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Zona de resistencia

El personaje está en crisis y la crisis del personaje es la crisis de la narrativa. O mejor dicho:
la crisis del personaje revela la incapacidad de cierta narrativa para seducir e interpelar al otro,
entendido como alguien ajeno a la manada en la que pueda inscribirse al autor o autora de
una obra de ficción. Parece haber un sinuoso vaso comunicante entre la vida del autor, la de
sus personajes y la de sus lectores posibles: un vínculo difuso fundado, como los contactos de
que likeamos en las redes sociales, en el hecho de compartir la experiencia más mediata y
superficial: la experiencia de los hechos. En este escenario de estancamiento general, la
imaginación no suele preceder al deseo de escribir: producir es una obligación y hay que
hacerlo a como dé lugar porque sino, como decía alguien que voy a citar después, escriben los
demás.
De un lado, queda la narrativa paternalista que construye personajes con recetas obsoletas
de taller clásico: la narrativa del artefacto que trata al lector del mismo modo que lo trata un
publicista y que aspira a que sus libros sean guión, película, serie de Netflix: propaganda. Del
otro, la narrativa pos-costumbrista de la white trash urbana que reniega de la trama y narra,
con suerte, la épica de una clase media con aspiraciones y, sin suerte, el vacío, la ausencia de
algo que sostenga vidas que se viven en piloto automático: salieris, en su mayoría, de Saer o
Fogwill pero sin la pericia antropológica o sociológica de sus antecesores directos.
En el medio, lo que podríamos llamar la zona de resistencia: la zona de la fe ciega en el
personaje, en el argumento, en las peripecias, en la transformación. En una experiencia de
lectura rotunda y contundente, que sacuda: una experiencia que sólo puede producir la
literatura y de la que el lector sale otro. En esa zona estuvieron el Dainez de Marcelo Cohen
(Hombres amables, 1998) o el Gordo Corvina Sotelo de Laiseca (El jardín de las máquinas
parlantes, 1993), dos relatos que se revisten de excesos para narrar una vida que cambia, un
personaje que, de algún modo, se salva (cuanto menos, del olvido del lector).
Y en esa zona está, también, el Narciso Falopio de J. P. Zooey.

Sinópsis
Narciso Falopio es un treintañero hijo de una madre desaparecida por la dictadura militar y
un padre acribillado por la policía. Vive con Nervina, con quien mantiene una relación electro-
erótica y tierna pero amenazada por una metafísica personal que los enfrentai: Falopio percibe
al mundo como insuficiente y se pasa la novela entera reparando su poema tecnológico que
sirviera para encontrar la fe; Nervina necesita que las palabras signifiquen una sola cosa y que
las cosas sean una sola cosa por vez: cada mañana, antes de irse a trabajar, deja una nota para
su novio en la que confiesa su desesperación y lo increpa por su inconformismo respecto de la
realidad material, del mundo que hayii.
En la primera página de la nouvelle, Narciso bebe una taza de café con unas gotitas de
Neurovalle, una brisa inexplicable corre por un baño cerrado, y tiene una visión: dentro de una
lamparita, un niñito le tiende los brazos en busca de afecto. El desprecio o el miedo lo hace
accionar el interruptor y el niñito queda quién sabe dónde. Se corta la luz. Intenta anotar la
visión en su cuaderno de notas pero cuando relee ya no entiende nada.
Este esquema, el de las visiones, se repite durante toda la nouvelle, al igual que: los
encuentros sexuales con Nervina antes de que ésta lo abandone para ir a trabajar a las
farmacias Dulcicopea (en las que se venden cabezas humanas reales desde que el gobierno
anterior les prohibiera vender golosinas para los más chicos); las salidas nocturnas y fallidas
con su amigo Glacé (que siempre lo abandona por desconocidos que se parecen a celebrities
como Sabandija el Grande Picaflor, Tigre Padrecito de los Santos o Titán el Gran Bruxista); las
excursiones al barrio de Once a bordo del colectivo Negro para alimentar al gato intangible de
su amiga Maira (el gato es luz audible. No lo busques mucho con la vista); las conversaciones
en el patio de la casa de su amigo Estaño, el encargado de imprimir en 3D las distintas
versiones del poema tecnológico de Falopio -financiadas por la Asociación de Anarquistas,
Magos y Revolucionarios.
A medida que se repiten estos hechos relativamente cotidianos, Falopio cada vez puede
menos. O sea: se la pasa no pudiendo más. Pequeños arranques de locura, mínimos estallidos
de intervención grotesca y física en el mundo material así lo evidencian: como cuando
incorpora en una cesárea invertida una lengua de vaca en el colchón en el que duerme con
Nervina, cuando rompe una vidriera con un pedazo de baldosa para luego darse a la fuga o
cuando escribe una descarnada y críptica notaiii que deja en la mesa de una pareja de
desconocidos mediáticos.
Un elenco breve de personajes que no se describen demasiado, un puñado de situaciones
cotidianas que se repite como la rutina pasajera de cualquiera de nosotros en una etapa de
nuestras vidas y un protagonista atravesado por un conflicto verdadero y profundo.
Con eso, en las ochenta y una páginas de la novelita propiamente dicha, quien sea que
fuera el autor de esta historia, supo hacer un pedazo de literatura que perdura en quien
escribe como pocas de las muchas experiencias literarias a las que fue sometido.

(Paréntesis: J. P. Zooey publicó cuatro novelas. En dos de ellas


además de autor fue personaje. ¡Florecieron los neones! es su quinto
libro pero el primero en publicarse después de que su identidad civil
fuera develada -Juan Pablo Ringelheim, docente de Comunicación en la
UBA. Como para que la novedad no aniquile la multiplicidad de
identidades, J.P. Zooey no es el autor de esta novela. El autor es
Narciso Falopio, que también es el protagonista. Fin del paréntesis)

Nada detrás
El dispositivo nouvelle se completa con un aparato paratextual que propone y anula tanto
posibles lecturas como los orígenes del relato. El libro incluye una introducción en la que Zooey
narra en qué condiciones encontró el texto de Falopio, por qué lo eligió entre otros, cómo
conviene leerlo y nos spoilea que Nervina y Falopio son cíborgsiv. También se incluye, a modo
de epílogo, una carta en la que Falopio hace su descargo: todo lo que dijo Zooey es mentira y
su interpretación de la historia no podría ser más errónea.
Artilugio estimulante para algunos lectores, anexo contraproducente para eventuales
aspirantes, la función del paratexto es hacernos bajar la guardia: saturarnos de información, de
interpretaciones, de posibilidades. Aniquilar el horizonte de expectativas, frenar de un
cachetazo la urgencia del juicio y dejarnos desamparados, frente a una historia y a un
personaje sin nada detrásv.

Final
i
Falopio y Nervina eran dos radios analógicas en diferentes diales, sólo las podría vincular una fusión
corporativa, dice el narrador.
ii
una de ellas, acaso la menos amorosa: yo quiero una pareja, pero vos estás buscando una quimera
espiritual. Vos vas atrás de una fe, de una gran fe, y lo que tiene la fe es que no se deja atrapar, por eso
es fe. Si se dejara atrapar no sería fe, sería palabra.
iii
A los militantes del pasado la urgencia política del presente los volvía fugitivos de la norma. La
norma se bestializó y canibalizó en el “Proceso de Reorganización Nacional”, que finalmente aniquiló la
fe como siempre habían hecho las máquinas. Los anómalos habían militado con la secreta esperanza de
hallar el tesoro señalado por el arco iris, para repartirlo. Sabían que el arco iris era el último resto festivo
de las antiguas y rotas nupcias entre el cielo y la tierra, entre el Paraíso y el Trabajo.
iv
La lectura que propongo, desinteresada del suspenso, es una lectura sin apego a la supuesta
potencia de un desenlace inesperado, es más bien una aproximación al texto posada en el instante de la
frase. ¿Y si leer fiera pensar según la coyuntura de la frase, de un modo distinto al acumulativo del saber
y, por consiguiente, leer implicara salir del misterio que la literatura, en torno a la idea de Juicio Final, ha
organizado con tanta precisión?
v
Fragmento de entrevista sin firma en la Revista Ñ:
-El personaje de J. P. Zooey que aparece en “Sol artificial”, pero más desarrollado en “Los
electrocutados”, ¿es una descripción o una caricatura de vos mismo?
-El que aparece en los libros es el autor. Pero el autor es J. P. Zooey.
-¿Que no sos vos?
-No. No hay nada detrás.

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