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TRILOGÍAS: DIOS, TEMPLO Y EL HOMBRE

Si me preguntaran cuál aspecto de la personalidad de Dios resultan más cuestionable para todos,
incluyendo a los creyentes, es sin duda la capacidad que posee el Creador en manifestarse en tres
personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo; que a su vez forman una unidad indivisible.

El asunto resulta aun más comprometedor cuando ciertos pasajes bíblicos, que usados sin un
estudio profundo, revelan una total separación entre ellos. Por ejemplo el pasaje de Hechos 2:32
al 33, que dice así: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que,
exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha
derramado esto que vosotros veis y oís”.

¿No se deduce cierto grado de dependencia y subordinación del Señor a su Padre celestial?
Obviamente sí, y son textos como este que los movimientos sectarios, desde Arrio de Alejandría
en el sIV; hasta Charles T. Russell, fundador de la secta de los Testigos de Jehová, han utilizado
como base para negar la divinidad de Cristo.

Con la unidad entre ellos y el Espíritu Santo sucede otro tanto. Al decir que el Espíritu Santo se
recibe del Padre, es como si éste fuese una fuerza activa, usado a voluntad exclusiva del Padre, y
no propia.

Por fortuna, los que yerran en esta dirección son los menos, pues cada día hay más personas
deseosas de escudriñar las Escrituras y hallar verdades absolutas, como parte de una enseñanza
general de la Palabra, y no extraer versos al azar y desarrollar con ellos una limitada tesis bíblica.

Partamos de que sería imposible limitar a Dios en nuestro cerebro humano, y aunque no podamos
explicar cómo Dios se manifiesta en tres personas –los seres humanos no podemos explicar lo que
no hemos visto, también sabemos que para Dios no existe la palabra imposible. Así lo revela la
Escritura en Lucas 1:37 “porque nada hay imposible para Dios”.

Además de eso, vemos que aun cuando los autores neo testamentarios aluden a cierta
independencia entre las tres personas de Dios, constantemente los menciona formando una
trilogía de poder, en la cual, la voluntad de uno sería imposible sin la ayuda del otro. El mismo
pasaje de Hechos 2:32-33 que acabamos de analizar, así lo demuestra. Los tres fueron y son
“colaboradores” en los planes del propio Dios trino en su conjunto

Pero también la Palabra deja constancia de esta unidad substancial en textos claves como 1ra Juan
5:7 que dice “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu
Santo; y estos tres son uno.”

En 2da Corintios 13:14 encontramos, además un dato muy importante: “La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.” Es
como si cada uno tuviera su propia función, y como vemos la del Espíritu Santo es la de darnos
comunión a unos con otros.

El creyente puede disponerse a creer en la perfecta y santa Trinidad del Señor, abriendo su
corazón a la sana Enseñanza de la Palabra, entendiendo con ello que esta relación tripartita no es
ni modo alguno exclusivo de Dios. Nuestro Creador, nos muestra por medio de otros ejemplos,
que su trilogía guarda relación con otras trilogías.

En los días del Antiguo Testamento Dios tenía necesidad de indicarle a su pueblo Israel, un lugar
donde ellos pudieran adorarle. Este es el caso del Tabernáculo de reunión, que fue el primer
templo o lugar de adoración a Dios. El Tabernáculo no fue una obra que dejó el Creador al libre
arbitrio de su pueblo, sino que dio instrucciones precisas acerca de cómo debía construirse, así
como de los instrumentos y mobiliario interno. En los capítulos 25 al 27 y del 36 al 40, del libro de
Éxodo se describen detalladamente estas instrucciones.

En el Tabernáculo encontramos otra trilogía, la cual tiene que ver con la estructura del mismo.
Luego al construirse el templo por Salomón, aun cuando el nuevo edificio, superaba en
dimensiones, belleza y lujos al sencillo tabernáculo, la estructura, no obstante, se mantuvo.
Primero encontramos los atrios, entre los cuales sobresale el atrio de las gentes, donde en época
del templo herodiano, se encontraban los extranjeros y mercaderes.

Dentro del tabernáculo y posterior templo encontramos el lugar santo, donde estaría la mayoría
del mobiliario, como la mesa de los panes de la proposición y el candelero de oro. La Palabra así lo
establece en Éxodo 26:35 “Y pondrás la mesa fuera del velo, y el candelero enfrente de la mesa al
lado sur del tabernáculo; y pondrás la mesa al lado del norte.”

¿Qué estaba más allá del citado velo? Ahí estaría el lugar Santísimo, o Santo Sanctorum. El verso
33 de ese mismo capítulo 26 de Éxodos, así nos lo explica: “Y pondrás el velo debajo de los
corchetes, y meterás allí, del velo adentro, el arca del testimonio; y aquel velo os hará separación
entre el lugar santo y el santísimo.”

Quizás este lugar especial, sería el más sencillo sin duda en comparación con el resto de lugares
similares en otros templos paganos. Apenas el arca del testimonio, dentro de la cual estaban la Ley
de las Diez Tablas; la vara de Aarón y restos del alimento que Dios dio a su pueblo, el maná. Pero
con eso era más que suficiente. Una vez que el tabernáculo estuviera listo, éste dejaría de ser una
construcción cualquiera para ser morada de Dios; pues allí estaba la presencia del Dios vivo. Como
lo deja claro el capítulo 40, verso 34: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la
gloria de Jehová llenó el tabernáculo.”

