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en Ecuador
:10/04/2016
“El Huerto¨ de la Cervecería Nacional, (CN), ofrece capacitación en temas tanto agrícolas como de
emprendimiento, autogestión y ahorro para dar respuesta a las necesidades económicas; por otro
lado refuerza la importancia de alimentarse adecuadamente, consumiendo productos orgánicos
que pueden ser obtenidos en huertos caseros.
Por Alexandra Zambrano azambrano@uminasa.com.ec
¨La agricultura sostenible que se fomenta en El Huerto, reduce la huella ecológica del proceso de
producción de la cerveza, al utilizar residuos como el afrecho, agua 100% tratado e incluso pallets
como jardineras.
El huerto de la Cervecería Nacional nació en noviembre del 2015 con el propósito de convertirse
en un espacio de agricultura sostenible que sirva de fuente de sustento y aprendizaje para los
vecinos de Santa Inés de Cumbayá y del sector en general. Este proyecto incorpora Cultivos
Urbanos Comunitarios que se desarrollan en predios de la CN en un espacio aproximado de 2000
metros cuadrados en el sector del Chaquiñán.
La necesidad de ayudar a estas personas de escasos recursos, hizo que la CN tenga la visión de
utilizar una de sus propiedades ubicada en el Chaquiñán, a fin de incentivar a la propia comunidad
de Santa Inés y a otros actores públicos y privados, a trabajar en conjunto en el desarrollo de
iniciativas que propicien la solución de problemas ambientales y sociales de este sector. Por otro
lado la intención de cosechar productos orgánicos permite crear mejores hábitos alimenticios en la
gente que los cultiva, ya que se incorpora el consumo de vegetales y verduras en la dieta familiar.
De esta manera, se busca contribuir al ahorro de los moradores.
Entre los primeros productos orgánicos que fueron cosechados están: rábano, remolacha, lechuga,
perejil, acelga, zanahoria, zuquini entre otros. Actualmente se cuenta con el primer micro
invernadero dotado de riego por goteo reutilizando el agua tratada por la PTAR (Planta de
Tratamiento de Aguas CN), también se ha reutilizado el afrecho obtenido de la marca para nutrir el
suelo.
A través de esta iniciativa, los habitantes de Santa Inés aprenden sobre los cultivos orgánicos,
incentivando el ahorro comunitario, creando nuevas fuentes de ingresos y generando seguridad
alimentaria a tra- vés del cultivo de una gran diversidad de productos orgánicos, así como una
armónica convivencia entre vecinos, reciclando y reutilizando la mayor cantidad posible de
materiales en el proceso.
En el Huerto se están cultivando 60 camas o pe- queñas parcelas, con productos orgánicos como:
vegetales, hortalizas, frutas, plantas medicinales y orna- mentales. Además se implementará
invernadero para otros vegetales. El desarrollo microempresarial se dará cuando se den las
primeras cosechas a través de bioferias en el Chaquiñán y en el parque de Cumbayá.
Luis Román técnico de Conquito, lidera los sis- temas de cultivo de El Huerto enfocando su gestión
en inculcar en los participantes, una visión de agricultura sostenible.
Sistemas recomendados
El objetivo actual de las políticas de desarrollo rural consiste en compatibilizar una agricultura
competitiva en el mercado internacional y respetuosa, a su vez, con el medioambiente y con el
mantenimiento de las áreas rurales. La reorientación de los mecanismos de apoyo a la agricultura
de la PAC debe tener en cuenta este objetivo, así como los resultados de las negociaciones
comerciales en la OMC y la necesidad de cohesión económica de los nuevos países. Las distintas
revisiones de las políticas medioambientales europeas reflejan la necesidad de acelerar el ritmo de
aplicación de la legislación ambiental, crear indicadores efectivos de las presiones sobre el
medioambiente, buscar la coherencia política y analizar las causas de la dificultad de aplicación de
las mismas, para cumplir los compromisos.
