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1.

Terapia de Pareja

Terapia de Pareja, también denominada Psicoterapia de Pareja, es el tratamiento clínico psicológico que se brinda a ambos miembros de
una relación sentimental, en su condición de enamorados, novios, esposos, convivientes, separados y/o divorciados, por parte de un
psicoterapeuta o terapeuta profesional, debidamente capacitado y facultado por los respectivos organismos oficiales reguladores del país
donde ejerce su profesión.

En una terapia de pareja, el psicoterapeuta se centrará fundamentalmente en mejorar la comunicación en la relación. De esta manera, se
aprenderá a controlar los impulsos y emociones para afrontar y resolver los conflictos que puedan surgir de una manera más eficiente.
Además, se enseñará a ver los problemas desde otra perspectiva, intentando relativizar los mismos sin que los personalismos, la soberbia u
orgullo puedan distorsionar los juicios de valor.

3.1. Historia de las Terapias de Pareja

La consejería matrimonial se originó en Alemania en los años de 1920 como parte del movimiento eugenésico.1 Los primeros institutos de
consejería matrimonial en los Estados Unidos de América se crearon en los años de 1930, parcialmente en respuesta a los centros médicos
alemanes de consejería matrimonial para purificación racial. En los Estados Unidos de América, los promotores fueron Paul Popenoe,
Robert Latou Dickinson, Abraham y Hannah Stone.

Entre otros pioneros en los EUA se incluye a Lena Levine y Margaret Sanger.

No fue hasta los años de 1950 que los terapeutas empezaron a tratar los problemas psicológicos en el contexto de la familia.6 Por lo tanto,
la terapia de pareja como un servicio profesional y discreto es un fenómeno reciente. Hasta finales del siglo XX, la labor de consejería para
parejas la realizaban informalmente amigos cercanos, familiares o consejeros religiosos locales. Los psiquiatras, psicólogos, consejeros y
trabajadoras sociales trataban principalmente problemas psicológicos individuales en un entorno médico y psicoanalítico.

A raíz de la creciente modernización u occidentalización en muchas partes del mundo, y el continuo cambio hacia familias nucleares
aisladas, se está optando por recurrir a terapeutas de pareja o consejeros matrimoniales.

3.2. Causas de las Terapias de Pareja

Problemas de comunicación

Infidelidad y Celos

Diferencias interpersonales: Objetivos, intereses y/o hábitos cotidianos distintos

Problemas relacionados con el apoyo familiar inadecuado

Problemas en la relación con los padres y los familiares políticos

Problemas relacionados con la ausencia de un miembro de la familia por muerte o desaparición

Problemas relacionados con hechos estresantes que afectan a la familia y al hogar

Problemas asociados al uso inadecuado de redes sociales

Cambios generados por la convivencia

Falta de tiempo y rutina

Distintas etapas del amor

Definición de roles como padres

Crecimiento de la familia

Distribución de las responsabilidades económicas y/o del hogar

Insatisfacción sexual

Otros problemas de pareja para abordaje psicoterapéutico.

3.3. Función de la Terapia de Pareja


El objetivo de la terapia es buscar nuevas posibilidades de relación, de acuerdo con las necesidades, características y potencial de cada
pareja y de cada individuo. También, facilitar una mayor comprensión de sí mismo, del otro y de la relación; abrir canales de
comunicación; modificar patrones de relación disfuncionales; elaborar conflictos del presente y heridas del pasado; y fomentar el desarrollo
tanto individual como de la pareja.

En la mayoría de los casos, el trabajo consiste en intervenciones sobre la estructura y el funcionamiento conyugal, aumentando la capacidad
de la pareja para abordar situaciones complejas o difíciles. Para ello el terapeuta dispone de una serie de recursos técnicos, entre ellos la
prescripción de tareas que se realizan por la pareja entre sesiones.

La terapia también puede actuar como soporte para la preparación de un proceso de ruptura o separación de manera constructiva, velando
por la salud y el bienestar de sus miembros y de sus hijos, si los hay.

3.4. Características de la Terapia de Pareja

Cada miembro de la pareja se responsabiliza de su propia felicidad y no deja ésta en manos de la pareja. Para que puedas tener una
relación de pareja sana primero te tienes que querer y valorar a ti mismo/a. Si te infravaloras, culpas o dependes de tu pareja, la relación no
podrá ser de igual a igual, uno de los dos miembros de la pareja llevará el peso de la relación y eso la convierte en una relación patológica.

