,Mario Bergoglio, para hacerle auxiliar
de Buenos Aires.
El texto de aquella relación, que contiene un decidido y argumentado
parecer negativo, no lo conocemos, pero se da por cierta su existencia y se
avanzan hipótesis sobre su contenido. Seguro que su parecer no hizo mutar
la decisión del cardenal Quarracino. El purpurado estaba talmente
convencido de los talentos que el Señor había dado a aquel padre jesuita,
como él de origen italiano, que pidió audiencia a Juan Pablo II y se dirigió a
Roma para convencer personalmente al Papa polaco de la validez de su
elección, que tanto bien había hecho a la iglesia argentina.
En cuanto al informe Kolvenbach, Colona nos refiere más de una suposición
en su librito anti Bergoglio, obre la base de lo que cuenta un sacerdote que
habría leído personalmente aquel documento, antes que se “extraviase” en
los meandros del gigantesco archivo de la casa generalicia de los jesuitas en
Roma. Según aquella fuente “el padre Kolvenbach acusaba a Bergoglio de
una serie de defectos, del uso habitual de un lenguaje vulgar, tendente a la

7
doblez; hasta la desobediencia nacida bajo la máscara de humildad y de
falta de equilibrio psicológico.”
Una parte consistente del frente crítico, una vez sacados a la luz (mejor
dicho a contraluz) algunos capítulos de la biografía de Bergoglio, interpreta
elecciones y decisiones del papa –unas veces como expresiones de
convicciones teológicas y entendimientos pastorales- también como
retazos caracteriales (de personales problemas psicológicos en algunos
años de sacerdocio él mismo contó haber recurrido al psicoanálisis) o como
ejemplo de una costumbre política desarrollada hasta el límite del cinismo.
El vaticanista inglés Damián Thompson escribió: “No es difícil descubrir un
sabor latinoamericano en la gestión de los conflictos y en el reglamento de
las cuentas que se han patentizado en los últimos años.”

BUENOS DIAS
La Iglesia debe recorrer un camino radical de renovación, comenzando por el papa y los obispos”

(Carlo Mª Martini, 2012)

La premisa y el inicio del pontificado no fueron un buen presagio. Ser


elegido papa, jefe de la Iglesia romana, católica y apostólica es una grave
responsabilidad incluso sin las complicaciones que debía afrontar pronto el
cardenal Bergoglio, purpurado argentino.

No fue fácil encontrarse en el Vaticano a su predecesor vivo y vigilante, con


el inédito título de papa emérito. Ratzinger, después de su clamorosa
dimisión –por otra parte nunca motivada debidamente- eligió para si una
vida apartada y un estilo máximamente discreto. Pero, no obstante las
buenas y sinceras intenciones, la inédita convivencia entre los dos papas
representó pronto un problema para el nuevo obispo de Roma que eligió
llamarse, primer papa en la historia en hacerlo, como el Pobrecito de Asís.

Se piensa en la dificultad de proceder rápidamente a la elección de su


escuadra (responsables de los dicasterios, roles clave en la curia romana,
titulares de las más importantes diócesis) debiendo necesariamente tener
en cuenta las persistentes relaciones de numerosos cardenales y obispos
con el papa emérito. Se piensa, también, en el problema –no sólo formal-

8
de compartir el altar con Benedicto, dos papas de blanco en las más
importantes ceremonias solemnes.

La elección de Francisco y su estilo, tan radicalmente distinto de sus


predecesores, inevitablemente terminaron por ser parangonados y
contrapuestos a los de Ratzinger, bien vivo y residente en el Vaticano, en
un monasterio a pocos centenares de metros de la Casa Santa Marta, la
residencia elegida por Bergoglio en lugar del tradicional apartamento
pontificio: zapatos rojos, pectoral de oro y muceta roja ribeteada de armiño
para Benedicto; zapatos negros, muy usados, pectoral de plata y un
mugriento portafolios para Francisco. 1Además Bergoglio hizo quitar del
Anuario Pontificio casi todos los títulos del pontífice reinante,
comprendidos el de Vicario de Cristo y el de Sumo Pontífice de la Iglesia
universal. Para sí dejó sólo la definición de Obispo de Roma, que comprende
y recoge todas las otras, es verdad, pero sus indicaciones también fueron
vistas como un ulterior signo de la voluntad de dar forma a una Iglesia
humilde y sin oropeles, más atenta a las razones de los últimos y, ya en los
aspectos visibles, más pobre porque es más cercana a los pobres de la
tierra.

Respecto a la estética no tardaron en manifestase cuestiones más


complicadas, arrojando sombras sobre los procedimientos y su misma
legitimidad –la forma es sustancia- de su elección.

Desde el principio fue Antonio Socci, con su libro “Non è Francesco” (2014).
El periodista y polemista toscano, un católico digno émulo de su
catolicísimo compatriota Domenico Giuliotti, sostiene que Benedicto XVI se
sabía dimitido en el ejercicio de sus funciones de papa, pero no había
renunciado al estatus de jefe de la iglesia: una similar decisión habría sido
imposible y, por otra parte, sería excluida por el mismo papa alemán. No
sólo esto. Socci propone una reconstrucción detallada de la votación
decisiva del cónclave (marzo 2013) y añade a la conclusión que el escrutinio
final debería haberse repetido el día siguiente (y no inmediatamente
después, como se decidió apresuradamente por parte de los cardenales
electores) ¿El motivo de la irregularidad? El descubrimiento de una
papeleta de más durante el conteo (una papeleta en blanco se adhirió a la
utilizada por un cardenal elector) habría invalidado aquel escrutinio.
Citando artículos de la “Universi Dominici Gregis” que regula el cónclave,

11
Se cuenta que cuando tenía que salir a la logia central de San Pedro para que los fieles recibieran su
primera bendición, ante la insistencia del cardenal camarlengo para que se pusiera la muceta roja y la
estola papal, Bergoglio le dijo secamente: “Yo con eso no salgo, póngaselo usted”.

9
Socci concluye que la votación estaba anulada y, según aquella norma,
debería repetirse el día siguiente. ¿Consecuencias del fatal error cometido
por el sacro colegio? La elección de Bergoglio debería considerarse inválida.
El papa legítimo continuaba siendo Benedicto XVI. El cuadro delineado era
absolutamente inédito, paradoxal y dramático.

Como el libro de Socci, seguido de muchas embarazosas precisiones y de


demasiados silencios, no era suficiente, en el transcurso del primer año de
pontificado bergogliano, llegó una nueva indiscreción, en las páginas de una
biografía del papa Francisco publicada en Gran Bretaña. “The gret
reformer”.Para la edición italiana (como para el de Socci) se pensó en
Mondadori para editar el volumen con el título: “Tempo di misericordia,
vita de Jorge Mario Bergoglio”. El autor, Austen Ivereigh, experto en
cuestiones católicas, había sido jefe de prensa del cardenal Murphy
O’Connor, uno de los cuatro purpurados que después de la dimisión de
Ratzinger habían alumbrado una especie de “comité electoral” pro
Bergoglio. Hasta aquí nada ilícito. Las normas vigentes no impiden a los
cardenales hablar entre ellos para intercambiar ideas y orientaciones sobre
la importante elección que debían realizar dentro de pocos días en el
cónclave. Pero los cuatro cardenales (además de O’Connor, Danneels,
Lehmann y Kasper, que con el nuevo papa se ha convertido en uno de los
purpurados más influyentes del Vaticano) habrían hecho mucho más que
eso, transgrediendo las normas. En primer lugar, intensificar su campaña
promocional entre el Colegio Cardenalicio, habrían propiciado en efecto el
preventivo ascenso de su candidato papable; y lo habrían obtenido.

Apenas publicado el volumen, en el Vaticano estalló un alarmado tam-tam.


Y, de pronto, la frase reportada en la página 355 (“Se aseguran su ascenso”)
fue corregida en un más morboso “creerán que no se habría opuesto a su
elección”. Llamado al orden, posiblemente por su amigo cardenal, el autor
del libro se apresuró a lanzar un tweet con la siguiente precisión: El capítulo
del libro sobre el cónclave, leído en su totalidad, aclara que JMB (iniciales
del papa, entonces twiter consentía sólo 140 caracteres) no hizo
absolutamente nada para cooperar a su elección. Oficialmente el
responsable de la sala de prensa del Vaticano, padre Lombardi, excluye que
antes del cónclave estos cuatro cardenales se hubieran prodigado para
asegurar el preventivo consenso a su colega argentino: Estos –explicó
Lombardi- niegan explícitamente esta descripción de los hechos, en lo que
concierne a la búsqueda de un consenso por parte del cardenal Bergoglio, y
en cuanto a la dirección de una campaña para su elección y deseando que
se sepa que están estupefactos y contrariados por cuanto se ha publicado.

10
De aquel asunto han quedado muchas zonas oscuras. Sombras y sospechas
siguieron gravitando sobre el cónclave de 2013. La confirmación de muchos
difuminados de gris se encontraba en la misma página de aquel libro, donde
el autor reportaba todo lo acontecido el día después de la elección de
Bergoglio: Francisco se encontró con todo el colegio cardenalicio,
comprendidos los cardenales no electores, en la sala de las bendiciones.
Cuando compareció el cardenal Murphy O’Connor, lo abrazó y, agitando el
índice en señal de amonestación, dijo con una risotada: “¡Es culpa suya!,
¿qué me ha hecho?” O’Connor, que tenía más de ochenta años, no había
participado en el cónclave; por tanto su “responsabilidad” sólo podía ser de
antes del “extra omnes”.

Junto a la sospechosa transgresión de las reglas, tenemos las razones que


empujaron a estos activísimos cardenales a sostener la candidatura de
Bergoglio. Ya en el cónclave del 2005, se notó, el nombre del argentino
había entrado en el elenco de los papables. Fue él quien compitió con
Ratzinger en la primera votación, antes que sus amigos aceptaran la
indicación que parecía acoger de buen grado la mayoría de los consensos y,
sobre todo, era coherente con los deseos del difunto Juan Pablo II. El apunte
fue pues enviado al cónclave siguiente.

Pero, al menos técnicamente, no se puede excluir que entre las presiones


(siempre negadas ¡faltaría más! Y de las cuales escribiré en un próximo
capítulo) para empujar a Benedicto a renunciar, también fueron atribuibles
al consabido “grupo de San Gallo”, del nombre de la ciudad suiza que
periódicamente (al menos hasta 2007) acogió reuniones de algunos
cardenales, que se reconocían por un común anhelo progresista,
convencidos de la necesidad de una profunda renovación de la Iglesia,
comenzando por la figura del pontífice. Fue de este tenor una de las últimas
intervenciones públicas del cardenal Martini, arzobispo de Milán, antes de
su fallecimiento en 2012: La Iglesia- dijo el cardenal, en una entrevista
publicada en”Il Corriere della Sera”- debe reconocer los propios errores y
debe recorrer un camino radical de cambio, comenzando por el papa y los
obispos.

Con el tiempo las reservas y la perplejidad planteadas sobre el problema


formal de la elección de Bergoglio han dejado el campo a las críticas en las
confrontaciones de un pontificado que ha hecho elecciones unilaterales y
divisivas, después y no obstante las grandes esperanzas alimentadas por la
inicial y casi festiva acogida y por el elevado agrado por el papa Francisco,
dentro y sobre todo fuera de la Iglesia.

11
Sin embargo, cada vez que Bergoglio marcaba su magisterio con
intervenciones de relieve, originales, innovadoras o “borderlines” en
referencia a la doctrina tradicional –la cuestión de su sospechosa
ilegitimidad era puntualmente sacada de los cajones. Y, cada vez se
mostraba menos tímida y siempre más aguerrida la parte adversa a las
iniciativas más audaces.

Hoy es fácil, volviendo a ver la película de los últimos cinco años, observar
como la orientación y las intenciones del papa Bergoglio fueron más
explícitas al final de la primavera de 2013. A menudo, incluso en las
primeras declaraciones públicas, Bergoglio había indicado claramente el
camino a recorrer, las palabras clave, la prioridad. Hasta en el exordio en el
Angelus del domingo, antes de la bendición y de la muletilla del “buon
pranzo”, el papa aconsejaba la lectura de un libro escrito por su fan número
uno y uno de los que promovieron su “campaña electoral”, el cardenal
Kasper. El título del libro: “Misericordia, concepto clave del Evangelio y llave
de la vida cristiana”, se había convertido en el vademécum del papa
argentino. Y Kasper se convertía en el personaje central, timón elegido y
garante de la ruptura emprendida. Mientras tanto era patente el
agradecimiento de Bergoglio al belga Danneels, notable en su posición
“progresista” (sobre los gay, eutanasia y derechos civiles) animador durante
años del ya citado “Grupo de San Gallo”. Francisco quiso que Danneels
estuviera cerca de él en su primera aparición pública en aquella tarde de la
elección, cuando exhortó con aquel directo, claro y progre “buonasera” que
sustituiría al tradicional, y quizá demasiado anticuado para él, “Alabado
sea Jesucristo”. Como contó el periódico belga Le Vif, Danneels oficialmente
estaba allí cuando el decano de los cardenales anunció la elección de
Bergoglio, aunque, en realidad, él ya operaba a lo largo de los años como
discreto creador del rey.

Hoy, con cualquier argumento urdido en el mismo transcurrir del tiempo,


se puede sostener que el papa Francisco no había sabido hacer fructificar el
crédito de las posiciones acumuladas en los primeros años de su
pontificado. Ningún papa había sido tan aplaudido y hosannado antes de él,
sobre todo fuera del catolicismo, excepción hecha de Juan XXIII por su
histórica decisión de convocar el Concilio Vaticano II con explícitos intentos
innovadores. (Lo que él llamaba el “aggiornamento”).

El colegio de los cardenales que en 2013 eligió al argentino esperaba ver


pronto resueltos – o llevados rápidamente a solución- los graves y enormes
problemas que convertían en dramática la crisis del catolicismo. Y contaba

12
con retrobar una renovada cohesión en el interior de la Iglesia, sobre el
arranque difuso de un pontificado que se anunciaba fuertemente
innovador. Todavía en el año 2015, dos años después de su elección, el
historiador Andrea Riccardi fotografiaba la situación: Había motivos serios
que hacían temer un irresistible declive: escándalos, poca capacidad de
gobierno de la curia, problemas financieros, desarrollo de las sectas,
ausencia de proyecciones internacionales, poca confianza.” Hoy se puede
decir que la Iglesia no solo no se ha renovado y recompuesto, sino que sufre
de nuevo, quizá con más virulencia, nuevas lacerantes heridas. De forma
añadida, no se han superado los problemas, cuya complejidad –desde la
corrupción a la pedofilia; desde la especulación a las luchas intestinas-
empujaron a Benedicto XVI a presentar su dimisión.

En una encuesta sobre las dificultades encontradas (en parte producidas)


por el papa Bergoglio en el corazón mismo de la Santa sede, en mayo de
2015 el “Corriere della Sera” proporcionaba este porcentaje de
des(agrados) respecto a la Roma Vaticana: el 20 % es un convencido
defensor del papa argentino: el 70 % son una mayoría silenciosa que lo
secunda en espera impaciente de otro pontífice; el 10% son el “pelotón” de
los “insatisfechos y críticos”. Desde entonces la situación y ulteriormente
mutada y la multitud de los opositores –críticos, perplejos, alarmados-
parece ser todavía peor, pudiendo contar también con numerosos
desilusionados entre obispos, sacerdotes y creyentes laicos.

MISERICORDIA, PALABRA MÁGICA


El mundo corre hacia la perdición y la Iglesia corre a perderse en el mundo.” (Eugene Ionesco, 1975)

La palabra mágica del pontificado de Bergoglio es ciertamente misericordia.


Entre un Jubileo y una homilía matutina, el Papa Francisco hace un uso
abundante de ella. A veces también es un escudo y un registro para explicar
/ justificar los pensamientos y palabras de su magisterio Petrino. Y, sin
embargo, esa palabra, que se hace eco de un prodigioso espíritu cristiano
que está siempre disponible para el prójimo, pierde su valor y significado
auténtico debido al abuso que se ha hecho de ella; un poco como lo que
sucede con el estribillo de una cancioncilla que, a fuerza de zumbar, uno
olvida el significado.
Nos podríamos preguntar: ¿la incesante búsqueda del consenso mundano
tiene que ver con la misericordia? ¿Tiene que ver la misericordia con la

13
constante complacencia para ganarse el aplauso de los periódicos laicistas?
¿Las perlas envenenadas que salpican la vida diaria de la catedra de Pedro
tienen algo que ver con la misericordia?
La renuncia a denunciar el error y oponerse a la hegemonía del relativismo
gnóstico se ha vuelto gradualmente evidente detrás de la pantalla de la
misericordia.
Me viene a la mente, una pregunta que se hace el gran comediógrafo
Eugène Ionesco (1975): "¿Corre el mundo hacia la perdición y la Iglesia corre
para perderse en el mundo?" La Iglesia ya no es katechon, ha dejado de
pelear, ya no se resiste al poder mundano. ¿No es esta la abdicación más
terrible después de más de dos milenios de historia?
Aún más desconcertante, y revelador, es el otro lado de la moneda. Esta
misericordia no siempre es aplicada por aquellos que la han convertido en
el paradigma de las virtudes cristianas. De vez en cuando, se saca la espada
de la intransigencia y la severidad, pero solo contra aquellos que critican o
simplemente ignoran el bergoglismo en su propia experiencia de fe.
Parece que la palabra mágica, en las manos más autorizadas, se convierte
en una especie de daga, un estilete usado para dar el golpe de gracia a
quienes se han atrevido a disentir públicamente o no se han plegado
explícitamente. A menudo, después de la batalla, yacen en el piso los
muertos, también numerosos heridos. Guardianes y vigilantes -sacerdotes,
a veces obispos- pasan revista y le dicen al disidente que no tiene más
escapatoria. En ese momento, aquí viene el golpe de gracia. Misericordioso,
por supuesto.
Los misericordiados, como se llama a las víctimas de esa miseria
intransigente, son incontables: desde los ex poderosos cardenales Tarsicio
Bertone y Mauro Piacenza al presidente de los obispos italianos Angelo
Bagnasco; desde el cardenal estadounidense Raymond Burke hasta el
alemán Gerhard Müller. Es conocido por todos, no solo en el Vaticano, la
molestia con la que se reciben las críticas y solicitudes de claridad que, con
el tiempo, se han dirigido al Papa. La respuesta casi siempre es un silencio
ensordecedor, a veces acompañado de intervenciones punitivas o censoras.
Ahora coexiste con el clima de sospechas y de miedo difuso que se extiende
más allá de la puerta de Santa Ana. Es como si el tiempo hubiera dado
instrucciones para confirmar todos los miedos que hacían pavor en la

14
primavera de 2013, alimentando la sensación de que el Papa llamado a
fortalecer e innovar una debilitada y dividida Iglesia no sería capaz de
revertir el curso, sino, por el contrario, habría causado nuevas fracturas,
desconcierto generalizado, alimentado la sensación de una crisis que sería
difícil de revertir en poco tiempo.

JUBILEO FLOP

“Este Fiat Lux ha sido un espectáculo tan escandaloso como aburrido…un regalo de la Banca mundial y
del lobby ecologista, anti-natalista que controlan la agencia de la ONU.” (Nuova Bussola Quotidiana,
2015)

En busca de un esfuerzo de relanzamiento, una vez que se había agotado el


impulso populista de los primeros meses del pontificado, la misma palabra
clave había dado título y razón para ser el jubileo extraordinario (8 de
diciembre de 2015-20 noviembre de 2016) muy deseado por el Papa
Bergoglio. Definirlo como un fracaso sería reductivo: muy pocos peregrinos,
la Plaza de San Pedro medio vacía en las citas semanales con Francesco.
Para desesperarse no solo los comerciantes y restauradores de la zona, que
habían esperado una gran afluencia a las estancias y cosas del Vaticano,
sino que también de muros hacia dentro también había preocupación y
empezaba la letanía de los errores cometidos desde 2013.
Que aquel Jubileo extraordinario había creado sobre todo problemas y
polémicas, se percibió hasta en el desconcertante espectáculo “Fiat Lux:
Illuminating our common home, que una tarde de diciembre transformó la
fachada de la basílica petrina en un calidoscopio de luces y colores que poco
o nada tenía que ver con el catolicismo. Se trataba de un show organizado
y financiado por la Banca mundial, por una fundación cineasta, con
contribuciones financieras hasta de Google, Nike y otras ricas empresas
multinacionales. Siguieron inevitables polémicas y acusaciones, por aquel
espectáculo que contradecía patentemente las llamadas y proclamas
pauperistas de Bergoglio. El obispo Rino Fisichella, responsable de los
eventos jubilares habló de una sugestiva representación con imágenes
sacadas del repertorio de algunos grandes fotógrafos del mundo e inspirado
en la misericordia, en la humanidad, en el mundo natural y en el cambio
climático.” Pero la Nuova Bussola Quotidiana, periódico on-line crítico,
severo y puntual con las innovaciones introducidas en este pontificado, dice

15
que fue un espectáculo “escandaloso y aburrido”. Según el director del
NBQ, Ricardo Cascioli, “Fue un regalo de la Banca Mundial y de algunas
asociaciones y fundaciones particularmente interesadas en el ecologismo,
la Vulcan Inc. del co fundador de Microsoft Paul Allen y la “Okeanos
Fondazione per il mare”, instituciones que no por casualidad llevan el
nombre de divinidades paganas.
Significativamente, justo en aquella temporada jubilar, no solo mostraban
alarma creciente los críticos de primera hora (obispos nostálgicos de
Ratzinger, reaccionarios incurables, irreductibles conservadores) sino
también sacerdotes, estudiosos y comentaristas que inicialmente habían
saludado a Bergoglio como el esperado papa del cambio.
Sus observadores apenas ocultaron una creciente decepción. En este
sentido, la elección de convocar un Año Santo extraordinario pareció a
muchos el intento de relanzar lo personal a la búsqueda de una imagen para
ser reconstruida y un carisma para ser inventado. Ante el flagrante fracaso,
la ambición que había dado a luz obligó a toda la Iglesia a gestionar un largo
año entre mil iniciativas, ya no romanas, como había sido siempre en todos
los Jubileos anteriores esparcidos en diócesis y lugares del mundo y, casi en
todas partes, bienvenido con indiferencia. Para intentar subir la cuesta
algunos sugirieron, astutamente, la inclusión de eventos de gran reclamo
popular, como la exposición de las reliquias de San Pio o la presencia en
Roma de la estatuilla de la Virgen de Fátima. Pero – todos los sabemos- el
catolicisimo testimonio del capuchino de Pietrelcina, el santo más amado
del Novecento, era profundamente distinto a la ideología de Bergoglio, que
recuerda más bien a Juan XXIII. El papa “bueno” fue siempre tenazmente
hostil al Padre Pio. Envió a un inquisidor a San Giovanni Rotondo, monseñor
Carlo Maccari, sucesivamente nombrado obispo de Ancona, con el
propósito de recoger acusaciones, desenmascarar el engaño de los
estigmas y desanimar a los numerosos peregrinos que acudían al convento
plugiense. Aquel mismo papa bueno también había encerrado con
indignación, dentro de un cajón, cartas y súplicas de sor Lucia, la vidente de
Fátima, que le imploraba que escuchase las peticiones de la Virgen y, al
mismo tiempo que hiciera público el “tercer secreto”.
Y quién sabe si Roncalli, que no logró deprimir ni reprimir la fe popular del
Padre Pío, en 2016 pudo haber visto desde allí el nuevo milagro del santo.
Aunque solo fuera durante una semana, con sus restos en una misión en

16
Roma, reanimó y devolvió los colores del evento popular al agónico Jubileo.
En la capital, con el ataúd de cristal, se llevó a cabo la vuelta a las siete
iglesias, casi. En esa ocasión, el culto de aquel santo, que también se
consideró como uno de los más reaccionarios de su tiempo, volvió a taponar
la crisis y a hacer vivir algunos días de pasión popular. Con la historia
consumada y concluida, sería simple recordar el triunfo del Padre Pío y su
resistencia- obediente y vencedor – en los numerosos acosos a los que fue
sometido por el Vaticano: en primer lugar con el padre Agustín Gemelli y
después, por el capricho del papa Roncalli, con el obispo marquiano
Maccari. El fraile de los estigmas superó aquellas pruebas, humilde y
tenazmente, con su fe simple y sangrante, capaz de resistir a las ventoladas
hostiles y a las olas modernistas más violentas e intolerantes.
Quizás en ese año jubilar, con el recurso a San Pio, se intentó una operación
en las altas esferas del Vaticano que los años venideros hubieran resultado
imposibles: poder unir la fe popular con los "géneros magníficos y
progresivos"; el “Family day” con "¿quién soy yo para juzgar?”... Las cosas
han ido de manera muy diferente. Toda síntesis resultó ser imposible; la
dirección del Papa argentino, al menos hasta ahora, no da pausa para la
reflexión, el replanteamiento o las manifestaciones de genuina
misericordia.
Todo fue más claro en los meses siguientes, una vez consumados todos los
elementos festivos a su disposición (después del Padre Pío, fue la vuelta de
la Virgen de Fátima y de la madre Teresa de Calcuta). No obstante aquellos
eventos extraordinarios, el Jubileo se reveló como una concentración de
errores. El Año Santo había representado siempre, para la Iglesia, un
momento importante, incluso triunfal, desde Bonifacio VII que inició el
primer Jubileo en el siglo XIV. Pero es suficiente con recordar el año 1950,
cuando las palabras de paz y de esperanza pronunciadas por Pio XII tuvieron
inmensa resonancia mundial. Fue aquel un Jubileo histórico, con la
proclamación del dogma de la Asunción de María al cielo. El día de la
celebración solemne la plaza de San Pedro apenas podía contener el millón
de fieles que acudieron a Roma.
Bergoglio soñaba vivir momentos similares con su Jubileo extraordinario.
Pero sólo la presencia de los restos en Roma del Padre Pío logró acercarse
a ese número. En épocas recientes la participación oceánica solo se registró
con la santificación conjunta de dos papas, Roncalli y Wojtila – el 2013. En

17
realidad, el fracaso del Jubileo misericordioso era ampliamente previsible,
casi por voluntad del mismo papa argentino: Fue él mismo quien declaro
“santas” mil puertas, en Roma y en todo el mundo. Por lo que
paradójicamente, un peregrino llegado a la Capital para el Jubileo, no
estaba obligado a llegar hasta la cúpula de San Pedro, porque Francisco
había abierto una puerta santa incluso en la estación Termini, precisamente
en el albergue de Caritas.
Además el desconcierto de muchos fue grande y no lo ocultaron cuando el
papa dijo lo que pensaba sobre las indulgencias. En el documento que
proclamaba el Jubileo extraordinario, Bergoglio pasaba de puntillas por las
cuestiones que desde hace siglos eran relevantes, sobre todo en los años
jubilares. Se trata, lo enseña el catecismo, de la remisión de los pecados y
de la posibilidad de ganarse el paraíso, aunque sea pasando por el
purgatorio, a condición que los fieles peregrinos en Roma, una vez
atravesada la Puerta Santa, se acerquen al sacramento de la confesión. Las
cosas estaban así, hasta Juan Pablo II. Con el argentino, parece sin embargo
que el mismo Jubileo haya sido reinventado ya que el perdón se puede
conseguir sin necesidad de ningún sacerdote ni de penitencia. Es decir, para
obtener la absolución no hace falta declarar los propios pecados, es
suficiente pasar por cualquiera de las puertas santas, decir una oración y el
juego se ha acabado, el paraíso asegurado.
Entonces, poniendo en paralelo pensamientos y palabras del papa
argentino, los observadores más avezados comenzaron a sospechar que
Bergoglio y sus queridos amigos (purpurados, obispos y teólogos
progresistas) habrían querido y visto aquel año jubilar como una primera,
preciosa ocasión para demoler importantes clavijas de la tradición.
En la historia bimilenaria del catolicismo desde que Lutero rompió con la
Iglesia de Roma no se había asestado un golpe como este a la institución de
las indulgencias y del sacramento de la penitencia. Probablemente –de ahí
la sospecha y el temor- en algunos ambientes vecinos al papa, ya entonces
se veía el ánimo de acortar distancias con el mundo protestante, también
con vistas a la celebración del cisma, de la cual habría participado Bergoglio,
exaltando las acciones y la valentía de aquel monje agustino alemán, sin
recordar de hecho la extraordinaria respuesta que la Iglesia católica supo
dar a aquella ruptura sin precedentes, convocando el Concilio de Trento y
reafirmando – si o si- todos los pilares de la fe. Entonces la Iglesia católica

18
hizo exactamente lo contrario de cuanto desde 2013 predicaba y practicaba
el nuevo curso vaticano: una especie de desarme unilateral en la
confrontación con los hermanos protestantes.
Si el Jubileo había demostrado ser el fracaso más rotundo del pontificado,
el obispo de Roma ya había recogido otros. A un sacerdote que sirve en el
tribunal de Sacra Rota, le pregunté qué pensaba de la reforma anunciada
por el Papa, lo que alguien llamó el divorcio católico. Él no me respondió.
Hizo el signo de la cruz y alzó los ojos al cielo…
Un sacerdote asiduo de la sala stampa vaticana, me señaló las cifras
despiadadas del declive de peregrinos: “Será el miedo al terrorismo…”,
probé a objetarle. “Pero no, respondió, la decadencia precede a los ataques
de París. Ya en 2014, el segundo año de Bergoglio, en las audiencias del
miércoles, los fieles en la Plaza de San Pedro habían disminuido en
comparación con el Ángelus de Benedicto XVI, un Papa considerado
impopular en comparación a éste”.

