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LA INUTILIDAD DE LA LEY

Y EL VALOR DE CRISTO
Filipenses 3:8-9
Sí, y aún considero que todo tiene un valor negativo comparado con el valor incalculable de lo
que quiere decir conocer a Jesucristo, mi Señor. Por Su causa he tenido que llegar a un abandono
total de todas las cosas, y no las considero mejores en nada que la basura que se destina al
vertedero -a fin de obtener a Cristo, y que quede claro a todos que estoy en Él, no por ninguna
justicia mía propia, esa justicia que se deriva de la Ley, sino por la justicia que nos viene por medio
de Jesucristo, cuya fuente está en Dios mismo y cuya base es la fe.

Pablo acaba de decir que había llegado a la conclusión de que todos sus privilegios y logros
judíos no eran nada más que una pérdida total. Pero, se podría argüir, que eso era una decisión
precipitada, que tal vez más tarde lamentaría o invertiría. Así es que aquí dice: «Llegué a aquella
conclusión -y sigo pensando lo mismo. No fue una decisión que hiciera en un momento de
emoción, sino que todavía la mantengo.»
En este pasaje, la palabra clave es justicia. Dikaiosyné es siempre difícil de traducir en las cartas
de Pablo. El problema no está en saber lo que quería decir, sino en encontrar una palabra española
que abarque todo lo que incluye. Tratemos de ver lo que Pablo estaba pensando cuando hablaba
acerca de la justicia.
El gran problema básico de la vida es llegar a estar en la debida relación con Dios, en paz y en
amistad con Él. La forma de llegar a esa relación es por medio de la justicia, por medio de la clase
de vida y de espíritu y de actitud hacia Él que Dios desea. Por eso justicia, casi siempre para Pablo,
tiene el sentido de la debida relación con Dios. Teniendo esto en mente, tratemos de parafrasear
este pasaje para expresar, no tanto lo que Pablo dice, sino lo que quería decir.

Dice: " Me he pasado la vida tratando de llegar a la debida relación con Dios. Traté de
encontrarla mediante la estricta sumisión a la ley judía; pero encontré que la ley y todos los
procedimientos eran menos que inútiles para lograr tal fin. Me resultó una pura... skybala." Skybala
tiene dos significados. En etimología popular se consideraba que derivaba de kysi ballomena, que
quiere decir lo que se les echa a los perros; en el argot de la medicina quiere decir excremento
(estiércol en la antigua Reina-Valera; basura desde la revisión de 1960. Ya se comprende que hay
una palabra todavía más corriente que estas en español). Así es que Pablo está diciendo: «Encontré
que la Ley y todos sus procedimientos no me eran más útiles para nada que los desechos que se
arrojan al montón de basura para ayudarme a entrar en la debida relación con Dios. Así es que
renuncié a tratar de crear una bondad que fuera mía propia; llegué a Dios con fe humilde, como
me dijo Jesús que lo hiciera, y encontré esa relación que yo había estado buscando toda la vida.»
Pablo había descubierto que la debida relación con Dios no se basa en la Ley, sino en la fe en
Jesucristo. No la alcanza ninguna persona, sino la da Dios; no se gana por obras, sino se acepta en
confianza.
Así es que dice: «Por propia experiencia os digo que el método judío es erróneo e inútil. No vais
a llegar nunca a entrar en la debida relación con Dios por vuestros propio esfuerzo en guardar la
Ley. Podéis entrar en ella solamente tomándole la palabra a Jesucristo, y aceptando lo que Dios
mismo os ofrece.»
La idea básica de este pasaje es la inutilidad de la Ley y la suficiencia del conocimiento de Cristo
y de aceptar el conocimiento de la gracia de Dios. El mismo lenguaje que usa Pablo para describir
la Ley -excremento- muestra el desagrado total hacia la Ley que sus propios esfuerzos frustrados
para vivir de acuerdo con ella le habían reportado. Y el gozo que brilla en todo este pasaje muestra
lo triunfalmente adecuada que encontró la gracia de Dios en Jesucristo.
LO QUE QUIERE DECIR
CONOCER A CRISTO
Filipenses 3:10-11
Mi única meta es conocerle; y lo que quiero decir con eso es conocer el poder de Su
Resurrección, y participar de Sus sufrimientos, mientras sigo haciéndome como Él en Su muerte, si
de alguna manera lograra llegar a la Resurrección de los muertos.

Pablo ya ha hablado del valor incalculable del conocimiento de Cristo. Ahora vuelve a ese
pensamiento, y define más exactamente lo que quiere decir. Es importante que nos fijemos en el
verbo que usa para conocer. Es parte del verbo guinóskein, que casi siempre se refiere a un
conocimiento personal. No es meramente un conocimiento intelectual, el conocimiento de ciertos
Hechos o principios. Es tener una experiencia personal de otra persona. Podemos ver la
profundidad de esta palabra por su uso en el Antiguo Testamento. En él se usa conocer para
expresar la relación más íntima entre marido y mujer. «Adán conoció a Eva su mujer; y ella
concibió y dio a luz a Caín» (Ge 4:1 ). El verbo hebreo yada se traduce en griego por guinóskein.
Este verbo indica el conocimiento más íntimo de otra persona. Pablo no considera su meta saber
cosas acerca de Cristo, sino conocerle personalmente. Conocer a Cristo quiere decir para él ciertas
cosas.
(i) Quiere decir conocer el poder Su Resurrección. Para Pablo, la Resurrección no era
simplemente un acontecimiento pasado de la Historia, por muy maravilloso que fuera. No era
simplemente algo que Le había sucedido a Jesús, por muy importante que fuera para Él. Era un
poder dinámico que actuaba en la vida de cada cristiano. No podemos saber todo lo que Pablo
quería decir con esta frase; pero la Resurrección de Cristo es la gran dinámica, por lo menos en
tres direcciones diferentes.

