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Veinticinco años de transición epidemiológica en México


Uno de los logros sociales más importantes del México contemporáneo es el descenso
notable de la mortalidad registrado a lo largo del periodo revolucionario. La vida media de
los mexicanos se ha duplicado al cabo de las pasadas siete décadas, al aumentar de
36.2 años en 1930 a 75.0 en 1999, con incrementos similares tanto en hombres (de 35.5
a 72.8 años) como en mujeres (de 37.0 a 77.3 años. El riesgo de fallecer ahora
representa apenas 15 por ciento de lo que era en 1930.

La disminución de la mortalidad no se ha dado con la misma intensidad en el tiempo. Los


mayores logros tuvieron lugar entre 1942 y 1956, cuando el riesgo de fallecer decreció 42
por ciento. Esto se tradujo en un incremento de 13.1 años en la esperanza de vida en ese
periodo (de 41.9 a 55.0 años), lo que significó casi un año de vida adicional por cada año
calendario. El descenso de la mortalidad durante los últimos 25 años también fue notable,
aunque menos espectacular. Entre 1974 y 1999 tuvo lugar un incremento de 11.1 años en
la esperanza de vida de los mexicanos (de 63.9 a 75.0 años) y la probabilidad de fallecer
se redujo a la mitad. Este descenso es semejante al logrado en el cuarto de siglo previo y
es apenas inferior a la del periodo 1940-1965, cuando se registró el mayor descenso en
el riesgo de fallecer en el siglo XX.

A nivel estatal se advierte una convergencia de los niveles de mortalidad. Las


entidades federativas mantenían grandes disparidades en los niveles observados en
1974, pero la brecha se ha ido reduciendo hasta 1999. Al principio de este periodo, el
riesgo de fallecer en Oaxaca era 66 por ciento mayor que en el Distrito Federal, lo cual
significaba una diferencia de 9.4 años en la esperanza de vida al nacimiento (68.3 frente
a 58.9). Actualmente, la mortalidad en Chiapas y Oaxaca es 40 por ciento superior a la de
la capital de la nación y la brecha es de casi cinco años en la esperanza de vida ( 72
años en Chiapas, 72.1 en Oaxaca y 77.0 en el Distrito Federal.

El riesgo de fallecer en las edades iniciales ha disminuido significativamente. En los años


treinta, 18 por ciento de las madres mexicanas sufrían la pérdida de sus hijos antes de
cumplir un año de edad. Era más o menos frecuente que alguno de los hermanos hubiera
muerto pequeño. Actualmente, la convivencia de tres y hasta cuatro generaciones no es
extraña y es aun más común saber de un niño con padres divorciados que de uno
huérfano. Hoy en día, casi 98 por ciento de los recién nacidos alcanzan su primer
aniversario; sólo la décima parte de los hombres no sobrevive a los 45 años y una
proporción similar de las mujeres no llega con vida a los 58 años. De hecho, 75 por ciento
de los varones y 83 por ciento de las mujeres llegan con vida a los 65 años de edad. Ante
este panorama, hoy la muerte en México se considera "cosa de mayores" y se habla de
muertes evitables cuando ocurren entre los niños o los jóvenes, especialmente en las
localidades urbanas.

El alargamiento de la supervivencia ha implicado profundas transformaciones en la vida


de los mexicanos en distintos órdenes, tanto en la familia, la comunidad y la sociedad en
su conjunto, como en las instituciones en torno a las que organizan su vida social. Los
siguientes apartados de este capítulo ofrecen un breve resumen de las transformaciones
en el perfil epidemiológico de la población mexicana, los distintos riesgos de muerte que
se enfrentan en las diferentes edades, así como las diferencias por sexo. Finalmente,
para ilustrar las transformaciones de la salud observadas recientemente en las entidades
federativas se analizan los contrastes entre 1979 y 1997 de tres grandes grupos de
causas de muerte.

El descenso de la mortalidad y la reestructuración de las causas de


muerte
Es posible identificar, a grandes rasgos, tres tendencias principales que afectan
directamente el estado de salud de una población:

 Las tendencias económicas, que afectan la calidad de vida y el bienestar de la


población.

 Las tendencias socioculturales, que determinan la organización social y las


instituciones que dan respuesta organizada a las demandas de salud.