ENTRE FÁTIMA Y MEDJUGORJE


Creo en la Virgen nuestra Madre buena, no en esa especie de jefe de la oficina de telégrafos, que dicta
cada día en una cierta hora sus mensajes. (Francisco, 2017)

Como todos los papas sucesivamente en el último siglo, precisamente


desde 1917, también Francisco ha debido enfrentarse con Fátima. Hubiera
sido imposible evadir el centenario. Por otra parte también sería
impensable no secundar un fenómeno que atrae y conmociona a muchos
millones de católicos, peregrinos al santuario portugués. Una historia, la de
las apariciones de Fátima que, a diferencia de otras manifestaciones del
culto mariano, tiene poco que ver con las gracias y los milagros para pedir
la intercesión de María, y concierne sobre todo a los secretos y profecías
que Nuestra Señora confió a los tres niños analfabetos en sus apariciones
mensuales, seis en total, entre mayo y octubre 17, mientras Europa era
sorprendida por la primera guerra mundial y en Rusia la revolución
bolchevique se habría impuesto unos meses más tarde.
El papa Bergoglio acudió a Fátima el 12 y 13 de mayo de 2017, para las
solemnes celebraciones del centenario. El programa de su peregrinación y
la presencia de millones de fieles fueron vistos, en aquella fase de su

19
pontificado, como una preciosa ocasión para subir la cuesta y para disipar
la niebla sospechosa, después de meses de polémicas y de “venenos” que
habían llegado a afectar la imagen del obispo de Roma reinante. De aquí la
comprensible voluntad de sintonizarse en la onda de un evento que, desde
hace un siglo, es signo de contradicción pero también de fe popular que no
conoce pausa ni reflexión.
Después de desafiar las desviaciones pastorales, la operación de Fátima
trató de colocar el pontificado en la línea de cierta continuidad con la
tradición y el magisterio. Por eso, de forma astuta, Bergoglio decide
colocarse en la huella de sus predecesores, entre los cuales al menos dos
habían merecido el título de Papa de Fátima. El primero, Eugenio Pacelli,
futuro Pio XII, fue consagrado obispo exactamente el 13 de mayo de 1917,
el mismo día en el que los tres niños habían visto por primera vez a la Virgen
María mientras apacentaban el rebaño familiar. El segundo, Papa Wojtyla,
alcanzado por el pistoletazo de Ali Agca, el 12 de mayo de 1981, atribuyó a
la Virgen de Fátima el mérito y el milagro de haberle salvado y quiso poner
el proyectil que habían sacado de sus vísceras en la corona de la estatua de
María en señal de devoto agradecimiento (“Una mano disparó y otra mano
desvió el recorrido de la bala”). Juan Pablo II decía ser un hombre
“milagreado” por la Virgen de Fátima, el papa al cual se refería el “tercer
secreto”; el obispo vestido de blanco y golpeado a muerte.
Solamente un jefe de la Iglesia se mostró escéptico y quizá hostil a las
llamadas y requerimientos de sor Lucía, la vidente de Fátima. Juan XXIII no
soportaba que aquella monjita portuguesa, en clausura en Coímbra,
pudiese condicionar (incluso mantener a raya) a toda la jerarquía católica,
sobre todo después de que el Vaticano hubiera reconocido como auténticos
sus mensajes, sus visiones y los milagros atribuidos a la Virgen. Roncalli
rehusó revelar aquel tercer secreto que la monja pedía que se hiciese
público- a petición directa de la Virgen, como aseguraba Lucia en 1960. Tal
era el deseo de no ser distraído de su propia prioridad absoluta (el Concilio
Vaticano II) que, además de Fátima y a los malos augurios y desgracias sobre
la humanidad y sobre la misma iglesia, como recordábamos en el capítulo
precedente, Roncalli tenía otro “enemigo”: el padre Pio de Pietrelcina. Le
mandó inspecciones, le amenazó con castigar al fraile. Todo fue en vano. La
historia sucesiva de la Iglesia demostraría cómo la razón y la fe estaban de
parte del capuchino de San Giovanni Rotondo; y de parte de la hermana, de
hecho siempre más prisionera y ocultada en el convento de clausura de
20
Coímbra. Los dos testimonios de una fe tradicional y simple; ambos
privilegiados por una relación directa con el Altísimo.
La esperanza de reagrupar al mundo católico a través de una síntesis
tradición/innovación se desvaneció pronto, sobre todo por una elección
cada vez más neta por parte del papa Bergoglio. Después y no obstante la
celebración fatimista, saludada con especial entusiasmo por parte de los
fieles, solo el contenido del tercer secreto (que muchos creen aún no
revelado por completo) habría sido recordado por algunos críticos para
reconocer en la iglesia del actual Pontífice algunos signos de la terrible
imagen descrita por Lucía en sus notas enviadas (y cerradas en un cajón)
por el Papa Roncalli, hasta la decisión tomada en el dos mil por parte de
Juan Pablo II de publicarlo (¿completamente o solo una parte?). Muchos
fatimistas aseguran que no fue publicado todo el documento y que se ha
ocultado la parte –terrible y angustiante- sobre la autodestrucción de la
Iglesia católica que, en la apostasía y en la crisis, se estaría ahora
reafirmando. Desde hace decenios esto del tercer secreto de Fátima no es
una cuestión despreciable para el Vaticano. El cardenal Bertone fue más
veces al convento portugués donde encontró a la anciana y ya ciega sor
Lucía (fallecida en 1995) para decirle que ya no quedaba nada por revelar
de sus visiones, apariciones y sueños. La hermana obedeció, igual que había
hecho en 1957, cuando un entrevista suya con fuertes y explicitas críticas a
la jerarquía católica por no haber “escuchado a la Virgen” y desobedecido
a sus indicaciones, provocó un montón de polémicas hasta que incluso-
también entonces presa, casi constreñida, la monja debió retractarse de sus
clamorosas declaraciones.
En otro punto, Bergoglio cuidadosamente eligió mantenerse alejado de las
discusiones y las polémicas: el centenario de la revolución de octubre. Unos
meses más tarde, las apariciones de Portugal, Lenin y los bolcheviques
tomaron el poder en Rusia. Aquella revolución y Fátima van parejas no solo
en el calendario, sino también en una de las órdenes que los pastorcillos
atribuyeron a la Virgen: la solemne y pública consagración de Rusia a su
corazón inmaculado, para evitar el peligro que aquel inmenso país
difundiera sus errores por el mundo. Hubo numerosos intentos, pero nunca
se concedió esa precisa solicitud, a pesar de las celebraciones presididas
por Pío XII, Pablo VI, Wojtyla y Ratzinger. Cada vez, una forma diferente,
una omisión en la oración, una cita genérica, la falta de participación de
obispos de todo el mundo...
21
En el capítulo de las cosas no dichas también va adjunto la silenciosa
contraposición entre Fátima y Medjugorje. La Iglesia ha juzgado auténticos
los hechos acaecidos en 1917 en Portugal y verificados como ausentes de
sospechas, censuras o remociones, los secretos confiados a los tres
pastorcillos. Sin embargo prevalece el escepticismo sobre las apariciones y
sus mensajes que desde 1981 se dan en Bosnia a algunos videntes. Si no se
da por cerrado el caso de estas apariciones es por la gigantesca cantidad de
fieles que cada año acude en peregrinación a Medjugorge. Pero la idea de
Bergoglio en este sentido es conocida. No por casualidad, justo en el avión
que lo trajo de vuelta a Roma desde Portugal (esas improvisadas
conferencias de prensa son los momentos más temidos en el Vaticano,
porque a Francesco le gusta expresarse libremente y a menudo fuera de
cualquier convención) Bergoglio fue cauto sobre la veracidad de las
primeras apariciones sobre el monte bosnio. Pero fue lapidario sobre un
fenómeno que, según dicen los videntes, continua repitiéndose con gran
frecuencia: “Creo en la Virgen nuestra Madre buena, no en esa que parece
un telegrafista, que dicta cada día a una cierta hora sus mensajes”. El jesuita
padre Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica, ya había avanzado
(febrero de 2017) lo que el papa pensaba de Medjugorge. Francisco
refutaba la idea de una Virgen que cada día manda una carta distinta,
diciendo ‘hijos míos, haced esto o haces aquello, y después, el día siguiente
‘haced aquello otro’. La Virgen verdadera es la que genera a Jesús en su
corazón, que es Madre. Esta moda de la Virgen superestar, como una
protagonista que se pone a sí misma en el centro, no es católica.”
Si hasta el día de hoy este juicio negativo autorizado no se ha traducido en
una prohibición definitiva -que tal vez nunca llegue- es debido al gran
número de peregrinos que no conocen inflexiones. Por esta razón, a finales
de 2017, el enviado del papa a la localidad bosnia, el obispo emérito de
Varsovia Henryk F. Hoser, pudo declarar que el culto mariano a Medjugorge
“no está vedado en absoluto”, incluso se reiteró la precaución del Vaticano
sobre las continuas apariciones marianas ya que "el problema de los
videntes aún no se ha resuelto" y la cuestión sigue siendo examinada por el
Secretario de Estado.” Pero es evidente que nadie, en el Vaticano, puede
permitirse prohibir semejantes manifestaciones de fe popular o de
considerar fuera de la iglesia algo tan vasto, radical y convencido culto
mariano. Pero lo que piensa Bergoglio de Medjugorge no es ningún misterio
desde aquel vuelo desde Lisboa a Roma 2017.

22
UN PRIMER MEA CULPA
Hacer reformas en Roma es como limpiar la esfinge de Egipto con un cepillo de dientes. (Bergoglio dixit)

En cuestiones de gobierno, Benedicto XVI se consideraba inadecuado, hasta


el punto de tirar la toalla para permitirle a la Iglesia la oportunidad de contar
con un líder capaz y con autoridad .No se puede sostener que Bergoglio
haya honrado las indicaciones de su predecesor y de los cardenales
electores. En particular, no han visto la luz las reformas radicales que habían
sido prometidas e indicadas como una de las máximas prioridades del
nuevo mandato.
En la Vigilia de la Navidad de 2017, en su tradicional discurso de felicitación
a la curia vaticana, sorprendió e impresionó, por el tono inusual y por
algunos párrafos absolutamente inauditos en labios de Bergoglio. Los más
optimistas-entre los que me incluyo- lo interpretaron como una primera e
importante autocrítica después de muchas decisiones de gobierno
equivocadas y demasiados desgraciados nombramientos para cargos de
gran responsabilidad.
Las decisiones desafortunadas comienzan en 2013. Bergoglio hacía pocas
semanas que había tomado posesión de la sede de Pedro cuando nombró
a monseñor Battista Rica, relator del IOR. Aquella elección se reveló como
un gran error porque el currículo de Rica no era demasiado tranquilizante.
El papa lo conocía bien. El monseñor bresciano dirigía la residencia romana
de la vía de la Scrofa donde se alojaba el cardenal Bergoglio cuando iba a
Roma. Lo apreciaba y muy probablemente no sabía de la implicación de Rica
en un grave escándalo gay en los años que el monseñor permaneció en la
nunciatura uruguaya: una fea historia de intimidad sexual con un capitán
del ejército suizo, Patrick Haari. Cuando explotó la bomba, poco después
del traslado de Ricca al Vaticano, estallaron al mismo tiempo las voces
mediáticas en defensa del papa. ¿La versión oficial? El santo padre se había
mantenido ajeno a este grave precedente propio del “lobby gay” presente
y potente en el Vaticano. Un lobby que el papa hubiera cierta y rápidamente
desenmascarado. Pero entretanto y defendiendo indirectamente su
elección, el mismo Bergoglio, en respuesta a las preguntas de un periodista
sobre el nombramiento de Ricca contestó aquello de “¿quién soy yo para
juzgar?”

23
Aquel suceso selló el comienzo de un verdadero Vía Crucis para Bergoglio.
Sufrió una nueva fea historia, denominada Vatileaks 2, que por algunos de
sus rasgos parecía la réplica de una película ya vista. Se asemejaba a un
triste remake del poco edificante espectáculo que había precedido, en
febrero de 2013, la clamorosa dimisión de Benedicto XVI. Los cuervos
continuaban volando. Las pistolas a punto de dispararse. Y el papa
argentino se encontraba prisionero en un laberinto construido por él
mismo.
Los dos eventos eran profundamente diversos. Dos diferencias sobre todo.
La primera: la resonancia mediática. Mientras entonces, con Ratzinger, casi
todos habían apuntado con el índice acusador hacia la debilidad y a sus
limitaciones personales (de salud, personales y caracteriales) del papa
alemán, la segunda vez un potente partido franciscano había difundido
prontísimo la vulgata que atribuía la dirección del nuevo escándalo a los
muchos, potentes y ocultos enemigos del argentino: todos los malos se
habrían empeñado en defender sus intereses y el poder que los proyectos
reformadores de Bergoglio habrían desmantelado pronto. ¿Quiénes eran
esos malos? Siempre los mismos – decían de forma un tanto vaga los
abogados defensores del papa- que se habían opuesto, en todos los
sentidos y por todos los medios, a las innovaciones más marcadas.
La segunda diferencia: mientras que Ratzinger tenia cerca, entre los
mayordomos de su servicio, al cuervo que había filtrado al exterior
documentos reservados, en el nuevo Vatileaks los dos presuntos y más
importantes espías- el español Vallejo Balda, monseñor del Opus Dei y la
intrépida joven Francisca Chaouqui- habían sido elegidos directamente por
el papa para formar la COSEA, una comisión nueva que tendría que informar
a los dicasterios económico-administrativos de la Santa Sede y poner orden
en las finanzas vaticanas. Había sido el mismo Francisco quien nombró al
español Vallejo Balda y a la Chaouqui para la nueva comisión que debería
reformar y reorganizar las finanzas de la Santa sede. El monseñor y la chica
fueron acusados de haber traficado y difundido documentos top secret,
luego publicados en dos libros-escándalo en el Vaticano. No solamente es
que el papa los había elegido personalmente sino que además él los había
impuesto y defendido a pesar de algunos consejeros prudentes que le
habían advertido con prontitud sobre ambos: sobre las predilecciones
sexuales de Monseñor y sobre la exuberancia de la chica, confirmada por
algunas fotos privadas publicadas por ella misma en su perfil social. El
24
evento comportó un nuevo proceso, un gran clamor, condena por las dos
absoluciones por parte de los periodistas italianos –Gianluigi Nuzzi y
Emiliano Fittipaldi- autores de los nuevos libros-escándalo.
Lo de la COSEA solo ha sido el caso más notorio, en razón de los numerosos
elementos escandalosos del evento. Pero en el discurso de Navidad de 2017
a la curia, el papa pensaba también en otras feas aventuras de las cuales
había sido un director incómodo o un desafortunado inspirador. Francisco
había elegido al cardenal Pell como potente súper ministro, le había
conferido amplias competencias para que reformarse las finanzas vaticanas
distribuyendo diversamente poderes y cargos, entre la secretaria de Estado
y varias congregaciones. La cuestión finalizó con un nuevo escándalo: la
vuelta a su Patria del cardenal Pell para responder ante la magistratura
australiana que lo acusa de haber cubierto y protegido, en el pasado, a
algunos sacerdotes pedófilos. Pero antes de eso, el mismo Bergoglio
decididamente había tomado distancia de las propuestas de reforma
elaboradas por Pell, de hecho abjuró de su elección originaria. Lo que le hizo
cambiar de opinión sobre las operaciones del súper ministro fueron las
argumentadas reservas que le habían expresado importantes
colaboradores. Sobre todo el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin.
El retorno forzado de Pell a Australia, también a falta de la formal dimisión
de su encargo vaticano, produjo un estallido total del cual se aprovecharon
cardenales y prelados de la curia absolutamente decididos a conservar sus
prerrogativas y a defender sus respectivos poderes.
En su discurso de Navidad a la curia, el papa Francisco pensaba también en
el alejamiento del cardenal Müller; en la brusca dimisión del supervisor
general Libero Milone; del vice director del IOR Giulio Mattietti. Bergoglio
recordaba, casi reivindicándola, la expulsión de las personas seleccionadas
cuidadosamente para dar mayor vigor a las reformas que resultaron ser
corruptas a causa de las ambiciones y la vanagloria, mientras que cuando
son removidos suavemente, se autoproclaman falsamente mártires del
sistema, del Papa desinformado, de la vieja guardia, en vez de recitar el mea
culpa.
Quizá lo que más daños ha hecho al papa ha sido el último acontecimiento
que ha sido protagonizado por su fidelísimo cardenal Oscar A. Rodríguez
Maradiaga. Bergoglio lo había elegido como coordinador del consejo de
nueve cardenales (el C9) que debería haber redactado la histórica reforma

25
de la curia. No obstante haber suscitado un cierto escepticismo, aun en el
verano de 2017 el cardenal hondureño había manifestado optimismo sobre
el tiempo y el contenido de la Gran reforma: “Estamos al 75% del trabajo
de revisión de la constitución apostólica sobre la curia romana y a finales de
año deberemos consignar a los canonistas los nuevos documentos.” Sin
embargo en las mismas postrimerías de la Navidad, este purpurado (que
predicaba pobreza y atacaba duramente a los cardenales más críticos con
el papa) se situaba en el epicentro de un escándalo, con la revelación que
desde hacía años percibía 35.000 euros mensuales de la universidad de
Tegucigalpa, capital de Honduras. Fue un duro golpe para el pontífice. El
cardenal contestó aquella noticia. Dijo que el dinero venía regularmente
gastado en obras de caridad y reveló haber recibido telefónicamente
palabras de ánimo y de cercanía por parte del papa Bergoglio.
Pero el acontecimiento Maradiaga había agravado una situación de objetiva
dificultad. Por esto Bergoglio, aunque acompañando sus afirmaciones con
una amarga ironía (Hacer las reformas en Roma es como limpiar la esfinge
de Egipto con un cepillo de dientes) admitió por primera vez importantes
errores. La prensa Berglogiana enfatizó, como si nada hubiera cambiado, la
usual invitación a sus críticos a "superar la lógica desequilibrada y
degenerada de conspiraciones o pequeños círculos". Pero ese discurso
antes de la Navidad de 2017 todavía puede considerarse un primer mea
culpa, quizás incluso un paso tímido hacia esa parte de la curia que él
mismo, con sus anuncios de una revolución inminente, había alarmado por
temor a un desguace generalizado.
En los comentarios de la curia, cálidos y muy complacidos, se midieron las
distancias abismales entre el Bergoglio, nuevo y autocrítico, y el Papa que,
tres años antes, en la misma ocasión prenavideña, había asestado golpes
duros a los gobernantes del Vaticano. Había enumerado y denunciado las
graves enfermedades consideradas por él como soberbia, narcisismo,
ambición, superficialidad, insensibilidad, cálculo, venganza, capricho,
vanagloria, esquizofrenia, disolución, murmuración, calumnia, bellaquería,
cortesanismo, sed de poder. Además había acusado a los presentes de
“Alzeimer espiritual”. Nadie lo había negado y aquellas palabras de fuego
que los medios relanzaron con gran profusión, habían recibido un mar de
aplausos al papa fustigador y justiciero.

26
El discurso navideño de 2017 reveló un cambio de estrategia. Después de
tantas elecciones infelices y erróneas, el mismo pontífice admitía su
imposibilidad de realizar las reformas prometidas, confesando haber
premiado con su propia confianza a personas inmerecedoras de la misma,
inadecuadas, incapaces de resistir la tentación del poder y de la ambición
desenfrenada. Era la confirmación de que, si el arte del buen gobierno se
expresa sobre todo en la elección de la escuadra llamada para afianzar al
jefe del ejecutivo, en cinco años el líder Bergoglio no ha sabido honrar dicho
asunto.
Alguien en América Latina no debe estar demasiado sorprendido. Según la
reconstrucción apócrifa de su carrera desde 2013, la relación de Bergoglio
con los dirigentes de la Compañía de Jesús habría sido borrascosa durante
muchos años. En particular había una explicita desconfianza en su
confrontación – considerado caracterialmente “no equilibrado”, “furtivo” e
incluso “loco” – en el vértice jesuita argentino, que en el bienio 1990-92
impuso a Bergoglio un traslado punitivo a la ciudad de Córdoba. Años más
tarde, nombrado arzobispo de Buenos Aires, recuerdos y testimonios
convergían en subrayar la dificultad de Bergoglio para comprender las
diversas realidades eclesiales, casi siempre dividido en ausencia de
indicaciones pastorales (y políticas) de signo inequívoco por parte de la
cumbre episcopal.
Ennio Innocenti (“L’evoluzione della curia romana fino a papa Francesco”,
2017) ha recordado que apenas electo, sobre el nuevo papa llegaron
inmediatamente a Roma oleadas de nubes argentinas, que derramaron las
noticias más variadas sobre el ex arzobispo de Buenos Aires…las noticias
hablaban de su familia, de su modesto diploma en química, su primer
ensayo laboral como portero de una discoteca, la ligereza de un noviazgo
cambiado, después de una confesión sacramental, en vocación al
sacerdocio, más preocupante fue la noticia de su deficiencia pulmonar.
Desde su Argentina, Bergoglio también trajo consigo un prejuicio anti-
romano arraigado, compuesto por sentimientos negativos. Esa actitud se
manifestó de inmediato: al preferir la casa de Santa Marta al departamento
papal; en la ostentación de un pauperismo de fachada opuesta a la
comodidad de las residencias cardenalicias en el Vaticano. Para dibujar
contornos revolucionarios a la figura del pontífice, Francisco no estaba solo.
A su alrededor se movía un poderoso microcosmos, del cual el Papa, en

27
lugar de recompensarlo con su propia confianza y con importantes
proporciones de poder, tendría que mirarse a sí mismo, evitar que le hiciera
daño (y hacerle daño). En ese ambiente, se destacaron obispos y
cardenales especialmente comprometidos con la defensa o el
fortalecimiento de sus respectivas posiciones. Entre los neo-defensores
más activos del papa argentino había algunos prelados que, hasta unos
pocos meses antes, estaban muy cerca del papa alemán y, más aún, del
destacado secretario de Estado Tarsizio Bertone, quien cayó ruinosamente
(y estúpidamente) en desgracia a causa de su suntuoso ático en el Vaticano,
modernizado con dinero procedente de la caja del hospital "Bambino
Gesù".
Seguro que cuando fue llamado para ser guía de la Iglesia, Bergoglio no
podía imaginar que encontraría tantas dificultades y tan grandes obstáculos
a lo largo del camino. El creía que su gran populismo le ayudaría a hacer
digerir más fácilmente sus decisiones. Se estaba engañando a sí mismo
pensando que, con dosis masivas de pauperismo, ganaría los aplausos del
mundo, antes al contrario, se habría doblado la resistencia y la oposición
interna, incluso si se veían perjudicados por referencias explícitas al
Evangelio o a la tradición consolidada.
Por tanto, se encontró en la cumbre de una Iglesia en crisis profunda, una
crisis que ningún círculo/circo mágico puede exorcizar, porque por todos
lados huele mal.

EL GOLPE DE GRACIA
“La Iglesia debe liberarse de estos elementos infinitamente minoritarios, que se han convertido en la
mayoría entre 1978 y 2013.” (Revista católica francesa Golias, 2015)

La Iglesia se precipitaba en el caos. A los perplejos y a los críticos se


sumaban muchos decepcionados con la elección de Bergoglio. Su número
aumentaba rápidamente. Un día me encontré con un viejo amigo, desde
hacía treinta años próximo a un grupo de católicos tradicionalistas.
Conversando con él, hablamos también del “puñal de la misericordia”. Él
me recordó el “humo de Satanás” y el peligro de “autodemolición” de la
Iglesia evocado por Pablo VI en las postrimerías de su pontificado.
“Podríamos haber llegado al golpe final de la misericordia sobre el cuerpo

28
de una Iglesia herida gravemente”, me confió amargamente el amigo, cuya
fe es sincera y profunda. En fin, sonriendo amargamente, manifestó alguna
esperanza de que las coas pudiesen mejorar, un día. Sabes, me dijo, nadie
logrará asestar el golpe de gracia a la Iglesia.” Me recordó el diálogo entre
el cardenal Consalvi y Napoleón Bonaparte. “No se haga ilusiones – le dijo
el purpurado al emperador – usted no logrará destruirnos. No lo logramos
ni nosotros, hombres de Iglesia.”
El grupo en el cual se reconoce mi amigo está empeñado sobre todo en la
defensa de la misa tradicional, reivindica el derecho a celebrarla y sostiene
que ningún concilio y ningún papa reinante tienen el poder de abrogarla.
Ese grupo (y otros, todos más o menos hijos del obispo rebelde Marcel
Lefebvre) con el pontificado de Bergoglio se han encontrado con la lupa de
la censura y la persecución.
En poco tiempo han sido cancelados todos los pasos de acercamiento que
se había iniciado (bajo presión directa del pontífice) en los mandatos de
Juan Pablo II y Benedicto XVI. Desde el 2013 los tradicionalistas más activos
se encontraron nuevamente con ataques virulentos, pareciendo que el
papa Francisco se mostrara dispuesto a acoger a los hijos del obispo
tradicionalista en una prelatura personal. A la espera que llegue ese día,
después que el obispo de Albano del Lazio había conminado a los fieles de
su diócesis para abandonar las misas celebradas con el rito tridentino (bajo
pena de excomunión, nada menos ...) en los primeros días de noviembre de
2014, también en la Argentina de Bergoglio Monseñor Sarlinga, obispo de
Zarate-Campana, había hecho otra cosa parecida , emitiendo un decreto
que inhibía la celebración de la Misa por los sacerdotes de la Sociedad de
San Pío X (suspendida por el ministerio). En cuanto a los fieles, seguir a ese
sacerdote –amenazaba el obispo-habría representado, incluso, una ruptura
de la comunión eclesial.
La reacción de los parias tradicionalistas fue tan inmediata como
improductiva. A los lefebvrianos italianos de Albano, no les sirvió de nada
apelar al “Motu propio” de Benedicto XVI, que en 2007 había liberalizado la
misa tridentina. No sirvió tampoco de nada referirse al trabajo, paciente y
complejo de la comisión Ecclesia Dei, querida por Juan Pablo II para
restablecer el diálogo y trabajar para un entendimiento. Fue precisamente
esa comisión, en 2003 y 2005, la que consagró la plena legalidad de las
misas de la Fraternidad de San Pío X y del ejercicio sacerdotal de esos

29
sacerdotes. También resultó inútil la reacción a la imposición del obispo de
Albano.
La Fraternidad se pregunta “por qué el obispo puede organizar una vigilia
ecuménica en su catedral para rezar con una persona que no está en
comunión con la Iglesia Católica, con una pastora evangélica y un obispo
ortodoxo.” Y aunque sabían que no obtendrían respuesta o satisfacción,
también preguntó por qué "la apertura del espíritu de la diócesis albanesa
era tan amplia "para abrirse al primer foro de cristianos homosexuales, pero
no a aquellos que siguen sujetos a la tradición de la Iglesia Católica.”.
En la alimentación del desconcierto y la alarma concurrían los curricula de
los dos obispos, guardianes de la “ortodoxia post conciliar”: Monseñor
Semerano (Albano-Lazio) y monseñor Sarlinga (Zarate-Campana) eran
considerados bergoglianos (di sicura fede). El primero era secretario de la
comisión consultiva papal para la reforma de la Iglesia; el segundo era un
fidelísimo de los últimos años argentinos de Bergoglio.
En suma, era lícito pensar que esa iniciativa no se tomó sin saberlo el papa
o sin su aval, casi para replicar el guion ya seguido en la historia que, unos
meses antes, había determinado el muy serio comisionado de los hermanos
franciscanos de la Inmaculada.
En julio de 2013, la congregación fundada por el padre Stefano Manelli, rica
en vocaciones y apreciada por muchos fieles, fue acusada de celebrar
ilícitamente la misa con rito tridentino. El instituto fue comisariado, y sus
sacerdotes suspendidos, su vida segregada y controlada, como si fueran
ciudadanos de la DDR bajo la feroz vigilancia por parte de los servicios
secretos de la Alemania comunista.
Increíble, pero verdad. En la Iglesia misericordiosa del papa Francisco se
sentía la necesidad de eliminar al enemigo, que no se identificaba con los
innovadores más hostiles al magisterio bimilenario, pero en esa parte del
catolicismo que, en los confusos años postconciliares, intentó permanecer
fiel a la tradición.
Esto también ocurre en la iglesia del Papa Bergoglio, donde se aplica la tan
proclamada misericordia en el enfrentamiento de todo lo que es
irreductiblemente anticatólico o claramente herético. El puño de hierro se
elige en cambio contra aquellos que se resisten en la fe de todos los
tiempos. A pesar y en contra de todo, incluidas las cumbres eclesiásticas.

30
De hecho, durante más de cinco años, la comunidad Franciscana de la
Inmaculada ha sido dirigida por un comisionado extraordinario, nombrado
con la tarea de normalizar la congregación. A principios del 2018, el padre
Paolo Siano relanzó el grito de alarma, frente a la objetiva devastación de
mi familia religiosa (frailes, monjas, laicos) a la persecución (siempre en
curso) del padre fundador y de nuestro auténtico carisma aprobado por el
papa San Juan Pablo II.”
Son misericordiados. Son las víctimas, más o menos ilustres, del nuevo curso
vaticano en el signo de una intolerancia que esa palabra mágica –
misericordia- no camufla ni cancela. Otro ejemplo, históricamente uno de
los primeros, fue la verdadera y propia persecución en el enfrentamiento
de cardenal americano Raymond Burke, el más expuesto entre los críticos
de las innovaciones. Probablemente el purpurado estadounidense había
tenido que contar con pagar cualquier precio por su toma de posición. Pero
difícilmente podía imaginar que tan pronto le llegaría una cuenta tan
elevada. De pronto después del primero de los dos sínodos, fue removido
de la cima del tribunal de la Signatura Apostólica. El procedimiento punitivo
no sirvió para acallarlo, ni para apagar la sed de venganza de los más
irreductibles entre los nuevos poderosos.
La revista católica francesa Golias llegó a pedir que el papa quitase el birrete
cardenalicio a Burke y que le ordenase recluirse en un monasterio para que
examinase su conciencia delante de Dios. Estos progres incluso auspiciaban
una escisión de la derecha y llamaban a los líderes vaticanos a que la
promovieran. “Esta eventualidad – se leía en Golias – parece siempre una
buena solución. La Iglesia debe liberarse de estos elementos infinitamente
minoritarios, que se han convertido en la mayoría entre 1978 y 2013”. Era
una explícita condena de los pontificados precedentes, de Juan Pablo II y
Benecito XVI
Esos entornos, incluso entonces, eran candidatos para el papel de
Guardianes del Templo y profetas de la Nueva Era. Teníamos todas las
pistas de que el obispo de Roma revisó sabiamente algunas categorías,
como la de amigos / enemigos; y distinguió el trigo de la paja, los leales
defensores de la fe de peligrosos aduladores. Se evitarían alarmas y
confusiones, dudas y súplicas, acusaciones de herejía y heridas sangrientas.
Hacia el fin de su pontificado, conversando con su amigo teólogo Jean
Guitton, un dolorido Pablo VI confió: “Lo que me duele es que en el interior

31
del catolicismo parece que predominara un pensamiento de tipo no católico;
y puede suceder que ese pensamiento se convierta mañana en algo más
fuerte. Pero eso no representara nunca el pensamiento de la Iglesia.
Necesita que subsista una pequeña grey, por pequeña que sea.” Y
simplemente desasistir, resistir, resistir parece que se ha convertido en el
precepto cardinal para los que se sienten parte de ese pequeño rebaño.

UN PAPA SCALFARIANO
“Y por tanto, todos los divorciados que lo quieran, podrán pronto recibir la comunión (Eugenio
Scalfari, 2015)

Cada Papa deja para la posteridad una imagen, un pensamiento, una


instantánea. De Juan XXIII queda el “discurso a la luna” con la caricia del
Papa a los niños. De Pablo VI la alarma del “humo de Satanás” que se había
infiltrado en la Iglesia. Del largo reinado de Juan Pablo II permanece su
figura carismática y potente que incitaba a “no tener miedo, a abrir las
puertas a Cristo”. De Benedicto XVI se recordará por los siglos el clamoroso
gesto de su dimisión. Del actual pontífice, probablemente permanecerá
impresa la pregunta/respuesta sobre la cuestión homosexual. “¿Quién soy
yo para juzgar?”
La claque pro-Bergoglio exaltó aquella sorprendente tolerancia. Su habitual
confidente Eugenio Scalfari, ateo confeso, en sus artículos dominicales en
“La República”, comenzó a anticipar pensamientos y palabras de su amigo
vestido de blanco. Toda la prensa laicista y anticatólica le concedió a
Bergoglio toda su autorizada y privilegiada benevolencia. Muchos fieles
mostraron su preocupación y su alarma.
Entre los momentos más delicados (y mal gestionados) de sus primeros
años debemos destacar sus dos “puntadas” del sínodo de la familia, en el
otoño de 2014 y de 2015. Los frutos amargos de estos dos sínodos han
provocado divisiones lacerantes y públicas contestaciones, bajo forma de
dubia cardenalicias y de súplicas -filiales, pero durísimas- en la
confrontación con el papa Bergoglio. La impostación/imposición querida
por Francisco forzó a los obispos a debatir (por dos veces en un año) sobre
las parejas gay y la comunión a los divorciados.
32
El estudioso Stefano Fontana (La Nuova Chiesa di Karl Rahner”, 2017)
analizó los trabajos preparatorios, los intervinientes, las conclusiones de los
dos sínodos queridos por Bergoglio. La alargada sombra de Rahner, el
“teólogo que enseñó a adecuarse al mundo”, estaba bien presente en las
dos reuniones sinodales: a) en la idea de que es imposible “conocer una
situación objetiva y pública de pecado”, en el caso de los divorciados y
vueltos a casar; b) en la convicción de que también en una relación
homosexual se presenta la gracia de Cristo, sancionando así “la abolición
del derecho natural y de la ley moral natural”; c) en la invitación a la parresia
de los padres sinodales, que en la idea de Rahner significa “aceptación del
pluralismo en la Iglesia, en el sentido de la moderna libertad de expresión”;
d) en el derecho reconocido a la comunión a los divorciados y vueltos a
casar, que reconoce la legalidad de todos los caminos existenciales
consintiendo el acceso al sacramento también para el que permanece en la
situación objetiva de pecado.
Fue entonces, frente a las forzadas innovaciones pastorales, que atacaban
la doctrina y los sacramentos, cuando se empezó a evocar por primera vez
la posibilidad de un cisma. Un obispo muy crítico, que había escrito, junto a
otros prelados de Kazakistán un documento-llamada difundido en enero de
2018, monseñor Athanasius Schneider, sostiene que “cuanto se ha visto en
los dos sínodos permanecerá para las generaciones futuras y para la historia
como una mancha que ha ensuciado el honor de la sede apostólica.”
La confirmación de este alarmante cuadro se manifestó ya en el primer día
de la reunión sinodal. Ya fuese subestimando la complejidad de las
cuestiones, ya fuese queriendo (probar a) forzar la mano, con el aval del
mismo Bergoglio el cardenal alemán Walter Kasper había propiciado una
vía libre para la comunión para los divorciados vueltos a casar y una suerte
de bendición para las uniones gay. Al menos así interpretaron los
observadores las posiciones del purpurado. Sobre todo la prensa laicista
internacional con gran autobombo anunció la revolución inminente. El papa
argentino era descrito como un nuevo Che Guevara o como un súper Héroe
de cómic en lucha contra los cautivos.
Las conclusiones derrotaron aquella impostación. La votación final del
documento, que también fue necesario reducir los pasajes más
controvertidos con respecto al enfoque inicial, no obtuvo dos tercios de los
votos, como hubiera sido necesario, o solo una mayoría simple. Desde

33
entonces, aunque con cautela, en vista de la segunda cita, el trabajo
preparatorio dio un paso más suave, que incluyó el re pensamiento, el
arrepentimiento, el repudio y las correcciones del documento.
Prácticamente cada día, desde un ángulo al otro del mundo católico
rebotaban las polémicas y las contraposiciones entre los príncipes de la
Iglesia, que se acusaban recíprocamente multiplicando la confusión y
abriendo las heridas cada vez más. Sólo por poner un ejemplo, el arzobispo
de Mónaco de Baviera, el cardenal alemán Reinhard Marx (nomen omen…)
reivindicaba mayor autonomía para las iglesias nacionales (“sin esperar al
sínodo”) en temas como la pastoral familiar y el matrimonio. En su contra
se posicionaban los cardenales Jurt Koch (Consejo para la unidad de los
cristianos) y Paul Josef Cordes (Colegio Cor Unum). El primero patentizaba
una confusión peligrosísima, evocando tiempos oscuros: “Pensamos en los
cristianos alemanes en tiempos de nacionalismo, cuando invocando la
Sagrada Escritura elevaron a la Nación y a la raza como fuente de
revelación”. Y el segundo sentenciaba: “las declaraciones de Marx son más
apropiadas para una tertulia de bar.”
Los más feroces entre los prelados divorcistas (¿Cómo definirlos de otra
manera?) acusaban a la editorial toscana Cantagalli (aliados con el cardenal
conservador Burke y con otros cuatro purpurados firmantes) de haber
publicado en la víspera del sínodo un libro (Permanecer en la verdad de
Cristo) que sostenía un “complot contra el papa y contra el sínodo”. La
respuesta de la editorial fue presta y envió a los remitentes estas
“Conjeturas graves y engañosas”. Con menos clamor, pero con efecto
seguro, 500 sacerdotes ingleses firmaron una llamada al inminente segundo
sínodo “para que doctrina y práctica pastoral quedara firme e
inseparablemente en harmonía.”
El cuadro era devastador de verdad y en el Vaticano se percibía
enteramente la gravedad. No fue suficiente un esfuerzo de sagacidad y
prudencia – virtud que inspiraba el fatigoso compromiso contenido en el
documento final de los trabajos sobre el nudo más controvertido- ya que
no bastó para esconder la profundidad de la fractura en el cuerpo episcopal
también en la segunda reunión sinodal en diciembre de 2015.
En la doctrina, aparentemente, no ha cambiado nada. Pero pocos meses
más tarde, con el documento Amoris Laetitia, el papa habría atribuido
responsabilidad y amplia discreción a los obispos diocesanos de todo el

34
mundo, para conceder el acceso al sacramento de la Eucaristía a los
divorciados y vueltos a casar. En la gran confusión que siguió, intervino
tempestivamente el insigne y ateo Scalfari para comunicar urbi et orbi
cuanto le había confiado su amigo; esto es que “todos los divorciados que
lo quisieran, muy pronto podrían recibir la comunión”. Era una de las
muchas confidencias al anciano periodista que el papa se guardó mucho de
desmentir.
En cuanto a la suspensión del juicio sobre la homosexualidad, en el periodo
más cercano a la salida de este libro, aquel “¿Quién soy yo para juzgar?”
decididamente ha quedado atrás. En su lugar, una siempre más decidida
apertura a las comunidades que defendiendo derechos y reivindicaciones
de cada posible inclinación y práctica sexual. En la Navidad de 2017 suscitó
embarazo y polémica el pesebre de la plaza de San Pedro. Circundada por
la columnata de Bernini y bajo el obelisco, la representación del Belén
presentaba algunos elementos y referencias homosex. Uno sobre todo: la
estatua de un jovencito desnudo y musculoso. Todavía más sospechosos
resultaba ser la proveniencia del pesebre: el monasterio campano de
Montevergine, que desde hace algunos años es la meta de los peregrinos
exponentes de la comunidad LGTB. Para ellos, prevalentemente
afeminados napolitanos, el ayuntamiento de Ospedaletto d’Alpinolo, a lo
largo del camino de la procesión, ha preparado un gabinete denominado
“no-gender”. Para que no hay dudas, quien llega al pueblo encuentra a lo
largo de la calle el cartel que dice: “Ospedaletto está contra la
homotransfobia y la violencia de género.”
Pocas semanas más tarde (enero de 2018) apareció la noticia de que al ex
ministro (¿O ministra?) holandesa Lilianne Ploumen, empeñada a nivel
internacional en la difusión del aborto y la ideología gender, le había sido
conferida la medalla de caballero de la orden pontificia de San Gregorio
Magno, un reconocimiento que desde el 800 se viene asignado a quien se
distinguía en la defensa de la Santa Sede y de sus valores (¡!!). La interesada
directa se declaró feliz con la medalla pontificia y, pronto relanzó los temas
de su batalla, contra aquellos gobiernos que, - como la administración
americana del presidente Trump- suspendieron la financiación a las ONG
empeñadas en la defensa de derecho al aborto y a la libertad de género.
Hay muchos otros hechos –eventos, iniciativas, proclamas. Que están
conformando la afirmación de una pastoral que acepta la pastoral

35
homosexual como condición normal, que no necesita de orientación
espiritual ni arrepentimientos. Como máximo en la diócesis de Turín en
2018, la Iglesia pudo recomendar a las parejas gay que vivieran
cristianamente en la fidelidad.