Las políticas medioambientales y agrícolas deben de implementarse de forma adecuada para lograr
los objetivos que persiguen . La dificultad en el diseño de estrategias es mayor en el sector agrario
debido a que, por ejemplo, las emisiones contaminantes son de origen no localizado o difusas (non-
point source pollution) y, por tanto, su control y evaluación es difícil y costosa. Otros problemas en
el diseño de políticas de control de daños ambientales en el sector son:
• La dificultad para evaluar los beneficios de las reducciones en los daños ambientales en
comparación con los costes sociales que suponen las estrategias, ha llevado a establecer niveles
máximos de emisión/contaminación aceptables, y buscar mecanismos para alcanzarlos al menor
coste.
• La utilización de nuevas tecnologías podría incrementar, bajo determinadas condiciones, el
rendimiento de las explotaciones a la vez que reducir la utilización de determinados inputs y
contaminación. Pero su implantación requiere un esfuerzo del productor en inversión en
capital/trabajo que debería ser compensado.
• Como los productores buscan el incremento y la estabilidad de sus rentas, los (des)incentivos
representan un importante instrumento para modificar su comportamiento. La implementación de
instrumentos como imposiciones y gravámenes o permisos negociables de emisión, requieren un
control adecuado y costoso, debido a que la contaminación predominante en la agricultura no es de
origen localizable. La solución a este problema estaría en la combinación de alguna de las siguientes
estrategias: asignación colectiva de la responsabilidad de conseguir un determinado nivel objetivo
medioambiental, utilización de incentivos financieros basados en el control de determinadas
actividades en áreas localizadas, restringir el uso y aplicación de determinados inputs a
profesionales, crear y zonificar ciertas áreas sensibles de conservación (como periferias urbanas o
bosques de ribera), control de índices y niveles de calidad medioambiental e incremento de la
educación/investigación ambiental.
• El diseño de las políticas debería tener en cuenta los cambios en las regulaciones y
reglamentaciones, que se producen como consecuencia de la adquisición de nuevos conocimientos,
y el coste del establecimiento de dichos cambios (entre los que se encuentra la pérdida de los
beneficios que los consumidores y agricultores obtienen de una regulación normativa estable).
Esta visión es compartida por la mayoría de los países desarrollados. Bajo el Conservation Title
(C.T.) de la Farm Bill 2002 (Programas de Conservación del Presupuesto de Política Agraria 2002),
los Estados Unidos han establecido sus programas medioambientales referidos a la política agrícola.
La mayor parte de los presupuestos de los programas de conservación del medio ambiente son
empleados para reducir el número de hectáreas dedicadas a la explotación agraria (CRP y WRP) ,
como medida para reducir las externalidades negativas que éstas provocan. Esta visión difiere de la
política llevada por la UE, que pone mayor énfasis en las externalidades positivas de la agricultura
(paisaje, cultura, ocio, etc.) e incentiva la extensificación de las explotaciones y la agricultura
ecológica.
El objetivo principal de los programas del C.T. es reducir la contaminación agraria utilizando como
criterio de pago el grado de reducción obtenido medido a través de índices o ratios (EQIP y WHIP)
y las reglas de eco-condicionalidad. En la política agraria europea, en cambio, las externalidades
negativas se combaten a través de incentivos para “mejorar” la utilización de determinados inputs
(agua, fertilizantes y herbicidas), pero también se tienen en consideración las externalidades
positivas al apoyar la “multifuncionalidad” agraria y evitar el abandono de las tierras cultivadas (y las
tierras marginales). Estas diferencias entre políticas pueden deberse tanto a factores geográficos (y
demográficos) como al marco político del proceso de decisión : participantes en la negociación
(grupos de decisión y su poder), factores de presión externos, importancia percibida del tema a tratar,
objetivos, etc. (Baylis et al., 2003), y pueden ser una pista para deducir la futura evolución de los
programas.
Así, por ejemplo, cada vez parece más importante la necesidad de preservar las áreas rurales
próximas a las urbanas (control de desarrollo suburbano) para proteger los hábitats salvajes y
proporcionar recargas a los acuíferos (Duke y Aull-Hyde, 2002; Kline y Wicholns, 1998). Además, se
plantea la efectividad de las compras de derechos de propiedad y explotación, las transferencias e
incentivos fiscales para lograr la reducción del ritmo de conversión de explotaciones agrarias en
urbanas (Gadner, 1994; Lynch y Carpenter, 2003; Blewett y Lane, 1988; Parks y Quimio, 1996;
Heimlich y Anderson, 2001) y se considera que son insuficientes (Adaleja y Schilling, 1999), por lo
que han de buscarse nuevas técnicas (Parks y Schorr, 1997; Díaz y Green, 2001) o utilizar
combinaciones adecuadas de las mismas (Beesley, 1999; Feitshans, 2003; Brabec y Smith, 2002).
