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Parece ser que Johann se percató pronto de las dotes musicales de Ludwig y se
aplicó a educarlo con férrea disciplina como concertista, con la idea de
convertirlo en un niño prodigio mimado por la fortuna, a la manera del primer
Mozart. En 1778 el niño tocaba el clave en público y llamó la atención del anciano
organista Van den Eeden, que se ofreció a darle clases gratuitamente. Un año
más tarde, Johann decidió encargar la formación musical de Ludwig a su
compañero de bebida Tobias Pfeiffer, músico mucho mejor dotado y no mal
profesor, pese a su anarquía alcohólica que, ocasionalmente, imponía clases
nocturnas al niño cuando se olvidaba de darlas durante el día.
Infancia y formación
Los testimonios de estos años trazan un sombrío retrato del niño, hosco,
abandonado y resentido, hasta que en su destino se cruzó Christian Neefe, un
músico llegado a Bonn en 1779, quien tomó a su cargo no sólo su educación
musical, sino también su formación integral. Diez años más tarde, el joven
Beethoven le escribió: «Si alguna vez me convierto en un gran hombre, a ti te
corresponderá una parte del honor». A Neefe se debe, en cualquier caso, la nota
publicada en el Cramer Magazine en marzo de 1783, en la que se daba noticia
del virtuosismo interpretativo de Beethoven, superando «con habilidad y con
fuerza» las dificultades de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, y
de la publicación en Mannheim de las nueve Variaciones sobre una marcha de
Dressler, que constituyeron sin duda alguna su primera composición.
Amarga habría sido la vida del joven Ludwig en Bonn, sobre todo tras la muerte
de su madre en 1787, si no hubiera encontrado un círculo de excelentes amigos
que se reunían en la hospitalaria casa de los Breuning: Stefan y Eleonore von
Breuning, a la que se sintió unido con una apasionada amistad, Gerhard Wegeler,
su futuro marido y biógrafo de Beethoven, y el pastor Amenda. Ludwig compartía
con los jóvenes Von Breuning sus estudios de los clásicos y, a la vez, les daba
lecciones de música. Habían corrido ya por Bonn (y tal vez este hecho le abriera
las puertas de los Breuning) las alabanzas que Mozart había dispensado al joven
intérprete con ocasión de su visita a Viena en la primavera de 1787. Cuenta la
anécdota que Mozart no creyó en las dotes improvisadoras del joven hasta que
Ludwig le pidió a Mozart que eligiera él mismo un tema. Quizá Beethoven
recordaría esa escena cuando, muchos años más tarde, otro muchacho, Liszt,
solicitó tocar en su presencia en espera de su aprobación y aliento.
Estos años de formación con Neefe y los jóvenes Von Breuning fueron de
extrema importancia porque conectaron a Beethoven con la sensibilidad liberal
de una época convulsionada por los sucesos revolucionarios franceses, y dieron
al joven armas sociales con las que tratar de tú a tú, en Bonn y, sobre todo, en
Viena, a la nobleza ilustrada. Pese a sus arranques de mal humor y carácter
adusto, Beethoven siempre encontró, a lo largo de su vida, amigos fieles,
mecenas e incluso amores entre los componentes de la nobleza austriaca, cosa
que el más amable Mozart a duras penas consiguió.
Beethoven tenía sin duda el don de establecer contactos con el yo más profundo
de sus interlocutores; aun así, sorprende la fidelidad de sus relaciones en la élite,
especialmente si se considera que no estaban habituadas a un lenguaje
igualitario, cuando no zumbón o despectivo, por parte de sus siervos, los
músicos. Forzosamente la personalidad de Beethoven debía subyugar, incluso al
margen de la genialidad y grandeza de sus creaciones. Así, su amistad con el
conde Waldstein fue decisiva para establecer los contactos imprescindibles que
le permitieron instalarse en Viena, centro indiscutible del arte musical y escénico,
en noviembre de 1792.
En Viena
El avance de las tropas francesas sobre Bonn y la estabilidad del joven
Beethoven en Viena convirtieron lo que tenía que ser un viaje de estudios bajo
la tutela musical de Haydn en una estancia definitiva. Allí, al poco de llegar,
recibió la entusiasta protección del príncipe Lichnowsky, quien lo hospedó en su
casa, y recibió lecciones de Johann Schenck, del teórico de la composición
Albrechtsberger y del maestro dramático Antonio Salieri.
Durante estos «años felices», Beethoven llevaba en Viena una vida de libertad,
soledad y bohemia, auténtica prefiguración de la imagen tópica que, a partir de
él, la sociedad romántica y postromántica se forjaría del «genio». Esta felicidad,
sin embargo, empezó a verse amenazada muy pronto, ya en 1794, por los
tenues síntomas de una sordera que, de momento, no parecía poner en peligro
su carrera de concertista. Como causa los biógrafos discutieron la hipótesis de
la sífilis, enfermedad muy común entre los jóvenes que frecuentaban los
prostíbulos de Viena, y que, en cualquier caso, daría nueva luz al enigma de la
renuncia de Beethoven, al parecer dolorosa, a contraer matrimonio. La gran
crisis moral de Beethoven no estalló, sin embargo, hasta 1802.
La crisis
Obras maestras de este período son, entre otras, el Concierto para violín y
orquesta en re mayor, Op. 61 y el Concierto para piano número 4, las oberturas
de Egmont y Coriolano, las sonatas A Kreatzer, Aurora y Appassionata, la
ópera Fidelio y la Misa en do mayor, Op 86. Mención especial merecen sus
sinfonías, que tanto pudieron desconcertar a sus primeros oyentes y en las que,
sin embargo, su genio consiguió crear la sensación de un organismo musical,
vivo y natural, ya conocido por la memoria de quienes a ellas se acercan por
primera vez.
El incidente de Treplitz
Desde 1814 dejó de ser capaz de mantener un simple diálogo, por lo que empezó
a llevar siempre consigo un "libro de conversación" en el que hacía anotar a sus
interlocutores cuanto querían decirle. Pero este paliativo no satisfacía a un
hombre temperamental como él y jamás dejó de escrutar con desconfianza los
labios de los demás intentando averiguar lo que no habían escrito en su pequeño
cuaderno. Su rostro se hizo cada vez más sombrío y sus accesos de cólera
comenzaron a ser insoportables. Al mismo tiempo, Beethoven parecía dejarse
llevar por la pendiente de un caos doméstico que horrorizaba a sus amigos y
visitantes. Incapaz de controlar sus ataques de ira por motivos a veces
insignificantes, despedía constantemente a sus sirvientes y cambiaba sin razón
una y otra vez de domicilio, hasta llegar a vivir prácticamente solo y en un estado
de dejadez alarmante.
A los 24 años publicó su primera obra importante: tres tríos para piano, violín
y violonchelo (Opus 1). Un año después, realizó su primer concierto público
en Viena donde interpretó sus propias obras.
El día de su muerte