DUDAS Y ESCEPTICOS
Si hablamos explícitamente de comunión a los divorciados, estos no saben que desorden combinan.
Entonces no vamos a hablar de forma directa. (Francisco a Mons. Bruno Forte, 2015)

Un poco de buen humor irreverente: vinculando algunas pistas ha circulado


el rumor de que el papa Bergoglio posee la “patente” (como en la historia
de Pirandello, en la película de Totò...) del gafe. Primero fue solo un rumor,
una especie de libelo como se ven y oyen tantos.
Pero en el otoño de 217, la muerte del obispo emérito de Bolonia Carlo
Caffarra, autorizado teólogo y portavoz de los cuatro cardenales que
algunos meses habían expresado al Papa, que no les escuchó, sus dudas
sobre su controvertida exhortación Amoris Lateitia, le dio algún crédito a
partir del otoño de 2017.
En poco tiempo, los cuatro cardenales públicamente críticos, se quedaron
en dos. En los meses de julio, primero murió Cafarra y luego el purpurado
alemán Joachim Meisner.
El clima, en el Vaticano, si hizo todavía más tétrico, mucho más allá de la
patente atribuida a Bergoglio, porque entorno a estos cuatro cardenales se
formó un voto de intolerancia rencorosa, nada misericordiosa. La actitud
más extendida en los ambientes cercanos al Papa era malévola, como para
emular el pontífice en persona, cuya permeabilidad caracterial había
encontrado expresión en el silencio ensordecedor elegido como respuesta
a las dubia, pero hecho público después de seis meses de espera vana.
Todos en el Vaticano sabían de la refractariedad de Francisco para aceptar
críticas.
El cardenal americano Raymond Leo Burke, entre los más explícitos en pedir
el relevo del papa, fue el primero en sufrir la misericordia en la versión
bergogliana: primero alejándolo de un importante cargo en la curia, pocos
meses después lo esquinó y finalmente también lo apartó de la cura

36
espiritual de los caballeros de malta. Muchos, solo debido a este clima,
preferían quedarse en silencio, a lo sumo aventurando algunos susurros por
el temor a la destitución o a la venganza. No faltaron ciertos casos, como
una advertencia, como el destino de un teólogo valioso, Josef Seifert,
despedido de la academia filosófica de Granada poco después de haber
publicado un artículo muy crítico sobre la Amoris Laetitia. El arzobispo de la
ciudad andaluza, que ignoró los llamamientos de muchos colegas en
defensa del teólogo desautorizado , lo hizo sin vacilación.
La depuración más ilustre realizada directamente por el papa ha sido la
protagonizada por el cardenal alemán Ludwig Müller, que Ratzinger había
elegido como su sucesor al frente de la Congregación para la doctrina de la
fe. Todo ocurrió en pocas horas, en julio de 2017, después de un coloquio
personal entre Bergoglio y el cardenal. El papa decidió licenciarlo
(técnicamente: no renovarlo en el cargo) a pesar de que el purpurado
todavía no tenía 75 años. ¿La culpa del prefecto, custodio de la ortodoxia
doctrinal y del auténtico depósito de la fe? No haber defendido
públicamente el documento papal de las críticas expresadas en las dubbia
presentadas por cuatro purpurados. Al contrario, eran tantos los que
vociferaban que Müller en realidad pensaba sustancialmente como sus
colegas dubitativos, a pesar de que el encargo le había impuesto discreción
y silencio oficial. Su clamoroso alejamiento regresaba también en la
voluntad ya patentizada, de quitar de en medio a todo y a todas las
referencias hacia Ratzinger, el papa emérito.
La elección del sucesor de Müller, pasada inmediatamente al tamiz de los
expertos en las cosas vaticanas, fue considerada el enésimo nombramiento
equivocado de Francisco. El nuevo ministro de la doctrina, monseñor Luis
Francisco Ladaria Ferrer, de hecho, era considerado- desde hace mucho
tiempo- el más directo sponsor, tutor y descubridor del talento teológico
del joven monseñor polaco Krzystof Charamsa, desde hace treinta años
oficialmente gay y felizmente conviviente con su compañero, después de
haber trabajado incluso en el ex santo oficio.
Monseñor Charamsa, en su libro La prima pietra (2015) ha contado su
irrefrenable vocación homosexual, finalmente realizada a la luz del sol,
avanzando el singular pretexto que la Iglesia reconozca formalmente a los
sacerdotes el derecho de practicar el sexo sin reprimir la propia índole,
también la de transgender.

37
Fue monseñor Ladaria Ferrer el primero que alabó con el máximo de votos
al prometedor presbítero polaco. Fue él quien le propuso como profesor en
la universidad Regina Apostolorum; y quien le metió en el interior de la
Congregación para la doctrina de la fe y en la comisión teológica
internacional presidida por él mismo. Parece, sin embargo, que Charamsa
no hacía nada por esconder su condición de homosexual y, desde el
principio no oculto que vivía con otro hombre bajo el mismo techo, en un
apartamento a dos pasos del Vaticano. Y fueron los mismos, en la explosión
de la polémica, quienes habían adjudicado al cardenal Müller la
responsabilidad de no haber visto (o de no haber querido ver) lo que era
potencialmente escandaloso en aquel monseñor en sus dependencias, y a
continuación la pregunta se convertía en otra: ¿cómo había sido posible que
monseñor Ladaria Ferrer, superior directo de Charamsa - y su gran
defensor- no se diera cuenta de una propensión que, según se dice,
aparecía evidentísima a los que se relacionaban con el prometedor teólogo
polaco? Y por estas razones, el papa Bergoglio había elegido incluso a aquel
distraído prelado para la sucesión de la cumbre del dicasterio que debía
vigilar el respeto a la doctrina católica, de la tradición y del magisterio.
Verdaderamente han sido muchos los nombramientos equivocados en
estos primeros cinco años de pontificado, acompañados de una tenaz
sordidez a cada sugerencia, invitación a la prudencia o a una mayor
reflexión. El papa se ha dejado guiar demasiadas veces por su instinto, por
la intuición. Tal vez se ha dejado condicionar también por la astucia y por la
pillería de las que la mayor parte de los prelados de carrera son maestros.
Me impactó mucho la reflexión, firmada por el teólogo Ariel S. Levi di
Gualdo en el site L’isola de Patmos. Una intervención que daba voz a los
muchos que pensamos, tal vez con un sentido de una profunda angustia,
dentro y fuera del Vaticano: “A cada salida suya, externalización,
ambigüedad, frase de doble sentido, pero también en cada nombramiento
infeliz, el tiempo futuro para reparar solo en parte los daños causados hoy
a la Iglesia de Cristo, se extenderá de decenio en decenio, si no por siglos.”
El cardenal Caffarra, también en nombre de otros tres purpurados, en abril
de 2017, había escrito una carta al papa Bergoglio para que, ya que no se
había dignado contestar a sus dubia, le concediera una audiencia privada.
Los cuatro hubieran querido explicar directamente al pontífice a dramática
situación. En ausencia de una aclaración o de una explicación de los pasajes

38
más controvertidos, su Amoris Laetitia estaba alimentando la confusión y la
desorientación entre los obispos, sacerdotes y fieles: “Pedimos audiencia –
concluía Caffarra- y el don de su bendición.”
Nada que hacer. Cayeron en abundancia anatemas y acusaciones sobre los
cuatro cardenales que habían osado publicar esas dubia. Monseñor Vito
Pinto habló de “escándalo muy grave”, que merecía un castigo ejemplar. Ya
que no son tiempos de purificaciones medievales, Pinto hipotetizó con la
idea de que el papa les retirara la birreta cardenalicia. El entonces poderoso
cardenal Maradiaga, que todavía no había caído en desgracia por el
escándalo de los treinta y cinco mil euros mensuales que recibía de la
Universidad católica de Honduras, se comportó como un “caballero” con el
americano Burke. Lo definió como un “pobre hombre” que “solo expresa su
pensamiento, que no es el magisterio, porque el papa es el magisterio”.
El silencio ensordecedor del papa Bergoglio se prolongaba en el tiempo.
Pero la elección de ignorar/infravalorar las críticas no surgía el efecto
esperado por el inquilino de Santa Marta. El americano Burke, que no se
arredraba por nada – dimisionado pero no dimitido- en noviembre de 2017,
a un año de la publicación de las dubia, había relanzado: “Me dirijo de nuevo
al Santo Padre y a toda la Iglesia, subrayando todo lo que sea urgente para
que , en el ejercicio del ministerio que ha recibido del Señor, el papa confirme
a sus hermanos en la fe con una clara manifestación de la enseñanza
relativa a la moral cristiana y al significado de la práctica sacramental de la
Iglesia.”
La confusión era altísima. La responsabilidad del discernimiento y de la
decisión, confiada por la Amoris Laetitia a los simples obispos, había creado
situaciones paradójicas. En frente de la apertura, quizá entusiasta de los
alemanes por el reconocimiento del derecho a la eucaristía a los divorciados
y vueltos a casar, el episcopado polaco había mantenido una actitud de
clausura y de alarma por la situación determinada por el documento papal.
El cardenal Burke remachaba la existencia de una disidencia profunda en el
seno de la Iglesia, talmente difundida que la posición de las dubia se podía
considerar como la punta emergente de un gigantesco iceberg, con
“episcopados enteros que presentaban resistencia esperando tiempos
mejores.”
Al fin, tanto tronó que no llovió. En diciembre de 2017, después de un año
y medio de la carta de las dubia y después de 14 meses de su difusión, el

39
papa decidía responder a los cuatro cardenales y, con ellos, a los centenares
de miles de creyentes de todo el mundo (teólogos, sacerdotes,
intelectuales, simples fieles) que invocaban claridad.
Para ser precisos esa no era una verdadera respuesta propiamente dicha.
Para no darle demasiada importancia a las quejas, críticas y acusaciones que
le llovían e todos lados (acusaciones de herejía: cosas pesadas, un poco
quisquillosas) Bergoglio había decidido publicar una carta en el sitio oficial
vaticano (Acta Apostolicae Sedis) y dar a ese escrito el crisma de la
oficialidad. Se trataba de una respuesta, enviada un año antes al obispo de
Buenos Aires, Sergio Alfredo Fenoy. ¿De qué modo se pronunciaba
finalmente el papa sobre la controvertida cuestión de la eucaristía a los
divorciados y vueltos a casar? Elogiaba la línea del episcopado argentino,
que había indicado algunos casos en los cuales había prescrito: “para los
divorciados en segunda unión podrían ser también de ayuda los
sacramentos, ya que es imposible poner fin a la actual legislación y tienen
dificultad para vivir en continencia.”
¿Asunto concluido? ¿Dubia aclaradas? Nada más lejos de la realidad. En
primer lugar, la oficialidad dada a esa carta a los obispos connacionales era
un modo patente de no reconocer el rango de los interlocutores dignos de
atención en cuanto habían escrito, firmado y compartido las críticas al
documento papal. Los cardenales también habían pedido en vano –incluso
el cardenal Caffarra- ser recibidos en audiencia para exponer sus posiciones
y sus temores. La indirecta respuesta se revelaba tardía para los
prestigiosos interlocutores; y liquidaba las confrontaciones de sus críticos.
Era una elección más parecida al dantesco: “non ti curar di lor, ma guarda
e passa”2 que a la comprensión de una incomodidad que su carta no podía
(y quizá no quería) superar. Desde hacía años, en la convocatoria del sínodo
extraordinario, todos estaban convencidos que el papa quería dar de
verdad un sustancial vía libre la comunión a los divorciados y vueltos a
casar, después de un examen de las situación singular y algún
discernimiento conferido a los obispos diocesanos y a los sacerdotes
confesores. Y todos, desde entonces, estaban convencidos que tan solo la
inmediata alarma lanzada por parte de los cardenales, teólogos y obispos
había ralentizado y obstaculizado aquella determinación, hasta la
ambigüedad y a la confusión producida por la exhortación pontificia.

2
No los cuides, sino mira y pasa

40
Cuál era la verdadera estrategia de Bergoglio lo reveló sin ningún embarazo
monseñor Bruno Forte, teólogo, obispo de Chieti-Vasto y muy próximo al
papa Francisco. En un discurso público, monseñor Forte reveló el
confidencial consejo recibido del papa (en su lenguaje…colorido) en la
víspera del sínodo extraordinario: Si hablamos explícitamente de comunión
a los divorciados vueltos a casar, esto solo nos producirá follones3. Entonces
no hablemos en modo directo. Tú lo haces de modo que se establezcan las
premisas, después las conclusiones las trazaré yo.” Significativo también el
comentario que se le escapó al mencionado obispo teólogo: “Típico de un
jesuita…”
En cada caso, el elogio papal a la interpretación argentina de la Amoris
Laetitia, no aplacaron los ánimos ni resuelto la cuestión. Antes al contrario,
se sucedieron las tomas de posición, entre las cuales había una carta de tres
obispos kazakis (suscrita también por tres obispos italianos) en defensa del
matrimonio católico, contra “una disciplina ajena respecto a toda la
tradición de la fe católica y apostólica.”
La palabra del actual pontificado parece difícilmente modificable. En primer
lugar la terrible acusación de tener posiciones heréticas, atribuidas a papa
Bergoglio (acusaciones sostenidas y relanzadas por el grupo autodefinido
sedevacantista, esto es por aquellos que consideran ilegítimos a todos los
pontífices después de Pio XII) Luego ya está circulando la palabra cisma: un
riesgo y/o una prospectiva a elección de cada uno (como el diálogo con los
protestantes, de los cuales escribiré en la segunda parte) y que se puede
convertir en algo dramáticamente real.
No se trataría de un cisma fragoroso, como el que sucedió en los años
setenta, después del Concilio Vaticano II, con el obispo francés de Ecône
Marcel Lefebvre. En esta ocasión está tomando la apariencia de una
separación silenciosa, progresiva, por parte de los pastores y de los fieles
ya en espera de que venga una nueva estación y elijan a un nuevo jefe de
la Iglesia.
Este desolador cuadro ha sido descrito en tres entrevistas realizadas sobre
el tema a otros tantos cardenales. El alemán Walter Brandmüller (el cuarto
firmante de las “dubia”) dijo: “presentar al papa dudas y preguntas siempre
ha sido un modo absolutamente normal para disipar la ambigüedad. ¿Algo

3
Utilizó la palabra italiana “casino”

41
que ayer era un pecado puede ser hoy bueno? Si se debiese responder
efectivamente con un sí, esto sería de facto una herejía y por lo tanto un
cisma., una escisión en la Iglesia.” Y, aún más, el americano Raymond Leo
Burke, denunció nuevamente la “subversión de las partes esenciales de la
tradición”, porque erosiona siempre en la Iglesia el sentido de la práctica
sacramental, sobre todo en lo que se refiere a la penitencia y a la eucaristía.”
El otro alemán, Gerhard Müller, algunos meses después de la remoción
expuso explícitamente el riesgo de un cisma: “Se percibe una injusticia por
parte de la curia romana, casi por la fuerza de la inercia se podría poner en
movimiento una dinámica cismática, difícil de recuperar.”
En la misma entrevista – en Corriere della Sera, en octubre de 2017- el
cardenal Müller llamaba, atacándolo, al “círculo mágico” que circunda y
condiciona al papa; un ambiente en el cual “se preocupan sobre todo de
hacer espionaje a sus adversarios, impidiendo así una discusión abierta y
equilibrada”. Y aún más: “Clasificar a todos los católicos según las categoría
de amigo o enemigo del papa es el daño más grande.” Luego, la referencia
a Eugenio Scalfari, amigo y confidente de Bergoglio: “Uno permanece
perplejo si un periodista notable, por ateo, se jacta de ser amigo del papa;
y paralelamente un obispo católico y cardenal es difamado como opositor
del santo padre.”
Cada uno con sus personales y específicos acentos, pero los tres purpurados
con la misma ansia, diseñan una gravísima situación de crisis de la cual no
se entrevé una pacífica vía de salida. Al contrario, esa carta bendicente del
papa a los obispos argentinos, probamente ha despejado el campo de un
equívoco que ni siquiera el cardenal Müller, diplomáticamente había
elegido disipar: no es el “círculo mágico” quien pilota decisiones, anuncios
y virajes del papa Francisco, sino que es el mismo pontífice quien es el actor,
director y escenógrafo. Bergoglio en persona eligió no encarnar al papa de
la reencontrada unidad y del lanzamiento del catolicismo, sino para
caracterizar su teatro en la cúspide de la Iglesia con un sucederse de
sacudidas telúricas que, al observar las consecuencias, no han producido
efectos positivos – conversiones, aumento de las vocaciones sacerdotales,
vuelta de los fieles a las celebraciones religiosas- sino que han multiplicado
confusiones, desilusiones, desconcierto, desinterés, desamor. El histórico
Roberto de Mattei, entre los primeros firmantes de la “supplica” ha definido
sin precedencia la actual situación de la Iglesia, no tanto por deficiencia de
gobierno” de la cual está llena su bimilenaria historia, cuanto por algo
42
“absolutamente inédito: la separación del romano pontífice de la doctrina
del Evangelio que él tiene, por mandato divino, el deber de transmitir y
custodiar.”

UNA PAPA, MEJOR DICHO DOS

“Se abre un conflicto peligroso…Ratzinger se aleja del Vaticano y calla para siempre.” (Teólogo Andrea
Gallo, 2016)

Desde hace cinco años, en la cumbre de la Iglesia Católica no solamente


conviven dos papas (hecho inédito en su historia bimilenaria) sino que, en
los pensamientos y en las palabras (en las obras y en las omisiones) del
pontífice reinante Francisco y del papa emérito Benedicto XVI, coexisten
también dos concepciones del catolicismo profundamente distintas, casi
obligadas a la coexistencia. Por un lado el papa teólogo, defensor de los
valores y de los principios no negociables en una Europa sorda y olvidadiza
de sus propias raíces; por el otro el papa de la Iglesia en salida hacia el
mundo, al cual no se pretende convertir y salvar como ha buscado hacer la
Iglesia misionera a lo largo de los siglos.
Inevitablemente, sobre esta situación anómala han puntualizado sus
reflectores incluso escenógrafos y cineastas. Con la importante producción
Netflix, de hecho se anunció una película, “The Pope”, bajo la dirección de
Fernando Meirelles y con dos actores famosos, elegidos también por el
parecido con los dos papas. Jonathan Pryce será Francisco y Antthony
Hopkins será Benedicto. La película contará el periodo histórico que va
desde la elección de Ratzinger a su dimisión (2005-2013) hasta el cónclave
que eligió a Francisco. Pero como anuncia la productora, que ha confiado la
escenografía a Anthony McCarten, se intenta también “explorar las
relaciones y las diversas visiones del mundo de los dos poderosos líderes de
la Iglesia católica y en qué modo habría influido el pasado y las historias
personales de ambos, y como está influenciando, en sus pontificados.” Se
trata de una comprensible, apreciable curiosidad, surgida evidentemente
de la sorpresa manifestada a través de estas palabras del escritor Damián
Thompson en su Spectator: “Los católicos se están habituando a este
espectáculo surrealista: un papa reinante que abraza a un papa emérito
dentro de San Pedro.”

43
En febrero de 2013, después de la clamorosa dimisión de Ratzinger, nadie
–y menos él- habría imaginado que por un periodo tan largo Benedicto sería
supervisado en su renuncia. Entre las oscuras razones que lo impulsaron a
la “gran renuncia”, siempre se invocaba en primer lugar a su mala salud que
inexorablemente le llevaba a la invalidez que le impediría ejercer su
ministerio petrino. Pero Ratzinger resiste. Vive con discreción en el
Vaticano. Viste el hábito blanco. Recibe a personas y, de tanto en tanto,
intervienen públicamente con escritos significativos, nunca de simple
circunstancia.
Nunca ha explicado los motivos de aquella renuncia. Se limitó a desmentir
la hipótesis del complot, que lo quería hacer víctima de presiones pesantes
a las cuales no quiso o no supo sustraerse. Habló el obispo emérito de
Ferrara Luigi Negri (no era la primera vez que externalizaba en primera
página sus opiniones contra Francisco; una de ellas le fue “robada” en el
tren mientras hablaba imprudentemente por el móvil; y provocó un
verdadero alboroto). “Se trata de un gesto inaudito –dice monseñor Negri
sobre la renuncia- estoy seguro que un día emergerán graves
responsabilidades dentro y fuera del Vaticano. Benedicto XVI ha sufrido
presiones enormes. No es casualidad que en América, también sobre la base
de lo que fue publicado en el Wikileaks, algunos grupos de católicos habían
propuesto al presidente Trump abrir una comisión de investigación para
indagar si la administración de Obama había ejercido presiones sobre
Benedicto.”
Periódicamente emergen voces y documentos que sostienen el complot en
la renuncia del papa Benedicto. El politólogo Gennaro Dottori, que enseña
estudios estratégicos en la LUISS, entrevistado por la agencia católica Zenit,
se ha referido a una carta de 2012, el año antes de la dimisión: “Han salido
fuera documentos en los que emerge una fuerte voluntad del staff de Hillary
de suscitar una revuelta en el interior de la Iglesia, para debilitar a la
jerarquía. Se habrían servido de asociaciones y grupos de presión creados
desde la base, siguiendo un esquema consolidado en la experiencia de las
revoluciones coloreadas. Todavía no estamos con la ‘pistola humeante’,
pero casi. Aun no teniendo ninguna prueba, siempre he pensado que
Benedicto XVI fue forzado a la abdicación por una maquinaria compleja,
urdida por quien tenía interés en bloquear la reconciliación con la ortodoxia
rusa, pilastra religiosa de un proyecto de progresiva convergencia entre la
Europa continental y Moscú.” Este último párrafo del profesor Dottori fue
44
música para mis oídos, a la luz de cuanto escribí en mi libro “Il destino del
papa ruso” (2016) en el cual hipotetizaba con una oposición, violenta y al
fin y al cabo homicida, frente a una convergente voluntad de superar el
cisma entre Roma y Moscú (La Tercera Roma, apunto) con grandes
consecuencias espirituales y político-culturales sobre todo en Europa.
Por su parte, Ratzinger, no aclarando nunca del todo las razones de su
gesto, decididamente desmintió haber sufrido presiones. En su libro-
entrevista Ultime conversazioni, a petición de Peter Seewald sobre
“presiones y chantajes” responde: “Son cosas absurdas…nadie ha intentado
chantajearme. No lo habría permitido nunca. Si hubiesen probado hacerlo
no me hubiera marchado.”
Pero es indudable que su pontificado ha sido un calvario que le provocó
sufrimiento y dolor. Ratzinger se convirtió en el blanco preferido no solo de
la intellighenzia laicista internacional (basta recordar la feroz reacción a su
famoso discurso de Ratisbona, septiembre de 2006; o la invitación a la
inauguración del año académico en la universidad de La Sapienza de Roma
en 2007; el Papa renunció luego al niet de centenares de docentes
furiosamente contrarios a su presencia). Benedicto XVI fue criticado
duramente también por los teólogos y obispos que habrían deseado una
vuelta de tuerca progresista de la Iglesia. No era una novedad. Ya durante
el pontificado de Juan Pablo II, no teniendo el coraje de atacar directamente
al papa polaco, dirigían las acusaciones sobre el entonces prefecto de la
doctrina de la fe. En esos ataques se distinguía el ya citado grupo de San
Gallo.
Nunca podrá ser catalogado como “presión” el documento que en
diciembre de 2012 le llega a Benedicto XVI por parte de tres cardenales con
el encargo de realizar una encuesta reservada a los problemas de la curia y
sobre la fuga de noticias que provocó el primer escándalo llamado
Vatileaks. El contenido de esa encuesta de los cardenales De Giogi, Herranz
y Tomko nunca ha trascendido. Pero parece seguro que hay un capítulo que
denuncia detalladamente las dimensiones y el poder del lobby gay presente
en el Vaticano; una potente cordada que, además de provocar escándalo,
había creado un perverso mecanismo de complicidades y chantajes de los
cuales los componentes eran artífices y víctimas. Nadie puede negar que la
lectura de ese documento redactado por los tres cardenales sobre las

45
conclusiones de la encuesta creó una fuerte turbación en el pontífice. La
renuncia llegaría dos meses más tarde, el 1 de febrero de 2013.
La presencia del otro papa se convirtió también en una hoja de ruta para
evaluar la elección y el comportamiento del papa reinante. Benedicto de
hecho y a pesar suyo, continúa siendo referente viviente para cuantos están
perplejos y alarmados por la suerte de la Iglesia. Escribir “a pesar suyo” no
es signo de cortesía retórica sino que responde a la realidad de los hechos.
Pero, en un lustro, Ratzinger ha rebatido venenos y maledicencias puestas
en círculo por el pasdaran del nuevo poder vaticano.
En octubre de 2016 firmó el epílogo al ensayo del cardenal Sarah (“La forza
del silenzio”) al mismo tiempo que el prefecto de la Congregación para el
culto divino era atacado a causa de sus reservas en materia de innovaciones
litúrgicas. “Con el cardenal Sarah-concluye Ratzinger- la liturgia está en
buenas manos.” Inmediatamente el teólogo Andrea Gallo se lanzó a la
yugular de Ratzinger: Se exalta a un prefecto que ha creado continuas
situaciones embarazosas a la Iglesia y a su sucesor (sic!), se abre un conflicto
peligroso que necesita de reglas precisas sobre la nueva institución del papa
emérito. ¿Qué hacer? Gallo propone que, en caso de renuncia, el papa
dimisionario, “se aleje del Vaticano y calle para siempre.”
También después de este ataque virulento y no obstante otros críticos
menos aullantes, Benedicto continuó manteniendo silencio y reserva, en su
residencia vaticana, el monasterio Mater Ecclesiae, cuidado por las
religiosas y confortado por las cotidianas visitas de su secretario, monseñor
Georg Gänswein, siempre, sorprendentemente, en el vértice de la casa
pontificia. Sobre su permanencia en el Vaticano nadie habría dado ni cinco
céntimos cuando en el 2016, monseñor Georg relanzó una escueta
investigación sobre la crisis continua de la Iglesia; una crisis que, a su
entender, propiciaba el actual pontificado. Muchos pensaron que aquella
denuncia fue indirectamente inspirada por el papa emérito. Sobre la
contestada exhortación “Amoris Laetitia” dijo: “Algunos obispos tienen
verdadera preocupación que el edificio de la doctrina pueda sufrir pérdidas
con motivo de un lenguaje no cristalino.” Sobre Francisco, exaltado por
algunos corifeos entusiastas, dijo: “Mi impresión es que el papa Francisco
goza de gran simpatía, más que ningún otro líder del mundo. Pero mirando
la vida y la identidad de la fe, su simpatía no parece tener gran influencia.
Los datos estadísticos, si no mienten, me dan la razón.” Sobre la

46
coexistencia entre dos papas: “Un miembro activo y un miembro
contemplativo, casi un ministerio común.”
En el Vaticano todos saben -y no me rio por lo bajo- que cuando en las
estancias del Mater Ecclesiae, residencia de Ratzinger, florece tal
externalización, en el interior de la nada distante Santa Marta, el inquilino
más ilustre muestra signos de nerviosismo. Debió ser entre la Navidad y el
fin de año de 2017 cuando se anticipó a la prensa el prefacio de Ratzinger
al libro: “l Dio Trino. Fede cristiana nell’era secolare”, escrito por el cardenal
Müller, nombrado por Benedicto para la cima de la Doctrina de la Fe y
removido por Bergoglio en julio de 2017. “Un sacerdote y ciertamente un
obispo y un cardenal- escribió Ratzinger aludiendo a Müller y un poco a sí
mismo- nunca está jubilado”: “He defendido la clara tradición de la fe pero
en el espíritu del papa Francisco he buscado comprender como puede ser
vista hoy.”
Así, simplemente, el papa emérito nombraba a su amigo Müller digno
intérprete de la tradición y del espíritu de Bergoglio que, al contrario, había
licenciado al purpurado alemán porque no era bastante explícito en la
defensa pública de las iniciativas papales, y fue, como se ha comprendido,
audaz, ambiguo y lejano de ese magisterio que ningún papa podrá nunca
mutar plegándolo al espíritu de los tiempos.
Lo que introduce en la categoría de las denigraciones anti Ratzinger es el
relevante dato (cuanto menos tardío) de la investigación sobre el caso del
coro de Ratisbona, donde 547 niños habrían sufrido vejaciones entre 1945
y los años 90. En el verano de 2017 se conoció la noticia de dicha
investigación sobre el coro, el más famoso de Alemania, que durante treinta
años fue dirigido por monseñor Georg Ratzinger, hermano de José. Y él fue
el gran acusado (por parte del encargado legal de la diócesis, Ulrich Weber)
de haber conocido y callado sobre estos abusos contra los menores. Pero
no sólo esto. El abogado citaba para la causa al cardenal Müller, obispo de
Ratisbona en 2010, acusado ahora de haber negado la confrontación con
las víctimas y sus familiares con los abusadores. Si en el Vaticano no se
piensa mal para no pecar, fuera de los muros (aunque también en el
interior) es casi natural enlazar este escándalo con la contraposición entre
los dos papas y, más todavía, entre las facciones existentes.
En este apartado me limito a señalar un ulterior elemento, no colocable,
por otra parte, en la categoría de los dos papas en difícil cohabitación. En el

47
interior de la vertiente tradicionalista del catolicismo, no todos ven a
Ratzinger como el alfil y el defensor del magisterio auténtico e inmutable.
La flor y nata de los teólogos, como Ennio Innocenti y Antonio Livi,
contestaron sobre todo la colaboración en época conciliar entre Ratzinger
y Karl Rahner, jesuita y teólogo alemán considerado uno de los mayores
inspiradores del Concilio, teórico del relativismo teológico fuertemente
influido por el agnosticismo, maestro del cardenal Martini, del jefe de los
obispos alemanes Karl Lehman y del cardenal Kasper.
A comienzos de 2018 ha vuelto a aparecer también una crítica (no nueva)
al ensayo de Ratzinger “Introduzione al cristianesimo” (publicado por
primera vez en 1986) con el libro de Enzo M. Radaeli Al cuore de Ratzinger,
al cuore del mondo. Aquel antiguo estudio ratzingeriano no fue nunca
rechazado por el autor, antes bien fue re propuesto por el entonces
prefecto de la doctrina de la fe, no obstante otros –como Innocenti- habían
divisado en aquella impostación señales inequívocas de un giro
antropológico que el Vaticano II habría aplicado ampliamente “con
evidentes derivas heréticas”. Este último concepto, condiviso con Radaelli,
es del teólogo Antonio Livi –uno de los firmantes de la “súplica filial” al papa
sobre la Amoris Laetitia- que ha puesto en un brete a Ratzinger y a sus
predecesores. “Los papas de este periodo post-conciliar – escribe en la
introducción al volumen- han estado todos condicionados por esta
hegemonía modernista que incluso Joseph Ratzinger designó, poco antes de
su elección al solio pontificio como “dictadura del relativismo’”
(Después de la publicación del libro le han llovido a Monseñor Livi muchas
críticas severas, e injustas, intentando poner su nivel teológico en el interior
de ese sector ultra-minoritario que nunca aceptó el Vaticano II; en suma
esta contra Livi sería una acusación infundada contra Ratzinger cuyo
nombre, en la estructura de los coristas bergoglianos, viene asociado un
tantum positivamente al del actual pontífice.

