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Dos

EJEMPLOS DE FE EN EL FUEGO
Vivimos en una era en la que se ha vuelto común, fundamentalmente
para los niños y los jóvenes, buscar héroes o modelos de conducta. La
cultura de los medios audiovisuales y de difusión masiva, a la que al
parecer le sientan bien las noticias y el espectáculo, se la pasa rotando
constantemente a personas por el candelero de la celebridad. Unos
permanecen allí por períodos prolongados, otros vienen y van con
alguna moda o corriente específica. A muchas de las personalidades del
campo del deporte y el espectáculo se les ve como modelos de conducta
o se les adora como a héroes basados en ese tipo de reconocimiento de
los medios de difusión. Tanto los cristianos como los que no lo son, los
admiran por su éxito, riquezas, inteligencia, poder, influencia, carisma, o
alguna combinación de estas características. Ese tipo de admiración
ignora las preguntas de Pablo en 1 Corintios 1:20: "¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo?
¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?” Las cualidades que
nos resultan impresionantes a la mayoría de nosotros son las cosas que
raras veces Dios considera como importantes. Los creyentes de hoy día
se olvidan con facilidad de buscar en las Escrituras modelos de conducta
y pasan por alto o evitan buscar ejemplos de cómo las personas de la
Biblia lidiaban, tanto positiva como negativamente, con los sufrimientos,
las pruebas, y las persecuciones.
La ventaja de los modelos de conducta bíblicos
En la medida en que nos esforzamos por llevar vidas piadosas en medio
de un mundo hostil, y a pesar de la variedad de contratiempos que
podrían desalentarnos, es necesario que recordemos que los creyentes a
través de la historia pusieron su mira en las vidas de grandes figuras de
las Escrituras como sus modelos supremos de conducta. El historiador
John Woodbridge escribe:
¿A quién podemos volver nuestros ojos en busca de un mejor
modelo si estamos decepcionados de los valores que se difunden en
la cultura en general? Obviamente, el modelo más importante del
cristiano es el propio Jesucristo. El autor de la Epístola a los hebreos
nos da el buen consejo de mantener nuestros ojos puestos en Él:“...
despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante”. (He. 12:16-2). El
mismo autor también nos proporciona un conjunto de modelos de
conducta para nuestra reflexión en su lista de hombres y mujeres de
fe: Abel, Noé, Abraham, Moisés, Rahab, David, y otros. Estos
personajes bíblicos, a pesar de sus muchas debilidades, vencieron
adversidades enormes por medio de su fe (He. 11) (More Than
Conquerors (Más que vencedores) (Chicago: Moody, 1992), 9-10).

Nos resulta fácil y además natural querer aprender de las buenas


características y de los logros exitosos de los héroes de la fe. La
mentalidad de “solo éxito” que tan dominante resulta en nuestra cultura
ha afectado ciertamente a la iglesia evangélica. Eso es solamente uno de
los varios factores que hacen que los creyentes no comprendan todo el
consejo de Dios sobre varios asuntos clave.
Si estudiamos sencillamente los aspectos positivos de las vidas de los
modelos de conducta bíblicos, no veremos como el poder del
sufrimiento moldeó su carácter. Yo oro por que usted logre un equilibrio
y comprenda algunos aspectos importantes en la medida que analicemos
algunos grandes ejemplos bíblicos de como lidiar con los sufrimientos,
las pruebas, y las persecuciones en los próximos capítulos.
Esteban, el primer mártir cristiano
Desde el punto de vista de analizar su posición estratégica en el plan de
Dios, la trascendencia de Esteban se encontraba en el mismo nivel de la
de Moisés. Él desempeñó un papel crucial durante una época de
transición importante para la iglesia primitiva. Fue la muerte de Esteban
la que hizo que los creyentes de Jerusalén se esparcieran a otras partes
del mundo como testigos (Hch. 8:1). Pero el ministerio de Esteban en
Hechos 6-7, antes de su muerte, también fue crucial. Por el hecho de
haberle predicado a otros judíos greco-hablantes en Jerusalén, Esteban
se convirtió en el puente de la iglesia primitiva desde Pedro, el apóstol
de los judíos, hasta Pablo, el apóstol de los gentiles. Esteban fue
realmente la transición entre la evangelización de Jerusalén y la
evangelización del mundo.