(a) Es la garantía de la importancia de este vida y de este cuerpo en los que vivimos. Fue en el
cuerpo como Cristo resucitó, y es este cuerpo el que santifica (1Co 6:13 ss).
(b) Es la garantía de la vida por venir (Rm 8:11 ; 1Co 15:14 ss). Porque Él vive, nosotros
también viviremos; Su victoria es nuestra victoria.
(c) Es la garantía de que en la vida y en la muerte y más allá de la muerte la presencia del
Señor Resucitado está siempre con nosotros. Es la prueba de que Su promesa de estar con
nosotros siempre hasta el fin del mundo es verdadera.
La Resurrección de Cristo es la garantía de que vale la pena vivir esta vida y de que el cuerpo
físico es sagrado; es la garantía de que la muerte no es el final de la vida y de que hay un mundo
feliz más allá; es la garantía de que nada en la vida o en la muerte nos puede separar de Él.
(ii) Quiere decir conocer la participación en Sus sufrimientos. Una y otra vez Pablo vuelve a la
idea de que, cuando el cristiano tiene que sufrir, está participando de alguna extraña manera en el
sufrimiento del mismo Cristo, y hasta completándolo (2Co 1:5 ; 4:IOs; Gal 6:17 ; Col 1:24 ). El
sufrir por la fe no es un castigo, sino un privilegio, porque así participamos de la obra del mismo
Cristo.
(iii) Quiere decir estar tan unidos a Cristo que día a día vamos participando más y más de Su
muerte, para finalmente participar de Su Resurrección. El conocer a Cristo quiere decir compartir
con Él Su camino; compartir la Cruz que Él llevó; compartir Su muerte, y finalmente participaremos
de la vida que El vive para siempre.
Conocer a Cristo no es ser experto en ningún conocimiento teorético o teológico; es conocerle
con tal intimidad que al final estamos tan unidos con Él como lo estamos con los que amamos en la
Tierra; y que, de la misma manera que participamos de las experiencias de ellos, así también
participamos de las Suyas.
3.8 Después que Pablo consideró todo lo que había logrado en la vida, manifiesta que nada de eso
tenía valor, cuando se comparaba con el conocimiento de Cristo. Esta es una declaración profunda
acerca de los valores: la relación de una persona con Cristo es más importante que cualquier otra
cosa. Conocer a Cristo debe ser nuestra meta final. Considere sus valores. ¿Hay algo más
importante que su relación con Cristo? Si sus prioridades están equivocadas, ¿cómo puede
reordenarlas?

3.9 Ni guardar la ley, ni el mejoramiento personal, la disciplina ni ninguna cantidad de esfuerzos


religiosos pueden hacernos perfectos delante de Dios. La justificación viene solo de El. Somos
hechos justos (recibir la justicia al permanecer con El) al confiar en Cristo. El cambia nuestros
pecado y nuestras faltas por su completa justicia. Véase 2Co 5:21 para más detalles sobre el regalo
de la justificación en Cristo.

3.9, 10 Pablo entrega todo, familia, amistades y libertad, a fin de conocer a Cristo y el poder que
lo resucitó. También nosotros tenemos acceso a ese conocimiento y a ese poder, pero es necesario
hacer algunos sacrificios para disfrutarlos. ¿Qué está dispuesto a dar a fin de conocer a Cristo?
¿Una agenda repleta a fin de dedicar unos pocos minutos cada día para orar y estudiar la Biblia?
¿La aprobación de sus amigos? ¿Algunos de sus planes o placeres? Sea lo que sea, conocer a Cristo
es más valioso que el sacrificio.

3.10 Cuando nos unimos a Cristo confiando en El, experimentamos el poder que lo resucitó de la
muerte. Ese mismo poder maravilloso nos ayudará a vivir moralmente, renovará y regenerará
nuestras vidas. Pero antes de que caminemos en nueva vida debemos morir al pecado. Así como la
resurrección de Cristo nos da el poder de Cristo para vivir para El, su crucifixión señala la muerte de
nuestra vieja naturaleza pecadora. No podemos conocer la victoria de la resurrección sin usar
personalmente la crucifixión.

3.11 Cuando Pablo escribió: "Si en alguna manera llegase a la resurrección" no estaba sugiriendo
alguna duda o incertidumbre. El no sabía el camino que lo llevaría a la presencia de Dios: ejecución
o muerte natural. Pablo no dudó que resucitaría, pero si sabía que esto se lograría por el poder de
Dios y no por el suyo.

3.11 Así como Cristo fue exaltado después de su resurrección, un día compartiremos la gloria de El
(Rev 22:1-7). Pablo sabía que podría morir pronto, pero tenía fe en que resucitaría a la vida otra
vez.

3.12-14 Pablo dice que su meta era conocer a Cristo, ser como El, y ser todo lo que Cristo
pensaba en cuanto a él. Esta meta absorbió todas sus energías. Esto es un ejemplo valioso para
nosotros. No debiéramos permitir que nada aparte la meta de nuestros ojos: conocer a Cristo. Con
la concentración de un atleta en entrenamiento, debemos poner a un lado todo lo que es
perjudicial y olvidarnos aun de las cosas buenas que podrían distraernos e impedir que seamos
cristianos efectivos. ¿Qué lo retiene?

3.13, 14 Pablo tenía razón para olvidar lo que estaba atrás: él cuidó la ropa de los que apedrearon
a Esteban, el primer mártir cristiano (Act 7:57-58; aquí Pablo es llamado Saulo). Todos hemos
hecho cosas de las que nos avergonzamos y vivimos en la tensión de lo que hemos sido y de lo que
queremos ser. Como nuestra esperanza está en Cristo, sin embargo, podemos olvidar la culpa
pasada y proyectarnos a lo que El nos ayudará a ser. No se estanque en su pasado. Más bien,
crezca en el conocimiento de Dios, concentrándose en su relación con El ahora. Sepa que ha sido
perdonado, y muévase en dirección a una vida de fe y obediencia. Proyéctese hacia una vida plena
y de mayor significado gracias a su esperanza en Cristo.

8. ciertamente—Los manuscritos más antiguos omiten “ciertamente” (griego: “ve”).


Tradúzcase: “Además”. No sólo “he reputado” aquellas cosas ya mencionadas “como pérdida por
amor a Cristo, sino que además hasta cuento todas las cosas por pérdida … por el eminente, etc.
—El griego: “A causa de la excelencia (la supereminencia: superior a todo lo demás) del
conocimiento de Cristo Jesús”. mi Señor—abrazado como tal con fe y amor (Psa 63:1; Joh 20:28).
lo he perdido todo—en efecto, no meramente lo conté por pérdida. todo—todas las cosas
mencionadas: He sufrido la pérdida de todas. estiércol—del griego “skubalon”, lo que se arroja a
los perros, escoria, excremento, basura, etc. Una “pérdida” es algo que tiene valor; pero la
“basura” se tira como inútil y aun repugnante al tacto y a la vista. para ganar—Uno no puede
hacer el objeto de su “ganancia” las otras cosas y al mismo tiempo “ganar a Cristo”. El que pierde
todas las cosas y aun a sí mismo, por amor a Cristo, el tal gana a Cristo; Cristo es de él y él de
Cristo (Son 2:16; Son 6:3; Luk 9:23-24; 1Co 3:23).
9. y ser hallado en él—“hallado” cuando él vuelva, “en él” viviendo espiritualmente, como el
elemento de mi vida. Una vez perdido, fuí hallado y espero ser perfectamente “hallado” por él
cuando venga (Luk 15:8). mi justicia, que es por la ley—(v. 6; Rom 10:3, Rom 10:5) “que viene
de la ley”. la que es de Dios por la fe—“que viene de Dios basada en la fe”. Pablo fué
transportado de la servidumbre legalista a la libertad cristiana repentinamente, sin ninguna
transición gradual. Así que las cadenas del fariseísmo fueron rotas instantáneamente; y la oposición
al judaísmo farisaico sustituyó a la oposición al evangelio. Así la providencia de Dios le preparó
debidamente para la tarea de deshacer toda idea de la justificación legalista. “La justicia de la fe”
es, en el sentido paulino, la justicia o la perfecta santidad de Cristo apropiada por la fe como la
base objetiva de confianza para el creyente, y también como el nuevo principio subjetivo de vida.
Por tanto, incluye la esencia de una nueva disposición, y puede fácilmente pasar a la idea de la
santificación, aunque originalmente las dos ideas eran distintas. No es ningún acto arbitrario de
Dios, como si él tomara por inocente al pecador sencillamente porque éste cree en Cristo; sino que
lo objetivo de parte de Dios corresponde a lo subjetivo de parte del hombre: la fe. La comprensión
del arquetipo de la santidad por medio de Cristo contiene la promesa de que ésta será realizada en
todos los que son uno con él por la fe y fueron hechos órganos del Espíritu suyo. Su germen les es
impartido cuando creen, aunque el fruto de una vida perfectamente conformada al Redentor puede
ser desarrollado solamente poco a poco en esta vida [Neandro].
10. A fin de conocerle—experimentalmente. El objetivo de la “justicia” ya mentada. Este
versículo resume y más plenamente explica “la supereminencia del conocimiento de Cristo” (v. 8).
Conocerle es más que el saber meramente una doctrina acerca de él. Los creyentes no son
conducidos a la redención solamente sino al Redentor mismo. la virtud de su resurrección—
asegurando a los creyentes de su justificación (Rom 4:25; 1Co 15:17), y los resucita con él
espiritualmente, por virtud de su identificación con él en ésta, así como en todos los actos de su
obra redentora a nuestro favor (Rom 6:4; Col 2:12-13). El poder del Espíritu Santo, que ahora
levanta a los creyentes de la muerte espiritual (Eph 1:19-20), es el mismo que levantará sus
cuerpos de la muerte literal después (Rom 8:11). y la participación de sus padecimientos—por
la identificación con él en sus padecimientos y muerte, por la imputación; también, por la carga en
efecto de la cruz, cualquiera que se nos imponga, siguiendo el ejemplo de él, y así “completando lo
que falta de los padecimientos de Cristo” (Col 1:24); y en la disposición de llevar cualquier carga
por amor de él (Mat 10:38; Mat 16:24; Timoteo 2:11). Como él llevó todas nuestras aflicciones (Isa
53:4), así nosotros participamos de las de él. en conformidad a su muerte—El griego: “siendo
conformado a (la semejanza de) su muerte”, eso es, un proceso gradual: por padecimientos
continuos por amor de él, mortificando la carnalidad (Rom 8:29; 1Co 15:31; 2Co 4:10-12; Gal
2:20).
11. Si en alguna manera—No expresando incertidumbre en cuanto al resultado sino el
encarecimiento de la lucha de fe (1Co 9:26-27), y la urgente necesidad de celo y vigilancia (1Co
10:12). llegase a la resurrección de los muertos—“de entre los muertos” (según los
manuscritos más antiguos), es decir, la primera resurrección: la de los creyentes con la venida de
Cristo (1Co 15:23; 1Th 4:15; Rev 20:5-6). El vocablo griego (exanαstasis) no ocurre en ninguna otra
parte del Nuevo Testamento. “El poder de la resurrección de Cristo” (Rom 1:4) asegura la llegada
del creyente a “la resurrección de (entre los demás) muertos” (cf. vv. 20, 21). Cf. “ Tenidos por
dignos de alcanzar la resurrección de los muertos” (Luk 20:35). “La resurrección de los justos” (Luk
14:14).
12. no que haya alcanzado—No quiero que me comprendan mal; que haya “obtenido” el
perfecto conocimiento de Cristo, ni el poder de su muerte, ni la participación de sus padecimientos,
ni una conformidad a su muerte. ni que ya sea perfecto—ya “coronado” de la corona, guirnalda,
de la victoria, corrida mi carrera, y alcanzada la absoluta perfección. La figura del principio al fin es
la de la arena de carreras. Véase 1Co 9:24; Heb 12:23. Cf. Trench Los Sinónimos del Nuevo
Testamento. prosigo—con ahínco. alcanzo … alcanzado—Prosigo, si acaso eche manos de
aquello (a saber, el premio, v. 14) para lo cual fuí también asido por Cristo” (a saber, mi
conversión, Son 1:4; 1Co 13:12). Jesús—omitido en los manuscritos más antiguos. Pablo estaba
cercano de “alcanzar” el premio (2Ti 4:7-8). Cristo el Autor es también el que termina la carrera de
los suyos.
13. yo—sea la que fuere la cuenta de los demás. El que cuenta con ser perfecto él mismo
debe engañarse llamando enfermedad al pecado (1Jo 1:8); al mismo tiempo, todo creyente debe
tener la perfección por su blanco, si ha de ser siquiera cristiano (Mat 5:48). olvidando lo que
queda atrás—El mirar atrás resultará por cierto en ir atrás (Luk 9:62). Así la mujer de Lot (Luk
17:32). Si al remar contra la corriente dejamos de manejar los remos, somos llevados para atrás.
Así la palabra de Dios para nosotros, como fué para Israel: “Di a los hijos de Israel que marchen
adelante” (Exo 14:15). La Biblia es nuestro mojón que indica si progresamos o retrocedemos.
extendiéndome—esforzándome hacia adelante, con las manos y con los pies, como quien corre la
carrera. El cristiano siempre se siente humillado por el contraste entre lo que es y lo que desea ser.
El ojo mira hacia adelante e impele a la mano; la mano se extiende hacia adelante e impele al pie.
[Bengel]. a lo … delante—(Heb 6:1.)
14. la soberana vocación—lit., “la vocación de arriba” (Gal 4:26; Col 3:1): “la vocación celestial”
(Heb 3:1); “El premio” es “la corona de justicia” (1Co 9:24; 2Ti 4:8). Rev 2:10 : “corona de la
vida”. 1Pe 5:4 : “Una corona incorruptible de vida”. “La soberana (“alta”) vocación”. o la “celestial”
no se limita, como piensa Alford, a la propia de Pablo como apóstol por el llamamiento de Dios
desde el cielo; antes es el llamamiento común de todos los cristianos a la salvación en Cristo que,
siendo del cielo, nos invita al cielo hasta donde, por consiguiente, debemos elevar la mente.

Vv. 1-11.Los cristianos sinceros se regocijan en Cristo Jesús. El profeta trata de perros mudos a
los falsos profetas, Isaías lvi, 10, a lo cual parece referirse el apóstol. Perros por su malicia contra
los fieles profesantes del evangelio de Cristo, que les ladran y los muerden. Imponen las obras
humanas oponiéndolas a la fe de Cristo, pero Pablo los llama hacedores de iniquidad.
Los trata de mutiladores, porque rasgan la Iglesia de Cristo y la despedazan. La obra de la religión
no tiene propósito alguno si el corazón no está en ella; debemos adorar a Dios con la fuerza y la
gracia del Espíritu divino. Ellos se regocijan en Cristo Jesús, no solo en el deleite y cumplimiento
externo. Nunca nos resguardaremos con demasía de quienes se oponen a la doctrina de la
salvación gratuita, o abusan de ella.
Para gloriarse y confiar en la carne, el apóstol hubiera tenido muchos motivos como cualquier
hombre. Pero las cosas que consideró ganancia mientras era fariseo, y las había reconocido, las
consideró como pérdida por Cristo. El apóstol no les pedía que hicieran algo fuera de lo que él
mismo hacía; ni que se aventuraran en algo, sino en aquello en lo cual él mismo arriesgó su alma
inmortal. Él considera que todas esas cosas no eran sino pérdida comparadas con el conocimiento
de Cristo, por fe en su persona y salvación.
Habla de todos los deleites mundanos y de los privilegios externos que buscaban en su corazón un
lugar junto a Cristo, o podían pretender algún mérito y algo digno de recompensa, y los cuenta
como pérdida, pero puede decirse que es fácil decirlo, pero, ¿qué haría cuando llegara la prueba?
Había sufrido la pérdida de todo por los privilegios de ser cristiano. Sí, no sólo los consideraba
como pérdida, sino como la basura más vil, sobras tiradas a los perros; no sólo menos valiosas que
Cristo, sino en sumo grado despreciables cuando se las compara con Él.
El verdadero conocimiento de Cristo modifica y cambia a los hombres, sus juicios y modales, y los
hace como si fueran hechos de nuevo. El creyente prefiere a Cristo sabiendo que es mejor para
nosotros estar sin todas las riquezas del mundo que sin Cristo y su palabra. Veamos a qué resolvió
aferrarse el apóstol: a Cristo y el cielo. Estamos perdidos, sin justicia con la cual comparecer ante
Dios, porque somos culpables. Hay una justicia provista para nosotros en Jesucristo, la que es
justicia completa y perfecta. Nadie puede tener el beneficio de ella si confía en sí mismo. La fe es el
medio establecido para solicitar el beneficio de la salvación. Es por fe en la sangre de Cristo. Somos
hechos conformes a la muerte de Cristo cuando morimos al pecado como Él murió por el pecado; y
el mundo nos es crucificado como nosotros al mundo por la cruz de Cristo. El apóstol está
dispuesto a hacer o sufrir cualquier cosa para alcanzar la gloriosa resurrección de los santos. Esta
esperanza y perspectiva lo hacen pasar por todas las dificultades de su obra. No espera lograrlo por
su mérito ni su justicia propia sino por el mérito y la justicia de Jesucristo.

7 Pero todas estas cosas, que eran para mí ganancias, las he


estimado como pérdidas a causa del Cristo. 8 Pero aún más:
incluso todas las demás cosas las considero como pérdida a
causa de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por quien me dejé despojar de todo, y todo lo tengo
por basura, a fin de ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no
reteniendo una justicia mía -la que proviene de la ley-, sino la
justicia por la fe en Cristo, la que proviene de Dios a base de la
fe: 10 para conocer a él, la fuerza de su resurrección y la
comunión con sus padecimientos, hasta configurarme con su
muerte, 11 por si de alguna manera consigo llegar a la
resurrección de entre los muertos.

Su vida anterior en el judaísmo fue sincera. Sobre esto nadie puede


abrigar dudas. Pero ahora esta vida está orientada en otro sentido. El
cambio está marcado por una frase: a causa de Cristo. Es una frase
importante. La esperanza del judaísmo se orientaba al Mesías futuro.
En él se cumpliría la promesa de liberación total de Israel. ésta era
también la esperanza del judío Pablo. Pero reconoció que la promesa
se había hecho ya realidad en Jesús, a quien confesaba la comunidad
cristiana por él perseguida. El término «Cristo» retiene aquí todavía su
sentido pleno y no se ha fijado aún como nombre personal.
Ciertamente, la realidad parecía ser distinta de la esperanza. Israel
quedaba excluido de la fe en el Cristo, la mayoría de ellos rechazaron
el evangelio. El nuevo pueblo de Dios estaba formado por gentiles. El
antiguo judío Pablo sentía un dolor sincero ante esta senda de Israel:
«Digo la verdad en Cristo, no miento... siento gran tristeza y profundo
dolor incesante en mi corazón. Hasta desearía yo mismo ser anatema,
ser separado de Cristo en bien de mis hermanos, los de mi raza según
la carne. Ellos son israelitas...» (Rom 1:9-14). El cambio del Apóstol
fue debido a su experiencia de Damasco. Es absolutamente indudable
que en este pasaje se refiere a aquel acontecimiento. Fue una gracia;
fue vencido por Cristo (1). Con todo, aquí habla como si se hubiera
tratado de una decisión personal, que reviste incluso de las categorías
comerciales de pérdida y ganancia, como si hubiera hecho un cálculo.
Frente a la amenaza que se cierne sobre los filipenses, le interesa
señalar a la comunidad con su ejemplo la decisión y el camino únicos
que pueden llevar a Cristo. Rebajas, compromisos, aunque fueran en
lo suplementario, quedan descartados. Serían una traición.

Si comenzar a caminar por la senda del cristianismo fue en Pablo


gracia absoluta, no por eso se excluía ya la decisión, la determinación,
la acción, la respuesta personal. La gracia quiere actuar, prolongarse
en el interior de la vida humana. Para ello necesita la colaboración. El
principio ya puesto debe ser mantenido, continuado, realizado. Pablo
dio una respuesta afirmativa y la pronunciaba cada vez con mayor
firmeza. Lo que consideraba como pérdida, sigue siendo pérdida
también ahora, y más aún: basura, excremento, inmundicia.

Hay pasajes en sus cartas que nos resultan decididamente


enigmáticos. ¿Cómo es posible que alguien pueda juzgar con tales
palabras su propio pasado, todo cuanto antes significaba algo para él,
ganancia, tradición gloriosa, santa tradición de los pobres? Pablo no
está dispuesto a ningún compromiso. Ha sonado la hora de la
separación entre lo cristiano y lo judío. Ha sido preciso este rigor, para
tener una visión clara de los límites. Sólo una cosa cuenta ahora: la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Para la sensibilidad bíblica
el conocimiento no es en modo alguno puramente teórico, un proceso
intelectual, un asentimiento de la razón. Abraza y alcanza siempre
todas las fuerzas del hombre, es personal. Por eso puede hablar Pablo
del conocimiento de su Señor. Este conocimiento personal, total,
existencial, le fue concedido en Damasco.

El Apóstol sacó las consecuencias: renunció a todo, a todo cuanto


significaba algo para él, y está poseído desde entonces por el deseo de
ganar a Cristo. El cumplimiento de este deseo mantiene la tensión de
la espera hasta el día futuro. Pues sólo entonces se manifestará si uno
se halla en verdad en Cristo, si es cristiano, si lo ha sido o no.

Al rechazar y contraponerse a lo judío, desempeña en los escritos del


Apóstol un papel eminente la antinomia entre ley y fe. ¿Es la ley la que
lleva a la salvación, o la fe? Teológicamente formulada la alternativa
equivale a preguntar: ¿soy justificado ante Dios por la ley o por la fe?
La problemática, aquí solamente insinuada, se desarrolla con mayor
amplitud en las cartas a los Romanos y a los Gálatas (2). Pero Pablo no
renuncia a mencionarla de pasada también en su polémica con la
herejía filipense.

Ley y observación de la ley conducen a la justificación por las propias


obras, que permite al hombre adoptar una postura reclamatoria ante
Dios y referirse a su «propia» justificación. Y aquí ve el Apóstol el
pecado radical del hombre, en que éste se desligue de Dios, se apoye
en sí mismo, estribe en sí y crea poder justificarse y acreditarse. Se
reconoce así el papel de la ley en toda su penosidad y ambivalencia,
pero también con una meta y una finalidad querida por Dios. Pablo
arranca con energía de la mano del hombre la ley como medio de
afirmación de sí mismo ante Dios, al aludir a que sólo procede de Dios
aquella justificación que viene por la fe en Cristo. La otra es egoísta, es
justificación propia. La justificación, la acción salvadora, sólo puede
provenir de Dios, es, en sentido absoluto, gracia (3). La voluntad de
afirmarse a sí mismo que tiene el hombre debe destruirse. Aquel que
se considera totalmente referido a la gracia, este tal es capaz de la fe.

El conocimiento de Cristo como conocimiento personal se centra en


primer término en su resurrección y muerte, en su pasión. Incluye la
disposición a renunciar a sí mismo, la disposición al sufrimiento, a la
vergüenza, sobre todo cuando advienen por causa de la fe, en el
seguimiento de Cristo. Entonces se asemeja el cristiano a su Cristo. A
esto le ha orientado el bautismo. «¿O es que ignoráis que cuantos
fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su muerte
donde fuimos sumergidos?» (Rom 6:3). La configuración con Cristo,
como proceso continuamente en marcha, la asimilación a Cristo es la
ley vital del creyente. En esta tarea puede experimentar la fuerza vital
del Señor resucitado como un poder transformador: perdón de los
pecados, donación de gracia, liberación de la angustia de la muerte.

Los adversarios parecen tener otra opinión sobre este punto. La figura
doliente del Apóstol era para ellos un escándalo. Se negaban a la
comunión de sufrimientos, pero afirmaban el poder de la resurrección.
Se creían vanamente a seguro en su visión unilateral. Para ellos no
sólo se había iniciado ya el futuro de la nueva vida -en lo que Pablo
estaba de acuerdo-, sino que se hallaba ya presente y perfectamente
cumplido.

...............

1. Cf. Gal 1:12 17.

2. Rm 1-8; ,26.

3. Sobre la «justicia de Dios» como principio estructural de la doctrina paulina de la


justificación, cf. Rom 3:21-26; Rom 1:17; Rom 10:3; 2Co 5:21

...............

3. NO SE HA LLEGADO AUN AL TéRMINO (3/12-16).


12 No digo que ya tenga conseguido mi objetivo o que ya haya
llegado al término, sino que sigo corriendo por si logro
apoderarme de él, por cuanto Cristo Jesús también se apoderó
de mí. 13 Yo, hermanos, todavía no me hago a mí mismo la
cuenta de haberlo conseguido ya; sino que sólo busco una
cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia
lo que está por delante, 14 corro hacia la meta para ganar el
premio al que Dios nos llama arriba en Cristo Jesús. 15 Así
pues, todos los que somos ya maduros, debemos tener estas
aspiraciones, y si en algo experimentáis otros sentimientos,
esto también os lo aclarará Dios. 16 En todo caso, partiendo
del punto adonde hayamos llegado, sigamos caminando en la
misma línea.

Pablo se aparta con toda claridad de aquella concepción errónea. él no


ha llegado al término, no ha conseguido su objetivo. Pero se sabe en
un camino en el que puede desplegar todas sus energías para
acercarse al fin. Apenas si es posible imaginarse un cristiano que se
haya empeñado en su tarea con más actividad, más decisión y más
sacrificio que Pablo. También él tiene que trabajar consigo mismo,
negarse, ser paciente, aprender. Pero lo que, considerado desde el
exterior, pudiera parecer una actividad de tipo ético, brotaba
internamente de muy distintos hontanares. Cristo se había apoderado
de él y le había puesto en camino. Aquel a quien Pablo quiere alcanzar
era el mismo por quien había sido él alcanzado.

Creer que ya se le ha alcanzado es una opinión necia. La sensación de


perfección entrañaba el peligro de adormecer la voluntad moral. La
imagen de los atletas de las carreras, tan populares en su tiempo,
deben ayudar a esclarecer la situación (Cf. 1Co 9:24-27). Se trata de
un premio, que se debe ganar, pero que también se puede perder.
Cuando se corre en el estadio, no se piensa en el trayecto ya recorrido,
y mucho menos se le ocurre a nadie la idea de abandonarse -por lo ya
logrado- a un engañoso delirio de victoria. De este modo, se estaría
muy cerca de la derrota. Primero hay que conseguir el laurel. Así es la
llamada de Dios al reino celestial. Porque la existencia cristiana surge
en virtud de una llamada de Dios, hecha posible por Cristo Jesús.
Aquel a quien se habla y tiene voluntad de oír, se convierte en un
llamado. Se le coloca bajo la ley de la confirmación. Si se confirma, si
da buenas muestras de sí, entonces puede percibir la llamada
definitiva divina, con la que Dios llama hacia sí.

Aquellos que se imaginan ser perfectos, deberían meditar este texto. El


carácter de peregrinación de la existencia cristiana es, de hecho, una
cosa para meditar. Como peregrino (homo viator), condena el cristiano
toda suerte de mentira que predica una perfección intramundana, un
progreso del espíritu hasta alcanzar el eskhaton. Su tarea no es fácil,
ya que es impopular, porque recuerda a los hombres la fragilidad del
mundo. Posiblemente las revelaciones y los éxtasis desempeñaron
también entre sus adversarios un papel no pequeño. Pablo alude a ello
en tono irónico. Allí donde lo religioso se aparta de la verdad, pasan a
ocupar el primer plano las cosas raras, los sucesos pseudorreligiosos.
El Apóstol es lo bastante sobrio para conocer lo que es necesario. Y
esto quiere decir: no volver atrás, no descender de la altura de lo ya
conseguido, continuar la carrera por el camino trazado.

ROMANOS 13:1

EL CRISTIANO Y EL ESTADO
Romanos 13:1-7
Que cada cual preste la debida obediencia a dos que están en puestos de autoridad, porque no
hay autoridad a la que Dios no le haya asignado su esfera; porque ha sido Dios Quien ha colocado
en su sitio a las autoridades que existen. Esto quiere decir que el que se opone a una autoridad
realmente se está oponiendo al orden de cosas que Dios ha establecido. Los que se oponen a la
autoridad se acarrean un merecido castigo. Porque, el que vive honradamente no es el que tiene
que tenerles miedo a los gobernantes, sino el que hace lo que no debe. ¿Quieres no tener que
temer a la autoridad? Pues vive como es debido, y las autoridades no podrán decir de ti nada más
que cosas buenas, porque los que están al servicio de Dios están para tu bien. Si haces lo que no
debes, entonces sí que debes tener miedo; porque no en vano tiene poder para dictar sentencia de
muerte el que está en autoridad, ya que está al servicio de Dios, y su misión es aplicar ira y
venganza al que lleva mala vida. Por eso es por lo que debes someterte, no sólo por temor a la ira,
sino por causa de la conciencia.
Por esta misma razón debes también pagar los impuestos; porque los que están en autoridad
son siervos de Dios y esa es su misión. Dale a cada uno lo que le es debido: al que se le deba
pagar tributo, págaselo; a los que impuestos, lo mismo; al que se deba tener respeto, trátale con
respeto. Al que se le deba mostrar honor, muéstraselo.
La primera impresión que nos hace este pasaje es muy extraña. Parece aconsejar al cristiano
una sumisión total al poder civil. Pero, de hecho, este es un mandamiento que aparece en todo el
Nuevo Testamento. En 1 Timoteo 2:1 s leemos: «Insisto en que se hagan súplicas, oraciones,
intercesiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están
en posiciones de autoridad, para que vivamos tranquilamente y en paz, piadosamente y con
respeto en todos los sentidos.» En Tit 1:3 , el consejo al predicador es: «Recuérdales que sean
sumisos a los gobernantes y a las autoridades, que sean obedientes, que estén siempre dispuestos
a hacer las cosas honradamente.» En 1Pe 2:13-17 leemos: «Por causa del Señor someteos a toda
institución humana, ya sea al emperador como jefe supremo, o a los gobernantes que aquél envía
para castigar a los que obran mal y recompensar a los que bien. Porque la voluntad de Dios es que,
viviendo honradamente, hagáis callar la ignorancia de algunos tontos... Tened respeto a todos los
hombres. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al emperador.»
Puede que nos dé la tentación de suponer que estos pasajes provienen de un tiempo cuando el
gobierno romano no había empezado a perseguir a los cristianos. Sabemos, por ejemplo, que en el
Libro de los Hechos, como hizo notar Gibbon, el tribunal de los magistrados paganos fue a menudo
el refugio más seguro contra la furia del populacho judío. Una y otra vez vemos a Pablo recibiendo
protección de manos de la justicia imperial romana. Pero lo interesante y significativo es que
muchos años y hasta siglos después, cuando la persecución había empezado a rugir y se
consideraba a los cristianos fuera de la ley, los líderes cristianos seguían diciendo exactamente lo
mismo.
Justino Mártir (Apología 1:17) escribe: «En todas partes nosotros estamos más dispuestos que
nadie y nos esforzamos por pagar a los funcionarios que asignáis los impuestos ordinarios y
extraordinarios, como Jesús nos ha enseñado. No damos culto nada más que a Dios, pero en otros
respectos os servimos de buena gana, reconociéndoos como reyes y gobernantes, y orando para
que, con vuestro poder real, se os conceda también sano juicio.» Atenágoras, suplicando la paz de
los cristianos, escribe (capítulo 37): «Merecemos consideración porque oramos por vuestro
gobierno, para que podáis recibir el reino de la manera más justa, el hijo del padre, y que vuestro
imperio aumente y se acreciente hasta que toda la humanidad os esté sujeta.» Tertuliano
(Apología 30) escribe extensamente: «Ofrecemos oración por la salud de nuestros príncipes a
nuestro Dios eterno, verdadero y vivo, cuyo favor ellos deben desear más que ninguna otra cosa...
Sin cesar, por todos nuestros emperadores ofrecemos oración. Oramos para que se les prolongue
la vida; para que haya seguridad en el imperio; por protección para la casa imperial; por ejércitos
valerosos, por un senado fiel, por un pueblo virtuoso, por la paz del mundo -por todo, en fin, lo que
el emperador pueda desear, como hombre o como César.» Y sigue diciendo que el cristiano no
puede por menos de apreciar al emperador, porque «es llamado por nuestro Señor para ejercer su
cargo.» Y concluye diciendo que "el César es más nuestro que vuestro, porque nuestro Dios es el
que le ha nombrado.» Arnobio (4:36) declara que en las reuniones de los cristianos «se pide la paz
y el perdón para todos los que están en autoridad.»
Era la constante y reconocida enseñanza de la Iglesia Cristiana que había que obedecer y orar
por el poder civil, aunque estuviera personificado en un Nerón.
¿Qué pensamiento y creencia hay detrás de todo esto?
(i) En el caso de Pablo había una razón inmediata para que hiciera hincapié en la obediencia
civil. Los judíos eran notorios como rebeldes. Palestina, y especialmente Galilea, estaba bullendo
constantemente de insurrección. Sobre todo, estaban los celotas, que estaban convencidos de que
no debía haber más rey para los judíos que Dios, y que no se debía pagar tributo a nadie más que
a Dios. Tampoco se conformaban con una resistencia pasiva. Creían que Dios no los ayudaría más
que si se embarcaban en acción violenta para ayudarse a sí mismos. Su intención era hacer
cualquier gobierno civil imposible. Se los conocía como los «dagados». Eran nacionalistas fanáticos
conjurados para usar métodos terroristas, no sólo contra los Romanos, sino hasta el punto de
destruir las casas, quemar las cosechas y hasta asesinar a las familias de sus compatriotas judíos
que pagaran tributo al Imperio Romano.
Pablo no le encontraba ningún sentido a una actitud así. Esa era la negación más absoluta de la
conducta cristiana. Y sin embargo, por lo menos para una parte de la nación judía, eso era lo
normal. Puede que Pablo estuviera escribiendo aquí tan claramente porque quería disociar el
Cristianismo de cualquier insurreccionismo judío, y dejar totalmente claro que los cristianos eran
buenos ciudadanos.
(ii) Pero hay algo más que una situación coyuntural en la relación entre los cristianos y el
estado. Puede ser verdad que Pablo tuviera en mente las circunstancias que causaban las
insurrecciones judías, pero tenía otras cosas también. Lo primero y principal es que nadie puede ni
debe disociarse totalmente de la sociedad en la que vive. Nadie puede, en conciencia, optar por
desligarse de la nación. Como parte de ella, disfruta de ciertos beneficios que no podría tener si
viviera aislado; pero no puede reclamar los privilegios y evitar las obligaciones. De la misma
manera que forma parte del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, también forma parte del cuerpo de
la nación; no hay tal cosa en el mundo como individualismo aislacionista. La persona tiene deberes
para con el estado, que debe cumplir aunque el que esté en el trono sea Nerón.
(iii) El ciudadano debe al estado la protección. Era una de las ideas platónicas que el estado
existe para garantizar la justicia y la seguridad, y para proteger al hombre de las bestias y de «los»
bestias, es decir, de la gente salvaje, dentro y fuera del país. «La gente -se ha dicho- se reunía
como un rebaño detrás de un muro para sentirse a salvo.» Un estado es esencialmente un cuerpo
de personas que se han aliado para mantener ciertas relaciones mutuas mediante el cumplimiento
de ciertas leyes. Sin esas leyes y el consentimiento general de cumplirlas, el malvado fuerte y
egoísta se haría con el poder; el más débil estaría indefenso; la vida no tendría más ley que la de la
selva. Todas las personas ordinarias deben su seguridad al estado, y tienen por tanto una
responsabilidad para con él.
(iv) La gente ordinaria debe al estado una gran gama de servicios que viviendo individualmente
no podría disfrutar. Sería imposible que todos tuviéramos agua corriente, alcantarillado,
electricidad, transporte y un largo etcétera. Todo esto sólo es posible cuando se está de acuerdo en
vivir en sociedad. No estaría bien que uno disfrutara de todo lo que provee el estado sin cumplir
sus obligaciones. Esa es una razón que obliga al cristiano a ser un buen ciudadano y cumplir todos
sus deberes como tal.
(v) Pero la principal razón que veía Pablo era que el Imperio Romano era el instrumento
divinamente ordenado para salvar al mundo del caos. Quitad el imperio, y el mundo se
desintegraría en pavesas. Fue en realidad la pax romana lo que hizo posible la expansión misionera
del Cristianismo. Idealmente las personas deben estar unidas por el amor cristiano; pero no lo
están; y el cemento que las mantiene unidas es el estado.
Pablo vio en el estado un instrumento en las manos de Dios para preservar al mundo del caos.
Los administradores del estado estaban cumpliendo un papel importante en una gran tarea. Lo
supieran o no, estaban haciendo un trabajo ordenado por Dios, y el deber del cristiano es ayudar y
no dificultar.
13.1 ¿Hay momentos en los que uno tiene que desobedecer a las autoridades? No debemos
permitir que los gobernantes nos obliguen a desobedecer a Dios. Jesús y sus apóstoles nunca
desobedecieron a las autoridades por razones personales; cuando lo hicieron fue por ser leales a
Dios. Su desobediencia les costó caro: los amenazaron, los golpearon, los pusieron en prisión, los
torturaron y los ejecutaron por sus convicciones. Como ellos, si nos vemos obligados a
desobedecer, debemos estar dispuestos a sufrir las consecuencias.