QUÉ ES LO QUE ESTÁ EN CRISIS


“Nada podrá nunca convencernos u obligarnos a abandonar o contradecir cualquier atículo de fe o de
la moral católica.” (Documento “Pro Life”, 2017)

Pongamos por caso que un contemporáneo nuestro, un poco como en una


película de Wody Allen (o en una novela de Walter Veltroni) se despertase
de un largo sueño y quisiera satisfacer su comprensible curiosidad.
48
Pongamos por caso que se trata de alguien que, antes de dormirse, era un
buen católico. Si, después de despertarse, cayese en sus manos un libro
firmado por el papa Francisco (título: “Tierra, casa, trabajo”) tendría un
sobresalto con la noticia de que el editor del volumen continua
autodefiniéndose como comunista. Nuestro contemporáneo pensaría que
en San Pedro debe reinar un papa inteligente que ha sabido realizar el
milagro de convertir al catolicismo a periodistas y adeptos de ese periódico.
La extraña sensación seria reforzada por otro descubrimiento: la
introducción al volumen escrita por Valeria Fedeli. “¿Quién es – habría
preguntado el recién despertado- una teóloga contemporánea?” Los
amigos le habrían informado que esta Fedeli fue ministro (o ministra) de
instrucción pública en el gobierno de Paolo Gentiloni, una feminista
recalcitrante, paladina de los derechos de los gay, lesbianas y afines. En este
punto, él pensaría en otra clamorosa conversión, en una nueva
confirmación de que el papa en el cargo debe ser bravo. Y conocería todavía
con más admiración la noticia que el viñestista Sergio Staino, ya director del
diario L’Unità y convencido exponente de una organización atea que lucha
por la anulación del bautismo, esto es encargada de renegar, a petición, de
la pertenencia a la Santa Iglesia Católica; bien, pues este Staino fue
contratado por el diario editado por los obispos italianos, para que
publicara una ristra de viñetas irreverentes sobre Jesús.
Una realidad todavía menos entusiasmante le aparecería leyendo los
informes de un congreso veneciano de octubre de 2017. Título: “Esclavitud
y masoquismo, dominación y sumisión”. El encuentro fue organizado para
profundizar difusiones e importancia de estas atrevidas prácticas sexuales,
en el instituto universitario salesiano de Venecia. Como no bastase, el
recién despertado se encontraría también entre las manos un folleto
publicado por la Ediciones Paulinas y destinado a los fieles de la misa
dominical. En el comentario a las lecturas, la teóloga Vittoria Prisciandaro
escribía: “A medio milenio de la fijación de las 95 tesis de Lutero contra las
indulgencias, las dos iglesias se expresan gratitud por los dones espirituales
y teológicos de la Reforma protestante y ponen en el centro de su testimonio
la reconciliación, la superación de las fracturas históricas, el reconocimiento
de los errores, la acogida de lo extraño.”
Probemos a imaginar lo que aquel pobre hombre habría experimentado al
ver el pesebre dispuesto en la plaza de San Pedro para la Navidad de 2017:
¡nada menos que un pesebre pro gay! La elección fue contestada
49
duramente por el portal católico americano Life Site News, que se
escandalizaba por la presencia, entre las estatuas, de un hombre desnudo
con alusiones más homoeróticas que al precepto evangélico de vestir al
desnudo”. Y no solo esto. Aquel pesebre fue donado al Vaticano por la
abadía irpina de Montevergine, en el cual se venera la Virgen negra
denominada Mamma Schiavona, que ha sido elegida símbolo por la
comunidad homosexual (y afines) de la Campania. Por eso el archigay de
Nápoles exaltó esta representación en el corazón del catolicismo: “La
presencia del pesebre vaticano es para nosotros motivo para estar todavía
más felices. Para la comunidad homosexual y transexual de Nápoles es un
importante símbolo de inclusión e integración.”
En suma, el pobrecito, con cada revelación, se habría consternado más y
más, tanta era la confusión que se extendía delante de sus ojos. Le habrían
extrañado algunas afirmaciones del papa en persona, sobre todo si se
hubiera detenido a hojear el libro-entrevista publicado en Francia, Politique
et societé, del sociólogo francés Dominique Wolton donde el papa hace
algunas revelaciones sorprendentes. La primera: haber sido curado de sus
problemas psicológicos por una psicoanalista hebrea. El papa Francisco
confesaba haber afrontado momentos de dificultad en su vida de fe; y de
haberlas superado gracias a la ayuda de la doctora secuaz de Sigmund
Freud. El futuro papa argentino, para encontrar la fe extraviada o confusa,
reveló haber sentido la necesidad de recurrir a una visión del mundo y del
hombre absolutamente opuesta a la fe, a la tradición, a la cultura de la
Iglesia católica.
Segunda revelación: haber aprendido a comprender y apreciar la política
gracias a la ayuda y a las continuas conversaciones con una dama
paraguaya, Esther Ballestrino, exponente del partido comunista. Bergoglio
contaba que estaba tan apasionado por la política y sus batallas, que la
misma mujer un día le dijo: “¡Pero usted es comunista!” Bergoglio
respondió: “No. Nosotros los cristianos sostenemos desde siempre ciertas
cosas que son nuestra bandera y que los comunistas quisieran robarnos.” Y
así, con unas pocas bromas confusas, el obispo argentino convertido en
papa liquidaba un siglo entero de batallas, encíclicas, documentos y, sobre
todo, de sangre de los mártires que perdieron la vida para defender la fe
que el comunismo ateo e “irreductiblemente perverso” quería aniquilar.

50
Quizá no sabemos qué habría pensado nuestro recién despertado leyendo
cosas acerca de la mujer/obispo en Austria. En el monasterio de
Kremsmunster, el más antiguo del país, trabaja habitualmente la señora
Christine Mary-Lumetzberger. Hace unos quince años fue excomulgada por
el episcopado. Pero ella continuó impertérrita celebrando misas,
matrimonios, funerales. Al periodista del Daily Telegraph que la entrevistó,
la mujer/obispo respondió que había sentido la “llamada de Dios desde que
era pequeña”. “Quería convertirse en cura- explicó- y no podía esperar a que
los curas masculinos decidieran por mí.” Y más todavía: “Muchos curas y
obispos me tratan con gentileza y me llaman señora obispo, teniéndome a
su lado en muchas iglesias austriacas durante las celebraciones litúrgicas.”
Probablemente nuestro recién despertado amigo, llegado a este punto,
pensaría si había valido la pena despertarse de su largo sueño para
encontrarse una iglesia, su iglesia, talmente mutada e irreconocible.
Dejando la metáfora, lo que es evidente es que el catolicismo está viviendo
una de las crisis más dramáticas de su historia. Quien creía que el punto de
mayor desconcierto al que habíamos llegado era la dimisión del papa
Ratzinger en febrero de 2013, se equivocó de todas todas. Su sucesor no
solo no ha invertido la cuesta, sino que ha añadido divisiones y más
divisiones, polémicas y más polémicas, confusiones y más confusiones. Pero
ha ocurrido que un grupo de cardenales, príncipes de la Iglesia, en ausencia
de respuesta del papa, se han sentido obligados a hacer públicas sus propias
dudas. Ahora ya es difícil contar todas las cartas y las llamadas, individuales
y grupales, con respuestas escoradas y que se derivan hacia la ambigüedad,
que provocan peligrosas confusiones doctrinales y pastorales.
Es cierto que crece el número de los que reconocen que este pontificado
no es válido para enderezar la barca de Pedro, ni de dar pruebas- a la luz de
los errores cometidos y de los fallos consumados- un buen gobierno a la
Iglesia. Los fidelísimos bergoglianos continúan defendiendo al reinante
obispo de Roma, un poco como guerreros chinos del ejército de terracota
de Xian que protegían al emperador en su reposo eterno. Estos fidelísimos
han gritado escandalizados porque muchos han osado criticar
especialmente al papa, considerando incluso heréticas tales posiciones. Los
han pintado como blasfemos, difamadores, pecadores destinados a las
llamas del infierno (A pesar de que muchos de ellos no crean que exista…)

51
¿Pero criticar al papa es verdad ilícito y pone a los contestarios fuera de la
Iglesia? Nada de eso. El mismo cardenal Ratzinger, en su época de Prefecto
de la Doctrina de la Fe, escribía lo siguiente: “Será posible y necesaria una
crítica a los pronunciamientos papales, en la medida en que estos no estén
de acuerdo con la Escritura y el Credo, con la fe de la Iglesia universal […] en
ese caso no es posible una decisión vinculante; si ésta llegara formalmente,
las condiciones serían insuficientes y, por lo tanto, debería plantearse el
problema de su legitimidad.”
Es por esto por lo que, entre los obispos más preocupados, se considera un
don providencial la permanencia con vida de Benedicto XVI, no obstante los
crecientes problemas de salud que lo llevarán poco a poco al fin. Hay una
opinión difusa de que sin el papa emérito, la acción represiva sería mucho
más feroz contra los que han osado contestar o criticar a Bergoglio.
Posiblemente, también después de meses de ensordecedor (y arrogante)
silencio, Bergoglio se ha dignado responder indirectamente a los
contestarios, publicando su intercambio de misivas con el episcopado
argentino y, todavía antes (más vagamente) encontrándose con un grupo
de jesuitas. Para comprender su Amoris Laetitia, había dicho en aquella
ocasión, hace falta abandonar la teología de rodillas, abandonando la moral
como pura casuística, considerada por Bergoglio una tergiversación de la
teología tomista. El Aquinate había sido citado de forma contundente en las
conclusiones del Sínodo sobre la familia por el cardenal Christoph
Schonborn, al cual le había encargado Bergoglio la síntesis entre las
posiciones muy distantes sobre la comunión a los divorciados vueltos a
casar. Con su reclamo a la teología caso por caso, que aplica los principios
con inteligencia y sagacidad a las situaciones singulares y complejas, en
verdad Bergoglio no explica ni aclara sus singulares y argumentadas
contestaciones.
Entre los más recientes y severos, fue el difundido documento (diciembre
de 2017) de los principales movimientos Pro Life: Nada ni nadie podrá
nunca convencernos u obligarnos a abandonar o contradecir cualquier
artículo de la fe y de la moral católica; si existe un conflicto entre las
palabras y los actos de cualquier miembro de la Iglesia, comprendido el
Papa, y la doctrina que la Iglesia siempre ha enseñado, permanecernos
fieles a la enseñanza perenne de la Iglesia.”

52
Parece que la cúspide vaticana haya renunciado a tener unida a toda la
Iglesia y que no manifiesta dolor ni sufrimiento al manifestarse tantas
declaraciones de profundo descontento. El escritor católico Vittorio
Messori, apartado hace algunos años, pero a su vez preocupado por el
estado de la Iglesia, ha firmado el prefacio a un libro del teólogo Nicola Bux,
Con i sacramenti non si scherza (2016) describiendo un cuadro desolador:
“La sociología contra la teología, el Mundo que oscurece el cielo, lo
horizontal sin lo vertical, la profanidad que expulsa la sacralidad. La síntesis
católica – esa suerte de ley del y-y, de unión de los opuestos que rige el
entero edificio de la fe- ha sido demasiado frecuentemente abandonada por
una unilateralidad inadmisible.”
Se procede así, navegando en medio de una tempestad: con una parte del
pasaje amotinada y otra en cuarentena. Y con un comandante que ha
perdido (o echado al mar) la brújula. No sabe dónde va, pero de todos
modos va…

HEREJIAS Y PASQUINADAS

Pero Francisco ¿dónde está tu misericordia? (Manifiesto anónimo colgado en las paredes de Roma,
2015)

En 1963, cuando el pontífice reinantes, Juan XXIII, “volvió a la casa del


Padre”, según la fórmula ritual que anuncia “Urbi et Orbi” la muerte de un
papa, muchos se preguntaron retóricamente (entre los opositores del papa
“bueno”) cuántos decenios harían falta para que la Iglesia Católica reparara
los daños provocados por Roncalli en sus cinco años de pontificado. El
Concilio Vaticano II todavía no había concluido, pero los intérpretes de su
espíritu ya empezaban a difundir sus amargos frutos (misa ecuménica,
teología pro marxista, curas obreros, etc.) de los cuales el catolicismo ya no
se ha librado nunca más porque ya el “humo de Satanás” ,como había
denunciado el mismo papa Montini pocos años más tarde, había
conseguido infiltrarse dentro del Vaticano y tan solo con gran empeño y
fatiga Juan Pablo II y Benedicto XVI habrían conseguido diluir, ralentizar y
contener el empuje potente a favor de las innovaciones demasiado
incisivas.

53
Hoy, en la Iglesia “guiada” por Bergoglio, son muchos los que sostienen que
el primer lustro del argentino ya había dado a luz al menos tantos
problemas y fracasos con los cuales la Iglesia deberá convivir durante
mucho tiempo. No será verdad al cien por cien pero algo debe haber
ocurrido a finales de 2017, cuando las paredes de la casa Santa Marta
parece que vibraron durante algunos minutos en el cara a cara entre
Francisco y un prestigioso purpurado (Giovanni Battista Re, hipotetizó
alguien) que le habría echado en cara errores, elecciones equivocadas y
ningún hecho real en temas de reformas (“Nosotros te elegimos para
reformar y no para destruirlo todo”). Del mismo modo no será cierto
aunque se tienen como altamente probable que un consistente –creciente-
grupo de cardenales, que en su día fueron los electores de Bergoglio,
tendría en mente (probar) inducirlo a la renuncia, reseñando esa dimensión
que él mismo invocó (aunque lo hizo en los primeros meses de su
pontificado, tras los hosannas, aplausos y entusiasmos populares y
populistas). En todo caso, para dar cualquier tímido paso, tal proposición
debería esperar épocas diferentes, siendo impensable – incluso en un
periodo de grandes…innovaciones- que la Iglesia se encontrase con tres
papas vivos, uno en el cargo y otros dos eméritos.
Mientras tanto - y esto es seguro- el ejército de los irreductibles hinchas del
papa argentino se han reducido considerablemente. Y ha crecido
sustancialmente el frente de los perplejos y de los contrarios, ahora ya
también en los ambientes distintos a los tradicionalistas o, como a los
progres les gusta decir, ultraconservadores. Si las recurrencias nos pueden
ofrecer alguna verificación, en el mes de marzo de 2018 la celebración del
5º aniversario de su elección al solio de Pedro se anunciaba en tono menor,
casi de pasada. A diferencia del primer bienio de su pontificado, sabemos
que el tiempo que ha permanecido en la “guía” de la Iglesia, está
atravesando una fase de estancamiento y de creciente dificultad. Deben ser
realizadas rápidamente reformas radicales y esperar señales de progreso.
Sin embargo nos encontramos en medio de una larga y compleja crisis, con
fracturas profundas en el mismo corazón de la Iglesia, fracturas provocadas
por decisiones y comportamientos-obras y omisiones- cuanto menos
avaladas por el papa reinante.
En lugar de las reformas asistimos a un enrocamiento difusivo, con un
vértice cerrado a cal y canto sobre sí mismo, sordo a cada pregunta de
aclaración o de corrección. El entusiasmo inicial ha dejado abierta la puerta
54
a la esperanza de volver a ver a un nuevo impulso misionero; saludar a una
iglesia finalmente compacta y unida, dispuesta a traer de nuevo fieles a
misa y válidos jóvenes a los seminarios.
El “casus belli” de la comunión a los divorciados y vueltos a casar es
solamente la punta de un iceberg cuyas dimensiones agitan a todos esos
obispos, teólogos y pastores que, en el seno de sus respectivas posiciones
y orientaciones tienen en mente solo el bien de la Iglesia y consideran el
futuro de la barca de Pedro mucho más importante que la fortuna o la
grandeza mundana para sí mismos o para el obispo de Roma reinante
temporalmente.
Nada dejaba prever que la situación pudiese sufrir semejante involución.
Hace cinco años se esperaban con confianza los efectos benéficos que
habría producido el advenimiento del papa Francisco después de los
escándalos, las polémicas y la renuncia del papa Ratzinger. Era muy
difundida la convicción que la Iglesia habría conocido un tiempo feliz y
floreciente. Después de algunos meses comenzaron las revelaciones del
verdadero rostro del bergoglismo. La teología de la liberación volvía a estar
revaluada (casi reclamada para que saliese del olvido en el que estaba
incluso en la América Latina que la había fundado) hasta el punto de
inventar una especie de vademécum por parte de un papa que había dado
ese sello y esa precisa impronta a su aventura. Había elegido, de hecho,
convertirse en paladín de la inmigración en masa hacia Europa. El empeño
prioritario era la prescripción a los gobernantes y a los pueblos del viejo
continente de acoger sin límite a todos los pobres y desesperados que
buscaban asilo. Relanzaba el diálogo con los hermanos separados ortodoxos
y protestantes, invocando la meta de un encuentro de comunión, pero
infravalorando naturaleza y especifidad (quizá insalvables) de los contrastes
y contraposiciones que se han acumulado en un milenio (con los ortodoxos)
y en 500 años (con los protestantes)
En cuanto a la clamorosa explosión del tema más controvertido de estos
cinco años, ambigüedad y confusión producían fallos y daños evidentísimos.
En primer lugar, cerca del primero de los dos Sínodos – el primero
extraordinario, en octubre de 2014- se consentía a cardenales fidelísimos
(el alemán Kasper y otros) que expusieran posiciones muy audaces, dejando
entender que eran sostenidas por el pontífice en persona. Luego, frente a
la vasta y aguerrida oposición de obispos y cardenales, se prefirió ralentizar

55
tácticamente la carrera y, después de un documento/compromiso subscrito
al final de los trabajos del segundo sínodo (2015) se dio a la luz la famosa
Amoris Lateitia, que revelaba un verdadero detonador mientras, en el
trasfondo, se proyectaba la tragedia de un cisma difícilmente evitable en
ausencia de una aclaración profunda.
La Iglesia Católica está viviendo en su interior un debate que tiene el sabor
de tiempos lejanos, por sus dimensiones y su gravedad. ¿Qué actitud debe
asumir un creyente en presencia de un papa que propugna tesis heréticas
y muestra alejarse del sendero intransitable de la verdad de fe y del
magisterio? Probablemente, cuando cada domingo Bergoglio dice a los
fieles en la plaza de San Pedro “por favor, no olvidéis de rezar por mí”,
seguro que tiene in mente el cuadro interno en el cual la Iglesia se
encuentra después de cinco años de su acceso a la silla de Pedro.
La situación es todavía más seria, si tenemos en cuenta un ulterior efecto
colateral producido por el estilo elegido por Bergoglio. Su propuesta a los
fieles, directa y cercana, simple y jovial, ha provocado una evidente pérdida
del carisma y de la auto revelación, casi anulando toda distancia y
confundiendo papeles. Antes de él, la figura del papa era siempre distinta.
Así escribían en el año 2014 Mario Palmaro y Alejandro Gnocchi, en el
primer libro directamente crítico: “Este papa no nos gusta”. Antes del papa
Francisco, el papa era “más lejano e inalcanzable, pero tenía la fuerza para
mantener y ordenar lo que es bueno en esta tierra.” Un enfoque muy
diferente tenía el Papa Wojtyla, que se mantenía cerca pero distante,
conociendo a la multitud pero siempre distante, como debe ser la cabeza
de la Iglesia que es el último monarca absoluto que queda sobre la tierra.
También esto –una necesaria re definición del papel y del carisma papal-
será probablemente un problema que la Iglesia llevará consigo hasta el final
del reinado del actual pontífice.
Tal vez sea precisamente este exceso de proximidad, buscado y deseado
por el Papa, lo que ha contribuido a determinar episodios caracterizados
por la irreverencia y el sarcasmo. En primer lugar fue la pegada de carteles
en las calles de Roma con manifiestos anti Bergoglio, que a la manera del
célebre Pasquino, de forma anónima y en dialecto romano, lo apostrofaban
de esta manera: “A Francè, ma n’do sta la tua misericordia?4 Seguía debajo
una foto del papa enfurruñado y serio, un elenco de decisiones papales con

4
¡Francisco! ¿Dónde está tu misericordia?

56
el sello de un autoritarismo en contraste con la ostentada misericordia:
“Hay comisariados, congregaciones, sacerdotes suspendidos, decapaitada
la Orden de Malta y los franciscanos de la Inmaculada, cardenales
ignorados, ‘ma n’do sta la tua misericordia?”
Luego fue la aparición de un librito irreverente. Título: Francè-scheide,
pasquinate per papa Francesco. El autor: -un seudónimo- que firmaba como
Lorenzo Stecchetti Junior. He aquí un ejemplo de esos versos: “Entro el
humo como un suspiro y el conclave cometió un error/Francisco, papa y
argentino/Y en un centenario con todo respeto, alabó a Lutero y dejó a la
Virgen.”
El episodio más clamoroso y, en su perfidia, construido con una cierta
profesionalidad, fue la confección (17 de enero de 2017) de un falso
número del “Osservatore Romano” que presentaba como titular el
duradero silencio de Francisco sobre las dubbia presentadas por cuatro
cardenales. El título era: “”Ha respondido”. En apariencia era perfecto, con
los mismos caracteres de prensa del órgano oficial de la Santa Sede,
comprendidas las dos versiones en latín bajo la cabecera: Unicuique Suum
e Non praevalebunt”. En la página, enviada vía e-mail a muchas direcciones
de la curia y a periodistas de la sala de prensa vaticana. Entre los artículos
había algunos de los más fidelísimos al papa Bergoglio. Entre ellos uno del
cardenal Kasper, teórico de la teología “de rodillas”, tan querida por
Bergoglio, el cual –escribía el apócrifo Osservatore- cuando leyó la
respuesta del papa a los cuatro cardenales dubitativos “cayó de rodillas”.
Para no olvidar la asidua y amistosa asistencia del Papa, bajo la Rúbrica falsa
de “nuestras informaciones”, dio cuenta de una llamada puntual de
Francisco a Eugenio Scalfari "para explicarle la notificación que estaba en
proceso de promulgar y publicar.

57
EL DOGMA DE LA ACOGIDA
“Francisco inaugura una nueva teología mundialista mortífera para Europa” (Pierre Lallouche, 2015)

Distinguir los planos es un deber. Es siempre la mejor elección, a diferencia


de como se hace en el campo progresista (cultural, político, mediático) que
aplaude hasta pelarse las manos cuando el “papa” Francisco dice cosas
políticamente correctas, que no molestan a los operadores, sino que les dan
una mano y un apoyo autorizado. Aquí en cambio, se hacen pucheros y, a
diferencia de lo que sucedió con los predecesores, se prefiere el silencio y
la censura cuando el papa argentino (rara vez) pone puntos sobre la "i" y
reafirma los valores.
Sobre el aborto, por ejemplo, también Bergoglio ha dicha palabras claras,
netas, inequívocas, diciendo: “¡No matar a los niños antes de nacer!” y
sobre la eutanasia eligió quizá expresiones fuertes y severas, incluso frente
al parlamento de Strasburgo, contra la lógica del “descarte” que margina y
elimina aquellas vidas humanas ya no consideradas útiles “como en el caso
de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin curación”. Y
sobre la ideología gender, en la etapa de Georgia en su viaje americano,
habló de una “guerra mundial para destruir el matrimonio”.
Pero ahora, ¿Por qué estas raras pero vigorosas tomas de posición no
vienen nunca (o casi nunca) señaladas y no se convierten en argumento de
reflexión/discusión, mientras todas sus intervenciones sobre inmigración,
acogida, pobreza y ambientalismo reciben gran eco y se resaltan en los
medios de comunicación de todo el mundo?
Esta situación fue revelada públicamente por el entonces presidente de la
CEI Angelo Begnasco, en un discurso (2015) a la asamblea de obispos
italianos: “Parece que ciertas palabras del papa, que no están en la línea del
pensamiento único, son oscurecidas por los mismos que hacen valer y
difunden a la opinión pública otras palabras más en consonancia con su
propia opinión.” Pero en ninguna investigación de archivo se ha encontrado
una análoga toma de posición por parte del potente aparato mediático-
oficial, oficioso y de complemento- del cual responde la cumbre vaticana.
He aquí porque es lícito pensar que al mismo papa Bergoglio no le importa
que, de su pontificado, sea subrayada la propensión hacia los nacientes

58
grupos de cristianos progresistas, más que la debida reafirmación de las
posiciones tradicionales e inmutables.
Es necesario distinguir. Y criticar cuando es necesario. Sobre el dramático
tema de la inmigración clandestina, por ejemplo, papa Francisco se ha
pronunciado mil veces. Siempre lo ha hecho animando a la acogida sin
reserva, aplaudiendo a los voluntarios, militares y socorristas; y
acusándonos a todos, italianos y europeos, de provocar los estragos del
Canal de Sicilia por defecto de acogida y por exceso de egoísmo.
Todo comenzó en julio de 2013, cuando Francisco escoge la isla de
Lampedusa como meta de su primer viaje fuera de Roma. Aquel día
exageró. No faltaron las polémicas, aunque tímidas y respetuosas, en la
confrontación con el nuevo papa todavía en fase de rodaje. Entre los
primeros en apuntar el índice contra Francisco fue el politólogo americano
Edward Luttwak: “En Lampedusa –acusó- el papa ha hecho una cosa
gravísima. Su discurso fue repetido miles de veces en toda África. Fue una
invitación a venir, una promesa de acogida. Lo han escuchado. Están
viniendo.”
El papa, con muchos obispos y sacerdotes para hacerle el coro, ha
concedido muchas réplicas sobre el tema. A veces confunde oraciones y
buenos consejos, con indicaciones políticas sobre qué hacer. Gritó
“¡Vergonya!” después de la noticia del enésimo estrago del mar. Su aullido
de rabia no estaba dirigido a los mercaderes de la muerte, asesinos en serie
que llenan las barcas de inmigrantes ilegales y sus bolsillos de dinero. Fue
una “vergonya” lanzada como una acusación a los pobres cristianos, es
decir, a los europeos y a los italianos en particular, culpables de no hacer lo
suficiente por los hermanos inmigrantes; además de lamentarse, de ves en
cuando, porque sus ciudades son invadidas de clandestinos africanos y
rumanos; culpables de no ser entusiastas con aquella forzada, difícil
convivencia, además de usar armas desiguales, con inmigrantes que se
benefician de protecciones, subsidios públicos y largos períodos de
hospitalidad hotelera.
Surge la sospecha que la posición de la iglesia “franciscana”, tan sensible a
las necesidades de los inmigrantes y tan distraída respecto a las dificultades
de los ancianos y nuevos pobres italianos, no esté exclusivamente movida
por nobles intentos o bien por la sensibilidad evangélica. Lo poco que se
sabe alimenta cualquier duda.

59
Pregunta: Además de las sociedades criminales que se benefician de los
inmigrantes ilegales y los campamentos de la etnia romaní, ¿los ríos de
dinero no siguen llenando los cofres de las “meritorias” estructuras
seculares y católicas? Ciertamente será dinero bien gastado, hasta el último
centavo. Y es comprensible que el Vaticano proteja y bendiga el trabajo
voluntario de quienes trabajan y están comprometidos con la recepción y
el cuidado de los inmigrantes. Los alcaldes y los administradores hacen lo
mismo: a favor de las cooperativas honestas; pero también por aquellas que
proyectan algo de sombra. En ausencia de iniciativas judiciales, me detengo
aquí. En algunos casos, pensar mal es un pecado. Y no siempre se entiende.
Tanto fervor pro inmigrantes podría estar movido también por un diseño
político estratégico más amplio por parte de la cumbre vaticana, candidata
a estrella polar de un mundo abierto y pacificado, más allá de las
distinciones de razas y religiones, Para Bergoglio, haberse convertido de
hecho, en líder político del mainstream global, epítome de la ideología de
inmigración, es muy similar a una excelente tarjeta de visita para la
concesión de un próximo Premio Nobel de la Paz...
Abundando en esta misma línea de buenismo unilateral, el Vaticano está
también escribiendo un feo capítulo inicial sobre el tercer milenio del
cristianismo. Inevitablemente, una vez superado cada límite de
entendimiento y de posibilidad, de fuerza y de dinero, será imposible
disipar un conflicto social durísimo. No es difícil hipotetizar una guerra
devastadora entre los pobres. Tarde o temprano, parecen destinados a
barrer los suburbios donde el polvo y el sufrimiento son más agudos, y
donde, en la degradación generalizada a través de sectores constantes de
la población, la vida cotidiana es casi insostenible. Algunos eventos de la
crónica son premisas y prólogos. Y también serían una señal de advertencia
inequívoca, si se quisieran escuchar.
Otra salida podría ser una revuelta contra la clase dirigente que, para seguir
una solidaridad farisaica, ha antepuesto la acogida y la subsistencia de los
inmigrantes a los deseos vitales de los italianos, siempre más acosados e
indigentes. El día de mañana cualquiera podría recordar al Vaticano haber
predicado la división de los pobres en categorías; y de haber favorecido a
los musulmanes respecto de los cristianos, a los extranjeros respecto a los
italianos.

