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LA LIBERTAD Y LA RESPONSABILIDAD

El hombre no es un ser absoluto porque ninguna de sus facultades lo es. La


limitación es triple: física, psicológica y moral. Necesita nutrirse y respirar para
conservar la vida; no es capaz de conocer y querer todo; y respecto a la moralidad
de sus actos, sabe con seguridad que hay acciones que puede pero no debe
realizar. Estos tres aspectos limitan el campo de la libertad humana y orientan sus
elecciones. Pero ello no debe considerarse como algo negativo: parece lógico que
a un ser limitado le corresponda una libertad limitada, que el límite de su querer
sea el límite de su ser. De otra forma, si la libertad humana fuera absoluta, habría
que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.

La libertad tampoco es absoluta porque tiene un carácter instrumental: está al


servicio del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en función
del cuadro; la libertad está en función del proyecto vital que cada hombre desea, y
es el medio para alcanzarlo. Por eso la libertad no es el valor supremo: nos
interesa porque hay algo más allá de ella que la supera y marca su sentido. Ser
libre no es exactamente ser independiente. Al menos, si por independencia
entendemos no respetar los límites señalados anteriormente.

La responsabilidad es definida como el cumplimiento con el deber de asumir las


consecuencias de nuestros actos. Por su parte ser responsable también significa
tratar de que todos nuestros actos sean realizados de acuerdo con una noción de
justicia y de cumplimiento del deber en todos los sentidos.

Para lo anterior los valores son la base de nuestra convivencia social y personal.
La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de las
relaciones personales. La responsabilidad es valiosa, porque es difícil de alcanzar.
Para alcanzar la responsabilidad se ocupa tener presente los siguientes pasos:

El primer paso para poseer la responsabilidad es percatarnos de que todo lo que


hagamos, todo compromiso, tiene una consecuencia, depende de nosotros
mismos, porque nosotros somos quienes decidimos.
El segundo paso es lograr de manera estable, que nuestros actos correspondan a
nuestras promesas; si prometemos “hacer lo correcto” y no lo hacemos, entonces
no tenemos responsabilidad.

El tercer paso es educar la responsabilidad e ir corrigiendo lo que no hacemos


bien y volver a empezar.

La responsabilidad en sí, es un signo de madurez, pues el cumplir una obligación


de cualquier tipo no es generalmente agradable, pues implica esfuerzo.

La conexión causal entre las acciones y los efectos que producen; la conciencia
de esa conexión lleva al concepto de responsabilidad, sólo cuando se es libres en
el sentido positivo de la palabra -es decir, autónomos, conscientes-, se dan cuenta
de la repercusión de las acciones y se puede ser responsable.

Bibliografía consultada

LLanes, R. (2001). Cómo enseñar y transmitir los valores. México: Trillas

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