Además, los esfuerzos realizados para obtener esta conservación de los espacios agrarios pueden
generar efectos positivos para los habitantes vecinos a las explotaciones e incrementar la demanda
de edificaciones cerca de éstas, lo que crea una gran dificultad al objetivo de preservación (Roe,
Irwin y Morrow-Jones, 2004), con lo que se hace más necesaria la innovación de los instrumentos a
utilizar.
Las distintas revisiones de las políticas medioambientales europeas reflejan la necesidad de acelerar
el ritmo de aplicación de la legislación ambiental, crear indicadores efectivos de las presiones sobre
el medioambiente, buscar la coherencia política y analizar las causas de la dificultad de aplicación
de las mismas , para cumplir los compromisos. Las amenazas al desarrollo sostenible: el cambio
climático, los productos químicos y las amenazas a la seguridad alimentaria, la pobreza y exclusión
social, el envejecimiento de la población, la pérdida de biodiversidad, el volumen excesivo de
residuos, erosión y declive de la fertilidad de los suelos, degradación de las áreas urbanas y
desequilibrios regionales, etc. requieren un compromiso real para cambiar los modelos no
sostenibles de producción y consumo apoyado por estrategias de integración como las propuestas
en la Cumbre de Cardiff.
Algo que parece innegable es la afirmación de que los impactos ambientales (positivos y negativos)
han aumentado como consecuencia de las actividades agrarias [Bromley (1996), Claassen et al.
(2001) y Colyer (2004)] . A esto hay que añadir los efectos que determinadas políticas pueden tener
sobre el medioambiente (tal y como han señalado numerosos autores); sin embargo, la información
empírica disponible sobre los efectos de las medidas agrarias de la PAC son limitados,
particularmente si se pretende aislar este efecto de otros factores condicionantes . En muchas
ocasiones, cuando parece que una política puede contribuir al impacto medioambiental en un sentido
o forma determinado, esta relación (política-impacto) no es consistente porque los diferentes
sistemas agrarios responden de formas diferentes ante los instrumentos de la política común. A esto
hay que añadir la dificultad de las mediciones en tan corto espacio de tiempo, pues son pocos los
trabajos de evaluación y control que se han podido llevar a cabo (Baldock, Dwyer y Sumpsi, 2002).
La mayor parte de las externalidades negativas agrícolas pueden ser reducidas o eliminadas si se
reforman las políticas y programas que crean los (des) incentivos financieros a los comportamientos
(no) deseables de los agricultores (Zilberman et al., 1999). El deseo de los consumidores de pagar
o demandar productos agrícolas es uno de los mayores determinantes de la cantidad final producida;
cuando aumentan las rentas de los consumidores, el incremento de la demanda aumenta menos
que proporcionalmente, sin embargo, ocurre lo contrario con los productos medioambientales. Otro
determinante es la capacidad de la oferta; los agricultores incrementan la producción en respuesta
a las subidas de precio de los productos agrícolas y la disminuyen cuando se incrementan los precios
de los inputs (costes laborales, fertilizantes, etc.). Estos precios están determinados por los
mercados interregionales e internacionales, pero los programas y políticas agrícolas y ambientales
influyen sobre ellos, modificando la cantidad producida y la forma de producción final.
Pero, a su vez, diferentes estudios han encontrado significativo el deseo de pagar por preservar o
conservar el territorio (Beasley, Workman y Williams, 1986; Browker y Didychuk, 1994; Bergstrom,
Dillman y Stoll, 1985; Duke e Ilvento, 2004; Johnston et al., 2001 y 2003), sobre todo, en aquellos
que viven cerca de las explotaciones agrarias y más se benefician de sus externalidades positivas
(Furuseth, 1987).
