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La presión arterial se produce cuando se contrae el músculo cardiaco, es la presión de la sangre en las arterias y no se mantiene igual durante todo

el tiempo, ya
que esta cambia dependiendo las necesidades del cuerpo de cada ser humano. Los valores normales de presión arterial son aquellos idóneos para la salud pero
la presión puede subir y bajar de estas cifras por diversos factores como el ejercicio, la respiración, estado emocional, problemas de salud, entre otros.Hay dos
tipos de registros para medir la presión arterial; la sistólica, que es la presión máxima de una arteria y se produce cuando se contrae el corazón y la sangre
bombea a través de él, y la diastólica, que se caracteriza por ser la presión mínima y se produce entre latidos, justo antes que el corazón se contraiga, es decir,
cuando está en reposo.

La presión arterial normal tiene que estar por debajo de 120/80, donde 120 representa la presión sistólica y 80 la diastólica. Entonces, los valores normales de
presión arterial serían lo que se encontraran dentro de estos números:

 Sistólica: entre 90 y 119.


 Diastólica: entre 60 y 79.

El corazón es una bolsa compuesta por músculos con vasos sanguíneos que entran y salen de él. Está situado entre los pulmones, a la izquierda del tórax, apoyado sobre el
diafragma y detrás del esternón. La masa muscular que lo constituye recibe el nombre de miocardio y está formada por tejido muscular de tipo cardíaco, que se caracteriza por
no estar sometido a la voluntad, sino que funciona de manera automática (a diferencia de los músculos del brazo, por ejemplo).

El interior del corazón está dividido en cuatro cámaras (dos aurículas y dos ventrículos) separadas por unas válvulas llamadas tricúspide (a la derecha) y mitral (a la izquierda).
Unas gruesas paredes musculares separan la parte derecha e izquierda del corazón, que actúan como dos corazones coordinados: la parte izquierda para la sangre arterial (rica
en oxígeno), y la derecha para la venosa (pobre en oxígeno).

La función del corazón es bombear la sangre a todos los rincones del organismo. La sangre recoge oxígeno a su paso por los pulmones y circula hasta el corazón para ser
impulsada a todas las partes del cuerpo. Después de su viaje por el organismo, la sangre queda sin oxígeno y es enviada de nuevo al corazón para que éste la bombee a los
pulmones con el fin de recoger más oxígeno. Así se completa el ciclo.

Para impulsar la sangre por los vasos de todo el cuerpo, el corazón se contrae y se relaja rítmicamente. La fase de contracción se llama sístole, que corresponde a la expulsión
de la sangre fuera de la cavidad. A esta fase sistólica le sigue una fase de relajación muscular llamada diástole, en la que se pueden distinguir dos etapas: una de relajación y otra
de succión para arrastrar la sangre hasta el interior. El ritmo cardíaco, la intensidad y la fuerza de contracción y relajación están regulados por los centros situados en el
hipotálamo (en el cerebro), que elaboran los impulsos nerviosos adecuados, y por sustancias químicas como la adrenalina y la noradrenalina, que son hormonas que actúan
sobre el corazón.

Como el corazón también necesita oxígeno para funcionar, en el exterior hay unos vasos sanguíneos que se lo proporcionan. Si alguno de estos vasos queda obstruido,
impidiendo la llegada de suficiente sangre, los músculos del corazón se van degenerando y se produce entonces una angina de pecho o un infarto de miocardio.

Estas cavidades bombean cerca de 8000 litros de sangre al día con la ayuda de unos 60 a 80 latidos cardíacos por minuto en reposo. En la parte superior de la
aurícula derecha, encontramos una pequeña zona de tejido cardíaco llamada nodo sino-auricular. Es la que controla el mecanismo de los latidos. En realidad, da
la orden a nuestro corazón de acelerar sus latidos durante un esfuerzo o de ralentizarlos cuando estamos en reposo.

Cada mitad del corazón es independiente de la otra. El lado derecho recibe la sangre «sucia», pobre en oxígeno, utilizada por el organismo y la reenvía a los
pulmones para que eliminen el dióxido de carbono con el fin de re-oxigenar la sangre. Es la arteria pulmonar la que envía esta sangre «sucia» a los pulmones, es
de hecho la única arteria del cuerpo humano que transporta sangre poco oxigenada. El lado izquierdo recibe la sangre «limpia», re-oxigenada, y la distribuye en
todo el organismo.

Cuando el corazón se contrae, la sangre es propulsada en la aorta, el mayor vaso sanguíneo del cuerpo, y es distribuida en todo el organismo gracias a una red de
arterias. En realidad, el ventrículo izquierdo es mucho mayor que el derecho porque debe tener una fuerza suficiente para que la sangre pase por todo el cuerpo.
¿Nunca os habéis preguntado cómo se puede medir la presión de un líquido que corre por una tubería? ¿Qué importancia puede tener eso para nosotros? Espero
que cuando hayas acabado de leer esta historia veas que más de lo que te imaginas. Hoy día lo primero que nos hacen los médicos es tomarnos la presión arterial,
que al fin y al cabo no es más que eso: un fluido que corre por una tubería.

Medir la presión de un líquido cuando está parado es fácil, basta saber la fuerza ejercida por el mismo y dividir entre la superficie de apoyo. Esto se sabía ya desde
tiempos de Arquímedes. Pero cuando está en movimiento, la cuestión no es tan trivial. La primera persona que fue capaz de medir la presión del agua cuando
salía de una
tubería (ojo, no dentro de la misma), fue un francés llamado Edme Mariotte (el mismo de la llamada ley de Boyle-Mariotte). Ideó un mecanismo para que el agua
chocara a su salida con el mismo, pesando el resultado y hallando la fuerza que ejercía. Conociendo la fuerza ya tenía la presión.

