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Fetichismos en la ciudadanía
Durante su trabajo de campo en Formosa, Gordillo observa que la gente toba del oeste le
mostraba de manera imprevista símbolos mundanos de poder estatal: fotos, certificados de
diverso tipo, y lo más importante, su documento de identidad. Esto ocurrió en la década de 1990,
la gente le mostraba sus documentos sin que él lo pidiera.
Noto la misma situación en la comunidad Wichi en los años 2000 y 2003. Esta práctica se produjo
por la incoporación contradictoria de estos grupos en el Estado-nación argentino. Y esta actitud
revela una preocupación por la materialidad de los documentos que está configurada por la
memoria de haber sido privados de ellos durante décadas.
A partir de esta tensión, el autor analiza la relación entre ciudadanía y subjetividad; y lo hace de
forma negativa: se centra el gente que por mucho tiempo no tuvo derecho de ciudadanía y se
sintió profundamente marginada por su falta de documentos.
El poder del documento es concebido como una cualidad que ha sido incorporada por la sustancia
del objeto y que adquiere una dinámica y fuerzas propias. Esto se debe a los que los tobas y los
wichis han compartido una experiencia histórica de violencia estatal. Viven en comunidades en el
monte de la pesca, la recolección de frutos y miel, la caza, la agricultura y el trabajo asalariado
estacional.
Las campañas militares de las décadas de 1870 y 1880, incorporaron a Pampa-Patagonia y al Gran
Chaco dentro de las fronteras capitalistas de derrotaron a grupos indígenas que hasta ese
momentos eran autónomos. A la vez llegan al país millones de inmigrantes europeos que cambian
el paisaje urbano y rural. Estos inmigrantes cumplían con las condiciones para ser incluidos dentro
de la ciudadanía; los indígenas en cambio, estaban colocados fuera de la nación. En un primer
momento el gobierno les otorgó el estatus legal de menores. A la vez, masivas expropiaciones de
tierras sumó a los indígenas a una economía política y muchos empezaron a depender del trabajo
asalariado. Sin embargo, el Chaco occidental no recibió inversiones directas del capitalismo y
permitió a los tobas y a los wichís mantener un relativo control.
El avance del ejército forzó a los indígenas a contar con un “certificado” de buen comportamiento
para evitar sufrir la violencia estatal. La potencia que estos grupos le adjudicaban a estos textos,
estaba ligada a la visión de la palabra escritra como símbolo de poder de los actores que habían
conquistado la región.
Estos documentos eran altamente individualizados. Sin embargo no eran homogéneos: era
producidos ad hoc y individualizaban tanto al autor como al receptor. Por ejemplo el recibido por
el cacique Caballero fue escrito por una figura pública influyente. Esto era fundamental para darle
validez frente a militares y policías. Los poseedores de estos documentos no podías leerlos y
dependían de que los funcionarios se los leyeran en voz alta. El poder de los documentos para
evitar la violencia sufrida por los indígenas era muy alto. Esta experiencia incrementó el poder
fetichizado.
También eran escritos por ciudadanos particulares y extranjeros con una cierta influencia en el
área. Esto legitimo formas privadas de documentación como válidas para los agentes del
gobierno.
Cuando los indígenas no podían obtener estos “certificados de buena conducta”, a menudo
trataban de conseguir cualquier papel que pudiera ser visto como su equivalente. Los registros
que documentaban su rol como trabajador asalariado les daba un nuevo estatus de clase. Tobas,
Pilaga y Wichís veían estos certificados como una suerte de talismán. Siempre quien escribía estas
notas debía ser alguien confiable, los indígenas no podían producirlas. En algunos casos quien
escribía el documento no era lo suficientemente “respetable” y el papel fallaba para disuadir a las
autoridades en la represión.
Décadas más tarde la memoria colectiva asociaba una relación estrecha entre la violencia y la
ausencia de documentos escritos con los cual detenerla. Algunas personas recuerdas su antigua
Antro Sis La vida de los hombres infames
TISORNIA Tema 5, Foucault
falta de documentos como una cuestión ontológica que merecía ser castigada en forma violenta.
La violencia era el impuesto por no tener prueba escrita de confiabilidad. Esta falta de
documentos los reducía a una animalidad que hacía que su asesinato fuera legal.
Mientas que en las décadas de 1940 y 1950, los parámetros hegemónicos de ciudadanía estaban
siendo radicalmente redefinidos y expandidos en el resto de la Argentina, la marginación política
de estos grupos continuó varias décadas más.
A finales de la década de 1930, el gobierno federal tomó las primeras tímidas medidas para
proporcionar documentos a grupos aborígenes, pero estos proyectos no llegaron a implemetarse.
En la década de 1940 con el surgimiento del peronismo, esta situación cambió. Se amplió
considerablemente la noción de nacionalidad. En 1947, el gobierno peronista reconoció a los
indígenas como ciudadanos y comenzó campañas de documentación. Poco después ganaron
derecho a voto las mujeres expandiendo notablemente parámetro de ciudadanía.
Aún asi en en Chaco occidental, la mayoría de los aborígenes continuó sin documentos por dos
décadas más. En los ingenios azucareros donde trabajaban buena parte del año donde se
sintieron más alienados de los documentos. No tener estos documentos implicó tener una paga
inferior. En los ingenios los indígenas recibían apellidos nuevos para crear sujetos legibles con
fines impositivos y de reclutamiento militar. Se los nombraba para cosificarlos como objetos
maleables y manipulables. En todos los casos, hombres y mujeres terminaron con dos nombres
personales: un nombre indígena y un nombre y un apellido en castellano.
El capataz era el único que podía leer la planilla y decir cuanto debía cobrar el indígena, ya que
este no sabía leer. Su imposiblidad de leer y su fascinación con las mercancías que podían
comprar, fomentó a alimentar el poder proyectado sobre estos papeles.
Muchos indígenas recuerdan la falta de documentos como una condición ontológica que
confirmaba su estatus inferíos y los privaba de unirse sindicatos e incluso protestar. Algunas
personas incluso consideraban que los documentos determinan la riqueza de quienes los poseían.
Algunos tobas y wichis recuerdan las condiciones de vida del ingenio, como producto directo del
estatus como indocumentados.
Los imaginarios analizados en este capítulo son particularmente fuertes entre adultos que tienen
más de 40 años. Las nuevas generaciones de tobas y wichís no llegaron a vivir personalmente lo
que experimentaron sus padres y abuelos. De cualquier forma recuerdan las experiencias de sus
padres y abuelos y no toman su nacioalidad argentina como algo leve o sin importancia.
Conclusión
Su memoria colectiva está todavía constituida por experiencias previas de extrañamiento con
respecto a la comunidad nacional. Esta alienación creo visiones sobre los documentos con rasgos
distintivos del fetichismo: la proyección de poder creado por relaciones históricas en la substancia
de los objetos.
Para Taussig la principal propiedad del fetiche es “registrar la representación más que lo que es
representado, el modo de significación a expensas de la cosa significada”. En el Chaco, la
fetichización de los documentos de identidad condensa este doble proceso. Mucha gente
transformó los documentos en representaciones de la ciudadanía que, si bien obtienen su poder
del “Estado”, ganan una fuerza propia. Y el modo de significación (el DNI) adquiere su potencia a
costa de lo que es significado, la red de relaciones y derechos constitutiva de formas nacionales de
pertenencia.
Es importante no olvidar que pasaportes, DNI y otros registros carecen de valor por completo de
valor sin las relaciones sociales que los producen y les dan significado como símbolos de algo más.