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ESCUELA LIBRE DE CIENCIAS

POLITICAS Y ADMINISTRACIÓN
PÚBLICA DE ORIENTE

MAESTRIA EN GOBIERNO Y
ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

DR. JOSÉ ALBERTO HERNÁNDEZ


MELGAREJO

CIENCIAS POLITICAS

WENDY PAULINA DIAZ MARIN

TRABAJO FINAL
ANTECEDENTES DEL NEOLIBERALISMO Y SU INGERENCIA EN LA
POLÍTICA MEXICANA.

Nuestro país fue afectado, desde su creación, por permanentes conflictos internos e
intervenciones extranjeras.

México es un país de enormes contradicciones: por una parte, es uno de los quince países
más ricos del planeta con infinidad de recursos materiales y humanos y, por la otra, es una
de las economías más desiguales del mundo con más del 40% de su población por debajo
de la línea de pobreza, según datos del propio Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI). Alrededor del 20% de su población cuenta con un ingreso apenas suficiente para
satisfacer las necesidades mínimas de alimentación, lo que lo lleva a situarse por debajo de
los primeros 50 países del mundo en lo que a desarrollo humano se refiera.

A partir del gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), es implementado en México, a


través de un conjunto de reformas y políticas económicas el modelo económico neoliberal –
también conocido como paradigma económico neoliberal–, cuyo origen y referente
principal se remonta a los años 70 de la mano de Milton Friedman. Los dirigentes políticos
mexicanos adoptan dicho paradigma económico con el objetivo de incrementar el comercio
y con ello la riqueza en nuestro país, teniendo como fin la reducción de pobreza existente
en amplios sectores de la población.

Como precedente, se tiene que a principios de los años setenta comienza a presentarse
síntomas de agotamiento de un patrón de acumulación que, durante varias décadas, se
tradujo en épocas de prosperidad para la economía mexicana. Tal patrón obedeció, en parte,
a que tuvo como eje del mismo al sector industrial, orientado en todo momento al mercado
interno. Por lo que toca al desempeño del sector agropecuario, éste tuvo un papel
fundamental; no obstante, es en ese sector donde los síntomas de agotamiento se
presentaron de una manera más tersa. Muestra de lo anterior es que, a inicios de la década
de 1960, la autosuficiencia alimentaria se había perdido, ya que las exportaciones en
materia agropecuaria que en su momento constituyeron la fuente de divisas principal para
la importación de los bienes de producción necesarios para mantener y expandir la planta
industrial nacional, se habían vuelto insignificantes (Mimeo, 1987. P. 5).
El neoliberalismo aplicado en México, a decir de diversos autores cuenta con diversas
características, a saber:

a) Es impuesto, en buena medida, por el Fondo Monetario Internacional;


b) Es autoritario, toda vez que el Estado lo aplica sin consultarlo con los
principales grupos económicos del país;
c) Es centralizado, ya que el gobierno no toma en cuenta las necesidades y
características económicas de las diversas regiones y entidades federativas del
país;
d) Favorece, en primera instancia, a los grandes capitales externos y, en segundo
lugar, a los grandes inversionistas nacionales, principalmente del área financiera;
e) Es un neoliberalismo incompleto, ya que no deja en libertad a todas las fuerzas
del mercado: El Estado ejerce controles y limitaciones en los aspectos que
considera conveniente. Un ejemplo de lo anterior son los salarios, los cuales se
encuentran sujetos a controles y, por lo general, no rebasan cierto porcentaje, en
tanto que el gobierno aumenta en forma desproporcionada los precios de los
bienes y servicios estatales;
f) El gobierno se convierte en juez y parte y, a su vez, decide los bienes y servicios
que estarán sujetos a control y cuáles serán libres de ello: los salarios mínimos
no se encuentran fijados al libre juego de la oferta y la demanda;
g) Se basa en una apertura comercial indiscriminada, dejando sin protección alguna
a muchas actividades productivas y comerciales internas;
h) Depende en exceso del capital externo y en especial de la inversión extranjera, a
la que tiene que otorgar notables facilidades;
i) Favorece una privatización y reprivatización de prácticamente todas las
actividades económicas que realiza el Estado, sin tomar en cuenta las
características de las empresas a privatizar, ni de los grupos adquirentes;
j) Ha polarizado a la sociedad, en virtud de que el ingreso se ha concentrado en
muy pocas manos, en tanto que la mayoría no cuenta con un ingreso suficiente
que permita satisfacer sus necesidades mínimas; ejemplo de ellos es que, de
acuerdo a datos del propio Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(INEGI), el número de mexicanos en pobreza extrema se ha incrementado en los
últimos años;
k) Se encuentra basado en la corriente neomonetarista, la cual afirma que al
resolver los problemas monetarios del país, se ayuda a resolver todos los
problemas económicos.