Una buena comunicación y el equilibrio son clave. La escucha activa y la empatía son rasgos fundamentales para que se dé una
relación de pareja sana. Es importante comprender el punto de vista del otro aunque no estemos de acuerdo, además de intentar comprender
por qué actúa de la manera que lo hace. En este punto es importante ser flexibles, tolerantes y tener como objetivo la búsqueda de acuerdos
para lograr estar en "el mismo bando".

La asertividad y la sinceridad son puntos importantes. Muchas veces en las relaciones de pareja se tiende a creer que si la otra
persona te conoce, sabrá lo que piensas. Ése es uno de los grandes errores en las relaciones. Nadie puede saber en qué estás pensando al
100% o qué opinas sobre las cosas. Si algo te molesta, dilo, no esperes a que el otro lo adivine. Muchas veces este tipo de pensamiento
genera graves discusiones y dinámicas. Eso sí, hay que intentar defender la propia opinión y criterio sin ofender ni despreciar a la otra
persona. Se puede ser sincero/a sin herir.

La confianza es un elemento indispensable. Es imposible tener una relación sana si no confías en tu pareja. Es importantísimo
creer en el otro aceptando como es y apoyarte en él cuando lo necesites. Del mismo modo, tú también tienes que ser su muleta cuando esté
cojo. Darle el voto de confianza y creer es uno de los mejores signos de salud en la relación. Aquí evidentemente englobamos el tema de
los celos. Es inevitable sentir algo de celos, pero hay que confiar en que la persona no te va a traicionar para poder llevar una buena
relación; si no estás vendiendo la piel antes de matar al oso.

Vivir el presente y tener la mirada puesta en el momento actual. De nada sirve centrarse en los errores pasados. Una relación sana
no es necesariamente aquella en la que no se discute ni ha habido graves problemas. Por poner un ejemplo, se puede tener una relación sana
habiendo habido una infidelidad; eso sí, para ello es importantísimo haber recuperado la confianza en el otro y haber perdonado. En las
relaciones sanas no hay reproches del pasado ni se vive permanentemente con el miedo de cuándo me va a volver a fallar la otra persona.
Se confía en el otro y se vive el presente junto.

Ten expectativas realistas con respecto a tu pareja. Si tu pareja es un despiste, no pretendas que recuerde al pie de la letra todo lo
que tú sí que recuerdas. Intenta comprender cómo es la otra persona y adecuarte a lo que te puede proporcionar. No le pidamos peras al
olmo. Es importante valorar si lo que le pides que dé en la relación te lo puede proporcionar. El objetivo no es construirse una pareja a
"medida" con lo que te has encontrado por el camino, sino aceptar cómo es tu pareja y pedirle lo que necesitas siempre y cuando no sea
exigirle demasiado. Os lo explico con una analogía: si tú te compras un sofá pero no te gusta, puedes tapizarlo o ponerle unos cojines, pero
si lo que haces es serrarlo y con él hacerte un sofá, lo tapizas y le pones un chaiselong, has modificado tanto su estructura que no tiene nada
que ver con el original. Para eso, casi mejor que directamente te compres una butaca. Pues eso es lo que le pasa a mucha gente que intenta
cambiar tanto a su pareja que pierden su esencia. Una cosa es amoldarse al otro y otra cosa muy diferente es cambiar quien es.

Cada uno de los miembros tiene que cuidar su individualidad. Éste punto es muy pero que muy importante. Es fundamental que
cada miembro de la pareja sienta que puede ser feliz independientemente del otro. No es bueno ni darse por completo ni esperar que el otro
lo dé todo por uno mismo. Si no sabes hacer algo, aprende en lugar de esperar que sea tu pareja quien te resuelva la papeleta. Así, también
es importante cuidar las relaciones sociales, la familia, los hobbies propios... es decir, todo aquello que te da identidad como ser
independiente de forma paralela a cuidar de la relación de pareja.

Las dos personas valoran la relación y quieren estar en ella porque quieren y no porque lo necesitan. Es decir, una relación sana es
aquella que no implica codependencia. No se está con el otro por necesidad sino por placer. En otras palabras: el otro no te aporta lo que te
falta. Tú eres un ser completo independientemente de tu pareja pero sí que te aporta un plus de felicidad.
3.5. Calidad de la Relación de Pareja

En 1998, Lewis planteaba cinco aspectos fundamentales para tener en cuenta cuando deseamos determinar la calidad de una relación:

1. Poder. ¿Quién está a cargo? Este es un aspecto complejo, dada la definición misma del término. Existen muchas clases de poder que
estarán presentes en la dinámica de las parejas, por ejemplo, será ejercido por un miembro o por el otro en diferentes circunstancias o será
compartido en otras; pero lo esencial es que de la manera como se resuelvan estas situaciones de poder, se determinará buena parte de la
evolución de las parejas.