 Las tendencias demográficas, que determinan el volumen, la estructura y la


distribución geográfica de la población y, por tanto, definen el monto de población
sujeto de las políticas de salud, la vulnerabilidad asociada a la edad y los factores
de riesgo relacionados con el sexo de las personas, así como el medio ambiente
en el que habitan y se desarrollan los individuos.
El mejoramiento de las condiciones de vida de la población, la disminución de la
mortalidad general y la transformación del perfil de causas de muerte han tenido
profundas consecuencias sociales. Antes los decesos eran eventos más o menos súbitos
en la vida de una familia, ya que se presentaban casi de manera sorpresiva, produciendo
a partir de una enfermedad no muy prolongada y, generalmente, de etiología infecto-
contagiosa. Desde hace algunos años, las defunciones se deben de manera
preponderante a causas crónico-degenerativas, lo que da lugar a un conjunto de eventos
que con frecuencia implican una pérdida gradual de las capacidades físicas y sociales y
que terminan finalmente con la muerte en edades avanzadas. De manera simplificada, el
proceso de cambio paulatino en el perfil de causas de defunción, en el cual
progresivamente desaparecen las afecciones infecciosas y parasitarias en favor de las
crónicas y degenerativas se ha denominado Transición Epidemiológica.1
En México se observa un modelo de transición "polarizado" donde coexisten
enfermedades de etiología infecto-contagiosas y crónico-degenerativas. Los estratos de
población con mayor nivel de bienestar se encuentran en una fase avanzada de la
transición, mientras los grupos más pobres continúan rezagados en este proceso. A su
vez, la mortalidad por lesiones y accidentes se mantiene en niveles considerables,
principalmente entre los hombres en edades jóvenes. Este último tipo de muertes está
asociado a dos ámbitos sociales muy diferentes: la violencia rural, que se presenta como
resultado del alcoholismo u otras causas regionales, y la que se presenta en las grandes
ciudades, que se vincula a la delincuencia y a los accidentes de vehículo automotor.
El cuadro 1 muestra que, durante la primera mitad del siglo, el panorama epidemiológico
mexicano estuvo dominado por los procesos transmisibles, asociados principalmente a
condiciones de vida desventajosas. En 1940, cuatro de las cinco principales causas de
defunción eran de etiología infecciosa, donde las diarreas y enteritis así como la
neumonía e influenza, ocupaban los primeros lugares. Estas causas de muerte se
mantuvieron hasta los años setenta como las principales causas de muerte, a pesar de
una importante disminución en su incidencia (de 47.6 y 37.3 por diez mil personas en
1940 a 17.1 y 16.2 en 1960 y a 14.1 y 17.0 por mil en 1970. De hecho, las enfermedades
infecciosas descendieron durante este siglo en forma sostenida y fuertemente marcada,
en particular durante los años cuarenta y cincuenta cuando se introducen y extiende la
aplicación de vacunas, antibióticos y medidas para el control de vectores. Algunos puntos
culminantes de este proceso se presentaron alrededor de los años cuarenta, con la
erradicación de la viruela, y en los noventa con la erradicación de la poliomielitis y el
notable descenso del sarampión.
Cuadro1. Diez principales causas de muerte, 1940-1997