60
Más en general, cuando –tras decenios, no siglos- Italia y Europa sean
habitadas por muchos secuaces de Alá no será difícil recordar –quizá sea
demasiado tarde- que fue el Vaticano la primera institución en haber
dejado indefensa la cristiandad: desarmada de fe, huérfana de pastores
frente a una bíblica (¡coránica!) invasión, a merced de una arrogancia que
ha encontrado su preciado combustible en la bondad de un solo lado.
Probablemente el escritor francés Michel Houellebecq no se equivocó
mucho en los cálculos, en su Sottomissione (2014), cuando describió en el
futuro próximo una Francia gobernada por un partido musulmán
(¡moderado, por caridad!) llegado al poder de forma democrática a través
de unas elecciones, gracias a una gran alianza entre socialistas y golistas,
todos juntos para impedir que llegara al poder la extrema derecha del Front
National. En esa novela destacaba, por su ausencia, la Iglesia Católica (auto)
condenada a la irrelevancia por haber permanecido sorda a las mutaciones
sociales de hecho, a las necesidades y a los deseos reales de sus miembros.
Un ejemplo de tal insensibilidad viene del mismo papa Francisco cuando
invitó a los romanos a “acoger en casa a los inmigrantes”. “¡Cuánto me
gustaría –fueron sus palabras- que Roma pudiese brillar por la piedad hacia
los sufrientes, por la acogida a los que huyen de la guerra y la muerte, por
la disponibilidad a la sonrisa y magnanimidad para quien ha perdido la
esperanza.” La respuesta de los romanos fue un silencio atronador y
turbador. Sólo se registró un único comentario entusiástico: el del entonces
alcalde Ignacio Marino, al que la mayoría de los romanos detestaba y que
poco después sería forzado a dimitir.
Es impresionante constatar cómo, en pocos años, Bergoglio se ha dedicado
a componer un mosaico de afirmaciones, mensajes e indicaciones que han
delineado una precisa estrategia. Es un mix entre pauperismo,
tercermundismo y relativismo que, hasta 2013 había sido prerrogativa de
las facciones más extremas del post Concilio y sus intérpretes pro-marxistas
que habían encontrado espacio especialmente en América Latina.
Ocasiones frecuentes de las externalizaciones papales son la homilía
matutina en Santa Marta, inmediatamente lanzadas ad hoc a la agencia de
prensa, retransmitida por el circuito de la televisión vaticana y comentada
con entusiasmo por los vaticanistas. Otras veces son las improvisadas
conferencias de prensa que Bergoglio prodiga en los viajes aéreos de
retorno a Roma, cuando toma el micrófono y comienza a tirar el resto,

61
aventurándose en duros ataques, especialmente contra Europa y
Occidente, acusándolos de no ser muy acogedores con los inmigrantes.
En tierra firme, entre las más importantes intemeratas, sigue la realizada
por Bergoglio en Génova, en mayo de 2017: un golpe de mano al concepto
de meritocracia. ¿Recuerdas sus palabras? "La tan publicitada meritocracia,
una hermosa palabra porque usa el mérito, se está convirtiendo en una
legitimación ética de la desigualdad". Así, en veinte segundos, Bergoglio
derrumbó y demolió una piedra angular de nuestra civilización. Sin
embargo, Francisco no puede saber que el mundo, la cultura, la humanidad,
todo ha progresado gracias a la valorización del mérito, que es la posibilidad
que tienen los seres humanos para expresar mejor sus talentos, ya sean
científicos, artistas, exploradores o simples artesanos, comediantes o
campesinos.
Bergoglio sin embargo sostiene que cuantos legitiman la desigualdad
consideran el talento “un mérito, no un don”: “Al fin –sentenció- cuando dos
niños nacidos uno al lado del otro con talentos diversos se jubilen, la
desigualdad se multiplicará. El pobre es considerado un inmerecedor y si la
pobreza es culpa del pobre, los ricos están exentos de ayudarle.” Bergoglio
construye también una singular interpretación de la parábola del hijo
pródigo: “El hermano que se quedó en casa piensa que el otro se merecía su
desgracia, pero el padre piensa que nadie se merece el alimento de los
cerdos.” Quizá porque Bergoglio no citó directamente la parábola de los
talentos cuando el señor que los había distribuido decide premiar a los que
habían sabido ponerlos a trabajar; y castigar al que, por desidia, miedo o
egoísmo, había preferido esconderlo bajo tierra improductivo.
Si quisiéramos seguir el razonamiento bergogliano, deberíamos renegar de
los criterios de selección –seguidos por hacienda, instituciones, jerarquía
católica- en base a la capacidad y a los méritos de cada uno, indicados en el
curriculum vitae o demostrado en la experiencia vivida. Y deberíamos
preferir para enseñar el rol de la responsabilidad, el método de la lotería, o
confiar la respuesta decisiva a la lectura de los posos del café...Quién sabe
si no sería mejor seleccionar a obispos y cardenales y al mismo papa a
sorteo o por votación popular, prefiriendo a los más pobres…incluso de
espíritu. Evidentemente papa Bergoglio no ha evaluado bastante el
concepto que el batallador economista católico Ettore Gotti Tedeschi ha

62
escogido para su libro, cuyo título es “Diò è meritocratico!” (¡Dios es
meritocrático!)
El problema es complejo y de alguna manera dramático. Se está llevando
culpablemente a la Iglesia fuera del horizonte histórico-cultural de
occidente que, durante muchos siglos, ha sido cristiano y se ha reconocido
en una civilización que el propio catolicismo más que otras instituciones ha
contribuido a construir y a defender de los reiterados ataques. Hoy serían
inimaginables otro Lepanto u otra Viena, en nombre de los valores y de la
libertad de defenderse. Hoy, en caso de emergencia, no tendríamos
ninguna certeza sobre la posición que asumiría la actual cumbre vaticana.
Podemos formular la hipótesis de que, frente a las reacciones y las
respuestas a los ataques, incluso los más atroces y terribles contra la
comunidad de creyentes cristianos, el papado seguirá siendo "neutral",
incluso si se pone en peligro la propia supervivencia del catolicismo.
Con Bergoglio en la cátedra de Pedro, están sustancialmente relanzadas la
teoría y la teología que estaba de moda en América Latina en los años
sesenta. No tanto por la caridad y la solidaridad, ayuda y el compartir con
los últimos, los desheredados, sino total acogida de los pobres de la tierra,
porque “cada cristiano y cada comunidad son llamados a ser instrumento
de Dios para la promoción y la liberación de los pobres.” Hay mucha teología
de la liberación con similares posiciones. Se propone a Occidente una salsa
rancia, ya fallida en su manía revolucionaria en el continente que la produjo.
Se intenta relanzarla en una Europa que está perdiendo la propia identidad:
herida, débil, vulnerable. Hoy sería impensable una empresa como la que
realizó el papa Wojtyla, que desde los primeros años de su pontificado
trabajó por la liberación de los pueblos del este europeo, en primer lugar
su adorada Polonia, de la dictadura comunista. ¿De qué parte habría estado
la Iglesia si en esos momentos hubiese estado guiándola el papa Bergoglio?
¿Se habría decantado por los oprimidos o por los opresores?
En América Latina la teología de la liberación era una copia del marxismo,
que elude incluir referencias sobre el alma inmortal. Después del fracaso de
aquella utopía, sobrevive un tercermundismo aparentemente buenista que
el obispo de Roma parece haber retomado. Probablemente estamos en
vísperas de un post-catolicismo que acaricia la cultura anti católica o a-
católica, mientras aleja peligrosamente a la Iglesia de su cauce doctrinal y
se arriesga a producir efectos devastadores en la conciencia de un viejo

63
continente siempre más falto de orgullo, huérfano de identidad, sin amor
propio, privado del sentido del propio destino.
Durante siglos, teorías similares (teología, supersticiones) se han asomado
periódicamente, otras tantas tentativas de infiltración gnóstica en el
corazón del catolicismo. Pero puntualmente la Iglesia las había evaluado y
condenado, como otras tantas herejías (quizá también con reprensiones
violentas) que de cualquier forma quedaban siempre marginales,
contenidas y neutralizadas, digeridas y expulsadas sin demasiada dificultad
y sin el mínimo titubeo. Hoy en la misma catedra de Pedro se introducen
elementos y conceptos inauditos, en nombre de una insensata acogida que
ha tomado su puesto en una acogida responsable, y en el signo de un
pauperismo tercermundista absolutamente extraño a la cultura del
occidente europeo.
El economista inglés Paul Collier, docente en Oxford, ha sostenido que “las
actuaciones cristianas frente a los refugiados y a las migraciones están
caracterizadas por una cierta confusión moral, mientras no se arriesguen a
afrontar las necesidades reales. Hay que unir el corazón con la razón,
también porque con esta predicación en sentido único, se llama a la acogida
sin límites a países privados de los recursos necesarios y se tacha de racismo
a las legítimas preocupaciones de nuestros pobres.”
La misma inmigración es el terreno sobre el cual Bergoglio confirma su
“sentirse otro” respecto a Europa y hace hincapié en la voluntad de
desplazar el eje de la Iglesia. El católico francés Pierre Lellouche sostiene
que el papa argentino “ha abolido cada posibilidad de regulación del flujo
migratorio: Francisco inaugura así una nueva teología mundialista
mortífera para Europa”, hasta el punto que podría operarse un giro decisivo
si no se cierra y corrige esta “exaltación del mestizaje y del anarquismo sin
reglas.
Como punto final de este capítulo tenemos las opiniones de un filósofo
italiano muy mediático, Diego Fusaro, decididamente progresista y post-
marxista, que al escuchar la homilía del papa en la Nochebuena de 2017, se
decidió a hacer una confrontación entre las posiciones bergoglianas y las de
Benedicto XVI: “Ratzinger –dijo- tenía la valentía de criticar la
mundialización y la erradicación del capitalismo. Francisco está siempre
poniéndose a su servicio…La homilía de Bergoglio esta vez parece inspirarse
más en Soros que en Cristo.”

64
Similares referencias a poderosos y seculares profetas de la destrucción de
Europa a través de las oleadas migratorias, son un leit motiv evocado por
algunas voces muy críticas, como la del periodista Maurizio Blondet para
quien entre los inspiradores de la inmigración predicados por el papa
argentino, además del poderoso financiero estadounidense de origen
húngaro, George Soros, figuraría también un misterioso personaje llamado
por Bergoglio para la presidencia de la Comisión Internacional Católica de
Migración. Se llama Peter Sutherland y su nombre está asociado al Consejo
de la Goldman Sachs, la Comisión Trilateral y al misterioso y peligroso club
Bilderbeg, después de haber sido comisionado europeo para la
competencia en tiempos de Delors. Sutherland es un teórico de los estados
multiculturales y multiétnicos. Según su análisis, el problema a resolver
estaría representado por esos pueblos que “aún cultivan una sensación de
homogeneidad, a diferencia de los demás” y esto es precisamente lo que
“la Unión Europea debe erosionar cueste lo que cueste”. (Como sabemos,
“Palabra de Bilderberg” e ideas sionistas).
Definitivamente esta posición unilateral, junto a aquellos que buscan (por
interés, no por filantropía) privar progresivamente a Europa y a Occidente
de su identidad histórico-cultural es un lugar antinatural para la Iglesia
Católica. Son los mismos maestros del poder blando que en la actualidad
trabajan para minimizar y esconder el peligro más inminente y amenazante:
la presencia marginal, entre los migrantes, de un componente islámico
decididamente mayoritario. En 2050 los musulmanes serán 50 millones, el
11 % de la población europea. En Italia habrá 7 millones, el 2,4 % de su
población.
El obispo iraquí de Mosul, Monseñor Amel Nona, nos ha lanzado la alarma:
“Nuestros sufrimientos de hoy son el preludio de los que vosotros, los
europeos cristianos occidentales, sufriréis en el futuro.”

65
A MOSCÚ, A MOSCÚ
“Europa conserva su alma formada por dos mil años de tradición cristiana.” (Cuba, documento
Bergoglio-Kirill, 2016)

Como hemos visto en la primera parte, ni los escándalos, ni la excusa de


una vejez invalidante o una sensación de no ser ya adecuado para gobernar
una Iglesia deseosa de guía sólida, fueron las causas que determinaron la
clamorosa dimisión de Benedicto XVI en febrero de 2013. El ataque
sistemático, a menudo feroz, contra el sucesor del papa Wojtyla por el
heterogéneo universo secular pudo mucho más. Había una cosa particular
que no se le perdonaba a Ratzinger: su constante reclamo a los valores
perennes de la doctrina y de la moral católica, a aquellos principios no
negociables que ningún diálogo con las otras iglesias cristianas, con otras
confesiones religiosas o con la cultura teísta y laica habría podido ser objeto
de discusión. No negociable significa también imposibilidad de poner sobre
la mesa tratos con quienquiera, en busca de un compromiso con cualquiera.
El advenimiento de Bergoglio cambió rápidamente la fisonomía de la
Iglesia: dialogante y misericordiosa; presente e inserta en el mundo hasta
el punto de parecer, quizá, un componente del mundo siguiendo a otras
organizaciones, predicando la harmonía entre los pueblos y el bienestar de
la humanidad. En lugar de los principios innegociables, se propuso/impuso
el dogma de la acogida sin condiciones, aunque fuera renunciando incluso
a la misión de la Iglesia (una, santa, católica y apostólica) de anunciar la
Buena Noticia y de convertir al mundo entero.
Con semejantes presupuestos se ha emprendido una decisiva marcha de
aproximación hacia los “hermanos separados” de la Iglesia ortodoxa de
Moscú e, sobre todo, hacia el variado mundo del protestantismo con
ocasión del 500 aniversario de la revuelta de Lutero. Ya al inicio de 2016,
entre los observadores más atentos, se había madurado la impresión que
el papa argentino quería transformar los momentos oficiales de diálogo
interreligioso en otras tantas ocasiones preciosas de acuerdo. Cada papa
cultiva legítimamente la ambición de dejar una huella indeleble de su
pontificado. ¿Qué mejor huella podría dejar Francisco que la de haber
logrado un acuerdo con los luteranos después de 500 años de decisión?

66
Al principio fue el encuentro de Cuba con el patriarca Kirill, jefe de la Iglesia
ortodoxa de Moscú y de todas las Rusias (como suena en la definición
oficial). En febrero de 2016. El obispo de Roma y el patriarca de la más
grande Iglesia ortodoxa se encuentra en el hangar del aeropuerto de La
Habana. El histórico cara a cara se organizó en pocas semanas; se llevó a
cabo en terreno neutro. Sin embargo no fue solo una oportunidad de
fotografía para el beneficio de los medios en todo el mundo, sino, al menos
en términos de intenciones, el comienzo de un nuevo diálogo.
Es impactante sobre todo el texto de la declaración conjunta, subscrito por
los dos líderes al término del coloquio, porque en aquellas páginas se
reafirman principios y valores de referencia comunes a católicos y
ortodoxos, conceptos que, es verdad, son constantemente reivindicados
sobre todo por el patriarcado de Moscú y por las otras 14 iglesias ortodoxas
autocéfalas (esto es gobernadas con autonomía de las respectivas
jerarquías). Esas mismas referencias apenas habitan el Vaticano, con la
cumbre comprometida principalmente en transformar la Iglesia en un
hospital de campaña, más abierta a las razones de los no católicos que a
reafirmar el depositum fidei.
El documento conjunto de Cuba reitera muchos puntos fijos gracias a los
cuales la Iglesia en Moscú pudo renacer después del fin del comunismo. No
es casual que recordemos el colapso de los "regímenes ateos" en el este,
donde "hoy se rompen las cadenas del ateísmo militante" y se está
realizando una renovación sin precedentes de la fe cristiana. También la
referencia a Europa está claramente inspirada por el pensamiento del
patriarcado: “Llamamos a los cristianos de Europa oriental y occidental a
unirse para testimoniar juntos a Cristo y al Evangelio, de modo que Europa
conserve su alma formada durante dos mil años de tradición cristiana.” A
juicio de la mayoría, aquella declaración conjunta retomaba
sustancialmente las posiciones de los ortodoxos, sin ninguna impronta
relevante emprendida por parte católica. Era más que una impresión.
Mientras que para Kirill, la mayor preocupación se refería a la acogida que
habrían tenido en esa reunión los motivos más severos de desunión que se
tienen con Roma, a Bergoglio le importaba casi exclusivamente el abrazo
con el patriarca. Aquella escasa atención a los contenidos del documento
también habría abierto una herida entre el Vaticano y los ucranianos grecos
católicos. En la declaración conjunta se condenaba el “método del
uniatismo” que había dividido en el pasado a las dos comunidades; “y esto
67
no es un modo que permita restablecer la unidad.” Las protestas de los
greco-católicos, respetuosas pero muy duras, vinieron de inmediato: se
sentían abandonadas, incluso traicionadas por las posiciones expresas en el
documento de Cuba.
Por parte del Vaticano no llegaría ninguna ulterior explicación sobre aquel
contestado pasaje. Para muchos, en cambio era la confirmación de que el
documento había sido escrito sobre todo en Moscú y, por parte católica, se
habían limitado a realizar algunas correcciones marginales. Es como decir
que, a mitad camino entre san Ignacio y Maquiavelo, el papa estaba seguro
de que una vez obtenido y realizado el histórico encuentro, en poco tiempo
las palabras se las habría llevado el viento, dejando solo, indeleble, aquella
imagen del abrazo de Cuba, primer paso para la superación definitiva del
cisma de la Iglesia oriental.
Los meses sucesivos (y en nuestro relato en sucesivos capítulos) se habría
demostrado la profunda, irreductible diversidad entre los posibles
desarrollos del diálogo intensificado con los ortodoxos y con los
protestantes. Pero el deseo del papa era especular: emprender dos caminos
distintos, mostrando a los diversos interlocutores una Iglesia de Roma de
cualquier modo abierta, disponible a la intensa, aunque esto comportase
renuncias y sacrificios en el plano doctrinal.
Con los ortodoxos existían- y resistían después de Cuba- problemas de
ardua solución, acumulados durante un milenio de separación y de
contraposición. Uno sobre todo: el primado del obispo de Roma, la
supremacía del papa sobre otros obispos. Moscú y las otras iglesias acéfalas
de la ortodoxia no reconocen ese primado y, obviamente, rechazan como
falsos dogmas como el de la infalibilidad papal y el de la Inmaculada
Concepción de María. Pero, no obstante esto, y aun otras cosas, en el plano
estrictamente doctrinal, las distancias católicos/ortodoxos son mínimas o
inexistentes del todo: idénticos son los sacramentos, el culto de los santos
y de la Virgen, las cuestiones teológicas fundamentales (a parte del
problema trinitario, con la no resuelta cuestión del Filioque, esto es la
relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo)
Sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, frente a una real y común
voluntad de superar las divisiones, no hay nada que impida a obispos y
creyentes rezar juntos a la madre de Dios, como es llamada la Virgen en las
dos confesiones. En cuanto al primado papal, se hipotetiza que al obispo de

68
Roma se le podría reservar (y reconocer) un papel de coordinación en un
nuevo tiempo de gran autonomía para las iglesias nacionales, sean
ortodoxas o católicas.
Los mayores problemas que hasta ahora han impedido nuevos pasos
adelante después del encuentro de Cuba, son de otra naturaleza. El Papa
Francisco habría querido consumir el tiempo y, en este sentido, ponía
mucha esperanza en la misión de Moscú del Secretario de Estado, el
cardenal Pietro Parolin, en el verano de 2017. Objetivo: fijar las fechas para
un viaje suyo a la capital rusa contando con la complicidad del presidente
Vladimir Putin, notoriamente entusiasta de poder desempeñar un papel de
mediación entre el Vaticano y el Patriarcado.
Aquel viaje histórico todavía no ha entrado en la agenda papal, aunque las
relaciones parezcan haber mejorado bastante. El secretario de estado
Vaticano Pietro Parolin está muy empeñado en esta dirección. Las
resistencias encontradas en su misión moscovita han puesto a prueba su
paciencia, pero no han provocado desesperanza ni resignación. De todas
formas quedan superadas las contraposiciones más duras, como cuando en
los años noventa el papa polaco reorganizó en cuatro vastísimas diócesis la
presencia católica en la ex Unión Soviética. El entonces patriarca Alessio II
reaccionó duramente, acusando a Wojtyla de querer hacer proselitismo en
su casa, intentando explotar en su ventaja el inicial extravió de muchos
cristianos ortodoxos después de la caída del sistema comunista. La
acusación de regresar a la Iglesia de Moscú era de haber colaborado con el
Kremlin y de haber estado en connivencia con la tristemente famosa KGB.
Las relaciones se mantuvieron tensas durante mucho tiempo, porque en las
venas del pueblo ruso corre notoriamente sangre anti polaca. En esas
condiciones era imposible hacer hipótesis sobre un próximo encuentro.
Luego (2005) vino el Papa Ratzinger. No es que entre rusos y alemanes la
cosa andase mucho mejor, con los recuerdos de la guerra mundial
sedimentados indeleblemente en la memoria colectiva. Sin embargo con
una dosis de recíproca buena voluntad, las relaciones mejoraron. El sucesor
de Alessio, patriarca Kirill, se mostró más disponible al diálogo y su estima
por la teología de Ratzinger era públicamente declarada. Por primera vez,
con la colaboración de las respectivas editoriales, fueron publicados
algunos volúmenes de Benedicto XVI (en lengua rusa) y de Kirill (en
italiano). Fueron contados numerosos pasos concretos. En aquel año,

69
mientras el papa alemán reivindicaba y reafirmármela con decisión la
inmutabilidad y el valor de los principios no negociables, se difundió la
convicción de que la prospectiva de un encuentro en la cumbre se había
convertido en algo posible.
Con la venida de Francisco, llegado casi del fin del mundo, a la cumbre del
catolicismo, los reconocimientos formales se multiplicaron. Nuevas
publicaciones cruzadas del papa y del patriarca, se fueron viendo
políticos/diplomáticos de gran relieve como en la crisis de Siria, donde las
iniciativas de Bergoglio y de Putin impidieron sobre todo, en 2013 y
siguientes, que la situación se precipitase, como habrían querido los
demócratas y notables pacifistas americanos. El presidente ruso fue
recibido dos veces por el papa, con todos los honores y con gran respeto.
Los dos hablaron también del posible viaje del papa a Moscú. Pero Putin
entonces no tenía la posibilidad de formalizar la invitación, en ausencia de
una “vía libre” del patriarcado.
¿Por qué tanta prudencia? Porque los ortodoxos no se fían. Aún más, hoy
en día, después de las celebraciones luteranas por parte católica, temen
ulteriores aperturas culturales, documentos pastorales e invitaciones
teológicas que para ellos serían absolutamente inaceptables. En Moscú
estudian, profundizan y constatan la durable distancia entre las posiciones
de Kirill y las de Francisco. Es difícil sostener que se habían equivocado.
Basta con confrontar la toma de posiciones oficiales de los dos líderes. Si
Bergoglio, en sus discursos en el palacio de cristal de la OBU y en el congreso
de Washington, evitó cuidadosamente toda referencia polémica y toda
acusación a la Casa Blanca del entonces presidente Obama por la política
laicista, el patriarca no ha perdido nunca la ocasión para denunciar errores
y horrores de eso que le gusta definir como “ideología liberal y secularista,
que a grandes voces declara querer defender la libertad, y que en los hechos
es totalmente a liberal, animada por la peligrosa pretensión de poseer la
única doctrina justa y científicamente fundada, en lo mismo que
pretendieron en un tiempo Marx, Engels y Lenin.”
Por lo demás, son notables también en Roma las batallas de Kirill,
compartidas por Putin, contra el reconocimiento de las uniones entre
personas del mismo sexo, la ideología gender y la indiscriminada acogida a
los inmigrantes, en especial de la fe musulmana. Todo al contrario de la
política europea, bendecida por el papa sobre todo si la apertura se da sin

70
pero alguno. Hace algunos años Putin recibió en el Kremlin al rey de Arabia
Saudita que le pidió poder adquirir un terreno en la periferia de Moscú, para
construir una gran mezquita para los fieles musulmanes que viven en la
capital rusa. Putin respondió: “No hay problema, a condición de que usted
autorice la construcción de un gran Iglesia ortodoxa en su país.” “Pero esto
no es posible – replicó el rey- porque su religión no es la verdadera y no
puedo permitir que mi pueblo sea engañado”. Putin, sin inmutarse, finalizó
la discusión: “Yo pienso lo mismo de su religión, pero permitiría la
construcción de la mezquita si la misma libertad religiosa fuese reconocida
a los cristianos en su país.”
Sería imposible encontrar análogas tomas de posición, no solo entre los
gobernantes occidentales y sus homólogos de los países de religión
islámica, pero también entre el Papa Francisco y sus interlocutores
musulmanes. Por esta razón, el diálogo entre católicos y ortodoxos parece
que se ha ralentizado, después de la esperanza alimentada por el coloquio
de Cuba.
Son distintas las perspectivas del diálogo con los protestantes. Los 500 años
del cisma provocado por el monje agustino han llevado demasiado lejos las
mil y una confesiones surgidas desde Lutero y Calvino para suponer de
forma realista un acuerdo sustancial con la Iglesia de Roma. Está escrito:
“Por sus frutos los reconoceréis”. Si este principio evangélico está en vigor
no es posible ningún equivoco. Mientras, sobre todo en la Rusia de
Vladimnir Putin, el renacer religioso es evidente y más del 1,80 % de la
población se declara creyente; allí donde dominan las iglesias protestantes
– norte de Europa y USA – el escenario es distinto: parroquias cerradas,
iglesias desiertas. Y no obstante las muchas aperturas a las modas del
tiempo (como la introducción en Suecia del matrimonio homosexual, en
2005) la situación es catastrófica.
Sin embargo, como confirmaron las iniciativas, los discursos y las solemnes
declaraciones de posición, el Vaticano se ha sumergido con entusiasmo en
los pliegues y dentro de las celebraciones luteranas como si fuera una fiesta,
en la cual ha querido participar sin dignarse escuchar a cuantos habían
lanzado la alarma antes incluso del viaje papal a Suecia.
En 2014 viene publicada una provocativa llamada en la revista
estadounidense The Remmant: “Usted, santidad, no está en posesión de la
capacidad o de la voluntad de cumplir lo que es el deber de cada papa. Usted

71
ha demostrado más de una vez una abierta hostilidad a las comparaciones
de las enseñanzas, de la disciplina y de las costumbres tradicionales de la
Iglesia católica, así como de los fieles que buscan defenderla.” El final de la
carta era devastador y severo: “Imploramos respetuosamente de su
santidad que cambie de rumbo por el bien de la Iglesia y por la salvación de
las almas. De lo contrario, ¿tal vez no sería mejor para usted renunciar al
oficio Petrino que persistir en lo que amenaza convertirse en un compromiso
catastrófico para la propia integridad de la Iglesia?”.
Entonces se trataba del primer grito de alarma sobre la fractura que estaba
emprendiendo el pontificado. Posteriormente, el frente de la disidencia se
habría extendido, mucho más allá de los componentes más conservadores
y tradicionalistas del catolicismo

LUTERO EN ALQUILER
“Martin Lutero es mucho más católico que muchos católicos” (cardenal Kasper, 2015)

El recorrido de los 500 años desde la fijación de las 95 tesis del fraile
agustino alemán Martin Lutero en la puerta del castillo de Wittenberg, se
vio en al Vaticano como la mejor ocasión para imprimir la aceleración y
confirmar la unívoca dirección de la marcha. El alfa y la omega fueron el
viaje del papa a Lund, el 131 de octubre de 2016 y la emisión, por parte de
la oficina de correos del Vaticano – noviembre de 2017- de un sello de
correos celebrativo de la clausura de las manifestaciones por el quinto
aniversario del cisma. En medio: convenciones, funciones religiosas,
ensayos e intervenciones públicas; todo en sentido único, en un crescendo
de alabanzas vergonzosas y de increíbles hosannas para el que quiso y
determino aquel devastante desgarro.
Como se vería el aniversario era previsible ya en junio de 2013, pocos meses
después d su elección, cuando Bergoglio igualó a todos los hermanos
cristianos –católicos, ortodoxos y protestantes- preguntándoles
retóricamente ¿Por qué divididos? Debemos buscar la unidad.”
Durante un año entero, mientras la cumbre vaticana y todos los corifeos
proponían reconstrucciones entusiastas y unilaterales de aquella triste y
72
trágica página de la historia, en muchos sectores del catolicismo crecían la
amargura y la alarma. En principio, como había ocurrido en víspera del
primer sínodo extraordinario, el punto de inflexión vaticano fue enunciado
por el cardenal alemán Walter Kasper, con un volumen que exaltaba la
revolución protestante. En su libro “Martín Lutero (2016) se proponía una
línea ecuménica para com-prender (literalmente: tomar con o dentro de sí)
las razones de aquella ruptura con la Iglesia de Roma, consumada por
Lutero con el sello de una nueva evangelización que entonces se reveló
irrealizable por culpa de un catolicismo que no quería escuchar aquella
propuesta de innovación y de purificación.
Inmediatamente, incluso antes del viaje a Suecia, el papa había pensado
confirmar, bendiciéndola, la audaz posición de su cardenal. Reiteró, de
hecho, que la intención de Martín Lutero “no estaba equivocada en cuanto
que la Iglesia no era propiamente un modelo a imitar…hoy buscamos
retomar el camino para encantararnos después de 500 años.”
La emergencia de esta línea, hecha propia por el pontífice, produjo una
fractura que sería una concausa de la defenestración, algunos meses más
tarde, del cardenal Müller. El entonces prefecto de la Congregación para la
doctrina de la fe, comentando la euforia por las inminentes celebraciones
pro-Lutero, se limitó a decir: “En este aniversario para los católicos no hay
nada que festejar”. En efecto habría bastado examinar las cosas que dividen
a católicos y protestantes de las mil y una obediencias, para constatar que
éstas son mucho más numerosas respecto a las coas que nos unen.
Un problema sobre todo: la transubstanciación, esto es, la transformación
del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo durante la misa, en el
acto de la consagración. Los protestantes la han reducido a una simple
celebración/recuerdo de la última cena de Jesús, negando la presencia real
de Cristo en la Eucaristía. Quedan esculpidas, no susceptibles de diversas
interpretaciones, las palabras de Lutero sobre la celebración eucarística:
“Cuando triunfemos sobre la misa, pienso que triunfaremos sobre el papado
entero. Con la misa, como una roca, se construye el papado entero, con sus
monasterios, sus arzobispados, sus colegios, sus altares, sus ministros, sus
doctrinas; en todo ello descansa su poder. Todas estas cosas deben
destruirse con la sacrílega y abominable misa.”
Pero Bergoglio no se ha dejada amilanar, ni por la memoria inapelable de
aquella disruptiva ruptura, ni por la objetiva, perdurable dificultad. Ni

73
siquiera repudió la posibilidad ya practicada por los sacerdotes innovadores
de las comuniones en común, durante la misma ceremonia, una especie de
pseudo-misa. La carrera había empezado: Lutero se convertía en una
palanca para forzar la puerta del ecumenismo post-conciliar e conducirlo
por senderos inexplorados de la mano de los hermanos separados,
biznietos del cismático fraile agustino esparcidos por el mundo.
Quinientos años no son pocos, al menos si los medimos a lo largo de la
historia. Entonces, en la respuesta católica a Lutero, a instancias del Concilio
de Trento, tuvieron un papel predominante en la contra-reforma los
jesuitas de San Ignacio. Hoy el jesuita sucesor de Pedro parece colocarse en
la guía de una Iglesia que se aventura al abrazo con los protestantes casi
para exorcizar la propia crisis: perdida y confundida, incapaz de reencontrar
en sí misma, la Iglesia es incapaz de encontrar razones y fuerza en el
magisterio y en la tradición para resurgir.
En fin, si el papa renunció a presenciar personalmente, en Witenberg en
Sajonia, las celebraciones conclusivas del jubileo por los 500 años del cisma
de Lutero, por un año entero no ha parado de prodigar declaraciones,
autorizadas e imprudentes, en elogio del cismático monje agustino.
La iniciativa más impresionante fue la emisión de un sello de correos
celebrativo del 500 aniversario de la reforma, por parte de la Oficina de
Correos Vaticana: Un cristo crucificado, con Lutero y su brazo derecho
Melancton arrodillados, en lugar de María y San Juan.
Más todavía, la Civiltà cattolica, periódico oficial de los jesuitas y desde
siempre órgano oficioso de la Santa sede, publicó un artículo laudatorio de
la virtud de Lutero, verdadero y valiente “innovador” de cuya obra “se ha
beneficiado también la Iglesia católica”. También dijeron lo suyo cardenales
y obispos de la observancia bergogliana. El alemán Kasper (siempre Kasper)
definió a Lutero como “más católico que muchos católicos”, que trajo hasta
la extrema consecuencia pulsiones ya manifestadas por numerosos
“católicos renovadores” comenzadas por Francisco de Asís. Y Monseñor
Nunzio Galantino, secretario de la CEI, en un simposio sobre el
protestantismo en la Lateranense, definió a Martín Lutero como “un don
del Espíritu Santo”. Desde Santa Marta no se hizo ninguna censura ni
corrección ni reclamación de ningún tipo. Así son las cosas.

74
No obstante todos los esfuerzos retóricos y más allá de cualquier
forzamiento inimaginable, no se puede vislumbrar una plataforma concreta
de reconciliación. Querríamos, por parte de los protestantes, el milagro de
un arrepentimiento del cual no hay ni rastro ni pista. Por parte católica, ha
sido ampliamente superado el límite de una respetuosa apertura y solo se
puede esperar que, por gracia divina, los forofos de Lutero renuncien a los
tres principios originarios del cisma, otras piedras que hay en el camino de
la recomposición.
Primero: sola scriptura. Es el rechazo de la tradición y del magisterio, esto
es, de la transmisión misma del depositum fidei, que la sola escritura no está
en disposición de explicar. El teólogo Giovanni Cavalcoli publicó un folleto
para apagar el entusiasmo demasiado fácil que despertó el abrazo, a lo
largo de todo un año, en el quinientos aniversario del cisma. En su “Contra
Lutero, Porque no queremos morir protestantes (2017) Cavalcoli enumera
algunos principios no presentes en la escritura e introducidos en el
magisterio, como verdaderos pilares de la fe: el purgatorio, los grados del
sacerdocio, los dogmas marianos, el sacramento de la unción de enfermos,
las indulgencias, la devoción al ángel custodio. Pero para Lutero, tradición
y magisterio son inútiles: “Cada cristiano es papa frente al evangelio”. Con
un agravante que sin una explicita abjuración, debería excluir toda
perspectiva unitaria: “El papa es el anticristo, corruptor del evangelio”.
Segundo principio: sola fides. No sirven para la salvación la razón ni las
obras. El pecado original ha corrompido y destrozado la razón humana y la
ha contrapuesto irremediablemente a la verdad de la fe. Solo refutando la
razón puede el hombre dar el salto y encontrarse con la fe. Parece resonar
Tertuliano con su “credo quia absurdum”. Es la negación del libre albedrio
y del mérito, a los ojos de Dios, para quien cumple el bien; según Lutero,
también el libre albedrio es hijo del pecado original y al fin las virtudes
provocan malas acciones porque dependen de los errores de la razón.
El tercero: sola gratia. Es la negación de la naturaleza humana, la necesidad
de abandonarse a la voluntad de Dios y de creer en la única cosa que salva
o justifica: la voluntad de Dios, su misericordia. Por lo demás, sostienen
Lutero, Dios es autor de todo “hace el bien y el mal, la vocación de Pablo y
el adulterio de David.”
Sin la remoción de estos obstáculos, además del rechazo de los
sacramentos y de la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados,

75
cada invocación a la unidad será utópica e ilusoria, vana y –probablemente-
hija de la ignorancia. Es bastante simple identificar los objetivos polémicos
del cardenal Brandmûller, quien atribuyó a la falta de conocimiento ciertas
manifestaciones de entusiasmo del lado católico. Lutero, recordó el
cardenal, quería abatir tres muros: “El primero era el sacerdocio basado en
el orden sagrado; el segundo era el magisterio basado en la misión dada por
Jesucristo; el tercero era la existencia del papado…Declarar que querer la
destrucción de estos muros es una labor del Espíritu Santo es tan extraño
que sólo puede ser explicado por la simple y pura ignorancia de los textos y
de los hechos históricos; una ignorancia todavía más sorprendente para un
obispo “. A Monseñor Galantino le habrán pitado los oídos…
Casi por todas partes los protestantes quieren el sacerdocio femenino,
consagran las uniones de las parejas del mismo sexo, no condenan el aborto
ni la eutanasia. ¿Serán éstos, para los episcopados católicos decididamente
dialogantes, los modelos a imitar? En su crisis general, que parece
difícilmente reversible, las confesiones protestantes están señalando el
camino: seminarios desiertos, iglesias desoladamente vacías. A este paso es
legítimo temer que también la iglesia católica muy pronto será así.
Para mí este impetuoso deseo de abrazar al mundo protestante, me parece
una tentativa de exorcizar la crisis presente, como si el catolicismo pudiese
superar sus dificultades actuales sumándole a estas otra serie de
dificultades del mundo protestante.
En la estrategia del papa y en el diálogo con el luteranismo se reencuentra
una escasa (o nula) atención a las cuestiones dogmáticas. Gian Enrico
Rusconi escribió La teología narrativa del papa Francisco (2017). Como
observador laico, quiso actualizar la historia bíblica en Bergoglio,
adaptándola a la sensibilidad contemporánea. Lutero, por tanto, no es ya el
herético apostata cismático, sino que se convierte en un precursor, un
cristiano que hace cinco siglos “descubrió al Dios misericordioso”. La
narración de Bergoglio supera y desautoriza el juicio del catolicismo,
comprendido en el Concilio de Trento. La división estaría “históricamente
perpetuada por los hombres poderosos”, mientras que a nivel popular
“había una sincera voluntad por ambas partes de profesar y defender la
verdadera fe.” Esta propuesta de Rusconi parece una interpretación
coherente con las iniciativas, las decisiones y los mensajes de la cumbre
vaticana.