Esteban no solo era un evangelista poderoso, sino que también era
uno de los defensores más elocuentes de la fe cristiana que haya servido
a la iglesia. Así es como Lucas describe el misterio de Esteban:
Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y
señales entre el pueblo. Entonces se levantaron unos de la sinagoga
llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia
y de Asia, disputando con Esteban. Pero no podían resistir a la
sabiduría y al Espíritu con que hablaba (Hch. 6:8-10).
Esos judíos greco-hablantes estaban molestos con Esteban porque él
exponía de un modo tan convincente e inflexible sobre Jesús y el Nuevo
Pacto como el sustituto del sistema religioso del viejo pacto de los
judíos. La oposición de los judíos rápidamente alcanzó un nivel de furia
ciega que solo se podía satisfacer con sangre; la de Esteban como el
primer mártir cristiano (Hch. 7:57-60).
El ministerio relativamente breve de Esteban constituye en sí, una
inspiración para los creyentes modernos. Aún así, su excelencia como
modelo de conducta se demostró principalmente mediante su muerte.
Podemos aprender muchísimo de su carácter cuando analicemos cómo
respondió al verse confrontado por la persecución y la muerte violenta.
Esteban desinteresada y valientemente hizo lo correcto y proclamó la
verdad, a pesar de las consecuencias.
Gracia en el sufrimiento
Al describir la elección de los primeros diáconos. Hechos 6:5 denomina
a Esteban "varón lleno de fe y del Espíritu Santo". Implícito en el
término "fe" está la idea de la gracia o favor de Dios. En realidad,
Hechos 6:8 crea esta frase a partir del versículo 5 y dice que Esteban
estaba "lleno de gracia y de poder”. Aquellos que tienen fe y al Espíritu -
lo que sería todos los creyentes también tienen lo que merecen de gracia
y poder. Esteban ciertamente estaba lleno de toda la gracia que él
necesitaba para cualquier situación (vea 2 Co. 12:9; Stg. 4:6; 1 P. 2:20;
3:14; 4:14).
El tipo de gracia de la que hablamos es la gracia de la bondad hacia
otros, y por fe Esteban definitivamente la tenía. Esa puede ser parte de la
razón por la que la iglesia de Jerusalén lo escogió como uno de los
primeros diáconos, con una responsabilidad inicial de ayudar a las
viudas descuidadas.
Esteban mostró esta gracia para con otros de una manera mucho más
poderosa justo antes de morir. En Hechos 7:60 mientras los judíos lo
apedreaban, golpeándolo en la cabeza y en el cuerpo, Esteban se
arrodilló, miró al cielo, y exclamó: “Señor, no les tomes en cuenta este
pecado” Tanta gracia solo puede provenir del Señor. ¿Cómo podría un
ser humano expresarles palabras tan favorables a aquellos que lo estaban
matando? Este tipo de respuesta llena de fe y gracia de parte de Esteban
fue el resultado de su creencia en que Dios soberanamente tenía el
control de su vida y muerte. Es por eso que Esteban no se preocupó por
protegerse; él murió feliz y apaciblemente en la voluntad de Dios. Él
sencillamente confió en el plan general que Dios tenía para él y no se
defendió para salvarse (cp. Gn. 50:20; Jer. 29:11).
Serenidad en el sufrimiento
Cerca del comienzo de su persecución fatal a manos de los judíos
incrédulos, Esteban mostró otra señal extraordinaria de que el episodio
no era un evento común. Hechos 6:15 dice: “Entonces todos los que
estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro
como el rostro de un ángel”. Su expresión facial debe haber sido una de
las reprensiones más incomprensibles y aún así más maravillosas que se
haya expuesto contra una intimidación y persecución tan impía,
mentirosa, y atroz. Seguramente los oponentes de Esteban se quedaron
atónitos y confundidos por una reacción tan atípica. La respuesta
humana normal, la que muchos creyentes podrían mostrar en una
situación semejante, habría incluido preocupación, estrés, y quizás ira.
La extraordinaria respuesta piadosa de Esteban a su trato injusto (“y
arremetiendo, le arrebataron”, v. 12) y las acusaciones falsas y
tergiversadas (v. 11) que le hicieron, nos proporciona otro ejemplo de
cómo conducirse en medio de la más difícil de las circunstancias. La
expresión serena y tranquila del rostro de Esteban proporciona más
evidencia de que estaba lleno del Espíritu y que tenía una relación íntima
con Dios.