El paludismo se mantuvo entre las tres principales causas de muerte hasta 1940 y entre
las cinco primeras hasta 1960. Las campañas de rociado con ddt fueron una acción
fundamental que permitió reducir esta enfermedad. 2 En contraste, desde los años
cincuenta, las enfermedades del corazón aparecen dentro de las cinco principales causas
de muerte (quinto lugar en 1950, cuarto en 1960 y 1970, segundo en 1976 y 1986 y
primero desde 1990. Por su parte, los tumores malignos o cánceres comenzaron a estar
presentes alrededor de los sesenta y alcanzan el segundo sitio desde finales de los
ochenta.
De manera similar, la cirrosis hepática y otras enfermedades crónicas del hígado (sexto
lugar desde 1995), así como la diabetes mellitus (dentro de los 5 primeros sitios desde
mediados de los ochenta) hacen su aparición dentro del cuadro de las principales causas
de muerte del país, adquiriendo mayor relevancia desde los años setenta. La prevalencia
de todos estos padecimientos aumentan con la edad y se relacionan principalmente con
factores genéticos, deterioros ambientales, así como cambios en los estilos de vida que
son resultado de los procesos de industrialización y modernización de la sociedad
mexicana.
Dentro de los tres grandes grupos de causas de muerte, los accidentes y lesiones
mantienen relevancia a partir del gradual abatimiento de las causas de muerte
infecciosas y parasitarias. Los homicidios y accidentes eran en 1960 la sexta y séptimas
causas de muerte, respectivamente, y en 1997 se mantenían dentro de las primeras diez,
a pesar de una disminución significativa de sus tasas (de 12.2 por mil en hombres y 10.9
mujeres en 1960 a 5.2 y 4.0, respectivamente, en 1997. Este grupo de causas, al igual
que gran parte del conjunto de las no transmisibles, está ligado a los cambios en los
estilos de vida y al aumento en la exposición a factores de riesgo como el incremento en
la violencia, el abuso del alcohol, el tabaquismo, el consumo de drogas y la concentración
de población en las grandes ciudades.
Por último, cabe mencionar que el espectro de las enfermedades infecciosas ha
cambiado recientemente a partir de la aparición de nuevas enfermedades infecciosas y la
reaparición de algunas otras que años atrás habían sido controladas, como son las
enfermedades de transmisión sexual (ETS y el SIDA), el cólera, el dengue, el paludismo y
la tuberculosis, así como la persistencia de ciertos cuadros de neumonía e influenza. En
México, excepto por el caso del sida, la mortalidad por estas enfermedades no es
cuantiosa, ya que continuó descendiendo hasta 1997, aun cuando muchos de estos
padecimientos continúan constituyendo un reto para el sistema de salud.
Este panorama define nuevos rumbos para la salud de la población mexicana. Los
cambios sanitarios han sido trascendentes y manifiestos en el control de diversas
enfermedades infecto-contagiosas. La mortalidad general y la mortalidad infantil muestran
una tendencia claramente descendente, al mismo tiempo que aumenta la esperanza de
vida al nacer. Este giro en la salud exige una nueva definición o adecuación de las
estrategias preventivas de salud y nuevos retos a la prestación de servicios, al
enfrentarse a nuevos patrones en la demanda de consultas médicas, hospitalización y
causas de muerte.
La contribución al incremento en la esperanza de vida
El importante desplazamiento de la mortalidad hacia edades más avanzadas define
nuevos retos a la salud. El análisis de la mortalidad por grupos de edad y causas permite
localizar los grupos más vulnerables e identificar las etapas de la vida donde la
morbilidad, la incapacidad y la letalidad de determinadas causas se incrementa y con ello
es posible identificar el momento más apropiado para prevenirlas o controlarlas. Esta es
una transición que deberemos seguir muy de cerca en los próximos años, en los cuales
se prevé el envejecimiento de la población y donde se requerirá, por lo tanto, una
adaptación de los sistemas de salud a las nuevas demandas.
El impacto de la evolución de la mortalidad por sexo y causas de muerte sobre la
esperanza de vida al nacer se muestra en la gráfica 1. Se advierte el efecto positivo de
los cambios en la mortalidad de la mayoría de las causas y en todos los grupos de edad.
La disminución más importante en el riesgo de fallecer, durante el periodo 1979-1997,
proviene de las enfermedades diarréicas, las infecciones respiratorias y las
enfermedades cardiovasculares, las cuales se traducen en 1.5, 1.2 y 0.9 años más de
vida entre los hombres y 1.5, 1.2 y 1.2 entre las mujeres, contribuyendo con 42 por ciento
al incremento de 8.4 años en la esperanza de vida masculina y con 53 por ciento al de
7.2 años en la femenina. Después de estas tres causas de muerte se advierten
diferencias significativas por sexo, ya que mientras los hombres aumentan su esperanza
de vida a partir del descenso de los accidentes de tráfico y violencias en casi 2.3 años,
las mujeres sólo lo hacen en 0.5 años. Adiciones un poco más modestas entre los
hombres se presentan por la reducción de las muertes por tuberculosis, las respiratorias
no transmisibles, la cirrosis y las previsibles por vacunación, que representan, en
conjunto, una ganancia de 0.9 años. Por su parte, las mujeres adicionan 0.7 años por el
abatimiento de las mismas enfermedades, obteniendo una ganancia adicional de 0.2
años de la reducción en la mortalidad materna.
Gráfica 1. Ganancia en la esperanza de vida al nacimiento por sexo y causas de
muerte entre 1979 y 1997