Todo lo anterior no puede entenderse sino a partir de un análisis de los antecedentes


histórico-político de la consolidación del Estado mexicano en el siglo XX, a partir de
premisas políticas y económicas que tienen su origen desde los pensadores griegos hasta los
estudiosos del libre mercado.

En ese sentido, conviene precisar que durante el periodo cardenista (1934-1940), la


sociedad y el Estado mexicanos entran de lleno a una etapa de organización y movilización,
que fue el complemento de consolidación institucional del movimiento armado iniciado en
nuestro país en el año 1910. El Estado postrevolucionario fue el elemento que logró dar
coherencia y contenido, en términos nacionales, a todo un proyecto de desarrollo ligado
fuertemente a los compromisos sociales.

La constitución de 1917 tomaba como base este contenido social, dando con ello al Estado
amplias facultades para intervenir en los diversos campos de la vida nacional para hacer
realidad los anhelos revolucionarios. Como vértice de la estructura estatal quedó el titular
del Poder Ejecutivo: el presidencialismo es la expresión del triunfo sobre las tendencias
faccionalistas y el caudillismo, que de paso rompe con el personalismo para transformarlo
en institución.

En la medida en que el Estado se va consolidando durante la época cardenista, se consolida


también el presidencialismo en México. La mejor carta que se puede jugar frente a las
masas es la ideología reformista. La reivindicación del esfuerzo popular puesto en marcha
para lograr la Revolución encontraría su contestación en las reformas sociales manifestadas
a través de instrumentos legales tales como la Ley Federal de Trabajo (1931) y el Código
Agrario (1934).

Sin perjuicio de lo anterior, el verdadero reformismo social tuvo su base, hablando en


términos jurídicos, en la propia Carta Magna. Por ello, uno de los elementos que distinguen
a la política mexicana es que ha logrado, a diferencia de otros casos latinoamericanos,
captar y organizar institucionalmente los conflictos sociales generados en un régimen
capitalista; pero además, con base en las condiciones políticas en que se configuraron las
relaciones de clase, pudo captarse también el poder que dan las masas organizadas para
reforzar el poder estatal. Un logro de la política cardenista lo fue la identificación entre los
intereses del Estado con los intereses de las masas.

El instrumento que relaciona al Estado con la sociedad lo es la administración pública, no


de una manera neutral y apolítica, sino penetrando activamente en lo cotidiano de la
sociedad civil. Durante la época cardenista, la teoría de la administración pública se
centraba en la discusión de la dicotomía política-administración; ese fue uno de los hechos
que bloquearon la posibilidad de las ciencias sociales y, en especial, de la ciencia política,
de penetrar el engranaje gubernamental y, con ello, comprender con más claridad el
ejercicio del poder.

Sin perder de vista lo anterior, la administración pública en México tiene profundas e


interesantes raíces históricas, contando con un sentido de alta centralización, producto de la
influencia latina e hispana, reforzada a su vez por la aparición de ciertos esquemas
administrativos característicos del aparato gubernamental francés. Tales influencias se
fueron ajustando a la propia realidad nacional, teniendo como diferencias notables su
funcionamiento y el papel mismo que refleja la administración pública frente a la sociedad.
Glade Patton (1976), señala al respecto: “Valiéndonos de la terminología sociológica,
podríamos decir que en los Estados Unidos (y en la mayoría de los países europeos) la
institución Gobierno tiende a ser funcionalmente específica (definición precisa y
delimitada de actividades, derechos y obligaciones) mientras que en Iberoamérica, y
generalmente en los países subdesarrollados, se caracteriza por ser funcionalmente difusa
(sólo una vaga definición y delimitación de las actividades, derechos y obligaciones)”.

La mencionada ambigüedad, ha permitido al Estado mexicano actuar con más flexibilidad


en la economía y en las relaciones políticas, lo que le ha generado múltiples beneficios
debido a que, entre otras cosas, es un instrumento que ha facilitado la permanencia del
sistema político mexicano, debido a la gran capacidad de adaptación que tienen los órganos
gubernamentales frente a los cambios de la vida social.

En los países de un capitalismo tardío –como lo es el caso de México–, necesariamente el


Estado tiene que comportarse así, en razón de la debilidad de las fuerzas económicas que
tienden a ser promovidas o sustituidas en los casos en que no se logra su participación. Si
no fuese hecho así, el problema radicaría en un aparato rígido que dificultaría la promoción
del desarrollo económico y el mantenimiento del mando político.

Las características antes mencionadas fueron tomadas por el periodo cardenista, al ser un
régimen de cambios institucionales, obviamente con las particularidades inherentes al
sistema político mexicano. Las políticas públicas implementadas en dicho sexenio pueden
resumirse en las siguientes: acelerar al máximo el reparto y la reforma agraria; el impulso a
la industrialización, con especial importancia al desarrollo de cooperativas obreras;
educación socialista; así como la explotación de los recursos nacionales.

Todo ello fue parte de un plan sexenal que, más que solo un planteamiento de acción
burocrática, era un programa ideológico de contenido reivindicatorio para las masas: las
fuerzas revolucionarias encontraban a su Estado y éste actuaba en nombre del pueblo.

Una de las políticas cuya implementación ha generado mayores dividendos para el Estado
mexicano, lo fue el llamado desarrollo estabilizador, el cual fue la continuación del
programa de industrialización implementado años antes, pero ahora por medio de la
atención a otros mecanismos de la actividad económica, como el financiamiento externo y
la captación de ahorros de sociedades financieras y bancos hipotecarios. La frase
emblemática de dicho periodo fue el que “no hay solución a la miseria mientras no haya
impulso a la producción”.

La lógica de los gobernantes giró en torno a la idea de que sin desarrollo no era posible la
realización de la justicia social, pues no se trataba de igualar a todos en la pobreza sino de
igualarlos en la riqueza.

Las periódicas adecuaciones que, en dicho periodo, fueron realizadas a la Administración


Pública Federal, giraron en torno a la existencia de órganos gubernamentales que
resolvieran la creciente complejidad de un sistema en cambio constante que requería, de
manera paradójica, estabilidad para su desarrollo.

Una de las políticas predominantes durante el periodo denominado Desarrollo


Estabilizador, lo fue la atención puesta a la burocracia, debido al interés por reforzar el
apoyo político que podían brindar frente a presiones de los grupos populares, de los
empresarios nacionales o, incluso, del capital extranjero. Se necesitaba de una
administración pública que mantuviera verticalmente unidos a sus trabajadores tanto al
interior de la jerarquía burocrática, como en la línea política.

La estrategia de desarrollo estabilizador tuvo como sus principales promotores a los


economistas, la mayoría de ellos ubicados en la Secretaría de Hacienda o en las distintas
instituciones del sector económico. La aparición de éstos en la escena política empieza a
partir de la penetración de ciertos sectores intelectuales al aparato público, que fueron los
primeros en proponer alternativas técnicas de solución.

La tecnocratización del Estado mexicano es la modalidad de un proceso más general, que


es la burocratización. A medida que aumentaron los campos en los que actuaban las
instituciones la pesada maquinaria burocrática también creció y por ello, los mismos
gobernantes tomaron conciencia de que era necesario racionalizar las distintas actividades
públicas.

A pesar de diversas medidas implementadas en sentido correctivo, la inercia administrativa


en dicho periodo pareció ser más poderosa; sin embargo, tal realidad no fue obstáculo para
que las nuevas corrientes burocráticas se empeñaran en presentar un cuadro de renovación.

En virtud de lo anterior, los viejos postulados político-ideológicos fueron dotados de un


nuevo contenido y, con ello, el antiguo nacionalismo es ahora interpretado con las ideas
tecnócratas. La mutación experimentada por las ideas revolucionarias no cancela su antiguo
contenido: se trata de adaptarlas a los nuevos tiempos.

En lo que toca a los grupos empresariales, éstos ya no fueron un grupo plegado al poder
estatal; por el contrario, su opinión fue, frente a los diversos problemas nacionales, tomada
cada vez más en cuenta. Lo anterior tenía que ser necesariamente así, ya que sus intereses
también se encontraban en juego: huelgas, política monetaria y crediticia, así como la
inversión extranjera, por nombrar algunos.

Ejemplos de la presión empresarial durante el desarrollo estabilizador, específicamente


durante la década de 1960, fue el fracaso de la reforma fiscal incluida en dicha política,
misma que tuvo que cambiar sus objetivos debido a los constantes ataques emanados de
tales grupos a pesar de que México tenía, y hasta la fecha tiene, una de las tasas impositivas
más bajas de los países latinoamericanos. Con ello el sistema fiscal no logró regular, mucho
menos afectar, los intereses de los altos estratos sociales.

En resumen a dicho periodo, conocido como el “milagro mexicano”, se tiene que bajo sus
pies lo soportaba la miseria de una mayoría poblacional. Como era de esperarse, los apoyos
sociales sufrieron un debilitamiento, al igual que las instituciones demagógicas desgastadas
a fuerza de repetirse. Las condiciones de injusticia eran innegables a pesar de múltiples
promesas de solucionarlas.

Diversos estudios habían anticipado el acercamiento de una crisis producto de los


desajustes estructurales del capitalismo adoptado por nuestro país, teniendo un preámbulo
tal como los conflictos sociales que iniciaron a fines de la década de 1950 y predominaron
durante la década de 1960; en tales condiciones, México entró a un periodo de crisis
económica –y conflictos políticos– en la década de los setenta, en la cual se puso a prueba
toda la maquinaria estatal para poder solucionarla.

La situación económica de México tuvo, a mediados de los años setenta, un deterioro que
se debió a la expansión del gasto público sin acompañarla de incrementos en la
recaudación, con ello, el déficit fiscal creció y con ello aumentaron el déficit de cuenta
corriente y la inflación.

Una política implementada por el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976), era considerar
que una mayor intervención estatal sería el mejor camino para aliviar las tensiones sociales
surgidas durante los disturbios de finales de la década de 1960, aunado a la actividad
guerrillera que comenzaba a gestarse. En respuesta a tales presiones, se decidió incrementar
el gasto público, incluyendo el gasto social, intentándose además fortaleces el control
gubernamental de la economía aumentando el número de las empresas en manos del
Estado, expandiendo a su vez los mecanismos regulatorios.

Como consecuencia de lo anterior, en dicho periodo hubo una inversión considerable en


proyectos de infraestructura y, a su vez, una extensión de los servicios educativos y de
salud pública; pero a la vez hubo un gran desperdicio de recursos, lo que generó como
resultado un aumento del déficit fiscal y un creciente desequilibrio de la cuenta corriente de
la balanza de pagos, ambos conceptos financiados con endeudamiento externo.
Dicha estrategia, económica y política, eventualmente fue dejando de ser sostenible. Las
finanzas públicas se tornaron cada vez más frágiles y, finalmente, el desequilibrio de las
cuentas externas se volvió inmanejable: la estrategia de crecimiento basada en la expansión
del gasto público se derrumbó en 1976, lo que derivó en la entrada a un periodo de crisis
económica.

La recesión que siguió a la crisis de 1976 fue de corta duración, gracias al descubrimiento
de cuantiosas reservas de petróleo a fines de dicho año, lo cual propició un drástico cambio
en la política económica en nuestro país. La intención del gobierno de López Portillo era
“promover el crecimiento económico y la autonomía mediante la presencia de un sector
público activo”. Uno de los lemas que pasó a la prosperidad fue que el gobierno debía
ahora “administrar la abundancia”.

Durante el auge petrolero la estrategia de crecimiento se basó en la expansión del gasto


público, produciendo resultados impresionantes en términos del Producto Interno Bruto,
resultado de la inversión y el empleo. No obstante lo anterior, la política económica
presentaba serios problemas, uno de ellos era, en principio, que durante el periodo 1977-
1979 México respetó los límites establecidos en su acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) firmado a fines del año 1976, sin embargo, después de dicho periodo
nuestro país abandonó el mencionado programa al considerar que la financiación del FMI
ya no era necesaria.

La política fiscal expansiva financiada con crédito externo agravó los resultados habituales
de un auge exportador de recursos naturales, teniendo efectos tales como la denominada
“enfermedad holandesa” donde el aumento de la demanda agregada interna que los
acompaña genera aumentos de precios en el sector de los bienes no comerciables y, en
consecuencia, una apreciación real del tipo de cambio.

Lo que siguió en 1982 fue un ajuste caótico debido a que las políticas implementadas
habían resultado notoriamente incongruentes; tales ajustes consistieron en adoptar en
paquete de contracción fiscal con devaluación, una elevación de los precios de los
productos energéticos y una devaluación del 80% en el valor nominal del peso. No
obstante, en ese mismo año se implementó una elevación del 30% del salario mínimo e
incrementos menores para los niveles salariales más altos.
Dicho cambio en la política económica, insensato desde el punto de vista económico,
reflejó el viraje político de López Portillo, quien se sintió traicionado por el sector privado
que, en su opinión, no obstante haber sido favorecido por los numerosos subsidios
proveídos durante el auge petrolero, no respondió a su llamada a la cooperación sino, por el
contrario, emprendió una continua y masiva fuga de capitales. Como alternativa a lo
anterior, López Portillo recurrió al sector obrero, lo que explica su decisión posterior de
nacional el sector bancario.

El año de 1982 fue caracterizado en México por las grandes devaluaciones del peso, el caos
en los mercados financieros y una desaceleración de la actividad económica. La producción
disminuyó en 0.6%, la inflación aumentó al 98.8% y las reservas de divisas bajaron a 1,800
millones de dólares, equivalentes apenas a un mes de importaciones de mercancías y de
servicios no factoriales en 1982.

Lo anterior fue el estallido de la crisis de la deuda externa, lo que provocaría un cambio


radical en las políticas económicas aplicadas a partir de ese momento en México.

Miguel de la Madrid asumió la presidencia en diciembre de 1982. La definición de la


política económica tenía un grado de consenso mayor en su gabinete que en el gobierno de
López Portillo. Había un amplio acuerdo en lo que respecta a las causas de la crisis y las
medidas requeridas para superarla, restablecer el crecimiento y la estabilidad de precios.

El consenso era que en el corto plazo el objetivo principal debía ser restaurar la estabilidad
financiera y controlar la inflación. Las metas de mediano plazo incluían fomentar la
competitividad externa de la economía, aumentar el ahorro interno y disminuir la
intervención estatal en la actividad económica

En diciembre de 1982 De la Madrid anunció su primer paquete de estabilización, el


Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE). En su concepción original el
programa tendría dos etapas: un "tratamiento de choque" en 1983, seguido de políticas
"graduales" en 1984-1985. El equipo económico de Miguel la Madrid creía que la
estabilidad de precios y el equilibrio macroeconómico podrían restablecerse mediante una
reducción drástica del déficit fiscal y una marcada devaluación del peso al inicio del
programa.
La austeridad fiscal frenaría la inflación y, aunada a la devaluación, generaría el superávit
de la cuenta comercial necesario. Además, mantener particularmente caro al dólar mediante
la devaluación del peso permitiría sostener tasas de interés internas temporalmente
negativas y así se podría aligerar la repercusión fiscal del servicio de la deuda interna sin
alentar la fuga de capitales. Lo anterior ocurrió, sobre todo, en 1983.

Paralelo a lo anterior, la ideología neoliberal irrumpía en el mundo entero arrogándose el


monopolio del conocimiento económico. Tal ideología imprimió nuevas formas en el
mundo, México incluido, tales como:

 Retroceso de la intervención estatal en materia de desarrollo y protección social;


 Privatización masiva de las empresas públicas;
 Una nueva disciplina del trabajo y de su gestión en beneficio de acreedores y
accionistas;
 Una nueva hegemonía del sistema financiero sobre el sistema productivo;
 Una actitud favorable a la concentración del capital gracias a fusiones y
adquisiciones de empresas con el pretexto de racionalizarlas y reestructurarlas;
 El esfuerzo de los poderes y la autonomía de los bancos centrales, dirigido a una
meta única de la estabilidad de los precios.