No podemos saber cómo habría lucido exactamente el rostro
angélico de Esteban, pero creo que en esencia manifestó una
tranquilidad y gozo sobrenaturales como resultado de estar envuelto por
la gloria de la presencia de Dios. El apóstol Pedro dice: "Si sois
vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el
glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1 P. 4:14). Esteban
tenía radiando de su rostro la gloria de Dios, es por eso que su expresión
fue una reprensión tan increíble para aquellos judíos incrédulos, que
alegaban conocer a Dios.
El otro hombre que reflejó la gloria de Dios en su rostro fue Moisés
(Éx. 33:7-11, 17-23; 34:29-35). La ironía de esto para los enemigos de
Esteban fue, que aunque ellos lo acusaban falsamente de blasfemia
contra Moisés, de inmediato Dios reflejó su gloria desde el rostro de
Esteban (Hch. 6:11-15). De hecho, eso ubicó a Esteban al mismo nivel
de Moisés (ya hicimos alusión a esto anteriormente en el capítulo) y
reveló que Dios aceptó a Esteban como mensajero del Nuevo Pacto. En
el momento apropiado Dios hubo aceptado a Moisés como el
representante del Viejo Pacto, pero ahora le tocaba a Esteban ser el
representante de Cristo (vea 2 Co. 3:7-11).
Piedad en el sufrimiento
Una verdad que se halla tanto explícita como implícitamente en todo
nuestro breve estudio de Esteban es su elevado nivel de piedad. Ya
hemos visto en Hechos 6:5 que él estaba lleno del Espíritu Santo.
También se le describe de esa manera en Hechos 7:55, después de su
sermón y cuando los judíos, en su extrema furia de incredulidad, están a
punto de atraparlo por última vez. La realidad de estar lleno del Espíritu
tiene gran aplicación para nosotros cuando consideremos enfrentar el
sufrimiento y la persecución en nuestras vidas.
Hechos 7:55 dice: "lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el
cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios". La
traducción de "lleno” a partir de la forma verbal del griego pleroo,
proporciona un buen reconocimiento al significado de estar lleno del
Espíritu. Literalmente, Esteban estaba continuamente siendo llenado (o
lleno de) con el Espíritu Santo. Él estaba lleno del Espíritu Santo en
Hechos 6, es por eso que la iglesia lo escogió como diácono.
Constantemente estaba siendo llenado del Espíritu mientras ministraba.
Y aún estaba lleno del Espíritu al final de Hechos 7. Esta comprensión
de llenar como una acción continua, concuerda con el mandato de Pablo
en la segunda parte de Efesios 5:18: "antes bien sed llenos del Espíritu”.
Aquí el griego pleroo debería traducirse literalmente “mantenerse
estando lleno". Todos los cristianos deben estar continuamente llenos del
Espíritu Santo y por ende controlados por el Espíritu Santo.
Por el hecho de que hay tanta confusión, mala interpretación, y falsa
doctrina en la actualidad con respecto a la plenitud del Espíritu del
Espíritu en la vida del creyente, se nos hace necesario desarrollar un
poquito más el papel del Espíritu Santo. Un dicho relacionado con la
informática dice: “Basura que entra, basura que sale". De un modo
semejante, estamos controlados por lo que llena nuestras mentes. Si
dejamos que el Espíritu Santo controle nuestras mentes, seremos
controlados y renovados por El y mostraremos una conducta piadosa. El
mandato de Efesios 5:18 no quiere decir que tengamos alguna clase de
experiencia mística. Sencillamente significa que los creyentes deben
dejar que sus vidas sean controladas por el Espíritu de Dios. Con
frecuencia se usa pleroo en los Evangelios para significar estar lleno de
cierta actitud, como ira o amargura. Por lo general podemos mantener un
equilibrio entre la ira y la felicidad. Pero si nos llenamos de ira
perdemos ese equilibrio y somos dominados por la ira. Asimismo, si
somos cristianos debemos ser controlados por el Espíritu.
Esteban, al mantener su condición de excelente modelo de conducta,
encaja en el ideal de alguien totalmente y continuamente lleno y
controlado por el Espíritu. Él no tuvo que hacer ningún tipo de ajustes ni
tomarse unos pocos minutos finales para hacer un inventario espiritual
cuando vio que iba a morir. Al parecer él había llevado una vida
consecuente y llena del Espíritu desde que se convirtió en creyente. Por
ende, era natural que Esteban reaccionara de un modo tan confiado y
piadoso ante la persecución y la muerte. Deberíamos poder manejar el
sufrimiento hoy día -el cual por lo general es mucho menos intenso de la
misma manera porque el mismo Espíritu Santo que está en nosotros es el
mismo que estaba en Esteban.