76
Debemos señalar una tesis sugestiva, en dos pasajes, propuesta por el
economista Gotti Tedeschi, que dirigió el IOR en los años del pontificado
ratzingeriano. En el ya citado Dio è meritocrático, sostiene que la
luteranización del catolicismo podría ser la primera etapa de un camino
auto-destructivo cuya meta final sería la asimilación del cristianismo
toutcourt en el interior de una nuevo religión universal, que Gotti Tedeschi
identifica con el ambientalismo.
El economista católico sospecha la presencia de una fuerte, potente y
prepotente presión, para que se realice una estrecha (¿santa?) alianza con
el protestantismo –religión hegemónica, al menos formalmente, en el norte
de Europa y en los USA – que dejaría a la Iglesia de Roma en posición
subalterna, de cualquier modo, similar a la ya existente en una Europa
económica y políticamente siempre pegada a las ruedas de Alemania.

¿POST-CATOLICISMO?
“El papa Bergoglio muestra un cierto desprecio por Europa, que en dos mil años ha dado tantos
santos” (Henri de Saint-Bon, 2016)

Con su leit motiv, su construcción de puentes y su derribo de muros,


Bergoglio se ha convertido en un benjamín de la euroburocracia que
gobierna nuestro viejo y más bien decrépito continente. Como si se le
quisiese envalentonar a lo largo del camino emprendido, en mayo de 2016
le fue concedido en el Vaticano el premio Carlo Magno, en presencia de casi
todos los representantes de las instituciones comunitarias. Este
reconocimiento es conferido desde 1950 a personalidades que se
distinguen por el empeño a favor de la integración europea. Honrado por
este homenaje y por las respectivas visitas al Vaticano de tanto consenso,
también en aquella ocasión Bergoglio supo acariciar al auditorio con el
verso justo, indicando en tres principios- integrar, dialogar, generar- el
camino para la refundación y para el reforzamiento de Europa.
La suya fue una intervención fuertemente política, centrada en la necesidad
de que las instituciones de Bruselas ejercieran cada esfuerzo para crear
puestos de trabajo y para asegurar un futuro digno para las nuevas
generaciones. Todo bien, aplausos. Todo subscrito, más bien votable, si esta

77
probabilidad encuentra un lugar- negro sobre blanco – en el programa de
la Comisión Europea y fuera realizable de verdad.
Pero el papa es el papa. Y este papa, progresiva y a notable velocidad, se
alejó del surco trazado por sus predecesores. Siempre, en cada ocasión,
Juan Pablo II y Benedicto XVI habían pedido otras cosas a Europa. Lo habían
hecho en vano, sin ser escuchados, casi implorando a los gobernantes por
qué no habían mantenido las raíces cristianas, origen de la ciudadanía y de
la identidad europea. Bergoglio, a la velocidad de la luz, se alejó también
de…sí mismo. En 2014, un año después de su elección, frente al parlamento
de Strasburgo, había reclamado el respeto de la “dignidad transcendente
de la persona humana”, demasiado maltratada.
No era un explícito llamamiento a la defensa de los principios no
negociables, pero tampoco era todavía el Francisco paladino absoluto de la
acogida indiscriminada de las masas de inmigrantes. Si en su visita a la isla
de Lesbos eligió una docena de migrantes (con selección modelo bingo, a
través de una especie de lotería) para llevárselos a Roma en el avión, con
mil y un actos y obras de su pontificado, el papa argentino habría ordenado
a los poderosos europeos realizar, en lugar de la recuperación de estos
“principios” una especie de sincretista compenetración de culturas y de
historias.
La Europa diseñada por Bergoglio debería estar fundada sobre la síntesis
entre pueblos y religiones, en un multiculturalismo que ya ahora está
provocando grandes desastres sociales y demográficos cuya portada será
evidente e irrefutable tres no muchos años, a falta de un giro, neto y radical
del que no se entrevén síntomas ni premisas.
El papa polaco, en 2003, decía que sólo si Europa se dejaba “animar por
Cristo” volvería a ser “un conjunto conciliado de hombres y de pueblos con
respeto profundo y benevolencia duradera”. Pocos meses antes en
Alemania había reivindicado: “Europa no sería tal sin el rico patrimonio de
sus pueblos que ha plasmado y continua plasmando la personalidad de este
continente”. Y así mismo Ratzinger en 2005, año de su elección, decía:
“Debemos volver la mirada hacia el axioma de los iluministas y decir que
también el que no arriesga para encontrar el camino de la aceptación de
Dios, deberá buscar vivir como si Dios no existiese.” Quizá Bergoglio, en sus
frecuentes diálogos con Scalfari, nunca habrá criticado severamente la
cultura iluminista y relativista que el padre fundador de la “Reppublica”

78
defiende y difunde desde 1945 (antes, hasta 1942, haciendo rabiar a su
amigo, Italo Calvino, Scalfari era un orgulloso y prometedor intelectual de
segura fe fascista)
Efectivamente existe una línea cultural precisa, en la “intellighenzia”
continental, que basa en la anulación de la identidad el cumplimiento del
destino europeo. La masiva inmigración por el sur del mundo, que asume
las dimensiones de una verdadera invasión, estaría ayudando a nuestro
viejo continente a acelerar el cumplimiento de su destino, escribiendo el
capítulo final de la larga historia de una civilización que camina
irremediablemente hacia su final.
La sociedad líquida en la versión europea se está convirtiendo en una
sociedad liquidada que se diluye y se deshace en medio de los micro-bienes
y de las tensiones contrapuestas. Del mismo modo, para citar al politólogo
Giovanni Sartori, la “sociedad abierta” aparece casi siempre más
desmembrada, porque en su interior domina un relativismo absoluto que
“destruye la noción misma de los valores: si todo vale, nada vale”. Los que
son (o parecen ser) los pilares sobre los cuales se apoya la Europa presente
– súper burocracia y conformismo ideológico- en su no contratada
hegemonía nos arriesgamos solo a agravar la ya alarmante crisis de
identidad.
La Europa de Bruselas (que parece no desagradar a Bergoglio) refuta las
propias raíces culturales y es incapaz de producir un empuje vital: ni
siquiera es dar de sí una representación, una narración que suscite
consenso, adhesión emotiva en el ánimo de sus ciudadanos, que la habitan
pero que no la viven – y siempre más bien la sufren y la refutan – porque
no la perciben más como un imprescindible horizonte y destino común.
Desde hace tiempo Bergoglio no dice ni mu sobre la paradoxal situación que
ve a la Europa de los “puentes” admitir, más bien alentar el reconocimiento
a los extranjeros de los derechos que les son negados a los europeos. Se
concede a los inmigrantes que cultiven sus tradiciones libremente y que las
vivan, mientras se impone a los europeos sacrificar cuanto más mejor, los
legados y referencias a sus propias raíces tradicionales, sobre todos a las
cristianas. Nunca más Navidades y Pascua como señal del nacimiento y
resurrección de Jesús, porque en su lugar, celebraremos la fiesta de la
primavera…

79
Así pues la convivencia entre diversas culturas, decía el papa Benedicto, no
puede traducirse en el abandono y en la renuncia que cuanto nos
pertenece: “La multiculturalidad no puede subsistir sin los puntos de
referencia común ofrecidos por los propios valores”. Ahora, sin embargo,
con la predicación actualmente prevalente, la única y exclusiva referencia
común, una suerte de neo-valor incontestable, no negociable, se ha
convertido en la acogida ilimitada de los inmigrantes.
Con el tiempo, el obispo de Roma se está transformando en una especie de
gran ceremoniero, suministrador en servicio permanentemente efectivo
del sacramento de la extrema unción a dos enfermos gravísimos: la Iglesia
católica y Europa.
No aparece advirtiendo, pero si casi aplaudiendo a los guardianes de una
Europa en liquidación, ya ocupada con otros cuarenta millones de
inmigrantes musulmanes, en crisis de identidad y ya no más dueña de su
propio futuro. Sin embargo el papa se complace, anima y sostiene esta
forma de progresiva y no demasiado lenta eutanasia: “Sueño una Europa
joven, capaz de ser todavía madre, que ofrezca esperanza de vida. Sueño
una Europa que socorra como un hermano pobre, donde ser inmigrante no
sea un delito.” Quien lo escucha pontificar, reconoce en él una especie de
sacerdote del suicidio europeo: una misión posible llevada a cabo por los
cantores de una doctrina que mezcla el marxismo (viejo o nuevo) con un
genérico internacionalismo; mezcla el pensamiento liberal con un
ecologismo radicalizante; expurga porciones de anarquismo aburguesado
con dosis masivas de ese cristianismo adulto, que en el siglo pasado era
definido catocomunismo (y la definición era muy exacta).
En cualquier tiempo, cuantos han contribuido (con el pensamiento, con las
acciones de gobierno, con un constante, invasivo y potente soft power) al
empobrecimiento de Europa y a la desaparición de una conciencia
identitaria de los pueblos que la componen, se sienten tranquilos, de hecho
absueltos, no obstante haber realizado una forma de multiculturalismo que
golpea a muerte la identidad europea (valores compartidos, destino
común). Con el advenimiento del papa argentino parece venida a menos
toda forma de contraposición (admoniciones, denuncias, llamadas,
amonestaciones) entre Roma y Bruselas. Hasta el 2013 la Europa auspiciada
por parte católica era muy diferente: “Una cultura, una civilización – decía
Ratzinger –debe presentarse tal y como es, en el bien y en el mal, sin miradas

80
reticentes a las propias faltas, sino pura, sin dudas respecto a la propia
estructura edificante.”
Hoy estamos en una Europa en liquidación, cuyo destino parece ya escrito,
casi irreversible. De vez en cuando, y no por doquier, cuando los ciudadanos
de los distintos países son llamados a las urnas, se registra un frenazo, un
aviso de resistencia popular, un grito de alarma. Pero la rueda no cambia.
Europa es el reino del desamor de si y de la propia historia. Domina un
difuso sentido de auto-flagelación, preludio de la buena muerte.
Al papa alemán no le escucharon, más bien fue objeto de ataques
furibundos, cuando decía: “Aquí, en Europa, hay un odio de si mismo que es
extraño y que no se puede considerar solo como algo patológico; occidente
intenta abrirse a los valores externos pero no se ama más a sí mismo, de su
historia sólo ve lo que es despreciable y destructivo, mientras que no percibe
lo que hay de grande y puro.” Era el reclamo, el enésimo, a las olvidadas y
sepultadas raíces de la civilización europea, realidad poderosa, que supo
dar a la comunidad de los pueblos europeos la forma y el carácter que se
impusieron, modelo ejemplar y hegemónico, en todo el mundo.
Ahora con Bergoglio no solo se asiste a la veloz sepultura del occidente
europeo, sino que es como si esta perspectiva sea alentada, sin apenas
contrastarla. Se ha creado una no casual similitud entre dos instituciones
en crisis profunda, que corren sobre raíles paralelos, entre Europa de
Bruselas y la Iglesia de Roma. El fenómeno está a la vista. Quien observa y
deduce, quizá denunciado, no está catalogado según la categoría de
derecha/izquierda. Se han alzado voces críticas por ambas partes, con la
misma preocupación: que las elecciones y los pronunciamientos papales
están asestando golpes durísimos a la Iglesia de los que será muy difícil
levantarse.
Con Bergoglio la impostación cultural y la aproximación geopolítica del
Vaticano parecen coincidir con una lectura golpista de la historia –
misionera y colonial – que durante siglos ha visto como protagonista al
occidente europeo; una historia condenada hoy por las torpes agresiones,
violencias y devastaciones en las confrontaciones de la civilización oprimida
y enfrentada, en el curso de los siglos. Tal sentido difuso de culpa podría ser
una concausa del sentido de auto-condena y del cupio dissolvi que vive
desde hace tiempo en la cultura europea y que ha contagiado también los
ambientes cristianos: primero a las Iglesias protestantes, desde hace cinco

81
siglos más sensibles al “espíritu de los tiempos; ahora también el catolicismo
conoce los signos inconfundibles de ese contagio, en la predicación de
acogida y de la misericordia, en la silenciosa renuncia a defender los valores,
la identidad y el orgullo de Europa.
¿Cómo se puede acoger al otro si se niega a sí mismo? No se realiza una
consciente integración. Más bien se arriesga a la definitiva autodestrucción.
Con la abdicación en curso estamos escribiendo el capítulo final de la
civilización europea. Solo el respeto de sí mismo puede preludiar una
confrontación correcta con las otras culturas, identidades y tradiciones. El
estudioso francés Henri de Saint-Bon se mostró alarmado por las
convicciones expresadas por el actual pontífice. Y cómo mostraba “un cierto
desprecio por Europa que en dos mil años de historia ha dado tantos
santos”. “Es cierto –añadió- que debemos tener caridad cristiana con los
extranjeros del pasado y contemporáneos. Pero no sabía que consistiese en
dar de comer y beber de modo duradero a quien irrumpe en vuestra casa y
os impone sus leyes.”
También sabemos lo que dice el querido, viejo pero nunca obsoleto
catecismo en su número 2241: El inmigrante debe respetar con
reconocimiento el patrimonio material y espiritual de los países que lo
acogen, obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas”. Se trata de un pasaje
que el papa Francisco ha insertado en sus razonamientos solo
recientemente, en enero de 2018. Primero hablando al cuerpo diplomático:
“A quien es acogido se le debe exigir la indispensable conformación a las
normas del país que los hospeda, así como el respeto de los principios
identitarios del mismo.” Todavía más explícitamente, en la homilía de la
misa en San Pedro en la jornada del migrante y del refugiado, cuando dijo
que “para los recién llegados, acoger, conocer y reconocer significa respetar
las leyes, la cultura y las tradiciones de los países en cuyo seno se acogen.”
Es de esperar que esta prudencia se convierta en algo constante, no solo en
el tema de la inmigración.
En mi relato he buscado evitar con atención toda referencia o consideración
a la luz de cualquier profecía o señal del fin de los tiempos. Ningún guiño a
Malaquías o al último papa. He citado solo a Fátima con su tercer secreto
que se guarda parcialmente en un cajón para no revelar la parte más
terrible sobre la crisis de la Iglesia. No he dudado de las palabras de María

82
en las apariciones a La Salette, reconocidas como auténticas por el
Vaticano: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo.”
No creo necesario evocar visiones apocalípticas. Para coger el sentido de la
crisis actual, es suficiente observar las iglesias vacías y las mezquitas llenas
en toda Europa. Basta recordar los aplausos reservados al obispo de Roma
en la prensa laicista mundial; o escuchar, en contraste, las voces
prestigiosas y cada vez más numerosas que lanzan gritos de alarma.
Pocos meses antes de dejar la Casa Blanca, el presiente Obama dictó una
especie de decálogo para las confesiones religiosas, invitadas severamente
no intervenir en temas de los derechos civiles como el aborto, la eutanasia,
las uniones homosexuales: “Son cuestiones que dividen- explicó Obama- y
sería mejor que los ministros de las religiones hablaran de la pobreza del
mundo y de las crisis ambiental de nuestra tierra.” ¡Dicho y hecho! En la
mayor parte de sus escritos y de sus intervenciones públicas, el papa
argentino continúa al pie de la letra las órdenes de Obama, confirmándose
como el mejor interlocutor del pensamiento dominante: esporádicas
llamadas a los “principios innegociables”, ríos de palabras sobre la
inmigración y sobre la defensa del medio ambiente.
El historiador Renato Cristin (Il padrone del caos, 2017) describe una Iglesia
católica “subversiva”, no hacia las instituciones europeas que el actual
pontífice no querría desestabilizar, sino “en las confrontaciones de la
tradición que se formó y sedimentó en sus pueblos, en las confrontaciones
del espíritu europeo que hoy ya no se expresa con la voz de la Europa oficial,
sino con aquella de su identidad cultural y vital.” La Iglesia. Concluye Cristin,
más bien es subversiva por cuanto “mira al seno de Europa y al fin hacia sí
misma, renunciando a lo otro, a las otras civilizaciones y religiones, incluso
si una de ellas quisiera abrumarla ". Después del premio Carlo Magno y con
sus numerosas intervenciones sobre el tema, Bergoglio podría ser un
candidato muy serio al premio Nobel de la paz. Esto lo decidirán, como
siempre, forofos y comparsas del norte de Europa, reunidos en la logia.

83
DE WASHINGTON A PEKÍN

“Me gusta que alguien empiece a decir que la Iglesia es menos mojigata de lo que se dice” (Mons.
Nuncio Galantino, 2017)

Casi todo ha cambiado desde que el 1978 la elección del papa polaco
interrumpe la letanía multisecular de los pontífices italiano. Con Bergoglio
(2013) es la primera vez que se elige un papa extra europeo que, por
historia y cultura, vocación y experiencia, mantiene una visión diferente de
las cosas del mundo y de la Iglesia. El actual pontificado, como todos los
precedentes, puede ser también observado y evaluado políticamente. Es
importante considerar siempre la experiencia de vida y de presupuestos
culturales que pueden darnos las claves correctas para interpretar opciones
y direcciones de marcha que cada pontífice imprime a su Iglesia.
Karol Wojtyla llevaba dentro de sí del sufrimientos de los católicos del este
europeo y su sueño de libertad. El primer decenio de su pontificado estuvo
marcado por esta prioridad, incluso remarcada por el atentado del cual fue
víctima el 13 de mayo de 1981 en la plaza de San pedro, con aquel disparo
que, en la intención del ejecutor y de los que le mandaban estaba la de
cerrar la misión política del papa polaco que no era otra que abatir aquel
muro en el corazón de Europa y restituir la libertad (también religiosa) a los
pueblos oprimidos desde hacía setenta años de totalitarismo. Joseph
Ratzinger, desde que era prefecto para la doctrina de la fe, sentía la
prepotente presión que el relativismo hegemónico iba peligrosamente
ejercitando sobre el catolicismo, en la cultura y en la política. De aquí, su
prioridad: reafirmar los principios no negociables, retando la sordera
culpable de la “intellighentia” y de las instituciones europeas.
Jorge M. Bergoglio tiene otra historia. Permanecen en él las pasiones
sangrientas de los latinoamericanos, comprendidas aquellas
contradicciones que en Argentina llevaron a Juan Domingo Perón al poder
por dos veces, por medio un exilio y, después de su muerte, incluso un
gobierno de su segunda esposa Isabelita. Y aparece, reforzada por la lección
de jesuitismo político, esa extraordinaria ductilidad – algunos la llaman
cinismo- que mezcla dialogo y disidencia, apertura e intolerancia.

84
No sorprende, polémicamente, que en tales biografías se recuerde la
relación establecida, cuando era sacerdote, con la junta militar del general
Videla (1976-1981) aunque también en los años precedentes a la elección
como cabeza de la Iglesia, su severa resistencia, sobre todo política, siendo
Arzobispo de Buenos Aires, enfrentándose a los gobiernos de la familia
Kirchner (Cristina sobre todo) que había legalizado el aborto y las uniones
gay. (Bergoglio era considerado un obispo decididamente conservador, en
la línea del cardenal Quarracino, que había propiciado su nombramiento
como obispo).
Igual que muchos latinoamericanos, Bergoglio ha sentido siempre la propia
alteridad respecto a los Estados Unidos; una diversidad cultural. Política y
existencial que no le indujo nunca a visitar América del Norte, antes de su
viaje como pontífice en 2016. Recientemente la victoria de Donald Trump
todavía ha contribuido más a que Bergoglio sea más distante respecto a los
USA. Muchos piensan que el Vaticano hubiera preferido la victoria de la
Clinton, expresión de los lobby, centros de poder y ambientes intelectuales
absolutamente hostiles a todas las iglesias cristianas, pero al catolicismo en
particular. Más allá de aquella sentencia papal contra el entonces candidato
a la Casa Blanca pronunciada en el avión (“Quien quiere construir muros no
es cristiano”) la contrariedad irreductible de Francisco en la confrontación
con Trump ha sido teorizada por el director de la Civiltà Cattolica, el jesuita
Antonio Spadaro: “Especialmente en algunos gobiernos de los Estados
Unidos de los últimos decenios se ha notado el papel siempre incisivo de la
religión…Después de que Bush hablara de un eje del mal, hoy el presidente
Trump dirige su lucha contra una entidad colectiva genéricamente amplia,
la de los malos o también muy malos…una conclusión profética combatir las
amenazas a los valores cristianos y atender la inminente justicia de un
Armagedón, una rendición de cuentas final entre el Bien y el Mal, entre Dios
y Satanás…”
No, no le gusta mucho América a Bergoglio, y la de Trump todavía menos.
El mismo padre Spadaro, junto al pastor presbiteriano Marcelo Figueroa,
escribió un ensayo en la misma revista bimensual de los jesuitas, en el cual
se acusa a aquellos sectores del evangelismo o del catolicismo que
aportaron resultados determinantes para la victoria de Donald Trump. En
el escrito “Fundamentalismo evangélico e integrismo católico son puestos
en común “por la misma voluntad de injerencia religiosa directa sobre la
dimensión política.” Spadaro y Figueroa lo llaman “ecumenismo del odio” y
85
el papa Francisco “intenta quebrar el ligamen orgánico entre cultura,
política, institución e Iglesia”. En una entrevista demandada por el entorno
de Francisco sobre las cosas de la política el mismo Spadaro explicó en qué
consiste la política del papa Bergoglio: “Relaciones directas, fluidas, con las
superpotencias, pero sin entrar dentro de las redes de alianzas y de las
influencias pre constituidas.” Que es como decir: Relaciones
recíprocamente respetuosas y siempre susceptibles de evolución, en lugar
de relaciones privilegiadas o inmodificables; diálogo con los gobiernos de
cualquier orientación, en lugar de pactos que limiten la libertad de la Iglesia,
incluso a cambio de beneficios y facilidades.
Entre las relaciones respetuosas que la Iglesia está buscando intensificar
está el de la China. El secretario de Estado Parolin ha dicho que las
relaciones actuales son importantes para la “buena voluntad” de
entrambos interlocutores. En esta compleja relación- añadió- la Iglesia debe
adoptar una “visión teológica” y generar confianza para que las
perspectivas sean “prometedoras”. El optimismo del cardenal estaba
ciertamente referido a la construcción de cualquier forma de libertad de
culto para los cristianos y, sobre todo, de apostolado para obispos y
sacerdotes. Objetivo declarado: la superación de la contraposición,
dolorosa y dramática, entre la Iglesia patriótica, afín al régimen comunista
y la Iglesia clandestina o subterránea, que permanece fiel a Roma no
obstante las persecuciones sufridas.
La delicadísima y compleja situación ha arriesgado precipitar en enero de
2018, cuando el arzobispo emérito de Hong Kong, el cardenal Joseph Zen
(66 años) después de un coloquio romano con el papa, lanzó una dramática
alarma: “El Vaticano está vendiendo la Iglesia católica en China”. La piedra
de escándalo para el anciano cardenal era la sustitución de los obispos de
la Iglesia subterránea por prelados elegidos por el régimen; un cambio
aceptado por Roma. El papa, a través del portavoz Vaticano Greg Burke,
buscó apagar pronto el nuevo incendio de polémicas, expresando “sorpresa
y aflicción” por las afirmaciones que alimentan “la confusión y la polémica”.
Y con una tempestad justificada por la gravedad de la situación y por la
potencia de las acusaciones realizadas por el cardenal chino, intervino
incluso el secretario de Estado. El cardenal Parolin (entrevistado por
Vatican Insider) conectó la línea política actual del Vaticano con la
estrategia teorizante ya practicada por Benedicto XVI en su carta a los
católicos chinos (2007): “La solución de los problemas existentes no puede
86
ser perseguida a través de un permanente conflicto con las legítimas
autoridades chinas.” Una cita parcial, también incompleta, esta de Parolin,
prontamente corregido por el indómito cardenal chino. Zen recordó que en
aquella misma carta de 2007, el papa Benedicto consideraba inaceptable
“una docilidad a las mismas autoridades chinas cuando ellas interfieren
indebidamente en materia de resguardar la fe y la disciplina de la Iglesia.”
En cuanto a las laceraciones del presente no podemos negar el aval vaticano
a la sustitución de obispos fieles a Roma por aquellos afines al régimen
comunista. Parolin ha pedido “cautela y moderación por parte de todos
para no caer en polémicas estériles que hieren la comunión y nos roban la
esperanza en un futuro mejor.” El responsable de la política exterior
vaticana ha aconsejado renunciar a expresiones del tipo “qué poder,
traición, resistencia, rendición, choque, fracaso, compromiso” y sustituirlos
por otros: “qué servicio, diálogo, misericordia, perdón, reconciliación,
colaboración, comunión.”
Pero la bomba ya había explotado y parecía repetirse, en un contexto muy
distinto, el esquema de la Iglesia ucraniana fiel a Roma, que teme ser
sacrificada sobre el altar de un entendimiento con los ortodoxos de Rusia,
de igual manera como los católicos habían temido leyendo el documento
conjunto Bergoglio-Kirill después del encuentro de Cuba. El pragmatismo y
el deseo de acuerdo a cualquier precio se arriesgan a negar la realidad. En
el altar del compromiso político con el gobierno de Pekín se sacrifican
también verdades elementales. Nos aventuramos en elogios absurdos, sin
ningún embarazo y sin sentido del ridículo. Como refirió por primera vez en
Italia el vaticanista Marco Tosatti, en su Stilum Curiale –blog de información
y, también, de puntual denuncia – a la vuelta de un viaje a China, el
argentino Marcelo S. Sorondo, canciller de la pontificia academia de la
ciencia, ha declarado a un periódico español que “en este momento, los que
mejor aplican la doctrina social de la Iglesia son los chinos.” (¡Sic!).
Sorondo es considerado como muy influyente sobre su compatriota más
ilustre. Entonces, además del elogio a China (similar a las apologías de los
maoístas europeos en el 68), también llegó la advertencia contra los
Estados Unidos: “En los Estados Unidos –explicó Sorondo- se reniega del
concepto de bien común, mientras que en China existe una calidad moral,

87
una conciencia nacional que no se encuentra en ninguna parte.” (¡Toma
ya!)5
La realidad vivida y sufrida por los chinos, no solo por la minoría católica, es
muy diversa: el régimen liberticida no deja margen de libertad a los
ciudadanos en ningún ámbito, social, político o religioso. Entrevistado por
la “Nuova Bussola quotidiana”, el misionero Sergio Ticozzi, que ha estado
cincuenta años en Hong Kong, compartió y relanzó la alarma del cardenal
Zen, denunciando un “optimismo exagerado hacia el gobierno comunista”
por parte vaticana; un optimismo que impediría a Roma evaluar la situación
con realismo: “El partido comunista no cambiará su posición, antes bien
hará todo lo posible para que la parte opuesta cambie la suya.” También
sobre la complicada cuestión china el Vaticano se arriesga a ver frustrado el
deseo de afrontar los problemas intentando solucionarlos rápidamente.
A las conferencias episcopales de todo el mundo está llegando un coro de
denuncias bajo la forma de cartas-llamada. Profesores, investigadores y
activistas por los derechos humanos han lanzado la alarma contra un
acuerdo Vaticano-Pekín que sería: un error deplorable e irreversible”, a falta
de “garantías sobre la libertad religiosa para los cristianos y sobre la misma
libertad del papa en la elección de sus obispos.
También a costa de aceptar pesadas condiciones, juzgadas absolutamente
inaceptables por quien ha pagado precios altísimos para testimoniar la fe
en la fidelidad a la Iglesia.

LAS DOS RIBERAS DEL TIBER


“Sintamos este nuevo mensaje del papa…es una nueva idea política.” (Norma Rangeri, Il Manifesto,
2017)

Todo puede ser visto con las gafas de la política. Si se analiza la actitud del
Vaticano en las confrontaciones con Italia, no es exagerado sostener que
pocos pontificados de la época contemporánea hayan sido más políticos
que el actual. No solo por la gran atención prestada a las temáticas sociales
de carácter decisivamente supranacional (inmigración, ambientalismo) sino

5
Para este Sorondo lo de las niñas abortadas en medio de la calle y abandonadas en ese mismo lugar
hasta que mueren, también forma parte de esa “calidad moral extraordinaria”.

88
incluso por los que nos son más cercanos, que directamente nos miran.
Cierto, no hay más colateralismo. Falta, en la política italiana, una partido
que se inspire en el catolicismo como, en gran parte del novecientos, fueron
la Democracia cristiana y, antes todavía, el Partido Popular de don Luigi
Sturzo. Pero existe y resiste una cuidadosa estrategia de atención a las cosas
italianas, cuyo cuidado se confía al episcopado italiano, en el interior del
cual opera, interviene y dicta la línea el secretario de la CEI monseñor
Nunzio Galantino, considerado muy próximo al papa Bergoglio, su
interprete y corifeo, incluso torpe e imprudente en sus expresiones a largo
plazo.
Por su parte, el papa deja correr, no corrige las afirmaciones de su
fidelísimo, no interviene en las polémicas creadas por el propio secretario
de la CEI y prefiere mantenerse seguro con una actitud destacada. Francisco
ha teorizado que “el papa no puede meterse en la política concreta de una
país, porque este no es su papel.” En efecto, no tiene necesidad de
intervenir directamente, porque cuenta –es mérito suyo haberlo
determinado – con un apoyo constante por parte de aquel mismo sistema
mediático que, antes que él, desencadenaba con reflejos condicionados
cada vez que un Papa criticaba una ley, un proyecto, una orientación que
era claramente contraria a los valores de la ley natural, incluso antes de los
preceptos del Evangelio. Vista desde Santa Marta, esta toma de posición es
muy positiva y consiente vehicular con gran éxito público aquellas
intervenciones del papa, que lo confirman en sintonía con la mentalidad
dominante y con el pensamiento políticamente correcto.
Este gran gusto del papa argentino por los medios es todavía más
significativo si se examina la historia del catolicismo italiano de postguerra.
Entre los efectos colaterales – y confusiones- del Concilio, en los años
setenta también estuvo la opción religiosa hecha por la Acción Católica, que
si por un lado no exponía la involución para-revolucionaria y filo-marxista
de cierto catolicismo sudamericano, por el otro rechazaba cualquier forma
de empeño directo en política y, de hecho, favorecía adhesiones y apoyos,
de individuos concretos o de sus colectividades, a las fuerzas de
orientación progresista, no excluyendo a los socio comunistas. Fue un giro
significativo y grave, porque contradecía la naturaleza y la vocación de la
más importante organización católica, asestando un golpe potente a la
dimensión pública del catolicismo italiano.