Todo esto nos indica la necesidad de revisar cuáles son los instrumentos de programación política
más efectivos y, por tanto, cuáles son los factores de éxito de los mismos. La literatura confirma que
las características de negocio y gestión, la estructura de explotación, las características del
productor, su actitud y los factores situacionales son los responsables de la decisión de (no) adopción
de las medidas agroambientales voluntarias. Wilson y Hart (2000) llegaron a la conclusión de que
los imperativos financieros y la adecuación del programa son los factores más importantes de
decisión , y Battershill y Gilg (1997) encontraron que las actitudes influyen en mayor medida que los
factores estructurales . Además, la mayoría de los trabajos orientados hacia el comportamiento del
productor (Potter y Lobley, 1992; Morris y Potter, 1995; Battershill y Gilg, 1997; Lobley y Potter, 1998;
Wilson 1996 y 1997; Wilson y Hart, 2000 y 2001) indican que la participación previa (experiencia) en
políticas o medidas similares incrementa la posibilidad de participación futura, así, por ejemplo,
Paudel et al. (2006) llegan a la conclusión de que es hasta 6 veces más probable la participación de
un productor con experiencia en programas anteriores.
Los autores que se centran en las actitudes del productor hacia la protección medioambiental
proponen clasificaciones de los agricultores en función de las razones de participación y no
participación. Morris y Potter (1995) clasificaron a los participantes como activos y pasivos, y a los
no participantes como condicionales y resistentes. La distinción entre las categorías de participantes
se corresponde con los que Lobley y Potter (1998) llamaron “implicados” (stewards) y “acatadores”
(compliers); Los “implicados” se identifican con los objetivos de conservación del programa que
adoptan (Lobley y Potter, 1998, 426), mientras que los “acatadores” enfatizan los aspectos
financieros (tal y como confirmaron Wilson y Hart, 2001). Los no adoptantes condicionales plantean
como principales motivos de no adopción el reducido nivel de pagos y el aumento de las tareas de
gestión que suponen las medidas, mientras que los resistentes no establecen unos motivos claros
de no adopción.
Viladomiu et al. (1996) distinguen 4 tipos de agricultores según sus diferentes actitudes hacia el uso
del agua en las explotaciones: los “regantes por excelencia” consideran que no han de tener ninguna
limitación en su uso y el deber de la administración es facilitar todo el agua que necesiten; “los
reformistas sociales” consideran que el agua sólo debe facilitarse a las pequeñas y medianas
explotaciones; “los posibilistas” aceptan la posible restricción en el uso del agua siempre que se
compense al agricultor por sus posibles pérdidas; por último, “los estrictos” consideran que las
confederaciones hidrográficas deben actuar de forma rápida y contundente contra los pozos ilegales
y el abuso en el consumo de agua de algunas explotaciones.
Morris et al. (2000) y Edwards-Jones (2006) utilizan la teoría de difusión y adopción de la innovación
para explicar la evolución de la actitud del productor hacia su participación en los programas
agroambientales voluntarios, y destacan la importancia de los agentes de cambio y los canales de
comunicación en el proceso de decisión. También, Tutkun et al. (2006) hacen uso de la Teoría del
Comportamiento Planificado y la Teoría de la Difusión para explicar los motivos de la participación
en los programas de pagos directos para la transformación de explotaciones a agricultura orgánica
en Suiza, y llegan a la conclusión de que existe evidencia empírica para confirmar que la
comunicación a través de canales personales tiene un gran impacto en el resultado o decisión. Las
fuentes más importantes de información son amistades, vecinos o colegas y tienen un peso relevante
en la adopción final de la decisión al influir directamente sobre los elementos que determinan la
intención: las expectativas sobre lo que se va a obtener y el coste que conlleva (beneficio neto), las
consecuencias de la decisión sobre los demás (resultados esperados sobre el medioambiente y la
propia explotación) y la capacidad para llevar a cabo la decisión tomada (requisitos de gestión,
formativos, etc.).
Arovuori y Kola (2006) al aplicar un Modelo de Utilidad Aleatorio (MUA), en concreto un modelo logit
multinomial, para determinar las medidas de apoyo a la multifuncionalidad agraria mejor aceptadas
por los productores finlandeses, utilizando datos sobre la frecuencia de elección de una determinada
opción, (por parte de cada participante) sobre un conjunto propuesto, concluyen que:
• Los agricultores prefieren medidas desacopladas a la producción, como contratos de compensación
por la implementación de medidas de conservación o de inversión en tecnologías más ecológicas.