El problema nuestro puede ser que no creamos que podemos
manejar una situación de crisis como la de Esteban. Pero una duda como
esa está injustificada. Revise nuevamente 1 Pedro 4:14 donde Pedro dice
en respuesta a la persecución que "sois bienaventurados, porque el
glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros”. De esto podemos
inferir que Dios provee para nosotros de una manera especial cuando nos
enfrentamos a una prueba o persecución severa. Es como si derramara su
Espíritu sobre nosotros en una porción doble en momentos de crisis.
Ciertamente eso fue lo que le sucedió a Esteban en Hechos 7, a
incontables miles de otros mártires a lo largo de la historia de la iglesia,
y a usted y a mí cuando nos enfrentamos a dificultades. Dios es más que
suficiente para suplir todas nuestras necesidades en momentos como
esos (Fil. 4:13). Es por eso que no tenemos razón lógica para temer ni
acobardarnos ante la posibilidad de sufrir por el nombre de Cristo.
Otra evidencia que demuestra la piedad de Esteban en la persecución
fueron sus dos respuestas en Hechos 7:55-56. Él miró a Jesús y con
confianza testificó que lo veía a la diestra de Dios. Apartó su vista de sus
circunstancias difíciles y fijó sus ojos en Jesús. Eso anticipa la
exhortación de Pablo: "Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la
mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Col. 3:1-2).
La visión espiritual de Esteban era increíble, sin duda alguna como
resultado de estar "lleno de fe y del Espíritu Santo”. Esa visión le
permitía tener una revelación del Salvador resucitado y saber con
seguridad que sería recibido en el cielo en el momento en que muriera.
No experimentaremos una revelación o visión como esa de Jesús en esta
vida, pero por medio de los ojos de la fe siempre podremos verlo y saber
que Él está con nosotros en los tiempos más difíciles (Jn. 14:26-27; Hch.
2:24-25; He. 13:5-6).
Esteban, a pesar de su carrera ministerial bien corta, figura entre los
gigantes de la fe. Quizás solo el Señor Jesús, el modelo de conducta
perfecto, y Pablo (2 Co. 11:23-31) podría superar a Esteban como
modelo de cómo lidiar con el sufrimiento. Esteban definitivamente se
aferró a las siguientes palabras de David de siglos atrás:
A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no
seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi
carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el
Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda
de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para
siempre (Sal. 16:8-11).
DANIEL Y SUS TRES AMIGOS
El libro de Daniel es uno de los más importantes del Antiguo
Testamento, ya que aborda muchas visiones y profecías de los tiempos
del fin. Pero también contiene mucho material histórico valioso que
tiene aplicación directa en nuestras vidas. La narrativa histórica se centra
en cuatro jóvenes judíos que se encontraban entre los exiliados en
Babilonia:
Daniel (autor y personaje protagónico del libro) y sus tres amigos
Ananías, Misael y Azarías (más conocidos por sus nombres caldeos
Sadrac, Mesac y Abed-nego). Estos hombres fueron jugadores de
puntera en algunas de las historias bíblicas más conocidas que
proporcionan elementos importantes para nuestro estudio de los modelos
de conducta y el sufrimiento.
En uno de sus libros de texto, un naturalista eminente describe una
planta marina que crece desde una profundidad de 45 a 60 metros y flota
sobre las grandes olas del mar. El tallo de esta planta mide menos de 2,5
centímetros de espesor, aún así crece y se sabe defender de los fieros
embates de las grandes olas que se estrellan contra la orilla. ¿Cuál es la
clave de la maravillosa resistencia y aguante de esta planta
aparentemente frágil a la presión de las olas? Según el naturalista la
delgada planta sobrevive tan bien entre los elementos, porque está
anclada con solidez a las rocas que yacen en el fondo del mar.
Resulta sorprendente como los creyentes pueden soportar los golpes
aplastantes de las olas de la vida si también están anclados
apropiadamente. No importa cuan débil pueda parecer nuestra fe, cuando
está anclada a las promesas indefectibles de la Palabra de Dios, podemos
soportar el más fuerte de los embates y el más difícil de los sufrimientos.
En el caso de Daniel y sus amigos, podemos ver que aunque sus pies
estaban puestos en Babilonia, sus mentes estaban en el cielo. Sus
corazones y sus mentes estaban dedicados a los absolutos de Dios y por
eso estaban dispuestos y podían hacerles frente y resistir las presiones de
una sociedad pagana.