89
Las tentativas de invertir la rueda, por parte del episcopado, sobre todo
durante la presidencia del cardenal Camilo Ruini, no produjeron los efectos
esperados. El resto lo han provocado, en los años noventa, la crisis de la
llamada Primera República; la desaparición de todos los partidos
tradicionales, el advenimiento, en un sistema diferente, de fuerzas políticas
concebidas y construidas a medida de los respectivos líderes, a su vez
movidos prevalentemente por intereses y ambiciones personales, más que
por motivaciones ideales o de supuestos político-culturales.
En la confusión general y en ausencia de referencias teóricas, modelos y
maestras, incluso sucedió que la izquierda en crisis había elegido como su
propio líder al papa Bergoglio. Se le aprecia el pauperismo ostentoso
(renuncia al apartamento pontificio, rechazo de la silla gestatoria, aunque
esto ya lo habían hechos los dos precedentes, de crucifijos de oro y autos
lujosos) y los elogios públicos dedicados a figuras irreductiblemente anti
católicas como los abortistas Marco Pannella y Emma Bonino. Es el papa
que ha firmado el prefacio de un libro sobre la educación escolar del
ministro (o ministra) Valeria Fedeli. Es el papa que se ha complacido viendo
la publicación de una selección de sus intervenciones en un volumen
editado por el diario comunista Il manifestó, con la siguiente explicación del
director (o directora) Norma Rangeri: “Sentimos nuestros estos mensajes
del papa y queremos llevar a nuestros lectores la radicalidad y la simplicidad
de estas palabras…es una idea nueva de la política. El papa cita también a
Esther Balestrino de Careaga por su concepción de la política. Es una
comunista de origen paraguayo.
En la fotografía de Italia 2008 llamada a las urnas para renovar el
parlamento, casi en cada fuerza política figuran exponentes que se auto
definen como católicos. Pero ningún partido, además de la generosa
hospitalidad demostrada, presenta un programa o propugna una línea
política en la cual se reconozcan tratos y contenidos de la doctrina social o
se empeñe en defender los principios no negociables. Se ha llegado, en la
última campaña electoral, a la paradoja de una lista de candidatos
promovida por el democristiano lombardo Bruno Tabacci (que ha vivido en
lados diferentes en sus muchas y variadas temporadas de político
profesional) en compañía de la radical Emma Bonino. Y quién sabe si tan
solo la alabanza del Papa argentino al paladín de los derechos civiles -
aborto, eutanasia, drogas libres- es la que ha presionado al católico Tabacci,
proporcionándole una coartada para justificar esa alianza antinatural.
90
Otro católico, de fulminante ascenso y rapidísima caída, Mateo Renzi, que
estuvo por un trienio como jefe de un gobierno que ciertamente no se ha
distinguido por decisiones que están vagamente vinculadas a un enfoque
católico. Basta pensar que su operación política más notable llevó a la
presidencia de la República a otro católico tímido y tibio como el siciliano
Sergio Mattarella. Para todos los observadores se trató de un bombardeo
rápido y exitoso, para fijar su firma de líder tomador de decisiones en la
elección del nuevo jefe de Estado y para derrotar a los candidatos que
habían sido propuestos desde la izquierda y desde la derecha del espectro
político.
Luego vino el análisis de la figura del presidente electo y sus posibles nuevos
aportes entre la Italia de Renzi/Mattarella y el Vaticano del papa Francisco.
Naturalmente fueron plauditores por el retorno de un jefe de Estado
católico (como Scalfaro, después de los laicos Ciampi y Napolitano) y de sus
afinidades electivas con el papa argentino. Pero todos catalogaban a los dos
máximos responsables de las instituciones en el registro de los católicos
adultos, plenamente en sintonía con el Zeitgesit. Y el espíritu de los tiempos
no dejaba margen a la re proposición de los valores que no tuvieran filiación
directa o extensión de los consabidos derechos civiles.
En cuanto a Mattarella, su biografía cultural hablaba claro, en la filas de
aquella democristiana izquierdista que, en Italia, había tenido en Giorgio La
Pira y Giuseppe Dossetti las mayores referencias culturales y, en Sicilia,
había sido seguida con particular premura por el padre jesuita Bartolomeo
Sorge y Ennio Pitacuda (sobre todo este último, a finales de los años
ochenta, bendijo la separación de algunos de sus alevines de la DC que
estaban en crisis para guiarles hacia una aventura distinta denominada La
Rete).
Esto de la izquierda católica italiana es una historia significativa, de poder y
de pensamiento. A partir de la segunda post guerra, algunos exponentes de
aquella corriente democristiana, en polémica con la política centrista de
Alcide De Gasperi, dejaron la DC y entraron a formar parte del PCI de
Palmiro Togliatti. Entre estos: Raniero La Valle, Giogio Gozzini y Mario
Melloni (que en el periódico de la DC Il Popolo se pasó al comunista l’Unità
y se convirtió en el polemista Fortebraccio). Otros todavía miraban con
simpatía al ambicioso y viejo diseño de Franco Rodano, personaje de
indudable espesor –muy escuchado ya sea por Togliati, ya sea

91
seguidamente por Enrico Berlinguer- en la búsqueda de una imposible
síntesis, filosófica antes que política, entre catolicismo y comunismo. Otros
se quedaron en la DC, bajo el ala de Aldo Moro y de Benigno Zaccagnini,
luego se hicieron guiar por Ciriaco de Mita y al fin por Mino Martinazzoli,
mientras en los primeros años de los noventa el partido democristiano se
dejaba fagocitar por las investigaciones judiciales, el referéndum electoral
y por la irrupción en la escena política del emprendedor Silvio Berlusconi,
que en pocos meses llevó por la vía del centro post-democristiano a la
mayor parte de los votos y triunfó en las elecciones de marzo de 1994.
Para quien quisiese profundizar el tema de la izquierda católica y de la fatal,
irreversible crisis paralela (y convergente) de la Democracia cristiana y del
Partido comunista, todavía son validisimas los análisis sobre el tema
propuestas por el historiador de la filosofía Augusto del Noce. Y son todavía
impresionantes y proféticas sus páginas sobre el “suicidio de los católicos”
y sobre la parábola de esa cultura política, abocada al abrazo con un
comunismo a su vez secularizado y debilitado. En el neonato partido
democrático italiano (2007) se (con)fundieron post-comunistas y post-
democristianos, para formar una inédita fuerza política, privada de
referencias culturales de una y de otra tradición y también por esto,
legitimando la denominación ligada al PD de Eugenio Scalfari: Un Partido de
Acción de masas, que podía atribuirse ascendencias culturales directas
incluso en los laicisimos Norberto Bobbio, Ferruccio Parri y en el mismo
Scalfari, más bien que buscar fatigosas referencias de las respectivas
tradiciones del comunismo y del catolicismo democráticos.
Un árbol genealógico similar resultaba plenamente creíble, ahora hace diez
años, no obstante estar los líderes de los católicos Matarella y Renzi-
Gentiloni en la cumbre institucional y política.
La generación que sobrevivió a aquella hecatombe de los años noventa –
Romano Prodi, Franco Marini, Rosy Bindi, el más joven Darío Franceschini y
el citado Sergio Mattarella- atravesó la experiencia de la Margherita y al
final se instaló en el nuevo partido democrático: una casa acogedora para
vivir mientras fuera dominaba una Italia (y sólo superficialmente)
berlusconiana en la que aquellos católicos, nietos extraviado de Don
Giuseppe Dosseti, nunca pudieron ser reconocidos, a diferencia de los otros
post-DC, como Pierfernando Casini, Marco Fellini y Clemente Martella que

92
durante algunos años vivieron, más o menos felizmente, en el centro
izquierda vencedor y mayoritario.
Esta de los exponentes de la izquierda democrática es de todas formas
considerada una categoría de políticos avezados, preparados, educados en
una escuela que conocía el poder; alumnos y profesores que saben cultivar
el arte del silencio y del camuflaje, la discreción y la sobriedad; navegantes
expertos que también han preferido dejar la trampilla a los otros, a los del
llamado post-PCI –Veltroni, D’Alema, Fassino, Bersani- para guardarse sus
espaldas de forma prudente y astuta, a la espera de su momento. Así ha
sido Romano Prodi, dos veces jefe de gobierno como líder del centro
izquierda y repetidamente candidato, sin éxito, al máximo cargo
institucional. Así ha sido para Dario Franceschini, elevado a la cumbre del
PD. Así ha sido para el discreto y silencioso Sergio Mattarella, revelándose
una preciosa “reserva de la República”-
Como se ha visto en estos años, el primero de Mattarella, los últimos de
Renzi, el regreso de un católico a la cima del estado no ha dejado impronta
de su paso, ni signos característicos. Se equivocaba mucho quien pensaba
que pudiese tomar forma, aunque fuera discretamente, un nuevo
colateralismo quizás también adulto, menos abandonado y más discreto.
El mismo discurso, si se observan dos cosas desde un punto de vista
vaticano: una contrapartida expectativa pasiva frente a las nuevas leyes
aprobadas por el gobierno con guía católica (primero Renzi, después Paolo
Gentiloni) y firmadas por el presidente católico Matarella. Se puede decir:
nada nuevo bajo el sol. En 1978 la ley que instituye el aborto se firmó por
el democristiano Giulio Andreotti y Giovanni Leone, respectivamente
presidentes del Consejo de la República.
El tramo final de la legislatura que finalizó a fines de 2017 estuvo marcada
por dos leyes: una, sobre el final de la vida, lanzada in extremis por el
parlamento; el otro, sobre el jus soli6 pospuesto sine die sobre todo por
temor a la oposición generalizada y mayoritaria a la medida –oposición más
popular que parlamentaria- se traduce por los partidos promotores, en un
seco rechazo en las elecciones del 4 de marzo de 2018.

6
Derecho al suelo. En Italia se refiere a la situación esperanzada en que viven muchos extranjeros que
residen desde hace mucho tiempo en suelo italiano, de obtener por eso la nacionalidad italiana.

93
Ni en un caso ni en otro, la debilísima política italiana no encontró otra
vertiente que la hostilidad en la actitud del Vaticano. La propuesta de ley
sobre el considerado bio-testamento flotaba entre los despachos
parlamentarios y había poquísimas posibilidades de llegar a la meta hasta
cuando, a mitad de noviembre de 2017, en un mensaje a la pontificia
academia por la vida, el papa sintetizó: “Hoy es más insidiosa la tentación
de insistir con tratamientos que producen potentes efectos en el cuerpo,
pero a veces no ayudan al bien integral de la persona.” Con una
interpretación muy forzada y con efecto mediático inmediato, se quiere ver
en la palabra del papa un impulso decisivo a esta norma. Poco importa que,
entre los más convencidos neo papistas, figurasen personajes
irreductiblemente laicistas y anti católicos. De nada servirán las lecturas
más atentas del texto papal, que revelarían cómo sustancialmente no había
ningún verdadero giro en las palabras de Bergoglio, que insistiera en la
condena de la eutanasia y la defensa de la dignidad de la vida, sobre todo
para los enfermos y los más débiles, exactamente como habían hecho sus
predecesores Wojtyla y Ratzinger.
Pero se habían tirado los dados porque, una vez más, ni desde Santa Marta
ni desde los portavoces oficiales y oficiosos se hacía ninguna precisión.
Incluso el cardenal Vincenzo Paglia –elegido por Bergoglio para dirigir la
Pontificia Academia para la vida- se limitaba a auspiciar una discusión más
amplia entre todas las visiones, entorno a las batallas y las simplificaciones
ideológicas, mientras el insólito monseñor Galantino andaba por otro lado:
Me complace, declaró, que cualquier inicio de acuerdo nos indicará que la
Iglesia es menos mojigata de lo que se dice.
Desde las alturas no se añadió ni una palabra. Se dejó hacer y el Senado
aprobó rápidamente la ley, pronto interpretada como primer y decisivo
paso hacia la completa legalización de la eutanasia. Mientras la ley estaba
a punto de llegar, se elevó súbitamente un solo grito de alarma. El obispo
de Trieste Gianpaolo Crepaldi, retomando algunas declaraciones críticas del
entonces presidente de la CEI Angelo Bagnasco, indicó el peligro que corría
el pensamiento católico de entrar en los principios individualistas de la
autodeterminación absoluta y lamentó también que en el texto de la ley no
se hubiera previsto el derecho a la objeción de conciencia por parte de los
médicos, como se había hecho con la ley del aborto.

94
Para que en la cumbre de la jerarquía se manifestaran algunas
observaciones, fue necesario que asociaciones de médicos católicos e
importantes facultades de medicina revelaran el problema del derecho a la
objeción de conciencia. Los médicos argumentaban que esta ley mina en
profundidad el aspecto más crucial de la profesión, la relación médico-
paciente. Y todavía decían más: No se pueden transformar los hospitales en
supermercados, donde un paciente viene e indica el cuidado al cual quiere
ser sometido. El renombrado Cottolengo, histórico instituto de asistencia,
anunciaba que, no obstante la ley no preveía la objeción de conciencia, sus
médicos nunca jamás habrían respondido positivamente a una solicitud de
muerte. Después de estas alarmantes solicitudes, los obispos italianos
despertaron del duermevela en el que estaban sumidos y manifestaron
reservas sobre el texto. Pero sabiendo que en la nueva legislatura los
forofos de la eutanasia como máxima expresión de libertad individual,
volverían a la carga promoviendo una nueva ley que llevara a término el
cumplimiento del camino emprendido con la norma sobre el bio-
testamento.
Sobre la otra ley, la “jus soli”, la promoción papal era todavía más explícita,
con tratos embarazosos, como se ha hecho con el vasto problema de la
inmigración. El jefe del gobierno Paolo Gentiloni y el ministro del interior
Marco Minniti, queriendo imprimir cualquier freno al flujo continuo de
aterrizajes de masas indiscriminadas, también a través de acuerdos
bilaterales con Libia, pensaron pedir un aval preventivo al papa en persona.
Fue un encuentro reservado (nunca desmentido) en las habitaciones
privadas del poderoso sustituto de la Secretaria de Estado, monseñor
Giovanni A. Becciu, para obtener el placet y conjurar el riesgo de eventuales
críticas por parte del papa; ataques que el precario gobierno italiano no
habría tenido la fuerza de sostener. Pero sobre la “jus soli”, el papa no
retrocedió. Hostigó e hizo hostigar a sus fidelísimos hasta el día precedente
a la disolución de las cámaras. Pedía repetidamente una nueva ley más en
consonancia con el contexto social. Anticipó cinco meses (de enero de 2018
a agosto de 2017) la difusión de su mensaje para la Jornada Mundial del
migrante y del refugiado, para pedir en tiempo útil la aprobación de una
nueva ley.
Fue un mensaje amplio el de Bergoglio, una síntesis de su pensamiento
sobre la inmigración y sobre la modalidad de una acogida plena y completa

95
por parte de los países que se han convertido, a su pesar, en otros tantos
destinos finales.
El papa sostiene, entre otras cosas, el derecho a la acogida sin expulsiones
arbitrarias y colectivas; el potenciamiento de las vías legales seguras y
voluntarias con vistas humanitarias; el acceso a una nacionalidad y a la
ciudadanía para todos los niños en el momento de su nacimiento y la
garantía de una instrucción primaria en los países de llegada. En cuanto a
la vuelta a los países de origen, el papa desea la garantía que esto se
produzca sólo de forma voluntaria.
La posición de Bergoglio era extremadamente favorable a la inmigración
incontrolada y de masas. Su iglesia hospital de campaña parecía haberse
olvidado de sus hijos, cuyo derecho a una vida digna acababa por estar
subordinado a las garantías de los inmigrantes. Y no tenía en cuenta en
absoluto la grave depauperación que la fuga de masas provoca en los países
de origen, la cual viene a sustraer culpablemente energías jóvenes y
esperanza en el futuro. El papa ha integrado su posición solamente sobre
un punto, en la Jornada Mundial de los inmigrantes, en enero de 2018,
reclamando por primera vez (como se ha visto en un capítulo precedente)
el deber de los migrantes a respetar leyes, culturas y tradiciones de los
países que les acogen.
Si nos calamos las gafas de los italianos por un momento y tomando nuestro
patio de vecinos como parámetro, podemos aventurar una singular
similitud entre el papa Bergoglio y Matteo Renzi:los dos hombres solos al
mando que, de vez en cuando, han pensado poder ser los que deshagan
todo vínculo o regla ex legibus soluti. Y convencidos de tener la mayoría (de
la Iglesia o de los italianos) han jugado al azar. El ex alcalde de Florencia en
2016 desafió a todo y a todos con el referéndum constitucional. Y perdió.
Pretendió volver inmediatamente a su sillón. Buscó la reivindicación con
arrogancia todavía más desagradable. Y perdió de nuevo, esta vez
definitivamente.
El papa ha escrito y hablado reiteradamente sobre muchas cuestiones de
gran relieve teológico, doctrinal y ético –como muchos han denunciado- en
contra del magisterio y la tradición, alimentando confusiones y suscitando
en el interior del catolicismo una difusa y explícita oposición.

96
En los tiempos dominados por los mass media, es muy grave no prestar
atención a cuantos aconsejan prudencia e invitan a no confundir el aplauso
de los fans, aunque sean muy influyentes, con el consenso del pueblo. Sin
embargo el ex jefe del gobierno del partido democristiano se ilusionó hasta
el último momento con poder volver a la palestra, así como el papa
Bergoglio retuvo el poder gozar todavía del vasto consenso popular que
acompañó el exordio y los primeros tiempos del pontificado. Ya no es así.
También evitando emitir juicios observando la plaza de San Pedro
semivacía, con un número decreciente de fieles presentes en las
bendiciones papales ( o a los índices de audiencia televisivos, cada vez más
bajos, con ocasión de ceremonias solemnes) la realidad ha cambiado y
mucho desde 2013. Y con un baño de sano realismo se debe aconsejar un
cambio de rumbo urgente y visible, sin ulteriores márgenes de ambigüedad.

(NO) ID POR EL TODO EL MUNDO

“El proselitismo es una solemne necedad”


(P.Francisco a Eugenio Scalfari, La Repubblica, 1-10-2013)

Para eliminar del cielo al menos una parte de las nubes que impiden
escrutar el horizonte, estaría bien precisar la diferencia entre la “buena”
evangelización (o ecumenismo) y el malvado proselitismo. La opción
negativa del segundo término no nace con el actual pontificado – pero
nunca antes de Bergoglio, hubo tanto ensañamiento contra una palabra –
porque también Benedicto XVI había hablado del tema, atento a la
perspectiva del delicado y precioso diálogo con los cristianos ortodoxos.
Sobre la relación entre la Iglesia de Roma y el patriarcado de Moscú pesaba
la irritación de los ortodoxos por las acciones emprendidas en los primeros
años noventa por Juan Pablo II, que había reorganizado la presencia católica
en la Unión Soviética, auspiciando y alentando las conversiones de los fieles
rusos al catolicismo.

La condena de toda forma de proselitismo es citada, desde hace años, en


todos los documentos ecuménicos suscritos por los responsables de las dos
iglesias, como la declaración de Cuba (febrero 2016) que concluyó con el
histórico encuentro entre Francisco y el patriarca Kirill. Pero en el
transcurso de los siglos el proselitismo ha sido incluso el modo de vivir de
la iglesia misionera. En el siglo pasado el fundador del Opus Dei Josemaria
de Escrivá en su “Camino” hablaba del proselitismo como de un signo cierto
97
del auténtico celo. Ni contribuyó a darle validez negativa la Treccani, que lo
define como la “tendencia a hacer prosélitos, actividad empleada para
buscarlos y formarlos.”

Y todavía más. Si el objetivo esencial de una confesión es la conquista de la


libertad religiosa para los propios adeptos (libertad reconocida hoy a los
musulmanes en Europa, pero no a los cristianos en países de religión
musulmana) el derecho de hacer prosélitos está inserto en esta forma de
libertad, a condición que las conversiones no sean perseguidas con
engaños, corrupción o coerción. En la declaración universal de los derechos
del hombre, el concepto está expuesto con claridad y no deja lugar a la
ambigüedad. “Todo individuo tiene derecho a la libertad de pensamiento,
de conciencia y de religión; tal derecho incluye la libertad de cambiar de
religión o credo, y la libertad de manifestar, aislada o en común, ya sea en
público o en privado, la propia religión o el propio credo, en la enseñanza,
la práctica, en el credo y en la observancia de los ritos.”

Sin atribuir validez negativa al concepto de proselitismo el Vaticano II


(Dignitatis humanae) prescribe evitar “espíritu coercitivo y solicitación
deshonesta o menos recta”, absteniéndose siempre de “todo abuso del
propio derecho y como lesión del derecho de los demás.” En la línea conciliar
también Benedicto XVI condena el proselitismo que “quiera imponer la
propia fe”.

Con el papa Bergoglio tal significado negativo (es una necedad/tontería o,


peor aún, es un pecado) es uno de los conceptos más criticados. El
periodista escritor Antonio Socci acusa al papa de renegar de todo lo que
en la historia de la Iglesia ha sido una misión, proselitismo incluido, para
convertir a la fe al mayor número de no creyentes. Con prudencia, pero con
fuerte alarma, también Ettore Gotti Tedeschi (Dio è meritocratico) observa
como la Iglesia está renunciando a su naturaleza misionera (“Id por todo el
mundo y predicad el Evangelio a todas las gentes. Quien crea y sea
bautizado se salvará. Quien no crea será condenado”) porque ya está presa
de la increíble preocupación de no respetar a las otras fes y culturas en caso
de que se verificasen nuevas conversiones al catolicismo. Sus preguntas
retóricas no son más que provocaciones: ¿Qué hubiera sido el
catolicismo si Jesús en vez de afrontar con los fariseos problemas de
doctrina e interpretación de la Escritura, hubiese demostrado aprecio hacia
su conducta sacerdotal, hubiese rezado con ellos, hubiese curado leprosos
junto a ellos? ¿Y si por respetar la cultura farisaica no hubiese fundado la

98
Iglesia para evangelizar y hacer proselitismo? ¿Y si Pilatos hubiese
respondido que la Verdad, la real, estaba en aquello que decía y quería el
César?

Observaciones y preocupaciones de este tipo (el catálogo podría ser muy


vasto) surgen y se difunden legitima y precisamente por falta de claridad.
Así que surge también la duda que, detrás de una cuestión aparentemente
etimológica o léxica no haya otra cuestión sustancial. Refutar y renegar de
toda forma de proselitismo (sin explicar en qué se falta al respeto a los otros
en la debida obra de evangelizar) significa tomar nota de la fe ajena,
renunciar a toda refutación de los errores y al fin a la esperanza de convertir
a la verdadera religión. En otros términos: una confrontación sincera
comportaría necesariamente. Más allá de compartir valores y empeño
común- también una evaluación de las diferencias y de todo lo que divide a
los otros en la verdadera fe. Pero una Iglesia misionera tiene el deber de
empeñarse en buscar convertir y salvar a todas las personas. Renunciar
comporta inevitablemente una grave culpa: la condena al error y a la
perdición de todos aquellos a los que se niega la posibilidad de conocer el
Evangelio y la buena nueva.

El cardenal Giacomo Biffi, siendo ya arzobispo de Bolonia, exhortó sobre el


riesgo de un diálogo no correctamente impuesto: “Un verdadero diálogo
parece posible sólo en la medida en la que el no creyente comience a creer
o, desgraciadamente, el creyente comience a vacilar en la fe.” Al contrario,
se convierte en un diálogo absurdo y desastroso en sus consecuencias si se
aplica a los grandes temas de la existencia y particularmente en la
problemática religiosa.”

Es imposible no interrogarse críticamente sobre las razones que empujan a


Bergoglio a lanzar declaraciones en alguna medida provocativas y medio
aireadas, periódicamente añadiendo confusión tras confusión. De vuelta de
su viaje a Myanmar y Bangladesh (durante el cual no aludió mínimamente
a los grandes misioneros católicos que vivieron e incluso sacrificaron la
propia vida en aquellas tierras, como el beato Clemente Vismara) en la
“imprescindible” rueda de prensa volante, el papa insistió en su
convencimiento: “Nosotros no estamos entusiasmados con las
conversiones. Nosotros somos testigos del Espíritu del Evangelio.” Un
periodista le preguntó que entre la paz y la conversión cuál sería su
prioridad. Respuesta, clarificante, pero no demasiado; “Cuando se vive con
testimonio y respeto, se construye la paz. La paz comienza a romperse

99
cuando comienza el proselitismo, pero esto no es evangélico.” Como habría
dicho su amigo monseñor Bruno Forte, también aquella respuesta suya
podría ser considerada “muy jesuítica”.

Es una línea sostenida vigorosamente por los obispos elegidos por


Bergoglio, que transmiten su mensaje .integrar, dialogar, generar- como la
renuncia a promover todo valor o principio que pueda crear desencuentro
y conflicto con los que detentan el pensamiento dominante. Así, el cardenal
Francesco Montenegro, obispo de Agrigento, considera deber primario de
la Iglesia promover agregaciones y unidad de intentos entre “sujetos
diferentes sobre propuestas que sostengan valores comunes de
reciprocidad, fraternidad, equidad y democracia.” ¿Esta es toda la misión
de la Iglesia?

Una santa, entre las más amadas de nuestro tiempo, Teresa de Calcuta, que
consagró su vida al cuidado de los sufrientes, los últimos, los más
marginados, explicó que para ella la “la mayor desgracia” más que la
pobreza y la enfermedad, era que “una gran parte del pueblo hindú no
conociera a Jesucristo”. Si todavía estuviese entre nosotros, seguro que
alguien tendría la osadía de acusarla de volver a los tiempos en los que la
iglesia cometía aquella imperdonable estupidez: el pecado de proselitismo.

BERGOGLIO 2.0

“El tiempo es superior al espacio” (Francisco, 2013)

Cinco años son un lapso de tiempo suficiente para redactar/extender una


nota y dar algún voto, aunque sea provisionalmente al pontificado del papa
Bergoglio. Tal y como se ha desarrollado, los resultados conseguidos son
diferentes de las premisas y de las esperanzas que había suscitado. Las
premisas estaban implícitas en el mandato recibido: restañar aprisa la
herida abierta pocas semanas antes con la dimisión del papa Ratzinger. Las
esperanzas de los cardenales electores y de todos los creyentes: favorecer
una nueva estación de reencontrada unidad y de gran relanzamiento para
la iglesia.

La apreciada capacidad comunicativa del cardenal Bergoglio era


considerada un valor añadido. En un tiempo dominado por los mass media
(y particularmente por la TV) también para el sucesor de San Pedro valen
las mismas reglas que se aplican a los gobernantes del mundo y a los líderes

100
políticos. Gian Enrico Rusconi ha definido la época presente como un
tiempo dominado por la “hipermediación mediática”. En épocas
precedentes este problema no existía. El papa era una figura casi invisible,
de cualquier forma y siempre lejano respecto a los fieles. Los más
afortunados, por pocos instantes, podían recibir la bendición del pontífice
cuando pasaba a pocos metros sentado en la silla gestatoria, el trono móvil
llevado a hombros dentro de la basílica de San Pedro al finalizar alguna
ceremonia más solemne. Desde los años sesenta, el advenimiento de la era
televisiva ha cambiado todo esto. Recordemos las imágenes de la ´`época
de Pio XII, tímido y cohibido frente a las tele cámaras de la RAI, casi cegado
por el potente faro que iluminaba su rostro y su figura. No será el elemento
decisivo, pero, muy inconscientemente, en la Capilla Sixtina, en las
reflexiones entre una y otra votación, los cardenales deben interrogarse
necesariamente sobre el eventual “gusto” por este o aquel papable sobre
el que se va concentrando la atención de los cardenales electores. La
relación con los medios de comunicación cuenta mucho porque la maestría
demostrada hasta el fin de la “primera vuelta” es considerada determinante
para evaluar popularidad y consenso por el nuevo papa.

Estudiosos de la comunicación –pública o interpersonal- subrayan


realmente la importancia decisiva de la “primera impresión”. Vale para el
discurso de un jefe de gobierno, para el exordio del líder de un partido en
un “talk show” de gran audiencia. Vale también para un papa neo-electo.
Con aquel directo, confidencial “Buenas tardes” en mundovisión, Francisco
consiguió el mismo efecto benéfico del “si me equivoco me corregís”
pronunciado por Juan Pablo II en 1978. Aquella buena “primera impresión”
la supo perpetuar, dotando su largo e importante pontificado y de la fuerza
extraordinaria de un grande y duradero consenso popular. En el caso de
Bergoglio las cosas han ido de forma diferente. El aplauso de los fieles
resonó por algún tiempo, pero el entusiasmo fue aminorándose poco a
poco, el inicial empuje propulsivo no fue alimentado como hubiera sido
necesario. Pudo haber pesado la repetición de las palabras (imprescindible
el tema de la acogida a los inmigrantes) de los gestos (intercambio de los
solideos con los niños, besos paritarios en las mejillas, caricias y abrazos a
los fieles de las primeras filas) y de los saludos en el Angelus dominical (buen
domingo, feliz comida). Mediáticamente ha sido como replicar cada vez lo
mismo. El efecto novedad se ha transformado en un “dejà vu”, siempre
igual a sí mismo. La afluencia de fieles se ha detenido. Decenas de vallas,
utilizadas antes casi cada semana para contener al gentío a lo largo de la
Via della Conziliacione, hace tiempo que duermen en los almacenes.

101
Los acontecimientos de los primeros meses habían alimentado una ilusión
excesiva y, por el contrario, habían condicionado evaluaciones no
ponderadas como se debía. Parecía destinado a a firmarse sin demasiados
problemas la figura de un papa muy amado, porque era simple en la
proximidad, directo en sus relaciones, decididamente anti-convencional en
su comportamiento. Una sabia estrategia mediática y una sagaz campaña
de comunicación exaltaban el valor simbólico de la renuncia al apartamento
pontificio, la supuesta frugalidad en sus comidas, la simplicidad en sus
vestidos, las llamadas telefónicas por sorpresa a muchos fieles que le
habían escrito (preferiblemente niños buenos o ancianos en dificultades).
Toda hacía pensar, casi anunciándolo, en el advenimiento de un tiempo de
grandes innovaciones y aperturas pastorales, confortadas por semanales
baños de multitud.

Como se ha visto, las cosas han tenido un desarrollo imprevisto. El rostro


oscuro de un pontífice permanentemente enfadado, casi resentido, ha
sustituido a la cara de un papa inicialmente jovial y sonriente, alegre,
simpático. En poco tiempo, aquel que provocaba curiosidad de todos y
fascinaba a muchos, se convirtió en repetitivo para algunos, rechazado por
otros. La esperanza ha dejado lugar a la desilusión. Aplausos y elogios no
faltaban, pero ya no eran de los fieles sino que venían-vienen todavía de
porciones del “otro” mundo, externo y extraño a la Iglesia, mientras en el
cuerpo y en el corazón del catolicismo, sus decisiones y comportamientos
provocaban desilusión y sus palabras y obras provocan alarma.

Definiendo la Iglesia con una imagen sugestiva pero inadecuada, “hospital


de campaña” siempre abierto y pronto a la acogida, Francisco le ha
asignado el deber de vivir sintiéndose perennemente en una situación de
emergencia; “pronto socorso” para quien tenga necesidad –inmigrantes,
sobre todo-, pero mucho menos atenta al mensaje de reafirmar y guiar en
la batalla diaria a fin de afrontar los desafíos actuales. Y algo todavía más
grave, impotente frente a la apariencia de la gran crisis de la Iglesia misma:
crisis de identidad, de fieles y de vocaciones sacerdotales.

Se ha preferido complacer al mundo en vez de contradecirlo. Una minoría,


que es hoy el catolicismo, puede albergar esperanza en el futuro sólo si
decide presentarse con su rostro auténtico: sereno porque es consciente
de la fuerza y de la verdad de la fe; respetuoso con los otros y, por eso
mismo, merecedor del respeto de los demás; capaz de reivindicar por parte

102
de los católicos perseguidos y asesinados en muchos países, esa libertad
religiosa que en occidente es reconocida a aquellos que gracias a la
liberalidad demostrada es practicada por la Iglesia.

Algunos críticos sostienen que, superado el mojón del primer lustro de


pontificado, en la segunda fase la misión de Francisco podría ser todavía
más incisiva. Y la crisis convertirse siempre en más grave. El teólogo
barnabita Giovanni Scalese, en el blog que dirige (Antiguo robore) ha
patentizado un inminente giro del pontificado bergogliano: de la revolución
pastoral a la explicita reformulación de la doctrina. Otros temen que, en el
error de los influjos gnósticos y en nombre de la unidad con el mundo
protestante, pueda ser contestado el corazón de la misa, el vértice de la fe
en la transubstanciación –hasta negar que el pan y el vino se transforman
realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Los que hasta ahora sostienen
similares sugestiones, como el teólogo Andrea Gallo, docente en la
Pontificia Universidad de San Anselmo que afirma que la presencia real de
Cristo en la Eucaristía no es un dogma y como explicación tienen sus
limitaciones. Y por decir esto ni ha sido amonestado ni cesado en su
actividad docente, en nombre de la “misericordiosa liberalidad”.

Todas estas provocaciones teológicas, toleradas e impunes, aparecen a


pares; por ejemplo hay unas declaraciones del general de los jesuitas, padre
Arturo Sosa, el venezolano “papa negro” considerado muy afín a Bergoglio
y convencido de que el evangelio debe ser historiado y reinterpretado. Dice
este señor: Nadie tenía en aquel tiempo un magnetófono para grabar las
palabras de Jesús, por lo que deben ser contextualizadas”. En suma, según
él: nada es estable en el evangelio; es indispensable someterlo a verificación
y a una lectura puesta al día con las gafas del presente”. (sic)

Esto no es más que el triunfo de la “gnosis espuria”. Se abren las puertas a


los virus inyectados por Rahner y sus discípulos en la vena de la teología
católica. En las sugestiones del padre Sosa nos hacemos eco de las
proposiciones del jesuita alemán K. Rahner, que decía: en Dios hay tres
personas y nosotros somos salvados por la sangre de Cristo, y eso, según
Rahner, sería hoy pura y simplemente incomprensible; para un hombre
moderno tendría la misma impresión de la pura mitología de una religión
del pasado. Similares teorías, ya legitimadas en la teología contemporánea,
convierten en menos absurdas incluso las provocaciones del escritor Dan
Brown, autor del “Código da Vinci” y de otros novelistas de éxito, todos
declaradamente anticatólicos. Presentado su última obra (Origin, 2017)

103
Brown ha preconizado que “dentro de algunas decenas de años no
necesitaremos creer en la existencia de Dios. Hoy nadie cree ya en Zeus,
Vulcano o Poseidón. Dentro de pocos años el Dios cristiano será relegado al
mito”.

