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Espiritualidad
Fraternidad Misionera Verbum Dei

FUENTES DE ESPIRITUALIDAD.
"A la vista de la situación del mundo y oyendo el clamor de
nuestros hermanos; nos sentiremos cogidos por la urgencia de la
misión" (Estatutos V.D. 149).

EL PREGON DEL EVANGELIZADOR (Jaime Bonet).


POR QUÉ QUIERO EVANGELIZAR.
¿Por qué quiero evangelizar, anunciar la Buena Nueva del Reino, dedicarme a la
propagación de la FE hasta los confines de la tierra? ¿Por qué quiero predicar el
Evangelio de Jesús de Nazareth, consagrar toda mi vida a la oración y ministerio
de la Palabra? ¿Por qué, para qué la Evangelización?

Porque quiero colaborar con toda mi mente, corazón y fuerzas y de la forma más
eficaz a la Redención y liberación de todos los hombres. Quiero que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Que todos puedan
verse libres de toda esclavitud.

Porque quiero comunicar esta "buena noticia a los pobres, anunciar la libertad a
los cautivos y dar la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y
proclamar el año de gracia del Señor" (Is 61,1-2). "Para hacer que los cojos
anden, los leprosos queden limpios, los sordos oigan y los muertos resuciten" (Mt
11,5).

Porque ansío cambiar el odio en amor, la tristeza en gozo, la angustia y


desesperación en optimismo y esperanza, la enfermedad y muerte en vida y
resurrección.

Porque anhelo ver amanecer una luz radiante en tantos rostros sombríos, en
tantas vidas apagadas, en tantos corazones lúgubres, en tantos pueblos que
yacen en las tinieblas y sombras de muerte.

Porque me apremia poner en movimiento a tantas vidas paralizadas, sin rumbo ni


sentido, ni ansias de vivir; aburridas y aletargadas, entre dudas y sospechas,
incertidumbres e indecisiones, vacíos y complejos, que las quiebran y atrofian

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para siempre.

Porque añoro calor de hogar en tantas familias, en las que acampa más bien un
aire frío de cementerio, casi sin el rescoldo del amor e intimidad, del afecto y
cariño, de la espontaneidad y alegría fecunda y creadora.

Me interesa y fascina anunciar la Buena Nueva del Reino, Reino de paz y


justicia, Reino de Vida y Amor, para atajar la guerra sin tregua de las distintas
naciones y razas, de un continente contra otro, entre las distintas naciones y
razas, y detener la lucha fratricida de los hermanos entre sí y de los hijos contra
los padres.

Me urge hacer llegar el Evangelio hasta los confines de la tierra para romper las
cadenas de tantos esclavos, levantar las losas que aplastan a tantos oprimidos,
desatar las vendas que bloquean y eclipsan la mente de tantos desnutridos de
pan, de cultura y de fe.

Quiero correr a desatar la soga de millones y millones de jóvenes que, en una


desesperación como contagiosa, se alienan en busca de un suicidio colectivo.

Quiero inyectar vida con mi sangre propia, a los que en este como delirio
renuncian a vivir y se sepultan en vida. Y a todos con la voz potente del
Evangelio gritarles: "Joven, levántate".

No puedo cesar de proclamar la Buena Nueva de liberación, para salvar a los


millones de niños cuyas vidas veo romper y desintegrar apenas abren los ojos a
la luz, o en el seno mismo de sus madres.

Quisiera impedir la igualmente certísima desesperación y soledad de infierno de


las mismas madres inconscientes ahora, de la monstruosidad de su pecado.

Quisiera también evitar la denigrante despreciación a nivel de estorbo y basura


con que muchos hijos apartan y marginan el amor entrañable de sus propios
padres y abuelos. Y devolver el gozo y la alegría a los que se sienten
abandonados y como malditos por sus propios hijos.

Me inquieta y empuja el deseo de que brille el Evangelio sobre la situación crítica


de tantas vidas confusas y desconcertadas, sin ningún rayo de luz que cruce su
horizonte.

El riesgo mortal de sus pasos inciertos y temerarios, sin ideal que les rija, sólo a
merced de una sociedad amorfa y sin espíritu, que les hace tambalear y
despeñarse en el vacío de su inanición, sin camino, sin entender el por qué y el
cómo de su existir, de su nacer y morir.

Me interesa llegar con el alba, al niño en su mismo germen de vida, en el propio


seno materno, para protegerlo y abrigarlo con el calor que requiere y con que el
Evangelio lo cuida y dignifica. Al que anhelo ver renacer y ofrecerle el caudal de
gracia correspondiente a su dignidad de sacerdote, profeta y rey y que Jesús le
adquirió con su sangre. Toda la riqueza del Reino, Bienaventuranzas, que a
todos promete y llama.

Me preocupa y ocupa, su normal crecimiento y desarrollo, su educación y


perfeccionamiento en el clima propio del amor, imprescindible para su adecuada
gestación y nacimiento. Para que sea conforme y no deforme, para que nazca
hombre y no monstruo y que se exprese como normal y no subnormal o anormal.
Para que no muera en el frío de la orfandad y del abandono en vida de sus
mismos padres y pueda sentir su caricia suave y caliente de ellos sin que le
asfixien y estrangulen.

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Que desde el primer momento de su existencia encuentre el ambiente caldeado


y no quede entumecido en puro feto al fallarle el calor de hogar, clima único que
permite el crecimiento y desarrollo propio del hombre formalmente considerado.

Que el niño pueda abrir y desplegar más y más su vida como semilla lozana, sin
contratiempos, que la tronchen. Que desarrolle y dilate en plenitud su capacidad
afectiva y creadora de darse, de comunicarse y sonreír, en un diálogo de cariño y
amor recíproco y mutuo con todos.

Me interesa desplegar la panorámica de la Buena Nueva ante la mirada


expectante del adolescente, en la aurora de su vida, cuando va en busca de luz y
de verdad, como el empuje y timidez de un paisaje que se asoma, pidiendo los
destellos y el calor del sol. Es como un puñado de semillas que se abre a
sementeras sin límites ni horizontes.

Nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra: "orationi el ministerio


verbi instantes" ( Hechos 6,4 ).

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