El horno y los amigos de Daniel
En la lucha que supone la vida cristiana necesitamos decidir, basados en
la Palabra de Dios, lo que resulta esencial y lo que no. Necesitamos
llegar al lugar donde podamos trazar la línea de la convicción y
determinar no caer debajo de ella. De esta manera podemos obrar a
partir de la fortaleza del principio interno y no de la intimidación de la
presión externa en tiempos de crisis y problemas.
Daniel y sus amigos habían trazado dicha línea de convicción
anteriormente mientras se encontraban en Babilonia (Dn. 1:8).
Determinaron no vacilar cuando se tratara de los absolutos de la ley y de
la Palabra de Dios y esa decisión los ancló a Dios, su roca de confianza,
y les permitió resistir todas las tormentas del cautiverio caldeo-
babilónico.
El exilio babilónico de los judíos comenzó cerca del 606 a. de C.
Daniel y sus amigos se encontraban entre el primer grupo de judíos
deportados a Babilonia después de la invasión inicial de Nabucodonosor
a Judá. Los tomaron conjuntamente con muchos otros de los mejores
jóvenes de Judá como rehenes, para entrenarlos en la cultura caldea para
que fungieran como líderes de los cautivos judíos. Este liderazgo evitaría
que los judíos se rebelaran contra la toma del poder por parte de los
babilonios. Los hombres se elegían sobre la base de la habilidad física e
intelectual y los modales. Los babilonios querían preparar a los hombres
para el servicio en sus cortes. Realmente, era más bien una cuestión de
reeducación, redefinición de la identidad, y reorientación del estilo de
vida, en esencia, un lavado de cerebro.
Los hombres no se resistieron al proceso educativo ni al cambio de
sus nombres, pero sí se resistieron al intento de reorientarlos a un estilo
de vida pagano. La razón para esto estaba muy en claro. No había
mandato bíblico contra recibir una nueva educación ni contra cambiar
sus nombres, pero había un mandato bíblico claro que les impedía
adoptar el estilo de vida de Babilonia. Por ejemplo, no podían comer
algunos de los alimentos de los caldeos porque eso violaría ciertos
planteamientos absolutos de la Ley de Dios sobre la dieta y el alimento
ofrecido a los ídolos. Así que Daniel y sus tres amigos trazaron la línea
donde Dios la había trazado. Conocían con precisión la frontera más allá
de la cual no podían y no pasarían.
Daniel y sus amigos, por comportarse en consecuencia y aún así con
gentileza de acuerdo con sus convicciones, se ganaron en gran medida el
favor y respeto de Nabucodonosor. Le habían prestado buena atención a
las palabras de Proverbios 22:11: "El que ama la limpieza de corazón,
por la gracia de sus labios tendrá la amistad del rey". Sin embargo, tal
amistad demostró ser corta.
Ciertos sucesos descritos en Daniel 3 confrontan a los tres amigos de
Daniel con un dilema muy desesperante, una crisis de carácter mucho
más dura que de restricciones dietéticas (Dn. 1:816). Acá el asunto
incluye la idolatría y darle a Dios el primer lugar en la adoración. Los
tres jóvenes sabían que la ley de Dios era bien clara: considerar
cualquier objeto de adoración como mayor que Dios era atroz ante sus
ojos (Ex. 20:2-6; Dt. 4:15-19).
En Daniel 2:31-35, Nabucodonosor soñó con una estatua grande e
impresionante con la cabeza de oro macizo y el cuerpo de plata, bronce,
hierro, y barro. Quedó tan cautivado por esa cabeza de oro, que lo
representaba a él mismo (v. 38), que él encargó edificar su propia estatua
enorme y de oro macizo (3:1). Todo el proyecto era completamente para
el interés propio de Nabucodonosor: la gigantesca imagen lo
representaba a él y a su monarquía. Sencillamente estaba haciendo lo
que tratan de hacer todos los hombres que no conocen a Dios,
primeramente, adorarse a sí mismo como un dios. Y en este caso
Nabucodonosor exigia que todos sus súbditos le hicieran una reverencia
y lo hacían, excepto los tres hombres. Se mantenían con firmeza en su
principio interno, basados en la Palabra de Dios, a riesgo de muerte:
“cualquiera que no se postre y adore, inmediatamente será echado dentro
de un horno de fuego ardiendo" (v. 6).