El médico inglés William Harvey (1578-1657) descubrió la circulación de la sangre y el papel del corazón en su propulsión, refutando así las teorías de Galeno y
sentando las bases de la fisiología moderna. El cuerpo humano está recorrido por diferentes tuberías (venas y arterias), de diferentes grosores, unas más anchas
y otras más estrechas, que se hinchan y contraen. Algunos médicos del siglo XVIII abrían una vena pensando que las personas que se hinchaban a causa de alguna
enfermedad era por un exceso de sangre. Había observado que el corazón no paraba de bombear sangre y en una hora había bombeado el peso del cuerpo 3
veces… ¿dónde iba toda esa sangre?. ¡Tenía que volver a él!. Harvey vio que las aurículas y ventrículos se contraían en movimientos diferentes, y que las válvulas
eran unidireccionales. Ligó arterias y vio que el corazón sólo se hinchaba de un lado, al ligar venas, del otro. En 1616 estaba seguro que la sangre circulaba. Pero,
¿cómo pasaba de arterias a venas?. No había conexión visible. Pese a ello, lo publicó en 1628. No tuvo mucho éxito: disminuyó su clientela y sus amigos se rieron
de él. Se le puso el mote de “circulator” que en latín significa “charlatán”. Harvey guardó silencio y prosiguió con sus investigaciones (un investigador
impresionante, ¿no?).

Cuatro años después de su muerte, el médico italiano Marcelo Malphigi examinó tejido vivo al microscopio y encontró diminutos vasos sanguíneos que conectaban
las venas con las arterias en los pulmones de una rana. Los llamó capilares que significa “como cabellos”.

Al matemático Daniel Bernoulli (1700-1782) le fascinaban los fluidos. Quería saber a qué velocidad y presión circulaba la sangre por las venas del cuerpo humano.
Había leído los escritos de Harvey que había visto que si se cortaba un arteria, la sangre salía a determinada altura al ritmo de los latidos del corazón. Bernoulli
pensó que esa altura de la sangre era una medida directa de la presión y los cambios de altura eran debidos a los cambios de presión originados por el corazón.
Sólo había un problema: medirlo sin desangrar al pobre paciente.

Daniel Bernoulli había trabajado con Euler durante algún tiempo pero tal y como Euler era más matemático, Daniel era más practico. Lo que hizo fue pinchar la
pared de una tubería, incrustarle un capilar de vidrio y poner a circular agua. Al pasar el agua por la tubería, subió una columnita por el capilar que se detuvo a
cierta altura. Si corría el agua más deprisa o más despacio, la altura variaba, siempre estabilizándose y no derramando ni una gota. Si el agua tenía más altura en
el capilar significaba que la presión era mayor en ese punto, y si apenas subía, la presión era menor. Ya podía medir la presión.

Excitado por ello, escribió a su amigo Christian Goldbach explicándole que había hecho un descubrimiento que sería muy útil en la construcción de suministros de
agua y que crearía una nueva era en el campo de la fisiología, dado que esto podría aplicarse a un paciente en caso de querer medir su presión sanguínea sin que
perdiera apenas sangre.

Un clérigo y fisiólogo inglés, Stephen Hales (1677-1761), lo hizo con una yegua: con un tubo de vidrio y observó cómo la columna de sangre ascendía con cada
latido del corazón. Los médicos europeos empezaron a utilizar esta técnica con los pacientes. Cuando necesitaban medir la presión de la sangre de un paciente le
pinchaban una arteria y le ponían un capilar. La sangre subía hasta detenerse y ya se conocía la presión sin derramar apenas sangre. No quiero ni imaginar lo
doloroso que debía ser que te tomaran la presión. ¡Menos mal que la técnica avanza!.

En 1855 el médico Karl von Vierordt demostró que con suficiente presión el pulso arterial podría ser obstruido. En 1876, el médico austríaco Samuel Siegfried Karl
Ritter von Basch – médico particular de Maximiliano I, archiduque de Austria y emperador de México – creó el primer dispositivo para medir la presión arterial sin
tener que hacer una incisión en una arteria. Se le ocurrió la idea de ceñir al brazo un torniquete hinchable que fuera unido a un manómetro. Al desinflarse el
torniquete se percibiría el pulso. Pero los instrumentos eran enormes.

No fue hasta 1896 que el italiano Dr. Scipione Riva-Rocci inventó el esfigmomanómetro o tensiómetro, basándose en las ideas anteriores, que es el aparato que
nos es tan familiar cuando queremos tomarnos la presión. Otro Harvey, esta vez, un neurocirujano americano llamado Harvey Cushing lo vio en un viaje por Italia
en 1901 y se lo llevó a EEUU, donde le hizo leves modificaciones para un uso más clínico. Los médicos ponen un fonendoscopio y escuchan los sonidos de Korotkoff.
Fue él: Nicolai Sergeievich Korotkoff quien los describió en 1905.
La presión arterial es la fuerza por unidad de superficie que ejerce la sangre al circular por las arterias, mientras que tensión arterial es la forma en que las
arterias reaccionan a esta presión, lo cual logran gracias a la elasticidad de sus paredes. Si bien ambos términos se suelen emplear como sinónimos, es preferible
emplear el de presión arterial. De hecho, su medida se describe en unidades de presión (por ejemplo, mmHg).
La relación entre ambas se puede expresar mediante la ley de Laplace:

donde T es la tensión, P es la presión y r el radio de un vaso sanguíneo.

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