Siglos más tarde el templo salomónico es erigido como morada de Dios, y algo similar ocurriría: “Y
cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. Y los sacerdotes no
pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había
llenado la casa de Jehová”, (1ra de Reyes 8:10-11)

La presencia de Dios estaba en ese lugar y era, para los testigos, asombroso el poder del Altísimo.
Ahora bien, sin dudas si Dios tuviera un carácter unipersonal, ¿cómo pudiera reducir su presencia
a este espacio a la larga limitado? La propia presentación del Todopoderoso en tres personas,
permite que su Santo Espíritu morara entre su pueblo escogido, mientras Dios en su conjunto
continuaba con sus labores universales. Recuérdese que el Santo Espíritu tiene la potestad de
darnos comunión los unos con los otros.

Ahora bien, la manifestación terrenal del poder de Dios, quedó reducida a cenizas en el 586 AC,
cuando Nabucodonosor, destruyó el templo y llevó consigo todo lo que en él había. El Dios santo,
hartado del pecado de su pueblo había retirado su presencia del mismo: “Entonces la gloria de
Jehová se elevó de encima del umbral de la casa, y se puso sobre los querubines. Y alzando los
querubines sus alas, se levantaron de la tierra delante de mis ojos; cuando ellos salieron, también
las ruedas se alzaron al lado de ellos; y se pararon a la entrada de la puerta oriental de la casa de
Jehová, y la gloria del Dios de Israel estaba por encima sobre ellos”, (Ezequiel 10:18-19)

Pasaron más de 600 años en los cuales, Dios no manifestó su gloria al hombre, hasta que se
consumó el sacrificio en la cruz de Cristo. Entonces el amoroso Dios trino, escogería otro templo
para habitar, de manera permanente: el propio hombre pecador. Toda vez que la sangre del Señor
limpia al ser humano arrepentido, este comienza a vivir por la Fe en este sacrificio, llenándose de
la gloria del Padre.

En pasajes como 1da Corintios 6:19-20, Pablo hace énfasis de qué éramos después de convertidos:
“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual
tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues,
a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

Al igual que en el Tabernáculo, y en el Templo salomónico es el Santo Espíritu de Dios, la tercera


persona de la Trinidad, quien mora en nosotros. También el hombre está conformado por tres
elementos, a decir: cuerpo, alma y espíritu. Son ellos proporcionales a los tres niveles en los
cuales, estaba distribuido el Tabernáculo.

El atrio es nuestra cuerpo de pecado, o de muerte como afirmara Pablo en Romanos 7:24. Es
nuestro elemento físico y visible. Es allí donde se libra la más dura batalla espiritual. Por una parte,
el deseo carnal de darle riendas sueltas al apetito pecaminoso, y del otro lado, el deseo de ser
obedientes a nuestro Padre.

Jesús puede entrar en nuestros miembros carnales, como entró una vez en el atrio del templo
herodiano, expulsando con azotes a nuestros enemigos espirituales que nos alejan de Dios. Este
hecho es de los pocos que quedó registrado por los cuatro Evangelios, siendo mi preferido el
descrito en Juan 2:15-16:

“Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y
esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad
de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”. Dios puede cubrir la malicia de
tu pecado carnal, y sacarlo de en medio, de entre Él y tú.

Pero una vez dentro de ti, la obra redentora, continúa y llega al segundo nivel del hombre: su
alma. Del griego psyche, el alma no es más que el conjunto de pensamientos, sentimientos,
convicciones, moral, etcétera, que nos hace seres únicos y especiales. Si analizamos bien, nuestras
diferencias físicas son muy pocas. Es sin dudas en el terreno subjetivo donde mayormente se
aprecian las diferencias entre los seres humanos. Son estas diferencias subjetivas o mentales de
cada ser humano que traen consigo la perdición del mundo.

Dios puede restaurarnos las heridas del pasado; cambiarnos las debilidades de la personalidad;
hacernos personas mejoradas; cuando su amor llega como Espada aguda y hace suyo este
elemento del hombre. El alma es el lugar santo del Tabernáculo, y es esa la misión de Dios,
hacernos crecer en santidad, como dice la Palabra: “porque escrito está: Sed Santos porque yo soy
santo”, (1ra Pedro 1:16).

Por último el Señor quiere vivir en tu corazón y cambiar tu espíritu de pecado e iniquidad en
espíritu de hijo de Dios. A eso vino el Señor, a cortar el velo que cubre nuestro corazón, y pasar
más allá del lugar Santísimo, para darnos una plena comunión con Él.

Cristo puede darnos la satisfacción de vivir una existencia terrenal, sin pecado que melle nuestra
carne; sin el tormento de un alma desgraciada y sin la transgresión de un espíritu de subordinación
al pecado y sus vicios: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos
ha dado de su Espíritu”, (1ra Juan 4:13).

¡Qué honra y honor nos hace el Altísimo! Siendo nosotros corruptibles y perecederos, llegamos a
ser el destino de su gloria pura e inmortal.

Sencillamente la condición trina de nuestro Dios y Señor, encaja en las tipologías de su gloria
terrenal: primero el Templo construido a manos y luego el sujeto redimido por la sangre de Cristo.

Autor: Ignacio L. Prieto

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