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Quetzalcóatl apreció enormemente la valentía que un conejo tan pequeño podía tener, por ello es que
lo alzó bien alto y grabó su viva imagen en la luna llena
que desde ese entonces recuerda cada noche la
bondad de este conejito y su buena acción para poder
ayudar a alguien más, aunque eso significara la muerte
de su propio ser. La promesa que le hizo el dios al
conejo luego de su sacrificio fue que todas las
personas que miren la luna pensarán en aquel dulce
animal que dio su vida para poder salvar a
Quetzalcóatl.
Cuando nadie lo estaba viendo, el sapo se metió en la guitarra y el águila si pudo verlo para su
desgracia. El viaje del águila arrancó y en la mitad del camino dio vuelta la guitarrita haciendo que el
sapo cayera en caída libre sobre una enorme piedra, por eso sucedió que su cuerpo se llenó de
moretones por todos lados y se lastimó demasiado. Con el tiempo, todos los sapos comenzaron a
nacer con las manchas provocadas por el golpe que se dio este valiente sapito.
LA LEYENDA DE Las orejas del conejo
Todos los conejos siempre fueron felices con su tamaño, con su agilidad y la posibilidad para poder
esconderse de las grandes criaturas del bosque, pero no todos exactamente porque uno se
encontraba muy angustiado y nada podía hacer para quitarse de encima tanta depresión. Un ave
siempre lo veía llorar a la orilla del río y ver pasan al león con tanta destreza como inteligencia,
animales que a la vez eran enormes para poder defenderse del resto, o bien para poder pasearse sin
tener ningún miedo de ser presa de alguien más.
El ave lo quiso ayudar y le preguntó por qué razón se encontraba sufriendo tanto y el conejito le explicó
sobre la tristeza que le causaba ser tan pequeño. Su amiga le dijo que vaya a la cima de la montaña
para hablar con el Dios que allí se encontraba, ya que era el único que podía ayudarlo y no dudó el
conejo en ir a su presencia. Lo que menos esperó el conejito es que cuando llegaría, el Dios iba a
estar durmiendo, por ello es que le llamó hasta despertarle y entonces poder contarle su problema.
Ahí se encontraba el Dios hablando con un pequeño conejito, el cual le pedía que lo convirtiera en un
animal grande como todos los que habitan el bosque. El Dios aceptó si es que traía a cambio una piel
de cocodrilo, de serpiente y de mono. El conejo a las pocas horas ya tenía consigo las pieles,
seguramente querrán saber cómo las consiguió, resulta que sus amigos del bosque se las quitaron
para prestárselas y que las pueda presentar al Dios para que lo ayude en su petición.
Cada día se acercaban a mirar al cocodrilo que salía de noche y de día también, pero el tiempo pasó
y el sol no le hizo nada bien a su piel. Lo que antes
podía verse como un dorado maravilloso ahora era
nada menos que un marrón opaco y este opaco se
empezó a arrugar por culpa del sol directo que le
pegaba a su piel. Antes los animales se quedaban
plasmados con su belleza, pero ahora se escondían y
le temían por su aspecto. Es esta la razón por la que
los cocodrilos se van rápidamente a esconderse en el
agua cuando alguien se acerca y solamente dejan ver
sus ojos, ellos tienen mucha vergüenza de lo que eran
y de lo que son ahora.
La Leyenda del Jilguerillo
Cuenta la leyenda que en la zona del Atlántico de Guatemala, en lo que hoy es el departamento de
Izabal, se estableció hace cientos de años una tribu maya de poderosos guerreros y bellas
doncellas.
Entre ellos, había un príncipe guerrero muy cruel llamado Batsú, que lideraba un poderoso ejército y
había ganado más de 100 batallas. Batsú era temido y respetado en toda la tribu, y había
acumulado grandes riquezas a través del pillaje de las tribus vecinas. En el corazón de la mayoría
de las doncellas vivía la esperanza de ser la elegida por Batsú el día que se casara.
Pero la más hermosa de las doncellas, llamada Jilgue, despreciaba a Batsú por las atrocidades que
había cometido. Jilgue tenía una hermosa piel morena clara, ojos cafés y cabello liso marrón oscuro.
A Jilgue le gustaba pasear por el bosque cantando como un pajarillo mientras recolectaba frutos.
Un buen día, Batsú decidió buscar esposa y escogió a Jilgue. Los padres de Jilgue, temerosos por
su vida, aceptaron casarla con el despiadado príncipe. Pero ella se enteró de las intenciones de
Batsú y huyó para esconderse en el bosque.
Cuando los padres de Jilgue le dijeron a Batsú que la joven había desaparecido, estalló en cólera y
organizó cuadrillas de guerreros para ir a buscarla. Al poco andar escucharon el canto de Jilgue.
Pero cada vez que se acercaban al sitio de dónde venía el canto, Jilgue volvía a desaparecer.
Enfurecido, Batsu mandó a quemar el bosque. Cuando las llamas comenzaban a levantarse le gritó
a Jilgue que si salía y se casaba con él podía salvarse. Ella le respondió que prefería la muerte.
El fuego se hacía cada vez más fuerte. De pronto vieron como Jilgue caía al suelo inconsciente.
Mientras las llamas consumían su cuerpo, un pajarillo color ceniza, con el pico y las patas rojas,
comenzó a cantar sobre la cabeza de Batsú.
No era el canto de un pájaro, era la voz de Jilgue, que siguió y atormentó a Batsú hasta el día de su
muerte. Se dice que desde entonces nunca más nació en Guatemala una mujer indígena tan bella
como Jilgue, cuya voz se sigue escuchando en el canto de los jilgueros que hoy pueblan los
bosques de nuestras tierras.