Lo expuesto es, entonces, los orígenes de la implementación de políticas neoliberales en


nuestro país.

En la actualidad, los factores dinámicos positivos relativos al modelo neoliberal han


conducido a un crecimiento del Producto Interno Bruto y del empleo, pero a su vez son
comparados con sus efectos perversos, como lo son productores menos eficientes,
desaparición de los empleos que, irónicamente, se procura su creación y, además, se
produce una transferencia o migración de actividades productivas de un país a otro, sobre
todo en los países con bajos salarios; con ello, se produce una pérdida de la soberanía
nacional en materia política y económica.

La relación en términos de intercambio entre las naciones, se relaciona con los cambios en
los patrones de comercio derivados de la eliminación de arancelas, así como de la
especialidad que en materia productiva pueden conducir los tratados de integración, parte
fundamental del neoliberalismo. Los efectos de tales intercambios no solo ocurrirán en los
países que se integran, sino también en la relación de tales naciones con terceros mercados.
La evaluación de los efectos mencionados, en materia social, plantea varios problemas; uno
de ellos son los efectos estáticos: en términos hipotéticos, la pérdida o ganancia de un dólar,
será la misma tratándose de un rico propietario de empresas que de un consumidor con un
poder adquisitivo bajo. En el supuesto de que dicho dólar caiga en manos del gobierno
conlleva a una ambigüedad accesoria: será utilizado para financiar servicios públicos
indispensables o para cuestiones meramente subjetivas, tales como el fortalecimiento en el
gasto militar.

Pues bien, en el caso de la integración de dos naciones, con economías desiguales, la


población del país más poderoso económicamente hablando deberá aceptar que gracias a
una política de distribución y de compensaciones, el socio más débil sea favorecido. No
debemos pasar por alto que la teoría neoclásica tradicional, que pone énfasis en el proceso
de integración por el mercado, considera también la integración de poblaciones como
efecto colateral, estableciéndose vínculos de intereses gracias al funcionamiento de la
competencia por medio de la calidad e innovación en los productos, pero sobre todo, en los
precios para el consumidor final.

Con base en lo anterior, se puede inferir que la pobreza, la inestabilidad económica y la


falta de equidad no pueden depender solamente del crecimiento, sino que resulta necesario
recurrir a políticas activas que se dirijan desde y para la administración pública, que
contemplen a su vez acciones efectivas para disminuir las desigualdades económicas y
sociales existentes, a través de una mejor distribución del ingreso.

Tenemos que una capacidad elevada para crear riqueza puede generar, irónicamente, un
acrecentamiento del empleo y elevar los índices de pobreza, sin que lo anterior encuentre
salida en la llamada política de mercado, lo que se ha agudizado a partir del debilitamiento
de ciertas funciones del Estado frente a los grandes capitales.

A lo anterior conviene precisar que ninguna política puede ponerse en vigor sin una
administración eficiente, ya que si bien los propietarios de los grandes capitales se
organizan para decir cómo deben ejecutarse tales políticas, es la administración pública y
las personas que la componen, los que deberán ejecutarlas. Si bien una mala administración
implica el riesgo –aún y cuando exista una buena política–, lo cierto es que, para que una
política funcione, se debe tener el apoyo de las personas que componen la administración
pública, así como de los ciudadanos quienes disfrutaran o sufrirán de los beneficios o
perjuicios generados con motivo de la ejecución de tales políticas.

Concluyo el presente ensayo con el concepto del “barco del estado” aplicado a la ciencia
política, el cual contempla que el titular de un gobierno, al igual que el timonel de un barco,
debe conocer los siguientes aspectos:

1. Tienen que saber a dónde quieren ir;


2. Deben tener por lo menos una clara imagen de sus metas, objetivos, propósitos y
curso preferido; y
3. Tienen que conocer a cada momento, si el actual movimiento del “barco” o del
“gobierno” los está acercando a su meta o alejándolos de ella.

Lo anterior, es en esencia el arte de gobernar.

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