• Los productores prefieren medidas ajustadas al ámbito local o regional.
• La variable que describe la actitud hacia el medio ambiente explica casi perfectamente la elección
del agricultor y está altamente correlacionada con la variable que describe la implementación de
medidas especiales.
• La elección del productor se ve afectada positivamente por el nivel de apoyo o subvención a recibir,
prefiriendo obtener más subvención aún a cambio de introducir medidas más restrictivas de práctica
agrícola.
Por último, quedaría estudiar cuál es el nivel óptimo de desagregación de dichas políticas. Las
ventajas y desventajas de la descentralización han sido largamente debatidas en la literatura. Se
argumenta que si existe heterogeneidad en las jurisdicciones, la centralización es subóptima (Oates
y Schawab, 1996), debido a que las fuertes diferencias en las preferencias pueden llevar a
importantes pérdidas de eficiencia en las pequeñas jurisdicciones (Burtraw y Porter, 1991; Dinan et
al., 1999). Pero, por el contrario, otros autores argumentan que la descentralización puede llevar a
una severa reducción de la calidad ambiental como consecuencia de la “competencia
interjurisdiccional destructiva” (Cumberland, 1979 y 1981) que lleva a un excesivo relajamiento de
los estándares ambientales o “race to the bottom”.
Desde el punto de vista empírico, algunos estudios que han analizado las consecuencias de la
descentralización en el contexto ambiental (Dinan et al., 1999; Millimet, 2003; Fomby y Lin, 2003)
apoyan su uso debido a que la centralización causa pérdidas de bienestar elevadas en algunas
jurisdicciones y no se observa, en cambio, una relajación en los estándares ambientales con la
descentralización (Millimet y List, 2003). Por otra parte, García-Valiñas (2005) al realizar un estudio
empírico sobre el cambio de bienestar debido a la centralización o descentralización llega a la
conclusión de que, si los costes administrativos de la centralización no son importantes y no existe
demasiada heterogeneidad en las preferencias, la centralización es la mejor alternativa en términos
de bienestar . También Jänickeklaus (2006) demuestra que, en términos de difusión de tecnología
“ecológica”, es a nivel nacional (y no regional) donde se producen los mejores logros.
Fredriksson y Millimet (2002) argumentan que los estados/regiones tienen en cuenta la regulación o
normativa de sus vecinos a la hora de determinar sus propios esfuerzos en materia de protección
ambiental. Existe una interdependencia en la regulación ambiental de los estados/regiones (Konisky,
2005) que puede traducirse en una competición por la atracción de capital a través de la regulación
de las políticas, con el consecuente peligro de reducción de estándares de protección (“race to the
bottom”).
La clave está, por tanto, en las hipótesis empleadas en cada caso. Si no es posible utilizar todos los
instrumentos fiscales por parte de los gobiernos locales y las preferencias no son demasiado
heterogéneas, la descentralización puede provocar una relajación excesiva de los estándares
ambientales y provocar una pérdida de bienestar. Si, en cambio, no existe limitación en la utilización
de instrumentos por las distintas jurisdicciones y las preferencias son heterogéneas, no se observa
relajación de los estándares y sí pérdidas de bienestar en algunas jurisdicciones si se centralizan las
medidas.
Parece que la mayor dificultad a la hora de fomentar el desarrollo sostenible agrícola y favorecer, al
mismo tiempo, la conservación de las áreas agrícolas en peligro por despoblamiento o cercanas a
las áreas urbanas, es buscar las medidas adecuadas que tengan en cuenta tanto los factores
internacionales de comercio, como los determinantes de participación en los programas ambientales,
la duración de las medidas y el grado de (des)centralización de las mismas. Es decir, es necesaria
o bien una innovación en las técnicas a aplicar o buscar la combinación más adecuada de
instrumentos y medidas políticas agroambientales y de estructura económica.
Las características que debe reunir un desarrollo para que lo podamos considerar
sostenible son: