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Esteban Ierardo
LA LÍNEA Y EL LABERINTO (*)
El modelo latino es sin duda más complejo que el que delimitaré aquí. Pero
justamente: para ser fiel al aspecto que de él determino, debo trazar una frontera.
Efectivamente, las clave que me servirá para identificar dicho modelo me es dada
por una palabra que se encuentra en los versos de Horacio anteriormente
citados: fines.
Los griegos conocen la polis, pero las ciudades de Grecia son numerosas. La
etnia helénica tiene los confines móviles de una lengua fragmentada en varios
dialectos. Los bárbaros empiezan donde se habla más griego. El lenguaje
determina la identidad. En cambio, para el romance, Roma es todo aquello a lo
que ha conferido una definición política (finis) romana, y los bárbaros empiezan
donde ya no hay cives romani. El idioma latino se impone como un sello político
de un orden "deseado", no encontrado, pero nada impide que el intelectual
romano hable también griego. La unidad y la identidad son un producto jurídico.
Roma es un sistema de leyes que actúan dentro de ciertas fronteras, la ciudadanía
romana es un privilegio para quien asume ciertas cargas e invoca ciertos
derechos.
La frontera temporal
Por sensata que pudiera parece esta idea tomista, fue puesta en duda- cabe
recordarlo- por el debate escolástico sobre la potentia absoluta dei. ¿Acaso un
Dios absolutamente omnipotente no podría crear o haber creado otros mundos
distintos del nuestro?
Giacomo Devoto observa que las leyes de las Doce Tablas, elaboradas en la era
arcaica, se sitúan todavía en los confines de una sintaxis prelatina donde
dominaba la estructura paratáctica indo-europea...El precepto VIII, 12, dice; "Si
nox furtum faxsit, si im occisit, iure caesus esto". Devoto señala que la
construcción sintáctica, ambigua, se resiente todavía por la lengua oral, donde las
ambigüedades pueden ser eliminadas de varias maneras extrasintácticas. Hay
aquí dos prátasis, con sujeto sobreentendido (el sujeto de la primera no es el
sujeto de la segunda) y la sintaxis no establece claramente que todo lo que se
afirma en la apódosis es la consecuencia de prótasis. Es el intérprete quien deberá
ver como consecuencia obligatoria (la ley representada por apódosis) lo que, de
hecho, está única y paratácticamente alineado a las dos prótasis. En cambio,
Devoto observa que la coordinación dentro de las dos proposiciones
condicionales aparece como ya organizada en el precepto VIII, 2. "Si membrum
rupsit, ni cum eo pacit, talio esto". El sujeto de las dos prótasis es el mismo, y las
dos prótasis están unidas por el ni. No obstante, "la capacidad subordinante del
si, que nos parece tan evidente, es reciente. El origen del si (sei) está cera del
origen del sic, "así". Es decir: comprueba un hecho sin hacer todavía de él una
condición. "Señalemos que la linealidad superficial de la parataxis todavía no
impone ninguna linealidad lógica. Si afirmo "p y q" (por ejemplo "alguien
cometió un hecho, alguien recibe una pena"), la enunciación de los dos hechos
está dispuesto en sucesión, pero dicha sucesión en el nivel del enunciado implica
todavía una relación en el nivel lógico.
Creo que este fenómeno es una prueba más de todo lo que se ha dicho hasta
ahora. Tomemos el famoso debate sobre la lógica griega: ¿Quiere determinar las
leyes autóctonas del pensamiento, o considera que dichas leyes reflejan las leyes
de la realidad? Pues bien, la mentalidad romana aborrece estos problemas
metafísicos. Se plantea problemas jurídicos: quiere establecer fronteras. No
fronteras espaciales, sino "líneas de conducta" que traza para hacer posible la
coexistencia civil -así como, digamos, la escolástica "traza", instituye líneas de
conducta para el comportamiento divino, pues si Dios actuara sin ninguna ley no
se podría confiar en su palabra,
Alea jacta est, si has hecho esto, las consecuencias serán irreversiblemente
aquello. No hay lugar para la negociación. "Si pater filium ter venum duit, filius a
patre liber esto " (IV, 2). El hijo se liberará del padre si el padre lo puso en venta
tres veces. No una ni dos, sino tres veces. Y no será libre antes de la tercera vez,
independientemente de las circunstancias...Esta rigidez caracterizará y caracteriza
al derecho romano en relación con la Common Law anglosajona (bárbara) basada
en la costumbre.
Los escritores de lengua neo-latina que hacen traducir uno de sus textos al
inglés viven una experiencia común: la reacción del traductor antes sus
frecuentes "por eso", "no obstante", "por consiguiente", "pese a ello", "por otra
parte". El traductor trata de expresar estas preposiciones y conjunciones mediante
aparentes sinónimos ingleses. Resultado: el texto se vuelve denso y el lector se
pregunta por qué de todos esos vínculos, últimos vestigios de una
consecuencialidad rígida que insuflaba su presencia a toda la página. ¿No basta
con alinear hechos u observaciones, y dejar al lector el trabajo de sacar sus
conclusiones? Eso es precisamente lo que el pensamiento latino trató de evitar en
el siglo V, transformando la parataxis de las Doce Tablas en la sintaxis más
madura de la clasicidad.
Estamos lejos de nuestras obsesión, pasión, vértigo frente al poder del lenguaje.
Mallarmé no piensa de ninguna manera en latín. Volveremos sobre el tema
cuando hablemos de la lectio.
Este modo de pensamiento nos resulta muy familiar, al punto de olvidar que
Grecia nos trasmitió únicamente el modelo del principio de identidad y del
tercero excluido. También elaboró la idea de la metamorfosis continua,
simbolizada por Hermes. Hermes es evanescente, ambiguo, padre de todas los
artes pero dios de los ladrones, juvenis et senex a la vez. Las metafísicas de la
transmutación y de la alquimia serán herméticas, y el principio fundamental del
Corpus hermeticum- cuyo descubrimiento en el Renacimiento marca el fin del
pensamiento escolástico y el nacimiento del nuevo neo-platonismo- es el de la
semejanza y la simpática universal. Gracias al Asclepius -conocido por la
latinidad medieval- la escolástica latina es rozada por esta tendencia, pero trata
de ocultar y rechazar la tentación de la metamorfosis continua.
El laberinto neo-platónico
Para que este discurso sea posible es necesario creer firmemente en el principio
de identidad, y sostener que tertium non datur. Los principios de la lógica griega
reafirman la certeza que tienen los latinos de poder trazar con una exactitud
absoluta las fronteras entre las cosas y entre las ideas. Puede haber opiniones
contradictorias, pero el objetivo de la búsqueda filosófica es llegar a una
conclusión desprovista de ambigüedad.
Las reglas que toda la patrística y la escolástica elaboran y proveen sirven para
establecer que las Escrituras sagradas, torbellino y maraña de infinitos discursos,
dicen siempre lo mismo, aunque lo digan de maneras infinitamente nuevas. Non
nova, sed nove. La teoría de la lectio se refiere a la determinación de reglas a
partir de las cuales puede hallarse siempre la misma verdad constantemente
reformulada de maneras diferente y sin embargo unívoca.
Por consiguiente, la cultura latina está fascinada con el vértigo del laberinto
escriturario (que no asustara a la cultura judía y cabalística), pero trata de
exorcisar su fantasma. Reconoce el carácter laberíntico del libro como una
impresión de superficie: el problema es encontrar allí las reglas subyacentes y los
recorridos legítimos, desligitimizando los que son errados. Si el libro fue escrito
digitio Dei, y si Dios es el principio mismo de la identidad, el libro no puede
generar significados contradictorios. Como veremos más adelante, en virtud del
"corte epistemológico" que se crea con el Renacimiento, esta idea de lectura del
libro no es la que prevalece en el mundo moderno, ya sea para las escrituras
sagradas o para las escrituras profanas, principalmente la poesía. Pero la
mentalidad latina no habría podido adherir a la idea de Valery - "no hay un
sentido verdadero de un texto"- ni a las nociones contemporáneas de deriva, de
lectura libidinal o de deconstrucción del sentido. Una vez más, el modo de
pensamiento latino trata de fijar fines a la interpretación. A riesgo de regular la
lectio mediante un principio de autoridad. Y así se comprende como la Iglesia de
Roma, en la medida en que todavía encarna una cultura latina, no puede aceptar
el principio luterano de la libre interpretación. Como Mucius Scaevola, consiente
en mutilarse una mano -la mitad del cuerpo de fieles- con el solo objeto de no
admitir que Porsenna no es Porsenna.
El corte epistemológico
(*) Fuente: Umberto Eco, "La línea y el laberinto: las estructuras del pensamiento
latino", publicado en Revista Vuelta, abril de 1987, pp.18-27.