2. Proximidad distancia. Se entiende como la intensidad emocional, la cantidad de actividades y valores compartidos. Cada uno de los
miembros de la pareja determinará qué tipo de distancia emocional considerará como próxima y en qué momentos se asumirá como muy
distante. También se establecerá qué clase de comportamientos denotarán intimidad.

3. Inclusión-exclusión. Esta dupla indica quién es más considerado como parte del sistema de la pareja. Esta clase de límites no solamente
se aplicarán a familiares y otras personas, sino que también involucran aspectos como intereses profesionales, lo mismo que los recreativos.

4. Compromiso de pareja. Ambos miembros de la pareja necesitan experimentar y sentir que cada uno y los dos están comprometidos con
la relación y que son prioritarios en la vida del otro.

5. Intimidad. Comprendida como la posibilidad del conocimiento del otro más allá de la imagen construida en la interacción familiar o
social, por ejemplo, la posibilidad de compartir de manera recíproca los aspectos vulnerables de cada uno. Adicionalmente, la construcción
de espacios y tiempos propios de la pareja.

2. Tipos de Terapia de Pareja

4.1. Terapia de pareja psicodinámica

La terapia de pareja llevada a cabo desde la perspectiva psicodinámica suele centrarse en la presencia de conflictos producidos en la
infancia o en el desarrollo temprano como causa de la generación de problemas de pareja en el presente. También se analiza el uso de
mecanismos de defensa como la proyección en el otro de los propios miedos o la introyección de características del otro en el propio self
del individuo.

Otros aspectos destacables son el alto valor dado a la relación terapéutica y a las fantasías conscientes e inconscientes de cada uno de los
miembros de la pareja, especialmente en lo que a la relación se refiere.

4.2. Terapia de pareja sistémica

Uno de los tipos de terapia de pareja más conocido, y que también lleva a la aplicación de la terapia familiar, es la que se basa en el
paradigma sistémica. En este caso la relación de pareja es vista como un sistema abierto en el que se produce un intercambio de roles,
normas y relaciones. La mayor parte de problemáticas se suelen vincular a problemas de comunicación, ausencia de captación o expresión
de las necesidades de cada miembro de la pareja o de la aparición o mantenimiento de roles fijados que llegan a volverse disfuncionales y
generadores de sufrimiento.

4.3. Terapia de pareja cognitivo-conductual

La terapia cognitivo-conductual es la más prevalente y reconocida a día de hoy en la mayor parte de facetas de la psicología. Este tipo de
terapia suele ir vinculada a las cogniciones, creencias, expectativas y pensamientos de cada sujeto, así como en los comportamientos
derivados de ellos. Así, es habitual que bajo este paradigma se trabajen las divergencias en cuanto a expectativas en la relación, la presencia
de conductas que suponen sufrimiento para una de las partes. Se trabajan situaciones en que existe un control excesivo o un bajo refuerzo
mutuo.

4.4. Terapia de pareja humanista

Otro de los tipos de terapia de pareja, quizás menos conocida que las anteriores, es la basada en el enfoque humanista. Desde este enfoque
se busca que los miembros de la pareja desarrollen y optimicen sus potencialidades, se derriben máscaras y roles y se auto descubran a sí
mismos. Se considera que es el desarrollo de la individualidad de cada miembro de la pareja lo que va a llevar a que la unión entre ambos
sea más sólida.

4.5. Otros tipos de terapia de pareja

Hasta ahora hemos hablado de diferentes tipos de terapia de pareja basados en el paradigma del que se parte, pero estas no son los únicos
existentes. Podemos encontrar dentro de estos mismos paradigmas diferentes maneras de conceptualizar y llevar la terapia.
Por ejemplo, existe la terapia focalizada en las emociones (en que se busca mejorar el vínculo a partir de la expresión emocional y la
superación de círculos viciosos de emociones negativas) o la integral basada en la aceptación y compromiso de la situación problemática
(por ejemplo, el padecimiento de un trastorno crónico). También existen terapias más centradas en determinados aspectos de la relación,
como ocurre con la terapia sexual.

3. Momentos de la Terapia de Pareja

La terapia de pareja constituye un área de la psicoterapia que, en la opinión de muchos, es larga en historia pero corta en tradición. Olson,
el primer cronista del campo de la terapia de pareja, se refería a esta como una joven que no ha desarrollado sus bases teóricas de manera
sólida y que no ha evaluado sus principales fundamentos.

Un aspecto interesante lo constituye el que los tempranos pioneros de la terapia familiar explícitamente consideraban la terapia de pareja
como un asunto no fundamental en su labor. El asumir la terapia de pareja como un elemento de segunda importancia en el amplísimo
campo de la terapia familiar se mantiene aún, pese a las afirmaciones de uno de los fundadores de la terapia familiar, como Nathan
Ackerman, quien identificaba la terapia de los trastornos de pareja como el núcleo del cambio familiar.

Lo mismo ocurría con Fraenkel, otro de los grandes en el campo, quien sugería que al menos históricamente las dos modalidades, la
terapia de familia y la terapia de pareja, se manejaban desde el mismo cuerpo de conceptos y de técnicas, aunque esto pareciera en
ocasiones ser menos cierto. El estatus de segundo plano de las representaciones de la terapia de pareja se ha dado dentro de lo que Gurman
y Fraenkel llamaban la larga negación del hecho de que la mayoría de los terapeutas de familia predominantemente trabajan con parejas,
más que con dos generaciones de familias.

Así, una encuesta de Rait entre terapeutas familiares mostraba cómo una quinta parte de sus casos eran terapia de pareja y, además, halló en
las intervenciones familiares que los tres problemas más frecuentemente identificados eran dificultades de pareja. Simmons y Doverty,
evaluaron los patrones de práctica de los terapeutas de familia y encontraron que las dificultades de la pareja, con el 59% de los casos,
excedían los problemas familiares.

Recordemos la importancia que cobra como asunto de salud pública la terapia de pareja, si consideramos las consecuencias de las rupturas,
cada vez más frecuentes. No es tan reciente que un alto porcentaje de personas demanden la atención de terapeutas desde lo individual,
pero en muchas ocasiones la causa de la consulta se origina en dificultades maritales: conflictos de roles, insatisfacción sexual o violencia.

En 1960, Gurin mostraba cómo en el 40% de las personas que buscaban ayuda psicológica centraban sus problemas en dificultades de
pareja. El conflicto marital recurrente y las rupturas están asociados con un amplio número de secuelas en adultos y niños. Los miembros
de las parejas en problemas tienen cada uno una mayor probabilidad de sufrir ansiedad, depresión y suicidio, sin descontar abuso de
sustancias, problemas médicos generales, así como conductas que los exponen a enfermedades de transmisión sexual. Dados los
antecedentes anteriores y a la hora de trabajar con parejas en conflicto, es necesario definir la expresión terapia de pareja, que ha venido a
reemplazar la de terapia marital, porque la primera está centrada en el enlace y en el vínculo entre dos personas, sin el tono de juicio social
o de valor implicado por el término tradicional previo.

Así mismo, es necesario tener en cuenta el aspecto temporal en que se va a realizar la terapia, y que se refiere a la fase de la relación en que
ocurre el problema. El foco de la mayor parte de las terapias de pareja es remedial, es decir, ocurre durante la fase prolongada de la
relación, que continúa o prosigue a alguno de los rituales simbólicos que afirman un acuerdo de continuidad de largo término. Cuando una
intervención en esta fase ocurre y no es de carácter remedial, podríamos verla como prevención primaria o enriquecimiento. Cuando ocurre
previo a un ritual, se habla de consejería premarital, y si reviste un carácter remedial, se considerará prevención. Curiosamente, se ha
incrementado su ejercicio, pero no se ha desarrollado un cuerpo de doctrina. Gurman y Fraenkel plantearon cuatro etapas en su desarrollo
histórico. En el trabajo de estos dos autores, se examinan las mayores influencias conceptuales en el campo de la terapia de pareja en cada
período y se presta particular atención a las teorías y métodos que han mostrado influencias más fuertes y perdurables.

La primera fase se describe como la comprendida entre 1930 y 1963, denominada formación no teórica en el campo de la
consejería matrimonial. De manera oficial, por asuntos de organizaciones que trabajaban en este campo, al menos, en Estados Unidos, los
primeros institutos se constituyeron justamente entre 1930 y 1932. Básicamente, la intervención se dirigía a parejas sin afectaciones en su
desempeño que las hicieran francamente disfuncionales.