Este acto de convicción, el cual al principio solo se infiere del texto
de Daniel 3, expuso a los tres jóvenes a una fiera oposición y
persecución por parte de los caldeos. Los caldeos ya estaban resentidos
con Daniel y sus tres amigos por haberles dado posiciones en el
gobierno superiores a las de ellos (2:48-49). Daniel 3:12 resume sus
acusaciones contra los colegas de Daniel: “Hay unos varones judíos, los
cuales pusiste sobre los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac,
Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no
adoran tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado".
Al oír esta acusación, el rey Nabucodonosor entró en un ataque de ira
y ordenó que les trajeran a los tres donde él. Como si los hombres ya no
se enfrentaban a suficiente presión, los sometieron a un intento orgulloso
y desesperado por forzarlos a cumplir la orden del rey.
Los hombres no necesitaban realmente responder a las amenazas e
intimidaciones de Nabucodonosor, y en su mayor parte no lo hicieron.
Su compostura y serena fortaleza de carácter habría bastado como su
única respuesta. Su silencio no era arrogancia, pero sí era cierta una
admisión tácita de la acusación de no adorar la imagen de oro. Se dieron
cuenta de que no había necesidad de malgastar tiempo justificando su
conducta ni llevando a cabo una autodefensa detallada. En su lugar,
pronunciaron una de las declaraciones más concisas y sublimes de fe de
todas las Escrituras:
He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno
de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas,
oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la
estatua que has levantado (Dn. 3:17-18).
Una vez más vemos el concepto del principio interno obrando en los
tres jóvenes. Primero pusieron los principios tan alto que podían estar
parados cuando todos en la gran multitud reverenciaban a la imagen de
oro. Eso les permitía resistir la presión externa de sus iguales que dice:
"Adelante. ¿A la larga, qué importa? Todo el mundo lo hace". Segundo,
anclaron su principio interno en Dios y su Palabra (Sal. 119:11). Ellos
sabían que lo que les sucediera a sus cuerpos no era problema, pero que
sus almas tenían que permanecer clavadas en la verdad de Dios. Como
Job dijeron ellos: "aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15).
La posición valiente de Sadrac, Mesac, y Abed-nego, pronto se puso
a la prueba extrema en el horno ardiente. Por la resistencia testaruda de
Nabucodonosor hacia su declaración, rápidamente se hizo evidente que
Dios no los iba a sacar del fuego. Ahora tenían que esperar que su
liberación, si esa era la voluntad de Dios, viniera de dentro del horno.
Quizás estaban recordando las palabras de Jehová en Isaías 43:2:
"Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”.
La postura valiente e integra adoptada por los tres hombres conllevó
a la intervención milagrosa del Señor. Daniel 3:24-25 nos narra que
Nabucodonosor, ve un cuarto hombre en las llamas. Puede que haya sido
una aparición preencarnada de Cristo (cp. Gn. 18:1-3) o puede que haya
sido un ángel. Podemos inferir del pasaje, que era un mensajero de Dios
enviado para preservar a los hombres en medio del fuego.
Los tres amigos de Daniel constituyen un testimonio extraordinario
de como el principio y la convicción interna, fundamentados en la
verdad de Dios, pueden preparar a los creyentes y sustentarlos en medio
de las más grandes persecuciones y pruebas. Estos tres hombres
recibieron la bendición añadida de evitar el daño físico, aunque se
encontraban en medio de condiciones que normalmente traen como
resultado la muerte instantánea.
Su testimonio fue tan inusual y tan poderoso que el rey pagano
Nabucodonosor le dio gloria a Dios: "Bendito sea el Dios de ellos, de
Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus siervos que
confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y entregaron sus
cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que su Dios” (Dn. 3:28).
Nótese la frase "entregaron sus cuerpos”. Esa es una prefiguración
sorprendente, en boca de un rey incrédulo, de las palabras del apóstol
Pablo en Romanos 12:1-2:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta.
Sadrac, Mesac, y Abed-nego en sí fueron precursores de todos los
creyentes del Nuevo Testamento que hasta ahora han tratado de ser
hombres y mujeres de convicción interna y discípulos consecuentes con
el patrón de Romanos 12. También son modelos de conducta excelentes
para nosotros cuando prevemos la adversidad en este mundo.
Daniel en el foso de los leones
Daniel había servido como una especie de mentor para sus tres amigos.
Ese papel podría implicar superioridad de rango y exoneración de los
tipos de dificultades y presiones que sus amigos soportaron. De hecho, a
Daniel no se le menciona en la narrativa del horno ardiente y la imagen
de oro. Pero años después, en el plan soberano de Dios, el propio Daniel
vería su vida en peligro a causa de sus convicciones. Él también se
convirtió en la diana de los intrigantes celosos que odiaban la justicia.