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Fuente: Estimaciones del conapo a partir de bases de defunciones 1979 y 1997.
Pocas causas operan en sentido negativo al reducir la vida media entre 1979 y 1997. En
los hombres, los descuentos en la esperanza de vida se originan en la aparición del sida,
las enfermedades congénitas, las neoplasias malignas y la diabetes mellitus, implicando
una pérdida de 0.6 años en conjunto. Entre las mujeres, en cambio, el sida es menos
significativo, pero la diabetes mellitus y las enfermedades congénitas disminuyen en 0.5
años la vida media.
La mortalidad infantil
Si bien las mayores ganancias en la esperanza de vida se han concentrado entre los
menores de un año de edad (véanse las gráficas 2 y 3), la mortalidad en esta etapa de la
vida aún presenta un componente considerable de neumonía e influenza, enfermedades
infecciosas intestinales, deficiencias de la nutrición, accidentes, infecciones respiratorias
agudas y septicemia, que en conjunto representaban 26.5 por ciento de la mortalidad
infantil y ocupaban del tercer al octavo lugar, respectivamente, entre las causas más
frecuente de muertes infantiles.
Gráfica 2. Hombres: contribución al incremento de la esperanza de vida al
nacimiento por causa y grupos de edad, 1979-1997

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Fuente: Estimaciones del conapo a partir de bases de defunciones 1979 y 1997.
Gráfica 3. Mujeres: contribución al incremento de la esperanza de vida al
nacimiento por causa y grupos de edad, 1979-1997

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Fuente: Estimaciones del conapo a partir de bases de defunciones 1979 y 1997.
En los cuadros 2 y 3, se puede ver que, en 1997, la principal causa de muerte registrada
entre los menores de un año fueron las afecciones originadas en el periodo perinatal
(46.3% de las defunciones masculinas y 42.6% de las femeninas), la mayoría de ellas
asociadas a deficiencias en la atención del embarazo y el parto (principalmente las
afecciones respiratorias del recién nacido. Igual que las infecciones respiratorias agudas
(neumonía e influenza), estas causas han descendido más lentamente que las
infecciosas y las parasitarias y en la actualidad representan 13.3 por ciento de las
defunciones (tercera causa de muerte) de menores de un año. Por el contrario, las
enfermedades congénitas experimentaron recientemente un ligero incremento, ocupando
en 1997 el segundo lugar en la lista de causas de muerte (16.2% de las muertes
infantiles.

Cuadro 2. Hombres: cinco principales causas de muerte por grandes grupos de


edad, 1997

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Fuente: Estimaciones del conapo a partir de la base de defunciones, 1997.
Cuadro 3. Mujeres: cinco principales causas de muerte por grandes grupos de
edad, 1997

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Fuente: Estimaciones del CONAPO a partir de la base de defunciones, 1997.

1
La transición epidemiológica en los países desarrollados se ha caracterizado por una
gradual sustitución de las muertes por causas "transmisibles" hacia un patrón en donde
prevalecen las enfermedades "no transmisibles", con un constante incremento de los
accidentes de tráfico y muertes violentas asociados al crecimiento de las grandes urbes.
La clasificación de las enfermedades utilizada en este análisis retoma la propuesta hecha
por Murray (1992), en la cual se agrupan las enfermedades en tres grandes grupos de
causas. Esta clasificación responde al criterio de cuáles acciones de salud son
necesarias para evitar o reducir cada grupo de enfermedades. Así por ejemplo, para
evitar el grupo de enfermedades infecto-contagiosas, además de las maternas y
perinatales, se requiere de acceso a los servicios de atención primaria en salud y otras
medidas de salud pública. Para evitar, eliminar o disminuir el segundo grupo de
enfermedades (que incluye todos las enfermedades crónico-degenerativas y el grupo de
las causas mal definidas) se requiere acceso al segundo nivel de atención y promoción
de programas para reducir factores de riesgo como el tabaquismo, alcoholismo, consumo
de sal, colesterol, ejercicio, etcétera. El grupo de los accidentes tendría que hacer
hincapié en los aspectos de reglamentación, como los límites de velocidad, uso de
cinturón de seguridad, permiso para portar armas, etcétera.
2
Sin embargo, de acuerdo a algunos reportes ha habido nuevos brotes de paludismo en
algunas regiones del país (zonas costeras) al igual que la enfermedad viral del dengue
(Frenk, 1989.

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