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De ahí que Landa Arroyo sostenga que “las bases del derecho penal no hay buscarlas en

las leyes, sino en la Constitución, entendida como orden jurídico fundamental del actual
Estado constitucional democrático”[33]. La referencia del sistema penal y civil a la
Constitución permite evitar contradicciones normativas. Esta afirmación se sustenta en el
principio de supremacía constitucional, sin lugar a dudas.

Es por eso que las Constituciones modernas se fundan en un conjunto de principios y de


reglas cuyos contenidos delimitan, con mayor o menor precisión, el marco en el que se
debe resolver cualquier tipo de controversias relativas a los límites a los derechos
fundamentales[34]. La Constitución como concreción de la norma y de la realidad social,
política y económica, es el parámetro fundamental para establecer la conformidad de la
norma legal con dicha realidad constitucional[35].

Es importante señalar las reglas y principios muy importantes para una correcta
argumentación, tenerlos definidos, para su mujer utilización al memento de ponderar
derechos fundamentales entre sí. Es por ello que Dworkin sostiene que “la diferencia entre
principios jurídicos y normas jurídicas es una distinción lógica. Ambos conjuntos de
estándares apuntan a decisiones particulares referentes a la obligación jurídica en
determinadas circunstancias, pero difieren en el carácter de la orientación que dan. Las
normas son aplicables a la manera de disyuntivas. Si los hechos que estipula una norma
están dados, entonces o bien la norma es válida, en cuyo caso la respuesta que da debe
ser aceptada, o bien no lo es, y entonces no aporta nada a la decisión. Los principios en
cambio, no establecen consecuencias jurídicas que se sigan automáticamente cuando se
satisfacen las condiciones previstas; los principios enuncian una razón que discurre en
una sola dirección, pero no exige una decisión en particular”[36].

En ese sentido, Alexy[37] por su parte expone que la distinción entre reglas y principios
no es nueva y que a pesar de su antigüedad y de su frecuente utilización, impera al
respecto confusión y polémica. Existe una desconcertante variedad de criterios de
distinción. Los principios son normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor
medida posible, dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto, los
principios son mandatos de optimización, que están caracterizados por el hecho de que
pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida debida de su cumplimiento no
sólo depende de las posibilidades reales sino también de las jurídicas. El ámbito de las
posibilidades jurídicas es determinado por los principios y reglas opuestos. En cambio,
las reglas son normas que sólo pueden ser cumplidas o no. Si una regla es válida, entonces
debe hacerse exactamente lo que ella exige, ni más ni menos. Por tanto, las reglas
contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica y jurídicamente posible. Esto
significa que la diferencia entre reglas y principios es cualitativa y no de grado. Toda
norma es o bien una regla o un principio[38].

Continuando, estas ideas, el Tribunal Constitucional ha expuesto que, las distintas


eficacias de las disposiciones constitucionales, da lugar a que éstas puedan ser divididas
entre “normas regla” y “normas principio”. Mientras que las primeras se identifican con
mandatos concretos de carácter autoaplicativo y son, consecuentemente, judicializables,
las segundas constituyen mandatos de optimización, normas abiertas de eficacia diferida,
que requieren de la intermediación de la fuente legal, para alcanzar plena concreción y
ser susceptibles de judicialización[39].

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