Daniel 6 señala que se había mantenido en el camino de la excelencia
en su carácter y servicio al gobierno: “Pero Daniel mismo era superior a
estos sátrapas y gobernadores, porque había en él un espíritu superior; y
el rey pensó en ponerlo sobre todo el reino" (6:3). El “espíritu superior"
se refiere a la capacidad de Daniel para interpretar sueños y visiones,
pero también nos puede recordar sus normas consecuentemente altas de
actitud y conducta espiritual.
Por lo general hay precio a pagar por ocupar una posición de
bendición y prominencia en el ministerio. Al apóstol Pablo lo perseguían
constantemente falsos maestros que querían deshacer su obra en las
iglesias (cp. Hch. 20:29-32) y aquellos que eran envidiosos (Fil. 1:12-
20). Cuando Pablo se encontraba en prisión algunos de sus enemigos
querían empeorar su situación alegando cosas malignas de su ministerio.
Ciertas personas hasta se atrevieron a predicar a Cristo a modo de
polémica en un esfuerzo por socavar a Pablo. Resulta sorprendente y
penoso, como otros pueden sentir tanta ira, celo, y amargura contra
líderes que no han hecho nada por ofenderlos ni dañarlos. ¿Cómo es
posible que sus contemporáneos odiaran a Daniel? Ciertamente no
podían hallar fundamento alguno en su carácter.
Cuando los adversarios de Daniel comenzaron a conspirar contra él,
tuvieron que hurgar más allá de las áreas de los intereses terrenales y el
servicio al gobierno: "No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna
para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su
Dios” (Dn. 6:5). Para acusarlo, los enemigos de Daniel tuvieron que
perseguirlo en el nombre de la justicia. Qué encomio para Daniel, que
sus enemigos no pudieran hallarle falta alguna en nada excepto su
dedicación total a su Dios.
La conspiración contra Daniel culminó cuando sus adversarios se las
agenciaron para aprobar una nueva ley que estaba relacionada con la
lealtad de la persona al rey y a las deidades. Hasta persuadieron al Rey
Darío, quien para ese entonces había asumido el trono de
Nabucodonosor, de que lo hiciera un mandamiento judicial irrevocable,
según la famosa ley de los medos y los persas. Esta nueva ley hacía
supremo al rey, lo convertía casi en una deidad, y a todo el mundo se le
prohibía pedirle a cualquier dios u hombre que no fuera el rey, so pena
de muerte. Por supuesto que este concepto estaba dirigido
fundamentalmente a Daniel, pero esto no lo desanimaría en su
obediencia a Dios.
El texto nos dice que Daniel siguió haciendo lo correcto: "Cuando
Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas
las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres
veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía
hacer antes" (v. 10). Daniel se mantuvo firme sin tener en cuenta las
consecuencias de la nueva ley. Esa actitud se iguala a la de Pedro y Juan
cuando se rehusaron a dejar de proclamar la buena nueva de Cristo (Hch.
4:17-21).
Daniel podía haberse restringido y haber sido más discreto en sus
disciplinas espirituales diarias, pero no lo hizo. Él podía haber
transigido, omitiendo su oración diaria a Dios durante los próximos
treinta días, pero no lo hizo. Con cualquier transigencia se le habría
tildado de interesado, y sencillamente eso no formaba parte del carácter
de Daniel. Su determinación fiel me recuerda la historia de Policarpo,
uno de los grandes padres de la iglesia primitiva, que sufrió el martirio
en el año 155 d.C., después de ochenta y seis años como cristiano.
Mientras sus enemigos se preparaban para quemarlo en la hoguera en
Esmirna, le dieron una última oportunidad para negar al Señor y salvar
su vida. Policarpo respondió con sosegada seguridad y voz firme:
"Ochenta y seis años le he servido, nunca me ha hecho daño alguno;
¿por qué debería yo abandonarlo ahora?” Con esa expresión de
dedicación a Cristo él aceptó las llamas como la voluntad de Dios y
murió con alabanzas en sus labios.
Daniel no se aparto de su patrón inicial de la devoción y la oración
personal. Finalmente sus enemigos lo atraparon, y se lo informaron al
rey. Después de la exposición de la desobediencia de Daniel al nuevo
decreto, resulta interesante tener en cuenta que las Escrituras no
registran nada de lo que él pueda haber dicho o hecho en su defensa. Es
de suponer que no tenía nada que decir. Tenía tanta confianza en Dios a
través de los años que sencillamente se encomendó a Él.