13.1ss Los cristianos interpretan Romanos 13 de diferentes maneras. Todos los cristianos estamos
de acuerdo en que debemos vivir en paz con el estado, siempre y cuando este nos permita obrar
de acuerdo a nuestras convicciones religiosas. Por cientos de años, sin embargo, ha habido al
menos tres interpretaciones de cómo debemos hacerlo.
(1) Algunos cristianos creen que el estado es demasiado corrupto y que por lo tanto deben
relacionarse con él lo menos posible. Aunque deben ser buenos ciudadanos mientras puedan sin
comprometer sus creencias, los cristianos no deben trabajar para el gobierno, ni votar en las
elecciones, ni servir en el ejército.
(2) Otros creen que Dios ha dado al estado autoridad en ciertos asuntos y a la iglesia en otros. Los
cristianos pueden ser leales a ambos y pueden trabajar para cualquiera de los dos. Sin embargo, no
deben confundirlos a los dos. La iglesia y el estado tienen intereses en esferas totalmente
diferentes, la espiritual y la física, que se complementan pero no actúan juntas.
(3) Otros creyentes piensan que los cristianos tienen la responsabilidad de lograr que el estado
mejore. Lo pueden hacer desde el campo político, eligiendo cristianos u otros líderes con altos
principios. También lo pueden hacer en lo moral, sirviendo de influencia positiva en la sociedad.
Según este punto de vista, idealmente la iglesia y el estado han de trabajar juntos para el bien de
todos.
Ninguno de estos puntos de vista defiende la rebelión ni rechaza la obediencia a las leyes o
regulaciones establecidas por las autoridades, a menos que estas demanden con claridad que se
violen normas morales reveladas por Dios. Dondequiera que nos hallemos, debemos actuar como
ciudadanos y cristianos responsables.

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