Tampoco estaban incluidas dentro de los grupos de intervención aquellas parejas en quien alguno de sus miembros padecía algún tipo de
padecimiento psiquiátrico grave. La idea central de su discurso era el de hacer que las parejas funcionaran mejor. La aproximación estaba
enfocada en el motivo de consulta, de carácter breve y con elementos claramente didácticos. Un aspecto que llamaba la atención era que
aunque los terapeutas estaban interesados en el bienestar de las parejas, la intervención conjunta con ella ocurría con poca frecuencia. De
hecho, en 1940 tan sólo alcanzaba un 5%, y en 1960, un 15%. Este período se caracteriza por la carencia de un cuerpo de doctrina o
filosofía a la cual se adhirieran las intervenciones. Para entonces la terapia familiar apenas estaba creciendo.

La segunda fase de esta evolución histórica se denomina de experimentación psicoanalítica, y va desde 1931 hasta 1966. Mientras
que la consejería matrimonial trataba de establecer su identidad profesional, un modelo de intervención en la pareja fue emergiendo
progresivamente como una nueva fuerza, que caminaba en paralelo con la otra corriente. Era el grupo de quienes tenían una formación
psicoanalítica o proponían las intervenciones desde ahí. De hecho, durante décadas algunos autores psicoanalíticos habían estado
profundamente interesados en el complejo proceso de la selección de compañero, en el significado del matrimonio, así como en los efectos
de la intervención psicoanalítica en algunos de sus miembros, y cómo afectaba o no la relación de pareja.

En 1948, Mittelman planteaba la intervención concurrente, en que ambos miembros de la pareja eran tratados individualmente, pero
sincrónicamente por el mismo terapeuta .Nuevos modelos de experimentación psicoanalítica se dieron entre los años cincuenta y sesenta,
pero como lo anotara Sager, en 1966, la mayoría de estas contribuciones no evidenciaban nuevos desarrollos en el campo de lo teórico, más
bien comprendían diferentes formatos de intervención terapéutica.

La tercera fase corresponde a la incorporación de la terapia familiar, entre 1963 y 1985. Durante este período se destacaron cuatro
teóricos, Don D. Jackson, Virginia Satir, Murria Bowen y Jay Haley. Ellos estimularon una línea de pensamiento que continúa teniendo
influencia en todos los modelos contemporáneos de práctica. Jackson propuso la homeostasis familiar.

Su esencia era el esfuerzo inconsciente de ambos compañeros por asegurarse a ellos mismos que eran iguales, que ellos eran pares. De
alguna forma, Jackson estaba luchando contra algunos postulados de la perspectiva de la psicoterapia psicoanalítica y utilizando como
ideas centrales la de la homeostasis familiar; por ende, el quid pro quo marital definía sus intervenciones que además se caracterizaban por
ser conjuntas y cortas en duración. Las parejas podían recibir su ayuda entre tres y diez sesiones. En los años sesenta, Virginia Satir fue la
más carismática de las figuras de la terapia de familia y de pareja entre las audiencias profesionales. Al igual que Jackson, fue fundadora
del Mental Research Institute (MRI). Ella fue la primera en establecer el primer programa formal de terapia familiar en un programa de
residencia en psiquiatría. Lo esencial que planteaba en su pensamiento era el funcionamiento y la experiencia del individuo en términos de
cómo se relacionaba dentro del contexto, el papel que asumíamos las personas en las relaciones más próximas (razonables, culpables,
irrelevantes o acusadores), todo lo cual contribuía a la formación de la autoestima y al cómo me relaciono dentro de una pareja.

En su teoría familiar de los sistemas, el psiquiatra Murray Bowen trabajó sobre los conceptos de la diferenciación del self, esencialmente en
la habilidad para distinguir entre lo racional y lo emocional. Además, en su propuesta contaba con el elemento transgeneracional, en
términos de cómo determinados patrones van de generación en generación y cómo nosotros-individuos deberíamos alcanzar el proceso de
diferenciación en relación con nuestra familia de origen. Jay Haley planteó cómo la dinámica central de la relación de pareja correspondía a
los elementos de control y poder. Los problemas en la pareja emergen cuando la estructura jerárquica no está clara, cuando existe una
carencia de flexibilidad o cuando la relación está marcada por una rígida simetría o complementariedad. Esto conducía a que sus
intervenciones terapéuticas fueran planeadas y enfocadas en romper los patrones de comportamiento que parecían mantener el problema
principal de la pareja. Correspondía a una intervención dentro de un modelo estratégico.

La cuarta fase se ha denominado la fase del refinamiento, la extensión, la diversificación y la integración, y se ubica entre 1986 y
el 2002, fecha en que se publica la revisión que plantea estas cuatro etapas. Para mediados de los años ochenta, la terapia de pareja se
había reafirmado en su existencia y establecido en sus teorías. Finalmente, se han puesto sobre el tapete unos modelos de intervención que
son los predominantes en la actualidad.

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