Sorprendentemente, este pasaje describe que el rey Darío estaba muy
preocupado por el destino de Daniel. A pesar de su renuencia, y solo
después de un intento fútil por hallar una brecha en el nuevo edicto,
Darío tuvo que ceder ante la presión de los enemigos de Daniel y echarlo
al foso de los leones, que era el medio de implementar la pena de
muerte. Sin embargo, cuando el rey llevó a cabo su resuelta obligación,
él le dijo a Daniel: “El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te
libre” (v. 16). Eso sugiere que Darío había recibido una influencia
significativa de la vida y ministerio de Daniel y estaba dispuesto a darle
crédito al Dios verdadero, que es todo cuanto Daniel habría deseado. El
testimonio previo de Daniel en varias situaciones con respecto a los
requisitos dietéticos, la interpretación de varias visiones ahora estaba
reportándole buenos beneficios y le permitía permanecer en silencio
delante del rey.
Daniel no habló más hasta después que Dios tuvo la oportunidad de
mostrar su poder una vez más y libró a Daniel de los leones. En un
sentido Daniel permitió que el desempeño soberano de los sucesos
reivindicaran primero a Dios y luego a él (vv. 17-22). Las palabras del
versículo 23 resumen el resultado de este relato conocido: “Entonces se
alegró el rey en gran manera a causa de él, y mandó sacar a Daniel del
foso; y fue Daniel sacado del foso, y ninguna lesión se halló en él,
porque había confiado en su Dios".
Dimos inicio a este capítulo ratificando la importancia de los
modelos de conducta bíblicos como patrones piadosos de cómo
comportarse en buenos y malos momentos. En esta época de la historia
de la iglesia, con su énfasis en la auto-imagen positiva, la vida cristiana
exitosa, y el sentirse bien con cualquier cosa que funcione para edificar
la iglesia, los creyentes tienden a fijarse en sí mismos o en modelos de
conducta contemporáneos en busca de fortaleza e inspiración. Aunque
hay modelos de conducta cristianos contemporáneos, ninguno puede
sustituir a las personalidades bíblicas que se enfrentaron tan noble y
valientemente a la adversidad.
Existen semejanzas y diferencias entre los tres estudios
monográficos de este capítulo: Estos hombres se enfrentaron a varios
grados de oposición por parte de sus enemigos incrédulos, pero solo a
Esteban se le exigió sufrir el dolor y la muerte física como resultado de
su difícil prueba. Aún así sobresale un tema en los tres estudios: cada
uno de los individuos mostró gran fe y determinación. Claro está, el
objeto de su fe era Dios. Su gran fe, la cual no se desarrollo de un modo
aislado, produjo otra característica común: una calma y confianza
paciente en el Dios soberano en que los sustentaría en momentos de
crisis. Esos rasgos se repitieron en los testimonios de Daniel y sus
amigos al confiar en principios internos. Esteban y los hombres de
Daniel estaban preparados para las pruebas y sufrimientos a que
finalmente se enfrentaron.
Cuando hayamos superado nuestra tendencia de evitar o negar la
existencia de sufrimientos o pruebas, podemos empezar a darnos cuenta
de que nos es posible también a nosotros, lidiar con cualquier tipo de
sufrimiento. Servimos al mismo Dios que Esteban, Daniel, Sadrac,
Mesac, y Abed-nego. Ellos constituyen ejemplos superiores de creyentes
que cultivaron un estilo de vida piadoso y con firmeza pusieron a Dios
en primer lugar, sin mirar a un lado ni al otro. Esos rasgos los prepararon
bien para las pruebas y sufrimientos que soportaron. Encajan con
autenticidad en el patrón de Hebreos 12:1-2:
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado
que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos
por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
Los ejemplos de la historia de las Escrituras nos deben motivar y
alentar. Y esa motivación es nuestra por medio de la fe en Cristo, no por
medio de ninguna metodología misteriosa ni complicada, que solo se
encontraba disponible para creyentes como Esteban o Daniel. Nosotros
también podemos experimentar los beneficios del poder del sufrimiento
en nuestras vidas sin preocupación ni temor. Esta confianza
sencillamente crece en la medida en que, a diario, nos damos cuenta de
que como cristianos estamos “llenos de fe y del Espíritu Santo".

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