El comportamiento de algunos sacerdotes es desconcertante y, sin


embargo, su conducta pocos años atrás hubiera sido absolutamente
inconcebible. Un sacerdote del Piamonte, con su grupo interconfesional,
celebra habitualmente la pseudo misa con los protestantes, alternando los
ritos y participando en la pseudo comunión. Un sacerdote de Turín, en la
misa del Gallo, en el momento del Credo, explicó que no se recitaba el
Credo porque no creo (¡sic!). Y en lugar del Credo entonó una canción sobre
una película de San Francisco de Asís.

Sería equivocado, injusto e instrumental encausar al pontífice también por


pequeños y míseros asuntos, como si se tratara de provocaciones teológicas
o de miserables iniciativas singulares. Lo que es preocupante es el estado
de las cosas: con fusión generalizada, alarma difusa, fracturas profundas en
el Cuerpo mismo de la Iglesia.

El vaticanista de la RAI Aldo Maria Valli ha escrito un polémico “librito” (y


muy valiente, dado su cargo profesional y el circunstante conformismo
político-cultural) con el título: “Cómo termina la Iglesia, 2017. “ Valli, en
forma de novela profetiza una iglesia del futuro en la cual todos los
pontífices serán sudamericanos y rigurosamente se llamarán Francisco, que
demolerán y disolverán el catolicismo en pro de una única religión
humanitaria global.

Volviendo al presente, ahora el actual pontificado está entrando en su


segunda parte, que será también conclusiva. El nuevo tiempo podría
acentuar y, multiplicar los revolucionarios tiempos de ruptura. Pero no se
puede excluir que si se busca reagrupar la Iglesia, hoy seriamente herida y
dividida. No quiero pensar que todos los indicadores de la crisis a
disposición del pontífice –ciertamente más precisos y completos- no lo
empujan a presentar una más atenta verificación de sus primeros cinco
años. Proseguir, también acentuar y agravar las actuales heridas haría más
profunda la crisis y reduciría a una lucecita la ya oscura luz que se entrevé
allá abajo, en el fondo del túnel.

104
Lo que quiero dar a entender es una sensación que (lo admito, de manera
un tanto forzada) ha encontrado confort en el discurso de felicitación de
Navidad del papa Francisco a la Curia.

Nunca se había oído en cinco años palabras tan explícitamente autocríticas


sobre nombramientos equivocados y, con tono amargamente sarcástico,
sobre la imposibilidad de realizar reformas en el Vaticano. Es más, aquella
tradicional cita era usada otra vez por el papa para amonestar, hostigar,
contestar a la curia, incluso en 2014, para denunciar quince enfermedades
o pecados: desde la vanagloria de sentirse imprescindibles, desde el
Alzheimer espiritual o la acumulación de poder y dinero, del provecho
mundano al terrorismo del cotilleo. Si entonces, como en otras ocasiones,
Bergoglio había hablado como un líder fuerte y prestigioso (para los críticos:
prepotente y autoritario), en la Navidad de 2017 su tono apareció más
realista y conciliador.

Tal vez, en especial en los últimos tiempos, parece que están en


competición dos estrategias contrapuestas. A esa conciliadora autocritica
se sobrepone aquella refractaria a las contestaciones, impermeable,
liquidadora. Bergoglio declaró a su “megáfono oficial” el padre Spadaro, a
la Civiltà Cattolica: Por salud mental yo no leo los sitios web de esa
denominada resistencia. Soy quien soy, conozco los grupos, pero no leo,
simplemente por mi salud mental. Algunas resistencias vienen de personas
que creen poseer la verdadera doctrina y te acusan de ser herético. Cuando
en estas personas no encuentro bondad espiritual, yo simplemente rezo por
ellas.”

Por tanto creo, también a la luz de estas recientes afirmaciones del papa
(febrero 2018) muy improbable que el nuevo tiempo que se abre –papa
Francisco 2.0- pueda señalar una neta y decisiva conversión o inversión de
marcha. Más bien espero atenuaciones y correcciones, respuestas
indirectas o preocupaciones difusas; periódicas reasignaciones episcopales;
sacerdotes y fieles confusos y extraviados. Quiero esperar también que
para determinar las futuras elecciones los comensales de Santa Marta
tienen siempre menos influencia; y que, más bien, son escuchados los
prefectos de las congregaciones (todos y a menudo, no solo y siempre
algunos). No es un secreto que en el Vaticano se respira un clima poco
sereno, sobre todo a causa del súper poder de algunos colaboradores del
papa, potentes y prepotentes que recurren a gestos arrogantes,
denigraciones y calumnias.

105
Se esperan positivas y valientes señales ulteriores. Después de tantas
disensiones y amarguras que ha sufrido el mismo pontífice (basta con
recordar el caso Maradiaga) Francisco tendrá mil ocasiones y tiempo a su
disposición para demostrar decisión y autonomía, también en las
confrontaciones de las personas y de los ambientes que favorecieron su
elección (recordemos la influencia del cardenal Kasper, con el cual la mágica
palabra “misericordia” ha mutado en “teología de rodillas”.
El primer lustro del pontificado bergogliano ha visto crecer sin mesura el
poder de los grupos (porciones de jerarquía, lobby de teólogos, vaticanistas
privilegiados en la relación personal con el papa) que deberá ser disuelto,
redimensionado, sustituido o corregido, de algún modo enderezado de
forma diferente. Desde el interior de estos grupos, mucho más que de la
voluntad personal del papa, han sido lanzados anatemas, llamadas al orden
y mensajes, no siempre contestando a la realidad de las cosas hasta ahora,
por otra parte, siempre avaladas por el pontífice.

Es verdad. El mundo de los mass media sigue recorridos y lógicas no siempre


gobernables. Pero no se puede negar que la imagen de un pontificado
distinto, innovador, revolucionario -¿Quién soy yo para juzgarlos?- ha sido
alentada con una cierta complacencia: un papa descrito como una figura
“bordelinde”, que responde a los deseos de la prensa que le gusta a la
gente…lavando los pies a determinados musulmanes y comunión para los
divorciados y vueltos a casar…Foto recuerdo con parejas homosexuales y
arritual matrimonio celebrado en el cielo sudamericano (preparado
durante mucho tiempo en sus detalles y vendido como la enésima
improvisación del papa).

Francisco deberá también (probar a) gobernar su índole sanguínea y la


terquedad que tal vez lo han llevado a dar pasos en falso, ridiculeces,
errores de comunicación, las cuales son seguidas de embarazosos
desmentidos, marcha atrás, autocríticas. Una de las más recientes y
clamorosas sucedió en el viaje a Chile, donde sostuvo hasta la saciedad la
inocencia de monseñor Barros, acusado de haber encubierto redes de
pedófilos y abusos sexuales en la diócesis de Osorno7

Habiéndose encontrado con un grupo de víctimas de estos abusos ( y con


la ley del silencio del obispo) Bergoglio dijo con mucha jeta que no podía

7
El 11 de junio de 2018 el obispo Barros se vio obligado a dimitir y Francisco no tuvo más remedio que
pedir perdón por su equivocación.

106
intervenir y mucho menos remover al prelado, por falta de pruebas. Pero
después de las primeras reacciones a sus palabras (sobre todo las durísimas
del cardenal americano Sean O’Malley) el mismo pontífice había admitido
haber usado “expresiones inadecuadas”, confirmando, con todo no poder
sustituir al obispo chileno en ausencia de “evidencias” contra él. Pero el
ataque y la autoridad del cardenal estadounidense exigen una mayor
reflexión. El arzobispo de Boston, llamado por el mismo Bergoglio para
formar parte del C98 con el encargo de tutelar a las minorías parece que
también se puso “pesadísimo” con el tema: El papa ha calumniado a las
víctimas con palabras vergonzosas. Cuando se trata de afrontar el
clericalismo que es el fundamento del escándalo de los abusos, el rostro
petrificado del papa forma parte del problema”. En este punto Bergoglio
fue casi obligado a entonar un nuevo “mea culpa”. En la tentativa de suturar
la herida abierta por sus declaraciones envió a Chile a monseñor Charles
Sicluna, investigador experto en cuestiones tan delicadas y graves, con el
encargo de verificar atentamente la veracidad de las acusaciones vertidas
contra el obispo Barros, el “encubridor”, el “ocultador”.

Una sucesiva revelación hizo aún más grave la posición del papa. Ya en
2015, de hecho, el cardenal americano había consignado a Bergoglio una
larga carta de una de las víctimas chilenas del padre Karadima,9 al cual el
obispo Barros había protegido y encubierto.

Un efecto colateral de este asunto será la que recayó sobre los trabajos del
C9, del cual forma parte el cardenal capuchino O’Malley y en ese tiempo
coordinado por Maradiaga, con grandes dificultades después del
“estipendio” recibido por parte de la Universidad de Tegucigalpa.10 Del C9
también forma parte Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile y
verdadero valedor de Barros. (Como se ve este C9 es un elenco de
“virtuosos” cardenales). Después del último asunto es problemático
hipotetizar cómo podrán trabajar uno junto al otro los cardenales O’Malley
y Errázuriz. Así pues las grandes reformas y la fama de gran innovador de
Bergoglio quedan aparcadas “sine die”. A mi me parece que se le va a
imponer urgentemente un giro o corrección.

8
Órgano compuesto por 9 prelados para estudiar las reformas que, según el papa, necesita la iglesia
9
Fernando Karadima, presbítero chileno auspiciado y protegido por monseñor Barros, fue acusado de
cientos de abusos sexuales contra jovencitos. Fue juzgado por un tribunal civil y condenado.
10
El Cardenal Oscar Maradiaga, muy cercano a Francisco, durante años estuvo cobrando más de medio
millón de euros al año de la Universidad de Tegucigalpa, que invertía en empresas londinenses.

107
Petición. ¿Cuánto y cómo cambiará la imagen consolidada en estos cinco
años si se hicieran más numerosas las intervenciones del papa sobre valores
de la fe, sobre la libertad religiosa negada a los cristianos en muchos países,
sobre el respeto a la vida y su dignidad? Es cierto, el papa Francisco ha
hablado más veces de estos valores para tutelar y reafirmar, pero lo ha
hecho sin suscitar atención en el espacio mediático, a diferencia de las miles
de intervenciones juzgadas políticamente correctas, en sintonía con la
cultura hegemónica o el pensamiento único.

Mis cuarenta años vividos en el interior del sistema me convencen que se


conquistaría otro espacio por las palabras del papa sólo si él lo quisiese; si
el aparato de la comunicación vaticana (hoy más centralizado y más fuerte
por propia voluntad de Francisco) y sus propagandas externas se
empeñaran en esta dirección a pesar de los imprevisibles ataques que se
dispararían, reiterando acusaciones y anatemas violentos similares a
aquellas de las cuales fue objeto y bombardeado el papa Ratzinger.

El tiempo es superior al espacio y que lo que cuenta es orientar procesos


más que dominar espacios, son dos radicales convicciones del papa
Francisco. ¿Por qué no propone un pontificado aún más prestigioso y sólido
que para imponerse no tuviera necesidad de periódicas huidas hacia
adelante, ni de ulteriores sacudidas telúricas?

Esperar es lícito. Eludirse sería equivocado. Si la segunda parte del


pontificado eliminase la más vistosa ambigüedad y redujese los motivos
(transformándolos en pretextos) a disposición de los (pre) juicios en sus
confrontaciones, sería un excelente resultado. Al sucesor, cuando sea, le
vendrán dados deberes menos prohibitivos.

PRIMERO: Afianzar la Iglesia, llamando a cosechar y poniendo por obra


todas las extraordinarias energías vitales de las cuales responde. Valorar en
los movimientos eclesiales la diversidad de los dones y carismas. De la
presencia católica en el mundo exaltar la especifidad que es la riqueza,
alimentada sobre todo por la fuente viva del único credo ¿Reencontrarse y
repartir, por dónde?

SEGUNDO: Una nueva misión evangelizadora de Europa, el continente que


en pocos decenios ha realizado una impresionante transformación, en las
leyes y en las costumbres, de signo opuesto a los valores de su civilización
cristiana. Y en esta revolución permanente la Iglesia tiene el deber de

108
insertarse y de incidir, diferentemente a lo que ocurre hoy con responsable
pereza, con cómplice resignación.

No es empresa que el catolicismo pueda sostener en solitario. Pero sólo con


un renovado empeño misionero se derivarán, más allá de las inevitables
contraposiciones y de nuevas y previsibles campañas de hostilidad, también
fructuosas alianzas. Se piensa en la experiencia de los católicos polacos
(Octubre 2017) que a decenas de miles han recitado el rosario a lo largo de
los confines nacionales. Iniciativa que ha sostenido y apoyado con decisión,
sin timidez, todo el episcopado nacional. Mientras en Roma (y en la vecina
Alemania) la iniciativa era mirada con indiferencia cuando no con
hostilidad. El obispo de Cracovia Marek Jedraszewski incitaba a la buena
batalla: Rezamos por los otros países de Europa y del mundo para que
comprendan que necesitamos volver a las raíces cristianas de la cultura
europea si queremos que Europa continúe siendo Europa.

La única excepción romana del generalizado silencio fue la del cardenal


Robert Sarah, prefecto para el culto divino, que definía a los católicos
polacos como “centinelas” de Europa y los ponía como ejemplo que
muestra el camino negando una obediencia automática a las peticiones
derivadas de la globalización liberal.

Posiciones similares están destinadas a encontrar fatalmente sostén y ser


compartidas por parte de los cristianos ortodoxos. Consistentes sectores
quedan recelosos y perplejos frente a posiciones católicas consideradas
maleables en la confrontación del relativismo imperante y no
suficientemente distinta de las prácticas de las confesiones protestantes. Al
patriarcado de Moscú y a las iglesias ortodoxas de Oriente no les ha gustado
ni pizca las celebraciones católicas en el 500 aniversario del cisma
protestante.

A mi juicio, se trata de una perspectiva importante, decisiva para el futuro


próximo. He escrito en una novela “El destino del papa ruso”, (2016) en la
cual imaginaba en el post bergoglianismo la elección –realmente imposible-
de un obispo de San Petersburgo empeñado en acelerar el proceso de
recomposición católico-ortodoxa, en el signo de la misma fe, en defensa de
los valores comunes y en el nombre de la Virgen Madre de Dios. En la ficción
novelesca, tal tentativa está bloqueada por un ataque despiadado y
violento, conducido por los que detentan el poder supranacional, heraldos
del pensamiento único y del relativismo ético.

109
A la literatura profética se debe la visión de un cristianismo finalmente
reunificado para que prevalezca sobre el demonio, del cual Vladimir
Solovëv, en el célebre “Relato del Anticristo”, cuenta el encuentro después
de padecimientos y martirio, entre el Papa Pedro y el estarec Ioann, con el
protestante Pauli: De ahora en adelante seremos todos uno en Cristo.

TERCERO: No se trata de llamar al diálogo y a la confrontación, pero sí de


vivirlo con plena conciencia de la propia identidad que no va oculta ni
disfrazada ni confusa. Será esencial la elección de los interlocutores. Deberá
abrirse un canal hacia la cultura liberal con los componentes plenamente
conscientes de los peligros creados por una modernidad que ha rehusado
la tradición y por una política que ha renunciado a la moral. Pienso en el
diálogo entre Joseph Ratzinger y el profesor Marcello Pera, en las valientes
posiciones de Oriana Fallaci o de Giuliano Ferrara, más explícitas que
muchos católicos en denunciar la amenaza y los progresivos atentados a la
identidad cristiana, a la vida, a la civilización europea. Una iglesia consciente
y determinada podrá cómodamente reconocer y ser más prudente hacia los
otros sectores del liberalismo no dispuestos a una confrontación fructífera.
Los nietos de Voltaire no renunciarán a su “intolerante tolerancia”. Los
ahijados de Benedetto Croce quedarán convencidos que la unión de los dos
términos- catolicismo y liberalismo- ratifica la victoria del segundo, porque
ese catolicismo se resuelve acogiendo al liberalismo, introduciendo un
fermento en su viejo mundo. Más bien es verdad lo contrario, como
sostienen los liberales más avezados, conscientes de que es su cultura la
que necesita ese fermento que sólo el catolicismo está en disposición de
aportar, suplemento del alma y de valores de los cuales el liberalismo se
verá privado.

CUARTO: Con las otras religiones, una confrontación rectamente impostada


debe ver las partes en diálogo plenamente en disposición de presentar las
propias razones. Pero la confrontación impone también sus reglas. Una
sobre todo: el principio de contradicción. Como en otra parte de la
búsqueda, el cardenal Biffi, viene ahora en ayuda del teólogo Ennio
Innocenti. En el sitio de la “Sagrada Fraternidad Auvigam (2018) escribe: Es
innegable que la mayor parte de las personas conserva una atención
religiosa, pero esta no puede quedar como genérica, debe obtener
respuestas a las esperanzas fundamentales; y estas respuestas irán
juzgadas. El misionero cristiano provoca la confrontación, muestra las
razones de la incomparable perfección de Jesús y de la verdad enseñada por

110
él…hasta que se acepte su evangelio, en el cual brilla el deber de aceptar su
predicación que tiene un carácter ultimativo e inapelable.

QUINTO: Un tema que no será posible solucionar a corto plazo es el de las


vocaciones sacerdotales. El debate se está concentrando bastante
infructuosamente sobre la posibilidad de un diaconado femenino que no
podrá nunca traducirse en un verdadero y propio sacerdocio. Y se está
enredando sobre el valor (dogma o praxis pluri secular) del celibato
sacerdotal. Más realísticamente, un remedio practicable en las regiones de
la tierra privadas de sacerdotes, podría ser el recurso a los viri probati. Se
trata de ministros que serían llamados a desarrollar funciones
sacramentales siendo casados con responsabilidades familiares. Sucedía así
en la Iglesia de los orígenes, cuando a los sacerdotes célibes enteramente
dedicados al oficio, se juntaban responsables de comunidad elegidos por su
edad madura y por su vida ejemplar. Una innovación similar, aunque sea
parcial y limitada, sería de gran ayuda y confort para la población (se pone
el ejemplo de la Amazonia) hoy casi nunca alcanzada por sacerdotes y, por
tanto, por los sacramentos. No modificarían el celibato permanente de los
sacerdotes, pero consentirían el acceso a algunas funciones sacerdotales de
un número consistente de viri probati. Seguramente, la introducción de una
novedad similar será más fácil (o menos complicada), se promoverá por un
papa considerado unánimemente firme defensor del magisterio y de la
doctrina.

Más en general, hay una distancia enorme entre una confrontación


correctamente impuesta y la actitud prevalente hoy en la aproximación de
la Iglesia al diálogo con las otras culturas o religiones. Resiste la débil
esperanza que, superada la baliza del quinto año de pontificado, el
Bergoglio 2.0 pueda modificar comportamientos y posiciones que hasta
ahora han dividido y confundido. Pero es más realista imaginar que, para
un giro más neto y decisivo, se debe atender al próximo cónclave. ¿Cómo
acabará? El optimismo de la fe socorre al pesimismo de la razón. Nos
proporciona un ejemplo Ettore Gotti Tedeschi en el ya mencionado “Dio e
meritocratico”: La Iglesia de Cristo no perecerá ciertamente, a pesar de los
catoluteranos, los catoambientalistas los catoanimalistas, los
catoconsumistas, los catoconejos, los catagnósticos…etc…

111
LO QUE SARAH

Nos arriesgamos a convertir la liturgia en un teatro en el cual los sacerdotes son los actores
principales y Dios siempre queda relegado a un segundo papel. (Cardenal Robert Sarah, 2016)

No es un misterio que en el Vaticano, cuando ha pasado poco tiempo desde


la elección de un papa, en los coloquios privados, en los cálculos de los
hombres de la curia, no sólo el anuncio de un consistorio sino cada evento
de relevo –iniciativas, nombramientos episcopales, viajes apostólicos- es
valorado considerando los cambios progresivos y la alteración de los
equilibrios internos en la perspectiva del sucesivo cónclave. No hay prelado
en el vaticano que no tenga en el cajón de su escritorio el mapa del poder y
la lista de los cardenales “grandes electores”; una lista continuamente
puesta al día, a la lápiz, insertando a los nuevos, cada vez que el papa
nombra a nuevos purpurados o, más bien, tachando los nombres de los
cardenales que llegan a la edad canónica de 80 años y queda entonces
automáticamente excluido de los electores.
Raramente en público, siempre en privado, se hacen pronósticos sobre el
nombre del papa que vendrá. En las discusiones se dejan implicar
sacerdotes y vaticanistas, serios teólogos y carreristas curiales. Entre las
consideraciones más frecuentes: el quién sale y quien asciende en la
jerarquía y, más todavía, en la gracia y simpatía de la cumbre vaticana.
En la situación actual, en la red del Espíritu Santo (que como siempre
soplará donde quiera), muy importante para hipotetizar qué es lo que
sucederá, es el factor tiempo. ¿Cuándo tendrá intención Bergoglio para
nombras nuevos cardenales, alargar el número de los grandes electores,
condicionar con elecciones dirigidas a orientar el cónclave próximo? No es
ningún misterio que cada papa (excepto el dimisionario Benedicto XVI) ha
buscado siempre asegurar la mayor continuidad posible, no indicando
claramente el sucesor preferido, pero modelando el colegio cardenalicio
según criterios bien precisos.
Ahora ya se puede observar la cambiada composición, sobre todo en la
proveniencia geográfica (geopolítica) de los nuevos cardenales y del
número de los que tienen derecho al voto, cuyo límite de 120 querido por
Pablo VI, se ha superado.
112
Hasta ahora Bergoglio ha convocado cuatro consistorios (podría convocar
el quinto a finales de junio de 2018).11 Sus elecciones han reafirmado
puntualmente la voluntad de disminuir la presencia y el relevo de los
cardenales europeos, en especial los italianos. Son siempre menos también
los purpurados expertos del gobierno pastoral de Roma, cuyo obispo se
aleja progresivamente de su ciudad. Actualmente (marzo 2018) el colegio
cardenalicio está compuesto exactamente por 120 electores, que
descenderán dentro de pocos meses a 114 porque cumplirán 80 años los
cardenales italianos Veglio, Romero, Coccopalmeiro y Amato; el portugués
Monteiro de Castro y el vietnamita Van Nhon. Los italianos descenderán de
23 a 19. En 2007 ninguno entre los creados era italiano: Zerbo (Mali),
Omelia (España), Arborelius (Suiza) Mangkhanekhon (Laos), Chaves (El
Salvador.
Insisto. Si se quiere intentar dar nombres y turnos a los potenciales
papables, razonando con el metro del presente, se debe prescindir de dos
elementos decisivos: Las elecciones del papa reinante y la mano del Espíritu
Santo. El tiempo que corre modifica muchos factores. Hasta la Navidad de
2017, cualquiera que se hubiera aventurado a adelantar el nombre de un
papable habría puesto en primer lugar al cardenal hondureño Maradiaga:
coordinador del consejo para las reformas, el C9, considerado muy cercano
a Bergoglio, como el obispo proveniente “casi del fin del mundo”… Y ahora
involucrado, casi arrastrado, en una sucia historia de cobro de consistentes
sumas de dinero recibidas del ateneo católico de su Honduras natal, una
mancha indeleble para cualquier purpurado, pero más para todavía para un
obispo que se decanta por los más pobres, marginados, excluidos, etc.12
Puesto fuera de juego Maradiaga, se trata de iluminar a los purpurados
cercanos al papa Francisco. Un sitio relevante va reservado al filipino Luís
Antonio Tagle (1957) arzobispo de Manila y presidente de Caritas
internacional. Es considerado uno de los intérpretes más fiel y preparado
de la línea “franciscanista”. A Tagle le gusta reconocerse en la definición
preferida de Bergoglio de “pastor que huele a las ovejas que se le han
confiado para su cuidado”. Es sensible a las temáticas ambientalistas y
frecuenta asiduamente los nuevos medios de comunicación. Hoy es el
11
Después de la publicación de este libro, el 29 de junio de 2018 Francisco nombró a 11 nuevos
purpurados electores, 9 de los cuales no son italianos y a 4 mayores de 80 años y, por tanto, no
electores. (Nota del Traductor)
12
El Cardenal Maradiaga cobraba casi medio millón de euros mensuales de la Universidad de
Tegucigalpa, nunca declarados, al margen de sus estipendios como Cardenal.

113
cardenal más consciente de que el catolicismo asiático, considerado (como
el africano) portador de un mensaje de esperanza para la Iglesia del futuro.
Parece elogiar y amplifica los mensajes de Bergoglio cuando habla de una
iglesia “humilde y no interesada por el poder temporal”. Sobre el nombre
del cardenal filipino podría converger el consenso del futuro cónclave, en el
caso de que se diesen dos condiciones: Si con los próximos nombramientos
el papa Bergoglio se asegurase el control de la potencial mayoría del
cónclave, y si esa mayoría permaneciera cuando se produjera el mismo.
Repentinos cambios de frente y de alianzas son habituales apenas un
pontífice muere y para los cardenales se avecina la cita electoral.
No sólo por estas consideraciones, sino sobre todo por el papel de gran
responsabilidad para el cual lo llamó Bergoglio, nombrándole para la
cumbre de la Secretaría de Estado, se debe considerar con extrema
atención la figura del cardenal Pietro Parolin (1955). A día de hoy parece
que él sea el papable número uno; diplomático refinado, infatigable
trabajador, conocedor profundo de la curia. Prácticamente todas las
opciones políticas del actual pontificado son fruto de sus intuiciones, de sus
viajes y del trabajo de constante monitoreo. Parolín ha dado pruebas
también de saber defender las propias posiciones y cuotas de poder. Su
contrariedad es la reforma de la curia propiciada por el australiano Pell, que
había restado competencias y recursos a la Secretaría de estado, convenció
al papa para que compartiese sus posiciones suspendiendo la propuesta de
Pell (obligado después a un retorno forzado a Australia para responder a
viejas y pesadas acusaciones de delitos sexuales). El cardenal véneto,
originario de Schiavon, no ocultó esta posición crítica. Entrevistado por
Fabio Marchese Rigona en su libro “Tutti gli uomini di Francesco” (2018)
Parolin reivindicó su resistencia, obviamente no para defender cuotas de
poder personal o institucional” y menos por una cierta inercia o pereza, sino
por la confrontación de propuestas de reforma que no se compartían
porque está convencido que somos inadecuados y que se puede y se debe
hacer mejor.
Leyendo aquella misma entrevista, se tenía la impresión que el Secretario
de Estado Vaticano esté buscando recortar per se una posición distinta (no
distante) de aquella de otros cardenales cercanos a Francisco, o eligiendo
el “sano realismo” del que, como papa Bergoglio, quiere traer el Evangelio
a todos, también en el confuso, dramático y contradictorio desarrollo del
mundo de hoy. Parolin rehúsa culpabilizar otras posiciones. Dice más bien
114
comprender al que defiende en modo apasionado y polémico la propia
identidad y cuanto permanece de inspiración cristiana. Es una valoración de
cualquier interés, que coloca políticamente a Parolin en una posición
central, dialogante y no divisiva, sobre el actual escenario.
Es posible que, si el lapso de tiempo del actual pontificado fuera todavía
largo, aparecerían otros nombres. Pero, en continuidad con el papa
Francisco, la lista de papables hoy más acreditados puede centrarse en
Parolin y Tagle.
En la vertiente crítica-disidente y opositora las previsiones son todavía más
complejas, por la objetiva dificultad de conciliar las propias convicciones
con las de las elecciones y las indicaciones del vértice vaticano. Los cinco
primeros años de pontificado han demostrado cuan numerosas y profundas
han sido las razones y las ocasiones de contraste. Por esto, en una análisis
realista de las relaciones de fuerza y de equilibrio actuales, se pueden
considerar fuera del elenco de los potenciales papables ya sea al prefecto
de la doctrina de la fe Müller (1947) ya al americano Burke (1948),
removidos y desautorizados por Bergoglio, considerados símbolos vivientes
de la hostilidad o de la resistencia a la Iglesia “misericordiosa”.
En el campo de batalla queda, teóricamente, el cardenal Robert Sarah
(1945). El guineano resiste en la cumbre de la congregación del culto divino,
donde lo quiso el papa a partir de 2014, antes de que los contrastes y las
polémicas lo pusieran en contra de la cumbre vaticana. Sarah es inflexible
defensor de la sacralidad de la misa y receloso de las confrontaciones de
innovaciones litúrgicas confiadas a las iglesias particulares nacionales y no
autorizadas preventivamente por Roma.
A partir de tales cuestiones se determinó en 2017 una censura pública por
parte de Bergoglio que desautorizaba al cardenal prefecto insistiendo en la
plena autonomía de los obispos. No sería el primer desencuentro. Pocos
meses después, sin avisar al cardenal, el papa decidió su alejamiento de
veintisiete sustitutos y funcionarios de su Congregación: un gesto
patentemente punitivo en las confrontaciones con el cardenal prefecto.
¿Por qué tanta hostilidad? No es difícil encontrar la respuesta, repensando
en las posiciones expresas del purpurado. En la misa, en Londres (2016) dijo
que no era obligatorio que el altar estuviese de cara al pueblo, como
impone la praxis conciliar. Y todavía: Nos arriesgamos a convertir la liturgia

115
en un escenario teatral en el cual los sacerdotes se convierten en los
protagonistas y actores principales y Dios viene siempre relegado a un
segundo plano. Se reduce todo a una auto celebración, a una convivencia
fraterna, a una reunión conjunta, a un acto de solidaridad.” Lo que la misa
y toda liturgia deben ser, a juicio de Sarah, es en cambio la promoción, de
la alabanza, la adoración, la sacralidad, el silencio, la centralidad de la
Palabra de Dios.
¿Podría ser el cardenal africano un nombre sobre el cual el sacro colegio,
cuando fuera el tiempo, pudiese reflexionar? Su historia personal es
admirable, expresión de un cristianismo misionero, conocido y abrazado
como una extraordinaria conquista. No es más como en un tiempo (también
reciente) cuando antes y durante un cónclave elementos como la
procedencia o el color de la piel serian objeto de evaluación atenta (el tema
del papa negro fue muy debatido en 1978, en el cónclave para suceder a
Pablo VI).
Otra cuestión que parece consignada en la historia es la nacionalidad
italiana, por siglos prerrogativa exclusiva de la cátedra Petrina y ya no
influyente en la elección de los cardenales electores. En las valoraciones
contarán siempre más las específicas culturas y la geopolítica; la vitalidad
de la Iglesia nacional de la cual son expresiones los potenciales candidatos.
En este sentido, el cuadro parece profundamente cambiado. En su vitalidad,
las jóvenes iglesias africanas se muestran intransigentes, hostiles a las
innovaciones más audaces propuestas por los teólogos y obispos de la vieja
Europa.
Se está consolidando un esquema inédito y significativo: En defensa del
magisterio y la tradición es desplegada la realidad que en el catolicismo fue
conquistada por la Iglesia misionera. Son sobre todo obispos y cardenales
extra europeos los que sostienen la prioridad y la urgencia de una nueva
evangelización entre las gentes y en los lugares que durante siglos vieron
crecer y afirmarse el catolicismo y la civilización cristiana.
¿Pero, realmente, podría ser acreditado Robert Sarah con cualquier
probabilidad de suceder a Francisco? Su posición distinta y a causa de
ciertas palabras intransigentes pronunciadas por él, es hoy un obstáculo
difícilmente remontable, pero en un futuro podría no ser un impedimento.
También el cardenal Siri, arzobispo de Génova y muy crítico con las
interpretaciones conciliares más abiertas, fue un papable muy cotizado en

116
el primero de los cónclaves de 1978. Su candidatura fue abandonada a
causa del clamor provocado por la publicación de una entrevista realizada
al arzobispo de Génova poco después del “extra omnes”. Se escribió de una
manera organizada por el ambiente hostil a él, se trató de cualquier modo
de un error que le fue fatal.
Ya que las cuotas del cardenal africano podrían subir, creo que el Espíritu
Santo deberá empeñarse mucho. Deberá concurrir una dosis intensa de
buena voluntad recíproca para generar una reconciliación entre el papa
Bergoglio y Sarah, para que el mismo pontífice vuelva a considerar
merecedor de su confianza a este extraordinario cardenal, al cual confió la
guía y la responsabilidad del dicasterio para el culto divino.
En todo caso, cuando llegue el día, en toda la Iglesia prevalecerá al fin una
confiada serenidad. Lo confirman las palabras elegidas por Emilio Innocenti
en la conclusión de su “La evolución de la curia romana hasta el papa
Francisco (2017): Tenemos dos mil años, han pasado más de 260 papas,
pobres hombres todos inadecuados para la tarea sobrehumana a la cual no
se pueden substraer, la organización eclesial deberá siempre autogenerarse
en su forma carnal y humana. Después del papa Francisco, cualquier otro
intentará hacerlo mejor con teológica conciencia.
Se podría decir: “sara quel che sara”…mejor todavía si tuviese un h final.

117
118

Potrebbero piacerti anche